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Paloma Ensangrentada

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Paloma EnsangrentadaNelly SalasEdiciones Ateneo San Bernardo (2014) "La palabra, ya sea convertida en poesía o en narración, tal y como nos presenta esta obra, puede exorcizar demonios y fracasos, pero también puede crear, renovar y reubicar tiempos, seres y sobre todo emociones (como la ausencia del poeta fallecido, que Nelly nos presenta casi al final del libro), van despertando la conciencia de estar vivos e iluminando el tránsito por nuevos y posibles caminos de belleza para todos. Es este un libro para ser leído con la “tranquila inquietud” dequien desea hacer de su propio viaje un recorrido de mirada aten- ta y asombrada por un período de la historia común que a nadiepuede dejar indiferente.Es un libro para agradecer, sobre todo a su autora, por los argu- mentos que continúa entregándonos. Es un libro para aquellos que seguimos creyendo porfiada-mente". (Reynaldo Lacámara)

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PALOMA ENSANGRENTADA

Nelly Salas

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Paloma ensangrentadaNelly Salas

Ediciones Ateneo San BernardoDibujos: Nelly Salas.Fotos: Alexandre Gorelov.Primera Edición 2014

INSCRIPCIÓN N°238.496

ISBN 978-956-353-658-4

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“Hay una noche dentro de los díasElla abre el cielo transmuta el color de las cosas;

El cadáver de la luz en el viaje del sol “

Antonio Silva “Analfabeta”, II Canto Espiritual

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PRÓLOGO

Memorial de lo soñado y vivido.

Reynaldo Lacámara, poeta.

Como nos recuerda la sabiduría oriental, lo más hermoso e importante de cualquier viaje no está en el punto de partida o de llegada, sino en el camino mismo.

Este espacio nos recrea y nos permite en definitiva “viajarnos” en el transito breve, o no tanto, de geografías humanas y de las otras que asoman en el umbral de cada estación, aeropuerto, mue-lle o maravillosamente cada mañana al salir de casa en el viaje co-tidiano, y por lo mismo, desatendido en sus matices de asombro y contradicciones.

El viaje por la historia tampoco está al margen de esta pro-puesta.

Ahí podemos encontrar el núcleo de la intención poética que Nelly Salas plasma en “Paloma ensangrentada”.

En definitiva su mirada se focaliza en el camino explorado a lo largo de cuatro décadas, marcadas por los sueños, las sonrisas juveniles, la traición, el dolor, las partidas, los regresos y, en defi-nitiva, la atrevida aventura de vivir en medio de la noche cruel y fratricida de la dictadura militar en Chile.

Asoman en estas páginas rostros, aromas, nostalgias y ausen-cias que han ido marcando o definiendo un modo no sólo de “es-tar en el mundo”, sino también un modo de asumirse a sí mismo, como sujeto de un destino individual y colectivo mucho más hu-mano y transparente que aquel que hemos forjado hasta el día de hoy.

La imágenes que habitan el presente asoman evocadoras y cuestionantes. Son retazos de lo soñado y lo vivido…”La pobla-ción desierta/flotando entre humo y bayonetas”… que la poeta rescata de aquella oscura noche y convierte en poesía.

La autora, genera un hablante, que sin lugar a dudas, se nutre de sus propias vivencias para establecer desde el dominio de la palabra, no sólo un retrato anecdótico, sino por sobre todo un es-

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pacio para respirar y poner las cosas en su lugar, este “balance exis-tencial” permite avanzar por el camino, pero también renueva la mirada para volverla protagonista de lo que aún resta por caminar.

Así lo propone la poeta, cuando advierte:… “Leo huellas en el árbol/ Leo verdades/De tus antepasados. /Vuela el cóndor/Y de una plumada anuncia/

Que todo cambia”.La poesía es, no cabe duda, el instrumento privilegiado para

conseguir este objetivo.Ella es capaz de transformar la “memoria” en “memorial”, qui-

tándole al pasado la carga innecesaria de inmovilidad o desencan-to, que el dolor ligado a él suele provocar.

A pesar de las prisas, que atrapan el “hoy”, hasta transformarlo en un amnésico compañero de ruta…”Ahí está la hoguera sigue ardiendo/siento las llamas de los libros. /Veo el espeso humo/ y unas figuras retorciéndose”, nos recuerda Nelly en uno de sus poemas.

Desde la poesía el ser humano puede recrearse a sí mismo y habitar mundos en los cuales no hacen falta ni el reloj ni el fusil.

La palabra, ya sea convertida en poesía o en narración, tal y como nos presenta esta obra, puede exorcizar demonios y fraca-sos, pero también puede crear, renovar y reubicar tiempos, seres y sobre todo emociones (como la ausencia del poeta fallecido, que Nelly nos presenta casi al final del libro), van despertando la conciencia de estar vivos e iluminando el tránsito por nuevos y posibles caminos de belleza para todos.

Existe, por cierto, la posibilidad de un mañana nuevo, cons-truido a partir de cada abrazo inconcluso o del aire que no supi-mos (o pudimos) compartir.

Es este un libro para ser leído con la “tranquila inquietud” de quien desea hacer de su propio viaje un recorrido de mirada aten-ta y asombrada por un período de la historia común que a nadie puede dejar indiferente.

Es un libro para agradecer, sobre todo a su autora, por los argu-mentos que continúa entregándonos.

Es un libro para aquellos que seguimos creyendo porfiada-mente.

Santiago, enero de 2014

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DESNUDA ABRIGO

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DESNUDA ABRIGO

Desnuda ante la sombra de esta fisura

que tengo en mi alma

escurro la lanceta

Al interior de este mini- universo

Y escondo en su reverso mi tragedia.

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Leo huellas en el árbol

Leo verdades

De tus antepasados.

Vuela el cóndor

Y de una plumada anuncia

Que todo cambia.

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Las olas se reflejan nítidas

En el coro de las aguas.

Se estremece el mar

se triza en mil mares.

Un mar me llevo a hurtadillas

de solista en una concha.

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Abrigo los hombros

Con el velo de mi destino

Y salgo a la calle

A lucir lo contradictoria

Que es la vida

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Me duele la existencia

Me duele por ti

Me duele por él

Por nosotros,

¿Pero qué otra cosa

Sabe hacer el hombre?

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El invierno pasa

Como una película antigua

Con cachos de toro,

charcos deshidratados.

Deshilacha sueños

Pasa lento, pérfido

con mucho frío en el corazón.

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Fui a buscar el amor

En la carreta de mis abuelos

Cuando lo encontré

Pasó volando en un jet

Hoy cuelga mutilado

En un cuadro del ocaso...

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ITINERARIO DE UNA JOVEN DE 20

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SÁBADO 08

Los trabajadores de la SumarSe quedaron esperando las órdenesDel Presidente.Sólo se supo que tuvo urgenteUna reunión con los generales.

DOMINGO 09

La joven está inquietaVuela dentro de dos días.La joven metidaEn un trance en su corta vida.

Anida sombraslas multiplica con el aleteo de las horas

Sudan sus manosEn las paredes se dibujanFiguras irreconocibles.mezcla de sucesos fantasmas.

Sabe y no sabe que otro día Cambiará toda su existencia.

Esconde presentimientosElla sólo sabe que tiene que volar.

La maleta es grandeCaben pantalones, blusas,Camisetas y chalecosPero no lo suficiente.El poncho de TemucoQue compró para el viajeTendrá que llevarlo en su brazoEs pesado y no tiene mas espacio.

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Busca recovecos en la maletacon sus dedos los ensanchaY mete pormenores de uso personal.También algunas prendas de ropa interior.Sabe cuánto dura el vueloPero lo que no sabe si llegará A tocar la tierra de los zares.

El pololo la llamaLe ruega que no se vayaLe dice que se arrepienteQue él no va a discutir mas De política con ellapero que no se vaya tan lejos.

10 DE ESE MISMO MES

Ese día fueron a despedirseAlgunos parientes.Ella no quiere despedidas oficialesle gusta ausentarseSin que nadie se dé cuentase siente como las avesNo piden permiso cuando despegan.

Se acuesta temprano, a las once y mediaNo reconcilia el sueño,

Piensa en lo que le espera.Pero ni ella ni el vecindario sabenLo que se teje entre paredesDe cuarteles.

Ya se siente casi huérfanaQue queda sin papás, sin hermanosQue se va lejos de su patria.Que pasarán años y su madre envejeceráY ella no sabrá muchas cosas, detallesDe la vida que alcanzarán a vivir.Vuelven las súplicas de su pololoPiensa que siempre ella estará

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Ahí, detenida en los tiemposJunto a élPero no fue así.La realidad siempre es surrealista.Irracional.

EL 11 ES EL DÍA

Se levanta a las 06 de la mañanaHace su ritual de costumbrese baña, toma café con leche.despierta la mamáElla está triste, también presagiaEl papá se fue temprano a La AfricanaEsta mina está camino a Valparaíso.

La joven tiene una desazónque no puede controlar.Siente un temblor en su cuerpoNo sabe lo que essi es por el viaje o por otra cosa.

Pero siente la atmósferaCargada de premoniciones

Se arregla para ir al centroSe dirige como de costumbreHacia el paradero final de la Yarur Sumar.

Aquel día divisa las mismas carasQue abordan habitualmente la liebre.(Se llama así porque es muy rápidaEn 15 minutos en el centroCon sus pasajeros.)

Nada en aquello había Que fuese diferente a los otros días.Sólo ella presiente más allá del ambienteque se ve tranquilo.Es el día de su vuelo

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El primero de su vida25 horas y en el viejo continente saltar de la primavera al otoñono le sabe muy graciosopero la idea igual le entretiene. Llega al centroSe dirige al Banco del Estado.Tiene que cambiar escudos por dólares También tiene que despedirse de Pedro.Su pololoEl banco está cerrado.Aún es tempranoSiente movimientos que dejanQue pensar.

Milicos comienzan aInvadir el centro. Movimientos de tropasTodo diabólicamente silenciosoAvanzan tanquetasEn una mueca Se esconde entre cañones la traición

LA JOVEN CORRE DE UN LUGAR A OTRO

Consciente del momento Que está viviendoSe da cuenta que es algo mas graveO quizás ni siquiera puede sopesarLos acontecimientos que se vienen encima.

Hay temor y desconcierto en el ambientepor todas partes está la amenazacomienza el bloqueo de las callesdel centro de Santiago.La Moneda ya cercada.

Hacia allá se dirigen las tanquetas

Se escucha movimiento aéreo

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La devuelven, le cierran el pasotiene que abandonarEl sector céntrico de Santiago.

El ambiente se torna densolas calles se vacían rápidamente son anegadas con órdenes.

La joven pierde en un momento La orientación, no hay microsDe regreso a casa.Sólo queda irse a pié sorteandoLas posibles dificultadesDel paso por las calles.

VA EN SALIDA DEL CENTRO

Se encuentra con el pololo, También con un compañero que se llama Roberto.

Hay que avanzar hacia la periferia

Sortean juntos las callesLa gente se ve desorientadaNadie quiere pronunciar aquella palabraTodos dicen no entender lo que pasa.

Los tres van armando su propia tramacada uno con sus conclusiones

LA JOVEN DE 20 NO CREE

No puede creer que el mismo díaDe su vueloLas Fuerzas Armadas hacenEl Golpe de Estado que Derrocaría al Presidente Constitucional.

Ella sigue planeando su viajeQuiere creer que esto es una pesadilla

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Una paloma ensangrentadaCruza La Moneda rasga el azul de la mañana primaveral.

TODO SOBREPASA LA IMAGINACIÓN

Avanzan las tanquetasSacan a la gente de La MonedaA punta de metralletas.Los bombarderos son realesLa realidad se implanta como macheteEn la conciencia.

Tiran la primera bombaSobre el Palacio La MonedaTodo es humareda, Un mar de desconcierto.

Airosa la traiciónEntra a La Moneda.

la voz fatídica con ultimátumBurlesca se dirige al Presidente.

Una arenga recorre la MonedaY llega a los oídos de los generales

“Tengo fe en Chile y su futuroSuperarán otros hombres el momentoEn que pretende imponerse la traición…”

Palomas ensangrentadas rasgan el cielo.

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VUELO AL CREPUSCULO DEL DiA

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VUELO INTERMEDIARIO

(14 de octubre de 1973)

En ese instante la lumbre solarFugándose por el espacioCaía sobre las nubesEn un juego de laberintos.

El gris del metal tocó violentoLas nubes que se deslizabanHuyendo de sus propias sombras.

Hubo intento de protegersePero el sobrio pájaro siguió violandoCon crueldad la densidad Y cada línea que avanzábamos Lo sentía un triunfo sobre las distancias,

Quise urgente ver la tierrapero no se veía.Lo que se avistaba abajo quizáYa era un estigma de mi pasado Una huella que cruzaba los continentesComo quien hace un tour pagadoun corte de navaja en el aire una llaga en el epicentro de las tragedias.

Mientras mas nos alejábamosMas retumbabanLos aviones bombarderos y la poblaciónSin luz ni agua.Todo era confusión de ideas que fabricabacon lo sucedido.y con lo que soñaba encontrar en otras latitudes.

Seguían las nubes quedando atrás

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Nunca las pudimos alcanzar Pero las vi repartirse en millones de mariposas, que se me posaban en mi cabello.Después se me apareció Aquella paloma que sangrando atravesaba el espacio de la plaza La constitución.Escribía una carta a mi padretenía que despojarme de lo que tenía dentro,Contándole cómo había logradoSalir del aeropuerto y ahora sentía Que la patria ni siquiera era un puntoEn el mapa de mis angustias.

(Esa carta llegó con un atraso de tres meses A las manos de mi padre.)

Estaba a punto de aterrizar en Moscú.

Dakar había quedado ya lejos Con sus lagartijas que no me dejaronDormir esas noches en un hotelRodeado de malla para que los bichosNo llegaran a las piezas.

Cómo deseaba llegar pronto a mi destino.No sé si dormitaba o estaba consciente.

De pronto vi entre las alas del avióncopos blancos que caían lentos sobre la tierraen donde aterrizábamos.Catedrales y cúpulas que sobresalíanCon esferas de múltiples colores.Los abedules mas blancos que nuncaPlantados a la tierra como bailarines famosos.

Había llegado la hora del regocijo, la calmaAl fin podía pisar el suelo de mi salvación

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1976-1977

LA GAVIOTA

cierta vez consentí a la gaviota

que cruzara la corbeta.

Pero se enredó inconsciente

en el mástil de mis quimeras.

La cogí del brazo

con la fragilidad que se merece

una criatura como ella

y se liberó sin decir ni adiós ni gracias.

Agobié al mar de tanta súplica.

me trajera de regreso a la gaviota

al pastizal de mis enseñanzas medievales.

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UN CANARIO

Otra vez consentí que un canario

se posara sobre mi cabeza

a dar un picnic de fin de semana.

pero infelizmente se prendió

de un pelo mío con su pata .

Corté el pelo prisionero

y salió volando cual bala

metido en un sombrero.

(perdí bien poco, sólo un cabello).

Indagué distancias y oscuridades

con los sentidos encendidos como flamas.

Pero ni canto ni canario capturaron los anhelos.

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UNA PALOMA

Cierta vez consentí a una paloma

Que rociara los campos con alegorías.

De rojo se tiñó el cielo

se abrieron las grietas ocultas del camino

y la persiguieron seres despiadados.

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UN NIÑO

Otra vez consentí

a un niño embustero descargar la verdad

de su cetro originario.

Quedó saboreando su palabra

Con gusto a miel en el paladar.

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HACE TIEMPO

Hace tiempo penetraba por las llagas

de mis sandalias la lluvia del sur chileno.

Se me escurrió cual día grisáceo

Por la noche galopante.

Hace tiempo me pertenecían los cerros

me abrazaba con los paltos

y jugaba a la ronda entre naranjos.

Hace tiempo extravié un ojo del océano

por la cuenca de un abedul

El otro lo llevo inerme

para que reviva mis sueños.

Hace tiempo menté a la ardilla por conejo.

se enfadó el lobo que rondaba en la nieve.

Hace tiempo reconocí a mi madre en la cara de la luna

que sigilosa se escurría a mis espaldas

quizás para no despertarme.

Hace tiempo inicié mi plática con la nieve

y con el tiempo

una lucha a destajo.

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ВЧЕРА

Ayer al avistar un lago desde mi montura

le pregunté a los vientos si habían revisado

las condiciones del tiempo

porque los aterrizajes suelen ser trágicos.

Ayer me salió al paso la paloma ensangrentada

que acurrucada gemía de nostalgia.

Le di la mano para felicitarla por su fortaleza

y unas migas de pan con leche por su flaqueza.

Ayer al entrar al portal de la tristeza

fui embestida por una caravana de gitanos

Plagada en bailes y cantos.

Ayer la cordura golpeó los ventanales.

de súbito abrí la puerta a la razón

y la sorprendí abrazarse a un impróvido consejo.

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Descendía esponjosa del avión y divisé una rosaEn medio de la pistaUna rosa que voló blanca a mis manos heladas.

A DAVID HORTA(llevado por la muerte en plena alborada)

Deshechos en la nieve derritiéndose

Dibujan el ave maría del exilio.

Lágrimas se resbalan cálidas sobre una tumba ya sellada.

Una empanada simboliza a la patria

En un diciembre que trae en su bolso el desconsuelo .

La herida del alma encarnada en el estrago

El cadalso en medio de la vida destruyéndolo todo

La alegría trunca, la fiesta de amor cercenada.

El hijo nace para consuelo por un padre que fallece

en brazos de la madre adoptiva.

(1977)

nelly.salas
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parece que se juntaron las palabras con el título
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OTROS SON LOS DIAS

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OTRO DÍA

Otra fecha

Siguen las banderas

con sus lenguas de fuego

Asomándose por los techos.

Creciendo como albahaca

Por el suelo matrio.

Rebota la conciencia

el fuego

De las manos con el viento

Se encarama en los árboles

y saludan las banderas

Es otro día otra fecha

Siguen flameando

Contra un viento que trae

Un barco construido

de utopías y realidades.

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Suenan los tambores

Penetran las sirenas

Se escuchan vientos nuevos

No es hoy aquel día martes

El mañana no se termina.

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La madrugada llega

Apacible

No es aquélla

Es mi día que arrastro

de la alborada.

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Alguien está devorando mi corazón

no tiene rostro pero sí deja huellas.

Una garza se aferra a mis manos con sangre

Se fuga a la mar a despedazar heridas.

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Corre el agua por el río

el viento y su arrullo

el cielo y sus estrellas

todo me pertenece

pero nada me pertenece.

5

En el horizonte se pulverizan

los quimeras

caen a la mar

trozos de angustia dormida.

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se fuga el viento y se arrulla
nelly.salas
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borrar pero
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los charcos se deshacen en el vacío

los peces siguen

consumiendo desperdicios

de tóxicos químicos.

en la arena no encuentro

el tesoro llamado Paz.

no hay ideas que valgan

exhibirlas en un cuadro.

este mar de incongruencias

cae estrepitoso sobre la arena.

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MEMORIA

A veces se me escapa la memoria

se perpetúa entre almohadones

yo la persigo veo puntos ciegos

no puedo llegar a su lecho

Recorro frondosos árboles

se me confunden los límites

del presente con el pasado.

estoy en medio de un lago

no sé si es otoño o verano.

veo personajes de antaño

sigo la huella aún confundida.

Una lagartija se detiene a mis pies

y me despierta del letargo.

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MILCARETAS

voy entrando

en esa faz de milcaretas

examino la que mas me asienta

me la pongo y no me agrada

Elijo otra y otra

al fin la que calza con mis cuencas

con mis orejas.

Pero la boca pareciera de otra.

me desilusiono un poco

me quedo en estado de meditación

y me atrevo a seguir metida en ella.

pronuncio la primera palabra

el primer discurso

y se queda en mi paladar

la saboreo una vez más.

me desenfado con su estilo.

La escojo

para seguir sobreviviendo.

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Poeta libera tus versos, Poeta

dispara

dando en el blanco contra los que torturaron

y seguirán torturando.

Otra fecha otro día, otro milenio

Siguen las banderas de pie.

Siguen las banderas brotando

Con el suero de la matria.

No es hoy martes 11

El mañana no se termina.

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HOGUERA

Ahí está la hoguera sigue ardiendo

siento las llamas de los libros.

veo el espeso humo

y unas figuras retorciéndose.

No importa cuántas hogueras

tendrán que arder.

El fin es extirpar la conciencia

No importa si haya que matar

A mucha gente.

La conciencia no se incinera.

La hoguera con libros

Alumbra el vecindario

Chispas se difaman por las calles

sobre el pavimento

chispas de colores

caen y se confunden

con las estrellas.

Las letras de los escritos incinerados

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Salen airosas

Desfilan por las calles

Se impregnan en los árboles

Se suben a los techos de zinc

De las casas de los pobladores

Se sienten cómo conversan entre ellas

De las paredes de los hogares

Se escucha el himno Venceremos.

Forman caravanas para salvarse

Pasan diez veinte treinta cuarenta años

Las cenizas se transforman en mas libros

Muchos libros escritos por todo el planeta

Son diferentes plumas, estilos, idiomas

Siguen brotando miles de relatos

La historia no se ha podido borrar

La mancha dejada es persistente

Se aminora pero al otro instante surge

Mas legible lo que se ha escrito en sus páginas.

Siguen pasando las épocas.

Reviso la hoguera de la traición

y se revela aquel rostro

con lentes oscuros

se avista un hueco

veo un terrón de ojos muertos

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¿RECUERDAS?

-aquella joven que no dejó huellas-----La población desiertaflotando entre humo y bayonetas

Desierta de su miradade sus sueñossu pelo largosu libro entre el brazosus sueñossu tez trigueñalos murales de las B.R.P.la Victoria, El MonoLa Jenny que se ahogó En el pacífico océano.

¿Recuerdas?la hija del compañero Emilioaquélla del pelo hasta la cintura.

¿Recuerdas?aquel joven de camiseta rojo con negroaquél que llevaba a su izquierda

nelly.salas
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borrar estas líneas
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una bandera flameando.

¿Recuerdas?Aquella dueña de casabarriendo la vereda de su casa,aquélla combatiente de dulce mirada.Un 12 de septiembre la sacaron a patadas de su casaY nunca mas se supo de su paradero.¿Recuerdas?pasos beligerantesacercándose a la puerta de Migueltodo destrozado a su paso.Se lo llevaron amarrado Como si hubiera cometido un crimen

El hijo de Miguel y la Carmen, su esposaSiguen buscando sus huellas Quemadas en el océano.Buscan a un joven ya ancianosin rastros, sin cara.

HAN PASADO 40

Han pasado cuarenta años

Y la herida no se cierra.

No se sana el alma con consuelos

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nelly.salas
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qué viene aqui? por qué está vacía la hoja? un dibujo?
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Ni perdones

No se resucita al hijo, al marido, al padre

No se limpia la deshonra de las jóvenes

Vírgenes que fueron ultrajadas.

PRELUDIO A UN RETORNO

1989

nelly.salas
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este texto debe subirse a la hoja 46
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PRESAGIOS

En febrero de 1989 el estado anímico se había tornado sintomático.

A menudo me embargaba la angustia y el pecho se me encogía. Presentía que algo invalorable estaba perdiendo o ya lo había perdido. Dos imágenes, como íconos, se anteponían en la conciencia: Madre, Patria.

Un vuelco emocional se produciría el recibir aquella carta de mi prima Alba del ya borroso Santiago en mi mente. Los temores se habían confirmado con su lectura. Me pedía que hiciera un esfuerzo y llegara lo más pronto posible. Chile estaba cambiando, camino a la democracia.

El estado de mamá a principios de febrero de 1989 era crítico como para ocultármelo. Quizás se acercaba aquel día que tanto temía. Sentí un mareo un fuerte latir del corazón. Pero comprendí que mi prima Alba se había dado la molestia en escribirme, después de tantos años que jamás se había interesado por mi. Ella se había apiadado de mi. Al igual que mi destino:

EL VIAJE

El 9 de abril a las 22 horas despegaba nuestro boeing IL-86 de Moscú con rumbo a Buenos Aires. Junto a mí iban mis dos hijos pequeños, Alexandr de 5 años y Ruslan de 3 años respectivamente.

Todo ocurrió tan rápido que no tuve tiempo de acostumbrarme a la idea de volver después de tantos años a mi continente. Por lo mismo me costaba creer que si todo salía bien, me reencontraría con mi patria y mis padres.

Mi esposo había ido a dejarnos a Moscú. Viajamos en avión

nelly.salas
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agregar iba
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desde Leningrado a Moscú para tomar aquel avión que nos llevaría a nuestro destino. Era la primera vez que volábamos todos juntos. La distancia entre Moscú y Leningrado sería para los niños como un suspiro en el espacio. El viaje fue placentero, pero a mi ya se me había puesto un nudo en el estómago, pues estaba consciente de la odisea que se nos avecinaba. Llegamos a la capital con bastante anticipación. Estuvimos todo el tiempo en el aeropuerto, mientras el papá se ponía cada vez más nervioso. El sol primaveral aliviaba nuestro estado intranquilo. Cada uno de nosotros tenía sus propios pensamientos referente a lo que iría a pasar cuando nos despidiéramos del padre y de la amada Rusia.

Se acercaba la hora de tomar el avión, el nerviosismo nos hacía estar con un bullicio interno que no podíamos controlar.

Nos despedimos del papá con mucha pena, pero también con la certeza de que regresaríamos a Rusia, sanos y salvos.

Al despegue del boeing desde la capital de Moscú, los niños se quedaron inmóviles en sus asientos y muy silenciosos, como presintiendo la importancia de todo lo que estaba sucediendo y que muchas cosas más iban a experimentar en sus cortas vidas.

Un video de situaciones se cruzó por nuestras mentes. Cada uno tenía sus propias sensaciones.

No sé cuánto distaban mis pensamientos de los de mis pequeños. Sólo comprendí que estábamos entrelazados por una misma dependencia: el azahar.

NUESTRA ODISEA

La desazón se había sentado a mi lado, acompañándome fielmente hasta quedarme dormida en la casa de mi infancia.

Una agradable brisa matinal abrazó nuestra esperanza al bajar del avión. Habíamos aterrizado en Argelia. La felicidad de los niños fue inmensa al saber que estábamos pisando tierra africana. A mi hijo mayor Alexandr se le vino a la memoria el doctor AIBOLIT, el querido personaje de su libro más preciado, del famoso Korney Tchukovski, el preferido de los niños rusos. Ellos se olvidaron del cansancio y de la tristeza que quedaba atrás.

No podían darse cuenta que esta estancia era solo la primera de la odisea que nos tocaría vivir.

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Cada escala que hacía el avión era una fiesta para los chicos. Al cruzar la línea ecuatorial que divide a nuestro pequeño planeta en dos Hemisferios (Sur y Norte), un bullicio generalizado resonó dentro del avión. Fue como si la gente se hubiese olvidado que estábamos a miles de metros sobre la superficie de la tierra. Unos pasajeros se pusieron a cantar, otros a bailar. Los niños estaban tan entusiasmados con aquel bullicio que aplaudían con gran alegría sin entender de qué se trataba. En ese instante salió de la cabina de Dirección del avión el comandante de la nave. Se acercó a los dos niños y les obsequió a cada uno un diploma en recuerdo del acontecimiento que estábamos siendo testigos:

“Que quede en conocimiento de ustedes que Alexandr y Ruslán Gorielov Salas Cruzaron el Atlántico en Aeroflot...”

Alexandr y Ruslan tenían demasiada prisa en llegar a Chile como para darle la debida importancia a la ciudad en donde el avión asentaba sus alas. Buenos Aires era para mí un gran trozo de emociones que tenían relación con mis padres y mi niñez.

Ellos eran de la generación del tango, por lo mismo lo que más he logrado retener en mi recuerdo era la calle Corrientes porque estuve en mi adolescencia paseando por ella y también me acordaba del cantante Carlos Gardel, preferido de los chilenos y fallecido trágicamente Sentía que me invadía una emoción adormecida en el tiempo. Era como si me elevaba de la plataforma del aeropuerto divisando la cordillera que por tantos años había añorado en sueños.

Pero no todo estaba resultando a la maravilla. El paso por Policía Internacional a nuestro arribo a Buenos Aires no podía estar exento de inconvenientes. El problema más serio que se nos presentó fue el no haber sacado la visa argentina de tránsito para los niños de ciudadanía soviética. Con mucha convicción explicaba de lo innecesario de aquel trámite, ya que mis hijos estaban en mi pasaporte chileno. Se me ocurrió, en aquel instante, negar la existencia de los pasaportes soviéticos. Los argentinos, para resolver el problema de la visa, demostraron gran gentileza al informarnos que habían resuelto concedernos la posibilidad de volar antes del tiempo previsto de su territorio, evitando de este modo, los inconvenientes. Así fue que nos adelantaron el vuelo en doce horas. Esto lo hicieron pensando que debíamos volar lo antes posible, por la falta de documentación de estadía en esa. A las siete de la mañana del siguiente día ya nos embarcábamos en Líneas Ecuatorianas con rumbo a Santiago de Chile.

A las 8 de aquella mañana cruzábamos la blanca Cordillera de

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los Andes. Nuestro ánimo era excelente. Nuestro optimismo no cabía de gozo. A medida que el avión devoraba las cúpulas de las cordilleras, las pupilas de los niños más se ensanchaban. Un himno de regocijo Hizo viva presencia en mi pecho, sintiendo la emoción que se posesionaba en mi garganta.

Alexandr, mi hijo mayor pronunciaba por primera vez, al atravesar la blanca cordillera de los Andes, aquellas bellas palabras que conquistarían por largo tiempo mi alma:

“NUESTRO CHILE LINDO”

Cuando las personas adultas experimentamos la felicidad, raras veces damos crédito a nuestro sentimiento. Solo cuando la felicidad se nos vuela de nuestras manos, comenzamos a experimentar intensamente lo sentido.

Dos almas rodaban abiertas e ingenuas al encuentro con la vida; y la mía, ya algo vivida, pero sintiéndola tan infantil como la de ellos, con un deseo infinito de reconocer y aceptar el mundo con todos sus colores espléndidos y opacos.

A nuestro arribo a Santiago, el aeropuerto estaba casi desierto. Nosotros éramos los últimos pasajeros en pasar por Policía Internacional. Los demás que venían con destino a Santiago ya se alejaban con sus maletas y parientes.

Al examinar mi pasaporte el policía inspeccionó nuestros rostros y sonrió con simpatía. Su expresión decía que no había tenido este tipo de pasajeros hacía muchos años atrás.

Los tiempos aún no lo permitían del todo. Aún cuando la situación política del país hablaba de que el régimen militar experimentaba un debilitamiento en su poder, no se podía tener la certeza de que las cosas podrían tomar otro rumbo. El policía, inesperadamente me preguntó: ¿Entran los niños como apátridas? Y yo sin pensarlo dos veces le contesté con orgullo: Son de ciudadanía soviética. Le pasé los pasaportes internacionales de los niños que llevaba muy guardados dentro de mi cartera.

Hasta ese instante todo iba a favor nuestro. Siempre me desagradó la palabra apátrida y pensé que no tenía por qué utilizarla para mis hijos. Sabía que la situación se podía complicar hasta el extremo de no dejarnos pasar. Pero por otro lado, mi decisión en decir la verdad me daría entender hasta qué punto podía sentirme segura durante nuestra estadía en Chile. Hoy pienso que fue muy interesante, no exento de riesgo, haber

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llegado a saber la relación de Policía Internacional con respecto a la llegada de una de las primeras familias chileno-rusas al país, después de tantos años de espera. Al mismo tiempo, con la muestra de los pasaportes soviéticos no sólo confirmaba la ciudadanía de mis hijos, sino que la plena necesidad de sus partes exigirme la visa chilena para su entrada al país. Felizmente habíamos pisado tierra chilena en un período históricamente favorable. Fuimos nosotros los testigos del amanecer de nuevas relaciones entre Chile y la URSS. No solo hubo cortesía y buena voluntad en el trato, sino que cuidadosamente me informaron de lo que tenía que hacer para otra vez.

Tenía que preocuparme con anticipación de sacar la visa chilena, más aún si venía el padre de los niños.

EL ARRIBO

Yo no había avisado a nadie. Evidente que a la salida del aeropuerto nadie nos esperaba. Sólo una bella mañana otoñal nos invitaba a pasear por sus lomas soñadoras. El sol calentaba nuestras parcas aún con olor a bosques y nieve derretida por el efecto de la primavera del Hemisferio Norte y yo no sabía si reír o llorar de felicidad.

Un taxista se ofreció para llevarnos a casa. Lo que menos tenía eran dólares, pero leyó en mis ojos y me dijo que nos llevaba sólo por tres dólares. Durante la media hora de viaje el taxista amenamente me contó todo el quehacer político de esos días en el país. Mientras los niños no dejaban pasar detalle de la nueva geografía. Todo les causaba algún gesto de asombro.

Fuimos recorriendo calles ya olvidadas por mi y los niños reconociendo paisajes que yo les describía en mis relatos.

Nos fuimos por Alameda hasta llegar a Carmen. Allí dobló el taxista hacia el sur, íbamos a la comuna de San Joaquín. Pasamos por la Gran Avenida, llegamos a Toro Zambrano y de ahí nos dirigimos a Avenida Los Copihues. Todo estaba casi igual como hacía 16 años, cuando volé en Lufhtansa, solita y llorosa un 12 de octubre del 73. No nos dimos ni cuenta cuando el taxista se detuvo ruidosamente en el pasaje Constancia, en el número 334. No podía creerlo, estábamos frente a la casa que me había visto nacer un día 24 de diciembre. De la puerta que estaba entreabierta salía mi padre a averiguar lo que sucedía. Los niños habían descendido

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del taxi muy ruidosamente, al asomarse, yo exclamé ¡Papá¡ es su hija con sus hijos, abráceme. Sentí que mi padre tambaleaba de la emoción, sin dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo. Jamás pensó que yo llegaría de esa manera, tan silenciosa e inesperada.

Yo no quise avisar que venía en vuelo. Nadie sabía, fue una decisión que tomé por varias razones. No quería que mis viejos se preocuparan por nosotros. Si avisaba, quizás dirían que esperara un poco, aún estaba la dictadura, pero ya bastante debilitada.

Divisé en esos instantes a mi madre pasando por el pasillo de la casa. Flor Marchita,

Mi madre Taciturna, Por el corredor de la casa. Ternura, Tan ajena, tan mía. Ella inmutable, Navega sola en su naufragio.Busca mi voz, busca mi risa,mientras yo, en las maletas del tiempo, busco lo que el destino extravió. Caí ante sus pies, con la fe desgastada, la rescataba del

pasado.Mis padres, mi patria.Cuando abracé a mamá, también lloraba junto a mí.

Seguramente no sabía por qué lo hacía. Solo el subconsciente le había avisado que la hija lejana estaba a su lado, aquélla por quien había sufrido tanto, por quien, seguramente había enfermado. Mi padre estaba muy emocionado. En unos instantes lo sentí sollozar. Lo único que logré retener de aquel recibimiento fueron estas palabras “no los dejaré ir más”. Siguen aquellas palabras retumbando. Solo mamá no pronunciaba una palabra.

Sentí la voz de mis niños que me volvía a la realidad, como un fresco arroyo que se desliza desde las alturas de la cordillera:

“Nuestro Chile lindo, de corazones grandes, estrechas callejuelas.

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¿Cómo pudiste, mamita, vivir tantos años sin tu cordillera?”.La parentela llegaba a casa rápidamente: las tías y los

sobrinos a preparar la bienvenida a sus sobrinos que no conocían. Se dejaban caer como si alguien los tirara del cielo por una cuerda. No sabían ellos ni nosotros qué preguntar, por dónde iniciar la conversación. Confundidos ante nuestra llegada inesperada.

Aquella cena estuvo llena de emotividad, muchas lágrimas, preguntas, abrazos, para no olvidar nunca.

Alexandr entraba rápidamente en aquel mundo, como si antes hubiera ya vivido en él. En Leningrado Chile se veía tan inalcanzable que ellos no se atrevían a preguntar mucho.

EN RESCATE DE LO PERDIDO

Chile para los niños se volvía realidad y se estaba solidificando en sus conciencias. Los días eran hazañas, llenas de acontecimientos. La patria materna se había vuelto palpable, se podía jugar con su tierra, correr por sus cerros. Chile se había transportado del cuento infantil para transformarse de un amor ideal en real. Ellos entraban a la isba poética de mi infancia con la fuerza del actor. Rehabilitaban mis sueños quebrantados, como si el tiempo hubiera borrado todo tipo de barrera. Felices en la pequeña casa de sus abuelos Emilio y Raquel, se sentían muy cómodos, jugaban como si hubieran nacido en aquel terruño. Les encantaba que la casa tuviese patio. Un gatito que tenían los abuelos los miraba al principio con cierta desconfianza, pero todo de a poco llegaba al ritmo normal de la casa. Evidente que fuimos una alteración del ritmo que llevaban de por años los abuelos, pero todo lentamente, tomaba de nuevo su ritmo habitual, pero no exento en dificultades. No todo era armonía bajo el techo de nuestra nueva realidad. Dieciséis años no es poco en la vida de cada ser humano. En nuestras existencias habían transcurrido muchos acontecimientos y nosotros los habíamos sufrido separadamente.

Compartirás el pan de cada día con tus seres queridos. Compartirás las penas y las alegrías. Esto dice la Biblia y yo lo estaba en la práctica comprobando: compartir las penas y las alegrías es lo único que puede asegurar la unión sólida con los seres que amamos.

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Esa distancia espiritual que se había interpuesto tercamente entre nosotros se erigía ante mí divorciándome de mis padres y mi casa. Comprendí que había hecho lo mínimo; había vencido la distancia física que me separaba de ellos. Ahora debía vencer lo invisible, que depende absolutamente de la riqueza del alma y sus potencialidades.

Iniciaba un difícil camino por rescatar aquel amor de hija ya descolorido en el tiempo.

Los niños observaban la metamorfosis que se desarrollaba ante sus ojos. Se habían puesto inquietos. Cada día se volvía más difícil controlarlos. Todo pasaba sensorialmente ante sus conciencias. Aquel mar de incertidumbre y preguntas era inmenso. Poco comprendían de todo aquello. Alexandr, con sus cinco años se había sentido identificado con Chile desde un principio. Yo le mostraba intencionalmente las desventajas de mi patria con la vida que llevábamos en Leningrado. Pero se había enamorado de Chile intensamente.

Esa primera semana en casa fue muy agitada. Teníamos que llegar a un común acuerdo en los problemas caseros. Hubo momentos de temor y desconcierto.

El 18 de abril la Federación Nacional de Trabajadores de Chile había hecho un llamado a un Paro Nacional. Aquella tarde comprendí cabalmente que no estábamos en Rusia. Los desórdenes en el sector comenzaron como a las 21 horas. Mi padre me había pedido que me acostara lo más pronto posible. Yo me sentía cansada. Aún quedaban huellas del viaje. Sinceramente no tenía la intención de ser testigo de aquellos encuentros callejeros. Con el transcurrir del tiempo uno se va olvidando de cosas desagradables. Quizás, para seguir viviendo una vida plena, traté de olvidarme de las peripecias sufridas durante el golpe del 73. Tuve una suerte envidiable, no fui detenida ni torturada, había podido salir de Chile, no exenta de dificultades, pero había llegado sana y salva al país de mi destino, la URSS. Había acumulado amor hacia mi gente y la patria.

La experiencia me habia enseñado a ser realista. Venía con un bagaje distinto al que mis compatriotas estaban viviendo en aquellos días últimos de la dictadura. Sentía que se habían truncado vidas jóvenes y hermosas en aras de ideales que la sociedad aún no estaba al alcance de comprender la magnitud de cambios que podrían acarrear, por ejemplo, que usurparon el poder no sólo con la intención de “poner orden” , sino que venían

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con la idea fija de matar a quien se cruzara por su camino, llegaban al poder a matar a gente, a matar “marxistas leninistas” como la misma junta repitió en forma grosera. Sinceramente me aterraba que allá afuera podría caer gente muerta.

Una fuerza indescriptible paralizó mi cuerpo. Comenzaron a explotar bombas caseras, neumáticos y los gritos retumbaron en la noche. Tapé las caritas de los niños con las frazadas. Ellos dormían profundamente. Me horrorizaba la idea que se pudieran despertar con aquel ruido infernal. Estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de evitar que fueran testigos de aquellos acontecimientos. Los niños algo sabían por las películas lo que significaba guerra. Para ellos hubiera sido eso si se hubieran despertado. Fueron largas horas de angustia y espera. Varias veces me acerqué a la pieza de mis viejos, para preguntarles hasta qué punto era peligroso lo que pasaba en las calles. Mi padre me tranquilizó. En ese instante hubo un apagón de luz en toda la cuadra. Pero él siguió tranquilizándome, explicándome que a la madrugada todo ya se habrá terminado.

A las 3 de la madrugada comenzaba la calma y el sueño me vencía.

Confieso que creí que las calles habían quedado bañadas en sangre. Pero no había sido así. Para felicidad de todos, los carabineros no se habían aparecido. No se produjo el enfrentamiento entre las fuerzas opositoras a la dictadura y las fuerzas represivas. Un alivio recorrió mi cuerpo transformándose en serenidad. Si hubiera sucedido algo más grave, no sé cómo me hubiera sentido ante mis hijos.

Esa mañana los niños se despertaron con un humor excelente. Habían descansado como nunca de un solo suspiro la noche.

La vida de los abuelitos seguía su curso casi inalterable. Todo se realizaba a la hora que ellos acostumbraban. Nos habituábamos rápidamente a nuestro nuevo horario de comidas y de descanso.

EL ARREBOL EN SANTIAGO

La crisis que sufrió mamá antes de nuestra llegada se fue aminorando. Era notorio que se estaba recuperando. Pero siempre después de una crisis quedaba mermada de un espacio menos en su memoria.

La hora del crepúsculo se volvía no solo la más feliz para mi

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madre, sino la más divertida para los niños. No se perdían las aventuras del Chapulín colorado. Ellos entendían mejor que yo el humor latinoamericano. Y la abuelita se volvía dócil, incluso las arrugas desaparecían de su carita. La indagaba una profunda tranquilidad. Durante el día ella esperaba a sus hijos, nietos y a su tía Enriqueta fallecida hacía más de 30 años.

Ella sabía que alguien pasaría a verla a esa hora. Le llevaban golosinas, le hacían cariño igual como a la niña mimada de la familia. Ella era el centro de atracción de todos nosotros y todos nos sentíamos unidos porque teníamos un amor común: el amor hacia nuestros padres.

Pero mi madre solo a nosotros no nos esperaba. Había olvidado por completo mi nombre. Yo estaba excluida de su conciente. Mi nombre no le decía nada. Había dejado de sufrir. Quizá fue la única manera de sobrellevar su tristeza ante la fatídica espera. Para mí también había sido la espera una experiencia amarga: Mi Madre, mi Patria. La misma herida en el patio de mi existencia.

Mi padre estaba totalmente dedicado a mi madre. Ni siquiera osaba dejarla con la señora Aurelia para salir con nosotros a pasear. Muy a tiempo comprendí que no tenía derecho a violar aquella armonía que existía entre ellos dos. Se necesitaban infinitamente. Cualquiera persona que contribuyera a romper la magia se volvía para ellos un ser odioso. Nosotros no llegamos a ser la exclusividad. Pese a todo, sus formas y experiencias de ver las situaciones que le habían tocado vivir, para mi llegó a ser un motivo de alegría.

Era inimaginable una separación temporal entre ellos. Estaban asidos a la vida por un mismo hilo, el afectivo. Si uno de ellos abandonaba este mundo, rápidamente seguiría su curso el otro. Quizá por lo mismo él cuidaba de ella con un amor y paciencia admirables. En nuestros tiempos es más fácil hacer planes para un viaje por el cosmos que una vejez así. Emilio, su marido ha sido la única persona que no ha confundido con nadie. Ella respira a través de sus sueños y reposaba en la tranquilidad de él. El es único, insustituible. Ella, la reina.

Ya en Leningrado, he pensado mucho en la vida de mis viejitos y he llegado a la conclusión que no se puede abusar de la paciencia de nuestros seres queridos, más allá de lo que pueden nuestras conciencias. Ellos me han enseñado demasiado. Pienso que esto fue motivo por la cual me invadió una tremenda y

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admirable conformidad en el nuevo rol que debía desempeñar en mi casa:

entre la hija casi olvidada, lejana ya en el pensamiento y la desconocida que llegaba con sus dos hijos extranjeros.

LAS ABSTRACCIONES DE PAPÁ

El mundo de papá es un pequeño universo en donde giran a su alrededor los libros y mamá. Si no está con los libros está con ella. En sus horas de lectura, ella a su lado se torna pensativa, grave e intuitivamente entra en aquel conjunto de ideas abstractas y metafísicas, entendiéndolo todo con su gesto comprensible. Entonces su rostro se ilumina y ella es parte material de aquella fantasía.

El mundo de los mayores se distancia mucho de aquel que crean a su alrededor los niños. Me arriesgaría a decir con cierta certeza que el de mis padres era paralelo al de mis hijos. Ellos necesitaban de constante cuidado y amor. Entre ellos no siempre podía encontrar un término medio. Ante mis ojos, cambiaban mis hijos y mis padres, junto a ellos se tornaban un enigma. Mientras yo caía en un abismo de contradicciones.

Alexandr se esforzaba en concebir dentro de su conciencia aquel mundo nuevo. El siempre es así. Sin embargo, Ruslán rechazaba categóricamente muchas cosas que lo rodeaban. Por ejemplo, no le agradaban las comidas que preparaba la señora Aurelia, la Nana de los papás. Decía que tenían mucha verdura y que no las hacía ricas como la mamá. Así me confesaba.

Al comienzo del segundo mes en Chile, la señora Aurelia dejó de trabajar en la casa y yo pasé a ocupar su lugar. Mi papá me ayudaba en todo, incluso me daba valiosas indicaciones de cómo preparar las comidas chilenas, ya que yo no había alcanzado a aprender a prepararlas antes de mi partida. A Ruslán lo notaba siempre preocupado de algo, por varios motivos. Entre esos, decía que Chile se veía un país muy chiquitito. Más tarde, ya en Leningrado, me hizo otra confesión: siempre pensaba en Chile y tenía mucho miedo que se fuera a caer del planeta por ser tan chiquito. Ruslán tenía sólo tres años. Yo no comprendí al principio, porque nosotros los adultos no siempre comprendemos

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lo que quieren expresar nuestros hijos. Entonces le pregunté que cómo podía eso suceder. Me contestó en un tono grave, que podía correr un viento fuerte y se lo llevaría lejos por las cordilleras. Además me dijo que tenía mucho miedo por los abuelitos, ya que nuestra casita chilena se les podía venir encima, porque su techo es muy bajito.

En una mañana de mayo.Llovía en el patio a cántaros. Estaba húmeda la casa y el corredor lleno en agua.Se levantaron los niños con un ánimo de fiestas. Reían felices al verme subir al techo a barrer las hojas atrapadas por la lluvia. Aquel día Ruslán me confesó que había vistola casa más pequeña que otros días.Mis dos hijos son tan diferentes entre sí y tan complementarios

que no pueden estar separados uno del otro. Así crecen juntos con todo lo que la naturaleza les concedió y negó. Yo soy feliz en medio de este manantial de agua fresca. Son ellos mi poesía real.

Mis hermanos no se cansaban de contemplar a sus sobrinos que venían de tan lejos. Las gentes de las casas vecinas se detenían en la casa para instalar conversación con los rusitos que habían nacido y aprendido fuera de Chile a hablar un cuidadoso castellano. A medida que los días se sucedían Ruslán mejoró muchísimo su español. Iban asimilando nuevas palabras y chilenismos. Sus conversaciones fueron adquiriendo mayor flexibilidad y naturalidad.

A los dos meses de nuestra llegada, entre ellos ya se comunicaban solo en castellano. Entonces comprobé que había llegado el momento en que mis dos patrias se habían equilibrado.

DOS REALIDADES Nuestra estadía pasaba la cuenta: rescataba a Chile, mientras

que Rusia se nos escapaba.¿Quién he sido para ti Chile.Un ave en busca del horizonte perdido?

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O quizá ni siquiera soy...Surjo entre dos esperanzas: una entra a mi puerta, vestida de flores y abrigo. Otra se esfumaenvuelta en nebuloso destino.Leningrado se engrandece tras la distancia, Desciendo por peldaños oníricos. Mis pequeños son alas. yo, su afortunada pasajera.

El contacto físico con mi Patria había hecho rejuvenecer mi alma y mis células. Regresaba de mi adolescencia aquel olor de humedad nocturna del patio de la casa y despertaba adormecidos sentimientos. Aquello que había amado tanto. El almendro, testigo de mi pasado y presente, una maraña de recuerdos se acercaba y distanciaba, haciendo de la realidad una fantasía.

Mis hijos jugaban horas enteras en el patio. Se sentían a sus anchas. Hacían cosas increíbles y se confundían con el pasto y la tierra.

Mamá estaba casi todo el tiempo activa. Esa encorvadura que tenia a mi llegada había desaparecido. Se veía muy mejorada. Yo le hacía masajes y ella se quedaba quietita, sentía la transmisión de todo aquel amor acumulado por tantos años. Se esforzaba en ayudarme en los quehaceres de la casa. Yo le daba trabajitos pequeños para no confundirla. Pero sí teníamos que vigilar siempre sus pasos. Ella secaba la loza minuciosamente y volvía a preguntarme adónde debía de guardarla. Se olvidaba siempre de las mismas cosas. Pero lo más triste para todos nosotros era que la abuelita no podía darse cuenta que esos niños bulliciosos eran sus nietos.

En las relaciones con mi padre mucho había cambiado. Ya no era la niña de antes que siempre lo interrogaba. Ya no andaba con el maletín de preguntas con que solía llegar a la cabecera de ellos. Mi padre había llegado a ser la llave hacia el conocimiento que tanto apreciaba. Las tardes de mi niñez eran las fiestas que nunca se repetían. Con amor y paciencia saciaba mi curiosidad infantil. Los 20 años que alcancé a vivir junto a mis padres fueron felices,

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eso sí, no exento en privaciones materiales. Yo era la hija menor de mi madre y de mi padre su hija única, pero quería a mis otros cuatro hermanos como suyos, nunca hacía diferencias entre nosotros. A los 29 años mi madre había quedado viuda, sola con sus cuatro hijos y su hermana menor Berta. Su madre, mi abuela Rosa falleció unos meses después que había quedado viuda. Mis dos hermanos mayores estaban grandes cuando yo aparecí en este mundo. Junto a mis dos hermanas menores crecí yo.

Mis padres se conocieron en un local del Partido en Santiago y yo era el fruto de aquella unión de amor y esperanza. Eran tiempos difíciles. Quizás la vida tenía más sentido. Los hombres se la jugaban por sus ideales. Ni soñábamos con la tecnología de hoy. Los hombres creían en sus fuerzas, en el poder de sus esfuerzos colectivos y personales, no se dejaban avasallar por la miseria.

Esta vez yo regresaba con mis dos hijos y debíamos aprender a compartir nuestro cariño todos juntos. Nuestra vida en Leningrado era totalmente diferente. Vivíamos solos. Los abuelitos rusos nos visitaban una vez al año aproximadamente al igual que nosotros a ellos.

Era notorio que mis padres a veces no sabían cómo convivir con tres personas tan suyas y tan ajenas al mismo tiempo. Con costumbres tan diferentes a la de ellos. Tampoco yo sabía hacerlo mejor. Había pensado tanto en estos momentos, que al poseerlos no sabía qué hacer con ellos. Solo sabía que el amor hacia mis padres se había conservado intacto durante dieciséis años, pero la diferencia era que no eran mis únicos amores. Alrededor de ellos estaban mis hijos.

A medida que los días fueron transcurriendo, aquel nudo de sufrimientos que se había formado en mi pecho con el tiempo, ya se estaba desvaneciendo. Todos íbamos adquiriendo más confianza en nuestras relaciones. Mi padre entraba en nuestra fantasía con la cual al principio se había estrellado. Su cambio fue notorio. Su trato se volvió más afable, comprensivo y cariñoso. A este reencuentro entre hija y padre contribuyeron mis hermanas Amelia y Silvia. Ellas siempre hicieron todo con un amor excepcional y habían arado el camino por donde nosotros sembraríamos. Comprendí la intención de mi papá de entender mi reciente pasado en Rusia. Aquella tarde me dijo que quería conversar abiertamente conmigo. Yo no pude decirle nada, porque me puse a llorar igual que un niño cuando cometen una injusticia muy grande con él.

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En ese instante las palabras se volvieron demás. Todo aquello había llegado a su punto culminante. Un sentimiento de plena reconciliación nos embargaba. En esa oportunidad comprendí algo muy importante: yo había vivido con un resentimiento de culpa hacia mi padre.

Recuerdo como si hubiera sido ayer cuando yo le consulté si estaba de acuerdo en que yo me fuera a la Unión Soviética con una beca de estudios. Interiormente quería escuchar un NO. Pero él no dudó en ningún instante que debía irme y lo dio como un hecho que había esperado mucho tiempo. Y no titubeó un solo instante al decir que “tú no puedes rechazar, quizás, tu única oportunidad de estudiar tranquila”. Y tenía razón. Todo lo sucedido después de unos meses de aquella conversación, comprobó la veracidad de sus palabras. El sabía lo que decía. Mi madre escuchó mi petición de permiso con lágrimas en los ojos. Y me dijo, “yo no quiero que te vayas, pero si tu padre considera que es necesario, pues tienes mi bendición”. Corría el año 1973, eran tiempos difíciles. Después de aquella conversación experimente una fuerte desazón. Una inmensa angustia embargaba mi corazón. Entendí que me alejaría muy pronto del océano y la cordillera y que el tiempo sobre otras tierras se detendría para mí por muchos años.

LA NIÑEZ EN SU MEMORIA

A medida que pasaban los días me di cuenta que mamá hacía las mismas cosas que cuando yo estaba niña. Para ella el tiempo estaba suspendido. Yo no había crecido. Y fue muy notorio en aquella oportunidad en que mi padre insistió seguir una conversación que no tenia para mi sentido, pues él no podría entender cabalmente los cambios de mi personalidad. Para mi todo era doloroso.

Era triste recordar mi adolescencia en Chile a mitad de camino; era fatigoso recordar cosas que ya había olvidado; era difícil tratar de reconstruir facetas de mi personalidad que ya habían cambiado. Y eso producía, así hoy creo, irritabilidad en mi padre. El quería ver la niña que se fue. El ansiaba esa hija. El quería aquella niña y no la mujer treintona que retornaba, nerviosa, insegura, poco alegre. Mi madre le decía: “Emilio, deja tranquila a la niña. Debe estar cansada con tus palabras”. Sí, era

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ella, al final de cuentas, la que más entendía mi ánimo. Porque su estado psíquico le permitía sentir cosas que no cualquiera percibía.

Aquella tarde mi padre tiernamente me abrazó y me dijo: “Hija, he comprendido que has sufrido muchísimo fuera de casa”.

Después de todo esto, comenzamos a sentirnos más felices. Dejé de llorar por cualquier cosa. Mi mamá se me acercaba igual como cuando yo estaba niña. Reíamos más seguido. Ella se estaba habituando a nosotros. A pesar de nuestra imposibilidad de una comunicación normal, yo sentía, al igual que ella, los cambios sentimentales que se iban produciendo en nosotros.

AQUEL DIA INOLVIDABLE

Un día mi madre me confesó, al estar sentada al lado de su cama, que yo tenía el pelo largo y era joven como una hija lejana que había tenido. Sus palabras nos parecieron un maravilloso mensaje que venía desde la profundidad de su memoria. A pesar que persistía el sabor amargo de esta situación, el rostro de papá se iluminó y yo callé con un nudo en la garganta. Este fue un día inolvidable. Mi madre había avistado mi niñez. Ella recordó que había tenido una hija y que se había marchado lejos.

Las horas del arrebol eran nuestras. Una de esas tardes nos pusimos a leer con mamá. Lo hizo perfectamente. Estaba feliz, como un niño. Con mi papá conversábamos horas enteras, como lo hacíamos antes. Todo se tornaba mas comprensible, los resentimientos se estaban desvaneciendo. Los días se fueron sucediendo rápidamente.

A medida que pasaba el tiempo, nos íbamos comprendiendo mejor, pero así mismo, se acercaba el día de nuestro retorno a Moscú.

Nuevamente comencé a sentir a los viejitos inquietos. Mi madre me preguntaba suavemente, como temiendo mi respuesta, si nosotros nos iríamos pronto. No cabe la menor duda que ella presentía nuestro viaje. Yo le decía que pronto regresaríamos para siempre. Se acercaba nuestra salida de Chile. Mientras más se acortaba nuestro plazo, más se alargaban las conversaciones en la cabecera de mi padre. Me aconsejaba. Me decía que tenía que sentirme segura de sí misma.

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LA PARTIDA SE APROXIMA

El mundo ancho y ajeno nuevamente me llamaba y una vez más yo respondía a su desafío. De nuevo contendría la respiración y yo misma me arrancaría con rudeza de mi suelo natal, igual como cuando se arranca un árbol ya formado.

Rusia para mí era lo más real que poseía. No podía abandonar a la Madre Rusia. A Leningrado había llegado prácticamente una niña. Ahí me había terminado de formar. Había adquirido una profesión, había llegado a mujer y a madre. En tierra leningradense habían nacido mis dos hijos y mi marido era de esas tierras. Esa era mi realidad. Todo lo demás era una quimera. Un pasado que no todos comprendían cuando hacíamos recuerdos, porque no lo habíamos vivido juntos. Para mi esposo Chile era una curiosidad que hacía de mis conversaciones un colorido paisaje para él.

Pasado los dos meses, comencé a sentir a mis hijos tristes, melancólicos. Por cualquier motivo me hacían recordar que ellos no eran chilenos. Que su patria era Rusia, Leningrado. Querían regresar adonde les esperaba el papá. Ellos echaban de menos su casa y sus cosas.

Pasado unos días después de haber vuelto a Leningrado, Alexandr inesperadamente me abrazó y me dijo: “Mamita, tan linda que es tu cocina, tan ricas que son tus comidas cuando cocinas en ella”.

Si nos vamos algún día a Chile le pediremos al papá que nos ayude a llevar tu cocina y mi Aibolit”. Este último era el personaje de sus sueños: el doctor que curaba a todos los animales del Africa.

El término de nuestra estadía en Chile me hacía a ratos ver más cruel realidad, mi patria se alejaba como los rieles cuando se consumen junto a la vía férrea. Pero mis penas y alegrías perdían importancia. Me estaba preparando física y moralmente para que nuestro retorno a Rusia saliera como Dios manda. Tenía que llegar al lado del padre con los hijos sanos y salvos. Esto hacía concentrarme responsablemente en los detalles del viaje.

ACOSTUMBRARSE A LA AUSENCIA

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Una idea se incrustó en mi mente aliviando la vieja tristeza. Mi patria y mis padres se habían acostumbrado a mi ausencia. Nuestra partida no sería tan dolorosa. Así fue que preparé mi retorno con la paciencia del que piensa que toda experiencia es siempre bienvenida

Habíamos llegado a Santiago un 13 de abril y volamos de Santiago de Chile rumbo a Buenos Aires un domingo 2 de julio. Nuestro ánimo era satisfactorio. Tuve que hacerles conciencia a los niños de antemano que nuestro viaje se alargaría un poco, que debíamos tener los tres unidos mucha paciencia. Al aeropuerto nos acompañaron unos diez familiares, entre ellos mi hermana Silvia, mi compadre Manolito, mi sobrina Natacha, mi tía Berta. De mi padre me despedí en casa. No quise que fuera a sentirse triste. Nuestra partida sería tal como llegamos. No debía alterar el ritmo de vida de los viejitos. Así sufriríamos menos.

Yo sabía que para salir de Chile pedirían la visa argentina de los niños. Nuestro viaje se había adelantado inesperadamente por una semana. Aeroflot nos había informado desde Buenos Aires que para el 9 de julio estaba copado el avión y las posibilidades de cambios eran las mínimas. No alcanzaríamos a recibir el visado en el consulado argentino. Y yo tenía que arriesgar. No contaba con más posibilidades: o volábamos aquel domingo o nos quedábamos en Chile. Nuestros pasajes eran turísticos, válidos solo por tres meses. Después del 9 ya no podríamos hacerlo. Aún más, Aeroflot no había aceptado nuestra petición de viajar el 17 de julio por falta de los tres lugares correspondientes. O nos íbamos antes del 9 o pagábamos la diferencia en dólares. La última variante estaba descartada. Habíamos viajado con 300 dólares para una estadía de 90 días. Ya había cancelado solo por concepto de impuesto aduanero 100 dólares. Francamente nuestra situación no era de las mejores. El destino nuevamente me daba la posibilidad de elegir: quedarme o regresar. Pienso a veces que mi racionalismo me ha llevado a cometer los actos más irracionales y arriesgados de mi existencia.

El aeropuerto esta vez, nos pareció mucho más familiar que cuando habíamos llegado, pero una sensación de pérdida no me dejaba respirar aquel aire helado de julio. Había, además, mucha gente alrededor nuestro y yo no estaba acostumbrada a aquellas despedidas.

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Al pasar por la revisión de la documentación en Líneas Argentinas, de inmediato nos pidieron la visa turística para entrar a ese país. Les expliqué la situación creada por la falta de lugares en el avión. Me dijo el hombre que los argentinos podían ponernos obstáculos a la llegada. Le pedí que se tranquilizara, que nada pasaría. Que regresábamos tal cual habíamos llegado de Moscú a Buenos Aires. De todos modos nos pidió que nos quedáramos en la sala de espera. Se comunicaría por telex con Buenos Aires para hacer las correspondientes averiguaciones. El embarque había comenzado. Nadie nos llamaba. Estaba intranquila, pero no como para perder mi capacidad de decidir algo en cualquier momento. Así fue. Me dieron a elegir. El policía me informó que al día siguiente saldría un avión, Líneas Argentinas, a las 12 del día. Llegaría a muy buena hora a Buenos Aires para embarcarme en Aeroflot rumbo a Moscú. De esta manera sería innecesaria la visa, pues no saldríamos del aeropuerto y nuestra estadía en aquella ciudad no agotaría a los niños. Al parecer, todo estaba diciendo que debíamos volver a casa para embarcarnos al día siguiente. Pero esta vez tampoco quise salirme de las reglas de la suerte. No quise echar pié atrás, pues los rusos dicen que es mal augurio. Además, alarmar emocionalmente a mis viejitos no era de mi agrado. Creo que en mi corto vivir en Chile, siempre evité darles preocupaciones. Incluso, lo que alcancé a estudiar en la Universidad Católica yo misma me costeé los estudios y ayudaba en casa en lo que podía.

Mi decisión estaba tomada. Viajaríamos sucediere lo que sucediese.

Comenzamos a despedirnos de todos los que nos acompañaban: tíos, sobrinos y mi hermana Silvia.

DESPEDIDA

Nuestro corto viaje a Buenos Aires fue tranquilo. Nos despedimos de las cordilleras con una profunda pena. La noté también en los niños. Pero la tristeza se cubría de la alegría al pensar que veríamos a papá. Nuestro destino sólo corría hacia adelante. Nada de miradas hacia atrás.

Para felicidad nuestra, al llegar al aeropuerto de Buenos Aires la Policía Internacional no puso ninguna dificultad. Era día domingo y poco se les daba por revisar minuciosamente a

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sus pasajeros. El aeropuerto se sentía relajado. Nos sentimos en Ezeiza más libres que gaviotas de mar. Nadie había interceptado nuestro paso. Nadie nos llamaba. La carta urgente que había puesto a Don Juanito, viejo amigo de la familia, obviamente no la había alcanzado a recibir. Así que era soñar despierto que alguien llegaría a vernos al aeropuerto. Además, las oficinas de Aeroflot en Ezeiza estaban cerradas. Estábamos a más de 25 horas de nuestro embarque en Aeroflot. No tenía dinero para irnos a un Hotel, aunque en esos días en la capital argentina todo estaba muy barato. El peso chileno tenía buena cotización y el dólar en el mercado negro estaba por las nubes. Todo se estaba volviendo en contra de nosotros. Habíamos quedado a la deriva, solos, sin saber qué hacer, dónde alojar aquella noche. La tarde se volvía helada. No sabía a quién exigir el alojamiento. Mis llamadas telefónicas comenzaron desde el Consulado Soviético hasta el encargado de Aeroflot en Buenos Aires. El tiempo transcurría. La evidencia del agotamiento de los niños me hacía desesperarme. Querían, además, comer y dormir, mientras en Aeroflot se consultaban unos a los otros sin tomar una determinación. No podía demostrar ante los niños mi desconcierto. Ellos se movían inquietos de un lugar para otro con aspecto de aburrimiento y cansancio.

Solamente pasadas las 22 hrs. Aeroflot contestó a mi petición negativamente. Después de largas y tediosas consultas, resolvió que ellos no tenían por qué otorgarnos estadía a cuenta de la línea. Sacaron cuentas, que para nosotros no tenía validez, pues no solucionaban nuestro problema. No les conmovió en absoluto que se trataba de dos pequeños ciudadanos soviéticos; que esa noche ya habían anunciado una temperatura de 0 grados y que a las 24 hrs. era apagada toda la calefacción en el aeropuerto, porque estaban en una campaña de economía de energía. Sabían que yo no tenía dinero ni siquiera para comprar a los niños una embutido, yo misma les había informado de lo precario de nuestra situación.

En todo lo que me pasaba Aeroflot no vio motivo para ayudar a una mujer con sus dos hijos.

Aún más, sueltamente me comunicaron que AeroPerú debía hacerse cargo de nuestros gastos, pues nosotros habíamos llegado de Santiago a través de esa compañía. Pero no había lógica en todo lo que me decían. Nosotros éramos pasajeros de Aeroflot. Esto me bastaba para sentirme terriblemente inconfortable. Mientras

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tuve que conversar con los niños y hacerles conciencia que esa noche tendríamos que pasarla en el aeropuerto. Subiríamos al segundo piso, ahí habían unos sofás de cueros muy confortables y nos tenderíamos a dormir. No sé qué hubiera hecho en esa situación si me hubiera encontrado totalmente sola. Los niños me daban una admirable tranquilidad. Era como si estuviera protegida por una fuerza sobrenatural junto a ellos. También ellos conservaban la serenidad. Alexandr me dijo: “Mamita, no te preocupes, solo te pedimos que no te duermas cuando nosotros estemos haciéndolo. Tu misma nos dijiste que por ahí podía venir un hombre malo y nos podía llevar”. Les prometí que así lo haríamos. Ruslán me pidió, además, que nos acostáramos no en un rincón oscuro, sino por el medio del salón, donde se viera más iluminado.

Era admirable lo razonable de sus comportamientos. Yo cuidaría el sueño de ellos. Así habíamos acordado y estábamos todos ya conformes.

Pensé, por último, que nunca está demás intentar de nuevo. Esta vez lo hice con AeroPerú. Ya quedaba muy poca gente en el aeropuerto y en las oficinas de esta compañía también.

AEROPERU, NUESTRO AMIGO

Esperé al supervisor de AeroPerú unos cinco minutos. Estaba conversando con unas jóvenes que parecían colaboradoras de la línea. Me acerqué para contarles mi problema, pero él de inmediato me desalentó diciendo que ellos no tenían ninguna obligación para con nosotros. Nosotros viajábamos en Aeroflot al día siguiente y no en AeroPerú. El hombre fijó la mirada en los niños y sentí que algo se estremeció en él. Nos pidió que esperáramos un poco. Nos fuimos a sentar y sin la menor ilusión que podía aquel hombre hacer algo por nosotros, nos pusimos a comentar con los niños que no faltaba tanto para que llegara el día siguiente, que los asientos eran cómodos y dormirían en ellos con toda tranquilidad, mientras yo los vigilaba.

Aproximadamente a los 10 minutos se acerca un joven y nos pide que tengamos un poquito más de paciencia, que dentro de unos minutos el automóvil de la compañía saldría con rumbo al hotel, en donde alojaríamos. Las caritas de los niños

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se iluminaron y no podían dar crédito a lo que aquel tío decía. A los minutos salían de la oficina las últimas dos personas que estaban quedando.: el supervisor y una mujer muy buena moza. Ella se dirigía hacia nosotros y en la mano llevaba dos gigantes embutidos con carne y verduras. Los niños estaban tan felices que habían olvidado los malos ratos del día.

El supervisor se despidió de nosotros, deseándonos mucha suerte. Intercambiamos, incluso, nuestras direcciones, por si algún día viajaba a Leningrado. Nos fuimos con la señora, pues el chofer pasaría a dejarla a su casa, para continuar el viaje con nosotros al hotel. Ella insistió en que nos bajáramos juntas para sacar de su departamento galletas para los niños.

Era el Hotel Lancaster, ubicado en el centro de Buenos Aires, Ya era cerca de la una de la madrugada. El chofer nos ayudó en todo. Nos instalo en el departamento y se fue. Ya ubicados en este, bañé a los niños, me bañé yo y nos acostamos. A las dos de la madrugada dormían plácidamente. Pero lo que sí no se me pasaba por la mente que al día siguiente los contratiempos seguirían acompañándonos.

Nos levantamos aproximadamente a las 9 y media. Llamé de inmediato a Aeroflot, exigiendo un vehículo para nuestro retorno al aeropuerto. Esto era lo menos que podía hacer por nosotros. Además, debía enviar una nota de agradecimiento a AeroPerú por la cortesía brindada a los pasajeros de la línea soviética. No refutaron una palabra que les dije. Me preguntaron la dirección del hotel y me dijo el hombre: “tak budet”, que significa “así será”.

AeroPerú se preocupó que tuviéramos un buen desayuno. Incluso Contábamos con algunas horas para dar un paseo por el centro de la ciudad. Yo seguía preocupada por el cambio de los 40 dólares que tenía. Nos fuimos de inmediato a una casa de cambio. El chofer me había dado una dirección. Quedaba a unas cuadras del hotel, nos fuimos vitrineando. Me atendió un hombre de unos 50 años. Le expliqué que el pago del impuesto de aduana había tenido un alza considerable el día anterior a nuestra llegada. Necesitaba 18 mil australes para salir de Buenos Aires en Aeroflot. El hombre me dijo que tenía que cambiar mis cheques visas en dólares efectivos y después hiciera el cambio en australes. Me dio él mismo la dirección. Era cerca de donde nos encontrábamos, en la Avenida Córdoba.

El cambio de mis visas me costó 2 dólares. Me estaban

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quedando 38 dólares. Pero cometí un grave error al no cambiar mis dólares en australes. Me confundí con la cotización del dólar en el mercado oficial y paralelo que eran dos cosas diferentes. Me hacía falta la práctica del libre mercado. Todo era tan simple que no comprendí a tiempo que el cambio que en el centro de la ciudad pertenecía al mercado paralelo. El banco del aeropuerto era estatal y el curso del dólar oficial estaba a 275 australes en consecuencia que en la casa de cambio me lo estaban ofreciendo a 504 australes por cada dólar.

A las 13 hrs. y media llegaba el pequeño bus de Aeroflot para transportarnos al aeropuerto. Los niños eran los más felices. Después de pasar el equipaje por aduana, el funcionario, con una gran sonrisa me dijo: impuesto de loza: 63 dólares. Su voz sonó diabólica en mis oídos.

EL DIFICIL RETORNO A MOSCÙ

En las oficinas de Aeroflot ya se había acumulado una multitud. Todos viajaban rumbo a Moscú. Yo miré a mi alrededor y le dije con gran sorpresa: “es que no tengo esa suma”. Su voz sonó esta vez lacónica: “Qué quiere señora, que se los pague yo?

Los niños por suerte no captaban lo que estaba pasando. Los tomé fuertemente de la mano y salimos de ahí en busca de alguna solución. Nuestro equipaje había quedado al lado del funcionario, esperándonos.

Ya eran las 15 hrs. nuestro avión despegaba a las 18 hrs. Aún teníamos tiempo para cranear algo. Intenté buscar al chofer de la noche anterior. El me había dado su teléfono en caso de cualquiera emergencia. No estaba ni en el aeropuerto ni en su casa. De seguro que iba camino a alguna parte.

Tenía que encontrar en el aeropuerto alguien que necesitara cambiar dólares. Intenté ponerme en contacto con don Juan, un amigo de la casa que vive en Buenos Aires. Pero no tenía un medio rápido para hacerlo. Lo único razonable era el banco que era la parte adonde no debía dirigirme. Allí recibiría unos 10 mil australes. Si no actuaba resueltamente me quedaba con mis hijos en Buenos Aires. Eso era un peligro real en la situación en que nos encontrábamos. Con el pretexto de enviar un telegrama a don Juan, en el correo encontré a un joven que pude contarle el problema que teníamos. Le dije que no podía cambiarlos por

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menos de 18 mil australes.El joven fue nuestra salvación, nos abrió paso para el cambio

de los dólares por los australes que necesitaba.Felizmente, el susto ya quedaba atrás. Nos estábamos

subiendo en nuestro boing. Por esas coincidencias extrañas del destino el avión partió con un atraso de hora y media. Era como si estaba sintonizado con nuestras peripecias. Sobraban cinco pasajeros que habían llegado en el último momento. Mientras las azafatas buscaban lugar para los pasajeros sobrantes, yo sacaba mis conclusiones con respecto a lo sucedido: si hubiera aceptado viajar de Santiago a Buenos Aires al día siguiente, como me habían propuesto, no cabía duda que nos hubiéramos quedado involuntariamente en Buenos Aires. No hubiera alcanzado a cambiar mis visas por dólares en efectivo, pues casa de cambio no vi una sola en el aeropuerto. Al no poder haber hecho esta operación, no hubiera podido ofrecer mis pocos dólares en el mercado paralelo. Las visas las puede cambiar solo el dueño de éstas.

Felizmente todo había quedado atrás. El regreso fue inolvidable. Ruslán durmió casi todo el vuelo.

Alexandr también se había quedado profundamente dormido. Solo yo no pude conciliar el sueño. Escribí durante todo el vuelo una carta a mi padre, con todas nuestras aventuras. Haciendo recuento de nuestras aventuras en Chile y en el aeropuerto.

MOSCU A NUESTROS PIESLa noche estaba oscura sobre Moscú y una lluvia suave de

verano caía monótona como nuestro cansancio. Nuevamente se repetía la historia. Nadie sabía de nuestra

llegada. Nadie nos esperaba. Se me ocurrió dejar a los niños en la pieza para de la Madre y el Niño del aeropuerto. Llegamos muy a tiempo a ocuparla.

Estaba casi segura que tendríamos que pasar el resto de la noche en ese lugar. hasta aquel momento no teníamos otra alternativa.

Los niños estaban tan animados que cuando los dejé en la pieza para que descansaran y yo buscar la manera de contactarme por teléfono con algún conocido, se pusieron a jugar muy renovados. Eran las tres de la madrugada.

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Logré ponerme en contacto telefónico con Olga y Serguei, una pareja amiga moscovita. Me pidieron de inmediato que tomara un taxi y llegara a casa con los niños. Así lo hicimos. Llegamos cerca de las 4 de la madrugada al departamento de Olga. Ya estábamos en buenas manos. Seguro que ellos nos ayudarían a comprar los pasajes para viajar a Klinsí, en donde nos estaba esperando el papá y los abuelitos con el tío Valera.

Después de dormir hasta las 12 de ese día, nos preparamos con mucho ánimo y a las 20 hrs. el tren daba su primer tirón avisándonos que partía de Moscú, rumbo a la región del Briansk. Era tanta nuestra ansiedad por llegar al lado del papá que no quisimos esperar el día siguiente. A pesar que no pudimos comprar pasajes en los lugares bajos del camarote. Pero un ruso de mediana edad nos cedió el lugar que necesitaba para acostar a los niños. En la parte superior del camarote se podían caer y yo estaba tan agotada que me quedaría dormida en cualquier instante. A las 12 de la noche estábamos profundamente dormidos.

El tren llegó sorprendentemente a las 7 en punto de la mañana. Era el día 5 de julio de 1989.

El tren tocaba el andén ante la presencia de un radiante sol. El papá no estaba seguro si veníamos en aquel tren. Habíamos conversado con él antes de comprar los pasajes. En época de verano siempre es difícil obtener pasajes el mismo día del viaje.

Ya había bajado a los niños y el equipaje, cuando vimos pasar un hombre en bicicleta. Había pasado sin reconocernos. Sólo nuestra conversación animada en español le hizo volver la cabeza hacia nosotros y recibirnos con una extraña sensación en su rostro de que no nos reconocía por completo.

En tres meses de ausencia habíamos cambiado de aspecto. Los niños habían crecido, venían con un aire de extranjeros y yo quizás había recobrado mi cara de chilena. Los niños no contestaron en ruso. Mi marido, al parecer, sin nosotros se puso más ruso.

Había llegado a su fin la primera gran odisea que vivían mis hijos a la edad de tres y cinco años.

Aquel día en que llegamos, sentí todo el peso de aquel regreso a mi vieja nostalgia.

Chile brillaba cual estrella en la lejanía. Rusia regresaba con sus azules ojos y sus bosques nevados a nuestras existencias.

Mi marido no le prestó mayor importancia a mis leyendas. Estaba demasiado ocupado con el pequeño Kailás, nuestra

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nueva preocupación. Había crecido, ya tenía 7 meses y se había transformado en un apuesto can de raza asiática.

Nuestras historias eran para el papá demasiado lejanas e irreales. Sus preocupaciones habían distado mucho de las que yo había sufrido con mis hijos, en tres meses de ausencia. Éramos dos seres desconocidos.

Los abuelos rusos nos esperaban con los brazos abiertos. No se convencían que habíamos regresado sanos y salvos al hogar paterno.

Una extraña sensación estremeció mi cuerpo. Seguía construyendo con mis propias manos un extraño porvenir, como quien paga una deuda ajena por toda la vida.

Las huellas y los recuerdos de nuestro viaje a Chile quedaron en nuestras conciencias haciendo eco por mucho tiempo. Los niños aprendieron miles de cosas nuevas y yo, sobretodo, había aprendido de ellos.

Nos aguardaba nuestra vida. Aquella que hacemos a cada instante. Después de todo siempre uno sale apreciándola y aprendiendo de sus lecciones cada vez más.

Leningrado, agosto/septiembre de 1989.

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DESNUDA PARA SER RECORDADA

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NO ERA MI INTENCIÓN EL RECUERDO….

(Ya por aquel entonces suponía la existencia de una realidad colgada del telón invisible al ojo común. )

LA IMAGEN DE UN AMIGOLas paredes de la ciudad del hoy tienen un ruido

que penetra la piel, igual como las imágenes de rostros que nunca más vi, tengo la mente atochada con imágenes estampadas en la piel, muchas reconocibles, como por ejemplo, las polvorientas calles de la infancia, las naranjas y los limones que amanecían en las madrugadas botados en el suelo y se caían con el viento y las paltas californianas que recogía para el desayuno. La parentela veraneando en la casa. La sala de teatro de Cabildo de donde salían los acordes de “al ponerse el sol”. Los crepúsculos otoñales y el río con sus vestigios de barcos fantasmas. Otras imágenes se perdieron por los laberintos de las ciudades y las gentes que conocí en mis viajes como criatura perdida.

Ignoraba si aquella línea delimitaba el traspaso hacia el futuro o a un pasado mucho antes que yo apareciera sobre la tierra. Por más que me esforzaba, no encontraba la fórmula para compartir aquella realidad que había surgido sin que yo la hubiese llamado.

A medida que avanzo, el recuerdo avanza conmigo. Pasa un señor que me trae la imagen de un amigo, quizás si será él, cómo preguntarle, si yo soy otra. Me protejo para no ser reconocida. Y sigo por la ciudad, buscando detalles que me hagan despertar.

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ME DUELEMe duele ver a la gente indiferente caminar por la ciudad,

pues quiero estar presente en las pestañas generacionales; porque no me morí, tuve suerte, no como otros; Santiago me escondió en sus calles. Seguí camino hacia la remoción de la memoria. Recordé la Universidad antes que me eliminaran de ella; el tancazo, Ahumada con Huérfanos y la pareja ametrallada por francotiradores; recordaba los trágicos acontecimientos del once, La Moneda ardiendo. La hoguera con libros. La población sin luz, los aviones bombarderos militares amenazantes, la ola de noticias que corría de casa en casa anunciando que el Presidente no había muerto y que venía avanzando con un ejército libertador desde el sur. Esa alentadora fábula era como escuchar la esperanza, tomarse un refresco en medio de esa sequía de amor y compasión que tanto anhelábamos. Queríamos creer y la creíamos por días enteros, prácticamente atrincherados en nuestras casas, sin armas, sólo con el espíritu de aquellas creencias, que esto no podía durar mucho tiempo, pero otras veces nos embargada el pánico, esperando a que el enemigo que (eran chilenos como nosotros, no eran invasores extranjeros) llegaran y nos despojaran de nuestros seres queridos o nos metieran una bala.

Pasaron muchos acontecimientos después del 11. Cercaron La población haciendo allanamientos en casi todas las casas que por diferentes motivos elegían para hacerlo, sacaban a la gente tirándolas al suelo, con metralleta en mano. Muchos desaparecían o después los encontraban muertos en algún terreno eriazo apartado del lugar de los hechos. Otros, llegaban al estadio Nacional a engrosar las filas de prisioneros brutalmente torturados, asesinados.

Ustedes quizás conocen mejor la historia que yo. Si sé que no hay nada nuevo en lo que estoy relatando. No era mi intención traer tantos amargos momentos al presente. Pero es bueno recordar de vez en cuando, no olvidar lo que a tanta gente le costó años en recuperarse o a aquéllos que nunca se recuperaron y terminaron suicidándose. ¿Saben? También se muere de pena, de impotencia. Hubo gente que se enfermó gravemente y murió joven, quedaron enterrados en países que los acogieron.

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EL ALMENDRO EN FLORAquel día 12 de octubre del 73, mi madre desconsolada

me despedía, dejándome con mi cuñada y la tía Berta, a unos 2 kms. del aeropuerto, para emprender aquel largo viaje. Nadie sabía adonde realmente yo iría a parar. Todos sabían que tenía sólo dos opciones-las más reales de la época- salir del país; o que me detuvieran y mandaran al Estadio u otra parte, como Pisagua. Para mi felicidad, volé aquel medio día al África, para después de unos días, llegar a Moscú, a la ciudad que siempre había soñado.

El almendro en flor de aquella primavera del 73 y su misma fragancia cuando retorné el 91. Mi madre envejecida y sonámbula a mi retorno; los amigos que nunca más vi. El bagaje más certero, recuerdos confundidos entre las épocas vividas. Estoy segura, que me he vuelto un fantasma caminando por Santiago, porque nadie me mira, mientras yo me veo reflejada en todos los rincones. Diviso un rostro amigo, pero sí, es Alberto, está igual, pero no me reconoce, pasa de largo por Mac – Iver. No es el único que no me ve. ¿No les dije que soy sólo una sombra de aquél fantasma?

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100 AÑOSAbsorta en mis pensamientos en hora de colación me fui

caminando por Alameda. La mañana en el trabajo había sido tediosa; quería caminar buscando algo diferente; mas bien, algún indicio de cariño en la ciudad.

Me encanta observar los edificios. También el cerro Santa Lucía con su magia impregnada del paso de la historia, la imponente belleza de la Biblioteca Nacional, recapacito, el hombre no muere, porque su obra permanece por los siglos; porque el conocimiento es proceso eterno de renacimiento.

Siempre me descubro en lo mismo, que voy detrás del pasado. A menudo me siento fragmentada. Existe en mi vida una dualidad que arruina mi existencia, no sé cuando soy la misma de antes o soy decididamente otra. Cuando Santiago está muy helado y veo la cordillera blanca, la nieve como si cayera sobre mi cabellera. La estatua de Pedro de Valdivia en Bulnes con Alameda la confundo con Pedro El Grande que se encuentra frente al río Neva en San Petersburgo.

Me pasan cosas raras. Los hombres no tienen aquella chispa del piropo como antes. Sí, ya sé que no soy la misma. Mi cara está surcada, mi caminar no tiene aquella gracia que hacía mirar hacia atrás a cualquiera.

Mi rostro en el espejo de la farmacia en Alameda me hizo volver a esta realidad. Vi la ciudad apegada a mi como un todo. En aquel instante, pasa un niño tomado de la mano de su madre y de súbito lee un afiche pegado a la pared y pregunta : “mamá, quien es ese señor que cumple 100 años?

No sé si aquella joven madre no sabía quien era aquel señor, o simplemente, indiferente no quiso darse la molestia de saciar la curiosidad de su hijo.

Vi el vidrio quebrándose con la unidad de mi rostro y el de la ciudad. El bullicio de ésta por un segundo se transformó en silencio suspendido de los edificios, sobre aquella gente que corría de un lugar a otro sin entender bien en qué dirección ...

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NADIE SABESiempre hay algo que comienza de nuevo. Mientras otro

fenómeno continúa su curso. Sin embargo, a veces las historias se repiten, otras se omiten, y las más pérfidas y quizás entretenidas son las inventadas. Así se pasa de un siglo a otro. Nadie sabe en qué momento el tiempo traspasa las épocas. Nadie sabe, tampoco, cómo las contarán otros hombres. Qué inventarán de nuestras huellas, de estos nuevos poetas que siembran la tierra con letra de sus sueños.

Quien sabe cómo contarán tu historia, la mía. Tampoco lo que dirán de los personajes grandes que la hacen hoy. Con el pasar del tiempo se inventan tantas cosas, lo que no sé si el afán es para hermosear o para quitarles validez.

Es todo tan digno del género de dramaturgia, que a algunos personajes de la historia, después de muchos años, incluso siglos, les inventan “o descubren” que han sido homosexuales, como quien con esta condición les restaran la importancia que han tenido con sus obras. O bien que no es “héroe” como la gente lo ha catalogado, sino que se suicidó con sus propios medios. Más aún, lo catalogan de cobarde, para disminuir su figura gigante, |sabiendo que aquel hombre cumplió hasta el final con su mandato. Pero la miseria espiritual sigue albergando a los seres humanos, y con tal de justificar sus míseras acciones, recurren a lo sagrado, manchan con actitudes casi perversas, odios incontrolables. Es que la gente que posee el poder económico, puede mas que el poder del espíritu, porque éste no transa con la bajeza humana cuando es auténtico.

Quien sabrá cómo los hombres interpretarán lo que hoy está pasando?

nelly.salas
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borrar raya
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LA MUERTE TIENE VARIAS CARAS

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MUNDO EQUIVOCADO

Un mundo se entromete En el órgano más sensibleQue llevo bajo la piel.

Hace trizas en las sienesPensando que soy piedra.Se pudre lentaCon el musgo que surgeinsolenteaparece ante el ventanal de mi cuarto.

Una luzSe deshace en la bocaDe quien mendiga una miga de amor

por las noches alquila quimeras

se conmisera a que nadieLo convenza a despojarse de su realidadLo veo tirado en la calleenvuelto en la frazadade su humanidad.

abrazado al perro

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que le entrega fidelidad y calor.juntos sobreviviendoen este mundo sin tregua.

SE QUIEBRA LA VIDAA Mirza y Carlos

Salgo una vez más a equivocarmePor las tinieblas de la noche

Y no hay respuestaNi escucho el quejidoDe su alientoEn el último instanteDe su existencia

Por qué, pregunto a DiosY un eco inmisericorde Apaga la llama del díaQue aparece en la ventana.

Vago como una autómataTratando de salvar la vidaQue traje al mundoEn el resplandor de mi juventudY una bofetadaEn mi corazón Deshace la ilusiónDe seguir sosteniéndomeEn este desierto

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en donde entró mi hijoSin regreso.

invierno del 2012

LA MUERTE TIENE VARIAS CARAS(al poeta Antonio Silva)

Ahora que estás bajo tierraIndefenso sin poder dar respuestaA los embestidas del diario existir.Nadie puede ir a visitarteNadie sabe por qué tanto despreciopor qué aquel silencio inmutableEse afán injusto y absurdoDe no querer darte una despedidaComo te lo merecías.(es que tienen que morir los poetas como tú-Siempre crucificados sólo por hacer verQue la vida que llevamos puede ser distinta yQue tiene otras aristas que no vemos)

Sin siquiera saber adónde irA rezarte un Padre NuestroY poder trasplantar aquella rosaQue se marchitó sin tu sepultura

Pudo ser el gesto, el cariñoEl abrazo, la sonrisaEl apretón de manoAnte tu partida.

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Pero nada de eso huboLa ternura no florece ante la muerteEn quienes se adueñan de tus últimos días.

Tus ojos se empañancon el frío del anochecer.La aurora aborta el destello del poema que invalida.

En un gesto reconciliadorel mediodía sella tus labios .

No reza el poeta preferidoante su féretroNi una alondra atraviesaEl espacio en aquel desierto de indolencia.

Furibunda te lleva la muerteBurlándose de aquéllosQue en algún instante pensamosAcompañarte al final del crepúsculo.

desde el eco silenteun órgano toca una balada de amor.

Son las voces de los poetasque acribillan la indiferenciael dolor de saberte erranteen tu canto que no muere.

nelly.salas
Nota adhesiva
tu , no su
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Julio del 2012

DOBLE

Una voz resuella a mis espaldasMe dicta en su lenguaUna cátedraDirige mis pasos Reñidos Con el pasado

Dice ser mi aliadaResuella sin contemplacionesmientras en sueños maldicea mi otra cara.

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YA NO ESTOY

Estoy aquí y ya no lo estoyEn el punto donde dejo de soñarEn este lugar hay una piedraun corazón que ha dejado de latir

Aquí avisto un cráter de onda tristeza.Y palomas desparramadas por doquier

Mientras una de ellas arranca ensangrentadaCon rumbo hacia la muerte.

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OSCURECE EL DÍA

Oscura está la nocheOscura y mojadaCorren arroyuelosPor San Bernardo.

Oscuro está el cieloOscuro y sin avesSe esconden las estrellasPor matorrales.

Oscuro está el caminoOscuro y sin un alma.Los muertos con sus sombrasSe aferran a la nada.

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F27

Entre escombros rondaLa madre buscando al hijoLamentos retumbanEn las destruidas paredes

El aire huele a tragedia

El día da paso a la nocheCon el mismo pavor.

Aquel joven tiene 26 años.Llega a ConcepciónCon el corazón lleno de alegorías.Ama la vida Como cualquier otro jovenDe su edad.

Pero se equivoca en el tiempoEl cadalso está al acechoEsperándole.

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LUZ DE LA AUSENCIA

Dejad compenetrarmeEn la luz de la ausenciaQue quema como brasaRecogida por la mano Frágil de un niño.

Dejad que me entregue A la permanente incongruencia y bebaEl amargo elixirDe vagabundos que se pierdenEn la soledad de las noches.

Oh Dios ten compasiónpor los que vivimos y morimos creyendo Que tu voluntadEs la que se hace aquí en la tierra.

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ÍNDICE

Prólogo 7

Desnuda abrigo 9

Itinerario de una joven de 20 15

Vuelo al crepúsculo del día 23

Son otros los días 35

Preludio a un retorno 1989 47

Desnuda para ser recordada 79

La muerte tiene varias caras 87

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