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Palabra de Acción Nacional

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Revista doctrinal y de pensamiento del Partido Acción Nacional

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Desde sus orígenes, Acción Nacional se impuso la difícil y noble tarea de ser una organización sustentada en el pensamiento y en la doctrina humanistas.

Es una de las razones por la cual, en 1987, Carlos Castillo Peraza se dio a la tarea de fundar la revista Palabra, una publicación doctrinaria e ideológica que buscaba “respon-der al deseo de muchos militantes y dirigentes, así como a la necesidad cada vez creciente de formación que los tiem-pos exigen y al imperativo democrático de participar en el debate nacional en múltiples ámbitos”.

Hoy con una nueva y renovada convicción, Palabra tiene una nueva dirección, retoma su formato original, renueva seu Consejo Editorial y busca responder, desde el Huma-nismo, a los nuevos retos y paradigmas que enfrenta el Partido Acción Nacional. No obstante, mantiene esa mis-ma tradición doctrinaria y de pensamiento que la ha ca-racterizado desde hace más de 25 años.

Esa reflexión de 1987 acerca de una necesidad creciente de formación y capacitación en la ética, se hace más urgente y necesaria por los tiempos que vivimos en México, en el Partido y también por ser una fuerza política que gobierna al país. Nos enfrentamos al gran dilema de retomar los orígenes de Acción Nacional y de llevar nuestra doctrina a la ciudadanía para demostrar que los gobiernos humanis-tas no sólo son capaces de portar un ideario sino, además, de traducir esas ideas en acciones que traigan beneficio para todos los mexicnaos.

PRESENTACIÓN

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Como panistas, además, es fundamental hacer del Huma-nismo una forma de vida, actuando desde la trinchera que nos correponda, en total congruencia con nuestros prin-cipios, ya que esta condición se vuelve preponderante al momento en que la sociedad evalúa y juzga nuestro papel en la vida pública de México.

Más allá de nuestras fronteras, por otra parte, el papel del pensamiento humanista ha resultado determinante para diversos países tanto de América del Sur como de Europa, y es en ese sentido que queremos compartir con los lecto-res de Palabra la experiencia de líderes de ambas regiones del orbe que, reunidos en el Comité Ejecutivo Nacional del PAN el pasado 7 de octubre, en el marco de la Conferencia de Líderes ODCA-IDC, fueron convocados por la Orga-nización Demócrata Cristiana de América, la Fundación Konrad Adenauer y la Secretaría de Relaciones Interna-cional de Acción Nacional para llevar a cabo un evento del que rescatamos las principales voces que ahí se dieron cita.

Conocer estos testimonios, ahondar en la reflexiones de personalidades de la talla de Eduardo Frei Ruíz-Tagle, Rocco Butiglione, Enrique San Miguel, Gutenberg Mar-tínez, Felipe Calderón y Gustavo Madero, así como des-cubrir que, frente a problemas de gran actualidad como la crisis europea, la pérdida de referentes morales o la falta de valores que asola al mundo, el Humanismo es una doc-trina vigente y que aporta respuestas valiosas; todo esto es, en resumen, un aliciente no sólo para seguir sobre la ruta elegida sino, además, para fortalecer el estudio y re-frendar el compromiso como Partido frente a la doctrina que nos abandera.

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De este modo, el PAN, bajo la dirigencia Gustavo Madero, nos ha dado la confianza y la encomienda de retomar el pensamiento humanista frente a una Nación polarizada entre lo humano y lo material, entre lo ético y lo técnico, donde debemos tomar la decisión de si queremos seguir en la vida democrática o regresar al autoritarismo y la simulación que distingue en muchas ocasiones a nuestros adversarios políticos.

En el primer número de Palabra, se menciona que esta publicación será el instrumento de reflexión y diálogo para dar a los panistas una forma de acercamiento al pensa-miento de los fundadores; hoy, además, queremos ser un puente con la sociedad y los críticos de nuestra filosofía, un instrumento de acercamiento al contexto internacional para seguir forjando la cultura e identidad panista y, como escribiera Castillo Peraza “ hacerse obra en nuestra vida personal, en nuestra acción social, económica y política, en síntesis una palabra que se cumple”

La presente edición debe mucho a la dedicación de Rodrigo Iván Cortés Jiménez, Secretario de Relaciones Internacio-nales que proporcionó los textos que conforman la sección Pensamiento; asimismo, quiero reconocer al Consejo edi-torial de Palabra, quien con ánimo y decisión impulsó la continuidad de una revista que, en la historia de Acción Nacional, forma parte ya de nuestra tradición.

Tomás Trueba GraciánDirector

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sta época, la que nos ha tocado vivir, nos presenta una situación compleja, llena de incertidumbres y de crisis, que en palabras de nuestro Premio Nobel de literatura, Octavio Paz, es un “tiempo nublado”, y vemos esas nubes en las crisis financieras y económi-cas, en las crisis de confianza y credibilidad respecto a la política,

los políticos, a los gobernantes.

Lo paradójico de la actual situación que vivimos es que coinciden dos hechos contrastantes:

1. Vivimos, por una parte, el mayor avance en desarrollo material y tecnoló-gico que haya experimentado la humanidad desde el neolítico.

2. Hemos alcanzado el mayor nivel de bienestar agregado para el género hu-mano, coexistiendo también con virulentas expresiones de desánimo colec-tivo y con la cara oscura de la vorágine globalizadora.

El sENTIdo humANodE lA aCCIÓN políTICA

Gustavo Madero Muñoz

Debido a la pérdida de referentes éticos y de valores en el mundo, el discurso del presidente de Acción Nacional, Gustavo Madero va dirigido para retomar el humanismo político como la mejor opción, poniendo como ejemplo a los principales actores de la reconstrucción europea así como a aquellos personajes que ayudaron a la consolidación de la democracia en América Latina. Subraya la importancia y el legado que el PAN con sus grandes personajes ha dejado, y de los logros alcanzados ya en el ejercicio del gobierno.

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Pareciera que esta intensa dinámica de desarrollo científico-tecnológico, que ha permitido, por una parte, el mayor acceso a la información, al conocimiento y a las comunicaciones, tuviera una contrapartida en la integración de actividades ilícitas y criminales como la trata de personas, el narcotráfico y el terrorismo.

Esta pérdida de referentes éticos y morales se provoca cuando se abandona el sentido humano de la acción política. Por esta razón, la defensa del humanismo político es hoy más necesaria y más vigente que nunca.

Por eso nuestro reto es hacer vigente, en las opciones políticas que represen-tamos, estos principios y estos referentes humanistas para propiciar el desarrollo humano, el desarrollo armónico y sustentable.

Es oportuno traer al presente la gran experiencia y legado que constituyeron los grandes baluartes de la Democracia Cristiana a mediados del siglo XX; persona-jes de la talla de Konrad Adenauer, Robert Schuman y Alcide de Gásperi, que ante una verdadera debacle continental, después de dos guerras mundiales, las peores que haya sufrido la humanidad en toda la historia, supieron enfrentar esa compleja situación de la mejor manera, con una actitud realmente constructiva y reconstruc-tiva, para superar así los tan nublados tiempos que les tocó vivir.

Estos políticos humanistas lograron combinar pensamiento y acción, se desta-caron por su integridad y liderazgo, y nos dieron muestra clara de que la demo-cracia puede funcionar para gestionar el bien común con base en principios que valoran y promueven a la persona y a la comunidad.

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No en balde se les considera padres de la Unión Europea y nosotros los contamos orgullosamente como los precurso-

res de nuestra Internacional Demócrata de Centro, que está cumpliendo precisamente en 2011, sus primeros 50 años, lo cual también es motivo de celebración el día de hoy con esta Reunión de Líderes.

Una pléyade de políticos como Eduardo Frei Montalva, Rafael Caldera, Arístides Calvani, junto con muchos otros,

han dejado no sólo testimonio personal sino que han apor-tado de manera fundamental a la mejora de la situación de

nuestros países y de nuestros continentes.

Con este nivel de personalidades del humanismo, fue funda-da, desde 1947, a la ODCA.

Destacados partidos y políticos, miembros de nuestra organi-zación, han enfrentado situaciones altamente complejas: desde

golpes de Estado y guerras civiles hasta dictaduras, logrando, a través de Complicados procesos de paz, restablecer armonía en zonas estratégicas de nuestro continente.

Acción Nacional, desde su fundación, estableció con claridad que el núcleo valórico y de principios que anima su quehacer es el Humanismo, y que centramos nuestro pensamiento y acción política en la defensa y promoción de la dignidad de la persona humana y en la gestión responsable del bien común.

Los fundadores y líderes que dieron forma y fondo al partido han sido des-tacados humanistas de la talla de Manuel Gómez Morin, Efraín González Luna, Luis Calderón Vega, Christlieb Ibarrola, Carlos Castillo Peraza, por mencionar sólo algunos.

Acción Nacional recorrió una larga marcha para, tras 60 años de lucha cívica desde la oposición, lograr la alternancia en el poder, tras siete décadas de lo que Vargas Llosa llamó la “dictadura perfecta”, dando un paso fundamental en el ca-mino de la transición democrática en nuestro país.

Desde la responsabilidad de ejercer la titularidad del Poder Ejecutivo, hemos te-nido que enfrentar retos enormes, no sólo por los lastres de décadas de gobiernos

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corruptos, que de manera irresponsable manejaron las finanzas públicas a su antojo, irresponsables, y que también fue la actitud donde se estableció, en com-plicidad con las autoridades en turno, un crimen organizado que ahora amena-za varios puntos geográficos del país; también ahora nos han tocado tiempos especialmente interesantes, con crisis financieras globales, crisis de seguridad internacional y hasta crisis de salud, que han tenido su origen dentro y fuera del país, y a las cuales hemos tenido que enfrentar de manera decidida, como lo está haciendo nuestro actual Presidente y al cual respaldamos de manera igualmente decidida.

En este esfuerzo de ejercer un gobierno responsable y humanista, hemos logra-do en México muy importantes logros para la mejora de la calidad de vida de las y de los mexicanos, entre los cuales podemos mencionar la cobertura universal de la educación básica y la cobertura universal de salud, con programas reconocidos a nivel internacional.

No podemos vivir en la nostalgia de glorias pasadas; si queremos tener fuerza de futuro, tenemos que hacer presente la valía del humanismo que nos distingue.

Compartimos la indignación, sí, pero no hay que quedarnos en ella; hay que denunciar lo que está mal, sí, pero no podemos quedarnos con dedos flamígeros que sólo acusan lo que no marcha bien.

No basta lograr pasar de las dictaduras y las dicta blandas a la transición: te-nemos que consolidar la democracia en todo nuestro Continente, lo cual debe de ir de la mano con una sociedad cada vez más incluyente, participativa, responsable y desarrollada.

Tenemos que ser constructores de instituciones que sean capaces de gobernar y de generar el bien común, real y concreto.

Los invito a recuperar el legado humanista que nos permita ser reconstructores y hacer vigente este humanismo ante los problemas que a nosotros nos ha tocado vivir.

Los convoco entonces a construir, con humanismo, un porvenir posible, como nuestro estimado Carlos Castillo Peraza solía recordarnos, y eso sólo se construye pasando de la indignación a la acción responsable, de la idea y el valor humanista a la política pública sustentable.

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o tengo que hablar de la perspectiva europea por la que pasa Europa, cuáles son los desafíos y las perspectivas de los partidos democráticos cristia-nos en Europa.

En Europa tenemos tres problemas. El primero es la crisis financiera; hubo un tiempo cuando los bancos tomaban el dinero de la gente y se lo da-ban a los empresarios para producir cosas, pagar salarios, comprar materias primas y obtener una

ganancia justa. En aquel tiempo, los bancos hacían un préstamo, ponían una reserva para cubrir la probabilidad de que ese préstamo era pagado.

El humANISmo, alTERNATIvAPARA lA cRISIS EuRoPEA

Rocco Butiglione

Rocco Butiglione nos transmite en su mensaje la actual perspectiva europea así como las crisis que la afectan y cómo deben afrontarse lo problemas desde una perspectiva humanista para poder lograr una reivindicación de la política y una recuperación de los valores occidentales en nuestros días. Butiglione es uno de los más destacados políticos de Italia, desempeñándose en la actualidad como vicepresidente de la Cámara de Diputados. Además de ser profesor de Filosofía y de Ciencia Política en la Universidad Libre San Pío V de Roma, es miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes y de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.

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Hoy en día, la nueva economía dice que no tenía mucho sentido darle dinero a los empresarios para que crearan puestos de trabajo: era mucho mejor hacer con-tratos delgados sobre el precio futuro de las materias primas o sobre la probabili-dad de que algún Estado pagara su deuda.

El resultado fue una gran especulativa de la economía mundial, además no hubo más preocupación de dar dinero a los que pueden restituirse de todas las maneras para vender las deudas que tienen la mala posibilidad de pago ante el público y otros bancos. Se intercambiaron las deudas malas y el resultado fue que algunos de los que pagaron, cuando comenzó una fase más difícil de la economía nadie sabía más cual era el valor real de su patrimonio, y eso conllevó a que nadie confiara en nadie.

Hemos vivido un día específico en que los bancos utilizaron dinero de otros e hicieron que perdiéramos la confianza; la economía de mercado es tema que des-embarca de la confianza, cuando no hay más confianza no hay más economía y hemos perdido movimientos de riesgo muy alto.

Pero esto no es lo más preocupante en Europa, aunque sean preocupantes, aun-que en Pitisburgh dijeron que iban a tener una vigilancia bancaria más atenta e iban a crear las condiciones para que esto no se repitiera, yo tengo la opinión de que no se ha hecho mucho, hay algunas propuestas buenas, como la transacción de tasas bancarias que yo propuse, al igual que un convenio en Hacienda.

La vigilancia es una colaboración que se está haciendo entre Europa y Estados Unidos y una autoridad Europea única o una vigilancia coordenada. La crisis fi-nanciera en Europa reveló la existencia de una crisis económica latente, o sea, una crisis de productividad; esto significa que la globalización ha dado la oportunidad a varios sectores pobres del mundon de trabajar y vivir mejor que antes.

Los pobres, para desarrollarse, tienen que estar fuera del mercado mundial y contar con sus propias fuerzas, donde los que se quedaban fuera del mercado mun-dial fueron aplastados; decía el presidente Mao, que en la vida nada es peor que ser quitados por el mercado mundial, o sea quedarse fuera del mercado mundial.

Después de la globalización, se han acercado a la economía mundial varios países pobres como China, India, Tailandia y muchos otros, y han venido creciendo como nunca antes en la historia del mundo. Incluso lo llamaría extraordinario.

También tenemos un problema de politización en nuestra economía. Por ejemplo, ahora en Europa ya no hay industria textil, ahora todo es importado desde China, nosotros hacemos cosas que los chinos no saben hacer ya que, no-sotros al enfocarnos a la tecnología, no atendemos la industria textil, necesitamos

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inversiones poderosas en el ámbito de la tecnología para así poder generar más puestos de trabajo en Europa.

Tenemos también la agenda de Lisboa. Los jefes de Estado de Europa se jun-taron en Lisboa para decir que Europa debería declarar que en 10 años sería la economía más desarrollada del mundo, y no se ha avanzado nada, porque hemos usado el método equivocado: era un método de coordinación abierta, en el cual hablábamos de que se deben hacer cosas, pero nadie controlaba que se llevaran a cabo. Necesitamos un método de coordinación cerrada, es decir, castigar a los que no cumplen con los compromisos.

Sólo así lograremos que se aumente el empleo en Europa, porque este es un problema dramático.

También tenemos el problema de las deudas. Al interior de Europa la deuda es tremenda y tiene dos caras: la primera es que los países más ricos acepten que los países pequeños garanticen en pagar sus deudas, debemos tener una política económica común.

Europa ha demostrado que sólo juntos se puede salir de las problemáticas; Benjamin Franklin lo dijo muy claro, o estamos todos juntos o nos matan a cada uno a la vuelta, y esto en Europa antes no lo entendíamos, pero parece que la gente lo está entendiendo, tenemos que dar un paso hacia adelante en la construcción de una nueva Europa.

Tenemos muchos problemas políticos, la derecha está en contra de la globaliza-ción y de Europa porque no entienden que Europa es lugar perfecto para manejar la globalización, y piensan que Europa es la causa de las dificultades que ellos pa-decen. Los que tienen un pobre conocimiento de esto no saben qué hacer.

Se les tiene que explicar que Europa significa paz. Hemos hecho una nueva Eu-ropa, el día de ayer cada Estado utilizaba materias para fines personales, así como los mercados con sus productos, lo que ha resultado en un militarismo.

Si nosotros le decimos a los chinos que tienen la posibilidad de entrar a nues-tros mercados el resultado puede ser que los chinos piensen que la única forma que existe para mejorar su economía es unirse a la guerra.

El último tema que también es una problemática en Europa es el tema jurídico de los movimientos de la derecha, en donde ponen a los europeos contra la globa-lización, y esto es algo impactante porque es una crisis moral.

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Tenemos una Europa en la que se está perdiendo el sentido de la persona hu-mana y se está perdiendo por causa de las crisis familiares, porque la persona nace en una familia, y la crisis de la familia amenaza la posibilidad de la educación de hombres que tengan esa dimensión interior físicamente y psicológicamente, y se tiene la tentación de pensar que en Europa no puede defender sus honores y su cristianidad.

Van surgiendo nuevas generaciones y hoy en día hay más gente que cree en Dios que hace 20 años; hay una conciencia cada vez más fuerte del fracaso de la secularización, o de la difusión de que la familia es la causa de una gran parte de los problemas sociales que tenemos.

Estamos en un tiempo de cambio y decisión, partidos humanistas y cristianos firmes en tiempo histórico en que nuestros valores están cuestionados en la socie-dad. Europa no es cristiana pero tampoco es no cristiana, Europa tiene que tomar la decisión de crecimiento, es un tiempo de o de conversión, por eso es un tiempo que se necesita de un testimonio cristiano y de uno político.

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UNA vISIÓNdEl humANISmo cRISTIANo

EN EuRoPA

Enrique San Miguel Pérez

También se contó con la presencia de uno de los principales pensadores del humanismo cristiano contemporáneo, el doctor Enrique San Miguel. En su discurso, busca mostrar las ventajas y las más grandes aportaciones de este pensamiento político al mundo contemporáneo, concretamente a Europa. En cinco puntos concretiza los logros del humanismo e invita a que en América Latina se lleven a cabo transformaciones y transiciones como las ocurridas en el Viejo Continente. San Miguel es Doctor en Historia y licenciado en Derecho. Ha sido profesor visitante en varias universidades fuera de España, profesor de Historia del Derecho en universidades fuera de España, profesor de Historia del Derecho en las universidades de Cantabria y Complutense de Madrid. En la actualidad es profesor titular de Historia del Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos.

“Y en la sociedad que hemos elegido, los hombres son igualesen derechos, solidarios como hermanos, libres como seres humanos

y responsables como ciudadanos”.1

1 Bayrou, F.: Au nom du Tiers État. Paris. 2006, p. 14.

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Una visión trascendenteGregorio Marañón decía que un maestro no se limitaba a transmitir el contenido racional de una disciplina, o la sabiduría que, más acá y más allá de esa racionalidad, cabía deducir de su formulación. Que un maestro transmitía, además de conocimiento y sabiduría, decencia. O lo que es lo mismo, integridad, rectitud y seriedad. Actitud, espíritu,

y estilo. Una identidad.

En los primeros días de 1953 Robert Schuman dejaba el ministerio de Asuntos Exteriores francés, un cese materializado el 8 de enero, en un París frío y som-brío, en medio de una tristeza serena. Quien había sido su último jefe de gabinete, Maurice Schumann, ya fuera del Quai D’Orsay, no vaciló en enviar una carta al padrino de su hija, a su maestro antes que su ministro, a quien “he amado como a otro padre”, y, al mismo tiempo, a quien consideraba, sobre todas las cosas “un modelo según Cristo y un hermano en Cristo”.1 Maurice Schumann, el ardiente locutor radiofónico y portavoz de la “Francia Libre” en Londres desde los mo-mentos más aciagos y más solitarios del gaullismo,2 el también futuro ministro de Exteriores del presidente Pompidou, siendo primeros ministros Chaban-Delmas y Messmer, establecía así una categoría de análisis que, creo firmemente, puede también adjudicarse a los líderes cristiano-demócratas latinoamericanos presentes en la Conferencia anual que la ODCA celebró en México D. F entre el 6 y el 7 de octubre de 2011: yo también les considero modelos y hermanos, porque les tengo por verdaderos maestros.

Y el proyecto del Humanismo Cristiano, en efecto, es necesariamente un pro-yecto de magisterio que, en esta hora de la historia, puede y debe ser un magisterio de justicia y de fraternidad. El senador Jorge Ocejo afirmaba muy recientemente, en julio de 2011, en Cartagena de Indias, que nuestros pueblos nos exigían “más equidad social”. Una equidad que ha de responder a una concepción integral de la condición humana. Porque cometeríamos un error dramático, como demócratas en cuanto cristianos, si limitáramos el afán de equidad al ámbito material, requisito necesario, pero no suficiente, del proyecto de sociedad y de civilización del amor, el perdón y la reconciliación.

En 2007, con motivo del cuadragésimo aniversario de la Populorum progressio, el cardenal Paul Poupard publicó un maravilloso libro en donde se fundían sus propias vivencias relativas a la gestación y publicación de la gran encíclica social de Pablo VI con su vigencia y proyección en nuestro siglo. Decía el cardenal nacido muy cerca de Angers que Pablo VI había conmocionado al mundo diciendo que “el 1 Sroth, F.: Robert Schuman 1886-1963. Du Lorrain des frontières au père de l’Europe. Paris. 2008, p. 446. La carta

es de una belleza escalofriante: “Je veux vous dire sans tarder ma gratitude et ma respectueuse affection. Vous m’avez instruit, vous m’avez formé, intellectuellement et moralement. Vous m’avez offert pendant dix-huit mois un exemple dont je me sentirai toujours à la fois indigne et pénétré”.

2 De Gaulle, C.: Mémoires de guerre. L’Appel 1940-1942. L’Unité 1942-1944. Le Salut 1944-1946. Paris. 1989, pp. 91 y ss. Cfr. igualmente CROZIER, B.: De Gaulle I. The warrior. London. 1973, pp. 19 y ss.

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nombre contemporáneo de la paz es el desarrollo”, pero que ahora esa paz no sólo debía basarse en el rechazo a los conflictos entre las naciones o entre las clases, los partidos, las culturas y las religiones: que era necesario combatir también contra la aniquilación intelectual de las conciencias.3

Desarrollo, equidad y justicia social dependen hoy, en efecto, como ayer y siem-pre, de la promoción de los principios de igualdad, mérito y capacidad, del talento, la valía, el afán de esfuerzo y de superación, la exigencia y la excelencia. Cuando la movilidad social y la circulación de todas las formas de liderazgo están abiertas a la presencia y participación del conjunto de las personas y de los segmentos sociales, el funcionamiento del sistema político responde a las expectativas de los ciudada-nos. Pero, en democracia, la exigencia cívica comienza en el territorio de las res-ponsabilidades personales. La ciudadanía exige el cumplimiento de un ineludible requisito: la involucración en los asuntos públicos. O, lo que es lo mismo: adquirir un pleno sentido del deber. Y de su cumplimiento sabiendo que, como recuerda Giulio Andreotti que decía siempre Alcide de Gasperi “el que cumple con su deber no debe utilizarlo como título de mérito”.4

El cumplimiento del deber cívico, por tanto, no constituye el umbral de satis-facción del servidor público que profesa un ideal de seguimiento de Jesucristo. Lorenzo Servitje, analizando la personalidad de Robert Schuman, destacaba su convicción de que la responsabilidad del político, de todo político, una responsabi-lidad que se convertía en deber esencial en el político en cuanto cristiano, era la de alcanzar una síntesis, “delicada, pero necesaria” entre “lo espiritual y lo profano”.5 La propuesta del Humanismo Cristiano se levanta sobre ambos pilares.

Porque el servidor público en cuanto cristiano no profesa cualquier modalidad de ciudadanía. Su identidad es profundamente secular, incardinada en su tiempo, comprometida y participativa. Pero también se encuentra instalada en la Eternidad En Diálogos de Carmelitas, la película de Bruckberger y Agostini que en 1960 llevó al cine la obra teatral de Georges Bernanos, y que narra la bárbara detención, simula-cro de juicio, y no menos despiadada ejecución de las monjas del Carmelo de Com-piègne durante el Terror revolucionario en Francia, el fiscal acusa a las procesadas de alta traición a la patria. La priora, interpretada por una maravillosa Alida Valli, rechaza la imputación, que en la Francia del Comité de Salud Pública está castiga-da con la pena de muerte, porque no pudieron traicionar quienes sólo se limitaron 3 Poupard, P.: Le développement des peuples. Entre souvenirs et espérance. Paris. 2008, p. 112.4 Andreotti, G.: De Gasperi. Palermo. 2006, p. 19.5 Servitje, L.: “Schuman. Un político cristino”, en ALONSO SÁNCHEZ, J.; GONZÁLEZ SCHMAL, R.; SERVITJE, L.;

Wagner, C.; Leoni, p.: Cinco cristianos en política. Efraín González Luna, Robert Schuman, Santo Tomás Moro, Konrad Adenauer, Alcides de Gasperi, pp. 61-72. México D. F. 2005, p. 71.

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a trabajar y a rezar tras los muros de su convento, pero también recuerda a quien se califica a sí mismo como “el guardián del alma de la República” que ellas per-tenecen, igualmente, a una patria celes-tial. La respuesta del fiscal no admite du-das: “os sobra una”. Y las monjas subirán al patíbulo, en la memorable escena final de la película, entonando el Veni creator spiritus.

Esta doble lealtad del cristiano, que tres años después de Diálogo de carmeli-tas, en la película de Otto Preminger El cardenal expone también el cardenal Ste-phen Fermoyle que interpreta Tom Tryon en su célebre discurso final, cuando en el comienzo de la II Guerra Mundial sostiene que los creyentes debemos fidelidad a Cristo pero también a la democracia, una obra humana, y como humana siempre perfectible expresión del proyecto cristiano de libertad, de justicia, y de fraternidad, pero una obra que traduce el mensaje emancipador de Jesús en la esfera pública como ninguna otra a lo largo de la historia, se encuentra en la base de la identidad del servidor público en cuanto cristiano.6 Una identidad que, en atención a su voca-ción de trascendencia, sólo puede perfeccionarse a través del obrar.

2. Una visión para la acciónQue la democracia es una realidad por definición “incompleta”, como decía Aldo Moro, equivale a entender la democracia también como una permanente invita-ción a su desarrollo, un escenario inagotable para la creatividad del hombre, y para la expresión del inconformismo y la insatisfacción que residen en la propia experiencia humana.

Esa óptica denota a los verdaderos estadistas, a los hombres que, como el pro-pio Moro, tendían a convertirse en árbitros y moderadores del conjunto del sistema político más que en representantes de una formación partidaria determinada.7 La Democracia Cristiana no se concibe como una organización cerrada, o un club que reserva celosamente el derecho de admisión o la emisión de sus propias ideas. Los valores de la Democracia Cristiana son valores de persona, comunidad, y Estado. Valores para este tiempo y para todos los tiempos. Valores para crecer compartiendo.6 Legrand, G.; Lourcelles, J.; Mardore, M.: Otto Preminger. Paris. 1993, pp. 44-45.7 Giovagnoli, A.: Il caso Moro. Una tragedia repubblicana. Bologna. 2005, p. 26.

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Por eso el proyecto del Humanismo Cristiano persigue, en primer lugar, más democracia. Más amplia, más participativa, más abierta, más generosa, más inte-gradora, más ambiciosa. En todos los ámbitos y, muy singularmente, en los de-rechos, las libertades, y las responsabilidades. A quienes mucho les ha sido dado mucho les será exigido, y el ciudadano del Estado de Derecho por el que apuesta la Democracia Cristiana es un ciudadano comprometido, activo, solidario y traba-jador, que exige de sus representantes y de sus instituciones la misma creencia y la misma dedicación. El mismo entusiasmo. En la clásica distinción de Jean-François Revel entre los hombres que ansían el poder sin acción, que él consideraba la ma-yoría, y los que optaban por la acción sin el poder, entre los que Revel situaba a Charles de Gaulle,8 la Democracia Cristiana es poder y es acción: es decir, sentido de la responsabilidad

Probablemente por eso el proyecto democrático emergió definitivamente después de la II Guerra Mundial. El primer siglo de experiencia democrática en Europa, signado al principio por las sucesivas revoluciones liberales, y después por la Era del colonialismo y del imperialismo, se resolvió en la Gran Guerra, y la consiguiente explosión de los discursos totalitarios, en todos los supuestos, el fascista, el nazi y el comunista, enemigos frontales del Humanismo Cristiano y, por ende de la propia democracia, una explosión totalitaria que desembocó en ese cataclismo llama-do II Guerra Mundial, en donde el pensamiento y el accionar político de los cristianos, comenzando por la propia Alemania, con el mensaje humanista de La Rosa Blanca, de los hermanos Sophie y Hans Scholl, Alexander Schmorell y Christoph Probst, y el comportamiento de figuras como el antiguo alcalde de Colonia, Konrad Adenauer, si situó a la vanguardia del combate resistente, con figuras como Gilbert Dru y Georges Bidault en Francia, y Giuseppe Dossetti y Paolo Emilio Taviani en Italia.9 Y si contem-pláramos ese combate contra toda forma dictatorial, monopartidista o totalitaria en América Latina en las últimas décadas, ya fuera en Chile, México o Cuba, nos encon-traríamos, de nuevo, como siempre, a los cristiano-demócratas militando activamente a favor del discurso del derecho y de las libertades.

La historia del Humanismo Cristiano es, desde el principio, una historia de sufrimiento, persecución, cárcel y tortura. Las primeras expresiones políticas del social-cristianismo en Europa a partir de 1919, como el Ppi italiano de Luigi Sturzo y Alcide de Gasperi, y el PDP francés de Georges Bidault y Francisque Gay, con re-sultados electorales desiguales, extraordinarios y propios de un partido de masas en Italia, modestos y propios de un partido de cuadros en Francia, adoptaron una matriz política “popular”, profundamente social-cristiana, convencida de la nece-sidad de ofrecer una respuesta organizada a las grandes organizaciones obreras. Pero no formaron parte de instancias ejecutivas salvo la brevísima experiencia del 8 Revel, J.-F.: Le style du general (1959) précédé de De la légende vivante au mythe postume (1988) Paris. 2008,

pp. 62 y ss.9 Scholl, I. (Ed.): Los panfletos de La Rosa Blanca. Barcelona. 2005, pp. 35 y ss. Cfr. también STEFFAHN , H.: Die

Weisse Rose. Hamburg. 1999, pp. 34 y ss., y MONTCLOS, X. de: Les chrétiens face au nazisme et au stalinisme. L’épreuve totalitaire, 1939-1945. Bruxelles. 1983, pp. 198 y ss.

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Ppi, a la que seguiría una frontal oposición al fascismo, el exilio de Luigi Sturzo, la proscripción del partido y consiguiente persecución de sus dirigentes y militantes, y el encarcelamiento de su último secretario, el joven Alcide de Gasperi.10

El hecho es que, cuando la madrugada del 1 de septiembre de 1939 estalló la II Guerra Mundial, menos de diez Estados democráticos subsistían en Europa.11 Es evidente que durante el primer siglo del Estado de Derecho, un siglo en donde la presencia política y partidaria del Humanismo Cristiano fue tardía, y en términos generales escasa, y se aplicaron planteamientos políticos no precisamente inspirados por el cristianismo o por la Doctrina Social de la Iglesia, la democracia fue muy débil, muy vulnerable, y casi sucumbió a la barbarie totalitaria. Hoy, casi tres cuartos de siglo después, los Estados democráticos europeos superan el medio centenar. ¿Puede adjudicarse ese mérito a la acción de gobierno de la Democracia Cristiana?

Honestamente, la irrupción de la propuesta cristiano-demócrata en los gran-des Estados continentales tras la contienda no fue una condición suficiente de la consolidación democrática en Europa a partir de 1945. Pero, sin duda, fue con-dición necesaria. Singularmente en los países que más habían padecido el azote totalitario, como Alemania, Italia y, durante la guerra, Francia, una guerra de la que habrían de salir como grandes héroes nacionales Charles de Gaulle, líder de la Francia Libre, y Georges Bidault, líder de la Resistencia, ambos denotados por su ideario social-cristiano.12 En todos los supuestos supuestos, además, los cris-tiano-demócratas hicieron frente a la amenaza stalinista, ya en forma de tanques soviéticos a cinco minutos de la frontera, como sucedía en Alemania, ya a través de partidos políticos de obediencia moscovita, como fueron el PCF y el PCI antes del surgimiento de personalidades como Georges Marchais y el siempre recordado Enrico Berlinguer.13

En una entrevista en el Tg1 de la RAI, el 29 de diciembre de 1977, en la última Navidad de su existencia, Aldo Moro fue preguntado acerca de un hipotético pacto futuro con el PCI. El presidente de la Dc respondió, según su costumbre, como un hombre de Estado, reconociendo lo que significaban los acuerdos políticos ante la presencia de “la diversidad y las divergencias que tienen pleno derecho a existir dentro de nuestro sistema”. Pero, a continuación, Moro explicó en qué consistía, se-gún su criterio, un acuerdo político: “en un punto de referencia constante en nues-tra vida”.14 Las conclusiones del diálogo político, del verdadero diálogo político, 10 Sturzo, L.: Il manuale del buon politico. A cura di Gabriele De Rosa. Milano. 1996, pp. y77 y ss. Vid. también Fanello

Marcucci, G.: Luigi Sturzo. Vita e battaglie per la libertà del fondatore del Partito popolare italiano. Milano. 2005, pp. 143 y ss.

11 San Miguel Pérez, E.: La civilización de los inconformistas. El ideal europeo en el pensamiento político y la acción institucional (1919-1949) Madrid. 2005, pp. 125-129.

12 MacRAE, D. Jr.: Parliament Parties and Society in France. 1946-1958. New York. 1967, pp. 100 y ss. ELGEY, G.: La République des Illusions. 1945-1951. Paris. 1993, pp. 142 y ss.

13 Galli, G.: Il decennio Moro-Berlinguer. Una rilettura attuale. Milano. 2006, pp. 24 y ss.14 Saita, F.: Aldo Moro politico, dalla Costituente a via Caetani, sviluppo e crisi del pensiero di uno statista. Roma.

2008, p. 61.

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no son circunstancias, no son hallazgos tácticos o ejercicios oportunistas. La cultura de la concordia se fundamenta en la primera de las cualidades políticas: la lealtad. Y la Democracia Cristiana no se conformó con liderar el cambio y consolidación del Estado de Derecho, sino que contribuyó decisivamente a la transformación demo-crática de una izquierda europea que, tras el final de la II Guerra Mundial, habría de permanecer durante demasiado tiempo anclada en los dogmas stalinistas. La Democracia Cristiana irradió el espíritu democrático hacia todas las direcciones del mapa partidario. A eso se le llama hacer política.

El liderazgo democristiano en los procesos de transición y consolidación de-mocrática era además, también, una expresión genuinamente popular, de masas, motivadora, atractiva, participativa, militante. La Democracia Cristiana no era una fuerza académica y elitista, y mucho menos una expresión oligárquica. La Demo-cracia Cristiana era la expresión de una sociedad que no tenía miedo a la inteligen-cia, es decir, que no tenía miedo a la creatividad y a la grandeza.15

Por eso, igualmente, las gigantescas movilizaciones que se produjeron en Eu-ropa central y oriental entre 1988 y 1990, y el consiguiente derrumbamiento del totalitarismo comunista, desembocaron en el triunfo en las urnas de formaciones como la Solidaridad de Lech Walesa y Tadeusz Mazowiecki en Polonia, el Foro Democrático Magiar de Joszef Antall en Hungría, o el propio Foro Cívico de Vaclav Havel, tan recientemente desaparecido, una fuerza democrática centrista, en gran medida cristiano-demócrata, en Checoslovaquia.16 Pero probablemente ningún re-sultado alberga la misma resonancia simbólica que el deparado por las primeras y últimas elecciones libres celebradas en la República Democrática Alemana el 18 de marzo de 1990, en donde la Democracia Cristiana de Lothar de Meiziére obtenía una extraordinaria victoria, después refrendada por el gran triunfo de Helmuth Kohl en las elecciones del 2 de diciembre de ese mismo año.17

En América Latina, por cierto, igual resultado ofrecen los procesos de transición y consolidación democrática en países como México y Chile, unos procesos cuyo li-derazgo fue confiado por los ciudadanos al PAN y al PDC, y a figuras como Vicente Fox, Felipe Calderón, Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle. En las coordenadas históricas más exigentes, por difíciles, por ásperas, por delicadas, por necesitadas de políticos con sentido de Estado, los ciudadanos, a ambos lados del Atlántico, optan por la acción prudente y firme, sosegada y positiva, plural e integradora, de la Democra-cia Cristiana. El documento El Nuevo Centro Humanista y Reformista aprobado el 31 de agosto de 2001 por la ODCA en Santiago de Chile, venía a ser un magnífico ex-ponente de ese ejercicio de responsabilidad institucional basado en la cultura de los 15 Mounier, E.: Mounier en Esprit. Madrid. 1997, p. 76: “La inteligencia está profundamente hecha para el servicio, pero

es indócil a la llamada del bienestar y la seguridad, no conoce más que la llamada de la creación y de la libertad espi-ritual. Este es su peligro como fuerza social y su grandeza. No se puede suprimir el peligro sin suprimir la grandeza”.

16 San Miguel Pérez, E.: El siglo de la Democracia Cristiana. Madrid. 2006, pp. 186 y ss.17 Weizsäcker, R. von: Drei Mal Stunde Null? 1949.1969.1989. Berlin. 2003, pp. 89 y ss., y Der Weg zur Einheit.

München. 2009, pp. 92 y ss.

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valores y de los principios. El documento, más de diez años después de su redacción, por cierto, puede hoy contemplarse como un gigantesco ejercicio de lucidez y, por to-dos los conceptos, como un ejercicio de análisis político absolutamente prefigurador.18

Pero la Democracia Cristiana propone una visión integral de la experiencia hu-mana y, por lo tanto, de las relaciones económicas y de trabajo. La democracia, decía Konrad Adenauer, “es más que una forma parlamentaria de gobierno”. Y el Huma-nismo Cristiano impulsó el tránsito de una democracia casi meramente formal a una democracia de los derechos y libertades, de la plenitud de la vida y de la dignidad humana. Así se entiende la concepción eminentemente social que se desprende de la contribución académica de los primeros catedráticos formados por Gemelli y Mon-tini en la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán.19 Una visión que, por social, persigue la libertad y el bienestar, y muy especialmente para los más débiles, los más enfermos, y los más vulnerables. Ludwig Erhard lo expresó de una forma extraordinariamente clara y convincente hace más de medio siglo. Y, para los demó-cratas en cuanto cristianos, sus palabras no han perdido un ápice de vigencia: “mi constante anhelo de dirigir todos los esfuerzos hacia el logro de una expansión que no ponga en peligro el sano fundamento de nuestra economía y nuestra moneda se alza precisamente sobre el convencimiento de poder garantizar de esta manera un nivel de vida adecuado y digno a todos aquellos que, sin propia culpa, por vejez, por enfermedad o por haber sido víctimas de dos guerras mundiales, no pueden partici-par directamente en el proceso de producción”. 20

Jacques Maritain mantenía que “las respuestas que la filosofía ofrece cuando piensa en el sufrimiento de los hombres no son suficientes”. 21 El filósofo parisino añadía que ni siquiera la historia podía completar esas respuestas porque se encon-traban instaladas en la Eternidad. Por eso, de este lado de la bóveda celeste, la polí-tica puede aportar algunas de las respuestas que nunca acierta a brindar la filosofía.

18 Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA): El Nuevo Centro Humanista y Reformista. Documento aprobado por el Consejo de ODCA. Santiago de Chile, 31 de agosto de 2001, p. 11: “...es indispensable introducir valores en lo que hacemos políticamente, ir más allá de lo contingente y superar toda visión limitadamente mate-rialista. Los valores son bienes públicos que merecen protección e invitan a la creatividad social para promoverlos: tales la libertad, la responsabilidad, la justicia, la solidaridad, y la paz”.

19 Fanfani, A.: Catolicismo y protestantismo en la génesis del capitalismo. Madrid. 1958, pp. 167 y 169: “La doctrina católica no divide la vida práctica en compartimentos estancos, sino que la idea de Dios y la concepción del hom-bre como una criatura que lucha para conseguir el premio eterno, penetran toda otra idea. El hombre es imaginado como realizador de un deber ser en todos los momentos de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte, pose-yendo para alcanzarlo la propia existencia y todas las cosas creadas. Dios es pensado siempre como glorificable por cualquier acción humana...

...La doctrina moral católica exige que realizada la primera selección de los medios según el fin inmediato, antes de servirse de ellos se realice la selección según los fines sucesivamente superiores... En este momento podrá comenzar la actividad lícita. Si yo, empresario, tengo que abastecer una fábrica con materias primas, intentaré ad-quirirlas según el criterio del coste económico mínimo; pero, como soy católico, deberé comprobar que el criterio económico no se halla en oposición con los fines extra-económicos y superiores a los económicos, por ejemplo, de naturaleza social... después, supuesto que se ha agotado la jerarquía de los fines mediatos, debo comprobar que aquel medio es racional para llegar a Dios; si así no sucediera, todavía deberé buscar otro y solamente después de hallado y adoptado habré puesto en marcha lícitamente mi actividad”.

20 Erhard, L.: Bienestar para todos. Barcelona. 1996, p. 26.21 Maritain, J.: La philosophie morale. Examen historique et critique des grands systèmes. Paris. 2009, p. 526.

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Por eso necesitamos la política. Por eso el cauce más natural de participación del ciudadano cristiano es el servicio público.

Y, en último término, una visión para la acción no es una visión para la radi-calidad estéril, para la afirmación irresponsable, para la propuesta demagógica. La acción política positiva y constructiva se encuentra, hoy, en la centralidad de las instituciones del Estado de Derecho. El verano de 1997 el entonces presidente del PAN y hoy presidente de México, Felipe Calderón, procedió a una magnífica delimitación de los principios característicos de ese espacio de centralidad que el Humanismo Cristiano representa con entera dignidad y convencimiento.22 Esos principios se traducen, por supuesto, en la adopción de una identidad y de unas actitudes sumamente singulares, que constituyen parte esencial de la historia y, casi, la leyenda de la Democracia Cristiana.

3. Una visión con estiloCuando hace casi treinta años, en 1984, Pie-tro Scoppola y Leopoldo Elia mantuvieron una larga entrevista con Giuseppe Lazzatti y Giuseppe Dossetti, dos de los más represen-tativos professorini de la Comisión consti-tucional italiana de 1946-1947, la legendaria “Comisión de los 65”, todavía supervivien-tes, resultó casi inevitable, entre cuatro cris-tiano-demócratas que, sin excepción, habían

dedicado gran parte de su existencia a la Universidad, que se planteara la cuestión de la preparación académica para el servicio público, de examinar los autores y pensadores que habían ejercicio un más profundo y efectivo magisterio en los años de formación de la conciencia política y cívica de los veteranos líderes.

Dossetti no vaciló en reconocer que no había conocido en profundidad la obra de Santo Tomás hasta después de la II Guerra Mundial. Si que había leído Prima-cía de lo espiritual y Humanismo Integral de Jacques Maritain, y esta última en francés tan pronto apareció, en 1936. Conocía también la obra de Rosmini, pero una sustancial porción del pensamiento social-cristiano de Entreguerras, dentro y fuera de Italia, le era desconocido. Pero, añadió con la sutil aspereza característica de “Benigno”, que si que existía una fuente inapreciable a la hora de explicar la confi-guración de su mentalidad política: su maestra fundamental había sido su madre. Y su madre, una vez que su hijo siguió creciendo intelectualmente, decidió seguir estudiando para compartir su desarrollo religioso y su desarrollo espiritual.23

22 Calderón Hinojosa, F.: Ganar el gobierno sin perder el partido 1996-1999. Informes y Mensajes de los Presidentes del PAN. Tomo 5. México D. F. 2002, p. “Un partido de centro en términos sociales, que refrenda la defensa de los valores fundamentales que le han dado razón y sentido, como la vida, la verdad, el respeto a las personas, el fortalecimiento de la familia; pero que al mismo tiempo refrenda entre esos valores los de la pluralidad, la libertad, la tolerancia y el respeto a los demás”.

23 Elia, L.; Scoppola, P.: A colloquio con Dossetti e Lazzatti. Intervista di Leopoldo Elia e Pietro Scoppola. Bologna. 2003, p. 23.

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La reflexión del gran líder cristiano-demócrata conserva hoy toda su validez, y en toda su identidad. Ni Maritain, ni siquiera Santo Tomás, pueden suplantar la significación central de la educación de la conciencia cristiana y cívica del ser humano por parte de su familia. Nada puede suplantar a un padre y a una madre. Nada puede ocupar la significación que la familia otorga a la columna vertebral del mensaje que porta consigo el servidor público en cuanto cristiano: la pertenencia al amor. Paul Ricoeur decía que “el mandato de amor es el amor mismo”. Es más: mantenía que el mandamiento que precede a toda ley “es la palabra que el amante dirige al amado: ¡Ámame!”.24 Una política que prescinda de la gratuidad en la mo-tivación y en su materialización, que ignore que no tiene el menor valor cualquier forma de empeño público que espere retribución o reconocimiento, será siempre una política condenada a la mediocridad, a la vulgaridad, y a la vaciedad. La polí-tica se habrá convertido, entonces, en un artículo más en el mercado, en un objeto sometido también a las leyes de la oferta y la demanda. La economía de mercado dará paso a la sociedad de mercado. Y en esa sociedad todo podrá comprarse y todo podrá venderse. La democracia, “la ley universal del amor” de Robert Schu-man, habrá entonces perdido toda su razón de ser.

La familia, en donde todo se da y se hace a cambio de nada, en donde los bienes se comparten, en donde la vida obedece a la maravillosa certeza de saber-se vivido, sigue siendo la mejor plasmación del ideal cristiano de existencia. Un ideal, por cierto, exigente. Y un ideal, sin duda, transformador. Desde luego, más transformador que los viejos dogmas totalitarios y los nuevos dogmas populistas. Y a esa nítida lógica familiar puede y debe obedecer la identidad política del líder humanista cristiano. La Democracia Cristiana puede y debe presentar una pro-puesta familiar, es decir, una propuesta cálida, de acogida, de cercanía, de accesibi-lidad, de sencillez, de genuina humanidad. La Democracia Cristiana se construye con personas, es decir, con todas las dimensiones de la persona. En circunstancias tan heroicas como durante su campaña presidencial de 1952, el venerable Efraín González Luna, uno de los fundadores del PAN, y candidato, ya planteaba en su discurso de Gómez Palacio, en el Estado de Durango, el 9 de marzo, la institución de la familia como un verdadero derecho.25

Con esta calidez familiar, la calidad del discurso cristiano-demócrata se sustan-cia en un conjunto de cualidades que resultan inseparables del estilo del humanis-mo de la razón práctica: la sencillez, la humildad, la accesibilidad, la austeridad, el rigor, la moderación, la templanza, la contención, el equilibrio... Y, cómo no: el convencimiento de que el gran instrumento para la transformación social, y la

24 Ricoeur, P.: Amor y justicia. Madrid. 2000, p. 18.25 Partido De Acción Nacional (PAN): Efraín González Luna. La campaña política. 1952. Tomo I. México D. F. 1998,

p. 206: “...tenemos derecho a formar una familia, a nuestros hijos, tenemos derecho y la sociedad es el medio natural para cumplir nuestro fin, para que alcancemos nuestro bien; tenemos derecho a gestionar un orden social humano que realmente nos respete y nos sirva... Tenemos todos estos derechos, pero como consecuencia de ser miembros de la sociedad y, antes que esto, como consecuencia y exigencia de nuestra naturaleza humana...”.

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creación de una sociedad más justa, es la educación. Que las claves de un sistema educativo en donde los únicos criterios de discernimiento son el esfuerzo, el mé-rito, la igualdad, la capacidad, el trabajo, el afán de superación, la exigencia y la excelencia, ofrecen pautas imprescindibles para el desenvolvimiento armónico de la acción política e institucional.

Las lecciones de la singular “Ilustración” cristiano-demócrata que impulsó el mítico Agostino Gemelli desde 1921 en la recién creada Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán, una institución que nacía apenas tres años después de la finalización de la contienda, en una Europa doliente fracturada, y amenazada por la expansión del totalitarismo, y nacía con una sola y nítida motivación, con claridad y concisión expresada por el propio Agostino Gemelli: “el mundo debe regresar a Dios”,26 son verdaderamente iluminadoras: la acción pública y política del Huma-nismo Cristiano exige una revisión, renovación y enriquecimiento permanente de sus reflexiones desde el análisis, de sus ideas, y de sus propuestas. Porque no se tra-ta de producir nuevos argumentos para obtener la victoria en sucesivas elecciones. Se trata de responder a una evidencia histórica: la necesidad de que la Democracia Cristiana disfrute de una presencia específica y sustantiva en la vida pública.

La creación de la Federación Universitaria Católica Italiana estableció el cauce para la canalización de las inquietudes de los jóvenes estudiantes. Pero la naciente FUCI fue conducida a una expresión magistral, probablemente irrepetible, pero con toda seguridad todavía útil e inspiradora, por el “Padre Battista”, Giovanni Battista Montini, quien se convirtió en el capellán y en el líder de la organización,27 y estableció su muy singular metodología de actuación: amistad en la acogida y en la integración de los nuevos miembros, desde la libertad y el respeto por las con-vicciones y creencias del otro; realización, para empezar, de un curso de filosofía fundamental, profundo y exigente, académico, científico, generador de profundos debates; amplitud en las lecturas y en la sensibilidad artística. Una vida espiritual intensa como fuente interior del accionar público.

Para quien habría de convertirse en el siempre recordado Papa Pablo VI, la ciencia, la creación, la cultura y la investigación estaban destinadas a convertirse en las mejores aliadas del cambio cristiano. Lo siguen siendo. Y sus planteamientos deparan todavía poderosísimas lecciones que habría de consolidar el magisterio de Juan Pablo II, muy seguidor del pensamiento de Pablo VI y, por lo tanto, de las ideas de Jacques Maritain, a quien Pablo VI consideró siempre un auténtico maes-tro, en el ámbito de la plena asimilación de los planteamientos democráticos a las directrices del mensaje evangélico.28

26 Tiraboschi, M.: Agostino Gemelli. Un figlio di San Francesco tra le sfide del Novecento. Città del Vaticano. 2007, p. 30.27 Ghirelli, A.: Democristiani. Storia di una classe politica dagli anni Trenta alla Seconda Repubblica. Milano 2004, pp.

21 y ss.28 Portier, P.: “Liberté et nature dans la pensée politique de Jean-Paul II”, en Baziou, J.-Y.; Blaquart, J.-L.; Bobineau,

O. (Dir.): Dieu et César, séparés pour coopérer?, pp. 85-101. Paris. 2010, pp. 88-89.

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La Democracia Cristiana establece pues, desde su propia génesis, una muy es-pecial relación con la Universidad. Profesores universitarios son Georges Bidault, François de Menthon o los hermanos Paul y Henri Costa-Floret en Francia. Docto-res, en Historia y en Química respectivamente, son Helmuth Kohl y Angela Mer-kel en Alemania. Y como los professorini, como los profesores entrañables por definición, se conocerá a Giuseppe Dossetti, Giuseppe Lazzatti, Aldo Moro, Amin-tore Fanfani, Giorgio La Pira... Universitarios eran los heroicos militantes de La Rosa Blanca, en la Universidad de Munich les detuvieron, y en la Universidad, en cualquier Universidad europea, se les debe recordar siempre, setenta años después de su ejecución bárbara. El último discípulo de Aldo Moro, Franco Tritti, habría de recibir el 9 de mayo de 1978 la llamada telefónica de la banda terrorista Brigadas Rojas en donde se comunicaba que el cadáver del gran estadista se encontraba en la Vía Caetani de Roma, en el maletero de un R-4 rojo. Para la Democracia Cristiana la Universidad es parte insustituible de su historia y de su identidad. Y siempre que su presencia universitaria ha sido potente, su posición política ha sido de liderazgo.

Esta Universidad de la “Ilustración” cristiano-demócrata es una Universidad al servicio de la sociedad, profundamente involucrada en las dinámicas sociales que suscita un mundo velozmente cambiante. No es una Universidad autocom-placiente, plácidamente instalada bajo una campana de cristal, o subida a una torre de marfil. El estilo del Humanismo Cristiano se fundamenta sobre el sentido del compromiso y de la responsabilidad. La afirmación de Mounier de que “la perso-na se pone a prueba por su compromiso” adquirirá su sentido pleno a lo largo del siglo XX. Paul-Ludwig Landsberg, nacido en Bonn, un amigo de Mounier, antiguo discípulo de Husserl y de Scheler, que habría de morir en el campo de concen-tración de Oranienburg a comienzos de la primavera de 1944, mantenía que el compromiso hacía posible la propia historicidad de la condición humana, porque equivalía a asumir de manera concreta la responsabilidad de participar en la crea-ción del futuro de los hombres. Que, en definitiva, la humanización del mundo no puede producirse más que a través de los propios hombres.29 Ésa es la tarea que los cristianos recibimos de Jesús, y si nosotros no hacemos la Historia, la Historia se hará contra nosotros.

En definitiva, como decía Mounier, la vocación “central” del hombre era la de “ser una Persona en situación de comprometerse libre y responsablemente y capaz de vivir una vida espiritual”. La persona debe, igualmente, buscar la comunión, es decir, personalismo y comunitarismo son, por definición, en la medida en que la comunidad es una persona compuesta por personas, términos inseparables. Por eso Mounier rechazaba el humanismo burgués como el rostro moderno de “todo lo que abominaba Cristo: tibieza, mediocridad, fariseísmo, insolencia de los ricos y

29 Petit, J.-F.: Petite vie d’Emmanuel Mounier. La sainteté d’un philosophe. Paris. 2008, p. 69. Vid. igualmente COQ, G.: Mounier. Le’engagement politique. Paris. 2008, pp. 55 y ss.

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dureza de corazón”.30 Toda una propuesta de vida y estilo. Toda una propuesta de identidad. Toda una propuesta enraizada en el pueblo.

4. Una visión popularLa credibilidad de nuestra opción depende, es evidente, de nuestra propia credibi-lidad. No puede exigirse sin dar, y no puede reclamarse ejemplaridad sin mostrar-la. Cuando demandamos un estilo sencillo, austero, denotado por la humildad y por la responsabilidad, necesitamos aplicar un genuino espíritu popular. Nosotros “no nos dirigimos al pueblo, porque somos el propio pueblo,” como dijo Marc Sangnier en el Congreso fundacional del Movimiento Republicano Popular, cele-brado el 25 y 26 de noviembre de 1944 en París, ante un auditorio entusiasta en el que se encontraban los líderes de la Resistencia y de la Francia libre: Maurice Schu-mann, André Colin, François de Menthon, Pierre-Henri Teitgen, Etienne Borne, Francisque Gay... Un auditorio al que reclamó una “revolución profunda y verda-dera” que habría de plasmarse en el histórico programa popular de las elecciones democráticas de 1945: “la revolución a través de la ley”.31

En eso radica la significación y la vigencia perenne del popularismo. Y, en este punto, con toda la humildad, pero también con toda la firmeza y con toda la au-toridad de un proyecto político que ha combatido toda forma de autoritarismo y de totalitarismo, a ambos lados del Océano Atlántico, y sigue haciéndolo, la De-mocracia Cristiana puede mirar directamente a los ojos de cualquiera. Y no recibir lecciones de quienes, llenándose la boca con alusiones recurrentes al pueblo, lo traicionan vilmente.

Ser popular significa reconocer, consolidar y potenciar la aplicación de los prin-cipios de igualdad, mérito y capacidad. Impulsar, potenciar, y facilitar el acceso del talento y de la valía a posiciones de responsabilidad pública y de acción política ejecutiva. Promover la circulación de élites y la movilidad social. Y hacerlo tanto en términos de clase como en términos territoriales. Hacer visible la aplicación del principio de subsidiaridad, de la acción política de proximidad y de cercanía, en ambas direcciones de un camino que aproxima los centros de decisión política a los ciudadanos, pero con el mismo énfasis convoca a los ciudadanos más capaces y más esforzados a hacerse cargo de esos centros de decisión, cualquiera que sea su origen. Y entregar el poder al pueblo para darle casa y pan. ¿Socialismo? ¿Marxismo? Como respondía siempre Giorgio La Pira cuando le reprochaban el sentido social y popu-lar de las políticas cristiano-demócratas: “esto no es marxismo ¡Es el evangelio!”.32

¿Afirmaciones retóricas? ¿Palabrería? ¿Cinismo bienpensante? ¿Buenismo? Konrad Adenauer venía de una familia de panaderos de la Renania católica recién 30 Mounier, E.: Mounier en Esprit..., pp. 18 y 25.31 Lefèvre, D.: Marc Sangnier. L’aventure du catholicisme social. Paris. 2009, pp. 229-230.32 La Pira, G.: I miei pensieri. Firenze. 2007, p. 54.

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incorporada a la Prusia luterana, y su padre era, en palabras de Hans-Peter Schwarz, un “funcionario de jerarquía media en la administración de justicia”; Alcide de Gasperi era hijo de un gendarme en el Trentino perteneciente a Austria-Hungría, y su hijo presentaría en 1898 un certificado de pobreza para obtener une beca de matrícula; Giorgio La Pira, nacido en Pozzallo, en el Sur de Sicilia, el hijo mayor de un capataz del marqués Tedeschi, se tenía por un “hombre anti-mundano”, y lo más suave que dijo de él Benedetto Croce es que su pensamiento y su manera de expresarse resultaban “pueriles”; Mario Scelba provenía de unos agricultores al servicio del barón Silvestri en Caltagirone, en la Sicilia profunda; Amintore Fanfani era huérfano de un padre abogado de Pieve Santo Stefano, una localidad próxima a Arezzo; Giuseppe Dossetti era hijo de un farmacéutico, Luigi, y de una diplomada en piano, Inés, que se trasladaron de su Génova natal a Bolonia; Giulio Andreotti, un hombre de la Roma más popular, es hijo de un maestro elemental que, además, le dejó huérfano cuando todavía no había cumplido los tres años. Andreotti, por cierto, sigue reuniendo a la familia cada domingo, y disfruta del descubrimiento de internet gracias a sus nietos; Helmuth Kohl, educado en el realismo y en la to-lerancia, quedó muy prematuramente huérfano en un Ludwigshafen ferozmente bombardeado que trataba de sobreponerse a una terrible posguerra, con su casa destruida ya desde 1940; Angela Merkel es hija de un pastor luterano...33

Las clases populares rurales y la clase media urbana profesional son los ám-bitos de donde proceden los líderes democristianos. Son ámbitos en donde cada ser humano es el arquitecto de su propio destino, espacios para el trabajo, para el sacrificio y para la responsabilidad. Espacios, siempre, para la esperanza. Es muy difícil encontrar grandes personalidades cristiano-demócratas procedentes de las populosas metrópolis europeas y, al mismo tiempo, de entornos sociales extrema-damente acomodados. Los cristiano-demócratas habitan en un espacio en donde, como decía Rafael Caldera, no existen ni el odio ni el egoísmo que el gran fundador de COPEI atribuía, alternativamente, al marxismo y al capitalismo.34

33 Para Adenauer, entre otras obras, vid. Schwarz, H.-P.: Adenauer (1876-1952) Del Imperio Alemán a la República Federal. Tomo I. Santiago de Chile. 2003, p. 68. Köhler, H.: Adenauer. Eine politische Biographie. Band 1. Berlin. 1997, pp. 27 y ss. Williams, C.: Adenauer. The Father of the New Germany. London. 2000, pp. 3 y ss.Para De Gasperi, cfr. Pombeni, P.: Il primo De Gasperi. La formazione di un leader politico. Bologna. 2007, pp. 31 y ss., y Trinchese, S.: L’altro De Gasperi. Un italiano nell’impero asburgico 1881-1918. Bari. 2006, pp. 3 y ss.Para La Pira, cfr. BIGI, R.: Il sindaco santo. La vita, le opere, i segreti di Giorgio La Pira. Milano. 2004, pp. 13 y ss., y Balducci, E.: Giorgio La Pira. Milano. 2008, pp. 10 y ss.Para Scelba, vid. Fanello Marcucci, G.: Scelba. Il ministro che si oppose al fascismo e al comunismo in nome della libertà. Milano. 2006, pp. 7 y ss.Para Fanfani, cfr. La Rusa, V.: Amintore Fanfani. Catanzaro. 2006, pp. 19 y ss.Para Dossetti, cfr. Galavotti, E.: Il giovane Dossetti. Gli anni della formazione 1913-1939. Bolonia. 2006, pp. 16 y ss.Para Andreotti, cfr. Franco, M.: Andreotti. La vita di un uomo politico, la storia di un’epoca. Milano. 2008, pp y Buongiorno, G.: “Vista da vicinissimo” en BARONE, M.; DI NOLFO, E. (A cura di): Giulio Andreotti. L’uomo, il catto-lico, lo statista, pp. 15-28. Catanzaro. 2010, pp. 18 y ss.Para Kohl, cfr. KOHL, H.: Ich wollte Deutschlands Einheit. Dargestellt von Kai Diekmann und Ralf Georg Reuth. Berlin, 2010, pp. 42-43, y Noack. H.-J.; Bickerich, W.: Helmut Kohl. Die Biographie. Berlín 2010, pp. 16 y ss. pp. 21 y ss.Y para Merkel, cfr. ROLL, E.: Die Kanzlerin. Angela Merkels Weg zu Macht. Berlin. 2009, pp. 21 y ss.

34 Caldera, R.: Especificidad de la Democracia Cristiana. Caracas. 1972, p. 83.

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Sería interesante, aunque no sea el objeto de esta contribución, aplicar los mis-mos criterios a las grandes personalidades de la Iglesia del siglo XX, estudiando los orígenes sociales y territoriales de sus más eminentes personalidades comenzando por San Pío X, terminando en Benedicto XVI y pasando por Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo I, y Juan Pablo II. Y también examinar el itinerario de teólogos como Henri de Lubac o Yves Congar, o las vivencias primigenias de pensadores como Emmanuel Mounier, Jean Lacroix, Max Scheler... Congar habría de recordar la tranquilidad de su infancia en Sedán, cómo sus abuelos nunca cono-cieron otro mecanismo de iluminación que no fuera la lámpara de aceite. Y, tam-bién, la costumbre de su madre de leer a sus hijos, todas las noches, después de hacer los deberes escolares, el Evangelio del día siguiente.35 La portentosa Iglesia católica que conocimos en el siglo XX y seguimos conociendo en el XXI, y muy especialmente la Iglesia de esa obra maravillosa que Dios quiso regalarnos a través de los hombres, de nuestros hermanos y maestros, que se llamó y se llama Concilio Vaticano II, es una Iglesia madre y maestra de una condición humana que, como recordaba Vaclav Havel en su último libro, comparte más que nunca el destino de Sísifo.36

La Democracia Cristiana hizo posible que, en la Europa de los Asquith, y los Bonham-Carter, y los Chamberlain, fuera posible que las personas distinguidas por su vocación, su talento, su valía, y su capacidad de trabajo, accedieran a las responsabilidades de gobierno sin que los medios materiales o el territorio de pro-cedencia se convirtieran en un obstáculo. La Democracia Cristiana hizo posible la gestación de una poderosa y sólida clase media, sabedora de la existencia de una verdadera igualdad de oportunidades, una clase media que garantiza la paz social y la estabilidad institucional, un fenómeno que habría de disfrutar de un reflejo fiel en la propia clase dirigente, y en la pluralidad de sus acentos y de sus proce-dencias, una pluralidad imprescindible en Estados, como los europeos, denotados por una diversidad cultural y lingüística que enriquece y suma, y que tiene todo el derecho de manifestarse en el ámbito político e institucional

La Democracia Cristiana no puede incurrir en el error, grave en el ámbito de las actitudes, impresentable en política, de convertirse en un club elitista, que imagina posible gobernar una gran sociedad democrática desde una ciudad, o desde algu-nos de sus restaurantes. La Democracia Cristiana no es una ideología de moqueta, sino una propuesta que recorre las calles, los campos, las fábricas, los mercados, las casas, y las aulas. Y con la cabeza muy alta.35 Congar, Y.: Diario de un teólogo (1946-1956) Madrid. 2004, p. 53.36 Havel, V.: Sea breve, por favor. Pensamientos y recuerdos. Barcelona. 2008, pp. 424-425: “...una magnífica batalla

por la expresión y la autoexpresión que ha acompañado toda la historia del ser humano... Está siempre esforzán-dose en atrapar al mundo y a sí mismo mediante las palabras, las imágenes o los actos; cuanto más lo consigue, más cuenta se da de que nunca llegará a expresar con plenitud ni el mundo, ni a sí mismo, ni ningún elemento del mundo. Pero aun así ha de seguir esforzándose más y más y de ese modo llegará a definirse mejor. Es el destino de Sísifo. No hay nada que hacer: el ser humano se lleva a la tumba toda la verdad sobre sí mismo; aunque tal vez alguien pueda llegar a conocerla: si no es Dios, al menos la memoria del ser”.

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Cuando se contempla la creación de partidos como la CDU alemana o la Dc italiana, con Adenauer y De Gasperi viajando por países devastados, escuchando las necesidades de sus conciudadanos, y construyendo auténticas formaciones de masas, con militantes y activistas que rebasan ampliamente el millón, en el caso italiano, cuando se celebró el I Congreso nacional de la DC en Roma, entre el 24 y el 27 de abril de 1946, apenas cinco semanas antes de las elecciones del 2 de junio, eran exactamente 1.054.000 militantes organizados en 7.171 secciones,37 y compiten con las organizaciones obreras en su capacidad y en su entusiasmo para ocupar la calle, puede constatarse que el horizonte de futuro del Humanismo Cristiano se encuentra, como ayer y como siempre, en medio del pueblo al que pertenecemos. Del pueblo que somos.

La responsabilidad del cristiano en la vida pública atiende a un triple compro-miso: con Dios, con nuestros propios hermanos, con nootros mismos.38 Nada malos auditorios. Los mejores, y por ese orden. Compromiso para la responsabilidad y para la ilusión. Compromiso para servir. Y, desde luego, compromiso para ganar. Es decir: para que ganen la persona, la familia, y la comunidad. Para que ganen nuestros conciudadanos. Para que ganen nuestros hermanos.

5. Una visión de servicio, una visión ganadoraPorque, finalmente, la Democracia Cristiana tiene una clara vocación de gobierno, es decir: quiere liderar la configuración de mayorías que pretenden, con toda ho-nestidad, asumir las responsabilidades ejecutivas. Sin renunciar a sus principios o a su voluntad de aportar, además de sus propuestas, su testimonio. Pero sin la me-nor voluntad de sucumbir a posiciones testimoniales, y a esa tentación de la irres-ponsabilidad que significa renunciar a la adopción de tareas de gobierno. Desde luego, con la voluntad de, como decía siempre Marc Sangnier, “ganar para nuestra causa a quienes no comparten nuestro espíritu, y ganarles con nuestra inteligencia, nuestro calor, y nuestra pasión”.39

El modelo de Estado social y democrático de Derecho que muy trabajosamente se afanan en sostener los Estados europeos, o el proyecto de construcción política europea por el que, con el mismo afán y determinación, pelean los grandes man-datarios de la Unión Europea, sabedores de que uno y otro son proyectos insepa-rables del más positivo y fecundo período de la historia hermosa, pero también muchas veces trágica, de Europa, son igualmente inexplicables sin constatar el li-derazgo de la Democracia Cristiana, en la Europa continental, desde el final de la II Guerra Mundial.

37 Galli, G.: I partiti politici italiani (1943-2004) Dalla Resistenza al Governo del Polo. Milano. 2004, p. 43.38 Petit, J.-F.: Comment croire encore en la politique? Petite défense de l’engagement. Montrouge. 2011, pp. 55 y ss.39 Lefèvre, D.: Marc Sangnier. L’aventure..., p. 230.

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Si se procediera a una hipotética síntesis de los resultados electorales de los Estados del Benelux, Alemania, Italia, y Austria, desde 1945, nos encontraríamos con que el Humanismo Cristiano se ha impuesto en más de dos terceras partes de los comicios celebrados. Y que fuerzas afines en Francia y en Gran Bretaña han disfrutado de unos resultados similares. La Democracia Cristiana es una fuerza ganadora de elecciones, y lo es sin rubor, sin falsas modestias o afectaciones, y sin complejos. El mensaje cristiano tiene, por definición, una pretensión universal. Por supuesto, como propuesta libre. Pero, también, como propuesta que quiere com-partir su motivación y su esperanza en la fraternidad humana, y en la construcción de la civilización del amor, del perdón, y de la reconciliación.

La Democracia Cristiana y sus propuestas, además, deben resultar perfecta-mente visibles. Las célebres palabras del joven Maurice Schumann, con sus legen-darias gafas, cuando se encuentra con el general de Gaulle en Londres en junio de 1940, unas palabras que publicitaría el duque de Castries el 20 de enero de 1975 con motivo de su discurso de recepción al ingreso de Schumann en la Academia francesa,40 disfrutan, felizmente desprovistas de su otrora bélica significación, de un contenido totalmente diferente para los cristiano-demócratas del siglo XXI a ambos lados del Atlántico: “no somos la retaguardia de un ejército en retirada, sino la vanguardia de un ejército que vendrá”.

Queremos una Democracia Cristiana ganadora. Y no sólo porque el gran Giu-lio Andreotti dijera que, en política, “el poder desgasta, sobre todo, cuando no se ejerce”. No se trata de una afirmación cínica. Entre otras razones, porque el poder no es un artículo mortífero, sino una herramienta al servicio de nuestros conciuda-danos, singularmente de los más débiles, y por todos los conceptos.

Si la propuesta de la Democracia Cristiana resulta tan atractiva es porque se atreve a internarse entre el cielo y la tierra, allí donde le decía Hamlet a Horacio que existían “cosas que ni tu filosofía alcanza a explicar”, allí donde un director cristiano como John Ford ubicaba al reverendo Gruffydd en ¡Qué verde era mi valle! quien defendía que su ocupación era todo cuando se interponía “entre el hombre y el espíritu de Dios”. El Humanismo Cristiano desafía a los discursos que, como dice el pensador mexicano Alejandro Landero, se instalan en el pesimismo, el escepticismo y el populismo para negar a los ciudadanos una gran política a la medida de la propia grandeza de la condición humana.41

40 Elgey, G.: La République des Illusions..., p. 157.41 Bogdanovich, P.: John Ford. Madrid. 1983, p. 83, LANUZA, A.: El hombre intranquilo. Mujer y maternidad en el

cine clásico americano. Madrid. 2011, pp. 227-228. Cfr. también VILLAPALOS, G.; SAN MIGUEL, E.: Cine para creer. Madrid. 2002, pp. 67 y ss.Vid. igualmente Landero Gutiérrez, A.: “El solidarismo en el siglo XXI”. Bien Común, Año XIV, Número 161, pp. 38-41. México D. F. Mayo 2008.

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Gutenberg Martínez mantiene, en la mejor tradición cristiano-demócrata, que es necesario un liderazgo en valores, porque deben encauzarse las aspiraciones hu-manas hacia metas trascendentes. Y, para eso, “vale la pena reivindicar la fuerza de valores, principios, ideas y conceptos que iluminen la política y su concreción”.42 Porque, para el demócrata en cuanto cristiano, el servicio público equivale a una creencia en el deber. Equivale a querer lo que se hace. Nada más difícil. Nada más noble.

¿Cómo seguir siendo ganadores? La irrupción formidable de la Democracia Cristiana como opción de gobierno en los más grandes Estados democráticos eu-ropeo-occidentales tras el final traumático de la II Guerra Mundial se produjo de la mano de un discurso adulto. Pero un discurso aliado con la cultura, la ciencia, la creación, y la investigación. De la mano de escritores cristianos como Georges Ber-nanos, François Mauriac, Paul Claudel o Heinrich Böll. De la mano de los directo-res neorrealistas italianos, de militantes cristianos como Vittorio de Sica y Roberto Rossellini, pero también de directores cristianos franceses como Robert Bresson. De la mano de filósofos como Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, Max Scheler, y Dieter von Hildebrand. La creencia se incardinó en la cultura, y el siglo de la Democracia Cristiana se convirtió, durante décadas, en una presencia nítida de la propuesta cristiana en la vida pública.

La música y la poesía conducían al San Francisco de Olivier Messiaen hacia el Señor, y colmaban la mundana ausencia de verdad con la Verdad plena que sólo Je-sús puede darnos.43 La música y la poesía, la creación y la investigación, la ciencia y la Universidad, siguen siendo manifestaciones imprescindibles en la configuración de la identidad del servidor público en cuanto cristiano en este comienzo de siglo y de milenio. Una tarea gigantesca. Es decir: ésa clase de tarea a la medida genuina de la Democracia Cristiana.

42 Martínez, G.: La Palabra y los Pensamientos. Santiago de Chile. 2007, p. 12. Del mismo autor vid. también Demo-cracia Cristiana. Cambio y reforma. Santiago de Chile. 1999, p. 200.

43 Messiaen, O.: Saint François d’Assise. Arnold Schönberg Chor. Halle Orchestra. Kent Nagano (Dir.) Hamburg. 1999, p. 157:Saint François: “Seigneur! Seigneur!Musique et Poésie m’ont conduit vers Toi: par image, par symbole, et par défaut de verité.Seigneur! Seigneur!Seigneur, illumine-moi de ta présence! Delivre-moi, enivre-moi, éblouis-moi pour toujours de ton excés de vérite...”.

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elebro que estemos reunidos aquí, para compartir ideas acerca de los desafíos de la humanidad, y la forma en que nuestras agrupaciones deben enfrentarlo.

Cuando surge esta pregunta provocadora, de que si tienen viabilidad, si tiene viabilidad nuestro pensamiento, nuestra doctrina, me vinieron a la mente innumerables res-puestas.

Primero. Son partidos ideológicos. Y creo que esta es una primerísima reflexión. Una gran aportación a un mundo que reclama referentes en pleno Siglo XXI, es que nosotros tenemos referentes. Nosotros tenemos referentes ideológicos. Nosotros te-nemos referentes filosóficos, doctrinarios. Podrán ser buenos o malos a juicio de los electores, podrán ser debida o indebidamente aplicados o en el ejercicio de Gobierno,

vIAbIlIdAd Y comPRomISo dEl humANISmo políTICo

Felipe Calderón Hinojosa

Para la conferencia de clausura contamos con la presencia del Presidente Calderón, quien habló de la gran importancia de los proyectos humanistas, su vigencia y trascendencia en el mundo. Nos recordó que ante escenarios políticos adversos, los partidos humanistas deben ofrecer una alternativa ante otras posturas que carecen de referentes políticos claros. Esto, en el marco del 65 aniversario de la Organización Demócrata Cristiana de América y los 50 años de la Internacional Demócrata de Centro.

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o en la práctica personal y política de los partidos, pero son, a final de cuentas, principios universales.

Segundo. A qué cosas nos hemos enfrentado, además, si nos hemos enfrentado a los autoritarismos, a las dictaduras, a las “dictablandas”, a las dictaduras perfec-tas, a las imperfectas. En fin. A todo lo que vivimos en el siglo pasado.

Ha sido, por una cuestión medular, también, definitoria de nuestro humanis-mo, y que es que somos partidos demócratas. Somos partidos democráticos, y no afirmamos a la democracia simplemente desde un punto de vista teórico, sino de que partimos de la premisa de la persona; que el ser humano es persona libre, es un sujeto ético, es un sujeto social que es responsable ante sí mismo y ante los demás.

Tiene deberes y tiene derechos propios de su naturaleza. Y qué es la libertad humana, derivada de esa dignidad en la que creemos, no puede ser constreñida arbitrariamente por el Estado, y no puede ser acotada, ni puede tener otros límites jurídicos que los que imponga el derecho de los demás, el interés nacional, y del bien común, que está mucho más allá del mero respeto al interés de otros.

Por eso, hemos sido opciones ideológicas, las del humanismo, democráticas. Y eso es fundamental en un mundo que no acaba de definir la democracia verdade-ramente.

Algo nos pasó en América Latina a final del siglo XX. Finalmente, todos los países, por lo menos los continentales, fuimos llegando, más o menos, a la vida democrática. Y creo que, en el momento en que llegamos a la vida democrática, a la alternancia en México, que fue, digamos, la prueba de fuego para ello, quizá supusimos que la democracia había llegado para quedarse.

Entonces, en la democracia resulta que, efectivamente, vienen los problemas del arribo democrático. Y algo todavía peor, vienen, también, las amenazas de regresión autoritaria, presentes con distintos matices en nuestra América Latina, pero bien presentes, mucho más que antes.

De hecho, la formación de regímenes autoritarios o semiautoritarios, es decir, regímenes que inician cancelando garantías, cerrando medios de comunicación, en-carcelando a opositores; son regímenes que crecen arrolladoramente a nuestra vista.

Y quizá, una de las grandes reflexiones que debemos hacernos, es la aportación doctrinaria del humanismo político como humanismo democrático, que tiene no sólo viabilidad sino una misión que cumplir en este Continente, que es, precisa-mente, preservar la democracia y los derechos humanos en nuestras sociedades y en nuestras regiones.

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El compromiso del humanismo político es absolutamente viable, y no me atre-vo a decir sólo viable, digo es la mejor opción política, para México y para toda América Latina.

Me atrevería a decir, también, que ante la falta de partidos ideológicos, es inclu-so, la única opción viable en muchos países.

¿Por qué razón?

Porque sí vemos, en el espectro de la competencia electoral, el surgimiento de nombres, de membretes, de logos, de candidaturas personales, de los caudillismos que tanto nos costó trabajo vencer aquí en México y en toda América Latina, que no representan ni ideologías, ni referentes, ni opciones de fondo. Representan eso: nombres, intereses, caudillismos y logos, pero no necesariamente opciones políticas.

¿Cuáles serán, entonces, los retos del humanismo político a futuro?

Terminaré mi intervención, quizá, mencionando dos o tres:

El primer reto y, quizá el más importante, es el de la congruencia.

Si somos un partido de principios y valores. Si somos una organización que profesa principios y valores. Es muy difícil que si nosotros no llevamos a la práctica tales principios y valores, en las políticas públicas, en la vida misma de los partidos e, incluso, me atrevería a decir, hasta en la vida personal, por lo menos la pública, es muy difícil, que nuestras opciones tengan sentido para nadie en la arena electoral.

Segundo. Debe ser el valor de la eficacia. Creo que tenemos que sí, retomar una y otra vez la afirmación de nuestros principios en abstracto, pero lo verdaderamen-te complejo es aplicarlas en concreto. Y ahí es donde se modela, verdaderamente, la validez de las afirmaciones.

Aplicar los principios en abstracto, las situaciones complejas en concreto, es harto difícil. Qué más quisiéramos, amigas y amigos, poder resolver siempre entre dos opciones buenas, o resolver entre una buena y una mala. Ahí no hay posibili-dad de extraviarse. No hay ningún conflicto.

Pero la ética de la responsabilidad nos obliga, a los gobiernos humanistas, a resolver, las más de las veces, entre dos opciones no necesariamente buenas, o por lo menos, no percibidas como buenas.

Tú qué haces como gobernante. O ajustas las finanzas públicas en un momento de riesgo, es decir, elevas ingresos públicos y reduces gastos públicos, o bien, dejas abierto el déficit y entonces más tarde, probablemente, tengas una crisis mucho mayor.

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Las dos cosas pueden representar afectaciones para la gente, el elevar los ingre-sos públicos va a afectar, además, una gran molestia para los contribuyentes, pero el padecer otra crisis, el reventar al país, es un mal absolutamente mayor que en términos éticos tiene que evitarse.

Otro punto. Tenemos no sólo que ser eficaces sino tenemos también que ser ca-paces de traducir nuestros principios a los tiempos que tenemos, que son tiempos seculares, es decir, el siglo XXI es un momento secular, no lo podemos olvidar ni ignorar.

Y creo que en el PAN, afortunada-mente nuestros fundadores supieron resolver ese dilema a tiempo, incluso, antes que otros partidos.

¿Por qué razón?

Porque el hostigamiento mismo que había en México a las denomi-naciones religiosas y la convicción misma de nuestros fundadores, de Gómez Morin, fundamentalmente, de Christlieb, hizo que el partido se-parara perfecta y nítidamente desde el principio la religión y la política, el Estado y la Iglesia.

Y, por eso, el nuestro fue siempre humanismo político. Un dilema que resolvió bien la ODCA, por cierto, bajo la presidencia de Gutenberg Martínez, aquí presen-te, cuando la ODCA hizo como optativa su propia denominación, la Organización Demócrata Cristiana u Organización Demócrata de Centro.

Y eso, amigas y amigos, nos permite dar ese salto fundamental para nuestros partidos, que es, sin abandonar nuestros principios y valores, sí poder traducir en una política laica, en una política y una propuesta secular, lo que creemos y por lo que luchamos. Particularmente, en un siglo donde las nuevas generaciones, los miles o cientos de millones de jóvenes que buscan opciones políticas, tienen más referentes, precisamente, en el mundo secular que hoy vivimos.

Esa necesaria traducción a lo secular. Esa necesaria traducción o separación, es el reto, un reto fundamental: ¿Cómo traducir para los jóvenes de hoy lo que cree-mos, y los valores por los que luchamos?

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Se puede, y no sólo se puede, sino que se debe hacer. Respetando la creencia o la no creencia, cada vez mayor, por cierto, en esas nuevas generaciones. Entendien-do, precisamente, los límites de religión y política, separando nítidamente, perfec-tamente, política y Estado.

Por eso, las opciones del humanismo cristiano en América Latina, traducidas en opciones de humanismo de centro o humanismo político, como la llamamos en México, deben ser opciones de futuro, no del pasado.

Y en esa lógica, debemos ver cómo poder construir propuestas sólidas de nues-tros valores en una sociedad secularizada. Por ejemplo, la defensa de la vida o la defensa de la familia principios irrenunciables de nuestros entramados ideológi-cos, cómo traducirlos y cómo hacerlos entender en una sociedad que hoy tiene una multiplicidad de factores de información y de presión.

Quiero decirles que el Partido Acción Nacional es un partido que ha profesado el humanismo político y de eso, como militante, me enorgullezco, pero también creo que ha llegado la hora en que los partidos de América Latina y del mundo seamos capaces de luchar por los mismos ideales, de defender nuestros principios.

Hay alguna amenaza a la democracia en nuestra región. Ha llegado la hora de hacer valer lo que vale la democracia y los derechos humanos. Hay alguna amena-za sobre nuestros pueblos que exacerba la miseria en la que viven todavía millones de nuestros compatriotas, hay que hacer valer desde la ética de la responsabilidad políticas públicas viables.

Hay esta confusión y desesperanza entre los electorados, entre los jóvenes, especialmente, que no aciertan exactamente cuál es la opción política que vale; hagamos valer el peso de nuestra propia viabilidad y seamos lo suficientemente talentosos para traducir, de manera atractiva, lo que pensamos y lo que queremos.

Hagamos de nuestro tiempo, precisamente, el tiempo por venir, un tiempo de renovación y de fuerza de la Organización Demócrata de Centro en América Latina.

Sé que se puede. Sé que tenemos los activos y la fortaleza necesaria, la expe-riencia, los principios, los valores. Y desde ese compromiso con nuestra América Latina, vayamos adelante a hacerlo realidad y a escribir nuevas páginas de gloria, de fuerza y de organización, de la Organización Demócrata de Centro.

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uisiera agradecer la acogida que hemos tenido, en primer lugar, por parte del presidente anoche; por el PAN en la organización de estos seminarios y la oportunidad de debatir, pensar el momento en el que vivimos con incertidumbres, que vivimos centrados en la realidad del día, en coyuntura política, tener la posibilidad de contar con unos ins-tantes, a pesar de que somos y que hemos sido en nuestra historia en América Latina y que queremos seguir representando en el futuro.

Sin duda, hay algunas ideas que han traspasado nuestros debates en las presen-taciones que se han hecho. La primera, tomar constancia de la crisis de la política, de los políticos y de las instituciones democráticas; es frustrante muchas veces ver cómo los servidores públicos aparecemos en los últimos lugares de las encuestas de la opinión pública, los partidos están desacreditados, los parlamentos están desacre-ditados.

El humANISmo, coNSTRuCToR dE soCIEdAdES máS juSTAS

Eduardo Frei Ruíz-Tagle

Eduardo Frei Ruíz-Tagle estuvo también presente en el marco de la Reunión de Líderes ODCA-IDC. Frei es ex presidente de Chile y actualmente Senador del mismo país. Además es uno de los principales exponentes de la democracia cristiana en América, y su presidencia será recordada por la filosofía personalista, comunitarita, profundamente cristiana pero tolerante en la que se consideró a la persona como centro de la democracia.

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Hoy en día, muchas veces en el mundo, hay un alto número de indignados que dicen que se vayan todos, y eso requiere de un esfuerzo especial para proyectarse en un fu-turo, escuchar a los ciudadanos, darles una vida a nuestros partidos y ser capaces de sustentar las realidades del siglo que nos toca vivir.

Sin partidos ni parlamentos no hay democracia, y por eso es decisivo que lo que hemos hablado y pensado aquí sea parte del trabajo cotidiano de la política, que seamos capaces de ser creíbles ante los ciudadanos, y la única manera de ser creíbles es ser consecuentes, verdaderos y coherentes, esto es lo que decimos, actuamos y lo que es-cribimos todos los días, esto es lo más difícil en política y mantenerlo a lo largo de los años para que vayamos reve-lando la importancia que esto tiene.

Lo segundo que quiero destacar es que cuando hemos tenido la responsabilidad de asumir la conducción de nues-tros países, hemos actuado con criterio de Estado, actuado buscando el interés nacional, sin populismos como tantos

otros de nuestros colegas en América Latina; lo hemos hecho sin pensar que nuestros gobiernos son fundacionales, sino que cuando asumimos el poder, tenemos el peso de la historia con sus virtudes, defectos, anomalías y con los desafíos que cada uno asume, y lo digo responsablemente no a los comunistas, más bien a aquellos que en América Latina andan diciendo que son los fundadores de la República, que vienen a darnos lecciones de lo que hay que hacer y construir, y que han conducido a sus países a la pobreza y a la miseria.

Ellos son los que han sido lección hoy día, los humanistas y demócratas cristia-nos, cuando hemos asumido la responsabilidad del poder, hemos entregado nuestro país en mejores condiciones de las que lo recibimos y por eso, yo creo que ustedes se suman y es también un ejemplo en ese sentido.

Lo que hacemos hoy en día es pensar en el futuro. Son más de 60 años que un grupo de latinoamericanos fundó la ODCA, que lucharon por la justicia social, que nacieron en un momento en que se luchaba con los totalitarismos, nazismos y fas-cismos; nuestros partidos en América Latina se crearon y maduraron en las luchas contra las dictaduras y allí demostraron siempre su compromiso con los derechos humanos, su compromiso con la dignidad de la persona humana y eso es un conven-cimiento y una realidad que ha sido parte de la historia de nuestras luchas.

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Eso que fundaron nuestros partidos hasta el día de hoy nos da una lección de compromiso, de coherencia, de humildad, de entender lo que es el servicio público y la política, la más ancha de la acción de la calidad humana.

Por eso nosotros tenemos que refrendar nuestros compromisos, tenemos que re-vitalizar nuestros partidos y mostrarle a nuestras sociedades nuestras convicciones y valores; el primer ejemplo lo tenemos que dar nosotros, tenemos representación po-pular, tenemos responsabilidad de Estado y tenemos que asumir esta realidad para que el día de mañana nuestros valores y principios sean escuchados por nuestras sociedades y seamos capaces de construir, en este complejo escenario del siglo XXI, sociedades más justas y humanas, donde el centro de todo sea la persona humana y su dignidad. Por eso estamos aquí para reafirmar lo que somos y lo que hemos sido.

El Presidente Frei durante 60 años trabajó en la vida política. Su recuerdo es im-borrable porque tuvo consecuencias y coherencias, nunca falló ni en sus dichos ni en sus acciones en esos 60 años y ese recuerdo, ese camino, esa línea, es la que hemos seguido y lo vamos a seguir haciendo porque estamos convencidos que en nuestra América Latina, nuestra visión humanística y cristiana, nuestros valores, principios y realidad, el concepto de familia, es lo que nos hará más libres, nos permitirá cons-truir sociedades más justas y nos permitirá, en definitiva, construir un futuro mejor para nuestras sociedades.

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i tuviera que definir cuáles son los cinco desafíos contemporáneos más fuertes que cuestionan o que interpelan a nuestra política, la de los gobiernos humanistas cristianos, en primer lugar está la desigualdad.

Lo peor en política es cuando la política va atrás de los temas de los que se hace cargo la política. Y un problema objetivo, parte de nuestra realidad, es que la desigualdad, mejor planteado como

inequidad, es un fenómeno regional y mundial creciente.

El humANISmo:PoR uNA políTICA

dE coNTENIdo,vAloR Y ESPíRITu

Gutenberg Martínez

Los retos de una sociedad donde la globalización ha llevado a la pérdida de referentes éticos son un llamado para la doctrina humanista, que tiene en este sentido un papel preponderante para responder a las necesidades del siglo XXI. Gutenberg Martínez, ex presidente de ODCA, enumera tanto los desafíos como las respuestas que debe formular un Humanismo que, desde la política, esté a la altura de las grandes demandas ciudadanas en el nivel local y a escala global.

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El segundo gran desafío contemporáneo es la desmoralización de la política: la conocemos todos, la sufrimos todos, la vivimos todos.

En tercer lugar, esta globalización que nos ha abierto muchas oportunidades y muchos progresos, pero que sin duda la podemos calificar como una globalización desbocada.

En cuarto lugar, vivimos una política local sin poder y un poder global sin po-lítica. Hay una globalización debocada que requiere ser encauzada.

Y en quinto lugar, una pérdida de sentido de la economía, una economía sin reglas, una suerte de anarco-capitalismo o más bien de un capitalismo caníbal.

Frente a estos desafíos, en ODCA usábamos la terminología de la moderniza-ción y la renovación. Tenemos riqueza de principios y de valores, pero tenemos que entender que este conjunto de desafíos son muchos más de contenido y de fondo, y que implican un ejercicio de creación y definición de pensamiento político para este tiempo que nos exige a nosotros.

Una política con nuevos objetivos, con una concepción de largo plazo, que re-chace el cortoplacismo, que salga a la cotidianidad y deje la mera administración doméstica-colectiva.

Algunas líneas de respuesta: no podemos quedarnos en la terminología de la centralidad de la persona humana. Ese concepto tiene que ser más profundizado, y ya está desarrollado: Rodrigo Guerra en México lo hizo muy bien, asumiendo esos escritos de Juan Pablo II respecto de ese principio de la norma personalista de la acción.

Entender que como antaño, no tan sólo interesa el problema de manera mate-rial: hay una pobreza de satisfacción; hay que reponer el concepto de bien común por sobre el interés general; hay que asumir el que existe un concepto de persona humana que supone dos elementos: el del individuo que es único e irrepetible, y de la alteridad en la relación con otro, y que hay una legítima demanda de indi-viduación, que no es individualismo, y a la cual también tenemos que responder.

Hay también que repotenciar la comunidad frente al duopolio Estado-Mer-cado, y tenemos que reponer a la comunidad como tercer poder y alcanzar una trilogía virtuosa Estado-Mercado-Comunidad.

Hay una conceptualización que nos transformó al ciudadano en un cliente, en un ciudadano que es poseedor de todos los derechos pero que cada vez tiene menos obligaciones. Necesitamos reponer la virtud cívica, el humanismo cívico, democracia con ciudadanos y no democracia sin ciudadanos.

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Y lo más fundamental: reponer una visión comunitaria del mundo con el exi-gencia de una gobernanza global, de un derecho global, por una reconceptualiza-ción de los derechos humanos a la luz de este mundo.

Y en una decisión macro, en relación a colocar la construcción de una economía social de mercado a nivel mundial.

Creo que ahí hay un conjunto de tareas en las que he tratado de mezclar los valores y desafíos junto con otra cuestión con la cual quiero finalizar: una política con estética propia. Una política en la que existan aquellas cosas que hemos ido perdiendo: recuperar una política en que existan cercanía, sencillez, seriedad, aus-teridad, responsabilidad.

Tengo la sensación que los desvaíos y las demandas son esas. Y también creo que si no hay respuesta del humanismo y que nos atrevamos a diferenciarnos de lo que nos debemos diferenciar, en que no desliguemos de quienes entienden la economía como una mera cuestión financiera que no valora lo productivo y menos la persona o el trabajo, entonces pueden volver las viejas polarizaciones y los bien conocidos populismos.

Desde nuestro centro debemos atrevernos a crear y a articular nuestras nuevas respuestas. Como dijera y recordara tantas veces Carlos Abascal, con esos funda-mentos éticos de la política; como nos enseñara Clouthier, con esa mística de actuar que lo caracterizó; o como nos educó tantas veces nuestro amigo Carlos Castillo Peraza, para construir futuro con una acción a partir del presente.

Nuestra política, en este nuevo contexto, debe ser una política de contenido, valor y espíritu.

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ivimos una época oscurecida de amenazas y desgarrada por contradicciones. Amenazas de una guerra que sería heca-tombe sin precedente. Amenazas de una estatización crecien-te, con sacrificio de la libertad y de todos los demás valores que dan dignidad al hombre porque con él no se logrará, sino al contrario, la abundancia económica que se indica como jus-

tificación para la idolatría del Estado.

Contradicciones entre el mundo Occidental y el Este y entre éstos y el “tercer mundo” de los países subdesarrollados entre los cuales todavía, aunque marginal-mente, se incluye a México.

No es de extrañar, así, que ante la conciencia individual y ante la colectiva se plantee con amarga insistencia el interrogante: ¿A dónde vamos?

Sólo que ese interrogante es paralizador y estéril. Nos lleva a un océano de confusos temores que abruman la mente y detienen la acción o la conducen a pro-gramas inmaduros, o a la prisa lamentable y trivial de los refugios antiatómicos.

Mejor que esa pregunta inconducente, debemos formular otras: ¿Qué podemos hacer? Y, sobre todo, ¿qué debemos hacer?

¿Qué PodEmoS,qué dEbEmoS hACER?

Manuel Gómez Morin

Conferencia en la sesión mensual de la AMATO y reproducido en La Nación N° 1068, 1 de abril de 1962

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Estamos en medio de un cambio, de extensión y profundidad inmensas. Como Nación, porque ésta es buena hora para las naciones menores, podría-mos servir en orientación de este cam-bio, si nuestra realidad política fuera otra y no hubiera la escisión abismal que hoy existe entre las palabras de la Ley y de las Instituciones y esa realidad política.

Como personas, como comunida-des humanas, sí estamos en posibili-dad de precisar nuestro deber. En pri-mer término, prepararnos y preparar a nuestra comunidad para ese cambio. ¿Cómo?

Hemos de comenzar por rehacer el examen de los temas básicos que dan forma y carác-ter a nuestra cultura y a nuestra comunidad. Un nuevo examen de esos principios e idea-les y de sus implica-ciones, que nos servirá en medio de la confusión del cambio, para orientar y dirigir nuestro esfuer-zo, resistiendo cuanto haya en contra de esos principios y del estilo real de vida que ellos significan o imponen y demandando con to-das nuestras posibilidades cuanto esté conforme con ellos.

Después, hemos de hacer un exa-men de la situación de México. ¿Cómo podemos quejarnos siquiera de los

programas equivocados, propios o ajenos, de la Alianza para el Progreso o nuestros, si nosotros mismos carece-mos, por lo menos, de un inventario de nuestras necesidades y de nuestras po-tencialidades y no podemos, por tanto, formar, defender y procurar el cum-plimiento de programas que a la luz de los valores esenciales que decimos querer y con la utilización debida de las potencialidades obvias de México, conduzcan de verdad a satisfacer las necesidades comunes?

En vez de un esfuerzo sistemático para el estudio de la realidad

mexicana para enfrentarnos a sus gravísimas caren-

cias, desde hace tiempo hemos venido consi-derando que a otros corresponde la tarea. Así, por ejemplo, en el problema del campo mexicano. Desde hace 50 años ha habido una

especie de abandono de todos los mexicanos no di-rectamente interesados en el trabajo agrícola, respecto de ese tema que es absolu-tamente esencial para la vida común. Se ha vuelto un “tabú” intocable aún para las mismas gen-

tes del Poder. Se sabe que el problema está allí. Problema

económico gravísimo; pero, sobre todo, problema humano de dimensiones in-creíbles. A todos nos afecta y empobre-ce nuestra vida y frena nuestro conoci-miento y mantiene desgarrada nuestra

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comunidad nacional; pero afecta sobre todo al 52% de la población total, mante-niéndola en la miseria, en la ignorancia, en la desocupación y en el desamparo. Es claro que debemos evitar que esta situación continúe. ¿Qué podemos hacer, cuan-do tanto en ella depende del Estado? Aparte de exigir al Estado lo debido, pode-mos hacer otras muchas cosas, como personas y como grupos, como comunidades.

Desde luego, no desinteresarnos del problema como si no fuera nuestro. Lue-go, de acuerdo, o por encima o por abajo del Estado, conocer las necesidades y las posibilidades; formular, como es posible, programas de ayuda técnica, de crédito, de facilidades, de mercado, de posibilidades adicionales de ocupación, de esfuerzo educativo, de cumplimiento ordenado y a nivel humano de la migración ineludible de los campesinos que hoy se realiza, lo mismo cuando exportamos sangre huma-na con los braceros, que cuando se efectúa como migración interior, en condiciones subhumanas.

¿Por qué no formar –y me refiero a los empresarios especialmente–, en cada una de nuestras ciudades, grupos capaces de ese estudio del campo y capaces tam-bién de acudir inmediatamente a procurar la formación de escuelas agrícolas, de proporcionamiento de semillas garantizadas y mejoradas, de introducción de nue-vos y mejores cultivos, de facilidades de crédito y de organización de mercado para vencer al usurero y al intermediario voraz; por qué no modestas instituciones para mejorar las condiciones reales de vida, de vivienda, de alimentación; para hacer con los mismos campesinos, en el medio rural donde la desocupación es pavorosa, con inversión mínima, toda una serie de trabajos de mejoramiento territorial que darían ocupación desde luego y prepararían un acrecentamiento substancial de la producción? Sobrarán programas, a poco que se conozca el problema real. Y no debieran faltar los medios, muy modestos en comparación con los resultados que podrían obtenerse.

Me refiero, especialmente, a los empresarios, porque la supuesta panacea de la industrialización estará siempre detenida en tanto subsista la situación actual del campo que reduce el mercado en un 52%. ¿No es absurdo que en un país de descal-zos y desvestidos haya una crisis permanente, llamada de sobreproducción, de dos industrias básicas y tradicionales como son la textil y la de zapatos? ¿Qué forma de publicidad podría jamás duplicarles el mercado con una inversión tan modesta y tan esencialmente útil como ésta de integrar al campo en la economía de México y a la población rural en la vida económica, social, política y cultural de la Nación? ¿Qué programa de la Alianza para el Progreso o de cualquier otra ayuda exógena podría alcanzar un éxito material y espiritual comparable? ¿Cómo podría el Estado realizar –aun queriéndolo– un programa de paralela trascendencia?

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Lo mismo pasa en la Educación. Una absurda querella que venturosamente no ha logrado aún, como se lo propone sin cesar, formar respecto a este problema la costra de incomprensión y de indiferencia que se logró formar respecto del pro-blema del campo, no sólo mantiene a la Nación dividida, sino que empobrece y desorienta el esfuerzo nacional en este otro aspecto básico para la comunidad que es el educativo. También allí, aunque la responsabilidad del Estado, como en todo lo concerniente al bien común, es evidente, lo que debemos y podemos hacer es mucho, aparte de la exigencia de soluciones correctas de autoridad.

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Desde luego, también, conocer mejor el problema que es tremendo cuantitativa y cualitativamente; acercarnos a la realidad de escuelas, de programas, de textos y de maestros y a la realidad dolorosa de la miseria familiar que puede dejar escue-las vacías o esfuerzos educativos rotos y frustrados. Organizadamente acercarnos al problema y con el Estado, o por encima o por debajo de él, advertir que es nues-tro y tratarlo como nuestro. No es el problema de escuelas particulares. Plantearlo así es intolerable. Es el problema total de la Educación. De todas las escuelas, de to-dos los niños, y adolescentes y jóvenes de México. Como es intolerable que pueda haber un pensamiento del Estado hostil al pensamiento, al estilo de vida, al ideal y a los principios de nuestra comunidad. Si algo debe estar esencialmente vinculado a la localidad misma, es la escuela y, especialmente, la escuela de primero y de segundo grados.

En cada comunidad, por tanto, organizar el acercamiento de todos a la escuela, a los maestros. Considerar los problemas reales que existen y que son diversos de lugar a lugar; ayudar a su resolución, respetar la vocación sincera del verdadero maestro y ayudarlo generosa y ardientemente, y abrir nuevas aulas, establecer sub-sidios, dar ayuda a las familias que lo necesiten, asegurar por becas la continuidad de la educación de los bien dotados. Multiplicar las escuelas técnicas y de artes y oficios. Hacer frente al aspecto que menos publicidad ha tenido y que es hoy quizás el más grave, que es el de la educación postprimaria en todos sus tipos, desde la puramente técnica hasta las formas superiores de la investigación científica o de la formación cultural. También aquí son múltiples los programas y ninguno de realización imposible. ¡También aquí los resultados materiales y espirituales sobre-pasarían tanto a la inversión y al esfuerzo!

Y apenas tratando estos dos puntos, advertimos ya la inevitable presencia del Estado. Y viene la querella sobre el alcance de las facultades del Estado y de sus funciones verdaderas y hasta dónde el Estado debe y puede controlar la vida co-mún. Pero olvidamos una cuestión previa y de mayor importancia, que es la del control del Estado mismo.

Olvidamos que el Estado no es algo fuera de nosotros. Nosotros somos el Es-tado. De nosotros debe depender el Estado. Es nuestro deber y nuestro derecho hacerlo que sea como nosotros queremos. Olvidamos nuestro deber y nuestro de-recho políticos. Y por ese olvido y si persistimos en él y no luchamos cuando sea necesario luchar para hacer valer ese derecho y cumplir ese deber, en vez de que el Estado sea el servidor de la comunidad, seremos todos los siervos del Estado.

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a justificada ausencia del señor Presidente de esta Cámara me otorga la excepcional y honrosa oportunidad de presidir este acto solemne. Así, la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión participa, en la vieja Valladolid de Michoacán –por medio de su presidente y los comisionados que él encabeza–, en el férvido homenaje que hoy se rinde al héroe epónimo en la ciudad que lo vio nacer y a mí, diputado por Michoacán e hijo de Morelia, me toca este alto honor, en correspondencia al cual

creo debido, señores diputados, y ruego se me permita decir unas breves palabras introductorias.

Don José María Morelos y Pérez Pavón –así consigna al apellido materno la partida de su bautizo– es para México, ante todo y sobre todo, el hombre de las instituciones.

doN joSé MARíAMoREloS Y pAvÓN

Miguel Estrada Iturbide

Intervención de don Miguel Estrada Iturbide durante la sesión solemne en honor del Generalísimo y en ocasión del bicentenario de su natalicio. 30 de septiembre de 1965.

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Esto no significa desconocimiento alguno de su prodigiosa figura militar, la más grande, sin duda, entre los caudillos de la insurgencia y quizá entre todos los soldados de México. Pero más que ella, me atrae y me emociona la del hom-bre que soñó –como ninguno de los iniciadores de nuestra Independencia– con una nación organizada sobre la base inconmovible del reconocimiento de que el pueblo es el titular primario del poder político y de que es el pueblo mismo el beneficiario último de la existencia de ese poder y del cumplimiento eficaz y recto de sus atribuciones.

Morelos –personificación cabal de los anhelos del México nacional, de los "Sen-timientos de la Nación", que en su ser de mestizo encontraban carne y espíritu–, Morelos fue el hombre de las instituciones que México ha reclamado para estructu-rar y vivir como comunidad social y política.

Él proclamó, sin ambages, la decisión incoercible de la independencia nacional y, por ello, como justamente se recordaba aquí hace un par de días, apuntó los prin-cipios fundamentales en que se inspira todavía la política internacional de México. Él fue, categóricamente, republicano y demócrata y, por ello, promovió e hizo po-sible la existencia del Congreso de Chilpancingo; inspiró el Decreto Constitucional de Apatzingán, “briosa respuesta de la insurgencia al absolutismo que renacía en la Península”, como se ha dicho honrosamente, en el cual, pese a sus explicables deficiencias materiales y formales (es apenas algo más de dos años posterior a la Constitución de Cádiz y se expide en los albores del constitucionalismo moderno), se consagran ya los principios de la ciudadanía para todos, del equilibrio de la autoridad pública por la división de los poderes, de las libertades y los derechos humanos frente al Estado y finalmente, entregó su persona y su esfuerzo al servicio de las instituciones surgidas de su propia obra y murió por ellas.

Así como lo expresara el ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Na-ción, –el también moreliano Felipe Tena Ramírez, en el discurso que pronunciara el 6 de julio pasado, en el pleno con que el alto cuerpo conmemoraba la instalación del tercer poder previsto por el Decreto Constitucional, tercero en la conmemora-ción pero no en el pensamiento de Morelos, el Supremo Tribunal de Justicia que se instaló en Ario de Michoacán el 7 de marzo del sombrío año de 1815–, así "anti-cipándose a su logro, México ensayaba entonces la técnica de la libertad, que es el gobierno de la Constitución... y anunciaba, desde antes de ser Estado, que era su voluntad constituirse en Estado de Derecho".

Aún más, Morelos no sólo pensó en una nación libre, democráticamente cons-tituida y justamente gobernada, sino que, con anticipación genial, contempló las urgencias sociales de nuestro pueblo y sus problemas más graves, como el del cam-po mexicano, los cuales, todos lo sabemos bien, esperan todavía de nosotros, los mexicanos de ley, solución tan cumplida como sea posible.

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Ante el Congreso de Chilpancingo fue precisamente ante quien Morelos se de-claró "siervo de la nación" y nosotros, señores diputados, y el pueblo que repre-sentamos, en torno de figuras como la de Morelos –cuya egregia categoría heroica reconocemos todos, sin discrepancia, y quien supo vivir décadas antes de que fue-ra acuñada la dura y exacta definición de Martí: "La patria es agonía y deber"–, en torno de figuras de esa nobleza, nosotros hemos de afirmar los vínculos claros y re-cios de la solidaridad nacional, de buscar la inspiración y el ímpetu que se requie-ren para continuar, por la vía indeclinable de la democracia que él soñó –la cual no se refiere solamente a lo político, sino también a lo social, y a lo económico, y a lo cultural–, la edificación inacabable de una comunidad humana, ordenada, justa y digna; que, bajo el amparo supremo del Derecho, con la paz, y quiere contribuir al desarrollo armónico en la convivencia de los pueblos todos.

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a transición mexicana a la democracia tuvo un componente electoral indiscutible en el que los partidos políticos jugaron un papel fundamental en las reformas a las leyes e institu-ciones electorales que generaron condiciones más justas y equitativas para competir por el poder. Uno de los partidos que más influyó en este proceso fue Acción Nacional, el cual siguió una estrategia incremental de paulatina penetración

en la vida política mexicana a través de la propuesta y la apuesta por el cambio institucional.

Frente al régimen autoritario surgido de la Revolución, el PAN nunca propuso rupturas inciertas ni mucho menos revoluciones dramáticas. Apostó al gradualis-mo y al reformismo institucional. Una de las figuras indispensables para enten-der esta estrategia que terminó siendo enormemente efectiva en el largo plazo fue Adolfo Christlieb Ibarrola, presidente nacional del PAN entre 1962 y 1968, unos años fundamentales no solamente en la historia de Acción Nacional, sino del pro-pio sistema político posrevolucionario.1

1 Nadie como Alonso Lujambio ha estudiado la figura de Adolfo Christlieb Ibarrola. Su mejor texto en este sentido es: “El dilema de Christlieb Ibarrola. Cuatro cartas a Díaz Ordaz”, Estudios, 38, 1994, p. 49 – 75, luego recogido con algunas modificaciones en el libro: La democracia indispensable, México: El Equilibrista, 2009.

adolfo chRISTlIEb,uNo dE loS aRquITECToS

dE lA dEmoCRACIA MExICANA

Fernando Rodríguez Doval

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Desde su fundación en 1939, Acción Nacional sabía que su tarea durante varios años sería la de un partido opositor llamado a cambiar el sistema político mexicano mediante la difusión de una nueva cultura política. Los panistas no se concibieron como un partido coyuntural o electorero, sino como una empresa de transforma-ción de las realidades políticas del México posrevolucionario, caracterizado por el autoritarismo y la antidemocracia. Llama la atención que en la propia Asamblea Constitutiva, líderes como Manuel Gómez Morin o Efraín González Luna fueran plenamente conscientes de ello; el primero afirmó que:

Se trata de una organización que no se establece para buscar un éxito inmedia-to, que no tiene el apetito de un triunfo próximo, que, inclusive, no está preparada ni para las responsabilidades de ese triunfo.2

Con esta mentalidad actuó el PAN durante su largo periplo como partido opositor. Clave en ese propósito fue Adolfo Christlieb Ibarrola, joven abogado y profesor universitario, quien en 1962 llegó a la presidencia nacional del PAN. Por ese tiempo, Acción Nacional tenía pocos miembros y una precaria estructura, y su presencia territorial estaba muy regionalizada en el centro del país y algunas zonas del norte.

En sus inicios en la política partidista, Adolfo Christlieb era un furibundo abs-tencionista; ya como jefe nacional del PAN y después de haber sido su representan-te ante la Comisión Federal Electoral, condicionó la continuidad de la participación electoral del PAN a la aprobación de una verdadera reforma electoral que generara una mayor presencia e influencia de Acción Nacional en la vida legislativa y mu-nicipal del país.3 El gobierno, consciente de la necesidad de abrir cauces a la parti-cipación de la oposición para mostrar al mundo una cara menos autoritaria, cedió.

Después de meses de discusión, el Congreso aprobó el 28 de diciembre de 1963 una nueva ley electoral. Dejemos que sea Alonso Lujambio quien nos explique los alcances de esta reforma:

Con las nuevas reglas, al partido minoritario que obtuviera como mínimo el 2.5% de la votación le corresponderían cinco “diputados de partido” y uno adicio-nal por cada medio punto porcentual encima del umbral. El tope de la represen-tación proporcional para cada partido minoritario serían 20 “diputados de parti-do”. Los diputados de partido serían aquellos que, habiendo perdido en su distrito electoral, se constituyeran como los “mejores perdedores”, es decir, los de mayor votación minoritaria. El cambio no era despreciable: se abrían espacios institucio-2 Discurso de Manuel Gómez Morin ante la Asamblea Constitutiva del Partido Acción Nacional, en 1939. Documen-

tos fundacionales del Partido Acción Nacional, México: Partido Acción Nacional, 2009. 3 El PAN se enfrentaba a cada proceso electoral con el dilema de participar o no en él. Era un dilema de difícil solu-

ción: si se participaba se corría el riesgo de legitimar a un régimen antidemocrático aún cuando pudiera suponer un avance en su propia transformación; si no se participaba se podía convertir en un partido marginal aún cuando de esa forma pudiera presionarse al mostrar la verdadera cara autoritaria del régimen.

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nales para la negociación y el diálogo. La reforma introducía elementos totalmente novedosos.4

La nueva ley, ciertamente, no significaría un vuelco espectacular que propicia-ra rápidamente la democratización del país. Era evidente que seguían existiendo resquicios por donde podía penetrar el abuso, algo que se mantendría mientras el gobierno tuviera el control sobre el órgano electoral y no se dieran condi-ciones reales de equidad en la contienda, algo que, por otro lado, sólo se conseguiría plenamente, y después de sucesivas reformas electorales, hasta 1996. Sin embargo, la nueva ley bien podía interpretarse como un paso adelante para avanzar gradualmente en la liberalización política y, lo que es más importante, permitía que la oposición tuviera mayor representación en la Cámara de Diputados, con todo el cúmulo de posibilidades de diversos tipos que eso podía traer consigo. El liderazgo panista así lo entendió y por eso apoyó la nueva ley, con realismo pero también con esperanza.

Pero, además, la nueva ley estimulaba la organización y es-tructuración del partido en todo el país: los incentivos de los di-versos candidatos a diputados a hacer una buena campaña eran enormes, ya que sin ganar podrían llegar a la Cámara si eran unos de los mejores perdedores; los resultados de cada candidato se agregaban para formar un porcentaje a partir del cual se asig-narían los diputados de partido. Esto se tradujo en campañas entu-siastas que acrecentaron la membresía del partido y mejoraron su or-ganización en todo el territorio nacional, ya que a mayor número de votos corresponderían también más diputados, aunque no fueran de mayoría. Los diputados de partido, así, permitieron al PAN recompensar a sus militantes con candidaturas de valor real.5

En la nueva legislatura (1964-1967) el PAN tuvo 20 diputados, 2 de mayoría y 18 de partido. Es decir, si tenemos en cuenta que en las anteriores legislaturas había tenido en promedio alrededor de 5 diputados, vemos que la probabilidad de llegar a la Cámara para los panistas se multiplicó por 4. Por otro lado, la gran capacidad negociadora de Christlieb Ibarrola con el gobierno federal hizo que éste reconocie-ra el triunfo de 18 candidatos municipales panistas entre 1962 y 1968.

Este crecimiento organizativo permitió a Acción Nacional consolidar y fortale-cer su estructura, a tal punto que entre 1965 y 1969 pudo ganar importantes alcal-días del país –como Hermosillo, Mérida o San Pedro Garza García– e incluso estar en condiciones de competir con el partido oficial en algunas gubernaturas, como 4 Lujambio, Op. Cit, p. 60. 5 Se puede considerar, por tanto, a Adolfo Christlieb como uno de los mayores constructores de estructura partidaria

en el PAN.

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es el caso de Baja California en 1968 o Yucatán en 1969, dos estados en donde se asegura que hubo irregularidades y fraudes electorales.

De esta manera, gracias a la nueva legislación electoral y a la política de diá-logo con el gobierno, el partido expandió nuevos recursos, especialmente nomina-

ciones para candidatos, los cuales ahora tendrían muchas más oportunidades de ser electos para cargos públicos. La arena electoral comenzó a ser un espacio

importante para el partido.

Christlieb imprimió al PAN una legítima ambición de poder que quizá antes no había mostrado. El gran estratega panista entendió

a Acción Nacional como un partido que comenzaba a compar-tir las responsabilidades del poder, y que como partido opositor tenía que vigilar y criticar los actos del gobierno, señalando sus errores y orientando la opinión frente a las informaciones oficia-les, ofreciendo soluciones alternativas.

En 1965 Christlieb Ibarrola escribió una obra que llevaba por título, justamente, La oposición, en la que enfatizaba el papel que Acción Nacional debía jugar en el sistema político mexicano, do-minado por el autoritarismo. Entre otras cosas, pueden leerse ahí las siguientes:

No buscamos conservadoramente el mantenimiento de un or-den estático identificado con una estructura histórica determinada.

Deseamos participar legítimamente en las decisiones del poder, para programar y discutir no sólo reformas a largo plazo, de contenido satisfac-

torio, pero que no interesan a quienes viven en la carencia porque excluyen las soluciones requeridas de inmediato, sino también para buscar que los hombres de hoy vivan en libertad con suficiencia.

(…)

Deseamos integrarnos en las responsabilidades del poder, no para gobernar a favor de un grupo, ni con apetitos de dominio. Tampoco buscamos promover agi-taciones estériles y destructivas como nos imputan quienes, movidos por ideolo-gías extremistas, sí las realizan para instaurar en el país un sistema de totalitarismo estatal.

Sólo buscamos servir a México, sin otra perspectiva que la de forjar una Patria donde siendo la vida más libre y más justa, sea mejor tanto para las generaciones de hoy como para las de mañana.

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Es ésta la forma como en Acción Nacional se concibe la respetabilísima función política de la oposición democrática.6

La estrategia de diálogo con el gobierno y de participación institucional desde la oposición activa y responsable impulsada por Adolfo Christlieb, a pesar de los resultados, no tuvo el apoyo incondicional de los miembros de su partido. Por el contrario, no pocos panistas vieron con escepticismo la nueva ley electoral, y no dudaron en afirmar que el partido se limitaba a recibir las migajas del régimen,7 sobre todo después de los numerosos fraudes electorales que se llevaron a cabo en esos años, destacando el de Yucatán en 1969, lo que reanimó las razones de quie-nes, dentro del partido, se pronunciaban por la abstención electoral.

Asimismo, consideraban que la nueva ley limitaba el crecimiento del partido, ya que por más votos que obtuviera, nunca podría sobrepasar el número de 20 diputados, excepto cuando triunfara en más de 20 distritos, algo que se percibía como imposible dadas las condiciones políticas e institucionales vigentes en aque-llos tiempos. Se trataba en su opinión, pues, de una especie de círculo vicioso y de callejón sin salida.

Además, la nueva legislación favorecía más a los panistas capitalinos, debido a que el Distrito Federal era la entidad que aportaba más votos al partido. En 1964, por ejemplo, 11 de los 18 panistas que ingresaron a la Cámara como diputados de partido provenían de distritos de la capital de la República, y en 1967 fueron 12 de 19. Esto generó resquemores en los comités estatales, cuando no abiertas sospechas hacia la dirigencia nacional, unido lo anterior a la manipulación que el propio go-bierno hacía de la lista de los “mejores perdedores” y la utilización de esta figura para sobrerrepresentar a los partidos satélites del PRI, como el PPS o el PARM.

Por otro lado, algunos panistas enarbolaban el discurso de que con la posibili-dad de acceder a mayores espacios de poder, la identidad del partido se perdiera, se maximizara la ambición pragmática, y los que asumieran posiciones públicas no necesariamente fueran los más identificados con los principios y valores de Ac-ción Nacional. Esta creencia se acentuó al observar que, a pesar de la disposición del PAN al diálogo con el gobierno, éste no solamente no reconoció los triunfos electorales panistas en Baja California y Yucatán, sino que radicalizó sus prácticas autoritarias, algunas abiertamente represivas.8

6 Adolfo Christlieb Ibarrola, La oposición, México: Ediciones de Acción Nacional, 1965, p. 15 y 16. 7 Véase el testimonio de Jesús Guisa y Azevedo, uno de los fundadores del PAN en Acción Nacional es un equívoco,

México: Polis, 1966. 8 El 2 de octubre de 1968 ocurrió la tristemente célebre matanza de estudiantes en Tlatelolco. El PAN fue el único

partido en condenar estos hechos desde la Cámara de Diputados.

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Este estado de ánimo quedó de manifiesto en 1970, cuando a la hora de de-cidir la participación del PAN en las elecciones presidenciales, los que estaban a favor apenas triunfaron por un estrecho margen y después de dos convenciones nacionales.9

El propio Christlieb Ibarrola se fue a la tumba en diciembre de 1969 convencido de que su estrategia había fallado.10 Sin embargo, los hechos posteriores demostra-ron que no fue así, y hoy la historia le reconoce un lugar indiscutible en la transición mexicana a la democracia.

La reforma electoral de 1963 permitió una inusitada presencia parlamentaria a la oposición panista, y fue un avance indiscutible hacia la introducción de una fórmula electoral de distribución de escaños más justa y proporcional, como ocu-rrió con las posteriores reformas electorales a partir de 1977 que, a la postre, per-mitieron la alternancia en el Poder Ejecutivo y la transición hacia la democracia electoral.

Aún cuando a él ya no le tocó verlo, se puede considerar a Adolfo Christlieb Ibarrola como uno de los arquitectos de la democracia mexicana y se inscribe en la tradición panista del cambio pacífico y constante, del intento permanente por dig-nificar y civilizar la política mexicana a partir de un cuerpo doctrinal consistente y capaz de dar respuestas a los múltiples problemas del país.

9 La primera, llevada a cabo en noviembre de 1969, tuvo que repetirse debido a que un sector muy importante del partido no quería respetar los acuerdos alcanzados respecto a la participación en las elecciones presidenciales.

10 Lujambio, Op. Cit. p. 69.

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a reforma constitucional en materia de derechos humanos, aprobada por el Constituyente Permanente en junio de 2011, representa uno de los actos legislativos más relevantes de las últimas décadas por la transformación que implica al funcio-namiento de las instituciones del Estado Mexicano. A partir de su entrada en vigor, todas las autoridades tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos hu-

manos y se pone en el centro de la acción del Estado el principio pro persona.

A través de la nueva redacción del artículo primero constitucional, se amplían los derechos fundamentales reconocidos por el Estado Mexicano, se subordina la actividad del Estado a la protección de la dignidad de la persona. De esta manera, la Constitución Mexicana en el siglo XXI reafirma que no es posible concebir el bienestar de la persona sin el reconocimiento pleno de su dignidad a través de la protección y disfrute de los derechos fundamentales.

lA rEfoRmAhumANISTA: dEREChoS

humANoS Y cAmbIo coNSTITuCIoNAl

EN MéxICo

Sen. Beatriz Zavala Peniche

Abreu Sacramento, José Pablo y Le Clercq,Juan Antonio, Editores: Miguel A. Porrúa-Senado

de la República-Fundación Konrad Adenauer-Fundación Humanismo Político, México, 2011, pp. 448.

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Al resaltar los principales puntos de la reforma y compararlos con los de-más textos constitucionales de Améri-ca Latina, queda claro el liderazgo que México ha tomado en la materia. Pues si bien la normatividad internacional del continente y la jurisprudencia de su Corte establecen día con día el rumbo a seguir en la materia, el derecho consti-tucional latinoamericano no ha ido más allá. Más aún cuando varios de los paí-ses no otorgan a los derechos humanos consagrados en tratados internaciona-les ratificados el estatus y la protección constitucional.

Bajo este marco, la presente obra expone un conjunto de reflexiones sobre el alcance de la doctrina huma-nista, la transformación de nuestro sistema de derechos humanos, las afectaciones que tendrá la reforma

para la actividad de determinadas instituciones del Estado, algunas de las discusiones más importantes que marcaron el proceso de deliberación, la proyección a otros derechos que no fueron materia de aquella pero que –por su evolución normativa en el orden nacional e internacional- re-sulta relevante reflexionar al respec-to de ellos y el debate sobre reformas recientes que impactan en el disfrute de los derechos humanos.

Los textos giran alrededor de cinco apartados que estructuran la reflexión:

En la Doctrina humanista se abor-dan las exigencias de la doctrina huma-nista para el disfrute de los derechos humanos y los argumentos de ésta en el proceso de la reforma constitucional en comento;

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La reforma en perspectiva: evolu-ción de los derechos humanos en Mé-xico permite acercarnos a los derechos humanos en el constitucionalismo mexicano, al estatus en su disfrute en nuestra época y a una reflexión global sobre las implicaciones de la reforma;

De las garantías individuales a los derechos humanos, la reforma al artí-culo 1º constitucional se enfoca en el impacto del cambio de concepto cons-titucional de garantías individuales a derechos humanos, de la incorporación de derechos a través de los tratados internacionales y las consecuencias de una interpretación conforme bajo el principio pro persona;

Los Alcances institucionales de la reforma expone las consecuencias de la

reforma en los poderes Ejecutivo y Ju-dicial, así como en los órganos defenso-res de los derechos humanos; y

Finalmente, Otras reflexiones so-bre el sistema de derechos humanos en México, permite señalar el desarro-llo pendiente de ciertos derechos, así como el impacto que otras reformas podrá tener en el disfrute del conjunto de derechos humanos en nuestro país.

En este sentido, debemos resaltar los textos de Martin Kriele y Josef Isen-see, pensadores alemanes de la doc-trina humanista que abarcan dos as-pectos fundamentales para el disfrute de los derechos humanos en el Estado Constitucional que, aún cuando fueron escritos con anterioridad, siguen sien-do vigentes en su esencia.

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El primero, resalta la necesidad de una división de poderes para el disfru-te real de los derechos humanos. Por su parte, Isensee recuerda que los de-rechos fundamentales resultan ser las competencias ciudadanas para alcan-zar el bien común.

De igual manera, participan desta-cados senadores panistas. Ricardo Gar-cía Cervantes, reflexiona sobre algunos de los temas que fueron sujetos de am-plios debates para su inclusión o no en la reforma (la no discriminación por preferencias sexuales, el derecho a pro-fesar creencia religiosa alguna, la facul-tad de investigación de la CNDH, y el reconocimiento de aquellos derechos humanos establecidos en los Tratados Internacionales). Alejandro Zapata Pe-rogordo describe la evolución de los Derechos Humanos en los textos fun-damentales de México. Adriana Gonzá-lez Carrillo revisa la política exterior de México y su relación con la protección de los Derechos Humanos. Y Santiago Creel Miranda realiza un análisis desde la perspectiva de las nuevas facultades otorgadas a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y los órganos esta-tales en la materia.

En la obra colaboran también miembros de la Fundación Humanis-mo Político, asesores de senadores y militantes de Acción Nacional. Y se ve enriquecida por opiniones plurales de académicos y expertos invitados.

De esta manera, se otorga al lector un panorama completo de las princi-pales discusiones que se presentaron alrededor de la reforma en materia de derechos humanos, sus repercusiones, los retos que implicará para hacerla efectiva, y algunos de los asuntos que quedan en el tintero para consolidar el sistema de derechos en nuestro país.

Una obra que fortalece la doctrina humanista al recordar que el respeto fundamental que merece cada persona es un imperativo moral, por lo que tan-to el poder público, los actores políti-cos, al igual que los ciudadanos, tienen la obligación de reconocer, promover y respetar los derechos fundamentales en los que descansa la dignidad de los individuos.

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