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De lo relatado por algunos de los cronistas del golpe de Estado del 1º de junio de 1993, orquestado por la alianza Gutiérrez Bosch–Pérez Molina, se de- duce que sus principales problemas para consolidarlo estaban en lograr legalidad, sea como fuere y, en con- secuencia, obtener una legitimidad aunque fuera de fachada. Fachada de legalidad Está claro en la legislación guatemalteca, que al Presidente de la República no se le puede destituir; solamente si el Congreso (después de seguir un lar- go procedimiento avalado por una mayoría calificada de votos) lo declara loco o simplemente en estado de interdicción, por lo tanto incapacitado mentalmente para ejercer el poder. Gracias a Dios que a estos señores no se les ocurrió este procedimiento, pues si no, aun estaría en un ma- nicomio, sirviendo de escarnio para el cumplimiento de sus aviesos fines. La “solución” encontrada por los asesores del Ministro, ante la rotunda decisión mía de CAPITULO X La construcción de la fachada

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De lo relatado por algunos de los cronistas del golpe de Estado del 1º de junio de 1993, orquestado por la alianza Gutiérrez Bosch–Pérez Molina, se de-duce que sus principales problemas para consolidarlo estaban en lograr legalidad, sea como fuere y, en con-secuencia, obtener una legitimidad aunque fuera de fachada.

Fachada de legalidad

Está claro en la legislación guatemalteca, que al Presidente de la República no se le puede destituir; solamente si el Congreso (después de seguir un lar-go procedimiento avalado por una mayoría calificada de votos) lo declara loco o simplemente en estado de interdicción, por lo tanto incapacitado mentalmente para ejercer el poder.

Gracias a Dios que a estos señores no se les ocurrió este procedimiento, pues si no, aun estaría en un ma-nicomio, sirviendo de escarnio para el cumplimiento de sus aviesos fines. La “solución” encontrada por los asesores del Ministro, ante la rotunda decisión mía de

CAPITULO X

La construcción de la fachada

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no renunciar, fue declarar el abandono del puesto, sin importar que yo estuviera sentado en mi escritorio y en mi propio despacho.

Causa espanto que esta solución fue encontrada y sugerida por cuatro abogados ajenos a la Corte de Constitucionalidad: Eduardo Palomo Escobar, Marco Augusto García Noriega , Fernando Quezada Toruño y Carlos Enrique Reinoso Gil. Eso sí, con la autoridad e investidura que proporciona el decretar la legalidad de un acto como ese, en el propio despacho del Mi-nistro de la Defensa, apoyados en los fusiles, y “acon-sejando” a un par de timoratos magistrados (García La Guardia y Larios Ochaita), quienes también habían concurrido al despacho a prestar sus servicios legales y ponerse a disposición de los “patriotas”.

Según ellos, en defensa de la democracia, la viola-ban, atropellando no solo sus instituciones, sino tam-bién ignorando fundamentales y sagrados principios del derecho. Estos principios, si los viola un individuo o autoridad común, constituye un hecho delezna-ble, paro si lo hace el ente encargado de defenderlos es horroroso, como lo calificó el propio Ramiro de León Carpio, en aquel momento Procurador de los Derechos Humanos, cuando en la entrevista dada al periodista Haroldo Shetemul, manifestó:

“…la resolución emitida por la Corte el 25 de mayo en contra de Jorge Serrano, fue una resolución política, que si bien ayudó a salir de la crisis, de for-malismo jurídico no tenía absolutamente nada. Al contrario, algunos juristas connotados la califican de horror jurídico.”

Sin embargo, un nuevo concepto se acuña en la legislación guatemalteca y es “el horror jurídico”; lo

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que quiere decir que cuando un hecho se realiza al amparo del poder de las elites (empresariales y mili-tares) y sobre todo, en el despacho mismo del señor Ministro de la Defensa, este constituye fuente de de-recho. Léase cuidadosamente: se perfecciona un golpe de Estado, sin importar que nombre se le de.

Es inconcebible, y al mismo tiempo preocupante, que muchos de los formadores de opinión pierden ob-jetividad en el análisis e interpretación de los hechos, pues si quieren que sean publicados, tienen que estar dentro de la línea marcada por los editores. O lo que es peor: la de los dueños de los editores. Así que, por eso y por las consabidas “fafas” (este término, es sim-plemente un soborno para cualquier mortal, pero para un comunicador social es simplemente una “fafa”) la opinión pública se traga un dinosaurio de este o de cualquier tipo.

A la luz de esta realidad, los golpistas pudieron dar un barniz de legalidad, pero quedó manifiesta la vergonzosa irresponsabilidad del sistema de justicia; sistema que a partir de ese momento ha sido fiel y obe-diente a los dictados de las elites económicas, quienes se protegen comprando jueces, magistrados y fiscales. Pero no ha quedado allí, pues el sistema de manipula-ción y compra de la justicia que ha impuesto esta elite económica, ha favorecido el narcotráfico y el crimen organizado, quienes, haciendo uso del mismo, tienen en Guatemala un paraíso para delinquir, tal como lo describió la cadena BBC de Londres, en reportaje que publicó sobre la impunidad en Guatemala y el diario El Pais de España, entre otros.

Este sistema, como veremos más adelante, lo han usado para perseguir a las personas que en algún momento se les han insubordinado; para debilitar al

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mismo Ejército, persiguiendo selectivamente a algu-nos de sus oficiales; cubriendo escándalos financieros como el interno dentro de la familia Gutiérrez, que ha tenido fallos de tribunales internacionales y en Gua-temala, que es el país afectado y estafado, parece que no existiera.

Así también, el sistema ha protegido a los esbirros utilizados para los “tumbes” de droga, contrabando e incluso para la mal llamada limpieza social. En rea-lidad ya no hay sistema de justicia, se ha ultrajado el derecho y lo que es peor: se ha alienado la conciencia de toda una nación, que sabe que la “justicia” tiene dueño.

A manera de ilustración, relato lo que me conta-ba hace poco un Magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Recién llegado al puesto, recibió la visita de uno de los abogados litigantes de un grupo económi-camente poderoso y le dijo que sabía que le tocaba a él ser ponente en un caso en el que estaban involucrados sus representados. Le explicó que su visita tenía el ob-jetivo de entregarle el tenor de la resolución que ellos querían que se emitiera, lo cual le ahorraba al magis-trado la pérdida de tiempo. Y que además, el conte-nido del borrador ya estaba debidamente conversado y viabilizado con otros magistrados. También le hizo ver cuánto era lo que al magistrado le correspondería por sus “buenos oficios”.

Fachada de legitimidad

¿Cómo hacer para que la comunidad internacio-nal y la ingenua conciencia nacional, que estaba feliz con que yo hubiera disuelto el Congreso de la Re-pública y la Corte Suprema de Justicia, se tragaran el

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cuento de que no eran Gutiérrez Bosch–Pérez Molina y compañía, los autores y ejecutores del golpe de Es-tado?

Lo primero que soñaron y decidieron, según lo relatado por Juan Luis Font y Rachel McCleary en sus documentos, fue organizar una manifestación ma-siva el 31 de mayo, dando el respaldo al movimiento golpista y demostrar así, repudio a las medidas toma-das por mí. Aparentemente esta ilusión nacida de su euforia golpista y su capacidad manipuladora, duró poco, pues ambos autores relatan que, tanto Dionisio Gutiérrez como Otto Pérez Molina, se dieron cuenta de que no tenían capacidad de convocatoria y que su ilusión no era más que eso: una ilusión imposible de concretarse.

Eso resultaba lógico, porque la gente estaba feliz con las medidas tomadas. No entusiasmaba a nadie la idea de los militares nuevamente, ni mucho menos la idea de los Gutiérrez al poder. Antes bien, en la mis-ma puerta del Palacio Nacional, la propia Rigoberto Menchú, con un grupo de unas cien personas, grita-ban que se estaba dando un golpe militar, y agredie-ron a los civiles que se estaban prestando a eso; tal fue el caso de Jorge Carpio Nicolle, de Alfonso Cabrera y de sus respectivas comitivas. El grito en la calle era lo suficientemente elocuente: “¡Es un golpe militar!”, “¡Militares no, civiles sí!”.

Para resolver en forma inmediata el incidente, los golpistas juntaron a las pocas personas que estaban en el Palacio; a unos los sentaron y a otros los pusieron de pie, en el Salón de Recepciones y con todos ellos enmarcaron el escenario, procedieron a leer el atroz parapeto jurídico con el que, según ellos, salvaban el bache que el golpe de Estado les representaba.

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Conscientes de que la foto no era suficiente, co-rrieron a buscar caras para apoyarse y lo hicieron en lo que llamaron la “Instancia Nacional de Consenso”, que cobró vida el 30 de mayo, dando continuidad al Foro Multisectorial del CACIF, incluso reuniéndo-se en la misma sede de la Cámara de Industria. Eso demuestra que también estos señores se convierten por sus habilidades y dinero, en los dueños de la “le-gitimidad”, para lavar la cara a todo lo que ya el eje Gutiérrez–Pérez Molina había consumado.

Títeres y titiriteros

Con perdón de quienes hacen del espectáculo de títeres un aporte significativo a la educación de niños y jóvenes, considero necesario ilustrar esta parte de mis ref lexiones, con un símil entre los títeres y los titiriteros políticos que montaron el golpe de Estado del 31 de mayo de 1993. Encontré unas definiciones en Internet, de autor desconocido, pero que sirven para apuntalar el concepto de lo que referiré en este mismo capítulo:

“Una marioneta o un títere es una figurilla o mu-ñeco que se gobierna de manera que parezca que su movimiento es autónomo. Su movimiento se efectúa con la ayuda de muelles, cuerdas, guantes, alambres, hilos, palos y demás utensilios adaptados a cada tipo de marioneta o títere. Las marionetas hablan siempre con una voz aguda, chillona y falsa”.

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Cuando reviso esta foto, una y otra vez, encuentro en ella que hay gente buena, mezclada con oportunis-tas, con maleantes y desconocidos; personas sedientas de protagonismo. Lo que es una realidad es que allí estaban todos: algunos prestando su cara y otros solo su bulto. Supongo que la mayoría de buena fe.

Sin embargo, aunque he comprado dos lupas, una más fuerte que la otra, no he podido encontrar en la foto a los verdaderos responsables de la conspira-ción. Observe el lector que no está Juan Luis Bosch, ni Dionisio Gutiérrez, ni Otto Pérez Molina, ni Luis Fernández Ligorría. Entonces me pregunto: ¿por qué

Reunión llevada a cabo, el 1 de junio de 1993, en el Salón de Recepciones del Palacio Nacional de Guatemala, en la que un grupo de civiles, aparecen apoyan-do el golpe de estado, perpetrado esa madrugada por la cúpula militar.Hecho curioso para los que todavía dudan si fue un golpe. En la foto, vemos que el segundo de pie de derecha a izquierda, es el famoso locutor de TGW Radio Na-cional de Guatemala, Otto Rene Mansilla, a quien se le conocía como la voz del “Golpe de Estado”, con micrófono en mano, listo para relatar un golpe mas.

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estos señores no dieron la cara? ¿En dónde estaban en ese momento? ¿Qué estaban haciendo? Solo me doy cuenta de que, siendo ellos los titiriteros, no podían dejarse ver, pues así, el espectáculo perdería su efecto en tan interesante función.

Para ser más claro en el concepto, he recurrido a Wikipedia para obtener una explicación de lo que es un titiritero, la cual transcribo a continuación:

“El titiritero diseña el contenido de la represen-tación basado en historias, cuentos o tradiciones po-pulares o bien en argumentos de su propia invención. Escribe el guion de la representación y lo adapta a los muñecos de que dispone. Busca y selecciona otros objetos o materiales que serán utilizados por los mu-ñecos en el desarrollo de la obra. Pinta el fondo de escenario y lo decora.

En el momento de la representación, provoca su movimiento manejando los hilos, cables o varillas de las marionetas o introduciendo su mano en el interior. Para animar los muñecos, habla o canta imitando la voz de los diferentes personajes.”

Viendo así la cosa, ya se entiende mejor lo que pasó ese día y también entenderemos un poco mejor lo que pasó en los años venideros, pues los señores títeres de la foto, hoy después de veinte años ya no es-tán, o están presos, son perseguidos, están marginados o en el abandono y anonimato.

Sin embargo, los titiriteros de esta historia han gozado de toda clase de impunidad y mantienen su vigencia, sobre todo los Gutiérrez–Bosch, quienes han usufructuado el poder al máximo. Incluso, llegaron a privatizar la Presidencia de la República en tiempo de Oscar Berger Perdomo. Lo que falta por ver es si su compañero de la aventura del 93, general Otto Pérez Molina, ya como Presidente de la República de

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Guatemala, se les subordinará y les hará caso; o bien, ya con la banda en el pecho, buscará su autonomía e independencia. Esto solo lo podremos saber, cuando se empiecen a pelear entre ellos.

Regresando a nuestra foto, los casos más dramá-ticos son los de Jorge Carpio Nicolle, Epaminondas González Dubón y Ramiro de León Carpio.

Jorge Carpio Nicolle, un buen hombre, como político muy orientado a su deseo de ser presidente; sincero y de gran calidad humana; obviamente, en la foto lo colocaron de pie, como figura prominente. Quién le iba a decir al pobre tocayo, como yo le lla-maba, que un mes después lo iban a asesinar en una forma tan cobarde, tan inhumana, tan deleznable y, en una palabra: tan horrenda.

Quiero decirles que cuando supe de su muerte lo lloré y mucho, a pesar de la diferencia que él y yo habíamos tenido. Jamás un hombre así, al que el país le debía mucho, merecía tal muerte.

En cuanto a Epaminondas González Dubón, se trataba de un abogado de reputación, a quien yo traté muy poco, básicamente dentro de la relación institu-cional. Sin embargo, conversar con él era suficiente para aquilatar su capacidad.

El no asistió al llamado que le hizo el Ministro de la Defensa. Sé que su dignidad se lo impedía, y por eso no me explico por qué aparece en la foto. Tengo entendido que después, él mismo comentó su desacuerdo con la salida jurídica que le impusieron a la Corte de Constitucionalidad.

En forma misteriosa armaron un atentado, que algunos dijeron que era para impedir que hablara, y que lo que pretendían era solo amedrentarlo; pero la bala no les hizo caso, pues al fraccionarse en el resor-te de un asiento, hace que una esquirla llegue a uno

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de sus pulmones y desgraciadamente lo mata. Otra muerte cobarde, inhumana y condenable desde todo punto de vista. No es justo que a hombres así los ase-sinen de esa manera.

Ramiro de León Carpio, también un buen hom-bre, un poco ansioso de protagonismo, quería ser Pre-sidente, pero no tenía claro cómo lo podría lograr. Recuerdo unos meses antes del golpe, me pidió una entrevista y por supuesto, lo recibí. Me llegó a en-tregar el informe de su primer año de gestión como Procurador de los Derechos Humanos. Cuando a la ligera lo revisé, le dije:

—Ramiro, qué bueno que se te acabaron las fotos tuyas, porque si no hubieras entregado un reporte de mil hojas.

Él solo se echó a reír y me dijo:—¡Qué jodido sos! A Ramiro lo utilizaron de tal forma, que le ex-

primieron su dignidad, haciéndolo que se atropellara a sí mismo; que atropellara sus convicciones e incluso sus propios ideales, llevándolo a una muerte en vida, la que no pudo sobrellevar y según me cuentan algu-nos de sus amigos, eso fue lo que lo mató.

A Francisco Reyes López lo utilizaron bien, pero solo por unos momentos, pues ya estando en el go-bierno como Vicepresidente se dio cuenta de la reali-dad de las cosas, tomó actitudes que no solo lo sepa-raron de los dueños del país, sino que lo enfrentaron, al extremo que le montaron su tinglado y no estuvieron satisfechos hasta que lo metieron preso.

Con Eduardo Palomo Escobar la cosa no fue di-ferente. A él lo usaron. Paradójicamente, fue perse-guido después, durante el gobierno de Berger, el de la privatización de la Presidencia. Palomo era socio y abogado del Presidente del Banco del Café, Eduardo

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González, personaje que pretendió definir una política independiente, enfrentándose políticamente a los due-ños del país. Tuvo suerte, pues aunque quedó sin poder ni dinero, lo cierto es que quedó vivo. Le cerraron el banco de su propiedad y para acallar este abuso, lo persiguieron a él y a sus colaboradores (incluyendo a Palomo Escobar) matando así las posibilidades de que Eduardo González pudiera llegar a la Presidencia y de paso, castigándolo por pretender hacerles sombra.

En la foto también está Carlos Vielman, el perso-naje que más cercanía tiene con los Gutiérrez–Bosch. Hombre fiel y extremadamente obediente a ellos. Posteriormente, cuando se disuelven los estamentos de inteligencia del Estado, es Vielman a quien ellos designan para organizar su inteligencia, pero ya en forma privada, llevándolo en el Gobierno de Berger, el de la privatización de la Presidencia, hasta la impor-tante posición de Ministro de Gobernación.

¿Qué hicieron con Vielman? Eso es historia. Bas-ta leer el libro “Crimen de Estado. El caso Parlacen”, escrito por Lafitte Fernández, para saber hasta dónde fueron capaces de llegar con el poder en las manos. Hoy, Carlos Vielman está preso en España, esperando ser enjuiciado.

A los militares presentes, antes de lo que canta un gallo les habían puesto la punta del zapato en la rabadilla y los tenían de patas en la calle; tal fue el caso del general Domingo García Samayoa y Roberto Perussina. Los otros, como Enríquez, tuvieron mejor suerte y duraron un poco más.

El resto, son personajes como Mario Solórzano, Arturo Soto, Alfaro Mijangos, Reinoso Gil, Mario García la Guardia, Larios Ochaita, Rodolfo Orozco, personajes que no sé si sabiéndolo o no, prestaron la cara. Con el tiempo los han reciclado, les ha dado

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un poco de protagonismo, pero en general, hoy si no están muertos, disfrutan de la marginación y el ano-nimato.

Entre los otros hay algunos que no distingo o no recuerdo, y algunos a los que me referiré posterior-mente, pero creo que lo que aportaron fue el bulto, para hacer volumen en la foto, lo cual como vimos anteriormente, también es responsabilidad del titirite-ro: organizar el escenario.

La filosofía de los titiriteros

Ellos y sus acompañantes y adláteres están con-vencidos de “que lo que es bueno para ellos es bueno para el país” y que todo aquel que se oponga a tan justa y conveniente premisa, es un enemigo del Es-tado, sacrílego de la libertad, antidemocrático y mal elemento para el desarrollo.

Naturalmente que esto los lleva a “su” realidad: los buenos gobernantes son los que les obedecen, los dóciles, los que se hacen de la vista gorda y les permi-ten usar al Estado y sus instituciones para apuntalar y promover su progreso, pues de acuerdo con su filoso-fía, si ellos progresan, también el país progresa.

¿Hasta donde hemos llegado en Guatemala, con esa filosofía? En aras de la defensa de la Constitución se le viola, siempre y cuando sea con la venia de ellos. En aras de la defensa de la justicia, se comete todo tipo de injusticias, siempre y cuando sea para protegerlos. En aras de la defensa del derecho, se atropellan los más elementales principios que lo sustentan. Ellos siempre lo justifican diciendo que eso es para evitar mayores males. En aras de la defensa del pueblo, se aseguran y consolidan los privilegios de los poderosos, convenci-dos de que ellos son el termómetro del bienestar en el

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país, y lo que es peor, parece que hubieran convencido al pueblo de que, en aras de la subsistencia misma del Estado, hay que venderlo a unos pocos, que se auto-proclaman como los productivos, los proveedores del empleo y los garantes de la seguridad.

Que un ministro de la Defensa, apoyado por las bayonetas y fusiles, llame a cuatro abogados, los ponga a redactar una resolución de la Corte de Constitucio-nalidad y que después llame a los magistrados para que la ratifiquen y firmen, en su propio despacho, eso lo consideraron práctico, conveniente y necesario, es decir, un caso vital para el país.

Entonces ¿por qué nos asustamos de que los abo-gados de los poderosos dicten justicia, sobornando o amenazando jueces? ¿Por qué nos asustamos de que esos mismos abogados redacten las resoluciones de jueces y cortes, si el ejemplo está bien sustentado en la habilidad y astucia de remover a un Presidente por el hecho de no alinearse? Bueno, se abrió la puerta y ahora la usa todo aquel que tenga billete suficiente para llegarle al precio a los jueces y magistrados. Eso sí es perversión del derecho.

Sin embargo, para ellos, el fin justifica los medios, siempre y cuando sean los que controlen y utilicen esos medios. Permítanme, para cerrar este capítulo, repetir la expresión de Ramiro de León Carpio cuan-do, siendo presidente de facto, manifestó en entrevista concedida a la ya citada revista “Crónica”:

“…la resolución emitida por la Corte el 25 de mayo en contra de Jorge Serrano, fue una resolución política, que si bien ayudó a salir de la crisis, de for-malismo jurídico no tenía absolutamente nada. Al contrario, algunos juristas connotados la califican de horror jurídico.”

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De izquierda a derecha, el licenciado Epaminondas González Dubón, presi-dente de la Corte de Constitucionalidad, y el ministro de la Defensa, gene-ral Domingo García Samayoa, cuando este último se dirigía a la prensa en nombre de la Instancia Nacional de Consenso, agrupación organizada dos días antes. Resulta irónico que fuera un militar, con todas sus insignias y charreteras, quien representara a una instancia supuestamente “civil”.