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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICASEPTIEMBRE2012 501 ISSN: 0185-3716 Los grandes libros son escasos. La estructura de las revoluciones científicas es uno de ellos. Léalo y lo comprobará IAN HACKING Además RESEÑAS DE TRES LIBROS SOBRE MEDICINA, DROGAS E HISTORIA PARADIGMA KUHN

PARADIGMA KHUN

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ESTRUCTURA Las palabras estructura y revolución ocupan, con justa razón, un lugar preponderante en el título del libro. Kuhn no sólo pensó que existen las revoluciones científicas, sino que éstas tienen una determinada estructura. La expuso con gran cuidado, asignándole un nombre útil a cada nodo que la compone. Kuhn tenía talento para los aforismos y los nombres que eligió han adquirido un estatus poco usual y, aunque en algún momento parecieron abstrusos, ahora forman parte del lenguaje coloquial. El orden es el siguiente: 1] ciencia normal (secciones ii a iv; Kuhn las llamó así y no capítulos porque concebía La estructura más como un ensayo que como un libro en sí); 2] solución de rompecabezas (iv); 3] paradigma (v), una palabra poco común en ese momento y que ahora se ha vuelto banal (¡y qué decir de cambio de paradigma!); 4] anomalía (vi); 5] crisis (vii-viii), y 6] revolución (ix), que establece un nuevo paradigma. Ésa es la estructura de las revoluciones científicas: una ciencia normal con un paradigma, dedicada a resolver rompecabezas, seguida de graves anomalías que llevan a una crisis y, por último, la resolución de la crisis mediante un nuevo paradigma.

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Los grandes libros son

escasos. La estructura de

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es uno de ellos. Léalo y lo

comprobará

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Además RESEÑAS DE TRES LIBROS SOBRE MEDICINA, DROGAS E HISTORIA

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D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A

Joaquín Díez-Canedo Flores

DI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

Tomás Granados Salinas

DI R EC TO R D E L A GACE TA

Alejandro Cruz Atienza

J EFE D E R EDACCI Ó N

Ricardo Nudelman, Martí Soler,

Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles

Santo Tomás, Nina Álvarez-Icaza,

Juan Carlos Rodríguez, Alejandra Vázquez

CO N S E J O ED ITO RIAL

Impresora y Encuadernadora

Progreso, sa de cv

I M PR E S I Ó N

León Muñoz Santini

ARTE Y D IS EÑ O

Juana Laura Condado Rosas, María Antonia

Segura Chávez, Ernesto Ramírez Morales

VERS I Ó N PAR A I NTER N E T

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Distribuida por el propio

Fondo de Cultura Económica.

ISSN: 0185-3716

P O RTADA Y FOTÓG R AFÍA S

León Muñoz Santini

501EDITORIAL

LO QUE HAY ES LA LUZ Aurelio Asiáin 0 350 AÑOS DE LA ESTRUCTURA Ian Hacking 0 6CÓMO (CASI) PERDER UN CLÁSICO Rafael vargas 1 3KUHN Y LA INVESTIGACIÓN MÉDICA Ruy Pérez Tamayo  1 4UN LIBRO SACUDIDOR Ana Rosa Pérez Ransanz  1 5ORTODOXIA ENVEJECIDA Ruy Pérez Tamayo 1 7CAFÉ CON AROMA Fedro Carlos Guillén  1 9UN LIBRO PARA RECONOCERSE Rodrigo Johnson Celorio�2 1NOVEDADES DE SEPTIEMBRE  2 2CAPITEL  2 2

SUMARIO

Cuando se cuente la historia de la palabra paradigma el nombre de Thomas S. Kuhn aparecerá íntimamente asociado a una de sus acepciones. En la segunda mitad de 1962 salió de las prensas un librito en el que ese vocablo era protagonista, aunque, a decir de los críticos, se le empleaba con cierta ligereza —hubo quien contó más de veinte usos diferentes—. Con el correr de los años, las ideas planteadas por Kuhn en La estructura de las revoluciones

científicas se refinaron hasta convertirse en cimiento de un nuevo modo de entender cómo han funcionado algunas ciencias a lo largo de los siglos. Así, paradigma consiguió un sitio peculiar tanto en la especializada jerga de los filósofos, historiadores y sociólogos de la ciencia, como en el habla popular, al punto de que, trivializada, hoy es posible encontrarla en contextos que nada tienen que ver con la investigación científica.

El medio siglo de La estructura, como el propio Kuhn solía llamar a su libro, es ocasión propicia para revisar la obra y su impacto. Por ello arrancamos con el texto que el filósofo Ian Hacking preparó para la edición conmemorativa que acaba de publicar The University of Chicago Press; minucioso y crítico, es a la vez una valoración de los aportes de este libro y una sintética crónica de los cambios ocurridos en las ciencias naturales entre la fecha de publicación de La estructura y el día de hoy; como posibles lecturas complementarias, a lo largo de ese texto hemos introducido fichas de libros de nuestro fondo editorial en que Kuhn es muy relevante. Continuamos con un relato casi íntimo sobre las peripecias —cabría calificarla de comedia de enredos— de la versión al español de esta obra, una de las cumbres de nuestro catálogo y que, no obstante, estuvo a punto de no entrar en él por una variedad de razones. Y cerramos la porción kuhniana retomando fragmentos de dos libros de nuestro fondo editorial, así como enumerando otros en los que figura de manera sobresaliente el de Kuhn, ese físico convertido en filósofo —él diría que historiador— de la ciencia.

Tres entusiastas reseñas rematan este número paradigmático. Pérez Tamayo anticipa la llegada de la nueva colección de ensayos de Francisco González Crussí, el patólogo mexicano afincado en Estados Unidos que ha aplicado su mirada a la historia de la medicina; nos enorgullece haber publicado esta obra, escrita originalmente en español tras largas décadas en que el inglés había sido la lengua literaria del autor. Por su parte, Fedro Carlos Guillén bate palmas a propósito de la estimulante historia cultural de la cafeína y Rodrigo Johnson se emociona al releer El camino a Eleusis, ese iconoclasta estudio sobre los hongos alucinógenos en la Grecia antigua, cuya nueva edición está por llegar al mercado.�W

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POESÍA

Está por aparecer Urdimbre, en que Aurelio Asiáin hermana algunos poemas ya publicados con otros que aún no habían sido reunidos en un libro. Éste que reproducimos aquí es casi la excepción de la regla que parece dar unidad al volumen, compuesto por poemas cortísimos, casi parpadeos en los que se redefi ne el mundo, pero

comparte con todos el goce por la naturaleza y su caudal de metáforas a la espera de ser descubiertas

Lo que hay es la luzA U R E L I O A S I Á I N

lo que hay es la luz.Lo demás es silencio.Lo que hay es tu voz.Allí plantar un árbol.Cultivar una piedra.Y comernos un higo.

Lo que hay es un higo.Lo hemos dado a luz.Míralo: es ya una piedra.Ya le crece el silencio.Musgo sombra de árbol.Ramas hojas tu voz.

Como el viento tu voz.Con dos sílabas: higo.Un fruto que da un árbol.Que lo planta en la luz.Escúchalo en silencio.Te convido a ser piedra.

Sé en mi jardín mi piedra.Sé lo que eres: voz.Sé tu voz en silencio.Sé también ese higo.Tú ya me has dado a luz.Yo te daré a ti un árbol.

Una palabra: árbol.Y debajo una piedra.Una sílaba: luz.Para otra: tu voz.Pruébala: sabe a higo.Cómela así, en silencio.

Y mira así, en silencio.Oye el rumor del árbol.Piensa el sabor del higo.Mira el musgo en la piedra.Devuélvete a tu voz.Ponlo todo a tu luz.

Hay luz en el silencio.Hay tu voz y hay un árbol.Y una piedra es un higo.�W

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La estructura de las revoluciones científi cas hizo de Thomas S. Kuhn uno de los principales fi lósofos de la ciencia.

Libro iluminador y aún vital, le rendimos homenaje aquí con un extenso ensayo

sobre el cimbronazo que generaron sus ideas, así como con un relato de cómo el libro llegó a nuestra lengua; concluimos con dos fragmentos en los que se revisan sus aportes y algunas de las polémicas

que ha generado

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DOSSIER

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Los grandes libros son escasos. El de Kuhn es uno de ellos. Léalo y lo comprobará.

Haga a un lado este ensa-yo. Regrese a él si desea saber más sobre el surgimiento del libro hace medio siglo, sobre su impacto y sobre las discu-siones que generaron sus tesis. Regrese si le interesa conocer

una opinión informada acerca de la situación actual de la obra.

Con estos comentarios presentamos el libro, no a Kuhn ni a su obra. Él casi siempre se refería a su texto como La estructura y en conversaciones sim-plemente como “el libro”; en este texto yo segui-ré su ejemplo. Por otra parte, La tensión esencial es una magnífica colección de artículos filosóficos —y no históricos— que Kuhn publicó antes o poco después de aparecer La estructura1 y funciona como una serie de comentarios y extensiones, por lo que resulta una excelente lectura complementaria.

Ya que éste es un ensayo sobre La estructura, no discutiremos nada más allá de La tensión esen-cial. Sin embargo, debemos tomar en cuenta que al charlar Kuhn decía a menudo que La teoría del cuerpo negro y la discontinuidad cuántica, 1894-1912 —un estudio de la primera revolución cuánti-ca, emprendida por Max Planck a finales del siglo

1� Thomas S. Kuhn, The Essential Tension. Selected Studies in Scientifi c

Tradition and Change, Chicago, The University of Chicago Press, 1977.

[Hay traducción al castellano: La tensión esencial, México, fce, 1982, tra-

ducción de Roberto Helier; las referencias en el texto corresponden a esta

edición.]

xix— ejemplifica con exactitud el tema central de La estructura.2

Justamente por ser un gran libro, La estructura permite las más variadas lecturas y un sinnúmero de usos; el presente ensayo es sólo uno de ellos. El li-bro propició incontables páginas sobre la vida y obra de Kuhn. Una breve pero excelente introducción a la obra de Thomas Samuel Kuhn (1922-1994) —con un enfoque distinto al que tendré aquí— se encuen-tra disponible en línea en la Stanford Encyclopedia of Philosophy;3 la entrevista que sostuvo con Aristides Baltas, Kostas Gavroglu y Vassiliki Kindi4 presenta las cavilaciones finales de Kuhn en torno a su vida y obra; el texto que más admiraba sobre su propia labor era Reconstructing Scientific Revolutions,5 de Paul Hoyningen-Huene. Una lista de la obra publica-da de Kuhn está disponible en The Road since Struc-ture, de James Conant y John Haugeland.6

Algo que no se escucha con frecuencia es que, como todos los grandes libros, éste es producto de la pasión y del deseo vehemente por hacer las cosas bien. Eso queda claro desde la modesta primera fra-

2� Kuhn, Black Body and the Quantum Discontinuity, 1984-1912, Nueva

York, Oxford University Press, 1978. [Hay traducción al castellano: La

teoría del cuerpo negro y la discontinuidad cuántica, 1894-1912, Madrid,

Alianza, 1987, traducción de Miguel Paredes Larrucea.]

3�Alexander Bird, “Thomas Kuhn” en Stanford Encyclopedia of Philoso-

phy, plato.stanford.edu/archives/fall2009/entries/thomas-kuhn.

4� Kuhn, “A Discussion with Thomas S. Kuhn” (1993), entrevista con

Aristides Baltas, Kostas Gavroglu y Vassiliki Kindi, en The Road since

Structure: Philosophical Essays 1970-1993, with an Autobiographical Inter-

view, Chicago, The University of Chicago Press, 2000, pp. 253-324.

5� Paul Hoyningen-Huene, Reconstructing Scientifi c Revolutions. Tho-

mas S. Kuhn’s Philosophy of Science, Chicago, The University of Chicago

Press, 1993.

6� Conant y Haugeland, eds., Road since Structure (véase la nota 4).

se: “Si se considerase como algo más que un acervo de anécdotas o como algo más que mera cronolo-gía, la historia podría provocar una transformación decisiva en la imagen de la ciencia que ahora nos domina”.7 Thomas Kuhn se dispuso a cambiar nues-tro entendimiento de las ciencias, es decir, de las actividades que como especie, para bien o para mal, nos han permitido dominar el planeta, y lo logró.

1962Este año se conmemora el quincuagésimo aniver-sario de La estructura. Han transcurrido ya muchos años desde 1962. Desde entonces las ciencias han cambiado de manera radical. Entonces la ciencia reina era la física. Kuhn se había formado como físi-co. Poca gente sabía mucha física, pero todo mundo sabía que ahí estaba la verdadera acción. La Guerra Fría estaba en curso y todos sabían de “la bomba”; en las escuelas de los Estados Unidos los niños tenían que practicar cómo refugiarse debajo de sus pupi-tres; una vez al año como mínimo en todas las pobla-ciones se hacía sonar una sirena contra bombardeos aéreos, a lo que todos los habitantes debían respon-der refugiándose, y aquellos que ostensiblemente no lo hicieran serían arrestados por protestar contra las armas nucleares, cosa que le ocurrió a muchos. En septiembre de 1962, cuando Bob Dylan cantó por primera vez “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, todos pensaron que en realidad se refería a un bombardeo

7� Kuhn, The Structure of Scientifi c Revolutions, 4a ed., Chicago, The Uni-

versity of Chicago Press, 2012. [Hay traducción al castellano: La estruc-

tura de las revoluciones científi cas, México, fce, 2006, traducción e intro-

ducción de Carlos Solís; las referencias en el texto corresponden a esta

edición.]

50 años de La estructura

I A N H A C K I N G

ENSAYO

¿Cuál es la importancia del principal libro de Thomas S. Kuhn? En este largo y minucioso ensayo, el fi lósofo de la ciencia canadiense revisa algunas de las más notables

aportaciones de La estructura de las revoluciones científi cas, tanto en el plano histórico y sociológico como en el lingüístico e incluso el de la cultura popular. Sirva este gancho para

que el lector se dirija luego al libro cuyo medio centenario estamos celebrando

PARADIGMA KUHN

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nuclear. La crisis de los misiles en Cuba durante oc-tubre de 1962 es lo más cerca que ha estado el mun-do, después de 1945, de una guerra nuclear. La física y sus amenazas estaban en la mente de todos.

La Guerra Fría terminó hace tiempo y la física dejó de estar en el centro de la acción. Otro acontecimien-to de 1962 fue el otorgamiento del premio Nobel a Francis Crick y James Watson por la biología mole-cular del adn, y a John Kendrew por la biología mo-lecular de la hemoglobina. Ésos fueron presagios del cambio: hoy la biotecnología es la ciencia que manda. Kuhn tomó como modelos a la física y a su historia. Después de leer La estructura usted deberá decidir hasta qué punto lo que dijo sobre esa ciencia sigue vi-gente en el abarrotado mundo biotecnológico de hoy. Agregue a eso las ciencias de la información y lo que las computadoras han aportado a la práctica científi-ca. Ni siquiera la experimentación es hoy lo que solía ser, pues ha sufrido cambios y, hasta cierto punto, ha sido remplazada por la simulación por computadora. Y no es un secreto que la informática transformó las comunicaciones. En 1962 los resultados científicos se difundían en reuniones y seminarios, en borradores difundidos por anticipado y posteriormente en artí-culos de revistas especializadas; hoy un archivo digi-tal es la vía principal para la publicación de resultados.

No obstante, hay otra diferencia considerable en-tre los años 2012 y 1962 que afecta al núcleo mismo del libro: la física de partículas. En 1962 competían la teoría del estado estacionario y la teoría de la gran explosión, dos descripciones del universo y su origen completamente distintas la una de la otra. Después del descubrimiento casi accidental, en 1965, de la ra-diación de fondo, sólo quedó la gran explosión junto con todas sus interrogantes, considerada ya ciencia normal. Para 1962 la física de altas energías se veía como una interminable colección de partículas; el modelo estándar trajo orden donde sólo había caos; incluso si no tenemos idea de cómo hacerlo encajar con la gravedad, sus predicciones son increíblemen-te exactas. Aunque es poco probable que estalle otra revolución en los fundamentos de la física, sin duda abundarán las sorpresas.

Es por todo esto que La estructura podría ser —no aseguro que lo sea— de mayor relevancia para el pa-sado de las ciencias de lo que podría ser para las cien-cias tal como se practican hoy.

Pero, ¿este libro es de historia o de filosofía? En 1968 Kuhn comenzó una clase diciendo: “Me presen-to ante ustedes como historiador de la ciencia. […] soy miembro de la Asociación Norteamericana de Historia, no de la de filosofía.”8 Sin embargo, a me-dida que reorganizaba su pasado también dejaba ver que ante todo sus intereses siempre habían sido filo-sóficos9 y, aunque La estructura tuvo un efecto pro-fundo e inmediato en la comunidad de historiadores de la ciencia, es posible que sus repercusiones más duraderas residan en la filosofía de la ciencia, e in-cluso en la cultura pública. Ésa es la perspectiva del presente ensayo.

ESTRUCTURALas palabras estructura y revolución ocupan, con jus-ta razón, un lugar preponderante en el título del li-bro. Kuhn no sólo pensó que existen las revoluciones científicas, sino que éstas tienen una determinada estructura. La expuso con gran cuidado, asignándo-le un nombre útil a cada nodo que la compone. Kuhn tenía talento para los aforismos y los nombres que eligió han adquirido un estatus poco usual y, aunque en algún momento parecieron abstrusos, ahora for-man parte del lenguaje coloquial. El orden es el si-guiente: 1] ciencia normal (secciones ii a iv; Kuhn las llamó así y no capítulos porque concebía La estructu-ra más como un ensayo que como un libro en sí); 2] solución de rompecabezas (iv); 3] paradigma (v), una palabra poco común en ese momento y que ahora se ha vuelto banal (¡y qué decir de cambio de paradig-ma!); 4] anomalía (vi); 5] crisis (vii-viii), y 6] revolu-ción (ix), que establece un nuevo paradigma.

Ésa es la estructura de las revoluciones científi-cas: una ciencia normal con un paradigma, dedicada a resolver rompecabezas, seguida de graves anoma-lías que llevan a una crisis y, por último, la resolución de la crisis mediante un nuevo paradigma. Otra pa-labra famosa no figura en los títulos de ninguna de

8� Kuhn, “Las relaciones entre la historia y la fi losofía de la ciencia”, en

La tensión esencial, p. 27.

9� Kuhn, “A Discussion with Thomas S. Kuhn”.

las secciones: inconmensurabilidad. Ésta se refiere a la noción de que, en el transcurso de una revolución y el subsiguiente cambio de paradigma, las nuevas aseveraciones e ideas no se pueden comparar rigu-rosamente con las anteriores. Incluso si recurren al mismo vocabulario, su significado ya no es el mismo. Esta situación condujo a la idea de que no se escogía una nueva teoría para remplazar una más antigua, dado que aquélla era más acertada que ésta, sino por un cambio en la visión del mundo (x). El libro finali-za con la desconcertante idea de que en la ciencia el progreso no avanza en línea recta hacia la verdad; en realidad, se aleja de concepciones e interacciones con el mundo que resultan menos adecuadas (xiii).

Consideremos cada idea por separado. Sin duda, la estructura en sí parece dema-siado precisa. La historia —reclamarían los historiadores— no funciona así. Pero fue justamente el instinto de Kuhn como físico lo que le permitió encontrar una es-tructura simple, reveladora y versátil. Es una imagen de la ciencia que el público en general podía entender. Y tenía el mérito, hasta cierto punto, de poder ser sometida a prueba: los historiadores de la ciencia podían corroborar si los cambios trascen-dentales en sus áreas de estudio en ver-dad se ajustaban a la estructura de Kuhn. Desafortunadamente también sufrió los abusos de la ola de intelectuales escépti-cos que incluso ponían en tela de juicio el concepto mismo de “verdad”. Ésa no era la intención de Kuhn: él amaba los hechos y siempre estaba en busca de la verdad.

REVOLUCIÓNSiempre que pensamos en revoluciones tendemos a asociarlas con la política: la Revolución de los Estados Unidos, la Re-volución francesa, la Revolución rusa; todo se viene abajo y se inicia un nuevo orden. Es posible que Immanuel Kant haya sido el primer pensador en extender esta no-ción a las ciencias; él mismo fue testigo de dos re-voluciones de carácter intelectual y, aunque no las menciona en la primera edición de su obra maestra, Crítica de la razón pura —otro gran libro, ¡pero de lectura no tan apasionante como La estructura!—, en el prefacio a la segunda edición (1787) menciona, en una prosa poco menos que florida, dos eventos revolucionarios.10 El primero corresponde a la tran-sición en la práctica de las matemáticas por la cual las técnicas de uso común en Babilonia y Egipto se transformaron en Grecia en demostraciones basa-das en ciertos postulados; y el segundo fue el surgi-miento del método experimental y el laboratorio, una serie de cambios que, según él, se inició con Ga-lileo. En dos largos párrafos, Kant repite la palabra revolución en numerosas ocasiones.

Aunque consideremos a Kant como uno de los aca-démicos más puros de la historia, sus tiempos fueron turbulentos: se sabía que en toda Europa algo grande se había puesto en marcha, y efectivamente, la Revo-lución francesa estaba a sólo dos años de comenzar. Fue Kant quien estableció la idea de una revolución científica.11 Como filósofo me parece gracioso, y sin duda excusable, que el honesto Kant confiese en una nota a pie de página que no está en posición de aten-der las minucias históricas.12

El primer libro de Kuhn relacionado con la ciencia y su historia no es La estructura sino La revolución co-

10� Immanuel Kant, The Critique of Pure Reason, 2a ed., B ix-xiv. En

reimpresiones y traducciones modernas ambas ediciones conforman

un único volumen y el material nuevo de la segunda edición, titulado B,

conserva la paginación alemana original. La traducción al inglés por ex-

celencia es de Norman Kemp Smith (Londres, Macmillan, 1929) y la más

reciente es de Paul Guyer y Allen Wood (Cambridge, Cambridge Univer-

sity Press, 2003). [Hay traducción al castellano: Crítica de la razón pura,

México, uam-unam-fce, 2009, pp. 15-18.]

11� Kant estaba adelantado a su década, incluso con respecto a la revo-

lución (intelectual). El distinguido historiador de la ciencia I. B. Cohen

escribió lo que parece ser un análisis exhaustivo de la idea de revolución

en la ciencia y cita al extraordinario y menospreciado científi co-acadé-

mico Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) en su comparación de la

frecuencia con la que “se pronuncia y escribe en Europa la palabra revolu-

ción de 1781 a 1789 y de 1789 a 1797”. La aventurada conjetura de Lichten-

berg dio como resultado una relación de uno por cada millón (I. B. Cohen,

Revolution in Science, Cambridge, Belknap Press of Harvard University

Press, 1985, p. 585, n. 4). Yo me arriesgaría con esa misma cifra en una

comparación del uso de la palabra paradigma entre 1962 y el año del quin-

cuagésimo aniversario del libro; sí, un millón de veces durante este año

por cada vez en 1962. Además, fue el mismo Lichtenberg quien, casual-

mente, hace ya tiempo difundió el uso del vocablo.

12� Kant, Crítica, B xiii, p. 17.

pernicana.13 La idea de revolución científica ya gozaba entonces de amplia difusión; después de la segunda Guerra Mundial vieron la luz muchos escritos sobre la revolución científica del siglo xvii: Francis Bacon era su profeta, Galileo un faro y Newton el sol.

Un primer asunto digno de atención —difícil de notar durante una lectura rápida de La estructura— es que Kuhn no se refería a la revolución científica; ésta había sido un evento completamente distinto a los que él aludía cuando postuló su estructura.14 In-cluso poco antes de publicar La estructura propuso que una “segunda revolución científica” había te-nido lugar en los primeros años del siglo xix, en la que áreas completamente nuevas recibieron un tra-

tamiento matemático.15 El calor, la luz, la electricidad y el magnetismo adquirieron paradigmas y de repente un gran núme-ro de fenómenos sin clasificar comenzó a adquirir sentido, lo que coincidió —y fue de la mano— con aquello que llamamos la revolución industrial. Podría decirse que ése fue el inicio del mundo tecnocientífico en el que vivimos hoy. Sin embargo, esta segunda revolución no siguió la estruc-tura de La estructura más que la primera revolución.

Un segundo asunto digno de atención es el que la generación anterior a Kuhn, la misma que escribió profusamente acerca de la revolución científica del siglo xvii, creció en un mundo de revolución radical para la física. La teoría de la relatividad de Einstein, primero la especial (1905) y lue-go la general (1916), fue un acontecimiento más sacudidor de lo que podemos imagi-nar. Al principio la relatividad tuvo mucha más repercusión en las humanidades y las artes que consecuencias comprobables en la física. Y aunque sir Arthur Eddington emprendió aquella famosa expedición para probar las predicciones astronómicas de la teoría, no fue sino hasta mucho tiempo

después que la relatividad se volvió parte integral de numerosas ramas de la física.

Vino luego la revolución cuántica, también en dos etapas, primero cuando, hacia 1900, Max Planck in-trodujo los cuantos y luego, en 1926-1927, cuando se logró una teoría cuántica completa, con todo y el prin-cipio de incertidumbre de Heisenberg. Juntas, la rela-tividad y la física cuántica no sólo derrocaron a la anti-gua ciencia, sino también a la metafísica básica. Kant había mostrado que el tiempo absoluto newtoniano y el principio de causalidad uniforme son principios a priori del pensamiento, dos condiciones necesarias para que los seres humanos comprendan el mundo en que habitan. La física demostró que estaba equivoca-do: causa y efecto no eran más que una apariencia y el indeterminismo constituía parte fundamental de la realidad; la revolución era el orden del día científico.

El filósofo de la ciencia más importante antes de Kuhn fue Karl Popper (1902-1994) —con esto quie-ro decir el más leído y, hasta cierto punto, en el que los científicos creían más—.16 Popper había llegado a la edad adulta durante la segunda revolución cuánti-ca, la cual le enseñó que la ciencia avanza, para usar el título de uno de sus libros, mediante conjeturas y refutaciones. Para Popper ésa era una metodología moralista que se pone de manifiesto en la historia de la ciencia. Primero formulamos conjeturas audaces, tan comprobables como nos sea posible, que inevita-blemente terminarán pareciéndonos incompletas; tras ser refutadas, debe formularse una nueva con-

13� Kuhn, The Copernican Revolution. Planetary Astronomy in the Devel-

opment of Western Thought, Cambridge, Harvard University Press, 1957.

[Hay traducción al castellano: La revolución copernicana. La astronomía

planetaria en el desarrollo del pensamiento occidental, Barcelona, Ariel,

1978, traducción de Domènec Bergada.]

14� Hoy algunos escépticos se cuestionan si en realidad la podemos con-

siderar un “evento”. Entre otras cosas Kuhn ofrece una fascinante pre-

sentación de sus ideas iconoclastas en torno a la revolución científi ca: “La

tradición matemática y la tradición experimental en el desarrollo de la fí-

sica” (1975), en La tensión esencial, pp. 56-85.

15� Kuhn, “La función de la medición en la física moderna” (1961), en La

tensión esencial, pp. 202-244.

16� Popper fue un vienés que se estableció en Londres. Otros fi lósofos

del mundo de habla germana que después de escapar del dominio nazi lle-

garon a los Estados Unidos tuvieron un profundo impacto en la fi losofía

de ese país. Aunque muchos fi lósofos de la ciencia despreciaban el acer-

camiento simplista de Popper, para los científi cos activos sí tenía sentido.

Margaret Masterman dio en 1966 un ejemplo preciso: “Verdaderos cien-

tífi cos hoy leen cada vez más a Kuhn en lugar de Popper”; “The Nature of

a Paradigm”, en Criticism and the Growth of Knowledge, Imre Lakatos y

Alan Musgrave, eds., Cambridge, Cambridge University Press, 1970, pp.

59-90.

PARADIGMA KUHN

50 AÑOS DE LA ESTRUCTURA

LA ESTRUC TURA DE LAS

REVOLUCIONES CIENTÍFICAS

T H O M A S S .

K U H N

Breviarios

Traducción

de Carlos Solís

3ª ed., 2006, 360 pp.

978 968 16 7599 8

$90

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8 S E P T I E M B R E D E 2 0 1 2

jetura que se ajuste a los hechos. Las hipótesis sólo pueden considerarse “científicas” cuando son falsa-bles. Antes de las grandes revoluciones del cambio de siglo esta visión purista de la ciencia habría sido inconcebible.

El énfasis de Kuhn en las revoluciones podría con-siderarse la etapa posterior a las refutaciones de Pop-per; su propio recuento de la relación entre ambas posturas es “Logic of Discovery or Psychology of Re-search” [La lógica del descubrimiento o la psicología de la investigación].17 Ambos tomaron la física como prototipo para las ciencias y formularon sus ideas a partir de la relatividad y la mecánica cuántica. Hoy las ciencias son distintas. En 2009 se celebró el ses-quicentenario de El origen de las especies con bombo y platillo; con tantos libros, exposiciones y festivales relacionados con ese cumpleaños, sospecho que cual-quier persona habría dicho que el descubrimiento científico más revolucionario de todos los tiempos ha-bía sido El origen de las especies. Por eso es tan sorpren-dente que La estructura no mencione la revolución de Darwin ni una sola vez. En las páginas 297 y 298 la selección natural es la protagonista, pero sólo como analogía del desarrollo científico. Hoy que las ciencias biológicas remplazaron a la física como la ciencia pre-dominante, debemos considerar hasta qué punto la re-volución darwiniana se ajusta al modelo de Kuhn.

Una observación final. El uso actual de la palabra revolución trasciende la idea de Kuhn. Esto no cons-tituye una crítica en su contra o en contra del públi-co en general; es, más bien, una invitación a leerlo de forma atenta, a enfocarnos en lo que en verdad dice. Hoy revolución es sobre todo un halago: cada nuevo modelo de refrigerador, cada estreno cinematográfi-co se anuncia como revolucionario; para nosotros es difícil pensar que antes rara vez se usaba la palabra. En los medios de Estados Unidos —que a menudo se olvidan de su propia revolución—, más que un elogio la palabra revolución solía expresar desprecio porque revolucionario significaba comunista. Lamento la re-ciente degradación de la palabra, asociada hoy a todo tipo de exageraciones, lo que sin duda añade dificul-tad a la comprensión del texto de Kuhn.

CIENCIA NORMAL Y SOLUCIÓN DE ROMPECABEZAS (SECCIONES II-IV)Las ideas de Kuhn en verdad eran impactantes: mos-tró que la ciencia normal simplemente se ocupa de algunos rompecabezas pendientes de armar en de-terminado campo del conocimiento. La solución de rompecabezas nos hace pensar en crucigramas, acertijos o sudoku, formas entretenidas de man-tenernos ocupados en momentos de ocio. Pero, ¿la ciencia normal funciona así?

La idea conmocionó a numerosos científicos que leyeron el libro, y sin embargo tuvieron que admitir que así es mucho de su trabajo diario; en realidad, la investigación normal no busca producir verdaderas innovaciones. Una sola frase de la sección iv (p. 105) resume la doctrina de Kuhn: “Tal vez el rasgo más sorprendente de los problemas de la investigación normal con los que nos hemos topado hasta ahora sea en cuán escasa medida pretenden producir nove-dades importantes, sean conceptuales o fenoméni-cas.” Si buscas en cualquier revista de investigación —escribió Kuhn—, encontrarás que aluden a tres cla-ses de problemas: 1] la determinación de hechos rele-vantes, 2] el hacer coincidir los hechos con la teoría y

17� Kuhn, “Logic of Discovery or Psychology of Research” (1965), en

Criticism and the Growth of Knowledge, pp. 231-278. En julio de 1965 Laka-

tos organizó una conferencia en Londres cuyo propósito era enfrentar a

La estructura y a la escuela de Popper, misma que en ese periodo incluía

al propio Lakatos y a Paul Feyerabend. Poco después se publicaron tres

volúmenes con artículos que hoy nadie recuerda; por otro lado, el “cuarto

volumen”, Criticism and the Growth of Knowledge, se convirtió en un clá-

sico por derecho propio. Lakatos pensaba que las actas de la conferencia

no debían refl ejar lo ahí sucedido, sino que debían redactarse a la luz de

los hechos. Ésa fue una de las razones del retraso de cinco años en su pu-

blicación; otra fue que Lakatos hizo incontables revisiones a sus ideas. El

ensayo aquí citado refl eja lo que en verdad dijo Kuhn en 1965.

3] la articulación de la teoría. Para ahondar un poco:1. La teoría no describe ciertas cantidades y fenó-

menos a fondo y sólo da una idea cualitativa de lo que cabe esperar; la medición y otros procedimientos de-terminan los hechos con más precisión.

2. Las observaciones no concuerdan con la teoría. ¿Qué está mal? ¿Hay que ajustar la teoría o probar que los datos recabados eran incorrectos?

3. Aunque la teoría puede tener bases matemáticas sólidas, aún no es posible comprender sus consecuen-cias. Kuhn acertadamente nombró articulación al pro-ceso de extraer, a menudo mediante análisis matemá-tico, aquello que está implícito en la teoría.

Si bien un gran número de científicos concuerda en que su propio trabajo confirma la regla de Kuhn, ésta aún no parece del todo correcta. Una de las razo-nes para que Kuhn trabajara de esta forma es que él, al igual que Popper y muchos otros de sus predeceso-res, consideraba que la tarea principal de la ciencia es de carácter teórico; estimaba la teoría y, si bien apreciaba la experimen-tación, le asignaba a ésta una importancia secundaria. A partir de la década de 1980, con historiadores, sociólogos y filósofos ocupados formalmente en las ciencias ex-perimentales, se dio un cambio sustancial en el énfasis. Según Peter Galison, existen tres tradiciones en la investigación que, aunque paralelas, son en gran medida in-dependientes la una de la otra, a saber: teórica, experimental e instrumental.18 Pese a que cada una es importante para las otras, todas poseen autonomía: cada una tiene vida propia. En el postulado de Kuhn los grandes descubrimientos, expe-rimentales o instrumentales, simplemen-te se perdieron. Así, es posible que la cien-cia normal esté plagada de innovaciones, aunque no son teóricas. Ahora bien, lo que el público en general ansía son tecnología y soluciones: las innovaciones por las que admira a la ciencia no son teóricas en lo absoluto. Es por esa razón que las observaciones de Kuhn de alguna forma parecen equivocadas.

Para tener una idea de lo que, según la concepción de ciencia normal de Kuhn, es absolutamente cier-to y de lo que es debatible, consideraremos lo que los periodistas de ciencia que se ocupan de la física de altas energías reportan con más atención: la bús-queda de la partícula de Higgs. Este tipo de investi-gación exige una gran cantidad de dinero y talento, recursos cuyo destino es confirmar aquello que la física de hoy enseña: hay una partícula que juega un papel esencial en la existencia misma de la materia. Incontables rompecabezas, que van de las matemáti-cas a la ingeniería, deben solucionarse en el camino. En cierto sentido, no se anticipa ningún aporte teó-rico ni un nuevo fenómeno, un punto en el que Kuhn tenía razón. Aunque la ciencia normal no aspira a la innovación, ésta puede surgir de teorías anteriores; de hecho, existe la esperanza de que cuando se den las condiciones adecuadas para el descubrimiento de la partícula también surgirá una nueva generación para la física de altas energías.

La caracterización de Kuhn de la ciencia normal como solución de rompecabezas podría indicar que la consideraba de importancia secundaria, pero no fue así. Por el contrario, él consideraba la actividad científica como algo de suma importancia y afirma-ba que ésta, en gran parte, es ciencia normal.

PARADIGMA (SECCIÓN V)Este aspecto requiere de atención especial por dos razones. La primera es que, él solo, Kuhn cambió el significado de la palabra paradigma, al grado de que para un lector contemporáneo la palabra tiene una

18� Peter Galison, How Experiments End, Chicago, The University of

Chicago Press, 1987.

connotación completamente distinta de aquella que tuvo para el autor en 1962. La segunda, según las propias palabras de Kuhn en su epílogo, es que “El paradigma como ejemplo compartido es el ele-mento central de lo que ahora considero el aspecto más novedoso y menos comprendido de este libro” (p. 321). En esa misma página sugirió la palabra ejemplar como posible sustituto de paradigma. En otro ensayo que preparó poco antes de redactar el epílogo admitió que había “perdido el control sobre esa palabra”,19 y tiempo después dejó de usarla por completo. Sin embargo, espero que nosotros, los lectores de La estructura cincuenta años después de su primera edición, le podamos devolver con ale-gría la importancia que merece ahora que las aguas se han aquietado.

Tan pronto como el libro vio la luz, los lectores se quejaron de que Kuhn usaba la palabra de muchas y

muy variadas formas. En un ensayo muy citado pero poco leído, Margaret Master-man enlista veintiún maneras distintas en las que el autor usa la palabra para-digma.20 Ésta y otras críticas similares lo inspiraron a hacer las aclaraciones que hoy podemos encontrar en el ensayo “Algo más sobre los paradigmas”. Su distinción incluía dos usos básicos de la palabra, uno “global” y otro “local”. Acerca del uso local escribió: “Fue, desde luego, el sentido de ‘paradigma’ como ejemplo normal lo que, en un principio, me hizo decidirme por tal término.” No obstante, afirma que los lec-tores usaron el término en su sentido glo-bal más de lo que él esperaba, y continúa: “Veo poco probable recuperar ‘paradig-ma’ para su uso original, el único propio desde el punto de vista filosófico.”21 Tal vez así fue en 1974, pero en el quincuagési-mo aniversario podemos recuperar el uso original de 1962. Más adelante retomaré los sentidos global y local, pero antes haré una recapitulación.

Hoy paradigma y su compañero cambio de paradig-ma lamentablemente están en todos lados. Cuando Kuhn usó el término, pocas personas se habían topa-do con él; al poco tiempo se convirtió en moda. The New Yorker, siempre alerta de las últimas tendencias y dispuesto a burlarse de ellas, se mofó del término en un cartón: durante un coctel en Manhattan, una exu-berante joven con pantalones acampanados le dice a un aspirante a hipster: “Vaya, señor Gerston, usted es la primera persona a la que escucho usar la palabra paradigma en la vida real.”22 Hoy es difícil escapar de esa maldita palabra, por lo que ya en 1970 Kuhn escri-bió que se le había salido por completo de control.

Ahora vayamos un poco hacia atrás. El vocablo griego paradeigma jugó un papel importante en la

19� Kuhn, “Refl ections on My Critics”, en Criticism and the Growth of

Knowledge, p. 272. Reimpreso con el mismo título en Road since Structu-

re, p. 168.

20� Margaret Masterman, “Nature of a Paradigm”. La redacción de este

ensayo fi nalizó en 1966 y su destino era la conferencia de Lakatos (véase

la nota 16). Masterman enlistó veintiún sentidos para la palabra paradig-

ma, mientras que el mismo Kuhn curiosamente reconoce veintidós (“Algo

más sobre paradigmas” [1974], en La tensión esencial, pp. 317-118). Su artí-

culo “Refl ections on My Critics” (véase la nota 19), recurre a un tropo que

usó por décadas. Según él, existen dos Kuhns: Kuhn1

y Kuhn2. El prime-

ro era él mismo; sin embargo, en ocasiones sentía la necesidad de postu-

lar a un personaje imaginario que hubiera escrito otro texto titulado La

estructura y que dijera cosas distintas a las que decía él. Kuhn veía a un

solo crítico en Lakatos y Musgrave: Masterman, quien habló de su tra-

bajo, es decir, el de Kuhn1. Masterman era una pensadora feroz, severa

e iconoclasta que se consideraba a sí misma de orientación científi ca, no

fi losófi ca, formada en “las ciencias de la computación” y no en las cien-

cias físicas (“Nature of a Paradigm”, p. 60). Kuhn ponía especial atención

en Dudley Shapere, otro crítico de fuerza equiparable (“The Structure of

Scientifi c Revolutions”, en Philosophical Review 73 [1964], pp. 383-394).

En mi opinión, Masterman y Shapere hicieron bien al enfocarse en los as-

pectos oscuros del concepto de paradigma; la obsesión por la inconmen-

surabilidad pertenece a críticos posteriores.

21� Kuhn, “Algo más sobre los paradigmas”, p. 331, n. 16.

22�Lee Raff erty, The New Yorker, 9 de diciembre de 1974. Durante algu-

nos años Kuhn conservó esta viñeta sobre su chimenea. La revista publicó

parodias de cambio de paradigma en 1995, en 2001 y aun en 2009.

PARADIGMA KUHN

50 AÑOS DE LA ESTRUCTURA

KUHN Y EL CAMBIO

CIENTÍFICOA N A R O S A

P É R E Z

R A N S A N Z

filosofía

1ª ed., 1999, 274 pp.

968 16 4189 2

$114

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teoría de la argumentación de Aristóteles, en espe-cial en su Retórica. El libro se ocupa de la argumen-tación práctica entre dos partes, un orador y una audiencia, quienes comparten un gran número de ideas que no necesitan hacerse explícitas. El ances-tro de la palabra paradigma en las traducciones del texto al inglés es example, aunque Aristóteles en rea-lidad quería decir algo más cercano a exemplar, el ejemplo mejor y más instructivo. Para él había dos tipos básicos de argumento, uno esencialmente de-ductivo, aunque con numerosas premisas tácitas, y el otro fundamentalmente analógico.

En el último tipo hay algo en disputa. He aquí uno de los ejemplos de Aristóteles que muchos lectores podrán adaptar fácilmente de las ciudades-Estado de ese entonces a las naciones-Estado de hoy. ¿Debe Atenas hacer la guerra en contra de su vecino Tebas? No: fue malvado por parte de Tebas hacer la guerra a su vecino Fócida. Cualquier ateniense habría esta-do de acuerdo; eso es un paradigma: la situación en disputa es completamente análoga, así que sería algo malvado de nuestra parte ir a la guerra en contra de Tebas.23 En términos generales, algo está en disputa. Alguien da un ejemplo atractivo con el que la mayo-ría estará de acuerdo: un paradigma. La implicación es que aquello en disputa “simplemente es así”.

En las traducciones latinas de Aristóteles, para-deigma se convirtió en exemplum y el término al-canzó cierta independencia dentro de las teorías medievales y renacentistas de argumentación. Sin embargo, aunque la palabra paradigma persiste en las lenguas europeas modernas, ésta se alejó de la retórica; su uso solía ser limitado, en situaciones que imitaban o seguían un modelo predeterminado. Por ejemplo, cuando en la escuela los niños aprendían latín, se les enseñaba a conjugar el verbo amar —yo amo, tú amas, él/ella/eso ama— como amo, amas, amat, etcétera. Ése era el paradigma, el modelo a imitar con verbos similares. Si bien el uso más co-mún de la palabra paradigma era de carácter grama-tical, como metáfora siempre estuvo disponible. No ocurrió así en inglés, lengua en la que dicha metáfora nunca pudo despegar, en contraste con el alemán, en la que su uso fue más común. Durante la década de 1930, miembros del Círculo de Viena —ese influyen-te colectivo filosófico— como Moritz Schlick u Otto Neurath no tuvieron problema en usar el vocablo alemán en sus escritos filosóficos.24 Y aunque es pro-bable que Kuhn no estuviera enterado, la filosofía del Círculo de Viena y de otros emigrantes de habla germana en los Estados Unidos era la misma filoso-fía de la ciencia con la que él, en sus propias palabras, se había “formado intelectualmente” (p. 68).

Tiempo después, durante la década en que La es-tructura maduraba, algunos filósofos analíticos in-gleses estimularon el uso de la palabra, en parte porque durante los años treinta el profundamente vienés Ludwig Wittgenstein la había utilizado pro-fusamente en su cátedra de la Universidad de Cam-bridge, donde sus clases eran objeto de discusiones obsesivas por parte de los que caían bajo su hechizo. En Investigaciones filosóficas —otro gran libro, éste publicado en 1953—, la palabra aparece varias veces; su primer mención (§20) se refiere a “un paradigma en nuestra gramática”, aunque para Wittgenstein el concepto de gramática abarca más aspectos que para la mayoría. Más tarde la usó para referirse a los “juegos del lenguaje”, originalmente una frase oscu-ra en alemán que él volvió de uso corriente.

No sé cuándo fue la primera vez que Kuhn leyó a Wittgenstein pero, primero en Harvard y luego en

23�Aristóteles, Analíticos primeros, Madrid, Gredos, 1988, libro 2, cap.

24, pp. 289-290, 69a. La discusión más amplia en torno a los paradigmas

aparece en Retórica, Madrid, Gredos, 1990. Por ejemplo, para leer una

descripción véase el libro 1, cap. 2, pp. 180-182, 1356b; o para conocer otro

ejemplo militar véase el libro 2, cap. 20, pp. 404-406, 1393a-b. Simplifi -

qué a Aristóteles al extremo en espera de hacer obvio lo antiguo de la idea.

24� Estoy en deuda con Stefano Gattei por esta información, Thomas

Kuhn’s “Linguistic Turn” and the Legacy of Logical Positivism, Aldershot,

Ashgate, 2008, p. 19, n. 65.

Berkeley, sostuvo varias conversaciones con Stanley Carvell, un pensador suma-mente original muy inmerso en el traba-jo de Wittgenstein. Ambos reconocieron la importancia de compartir sus ideas y dificultades intelectuales,25 entre las que sin duda paradigma resultó un desafío importante.26

Durante ese mismo tiempo, algunos filósofos británicos inventaron una “ar-gumentación basada en casos” —así lla-mada hacia 1957—, que por suerte duró poco; provocó mucha discusión por el he-cho de parecer una argumentación nueva y general en contra de varios tipos de es-cepticismo filosófico. He aquí una parodia justa de la idea: usted no puede afirmar que carecemos de libre albedrío porque, por ejemplo, aprendimos a usar la expre-sión “libre albedrío” a partir de ejemplos que en sí constituyen paradigmas; así, ya que aprendimos a usar la expresión a través de estos paradigmas, que sí existen, el libre albedrío también existe.27 Cuando Kuhn estaba escribiendo La estructura, la palabra paradigma flotaba en el ambiente especializado.28

La palabra estaba ahí para quien qui-siera tomarla y Kuhn la tomó.

El lector conocerá ese término al ini-ciar la sección ii, “El camino hacia la cien-cia normal”. La ciencia normal se basa en descubrimientos científicos reconocidos por alguna comunidad científica. En “Algo más sobre los para-digmas”, de 1974, Kuhn volvió a insistir en que para-digma entró al libro de la mano de comunidad cien-tífica.29 Los descubrimientos servían como ejemplo de lo que había que hacer, del tipo de preguntas que debían formularse, de aplicaciones exitosas y de “ob-servaciones y experimentos ejemplares”.30

Los ejemplos de la página 64 pertenecen a una di-mensión de héroes, como Newton y otros grandes; empero, los eventos que fueron interesando cada vez más a Kuhn pertenecían a ámbitos más acotados, eventos propios de pequeñas comunidades científi-cas. Existen enormes comunidades científicas, por ejemplo de genetistas o de físicos de estado sólido, y dentro de esos grupos existen otros aún más re-ducidos, de manera que, al final, el análisis debería poderse aplicar sólo a “comunidades de quizá cien miembros, y a veces significativamente menos”.31 Cada uno de estos grupos persigue metas específicas y cuenta con sus propios procedimientos.

25� Kuhn expresa su gratitud hacia Cavell en La estructura, p. 55; algu-

nos recuerdos de sus conversaciones están en Stanley Cavell, Little Did I

Know: Excerpts from Memory, Stanford, Stanford University Press, 2010.

26� Cavell, Little Did I Know, p. 354.

27� Quiero aclarar que, si bien algunos le atribuyen la idea de este argu-

mento a Wittgenstein, a él le hubiera parecido repulsiva, un paradigma de

mala fi losofía.

28� La acreditada Encyclopedia of Philosophy (1967) le dedicó seis cuida-

das e informativas páginas al argumento basado en casos: Keith S. Done-

llan, “Paradigm-Case Argument”, The Encyclopedia of Philosophy, Paul

Edwards, ed., Nueva York, Macmillan & The Free Press, 1967, pp. 6, 39-44.

Hoy hemos perdido de vista el asunto; la versión actual de la Stanford En-

cyclopedia of Philosophy no lo menciona en ninguna de sus verdaderamen-

te enciclopédicas páginas.

29� Ludwik Fleck (1896-1961) previó varios aspectos del análisis de

Kuhn y en 1935 publicó un análisis de la ciencia posiblemente aún más ra-

dical: Genesis and Development of a Scientifi c Fact, traducido al inglés por

Fred Bradley y Thaddeus J. Trenn (Chicago, The University of Chicago

Press, 1979; la traducción al inglés omitió el subtítulo en alemán: “Intro-

ducción a la teoría del estilo de pensamiento y del colectivo de pensamien-

to” [Hay traducción al castellano: La génesis y el desarrollo de un hecho

científi co, Madrid, Alianza, 1986, traducción de Luis Meana]). El concepto

de comunidad científi ca de Kuhn encaja con la noción de Fleck de un “co-

lectivo de pensamiento” que se caracteriza por un “estilo de pensamien-

to”, hoy considerado análogo de paradigma por numerosos lectores. Kuhn

reconoció que el ensayo de Fleck “anticipa muchas de mis propias ideas”

(La estructura, p. 48), y él mismo fue decisivo para lograr que se tradu-

jera el libro al inglés. En una etapa posterior de su vida Kuhn dijo que lo

desalentaba el hecho de que Fleck hubiera escrito en términos de “pen-

samientos” dentro de la mente de un individuo en lugar de pensamientos

colectivos (“Discussion with Thomas S. Kuhn”, p. 283).

30� Kuhn, La tensión esencial, 307.

31� Kuhn, “Algo más sobre los paradigmas”, p. 320.

Además, sus descubrimientos no son sólo cualquier cosa digna de atención sino que 1] “carecían hasta tal punto de precedentes, que eran capaces de atraer a un grupo duradero de partidarios ale-jándolos de los modos rivales de actividad científica”, y además 2] no son definitivos, por lo que al “grupo de profesionales de la ciencia así definido [le quedan] todo tipo de problemas por resolver”. Kuhn conclu-yó: “En adelante me referiré con el término paradigmas a los logros que compartan es-tas dos características” (p. 71, las cursivas son mías).

Los ejemplos reconocidos de lo que constituye la práctica científica, incluidas leyes, teorías, aplicaciones, experimen-tos e instrumentaciones, proporcionan los modelos que conforman una tradición coherente y representan los compromisos que de inicio dan forma a una comunidad científica. En este tenor, las frases recién citadas condensan la idea central de La es-tructura. Los paradigmas constituyen una parte esencial de la ciencia normal y ésta, al ser practicada por una comunidad cien-tífica, permanece mientras tenga cosas por hacer, es decir, mientras haya proble-mas abiertos que generen investigación con métodos (leyes, instrumentos, etcéte-ra) que la tradición reconozca. Hasta aquí no hay problemas. A la ciencia normal la

caracteriza un paradigma, que legitima los rompe-cabezas y los problemas en que trabaja la comuni-dad. Todo va bien hasta que los métodos legitimados por el paradigma no pueden hacer frente a un cúmu-lo de anomalías; surge entonces una crisis y persiste hasta que un nuevo descubrimiento guía la investi-gación por otro camino, lo que constituye un nuevo paradigma. Eso es un cambio de paradigma (en in-glés se ha preferido la expresión paradigm shift, más atractiva, que la usada más a menudo por Kuhn en el libro: paradigm change).

Conforme uno avanza en la lectura, este concep-to tan claro se vuelve progresivamente borroso, pero hay una razón para ello. Es posible encontrar ana-logías naturales y semejanzas dentro de cualquier conjunto de cosas; un paradigma no es sólo un des-cubrimiento sino también una forma en particular de moldear las prácticas futuras que se basan en él. Como Masterman sugirió —posiblemente antes que nadie y después de enlistar los veintiún usos distin-tos de paradigma en La estructura—, tenemos que re-visar el concepto mismo de analogía.32 Tras un des-cubrimiento, ¿de qué forma puede perpetuar una comunidad sus formas particulares de avanzar? En “Algo más sobre los paradigmas” Kuhn respondió, como siempre, de forma novedosa: ¿para qué sirven los problemas al final de cada capítulo en los libros de texto científicos? “¿Qué es lo que aprenden los es-tudiantes al resolverlos?”33 Según él, gran parte de “Algo más sobre los paradigmas” atiende estas ines-peradas preguntas, ya que constituyen su solución principal al problema de la existencia de demasiadas analogías naturales como para permitir que un des-cubrimiento defina una tradición. No olvidemos que Kuhn se refiere a los libros de texto de física y mate-máticas de su juventud, no a los de biología.

Es necesario adquirir la “capacidad aprendida de ver semejanzas entre problemas al parecer ajenos”.34 Sí, los libros de texto ofrecen incontables datos y téc-nicas, pero ellos solos no convierten a nadie en cien-tífico. Lo que en verdad inspira son los problemas al final de los capítulos y no las leyes y teorías en sí. Uno debe entender que es posible resolver ciertos

32� Masterman, “Nature of a Paradigm”.

33� Kuhn, “Algo más sobre los paradigmas”, p. 325.

34� Ibid., p. 330.

PARADIGMA KUHN

50 AÑOS DE LA ESTRUCTURA

LA TENSIÓN ESENCIAL

Estudios selectos

sobre la tradición y el

cambio en el ámbito

de la ciencia

T H O M A S S .

K U H N

sección de obras

de ciencia

y tecnología

Traducción

de Roberto Helier

1ª ed., fce-Conacyt,

1993, 380 pp.

84 375 0232 2

$128

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problemas, al parecer inconexos, con técnicas simi-lares porque es al resolverlos que aprendemos a usar las similitudes “correctas”. “El estudiante descubre una manera de ver su problema igual a otro que ya resolvió. Una vez vista esa igualdad o analogía, sólo quedan por delante dificultades de operación.”35

Antes de abordar su tema central de “los problemas al final del libro”, en “Algo más sobre los paradigmas” Kuhn admitió que era demasiado generoso en el uso de la palabra paradigma, por lo que separó los usos en dos categorías, una global y otra lo-cal. La primera categoría se basa en la idea de comunidad científica, la segunda está in-tegrada por diversos tipos de ejemplos.

En su artículo de 1974 Kuhn pudo de-cir que la investigación en sociología de las ciencias desarrollada durante la déca-da de 1960 nos brinda herramientas pre-cisas para distinguir entre comunidades científicas. No queda duda acerca de qué es una comunidad científica; la verdade-ra pregunta es qué lleva a sus miembros a trabajar juntos en una misma disciplina, y aunque no lo menciona, ésta es la pregun-ta sociológica clave respecto de cualquier grupo definido, sea pequeño o grande, sea político, religioso o étnico, sea simple-mente un equipo de futbol de adolescen-tes o de voluntarios que reparten comida a los ancianos. ¿Qué es lo que mantiene unido al grupo? ¿Qué podría ocasionar que se dividiera, digamos, en sectas o que se disolviera por completo? Kuhn res-pondió estas preguntas en términos de paradigmas.

“¿Qué elementos compartidos explican el carácter de la comunicación profesional, relativamente caren-te de problemas, y la unanimidad también relativa del juicio profesional? A esta pregunta La estructura de las revoluciones científicas contesta: ‘un paradigma’ o ‘un conjunto de paradigmas’.”36 Ése es el sentido glo-bal de la palabra; lo constituyen además distintos ti-pos de compromisos y prácticas, entre los que Kuhn destaca las generalizaciones simbólicas, los modelos y los ejemplos. La estructura sugiere lo anterior pero profundizar del todo, por lo que uno querría hojear todo el libro para ver cómo se desarrolla la idea. Uno podría hacer énfasis en que, cuando un paradigma en-tra en crisis, la comunidad misma se desarregla. En la página 175 encontramos citas conmovedoras de Wol-fang Pauli, una de pocos meses antes de que surgiera el álgebra de matrices de Heisenberg y otra de algunos meses después. En la primera, Pauli siente que la físi-ca se cae a pedazos y desea haberse dedicado a otra ac-tividad; a los pocos meses, el camino yace despejado. Mucha gente tuvo la misma sensación y en el culmen de la crisis la comunidad parecía resquebrajarse por-que el paradigma se veía amenazado.

Hay una duda radical enterrada en una nota a pie de página de “Algo más sobre los paradigmas”.37 En La estructura la ciencia normal arranca con un des-cubrimiento que se constituye en paradigma; antes hubo un periodo de especulación preparadigma, por ejemplo las tempranas discusiones acerca de fenó-menos como el calor, el magnetismo o la electrici-dad, antes de que la “segunda revolución científica” trajera consigo una ola de paradigmas para estas áreas. Los escritos de Francis Bacon sobre el calor incluían el sol y la descomposición del abono; era im-posible clasificar los temas o no había acuerdo sobre cuáles eran los problemas en los cuales se podía tra-bajar, pues no existía un paradigma.

En la nota 4 de “Algo más sobre los paradigmas” Kuhn se retractó por completo: consideró que la consecuencia “más dañina” del uso de paradigma había sido cuando se empleó para “distinguir un periodo previo de otro posterior en el desarrollo de una ciencia determinada”. Sin duda hay diferencias entre el estudio del calor en tiempos de Bacon y el mismo en tiempos de Joule, pero ahora Kuhn ase-veraba que éstas no dependían de la presencia o au-sencia de un paradigma: “Independientemente de lo que sean los paradigmas, son patrimonio de la comu-nidad científica, incluidas las escuelas del llamado periodo preparadigma.”38 El papel de esas escuelas en La estructura no se limita al inicio de la ciencia

35� Ibid., p. 329.

36� Ibid., p. 321.

37� Ibid., pp. 318-319, n. 4.

38� Ibid.

normal sino que se repite a lo largo del texto. Habría que reescribir esas partes a la luz de la retractación del autor. El lector deberá decidir si ésa es la mejor manera de proseguir o no: las segundas reflexiones, como las segundas partes, no son necesariamente mejores que las primeras.

ANOMALÍA (VI)El título completo de esa sección es “Las anomalías

y el surgimiento de los descubrimientos científicos”. La sección vii tiene un título similar: “La crisis y el surgimiento de las teorías científicas”. Este tipo de extraños emparejamientos son esenciales para el concepto de ciencia de Kuhn.

La meta de la ciencia normal no son los descubrimientos sino el fortalecimiento del status quo: tiende a descubrir aquello que espera descubrir. Los descubrimientos no se dan cuando las cosas salen bien, sino cuando se salen del camino, una novedad que niega lo esperado; en otras palabras, lo que parecería ser una anomalía.

Igual que en amoral o en ateo, la a ini-cial en anomalía significa “no”; el nom pro-viene del vocablo griego para “ley”. Las anomalías son lo opuesto a las regularida-des en la ley o, en términos más generales, lo opuesto a las expectativas. Como men-cionamos antes, Popper ya había hecho de la refutación el núcleo de su filosofía. Kuhn se esforzó en afirmar que la llana refutación es un fenómeno que rara vez se da: tendemos a ver aquello que esperamos ver, incluso si no está ahí. A menudo pasa

mucho tiempo antes de que podamos ver las anoma-lías como lo que son: algo que va en contra del orden establecido.

No todas las anomalías son tomadas en cuenta. En 1827 Robert Brown se dio cuenta, al observarlos bajo el microscopio, que los granos de polen puestos en algún líquido se agitaban constantemente. Éste fue sólo un descubrimiento aislado y sin sentido has-ta que se incorporó a la teoría del movimiento de las moléculas. Una vez comprendido, este movimiento fue prueba contundente de la teoría molecular, pero antes no había sido más que una simple curiosidad. Lo mismo ha ocurrido con numerosos fenómenos que contradicen la teoría y que suelen dejarse de lado. Siempre hay discrepancias entre la teoría y los datos, algunas de ellas realmente grandes. Recono-cer algo como una anomalía importante que necesita explicación —más que una mera discrepancia que al final encontrará solución— es en sí mismo un evento histórico complejo y no una simple refutación.

CRISIS (VII-VIII)La crisis y los cambios en la teoría también van de la mano. Las anomalías se vuelven inextricables; nin-gún tipo de ajuste las hará caber dentro de la ciencia ya establecida. Sin embargo, Kuhn niega categórica-mente que en sí mismo tal idea conduzca al rechazo de la teoría existente: “La decisión de rechazar un pa-radigma conlleva siempre simultáneamente la deci-sión de aceptar otro, y el juicio que lleva a tal decisión entraña la comparación de ambos paradigmas con la naturaleza y entre sí” (p. 166). En la página 168 hay una afirmación aún más contundente: “rechazar un paradigma sin sustituirlo a la vez por otro es rechazar la propia ciencia”.

Una crisis implica un periodo de investigación extraordinaria, distinta de la normal, con “la proli-feración de articulaciones competitivas, el deseo de ensayar cualquier cosa, la expresión de descontento explícito, el recurso a la filosofía y al debate sobre cuestiones fundamentales” (p. 185). De ese caldo de cultivo emergen nuevas ideas, nuevos métodos y, fi-nalmente, una nueva teoría. En la sección ix Kuhn habla de la necesidad de las revoluciones científicas y trata de persuadirnos de que sin este patrón de ano-malías, crisis y nuevos paradigmas nos quedaríamos atascados en el lodo; sencillamente nos quedaríamos sin nuevas teorías. Para él lo novedoso es el sello per-sonal de la ciencia, ya que sin revoluciones ésta en-traría en decadencia. Posiblemente usted quiera me-ditar si Kuhn está o no en lo correcto: ¿la mayoría de los más grandes descubrimientos en la historia de la ciencia surgieron de una revolución con la estructu-ra de La estructura? Es posible que los verdaderos descubrimientos sean —en la jerga de los publicis-tas— “revolucionarios”, pero la pregunta es si La es-

tructura es el modelo correcto para entender cómo surgieron.

CAMBIOS EN LA VISIÓN DEL MUNDO (X)Casi nadie tiene problemas para aceptar que la vi-sión del mundo de un individuo o de una comuni-dad puede cambiar con el tiempo. Tal vez tenga alguna incomodidad con la aparatosa expresión “visión del mundo”, proveniente del alemán Wel-tanschauung. De ocurrir un cambio de paradigma, una revolución en las ideas, en el conocimiento o en los proyectos de investigación, sin duda cambia-ría nuestra visión del mundo. Los precavidos dirán que nuestra visión del mundo ha cambiado pero que éste permanece inalterable.

Kuhn quería decir algo más interesante: después de una revolución en una rama de la ciencia, los cien-tíficos que se ocupan en ella trabajarán en un mun-do distinto, si bien los más cautos considerarán esto sólo como una metáfora. En un sentido literal, sólo existe un mundo, el mismo de ayer y de hoy. Tal vez esperamos la llegada de un mundo mejor, pero, en sentido estricto, y apoyado por los filósofos analíti-cos, ese mundo será siempre el mismo, aunque mejo-rado. Durante la época de los navegantes europeos, los exploradores llegaron a lugares que llamaron Nueva Francia, Nueva Inglaterra, Nueva Escocia, etcétera, que sin duda no eran las antiguas Francia, Inglaterra o Escocia. Nos referimos al viejo y nuevo mundo en el sentido geográfico y en el cultural; sin embargo, cuando pensamos en el mundo entero, en todo, sólo hay uno. Es innegable que existen nume-rosos mundos: yo vivo en un mundo distinto al de las divas de la ópera o al de los mejores raperos. Desde luego, si comenzamos a hablar de mundos diferen-tes abrimos las puertas para que entren todo tipo de confusiones: podríamos referirnos a cualquier cosa.

En la sección x, “Las revoluciones como cambios de la visión del mundo”, Kuhn lucha contra esa me-táfora en lo que yo llamo “modalidad de prueba”, sin afirmar tal o cual cosa, sino diciendo “podríamos afirmar” esto o aquello. Sin embargo, él ahonda en el tema mucho más que yo en cualquiera de las metáfo-ras anteriores.

1] “…puede inducirnos a decir que, después de Co-pérnico, los astrónomos vivían en un mundo distin-to” (p. 220);

2] “…nos incita a decir que tras descubrir el oxí-geno Lavoisier trabajaba en un mundo distinto” (p. 223);

3] “Cuando finalmente se consiguió [la revolución química]… Los propios datos habían cambiado. Éste es el último de los sentidos en el que podemos estar dis-puestos a afirmar que, tras una revolución, los científi-cos trabajan en un mundo distinto” (p. 246).

En la primera cita, Kuhn manifiesta su asombro por la facilidad con que los astrónomos pueden obser-var fenómenos nuevos “al mirar los viejos objetos con los viejos instrumentos” (p. 220).

En la segunda, Kuhn se protege: “en ausencia de algún recurso a esa hipotética naturaleza fija que [La-voisier] ‘vio de manera diferente’”, podríamos decir que “Lavoisier trabajaba en un mundo distinto” (p. 223). Es aquí cuando el molesto crítico (es decir yo) afirma que no necesitamos una “naturaleza fija”. Sin duda la naturaleza está en constante cambio: las co-sas no son iguales ahora, mientras trabajo en mi jar-dín, que como eran hace cinco minutos. En el ínterin arranqué algunas hierbas. Pero no hay ninguna “hi-pótesis” si digo que es el mismo mundo éste en que estoy haciendo jardinería y aquél en el que guilloti-naron a Lavoisier —¡y vaya que ha cambiado!—. Es-pero que usted note cuán confusas se pueden tornar las cosas.

En cuanto a la tercer cita, Kuhn explicó que no se refería a que experimentos más sofisticados o pre-cisos pudieran producir mejores datos, aunque eso no es del todo irrelevante. El asunto era la tesis de Dalton según la cual los elementos se combinan en proporciones fijas para producir los compuestos y no como simples mezclas. Por muchos años su tesis no fue compatible con los mejores análisis químicos. Pero los conceptos habrían de cambiar: si una com-binación de sustancias no se efectuaba en propor-ciones más o menos prestablecidas, en realidad éste no era un proceso químico. Para hacer que las cosas funcionaran, los químicos “tenían que meter en cin-tura a la naturaleza” (p. 246). Lo anterior en verdad suena a cambiar el mundo por completo, aunque también es necesario afirmar que las sustancias con las que los químicos trabajaban son idénticas a las

PARADIGMA KUHN

50 AÑOS DE LA ESTRUCTURA

T. S. KUHN Y LAS CIENCIAS

SOCIALESB A R R Y

B A R N E S

breviarios

Traducción

de Roberto Helier

1ª ed., 1986, 246 pp.

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que han existido sobre la faz de la Tierra durante los largos eones en que ésta ha estado enfriándose.

Al leer esta sección queda claro a dónde quiere llegar Kuhn. Sin embargo, es deber del lector deci-dir qué palabras utilizar para expresar sus ideas. En este caso es adecuada la máxima “di lo que quieras mientras sepas a lo que te refieres”, aunque no sea suficiente. Alguien precavido estará de acuerdo con que, después de una revolución en su campo, el cien-tífico podría ver el mundo de manera diferente, te-ner la impresión de que las cosas funcionan distin-to, notar otros fenómenos, preguntarse por nuevos problemas e interactuar con ellos de formas nuevas. Kuhn quería ir más allá. Pero al escribir se apegó a la modalidad de prueba, al “puede inducirnos a de-cir…”. Nunca puso en caracteres de imprenta que después de Lavoisier (1743-1794) los químicos vivie-ron en un mundo distinto, y en un mundo distinto a ése después de Dalton (1766-1844).

INCONMENSURABILIDADSi bien el tema de los mundos diferentes nunca pro-vocó una tormenta, una situación cercana produjo un tifón de debates. Mientras escribía La estructura, Kuhn se encontraba en Berkeley y, como ya mencio-né, Stanley Cavell era uno de sus colegas cercanos; otro era el iconoclasta Paul Feyerabend, mejor co-nocido por su libro Contra el método (1975) y su apa-rente apoyo a la anarquía dentro de la investigación científica (“todo se vale”). Los dos pusieron la pala-bra inconmensurable sobre la mesa y al parecer am-bos se alegraron de que el otro, al menos por un mo-mento, concordara con sus ideas. Después de eso sus caminos se separaron. No obstante, el resultado fue una batalla campal filosófica sobre el grado al que las teorías científicas sucesivas —pre y posrevolucio-narias— podrían ser comparadas. Considero que las rimbombantes declaraciones de Feyerabend tenían más que ver con el calor de la discusión que con cual-quier cosa que Kuhn hubiera dicho. Por otro lado, Feyerabend abandonó el asunto, en tanto que para Kuhn fue relevante hasta sus últimos días.

Posiblemente la pelea por la inconmensurabilidad sólo pudo haberse dado en el escenario preparado por el empirismo lógico, esa ortodoxia en la filosofía de la ciencia que estaba en su apogeo cuando Kuhn escribió La estructura. He aquí una parodia simple de un razonamiento profundamente lingüístico, es decir, orientado al significado. No estoy diciendo que alguien haya dicho algo tan simplista, pero de seguro el ejemplo transmite la idea. Se creía que era posible aprender los nombres de los objetos con sólo seña-larlos. Pero, ¿qué sucede con las entidades teóricas a las que no podemos señalar con un dedo, como los electrones? Antes se enseñaba que adquieren su sig-nificado sólo en el contexto de la teoría a la que per-tenecen. Por lo tanto, un cambio en la teoría implica también cambios en el significado. Así, una afirma-ción sobre electrones en el contexto de cierta teoría significa algo distinto a lo enunciado con la misma serie de palabras en el contexto de una teoría dife-rente. Si determinada teoría afirma que una frase es verdadera y otra que es falsa, en realidad no hay contradicción alguna, pues la oración expresa cosas distintas en ambas teorías y éstas no admiten com-paración entre sí.

Este asunto se discutía a menudo utilizando el concepto de masa como ejemplo. El término es esen-cial para Newton y Einstein. Tal vez lo único que la gente recuerda de Newton es f = ma. Y lo único de Einstein es E = mc2. Sin embargo, la segunda ecua-ción carece de sentido en la mecánica clásica. Por lo tanto (insistían algunos), es imposible comparar ambas teorías y, por lo tanto (¡un “por lo tanto” aún peor!), no hay razones válidas para preferir una so-bre la otra.

Así, mientras en algunos ámbitos se adoraba a Kuhn como el profeta del nuevo relativismo, en otros círculos se le acusaba de negar la racionalidad mis-ma de la ciencia. Ambas posturas son absurdas. En La tensión esencial Kuhn aborda el tema directamen-te.39 Las teorías deben ser precisas en sus pronósti-cos, sistemáticas, de amplio alcance, y deben presen-tar los fenómenos de forma ordenada y coherente, y deben proponer abundantes fenómenos nuevos o nuevas relaciones entre ellos. Kuhn posee las cinco características y las comparte con toda la comuni-

39� Kuhn, “Objetividad, juicios de valor y elección de teoría” (1973), en

La tensión esencial, pp. 344-364.

dad de científicos (y con la de historiadores). De eso se trata en parte la racionalidad (científica) y, en ese sentido, Kuhn es un “racionalista”.

La doctrina de la inconmensurabilidad exige que seamos cuidadosos. Los jóvenes de secunda-ria aprenden mecánica newtoniana; los estudian-tes universitarios de física se ocupan de la relativi-dad. Los cohetes se diseñan de acuerdo con las ideas de Newton y se dice que la física newtoniana es un caso especial de la mecánica relativista. Todos los que se apresuraron a adoptar la teoría de Einstein conocían de memo-ria la física de Newton. Entonces, ¿qué es inconmensurable?

Al final de “Objetividad, juicios de valor y elección de teoría” Kuhn “simplemente afirma” lo que siempre había dicho: exis-ten “límites importantes a lo que los par-tidarios de teorías diferentes pueden co-municarse unos a otros” (p. 363); más aún, el tránsito en las convicciones de un indi-viduo, de una teoría a otra, se describiría mejor como conversión y no como elección (p. 362). En tiempos de Kuhn existía un gran furor en cuanto a la elección de una teoría, e incluso numerosos participantes en el debate sostenían que ésa era la tarea primordial de los filósofos de la ciencia: declarar y analizar los principios para la elección racional de una u otra.

Lo que Kuhn hizo fue poner en entredicho la idea misma de elegir una teoría. Es casi ridículo decir que un investigador elige una teoría en la cual trabajar. Sí, quien acaba de ingresar al posgrado o inicia un posdoctorado debe seleccionar el laboratorio en el que aprenderá las herramientas de su oficio. Sin em-bargo, al hacerlo no está eligiendo una teoría, inclu-so si con esto decide el futuro curso de su vida.

El que los partidarios de teorías diferentes ten-gan problemas de comunicación no significa que no puedan comparar sus resultados técnicos. “Por in-comprensible que sea la teoría nueva para los parti-darios de la tradición, el mostrar resultados concre-tos y tangibles persuadirá por lo menos a algunos de ellos de que deben descubrir cómo se logran tales re-sultados” (p. 363). Existe otro fenómeno que, de no ser por las ideas de Kuhn, nunca hubiésemos notado. Por lo general las investigaciones a gran escala, por ejemplo en física de altas energías, requieren de la colaboración entre numerosos expertos de especia-lidades opacas entre sí. ¿Cómo es posible esto? Gra-cias al desarrollo de una “zona comercial” análoga al créole que surge cuando dos grupos lingüísticos dis-tintos comercian entre sí.40

Kuhn se dio cuenta de que la idea de inconmen-surabilidad es útil en una forma inesperada. La es-pecialización es una realidad tanto de la civilización humana como de las ciencias. Durante el siglo xvii nos bastaban las revistas científicas generales, de las cuales el prototipo es el Philosophical Transactions de la Royal Society de Londres. Hoy la ciencia mul-tidisciplinaria persiste, como pueden atestiguarlo los semanarios Science y Nature, pero, incluso antes de entrar en la era de las publicaciones electrónicas, se dio una proliferación constante de revistas cien-tíficas, y a cada revista corresponde una comunidad disciplinaria. Para Kuhn esto era algo predecible porque, según él, la ciencia es darwiniana y las re-voluciones son como la especiación, eventos en los que una especie se divide en dos, o en los que una especie continúa en paralelo con una variante que sigue su propio camino. Durante una crisis puede surgir más de un paradigma y cada uno es capaz de incorporar un grupo distinto de anomalías y rami-ficarse en nuevas direcciones de investigación. Al tiempo que se desarrollan estas nuevas subdiscipli-nas, cada una con hallazgos distintos que sirven de modelo para la investigación, a los profesionales de-dicados a un área en especial les cuesta cada vez más trabajo entender las actividades de la otra. La ante-rior no es una cuestión metafísica profunda, sino un hecho común en la vida de cualquier científico.

Así como las nuevas especies se caracterizan porque ya no pueden engendrar descendencia fértil, las nuevas disciplinas se vuelven, hasta cierto punto, incompren-sibles la una para la otra. Éste es un uso del concep-to de inconmensurabilidad con verdadero contenido

40� Peter Galison, Image and Logic: A Material Culture of Microphysics,

Chicago, The University of Chicago Press, 1997, cap. 9.

y no tiene nada que ver con pseudopreguntas sobre la elección de teoría. Kuhn dedicó la última parte de su carrera a tratar de explicar este y otros tipos de incon-mensurabilidad en términos de una nueva teoría del lenguaje científico. Él era físico y lo que propuso tie-ne la propiedad de querer simplificarlo todo en pos de una estructura básica aunque muy abstracta. Es una estructura diferente de la propuesta en La estructu-ra, si bien se basa en ella y posee el mismo deseo del

físico por hallar una pulcra organización de fenómenos muy diversos. Esas investi-gaciones aún no ven la luz.41 A menudo es-cuchamos que Kuhn abatió por completo la filosofía del Círculo de Viena y de sus se-guidores, o que inauguró el “pospositivis-mo”. Y sin embargo en realidad perpetuó un gran número de sus presuposiciones. El libro más famoso de Rudolf Carnap es The Logical Syntax of Language; podríamos decir que el trabajo de los últimos años de Kuhn se ocupa de la sintaxis lógica del len-guaje de la ciencia.

EL PROGRESO A TRAVÉS DE LAS REVOLUCIONES (XIII)La ciencia progresa a partir de brincos y saltos. Para muchos el avance científico es el epítome del progreso: ¡si tan sólo la polí-tica y la moral fueran así! El conocimiento científico es acumulativo; se erige sobre hi-

tos previos para llegar a cumbres cada vez más altas.Ése es precisamente la imagen que Kuhn tiene de

la ciencia normal: es acumulativa, pero una revolu-ción destruye la continuidad. Situaciones en las que una ciencia antigua salía avante pueden caer en el ol-vido cuando todo un conjunto de nuevos problemas emanan de un nuevo paradigma. He ahí un tipo de in-conmensurabilidad que no presenta problemas. Des-pués de una revolución podría presentarse un cambio sustancial en los temas estudiados, al grado de que la ciencia nueva simplemente no considera los temas an-tiguos; podría modificar o desechar gran parte de los conceptos que en algún momento fueron adecuados.

¿Qué sucede entonces con el progreso? Pensába-mos que una ciencia avanza hacia la verdad dentro de su campo. Kuhn no rebatió ese concepto de cien-cia normal. Su análisis es un recuento original de la razón por la cual la ciencia normal es una institución social que progresa, en sus propios términos, a gran velocidad. Sin embargo, las revoluciones funcionan de manera distinta y son esenciales para un tipo di-ferente de progreso.

Una revolución modifica la disciplina y, según Kuhn, cambia el lenguaje mismo con el que nos re-ferimos a algún aspecto de la naturaleza. Cuando menos, se desvía hacia una parte nueva de la mis-ma aún por estudiar. Kuhn acuñó así el aforismo se-gún el cual las revoluciones progresan “en dirección opuesta” a las concepciones previas del mundo y que derivaron hacia problemas catastróficos. No es un progreso hacia una meta predefinida. Es un progre-so que se aleja de lo que alguna vez funcionó pero que ya no puede controlar los nuevos problemas.

Decir “en dirección opuesta” pone en duda la no-ción general de que la ciencia va hacia la verdad acer-ca del universo. La idea de que sólo existe una expli-cación verdadera para todo es parte fundamental de la tradición occidental. Proviene de lo que Comte, el fundador del positivismo, llamó el estado teológico de la investigación humana.42 En las versiones popu-lares de la cosmología judía, cristiana y musulmana sólo existe una verdad absoluta y plena que lo en-cierra todo: aquello que Dios sabe (y por cierto sabe hasta de la muerte del más pequeño de los gorriones).

La idea se transpone a la física fundamental, en la que numerosos profesionales —que orgullosamente se describirían a sí mismos como ateos— dan por he-

41� Véase Conant y Haugeland, “Editor’s Introduction”, en Road since

Structure, 2. Gran parte de este material está planeado para aparecer en

The Plurality of Worlds, James Conant, ed., Chicago, The University of

Chicago Press.

42� Auguste Comte (1798-1857) dio el nombre de “positivismo” a su fi lo-

sofía porque pensó que la palabra positivo tenía una connotación positiva

en todas las lenguas europeas. Con optimismo típico y fe en el progreso,

sostuvo que al principio la raza humana se había explicado su propia exis-

tencia mediante la invocación de dioses, luego con la metafísica y, fi nal-

mente (1840), había llegado a la edad positiva, en la que, ayudados por la

investigación científi ca, nos haríamos responsables de nuestro destino.

Inspirados por Comte y por Bertrand Russell, los integrantes del Círculo

de Viena se hicieron llamar primero positivistas lógicos y después empi-

ristas lógicos; hoy es común referirse a los positivistas lógicos sólo como

“positivistas”. Yo sigo esa costumbre en el texto. En sentido estricto, el

positivismo se refi ere a las ideas antimetafísicas de Comte.

PARADIGMA KUHN

50 AÑOS DE LA ESTRUCTURA

REVOLUCIONES CIENTÍFICAS

I A N H A C K I N G

breviarios

1ª ed., 1985, 339 pp.

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1 2 S E P T I E M B R E D E 2 0 1 2

cho que existe por ahí una explicación completa de todos los aspectos de la naturaleza esperando a ser descubierta. Si usted cree que tal idea tiene sentido, entonces constituye un ideal hacia el cual las cien-cias progresan. En consecuencia, el “en dirección opuesta” de Kuhn le parecerá del todo errado.

Kuhn rechazó ese panorama: “¿Acaso sirve de algo —pregunta en la página 296— imaginar que existe una descripción plena, objetiva y verdadera de la na-turaleza y que la medida adecuada de una realización científica es hasta qué punto nos aproxima a dicho fin último?” Un gran número de científicos contestarían que sí, sí sirve, y los ayuda a aterrizar el concepto que tienen de su propia actividad y de su importancia. La pregunta retórica de Kuhn fue demasiado sucinta. Es un tema que el lector debe descubrir (en lo personal comparto el escepticismo de Kuhn, pero el asunto es complicado y no debe atenderse aprisa).

VERDADPara Kuhn es imposible tomar en serio la noción de que existe “una descripción plena, objetiva y verda-dera de la naturaleza”. ¿Esto significa que no toma en serio la verdad? En absoluto. Con excepción de una cita de Bacon (p. 82), en su texto Kuhn no dice nada sobre la verdad. Los sabios amantes de los he-chos —quienes siempre tratan de saber la verdad de las cosas— nunca plantean (ni deberían plantear) una “teoría de la verdad”. Cualquier persona familia-rizada con la filosofía analítica contemporánea sabe que hay incontables teorías de la verdad en disputa.

Kuhn descartó una simple “teoría de correspon-dencia” en la que a cada afirmación verdadera le co-rresponde un hecho de la naturaleza. Un gran nú-mero de tercos filósofos analíticos harían lo mismo, aunque se quedaran en los obvios términos de la cir-cularidad: no existe otra forma de especificar el he-cho al cual corresponde una afirmación arbitraria que no sea afirmar esa afirmación.

A finales del siglo xx, durante la ola de escepticis-mo que golpeó a la academia estadunidense, muchos intelectuales influyentes consideraron a Kuhn como aliado en su negación de la verdad como virtud. Me refiero a esa clase de pensadores que no podían es-cribir ni pronunciar la palabra verdad sin encerrarla textual o figurativamente entre comillas, para indi-car así que se estremecían sólo de pensar en un con-cepto tan nocivo. Para muchos científicos que admi-ran la postura de Kuhn en torno a las ciencias, fue él quien incentivó a los escépticos.

Sin duda, La estructura dio un gran impulso a los estudios sociológicos de la ciencia. Sin embargo, bue-na parte de ese trabajo, con su énfasis en la idea de

que los hechos son un “producto social” y con su cla-ra participación en la negación de la “verdad”, es pre-cisamente en contra de lo que protestan los científi-cos conservadores. Kuhn dejó claro que odiaba esa interpretación de su trabajo.43

Si bien La estructura no es un libro de sociología como tal, las comunidades científicas y sus prácticas aparecen en el núcleo mismo del texto; entran, como ya vimos en la página 50, con paradigmas y así conti-núan hasta la última página. Antes de Kuhn ya había sociología del conocimiento científico, pero después de La estructura ésta floreció y dio origen a lo que hoy conocemos como estudios de la ciencia, un cam-po autónomo que posee, claro está, sus propias aso-ciaciones profesionales y sus revistas, y comprende trabajos en historia y en filosofía de las ciencias y de la tecnología, pero cuyo énfasis está en enfoques sociológicos de distintas clases, algunos observacio-nales, otros teóricos. Después de Kuhn mucha, o casi toda, la reflexión verdaderamente original en torno a las ciencias ha sido de carácter sociológico.

Kuhn se mantuvo hostil ante este tipo de inter-pretaciones,44 algo lamentable para numerosos in-vestigadores jóvenes. En lugar de aventurarnos con tediosas metáforas sobre padres e hijos, atribuya-mos la situación a la incomodidad que producen los dolores de crecimiento. Parte del maravilloso lega-do de Kuhn son los estudios de la ciencia tal como los conocemos hoy.

ÉXITOLa estructura se publicó como la segunda entrega del volumen 2 de la International Encyclopedia of Unified Science. Así quedó registrado en la primera y segun-da ediciones, tanto en la portadilla, las primeras pá-ginas y el índice general. La página 2 daba algunos detalles sobre la Encyclopedia, como los nombres de sus 28 editores y asesores, la mayoría figuras re-conocidas aún hoy, cincuenta años después: Alfred Tarski, Bertrand Russell, John Dewey, Rudolf Car-nap, Niels Bohr.

La Encyclopedia fue parte de un proyecto inicia-do por Otto Neurath y otros miembros del Círculo de Viena, que con el éxodo provocado por el nazis-mo cambió su sede de Europa a Chicago.45 Neurath imaginó al menos catorce volúmenes compuestos de

43� Kuhn, “The Trouble with the Historical Philosophy of Science”

(1991), en Road since Structure, pp. 105-120.

44� Ibid.

45� Charles Morris recoge la historia de este fascinante proyecto en

“On the History of the International Encyclopedia of Unifi ed Science”, en

Synthese 12 (1960), pp. 517-521.

numerosos artículos monográficos, breves, redacta-dos por expertos. Apenas había alcanzado la prime-ra monografía del volumen 2 cuando Kuhn presentó su manuscrito. Después de él, la Encyclopedia quedó tocada de muerte. Muchos observadores consideran irónico el lugar donde Kuhn publicó el libro, ya que éste socavó todas las doctrinas positivistas implícitas en el proyecto. Líneas arriba yo sugerí una postura discrepante: Kuhn fue heredero de las presuposicio-nes del Círculo de Viena y de las de sus contemporá-neos; fue él quien perpetuó sus aspectos básicos.

El tiraje de los artículos anteriores de la Encyclo-pedia International estuvo dirigido a un grupo redu-cido de especialistas. ¿Acaso The University of Chi-cago Press sabía que en ese título había una bomba? Durante 1962 y 1963 se vendieron 919 ejemplares; para 1963 y 1964, el número descendió a 774. El año siguiente la edición en rustica vendió 4 825 ejempla-res y después el libro fue cada vez más exitoso. Para 1971 la primera edición ya había vendido más de 90 mil ejemplares; posteriormente la segunda edición —ya con el epílogo— entró en escena. Para mediados de 1987, después de 25 años de publicación, el total ascendía a poco menos de 650 mil ejemplares.46

Por un tiempo la gente consideró el libro una de las obras más citadas, junto a los sospechosos usua-les: la Biblia y Freud. La estructura apareció en va-rias de las efímeras listas de “los mejores libros del siglo xx” que los medios prepararon al acercarse el cambio de milenio.

Más importante que todo ello, el libro en verdad cambió “la imagen de la ciencia que ahora nos domi-na”. Para siempre.�W

Este texto forma parte de la edición conmemorativa de The University of Chicago Press por los cincuenta años del libro de Kuhn; lo reproducimos aquí con su autoriza-ción. Traducción de Dennis Peña.

Ian Hacking es filósofo de la ciencia, autor de la antología Revoluciones científicas (Breviarios,1985).

46� Según datos de The University of Chicago Press a los que Karen Me-

rikangas Darling tuvo acceso.

PARADIGMA KUHN

50 AÑOS DE LA ESTRUCTURA

“ANTES DE KUHN YA HABÍA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO,

ANTES DE KUHN YA HABÍA SBPERO DESPUÉS OC O OG

DE LA ESTRUCTURA ÉSTA FLORECIÓ Y DIO ORIGENCONOC N O C N CO,O C N CO, O S U

A LO QUE HOY CONOCEMOS COMO ESTUDIOS DE LA CIENCIA, UN CAMPO AUTÓNOMO QUE POSEE, CLARO

Q

ESTÁ, SUS PROPIAS ASOCIACIONES PROFESIONALES Y SUS , Q ,

REVISTAS, Y COMPRENDE TRABAJOS EN HISTORIA Y EN FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS Y DE LA TECNOLOGÍA, PERO

,,

CUYO ÉNFASIS ESTÁ EN ENFOQUES SOCIOLÓGICOS DE,

DISTINTAS CLASES, ALGUNOS OBSERVACIONALES, OTROS TEÓRICOS

””

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S E P T I E M B R E D E 2 0 1 2 1 3

El 18 de julio de este 2012 se cumplieron noventa años del nacimiento del doctor en física Thomas S. Kuhn, uno de los más distinguidos e influyentes historiadores y filósofos de la ciencia, que hace medio siglo, con la pu-blicación de La estructura de las revoluciones científicas,

transformó de manera radical la concepción que se tenía de la evolución de la ciencia.

Su trabajo, que “puso en tela de juicio los supues-tos básicos del quehacer científico, el carácter neu-tral de la observación, la noción de una verdad ab-soluta, la elección de teorías como una actividad gobernada por principios autónomos y universa-les de racionalidad, y la añeja idea de que la filoso-fía de la ciencia tiene una función exclusivamente normativa”,1 tuvo hondas repercusiones en práctica-mente todos los campos del saber humano, pues en realidad atañe a toda la esfera cognitiva. Es por ello que aún hoy es estudiado y debatido, y sin duda lo se-guirá siendo durante mucho tiempo.

Aunque fue escrito de cara a la comunidad cientí-fica y filosófica, antes que para el público en general, tan sólo en el ámbito de habla inglesa se ha impreso casi un millón y medio de ejemplares de ese libro, traducido, por otra parte, a más de veinte idiomas (el vietnamita es, al parecer, el más reciente de ellos). Su versión en español se debe a la iniciativa del entonces director del Fondo de Cultura Económica, Arnaldo Orfila Reynal, quien a comienzos de 1965 recibe un brevísimo resumen anónimo sobre el libro, en el que se citan algunos comentarios relevantes publicados a mediados de 1963 en revistas como American Jour-nal of Physics.

El 26 de junio de ese año se solicita a The Uni-versity of Chicago Press (ucp) un ejemplar de lec-tura que llega al fce el 14 de septiembre a través de la Agencia Literaria International Editors’ Co., de Buenos Aires. Tres meses más tarde se solicita a esta agencia que expida el contrato para que el Fondo tra-duzca el libro y el documento llega a México el 29 de noviembre, veinte días después de que Orfila ha de-jado la dirección. Como es bien sabido, lo sustituye en el cargo Salvador Azuela.

Por lo que se puede inferir a través del expedien-te de esta obra que conserva el archivo histórico del fce, el proceso de traducción, que a lo sumo debería haber empezado en enero o febrero de 1966, pasó al olvido. Una carta de Roberto Kolb (quien quedó al frente del programa de libros extranjeros bajo la di-rección de Azuela), fechada el 30 de enero de 1968, indica que “Esta obra se localizó por carta de inter-national editors’ co. 26 de enero/68, esta obra ya está contratada todo en regla desde 29 de Nov. 1965. con excepción de que no se había dado a traducir des-de Nov./65. Con esta fecha se pasa a traducción (Sr. Alfonso Ruelas).” Se pide a International Editors’ el envío de nuevos ejemplares y la ampliación del plazo de traducción, que los representantes de la ucp ex-tienden hasta el 31 de diciembre de 1968.

1� Cito a la doctora en fi losofía Ana Rosa Pérez Ransanz, investigadora

del Instituto de Investigaciones Filosófi cas de la unam desde 1985 y auto-

ra de un libro que vuelve accesible aun al lego los complejos planteamien-

tos del científi co norteamericano: Kuhn y el cambio científi co, México,

fce, 1999, Sección de Obras de Filosofía, 274 pp.

En febrero de ese año Alberto Villarreal Junco firma contrato para traducirlo en un plazo de mes y medio pero para abril ha desaparecido y en mayo es necesario volver a pedir ejemplares, pues el que se dio a Villarreal Junco se considera perdido. El nuevo encargado de esta tarea es Agustín Contín, quien co-mienza a traducir el libro de Kuhn en mayo de 1968.

A pesar de que faltan cartas y otros documentos en el expediente, reconstruir la historia del proce-so de traducción de La estructura de las revoluciones científicas no es difícil, pues muchas cosas se pue-den inferir a partir de los registros que sí existen. El martes 16 de junio de 1970 la ucp cancela el contrato de traducción pactado con el fce porque, como se ha mencionado, el plazo para presentar la edición de la obra en español vencía el 31 de diciembre de 1968 y 18 meses después de ese plazo aún no se había impreso. En total, han pasado ocho años desde la aparición de la obra, que ya ha sido traducida a diez idiomas, y los directivos de la editorial de la Universidad de Chica-go quieren que el libro de Kuhn exista en castellano.

Kolb escribe el martes siguiente. Lamenta la com-prensible decisión de la ucp y explica que el traduc-tor se involucró en el movimiento estudiantil y fue arrestado después de la matanza de Tlatelolco: “aún se encuentra en la cárcel y no ha sido sometido a juicio pero continúa trabajando en la traducción y pronto la terminará”. La ucp no contesta, y Kolb in-siste el 18 de agosto de 1970.

El 2 de septiembre la ucp concede una extensión pero cobra 250 dólares más por la prórroga e impo-ne nuevas condiciones en cuanto a regalías: 7 por ciento por los primeros tres mil ejemplares y 10 en lo sucesivo (antes había solicitado 5 y 7 por ciento, respectivamente). El 6 de noviembre Kolb informa a Salvador Azuela que la traducción del libro ya está lista y el día 13 escribe a la ucp para informarle que el fce acepta sus condiciones. Y que el libro ya se ha entregado a la imprenta. Pero dado que en el ínterin ha aparecido una segunda edición en inglés, el 13 de enero de 1971 Kolb solicita un ejemplar de ella con el propósito de actualizar la versión en español.

El libro terminará de imprimirse, por fin, en mar-zo de 1971. Se tiran diez mil ejemplares.

Pero el cambio de mandos en el fce (en diciembre de 1970 asume la dirección general Antonio Carrillo Flores) hará que esta vez se incumplan durante un lapso muy largo dos de las cláusulas del contrato en-tre ambos sellos editoriales: el envío a la ucp de ejem-plares de la obra traducida, por una parte, y el balan-ce y pago de regalías acordado, por la otra. A lo largo de 1973 la ucp reclamará numerosas veces por la falta de respuesta a tales reclamos, que podrían parecer menores, pero desde luego no lo son, al punto de que el 27 de junio la casa universitaria informa al Fondo que ha decidido cancelar la licencia de traducción otorgada y suspender las negociaciones sobre otros títulos editados por ella.

Jaime García Terrés, recién nombrado director técnico del Fondo, se ve obligado a intervenir. Aun así los libros prometidos nunca llegan. El fce asegu-ra haberlos enviado; la ucp no deja de exigirlos. Sólo el 5 de noviembre llegan al domicilio del sello uni-versitario y, entonces, la universidad reclama que el copyright que acusa la edición del fce tiene errores: se reconoce como titular de los derechos a la edito-rial de Chicago, no a la universidad. Luego el proble-ma será el pago de regalías. Durante todo 1974 la ucp se queja de la informalidad del fce. Explicaciones

van y vienen, aderezadas con sutiles amenazas.Las cosas se normalizarán entre ambos sellos a fi-

nales de 1974, cuando se acusa la venta de siete mil ejemplares a lo largo de dos años y medio. Todo un éxito si se considera que se trata de una obra sobre cuestiones científicas y filosóficas muy arduas, que quizás, a ratos, deben haberle parecido absoluta-mente abstrusas al lector de lengua española —y no sólo por la compleja naturaleza de lo planteado por Kuhn.

El 16 de febrero de 1975, una filósofa y profesora ayudante de Filosofía de la Naturaleza en la Univer-sidad Complutense, María del Carmen Mataix, es-cribe desde Madrid:

“Muy Sr. mío:”He tenido ocasión de leer, hace algunos meses,

el libro de Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, traducido por Agustín Contín, y publi-cado por Uds. en los Breviarios (No. 213). Con gran sorpresa he comprobado la pésima traducción del li-bro y me he permitido escribirles porque considero que una editorial de la categoría y el prestigio del Fon-do de Cultura Económica no puede descuidarse con traducciones como ésta.

”A modo de ejemplo, en la posdata, en la página 280 del citado libro, dice: ‘Sin embargo, ellos no es-tán más puestos a discusión aun la de que todos ellos fueran de una pieza.’ Creo, verdaderamente, que esta última oración no tiene sintaxis española. Ejemplos así hay abundantes en este libro. […]

”Ruego me disculpen la crítica que esta carta su-pone, pero, créame, ha sido motivada por la sorpre-sa producida en mí al encontrar este tipo de erro-res en una de las pocas editoriales que, desde siem-pre, ha cuidado la perfección de sus traducciones el español.”

Lamentablemente, la profesora Mataix tenía toda la razón. La traducción presentaba serias deficien-cias. Agustín Contín, un traductor experimentado y solvente en áreas de economía y administración, responsable de la versión en español de obras publi-cadas por Trillas, Limusa y el propio fce, carecía sin embargo de las calificaciones necesarias para tras-ladar el texto de Kuhn a nuestro idioma, como tam-poco las tuvo quien hizo la revisión técnica de la tra-ducción antes de mandarla a la imprenta.

Es por ello que a principios de este siglo el Fondo decidió publicar una nueva traducción y esta vez la realizó un especialista: Carlos Solís, quien fuera pro-fesor de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Uni-versidad Autónoma de Madrid y colaborador de T. S. Kuhn durante dos años en el Program for History and Philosophy of Science de la Universidad de Prin-ceton. Asimismo, Solís escribió un ensayo introduc-torio para la nueva edición, que ha sido reimpresa en múltiples ocasiones.

Como se ve, el camino que este clásico del pensa-miento científico ha recorrido para llegar hasta las manos de los lectores de nuestro idioma en una ver-sión fiel, fidedigna, ha sido largo y accidentado. En-tre muchas otras cosas, el propio Kuhn sabía —y así lo hizo ver— que la casualidad y el accidente forman parte del camino hacia el conocimiento.�W

Rafael Vargas, omnívoro en sus hábitos lectores, gusta de explorar en las bambalinas históricas de los libros.

Pieza fundamental del catálogo del Fondo, La estructura de las revoluciones científi cas estuvo a punto de no aparecer con nuestro sello. Diversas peripecias, lo mismo administrativas que políticas, difi cultaron la publicación de la versión en español de este

libro clave. Con ánimo autocrítico repasamos aquí parte de la atropellada ruta por la que la obra de Kuhn alcanzó a los lectores en español

PARADIGMA KUHN

Cómo (casi) perder un clásico R A F A E L V A R G A S

ARTÍCULO

Page 14: PARADIGMA KHUN

La estructura de las revolucio-nes científicas se inicia con el famoso y reiterado párrafo: “Si se considerase como algo más que un acervo de anéc-dotas o como algo más que mera cronología, la historia podría provocar una trans-formación decisiva en la ima-gen de la ciencia que ahora

nos domina.” ¿Cuál era esa imagen de la ciencia que prevalecía en 1962? Creo que Kuhn se refería a algo muy parecido al concepto “clásico” (con elementos del positivismo o empirismo lógico) combinado con una fuerte dosis del racionalismo crítico de Popper. En 1981, Hacking presentó un resumen comparativo del concepto “clásico” de la ciencia y de las ideas de Kuhn, resaltando los puntos específicos en que las dos imágenes no coinciden.1 El más importante es desde luego la influencia de la historia, que está au-sente en el concepto “clásico” (excepto como fuente de ejemplos) mientras que en el esquema kuhniano es crucial para el desarrollo del conocimiento cien-tífico. Otro punto de desacuerdo es sobre la natura-leza del progreso en la ciencia, que Kuhn no acepta como acumulativo por su concepto de la inconmen-surabilidad de los paradigmas saliente y entrante en los episodios de revolución en la ciencia. Kuhn tam-bién rechaza la distinción clara entre teoría y obser-vación, porque en su esquema lo que el científico ve y describe está determinado en parte por su infor-mación previa y por sus expectativas, o sea su mar-co conceptual. Kuhn tampoco acepta que existan criterios universales para relacionar hipótesis con observaciones, para aceptar pruebas o para evaluar estructuras deductivas, en vista de que cada para-digma dicta sus propias reglas, tanto de lógica como de relevancia.

La imagen de la ciencia que presentaba Kuhn era,

1� I. Hacking, “Introducción”, Revoluciones científi cas, México, fce, 1985.

en efecto, diferente de la que se tenía de esa actividad humana en 1962. Pero desde entonces y hasta nues-tra época, 50 años después, y con todas las aclaracio-nes y modificaciones que el propio Kuhn y sus segui-dores le han hecho a esa imagen, cabe preguntarse si es real, si en efecto describe mejor la naturaleza y la estructura de la ciencia, tal como ha existido a lo largo de la historia y como se lleva a cabo hoy, en los laboratorios y cubículos de los científicos en todo el mundo, si en verdad es más fiel a la realidad que el es-quema “clásico” que él pretendía “transformar”.

Los críticos de Kuhn, tan numerosos como sus se-guidores, han puesto en duda prácticamente todos sus postulados: se niega (o se lamenta) la existencia de la ciencia normal; se duda de la realidad, de la es-tructura, de las funciones y hasta de la relevancia misma de los paradigmas; se minimiza o de plano se cancela la realidad histórica de las revoluciones en la ciencia; se califica, se reduce o de plano se anula la inconmensurabilidad entre los paradigmas antiguo y nuevo en las revoluciones; se reafirma el progreso acumulativo del conocimiento científico y se recha-za su discontinuidad, surgida de la inconmensurabi-lidad mencionada; se acusa a Kuhn de irracional, de relativista y hasta de anarquista; se afirma que La es-tructura está plagada de inconsistencias, de oscuri-dades y contradicciones, y que sus aclaraciones ulte-riores y nuevas posturas sobre varios de sus concep-tos originales, como la naturaleza de los paradigmas, la extensión de la inconmensurabilidad y la natura-leza del progreso científico, los debilitan o hasta los cancelan. Incluso la militancia de Kuhn en las filas de los historiadores, de los sociólogos o de los filóso-fos de la ciencia se ha puesto en duda, como lo ha he-cho Fuller en forma poco caritativa: “Podría decirse que La estructura posee el sentido de la sociología de un filósofo, el sentido de la filosofía de un historiador y el sentido de la historia de un sociólogo.”2

2� S. Fuller, Thomas Kuhn. A Philosophical History of Our Times, Chica-

go, The University of Chicago Press, p. 32.

En mi opinión, las dos posturas extremas, pro-Kuhn y anti-Kuhn, son inadecuadas como des-cripciones completas de la estructura de la cien-cia. Pero hay ciertos aspectos de La estructura que me parecen no sólo razonables sino obvios.

1] En primer lugar, el postulado de que la histo-ria debe tomarse en cuenta para armar un retrato aceptable de cómo se ha desarrollado la ciencia a lo largo del tiempo casi podría firmarlo el doctor Perogrullo. Además, este postulado es aplicable a cualquier otro campo de la actividad humana, como la política, la economía, la agricultura o las olim-piadas. Debe tenerse presente que el objetivo de la investigación histórica es alcanzar la visión más cercana a la forma como realmente ocurrieron los hechos, pero también no debe olvidarse que los his-toriadores se acercan al pasado armados con sus propias ideas, no sólo de cómo deben interpretarse los hechos, sino de cómo se definen las configura-ciones que se aceptan como hechos. Un almacén de hechos es un archivo, mientras que la historia es lo que el historiador hace con el archivo.

El primer postulado de Kuhn, de reivindicar a la historia para entender la naturaleza de la cien-cia, era un cri de guerre en contra del positivismo, que en forma específica rechazaba a la historia en su construcción de la ciencia. Pero la diferen-cia entre estas dos posturas, la de Kuhn y la del positivismo, era que, mientras Kuhn quería sa-ber cómo se había hecho la ciencia a lo largo de la historia, los positivistas querían establecer cómo se debería hacer la ciencia. El interés de Kuhn era primariamente descriptivo, mientras que el de los positivistas (como Carnap, Popper o Lakatos) era prescriptivo. El juicio sobre el resultado de las dos posturas opuestas, la inclusión o el rechazo de la historia, debe tomar en cuenta el objetivo espe-cífico que se desea alcanzar en cada una: si es el mismo para las dos, se crea un conflicto, pero si los objetivos son diferentes, su coexistencia no sólo es posible sino racional. Mi opinión�PA SA A L A PÁG I NA 1 6

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PARADIGMA KUHN

Kuhn y la investigación médica

Investigador científi co por formación y en la vida cotidiana, Pérez Tamayo es también un practicante de la fi losofía de la ciencia. Ha publicado diversas obras con refl exiones sobre

la medicina y sobre el quehacer de los científi cos en general. Hemos tomado este fragmento, adaptándolo ligeramente, de La estructura de la ciencia, su informado repaso de las

principales escuelas fi losófi cas sobre la actividad científi caR U Y P É R E Z T A M A Y O

FRAGMENTO

Page 15: PARADIGMA KHUN

S E P T I E M B R E D E 2 0 1 2 1 5

Se puede afirmar, sin lugar a du-das, que La estructura de las revoluciones científicas (La es-tructura en adelante) es uno de los trabajos académicos más influyentes de las últimas dé-cadas. Una clara medida de su impacto social la da el hecho de que desde su publicación, en 1962, se hayan vendido más

de un millón de ejemplares, incluyendo sus traduc-ciones a una veintena de idiomas. Otro indicador de este impacto es la cantidad, prácticamente inma-nejable, de bibliografía secundaria a que ha dado lugar. También resulta revelador el que términos centrales característicos de este texto, tales como “paradigma”, “ciencia normal” y “revolución cientí-fica” hayan pasado a formar parte del vocabulario corriente no sólo entre los estudiosos de la ciencia sino en las mismas comunidades científicas, e in-cluso en medios menos académicos.

Analizada esta obra en perspectiva histórica, se puede ver que varias de las tesis que ahí se de-fienden habían sido anticipadas por autores como P. Duhem, A. Koyré, E. Meyerson, L. Fleck, B. L. Whorf, M. Polanyi, W. V. Quine y N. R. Hanson, entre otros. Sin embargo, el gran mérito de Kuhn es haberlas articulado, junto con sus tesis más ori-ginales, en una concepción global donde cristaliza una nueva imagen de la ciencia. La agudeza, el vigor y la amplia documentación de los análisis kuhnia-nos, junto con sus aportaciones de indudable origi-nalidad, marcaron una nueva pauta en el estudio de la empresa científica.

Al referirse al impacto profesional de La estruc-tura, Richard Bernstein afirma: “Es como si Kuhn hubiera tocado un nervio intelectual muy sensible, y sería difícil nombrar otro libro publicado en las últimas décadas que haya resultado, a la vez, tan su-gerente y provocador para pensadores de casi todas las disciplinas, así como tan persistentemente ata-cado y criticado, con frecuencia desde perspectivas antitéticas.”1 En cuanto a la suerte que ha corrido la concepción plasmada en La estructura, a partir de su publicación, Bernstein atinadamente le aplica la aguda descripción que hace William James de las distintas etapas en la carrera de una teoría: “Prime-ro, una nueva teoría es atacada como absurda; luego se admite que es verdadera, pero obvia e insignifi-cante; finalmente se considera tan importante que

1� Richard J. Bernstein, Beyond Objectivism and Relativism. Science,

Hermeneutics, and Praxis, Filadelfi a, University of Pennsylvania Press,

1983, p. 21.

sus adversarios afirman que ellos mismos la descu-brieron.” En efecto, algo muy similar le ha sucedido a la teoría de la ciencia propuesta por Kuhn en La estructura. Después de la primera reacción virulen-ta de sus críticos —algunos de los cuales llegaron a caricaturizar sus tesis—, autores más moderados comenzaron a reconocer que no sólo no se trataba de ideas descabelladas, sino de ideas para las cuales existía fuerte evidencia en su favor. Finalmente en-contramos el indicador más claro de su impacto in-telectual: el hecho de que muchos de los estudiosos de la ciencia más destacados en la actualidad —al-gunos de los cuales fueron originalmente duros crí-ticos de Kuhn— hayan incorporado en sus teorías elementos característicos de la concepción kuhnia-na. Este sería el caso de los modelos de desarrollo propuestos por I. Lakatos, S. Toulmin, D. Shapere, W. Stegmüller, L. Laudan y P. Kitcher, por mencio-nar sólo algunos de los más importantes. Al refe-rirnos a La estructura no podemos dejar de señalar que si bien en ella se configura la primera versión global de una concepción alternativa de la ciencia, se trata también de una obra embrionaria que deja sobre la mesa de discusión una buena cantidad de problemas sin resolver (como sucede con toda obra pionera que abre nuevos horizontes). Sin embargo, hay que decir que algunos de esos problemas ni si-quiera habían sido vislumbrados, y otros, a pesar de que tenían una larga historia, reciben una formula-ción o un peso específico diferente. Pero lo más im-portante es que todos esos problemas se plantean ahora insertos en una nueva red de conexiones y se abordan desde otra perspectiva. Esto permite afir-mar, hablando en términos kuhnianos, que en La estructura cuaja un nuevo paradigma en la investi-gación sobre la ciencia. Sus planteamientos sobre las revoluciones científicas constituyen, a su vez, una revolución metacientífica, es decir, una revolu-ción en el nivel del análisis de la ciencia.

Mucho se ha discutido a qué campo de investi-gación pertenecen los análisis y tesis contenidos en La estructura: a la epistemología, a la filosofía de la ciencia, a la historia de la ciencia, a la socio-logía de la ciencia o a la psicología de la ciencia. Sin embargo, es muy probable que no se pueda llegar a ningún acuerdo sobre este asunto. La mera discu-sión muestra que las ideas de Kuhn han tenido in-cidencia y repercusión prácticamente en todos los campos donde se estudia el fenómeno científico, lo cual no es de extrañar si se advierte que una de las peculiaridades de su análisis es, justamente, po-ner de relieve la naturaleza compleja y polifacéti-ca de este fenómeno. De aquí que los intentos por encasillar el trabajo de Kuhn parezcan destinados al fracaso.

Lo que sí se puede afirmar, a juzgar por la mag-nitud y el tipo de reacción, es que la comunidad que resultó más sacudida fue la de los filósofos de la ciencia. La recepción que tuvo La estructura en la comunidad filosófica, y lo que ocurrió a continua-ción, se ajusta en buena medida a la reconstrucción kuhniana de las etapas de cambio revolucionario. Como afirma Hacking, inspirado en Nietzsche, los filósofos anteriores a Kuhn habían hecho de la cien-cia una “momia”, pues suele suceder que cuando los filósofos quieren mostrar su respeto por algo tienden a deshistorizarlo. Era de esperar entonces que cuan-do Kuhn proclama —en el capítulo introductorio de La estructura— que la ciencia es fundamentalmente un fenómeno histórico, se generara una crisis en los cimientos de la filosofía tradicional de la ciencia.

También cabe decir que no pocos de los plantea-mientos hechos en La estructura son ambiguos o insuficientes; que la retórica ahí empleada da lugar con frecuencia a interpretaciones equivocadas, y que hasta la fecha no hay acuerdo sobre el conteni-do de sus tesis básicas. Kuhn mismo, a pesar de ha-ber lamentado la cantidad de lecturas distorsiona-das de esta obra, no dejó de reconocer su parte de responsabilidad en el asunto y emprendió —desde los primeros embates— la tarea de precisar y de-sarrollar sus planteamientos originales. De todos modos, una lectura atenta que persiga comprender las intuiciones básicas y los “núcleos de verdad” que encierra La estructura sabrá valorar la riqueza de problemas y líneas de investigación que generó esta visión más compleja, más flexible, más cercana a la práctica científica y a su historia, contra el trasfon-do de las concepciones tradicionales.

Por último, es importante observar que la teoría del cambio científico que Kuhn presenta en La es-tructura está respaldada por su práctica como cien-tífico en el campo de la física (que transcurre en los años cuarenta), pero sobre todo por su trabajo como historiador de la ciencia (que se inicia en 1947). Sin embargo, la ineludible tarea de clarificar las tesis centrales de La estructura lo llevó a internarse cada vez más en el análisis filosófico, con una atención creciente en los problemas semánticos, ontológicos, metodológicos y epistemológicos que plantean los procesos de cambio y desarrollo científico. Es así como la trayectoria intelectual de Kuhn fue incor-porando su experiencia como científico, historia-dor y filósofo.�W

Ana Rosa Pérez Ransanz forma parte del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM y de nuestro comité editorial de ciencias.

PARADIGMA KUHN

Un libro sacudidorNo hay en México quien conozca la obra de Kuhn como Ana Rosa Pérez Ransanz. De su

escrupuloso Kuhn y el cambio científi co (Filosofía, 1999), hemos tomado estos párrafos, en los que se sintetiza el impacto que La estructura de las revoluciones científi cas ha tenido

en diversas áreas, así como los razonables yerros de ese trabajo pionero. También de ese volumen tomamos los apuntes biográfi cos del recuadro que reproducimos

en la siguiente páginaA N A R O S A P É R E Z R A N S A N Z

FRAGMENTO

Page 16: PARADIGMA KHUN

1 6 S E P T I E M B R E D E 2 0 1 2

VIENE DE LA PÁGINA 14 es que entre Kuhn y los positivis-tas no hay conflicto, que el concepto “clásico” de la ciencia puede fácilmente y con gran enriquecimien-to incluir las enseñanzas de la historia de su desa-rrollo para corregir y mejorar su propia imagen, conservando su carácter esencialmente descripti-vo. Sin embargo, esto no incluye la aceptación ciega de toda la filosofía kuhniana; de acuerdo con el con-cepto “clásico” de la ciencia, cada uno de los postu-lados de Kuhn debe someterse a análisis crítico y objetivo, antes de aceptarse o rechazarse.

2] En segundo lugar, la existencia de las revolucio-nes científicas como parte no sólo de la historia sino del desarrollo contemporáneo de la ciencia, no puede negarse. Para documentar la realidad históri-ca de las revoluciones científicas basta consultar el espléndido libro de Cohen3 que las describe y anali-za a lo largo de los cuatro siglos transcurridos (xvii a xx) desde la primera, a mediados del siglo xvii. Sin embargo, el examen detallado de cada episo-dio revolucionario muestra una estructura propia y diferente de los demás, lo que dificulta las gene-ralizaciones. En algunos casos excepcionales, como la revolución copernicana, es posible identificar un cambio de paradigma, pero la inconmensurabilidad es mínima, si es que existe; en otros casos la revolu-ción no implica el cambio de un paradigma por otro sino el crecimiento del paradigma original por la adición de un nuevo cuerpo de conocimientos, no precedido por ninguna crisis y sin inconmensura-bilidad detectable, como la síntesis de la teoría de la evolución de Darwin con la teoría mendeliana de la herencia, o el desarrollo más reciente de la biología molecular, a partir del desciframiento de la estructura del adn y sus mecanismos de replica-ción. Esto no significa que Kuhn no haya tenido ra-zón en sus conceptos sobre las revoluciones cientí-ficas, sino que los cambios en la ciencia se han dado y pueden darse de muy distintas maneras, una de las cuales (por cierto no la más frecuente) sería la postulada por el ciclo ciencia normal-crisis-revolu-ción-ciencia normal, con o sin cambio de paradig-ma y con o sin inconmensurabilidad.

3] El concepto de ciencia normal sufrió críticas di-versas, desde la negativa categórica de su existencia por Feyerabend,4 su consideración como ciencia de segunda por Popper,5 su pretendida sustitución por los programas de investigación de Lakatos,6 etcétera. Sin embargo, cuando un científico examina de cerca el trabajo que realizan en sus laboratorios sus cole-gas, la mayor parte corresponde muy de cerca con la descripción de Kuhn. Voy a poner como ejemplo las investigaciones realizadas en tres laboratorios dis-tintos del sitio en donde yo trabajo, que es el Depar-tamento de Medicina Experimental de la Facultad de Medicina de la unam.

En el laboratorio A se estudia la patogenia de las distintas variedades clínicas de la enfermedad pro-ducida por un parásito microscópico, la Leishmania, y la influencia de diferentes medicamentos en la epi-demiología del padecimiento, en el sureste de Méxi-co. En el laboratorio B el interés se centra en conocer la frecuencia de las infecciones intestinales por dis-tintos tipos de amibas y sus características clínicas y evolutivas. En el laboratorio C el proyecto general de investigación está dirigido a establecer los mecanis-mos moleculares por los que el parásito microscópi-co conocido como Entamoeba histolytica es capaz de producir enfermedad. Podría decirse que los tres la-boratorios comparten el mismo paradigma (en cual-quiera de sus sentidos, sea como “ejemplar” o como “matriz disciplinaria”), que puede identificarse como la teoría infecciosa de la enfermedad, introdu-cida a fines del siglo xviii por Pasteur y Koch. Creo que en los tres laboratorios se está haciendo ciencia normal porque las preguntas que se están tratando de contestar se derivan del paradigma, las respues-tas servirán para ampliar sus aplicaciones y lograr mayor precisión en los experimentos, y ninguno está tratando de demostrar que la teoría infecciosa

3� I. B. Cohen, Revolution in Science, Cambridge, Harvard University

Press, 1985.

4� P. Feyerabend, “Consolations for the Specialist”, en Criticism and the

Growth of Knowledge, Imre Lakatos y Alan Musgrave, eds., Cambridge,

Cambridge University Press, 1970, pp. 197-230.

5� K. R. Popper, “Normal Science and its Dangers”, en Criticism and the

Growth of Knowledge, pp. 51-58.

6� I. Lakatos, “Falsifi cation and the Methodology of Scientifi c Research

Programmes”, en Criticism and the Growth of Knowledge, pp. 91-196.

de la enfermedad es falsa (como esperaría Popper). En realidad, los tres laboratorios están interesados en resolver “enigmas” o “acertijos” (puzzle-solving, como lo llamó Kuhn) relacionados con enfermeda-des infecciosas. Los miembros de los tres laborato-rios conocemos a cientos de colegas en distintas par-tes el mundo que trabajan en forma muy parecida, y que usan los mismos criterios generales para evaluar los resultados de sus investigaciones. Cuando algún científico pretende violar esos criterios generales e ir en contra de la evaluación de un conjunto de resulta-dos que apuntan en la misma dirección, la comuni-dad no lo considera como el precursor de un nuevo paradigma o como un genio solitario, sino más bien como un iconoclasta desorientado, y hasta sospecho-so de actuar por intereses no científicos.

Un ejemplo sucedió a fines del siglo xx, cuando ante el acúmulo de pruebas positivas generadas en distintas partes del mundo sobre el papel del vih como el agente causal del sida, un investigador nor-teamericano, Peter Duesberg, declaró públicamen-te que las pruebas eran inaceptables y que no se ha-bía demostrado que el vih fuera la causa del sida.7 Su testimonio fue utilizado por el gobierno de un país africano para negarle el tratamiento anti-vih a los pacientes con sida, con el escándalo internacio-nal correspondiente.

4] Quizá la noción más discutida de Kuhn sea la de la inconmensurabilidad de los paradigmas en con-flicto durante las revoluciones científicas, de donde se deriva el concepto de que el cambio de un para-digma por otro no es racional sino del tipo de una “conversión religiosa”. Varios de los ejemplos usa-dos por Kuhn para ilustrar este aspecto crucial de La estructura han sido rebatidos por otros histo-riadores8 y en sus publicaciones ulteriores sobre el tema Kuhn redujo las rigurosas exigencias de la inconmensurabilidad y se refugió en incompati-bilidades lingüísticas de tipo local. De todos mo-dos, no hay duda de que ciertos casos (muy pocos) de revolución científica pueden describirse como ejemplos de decisión irracional entre paradigmas inconmensurables pero el fenómeno, tal como lo describió originalmente Kuhn en La estructura, es la excepción y no la regla. El análisis histórico de los distintos episodios que pueden caracterizarse como revoluciones en la ciencia revela no sólo la ori-ginalmente descrita por Kuhn (cambio irracional de un paradigma por otro inconmensurable) sino una gran variedad de estructuras, aparte de que a lo largo del tiempo la ciencia también ha evolucionado sin revoluciones sino en forma progresiva. Quizá la concentración excesiva (muy explicable) de Kuhn y sus seguidores en la historia de la física y de la as-tronomía explica (pero no justifica) sus generali-zaciones a todas las otras ciencias; además, las co-sas han cambiado desde 1962 hasta nuestros días. No podía esperarse (incluso tomando en cuenta el esquema kuhniano) que la estructura de la ciencia no se modificara en los 50 años en los que su creci-miento y complejidad han sido mayores que en to-dos los cuatro siglos de su historia anterior.

Es interesante que la historia del impacto de La es-tructura en el pensamiento filosófico, histórico y sociológico sobre la ciencia puede describirse en los propios términos de Kuhn, en vista de que causó una crisis por representar un paradigma distinto al concepto “clásico” de la ciencia, con el que entonces se funcionaba como ciencia normal; a la crisis siguió una verdadera revolución en el pensamiento sobre la estructura y el cambio en la ciencia, que terminó con la adopción (por muchos) del paradigma kuhniano, frecuentemente en forma de una “conversión religio-sa”. Sin embargo, la historia ha seguido su curso y hoy la ciencia parece ser algo distinto y con una estructu-ra bastante más compleja que la postulada por Kuhn, aunque ciertamente incluye algunas de sus ideas.�W

De Ruy Pérez Tamayo acabamos de publicar La Revolución científica (Breviarios).

7� P. H. Duesberg: “hiv is not the cause of aids”, en Science 241: 514-517,

1988.

8� A. Donovan, L. Laudan y R. Laudan, coords., Scrutinizing Science. Em-

pirical Studies of Scientifi c Change, Baltimore, The Johns Hopkins Uni-

versity Press, 1988.

PARADIGMA KUHN

KUHN Y LA INVESTIGACIÓN MÉDICA

T homas Samuel Kuhn, nacido en Cincinnati el 18 de julio de 1922, estudia física en la Universidad de Harvard. Como estudiante de posgrado trabaja en teoría del estado

sólido con John van Vleck —premio Nobel de Física en 1978— y obtiene su doctorado en física teórica en 1949. En 1947 participa en uno de los cursos de ciencia para no científicos, organizados por James Conant, y es entonces cuando se despierta su interés por la historia de la ciencia. Al adentrarse en la física de Aristóteles, Kuhn descubre las revoluciones científicas en la discontinuidad entre ésta y la física de Galileo y Newton, y a partir de 1949 se dedica de lleno a la historia de la ciencia. De 1948 a 1951, como Junior Fellow de la Harvard Society of Fellows, goza de la libertad para explorar diversos trabajos relacionados con sus preocupaciones por el desarrollo del conocimiento (entre ellos, la psicología evolutiva de Piaget, la psicología de la Gestalt, la epistemología antipositivista y sociológica de L. Fleck, la teoría lingüística de B. L. Whorf, y sobre todo los trabajos de historiadores que parten de una epistemología de raigambre kantiana, como E. Meyerson, así como de A. Koyré, quien subraya la discontinuidad entre los sistemas científicos y la no acumulación del conocimiento). Entre 1951 y 1956, Kuhn trabaja como profesor asistente en el área de Educación General e Historia de la Ciencia en esa misma institución, periodo en que fue también Guggenheim Fellow.

De 1956 a 1964, Kuhn forma parte de la planta académica de la Universidad de California, en Berkeley, en el Departamento de Historia de la Ciencia. Entre 1958 y 1959 pasa una temporada en el Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences de Stanford, donde descubre la importancia del aprendizaje de ejemplos paradigmáticos tanto para el procesamiento de información como para la solución de problemas.

A partir de entonces, Kuhn trabaja cada vez menos en la historia de la ciencia, concentrándose en la filosofía. En 1964 se incorpora a la Universidad de Princeton, ocupando la cátedra M. Taylor Pyne de Filosofía e Historia de la Ciencia. También fue miembro del Institute of Advanced Study de 1972 a 1979. Durante su estancia en Princeton, Kuhn mantiene un intenso intercambio de ideas con Carl Hempel —a quien consideró su “querido mentor” hasta el final de su vida—, intercambio que marca sensiblemente el pensamiento de ambos. Según su propio testimonio, a raíz de dicha interacción Hempel transita hacia una filosofía naturalizada de la ciencia y Kuhn concibe su trabajo como un intento de extraer las ventajas que ofrece el instrumental analítico en el contexto de una filosofía de la ciencia históricamente orientada.

Finalmente, Kuhn se traslada en 1979 al Massachusetts Institute of Technology como profesor de Filosofía e Historia de la Ciencia, donde permanece activo hasta 1992, año en que se retira, después de haber sido nombrado en 1991 profesor emérito de dicha institución. Presidió la History of Science Society en 1968-1970, y la Philosophy of Science Association en 1988-1990. Recibió la Medalla George Sarton por parte de la History of Science Society en 1982 y el reconocimiento John D. Bernal de la Society for the Social Studies of Science en 1983. Obtuvo grados honoríficos de diversas instituciones, entre ellas de las universidades de Notre Dame, Columbia, Chicago, Padua y Atenas. Después de un largo padecimiento de cáncer, Kuhn fallece en su casa el lunes 17 de junio de 1996, en Cambridge, Mass., a la edad de 73 años. Le sobrevivieron su esposa y tres hijos.�W

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Considero necesario iniciar esta reseña de Remedios de antaño del doctor Francis-co González Crussí seña-lando que conozco al autor desde hace muchos años, que ambos somos médicos y nos dedicamos a la misma especialidad, que también compartimos nuestro inte-

rés en la historia de la medicina, y que además somos muy buenos amigos. Lo aclaro porque muchos de mis comentarios sobre la obra mencionada son ad-mirativos y podría pensarse que mi entusiasmo está contaminado por nuestra antigua relación personal. De entrada acepto que así es, pero que, en lugar de ser una limitante al valor de mis opiniones, eso me permite expresarlas con más conocimientos y tam-bién con mayor convicción.

González Crussí es un médico mexicano que es-tudió medicina en la unam y después de graduar-se viajó a Canadá para continuar con su educación de posgrado; de ahí pasó a los Estados Unidos, en donde terminó su preparación como especialista (es patólogo), y después de un intento de regresar a trabajar a México, que por distintas razones no se

logró, emigró al vecino país del norte. Ahí ascendió rápidamente en la escalera científica y académica, hasta que en 1978 alcanzó la posición de profesor de patología de la Universidad Northwestern y jefe de los laboratorios del Children’s Hospital, en Chi-cago. Después de muchos años, en 2001 González Crussí se jubiló de esas tareas pero siguió vivien-do en la misma ciudad, ahora dedicado de lleno a su otra gran afición, que es leer y escribir. Durante su vida académica activa, publicó un número respe-table de artículos científicos que confirmaron su calidad como investigador, así como un celebrado texto sobre una variedad de tumores que afectan principalmente a los niños, que formó parte de la colección patrocinada por el Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, que todos los patólogos del mundo occidental teníamos siempre a la mano como obra de consulta, y que le dio fama internacional. González Crussí también ha publicado ya 13 libros de ensayos de distintos temas, casi todos relacionados con la medicina y su historia, pero no dirigidos a un público médico especializado sino al lector general. Sus libros han tenido gran éxito, han merecido comentarios muy elogiosos en la prensa estadunidense y algunos ya se han traducido a varios idiomas.

Remedios de antaño es un libro breve (menos de 250 páginas) integrado con seis capítulos, cada uno de ellos dedicado a examinar, en forma crítica pero también fácilmente accesible, un tipo distinto de medicación o tratamiento para muy diferentes en-fermedades a través de la historia. Ya en el prefacio González Crussí nos dice qué no va a incluir en su texto: “El arte de curar ha estado siempre como atra-pado entre dos tendencias opuestas: por un lado, la que podríamos calificar de científica o racionalista y, por otro, la esotérica y popular. Intencionalmente hemos excluido de estas páginas los recursos de las medicinas llamadas ‘paralelas’ o ‘alternativas’, sobre todo aquellas dotadas de cierto esoterismo y cuyo poder se supone vinculado de modo misterioso con determinadas personas (brujos, chamanes, curan-deros) o con prácticas mágico-religiosas.” El autor agrega que tampoco incluye las medicinas y trata-mientos “tradicionales”, sino que su texto se restrin-ge a “aquellos que formaron parte de la ortodoxia médica en el mundo occidental”.

Cada capítulo está dedicado a un remedio de an-taño, descrito y comentado con erudición y simpatía, pero también criticado racionalmente y en función de lo que hoy todos sabemos. El primero se refiere al cuerpo humano como medicamento y es un examen

Si Notas de un anatomista nos hizo descubrir a un fi no prosista y un observador más que ameno, Ver. Sobre las cosas vistas, no vistas y mal vistas permitió que los lectores confi rmaran la erudición y el sutil humor de González Crussí. Estamos por lanzar un

nuevo libro de este patólogo transmutado en historiador de la medicina, en el que presenta seis ideas médicas que en su momento fueron ortodoxas

y luego cayeron en desgracia

ORTODOXIA ENVEJECIDA

en el que presenta seis ideas médicas que en su momento fueron ortodoxas q p q fy luego cayeron en desgracia

Ortodoxia envejecida

R U Y P É R E Z T A M A Y O

RESEÑA

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histórico magistral del famoso “polvo de momia”; si-guen sendos capítulos sobre enemas, triacas y mitri-datos, la sangría, la quinina y la electricidad. Confieso que empecé a leer este nuevo libro de González Crus-sí a las ocho de la mañana y que terminé su lectura el mismo día pero a las siete de la tarde (hice otras co-sas en el ínter…) y que me felicito de haberlo hecho así, aunque en general mi estilo de lectura es más parsi-monioso. Mi premura se debió a que hace ya algunos meses el autor había tenido la gentileza de enviarme uno de sus capítulos (el de triacas y mitridatos) para enterarme de sus ocupaciones como escri-tor en esos momentos, y esa “probadita” me había dejado con gran impaciencia por leer el resto.

Mi segunda lectura ya fue un poco más calmada y me permitió confirmar y multi-plicar mi admiración por González Crussí, por su pasmosa erudición (que asoma por todas partes, a pesar de la sobriedad de su estilo literario), su buen gusto por el len-guaje claro y sencillo, pero también elegan-te y preciso, y su postura objetiva y llena de simpatía y comprensión por las costumbres y los personajes históricos que trata. En ningún momento González Crussí comete el pecado, frecuente en los historiadores y en especial en los de la medicina, de juzgar el pasado en función del presente; con tra-zos rápidos pero precisos su texto nos colo-ca en el seno de la cultura y de la estructura social de la época correspondiente, y des-pués nos relata el remedio específico utili-zado, sus métodos y sus resultados.

El primer capítulo es un resumen ma-gistral de los orígenes, evolución y, final-mente, desaparición del uso del “polvo de momia” como remedio para toda clase de males. González Crussí examina sus relaciones con el canibalismo de algunas culturas primitivas, después recorre sus as-pectos comerciales y termina con comentarios agu-dos sobre este remedio y otros semejantes, como el de las propiedades curativas del “polvo de unicor-nio” y del “polvo de elefante”, que todavía están muy lejos de ser cosa del pasado.

El capítulo siguiente, sobre la historia del enema, empieza como debe, con el antiguo Egipto, y después de un repaso encantador sobre sus distintos usos en diferentes épocas (¿sabía usted que, en la marina in-glesa del siglo xvii, a los marineros que se mareaban les aplicaban enemas de humo para aliviarlos?) ter-mina con varias observaciones pertinentes al uso contemporáneo de distintos tipos de enemas en di-ferentes culturas. Al leer sus comentarios pude re-montarme a los tiempos ya lejanos de mi infancia, en que el dispositivo para la aplicación de enemas era parte indispensable del botiquín familiar, y confir-mé que Francisco (aunque es varios años menor que yo) tuvo las mismas experiencias infantiles con el mencionado instrumento.

El capítulo 3, “De triacas y mitridatos”, que yo ya conocía, es el más extenso y el más complejo, y creo que es el mejor y más bien documentado de todo el li-bro. González Crussí nos recuerda que las triacas (o teriacas) florecieron en la Edad Media y eran póci-mas, menjurjes, cocciones, caldos, cocidos o suspen-siones de muy diversas sustancias (hasta 64 compo-nentes) como tierras, múltiples y diferentes plantas (opio entre ellas), frutas, raíces, animales enteros o sus diferentes partes (sapos, cobayos y especialmen-te víboras). La preparación de las triacas, que toma-ba hasta un par de meses, llegó a ser tan compleja que varias ciudades europeas legislaron sobre su prepa-ración, que sólo podían realizar los expertos, con fre-cuencia en público. Aquí González Crussí escarba en una rica mina de información, pero lo hace con su ha-bitual sencillez y sin juzgar las tradiciones medievales desde su postura como médico del siglo xxi. En este mismo capítulo relata la historia (y la leyenda) de Mi-trídates, rey de Ponto, enemigo peligroso de los roma-nos, a los que combatió ferozmente, quien, temeroso de que sus enemigos intentaran envenenarlo, siendo joven empezó a ingerir pequeñas dosis de los venenos comunes en su tiempo, con lo que adquirió inmunidad contra tales sustancias. Cuando las huestes romanas capitaneadas por Pompeyo finalmente lo derrotaron y decidió suicidarse en vez de someterse, como no pudo envenenarse con los venenos a su alcance prefi-rió morir por la espada. González Crussí señala, con toda justicia y precisión, que ésta es una leyenda, pero que subyace en la creencia de que el contacto previo con cantidades menores o mínimas de un agente po-tencialmente agresivo puede conferir inmunidad

cuando, más o menos tiempo después, el sujeto vuelve a enfrentarse al mismo agente pero en dimensiones potencialmente patógenas. Ésta es la base biológica de las vacunas, cuyo éxito hoy ya nadie discute.

El siguiente capítulo es sobre la sangría como un remedio médico de antigua tradición (su uso se re-monta a los tiempos de Hipócrates, en el siglo v a. C.) y cuya práctica y popularidad no empezó a reducirse sino hasta mediados del siglo xviii. Formaba parte del arsenal terapéutico basado en la teoría galénica de las enfermedades como trastornos de los humores

del cuerpo, que eran los siguientes cuatro: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Según Galeno, la salud dependía del equi-librio de esos cuatro humores, y las distin-tas enfermedades se debían a diferentes formas de desequilibrio, producidas por el exceso o deficiencia de uno o de varias combinaciones de ellos. Como consecuen-cia, los tratamientos más favorecidos eran dietas (para reducir la transformación del alimento en el humor en exceso), sangría (para eliminarlo más rápidamente) y pó-cimas (como la teriaca, para contrarres-tar sus malos efectos en el organismo). La creencia en los efectos benéficos de la san-gría era tan generalizada que incluso llegó a usarse como tratamiento auxiliar en ca-sos de… ¡hemorragia!

La historia del descubrimiento de la qui-nina para el tratamiento del paludismo (o de las fiebres en general) es complicada, pero González Crussí la diseca con delica-deza y precisión, registrando los hechos y asignando los créditos respectivos tanto a los médicos indígenas precolombinos, es-

pecialmente peruanos, como a sus conquistadores españoles, quienes recogieron las tradiciones y ob-servaciones de los nativos y no sólo las usaron en ellos mismos sino que las exportaron a Europa con gran éxito. Incluso la designación final del fármaco res-ponsable de los efectos benéficos de la corteza del fa-moso árbol peruano, como quina o quinina, pasó por otras denominaciones como “polvo de jesuitas” o has-ta “polvo inglés”, esta última debido a su rápido triunfo como antipirético entre los soldados del Imperio Bri-tánico, que entonces estaba en plena construcción en regiones altamente palúdicas del continente africano y de la India. González Crussí incluye en esta sección un extenso resumen de una novela del siglo xvii, escri-ta por una ilustre pero desconocida dama, como mues-tra de la penetración del prestigio del famoso polvo de corteza de árbol del Perú en el tratamiento de las fie-bres (palúdicas), que al mismo tiempo exhibe el carác-ter folletinesco de esa época.

El último capítulo de este libro nos reserva una sorpresa, que es el relato de los distintos usos médi-cos que se le ha dado a la electricidad a lo largo de la historia, sobre todo como remedio terapéutico. Des-de la aplicación de corriente eléctrica para reanimar a los muertos, estudiada en cadáveres de sujetos re-cién decapitados durante el Terror en la Revolución francesa, hasta el uso de electrochoques para redu-cir la agitación en individuos con trastornos neurop-siquiátricos graves en nuestra época, la capacidad del fluido eléctrico para estimular distintas partes del organismo, sea directamente o a través del sis-tema nervioso, ha sido usada en formas tan diversas como es la misma patología humana, con resultados igualmente variables.

Este libro de González Crussí es una verdadera epopeya, una colección de hechos históricos que re-fleja la casi increíble variedad de recursos, de ideas y de acciones que el hombre ha usado para enfren-tarse y tratar de aliviar a sus enfermos a lo largo de la historia. A pesar de la exclusión voluntaria de to-dos aquellos otros remedios con contenido esotérico que también se han utilizado con el mismo objetivo, y que de haberlos incluido habría transformado este volumen en una enorme enciclopedia, la versatilidad y la originalidad que caracterizan a los que lo forman es admirable. Recomiendo la lectura de este libro y me complace garantizarles a todos sus lectores una experiencia tan instructiva como disfrutable.�W

Ruy Pérez Tamayo, patólogo, es además un autor prolífico: en el último año el Fondo ha publicado De muchos libros (Tezontle), Personas y personajes (Tezontle) y La Revolución científica (Breviarios).

Obras de Francisco González Crussí1. Notes of an Anatomist, San Diego, Harcourt, Brace and Jovanovich, 1985. (Hay traducción al castellano Notas de un anatomista, México, fce, 1990.)

2. Three Forms of Sudden Death and Other Reflections on the Grandeur and Misery of the Body, Nueva York, Harper and Row, 1986. (Hay traducción al castellano Mors repentina. Ensayos sobre la grandeza y la miseria del cuerpo humano, México, Verdehalago-buap, 2001.)

3. The Day of the Death and Other Mortal Reflections, Nueva York, Harcourt, Brace and Company, 1993. (Hay traducción al castellano Días de muertos y otras reflexiones sobre la muerte, México, Verdehalago-uam, 1997.)

4. Selected Animation. Six Essays on the Preservation of Bodily Partes, Nueva York, Harcourt, Brace and Company, 1995.

5. Partir es morir un poco, México, unam, 1996.

6. There is a World Elsewhere. Autobiographical Pages, Nueva York, Riverhead Books, 1998.

7. Paul Valéry, Discurso a los cirujanos, México, Verdehalago-uam, 1998 (traducción y prólogo de González Crussí).

8. La fábrica del cuerpo, México, Turner-Ortega y Ortíz, 2006.

9. On Seeing. Things Seen, Unseen, and Obscene, Nueva York, Overlook Duckworth, 2006. (Hay traducción al castellano Ver. Sobre las cosas vistas, no vistas y mal vistas, México, fce, 2010.)

10. Venir al mundo. Seis ensayos sobre las vicisitudes anteriores a la vida mundanal, México, Verdehalago, 2006.

11. Horas chinas. Tradiciones, impresiones y relatos de una cultura milenaria, México, Siglo XXI Editores, 2007.

12. A Short History of Medicine, Nueva York, Random House, 2007.

13. Carrying the Heart. Exploring the Worlds Within Us, Nueva York, Kaplan Publishing, 2009. (Hay traducción al castellano Tripas llevan corazón. El significado médico y simbólico de nuestras entrañas a través de la historia, México, Universidad Veracruzana, 2012.)

ORTODOXIA ENVEJECIDA

REMEDIOS DE ANTAÑO

Episodios

de la historia de la

medicina

F R A N C I S C O

G O N Z Á L E Z

C R U S S Í

colección popular

1ª ed., 2012, 245 pp.

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Es casi seguro que quien lea esta frase esté bajo los efectos de la cafeína. Esta droga no ilícita está al alcance de todos, lo mismo en un cafecito que en un refresco de cola,

en una barra de chocolate o en una taza de té, en una bebida reconstituyente que en un medicamento. Un libro reciente traza la ruta por la que esa sustancia llegó a

prácticamente todo el mundo y presenta sus cualidades y riesgos, sus efectos y los mitos que la acompañan

Café con aroma

F E D R O C A R L O S G U I L L É N

RESEÑA

CAFÉ CON AROMA

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Hay cosas en la vida que damos por hechas sin que medie explicación alguna. Pensemos en Waterloo, por ejemplo: habría que tener una forma benigna de retar-do mental para no saber que en ese preciso lugar fue derrotado Napoleón

por Wellington. El dato se ha repetido desde la noche de los tiempos y, sin embargo, prácticamente nadie sabe que este campo de batalla se encuentra en Bél-gica. Con muchas otras cosas pasa lo mismo; el fax y un clip, entre otros muchos objetos, forman parte de nuestra vida cotidiana sin que reflexionemos de ma-nera alguna sobre su origen y evolución. El libro que hoy reseñamos sigue este patrón; en efecto, El mundo de la cafeína, escrito por Bennett Allan Weinberg y Bonnie K. Bealer, es un erudito y fascinante tratado sobre la droga más consumida del mundo: la cafeína.

México es, desgraciadamente, el primer país con-sumidor de refrescos de cola, con 163 litros por per-sona al año en promedio. Asimismo, el consumo de café se incrementó entre 2010 y 2011 en un 13 por ciento, lo que hace particularmente pertinente este texto en nuestro país. Existe una transición ligera-mente oligofrénica desde los tiempos en que Ruiz Cortines se tomaba su cafecito en la Parroquia ha-cia las franquicias actuales en las que se hace nece-sario un manual con la complejidad de un acelerador de protones para poder pedir un café cuyo nombre tiene la extensión del alfabeto cirílico. De cualquier modo, las nuevas generaciones se han formado en una saludable cultura de información sobre los pro-ductos que consumen y con el tema de la cafeína te-níamos un saldo pendiente que esta obra satisface de manera enciclopédica.

Son tiempos de vetos múltiples; quizás el más conspicuo es el de las drogas, que se basa en un cri-terio probablemente moral en el que el libre albedrío pasa a segundo término. El consumo ilegal de dro-gas dista mucho de ser un problema de salud públi-ca como sí lo es el consumo legal de alcohol y taba-co. Algunos países como Portugal se han decidido a legalizar las drogas con resultados de descenso en el consumo debido a los programas preventivos imple-mentados. La cafeína es un caso único ya que esta-mos hablando de una droga psicoactiva y altamente adictiva que no sólo es legal, sino que se consume indiscriminadamente en diferentes presentaciones sin receta alguna y por todos los grupos de población que consumen té, café, chocolate o bebidas de cola, principales alimentos que aportan cafeína.

El mundo de la cafeína es un libro difícilmente clasificable debido al variado mosaico de temas que aborda. Podría ser perfectamente un texto de his-toria, de biología, médico o sociológico. El volumen, de 534 páginas, por cierto en una cuidadosa edición y profusamente ilustrado, se divide en cinco partes que a su vez se subdividen en numerosos capítulos, apéndices e índices, y se complementa con un impre-sionante recuento bibliográfico. La primera parte nos habla sobre los orígenes árabes del café, el naci-miento asiático del té y el cacao como una aportación americana. De cuando en cuando presenta citas in-teresantes como la que reproducimos a continuación y en la que se puede advertir lo poco que cambian algunas cosas con el tiempo: “Los turcos tienen una bebida llamada café (pues no beben vino) nombrada así por una baya tan negra como el hollín, muy amar-ga (como esa bebida negra que usaban los lacedemo-nios, quizá la misma), que todavía beben a sorbos y apuran tan caliente como pueden soportar; pasan

mucho tiempo en esas casas de café. Que se pare-cen un poco a nuestras cervecerías o tabernas, y se sientan ahí a charlar y beber para pasar el tiempo y alegrarse juntos, porque saben por experiencia que esa clase de bebida así empleada ayuda a la digestión y procura presteza” (Robert Burton, Anatomía de la melancolía, 1632).

Durante siglos los seres humanos pudieron ad-vertir los efectos estimulantes de bebidas como el té, el café y el cacao; de hecho, en algunas culturas fueron prohibidas y perseguidas. Sin embargo, nada se sabía del principio activo que provocaba esas res-puestas. Esta situación se modificó en Alemania a principios del siglo xix gracias a uno de sus más grandes pensadores y a través de una historia fas-cinante. Una persona razonablemente informada sabe que el alemán Wolfgang von Goethe fue uno de los más extraordinarios poetas, novelistas y dra-maturgos de todos los tiempos y uno de los padres del romanticismo. Sin embargo, y ésta es una de las aportaciones de nuestro libro, prácticamente todos ignoramos que Goethe era también un científico afi-cionado que se interesó en la química y la botánica (de hecho, publicó una obra pionera en 1790: Ensa-yo para explicar la metamorfosis de las plantas, con la que se convirtió en un precursor de la teoría evo-lutiva publicada por Darwin en noviembre de 1859). Pues bien, en 1819 Goethe se reunió por primera vez con el joven médico Friedlieb Ferdinand Runge a instancias del mentor de éste, que estaba asombrado por los talentos para la investigación de Friedlieb Ferdi-nand. Cuenta la crónica que el joven lle-gó a casa de Goethe con su gato y le hizo una demostración bizarra sobre la forma en que unas gotas de belladona tenían un efecto dramático en la dilatación de las pupilas del felino. El intelectual alemán como recompensa le obsequió unos gra-nos de café de moca árabe pidiéndole que los analizara. A los pocos meses, en ese mismo año, Runge extrajo y purificó exi-tosamente la cafeína.

El libro también nos cuenta acerca de la llegada de Hernán Cortés a México y su des-cubrimiento del cacao, que fue llevado por él a Europa donde su consumo, primero en la realeza y luego en la población en general, se hizo extensivo. Una crónica de la época nos relata los métodos indígenas para con-sumir chocolate: “La manera de beberlo es diversa […] pero la más ordinaria es ca-lentar mucho el agua y luego verterla hasta llenar a medias la taza que se piensa beber, y poner una tablilla (cucharada de pasta de chocolate endurecida) o dos, o tantas como baste para espesar razonablemente el agua, y luego molerla bien con el molinillo, y cuando está bien molido y espumoso, lle-nar la taza con agua caliente y beberlo así a sorbos (habiéndolo endulzado con azúcar) y comerlo con algún confite o pan de arce remojado en chocolate” (Thomas Gage, Nuevo estudio de las Indias Occidentales, 1648).

A mediados del siglo xvi la popularidad del choco-late era tan grande que se volvió un asunto religio-so. Es sabido que las buenas conciencias proscriben el placer y es por ello que el cardenal romano Bran-caccio tuvo que ofrecer un dictamen sobre si el cho-colate ofrecía tanto alimento y satisfacción sensual durante el ayuno que resultaba indebido. Afortuna-damente Brancaccio sentenció: Liquidum non fran-gir jejunum (“Los líquidos no infringen el ayuno”) y el asunto quedó zanjado.

El libro da cuenta del edicto por medio del cual el rey Carlos II de Inglaterra prohibió en 1675 las casas de café debido a que las consideraba sitios en los que los sediciosos conspiraban en su contra; pa-radójicamente su esposa, la joven princesa Carolina de Braganza, fue la que introdujo el té en Inglaterra por medio de su dote y la bebida se extendió rápida-mente con las consecuencias que hoy conocemos: la costumbre casi patriótica de tomar esta infusión a las cinco de la tarde.

Los lectores de la historia de la cafeína conocerán, también, las batallas perdidas que entablaron fun-cionarios gubernamentales estadunidenses contra las bebidas de cola, que originalmente se vendieron con propósitos medicinales, a principios del siglo xx, por sus altas dosis de cafeína.

El libro que hoy reseñamos no tiene una estructu-ra lineal y puede ser leído como la Rayuela de Cortá-zar, ya que los temas que aborda son muy variados. En la cuarta parte se puede leer, por ejemplo, “La fórmula de la cafeína es C8

H10

N4O

2, lo cual signifi-

ca que cada molécula de cafeína comprende ocho átomos de carbono, diez de hidrógeno, cuatro de ni-trógeno y dos de oxígeno”, para luego dar una expli-cación fundamentada de la estructura de esta mo-lécula y los efectos metabólicos de su ingestión. Asi-mismo aborda el consumo de cafeína desde el punto de vista médico, así como algunas teorías a favor y en

contra de sus consecuencias en el cuerpo. Por ejemplo, se presentan los resultados de un estudio en el que presuntamente el consumo de café incrementa la moti-lidad y densidad del esperma masculino. También se analiza la relación entre el consumo de cafeína y las reacciones car-diovasculares o su vinculación con la apa-rición de algunos tipos de cáncer, aunque en general los datos no son concluyentes. No puede faltar, por supuesto, la explica-ción química de las razones por las cuales la cafeína inhibe los efectos del alcohol, lo cual es sabido de manera empírica por aquellos que se han excedido y son regre-sados a este mundo con una ración de café bien cargado.

Encontraremos también un análi-sis botánico de aquellas plantas que nos proveen de cafeína, su origen y caracte-rísticas, así como las formas en que han sido consumidas a lo largo de la historia, y algunas reflexiones sobre la cafeína en la cognición, el aprendizaje y el bienes-tar emocional, todas ellas profusamente documentadas.

Tratado puede ser definido como “gé-nero literario perteneciente a la didácti-ca, que consiste en una exposición inte-gral, objetiva y ordenada de conocimien-tos sobre una cuestión o tema concreto”. Pues bien, El mundo de la cafeína lo es a cabalidad y su lectura es altamente reco-mendable. Al hacerlo la próxima vez que

usted consuma algún producto con cafeína, queri-do lector, sentirá el placer que da saber que se forma parte de una historia fascinante, lo que no es poco placer en estos tiempos fariseos.�W

Fedro Carlos Guillén, biólogo y escritor, divulgador de la ciencia y polemista, puede ser seguido en twetter.com/fedroguillen.

CAFÉ CON AROMA

NOSOTROS Y LA INTERNET

EL MUNDO DE LA CAFEÍNALa ciencia

y la cultura en

torno a la

droga más

popular del mundo

B E N N E T T

A L A N

W E I N B E R G

Y B O N N I E K .

B E A L E R

tezontleTraducción de Mario

Zamudio

1ª ed., 2012, 534 pp.

978 607 16 0943 4

$450

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A Esther Seligson

En 1978 apareció un libro que cambiaría para siempre la manera de interpretar y con-cebir la cultura griega clá-sica, y con ello la de toda la civilización occidental y lo que hasta entonces conside-rábamos sus fundamentos más preciados. Coordinado por el periodista y etnomi-

cólgo Gordon Wasson, se publicó The Road to Eleu-sis. Unveiling the Secret of the Mysteries, que contenía textos del polémico químico suizo Albert Hofmann, quien décadas atrás había sintetizado el lsd, y del respetado académico helenista Carl A. P. Ruck. Tan sólo dos años más tarde sería traducido por Felipe Garrido y publicado por el Fondo de Cultura Econó-mica bajo el título El camino a Eleusis, una solución al enigma de los misterios.

Hasta ese momento lo correcto era asumirse como descendiente de un pulcro pasado grecolatino, con estatuas de mármol a las que apenas se permitía observar sin hojas de parra, aunque predominaban los amables y severos criterios del padre Garibay en sus traducciones para que los jóvenes se acercaran a la literatura clásica. Y de pronto llegó la hecatombe. Las blancas ruinas que nos sustentaban se abrieron a la posibilidad del color. Era como si la generación anterior, la de la psicodelia, ahora se atreviera y mos-trara todas sus armas para tomar el poder desde sus bases más profundas.

Se tenía conocimiento de los misterios eleusinos; grandes autores como Píndaro, Sófocles, Platón y Cicerón los mencionaban. Se sabía que habían sido proscritos en el siglo iv de nuestra era, con la acep-tación del cristianismo como religión oficial del imperio. Sabíamos muchas cosas, todo menos de lo que se trataban y de lo que en ellos ocurría. Eran misterios y como tal se aceptaban, dogmas a los que no había que hacerles preguntas so pena de caer en paganismo.

En el libro que comentamos, Wasson empieza por narrar cómo descubre su culturalmente adquirida aversión por los hongos, la cual se ve contrapuesta por el amor que su entonces reciente esposa les pro-fesa desde tiempos inmemoriales. Lo que se inicia como un pasatiempo intrascendente se convierte en el desciframiento fúngico de la piedra de Rosetta del mundo griego. Analizando entre otras cosas el himno homérico a Deméter, deduciendo e inducien-do conclusiones, Wasson se plantea la posibilidad de que un estado alterado de conciencia fuera el cau-sante de la espiritualidad griega, “sintetizada” en los misterios eleusinos. Pero le faltaba el catalizador, el detonante. Lo encontró descifrando el himno a De-méter, en los experimentos de Hofmann y en la cul-tura mixe y mazateca.

Inspirado por lo que eran y serían la enseñanzas de Don Juan —por cierto, también publicadas por el Fondo de Cultura Económica, en la traducción in-mejorable de Juan Tovar, y prologadas por Octavio Paz—, Wasson y sus amigos deciden emprender un viaje a nuestro país. Durante la posguerra, en pleno auge del movimiento beatnik, México se convirtió en la posibilidad de lo otro, en la India de América, en lo remoto que está al alcance de la mano, en la fuente que está a la vuelta de la esquina y de la que nadie del mundo establecido y estable se había atrevido a beber —a veces por des-dén, a veces por temor—. La narración que hace Wasson de su iniciación en una pequeña choza de la sierra oaxaqueña es más que entrañable. Comparte con los lectores una revelación: nos hace parte de una epifanía, de un misterio. (Quién le iba a decir que su chamana estaría años des-pués impresa en playeras y como figura y nombre de grupos de música pop. Los rit-mos primigenios son insondables; lo tras-cendente también se trivializa.)

Personalmente conocí este libro, y con él otras maneras de leer el mundo, gracias a Esther Seligson, maestra de la materia Teatro y Mito en el Centro Universitario de Teatro, de la unam. La llamábamos con reverencia y humor “La Madre Cós-mica”. Entre sus principales enseñanzas se cuenta el abrevar en los Breviarios del fce: Eurípides y su tiempo de Gilbert Murray, El toro de Minos de Leo-nard Cottrell, La filosofía oculta en la época isabelina de Frances A. Yates… El camino a Eleusis no fue un amigo menor. Saber que la imaginación era un órga-no en el cual había que indagar, que había que explo-rar, conocer y explotar para adquirir una concien-cia plena —llamémosla escénica— de nuestra propia representación, no fue algo que pasara inadvertido a un estudiante universitario. Descubrir que la so-lemnidad aparente con la que se nos enseña el tea-tro griego admite otras vueltas, otros recovecos, fue y es más que importante. Sí, saber que los padres de nuestros padres utilizaron enteógenos (drogas) para explicarse el mundo y descubrir sus verdades no re-sultaba muy cómodo, o al menos conveniente.

Treinta y dos años después de ver la luz en espa-ñol, una nueva edición gratamente me obligó a la re-lectura de El camino a Eleusis y de mí mismo, de mi tiempo y mi espacio. Por suerte a los autores origi-nales les pasó lo mismo. La segunda edición inclu-ye una especie de epílogo o revaloración de Carl A. Ruck, en donde sin temor habla desde una tesis cua-si comprobada. No hay ya el paso temeroso de quien espera una respuesta adversa o que se predispone a responder a la crítica severa. En esta segunda edi-ción hay una serenidad que se aleja del escándalo que en su momento provocó la primera, y se percibe la templanza de los que se saben demostrados. Como

un Darwin que ya no trata de demostrar si no de rea-firmar. Sin empacho y sin intención de convencer o ganar adeptos, sin proselitismo alguno, se lee un aire de verdadera nostalgia. Inteligencias buscando a un dios sin cortapisas y —valga el término, al fin tam-bién griego— democrático e incluyente. Accesible.

En el epílogo que hace Hofmann, quien por cier-to murió a los 102 años en 2008, se habla de la im-portancia de redescubrirnos a través de nosotros

mismos. Si para ello hay que recurrir a sustancias externas que alteren nuestro consciente, y quién dice que la historia no es una sustancia, Hofmann parece gritar: ¡adelante!

Dice Hofmann: “Si la hipótesis de una conciencia inducida por sustancias del tipo del lsd es similar a la que se produ-cía en los misterios eleusinos (y hay bue-nos argumentos para creer que así era), entonces los misterios tienen una rele-vancia, no sólo en un sentido espiritual/existencial, sino también con respecto a la controversia en cuanto al uso de sus-tancias que alteran la conciencia para po-der vislumbrar místicamente el acertijo de la vida.”

Esta nueva edición de El camino a Eleu-sis se acerca más a Jung y a Eliade que al new age, la magnetoterapia, el naturismo

y la farmacopea barata que nos inunda de escapes y violencia, no de asombro y reverencia. Nos recuerda que puede haber un porqué más allá de lo explicable, que la muerte da sentido a un posible renacer, que la teofanía puede ser espontánea o provocada, que se-guimos buscando la puerta de entrada, a través de nuestros sueños para descubrir que la verdad está en nosotros, al igual que Dios. Que la representación no empieza al abrir o cerrar el telón, sino al darnos cuenta de que podemos preguntar sin esperar una respuesta absoluta. Que no todo se puede verbali-zar, que la caverna de Platón tal vez requiera de unos nuevos misterios.

La era de Acuario y el fin del calendario maya poco tienen que ver con este arriesgado estudio que da luz y nos obliga a un retorno, eterno como debe ser siempre el regreso, a las fuentes. Extraños son los caminos del señor.�W

Rodrigo Johnson, director de teatro, fue alumno de Esther Seligson.

EL CAMINOA

ELEUSISUna solución

al enigma de los

misterios

R O B E R T

G O R D O N

WA S S O N ,

A L B E R T

H O F M A N N Y

C A R L A . R U C K

breviariosTraducción de Felipe

Garrido

2ª ed., 2012

Un libro para reconocerse

Estamos por poner en el mercado una nueva edición del audaz y liberador estudio sobre la infl uencia de los hongos alucinógenos en uno de los más misteriosos rituales de la

antigua Grecia. El camino a Eleusis, extremadamente polémico cuando se publicó por vez primera en los años setenta del siglo

pasado, pertenece a una feliz clase de obras en las que conviven química, botánica, literatura, autoconocimiento, drogas…

y tal vez ustedR O D R I G O J O H N S O N C E L O R I O

RESEÑA

UN LIBRO PARA RECONOCERSE

Page 22: PARADIGMA KHUN

S i los formatos electrónicos son el si-roco que desde hace unos años se abate sobre el mundo del libro, tam-bién hay que prestar atención a los

mistrales y etesios que están modificando el modo en que hoy se redactan las obras y en que éstas se comercializan. Un fenómeno comer-cial de gran alcance y otro a escala local dan testimonio de la bravura con que soplan los librescos vientos de cambio y permiten con-firmar cuán severa es la erosión de las viejas prácticas literarias y comerciales.

E n estos días es casi imposible visitar una librería sin toparse con el nudo de corbata que adorna la portada de Cin-cuenta sombras de Grey, el primero de

los tres volúmenes redactados por E. L. James, seudónimo de Erika Leonard, mitad chilena y mitad escocesa, ex ejecutiva de la televisión en Inglaterra. El barullo internacional por esta trilogía —vendió diez millones de ejemplares en sus primeras seis semanas a la venta sólo en Es-tados Unidos— se trasladó ya al mercado en es-pañol y hoy las peripecias eróticas de Anastasia Steele y Christian Grey son consumidas voraz-mente por numerosos lectores en nuestro idio-ma, o mejor dicho por lectoras, si es que entre los hispanoparlantes ha de repetirse el fenóme-no observado en el resto del planeta: son muje-res sobre todo las que han convertido en un éxi-to comercial este somero chapuzón en las aguas del erotismo sin embozos.

L a eclosión de un best-seller confir-ma la importancia de la recomenda-ción de boca a oreja por encima de cualquier costosa campaña de pro-

moción, pero en esta nueva flor de un día la intervención de esas recomendaciones pue-de haber marcado un hito. Leonard escribió buena parte de los tomotes como parte de ese subgénero conocido como fan fiction, es decir textos escritos por adoradores de alguna obra o algún autor de moda en los que se retoman personajes o circunstancias que aparecen en los libros originales; concebidas como diver-timentos entre iniciados —los fans, por ejem-plo, de Harry Potter—, estas virutas literarias pertenecen al mundo de las obras derivadas y, como casi nunca cuentan con la aprobación del creador original —J. K. Rowling en nues-tro ejemplo—, no suelen convertirse en libros comunes y corrientes sino que prosperan sólo en internet. Quienes emprenden un relato apócrifo con alguno de los personajes —diga-mos la primera infancia de Hermione Gran-ger— aceptan el acuerdo tácito de que ese fruto de su imaginación es un homenaje, un regalo para otros aficionados, una hebra más en la maraña que rodea al libro del que emanó, por lo que, se sobrentiende, no es lícito explotarlo comercialmente.

E n una documentada entrada del blog de The New York Review of Books Emily Eakin da cuenta de cómo Leo-nard dejó de ser una anónima autora

de fanfic en torno a la serie creada por Stephe-nie Meyer para convertirse en una seguidísi-ma novelista: entre 2009 y 2011 sometió sus textos a la opinión de un número creciente de seguidores… que la seguían no por sus propios méritos sino porque se ocupaba de los vam-pirescos caracteres de la serie Crepúsculo.

Lo gris y lo seco

C A P I T E L

de ellos, Desde la barranca. Malcolm Lowry y México y Pastora y otras historias del abuelo: cinco relatos.

letras mexicanas

1ª ed., 2012, 165 pp.

978 607 16 1015 7

$170

HISTORIAS QUE REGRESANTopología y renarración en la segunda mitad del siglo xx mexicano

J O S É R A M Ó N R U I S Á N C H E Z

S E R R A

Novelista, profesor de literatura y conductor del programa literario El Letrero, de Canal 22, Ruisánchez presenta en este volumen un muy personal análisis de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xx. Como sostiene en su introducción, lo que le interesa mostrar y rastrear es cómo las obras más importantes de la tradición literaria no sólo representan una fisura en las representaciones oficiales de la historia y de lo nacional, sino que inauguran caudales significativos que alimentan el imaginario social y, desde luego, a la propia

AMAR A DESTIEMPO

F R A N C I S C O R E B O L L E D O

Hace algunos meses anunciamos en estas páginas el lanzamiento del segundo tomo de La ciencia nuestra de cada día, una obra que reúne las colaboraciones del químico mexicano en el diario Milenio, donde explora diversos temas científicos vinculados con la literatura, la historia y las artes. Y en aquella ocasión dijimos que, además de sus aficiones en torno a la ciencia, Rebolledo ha cultivado una fértil carrera literaria que dio vida a la extraordinaria novela Rasero. El sueño de la razón y, ahora, a la que aquí presentamos. Esta obra sondea los distintos caminos del amor no correspondido usando como punto de partida el no consumado amor de José Fernando y Victoria y, a partir de ambos, los de su descendencia. Con un manejo de la temporalidad sorprendente y un uso del lenguaje igualmente destacable, esta novela da un giro de tuerca a uno de los temas clásicos de la literatura universal. Además del segundo tomo mencionado al inicio de esta nota, el Fondo ha publicado el primero

literatura. Así, partiendo de siete autores y obras que considera fundamentales (entre los que se encuentran El disparo de Argón de Juan Villoro, El principio del placer de José Emilio Pacheco, Entrada libre de Carlos Monsiváis, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes y Pedro Páramo de Juan Rulfo), y haciendo uso de un cuerpo teórico basto (donde figuran autores como Benjamin, Zizek, Lacan, De Certeau o Laclau), el ensayista va y viene sobre nuestra tradición echando una original luz sobre sus núcleos, continuidades y rupturas para analizar los caminos de la renarración que enriquecen lo “mexicano”.

lengua y estudios literarios

1ª ed., fce-Universidad Iberoamericana, 2012,

200 pp.

978 607 16 1058 4

$170

SOMOS LO QUE LEEMOSDiez años de ensayo literario en Letras Libres

Aunque se fundó en la ciudad de México en 1999 como heredera de la legendaria Vuelta, de Octavio Paz, no fue sino hasta 2001 cuando Letras Libres abrió sus

DE SEPTIEMBRE DE 2012

Ilust

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2 2 S E P T I E M B R E D E 2 0 1 2

Page 23: PARADIGMA KHUN

del autor publicadas por el Fondo son: ¿Existe el método científico? Historia y realidad, Acerca de Minerva y La estructura de la ciencia.

breviarios

1ª ed., 2012, 317 pp.

978 607 16 0974 8

$135

PÚBLICO, PÚBLICOS, CONTRAPÚBLICOS

M I C H A E L W A R N E R

El teórico social y crítico literario estadunidense presenta en esta obra una selección de ensayos en los que explora los significados y contenidos de lo público en nues-tros días. Partiendo de la discu-sión clásica sobre los límites que separan a lo público de lo privado (cada vez más difusos y complejos en una sociedad en la que los me-dios masivos de c omunicación y la internet exhiben y permiten la expresión de lo íntimo), se aden-tra en las diferentes implicacio-nes que en terrenos como el arte, la política y la sexualidad tienen estas nuevas formas de división y, sobre todo, presenta un valio-so análisis sobre los procesos que, derivados de la disolución del espacio privado, han permi-tido articular lo que denomina “sexualidades disidentes” o cul-tura queer. Utilizando un enfoque histórico, con elementos teóricos de crítica literaria y haciendo uso de una metodología abierta, Warner ofrece una aproximación novedosa y fértil sobre este debate contemporáneo.

umbrales

Prólogo de Hilda Sabato

Traducción de Victoria Schussheim

1ª ed., 2012, 145 pp.

978 607 16 1084 3

$120

páginas en la capital española con una edición propia que, si bien hermanada en parte de sus contenidos y espíritu crítico con la versión mexicana, ha tenido vida propia. Siendo la única revista latinoamericana con anclaje ibérico, cuando cumplió diez años de vida sus editores prepararon un par de volúmenes antológicos, uno dedicado al ensayo literario y otro al político, en los que se reúnen algunos de sus textos más significativos. El que aquí se presenta está compuesto por 28 ensayos de grandes escritores en los que se diseccionan la realidad y la tradición literarias, reflejando la propia identidad de la revista así como su vocación por analizar la realidad cultural e intelectual de nuestro tiempo. Fresán sobre Bolaño, Krauze sobre Melville, Sontag sobre Serge, Zaid sobre Ullán, Vargas Llosa sobre El Quijote, Cayuela Gally sobre Azaña o McEwan sobre el espíritu laico y democrático de la novela son algunos de los ensayos que nutren este festivo ejemplar.

tezontle

1ª ed., fce-Letras Libres, 2012, 346 pp.

978 84 375 0665 4

$240

LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA

R U Y P É R E Z T A M A Y O

Acuñado por Alexandre Koyré en 1939, el término Revolución científica remite a un proceso histórico, ocurrido en los siglos xvi y xvii, en el que se trascendió la visión teológica para explicar al hombre y al universo, y se abrió un importante caudal para el desarrollo de las ciencias. Aunque muchos filósofos reconocen esa etapa como una ruptura fundacional de la ciencia moderna, hay otros que la ven únicamente como un eslabón más dentro del devenir propio del pensamiento científico. En este espléndido ensayo, Pérez Tamayo reconstruye este debate entre continuistas y discontinuistas desde sus orígenes hasta nuestros días, donde han prevalecido algunas lecturas conciliatorias entre ambas posturas. Asimismo, analiza a los protagonistas de la Revolución científica —antiguos y modernos—, así como sus concepciones, ideas y debates, con lo que ofrece una aproximación histórico-intelectual privilegiada. Con la erudición y estilo que lo caracterizan, esta obra presenta una elocuente introducción a uno de los temas nodales de la filosofía de la ciencia. Otras obras

MAMBRÚ PERDIÓ LA GUERRA

I R E N E V A S C O

Ilustraciones de Daniel RabanalTodos conocemos la canción burlesca “Mambrú se fue a la guerra”, cuyo origen francés hace referencia a la derrota del duque de Marlborough en la batalla de Malplaquet y que ha sido cantada a millones de niños desde el siglo xviii. Y si bien es inevitable pensar en ella al leer el título de esta nueva obra de Vasco, nada tienen que ver sus protagonistas —el perro Mambrú y Emiliano— con aquel duque vencido. Este libro narra la historia de este par de amigos que, el conocerse en casa de la abuela de Emiliano (a donde es enviado misteriosamente sin saber qué les ha pasado a sus padres), se enfrentarán a distintas aventuras y obstáculos a los que son arrojados cuando una mañana desaparece la anciana protectora. Ilustrada por Daniel Rabanal, esta novela de misterio, fraternidad y aventura cautivará a los pequeños lectores. En 2004, el Fondo publicó Las sombras de la escalera, obra de la escritora colombiana que en 2010 llegó a su tercera reimpresión.

a la orilla del viento

1ª ed., 2012, 85 pp.

978 607 16 1017 1

$55

Como las entregas recibían abundantes co-mentarios de los lectores, la autora pudo ajus-tar su relato a las preferencias de esos partici-pantes en un anónimo y multitudinario taller literario —hubo más de 37 mil comentarios a la obra en proceso—. En cierto momento, Leonard retiró la obra del mundo virtual, re-bautizó a sus protagonistas, difuminó los ne-xos con los libros de Meyer y se aventuró a pu-blicar el libro.

N o se trata aquí de sopesar la calidad de esa literatura ni de censurar la ruptura de un código de conducta —la hasta hace unos meses modes-

ta empleada es hoy una rica escritora gracias a que violó un pacto de caballeros—, sí de señalar el procedimiento por el cual la creación litera-ria puede amoldarse al gusto del público lector mediante la suma de minúsculos comenta-rios, como si una partícula de polen que expe-rimenta el movimiento browniano termina-ra siguiendo una trayectoria deliberada. Esta suerte de —valga la hipérbole— wikinovela se-ñala que la aceptación en masa de una obra hoy puede ser producto de esa misma masa.

E n el extremo opuesto de la ruta que sigue un libro para llegar a manos del lector, agosto vio la drástica re-ducción de una aclamada librería

de viejo en los Estados Unidos. En dos mara-tónicas jornadas, fueron vendidos unos 300 mil ejemplares de Booked Up, la tienda que el escritor y librero Larry McMurtry había fundado en Washington a comienzos de los años setenta y que desde los ochenta ope-raba en Archer City, el texano pueblo natal de este hombre de libros. Esa ingente masa de papel impreso había llegado a la librería tras años de comprar volúmenes usados lo mismo a coleccionistas que a dueños de bibliotecas personales, pero sobre todo gracias al insa-ciable apetito de McMurtry por hacerse con los acervos de otras tiendas de viejo forzadas a cerrar sus puertas. En Books. A Memoir, el novelista, biógrafo y guionista narra sus an-danzas en el comercio de libros antiguos, pri-meras ediciones y ejemplares autografiados —la crema en este negocio de objetos mano-seados—. Modesto profesor en Texas a media-dos del siglo pasado, pronto McMurtry se in-teresó en comprar y vender aquello que de en-trada él quería leer, luego devino buscador de ediciones valiosas y finalmente estableció un local tan exitoso que, cuatro décadas después, ocupaba cuatro edificios para almacenar su casi medio millón de ejemplares. “La última venta de libros” llamó el fatigado McMurtry a la subasta, en alusión a una novela suya, The Last Picture Show; con esa acción, logró apasti-llar su negocio para conservar “sólo” unos 150 mil ejemplares, en un solo local, poniendo en práctica —a lo bestia— uno de los deberes del librero de ocasión: purgar su oferta para evitar que los “malos” libros ahoguen a los “buenos”.

E ntre melancólico e insolente, el li-brero dijo haber querido averiguar, con ese happening, qué tan tenso está hoy el músculo de los comer-

ciantes de libros usados y quedó gratamente sorprendido por el fervor y la ilusión con que novicios y experimentados colegas adquirie-ron casi todos los 1 600 lotes, si bien nadie se interesó en las cerca de 30 mil novelas que estuvieron a la venta. Entre los compradores hubo quienes quieren dar sus primeros pa-sos como vendedores de segunda mano y los que encabezan la vanguardia del comercio en línea —la nota de The New York Times cita la resignada confesión de uno de los asisten-tes a la subasta: “Yo pensaba ser librero, pero resulta que ahora soy un experto en bases de datos”—, representantes de otras célebres librerías de ocasión y un sinfín de curiosos, congregados en esta calurosa y seca pobla-ción de apenas 2 mil personas pero que com-parte, con la ya célebre Hay-on-Wye, en Ga-les, el mote de ser un “pueblo de libros”.�W

T O M Á S G R A N A D O S S A L I N A S

S E P T I E M B R E D E 2 0 1 2 2 3

NOVEDADES

Traducción de Victoria Schussheim

1ª ed., 2012, 145 pp.

978 607 16 1084 3

$120

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