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Palabras olean, murmuran en tu odo. Despierta el dragn.Hctor Rodrguez.

Contempla al dragn, nacido entre las nubes, hablar y crecer.Ignacio Garibaldy.

Direccin Amanuense Editorial Diseo Alantigua Artes del Libro Equipo Palabracadabra Ruth Castro, Germn Cravioto, Ramn Castro, Lacolz (Edgar Gonzlez), Brenda Vargas, Aleida Belem Salazar, Hctor Rodrguez. Colaboradores en este nmero (imgenes y textos) Sara de Valle, Erika Soto, Xio Matas, Orlando Gonzlez, Monkey Bizniz, Sergey Hrapov, Hctor Gantenbein, Elas Garca, Eric Araya, Miguel Amaranto, Otto Cravi, Alejandro Burgos, Javier Ahumada, Ignacio Garibaldy.

Editorial

Tiempo, espacio y relaciones ponen ante nosotros un nuevo nmero de Palabracadabra. Literatura es la palabra que nos rene cada tanto, como una fuerza que hace converger la inquietud por plasmar nuestro trabajo, el gusto de compartirlo, el inters en conocer distintas expresiones; algo se hace slido cuando estas motivaciones se encuentran. Natural tendencia de nuestra propuesta editorial, en este nmero tambin ofrecemos una combinacin irrepetible de autores, ilustradores y temticas. El sutil relieve de la palabra escrita y la profundidad de las imgenes, en vnculo performativo, llevan a la realizacin de uno ms de nuestros singulares documentos. En este nmero encontraremos varios cuentos, un poema, unas instrucciones muy a lo Cortzar, un palabricolaje hecho de la relacin literatura-cine y un artculo sobre la conservacin de libros. Con una novedad: Labreida, locuaz y ya entraable personalidad palabracaidista, presenta a Hache y Eme, peculiar pareja que hace del dilogo un ejemplo del ms acabado entendimiento. Lejos de cerrar un crculo de una vez y para siempre, permanece el propsito de incluir figuras y maneras diferentes en cada ocasin; espacio para escritores no publicados que alterna plumas un poco ms experimentadas, Palabracadabra pisa con tinta el territorio de las letras y, sobre papel, fija una huella con la forma de la vocacin que tenemos por ellas.Torren, Coahuila, enero 2012.

ndice

En la Laguna Pleito entre esposos / Hctor Gantenbein > 5 Bolsillos / Elas Garca > 7 Zanahoria / Sara de Valle > 9 Any given Saturday / Labreida >11 Forasteros adoptados Cortesana blanca / Eric Araya (Chile/Laguna) > 12 El amigo / Miguel Amaranto (Per/Laguna) > 14 Huspedes Instrucciones para montar una cama / Otto Cravi (DF) > 19 Aires de guerras / Alejandro Burgos (Venezuela) > 21 El verano / Javier Ahumada (Xalapa, Ver.) > 23 Palabricolaje Literatura en 8 milmetros / Brenda Vargas > 31 Biblifilos El material del que estn hechos nuestros sueos / Ramn Castro > 35

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Xio Matas, Pleito entre esposos, Grafito sobre papel, 2011.

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En la Laguna

Pleito entre espososHctor Gantenbein

Estoy harta! Ya no aguanto ms! Corro de aqu hacia all para cuidar tu territorio. Vigilo los caballos, los obreros, que no siempre me responden y t muy tranquilo. Mujer! No es para tanto, tambin yo hago lo mo. Qu haces t? Un pasito adelante, otro atrs, otro a los costados, a eso le llamas trabajar? Cierra ya tu bocota, y contina con tu tarea! No dejes avanzar al enemigo. Hemos terminado! Soy tu mujer, no tu esclava. La dama despej el camino dando paso al adversario. Se oy un grito de guerra: Jaque mate, y el rey cay fulminado.

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Monkey Bizniz, Redencin, Collage digital, 2012.

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En la Laguna

BolsillosElas Garca

Siento los bolsillos pesados. Bambolean de lado a lado, me lastiman los muslos y resuenan como sapos metlicos y enojados. Buscar el cambio exacto para la taza de caf o el libro de cuarta mano es una labor de varios minutos, pues el interior de los bolsillos es un laberinto que nunca se est quieto. Cuando camino por la calle, el peso puede ser insoportable. Me obliga a detenerme y vaciar incontables objetos, que a la luz de la soledad son tan intiles como horrendos: el telfono, la billetera gruesa como mis miedos, tarjetas de presentacin de media ciudad, recibos por facturar, tarjetas del banco, claves de las tarjetas del banco, recibos por pagar, cerillos, encendedor, una paleta de caramelo sabor cereza, un enjambre de llaves, lpiz, pluma, una cancin empolvada, monedas y billetes de baja denominacin, mis rencores, los reclamos del domingo, las responsabilidades que me dio mi madre, el recuerdo doloroso de mi padre, un montn de traumas de la infancia, otro tanto de la pubertad y qu decir del saco de la madurez. Quisiera dejarlo todo en la calle, slo quedarme los cerillos, una llave y la cancin, pero no puedo a la luz de la compaa; es intolerable no cargar con todo eso, aunque jams salga del bolsillo. Y comienza la procesin de reingresarlo todo. Cuando termino es como si los pantalones intentaran sumergirme en el suelo y las piernas se me cansaran antes de que acabe la cuadra. Sueo con un da desabrochar los pantalones y que caigan por su propio peso. Slo rescatar una llave y la cancin. Correr ligero, tan rpido que se eleven del suelo mis pies; apoyarme en las puntas de las antenas rojas y blancas; acariciar las crestas de las palmeras con los pies; desabrochar la camisa para planear como una ardilla voladora; planear hasta encontrar la puerta que abre la llave, y quizs tras la puerta encontrar un par de pantalones sin bolsillos.7

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Sara de Valle, Zanahoria, Grafito sobre papel, 2011.

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En la Laguna

ZanahoriaSara de Valle

Llegu agotado de la calle, con la esperanza de encontrar algn aliado para tranquilizar los sonidos estomacales. Tena calor y la casa estaba bochornosa; busqu asiento inmediato y me recargu en la mesa. Dormit por unos momentos, pero el ruidoso vaco del estmago me arrancaba el sueo y las ganas de descansar. Me levant y busqu en la alacena ya vaca, y record la ltima caja que haba visto das atrs. As que me acerqu al refrigerador y lo nico que encontr fue una zanahoria; no era muy grande, no se vea apetitosa y estaba algo sucia. Saqu la zanahoria y la puse sobre la mesa; me sent y la mir de reojo; cada que la vea las tripas lloraban ms fuerte. Tom la zanahoria y la llev hasta el cuchillo, supuse que mejorara el sabor si modificaba su aspecto, pero antes de partirla me fue imposible no pensar en lo que aquella zanahoria senta, tal vez estaba igual de triste que yo, tal vez lo haba perdido todo y ahora estaba completamente sola. Pareca asustada, tanto que me vi reflejado, pero qu hacer? Era el nico alimento y no poda saturar a mi estmago de ilusiones. Sin embargo, me sent incapaz de comer a esa pobre zanahoria. Dej el cuchillo en su lugar y puse a la zanahoria junto a m; comenc a platicarle lo mucho que la comida me haca falta; tal vez alucinaba. Un alivio me invadi al confiarle todo aquello a esa zanahoria; ella slo guardaba silencio y me observaba atentamente, escuchando todo lo que deca, aunque fuera absurdo. De tanto hablar sent la necesidad de dormir, as que ignor el hambre, me acost en el nico silln que haba, apagu la lmpara y cerr los ojos. A la maana siguiente me levant como de costumbre, observ a mi alrededor y me sent en la mesa. Volte la mirada, qued aturdido al ver la zanahoria. Ella segua ah, esperndome, como si fuera yo su gran amigo. Insinuaba preocupacin por la pltica9

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pasada. Aquella situacin me conmovi y no pude contener el llanto. Le cont que extraaba el sabor dulce o amargo de la comida en mi lengua. La tierna zanahoria me contempl asustada, y esper a que mis lgrimas se detuvieran. Fue intil, ya no poda controlarme, el insoportable cansancio y la hambruna me enloquecan. Todo aquel drama se detuvo por la voz que sala de la nada; guard silencio y mir alrededor, quin pudo haber sido?, la zanahoria? Estaba seguro de haberla escuchado. No quera creer en la locura. La zanahoria me segua observando, yo recorra la habitacin de un lado a otro, pensaba en alguna estrategia para conseguir alimento, pero senta su mirada penetrante, aquella presencia me intimidaba y no poda comportarme. Todo me perturb hasta que explot de nuevo. Me dirig a ella, comenc a gritar y decirle que todo era su culpa, que jams debi haberme consolado, tonta zanahoria!, me volva loco. Ella me tranquiliz con su tierna mirada, y slo al relajarme pude comentar que buscara un nuevo empleo. La zanahoria, silenciosamente, me hizo comprender que estaba de acuerdo. Al saberlo me sent con energas, me vest apropiadamente, tom las llaves de la casa y sal. Al regresar por la noche, cansado y satisfecho, un alivio me inund porque logr conseguir trabajo. Haba olvidado todo sobre mi amiga hasta que me recargu en la mesa, y al no encontrarla me desorient por un momento. A dnde se haba ido? Tal vez estuvo de paso y yo nada ms fui otro de sus amigos en el camino. Al pensar aquello sonre y me sent feliz por haberla conocido. Despus, anestesiado, perd la nocin de lo sucedido y lo que me rodeaba. Ahora slo haba silencio y oscuridad en mi casa.

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En la Laguna

Any given SaturdayLabreida

Hache: Hola. Eme: Hola. Hache: Viste la pelcula? Eme: Ests muy bonito, perro. Hache: Ayer atropellaron a mi vecino y no podr ir por la leche. Eme: Me anda del bao. Hache: Salud! Eme: Por qu? Hache: Por qu, qu? Eme: Tuve que ir al doctor y no me gust la pelcula. Hache: Creo que me estoy quedando calvo. Lo ba por la maana. Eme: Pobre, se muri? Hache: Pasa, al fondo a la derecha. Eme: Gracias. Hache: Por qu? Eme: Por qu, qu? Hache: Le falta azcar. Seguro que fueron los ninjas, verdad? Eme: Y el papel? Hache: No, qued en coma. Eme: Se me acab la leche y me recet esto. Hache: Busca en la cocina, en las puertitas que estn al lado del segundo cajn en la tercera repisa frente al refrigerador, junto al destapacaos. Eme: Qued o entr? Y s, fueron los ninjas. Hache: De nada. Eme: Por qu? Hache: Por qu, qu? Eme: No s. Hache: Ni yo. Eme: Adis. Hache: Ya encontr el azcar!11

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Cortesana blancaEric Araya

Yo no comprenda las perlas de tu clara santidad, en ese cuerpo tuyo, siempre vivo, nocturno para siempre. T, as, tan cndida, como un cliz labrando mis vigilias, irguiendo la delicia inquieta de la noche... Cortejando, me has hecho soberano. Eres la novia de la noche viva, del son progenitor, que canta en cada estela, cuando cae la faena y florecen los anhelos. Y una aureola en tu cielo trina, entona a mi odo un madrigal bravo y turbulento: Canta, poeta, canta; sopla con pulmones de oro infinito todo cuanto declama, danza o vuela sagrado por el mundo! Copula, gime, arroja tu valor! Estoy aqu para alzarte. Y un nimbo me atiborra, se alberga en mi cauce para enhebrarte, a ti y a todo asombro que se empalme en mi proclama celeste. Soy un leo despierto; hoy contigo recuerdo mi fortuna.12

Forasteros adoptados

Y t siempre guardiana, un mar de socorros, con senos vidos empapas mi ambicin de prear mil trazas y algn insomne benjamn que se agolpa en mi sombra, mis ojos, en mis huesos, mi sangre. Tu cabello, bermejo, de carbono y de metal, madera y sobresalto, me abraza y se arremolina en la cima de mi profano nombre. Tu ofrenda de la muerte, de la noche enamorada, yo adoro, mi llama, dama blanca, porcin de sol dilatado en mi lecho, en mi pluma sedienta, mi fiel y hermosa cortesana blanca.

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El amigoMiguel Amaranto

Miguel! Esperen, horita vengo. Me llaman. No se vayan ya?, pa seguir jugando. Miguel! Voy am. Ya llegu. Me mand a comprar huevos a don Palermo. Quieren jugar a los mecnicos? Ya. Esperen, traigo mis juguetes. Me los compr mi mam en Vista Alegre. La esposa de don Valdemaro vende. Don Valdemaro pues, el Juez de Paz que es amigo de mi pap y mi mam; en su oficina se juntan a veces mis paps y conversan de plata; ni entiendo eso. Estn chveres. Ven? Llaves, alicate, tornillos, desarmadores y un carrito que se arma. Lo compr por mi cumple. Mi pap me compr esos cachaquitos. Esos que estn en la silla. El Jimmy tambin tiene. Seguro maana viene porque ahora tiene tarea, a l le dejaron que haga un cuentito; estamos en el mismo saln, pues. Le dice a mi mam que me deje salir cinco minutos y me quedo hasta las seis; su pap le compr un helicptero que vuela; est bien bacancito; el profesor Paico lo hace volar porque dice que nosotros nos vamos a cortar. En su cuarto jugamos a la guerra. l pone sus cachaquitos en su lado y yo en el mo y con una bolita disparamos. El que tumba ms gana. Saben cmo?, jugamos? Ya. Pa no sacar mis herramientas. Las voy a guardar de nuevo. Tpense los ojos. No vean dnde guardo mis juguetes. Es que no quiero que mi hermana sepa. Los agarra pa jugar con sus muecas y los rompe. Si no los cuido, mi mam me pega y ya no me compra nada; mi hermana est ms chiquita pues, por eso; es menor que yo dos aos. Es que me compra cosas caras, dice. Y tengo que cuidarlos bien, igual que mi hermana mayor; la Kelly; ella vive en Lima con su pap; a veces viene y jugamos; yo la extrao mucho; le14

Forasteros adoptados

dice pap a mi pap; yo quiero que viva con nosotros; seguro viene en navidad, o en las vacaciones de julio; ella nos quiere; cuando viene nos lleva a comprar raspadillas y dulces y marcianos y varias cosas. Tpense los ojos ya? Y no suban a mi cama con los pies sucios. No se acerquen mejor, para que no se ensucie. Mi mam puso sbanas limpias. Me grita si las ensucio rpido. Yo siempre juego en el piso. Sintense all. T no juegas?, ya te vas? Ya pues, chao. Jugamos los dos pues, mejor. Es que en la guerrita juegan dos. Sintate all y yo aqu, yo soy Per y t Ecuador. No pues. Es que el dueo de los juguetes tiene que ser Per. El Jimmy siempre es Per y yo elijo: Chile o Ecuador. As se juega. Disparo primero. Te toca. Espera. Yo disparo por ti. Qutate a un ladito. Te gan. Voy a ser cachaco cuando sea grande. Capitn de la F. A. P. Voy hacer mi tarea ya. Mi mam me va a revisar de un ratito. La profesora Mery me dej para hacer una poesa. Yo hice una pero me da vergenza porque es de enamorados. S estoy. Ah?, de la Dercy. No la conoces. Es que mi mam me dice que los nios no deben tener enamorada. Cmo, en Mxico s dejan? Te gusta Carrusel? Ah los nios tienen enamorada. Yo quiero ir a Mxico para tener. Voy a juntar plata para irme con Dercy. S la quiero. La voy a robar para irnos lejos. Le voy a escribir a mi mam Magali que no me mande juguetes. Mejor mi pasaje. Voy a trabajar de mecnico y comprar mi casa. T tienes enamorada? Y por qu no? A mi primo le gusta la Yobana. Al lvaro pues. l tambin la quiere. Me dijo que va a comprar su chacra para sembrar arroz. Pero primero, para que junte su platita, va a trabajar trasplantando arroz en la chacra de mi to Conrado. Mi abuelo es caporal ah. Mi papito Amaranto pues. No lo conoces. T no conoces a nadie, ni a mi mam No es cierto? Cuando sea grande voy a ser caporal. Mi pap quiere que sea abogado y que tenga cinco mujeres. Me hace rer mi pap. l ensea matemticas en el colegio Quiones. Yo voy a estudiar secundaria ah. Dice mi pap que todos son burros y le dan una gaseosa o diez soles para que les ponga buenas notas. Es bueno mi pap con ellos. El hijo del Guatopa le lleva hartas gaseosas.15

Palabracadabra

Puro Concordia. Es que en su bar venden de esas. Don Guatopa ni cuenta se da porque para tomando. Toma en otras cantinas. Gafo es di? Vende cerveza y toma en otro lado. Sabes poesa? Ya quiero acabar mi tarea. Voy a esconder mi poesa y le har otra a mi bicicleta. No tengo, pero sueo que tengo una. T tienes? Ah. Y tambin sueas como yo? Ah. Mi pap me da un sol diario y yo le doy a mi mam. Dice que el otro ao, cuando pase a quinto, me va a comprar una con mi ahorro. Miguel, te llama mi pap. Ah voy. Esprame. Rapidito vengo. Ya ves?, me dio mi sol y ya le di a mi mam. l pasa en su bici todos los das por aqu; mi hermanita y yo salimos a saludarlo, le damos un abrazo grande y nos dice que nos portemos bien. Ms tardecito vamos a la Casa, ah lo vemos otra vez. En la Casa mis paps se saludan bien delante de mis abuelos. Mi papito Amaranto le dice a mi mam que es bienvenida porque es su yerna consentida, no, su nuera. Voy a jugar con el lvaro; es tiempo de las cometas y yo voy a llevar la ma, esa, mira; la hizo un to. En la noche mi papito Amaranto nos cuenta cuentos de terror. A m me gustan, pero ms me gusta la del duende que se subi a su mula cuando l era joven y la del chibolito que l se encontr en el ro seco; dice que cuando lo alz, el bebito le dijo pap y empez a crecer rpido; mi papito Amaranto lo bot al piso y arre su mula. Y dice que desde lejos vio que se convirti en seor con cachos, da miedo di? Ah! Ya s. Le voy a hacer una poesa a mi mamita Pepa. Ya acab. Miguel! Maana jugamos a los mecnicos, ya? Miguel, dice mi mam que vengas. Y despus jugamos al ampay. Miguel, vamos a ir a la Casa. A la guerrita no porque va a venir el Jimmy. Es chvere el Jimmy. Miguel, dice mi16

Forasteros adoptados

Mejor cuando no salga jugamos los dos. Miguel, a quin hablas? Chao. Con Nada. Estaba leyendo mi tarea. Amaa, el Miguel habla solitooo!

En Per: Chvere: es como decir chido. Cachaquitos: soldaditos. Bacancito: como chvere, pero ms. Marcianos: son hielitos que se hacen en bolsitas alargadas. Varios sabores. Cachaco: soldado. Carrusel: aqu se hace referencia al programa infantil con ese nombre Carrusel de nios. Chacra: terreno de cultivo. Lugar en el campo para la siembra. Chibolito: chavito, nio. Cachos: cuernos. Ampay: es el juego de las escondidas. Pero as como aqu dices: te cach saliendo de un bar, all diras: te ampay, es un trmino del habla popular. 17

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Xio Matas, Instrucciones para montar una cama, Grafito sobre papel, 2011.

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Huspedes

Instrucciones para montar una camaOtto Cravi

No comprendo cmo el ser humano, despus de siglos perseguido por el hbito de levantarse con el pie derecho antes que con cualquier otra cosa, haya pasado desapercibida la implcita y hasta ahora desconocida importancia del cmo debe treparse a una cama antes de dormir en ella. A simple vista, tomando en cuenta el lado derecho, y el pie de este mismo flanco, como los adecuados para desmontar una cama aunado a lo incmodo que tras algunos respetables intentos resulta el abandonarle por la diestra apoyando primero el pie zurdo, destinado a torcerse, resulta obvio concluir que la forma correcta para montar una cama es subiendo por el lado contrario al acostumbrado para bajar de ella: elevar primero el pie derecho, delegando al izquierdo el impulso necesario para, al mismo tiempo, girar las caderas cuarenta y cinco grados y, acto simultneo, dejarse caer de espaldas, abandonando por completo el mundo terrenal con la punta del dedo gordo, o con la del dedo siguiente, segn el caso de cada usuario. Y as poder decir: ayer me acost con el pie izquierdo.

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Palabracadabra

Xio Matas, Aires de guerras, Grafito sobre papel, 2011.

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Huspedes

Aires de guerrasAlejandro Burgos

Una escena tras otra, miles de batallas antiqusimas bullen en mi espritu provocndome aires de guerras. Pisadas, el grito rtmico del cuero prensado anunciando la marcha, el resplandor de los metales y del sudor bajo el mismo sol que me contempla hoy sumergido en mis recuerdos inventados de probables vidas pasadas. El miedo quema en la piel y deja un rastro, escalofro de su minsculo paso devastador. Los caballos resoplan como bestias asfixiadas, levantando ocanos de polvo y tierra seca. La espada, la lanza y el escudo se yerguen ansiosos como buitres sedientos de sangre. El rugido de una trompeta de plata raja el cielo en dos y anuncia el inevitable nacimiento de una ofensiva contra un enemigo de nombre perdido en el tiempo. Cientos y cientos de hombres corren desbocados y valientes hacia las fauces de una muerte gloriosa, administrada por las mismsimas manos del enemigo. La vista se nubla, los msculos se tensan salvajemente, el grito es una recitacin destructora. El llanto y la sangre manan de los cuerpos como pozos de minerales lquidos. Cada quien pelea por el pedazo de tierra que lo vio nacer, por el clido abrazo de su mujer y por la risa del hijo primognito. Las extremidades comienzan a sobrar, y la tierra no tarda en llenarse de cuerpos mutilados como una diosa de muerte ornamentada con pieles arrancadas de tajo y rganos frescos, todava latentes. El cielo tambin participa en la refriega y enva un ejrcito carroero que olfatea la sangre sobre la hoja de una espada. Una bandada de aves negras marca en el firmamento las coordenadas inexactas del suceso. Son como el humo que, volando en crculos concntricos, indica el ojo del incendio. El hierro afilado sigue aullando, los escudos tiemblan como parcelas desiertas bajo un fuerte sismo, las lanzas cruzan, ya fatigadas, cuerpos enteros.21

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Pasan los das y los muertos de cada bando se acumulan como frutos aporreados de una reciente vendimia. Y alrededor de esas muchedumbres muertas, nace un ro prpura que hace florecer en el campo de batalla pequeas flores de ptalos rojos con olor a muerto.

Erika Soto, Palabracadabra, Bolgrafo sobre papel, 2011.

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Huspedes

El veranoJavier Ahumada

La primera vez que Diana oy o crey or los gemidos, repasaba los captulos finales de un compendio de medicina para su penltimo examen del semestre. Madrugadas despus, las clases concluidas y ella an incapaz de responder la adivinanza del insomnio y los asuntos inconclusos, los escuch de nuevo y se entretuvo deduciendo de dnde provenan. A los pocos minutos empez a deambular por el departamento. Aunque no haba razn para procurar silencio, recorri las habitaciones con pasos delicados y (cerrando los ojos para escuchar mejor) sac la cabeza por cada una de las ventanas; cuando reconoci el ruido detuvo en l su atencin durante minutos que se ramificaron como un relmpago de agua derramada. Luego record: debajo de su departamento viva una mujer madura, casi una anciana, con quien no haba cruzado ms de diez frases desde que se mud all; arriba, en la azotea, el conserje del edificio en un cuartito con techo de lmina junto a los lavaderos. Sali al balcn y prendi el segundo cigarro con la colilla del primero, todava tratando de aguzar el odo. Le pareci, al final de cuentas, que los gemidos regresaban con el mismo volumen desde todas partes, y en todas partes tambin de repente sonaban interrumpidos, o rotos, o lejanos, como a travs de una mordaza. Ya no durmi, pero tampoco sigui escuchando ni pensando en los gemidos. A la maana siguiente todo el asunto le produjo buen humor. Era casi medioda cuando por fin se meti a la cama, y lo hizo con una sonrisa burlona que le empequeeca la mirada; se record apenas unas horas atrs, ya sin las obligaciones de la escuela pero an atada a la rigidez de su rutina, salvo que esta vez lo que la tuvo despierta fue el acecho de un ruido insignificante. Y sonrea ms, porque despus de todo no era la primera ocasin que haca algo as; desde inicios del verano, el calor u otra cosa le haba23

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endosado la costumbre de velar y, con mayor fuerza, la de buscarle justificaciones a su vigilia. Bostez bajo las sbanas y, sin darse cuenta, hizo una mueca de nia enojada al pensar que si otro vecino haba escuchado los gemidos, podra atriburselos a ella. Cuando ya estaba a punto de dormir, lo pens de nuevo y la situacin la hizo rer y luego ya no tanto, hasta que se adormeci abrazando con los muslos una cobija afelpada que sac del cajn donde guardaba toda la ropa de invierno y que en esa ocasin li hasta formar un rodillo enhiesto del tamao de la cama. Durante los siguientes das, ocasionalmente volviendo a la normalidad de sus horas de sueo, ms de una ocasin despert con la impresin de que los gemidos la haban alcanzado de nuevo durante las horas previas al alba. Dormida o despierta, los poda reconocer: era un sonido de cariz sexual, entrecortado por intervalos largos, que sin duda emita otra mujer, siempre la misma, imposible saber si en compaa o sin ella. Ms de una ocasin, tambin, record haber soado con una nia que recorra los cuartos de una casa (que era tambin una escuela) persiguiendo el timbre de un telfono que sonaba insistente y con ms fuerza cada vez, hasta convertirse en un estruendo en forma de amenaza; cuando por fin lo encontraba, la bocina slo emita una violenta especie de maullidos, como si del otro lado de la lnea se estuvieran despedazando los primeros o los ltimos gatos del mundo; slo en ese momento Diana se converta en la nia y toda la opresin, toda la angustia, de sentirse rodeada por el timbre telefnico se desvaneca y converta en tranquilidad, como si de sbito entendiera que los maullidos eran una seal de seguridad, una palabra reconfortante, un rostro que resulta vagamente familiar, irreconocible pero tranquilizante porque mira de frente y sonre sin ambages. Quiso que alguien ms escuchara lo mismo que ella; era claro que no podra contar con los pocos vecinos a quienes ms o menos saludaba con asiduidad. Revis su celular y una agenda no tan vieja, pero lo que encontr eran slo letras y nmeros ya carentes de sentido. Al final lanz tres veces una moneda al aire para decidirse24

Huspedes

a contactar a alguna compaera de la maestra, la primera opcin que haba desechado. Las vacaciones haban expulsado de la ciudad a casi todas, pero una de ellas s contest el e-mail y acept la invitacin; lleg acompaada de otra y cuando les abri la puerta, con la hielera en la mano les dijo que mejor subieran a beber a la azotea, cosa de evitar el ruido o el calor u otra mentira. La noche se esparci junto a la borrachera y nunca hubo seal del conserje. Bajaron al departamento y Diana supo que no todo haba sido un desperdicio: los gemidos estaban de vuelta. Era imposible que las dos chicas no los oyeran tambin, pero ninguna exhiba la menor reaccin. Espi sus rostros cuando se sentaron y miraron portadas de libros innecesarios, cuando pusieron en una bandeja vasos y hielo triturado, mientras seguan hablando y riendo con palabras que ya era imposible descifrar, y no vio nada de lo que buscaba, y sinti que la realidad era clara pero incomprensible. No quiso tocar el tema abiertamente, pero s se atrevi a decir: Qu energa tiene esa seora, con dos dedos sealando al suelo y despus una alusin irnica a la edad de su vecina; ya con desnimo insisti con indirectas que tampoco fueron respondidas, y slo pens que las dos chicas deban ser demasiado mojigatas, o considerarla a ella demasiado mojigata, como para bromear siquiera sobre la vida sexual del departamento de abajo (ninguna luz prendida, por cierto). Mientras fue a su habitacin por otra cajetilla de cigarros, las dos siguieron hablando sin que Diana supiera de qu, y eventualmente fueron ellas quienes le dijeron algo que deba ser un chiste: utilizaron en distintas maneras la palabra pussy y hablaron de araazos y de encontrar amantes en los callejones, pero a ella le pareci que ya no se referan a la vecina. Todava las escuch bajar las escaleras, ebrias y contentas, inventndole palabras nuevas a una cancin de moda, y record que desde su infancia siempre haba sido as, poda platicar y escuchar y rer y llorar en compaa de muchas o pocas personas, pero en realidad nunca poda darse a entender sin cortapisas, nunca reciba la respuesta o el silencio que esperaba.25

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Durante cuatro das (que por momentos le parecieron muchos ms, o uno solo que transcurra a cuentagotas) no sali de all, pas todas sus horas en la cama, jugando a rasguar el sof, acostada y revolcndose en la alfombra y en el suelo; al principio lea o escuchaba sus discos, luego nicamente se concentraba en recibir los rayos de sol que se colaban por las persianas y le revelaban una hipntica y cambiante sonrisa de partculas de polvo flotando en el aire. El primer ao de la maestra haba sido a la vez un campo abierto y una escalera sin descansos; ahora por fin no pensaba en nada y se senta duea de su tiempo, feliz y en un camino sin sobresaltos. An haba ocasiones en que la acompaaban los gemidos (porque estaba segura de que eso eran), pero ya no se daba cuenta de cundo los escuchaba; slo despus, cuando se impona el ocasional silencio, tena consciencia de haberlos reencontrado la madrugada anterior o esa misma maana o un par de horas atrs. El quinto da despert en el suelo del bao sin saber cunto haba dormido, pero se vio en el espejo relajada y fortalecida como pocas veces. Desde que inici el verano haba dejado de prepararse el desayuno y se sobornaba con bocados de cualquier cosa durante la tarde, y una cena abundantsima. Esa maana, sin embargo, se permiti una especie de nostalgia por los sabores del pan y del yogurt; camin hacia una cafetera cercana sin notar cmo la miraban y estaba a punto de llegar cuando una llovizna la asust y la persigui de vuelta a su departamento; tranc la puerta como si del otro lado estuviera el infierno; se ri de s misma y aunque no not que bajo su bata slo usaba un camisn de lino, s cay en cuenta de que haba salido sin llevar dinero. Record, como si hubiera ocurrido siglos antes, la alegra con que siendo nia sala al patio de su casa a recibir la lluvia; quiso hacer lo mismo en la azotea, pero tras pensarlo mucho slo se anim a asomarse a la terraza. Se qued all, casi inmvil, sin mirar nada en concreto, como en una muerte lcida ajena al paso del tiempo; cuando volvi en s no record por qu estaba de rodillas, con la espalda erguida y ambas manos abiertas sobre el suelo. Pese al rumor de la lluvia que arreciaba, Diana escuch con26

Huspedes

claridad el zumbido de dos moscardones que haban entrado por la ventana del bao y volaban en crculos atrs de ella; cuando los sinti a pocos metros de distancia, posados sobre la mesita donde apilaba libros y cuadernos, en un solo movimiento reentr a la sala, cerr la puerta de cristal que daba a la terraza y durante mucho rato se entretuvo persiguiendo a los insectos. Eran los das ms sofocantes que haba sentido hasta entonces; cualquier ropa la haca sudar a toda hora salvo que se acostara en las baldosas hmedas del bao o debajo de su cama, donde el piso siempre estaba fro. Una maana abri los ojos estando tan harta del calor, que subi corriendo a la azotea con la intencin de sumergir medio cuerpo en el agua de las piletas para lavar ropa; lleg jadeando como en un arrebato de ira, pero al ver su reflejo reposando en el lquido, se arrepinti de su impulso y se limit a mojarse los dedos y frotarse la nariz y la garganta. No regres a su departamento sino hasta que hubo anochecido; todo ese da lo pas mirando las calles desde las esquinas del edificio y escondindose del conserje cuando ste suba a su buhardilla. Como ya le haba ocurrido cuando era nia y su abuela la llevaba de excursin a baarse al ro, pudo ser feliz reparando en los mnimos detalles de todo lo que vea; el cielo transparente en miles de fragmentos que eran uno solo, las siluetas de las nubes escondiendo las de los volcanes, las torres de luz, las fbricas humeantes y el hormiguero de automviles. Cada cosa fue un espectculo distinto hasta que la luna y el hambre le recordaron la realidad y la esclavitud de las costumbres. Esa noche escuch los gemidos con una nitidez abrumadora; an no tena certeza de cul era su fuente (ya identificaba a plenitud los pasos del conserje y saba que ste slo suba a su habitacin a comer y a dormir, y nunca acompaado), pero s haba notado que conforme el verano prolongaba su rutina los escuchaba con creciente intensidad. El siguiente amanecer lluvioso la llev de nuevo a la terraza y a la contemplacin de los carros salpicando las banquetas. Tambin, en el puesto de peridicos de la esquina, refugiado bajo el alero de27

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otro edificio, vio al cartero que esperaba a que el cielo se despejara. Descendi directo al zagun y sin abrir el buzn sac todas las cartas que pudo, se qued con dos y devolvi el resto. Frente a la puerta de su vecina, antes de rasguar la madera, no resisti la tentacin de oler los sobres, de cerrar los ojos e identificar el aroma del papel, de la tinta, de los sellos; lo hizo con lentitud mientras, todava apretando los prpados, un mareo de placer la toc en todo el cuerpo. Esa noche, la escalera del edificio era una crcel mal iluminada; de uno de los pisos inferiores suba un blando reflejo de un foco encendido, pero eso no era todo; el conserje, adems, de pie frente a ella, bloqueaba el sitio en la pared donde haba un interruptor de luz para ese piso. El hombre la escuch, la interrumpi y le explic que repartir la correspondencia entre los inquilinos era una de sus tareas, que su vecina estaba hospitalizada desde principios de julio y que l le estaba guardando todo su correo para entregrselo cada domingo a un muchacho que vena a recogerlo; ella debi palidecer porque el hombre le pregunt si se senta bien y luego insisti en que se sentara en uno de los escalones. El pelo ya le caa sobre el rostro pero aun as inclin el cuello hacia el frente para que la cubriera por completo; l slo murmur que ignoraba que ella y la vecina fueran amigas y que le extraaba que no supiera de su enfermedad. Como ella pareca estar llorando, el conserje se sent a su lado e indecisamente le puso la palma abierta sobre un hombro; Diana no rechaz el contacto y cuando l sinti que no haba ms ropa bajo el camisn sigui acaricindole la espalda en crculos y luego ms detenidamente de la nuca hacia la cintura; cuando tuvo una ereccin se le acerc ms y le frot la espalda slo con las yemas de los dedos. Con la mano libre empez a acariciarse el glande hasta que la escuch murmurar algo que era y no era palabras, que profera una especie de ronquido rtmico y ahogado, mezcla imposible de sollozo y ronroneo, de tristeza y demostracin de complacencia. Sinti la confianza suficiente como para intentar acariciarle una pierna, cuando un ardor de sangre le desgarr la mitad izquierda de la cara.28

Huspedes

Finalmente haba ocurrido. En una misma fraccin de segundo vio cmo sus uas surcaban el rostro del conserje y se retraan invisibles en sus manos (que nunca sinti moverse). Cuando intuy los matices ms simples de lo que haba pasado, el hombre le pidi perdn demostrando menos dolor que miedo o sorpresa. Con el rostro an oculto por el pelo, Diana lo mir levantarse y dar un traspi y luego otro mucho ms lento hasta que pudo apoyar la espalda en la pared frente a ella; tena una mano cubrindose la hemorragia y otra que avanzaba reptando sobre el muro en busca del interruptor de luz. Cuando el foco estuvo a su favor, sin atreverse a mirarla por segunda vez, tom aire como para decirle algo, pero no pronunci nada y en sus ojos tambin hubo silencio. Como en un sueo, Diana se dio cuenta de que su cuerpo estaba por completo entumecido; aguz el odo y el olfato y supo que a esa hora era como si en toda la ciudad, que era todo el edificio, slo estuvieran ella y el conserje. Record un parque muy cuidado por el que pasaba diariamente cuando iba a la maestra, el sonido del viento bajo los rboles, las jardineras protegidas contra los perros y los hombres; record el silencio y la penumbra polvorienta de una iglesia que antes de salir de clases haba visto en fotografas o visitado con sus padres durante una vacacin cuando era nia, ya no estaba segura; la tristeza de su piel hmeda y enclaustrada dentro de s misma y entre el peso de muchas sombras. De repente lo nico que quiso fue acostarse en su sof (lo primero que compr con el dinero de la beca cuando recin se mud a su departamento) y rasgarlo hasta esquilar sus uas. Comprendi por qu fue tan inmvil el inicio del verano; comprendi los gemidos que fueron slo para ella y por qu fue tan terso y fcil el olvido de s misma, de quin haba sido antes. Mientras entenda quiso volver a hablar y escuchar la voz que alguna vez fue suya, pero entendi tambin que el silencio era deseable, entre el llanto y las risas que escuchaba en su interior, cuando se record maullando frente al espejo y alisndose el pelo y limpindose la cara con una mano que previamente haba lamido hasta baarla de saliva.29

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Orlando Gonzlez, Lando, Grafito sobre papel, 2011.

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Palabricolaje

Literatura en 8 milmetros1Brenda Vargas

El cine es una investigacin sobre nuestras vidas. Sobre lo que somos. Sobre nuestras responsabilidades. Sobre lo que estamos buscando2. Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribira una de las ms grandes novelas que jams se haya escrito3.

Las olas eran enormes y tenamos grandes dificultades para tomarlas de proa. Los otros dos hombres que haban logrado escapar conmigo eran un tal Helmar, pasajero como yo, y un marinero cuyo nombre desconozco, un hombre bajito, robusto y tartamudo 4 . La oscuridad resonaba con su aliento, estruendoso como su corazn. A ratos el miedo le oprima el pecho con igual fuerza con que un trampero mata a una zorra[.] Saba que no soaba; en la absoluta oscuridad llegaba a or los tenues chasquidos que le hacan los prpados al parpadear 5 . Terribles angustias se apoderaron de m; crujidos de huesos, nuseas mortales y un horror del alma que no puede ser mayor en la hora de la muerte o del nacimiento. Luego, aquellos instantes de agona comenzaron a disminuir gradual y lentamente; volv en m como si hubiese salido de una grave enfermedad 6 .1 El palabricolaje que se presenta est compuesto de fragmentos tomados de distintas novelas que fueron llevadas al cine, y que ahora no slo son consideradas como clsicos de la literatura, sino tambin del gnero cinematogrfico. 2 John Cassavetes. 3 Giovanni Papini. 4 H.G. Wells, La Isla del doctor Moreau, Librodot, p. 3. 5 Thomas Harris, El silencio de los inocentes, Libro electrnico, p. 168. 6 Robert L. Stevenson, El extrao caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Ed. Mexicanos Unidos, p. 80.

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Ah, por qu no habr muerto! Nunca ha existido sobre la faz de la tierra una criatura ms absolutamente desdichada que yo. Por qu no pude hundirme, en aquel mismo instante, en los abismos del olvido y la nada? 7 Los picos de las montaas se estaban acercando; puntas rocosas iluminadas por la luna asomaban entre las sombras negras. Verano o no, el aire pareca muy fro. Cerr los ojos y se pregunt si sera capaz de seguir sostenindose as mucho ms8. La costa apareci vestida de palmeras. Se sostenan frente a la luz del sol o descansaban contra ella, y sus verdes plumas se alzaban ms de treinta en el aire[.] All, quiz a poco ms de un kilmetro, la blanca espuma saltaba sobre un arrecife de coral, y an ms all, el mar abierto era de un azul obscuro9. Supongo que es natural que nos hayamos despertado tarde, ya que ayer fue un da muy agitado, y esta noche no hemos descansado absolutamente nada 1 0 . Si pudiramos estar todos fuera de aqu. O si esto no fuera ms que un sueo que tengo[.] En ese preciso instante pensaba que jams en toda su vida se haba sentido tan desdichado. La mente y el cuerpo no eran ms que un largo escrito de dolor11. Existen algunos momentos y ocasiones extraas en este complejo y difcil asunto que llamamos vida, en que el hombre toma el universo entero por una broma pesada, aunque no pueda ver en ella gracia alguna y est totalmente persuadido de que la broma corre a expensas suya 1 2 . Pocos de nosotros no se han despertado antes del alba algunas veces, o despus de una de esas noches sin sueos que casi nos hacen enamorarnos de la muerte, o una de esas noches de terror y alegra deformada, cuando por las habitaciones del cerebro se arrastran fantasmas ms horribles que la realidad misma e impulsados por esa vida intensa que se esconde7 Mary Shelley, Frankenstein, Plaza & Jans Editores, p. 237. 8 J.R.R. Tolkien, El hobbit, Libro electrnico, p. 71. 9 Willian Golding, El seor de las moscas, Alianza Editorial, p. 12. 10 Bram Stoker, Drcula, Grupo Editorial Tomo, coleccin Los Pocket, p. 368. 11 Stephen King, El resplandor, Editorial De Bolsillo, 313-318 pp. 12 Herman Melville, Moby Dick, Libro electrnico, p. 162.

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Palabricolaje

en todo lo grotesco[.] Y, sin embargo, si hubiera sido una mera ilusin, qu terrible era pensar que la conciencia pudiera levantar esos fantasmas tan temerosos, y darles forma visible, y hacerles moverse delante de uno! 1 3 Ah, el horror! El horror! 1 4

13 Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, Edimat Libros, Obras Selectas, 128-185 0pp. 14 Joseph Conrad, El corazn de las tinieblas, Terramar Ediciones, p. 112.

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Sergey Hrapov, Quetzalcatl, 2012.

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Biblifilos

El material del que estn hechos nuestros sueosRamn Castro

Del futuro de nuestra biblioteca no podemos saber nada: si la malvendern nuestros descendientes o, si por el contrario, la conservarn con orgullo y con cario. Si perecer por el fuego, las inundaciones o el maltrato, o si desafiar, inmutable, el paso del tiempo. Lo nico que podemos hacer, en el breve lapso que dura nuestra vida, es asumir la responsabilidad de que aquello recibido de nuestros padres o adquirido con los aos, lo legaremos, a su vez, a nuestros hijos: recordar con humildad que, con respecto a los libros, no somos ms que sus compaeros de viaje y sus poseedores provisionales. Los libros contienen una amplia gama de materiales orgnicos (sustancias cuyo componente constante es el carbono) que incluyen el papel, las pieles, el pergamino, la madera, las telas, los adhesivos, etc. Dada la naturaleza de la composicin qumica de estos materiales, constituidos por un complejo de polmeros, estos envejecen y se deterioran hasta llegar a la ruptura de sus cadenas moleculares. Este fenmeno se llama despolimerizacin. La velocidad del deterioro depende de la estabilidad inherente al material, en combinacin con ciertas influencias externas, tales como el ambiente y las condiciones de uso y de almacenaje. Es difcil cambiar el carcter intrnseco de los materiales, pero se puede trabajar firmemente para controlar los factores externos que aceleran la degradacin, y retardarla. Los factores ambientales que aceleran el deterioro incluyen la temperatura, la humedad, la luz (natural y artificial), la contaminacin y los agentes biolgicos. Cada uno de estos factores, si no es controlado, puede provocar por s mismo afectaciones especficas, pero en combinacin pueden provocar daos irreversibles.35

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La higiene El polvo que inevitablemente tiende a acumularse sobre los libros contiene agentes que aceleran su destruccin (por ejemplo: esporas de hongos, microorganismos, partculas metlicas, grasas, etc.) Si este polvo llega a penetrar entre las hojas, producir su abrasin en forma de manchas y, a largo plazo, su destruccin. Esto hace necesaria una limpieza peridica del lugar de resguardo, as como de las estanteras y de los propios libros. Debemos para ello seguir una secuencia lgica: techos, paredes, aberturas y pisos. En primer trmino lo que est arriba, ya que siempre caer algo de polvo. Despus se limpian las estanteras (empezando, tambin, por la parte superior). Para limpiar los estantes se deben retirar los libros y examinar cuidadosamente cada repisa, identificando problemas como xido, clavos salientes, restos de insectos, rastros de humedad, etc. Despus se debe pasar una aspiradora con un sistema de filtro que retenga hasta el polvo ms fino para impedir que ste vuelva al ambiente. Despus se limpia cada libro, uno a uno, bien con la aspiradora (interponiendo algn tipo de malla plstica), bien con un trapo seco de algodn, pero nunca con un trapo hmedo ni con productos de limpieza. Por fin se devuelven los libros, en perfecto orden, a su lugar. Temperatura y humedad La temperatura debe ser estable y de aproximadamente 20 C. La humedad relativa debe situarse entre un 30% (mnimo) y un 50% (mximo). 20 C de temperatura ralentiza las reacciones qumicas dainas y, a la vez, resulta cmoda para trabajar. Respecto a la humedad, este intervalo impedir que los libros adquieran una rigidez perjudicial, y que no se aceleren las reacciones qumicas degradantes. Si estos parmetros no se pueden cumplir con exactitud, se debe intentar, al menos, que los libros no experimenten variaciones bruscas de humedad y temperatura, ya que continuas36

Biblifilos

dilataciones, contracciones y condensaciones de humedad, lo daaran de manera irremediable. Aunque dichos parmetros se pueden mantener estables por mtodos artificiales (aire acondicionado, humidificadores, deshumidificadores, etc.), ser aconsejable recurrir, por medio de ventanas abiertas, a una moderada corriente de aire y a una moderada entrada de luz solar. Los insectos Existen numerosas especies de insectos que se alimentan de libros como la polilla del tejido, la carcoma, el pececito de plata, la termita de madera seca, etc.; a pesar de ello debemos, en lo posible, evitar la presencia de txicos y venenos en la biblioteca. Ya que encierran graves peligros, tanto para el libro como para el lector. Con un control razonable de higiene, humedad y temperatura, podemos evitar que proliferen estos huspedes indeseables. Si es inevitable, podemos recurrir a los venenos (siempre asesorados por un experto), depositndolos en zcalos y aberturas y nunca directamente sobre los libros; en ningn caso se debe fumigar. Cuando el problema no se trate de insectos, sino de pequeos roedores, se debe clausurar todas las entradas y orificios usando mallas plsticas y cazarlos por medio de trampas mecnicas. El uso En lo posible debemos evitar, con conductas brbaras, aliarnos con la temperatura, la humedad, los insectos y los roedores para acelerar la destruccin del libro. De entrada, no es aconsejable beber, comer y fumar en la biblioteca. Un ligero descuido puede arruinar libros apreciados. Tampoco debemos leer el libro como si fuera nuestro enemigo, abrindolo hasta llegar a los 180 grados. Debemos respetar el ngulo de apertura que la encuadernacin permita37

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y no sobrepasarlo, bajo el riesgo de romperlo. Deben colocarse en las estanteras sin llegar a comprimirlos, de lo contrario, cada vez que saquemos uno, ste y los contiguos sufrirn deterioro; tampoco es conveniente arrastrarlos desde la parte superior del lomo, pues dicha parte acabar por romperse. Es mejor empujar hacia atrs los libros contiguos y tomar el elegido por el centro de las tapas, sin tocar el lomo. En ningn caso debemos fotocopiarlos, ya que al mantenerlos abiertos sobre la fotocopiadora daamos su estructura. Si todo lo anterior ha fallado Ante todo no hay que precipitarse. El camino del infierno est empedrado de buenas intenciones y ciertas restauraciones pueden resultar ms nefastas para el libro que todas las ratas del mundo. La peor de todas las reparaciones caseras es hacer uso de las cintas autoadhesivas para pegar hojas rotas, tapas sueltas o cuadernillos desprendidos, ya que el adhesivo se degrada en poco tiempo, haciendo que la cinta se desprenda y dejando en el papel una mancha oscura e indeleble. Tampoco debemos fiarnos de determinados encuadernadores, ya que estos supuestos, no harn sino guillotinar arbitrariamente los mrgenes, excluir las cubiertas originales y proporcionar nuevas y vulgares encuadernaciones que nos impedirn leer cmodamente el libro. Lo mejor, si el deterioro del libro se mantiene en los niveles aceptables, es hacerle una caja a medida, para mantenerlo operativo unos cuantos aos ms. Por otra parte, si creemos que el dao es realmente grave, debemos recurrir al consejo de profesionales.

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Palabracadabra termin de imprimirse en enero de 2012 en talleres Alantigua Artes del libro, Av. Jess Flores Magn 326, Col. Las Alamedas, C.P. 27110, Torren, Coah. Mxico. Este zine estuvo al cuidado de editorial Amanuense. Se tiraron 1000 ejemplares. Se utiliz la familia tipogrfica Caslon Pro para el texto, y la familia tipogrfica Calibri en los ttulos.

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