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PalabrPalabra dea deVidaVida
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Noviembre 2008Noviembre 2008Noviembre 2008Noviembre 2008
"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga“.
(Lc 9,23)
No creas que, porque estás en el mundo, puedes nadar en él como un pez en el
agua.
No creas que, porque el mundo entra en tu casa a través de
ciertas radios y de la televisión, estás autorizado a escuchar
cualquier programa o a ver todas las transmisiones.
No creas que, porque recorres los caminos del mundo, puedes mirar impunemente todos los
afiches y puedes comprarte en el kiosco o en la librería cualquier publicación
indiscriminadamente.
No creas que, porque estás en el mundo, todas las
formas de vivir del mundo pueden ser
tuyas: las experiencias
fáciles, la inmoralidad, el
aborto, el divorcio, el odio, la violencia, el
hurto.
No, no. Tú estás en el mundo. ¿Y quién lo puede negar? Pero tú no eres del
mundo. Y esto representa una
gran diferencia.
Esto te clasifica entre los que no se nutren de las cosas que son del mundo sino de aquellas que te son expresadas por la voz de Dios dentro de ti.
Esa voz está en el corazón de todo hombre y – si la
escuchas – te hace entrar en un reino que no es de este mundo, donde se
viven el amor verdadero, la justicia,
la pureza, la mansedumbre, la
pobreza, donde rige el dominio de uno
mismo.
¿Por qué muchos jóvenes escapan a
Oriente, por ejemplo, a India,
para encontrar un poco de silencio y
captar el secreto de ciertos grandes
espiritualistas que, por larga
mortificación de su yo interior, dejan transparentar un
amor (…) que impresiona a todos aquellos que se les
acercan?
Es la reacción natural al alboroto del mundo, al ruido que vive fuera y dentro de
nosotros, que ya no deja espacio al silencio para escuchar a Dios.
¡Ay de mí! ¿Hace falta ir hasta la India, cuando desde hace dos mil años Cristo te dijo: “Renuncia a ti mismo… renuncia a ti
mismo...”?
El mundo te embiste como un río crecido y debes caminar en contra de la corriente.
La vida cómoda y tranquila no es propia del cristiano, y Cristo no pidió
y no te pide menos si lo quieres seguir.
El mundo para el cristiano es tupida espesura y hay que
mirar dónde poner los pies.
¿Y dónde hay que hacerlo? En las huellas
que Cristo mismo te marcó a su paso por esta tierra: son sus
palabras. Hoy Él vuelve a decirte:
"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo…”.
Tal vez esto te exponga al
desprecio, a la incomprensión, al
escarnio, a la calumnia; esto te aislará, te invitará
a mostrarse tal cual sos, a dejar un cristianismo a la moda. Pero hay
más:
"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga“.
Lo quieras o no, el dolor amarga cualquier existencia. También la tuya. Y pequeños y grandes dolores llegan todos los días. ¿Quieres esquivarlos? ¿Te rebelas? ¿Suscitan en ti manifestaciones de enojo? No eres cristiano.
El cristiano ama la cruz, ama el dolor, aun en medio de las lágrimas,
porque sabe que tienen valor. No por nada entre los innumerables
medios que Dios tenía a su disposición para salvar la
humanidad, eligió el dolor.
Pero Él – recuérdalo – después de haber llevado la cruz y haber sido clavado, resucitó.
La resurrección es también tu destino, si en lugar de despreciar el dolor que te procura tu coherencia cristiana y cualquier otro que la vida te presente,
sabes aceptarlo con amor.
Y no envidiarás más a nadie. Entonces te podrás llamar seguidor de Cristo.
Experimentarás entonces que la cruz es el camino, desde esta tierra, a una alegría jamás probada; la vida de tu
alma comenzará a crecer. El reino de Dios en ti adquirirá consistencia y afuera, de a poco, el mundo desaparecerá
ante tus ojos y te parecerá de cartón.
"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y
me siga“.
Y, como Cristo, a quien seguiste, serás luz y amor
para las innumerables llagas que laceran a la humanidad
de hoy.
“Palabra de Vida”, publicación mensual del Movimiento de los Focolares.
Texto de Chiara Lubich (1978)
Gráfica de Anna Lollo en colaboración con Placido D’Omina (Sicilia - Italia)