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Parciales, los humanos están a punto de

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Mientras el reloj se acerca cada vez más ala última fecha de vencimiento de losParciales, los humanos están a punto decomenzar una nueva guerra contra ellos.En medio de esta situación, a miles dekilómetros de distancia, están Samm yKira: él se encuentra atrapado en el otroextremo del continente, más allá delpáramo tóxico del Medio Oeste americano;y Kira, bajo el poder de la doctora Morgan,que está decidida a salvar a los Parciales,aun cuando para conseguirlo tenga quematar a la joven heroína.La única esperanza está en manos de lossujetos dispersos de ambas especies, quebuscan la manera de frenar el conflicto quese intensifica rápidamente. Y en medio delcaos, aparece un misterioso ser, que no eshumano ni Parcial, con solemnesadvertencias de un nuevo Apocalipsis, unoque nadie podrá evitar…

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Sobrevivir será la prioridad. Y descubrir lossecretos para hacerlo en paz, la clave detodo.

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Dan Wells

RuinasPartials - 3

ePub r1.0Titivillus 07.05.16

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Título original: RuinsDan Wells, 2014Traducción: Nora Escoms

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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Este libro está dedicado a todosaquellos a quienes odies.

Lo siento. A veces la vida es así.

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PRIMERA PARTE

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CAPÍTULO UNO

«Este es un mensaje general para los residentesde Long Island».

La primera vez que oyeron el mensaje, nadiereconoció la voz. Pero lo reproducían a todahora, todos los días, durante semanas y en todaslas frecuencias disponibles para asegurarse deque todos los humanos de la isla lo escucharan.Los aterrados refugiados, apiñados en grupos osolos en la naturaleza, llegaron a saberlo dememoria, pues resonaba implacablemente y segrababa a fuego en sus mentes y sus memorias.

Al cabo de las primeras semanas losperseguía incluso en sueños, hasta que nidormidos podían descansar de aquel comunicadosereno y metódico de muerte.

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«No queríamos invadirlos, pero nos vimosobligados por las circunstancias».

La voz, se enteraron a la larga, era de unacientífica llamada McKenna Morgan, y el«nosotros» al que hacía referencia eran losParciales: supersoldados imposibles de detener,creados en laboratorios y desarrollados de acientos para librar una guerra que los humanosno podían ganar por su cuenta. La libraron yganaron, y cuando regresaron a Estados Unidosy se encontraron sin hogar y sin esperanza, sevolvieron contra sus creadores y entablaron unanueva guerra: la Guerra Parcial, la que acabócon el mundo.

Pero esta guerra tampoco fue la última, puesdoce años más tarde tanto humanos comoParciales se encontraban al borde de laextinción, y cada especie estaba dispuesta adestruir a la otra con tal de sobrevivir.

«Buscamos a una muchacha llamada KiraWalker, dieciséis años, un metro setenta deestatura, aproximadamente sesenta kilos. Deascendencia india, tez clara y cabello negro,

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aunque es posible que se lo haya cortado oteñido para disimular su identidad».

Apenas unos pocos en la isla conocíanpersonalmente a Kira, pero todos sabían a quése dedicaba: era paramédica, capacitada en elhospital para estudiar la peste llamada RM. Eraconocida porque había descubierto la cura: habíasalvado la vida de Arwen Sato, la bebé delmilagro, el primer humano recién nacido quehabía sobrevivido más de tres días en los últimosdoce largos años. Kira era infame porque, en labúsqueda de la cura, había liderado dos ataquesno intencionales contra el ejército Parcial, y alhacerlo, pensaban ellos, había despertado almonstruo que había permanecido dormido desdeel fin de la Guerra. Había salvado al mundo, y ala vez lo había condenado. La primera vez quese oyó el mensaje, la mayoría de la gente nosabía si amarla u odiarla. Con cada muertehumana, sus opiniones se iban haciendo menos ymenos complicadas.

«Entréguennos a esa chica y la ocupaciónterminará; si siguen escondiéndola, ejecutaremos

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a uno de ustedes cada día. Les pedimos que nonos obliguen a hacer esto por más tiempo que elnecesario. Este mensaje se reproducirá en todaslas frecuencias y se repetirá hasta que hayancumplido con nuestras instrucciones. Gracias».

El primer día mataron a un anciano, unmaestro de la época en que aún había niños queasistieran a la escuela. Se llamaba JohnDianatkah y tenía una colmena para hacercaramelos de miel para sus alumnos.

Los soldados Parciales le dieron un tiro en lanuca en medio de East Meadow, elasentamiento más numeroso de Long Island, ydejaron su cadáver en la calle como señal deque hablaban en serio. Nadie entregó a Kiraporque, en aquel entonces, eran orgullosos eíntegros; los Parciales podían amenazarloscuanto quisieran, pero ellos no cederían. Sinembargo, el mensaje siguió reproduciéndose, y alotro día mataron a una muchacha de apenasdiecisiete años, y al siguiente a una anciana, y alotro, a un hombre de mediana edad.

«Les pedimos que no nos obliguen a hacer

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esto por más tiempo que el necesario».Pasó una semana, y murieron siete

personas. Dos semanas, catorce personas.Mientras tanto, los Parciales no atacaban a loshumanos, no los trasladaban a campamentos detrabajo; simplemente los mantenían acorraladosen East Meadow y atrapaban a todos los queintentaban escapar. Si alguien atacaba a unParcial, lo azotaban o lo molían a golpes; sicausaba muchos problemas, podía convertirseen la siguiente víctima. Cuando un humanodesaparecía por completo, corrían rumores ensusurros apagados. Tal vez había escapado. Talvez la doctora Morgan lo había llevado a sulaboratorio ensangrentado. O quizá,simplemente, lo encontrarían a la nochesiguiente en medio de la calle, de rodillas ante unParcial, mientras el mensaje sin fin seguíabrotando de todos los altavoces de la ciudad,hasta que cayera con una bala alojada dondehabía estado su cerebro. Cada día una nuevaejecución.

Cada hora otro mensaje, el mismo mensaje,

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interminable e imposible de detener.«Buscamos a una muchacha llamada Kira

Walker».Aun así, nadie la entregaba; ya no por

orgullo, sino porque no podían. Kira habíaabandonado la isla, decían algunos; otrosafirmaban que estaba escondida en el bosque.Por supuesto que se la entregaríamos si latuviéramos, pero no la tenemos, ¿no se dancuenta? ¿No entienden? ¿No pueden dejarde matarnos? Ya quedan muy pocoshumanos, ¿no pueden buscar otra manera?Queremos ayudar, pero no podemos.

«Dieciséis años… un metro setenta deestatura… ascendencia india… cabello negro».

Al final del primer mes, los humanos teníantanto miedo de sus propios congéneres como delos Parciales. Los aterraba la cacería de brujasque corría entre los refugiados como un vientoponzoñoso: Tú te pareces a Kira; quizá telleven, tal vez con eso baste.

Chicas adolescentes, mujeres de cabellonegro, cualquiera que pareciera tener

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ascendencia india, cualquiera que parecieraesconder algo. ¿Cómo sé que no eres Kira?¿Cómo lo saben ellos? Tal vez dejen dematarnos, aunque sea por un tiempo. ¿Ycómo sabemos que no estás escondiéndola?No quiero entregarte, pero estamosmuriendo. No quiero hacerte daño, pero nosestán obligando.

«Si siguen escondiéndola, ejecutaremos auno de ustedes cada día».

Por su diseño, los Parciales eran másfuertes que los humanos, más rápidos, teníanmayor capacidad de recuperación y eran máshabilidosos en todos los aspectos. Losentrenaban como guerreros desde el día en quelos sacaban del laboratorio, y peleaban comoleones hasta cumplir los veinte años, cuando losmataba la fecha de vencimiento que teníanincorporada. Querían encontrar a Kira Walkerporque la doctora Morgan sabía algo que loshumanos ignoraban: que Kira era Parcial. Unmodelo que nunca había visto, que no sabía queexistía. Morgan pensaba que el ADN de la

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chica podía ayudarlos a eliminar la fecha devencimiento. Pero aunque los humanos losupieran, no les importaría. Ellos solo queríanvivir.

Fuera de la ciudad sobrevivía un puñado deluchadores de la resistencia, que se basaban ensu conocimiento del terreno para mantenersecon vida mientras libraban una guerra perdidacontra la extinción. Los Parciales superaban ennúmero a los humanos en una proporción de 500mil a 35 mil, más de diez a uno, y en combate lossuperaban en otro orden de magnitud. Cuandose decidían a matar humanos, no había forma deque estos pudieran detenerlos.

Hasta que la líder de la resistencia recuperóuna ojiva nuclear de un destructor de la Armadahundido.

«No queríamos invadirlos» decía el mensaje,«pero nos vimos obligados por lascircunstancias».

Los integrantes de la resistencia se decían lomismo mientras trasladaban la bomba al norte,hacia el territorio Parcial.

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CAPÍTULO DOS

El senador Owen Tovar soltó un largo suspiro.—¿Cómo supo Delarosa que había una

bomba atómica en ese barco? —Echó unvistazo a Haru Sato, el soldado que le habíacomunicado la noticia, y luego miró al oficial deInteligencia de la isla, el señor Mkele—. O, loque viene más al caso, ¿cómo es que usted no losabía?

—Sabía que había una flota hundida —respondió Mkele—. No tenía idea de quellevaba una ojiva nuclear.

A Haru, Mkele siempre le había parecido unhombre capaz y seguro de sí; aterrador cuandohabían estado en bandos opuestos, ferozmentetranquilizador cuando estaban en el mismo.

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Ahora, sin embargo, el oficial de Inteligenciaparecía desesperado y apabullado. Le resultabamás perturbador ver a Mkele así, incapaz de daruna respuesta, que los horrores que los habíanllevado a esa situación.

—Uno de los hombres del grupo deresistencia de Delarosa lo sabía —dijo Haru—.No sé quién. Un viejo integrante de la armada.

—¿Y se lo guardó todos estos años? —preguntó Tovar—. ¿Acaso quería que fuera unasorpresa?

—Probablemente tenía el temorcomprensible de que, si se lo contaba a alguien,buscara el arma y tratara de usarla. Y resultaque eso fue precisamente lo que pasó —respondió el senador Hobb dando unosgolpecitos en la mesa.

—El argumento de Delarosa es que losParciales nos están superando —dijo Haru. Loscuatro hombres se encontraban en lasprofundidades de los túneles que había debajodel antiguo Aeropuerto Internacional J. F. Kennedy; ahora se hallaba en ruinas, pero

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estaba rodeado por un terreno amplio ydespejado que hacía que fuera fácil divisar acualquier enemigo que intentara acercarse. Sehabía convertido en el último y desesperadoescondite del Senado en fuga—. No solo ahora,sino siempre; dice que la raza humana nuncapodrá recuperarse mientras existan Parciales. Ylo peor es que tiene razón, pero eso no significaque el hecho de detonar una bomba atómicavaya a mejorar las cosas. Yo se lo habríaimpedido, pero tiene todo un ejército deguerrilleros, y la mayor parte de mi unidad seunió a ellos —explicó, y sacudió la cabeza.

Haru era el más joven de los cuatrohombres, con apenas veintitrés años, y ahora sesentía como un niño más que lo que se habíasentido en años; desde el Brote, en realidad. Ladestrucción y el caos eran de por sí terribles,pero lo que más le afectaba era la familiaridad,la sensación de que todo ese horror ya se habíadado antes, doce años atrás, cuando el mundo sehabía terminado, y ahora se repetía. Él volvía aser aquel niño, perdido, confundido y

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desesperado por que alguien, no importabaquién, interviniera y mejorara las cosas. Esasensación no le agradaba en absoluto, y seodiaba por permitirle entrar en su mente. Ahoraera padre, el primero en doce años que tenía unahija viva, sana, respirando, y él y la madre de lacriatura se encontraban atrapados en medio detanto desastre. Tenía que recomponerse, porellas.

—Delarosa me caía mejor cuando estaba enla cárcel —comentó Hobb—. Eso es lo queobtenemos por confiar en terroristas —echó unvistazo a Tovar—. Exceptuando a los aquípresentes, claro.

—No, tiene razón —respondió Tovar—.Nos hemos acostumbrado a confiar en losfanáticos, y rara vez las cosas nos han salidobien. Yo fui un terrorista bastante experto, losuficiente como para lograr que me cambiaranel rótulo por el de «luchador por la libertad»,pero como senador soy pésimo. Nos agradan losque salen a pelear, especialmente cuandocoincidimos con ellos, pero lo que en realidad

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importa es el siguiente paso. Lo que vienedespués de la lucha —sonrió con tristeza—. Hedecepcionado a todos.

—Usted no tuvo la culpa de la invasiónParcial —intervino Mkele.

—Los últimos exponentes de la razahumana se alegrarán de saberlo —repuso Tovar—. A menos que la invasión Parcial sea un granéxito; en ese caso, reclamaré todo el mérito paramí.

—Solo si Hobb no se le adelanta —intervinoHaru.

El senador Hobb balbuceó un intento dedefensa, pero Mkele se limitó a mirar a Harucon desaprobación.

—Tenemos cosas más importantes quehacer que intercambiar insultos.

—Aunque sean ciertos —acotó Tovar.Mkele y Hobb lo miraron, enojados, pero élsimplemente se encogió de hombros—. ¿Qué?¿Acaso soy el único que admite sus fracasospersonales?

—Hay una criminal de guerra condenada,

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suelta en nuestra isla y con un arma nuclear ensu poder —dijo Hobb—, para no mencionar alejército de supersoldados que estáasesinándonos como si fuéramos ganado.¿Podemos, tal vez, concentrarnos en eso y no enlos ataques personales?

—No la usará contra la isla —replicó Haru—. Ni siquiera Delarosa es tan sanguinaria. Nose propone matar a los Parciales, sino salvar alos humanos; obviamente, de todos modos va amatar a los Parciales, pero no a costa de lospocos que quedamos.

—Es un buen sentimiento —dijo Mkele—,pero una ojiva nuclear es un arma muyimprecisa. ¿Cómo sabemos que la usará consensatez? En el mejor de los casos la lleva alcontinente, la detona en alguna parte al norte delos Parciales y deja que la radiación residualacabe con ellos. Pero lo más probable es que lalleve a la base Parcial en White Plains, la detoneallí y nos mate a todos con la radiación.

—Lo cual puede ser el único plan que déresultado —comentó Hobb—. Que nosotros

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sepamos, ni siquiera son susceptibles alenvenenamiento por radiación.

—¿A qué distancia está White Plains? —preguntó Tovar—. ¿Alguien tiene un mapa?

—Siempre —respondió Mkele; colocó sumaletín sobre la mesa y destrabó las cerradurascon un par de chasquidos leves—. Llevaría díasviajar desde aquí a White Plains, porque habríaque rodear el estrecho de Long Island —desplegó un mapa de papel y lo extendió sobrela mesa—. Aunque cruce el estrecho en barco,que sería la ruta en la que habría másprobabilidades de que la atraparan, demoraría unpar de días en llegar, como mínimo. Meses,quizá, si logra mantenerse escondida durante elviaje. Pero a vuelo de pájaro, no es tan lejos.Desde White Plains hasta East Meadow hay…—Examinó el mapa, señalando ambas ciudades,y midió la distancia con una regla de plásticodesgastada por el uso—. Unos sesenta y cincokilómetros —levantó la vista—. ¿Sabemos quéclase de bomba tiene? ¿Qué carga?

—Dijo que la sacó de un barco llamado The

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Sullivans —respondió Haru—. Así, en plural,no sé por qué.

—Es un destructor —indicó Tovar—, declase Arleigh Burke: un buque que ya eraantiguo doce años atrás, pero muy confiable; laarmada los usó durante muchos años. Sellamaba así por cinco hermanos que murieron enla misma batalla de la Segunda Guerra Mundial.

—¿No era que no sabía sobre la bomba? —preguntó Hobb.

—Y así es —respondió Tovar—, peroestuve en la armada. No encontrará un solobarco cuyas especificaciones no conozca.

—Entonces, díganos las características deeste —pidió Mkele—. ¿Ese destructor estaráarmado con misiles nucleares, o solo habránpuesto uno en la bodega para detonarlo a bordo,como un bombardero suicida?

—Los destructores Arleigh Burke ibanarmados con Tomahawks. Es un misil nuclearde crucero con carga de doscientos, quizátrescientos kilotones. Están diseñados paraataques de largo alcance, pero los Parciales

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tenían suficientes defensas antimisiles paradestruirlos antes de que dieran en el blanco.

Supongo que la razón por la que está frentea la costa de Long Island es que lo acercaronpara detonarlo en el lugar mismo; habríansacrificado la flota, igual que la mayor parte deNueva York, Nueva Jersey y Connecticut, perohabrían destruido a los Parciales casi porcompleto.

Haru hizo una mueca, maravillándose unavez más por la desesperación que debió impulsaral antiguo gobierno a pensar algo así, aunque,por otro lado, supuso que no estarían en unasituación más desesperada que la suya en estemomento. Antes del fin del mundo, y sabiendoque estaba por acabarse, una bomba atómicahabría sido un precio muy bajo: mataría a todoslos que estuvieran al alcance y destruiría el áreapor varias décadas, pero los Parciales habríandesaparecido. Tal vez habría valido la pena. Sinembargo, ahora que los últimos integrantes de laraza humana estaban a apenas sesenta y cincokilómetros…

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—¿Cuál es el radio de destrucción? —preguntó Haru—. ¿Matará a todos en la isla?

—No necesariamente —respondió Tovar—,pero no nos conviene estar aquí si podemosevitarlo. Con esa carga, la bola de fuego inicialabarcará unos dos kilómetros y medio: esa es lazona que tendrá más de cien millones de grados,y la onda expansiva lo destruirá todo en un radiode ocho o nueve kilómetros.

Todo lo que esté dentro de esa zona arderáal instante, y tanto fuego, al iniciarse en formatan abrupta, absorberá suficiente aire como paraprovocar un huracán, cuyos vientos alcanzarántemperaturas tan altas como para hacer hervir elagua. En cuestión de minutos todo ser vivodentro del radio de los… dieciséis kilómetros dela explosión estaría muerto, y ocho o quincekilómetros más allá aún morirían los suficientescomo para no advertir la diferencia. Aquí, en laisla, no tendremos esos efectos primarios.

Podríamos sentir una sacudida, y cualquieraque estuviera mirando directamente hacia ladetonación quedaría ciego, pero eso debería ser

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lo peor. Debería ser. Hasta que la nube decenizas radiactivas nos provoque leucemia ymuramos en una agonía lenta e incapacitante.

—¿Y de qué tamaño sería la nube decenizas? —preguntó Haru.

—Una nube de cenizas nucleares no seirradia como una onda expansiva —explicóMkele—. Es una distribución de material físico,por lo que su forma exacta dependerá de lascondiciones meteorológicas.

En esta región, los vientos principales suelensoplar hacia el noreste, de modo que la mayorparte de la nube irá hacia allá, pero aun asírecibiremos radiación periférica: algunasprecipitaciones ligeras en los bordes, residuos delos vientos de la tormenta ígnea.

—Cualquiera que se encuentre dentro de unmargen de ciento cincuenta kilómetros haciadonde sopla el viento estará muerto en dossemanas —indicó Tovar—. Solo nos quedaesperar que los vientos no cambien.

—O sea que, efectivamente, los Parcialesquedarán destruidos —concluyó Hobb.

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—Todos los que estén en el continente, sí —respondió Mkele—, pero a tan poca distancia dela detonación perderemos además muchas vidashumanas, incluso en condiciones ideales.

—Sí, pero los Parciales desaparecerán —insistió Hobb—. El plan de Delarosa daráresultado.

—Me parece que no entiende lo que estoimplica… —intervino Haru, pero Hobb lointerrumpió en tono brusco.

—Creo que usted tampoco. Francamente,¿qué opciones tenemos? ¿Cree que podamosdetenerla? Todo el ejército Parcial llevasemanas buscando a Delarosa, y sin éxito. Casino podemos salir del subsuelo sin que nosdisparen, de modo que estoy bastante seguro deque nosotros tampoco vamos a encontrarla.

Podríamos ubicar a su fuerza de ataque, talvez, porque tenemos protocolos para eso, peroprobablemente sea imposible hallar al equipo quetraslada la ojiva. Esa bomba va a estallar, nosguste o no, y tenemos que prepararnos.

—Los Parciales la atraparán —repuso

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Mkele—. Una ojiva nuclear no es fácil detransportar; afectará su capacidad demantenerse a cubierto.

—Y si eso ocurre, podría detonarla allímismo —dijo Hobb—. Mientras esté por lomenos a treinta kilómetros de East Meadow,nuestro principal centro poblado estará a salvo, yluego los vientos llevarán la radiación al norte,hacia White Plains.

—Si es que llega a los treinta kilómetros —acotó Haru.

Tovar levantó una ceja.—¿Estamos dispuestos a arriesgar a la raza

humana por un par de hipótesis?—¿Qué estamos arriesgando? —preguntó

Hobb—. Enviamos a alguien para que ladetenga, mientras los demás evacuamos la isla;no sacrificaremos nada, a menos que noactuemos.

—Hobb no exageraba al decir lo difícil quees moverse por aquí —opinó Mkele—. Harupuede hacerlo porque está entrenado, pero¿cómo piensan llevar a cabo una evacuación

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masiva sin llamar la atención?—Lo hacemos después de la explosión —

respondió Hobb—. Hacemos correr la voz,preparamos todo, y cuando estalle la bomba y lafuerza de ocupación esté distraída, noslevantamos, matamos tantos Parciales comopodamos, y huimos al sur.

—O sea que su plan consiste en matar a unejército superior —dijo Tovar— y luego corrermás rápido que el viento. Me alegro de que seatan sencillo.

—Tenemos que evacuar antes —dijo Haru—, ahora mismo, para evitar incluso la periferiade la radiación nuclear.

—Ya hemos dicho por qué eso no es posible—replicó Hobb—. No hay manera de trasladara tanta gente sin que los Parciales nos vean y loimpidan —miró a los otros—. Recuérdenme porqué está aquí este chico.

—Demostró ser valioso —respondió Mkele—. No estamos precisamente en situación derechazar ayuda.

—Por eso mismo usted también sigue aquí

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—acotó Tovar.—Mi esposa y mi hija están en East

Meadow —dijo Haru—, y ustedes ya sabenquiénes son; todo ser humano sabe quiénes son.Y eso significa que no tenemos tiempo queperder. Arwen es la única criatura humana en elmundo y va a llamar la atención; que nosotrossepamos, podrían estar ya bajo custodia Parcialen alguna parte, listas para que las corten y lasanalicen.

—No podemos perder a esa niña —dijoTovar, y Haru vio que el temor que reflejaba surostro era real—. Arwen representa el futuro. Simuere en esa explosión, o por la radiaciónposterior…

—Por eso tenemos que irnos ahora —insistió Haru—, antes de que Delarosa detoneesa bomba. Tiene que haber una manera.

—El plan de Hobb utiliza la explosión comodistracción —dijo Mkele—. Pero ¿y si losdistrajéramos de otra manera?

—Si pudiéramos crear una distracción losuficientemente grande como para derrotar a los

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Parciales, ya lo habríamos hecho —respondióHobb—. Lo único que tenemos es la bomba.

Mkele sacudió la cabeza.—No es necesario que los derrotemos; solo

que llamemos su atención. Los guerrilleros deDelarosa ya lo han estado haciendo, más omenos, pero si lo hiciéramos con todo…

—Moriríamos —lo interrumpió Tovar—. Escomo dijo Hobb: si pudiéramos hacerlo sinriesgo, ya lo habríamos hecho.

—Pues entonces no lo hagamos sin riesgo—insistió Mkele. Y los otros hombres callaron—. La situación es lo más definitiva y fatalposible. Estamos hablando de una explosiónnuclear a sesenta y cinco kilómetros del últimogrupo de seres humanos del planeta. Incluso enel mejor de los casos, si alguien encuentra aDelarosa y logra detenerla a tiempo, quedamosatrapados en manos de una especie invasoraque nos trata como ratas de laboratorio. Unataque masivo a los Parciales matará a todos lossoldados humanos que lo intenten, con eso nopodemos hacernos ilusiones. Pero si existe una

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posibilidad de que se salven los demás humanos,¿cómo podemos decir que no vale la pena?

Haru pensó en su familia: su esposa,Madison, y su hijita. No soportaba la idea dedejar a Arwen sin padre, pero Mkele teníarazón: cuando la única alternativa es la extinción,muchos horrores se vuelven aceptables.

—De todos modos vamos a morir —dijo—.Al menos así nuestra muerte tendrá sentido.

—No se ofrezca todavía como voluntario —repuso Tovar—. Este plan tiene dos partes: ungrupo crea la distracción y el otro lleva a todoslos demás tan al sur como sea humanamenteposible. Con perdón del juego de palabras.

—Entonces huimos —dijo Mkele, con vozsombría—. Nos alejamos de nuestra únicaoportunidad de tener la cura. ¿O ya lo hemosolvidado?

Volvió el silencio. Haru sintió que se le ibandurmiendo las piernas y la espalda; sin importarcuán lejos llegaran a huir, aún tenían el RM.Arwen estaba viva porque Kira habíaencontrado la cura en el sistema de feromonas

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de los Parciales, pero hasta ahora los humanosno habían logrado replicarla en un laboratorio.Tendrían que volver a empezar en un nuevoestablecimiento médico, y podrían tardar años enencontrar uno y ponerlo en condiciones deuso… y no había ninguna garantía de quetuvieran éxito otra vez. Si los Parciales morían,era casi seguro que la cura moriría con ellos.

Por la cara de los demás, Haru se diocuenta de que estaban pensando en el mismoproblema sin solución. Sentía la garganta seca, ysu voz sonó débil al romper el silencio.

—Para nosotros, el mejor de los casos seacerca cada vez más al peor.

—Los Parciales son nuestros peoresenemigos, pero también son nuestra únicaesperanza para el futuro —continuó Mkele.Unió los dedos como formando un campanario ylos presionó contra su frente un momento, antesde proseguir—. Tal vez deberíamos llevarnosalgunos.

—Lo dice como si fuera fácil —observóHaru.

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—¿Qué quiere hacer? —preguntó Tovar—.¿Conservar algunos en jaulas y sacarles laferomona cuando la necesitemos? ¿No leparece un poco perverso?

—Mi trabajo es proteger a la raza humana—repuso Mkele—. Si esto marca la diferenciaentre la vida y la extinción, pues sí, voy aenjaular a algunos Parciales.

—Siempre olvido que usted tenía el mismopuesto con Delarosa —dijo Tovar, en tono muyserio.

—Ella trataba de salvar la raza humana —replicó Mkele—. Su único delito fue estardispuesta a ir demasiado lejos para lograrlo.Decidimos, brevemente, que no queríamosseguir sus planes, pero ¿dónde estamos ahora?Escondidos en el subsuelo, dejando que ella librenuestras batallas, pensando seriamente enpermitirle detonar una bomba atómica. Hemosdejado muy atrás el punto en que podíamoselegir nuestra moralidad: o salvamos a nuestraespecie o no.

—Sí —dijo Tovar—, pero yo preferiría que,

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al final, aún valiera la pena salvarnos.—O salvamos a nuestra especie o no —

repitió Mkele, esta vez con más fuerza. Miró alos otros hombres uno por uno, empezando porHobb. El senador amoral asintió casi deinmediato. Luego Mkele se volvió hacia Haru,que lo miró solo un momento y luego asintió a suvez. Cuando la alternativa es la extinción,toda clase de horrores se vuelven aceptables.

—No me gusta —dijo Haru—, pero loprefiero a que muera todo el mundo. No nosqueda tiempo para algo mejor.

Mkele se volvió hacia Tovar, que levantó lasmanos con frustración.

—¿Sabe durante cuánto tiempo luché contraesa clase de políticas fascistas?

—Lo sé —respondió Mkele con calma.—Yo inicié una guerra civil —prosiguió

Tovar—. Bombardeé a mi propia gente porquepensaba que la libertad era más importante quela supervivencia. No tiene sentido salvarnos si,al hacerlo, vamos a perder nuestra humanidad.

—Si vivimos, podemos cambiar —repuso

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Mkele—. Una nación basada en la esclavitudpuede redimirse, pero no si todos morimos.

—Esto está mal —insistió Tovar.—Nunca dije que no lo estuviera —

respondió Mkele—. Todas las opciones quetenemos son malas. Este es el menor de noventay nueve males.

—Yo encabezaré la distracción —dijo Tovar—. Daré mi vida para ayudar al resto deustedes a escapar, y venderé esa vida lo máscara posible. Qué diablos; de todos modossiempre fui mejor terrorista que senador —losmiró fijamente—. Solo les pido que no renuncientodavía a la bondad. Tiene que haber unamanera mejor de resolver esto —abrió la bocapara agregar algo más, pero se limitó a sacudirla cabeza y a dar media vuelta para marcharse—. Ojalá la encontremos a tiempo.

La mano de Tovar estaba a pocoscentímetros de la perilla de la puerta cuando, depronto, la puerta tembló y casi saltó de susbisagras. Alguien la golpeaba con fuerza desdeafuera.

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—¡Senador!Era una voz joven, pensó Haru;

probablemente la de otro soldado. Tovar miró alresto del grupo con curiosidad y luego abrió lapuerta.

—Senador Tovar —dijo el soldado, que casitropezó en su apuro por hablar—. El mensajecesó.

—¿El mensaje… cesó? —repitió Tovar,confundido.

—El mensaje radial de los Parciales —explicó el soldado—. Dejaron de transmitirlo.Todos los canales están limpios.

—¿Está seguro? —preguntó Mkele,poniéndose de pie.

—Revisamos todas las frecuencias.—La encontraron —dijo Haru, atónito por la

súbita mezcla de alivio y terror. Hacía años queconocía a Kira, y la idea de que estuviera enmanos del enemigo le resultaba repulsiva, peroella sería la primera en decir que era más quejusto intercambiar a una sola chica por loscientos de personas que los Parciales parecían

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dispuestos a asesinar en su búsqueda. Habíallegado a odiarla por no entregarse, y a la largase había convencido de que era imposible queaún estuviera en la isla. Tenía que haberescapado o muerto; de otro modo, ya se habríaentregado. Nadie podía quedarse en silenciomientras se ejecutaba a tanta gente. Pero si lacapturaron, tal vez eso significa que siempreestuvo aquí… La idea lo enfureció.

—No estamos seguros de que la hayanencontrado —opinó Mkele—. Es posible que sutorre radial haya sufrido un desperfectotemporal.

—O que se hayan dado por vencidos —sugirió Hobb.

—Sigan monitoreando las frecuencias —leordenó Tovar al soldado—. Avísenme apenasoigan algo. Iré con ustedes cuando pueda.

El soldado asintió y se marchó a toda prisa.El senador cerró la puerta y le echó llave, paramantener la conversación en secreto. Nadiemás estaba enterado de la bomba, y Haru sabíaque era mejor que así fuera.

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—¿Cómo afecta esto nuestros planes? —preguntó, al tiempo que se volvía hacia el grupo—. ¿Cambia algo? Aún hay una bomba, y esprobable que Delarosa siga con su objetivo.Incluso sin las ejecuciones diarias, es asunto detiempo, y este es el mayor golpe que puedeasestarles.

—Si los Parciales se retiran, la bomba seconvierte en una opción más atractiva aún —dijo Mkele—, porque matará a una mayorcantidad de ellos en la explosión.

—Y también a Kira —acotó Haru. Noestaba seguro de lo que sentía al respecto.

—Hace veinte minutos estábamos tratandode justificar este ataque, y ahora no soportamosrenunciar a él —comentó Tovar, con una sonrisacargada de tristeza.

—Delarosa va a seguir adelante con su plan—dijo Hobb—, y nosotros deberíamos continuarcon el nuestro.

—En ese caso, supongo que es hora dehacer enojar al enemigo que tanto nos supera ennúmero —anunció Tovar. Hizo un saludo militar

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muy tieso; el exmarino resurgió como por artede magia desde el interior del viajero vetusto ycurtido—. Ha sido un placer trabajar conustedes.

Mkele le respondió el saludo, y luego sevolvió hacia Hobb y Haru.

—Pongo la evacuación a su cargo.—Se refiere a mí —dijo Hobb.—Se refiere a los dos —replicó Haru—. No

crea que está a cargo solamente porque essenador.

—Tengo el doble de edad que usted.—Si esa es la mejor razón que se le ocurre,

decididamente no queda a cargo —Haru sepuso de pie—. ¿Sabe disparar?

—Me entrené con un fusil desde quefundamos East Meadow —respondió, indignado.

—Entonces prepare sus cosas. Salimos enuna hora —dijo Haru. Y dejó la habitación,sumido en sus pensamientos. Tal vez losParciales sí habían encontrado a Kira, pero¿dónde? ¿Y por qué ahora, después de tantotiempo?

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Y ahora que la tenían, ¿qué iban a hacer?

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CAPÍTULO TRES

Kira levantó la vista hacia el robotquirúrgico, una inmensa araña metálica quependía del techo. Doce brazos lustrososarticulados se acomodaron; cada uno tenía en elextremo un instrumento diferente: bisturíes ypinzas en media docena de tamaños, jeringas detambor intercambiable con líquidos de coloresvivos, además de llaves, puntas y otrosdispositivos con funciones que ella solo podíatratar de adivinar. Se había capacitado enmedicina desde los diez años de edad (hacía casiocho ya), pero allí había cosas que jamás habíaimaginado.

Sin embargo, aparecían constantemente ensus pesadillas. Aquel era el mismo

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establecimiento de Greenwich, Connecticut,donde la doctora Morgan la había capturado ytorturado antes de que Marcus y Samm larescataran. Ahora los había abandonado aambos y había regresado por voluntad propia.

La araña giró en silencio y se acercó conunas pinzas de acero bruñido. Kira contuvo ungrito y trató de pensar en cosas serenas.

—Anestesia local en puntos cuatro, seis ysiete —indicó Morgan, al tiempo que señalabacon un golpecito las ubicaciones en una enormepantalla de pared, donde un diagrama del cuerpode Kira pendía inmóvil en el aire—. Aplicar.

La araña descendió sin pausa ni ceremoniay clavó sus agujas en la cadera y el abdomen deKira, que ahogó otro grito, apretando los dientesy comprimiendo sus miedos con un gruñidograve.

—Qué buen trato a los pacientes —observóel doctor Vale, que estaba de pie junto a otrapared—. Me conmueves, McKenna… parecesuna mamá gallina.

—Declaré una guerra para encontrar a esta

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chica —repuso Morgan—. ¿Quieres que le pidapermiso cada vez que voy a tocarla?

—No estaría de más algo como «Esto no vaa dolerte» —dijo Vale—. Tal vez incluso un«¿Estás lista, Kira?», antes de iniciar la cirugía.

—Como si mi respuesta fuera a cambiaralgo —comentó Kira.

Morgan la miró brevemente.—Tú decidiste estar aquí.—Otra respuesta que, técnicamente, no

cambió nada —bufó el doctor Vale.—Cambió mucho —replicó Morgan,

mientras volvía a mirar la pantalla de pared,donde programó las incisiones—. Meimpresionó.

—Bien —dijo el doctor Vale—; en ese caso,trátala como una rata de laboratorio.

—Ya lo hizo una vez —comentó Kira—.Ahora es mejor, créame.

—Esa es la clase de respuestas que no hacesino empeorar las cosas —dijo Vale, sacudiendola cabeza—. Siempre fuiste fría, McKenna, peroesta insensibilidad deshumanizante…

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—Yo no soy humana —repuso Kira, y sesobresaltó al darse cuenta de que Morgan habíadicho casi lo mismo simultáneamente: «Ella noes humana».

Se miraron un momento, y luego la doctorase volvió a su pantalla:

—En aras de… —hizo una pausa, como sibuscara la palabra indicada para decirlo—. Deuna relación laboral pacífica, seré máscomunicativa —pulsó algunos iconos y lapantalla se dividió en tres secciones; de un lado,el diagrama lineal del cuerpo de Kira, y del otro,dos secciones de la mitad del tamaño de laprimera, que mostraban dos series de datos: unase titulaba «Vencimiento», y la otra, «KiraWalker»—. El doctor Vale y yo fuimos parte delConsorcio, el grupo de científicos de ParaGenque creó a los Parciales y el virus RM. No fuenuestra intención que la epidemia llevara a laraza humana al borde de la extinción,obviamente, pero el daño está hecho, y una vezque comprendí que los seres humanos eran unacausa perdida, volqué mi atención en los

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Parciales. Pasé los últimos doce añosayudándolos a construir una nueva civilización,buscando maneras de corregir la esterilidad yotras desventajas incorporadas a su ADN.Imaginen mi sorpresa cuando empezaron amorir, sin motivo aparente, exactamente a losveinte años de su creación.

—La fecha de vencimiento fue… —comenzó a decir Vale.

—Fue la señal más clara de que en elConsorcio reinaba una desconfianza horrible —lo interrumpió Morgan—. Los seres vivos ypensantes que yo ayudé a crear estabanpreprogramados para convertirse en polvo encosa de horas apenas cumplieran su plazobiológico, y yo no sabía nada de eso. He estadohaciendo todo lo que está en mi poder paracorregirlo, lo cual nos trae aquí.

—Piensa que puede curarlos —dijo Kira.—Pienso que en tu cuerpo hay algo que

contiene el secreto que me permitirá hacerlo —respondió Morgan—. La última vez que te tuveen un laboratorio, cuando descubrimos que eras

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Parcial (otro secreto que el Consorcio meocultó), mis estudios iniciales revelaron que, apesar de ser Parcial, no tenías ninguna de lasdesventajas genéticas que tienen los demás: niesterilidad ni edad invariable ni inhibición delcrecimiento ni de ninguna otra función humana.Si resulta que tampoco tienes fecha devencimiento, podría haber un modo de descifrarciertos fragmentos de tu código genético paraayudar a salvar al resto.

—Ya te dije que eso es imposible —dijo eldoctor Vale—. Fui yo quien programó la fechade vencimiento. Lo siento, en el momento nopodía decírtelo, pero así es. Eras inestable, y no,no confiábamos en ti. Pero no fuiste la única:Armin tampoco me reveló algunos aspectos.

Armin, pensó Kira. Mi padre… o elhombre al que solía considerar como tal. Mellevó a su casa y me crio como su hija;nunca me dijo lo que yo era. Quizá lo habríahecho, algún día. Ahora nadie sabe siquieradónde está. Se preguntó si habría muerto. Losdemás integrantes del Consorcio habían

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sobrevivido al Brote: Trimble y Morgan, allí, conlos Parciales; Vale, en la Reserva, con un grupode humanos refugiados; Ryssdal, en Houston,trabajando en «cuestiones ambientales», fuera loque fuera eso, y Nandita en Long Island, con loshumanos.

Nandita. La mujer que me crio, quientampoco me dijo que yo era Parcial. Ladoctora Morgan trató de matarme, pero almenos no ha fingido ser lo que no es.

—Aunque logres encontrar algo —prosiguióVale—, ¿cómo piensas incorporarlo a lasecuencia genética de los Parciales? ¿Por mediode modificaciones genéticas? Hablas de cientosde miles de personas…

Aunque tuviéramos suficientesestablecimientos y personal para montarsemejante proyecto masivo de modificación, notenemos tiempo. ¿Cuántos Parciales quedan?¿Medio millón?

—Doscientos mil —respondió Morgan, yKira no pudo evitar consternarse por tan bajacifra. La voz de Morgan sonaba sombría y

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fatigada—. Fueron creados en tandas, de modoque mueren del mismo modo. La próxima tandavence en pocas semanas.

—Y todos son soldados —añadió el doctorVale—. De infantería, pilotos y quizás algunoscomandos, pero todos los líderes están muertos;y lo que viene más al caso: todos los médicosestán muertos.

Tendremos que hacerlo tú y yo, y nopodríamos procesar siquiera la décima parte delos que quedan antes de que se les acabe eltiempo… aunque supiéramos cómo.

—Por eso tenemos que hacer algo —dijoKira. Pensó en Samm y en todo lo que habíancompartido, y en el momento final, aterrador yapasionado, que habían tenido juntos. Lo amaba,y si al sacrificarse lograba mantenerlo convida…—. Todo el mundo está muriendo,humanos y Parciales, y me entregué porque esnuestra mejor oportunidad de salvarlos. Así queadelante.

—Intento ayudarte, Kira —dijo Vale conexpresión sombría—; no te pongas insolente

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conmigo.—No la conoces muy bien —dijo Morgan, y

su voz se suavizó. Vale se quedó mirándola unmomento; luego gruñó y apartó la vista. Lamujer se dirigió a Kira—. La última vezexaminamos tu sistema reproductor solo enforma periférica; cuando creíamos que erashumana, no era prioritario. Hoy vamos a hacervarias biopsias.

Las caderas y el abdomen de Kira estabaninertes e insensibles por la anestesia. Miró a ladoctora, reafirmó su resolución y asintió ensilencio.

—Adelante —dijo Morgan, y la arañadesplegó sus bisturíes.

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CAPÍTULO CUATRO

—Desconecta esa última manguera —dijoHeron. Su voz se oía metálica y lejana por laradio, y Samm volvió a inquietarse por lo raroque resultaba comunicarse sin el enlace. LosParciales utilizaban el sistema de feromonasporque era eficiente. Todo: palabras, emocionese información táctica, se transmitía en un solopaquete silencioso. Trabajar lado a lado perocomunicarse únicamente a través de las radiosque llevaban en sus cascos le parecía comoestar sordomudo. Aún no comprendía cómohacían los humanos.

Sin embargo, por difícil que fuera manejarsecon los equipos de buceo adaptados, eranecesario. Si alguno de los dos inhalaba la más

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mínima bocanada de aire del laboratorio,quedaría inconsciente en cuestión de segundos.

Lentamente, Samm desconectó la últimamanguera de la extraña máscara metálica quecubría el rostro del Parcial inconsciente. Allíhabía diez Parciales profundamente dormidos,en un sótano secreto del viejo laboratorio deldoctor Vale, en la Reserva. Vale los habíamantenido así durante trece años, cuidándoloscomo a plantas y recogiendo de sus cuerpos laferomona que él llamaba Ambrosía: unasustancia química artificial que producíannaturalmente todos los Parciales y que era laúnica cura del RM. Estos Parciales llevaban unadécada manteniendo con vida a los humanos dela Reserva, permitiéndoles criar hijos sanos, algoque los humanos de Long Island nunca habíanconseguido hacer.

Esos diez Parciales… Pero no, se corrigióSamm: nueve. Esos nueve Parciales habíandado a la Reserva una vida y una esperanza queningún otro humano había sentido desde el findel mundo. Tal vez incluso desde antes. Eran

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salvadores. Pero lo eran involuntaria einconscientemente, y Samm no podía permitirque eso continuara así. El décimo Parcial, aquelque tenía la máscara extraña sobre la cara,había sido modificado por el doctor para queprodujera una feromona diferente: una que poníainstantáneamente en coma a cualquiera de suespecie. Su sola proximidad era un arma.

Samm y Heron estaban desconectándolo,pero aún no tenían idea de qué hacer con él.

—Esa manguera bombeaba su sedante atodo el edificio —dijo Heron—. Ahora quehemos cortado ese acceso, el efecto deberíalimitarse a su presencia inmediata.

—Tiene una placa —observó Samm,acercándose para mirar—. Williams.

Dio vuelta la placa de identificación y leyólos números que había en el dorso; no pudointerpretarlos a la perfección, pero conocía elsistema de codificación lo suficiente como parasaber que Williams había estado asignado altercer regimiento. El grupo que dejamosatrás, durante la rebelión, para que

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protegieran Denver y el Comando deDefensa Aeroespacial después de tomarlos.Supuso que los demás Parciales que estaban allíprovenían del mismo grupo. Volvió a girar laplaca con la esperanza de hallar algo que se lehubiera escapado, pero no había nada. No eraprecisamente sorprendente, dado que la mayoríade los Parciales usaban solo un nombre de pila,pero lo extraño era encontrar uno que solo teníaapellido. Se preguntó cuál sería la historia deaquel sujeto, de dónde venía su nombre, quéhabía hecho, qué había pensado y cómo habíavivido, pero ahora esa información se habíaperdido para siempre. Sus propios genes lomantendrían sedado por el resto de su vida.

Era lo más cruel que Samm hubiese visto, yeso que había visto cómo se acababa el mundo.

—Su máscara está injertada —observóHeron, al tiempo que la palpaba con los dedosenguantados.

Samm se acercó a mirar, y era verdad: enrealidad no era una máscara, sino una especiede implante cibernético que cubría, o quizá

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reemplazaba, la nariz, la boca, la mandíbula y elcuello del hombre. A los costados tenía rejillascomo branquias, y la superficie estaba cubiertapor boquillas y válvulas. Todo su cuerpo fuereconstruido con un solo propósito, caviló:diseminar este sedante. Pero luego se detuvo apensar en su propio cuerpo. Yo también fuihecho con una sola intención. Todos lofuimos. Somos armas, igual que él.

Hasta estoy diseñado paraautodestruirme al llegar a mi fecha devencimiento.

Dentro de ocho meses.—Todavía no hemos decidido qué hacer con

él —recordó.—Por ahora, podemos dejarlo aquí —dijo

Heron—. El doctor Vale lo mantuvo sanodurante años, y sigue conectado a los sistemasde soporte vital. Ahora que desconectamos lasmangueras podemos acceder al resto del edificiosin estos estúpidos cascos y trasladar a los otrosarriba, fuera del alcance de este, para quepuedan despertar.

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—Y después, ¿qué? ¿Lo dejamos aquí parasiempre?

—Hasta su vencimiento, sí —respondió ella.—Es como un cadáver en vida —protestó

—. Es cruel.—También lo es matarlo.—¿Sí? —Samm suspiró y sacudió la cabeza,

recorriendo con la mirada la sala llena deParciales atrofiados, cadavéricos—. Dentro deocho meses, cada uno de nosotros va a estarmuerto; yo fui parte de la última orden decompra, y cuando desaparezcamos, no quedaránadie. Los humanos vivirán más tiempo, pero sinla cura del RM su especie no se propagará, yestarán tan muertos como nosotros. El mundoentero está conectado a los sistemas de soportevital, y…

—Samm —lo interrumpió Heron con vozfría y clínica, y él se preguntó si realmenteestaba hablando con frialdad o si todos lossentimientos de compasión y consuelo habíanquedado reprimidos con el resto del enlace. Conella era difícil saberlo, aun en la mejor de las

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circunstancias—. Lo único que nos queda essobrevivir. Si se acaba, se acaba; pero si vivimosun segundo día siempre hay una oportunidad, porpequeña que sea, de encontrar la manera devivir un tercero, y un cuarto, y un centésimo yun milésimo.

Puede que el mundo nos mate y puede queno, pero si nos rendimos, será como suicidarnos.Y no lo vamos a hacer.

Él la miró, confundido por el interés queparecía tener en su bienestar. Ella no era así, ysin el enlace para guiarse, no tenía idea de porqué se estaba comportando de modo tan atípico.Trató de interpretar su rostro, como decía Kiraque hacían los humanos; Heron era un modelode espionaje, el más humano de los diseñosParciales, y su rostro reflejaba muchas de susemociones. Pero incluso sin el casco que ledistorsionaba las facciones, a Samm le faltabamucha práctica como para poder descifrar algo.Lo mejor que podía hacer, pues, era responder.

—No lo estoy pensando, en realidad —dijo—. Nunca me daría por vencido —miró a

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Williams—. Pero él no puede rendirse, aunquequiera. Que nosotros sepamos, puede estarpasándolo muy mal: tal vez tiene dolor osuficiente conciencia como para sentirseatrapado, o algo peor aún. No lo sabemos.Siempre cabe la posibilidad de que encontremosalgo nuevo, como dijiste, pero ¿y él? El doctorVale dijo que perdió la tecnología necesaria parahacer otro Parcial como él, y eso incluye latecnología para recuperarlo. Nunca volverá aestar consciente ni… vivo, nunca más. No sé sivale la pena preservar esa existencia,específicamente. Tal vez lo más piadoso sea laeutanasia.

Heron se detuvo un momento y lo miróantes de responder suavemente.

—¿De veras quieres matarlo?—No.—Entonces, ¿por qué estamos hablando de

eso?—Porque tal vez no importa lo que yo

quiera. Tal vez la mejor decisión sea la másdifícil de tomar.

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Ella se apartó y fue a trabajar con otro delos Parciales, el que estaba al lado de Williams;verificó sus signos vitales y luego lo desconectócon cuidado, tubo por tubo, del sistema desoporte vital. No lo estaba matando, Samm losabía: estaba liberándolo; ese era el siguientepaso en el plan.

Samm revisó su propio nivel de oxígeno enel casco de buceo (una precaución innecesaria,dado que aún les quedaban varias horas) y leyóel sensor de Williams por última vez.Técnicamente estaba vivo, y su cuerpo estabatan sano como el de cualquier paciente en comaprolongado. Se volvió hacia los otros Parciales yayudó a Heron a desconectarlos de lasmáquinas.

Empujaron las primeras dos camillas hasta elascensor y los llevaron arriba. Afuera esperabanlos humanos que vivían en la Reserva,encabezados por los únicos dos en quienesSamm sabía que podía confiar: Phan, el cazadorbajito y perpetuamente alegre, y Calix, laexploradora más hábil del lugar, que ahora

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estaba en una silla de ruedas por la herida debala que había recibido en una pierna. Calixobservó fríamente a Heron mientras sacaban alos primeros Parciales del edificio, pero cuandollegaron hasta ella toda su hostilidad desaparecióy se dispuso a trabajar.

—No quería creerles —dijo, observando loscuerpos dormidos.

—Abajo hay ocho más —le informó Samm,al tiempo que se quitaba el casco de buceo. Elaire estaba fresco, sin rastros del sedante—.Todos igual de consumidos que estos.

—Así que de aquí obtenía la cura el doctorVale —dijo Phan. Tocó ligeramente a uno de losParciales inconscientes en el brazo—. No losabíamos. Nunca habríamos… —Miró a Samm—. Lo siento. De haber sabido que estabaesclavizándolos, habríamos… No sé. Habríamoshecho algo.

—Nacieron más de mil niños desde el Brote—le recordó Laura, una mujer mayor que habíaquedado como líder de la Reserva ahora queVale se había ido—. ¿Realmente crees que los

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habrías dejado morir a todos?—No me refería a eso; solo que… —

respondió Phan, y su rostro palideció, lo que erauna hazaña para sus rasgos morenos.

—¿Dices que quieres que vuelvan alláabajo? —preguntó Heron, observando a Lauracomo una serpiente a punto de atacar. Aúnllevaba puesto su casco, y la radio le daba a suvoz un sonido mecánico y amenazante. Sammintervino antes de que la situación se saliera decontrol:

—Ya les dije que yo mismo voy areemplazarlos. Ustedes necesitan la cura, y loentiendo, de modo que voy a dárselas…voluntariamente. Liberamos a los esclavos, ytodos contentos.

—Hasta que Samm muera —acotó Heron.Él notó que estaba lanzando una

provocación y le envió un mensaje urgente deCUIDADO, pero enseguida recordó que, con elcasco puesto, seguía desconectada del enlace.Entonces la miró, tratando de transmitir lamisma actitud que tantas veces había observado

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en Kira cuando se enojaba con ella.Heron respondió con una sonrisa burlona, y

Samm supuso que no le había salido bien. Almenos sabe lo que quise decir, aunque no leimporte.

Calix estiró el cuello y llamó a los humanoscongregados detrás de ella.

—Lleven a estos dos al hospital, y que sepreparen para recibir a otros —el grupo vaciló, yla chica ladró otra orden que hasta Samm se diocuenta de que parecía una bofetada verbal—.¡Ahora!

—Son Parciales, Calix —comentó unhombre mayor, cuya mirada suspicaz abarcabatambién a Samm y a Heron.

—Y salvaron a mil de nuestros niños delRM —replicó ella—. Han hecho más por estacomunidad que cualquiera de nosotros, y lo hanhecho todo estando al borde de la muerte. Sialguien tiene problemas para ayudarlos, tendráque vérselas conmigo.

El hombre se quedó mirando a Calix, unamuchachita delgada de dieciséis años en silla de

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ruedas. La mirada de ella se endureció.—¿No crees que pueda cumplirlo? —

susurró.—Llévenlos al hospital —exclamó Laura, al

tiempo que tomaba la primera camilla—. Iré conustedes.

Los demás: bajen con ellos; ya sabemos queno es peligroso.

Samm dejó que la mujer llevara la camilla y,lentamente, volvió a ponerse el casco para elsiguiente descenso. Comprendía que para loshumanos aquello no era fácil, pero estabanhaciéndolo y eso lo impresionó. Sin embargo, enel fondo de su mente sabía que el comentariorápido y desdeñoso de Heron era lo más certeroque hubieran dicho: tarde o temprano, sinimportar lo que hicieran o sacrificaran, losParciales iban a morir. Y entonces moriríantambién los humanos, y todo se acabaría.

Kira se había marchado con la doctoraMorgan para ayudar a encontrar la cura.¿Lograrían hacerlo a tiempo? Y si laencontraban, ¿la llevarían a la Reserva?

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Kira…¿Volvería a verla?

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CAPÍTULO CINCO

La doctora Morgan tomó muestras para biopsiasdel útero, los ovarios, los pulmones, los senosparanasales, el líquido cefalorraquídeo y el tejidocerebral de Kira.

Desarrolló modelos detallados de su ADN ylos manipuló a nivel molecular por medio de unainmensa reproducción holográfica, y llevó a cabotantas simulaciones que llegó a sobrecargar unode los procesadores centrales del hospital. Todoslos técnicos Parciales que habrían sabidocambiarlo ya habían vencido, de modo quecontinuaron con los dos bancos de procesadoresrestantes, con la esperanza de que todo salierabien.

La esperanza, comprendió Kira, iba

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convirtiéndose rápidamente en lo único que lesquedaba.

El doctor Vale, por su parte, pasaba sutiempo revisando los abundantes registros degenética Parcial de Morgan, intentandoreconstruir lo más posible de su trabajo relativoa la fecha de vencimiento.

Cuando Kira no estaba en la mesa deoperaciones o en la sala de recuperación, estabasentada con él, por lo general, conectada a unsoporte de vía intravenosa, tratando de aprendercuanto podía.

—Esto es parte de la secuencia deenvejecimiento —dijo Vale, señalando unsegmento de una hebra de ADN queresplandecía tenuemente en la pantalla. Resaltócon los dedos una serie de aminoácidos, queempezó a brillar con otro color—. Un Parcialnormal alcanza la madurez física en unos diezmeses, siempre dentro de lo que llamábamoscapullo, que en realidad se parecía más a ungran tanque de vidrio.

—No tengo idea de lo que significa eso —

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dijo Kira, sacudiendo la cabeza.—Disculpa. ¿Y una enorme… cápsula

transparente?—Yo tenía cinco años cuando se produjo el

Brote —le recordó—. Tendrá que explicarmeesto sin metáforas del viejo mundo.

—De acuerdo —dijo Vale, y se presionó loslabios con los dedos, pensativo—. Imagina uncilindro transparente, de unos dos metros delargo y sesenta centímetros de diámetro, conuna tapa metálica en cada extremo, llena detubos, mangueras y cosas así. Teníamos algunosen el edificio de ParaGen en la Reserva; deberíahabértelos mostrado. Los demás estaban todosen las plantas de crecimiento y entrenamiento deMontana y Wyoming, pero esas plantas fueronmuy bombardeadas durante la Guerra Parcial…Volviendo a lo nuestro: los técnicos creaban loscigotos en un laboratorio y los colocaban en ungel nutritivo que inventó la doctora Morgan, ycuando terminaban de crecer, más o menosocupaban todo el tubo; ellos y todo el líquido queles poníamos. Yo diseñé todo el ciclo de vida —

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volvió a señalar la hebra de ADN que brillabaen la pantalla—. Necesitaban una cantidadimportante de energía para crecer a esavelocidad, y la obtenían principalmente del gel deMorgan, aunque además teníamos quemantenerlos abrigados; estos bebés fuerondiseñados para aprovechar tan bien la energíaque prácticamente no perdían nada en forma decalor, lo cual los ayudaba a crecer muy rápido,pero los mantenía a una temperatura demasiadobaja. Una vez que terminaba el proceso decrecimiento acelerado, el metabolismo se hacíamás lento. Llevan una vida relativamentenormal, hasta que cumplen veinte años y sedispara el acelerador de edad. Pareciera queentraran en descomposición, pero en realidadenvejecen cien años en pocas semanas.

—Y al mismo tiempo se congelan —dijoKira.

—Bueno, sí. La energía tiene que salir dealguna parte —respondió él y suspiró—. Sé queno te parece correcto, y te aseguro que a mítampoco. No me agradaba entonces y no me

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agrada ahora. Pero no había otra manera.—Podría haberse negado.—¿A crear a los Parciales? ParaGen iba a

ganar billones de dólares; si no los hubiéramosayudado nosotros, habrían encontrado quién lohiciera. De este modo podíamos controlar elproceso.

—Podría haberse negado a establecer unafecha de vencimiento.

—Iba a ser una medida transitoria paraganar tiempo. El gobierno quería una especie deinterruptor que los matara, el Seguro que yocreía que te habían implantado a ti, y de haberseguido con ese plan, ahora todos los Parcialesestarían muertos y los humanos no tendríamosninguna esperanza. De ese modo teníamosveinte años para buscar otra solución, pero el findel mundo nos lo impidió.

El Seguro. Kira había cruzado el continenteen busca de información al respecto, y solohabía podido descubrir que no era más que unamaraña retorcida. El gobierno había exigido unaepidemia que pudiera matar a los Parciales si se

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salían de control, y el Consorcio habíadesarrollado dos versiones. La primera, laepidemia que quería el gobierno y que afectaríasolo a los Parciales, nunca se habíaimplementado sino que se había desarrolladosolo como señuelo para hacer creer a ParaGenque el Consorcio estaba siguiendo sus órdenes.Mientras que la segunda versión solo afectaría alos humanos y fue la que llegó a conocersecomo RM; aunque por razones que ni siquiera elConsorcio entendía, había resultado mucho másletal que lo que habían planeado. Habían tratadode hacer que el bienestar de los humanosdependiera de los Parciales, contagiándoles unaenfermedad que solo estos pudieran curar.

Habían pensado que era la única manera desalvar a los Parciales del genocidio. En cambio,ellos mismos habían cometido genocidio.

Kira observó a Vale en silencio mientraseste examinaba las imágenes de ADN,interpretándolas de la misma manera en que unarqueólogo leería una lengua antigua, jeroglíficosorgánicos que estudiaba con un murmullo grave

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e intenso.—¿Cuál era su plan para esos veinte años?

—le preguntó al cabo de un rato.—¿Disculpa?—Usted dijo que tenían veinte años para

resolver la fecha de vencimiento antes de quetuviera efecto, y que pensaba hacerlo antes deque llegara a ser un problema. ¿Cuál era suplan?

—El plan era de Armin —respondió con vozqueda, sin apartar la mirada del ADN—. Cadauno tenía su trabajo, y lo hacíamos en secreto.Por eso Morgan no sabía sobre la fecha devencimiento.

Al oír mencionar el nombre de su padre,Kira se perdió en otro ensueño oscuro. Habíasido él quien había creado el Consorcio, quienhabía sugerido el plan temerario para salvar asus millones de «hijos».

Parciales. Si había tenido un plan paraeliminar el vencimiento, ¿cuál era? ¿Acasocontaba con los mismos equipos genéticos queMorgan? Antes del Brote, cuando tenía acceso

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a todos los recursos de ParaGen, insertarmodificaciones genéticas en un millón depersonas quizá había parecido un plan factible:ingresar a su ADN y extraer el código devencimiento, como si fuera la parte podrida deuna manzana. ¿Qué habría hecho Armin? Ellasolo podía suponerlo. Había vivido con esehombre cinco años, más o menos; no tenía ideade cuánto tiempo de gestación había pasado enun capullo de crecimiento antes de que lasacaran de allí. Armin la había criado como a suhija, al punto de que ella jamás había sospechadoque no lo era, ni que tampoco era humana. Nisiquiera sabía cuál era su propósito. ¿Volvería averlo alguna vez? ¿Tendría la oportunidad depreguntárselo?

¿El hecho de saber la verdad sobre quiénera él —y qué era ella— lo hacía ser menos supadre? Lo recordaba con amor; ¿acaso ahoraesa relación había perdido importancia? Aún nolo había decidido. No estaba segura. No senecesita una conexión biológica para sermiembro de una familia; todas las familias

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posteriores al Brote eran adoptivas, y el amorque sentían era real. Pero aquellos padresadoptivos no les habían mentido a sus hijos sobrelos aspectos fundamentales de su existencia y suespecie. Ningún padre adoptivo había creadosintéticamente a sus hijos ni los había criado enun tubo de vidrio transparente.

Ninguno de ellos había provocado el fin delmundo.

Bueno, excepto Nandita. Yo tuve toda lasuerte con mis padres.

—¿Sabe dónde está Armin? —preguntó, envoz baja.

—No es la primera vez que me preguntaspor él —observó Vale, al tiempo que se volvíapara mirarla—. ¿Por qué te interesa?

No estaba segura de querer contar esa partede su vida a Vale o a Morgan… al menos notodavía.

—Es el único del que no se sabe nada.—Bueno, tampoco sabemos mucho sobre

Jerry Ryssdal.—Pero Jerry Ryssdal no creó el Consorcio.

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—Bueno, dadas las circunstancias, yosupondría que Armin está muerto —dijo Vale,con expresión de impotencia.

Kira tragó en seco, tratando de nomanifestar sus sentimientos, aunque no estabasegura de cuáles eran estos.

—Pero todos los integrantes del Consorcioson inmunes al RM. Se protegieron conmodificaciones genéticas.

—Hay muchas maneras de morir que notienen nada que ver con el RM —repuso Vale—. Cuando las cosas se pusieron mal… pudohaber muerto en una riña durante un saqueo,durante un bombardeo Parcial…

—¿No era que los Parciales no atacaban alos civiles?

—En esa guerra en particular, ParaGen noera un blanco civil. Atacaron muchos denuestros establecimientos, y es posible que élhaya estado en uno de ellos, o cerca, en el peormomento.

—Pero usted sobrevivió.—¿Por qué estás interrogándome?

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Ella respiró hondo y sacudió la cabeza confatiga.

—Usted está trabajando y yo… estoyabstraída. Lo siento. Pasa aquí casi veinticuatrohoras al día tratando de curar esto, y yo deberíaestar ayudando en lugar de…

Esta vez fue Vale quien negó con la cabeza,sin mirar a Kira a los ojos.

—Tú estás ayudando más que nadie —había en su voz más enojo que el que ella habíaesperado—. Tienes dieciséis años y estoypermitiendo que Morgan te trate como un cultivode células.

—Yo me ofrecí.—Eso no hace que sea correcto.—Es la única opción.—No quiere decir que me agrade.Quedaron un momento en silencio, y Kira

sonrió con tristeza.—En realidad, tengo diecisiete años. Casi

dieciocho.Vale sonrió, aunque su sonrisa parecía tan

triste y forzada como la de ella.

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—¿Cuándo es tu cumpleaños?—No tengo idea. Algún día de enero.

Siempre lo festejo en Año Nuevo.—Una niña de la nieve —asintió, como si

eso tuviera algún significado profundo.—¿Nieve?—Siempre olvido que ustedes no conocen la

nieve —suspiró—. ¿Cuándo fue la últimavez…? No recuerdo. Hasta yo debo de habersido un chico la última vez que nevó. Noimporta: una niña de Año Nuevo, entonces —sevolvió hacia su monitor—. Eso es buena suerte.Vamos a necesitarla.

Miró la hebra brillante de ADN, tratando deleerla, pero para ella no significabaprácticamente nada.

Tenía entrenamiento médico y conocía laterminología, pero la genética no era suespecialidad. Tocó la cinta que le sujetaba la víaintravenosa al brazo.

—¿Seguro que no hay nada más que yopueda hacer?

—Busca a Armin —murmuró Vale, con la

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mirada fija en la pantalla—, y pregúntale quédiablos hacemos ahora.

La sugerencia la llenó de entusiasmo, perosabía que era un plan imposible: quedaba muypoco tiempo, y no tenía la menor idea de pordónde empezar a buscar. Además, llegado elcaso, ni siquiera estaba segura de quererencontrarlo. ¿Qué le diría? No sabía si seenojaría o se alegraría al verlo.

—Ya traté de encontrar al Consorcio —dijo,por fin—. Aquí puedo ser más útil, ayudándolosa usted y a Morgan con sus investigaciones.

—Es lo que siempre dices, Kira.—Sé que solo intenta ayudarme, y se lo

agradezco, pero hablo muy en serio —sintió unasomo de miedo, como siempre que pensaba ensu situación, pero lo contuvo. Recordó a Samm,y su resolución se reafirmó—. Siempre cumplomis promesas.

—¿Aunque no tengan objeto?—¿No cree que Morgan vaya a encontrar

algo? —le preguntó con el ceño fruncido.—Creo que está buscando en el lugar

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equivocado. Lo único que verá en ti es unaplantilla Parcial básica, un ejemplo de genomasin disparadores de vencimiento.

—Lo cual es exactamente lo que estábuscando —replicó.

—Es una solución que no puedeimplementar —repuso Vale, descartando la ideacon un gesto de la mano—. Aunque encuentrelos genes correctos, después ¿qué? No tenemostiempo ni medios para diseminar la cura a másque un puñado de Parciales. Ya se lo dije, peroestá empecinada.

—Pero si yo no soy… —empezó a decirKira, pero dejó la frase inconclusa, coninseguridad y terror.

Era un temor que no se había dado cuentaque albergaba, pero que surgió en su mentecomo una pesadilla y la estremeció hasta lo másprofundo.

No soy una cura para el RM, ni poseopoderes o capacidades especiales que sepuedan encontrar.

Tampoco soy el Seguro Parcial, según los

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estudios que han podido hacerme. Creía queme habían creado con un fin, pero ya intentétodo lo demás, y el único propósito quequeda es curar la fecha de vencimiento.

Pero si no soy la cura de la fecha devencimiento, ¿de qué les sirvo?

Quiso contener las lágrimas, pero salieron entorrente. El doctor levantó la mirada,sorprendido; su rostro era una máscara deconfusión. Parecía que quería ayudarla, pero notenía idea de qué hacer o decir. Kira se puso depie rápidamente, tomó el soporte de la víaintravenosa y se apartó antes de que él intentaraconsolarla. Seguía sollozando, tanto que apenaspodía ver, pero sabía que una sola palabra dealguien, aunque fuera una palabra de consuelo,la haría perder toda la compostura. Salió de lahabitación y cerró la puerta, y se apoyó contra lapared para dar rienda suelta a su desconsuelo.

Creía que el Consorcio tenía planeadosalvar a todos, y cuanto más busco, másvuelvo al tema de mi padre, a mí, a laspreguntas que nadie puede responder. ¿Para

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qué me creó? ¿Por qué alguien escondería aun Parcial entre los humanos? ¿Qué debíayo hacer, ser o lograr? ¿Qué?… Sollozó,completamente incapaz de articular siquiera laidea. Se había atrevido a creer que ella era elplan: que su padre la había creado para estemomento, para curar a ambas especies y salvaral mundo. Era duro perder ese sueño, pero lasimple arrogancia de haberlo tenido ladestrozaba.

La doctora Morgan la encontró veinteminutos más tarde, acurrucada en el suelo ytemblando en su bata de hospital.

—No encontré nada en el líquidocefalorraquídeo. Quiero tejido cerebral.

Kira no se molestó en preguntar por qué niqué método utilizaría ni cuánto tejido cerebralnecesitaba ahora. Se puso de pie con desgana,apoyándose en el soporte de su vía como sifuera un bastón, y se dirigió al quirófanoarrastrando los pies. Las biopsias eran invasivasy dolorosas, más una tortura que unprocedimiento médico, pero ella se acostó con

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gesto adusto debajo de la araña. El hospitalestaba tan vacío que no se habían cruzado connadie en los pasillos. Había ya demasiadosmuertos.

Las agujas resplandecían y se clavaban ensu piel como dagas, pero aceptó el dolor. Era loúnico que le quedaba.

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CAPÍTULO SEIS

Ariel tamborileó con los dedos en la culata de sufusil, observando a Nandita, mientras lasmujeres de la casa se preparaban para partir.Qué fácil sería matarla; medio segundo paraapuntar, otro para jalar el gatillo. Pum. Muerta.Qué sencillo librar al mundo de su habitante másinsensible, embustera e irrecuperable. NanditaMerchant había creado a los Parciales y al RM,había secuestrado a Ariel y a tres niñas más yhabía hecho experimentos con ellas duranteaños, en las narices de todo el mundo,mintiéndoles sobre su verdadera naturaleza.Ariel era Parcial. Sus hermanas adoptivas, Kirae Isolde, también. El enemigo.

En la mente de Ariel, era como si Nandita la

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hubiera cambiado con solo pronunciar unaoración, un hechizo, y le hubiera robado suhumanidad, dejándola azorada en la oscuridad.La había convertido en un monstruo, con lasangre del mundo goteándole aún de sus garras.No sabía qué pensar ni cómo hacerlo.

Era demasiado para digerir. El mundo habíacambiado, y nunca volvería a ser el mismo.

Después del anuncio, una sola cosa seguíaigual: si antes había odiado a Nandita, ahoratambién.

Tocó apenas el gatillo, sin siquiera apuntar elarma hacia ella. La curva del gatillo le brindó unplacer oscuro e ilícito. Qué fácil sería.

Isolde entró en la habitación, con unamochila llena en cada mano y MohammadKhan, su bebé de carita enrojecida, que llorabasujeto a su pecho por un portabebés. Ariel volvióa llevar la mano hacia la culata.

—Tengo mantas, ropa y todo lo que había enla casa que se puede usar como pañal —anunció la reciente madre. Tenía los ojosinyectados de sangre y la voz ronca de emoción

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y fatiga—. Creo que eso es todo, pero no lo sé.Estoy convencida de que algo se me olvida.

—Tienes todo —la tranquilizó Nandita, altiempo que acariciaba la mejilla de Khan sinlograr calmarlo.

Tenía cinco días de edad (un verdaderomilagro en el mundo posterior al Brote, cuandola mayoría de los bebés morían en tres), pero suaparente inmunidad al RM no lo estaba salvandodel otro mal con el que había nacido: unaenfermedad misteriosa que le provocaba fiebrey le llenaba la piel de forúnculos y asperezas.Nandita pensaba que podía salvarlo, que suADN híbrido de humano y Parcial lo haría másresistente. Pero Ariel sabía la verdad. El hechode ser híbrido no había salvado a su bebé dosaños atrás, y tampoco salvaría ahora al de suhermana.

Isolde colocó las mochilas en el sofá, junto alas de Xochi y su madre adoptiva, la senadoraErin Kessler. El bolso de Madison estaba en elsuelo, cargado principalmente con provisionespara Arwen, su hija, el único bebé humano sano

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desde el Brote.La joven se paralizó de terror al oír

súbitamente unos golpes en la puerta de calle.Todas las mujeres levantaron la vista con ojosdilatados y llenos de terror, pues una llamada ala puerta podía significar una sola cosa.

Soldados Parciales.Ariel recorrió la habitación con una sola

mirada entrenada. Casi todo lo que había allí eramotivo seguro para arrestarlas, empezando porArwen. Los Parciales habían oído rumores deuna criatura humana sana, de casi un año, y labuscaban para sus experimentos. Khanprobablemente no significaría nada para quien loviera, pues su estado lo hacía parecer otro bebécondenado a morir, pero las armas erancontrabando y las mochilas cargadas eran unaclara señal de que se disponían a huir. A nadiese le permitía salir de East Meadow, y si losParciales pensaban que estaban intentándolo, lasarrestarían solo para asegurarse.

Ariel escondió su arma detrás de un mueble,dejándola a mano por si la necesitaba, y atrapó

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en el aire los bolsos que Xochi le arrojó.Nandita, a quien los Parciales habían buscadocasi con tanto ahínco como a Kira, se escondióen una habitación del fondo, y Kessler hizo lopropio; no era necesariamente una delincuente,pero si la reconocían como senadora, podríanllevársela. Isolde se esforzó por calmar a subebé, que seguía llorando, y bien al fondo, debajode un panel falso en el piso, Madison tranquilizóa Arwen en voz muy baja. Ariel escondió elúltimo de los bolsos en una alacena de la cocina;habían transcurrido apenas diez segundos desdela llamada a la puerta. El soldado que estabaafuera volvió a golpear con fuerza, y Ariel abrió.

—¿Qué quieren? —preguntó, en un tonomás hosco que el que se había propuesto;trataba de parecer inocente y no llamar laatención. Al ver que los Parciales noreaccionaban a su enojo, se dio cuenta de quetal vez esa era la reacción más inocente detodas en una ciudad ocupada. Se permitiófruncir el ceño con ferocidad, sorprendida al verlo bien que ello la hacía sentir.

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Los dos soldados que estaban en el porcheeran jóvenes: aparentaban unos dieciocho años,aunque ella sabía que estaban cerca de losveinte. Se preguntó si los había visto en algunaparte de la ciudad, tal vez custodiando unaesquina mientras ella buscaba comida, perotodos eran tan parecidos que era difícil estarsegura. Aunque los Parciales no estabanclonados, era como si lo estuvieran, y a ella leresultaba absolutamente imposible distinguirlos.Eso le hizo preguntarse si ellos pensarían lomismo de los humanos.

Hizo una mueca, nuevamente asqueada alentender que «nosotros» y «ellos» ahorasignificaban cosas completamente diferentes delo que habían significado algunos días antes.

—Señorita —dijo el primero—, oímos llorara un bebé en la casa. Venimos a ver si hay algúnproblema.

Querrás decir que vinieron a examinar sies Arwen, pensó Ariel. Echó un vistazo a Isolde,que la miró con furia impotente, pero luegoapretó los dientes y asintió de modo casi

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imperceptible. Habían acordado previamenteutilizar a Khan para esconder a Arwen, y si bienIsolde lo había aceptado, lo detestaba con todassus fuerzas.

—Sí —respondió, y señaló al bebé envueltocontra el pecho de su madre—. ¿Puedenayudarnos? Ya hicimos todo cuanto pudimos,pero se está muriendo —los Parciales echaronun vistazo a Isolde y a su bebé, y Ariel seacercó más—. Es el RM, y lo está matando —sintió aflorar más furia y la desató como si fueraun lanzallamas—. ¿No tienen algúnmedicamento? Nos dijeron que ustedes tenían lacura… ¿Pueden ayudarlo? ¿O solo vinieron averlo morir?

El primer Parcial entró y se acercó a Isoldepara examinar a Khan. Isolde tambiénrepresentó su papel, aunque menos enojada ymás suplicante. Ariel observó al segundo, que sequedó en la puerta, cubriendo al otro como unbuen compañero; no tenía el fusil apuntado, perosí listo para levantarlo al instante, y todos sabíanpor experiencia lo rápido que podía ser un

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Parcial.A Ariel se le ocurrió, no por primera vez,

que podía entregarles a Nandita. La ancianaestaba escondida en un armario, atrapada comouna rata si ella decidía llevarlos hasta ahí. ¿Quéharían si la encontraban? ¿Torturarla? ¿Matarladirectamente? Nada bueno, lo sabía, o Nanditano se empeñaría tanto en ocultarse. Tenía tantasganas de delatarla que tuvo que apretar el puñopara mantener la boca cerrada; en primer lugar,porque las inevitables preguntas posteriorespodrían poner al descubierto a Arwen o inclusola singular ascendencia de Khan. En segundolugar, y lo que era más frustrante, por elmisterioso poder que Nandita tenía sobre losParciales: parecía dominarlos, si la delataba soloconseguiría que la anciana tuviera un par dejuguetes nuevos.

Sabía que ese control provenía de algollamado enlace. Kira había descubierto que losParciales utilizaban un sistema químico decomunicación, como las feromonas en unacolonia de hormigas: por medio de la respiración,

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percibían los pensamientos y las emociones delos demás. Ariel, sin embargo, nunca habíalogrado percibir nada. Respiró hondo, tratandode no ser demasiado obvia. Nada. Se preguntósi Nandita les había mentido: si, después de todo,no eran un modelo alternativo de Parcial, sinosimplemente humanas. Les había mentido sobretodo lo demás, ¿por qué no también sobre eso?

—Hola —la saludó el soldado que se habíaquedado en la puerta—. Soy Eric. Y él es Chas.

Ella se quedó mirándolo, enojada por suintento de entablar una conversación. ¿Cómo seatrevía a tratarlas como amigas, como iguales,en medio de una ocupación? ¿De una invasiónarmada a su hogar?

Deseaba poder usar el enlace tan solo parapoder golpearlo con toda la fuerza de su furia.

Por un impulso repentino, sin pensarlo, soltóun suspiro largo y lento directamente hacia sucara. De haberlo hecho con más ímpetu, élhabría percibido el aire. A Ariel le pareció quese le detenía el corazón mientras esperaba,observando los ojos del soldado en busca de

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alguna reacción, pero no vio nada: ningunaexpresión súbita de alarma ni señal dereconocimiento. Si ella tenía el enlace, entoncesél era tan inmune a este como ella al suyo. Nosabía si sentirse triunfante o decepcionada, y laconfusión solo le produjo más náuseas. Fruncióel ceño, furiosa, y se recargó en el marco de lapuerta. El soldado le echó un vistazo breve, novio nada importante y siguió examinando la sala.

Chas inspeccionó a Khan, presumiblementetratando de dilucidar si ese recién nacidoafiebrado era el famoso bebé del milagro. Elplan de las mujeres, propuesto por Xochi, erapresentar a Khan a cualquier Parcial queestuviera efectuando reconocimientos, con laesperanza de que no se molestaran en buscar unsegundo bebé. El único problema sería quealguno de los vecinos, tal vez alguien que tuvierahambre o la esperanza de liberar a un serquerido de la prisión, las hubiera delatado. Todoslos humanos sabían sobre Arwen y dóndeestaba escondida, pero ninguno se atrevería ainformar sobre la bebé. Por lo menos eso

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esperaba. Ariel contuvo el aliento y trató de nodejar entrever el miedo que sentía.

—¿Qué son esas ampollas? —preguntó.Ariel sintió que se le apretaba el pecho.

Seguía de frente a la puerta, pero oyó la súbitainhalación de Xochi o Isolde, o quizás ambas, alreaccionar con temor a la pregunta. ¿Habríannotado los Parciales ese temor? ¿Sospecharíanque las muchachas escondían algo? Tuvo deseosde darse vuelta para ver lo que pasaba en lasala, pero se obligó a conservar la calma.Observó a Eric, parado en la entrada, en buscade algún indicio de alarma en su rostro, pero nolo percibió. Eso no significa nada, se dijo. Elenlace les hace expresar las emociones de unmodo distinto del nuestro. Podría estar apunto de matarnos y nunca lo sabríamos.

El silencio se prolongó; la pregunta quedó enel aire, sin respuesta, y Ariel se dio cuenta deque Isolde estaba demasiado conmocionadacomo para hablar. A los Parciales podríaescapárseles una inhalación súbita, pero noresponder a una pregunta directa sin duda

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despertaría sospechas.—Está enfermo. Ya se lo dije —respondió

Ariel, girando muy despacio.Chas acomodó su fusil y se inclinó para

mirar a Khan más de cerca. El bebé gimióligeramente, demasiado exhausto por el dolorconstante como para seguir llorando.

—Esto no parece RM —comentó,extendiendo la mano hacia una de las ampollasamarillentas oscuras.

—El RM no es la única enfermedad quepuede contraer un bebé por aquí, lejos de unhospital —replicó Ariel, con el rostro lleno demiedo. ¿Por qué no se van? Tragó en seco,nerviosa.

Isolde se volvió y dio un paso atrás paraapartar al bebé de la mano del soldado.

—No lo toque —dijo bruscamente—. Lasampollas le duelen.

Eric levantó su fusil, no del todo, pero sí losuficiente como para indicar que seguía allí yque ellos aún tenían todo el poder. Ariel sintióque las cosas empezaban a salirse de control,

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que la situación se estaba poniendo oscura ydesesperada, a punto de quebrarse. Levantó lamano para extenderla, pero no sabía haciadónde ni hacia quién. Chas volvió a intentartocar a Khan, esta vez con más firmeza, y vioque Isolde levantaba la mano.

—¡Isolde! —exclamó Ariel, tratando demantener la voz ligera y despreocupada. Lamuchacha rubia levantó la mirada, con la manodetenida a mitad de camino de lo que quizás ibaa ser una bofetada o algo peor—. ¿Quieres quete traiga un vaso de agua?

Ella la miró enojada, con el rostroprácticamente rojo de furia, pero dejó que elsoldado le tocara la carita a su bebé y palparacuidadosamente las partes donde la piel estabaendurecida y áspera. Contuvo un grito y asintióen respuesta a la pregunta de Ariel del modomás mecánico posible.

—Gracias.Ariel se encaminó a la cocina, pero de

pronto Chas ladró una orden.—Alto.

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Y ella se paralizó. Apenas alcanzó a ver aXochi de reojo, avanzando lentamente hacia lavitrina detrás de la que había escondido supistola.

—Nadie sale de esta habitación —prosiguióChas, con voz tensa y seria—. Quédense dondeestán, donde podamos verlas.

Ariel miró hacia el otro lado, aún clavada ensu lugar, y contó los pasos hasta el escondite desu fusil.

Tres pasos, y cubrirme al llegar allá.No será suficiente.Si iniciaban una pelea, la senadora Kessler

llegaría en cuestión de segundos y sorprenderíaa los Parciales, y si tenían suerte, lograría abatira uno. Si la lucha se prolongaba lo suficiente,Nandita también aparecería y usaría el poderque tenía sobre ellos para ponerle fin; no legustaba usar ese poder por temor de llamarmucho la atención del resto del ejército y queenviaran fuerzas que la superaran por mucho,pero en una situación como aquella podía llegara intervenir. En cambio, Xochi o Isolde, o tal vez

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las dos, probablemente estarían muertas paracuando apareciera Nandita, y tal vez tambiénAriel.

—Vámonos —dijo por fin Chas. Luego, sedirigió a la puerta y eso fue todo: ningunaadvertencia, ninguna despedida, ningúnreconocimiento de la enfermedad de Khan ni delos gritos desesperados de Isolde pidiendoayuda. Estaban buscando a Arwen, y aquelbebé no era Arwen, así que se fueron.

Isolde abrazó con fuerza a su bebé y Xochicerró la puerta que los soldados habían dejadoabierta.

Ariel tomó su fusil, revisó el cañón y trató derespirar un poco más lento.

—Tenemos que salir de la ciudad esta noche—dijo Kessler, entrando en la sala con su fusilen las manos—. Eso estuvo demasiado cerca.

—Creo que lo manejamos muy bien —replicó Xochi, de mal modo.

—Nunca dije lo contrario —rezongóKessler, con cara de exasperación.

—Cállense o harán que llore otra vez —

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intervino Isolde, y salió de la habitación a todaprisa.

Lentamente, Ariel separó los dedos del fusil,aunque aún no lograba apartar los ojos de lapuerta cerrada con llave ni de las ventanas quehabían tapado con tanto esmero para que nadielas espiara.

Xochi y Kessler sacaron los bolsos de lasalacenas de la cocina y revisaron todo una vezmás para asegurarse de que estaban listas. Arieldejó su fusil en la mesa, a su lado, pero no seresignó a apartar la mano.

—Es posible que les hayas salvado la vida,Ariel —dijo Nandita detrás de ella, tan cercaque la muchacha dio un respingo al oír su voz.La miró con odio por encima del hombro, yluego fue hacia la cocina para ayudar con losbolsos—. Las demás se paralizaron —prosiguió—. Tú no. Te lo agradezco.

Kessler miró a Xochi con enojo, peroninguna de las dos dijo nada.

—Todavía no nos dices adónde vamos —dijo Ariel.

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—¿Acaso importa? —preguntó Madison,que entró con Arwen apoyada en la cadera—.Debemos irnos, no me importa adónde.

—Adónde vaya este grupo importa más quecasi cualquier otra cosa en el mundo —respondió Kessler.

Tenía cierta entonación irlandesa. Xochi, suhija adoptiva, era mexicana de nacimiento, perohabía vivido tanto tiempo con Kessler que,cuando se enojaba, hablaba con el mismoacento. Aunque en ese momento se le notómucho:

—Sabes que no se refería a eso, Erin.—Sí, tenemos que alejar a los niños de los

Parciales… —dijo Madison, pero callóbruscamente antes de terminar la frase. Arielsintió sobre sí los ojos de todas, pero no dijonada—. De los soldados Parciales —se corrigió—. Hoy teníamos la coartada perfecta, y aun asícasi nos descubren.

—No estoy sugiriendo que nos quedemos —repuso Kessler—. Simplemente concuerdo conAriel.

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Necesitamos saber adónde vamos.—Al mismo laboratorio donde estuve la

mayor parte del año pasado —respondióNandita.

—Eso no nos dice nada —protestó Ariel.—¿Y si capturan a alguna de ustedes? —

dijo Nandita con un suspiro—. Podríantorturarla, averiguar la ubicación y cortarnos elpaso incluso antes de llegar.

—¿Cómo esperas que sea este viaje? —preguntó Ariel—. Dos bebés, una anciana yapenas un poco de entrenamiento ensupervivencia. Nos mantenemos juntas solo paraseguir con vida, y si encuentran a una, nosencuentran a todas.

Nandita la miró enojada, pero al cabo de unrato de silencio le respondió.

—Antes del Brote había un laboratorio delgobierno cerca del extremo oriental de una islapequeñita; se llamaba Centro de Investigaciónde Enfermedades de Plum Island. Al estarseparado del continente, era el único lugarseguro para estudiar los organismos más

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contagiosos, pero resulta que ese mismoaislamiento lo salvó durante la guerra. Tienefuente de energía propia, sistema de reciclaje deagua y aire y un interior herméticamente sellado;no se ha venido abajo como todo lo demás. Alláhice esto —levantó la bolsita de cuero quellevaba colgada del cuello, que contenía unfrasquito de vidrio con un disparador químico: eldisparador que liberaría… algo en los cuerposde Ariel e Isolde. Nandita había pensado queera la cura del RM, pero dado todo loinesperado que había ocurrido con Khan, nopodía estar segura—. Si hay en el mundo unestablecimiento donde pueda estudiar y curar laenfermedad de Khan, es ese.

Instintivamente, Ariel supuso que la mujertenía también otras razones, pero no teníatiempo para pensar en eso. Entró Isolde, yKhan, en un raro momento de quietud, estabadormido contra su pecho, agotado. Isoldeparecía igualmente exhausta.

—¿Realmente puedes salvarlo? —lepreguntó Ariel, mirándola fijamente.

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—Nada me detendrá.Se observaron un rato, como midiéndose.

Ariel se preguntó qué estaría pensando laanciana, qué estaría interpretando en su rostro ysu actitud.

—Si realmente puedes curarlo —dijo—,nada me detendrá para ayudarte.

Y apenas lo hayas curado, te mataré.

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CAPÍTULO SIETE

El general Shon, líder de la fuerza invasoraParcial, desmontó de su caballo frente al puestode avanzada de Dogwood. Entregó las riendas asu asistente, Mattson. La Red de Defensahumana había utilizado Dogwood para patrullarEast Meadow y mantener las amenazas a raya,y ahora Shon lo usaba con el fin contrario:mantener a los humanos dentro de la ciudad. Alser el puesto más remoto, era también un sitioconveniente para guardar ciertas cosas que noquería que nadie, ni humanos ni Parciales,encontrara. En el patio, los datos que circulabanpor el enlace estaban cargados de ansiedad.Shon percibía irritación e incertidumbre de lossoldados, igual que los del resto del ejército; pero

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sobre todo estaban aterrados, y con razón.Aparentemente, los humanos habían liberado

un arma biológica, y Shon guardaba enDogwood los cadáveres de sus hermanosParciales que habían muerto por esa causa.

—¿Seguro que aquí no hay peligro, señor?—le preguntó Mattson.

—Si lo hubiera, no permitiría que nadieviniera —respondió Shon—. Entremos.

Trató de proyectar toda la fortaleza ycerteza que pudo, con la esperanza de que suejemplo inspirara a los soldados. En unasituación ideal, allí habría un general de verdad,no Shon; él era apenas otro soldado deinfantería, como ellos, creado para ser sargento,cuando mucho; pero la doctora Morgan lo habíaascendido tras el vencimiento de los otrosoficiales. Para los Parciales, la autoridad eramás que una cuestión de grado: era un hechobiológico. Un general podía comandar a sussubalternos por medio de datos en el enlace queimponían obediencia, y ellos, a su vez,transmitían esos datos con autoridad propia a los

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grados inferiores. Todos sabían cuál era su lugary por qué, y el sistema funcionaba. Ahora todoel ejército estaba desorientado, acéfalo, y Shonlo lamentaba más que nadie. Se obligó a dejar depensar en eso, decidido una vez más a reflejar lamayor seguridad que pudiera.

—General —dijeron los guardias, al tiempoque lo recibían con el saludo militar. Eranhombres que él había elegido específicamentepara Dogwood, y sabían que no debíanconfundirse por un soldado con uniforme degeneral. Les respondió el saludo, y le abrieron lapuerta del edificio principal. Salió un fuerte olora antiséptico, y un guardia le ofreció unamascarilla de papel para cubrirse la boca y lanariz.

Shon vaciló, pues no quería atenuar elenlace al restringir su respiración, pero elguardia sacudió la cabeza.

—Créame, señor, va a necesitarla. El enlacefunciona igualmente, solo un poco más débil.

Aceptó la mascarilla e hizo una seña aMattson para que hiciera lo mismo. Cuando

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entraron, los recibió una vieja amiga de Shoncon un breve saludo militar.

—Señor, bienvenido a Dogwood —Michelle,que era sargento, había conducido el vehículoblindado de transporte de personal en la Guerrade Aislamiento, y desde entonces habíanpeleado juntos en diez o doce campañasmilitares, la mayoría contra otros Parcialesdespués del Brote. Como Long Island no teníauna vía de acceso fácil para esos vehículosblindados, Michelle debía regresar al continentetras el éxito de la invasión inicial, pero Shonhabía pedido que se quedara como especialistatáctica. Ahora ella dirigía Dogwood. El matizfatigado de sus datos en el enlace le indicó aShon que estaba tan exhausta como él por lasexigencias del nuevo rango.

—Sargento —le respondió el saludo.—Gracias por venir, general —dijo Michelle

—. Ojalá pudiera darle mejores noticias.—¿Más víctimas?—Dos más, aunque todas las víctimas

estaban apostadas dentro de East Meadow.

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Tengo los cuerpos aislados, y envié a todos losde sus unidades a la Granja Duckett.

—¿Saben que están en cuarentena? —preguntó Shon, dando un suspiro.

—Saben que no pueden abandonar el lugar.Quizá sospechen la verdad, no lo sé. Aunque asísea, tal vez no estén al tanto de que se trata deun arma biológica.

—Estamos hechos genéticamente pararepeler cualquier enfermedad —dijo Shon—.Ahora que hay una que no podemos evitar, no séqué podrían pensar que es.

—Solo espero lo mejor, señor —respondióMichelle—. Hasta ahora ninguno se haenfermado, al igual que en las unidadesanteriores a las que pusimos en cuarentena, demodo que a menos que sean portadores de laenfermedad y no se les haya manifestado aún,creo que los salvamos a todos.

—Pero no a todos… —repuso Shon conpesar.

—No a todos. Vengan conmigo —los llevó auna habitación pequeña llena de trajes blancos, y

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siguió hablando mientras se colocaban los trajesprotectores encima del uniforme—. El médicollegó hace apenas dos días, pero ya hizoexcelentes avances para averiguar cuál es elarma biológica.

—Qué bueno —comentó el general.—Supongo que son avances —dijo Michelle

—, aunque tal como van las cosas, difícilmentese pueden considerar «buenos». Parece que lasampollas son resultado de una reacciónautoinmune: el arma biológica afecta nuestrofuncionamiento de modo tal que el cuerpo sevuelve alérgico a su propia piel; las célulasepiteliales no pueden conectarse entre sí comodebieran, y toda la epidermis empieza adesintegrarse. Hay una palabra para eso, perono la recuerdo; una palabra larga, de por lomenos cinco sílabas.

Shon la miró de reojo, confundido por lareprobación de sí misma que dejaba traslucir lasargento.

—Usted conoce muchas palabras de cincosílabas.

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Casi de inmediato, sintió su vergüenza en elenlace. Ella trataba de estar al tanto de todo, yhabía aprendido la palabra, pero estaba muylejos de su área de conocimiento, llevaba días sindormir y debería haber un médico o un general acargo de aquel puesto y…

—Está bien, Michelle —exclamó Shon,levantando la mano—. Sé que está haciendo lomejor que puede.

—Acantólisis —dijo ella enseguida, y susdatos en el enlace volvieron casi de inmediato auna calma profesional—. Lo siento, señor, novolverá a suceder.

—No es su trabajo saber los nombres de lasenfermedades. Para eso está el médico.Entonces, si esa… —Sacudió la cabeza,tratando de recordar la palabra, y finalmente sedio por vencido—. Si las ampollas sonprovocadas por una reacción autoinmune,supongo que eso las hace más difíciles de curar.

—Mucho más difíciles —respondióMichelle, al tiempo que abría una puerta quedaba a una escalera que conducía al sótano. Allí

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el olor a antiséptico era más fuerte, y losescalones forrados en plástico estaban húmedosde desinfectante. Shon se apretó más lamascarilla contra la boca y la nariz para no toser—. Pero todavía no le he dicho lo peor; el otrosíntoma primario es la piel áspera y escamosa,algo que el médico solo puede diagnosticar comoictiosis.

Shon analizó las raíces latinas de la palabray frunció el ceño, confundido.

—Pez. ¿Por las escamas, supongo?—Exacto. Pero la ictiosis no es contagiosa,

sino genética.—¿Genética? —Shon se detuvo en seco,

con una mano en el pasamanos de la escalera.—De alguna manera, los humanos lograron

hacer contagioso un trastorno genético.Mattson soltó una palabrota y Shon no pudo

sino estar de acuerdo con la expresión. Losdatos del enlace de Mattson y Michelle estabancargados de temor, detectable incluso a travésde la mascarilla.

Shon miró la puerta que había al pie de la

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escalera, que el equipo de Michelle habíaconvertido en una cámara de aire improvisada,recubierta de plástico y rodeada por sellos degoma. Sintió una oleada de inquietud y se detuvosolo un momento; el impulso de dar media vueltay huir era casi abrumador. Se le ocurrió que, sila mascarilla le permitía captar los datos delenlace, probablemente tampoco estabaprotegiéndolo de una enfermedad de transmisiónaérea. De todos modos, se la dejó puesta.

—Prosigamos.Michelle abrió la puerta y entraron.El sótano estaba sellado tan

meticulosamente como la puerta; no solo lasventanas, sino las paredes mismas tenían variascapas de plástico protector. La habitación estaballena de computadoras médicas voluminosas yhabía dos camas de hospital; en cada una habíaun Parcial cubierto de forúnculos y con la pieláspera y escamosa. Shon había contemplado laposibilidad de alojar a los pacientes y a losinvestigadores en el hospital de East Meadow,pero le preocupaba que la enfermedad se

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propagara, y quería mantenerla lo más lejosposible de la población Parcial de la isla.Entonces había tomado algunos paneles solaresdel hospital y los había montado allí, paraabastecer de energía los equipos médicos y losrecicladores de aire.

Además, había enviado a Dogwood a losmejores profesionales humanos, ya que todos losmédicos Parciales ya habían vencido.

—Le presento al doctor Skousen —dijoMichelle, al tiempo que lo conducía hacia unanciano vestido con bata y mascarilla.

El humano levantó la vista de su paciente,que estaba cubierto de sudor y se sacudía porlos espasmos, y miró a Shon con expresiónenojada. Este asintió, pero no se molestó enextenderle la mano.

—Ya nos conocemos —explicó—. Dígame,doctor Skousen, ¿tiene alguna hipótesis sobre lacausa de la enfermedad?

Shon apenas empezaba a entender todo elespectro de expresiones faciales humanas, perofue fácil identificar el odio que reflejaba el rostro

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del médico.—La única razón por la que estoy buscando

ese germen es para felicitarlo por matarlos demanera tan espectacular.

—Pero ¿está buscándolo? —preguntó elgeneral, irradiando ira por el enlace, aunquesabía que el humano no podía percibirla.

Skousen se limitó a mirarlo con furia, y alcabo de un momento Michelle respondió por él:

—Que nosotros sepamos, sí. Pero por lo queentendemos, bien podría estar haciendo pasesmágicos aquí abajo.

—No le está haciendo daño a nadie —repuso Shon, y sus ojos se detuvieron unmomento en la mirada fija de Skousen—. Él noes así —volvió a mirar a Michelle—. ¿Estándándole tiempo para estudiar nuestra resistenciaal RM a cambio de sus servicios, como ordené?

—Dos horas por día —gruñó Skousen—, sinacceso a mis apuntes ni a mi equipo del hospital.

—Puedo darle algo de eso —respondióShon—. Si Michelle da fe de su trabajo, puedotraerle algunos de sus apuntes desde East

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Meadow.—Y mi equipo.—No puedo arriesgarme a que conspiren

contra nosotros.—¿No acaba de decir que no soy así?—Confío en usted, doctor; en sus colegas,

no —respondió, negando con la cabeza.—Más tiempo, entonces —insistió Skousen

—. Dos horas al día no son suficientes; mi genteestá muriendo, y yo podría ser el único hombrevivo que puede ayudarla.

—Ya duerme apenas cuatro horas —dijoMichelle—. No nos extrañaría que uno de estosdías cayera rendido.

—¡Puedo hacer el trabajo si me dan tiempo!—Gruñó Skousen.

—Su prioridad es curar a estos Parciales —ordenó Shon.

—Eso ni siquiera se acerca a mi prioridad—respondió el doctor, y rio con frialdad.

—Muerto, no podrá curar a nadie.—Ya trataron de matarme —replicó—.

Hace trece años, cuando me ocupaba de todo

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un hospital lleno de víctimas del RM. ¿Esto leparece serio? —señaló a los Parcialesagonizantes, con mano temblorosa por la edad yla ira—. Cuando en esta sala se apilen tantoscadáveres que tengan que pisar a los muertospara alcanzar a los vivos, podrá decirme queesto es serio. Entonces podrá decirme que estoytrabajando demasiado y necesito descansar. Ysabrán cómo es que un monstruo invisible matea todos aquellos que alguna vez amaron, si esque son capaces de amar algo.

El pecho de Skousen estaba agitado, sucuerpo anciano temblaba por el arranque de ira.Shon lo observaba pasivamente, y se movió solopara detener a Michelle de un brazo cuando ellaavanzó enojada hacia el médico.

—Recuérdeme por qué confiamos en usted—dijo Michelle, con voz neutra, pero susemociones ardían como un incendio forestal enel enlace—. Esto es a causa de un arma que sugente creó…

—Aún no sabemos eso con certeza —lainterrumpió Shon.

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—… y usted es el único en esta isla quetiene los conocimientos médicos para crearlo —prosiguió la sargento, jalando su brazo paraliberarlo de la mano de Shon—. Debería estarcolgado de un semáforo para que se lo comanlos cuervos, no aquí, riendo a escondidas, viendopasar a sus víctimas como si fuera una reseñaen el noticiero.

—Él no lo creó —dijo Shon.—¿Por qué cree que me conoce tan bien?

—Skousen esbozó una sonrisa de desdén.—Porque cuando mi pelotón llegó a East

Meadow, usted estaba atendiendo a nuestrosescoltas heridos en su hospital. Porque siguióhaciéndolo incluso después de que empezamoscon las ejecuciones de Morgan —Shon habló entono suave y llano—. Porque es un sanador, ynos odia, pero nos cura de todos modos.Recuerda demasiado bien el RM. No podríacrear una enfermedad nueva aunque quisiera.

El doctor le devolvió la mirada conferocidad, pero pronto empezó a aflojarse.

—Desde hace trece años sueño todas las

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noches con verlos muertos, pero no así. Nadiedebería morir así.

Michelle dejó de esforzarse por alcanzar alanciano, y Shon disminuyó la presión sobre subrazo. Los recicladores de aire emitían un fuertezumbido de fondo, que llenaba la oscurahabitación forrada de plástico con un siseoinsensible.

—¿Sabe cómo curar esto? —preguntóShon, señalando con un gesto a los soldadosmoribundos.

—Apenas sé cuál es la causa —susurróSkousen.

—Michelle dice que es un trastornogenético.

—Dos distintos, si estoy interpretando losdatos correctamente —respondió el médico—.Podría ser un arma biológica, pero a estasalturas hay que contemplar la posibilidad de quesea un… desperfecto. Un error de fábrica en suADN, posiblemente relacionado con su fecha devencimiento.

—El vencimiento tiene otro aspecto —

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replicó Shon.—En toda su historia no hubo nada que

tuviera este aspecto. Tenemos que basarnuestras teorías en el análisis, no enantecedentes.

—Entonces, ¿cuál es la causa? —insistióShon—. ¿Por qué está apareciendo solo en EastMeadow, y solo en determinados cuadrantes?Todos los enfermos que hemos visto proveníande una de dos zonas de patrullaje, que sesuperponen en un área muy específica de laciudad; tiene que ser ambiental.

—Todas las víctimas aparecieron en losúltimos cuatro días —respondió Skousen—. Esuna enfermedad demasiado nueva como parahacer suposiciones al respecto; algo que pareceuna tendencia podría ser simplemente unapeculiaridad exagerada por el reducido tamañode la muestra.

Se oyó una alarma amortiguada por elcielorraso aislado, apenas audible. Michellelevantó la vista inmediatamente.

—Nuevas víctimas.

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—Maldición —Shon se dirigió a la puerta,pero Michelle le bloqueó el paso.

—El proceso de desinfección para salir deesta sala toma diez minutos. Esperemos —suspiró—. De todos modos, las traerán aquí.

Aguardaron, con una impotenciainsoportable, escuchando los gritos y pasosarriba. Por fin se abrió la puerta y entraron dossoldados con máscaras antigases que traían arastras a un Parcial tambaleante y cubierto deampollas. Skousen los ayudó a subir al hombreen una mesa, y Shon utilizó el enlace paraexigirles un informe.

—La misma patrulla que los otros —dijo elprimer soldado, al tiempo que hacía el saludomilitar—. Los síntomas aparecieron hace unasdos horas; lo trajimos apenas su unidad losinformó.

—¿Pusieron a los demás en cuarentena?—Están en el patio —respondió el soldado

—. Sabíamos que usted querría hablar con ellosprimero.

—¿Cómo se llama, soldado? —preguntó

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Shon, acercándose al enfermo.—Chas —respondió el hombre, con los

dientes apretados y el cuerpo temblando—. Eldolor es…

—Vamos a hacer todo lo que esté a nuestroalcance por usted —le aseguró el general, y sevolvió hacia Michelle—. Quédese aquí; averigüetodo lo que pueda de él. Necesito ir arriba arecibir el informe de los demás —miró aSkousen—. Investigue por qué está pasandoesto.

—Tráigame mis apuntes —respondió elhumano con voz firme.

—No tenemos tiempo para esto.—Entonces, deme lo que quiero —insistió.Una vez más, el general sintió sobre sus

hombros el peso imposible de su tarea, queamenazaba con molerle los huesos hastahacerlos polvo contra el suelo. Invadir la isla,subyugar a los humanos, encontrar a esa talKira, matar a los humanos y controlarlos… yahora, silencio. Las órdenes de Morgan sehabían ido apilando como cadáveres; luego había

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encontrado a la muchacha y se había encerrado,sin dar nuevas órdenes. A Shon le faltabaentrenamiento, personal, y estabacompletamente solo, y ahora la situación en laisla se descomponía en forma más rápida ycatastrófica que lo que podía manejar.

Se despidió de Skousen con un levemovimiento de cabeza tras prometerle susapuntes, y se dirigió a toda prisa a la cámara dedesinfección, donde él, Mattson y los dossoldados que acababan de llegar se lavaron,inclusive las botas y los trajes plásticos, conproductos químicos fuertes. Shon arrojó sumascarilla con asco y tomó una nueva antes desalir al exterior a hablar con el resto de lapatrulla de Chas.

Lo que encontró en el patio no era niremotamente lo que esperaba ver.

Los soldados que estaban en el patioestaban formando un amplio semicírculo, losguardias de Dogwood y la patrulla visitantemezclados casi al azar, con los fusiles levantadosy las miras puestas fijamente en una… cosa…

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que estaba en medio del patio abierto.Desenfundó su pistola mientras se acercaba,

y se quedó mirando con espanto aquello queestaba frente a él. Tenía forma de hombre, almenos vagamente: dos brazos, dos piernas,tronco y cabeza; pero medía por lo menos dosmetros y medio, tenía un pecho ancho y sólido ybrazos gruesos y fuertes. Su piel era oscura, deun tono negro violáceo, y acorazada como elcuero de un rinoceronte. Tenía garras en losdedos de las manos y los pies, y su cabezamaciza era lo más inhumano de todo: sin pelo,sin nariz, con una boca irregular y dos hoyososcuros por ojos, que observaban todo ensilencio. Shon se puso a la altura de los soldadosen el semicírculo, con el arma apuntada; sumente apenas lograba comprender lo que veía.

—¿Qué diablos es eso?—No tengo idea, señor —susurró el soldado

que estaba a su lado—. Está… esperándolo austed.

—¿Habla?—Si quiere llamarlo así.

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Shon miró por encima del hombro y vio aMattson, que también había desenfundado supistola. Volvió a mirar a la criatura, tragó enseco y se adelantó. La criatura lo observó, sinmoverse.

—¿Quién es usted? —le preguntó, dandootro paso.

—He venido a hablar con su general.La criatura tenía una voz profunda, que

resonó en el pecho de Shon como un terremotoy reverberó en su mente con asombrosaclaridad. No parecía haber usado la boca enabsoluto.

—¿Cómo es que está usando el enlace? —retrocedió Shon, conmocionado.

—He venido a hablar con su general.—Yo soy el general —dijo, volvió a

adelantarse y bajó ligeramente la pistola paramostrar su uniforme—. Puede hablar conmigo.

En el cuello de la criatura se abrieron unoshuecos anchos que inhalaron como si fueranaletas, o como el orificio nasal de una ballena.

—Usted no es general.

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—Ascenso forzoso —explicó Shon—.Todos nuestros generales han muerto —sintióuna oleada de confusión tan intensa que estuvoa punto de soltar la pistola, y vio en su visiónperiférica que los demás soldados setambaleaban por el mismo efecto. Se enderezó ytrató nuevamente de proyectar toda la fuerza yla seguridad que podía.

—¿Qué quiere decirnos?—Vine a decirles que la Tierra está

cambiando —resonó la voz. Trasladó su peso deuna pierna enorme a la otra, y siguió hablandosin abrir la boca—. Deben prepararse.

—¿Para qué?—Para la nieve —dijo. Luego dio media

vuelta y se alejó.—¿La nieve? —Shon dio un paso para

seguirlo, confundido por la extraña declaración,y más aún por la súbita partida—. Espere, ¿aqué se refiere? ¿Al invierno? ¿De qué habla?¿Qué es usted?

—Prepárense —dijo la criatura, mientrasvolvían a abrirse las hendiduras sobre sus

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clavículas.De pronto, Shon se tambaleó, fatigado. Su

cuerpo perdió sensibilidad y sus ojos seesforzaron por mantenerse abiertos. Trató dehablar, pero todo se puso oscuro y a sualrededor los soldados caían de rodillas y sedesplomaban en el suelo.

Logró emitir otro «Espere» antes de que lovenciera la agobiante necesidad de dormir, y susojos se vieron obligados a cerrarse. Lo últimoque vio fue la espalda del monstruo alejándoselentamente.

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CAPÍTULO OCHO

—No sirves —dijo la doctora Morgan. Tenía lamirada fija en las pantallas de la pared, repletasde datos sobre la biología de Kira, su sistemainmunológico, su ADN, todo.

Llevaban semanas investigando juntos,Morgan, Vale y Kira, desde todos los ángulosposibles, y no habían encontrado nada. En susgenes no había nada que pudiera detener osiquiera retardar el vencimiento, nada quepudiera salvar a los Parciales de la muerte. ParaKira era una pérdida desgarradora, y se quedótendida en la mesa de operaciones ya sinenergía física, ni mental, y en absolutoemocional. Se sentía como un nervio en carneviva, expuesta y desesperada, tan inútil como

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decía la doctora. Observó su rostro en lapantalla de la pared, de costado desde superspectiva, demacrado, pálido y cubierto decicatrices y vendajes de una docena de cirugíasinvasivas diferentes. Su rostro era como unalter ego que la había traicionado; su propiocuerpo era un acertijo sin solución y un enemigoimplacable.

A Morgan, el alcance de la sentencia lagolpeó como una marejada. Gritó confrustración y por fin se dio por vencida, y en unacceso de ira desenfundó su pistola y disparó ala pantalla; esta se fracturó, formando unatelaraña irregular de colmillos brillantes yperversos. La imagen permaneció, aunquedividida en fragmentos dentados, y Kira vio surostro súbitamente agrietado y refractado: un ojoen este pedazo, un mechón de cabello en aquel,una comisura de la boca agrandada, separada ysin sentido.

—¡No sirves! —volvió a gritar Morgan. Sepuso de pie y giró, apuntándole con la pistola,pero el doctor Vale se ubicó delante de ella de

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un salto, tratando con desesperación de calmar ala científica enfurecida. Kira, por su parte,estaba demasiado abatida como para moverse.

—Sé razonable, McKenna.—¿Cuánto tiempo perdí con ella? ¡Cuántos

Parciales han vencido mientras yo estaba aquí,desperdiciando días en un callejón sin salida!

—Ella no tiene la culpa —dijo Vale—. Bajael arma.

—Pues entonces, ¿quién la tiene? —rugió,mientras ponía el arma en la cara de Vale; luegose volvió hacia la pantalla dañada y le disparótres tiros más: pum, pum, pum, una terapia dedestrucción que hizo añicos los restos del rostroproyectado de Kira—. Si alguien tiene la culpa,somos nosotros —dijo, esta vez en tono másbajo, pero igualmente furiosa—. Incluso yo,aunque en aquel entonces solo conocía la mitaddel plan. Armin, tal vez, porque parece que erael único que lo sabía todo, pero ya no está —gruñó y arrojó la pistola al suelo—. No puedomatarlo de un tiro —sujetó el borde de unamesita rodante y Kira se preparó, esperando que

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la mujer la arrojara a un lado y desparramarabisturíes y jeringas por todo el piso de mosaicosblancos, pero la ira de esta parecía estarcediendo. En lugar de arrojar la mesa, se apoyóen ella—. No importa quién tiene la culpa. Loúnico que podemos hacer ahora es buscar otrapista —se quedó mirando las computadoras, obien a través de ellas hacia algo que estaba másallá, pero en sus ojos no había esperanza.

Kira se cubrió más los hombros con la finamanta de cirugía y se acurrucó de costado sobrela mesa.

Observó a Vale, que tenía la boca abierta yse preparaba para hablar pero se contenía,mirando a Morgan como si estuviera tratando dearmarse de valor. Su vacilación la hizo enojar,mucho más de lo que la acción justificaba, losabía; pero tenía los nervios en carne viva. Riocon sarcasmo y le dijo con voz ronca:

—Dígalo y ya.—¿Qué cosa? —le preguntó Vale.—Lo que sea que está queriendo decir.

Toda la mañana ha estado a punto de hacerlo;

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dígalo y ya.—Es solo que… —El médico respiró hondo,

luego hizo una mueca, sin dejar de mirar la nucade Morgan—. Mira, no quiero que lo tomes amal; no quiero decir que te lo advertí…

—Ni siquiera empieces —lo interrumpióMorgan.

—… pero pienso que necesitamoscontemplar la posibilidad de que hayamosapostado al caballo equivocado, por así decirlo—prosiguió él, a pesar de la advertencia—. Lasdos especies están muriendo, y conocemos lacura para una de ellas; concentrémonos en esay salvemos a todos los humanos que podamos…

—¿Y dejar morir a los Parciales? —preguntó Morgan, en tono imperativo—.¿Doscientas mil personas en cuya creacióncontribuimos, prácticamente hijos nuestros, yquieres que no hagamos nada? ¿O, aún peor,que los esclavicemos? ¿Como era tu planmaestro? ¿Encerrarlos en un sótano como…insumos?

¿Una cura temporal para la especie

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afortunada a la que nos dignamos salvar?—Ya no podemos seguir buscando opciones

con las que todos estemos de acuerdo —dijoVale—. Todos están muriendo. Se nos acaba eltiempo, esto es un callejón sin salida y no creoser un monstruo al sugerir que necesitamosdedicar el poco tiempo que nos queda a aplicarla única solución que cualquiera de nosotroshaya logrado descubrir.

—La cura del RM también es un callejón sinsalida —intervino Kira—. En diez meses todoslos Parciales habrán desaparecido, y con ellos lacura, y nada de esto va a tener importancia —volvió a pensar en Samm, y sintió ansias devolver a verlo antes de que venciera. Pero élestaba al otro lado del continente, y losseparaban un páramo tóxico y un par depromesas solemnes.

—Por eso tenemos que actuar ahora —insistió él—. Extraer cuanto podamos de la curay almacenarla para el futuro, para darnos tiempomientras buscamos otra solución.

—Nos quedan diez meses… —dijo Morgan.

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—Diez meses no son nada —suspiró Vale,como si su argumento fuera obvio.

—Pero aun así podríamos hacerlo —siseóMorgan—, y cuando terminemos, los humanosseguirán aquí.

—Cállense los dos —dijo Kira, mientras seobligaba a sentarse. No había nada que desearamás que acostarse, curarse de aquellas semanasde cirugías, cerrar los ojos y dejar que todoaquel problema desapareciera, pero no podía.Jamás había podido desentenderse de nada, ypor más que se maldijera ahora, se obligó alevantarse, apretó los dientes y puso los pies enel suelo—. Cállense —repitió—. Pelean comomis hermanas, y no estoy de humor —seenvolvió en la manta, temblando por el frío de lahabitación, y se dirigió a una de las pantallas depared que quedaban intactas—. Somos médicos,maldición; comportémonos como tales.

—Es lo que estamos haciendo desde hacesemanas —replicó Vale—. Creo que nosmerecemos un poco de autoconmiseración.

—Y solo dos de nosotros somos médicos —

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acotó Morgan, con sarcasmo—; y tú no eresuno de ellos.

—Solo dos de nosotros descubrimos la curadel RM —repuso Kira, observando losmonitores—. Adelante: recuerde cuáles dos.

Morgan sonrió con desdén, pero al cabo deun rato se dirigió a la puerta a grandes pasos.

—Los dejo para que sigan compadeciéndosede ustedes mismos —le dijo a Vale—. Yo tengotrabajo que hacer —salió hecha una furia ycerró dando un portazo.

—Me da muchísimo gusto que alguien lehaga frente a esa arpía —comentó Vale—, perono cabe duda de que en este momento es lamujer más poderosa del mundo. Debes cuidaresa lengua.

—Me han dicho eso toda mi vida —respondió Kira, apenas prestándole atención.Tenía la mirada fija en la enorme pantalla y ensu mente estaba catalogando los datos, en buscade algún orden en el caos, alguna clave perfectay decisiva que armara el rompecabezas y lediera sentido—. ¿Qué ve aquí?

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—Toda tu vida, reducida a números. Tasasde degeneración celular, secuencias genéticas,niveles de pH, recuentos de glóbulos blancos ymuestras de médula…

—La respuesta no está aquí —dijo Kira.—Por supuesto que no.Ella sintió una diminuta chispa de

entusiasmo; empezaba a recuperar aquellaemoción de resolver un acertijo.

—Pero este es el estudio biológico másexhaustivo que haya visto. No son solo misdatos, sino años de estudios sobre Parcialessanos y en proceso de vencimiento, además desujetos humanos y todo lo demás.

Podrá acusarla de lo que quiera, pero nopuede negar que es espectacularmenteminuciosa.

—Lo tomas como si fuera una buena noticia—observó Vale—, pero lo que dices no hacemás que empeorar nuestra situación. Morgan esuna científica brillante; lleva más de una décadarecolectando estos datos, y aun así la respuestano está aquí. Si ya buscaste en todas partes y no

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encuentras la respuesta, la respuesta no existe.El vencimiento no tiene cura.

—¿Sabe cómo encontré la cura del RM? —preguntó Kira, dando media vuelta, y con ojosencendidos de entusiasmo.

—Capturando a un Parcial y haciendoexperimentos con él. Lo cual le da a tu situaciónactual un matiz kármico interesante.

—Hicimos todo lo que Morgan ha hechopara resolver el vencimiento —explicó ella, sinhacer caso a la burla—, y nos topamos con lamisma pared: habíamos probado todo, habíamosfracasado en todo, y pensábamos que no nosquedaba nada. Descubrimos la cura porque labuscamos en un Parcial, y la buscamos en unParcial porque, literalmente, era el único lugardonde aún no habíamos buscado. No teníasentido, no se infería de ninguno de los datos quehabíamos recopilado; fue apenas unacorazonada, una jugada desesperada, pero dioresultado, por puro proceso de descarte. Si unoya buscó en todas partes y aun así no encuentrala respuesta, es que todavía no ha buscado en

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todas partes.Vale se acercó a la pantalla, observando las

palabras y los números que allí resplandecían.—Sé que los miembros del Consorcio se

guardaban muchos secretos entre sí —comentó,empezando a participar más activamente en elrazonamiento de Kira—. Pero te aseguro que nohay más especies misteriosas que podamoscapturar y estudiar.

—Eso no es cierto —repuso Kira—. Ennuestro viaje a la Reserva, nos atacaron unosperros que hablaban.

—Los Perros Guardianes no son la cura —dijo Vale, al tiempo que daba unos golpecitos enla pantalla para abrir un archivo sobre losanimales seminteligentes—. Aunque no lo creas,Morgan ya los estudió para ver si tenían lamisma fecha de vencimiento que los Parciales.No tienen ninguna cura incorporada.

—Y precisamente por eso, este gigantescoconjunto de datos inútiles es un regalo del cielo.Es como una hoja de ruta que muestra solo elnoventa y nueve por ciento de un país. Lo único

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que tenemos que hacer es descubrir qué es loque falta en el mapa, y allí estará la respuesta.En el uno por ciento del territorio que todavía nohemos estudiado.

—Veamos —dijo él, sin mucho entusiasmo,mientras ojeaba una lista de carpetas—, ¿quéfalta aquí? —Se detuvo al ver que un simplegolpecito hacía que se abriera una cascada deinnumerables carpetas en la pantalla—. ¿Cómovamos a saber siquiera por dónde comenzar?

—Empecemos por pensar en las personas,no en los números —repuso ella—. Estos no sonsolo datos: son los datos de Morgan, recabadossobre la base de sus propias suposiciones. Y ellano buscaba un fenómeno natural y aleatorio;sino algo creado por otra persona: por ArminDhurvasula. Él tenía un plan para todo, eso dijousted; entonces, lo que tenemos que hacer esaveriguar cuál era ese plan.

—Si tu plan consiste en que le leamos lamente a un científico loco ya muerto que tal vezhabía encontrado una solución para salvar almundo, tal vez, voy a sugerirte que mejor

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pensemos en otra cosa.—No se trata de leerle la mente a nadie —

respondió Kira—; solo… piénselo. ¿De quérecursos disponía Armin para trabajar?

—De toda la industria de la ingenieríagenética.

—Dividida en un subconjunto específico deherramientas. Cada uno de ustedes, en elConsorcio, tenía una tarea específica, ¿cierto?¿Cuál era la de él?

Vale entornó los ojos, como si de prontoviera la viabilidad del razonamiento de Kira.

—Se ocupaba de las feromonas… delsistema de enlace.

Ella hizo una mueca y abrió las carpetas dela investigación sobre las feromonas. Era una delas subdivisiones más grandes del banco dedatos.

—Morgan investigó todos los aspectos delas feromonas que se le ocurrieron —dijo,sacudiendo la cabeza al tiempo que revisaba lalista de temas: Comunicación, Tácticas,Vulnerabilidades. Había decenas de carpetas,

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cada una con decenas de subcarpetas,respaldadas por una montaña de apuntes,experimentos, imágenes y videos—. Esimposible que se le haya escapado algo.

—Se le escapó la cura del RM —recordóVale.

—Cierto, tiene razón —Kira casi se ríe—.Pero aun así, eso no hace que sea más fácil dedilucidar.

—Entonces ahora tenemos que pensarcomo McKenna Morgan —dijo Vale—. ¿Porqué pasó por alto la cura entre todos estosdatos?

—Porque no estaba buscándola. Trataba deresolver el vencimiento Parcial, no lasusceptibilidad humana al RM; por eso nunca sele ocurrió buscar en la otra especie.

—O sea que quizá deberíamos investigartambién a la otra especie… —Él se puso lasmanos sobre la boca y respiró por entre losdedos; era un tic nervioso que Kira habíaobservado varias veces en las últimas semanasde investigación. Se quedó mirando los datos—.

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Enfoquémoslo desde esta perspectiva: a Morganse le escapó la conexión porque no esperabaque Armin hiciera de una especie la cura para laotra. Pero esto no puede ser tan sencillo comorevertir esa misma situación, porque esimposible; él pudo esconder la cura de loshumanos dentro de los Parciales porque creó alos Parciales. Desarrolló el sistema deferomonas que tiene incorporada la curahumana. Pero obviamente no desarrolló elgenoma humano, y a menos que hayaimplementado algún programa de modificacionesgenéticas a gran escala del que no sepamos…

—¡Maldición! —exclamó Kira.—Te dije que cuidaras esa lengua —le

recordó Vale.—¡Sí lo hizo! —dijo ella. Prácticamente

temblaba de entusiasmo al digerir la revelación—. Un programa a grandísima escala, a escalamundial, que alcanzó a todos los humanos y losalteró, delante de nuestras narices; sembró enellos agentes biológicos activos, cada uno de loscuales llevaba su propio ADN, hecho a la

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medida. Si quería esconder la cura para losParciales dentro de los humanos, tuvo laoportunidad perfecta para hacerlo.

Vale se quedó mirándola, con el rostrodesencajado por la confusión, hasta que depronto abrió la boca y los ojos se le abrieron almáximo. Se esforzó por hablar, pero estabacompletamente mudo de asombro.

—¡Maldición!—Ya lo creo.—El RM —dijo Vale; se volvió hacia una

pantalla de pared y se sujetó la cabeza, como sipensara que el cerebro le iba a explotar—. Cadaser humano es portador del RM. Usó el virusmás contagioso del mundo para implantar lacura en el último lugar en que a alguien se leocurriría buscarla.

—Puede ser —Kira asintió—. No losabemos con certeza. Pero es un comienzo.

—Pues entonces, a trabajar.

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CAPÍTULO NUEVE

Kira leyó los archivos de la doctora Morgan sinparar para dormir, sin salir de la sala, sin siquieradetenerse para comer. La implacable científicahabía estudiado el RM, pero solo en formaperiférica, y nunca en el contexto delvencimiento Parcial. La mayor parte de suinvestigación sobre el tema tenía que ver con laFeromona 47, la partícula misteriosa a la queKira había apodado Acechadora, porque noparecía tener una función. La hipótesis deMorgan había sido que la Acechadora podíaprovocar el RM, o dispararlo de alguna maneraen un humano portador del virus que aún nohubiera manifestado los síntomas. Kira habíadeducido (más de un año atrás, cayó en la

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cuenta) que en realidad la Acechadora era lacura de la enfermedad, pero había llegado ahacer la conexión únicamente porque habíapasado meses estudiando el RM en sí. Morgannunca había hecho eso.

Los registros contenían además bastanteinformación sobre las otras facciones Parciales,las cuales todavía se resistían al predominio deMorgan, y Kira leía esos datos de vez encuando, como un recreo entre los interminablesestudios biológicos. Las facciones rivales erandemasiado pequeñas como para que los ejércitosmás numerosos se molestaran en atacarlas, yahora que las fuerzas de Trimble se habíanincorporado a las suyas, Morgan parecíaignorarlas por completo. Cada una tenía unaubicación aproximada señalada en el mapa, yuna o dos líneas que explicaban los motivos porlos que no apoyaban a Morgan: «No están deacuerdo con nuestros métodos»; «Se oponen alos experimentos médicos»; «Formaron unnuevo culto pacifista», y así sucesivamente. Elgrupo más cercano se conocía como los Ivies, y

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estaba en alguna parte del norte de Connecticut.Kira revisaba cada dato nuevo con fascinación,asombrada no solo por la variedad, sino tambiénpor lo que compartían los grupos: enfrentados ala disyuntiva de apoyar a la doctora Morgan omorir a causa de la fecha de vencimiento,elegían lo segundo.

Ninguno de esos grupos tenía planes firmesde resolverlo por su cuenta, o si acaso los tenían,no figuraban en los archivos de Morgan. Sepreguntó si aquellos archivos tenían un puntociego debido al orgullo, o si realmente las otrasfacciones estaban dispuestas a morir.Aparentemente, Trimble había estado esperandoque algo se presentara y lo resolviera todo.¿Acaso los demás eran iguales?

¿Tenía alguien, en fin, alguna esperanza desalvación?

Mientras revisaba los archivos médicos, sumente volvía una y otra vez a Arwen, la bebé ala que había salvado del RM. Pero no: ya no erauna bebé; aquello había ocurrido más de un añoatrás. Ya estaría caminando. Aparte de las

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pocas veces que había visto a los niños de laReserva, no había visto un niño de esa edaddesde el Brote, hacía más de trece años, yaunque había estudiado los procesos delembarazo y el parto con todo detalle, se diocuenta de que no sabía casi nada sobre lainfancia en sí.

¿Con qué rapidez crecían los niños? ¿Arwenestaría caminando ya? ¿Y hablando? Nunca sehabían ocupado del tema del desarrollo en lainfancia, ni ella ni nadie. Madison lo estaríaaprendiendo todo por primera vez.

Sintió una oleada de desesperación al pensarque la vida diminuta y preciosa de Arwen nisiquiera tendría importancia si no hallaba lamanera de curar a todos por completo.

Volvió a enfrascarse en sus estudios,decidida a hacer exactamente eso.

El RM era un virus asombrosamentecomplejo que pasaba por múltiples etapasdurante su ciclo vital.

Cuando estaba estudiando a Samm —hacebastante, pensó con tristeza— había

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denominado a esas etapas Espora, Burbuja yDepredadora. La Espora era la versión másbásica del virus, creada dentro del sistemarespiratorio Parcial, de donde pasaba al aire y, ala larga, a un cuerpo humano. Apenas ingresabaen el torrente sanguíneo, por lo general despuésde que los pulmones la absorbieran, setransformaba en la Depredadora: una asesinaimplacable que solo buscaba reproducirse ydesarrollar más Esporas; atacaba al huésped yprácticamente lo devoraba vivo,descomponiendo cada célula y tejido queencontraba, en una carrera desenfrenada porpropagar la enfermedad a tantos nuevoshuéspedes como fuera posible.

Llevado a su conclusión extrema, eseproceso podía reducir un cuerpo humano a puré,pero obviamente la persona infectada moríamucho antes, a medida que sus órganos ysistemas internos se deterioraban.

De hecho, la mayoría moría de fiebre, puessu cuerpo se defendía con tanta violencia queacababa por freírse desde adentro.

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A pesar de lo letal que era la Depredadora,los médicos humanos sabían muy poco de ella,simplemente porque mataba con demasiadaeficiencia. Cualquiera que viviera lo suficientecomo para ser estudiado a conciencia erainmune desde el principio (un porcentajeincreíblemente pequeño de la población) o bienestaba infectado con la tercera etapa del virus,la que Kira había denominado Burbuja.

Ella había pensado que la Burbuja era laasesina, pero en realidad era una combinaciónde dos partículas distintas: así como la Esporareaccionaba con la sangre humana y seconvertía en Depredadora, la Depredadorareaccionaba con la Acechadora, la misteriosaFeromona 47, y se convertía en la Burbuja: unaversión gorda, inofensiva, casi completamenteinerte del virus. Los Parciales exhalaban laenfermedad, pero también exhalaban la cura, ypodían transmitirla al estar en proximidad de unhumano.

Vale y Morgan insistían en que el Consorcionunca había tenido la intención de que el RM

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destruyera a la raza humana, y probablementese referían a la Depredadora. Pero el RM hacíasu trabajo demasiado bien, mucho mejor de loque nadie había esperado, y la enfermedad sehabía propagado con demasiada rapidez entrepersonas que no estaban cerca de ningúnParcial. Graeme Chamberlain lo había diseñado,y poco después se había suicidado, de modo queno se podía confirmar si lo había hecho apropósito o no. Pero la interacción clave, laparte más importante del proceso, era esatercera etapa. La Burbuja. Revelaba muchoacerca del Consorcio, y de su plan, y del hombreque la había desarrollado.

Armin Dhurvasula. El padre de Kira.A Kira aún le faltaba encontrar una

conexión sólida entre el RM y el vencimiento,pero tenía algunas pistas. En primer lugar, sabíapor el doctor Vale que el propósito del virushabía sido atar a la humanidad intrínsecamente asus hijos artificiales. Los Parciales eran seresque pensaban y sentían, y no se podía permitirque la raza humana los descartara como a

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herramientas usadas cuando ya no tenía másutilidad para ellos. Al insertar la cura del RMdentro de los Parciales, estaban dejando bienclara la solución del problema: los humanos quedescartaran a los Parciales se enfermarían, perolos que los aceptaran estarían bien. LosParciales exhalarían la cura, los humanos lainhalarían, y todos estarían sanos. Y si laDepredadora hubiera sido menos letal, ese planprobablemente habría dado buen resultado.¿Acaso el mismo plan habría salvado también alos Parciales?

Si ella estaba en lo cierto, en alguna partedel ciclo vital del virus del RM estaba la cura delvencimiento. Obviamente no en la Espora, puesen ese caso los Parciales podrían curarse solos;tampoco estaría en la Depredadora, porque lamera presencia de los Parciales la retiraba deltorrente sanguíneo.

No, las curas parecían estar diseñadas demanera tal que se activaban solo cuando lasespecies se mezclaban, por lo tanto lo quebuscaba estaría escondido en la Burbuja. Los

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Parciales darían la Acechadora a los humanos,con lo cual los salvarían, y luego estos lesdevolverían el favor aportando otra cosa, pero¿qué? ¿Acaso había una cuarta etapa del virusque ella aún no había encontrado? ¿Habíaalguna otra interacción que no había visto? Erafactible que algunos de los Parciales que habíanpasado mucho tiempo cerca de los humanos yahubieran estado expuestos a la cura, pero laúnica manera de comprobarlo era esperar hastasu fecha de vencimiento y ver si morían.

Abrió un archivo nuevo en la medicomp ytomó nota para revisar los registros en busca dealgo así, pero no abrigaba muchas esperanzas; sialguno había sobrevivido al vencimiento, seríauna noticia mucho más notable. De todosmodos, muy pocos Parciales habían estadocerca de los humanos en los últimos once años.Los que habían participado en la ocupación deEast Meadow habían tenido mucho contacto,pero ¿sería suficiente? ¿Cuánto se necesitaría?¿Cuánto tardaría en hacer efecto? Habíademasiadas variables, y el tiempo se acababa;

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los datos de observación no bastaban. Ellatendría que poner a prueba su teoríadirectamente, y eso significaba laexperimentación: necesitaría obtener unamuestra de la Burbuja y exponerla a la fisiologíaParcial.

Era un buen plan. Era el único que podíaimplementar. Pero una parte de sí sentíarepugnancia por las medidas que tendría quetomar para llevarlo a cabo.

—Necesitamos secuestrar a un humano.Vale apartó la vista de la pantalla de su

medicomp; esta contenía una repetición de losmismos datos que Kira venía estudiando desdehacía varios días. Se quedó mirándola unmomento, parpadeando mientras sus ojos seadaptaban para enfocar su cara en vez de lapantalla.

—¿Disculpa?—Necesitamos hacer pruebas con un

humano —le explicó—. Tenemos que estudiarlas interacciones entre el virus del RM en sutercera fase y un Parcial vivo, y la única manera

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de obtener el RM en su tercera fase es pormedio de un humano. Yo no soy tal y usted yase aplicó modificaciones genéticas para hacerseinmune. El único modo de conseguir lo quenecesitamos es por medio de un humano; no meagrada, pero es médicamente inevitable. Lo queaverigüemos con este experimento podría salvaral mundo.

Vale siguió mirándola un momento más, conrostro inexpresivo, hasta que por fin frunció elceño y se volvió del todo hacia ella.

—Disculpa mi incredulidad, pero ¿eres lamisma muchacha que me llamó monstruo pormantener prisioneros a unos Parciales con laexplicación de que era médicamente inevitable?

—Ya le dije que no me agrada. Y solo hablode tomar muestras de sangre, no de inducir unestado de coma en los pacientes durante años yaños…

—¿Y eres también aquella muchacha quefue a su vez secuestrada y estudiada? ¿En estemismo establecimiento?

Kira apretó los dientes, frustrada con él por

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oponer resistencia, pero también consigo mismapor hacer la sugerencia. La desgarraba el solohecho de pensarlo, pero ¿qué otras opcioneshabía?

—¿Qué quiere que le diga?—No sé —respondió él con voz perdida y

fatigada—. No busco una respuesta específica;solo estoy… sorprendido. Y un poco triste,supongo.

—¿Triste porque es la única opción que nosqueda?

—O quizá porque acabo de presenciar lamuerte de la última persona idealista quequedaba en el mundo.

Ella apretó los puños, tratando de serenarsemientras las lágrimas amenazaban con salir.

—Si logramos encontrar la interacción entrelas especies, en la que el RM sea el catalizadorde ambas curas, podemos salvar al mundo. Atodos. ¿Acaso eso no vale cualquier sacrificioque podamos hacer?

—Cuando te entregaste voluntariamente aesta investigación eso fue un sacrificio —señaló

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Vale—. No me agradó, pero te admiré por ello,pero ahora…

—Ahora tenemos menos tiempo aún paradebatir la parte ética…

—Estás hablando de otra persona —lainterrumpió, levantando la voz—. Veo que meequivoqué con respecto a ti, porque no estabasentregándote por una causa: simplementeestabas obsesionada, tanto como Morgan, y sololo hiciste porque no tenías a nadie más a quienentregar.

Las lágrimas de Kira ahora eran reales y lecorrían, calientes, por las mejillas cuando le gritó:

—¿Por qué se opone tanto a mí?—¡Porque sé lo que se siente! —rugió el

médico. Se quedó mirándola, con el pechoagitado por la fuerza de su emoción, y ella lomiró en un silencio atónito. Vale respiró algunasveces más, y luego habló en tono más suave—.Sé lo que es traicionar la propia ética, la propiahumanidad, todo lo que nos hace lo que somos, yno quiero que pases por eso. Yo destruí diezvidas en la Reserva, diez Parciales a quienes no

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solo esclavicé: también los torturé. Los amabatanto que traicioné al mundo entero para darlesla vida que merecían, y cuando el plan tuvo elpeor resultado posible, los traicioné a ellos, ytodo para salvar a ¿cuántos?, ¿mil humanos?¿Dos mil? Dos mil humanos que, de todosmodos, van a morir solos cuando venza la únicafuente de la cura.

—No si este experimento da resultado.—¿Y si lo da? Entonces, ¿qué? Digamos

que los humanos no pueden vivir sin losParciales, y estos no pueden vivir sin losprimeros… ¿cómo puede terminar bien eso?¿Acaso esperas una especie de matrimoniocultural glorioso entre ambas especies? Porqueno fue eso lo que pasó antes, y nunca va apasar. El grupo que tenía el poder siempreoprimió al que no lo tenía: primero los humanos,cuando crearon a los Parciales y los obligaron apelear y a morir, o a regresar a una vida desometimiento utilitario de segunda clase. Luego,la Guerra Parcial. Después, mi trabajo en laReserva. La experimentación de la doctora

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Morgan con sujetos vivos. Tú misma capturastea un Parcial para estudiarlo, y fuiste capturada atu vez. Ahora Morgan invadió East Meadow ylos humanos están peleando con uñas y dientes,y Kira la Parcial quiere capturar a un humano.¿No te das cuenta de que todo es inútil?

Tú conoces ambos bandos mejor que nadie.Si tú no puedes vivir en paz, ¿cómo puedenesperar hacerlo los demás?

Ella trató de protestar, sabiendo que él seequivocaba, que tenía que estarlo, pero no logróencontrar razones para hacerlo. Quería queestuviera errado, pero eso no bastaba para quelo estuviera.

—No habrá ningún matrimonio cultural —concluyó Vale—. Ningún encuentro entreiguales. El futuro, si lo tenemos, será unaviolación cultural masiva. Dime con todasinceridad que eso basta, que eso es aceptableen algún nivel concebible.

—Yo… —Su voz se apagó. No había nadaque decir.

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CAPÍTULO DIEZ

—¡Creo que este está despertando! —gritóSamm hacia el pasillo.

Oyó un revuelo y corrió nuevamente a uncostado de la cama donde el Parcial NúmeroCinco empezaba lentamente a reaccionar. LosParciales del laboratorio de Vale llevaban yasemanas sin el sedante, pero los efectos eranduraderos, y sus cuerpos, inconscientes durantecasi trece años, parecían reacios a despertar. Enla Reserva, muchos habían perdido lasesperanzas de que volvieran en sí, pero Sammse había negado a abandonarlos. Ahora elNúmero Cinco (no sabían sus nombres) estabamoviéndose; no solo cambiando de posición enla cama, sino agitándose inquieto, tosiendo y

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hasta rezongando por el respirador. Samm lohabía vigilado toda la mañana con entusiasmocreciente, pero cuando Cinco por fin empezó amover los párpados, como esforzándose porabrirlos, fue a llamar a los demás. Entraron entropel en la habitación: Phan, Laura y Calix, queahora caminaba con muletas, pues la herida dela bala de Heron iba sanando lentamente en supierna. La muchacha evitaba visiblemente mirarsiquiera hacia donde estaba la Parcial.

Últimamente era muy fácil evitar a Heron,pues parecía haberse retirado de la comunidad;no por completo, pero casi. En lugar dedesaparecer, simplemente se mantenía almargen, escondida en las sombras y en lospasillos, apartada de los demás. Ahora estaba depie contra la pared del fondo de la habitación delhospital, prácticamente al alcance de loshumanos pero, de alguna manera, a muchoskilómetros de distancia.

Samm sabía, sin necesidad de mirarla, queella sentía tanta curiosidad por elcomportamiento de los humanos (y el de Samm)

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como por el Parcial que despertaba poco apoco. Sus datos en el enlace eran analíticos,como de costumbre, pero con un toque de laconfusión creciente que Samm había empezadoa percibir en ella con más y más frecuencia.

¿POR QUÉ?Samm se esforzó por no responder y

concentrar sus pensamientos —y por medio deellos, sus datos en el enlace— en el Parcial queestaba despertando. Antes había intentadopreguntar a Heron por su aparente confusión,pero cada vez que lo hacía, ella se marchabainmediatamente. Él no sabía qué era lo queintentaba comprender, pero era obvio que no leinteresaba hablar de ello; por otra parte,tampoco le interesaba abandonar del todo laReserva. De lo único que estaba seguro encuanto a Heron era que si permanecía oculta enlas sombras, era solo porque ella así lo quería. Yahora, ¿qué le pasaba? Samm tendría quepensarlo más tarde, cuando el enlace no lodelatara.

El Parcial Número Cinco había estado

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emitiendo datos propios en el enlace, y Sammvolvió a concentrarse en eso. Era fascinante ytrágico a la vez. El objeto del enlace eratransmitir información táctica en el campo debatalla, informar a los demás miembros delescuadrón cuando había peligro o estaban asalvo, y sincronizar a todos en el mismo estadoemocional informado y eficiente. Uno de losefectos secundarios de ese sistema era que sedisparaba con facilidad tanto a partir de unestímulo imaginario como de uno de la vida real,por lo cual los soldados percibían vagamente lossueños de sus compañeros que dormían cerca.Los efectos eran más moderados en un sueñosimple sobre una pizza o un entrenamientobásico, que no solía percibirlo nadie más; perouna experiencia emocional intensa a menudo setransmitía a todo el escuadrón, como una magiasutil, hasta que todos compartían el mismo sueñoo uno similar. Como una visión contagiosa. Si unsoldado tenía una pesadilla, pronto todos teníanuna; si uno soñaba con una chica, todos podíandespertar con risitas incómodas. Una vez, el

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sargento de Samm había soñado que se caía, ysu grupo había despertado en el mismo momentoaterrador, ahogando un grito unificado alapaciguarse el terror recordado a medias. Unsoldado con antecedentes de buenos sueños (o,simplemente, con un recuerdo muy intenso deuna mujer) era bienvenido en cualquierescuadrón, mientras que uno perseguido por laoscuridad o las pesadillas a veces se loconsideraba una maldición.

Los Parciales del laboratorio del doctor Valeeran un pozo de oscuridad junto al cual Sammapenas soportaba estar. No era que los sueñosdel Número Cinco fueran oscuros, pues habíamuchos arranques de datos activos, tensos yhasta felices que él había llegado a identificarcomo los sueños del Parcial dormido. Lo que ledaba mucha lástima era el resto del tiempo: laslargas horas, inquietas y desesperanzadas, enque Cinco no soñaba en absoluto. El soldadoparecía existir en un estado de dolor ydesesperación constantes, y presentir en algúnnivel inconsciente que algo estaba profunda y

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horriblemente mal, pero sin la observación y elpensamiento racional para descifrar qué era. Lomismo ocurría con los demás, con apenaspequeñas variaciones en la duración y lamagnitud de sus breves remansos oníricos.Samm percibía el ambiente lóbrego quegeneraban en todo el piso del hospital, y lepreocupaba la conmoción que podrían causarcuando por fin volvieran en sí. No era posiblepasar trece años en semejante pozo sin quedarhorriblemente, quizás irrevocablemente,marcados por la experiencia.

¿Qué harían cuando despertaran? ¿Sealegrarían de recuperarse, o quedaríantraumatizados de por vida?

No tenía manera de saberlo.Mientras observaba al Parcial que

despertaba, sumido en esos pensamientos,Samm no pudo sino volver a sentirse inadecuadopara una tarea que no había buscado y queparecía a punto de aplastarlo: el liderazgo de laReserva. Él no era un líder, ni por concepción nipor naturaleza; a lo sumo era un subalterno, el

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soldado perfecto, dispuesto a seguir a sucomandante hasta el mismo infierno, pero llenode dudas a la hora de encabezar el ataque. Y sinembargo, allí estaba: más fuerte y mejorinformado que casi todos los demás en laReserva, y habían empezado a verlo como a unlíder. Técnicamente, Laura estaba a cargo, peroera Samm quien sabía sobre los Parcialesdormidos; era Samm quien sabía adónde habíanllevado a Kira y al doctor Vale, y por qué; eraSamm quien donaba su respiración y su cuerpopara producir la cura del RM y salvar a losrecién nacidos. Él tenía todo el poder, y ellos losabían; probablemente también podía vencer adiez de ellos, y supuso que eso también losabían. Hasta Heron lo seguía, a menudo sinpalabras, aunque él suponía que no lo hacía tantopor subordinación como por el simple disgustode asumir ella misma el liderazgo.

Observó los movimientos del Parcial alvolver en sí, percibió el horror de aquella alma yvolvió a preguntarse si había sido buena ideadespertarlos. Nueve Parciales podían destruir

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una comunidad como esa; nueve Parcialesfuriosos, posiblemente desquiciados, caeríansobre ella como una lluvia de cuchillos. Deberíaser Kira quien decidiera esto, pensó, no yo;ella era la líder, la pensadora, la visionaria.Yo no soy más que un tipo.

Sin embargo, le gustara o no, la decisión erasuya, y no pensaba decidir en contra de supropia gente.

Fue así que los Parciales recibieron atenciónmédica, con todos los riesgos que ello implicaba,y cuando despertaran, se encontrarían con untipo llamado Samm que esperaba parasaludarlos. Haría lo mejor que pudiera. A vecestraía niños a la sala, y trataba de enviarpensamientos felices a través del enlace con laesperanza de contrarrestar sus trece años deoscuridad. Era un plan sencillo, porque él era untipo sencillo, y a veces lo sencillo era bueno.Esperaba que aquella fuera una de esas veces.

—Aquí viene —dijo Heron.Samm la miró brevemente, sorprendido de

que fuera ella la primera en anunciar el último

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paso del despertar del Número Cinco, pero unasúbita exclamación de Calix lo hizo volver lamirada. Heron tenía razón. Ahora el soldadodemacrado forcejeaba activamente; no soloestaba despertando de modo natural, sino queluchaba, prácticamente arañaba el universo paraobligarse a despertar por decisión propia.

Tosió y farfulló, y Samm se levantó de unsalto, extendió la mano y le retiró el tubo delrespirador de la garganta. Los ojos del soldadose abrieron de inmediato, y su mano voló ysujetó el brazo de Samm con una fuerzasorprendente para alguien tan atrofiado.

—Auxilio.Tenía la voz ronca por el desuso, débil y

áspera, pero los datos en el enlace golpearon aSamm como un camión en movimiento. Sus ojosestaban desorbitados de terror, y Samm sintióque el mismo terror subía por su interior: unasensación paralizante, incapacitante yabrumadora de iniquidad, de indefensión, demiedo infinito. Se apuró a ordenar suspensamientos, tratando con desesperación de

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separar su mente de aquel miedo irracionalantes de que el enlace lo abrumara. Cerró losojos y repitió todos los detalles reconfortantesque se le ocurrieron, uno tras otro, como unmantra.

Estás a salvo. Somos tus amigos. Estamosprotegiéndote. Estamos curándote. Estás asalvo. Se dio cuenta de que probablemente elsoldado pensaba que lo habían capturado, aldespertar de pronto sin ninguno de suscompañeros y ningún oficial que lo tranquilizara.Cualquiera de sus compañeros de escuadrónque pudiera percibir en el enlace estaríatransmitiendo la misma confusión catastróficaque él.

Somos tus amigos. Estamosprotegiéndote. Estamos curándote. Estás asalvo.

—Socorro —era doloroso oír la voz delsoldado, como si las palabras mismas sangraran—. Arma.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Calix—. ¿Quiere su arma? ¿Por qué dijo «arma»?

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—Sabe que está desarmado —respondióPhan—. Tiene miedo.

—Todavía está despertando —repusoLaura, sacudiendo la cabeza—. No estárazonando. Denle tiempo.

—Tal vez nunca recupere la razón —opinóHeron—. No sabemos qué daño cerebral habrásufrido al pasar trece años dormido.

—No estás ayudando —dijo Calix.—Puedo volver a dispararte —le respondió

Heron—. ¿Eso te ayudaría?—Estás a salvo —dijo Samm—. Somos tus

amigos. Estamos protegiéndote. Estamoscurándote.

—Agujero —dijo el soldado—. Sangre.Una de las pocas enfermeras del hospital

irrumpió en la habitación.—Uno de los otros está despertando —miró

por encima de su hombro al oír un grito lejano yluego se volvió con frenesí—. Dos.

Antes de la mañana, habían despertadocinco de los nueve, aunque a cuatro de elloshubo que amarrarlos.

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Parecían enloquecidos, estaban furiosos yberreaban como niños con superpoderes. Laurapensó que el coma impuesto por Vale les habíadestruido la mente, mientras que Calix, máscaritativa, sugirió que simplemente aún tenían lamente dormida, que solo sus cuerpos habíandespertado. Samm lo pensó apenas el tiemposuficiente para decidir que no contaba consuficiente información para decidir, y que detodos modos su curso de acción sería el mismo.Ayudó a sujetar sus extremidades, mientras lasenfermeras los amarraban con fuertes tiras decuero.

Le preocupó brevemente la posibilidad deque el daño cerebral de los Parciales fuera culpasuya, que de alguna manera los hubieraperjudicado al desconectarlos de sus sistemas deapoyo vital, pero hizo la idea a un lado. Ya no sepodía volver atrás, y no había nada que pudierahacer. Solo podía resolver cierta cantidad deproblemas a la vez, de modo que no perderíatiempo preocupándose por cosas que no podíacambiar.

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Cuando salió el sol y el siguiente turno deenfermeras llegó al hospital, Samm les dio uninforme completo antes de enviar a las del turnonocturno a sus apartamentos. Murmuró unagradecimiento mientras salían, pero él sequedó; aún faltaba que despertaran cuatroParciales, y si bien los habían amarradopreventivamente, necesitaba estar allí cuandovolvieran en sí.

No quiero que despierten y piensen queestán en prisión, pensó. Phan le recomendóque fuera a dormir un poco, pero él estaba bien;fatigado, sí, pero no en demasía. Estabapreparado para esfuerzos físicos mucho peoresque una noche insomne. En cambio,emocionalmente…

Ese era otro problema que no podía resolver,de modo que lo hizo a un lado. Los demáspodían ayudar a los Parciales cuandodespertaran, susurrándoles para tranquilizarlos ycalmar su agitación dispersa, pero solo conpalabras. Él era el único que podía hablarles pormedio del enlace, y por eso se quedó. El aire

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mismo, cargado de los datos de nueve desastrestraumáticos, lo rodeaba como veneno. Se sentóen la habitación del Parcial Número Tres, elsiguiente que esperaban que despertara, y tratóde pensar en cosas felices.

¿POR QUÉ?El pensamiento resonó en su cabeza durante

casi un minuto hasta que se dio cuenta de queno era suyo. Levantó la vista y vio a Heron depie en el rincón detrás de la puerta, aunqueestaba seguro de que no estaba allí antes. Oestaba volviéndose loco o ella estaba tratandoespecíficamente de ser misteriosa.

Supuso que era lo segundo, y se preguntóqué malhumor habría provocado una actitud tanextraña. O quizá simplemente no quería quenadie más la viera.

—No eres un fantasma —dijo Samm—. Séque no atravesaste esa pared.

—Y tú no estás tan atento como crees —repuso ella. Salió de la oscuridad y se acercó aél, caminando con el sigilo de un gato. Samm laimaginó arrojándose sobre él mostrando los

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dientes, desgarrándole la carne del rostro, y sedio cuenta de que probablemente estaba muchomás exhausto de lo que había creído. Rarasveces un Parcial tenía ensoñaciones tancoloridas. Heron giró la otra silla y se sentó convisible falta de elegancia. Ella también estabaagotada—. Supongo que es fantástico que mehayas visto, con tanto infierno en el aire.

—Te sentí en el enlace —respondió, e hizouna pausa, demasiado cansado para explicarsecon claridad—. Aunque supongo que en elenlace hay todavía más distracciones que lasvisuales.

—No es necesario que hagas esto.—Solo estoy sentado en una habitación —

dijo, y miró alrededor—. Es lo mismo que haríasi me fuera a casa.

—Tu casa está a varios miles de kilómetrosde aquí.

—Sabes lo que quise decir.—No, no lo sé. ¿Piensas que este lugar es

tu casa? Ni siquiera deberíamos estar aquí.—No tenías por qué quedarte.

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—Tú tampoco.—Prometí que lo haría —dijo Samm—. Eso

significa que tengo que hacerlo, con tantaseguridad como si estuviera encadenado aquí.

—Si las promesas son cadenas, deberíasaprender a no hacerlas.

—Tú no entiendes —dijo. Y observó alParcial Número Tres, que estaba tendido en lacama del hospital, parpadeando rápidamente.Estaba soñando, y a juzgar por la intensidad desus datos en el enlace, Samm supo que era algoterrible. El soldado corría a toda velocidad, y lahabitación se llenaba de su miedo.

SALIRY por debajo, más tenue pero siempre

presente, la pregunta de Heron: ¿POR QUÉ?Él la miró, cansado de juegos, y le preguntó

directamente:—¿Por qué qué?Ella lo miró entornando los ojos.—Realmente no entiendes por qué estoy

aquí, ¿verdad? —le preguntó Samm,inclinándose hacia adelante—. Eso es lo que

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siempre estás preguntándome —escudriñó elrostro de ella, perdido en el enlace y tratando deinterpretar su mirada, su boca, sus expresiones.Como hacían los humanos. Pero no vio más queuna cara. Tal vez Heron no tenía emociones, nien el rostro ni en el enlace. Solo preguntas en uncascarón vacío—. Tú también te quedaste. Nosdelataste a Morgan, pero te quedaste. ¿Por quésigues aquí?

—Solo te quedan unos meses de vida —respondió ella—. La doctora Morgan estábuscando una cura, pero no puedes recibirlaaquí.

—Entonces, ¿te quedaste para ayudarme aregresar?

—¿Quieres regresar?Sí, pensó Samm, pero no lo dijo en voz alta.

Ya no era tan fácil. Vaciló, sabiendo que ellapercibiría claramente su confusión en el enlace,pero no podía evitarlo.

SALIR, transmitió el soldado, retorciéndosepor sus amarras, atrapado en su propia pesadilla.

—Prometí quedarme —Samm respiró

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lentamente.—Pero no quieres.—Fue mi elección.—Pero ¿por qué? —insistió ella, elevando el

tono de voz, y sus palabras lo golpearon en elenlace—. ¿Por qué estás aquí? ¿Quieres saberqué es lo que estoy preguntando? Te estoypreguntando por qué estás aquí. ¿Quieres saberpor qué me quedé? Porque quiero saber por quélo hiciste tú. Nos conocemos desde hace casiveinte años; peleamos juntos en dos guerras, teseguí a través de un infierno tóxico porqueconfío en ti, porque eres lo más parecido a unamigo que he tenido, y ahora vas a matarte porla inacción.

Esa no es la decisión de una personaracional. Va a llegar tu fecha de vencimiento,morirás y… ¿por qué?

Piensas que estás salvando a estaspersonas, pero solo estás dándoles, ¿cuánto?¿Ocho meses más?

Salvas a algunos niños, una generaciónligeramente más grande sobrevive, y luego te

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mueres y ellos dejan de tener hijos, y crecen ytodo el mundo se muere. Ocho meses más tardede lo que lo habría hecho —hablaba con vozardiente y enojada, escupiendo las palabrasentre los dientes apretados—. ¿Por qué?

—También los ayudo a ellos —agregó,señalando al Número Tres.

—¿Haciéndolos pasar por esto? —replicóHeron, dando un tirón a las correas de cuero.

SALIRSALIRSALIR—Sus fechas de vencimiento están todavía

más cerca que la tuya —prosiguió Heron—.¿Estás despertándolos, desintoxicándolos de loque sea esa distorsión mental a la que lossometió Vale, obligándolos a pasar por estatortura, solo para que puedan despertarse ymorir?

—Estoy ayudándolos.—¿Sí?—Les doy una oportunidad. Es más de lo

que tenían antes.—Pues entonces date la misma oportunidad

a ti mismo —insistió ella—. Vive ahora, y

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averigua cómo seguir haciéndolo mañana. Estagente está perdida, déjala; vayamos con Morganpara recibir la cura y sobrevivir a la fecha devencimiento. Volvamos a casa.

—Ni siquiera sabemos si encontró la cura.—¡Pero si vas a casa, hay una oportunidad!

—rugió—. Allí, podrías morir de todos modos,pero si te quedas aquí, morirás sin remedio.

—No se trata solo de vivir…—¡¿De qué diablos se trata?!—De vivir correctamente.Ella no dijo nada, pero se quedó mirándolo

con fuego en los ojos.—Estos soldados mantuvieron viva la

Reserva durante trece años —continuó Samm—. Hoy hay miles de niños que están vivosporque estos hombres los ayudaron… tal vez novoluntariamente, tal vez sin saber siquiera lo quehacían, pero lo hicieron, y vivieron un infierno, yno puedo dejarlos morir por eso.

Digamos que, de los nueve, solo la mitaddespierta en sus cabales, y solo la mitad de esosestán en condiciones de hacer el viaje para

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volver con Morgan; aun así, son dos más quepueden recibir la cura, y son el doble que yo. Sinos quedamos aquí, por lo menos se duplica lacantidad de Parciales a los que puedo salvar delvencimiento, y hasta tu cerebro frío y calculadortiene que entender que vale la pena.

Su fervor iba en aumento mientras hablaba,y escupió las últimas palabras como unaacusación; se sintió bien al dejar salir susemociones. Permaneció sentado observando aHeron, esperando una respuesta, pero el enlaceestaba vacío. El soldado se había dormido, y ellaera una página en blanco. Un vacío total.

—Puedes salvar a más Parciales… —Lavoz de Heron se apagó—. Pero ninguno eres tú.

Se puso de pie y salió, silenciosa como unasombra, y mientras la observaba alejarse, Sammno pudo sino preguntarse si habíamalinterpretado por completo la conversación.

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CAPÍTULO ONCE

Marcus observó el bosque a través del vidrioroto de una vieja ventana, conteniendo larespiración. El comandante Woolf había elegidoel escondite justo en las afueras de RoslynHeights, y era bueno: una casa tan recubierta deenredaderas que, desde afuera, nadie sabríasiquiera que había una ventana en esa parte dela pared, y menos aún que adentro se escondíancuatro personas. Galen, uno de los soldados deWoolf, estaba vigilando la puerta principal con elarma más grande que tenían: un fusil de asaltoque habían recuperado de un soldado de la Redmuerto, mientras el cuarto hombre del grupo, unParcial llamado Vinci, vigilaba desde otraventana. Quienes formaban aquel grupo

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variopinto eran los únicos sobrevivientes de lainfortunada misión diplomática que Woolf habíaenviado a territorio enemigo. Habían tenido laesperanza de formar una alianza con la mayorde las facciones Parciales, en un intentodesesperado de repeler la invasión de la doctoraMorgan, pero un cisma en las filas Parcialeshabía destruido aquel plan casi antes de quepudiera comenzar. La facción amigable habíaperdido, y ahora la doctora Morgan gobernaba atodos… menos a Vinci y a un puñado dediminutas facciones independientes que estabandesparramadas por el continente. El nuevo plande Woolf consistía en unir a todas estas paraoponerse al ejército de Morgan, pero no podíanhacerlo solos.

Necesitaban encontrar al único grupohumano de resistencia que había tenido éxito.

Tenían que encontrar a Marisol Delarosa.Marcus vio un movimiento por el rabillo del

ojo; apenas una hoja que se sacudía, pero habíaaprendido por experiencia propia a no dar nadapor sentado. Observó la hoja y el follaje que la

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rodeaba con aguda intensidad, mientras pasabanpor su mente toda clase de posibilidadeshorrendas: podía ser uno de los guerrilleros deDelarosa, o bien un soldado Parcial; tal vez todoun escuadrón que iba rodeándolos poco a poco,preparándose para atacarlos. Quizá fuera unfrancotirador, escondido entre hojas, ramas ycamuflaje, preparando el disparo perfecto paraperforar justo su ojo.

Este es el momento en que aparece elpajarito y yo me río de mi propia paranoia,pensó Marcus.

Nada se movió. Vamos, pajarito. Túpuedes. Se quedó mirando el follaje durante dosminutos, cinco minutos, diez, pero no aparecióningún pájaro ni tampoco soldados.Probablemente es mejor así, pensó.

Si me riera de mi propia paranoia,seguramente me delataría y recibiría un tiro.Gracias por no hacerme bajar la guardia,pajarito hipotético.

El comandante Woolf se le acercó con sigiloy se acomodó de manera de que pudieran

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susurrar el último informe.—¿Algo? —preguntó Woolf.—Solo maldecía a los animales imaginarios.—¿Locura o aburrimiento?—Bueno —susurró Marcus—, es muy

difícil elegir una sola.—Vinci no ha percibido a otros Parciales en

el enlace, de modo que es casi seguro que nohaya patrullas en el área. No sé si eso implicaque sea más o menos probable que encontremosa Delarosa, pero así es.

—Implica que es mucho menos probableque nos maten los Parciales —respondióMarcus—, así que acepto lo que venga.

Los Rinocerontes Blancos, como llamabaDelarosa a sus guerrilleros, llevaban meseseludiendo a los Parciales gracias a unaestrategia que combinaba manejarse en grupospequeños, mantenerse en terreno conocido yejecutar un hábil sistema de señuelos ydistracciones, todas tácticas clásicas de unaguerrilla defensiva, y todas endiabladamenteeficaces. Marcus y sus compañeros no habían

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tenido más suerte que los Parciales paraencontrar a aquel ejército esquivo, perocontaban con algunos trucos que los Parcialesno tenían. De tanto en tanto, se habían topadocon otros refugiados humanos, fugitivossolitarios que se ocultaban de la ocupación, loscuales les habían asegurado que losRinocerontes Blancos se dirigían al norte, enmarcha lenta y secreta hacia la costa. Algunosde esos refugiados habían sido rescatados porlos Rinocerontes; a otros les habían dado comidau otras provisiones, pero todos contaban lomismo. La resistencia humana tenía un plan, ymarchaban hacia allí. Lo único que tenía quehacer el grupo de Marcus era esperarlos.

Pero llevaban días allí y se les estabanterminando las provisiones.

—Te toca dormir pronto —le dijo Woolf—.Ve ahora e intenta descansar; yo me haré cargode tu guardia.

—¿Cuánta comida nos queda? —preguntóMarcus.

—Para un día. Quizá más. Creo que Vinci

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no está consumiendo sus raciones completas.—Tal vez no lo necesita —susurró Marcus

—. Que nosotros sepamos, podría hacer…fotosíntesis o algo así. O bien está comiendoesto —añadió, y jaló la enredadera que crecíasobre la pared interior. Jaló con demasiadafuerza, la hoja no se rompió como habíaesperado, y toda la sección de zarcillos sesacudió… Levantó la vista, sorprendido por elmovimiento tan exagerado—. Maldición.

Una ráfaga de balas dio contra la pared deladrillos, la perforó y provocó una lluvia defragmentos de yeso en toda la habitación.Marcus se arrojó al suelo, Woolf hizo lo propio asu lado, se cubrieron la cabeza y se arrastraronhacia el pasillo. Los disparos eran menosruidosos que de costumbre; no silenciosos, sinomás bien como el sonido de una pistola declavos en comparación con las fuertesdetonaciones a las que él estaba acostumbrado.Llegaron al pasillo y se pusieron a cubiertodetrás de esa segunda pared, justo en elmomento en que cesaba el granizo de

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proyectiles.—¿Será que pueden vernos? —preguntó

Marcus.—Averigüémoslo —dijo Woolf, y volvió a

sacar la mano por el vano de la puerta. No huboningún disparo—. Probablemente no.

—O bien no quieren molestarse por unamano solamente —sugirió.

—Si pudieran vernos tan claramente, noshabrían dado —susurró Woolf—. Lo másprobable es que estuvieran pasando por aquí,vieron el movimiento y pensaron que era unaemboscada.

—Todos los disparos que oí estabanamortiguados —observó Marcus—. Esosignifica que Galen no respondió al fuego.

Woolf sacudió la cabeza.—No le habrían dado; dispararon por tu

movimiento.—Buena noticia, aunque me dé vergüenza

—dijo Marcus, asintiendo—. Pero entonces,¿por qué no disparó? Desde donde estáapostado, debería haber tenido una buena vista

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del origen del ataque.Woolf pasó a la posición de agachado y

revisó su arma mientras se preparaba paracorrer.

—En ese caso, es la mejor noticia quehemos tenido en todo el mes. ¿A quién podríahaber visto Galen sin dispararle?

—¿Le parece? —Marcus sonrió.—Averigüémoslo.Se escabulleron hasta la escalera y desde

allí hasta la planta principal, donde Galen estabaagazapado en otro puesto disimulado.

—Humanos —susurró Galen.—¿Cómo lo sabe?—Tipos físicos demasiado variados —

respondió el soldado—. Los Parciales son todoshombres jóvenes, como Vinci. En este grupo haymujeres, una de ellas de bastante edad.

—Qué astuto —comentó Woolf—. ¿No leshizo señas?

—Estaba esperándolo.Woolf asintió, se apartó de la ventana y fue

hasta otra más alejada, en parte para tener otro

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ángulo de visión, pero Marcus se puso nerviosoal darse cuenta de que también era una medidade precaución. Si el enemigo volvía a dispararcuando Woolf los llamara, solo le darían a él.Marcus admiró la astucia del movimiento, peroel hecho de que fuera necesario le provocó unnudo en el estómago.

—¡Rinocerontes! —gritó Woolf. No estabamirando por la ventana, sino tendido por debajode ella, aprovechando un armario pequeño comocapa extra de blindaje improvisado. Los trescontuvieron el aliento, esperando la respuesta…¿Serían palabras o balas?

—¡Silencio!Era una voz de mujer, y a Marcus le pareció

reconocerla, pero no era la de Delarosa.Demasiado joven, pensó.

Fue la única respuesta. Marcus espió porentre la maleza, pero no vio nada.

—Desaparecieron —dijo Galen, y sacudió lacabeza—. Ahora que saben que estamos aquí,es demasiado fácil esconderse de nosotros.

—¿Alguna noticia de Vinci? —susurró

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Marcus. Aunque se tratara del grupo deMorgan, querían mantener en secreto laverdadera naturaleza de Vinci, al menos alprincipio. Un aliado Parcial era muy valioso,pero primero necesitaban explicarlo bien.

—No. Sigue arriba, creo. En silencio.—Oye —protestó Marcus—, no tengo la

culpa de habernos delatado.—¿Tú nos delataste? —preguntó Galen

levantando las cejas.—Y tampoco tengo la culpa de haberte

dicho eso —respondió Marcus conexasperación.

—No puedo creer que hayas sido tú.—No fue a propósito —se defendió—. La

próxima vez que no sepas sobre algunaestupidez que yo haya hecho, avísame antes deque te lo diga en voz alta.

—¿Cómo puedo…?De pronto se oyó un golpe en la habitación

del fondo, y un grito estrangulado que se cortójusto antes de llegar a tener el volumensuficiente para que se oyera afuera. Marcus dio

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media vuelta hacia la puerta desvencijada de lacocina, con el fusil levantado y listo, pero sedetuvo, sorprendido, al oír la voz serena deVinci.

—Soy yo.—¿Qué diablos fue eso? —preguntó

Marcus, confundido.—Enviaron flanqueadores por el fondo —

explicó Vinci—. No sé si será la gente deDelarosa, pero sin duda son humanos.

—¿Y por eso los atacaste? —le preguntóWoolf.

—Solo los desarmé —respondió—. Nodisparen, los traeré.

Abrió la puerta de la cocina e hizo pasar a lasala a dos figuras con capas. Marcus se quedómirándolas, sorprendido, y luego saltó deentusiasmo al reconocer a la muchacha que ibaadelante.

—¿Yoon?La chica lo miró, y en su rostro se formó

lentamente una sonrisa al reconocerlo.—¿Marcus? —La alegría desapareció casi

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de inmediato, y lo miró con severidad—. ¿Estástratando de que te maten?

—Estamos buscando a Delarosa.—¿Asustándonos y luego gritando como

para atraer a todos los Parciales que estén porla zona?

—Lo siento —dijo Marcus—. No quisimoshacer nada de eso.

—La reconozco —dijo Woolf, poniéndosede pie—. Es una de los soldados de la Red quefueron con Kira y capturaron al Parcial llamadoSamm. La recuerdo de la audiencia disciplinaria.

—Me reasignaron a un puesto de avanzadaen la Costa Norte —explicó Yoon—. Cuandolos Parciales invadieron, huimos al sur y launidad se disgregó, y a la larga me encontré conlos Rinocerontes —señaló a su acompañante, unmuchacho que no aparentaba más de dieciséisaños; Marcus se sobresaltó al darse cuenta deque eso lo convertía en uno de los humanos másjóvenes que quedaban en el mundo—. Él esMcArthur.

—¿Tienes nombre de pila? —le preguntó

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Marcus, mientras le estrechaba la mano.—No, señor —respondió, y Marcus asintió.

Se había vuelto común que algunos de loshumanos más jóvenes dejaran de usar sunombre de pila; preferían utilizar el apellidoporque los unía al pasado. Por lo general, unniño de tres años que había perdido todo lo queamaba recordaba que había tenido padres, peroseguramente no mucho sobre ellos. Alidentificarse por medio de su apellido, laspersonas como McArthur sabían que venían dealguna parte, y eso las ayudaba a sentirseconectadas. A veces eso era más importanteque una identidad individual.

—Bien, entonces —dijo Marcus—. Yoon,McArthur, les presento a Galen, Vinci, y alcomandante Asher Woolf. Los hemos buscadopor todas partes.

—No somos fáciles de encontrar —respondió Yoon—. Aunque probablemente hayauna mejor manera de saludar que sacudir lamaleza al costado de la casa. Pensamos que erauna emboscada.

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—Eso fue un accidente —dijo Marcus,avergonzado—. Pero dio resultado, después detodo.

—¿Cómo es que siguen vivos? Pensábamosque habían muerto hace meses —preguntóMcArthur, asombrado.

—Me agrada este chico —dijo Woolf,dándole una palmada en el hombro—. Pero yahicimos suficiente ruido como para atraer atodos los exploradores del bosque; ¿qué tal sivolvemos con su grupo y continuamos estaconversación donde estemos a salvo?

—¿Nos devuelves nuestras armas? —lepidió Yoon a Vinci.

Él se las entregó sin vacilar: dos fusilesrobustos y un cuchillo de hoja ancha y curva.

—Solo quería asegurarme de que notuviéramos más emboscadas accidentales —explicó.

Yoon tomó el fusil y el cuchillo, y guardóeste último en una funda de cuero que llevabaen la espalda.

Se acercó a la ventana, silbó una breve

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señal que imitaba el canto de un pájaro, y esperóen silencio la respuesta. Marcus esperaba otrosilbido, pero se sorprendió al oír un gruñidograve y profundo. La chica abrió la puerta y unenorme gato negro espió hacia adentro, bostezóy se alejó hacia los árboles.

—¿Eso es una mascota? —le preguntó. Losgatos pequeños, que en el viejo mundo solían sermascotas, se habían adaptado perfectamente almundo posterior al Brote y prácticamente eranubicuos en toda la isla, pero él jamás había vistouno tan grande—. Parece una pantera.

—Porque es una pantera —respondió ella,con una sonrisa traviesa.

—¿Tienen panteras? —preguntó Vinci convoz calmada, aunque Marcus había llegado aconocer sus estados de ánimo lo suficiente parareconocer un tono de sorpresa.

—Por lo general, no —respondió Marcus—.Yoon es… especial.

—Encontramos algunas salvajes enBrooklyn —explicó ella—. Creo que escaparonde un zoológico. El año pasado, patrullando,

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encontré este cachorro, y lo estoy criando. Esbastante dócil.

—Hasta que Yoon le ordena arrancarle lacabeza a alguien… —dijo McArthur—.Después, todos tenemos pesadillas durantevarios días.

Un hombre de capa verde oscura se acercóa la puerta, con un fusil en la mano y un par degafas de visión nocturna alzadas sobre la frente.

—Diste la voz de que todo estaba bien.¿Qué pasa aquí?

—Comandante Asher Woolf —dijo Woolf,al tiempo que extendía la mano—. Buscamos aDelarosa.

El soldado examinó rápidamente al grupo.—A ustedes los reconozco de la Red —dijo,

señalando a Woolf y a Galen; luego miró aMarcus—. Y tú pareces Marcus Valencio.

—Lo soy —dijo. Había llegado a ser unacelebridad menor después de ayudar a Kira allevar la cura a East Meadow.

Luego el soldado miró a Vinci con el ceñofruncido, y Marcus sintió un asomo de

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nerviosismo.¿Sabrían lo que era Vinci? ¿Sospecharían

algo?—A ti no te conozco —dijo el soldado.—Yo respondo por él —respondió Woolf—.

Ahora tenemos que salir de aquí.El hombre pensó un momento más, y por fin

asintió.—Vámonos.Marcus y sus compañeros recogieron su

equipaje (a esas alturas, poco más que susbolsas de dormir, pues casi no les quedabacomida ni municiones) y siguieron a losRinocerontes Blancos hacia los árboles. Aunquelo llamaban bosque, en realidad era solo unvecindario con vegetación muy crecida: casasabandonadas y cercas desvencijadas que sederrumbaban luego de trece años de desuso, yen los patios desatendidos crecían los árbolesviejos y una explosión de retoños. Woolf habíaelegido aquella casa porque estaba sobre unapequeña cuesta, lo cual les brindaba una vistaligeramente mejor del camino que suponían iba a

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tomar Delarosa. El hecho de que losRinocerontes Blancos hubieran pasado de largoen lugar de mantenerse por la ruta más obviaera, pensó Marcus en retrospectiva, gran partede la razón por la cual había sido tan difícil darcon ellos. Sabían que el ejército Parcial losbuscaba, y sabían qué hacer para que no losvieran.

El resto del grupo estaba más lejos, entre losárboles, dispuesto en formación de ataque entorno del escondite de Marcus, bien disimuladosy a cubierto. Delarosa en persona estabapróxima al centro del grupo, cerca de un carrito.Marcus frunció el ceño al ver aquello,preguntándose qué cosa podía ser tanimportante (y tan pesada) como para que searriesgaran con los pozos del camino y a dejarhuellas de ruedas con tal de transportarla. Notuvo oportunidad de preguntar, pues cuandoDelarosa reconoció a Woolf asintió bruscamentey cortó toda posibilidad de conversación con unapregunta:

—¿Los envió el Senado?

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—No tenemos noticias de ellos —respondióel comandante—. Suponemos que loscapturaron.

—Más tarde hablaremos —dijo Delarosa, yarrojó a cada uno una capa oscura salpicada deverde y marrón—. Pónganse esto, y quédense lomás callados que puedan. Si atraen a losParciales, los dejaremos con ellos.

—Entendido —respondió Woolf.Marcus se echó la capa sobre los hombros,

tapando su mochila, su arma, todo, y se cubrió lacabeza con la capucha. Los RinocerontesBlancos se movían casi en silencio entre losárboles; la pantera negra de Yoon iba pordelante, como una sombra malévola. Marcus seesforzaba por hacer el menor ruido posible, peroconstantemente pisaba ramitas o hacía chocartrozos de cemento entre sí. En más de unaocasión, Delarosa le echó una mirada enojada,pero miraba con la misma frecuencia a Woolf ya Galen.

Vinci era mucho más sigiloso, aunque notanto como Yoon y algunos de los guerrilleros

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con más experiencia. Eso hizo que Marcus sepreguntara una vez más sobre las diferentescapacidades de los distintos modelos deParciales. Vinci era de infantería; seguramenteno estaba preparado para infiltrarse.

Heron, en cambio, que una vez lo habíaaterrado al aparecer como un fantasma entre lassombras, decididamente lo estaba.

Mientras caminaban, Marcus estudiaba a losRinocerontes Blancos. La mayoría llevabanuniformes Parciales; viejos y gastados, peroreconocibles. ¿Quitados a los enemigoscaídos?, se preguntó.

Observó también que todos llevabanmáscaras antigases colgadas de un cinturón o desus mochilas. Eso le extrañó, pues parecía quelos Parciales no estaban usando armas químicas,pero cuando volvió a mirar los uniformes sonrió,al darse cuenta con entusiasmo qué era lo queestaba pasando. En la primera parada paradescansar, aprovechó para hablar con Yoon deello.

—Están disfrazados de Parciales —dijo, en

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un susurro apenas audible—. Las máscarasantigases bloquean el enlace, entonces se lasponen y usan esos uniformes para que, desdelejos, los Parciales no puedan saber que sonhumanos.

—Astuto, ¿no te parece? —sonrió ella, conaire burlón.

—Asombroso —dijo, y silbó por lo bajo—.Todo el mundo se pregunta cómo se lasingeniaron para mantenerse escondidos tantotiempo, pero con un disfraz así, podrían pasarpor delante de sus narices.

—Solo los que parecen Parciales —respondió ella—. McArthur es demasiado joven,Delarosa tiene demasiada edad, pero yo puedopasar con bastante facilidad; por alguna razón,piensan que soy conductora de tanques.

—Samm dijo que los conductores y lospilotos son siempre muchachas menudas —comentó Marcus, maravillado por el engaño—.Aparentemente, de esa manera el gobierno seahorraba mucho dinero, pues podía hacertanques y jets más pequeños. Entonces, ¿de

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veras hablaste con ellos? ¿Y no sospecharonnada?

—Al principio era difícil —admitió Yoon—,porque suelen usar las máscaras solo parapelear entre sí; contra los humanos, no lasnecesitan. Hicimos correr la voz de que loshumanos estaban usando algún tipo de armabiológica, y parece que lo creyeron —rio—.Hasta oímos rumores de que en East Meadowmurieron varios Parciales de eso, así que pareceque la leyenda cobró vida propia.

—Qué gracioso —dijo él—. ¿Usan losdisfraces solo en caso de emergencia, porejemplo, si un grupo de Parciales los encuentraen el bosque, o los buscan para sonsacarlesinformación o algo así?

Yoon iba a responder, pero Delarosa silbó unllamado y el grupo volvió a ponerse enmovimiento.

Caminaron durante horas, casi hasta queoscureció, y se detuvieron a pasar la noche enuna arboleda espesa. Eso sorprendió a Marcus,porque había aprendido a acampar siempre en

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los edificios abandonados que cubrían la isla:ofrecían abrigo, escondite, y eran más fáciles dedefender en caso de ataque. Hasta los Parcialeslos usaban. Sin embargo, una vez más losRinocerontes Blancos parecían decididos adesafiar las expectativas, y él llegó a laconclusión de que tal vez evitaban las casasprecisamente porque todo el mundo suponía queestarían allí. Delarosa eligió un sitio cerca de unarroyo murmurante para enmascarar cualquiersonido indeseado con el ruido blanco del agua, ehizo que todos se mantuvieran agachados parareducir el perfil del campamento. Los guardiasse quedaron junto al perímetro exterior, mientrasque el carro misterioso fue llevado cerca delcentro del campamento.

—Ayúdame a cavar un pozo para el fuego—pidió Yoon.

—¿Van a hacer fuego? —preguntó,alarmado.

—Uno de los beneficios de acampar afuera—respondió ella. Levantó un par de conejos—.Si no, ¿cómo vamos a cocinarlos?

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—Pero ese es justamente el problema.Estamos afuera. Cualquiera que esté en la zonapodrá verlo.

—Observa y aprende, chico de ciudad —dijo Yoon con cara de exasperación—.Sostenme esto —le puso los conejos en lasmanos, sacó una pala pequeña de su mochila yexaminó el suelo en torno del campamento—.Ese es el mejor lugar —dijo, señalando la ligeradepresión donde Delarosa había dejado el carro—, pero podemos buscar otro.

—Podríamos correr el carro —le sugirió.—El carro tiene prioridad —respondió

Yoon, en un tono de voz que le daba a cadapalabra peso de ley, si no es que directamentede mandamiento religioso—. Y créeme, noquerrás hacer fuego ni remotamente cerca deeso. Probemos por aquí —caminó diez pasos aleste del carro, quizás unos siete metros y medio,y se arrodilló para empezar a cavar.

Él se arrodilló a su lado y le preguntó, en vozaún más baja que de costumbre:

—Y ¿qué hay en el carro?

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—Secretos —respondió la chica.—Bueno, sí; pero ¿vas a contármelos?—No —siguió cavando.—Entiendes que estamos del mismo lado,

¿verdad? —insistió Marcus, sujetando mejor losconejos.

Eran suaves y peludos, y lo suficientementeadorables como para impresionarlo al recordarque estaban muertos.

—El carro tiene prioridad —repitió ella—.Cuando Delarosa lo decida, te lo contará, yprobablemente lo haga esta noche, así que dejade preocuparte. Hasta entonces, sin embargo,soy un soldado y voy a guardar los secretos demi comandante.

—Tu comandante es una delincuentecondenada —repuso.

—Yo también, ¿recuerdas? Todos tenemosnuestro equipaje —dejó de cavar un momento ylo miró. Luego prosiguió—. Delarosa hace loque nadie más está dispuesto a hacer. Eso es losuyo. El año pasado eso la convirtió endelincuente; ahora puede que sea la única

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esperanza de la raza humana.Marcus lo pensó y se inclinó hacia ella.—¿Realmente han tenido tanto resultado?

Según lo que nos hemos enterado, todo sugiereque son una molestia para el enemigo, que letraen problemas como para desequilibrarlo, perono los suficientes como para ganar terreno deverdad. ¿Crees que pueden expulsarlos por lafuerza?

—Todavía no —admitió Yoon—. Pero másadelante, sí. Después.

—¿Después de qué?—El carro tiene prioridad —repitió, con

una sonrisa burlona.—Bien —dijo Marcus, asintiendo—. Tenía

la esperanza de que volvieras a decir eso. Lasrespuestas enigmáticas son las mejores.

La chica terminó de cavar: un pozo angosto,como para insertar un poste, de unos veintecentímetros de ancho y por lo menos el doble deprofundidad. Se apartó algunos centímetros ycavó otro hoyo similar, manteniendo cerca laspilas de tierra removida, y una vez que terminó

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el segundo, hizo un túnel entre los dos, que losconectaba por la base. McArthur le alcanzó unacantidad de ramitas, palos y corteza que habíarecogido, y Marcus se alarmó al ver que lapantera traía un gato muerto entre sus dientes.Lo depositó a sus pies, lo miró con airemisterioso y volvió a alejarse en silencio. Yoonapenas pudo contener la risa.

Conmocionado, Marcus se quedó mirando elgato muerto.

—¿Le enseñaste a traerte comida?—Esa es una conducta canina —respondió,

esforzándose por no soltar una carcajada—.Cuando los felinos traen animales muertos, esporque piensan que no sabes conseguiralimentos y están tratando de enseñarte a ti . EnEast Meadow, yo tenía un gato que siempre medejaba ratones muertos en el porche —sonrió yle palmeó la cabeza—. Pobrecito Marcus, nosabe cazar sus propios gatitos.

—Tampoco sé si puedo comerme mispropios gatitos.

—Te entiendo perfectamente —le confió

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ella—. Pero la carne es carne, y aunque losgatos tengan poca, de todos modos los dosconejos no alcanzaban. Voy a vigilar a Mackeymientras cocine, y te avisaré qué trozos son dequé.

—Nunca había sentido una gratitud dudosa—dijo Marcus.

Yoon llenó el primer pozo con palitos: losmás grandes en el fondo, y los más pequeños,del tamaño de escarbadientes, arriba; luego sacóun fósforo.

—El momento de la verdad —anunció. Loprotegió con la mano, lo encendió y lo dejó caersobre la leña.

El fuego prendió casi de inmediato, y se fuepropagando de las ramitas a la corteza y luego alos palos más gruesos que estaban debajo,mientras el segundo pozo hacía las veces dechimenea que llevaba aire al fondo de la fogata.En un momento el fuego ya estaba ardiendoparejo y con fuerza, sin nada de humo, y bienpor debajo del borde de tierra que ocultaba lasllamas.

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—Un solo fósforo —dijo ella con orgullo—.Inclínate ante mi grandeza.

—Ayúdame a despellejar a estos —dijo otramujer, y tomó los conejos de las manos deMarcus.

Empezó con uno y Yoon, con el otro, yenterraron la sangre, la piel y las vísceras en untercer pozo cerca de allí. El gato muerto yacíaen el suelo a su lado, esperando su turno.

Marcus era cirujano, o al menos habíaestado entrenándose para serlo antes de que elmundo se volviera loco. La sangre nunca lohabía impresionado, pero de alguna manera, dosconejitos y un gatito eran demasiado para él. Sedirigió hacia donde estaban Woolf y los demás,ya enfrascados en una conversación conDelarosa.

—Por eso necesitamos su ayuda —decíaWoolf—. Podemos reclutar a las facciones máspequeñas y oponer una resistencia considerable,pero no podemos solos. Usted y sus guerrillerostienen la pericia que necesitamos para atravesarlas líneas de Morgan y encontrar a los grupos de

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resistencia del otro lado.—A ustedes no les ha ido tan mal —

respondió Delarosa, pero luego echó un brevevistazo a Marcus—. La mayor parte del tiempo.

—Una sola enredadera —protestó él.—Cuanta más gente tengamos, más rápido

podemos trabajar —prosiguió Woolf—. Nosabemos con certeza cuántas faccionesParciales hay, pero como sea, necesitamossumar las fuerzas de los Rinocerontes. El tiempose acaba.

—¿Oyeron los rumores? —preguntóDelarosa.

Woolf sacudió la cabeza, y Marcus seacercó un poco más.

—Hemos estado bastante desconectados —comentó Marcus—. ¿La doctora Morganintensificó la invasión?

—No tiene que ver con los Parciales —respondió ella—. Es algo nuevo. Nos lomencionaron en algunas granjas, y también losParciales cuando hemos hecho inteligencia —miró a Woolf—. Parece que hay una… cosa.

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—Esa frase no resulta demasiado útil comotal vez haya sido su intención —opinó Marcus.

—¿Qué clase de cosa? —preguntó Woolf.—Ni siquiera sé cómo llamarla —dijo

Delarosa, echando una mirada enojada aMarcus. Este se dio cuenta de que se estabapasando de la raya, pero cuando se poníanervioso, instintivamente hablaba de más.Decidió contenerse. La mujer hizo una mueca,como si le costara encontrar las palabrasindicadas—. ¿Un monstruo? ¿Una… criatura?No se entiende mucho, pero los relatos sonnotablemente similares: una… cosa de formahumana, de dos metros y medio o tres de altura,y del color de un hematoma reciente. Entra enlos pueblos, en los asentamientos, dondequieraque haya gente, y los previene.

—¿Los previene sobre qué? —preguntóWoolf.

—Nieve.Marcus asintió lentamente, tratando de

pensar en una respuesta que no le valiera ungolpe.

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Aparentemente, Woolf hacía lo mismo,aunque su tono fue diplomático.

—¿Y usted cree en esos relatos?—No lo sé —respondió ella—. No voy a

negar que parecen una locura, más una leyendapopular que una noticia de verdad —sacudió lacabeza—. Pero, como dije, los relatos separecen demasiado como para descartarlos. Ouna isla llena de refugiados de guerra seconfabuló para jugarnos una broma gigantesca,o realmente está pasando algo.

—Una isla llena de Parciales —acotóMarcus—. Tal vez tienen sus propias razonespara difundir esos rumores.

—No. Estaban tan confundidos comonosotros —dijo Delarosa—. A ellos también seles apareció la criatura, y creo en sus relatosmás que en los de cualquier otro. De habersabido que nuestros agentes eran humanos, loshabrían capturado en lugar de difundir el mismocuento insólito.

—Trimble no tenía criaturas así —acotóVinci—. Y no creo que Morgan las tuviera.

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—¿Cómo lo sabe? —le preguntó Delarosa,con súbito interés.

—Llegaremos a eso en un minuto —dijoWoolf—. Cuando dice que está previniendo a lagente sobre la nieve, ¿a qué se refiere?

—El invierno no parece algo sobre lo cualhabría que prevenir a la gente —opinó Marcus—. ¿Será que el monstruo gigante quiere quenos pongamos un suéter?

Esta vez fue Woolf quien lo miró, pero enlugar de desdén, sus ojos estaban llenos detristeza. Marcus frunció el ceño al verlo,preguntándose de qué debería sentirse culpable,y se dio cuenta de que Delarosa tenía la mismaexpresión extraña.

—¿Qué se me escapa?—Hace treinta años que no tenemos un

invierno de verdad —respondió Woolf—. Talvez se refiere a eso.

—¿Un invierno de verdad? —repitióMarcus.

—Con nieve —asintió Delarosa.Marcus había oído hablar de la nieve, pero

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nunca la había visto en persona.—Nunca nieva tan al sur.—Estamos en Long Island —dijo Delarosa

—. Aquí siempre nevaba; «tan al sur» eranlugares como Florida o México. Pero el climacambió, y al momento del Brote, hasta Canadáera demasiado templado para que hubiera unaverdadera nevada.

—Fue después de la guerra —comentóWoolf—. No la Guerra de Aislamiento, sino laanterior, cuando perdimos el Medio Oriente. Fueun efecto secundario de las armas que usaronpara destruirlo —su expresión era solemne—.Las zonas frías del planeta se volvierontempladas, las zonas templadas se volvieroncálidas, y las zonas cálidas se hicieroninsoportables. Nos dijeron que era permanente.

—Nada lo es, desde el punto de vistageológico —dijo Marcus.

—Permanente desde la perspectiva humana—explicó Delarosa—. Nada que se mida entiempo geológico podría revertirse en treintaaños.

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—Entonces tiene que significar otra cosa —opinó Marcus—. ¿Por qué aparecería unmonstruo gigante para prevenirnos sobre unaspecto climático que no vemos desde hacedécadas?

—¿Por qué aparecería un monstruo, punto?—preguntó ella—. Ya les dije que no seentiende, y no estoy diciendo que signifique unacosa u otra, ni que tenga algún significado. Esuna locura —se encogió de hombros—. Pero asíes.

—¿Dónde se vio a esa cosa? —preguntóVinci.

—En el sur, pero avanzando lentamentehacia el norte —respondió.

—¿Por eso ustedes también van hacia elnorte? —preguntó Woolf.

—No. Tenemos otros motivos —respondióella, señalando con un gesto hacia el carromisterioso—. Vamos hacia el norte porquepensamos poner fin a la guerra.

—¿Van a ayudarnos a reclutar a los otrosParciales? —preguntó Marcus, sorprendido.

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—Mejor. Vamos a destruirlos.—¿Está lleno de armas? —preguntó

Marcus, y volvió a mirar el carro.—Las armas no bastarían —opinó Galen—.

Tienen que ser bombas.—Una sola —respondió ella.—No —Woolf palideció.—Es la única manera de ganar —la mujer lo

miró con expresión severa—. Nos superan enproporción de diez a uno, por lo menos, y sucapacidad de combate nos supera por muchomás. Si vamos a sobrevivir a esta guerra,necesitamos emparejar las probabilidades, y estaes la única manera de lograrlo.

—¿Quieren explicarnos esto a los demás?—pidió Marcus.

—Es una ojiva nuclear —dijo Woolf—.Piensa volarlos.

—Es muy mala idea —opinó Vinci.De pronto, Marcus reparó intensamente en

los guerrilleros, que los rodeaban con sus armasa mano.

Si se iniciaba una pelea, no tendrían ninguna

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oportunidad, ni siquiera contando con Vinci.—No veo cómo van a impedírmelo —

repuso Delarosa.—Son… —Vinci se interrumpió antes de

delatarse—. No importa de qué lado de laguerra estén: no puedo permitirle…

—¿No puede permitirme? —Lo frenó ella,en tono cortante. En el campamento, la tensiónse hizo aún más densa, y Marcus sintió lapresión como una roca sobre los pulmones. Lamujer miró a Woolf con fuego en los ojos—.Antes pregunté quién era él —siseó—.Dígamelo ya.

—Soy Parcial —respondió Vinci con calma—. Soy enemigo de la doctora Morgan y aliadode estos hombres. Vine aquí para ser tambiénaliado suyo, pero no puedo permitir que hagaesto.

Fue como si las armas de los guerrillerosvolaran a sus manos, y Marcus y suscompañeros se encontraron en el centro de uncírculo de fusiles preparados. Hasta Yoon lesapuntaba, con rostro serio; del cuchillo con que

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había estado despellejando los conejos todavíagoteaba sangre.

—¿Trajeron a un Parcial a mi campamento?—La voz de Delarosa sonó como un tornado defuria controlada.

—Está de nuestro lado —gruñó Woolf—.No todos los Parciales son enemigos.

—Por supuesto que lo son —replicó ella—.Ni siquiera son capaces de decidir por sí solos;ese enlace químico que tienen les imponeobediencia.

—He jurado por mi honor que los ayudaría—se defendió Vinci.

—Hasta que aparezca un oficial Parcial y leordene revelar todos nuestros secretos —repusoDelarosa. Miró a Woolf, y Marcus se asombróal ver formarse lágrimas en las comisuras de susojos—. ¡Son biológicamente incapaces dedesobedecer, maldición, y no podemos ponereste plan en peligro por asociarnos con elenemigo!

—Es imposible poner su plan en peligro —dijo el comandante—. No hay manera de que

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pueda atacar a los Parciales con una bombaatómica sin diezmar también a la poblaciónhumana; estamos demasiado cerca.

—Sin mencionar a todos los Parciales quemorirían —acotó Marcus—. Pero supongo queesa parte del plan no es negociable.

—Átenlo —ordenó Delarosa.—No lo toquen —dijo Woolf.—Vamos a tomarlo como prisionero, hagan

ustedes lo que hagan —replicó la mujer—. Loúnico que pueden elegir es si también losapresamos a ustedes.

Se hizo silencio en el campamento; cadagrupo miraba al otro con actitud tensa.

Por fin, Marcus se adelantó:—Si insiste en pasar por encima de mí para

apresarlo, allá usted. Pero le advierto queprobablemente voy a llorar cuando me hagandaño, y luego se sentirá mal por eso.

—¿Ese es tu discurso desafiante? —lepreguntó Vinci.

—Acostúmbrate —respondió Marcus—.Tengo muchos más actos inútiles de heroísmo.

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CAPÍTULO DOCE

Kira estaba de pie en el pasillo frente a laoficina de la doctora Morgan, con la manodetenida sobre el picaporte. Si le explicaba suplan, la científica lo aceptaría: capturarían a unhumano, le extraerían el virus y lo someterían apruebas en busca de propiedadesantivencimiento. Kira estaba segura de que lasencontrarían; en un mundo donde nada parecíatener sentido, esto lo tenía. Los secretos quehabía pasado años tratando de develar, el planque la había llevado a recorrer medio mundo, lossecretos irresolubles escondidos dentro de cadahumano, cada Parcial y cada espora del RM:todo señalaba esta respuesta, esta interaccióncompleja, enigmática y brillante de biología,

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política y naturaleza humana. La respuesta eratrabajar juntos: los Parciales podían curar a loshumanos, y ahora estos podían curar a losParciales. Estaba segura de eso. Lo único quetenía que hacer era demostrarlo, y Morgan podíacolaborar.

Pero ¿llegaría solamente hasta allí?El doctor Vale había esclavizado a Parciales

para mantener con vida a su grupito dehumanos, y Morgan era muy capaz de hacer lomismo a la inversa. Kira pensó en los Parcialesen el laboratorio de la Reserva, eternamentesedados, atendidos como una huerta humana ycosechados como hierbas demacradas yesqueléticas. Víctimas involuntarias siempre alfilo de la muerte. Morgan haría lo mismo con loshumanos; sus registros de experimentosanteriores ya incluían historias horrendas depersonas enjauladas, famélicas y desnudas,sometidas a torturas horribles, todo en aras desalvar a los suyos. Ella tenía el poder paravolver a hacerlo, y Kira estaba a punto de darleun motivo. No tenía por qué ser así; no tenía por

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qué ser un lado causando estragos en el otro,pero así sería. Siempre lo había sido, y estanueva revelación solo empeoraría las cosas. Lasituación no cambiaría.

A menos que Kira misma la cambiara.Pero ¿cómo?El pasillo del hospital estaba vacío; había un

puñado de soldados a quienes Morgan habíapuesto a trabajar como asistentes de laboratorio,pero ese día estaban en otras partes delcomplejo. En el edificio había electricidad, perolas salas y los corredores estaban vacíos yabandonados, desprovistos de vida, sonido ymovimiento. Nadie veía a Kira allí de pie,trabada en su indecisión. Podía dar media vueltay marcharse. Hasta podría salir del complejo sinsiquiera ser vista ni disparar una alarma, dadoque Morgan había perdido todo interés enmantenerla allí. Era un experimento fallido, unsueño hecho añicos.

Podría irme, pensó, pero ¿adónde? ¿Quéquedaba por hacer en un mundo tan arruinado?¿Qué respuestas podía tratar de hallar, qué

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esperanza podía encontrar? Allí tenía unarespuesta, prácticamente en la palma de lamano, y también los medios para tomarla,modelarla y hacerla realidad. Las implicacioneseran terribles, y las repercusiones seríancatastróficas, pero si estaba en lo cierto, lacivilización sobreviviría: humanos y Parciales,esclavizados, inmorales e inescrupulosamentetransigentes, pero vivos. Las cosas estarían mal,pero mejorarían; quizá no por variasgeneraciones, pero sí algún día.

¿Eso basta?, pensó . ¿Acaso lasupervivencia es lo único que importa? Si selo digo a Morgan, y ella esclaviza a la razahumana para salvar a los Parciales, van avivir… pero en el infierno. ¿Cómo puedotomar esa decisión? Si tengo la oportunidadde salvar siquiera una sola vida y no lohago, ¿soy una asesina? Si tengo laoportunidad de salvar al mundo entero y lodejo morir, ¿cuánto peor soy? Sin embargo,sería responsable por la mayor opresión quese haya impuesto jamás a la especie humana.

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Cada persona a la que salvaramaldeciría mi nombre, desde ahora hasta elfin de los tiempos.

No se me ocurre otra manera, pero no meresigno a llevarla a cabo.

Su mano vaciló sobre el picaporte, a cincocentímetros de tomar su decisión. El calor de lapalma de su mano estaba entibiando elpicaporte, y la sangre caliente que circulaba porsus venas irradiaba un aura de vitalidad. Si semarchaba ahora, ese calor quedaría: una imagenresidual de su presencia, que había estado allí yhabía desaparecido en un instante. Unos mesesmás para los Parciales, unos años más para loshumanos. Caería la lluvia, las plantas crecerían,los animales comerían, matarían y morirían yvolverían a crecer, y el fantasma de la vidaconsciente se esfumaría, un eco insignificante enla memoria de la Tierra. Algún día, un millón deaños más tarde, quizá mil millones de añosdespués, cuando otra especie evolucionara,despertara o descendiera de las estrellas,¿sabría siquiera que había habido alguien en el

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planeta?Podría haber edificios, o residuos

plásticos, o algo que indicara que algunavez existimos, pero nada que explicara porqué. Nada que dijera por qué valdría lapena recordarnos.

Podría irme, pensó de nuevo. Buscar aSamm, o a Xochi, Isolde o Madison. Podríaver a Arwen por última vez. Buscar aMarcus.

Marcus.Quería casarse conmigo, y yo quería

estar con él. ¿Qué cambió? Supongo que yocambié. Tenía que averiguar quién era, y quésignificaba eso, y ahora sé que no soy nada.Solo una chica más que no puede salvar almundo.

Bueno, no a menos que lo condene.Marcus quería aceptar el fin del mundo,

disfrutar nuestro tiempo juntos porque era elúnico tiempo que teníamos. ¿Tenía razón? Ledije que no y me marché, y ¿qué conseguí?Estoy tan perdida y desesperanzada como

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siempre… ahora todavía más, porque lointenté y fracasé.

Pero al menos lo intenté.Y Samm.Él me enseñó a aceptar, no el fin del

mundo, sino el mío. A sacrificarme porqueera la única elección moral cuando todas lasdemás opciones eran demasiado terribles. Yohice esa elección, y me entregué, y sinembargo aquí estoy, sin haber mejoradonada. El mundo aún se está terminando. Elcalor de nuestra presencia sigue borrándosede la Tierra.

Pero ni siquiera eso es verdad. El mundose acabó hace trece años, y ahora seextingue la raza humana, y con nosotros losParciales; no es más que una imagenresidual. Ya estamos muertos, como unacabeza cortada que sigue parpadeando en elsuelo.

Jamás me di por vencida. Pero siempretuve opciones que podía seguir. Otrasalternativas para elegir, otros caminos para

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tomar y… algo. Y ahora, ¿qué tengo?¿Acaso vender a mi gente, a mi familia, atoda la especie humana es realmente la únicarespuesta? Si lo hago, ¿podré vivir conmigomisma?

Y si no lo hago, ¿puede alguien vivir?Apoyó la mano en el picaporte, lo sujetó con

firmeza y sintió la curva de metal liso en lapalma de la mano. Era el momento. Era ahora onunca.

Soltó el picaporte y retrocedió un paso.Retrocedió otro más.Si la única opción que queda es la

extinción, pensó, la elección que uno jamáscontemplaría se convierte en la únicaelección moral que puede hacer. Laesclavitud es un infierno, pero no es laaniquilación. Podríamos recuperarnos. Aveces la mala elección es la correcta.

Pero a veces simplemente es mala.Dio otro paso atrás.La raza humana es más que sangre y

huesos. Los Parciales son más que una doble

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hélice y una feromona artificial. Sonpersonas; personas a quienes conozco:Samm y Xochi y Madison y Haru y Arwen eIsolde y Marcus y todos a quienes alguna vezconocí, todos a quienes amé u odié o algo.Son Vale y Morgan. Soy yo.

No basta con salvarnos. Tenemos que serdignos de salvación.

Retrocedió un paso más; ahora estaba depie en el centro exacto del ancho pasillo delhospital, con la mirada clavada en la puertacerrada.

Hay otros Parciales, se dijo. Otrasfacciones que viven en los pueblos, losbosques y el páramo. No se han puesto dellado de Morgan, y yo tampoco tengo por quéhacerlo. Si puedo lograr que algunos deesos grupos, siquiera uno de ellos, meacompañe; si logro que ayuden a loshumanos como hizo Samm, que se unan aellos, vivan y trabajen juntos, entoncespodemos lograrlo. Podemos salvar al mundo.No solo nuestra vida, sino las razones por

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las que vale la pena salvarla. Nuestrospensamientos y nuestros sueños.

Nuestras esperanzas.Dio media vuelta y retrocedió por el pasillo,

esta vez caminando con más seguridad, ya sinvacilar, con la decisión tomada.

Ahora solo le restaba esperar que esadecisión fuera la correcta.

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CAPÍTULO TRECE

Ariel iba corriendo, aferrando su fusil; la mochilacargada le golpeaba frenéticamente la espalda.Las demás corrían delante de ella, jadeando,desesperadas, pero sin atreverse a mirar atrás:Isolde, con su bebé; Madison, con la suya;Nandita, con agilidad sorprendente, y Xochi y sumadre, delante de todas. No sabían qué lashabía delatado, pero eso no importaba. Unapatrulla de rutina las había encontrado fuera dela ciudad, y ahora los Parciales las seguían decerca, recorriendo las calles rotas con elestruendo de jeeps y motocicletas, y atrás, uncamión de acoplado plano con barras de hierro yenvuelto con tela metálica.

Una jaula.

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Kessler dobló a la izquierda y entró en unpatio cubierto de vegetación, adelantándose enbusca de una vía de escape, y Xochi se rezagó ehizo señas a las demás para que pasaran por labrecha en la cerca.

Khan y Arwen lloraban, reflejando el temorde sus madres. Ariel las alcanzó mientrasNandita atravesaba la cerca con dificultad, ygiró para arriesgar una mirada atrás.

Los Parciales prácticamente les pisaban lostalones. Xochi disparó una ráfaga con su fusil,que hizo añicos el parabrisas del primer jeep yobligó al conductor a agacharse; eso los retrasóapenas lo suficiente para que ella pudiera cruzarla cerca; y luego siguieron corriendo, esquivandoarbustos, retoños y escombros cubiertos dehierba. Este patio estaba lleno deelectrodomésticos viejos; tal vez había sido untaller de reparaciones, y lavavajillas yrefrigeradores se alzaban como monolitos. Arieloyó rebotar una bala contra uno de ellos alpasar.

—Están demasiado cerca —jadeó Xochi;

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apenas pudo hablar mientras corría sin pararentre la maleza—. Esta vez no lograremosescapar.

Ariel sujetó a Nandita por el brazo mientrascorría, para guiarla por el laberinto deobstáculos.

—Piensa qué fácil sería esto si nuestra brujaloca usara sus poderes de control mental sobrelos Parciales.

—Sabes que no puedo hacerlo —respondióla mujer, resollando por el esfuerzo—. Sabránque los he controlado, ya sea que losmantengamos con nosotras para siempre o losenviemos de regreso con la información de quealguien del Consorcio está en la isla.

—Y eso no puede pasar —replicó Ariel entono mordaz, mientras se agachaba al oír otraráfaga de balas—. Si empiezan a perseguirnos,esto podría ponerse muy serio.

—Es una patrulla que recoge fugitivos —dijo Nandita—. Una cacería más específicasería mucho peor.

Xochi disparó por encima del borde de un

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lavavajillas oxidado, con lo cual demoró lapersecución al obligar a los Parciales a ponersea resguardo.

—En uno o dos minutos más ya notendremos opción —dijo—. Son mejores enesto, y muchos más que nosotras.

—Esperen —dijo Ariel, ladeando la cabezapara escuchar. Algo había cambiado. Xochivolvió a disparar, y Ariel le hizo un gesto paraque parara—. Silencio, ¿oyes eso?

Xochi volvió a agacharse, y las tres sequedaron escuchando con atención, mientras lasdemás seguían corriendo. Ariel cerró los ojos,tratando de concentrarse en el sonido. ¿Quéera?

—Los motores —dijo Nandita—. Están enpunto muerto.

Sí, pensó Ariel, el sonido de los motorescambió, pero primero hubo otra cosa. Algomás grande, como un… No lograba ponerlo enpalabras.

—Recuérdenme qué significa que un motoresté en punto muerto —pidió Xochi—. En toda

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mi vida habré oído, no sé, unos cuatro motores.—Significa que están esperando algo —

explicó Nandita—. Ya no nos persiguen.—De todos modos, no pueden pasar por

este basural con los vehículos.—Volvieron a acelerarlos —dijo Ariel,

todavía concentrada en los sonidos—. Peroparece que… se van.

—¿Cómo te das cuenta? —preguntó Xochi—. Oigo motores, pero nada de ese profundomatiz emocional que ustedes dos estáncaptando.

—Eres humana —dijo Nandita—. Y notienes ni una fracción de las modificacionesgenéticas que tengo yo.

—No pueden haberse dado por vencidos —dijo Ariel—. Estaban demasiado cerca. ¿Seráque intentan rodearnos? —Miró más adelante,tratando de ver al resto del grupo, pero yahabían doblado una esquina y se habían perdidode vista—. Tenemos que alcanzarlas. Kesslerno puede defender sola a las madres.

—Puede que todavía haya Parciales detrás

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de nosotras —objetó Xochi—. Si salimos aldescubierto podrían matarnos.

—Están aquí para capturarnos, no paramatarnos —dijo Nandita, y sacudió la cabeza.

—Eso fue antes de que les disparáramos —replicó Ariel—. Ahora somos combatientesenemigas.

—Denme un momento —pidió Nandita;cerró los ojos e inhaló larga y profundamente.Se quedó muy quieta, como concentrándose, yAriel se dio cuenta de que trataba de percibirParciales en las cercanías por el enlace. Ellatambién inhaló pero no sintió nada; nunca podía.¿Tal vez con un poco de práctica?

De pronto, Nandita abrió los ojos.—Adelante. ¡Corran hacia los niños! —

exclamó. Y las tres mujeres se levantaron y selanzaron al rescate.

Ariel se arriesgó a echar un vistazo haciaatrás, pero no vio nada. ¿Por qué nos habrándejado?

Aunque enviaran hombres por delantepara cortarnos la huida, ¿por qué

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abandonarían su posición detrás denosotras?

Sacó ventaja a las demás y aminoró lavelocidad en la esquina del siguiente edificiogrande; levantó el fusil y dobló con cuidado, conel cañón a la altura de los ojos para disparar acualquier enemigo que apareciera. Lo único quevio fueron una bota y un tobillo desapareciendopor una puerta. Un Parcial acababa de entrar.Un momento después oyó el llanto de unacriatura y se lanzó a la carrera justo en elmomento en que Xochi la alcanzaba.

—¿Dónde? —preguntó Xochi.Ariel señaló la puerta abierta, y Xochi

asintió. Cada una llevaba un fusil de asalto M16,tomado de su colección personal comointegrantes de la vieja milicia de East Meadow.Todos los adolescentes de la isla habían recibidoentrenamiento con armas de fuego como partede su educación, y los fusiles tenían suficientepotencia como para derribar a un Parcial conarmadura, si le daban en los lugares indicados.

Podemos hacer esto, pensó Ariel. Solo que

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no sabemos cuántos son, ni dónde están.Casi habían llegado a la puerta. Ariel

susurró lo más suave que pudo, sin dejar decorrer:

—¿Entramos con sigilo o disparando adiscreción?

—Demasiado tarde para ambas cosas —respondió una voz masculina severa, y ambaschicas se detuvieron en seco—. Dejen lasarmas y colóquense contra la pared —ordenó elhombre, y obedecieron; Ariel se maldijo por suimprudencia. Echó un vistazo atrás pero no vio aNandita por ninguna parte. Oyó que adentrolloraban los niños y luego, unos pasos a suespalda y un entrechocar de metales cuando elsoldado Parcial apartó los fusiles de un puntapié—. Dígannos lo que saben sobre la resis… —seinterrumpió bruscamente, como alarmado poralgo que ella no había oído.

Una fracción de segundo después, otroParcial gritó desde el interior del edificio:

—Ced, tienes que ver esto.—Dos combatientes en custodia; posición

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vulnerable —respondió el soldado.—Tráelos aquí adentro —indicó el otro—, y

pregúntales qué saben sobre una criaturahumana de un año.

Ariel maldijo por lo bajo, y oyó que Xochihacía lo mismo. Volvió a mirar al costado, peroNandita seguía escondida.

—¿A quién esperan? —preguntó el soldado.Ariel volvió a maldecir, aunque esta vez

mentalmente, con la esperanza de no haberdelatado del todo a Nandita.

—Había otro grupo de ustedespersiguiéndonos —respondió ella—. Mesorprende que todavía no nos hayan alcanzado.

—Se quedaron manteniendo la posiciónmientras nosotros las flanqueábamos —dijo elParcial, aunque Ariel sabía que era mentira.

Los demás se fueron a toda velocidad ensus transportes, pensó . Eso no puede ser unprocedimiento normal; hasta el camión jaulase fue. ¿Cómo pensaban llevarnos? ¿Quéestá pasando?

—Por la puerta —ordenó el Parcial—, y no

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intenten ninguna tontería.Xochi y Ariel ingresaron en fila al edificio en

ruinas, con las manos por encima de suscabezas. Era una especie de depósito, dondehabía más de los aparatos que habían vistooxidándose afuera. El interior estaba enpenumbra pero no oscuro, pues gran parte deltecho se había derrumbado y se veía el cielo.

Adentro estaba el otro Parcial, que sosteníasu propio fusil y el de la senadora Kessler,mientras que esta, Madison e Isoldepermanecían acurrucadas en un rincón con losdos niños. El Parcial las miró con recelo, pero nopodía dejar de echar vistazos a Arwen, una yotra vez. Una criatura de un año era algo muypoco común, demasiado asombroso como parano prestarle atención. Con un gesto les indicóque fueran al mismo rincón, y al pasar, Arielexaminó el piso con el mayor disimulo posible,en busca de otras armas. No las había. Ella,Xochi y Kessler estaban desarmadas, pero quizáMadison e Isolde conservaban sussemiautomáticas.

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Además, Nandita seguía afuera, donde elParcial que las había capturado había dejado losfusiles tendidos en el césped.

—Es una criatura de un año, Cedric —dijoel segundo Parcial.

—Eso es… —El soldado que las habíacapturado las siguió al interior, pero se detuvo enseco al ver a Arwen. La miró pasmado, deespaldas a la puerta, y bajó la guardia solo uninstante.

Ariel casi pensó que Nandita aparecería pordetrás y le dispararía. No pasó nada. El Parcialrecuperó la compostura y asumió una posicióndefensiva, con la cual pudiera vigilar tanto a lasmujeres como la puerta. Ella estaba casi segurade que no había más soldados, solo dos paracapturar a seis mujeres. A pesar de serParciales, se les dificultaría mucho llevarlas, y laidea de que tal vez su objetivo no era capturarlasle heló la sangre.

—Dígannos todo lo que saben —ordenóCedric.

—Sé que los Parciales son asesinos

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desalmados, demasiado imbéciles como parahurgarse las narices sin un oficial que les indiquecómo —respondió Kessler—. ¿Esa es la clasede cosas que querían saber? ¿O quiereespecificar un poco más esa estúpida pregunta?

—Comencemos por ella —indicó el otroParcial, señalando a Arwen—. Pensábamos quetodos los niños humanos moríaninstantáneamente.

—Bueno, ustedes hicieron lo posible paraque así fuera —repuso Isolde. Kira les habíadicho que ellos no habían desatado la epidemia,pero pocos le creían. Ariel no estaba segura desu postura al respecto.

Los dos Parciales no hicieron nada paraconfirmarlo ni para negarlo.

—¿Esta es la niña que salvaron? —preguntóCedric—. ¿La que curó Kira Walker?

—No sabemos nada de Kira Walker —respondió Ariel, desviando el tema. Se obligó ano mirar hacia la puerta, para no delatar otra vezsus pensamientos. Aunque Nandita no quisieraaprovechar el enlace para controlarlos, podía

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recoger los fusiles y atacar: lo único quenecesitaban era un disparo por sorpresa quederribara a uno, y en la confusión Ariel podíatomar la pistola de Isolde.

O, si de todos modos vamos a matarlos,pensó, usa el maldito control mental yfacilítanos las cosas. ¿Acaso Nandita era tancuidadosa, tan paranoica y sigilosa, como paracorrer el riesgo de perderlas a todas en unabalacera con tal de mantener oculta su mejorarma?

Claro que lo es, pensó con amargura. EsNandita: siempre fue así, y siempre lo será.Es capaz de entregarnos a todas con tal deprotegerse.

—No sabemos por qué mi hija no murió —dijo Madison; era la mentira que habíanacordado en caso de que las capturaran—. Esinmune, como nosotras. Por favor, déjennos enpaz.

—Teníamos un programa llamado Ley deEsperanza —prosiguió Kessler—. Creamos lamayor cantidad posible de embarazos.

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Estadísticamente, alguno de esos niños iba aheredar la inmunidad de sus padres.

Es lo que ocurrió con esta niña.—¿Hay más? —preguntó Cedric. El otro

Parcial vigilaba la puerta, y Ariel lo vigilaba a él.—No sabemos —Kessler se encogió de

hombros—. Decían que tal vez sí, en el este,pero no sabemos dónde.

—Hacia allá íbamos —dijo Madison—.Pensamos que si allá hay más niños, podemosencontrarnos con ellos y tratar de seguir juntos.Eso es todo.

—No queda nadie en la parte este de la isla—respondió Cedric—. Hemos congregado atodos en East Meadow.

—¿Por qué? —preguntó Ariel. No esperabaque le respondieran, pero no pudo evitar lapregunta. ¿Para qué reunir a todos los humanosen un mismo lugar? ¿Qué pensaban hacercuando los tuvieran a todos? Tal como habíasupuesto, el soldado no prestó atención a supregunta.

—¿Qué saben de la resistencia? —indagó el

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otro Parcial. Y Ariel reconoció la pregunta comolo primero que les había preguntado Cedric,cuando todavía estaban afuera. Ella no sabíaque había un movimiento de resistencia, peroparecía bastante importante.

—No hay resistencia —respondió Xochi—.Quizás algunos grupos como nosotras, tratandode salir de East Meadow, pero nada más.

—Los humanos llevan a cabo una campañade guerrilla desde que empezó la ocupación —repuso Cedric—. Háblennos del arma biológica.

—¿Qué arma biológica? —preguntó Ariel.—Y sobre los ataques con misiles en

Plainview —continuó el Parcial—. ¿Dóndeconsiguieron los misiles? ¿Dónde se escondenlos cabecillas?

—No sabemos nada de eso —insistió ella—. No formamos parte de ninguna resistencia;solo tratamos de proteger a estos niños.

—Están escapando del sitio del mayorcontraataque humano en la historia de estaocupación —dijo con firmeza—. Estáninvolucradas, y van a decirnos lo que saben.

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Ariel trató de visualizar el mapa en sumente, de recordar los viejos caminos de LongIsland. Habían abandonado East Meadow porLevittown, luego Bethpage y luego… Plainview.Estuvimos allí esta mañana, pensó. No huboningún misil, ninguna clase de ataque. Talvez ocurrió después de que pasamos. Peroeso fue hace apenas unas horas…

El ruido que oí, pensó de pronto. Oí unruido, algo grande a lo lejos, y entonces sedetuvieron los motores, y un minuto despuésse fueron. ¿Habrá sido eso el ataque? Unmovimiento humano de resistencia atacóPlainview hace apenas unos minutos, y lapatrulla que nos perseguía recibió unapetición de refuerzos. Estos dos no estánaquí para capturarnos, sino parainterrogarnos.

Abrió la boca para responder, pero ambosParciales se pararon bien firmes, casi al unísono,se miraron brevemente y luego observaron lahabitación. Ella no distinguió si estabanasustados o solo confundidos.

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—¿Qué diablos es eso? —preguntó Cedric.—Se está acercando —dijo el otro.Ariel echó un vistazo a las otras mujeres,

que estaban acurrucándose más juntas paraprotegerse. Y luego se recargó contra el costadode Isolde; sintió la pistola bajo la camiseta de lamuchacha.

—Me llevo esto —susurró.—Están percibiendo algo en el enlace —

murmuró Isolde, y asintió cuando Ariel tomó lapistola.

—¿Será Nandita? —preguntó Xochi.—No. La he visto actuar a Nandita, y no

fue así —dijo Ariel, y volvió a mirar a losParciales, que se ponían a resguardo.

—¿Tienen más armas? —les preguntóCedric.

Ariel tardó un momento en darse cuenta deque les hablaba a ellas.

—¿Qué pasa? —le preguntó.—Viene algo. Si tienen armas, prepárenlas

—respondió Cedric.—Tiene que ser Nandita —susurró Isolde.

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Como en respuesta, la anciana entró por lapuerta, prácticamente caminando hacia atrás.Los soldados casi no reparaban en ella, sino quemantenían las armas apuntadas a la puerta.

—¡Abajo! —gritaron. Nandita buscórefugio, con los ojos desorbitados. La voz deCedric sonaba dura como el acero—. ¿Lo vio?

—No —respondió Nandita—. ¿Qué es?—No lo sabemos —dijo el otro—, pero

hemos oído algunos relatos.Ariel se quedó mirándolos con asombro,

preguntándose qué podía ser tan aterrador paraque los Parciales desistieran del interrogatorio yNandita abandonara su escondite. Un latidodespués, decidió que no importaba lo que fuera:si ellos le temían, ella también. Levantó la pistolade Isolde, y vio que Xochi hacía lo mismo con lade Madison. Esperaron, agazapadas en lasruinas, con los ojos fijos en la puerta.

Y entonces llegó.Ariel lo sintió primero: no con su cuerpo,

sino en alguna parte de su mente. Era unapresencia inmensa pero a la vez invisible. Se

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tambaleó, igual que Isolde. Es el enlace, pensó.Estamos percibiéndolo. Khan, que habíaestado callado empezó a llorar, casi como si éltambién lo sintiera.

Una sombra pasó por el umbral, e instantesdespués apareció una forma enorme,humanoide, pero inmensamente extraña. Era deun tono rojo oscuro o púrpura, cubierto con loque parecían placas irregulares de una corazade cuero; Ariel no pudo distinguir si eran partede su cuerpo o algo que se podía retirar. Era tangrande que tuvo que inclinarse para mirar por lapuerta, y los observó un momento con ojosnegros diminutos. Tenía una voz profunda,aunque ella no le vio la boca.

—Es hora de prepararse —dijo la criatura—. Prepárense para la nieve.

—¿Quién es usted? —le preguntó Cedric,en tono imperativo, pero la criatura hizo oídossordos a la pregunta.

—Avisen a los demás —dijo, y se enderezópara marcharse.

Cedric disparó su fusil una sola vez, y le dio

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al monstruo en la pierna. Ariel no pudo ver si lohabía herido. La criatura volvió a agacharsepara trasponer la puerta con paso medido ydeliberado, y en los hombros se le abrieron unaespecie de aletas, como orificios nasalesgigantescos. Los dos Parciales cayeroninconscientes y Ariel sintió un mareo, como siestuviera a punto de desmayarse. Se sostuvo deXochi, esforzándose por mantener los ojosabiertos, y notó con aturdido interés que Isolde yNandita parecían igualmente inestables. Lacriatura las observó un momento, comoesperando para ver si alguna caía, y luego volvióa hablar.

—No me sigan —dijo—. Yo ya lo sé.Tienen que avisar a los demás.

Se detuvo un momento, y Ariel tuvo laimpresión súbita e inconfundible de que lacriatura estaba sorprendida. Percibió esesentimiento como una oleada espesa, viscosa, yapenas pudo contener un grito de terror.

—Nandita —dijo la criatura.Ariel no sabía dónde terminaba la sorpresa

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de la criatura y dónde empezaba la propia.—¿Quién es usted? —le preguntó la

anciana.—Ya casi llega —respondió—. Estoy

arreglándolo, y casi he terminado.—¿Qué está arreglando? ¿Quién es?—Soy yo —dijo la criatura—. El mundo

quedará arreglado. Habrá nieve otra vez.Dio media vuelta y se marchó.

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CAPÍTULO CATORCE

Samm estaba de pie en el centro de la cafeteríadel hospital, observando las reacciones de losParciales a las últimas noticias. Ya estabandespiertos los nueve, reunidos allí en sillas deruedas y en camas, la mayoría de ellos aúndemasiado débiles como para caminar, y algunosaun peor.

El Número Ocho, un soldado llamadoGorman, seguía con oxígeno; tenía los pulmonesdemasiado atrofiados como para quefuncionaran del todo sin ayuda. Ninguno de ellosera oficial, pero habían servido juntos antes delBrote, y todos lo veían como su líder.

—Doce años —dijo Gorman. Tenía el rostroenjuto, los ojos lacrimosos y caídos. Físicamente

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tenía dieciocho años, como todos los Parcialesde infantería, pero estaba tan demacrado queaparentaba varias décadas más—. Eso es… —hizo una pausa, sin hallar las palabras—. Doceaños.

—Casi trece —dijo Samm—. No sé conexactitud cuándo los sedaron, pero estamos en2078.

Echó un vistazo a Heron, que permanecíacallada en su rincón, y luego a la puerta; no teníallave, pero Calix había prometido no dejar entrara nadie para que tuvieran un poco de privacidad.Hasta ahora había cumplido, y en la reuniónhabía solo Parciales.

—La rebelión empezó en 2065 —recordó unsoldado que estaba en silla de ruedas—. Puedeque nos equivoquemos por uno o dos meses,pero como sea, son casi trece años —Samm sehabía enterado de que se llamaba Dwain.

—Lo último que recuerdo fue que vinimosaquí —comentó Gorman. Abarcó con un gestoel complejo hospitalario en general—. Eracuando el RM estaba en su auge, cuando los

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altos mandos decidieron por fin que los humanosno se recuperarían. Nos habían asignado buscarel complejo de ParaGen, para ver si había algoque pudiéramos hacer con respecto a laepidemia, y entonces… bueno. Aquí estoy.

—¿No recuerdan quién los sedó? —preguntó Samm.

—No fue una persona —respondió unsoldado llamado Ritter—. Yo tenía todo miequipamiento cuando ocurrió; no recuerdo bien,pero seguramente estaríamos patrullando. Creoque fue… —Emitió una oleada de frustraciónpor el enlace—. No recuerdo. En uno de losedificios del laboratorio; quizás en este, por loque sé. Fue como un ataque químico.

Los otros Parciales expresaron su acuerdopor el enlace, y Samm asintió.

—El mismo hombre que los hizo prisionerostambién tenía a otro, un soldado llamadoWilliams, a quien modificó para que produjera ensu aliento un sedante para Parciales. No… notenemos manera de volver a modificarlo.

Todos se sintieron incómodos.

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—El mundo en el que despertaron no es elmismo que dejaron —prosiguió Samm—. Ya leshablé del Brote, del RM y de la Reserva. Lo queles ocurrió a ustedes se hizo por temor a laextinción, y si bien eso no lo justifica, al menos lohace comprensible. Fuera de la Reserva, elmundo está vacío. Los únicos asentamientos quequedan además de este en el continente (y, quenosotros sepamos, en el mundo entero) están enel este: los humanos se ubicaron en Long Island,en una ciudad llamada East Meadow, donde hayaproximadamente treinta y cinco mil.

El enlace se cargó de sorpresa, seguida caside inmediato por una gran oleada de confusióncuando por fin comprendieron todas lasimplicaciones del Brote. El primero en hablarfue Dwain.

—¿Solamente treinta y cinco mil humanos?¿En todo el mundo?

—Esa es la población mundial total de laespecie —confirmó Samm—. Puede que hayaotros grupos pequeños desperdigados, perodentro de los próximos cien años, cuando

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mucho, se extinguirán.—Y los Parciales, ¿dónde están? —

preguntó Gorman—. Éramos inmunes al RM, yes imposible que un grupo de treinta y cinco milhumanos haya podido doblegar a todo nuestroejército.

Samm sintió que se le comprimía el pecho, yvaciló antes de hablar, como si hubiera algúnmodo de protegerlos de la noticia que estaba apunto de darles.

—Los Parciales están al norte de ellos —respondió—, en nuestra antigua sede en WhitePlains. Todos… —hizo una pausa— doscientosmil.

—¿Doscientos mil? —preguntó Ritter—. Esuna broma.

—No.—¿Qué pasó con los demás? —preguntó

Gorman, en tono imperioso—. ¿Los humanosatacaron? Oímos rumores de un ataque naval,pero después vinimos aquí y… —Se le quebró lavoz, y los datos que circulaban por el enlace sevolvieron amargos y tristes—. Lo consiguieron,

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¿no es cierto? La Última Flota logró pasar ymasacró a nuestro ejército.

—La Última Flota fue detenida —respondióSamm—. Los humanos no mataron a nadie.

—Al menos, no directamente —acotóHeron.

Gorman le echó un vistazo, y luego se volviónuevamente hacia Samm. Tenía la voz débil, aúnresollaba por el respirador, pero sus datos en elenlace prácticamente ardían de indignación.

—¿Entonces qué fue lo que sucedió? —lepreguntó.

—Hace unos tres años empezó a morir laprimera generación —respondió—. La primeraserie de Parciales que crearon para la guerra,todos los veteranos que desembarcaron primeroen la Guerra de Aislamiento simplemente…murieron. Un día estaban sanos, y al díasiguiente estaban pudriéndose, como un pedazode fruta bajo el sol. Descubrimos que cada unode nosotros fue creado con una fecha devencimiento. Al cumplir los veinte años, oalrededor de esa fecha, todo Parcial muere —

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hizo una pausa, para darles un momento paradigerirlo—. A la siguiente serie le toca en unmes; a la última serie, la mía, le quedan unosocho meses. Según cuándo hayan salido de loscapullos, les quedan entre cuatro y treinta y dossemanas de vida.

La habitación quedó en silencio; todos losParciales se quedaron pensativos. Haciendonúmeros.

Heron también permanecía callada,observando a Samm con ojos oscuros yprofundos. Los datos del enlace crujían en elaire con una mezcla desarticulada de confusióny desesperación.

—¿Y dices que eso mata a todos? —preguntó Gorman.

—No es una enfermedad: está incorporadoa nuestro ADN —asintió—. Es imposibledetenerlo, incurable e irreversible.

—¿Veinte años?—Sí.—¿Y dices que estamos en 2078?Samm frunció el ceño, confundido por la

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sarta de preguntas. Había esperado incredulidad,pero la confusión de Gorman en el enlace sevolvía menos acongojada a cada segundo.

—En octubre. ¿Por qué?—Soldado —dijo Gorman—, somos de la

Tercera División. Salimos de los capullos en2057 —abrió los ojos muy grandes, como si nisiquiera él pudiera creer lo que estaba por decir—. Todos cumplimos veintiún años hace cincomeses.

—Eso es imposible —dijo Samm, y se quedómirándolo.

—Es obvio que no.—Nunca nadie ha vivido más allá de su

fecha de vencimiento —insistió—; probamos detodo…

—¿Cómo sabemos que esa fecha devencimiento es real? —preguntó Ritter.

—No es invento mío, si eso es lo quepiensas —respondió Samm.

—Si esto es mentira, todo lo demás tambiénpodría serlo —dijo Dwain.

—No les estoy mintiendo. Estamos en 2078,

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el mundo se está acabando, y de alguna maneraustedes han sido salvados, y necesitamosaveriguar cómo…

En un movimiento casi imperceptible, Heronse apartó de la pared, sacó un cuchillo decombate de una funda que llevaba sujeta alcinturón y tomó a Ritter por el hombro. Antes deque Samm pudiera parpadear siquiera, el Parcialestaba en el suelo y su silla volcada en el piso;Heron le puso la rodilla en el pecho y el cuchillocontra la piel de la garganta.

—Dime la verdad —le dijo.—Heron, ¿qué haces? —exclamó Samm,

levantándose de un salto.Se le unió un coro de protestas de los

demás, la mayoría demasiado débiles como paraponerse de pie. Gorman forcejeó con los tubosdel respirador que tenía en torno del cuello,tratando de levantarse, pero el esfuerzo fueexcesivo y volvió a caer en la cama. El enlacese llenó de oleadas de indignación.

—¿Qué edad tienes? —insistió ella. Apretómás el cuchillo contra la garganta de Ritter—.

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No me obligues a demostrarte que hablo enserio.

—Apenas puede respirar —gritó Dwain—.¿Cómo quieres que diga algo si le estásaplastando la caja torácica?

—Entonces que alguien responda por él,antes de que me apiade y lo mate, y elija alsiguiente.

—Tenemos veintiún años —respondióGorman, tosiendo las palabras, entreinhalaciones profundas y ávidas del respirador—. Es cierto. Tenemos veintiuno.

Heron se puso de pie y guardó el cuchillo ensu funda casi con la misma rapidez con que lohabía desenfundado. Ofreció una mano a Ritterpara ayudarlo a levantarse, pero él la rechazó,enojado, y se quedó jadeando en el suelo.

—Aquí hay algo que los mantuvo con vida—le dijo Heron a Samm.

—¿Algo en el sistema de apoyo vital? —preguntó él, confundido.

—¿Realmente va a ser tan sencillo? —opinóHeron.

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—¿Cómo saben que no fue por el coma? —preguntó un Parcial llamado Aaron, que estabacerca de la pared.

Samm lo miró brevemente y reflexionó unmomento.

—Podría ser, pero no me parece probable.Si el hecho de frenar el metabolismo posterga elvencimiento, habríamos visto más variación enlas fechas.

—No el coma en sí —explicó Aaron—, sinosu causa: el sedante. ¿Y si los humanos que noshicieron esto incorporaron una manera demantenernos vivos?

—¿Williams es la cura? —balbuceó Heron,que seguía sin apartar la mirada de Samm.

—Eso sería irónico —respondió él.—Sería inútil —repuso Gorman—. Ya

vieron lo que nos provocó. Aunque nos dé treceaños más, ¿realmente es una solución? De todosmodos moriremos a los veinte, y mientras tantosería una tortura física y mental.

—Los diferentes usos podrían tener distintosefectos —sugirió Heron—. Utilizarlo en dosis

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pequeñas puede que nos ayude a dormir y nosalargue la vida.

—Él no es una píldora para dormir —protestó Dwain—; es un miembro de nuestroescuadrón, y no pueden usarlo así.

—De todos modos, no puede tratarse de eso—dijo Samm—. La doctora Morgan llevó a Valeespecíficamente para buscar una cura para elvencimiento. Si él ya la tenía, habría dicho algo.

—Si decía algo, se habría visto obligado arevelar lo que les había hecho a estos hombres—repuso Heron—. Morgan lo habríadespellejado vivo, a él y a la mitad de loshumanos de la Reserva.

—Pues a mí me dan ganas de hacer lomismo —dijo Gorman.

—No les hicieron nada —replicó Samm, entono cortante.

Con un gesto débil, Gorman señaló elrespirador, la camilla y toda la sala, llena deParciales enfermizos y discapacitados.

—¿Esto te parece nada?—Fue obra del doctor Vale, no de ellos.

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—No nos referimos solo al coma —agregóGorman—. ¿Y todo lo demás? Declaramos unaguerra para librarnos de la opresión humana, unaguerra que, según nos dices, literalmente acabócon el mundo, y trece años más tardedespertamos, ¿y qué encontramos? Másopresión. Una mucho peor. Toda nuestraespecie está muriendo, y tú vienes como sifueras la mascota Parcial de alguien a decirnoslo mal que lo están pasando los humanos.¿Acaso no tienes carácter, soldado? ¿No tienesrespeto por ti mismo?

Samm no dijo nada. Ni siquiera necesitómirarlos para sentir su asco, su ira, su lástima,que llenaban el aire como una nube venenosa.Había intentado ser su amigo, guiarlos en elnuevo mundo en el cual habían despertado, perolo único que veían en él era un traidor. Abrió laboca para protestar, para decirles que no erauna mera herramienta de los humanos, paraexplicarles todo lo que había pasado y susmotivos, pero era… demasiado. Miró a Gorman,pero gritó hacia el pasillo.

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—¡Calix!Esperó, preguntándose si la muchacha se

habría ido, rogando que no los hubiera dejadoencerrados.

Le pareció una eternidad, pero apenas unsegundo después se abrió la puerta.

—¿Necesitas algo? —preguntó Calix,apoyándose en su pierna sana.

Sin dejar de mirar a Gorman, la mantuvo ensu visión periférica. Escuchen bien, pensó, conla esperanza de que los soldados estuvieranprestando atención.

—¿Calix, hay noticias de los cazadores? —indagó.

Ella parpadeó, un gesto que Samm habíallegado a reconocer como confusión. No era lapregunta que esperaba recibir, pero la respondió.

—Phan cazó un venado; él y Frank lo traenhacia acá. Deberían llegar pronto.

—¿Y la cosecha?Calix volvió a parpadear. Esta vez respondió

con voz más vacilante, buscando respuestas a suvez.

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—Ya se cosechó todo; todavía están…enlatando las frutas, los frijoles y esas cosas…¿todo bien?

—Todo muy bien —respondió él,observando atentamente a Gorman—. ¿Y lascolmenas? ¿Están dando suficiente miel?

Esta vez, si la chica seguía confundida por elinterrogatorio, lo disimuló.

—No tanta como el año pasado, peroestamos bien —dijo. Hizo una pausa y luegoagregó—: Suficiente para alimentar a diez bocasmás.

—Excelente —Samm eligió con cuidado sussiguientes palabras; no quería que pareciera unapetición, pero tampoco una orden—. Sé que tedije que estos hombres debían comer ligero y sinmucho condimento al principio, pero les hanpasado muchas cosas y creo que se merecenalguna cosita más. Esos caramelos de miel quehace Laura son deliciosos. ¿Por qué no lesdamos algunos?

—¿De limón o menta? —ofreció Calix conuna sonrisa; había ayudado a Laura a preparar

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las últimas tandas y le encantaba hacer alardede eso.

—¿Estás sobornándonos con caramelos? —preguntó Dwain con incredulidad.

—Probaremos los de menta —respondióGorman. Calix asintió y cerró la puerta, yGorman miró a Dwain con enojo—. Eso no fueun soborno; fue una demostración —echó unamirada penetrante a Samm—. Estádemostrándonos que tienen una relación de iguala igual.

—Estamos trabajando juntos —confirmó él—. Socios, amigos, como quieras llamarlo.

—Y tú, ¿cómo quieres llamarlo? —lepreguntó Heron. Samm la miró brevemente,pero no respondió.

—Pero ¿por qué? —preguntó Gorman—.Después de todo lo que pasó, después de todo loque nos contaste de los humanos y del mundo yde las millones de cosas que están mal… ¿Porqué?

Samm seguía mirando a Heron al responder.—Si quieres sobrevivir en este mundo,

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tienes que dejar de preguntar por qué la gentetrabaja en conjunto y empezar a hacerlo tútambién.

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CAPÍTULO QUINCE

Kira estaba agazapada en la sombra,examinando la destrucción que había frente aella. Calculó que las cenizas llevarían allí por lomenos un mes, quizá más. Los animales —zorros, tal vez, probablemente gatos y, por lo queparecía, un cerdo salvaje— ya habían hechoestragos en el lugar: habían arrastrado la ropa yla mochila por la tierra y desparramado losrestos de equipos viejos y gastados, para limpiarlos huesos.

Levantó un trozo de chaqueta acorazada yla dio vuelta en las manos antes de dejarla caerotra vez al suelo. Los registros de la doctoraMorgan sobre las facciones menores eranexactos, pero aparentemente estaban

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desactualizados: ella había enviado una patrullaen esta dirección, pero no había informes deesta batalla. Los cadáveres podían ser soldadosde Morgan, soldados rivales o una mezcla deambos. Kira se preguntó si habría registros másrecientes y completos escondidos en algún disco,encriptados y secretos, o si simplemente Morganhabía dejado de tomarse el trabajo decompletarlos. Ambas cosas eran igualmentefactibles, pero sospechó que esto último era másprobable. La doctora estaba obsesionada ybuscaba la cura de la fecha de vencimiento conun ahínco fanático. Todo lo demás quedaba delado, incluso las mismas personas a las que lamujer intentaba salvar. Aquel campo de batallabien podía ser el último ataque que habíaordenado. Kira rogó que así fuera.

Una leve brisa levantó las cenizas de unavieja explosión de granada. Kira se sentó en untronco caído, siempre bajo los árboles y deespaldas al agua, de donde era menos probableque surgiera un ataque, y sacó su mapa. Estabaen un denso bosque de hayas, en las costas del

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embalse de North Stamford —a unos quince oveinte kilómetros del cuartel general de Morganen Greenwich—, donde los exploradores de ladoctora habían marcado la ubicación de unposible campamento de una facción Parcialllamada Ivies. Obviamente, el campamento yano existía, pero ¿y el resto de los Ivies? Ella nohabía podido encontrar datos claros acerca delas creencias o inclinaciones de cada facción,pero el archivo de suposiciones decía que losIvies mostraban una «fuerte oposición a laexperimentación médica». Eso los convertía enposibles aliados para Kira, y el territorio dondese sospechaba que estaban se encontrabarelativamente cerca.

Examinó el mapa, que había encontrado enla biblioteca de una escuela secundaria al salirde Greenwich. Había copiado los registros deMorgan en una pantalla de datos, solamentepara ganar tiempo, pero la batería no duraríamás que unos días, y apenas estuvo fuera delalcance de Morgan, se había sentado a copiarminuciosamente toda la información posible en

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un cuaderno mohoso. Había marcado también elmapa con lápiz, señalando todos los posiblescampamentos de las facciones y las rutas másprobables para viajar entre ellos. Algunosquedaban a varias semanas de distancia, yafuera hacia el norte, siguiendo el Hudson, ohacia el este, atravesando Connecticut y RhodeIsland. Se decía que un grupo había llegadohasta Boston y escapado por completo de laguerra entre facciones. Si los exploradoresestaban en lo cierto, los Ivies se habían retiradoa las áreas intermedias no urbanizadas y sehabían instalado en un sitio llamado LagoCandlewood. A unos treinta kilómetros, a vuelode pájaro.

Revisó sus provisiones: una bolsa de dormir,una manta, una pistola, una brújula y un cuchillo.Una bolsa de manzanas. Lo único que habíapodido sacar del hospital sin despertarsospechas. Buscaría más por el camino.

Llenó su cantimplora en el embalse. Horade irme.

Durante el primer tramo del viaje abandonó

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la carretera y cortó camino a campo traviesa,por una zona arbolada que según el mapa era unbosque vacío, pero donde resultó que habíacaminos pavimentados rotos que serpenteabanen torno de un conjunto de casas inmensas, cadauna con su piscina fétida y la mayoría con supropia cancha de tenis. Siguió caminando entrelos árboles mientras le fue posible, pero al llegara la localidad de New Canaan, dobló hacia elnorte por la Ruta 123 y pudo hacer mejortiempo. El año estaba avanzado y la mayoría delas hojas habían cambiado ya de color, así que elfollaje parecía encendido de anaranjados yamarillos brillantes. Muchas hojas caeríanpronto, como recordatorio de los viejos tiemposen que los inviernos eran feroces y duros, perolas hayas conservaban las suyas hasta bienentrada la primavera. Se preguntó si siemprehabía sido así o si era algo nuevo: la manera quetenía la naturaleza de adaptarse al mundo sininvierno que habían creado los humanos.

Pasó por un campo de golf con los greenslargos y abiertos ahora cubiertos de retoños.

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Siempre que veía eso le parecía un desperdicio;los viejos campos de golf eran los más fáciles dedespejar para el cultivo. Decidió que era unabuena señal de que los Ivies no estaban en lascercanías.

Kira acampó en un cuartel de bomberospara pasar la noche. Los portales estabanabiertos y no había camiones, lo que la hizopreguntarse si los bomberos habrían sucumbidoal RM en medio de una misión.

El virus no solía matar con tanta rapidez,pero si ya estaban infectados y trabajabanenfermos… Hacía trece años que no veía a unadulto infectado, pero sabía que la enfermedadera dolorosa, y no lograba imaginar la fortalezaque haría falta para seguir adelante en esasetapas finales. No podía sino admirar acualquiera que hubiera tratado de apagar unincendio mientras moría por la epidemia.Extendió su manta en la caverna del cuartelabierto, que semejaba un granero, donde estaríaprotegida de la lluvia aunque podía oler el airefresco de la noche. Se durmió y soñó con fuego

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y muerte. Por la mañana sintió que no habíadescansado en absoluto. Guardó su bolsa dedormir y reanudó la caminata.

Siguió la Ruta 123 hacia el norte hasta quese acabó, y luego continuó hacia el este por uncamino llamado Old Post, que parecíaserpentear entre Nueva York y Connecticut, ysintió curiosidad por cómo se habían decididoaquellas antiguas divisiones y qué significabanpara la gente que había vivido allí. No habíaportales ni muros, ninguna demarcación clara dedónde terminaba un estado y empezaba otro. Nisiquiera sabía qué función cumplía esa división.Para los adultos había sido tan obvio, pero tanincomprensible para los niños de la épocaposterior al Brote, que nunca se habíanmolestado en enseñarlo en la escuela.

Como quiera que funcionara la relaciónentre estados, ya no existía. Las casas estabanvacías; los autos, oxidados y desvencijados; loscaminos tenían el asfalto levantado por losnuevos árboles y plantas que volvían a avanzar,implacables, sobre su antiguo territorio. Los

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pájaros anidaban en las ventanas superiores delas casas semiderruidas, mientras los venados yotros animales caminaban con paso leve por lospatios cubiertos de malezas y mordisqueaban lashojas nuevas que crecían entre las ruinas. Encien años más, pensó, aquellas casas sederrumbarían por completo y el bosque se lastragaría, y los venados, jabalíes y lobosolvidarían que alguna vez alguien había vividoallí.

Al pensar en lobos se preocupó por losPerros Guardianes, los rarísimos caninosparlantes que ParaGen había creado paraexplorar y acompañar a los soldados Parciales.No los había en Long Island, pero a ella la habíaatacado una jauría salvaje durante su viaje aChicago con Samm. Él le había asegurado queno eran del todo inteligentes, al menos no en lamisma medida que un humano, pero Kira nolograba discernir si eso la ponía más o menosnerviosa, más o menos incómoda. No tenía ideade hasta dónde habían llegado, y rogó no toparsecon ninguno en su trayecto hasta el Lago

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Candlewood.A la larga, el camino Old Post también se

terminó, y dobló hacia el norte por la Ruta 35hacia Ridgefield. La ciudad no era grande enabsoluto, pero sí mucho más desarrollada que elbosque y las casas desperdigadas por las quehabía pasado desde su salida de Greenwich, y elaumento de visibilidad la hizo aminorar el paso.Lo más probable era que no hubiera nadie, ni allíni en varios kilómetros, y si lo había,probablemente sería un explorador o un vigía delos Ivies y no un agente de la doctora Morgan.

Aun así, el centro urbano la asustaba. Enlugar de árboles y tierra, a los costados delcamino solo había más cemento, lo cualsignificaba que allí el bosque no había vuelto acrecer con tanta fuerza. Las líneas visuales eranmás largas y abiertas. Un enemigo podría verladesde varias cuadras de distancia, sería másfácil de emboscar o, simplemente, de acertarcon un disparo de largo alcance. Vaciló en lasafueras del bosque, ahora más ralo, tratando deconvencerse de no ponerse paranoica, pero al

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final volvió sobre sus pasos y siguió caminandoentre los árboles y patios, atravesando cercasdesvencijadas y cruzando cada calle abierta atoda velocidad. La desviación no fue de más dedos kilómetros, tal vez tres, pero respiró con mástranquilidad cuando por fin pasó por el últimocentro comercial y retomó la carretera angostaa través del bosque.

Más adelante, la Ruta 35 se unía a la 7, yKira acampó en una casita que estaba justo enla encrucijada. Todas las ventanas estaban rotas,pero el techo resistía, y excepto por algunashuellas de gato en los pasillos, no parecíahaberse convertido en guarida de ningún animal.En el dormitorio había dos esqueletos humanos,los brazos huesudos de uno apoyados flojamenteen el otro, y los restos podridos de una mantaadheridos en jirones a sus costillas. Dos víctimasdel RM. Hizo un poco de espacio en la sala y sedurmió mirando las viejas fotos descoloridas dela familia en la pared.

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CAPÍTULO DIECISÉIS

Al día siguiente llegaría a Candlewood, pero laruta pasaba por la ciudad de Danbury, queestaba justo a orillas del extremo sur del lago yque era varias veces más grande que aquellaque la había asustado tanto el día anterior. Si losIvies estaban allí, sin duda la verían llegar.

—Eso tal vez no sea malo —murmuró parasí; estaba volviendo a su viejo hábito de hablaren voz alta.

Había pasado unos meses sola enManhattan, la única persona viva en muchoskilómetros en cualquier dirección, tratando deencontrar una antigua oficina de ParaGen; alfinal, ya mantenía conversaciones enterasconsigo misma, desesperada por tener cualquier

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clase de compañía. Se sentía tonta al hacerlo,pero también si se obligaba a callarse. Ya haríasilencio cuando llegara a la ciudad, pero allí, enmedio de la nada, ¿por qué no habría de hablar?

El asunto era cuánto de la ciudad deberíaatravesar. Masticó una manzana a la luztemprana de la mañana, sentada en el porche,lejos de los esqueletos y sus rostros fantasmalesque miraban desde las fotos de la sala. Tenía elmapa extendido sobre la rodilla, pero no era tandetallado como le habría gustado.

—Si los Ivies están allá y me ven, eso esbueno, porque quiero que lo hagan. A eso vine—tragó el bocado de manzana—. A menos,claro, que me disparen apenas me vean. Lo cuales menos probable, pero ¿qué sé yo? ¿Quierocorrer ese riesgo? Si se acercan lo suficientepara percibirme en el enlace, lo que no puedenhacer porque no estoy en el enlace, pensaránque soy humana —mordió otro trozo demanzana—. Pero, que yo sepa, si piensan quesoy humana quizá sea más probable que medisparen, y no menos. No sé nada sobre ellos —

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tragó—. ¿Y si Morgan tiene espías por aquí?¿Qué pasa si me encuentran primero? Creo queserá mejor seguir oculta el mayor tiempoposible. Necesito un mapa más detallado paraplanear esta ruta.

Volvió a empacar sus pocas posesiones y seencaminó a la encrucijada, donde había unaantigua estación de servicio en una de lasesquinas. El ancho toldo de metal se habíaderrumbado encima de los surtidores, y eso,además de los restos desperdigados de los autosoxidados, le dio cobijo mientras corría por elestacionamiento. Toda la pared del frente habíasido de vidrio, y ahora estaba destrozada y crujíabajo sus pies. Años de lluvia habían arrugado ydecolorado las revistas que había en exposiciónen el frente. Kira avanzó entre las estanterías enbusca de mapas de carreteras, y por fin losencontró en un exhibidor giratorio de alambreque llevaba demasiado tiempo caído en el suelo.Muchos mapas estaban húmedos, y algunos,roídos por las ratas, pero halló uno deConnecticut que estaba en buenas condiciones.

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Divisó un estante metálico vacío, sin vidriosrotos, y se sentó a inspeccionar su ruta.

La carretera en la que se encontraba seguíaderecho hasta Danbury, donde se ensanchaba yse fundía con la Interestatal 84, una enormeautopista de múltiples carriles que parecíabordear la ciudad y luego se curvaba hacia elLago Candlewood.

—Esa parece la ruta más fácil —dijo en vozbaja—, pero también la más obvia. Si hayvigilancia, estará en esa carretera.

Examinó la ciudad misma, siguiendo lascalles principales y buscando otras opciones, ymarcó con su lápiz los dos hospitales másgrandes. Todos los asentamientos posteriores alBrote, tanto humanos como Parciales, tendían ainstalarse alrededor de los hospitales, yprobablemente los Ivies hubieran hecho lomismo.

– Podría ser —se recordó. Los registros deMorgan los ubicaban más al norte, en la costadel lago o en sus inmediaciones, y estando tanpróximos el lago y la ciudad, era llamativo,

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pensó, que los exploradores los hubieran ubicadoespecíficamente en el lago—. Tal vez no lesagradan las ciudades —murmuró—. A mítampoco me encantan, pero soy forastera. Sieste es su territorio, podrían proteger la ciudad ytener muchas ventajas defensivas que el lago nopuede ofrecer.

Observó el lago con más detenimiento,preguntándose cuáles podían ser esas ventajas.Agua dulce, sin duda, y quizá mayor visibilidadpor encima del agua. Si querían cazar o cultivar,sería igualmente fácil en la ciudad; ella se habíacriado haciendo lo mismo en las densas zonasurbanas de Long Island. No le parecía lógico.Volvió a consultar las notas: los Iviesmanifestaban una «fuerte oposición a laexperimentación médica». Esa era toda lainformación que tenía. Se quedó mirando elmapa, sin estar aún completamente segura de lamejor manera de encarar el trayecto.

—Mejor ir con cuidado —decidió por fin, yplaneó una ruta que se curvaba al oeste,rodeando la ciudad, y se acercaba al lago por

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una localidad suburbana más pequeña llamadaNew Fairfield. Evitaría las carreteras casi todoel trayecto, y resolvió los detalles como paraguiarse por la brújula, siguiendo un hito tras otro,empezando por el extremo occidental de un sitiollamado Bennett’s Pond. Allí el bosque era másdenso y tenía lomas empinadas, así que empezóa cansarse más rápidamente. A eso de las diezde la mañana cruzó la I-84, un tramo boscoso decarretera al oeste de la ciudad, y luego atravesóun arroyo angosto y otro denso bosque maduro.Al mediodía había llegado a otra laguna ancha,circundada por una serie de campos de golf. Laorilla occidental era un pantano bajo lleno denidos vacíos. Hiciera frío o no, la necesidad deemigrar al sur estaba demasiado arraigada enlas mentes de las aves, y el humedal estabatranquilo y silencioso. Vio un conjunto de bultosredondeados, pequeños y brillantes, y sesorprendió de encontrar una nidada de huevos,pero al acercarse descubrió que eransimplemente pelotas de golf, amarillentas yresquebrajadas por el sol.

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Siguió atravesando el bosque con rumbo alnorte, bordeando la línea invisible entre losestados, hasta que un grupo de casas le indicóque era hora de volver a dirigirse al este. Fueronapareciendo más y más casas a medida que seacercaba a New Fairfield, edificiosdesvencijados y descoloridos entre los árboles.Ella las imaginó no como casas sino comoespíritus de las casas que solían estar allí, quepersistían, obstinados y etéreos, mucho despuésde la desaparición de las estructuras. Bordeó lacosta de la laguna Corner, cruzó un caminoangosto y dobló casi directamente hacia el este.El bosque poco desarrollado iba raleando conrapidez.

Y entonces divisó una marca blanca brillanteen el tronco de un árbol; la habían talladorecientemente, quizá tres días antes, cuandomucho. El número cuatro romano. IV.

Los Ivies.Se le aclaró tan súbitamente, que se

asombró de no haberlo pensado antes: los Iviesse habían denominado así por su antigua

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designación militar. IV. La cuarta división, elcuarto regimiento, o algún segmento del ejércitoParcial por el estilo. Eran reales, y estaban allí.Esa señal indicaba un límite o un sendero, y Kirano pudo sino preguntarse si usarían aquel mismocorredor boscoso para evitar las áreas másdesarrolladas que había a ambos lados. Eraposible, quizás incluso probable, pero ¿por qué?¿Qué tenía que temer un ejército defensivo delas casas y las calles abiertas de un suburbioabandonado tanto tiempo atrás?

La invadió una idea repentina, y se acercócon sigilo a la marca para examinarla. Losperros y otros animales utilizaban el olor paramarcar su territorio, y el sistema del enlace erasimilar a eso en muchos aspectos. ¿Sería que lasferomonas de datos de los Parciales persistíandel mismo modo? Era posible que aquella señalfuera más que visual, que señalara dónde seencontraban los datos de verdad. Ella habíapracticado con Samm para desarrollar su propiaconexión, aunque menor, al enlace; si allí habíaalgo, tal vez podría percibirlo. Se aproximó con

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cautela a la marca, inhalando profundamente. Ynada. Cuando llegó, tocó ligeramente la corteza,palpando los bordes de las tres líneas blancas:IV. Parecían haber sido talladas con un hachapequeña: dos golpes secos por línea paraatravesar la corteza y dejar al descubierto lamadera blanca que había debajo. Blanca, salvopor una extraña decoloración al pie de cadaletra, como si algo hubiera goteado, o lo hubieranmanchado adrede.

Era sangre.Vaciló y echó un vistazo, nerviosa, al bosque

que la rodeaba. Nada se movió, ni siquiera lashojas por el viento. Volvió a mirar las letrasensangrentadas, preguntándose por qué estaríaallí esa sangre.

¿Habría sido un accidente? ¿Unaadvertencia? ¿Acaso era la mejor manera deque los datos del enlace persistieran mástiempo? Se inclinó hacia el árbol, sosteniéndose,e inhaló profundamente.

MUERTE DOLOR SANGRETRAICIÓN…

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Retrocedió y trastabilló, jadeando. Se frotóla nariz para quitarse el olor.

MUERTE TRAICIÓN ESTÁNMATÁNDONOS…

Tropezó con la raíz de un árbol y gritó alcaer; luego giró sobre sí misma para ponerse depie y recogió puñados de tierra, hojas y hierba allevantarse. Corrió por el bosque absolutamenteaterrada, cubriéndose el rostro con lo que habíarecogido del suelo y aspirando el olor, tratandocon desesperación de anular la señal.

MUERTE DOLOR… MUERTEY luego desapareció. Kira se desplomó en el

suelo, con el corazón acelerado y la sangrelatiéndole en los oídos.

El enlace se había diseñado comoherramienta de combate, un método rápido y sinpalabras para que los Parciales pudieranprevenirse unos a otros cuando había peligro ycoordinar sus movimientos en el campo debatalla. Cuando un soldado moría, emitía unestallido de feromonas de muerte, que advertía asus compañeros que algo estaba mal; ella lo

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había percibido en otra ocasión, pero no de esamanera.

Aquellos habían sido datos en su forma másesencial: un anuncio de lo que había ocurrido ydónde. Esto era una advertencia frenética yabrumadora, un grito por medio de lasferomonas. Una muerte normal no produciríanada así, y Kira no quería siquiera pensar quécosa podía haberla producido. Allí habíanasesinado a Parciales, y probablemente loshabían torturado, quizá con el único propósito decrear esos datos. Ella había necesitadoacercarse mucho para olerlo, pues su conexióncon el enlace era débil.

¿Sería que todo el bosque olía así? ¿Acasoesa advertencia se extendía alrededor de todo ellago?

En su carrera alocada intentando escapar, sehabía desorientado, así que sacó su brújula conmanos temblorosas. El norte estaba a suespalda, lo que significaba que había estadocorriendo hacia el sur; obviamente no demasiadolejos, dado que no se había topado con ninguna

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casa. Levantó la vista, tratando de ubicarse.¿Sigo corriendo o continúo con el plan?

Estaba demasiado asustada como para hablar envoz alta.

Los Ivies se oponen a la«experimentación médica», y si así es comoadvierten a la gente que no se acerque,parece que se oponen mucho más de lo quepensé. Y tal vez no sea solamente eso lo querechazan. Los registros de Morgan hablabande experimentación porque es lo único que leimporta; no quieren colaborar con sutrabajo, y están demasiado lejos parainterferir con él, de modo que se olvida deellos y sigue con sus asuntos. No le interesanlos detalles.

Su respiración se fue haciendo más lenta amedida que se iba calmando y se obligaba apensar con claridad. Le costó más de lo quedebería, y se preguntó cuánto de las feromonasde advertencia seguirían en su nariz, llenandoaún su torrente sanguíneo de adrenalina. Cerrólos ojos e intentó concentrarse.

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Todavía podrían ser mis aliados, se dijo.Ponen estas señales como advertencia paralos Parciales, para las fuerzas de Morgan.Es posible que su comunidad se solidaricecon los humanos, y casi seguro que acuerdecon un plan contrario a la doctora. Y entodo caso, están por llegar a la fecha devencimiento; al menos para eso puedoofrecerles una posible solución. Volvió apensar en el dolor y el miedo que habrían sidonecesarios para provocar semejante advertenciaen el enlace, y se estremeció.

¿Realmente quiero aliarme con gente así?Todas las cosas que me preocupaba quehiciera Morgan… ¿acaso ellos harían lomismo?

Sacudió la cabeza. Tal vez estoymalinterpretando todo; no solo el modo enque crearon esa marca limítrofe, sino elhecho de que sea un límite. Quizás uno delos Ivies fue emboscado por los soldados deMorgan y talló esa marca como advertenciapara sus amigos. No puedo juzgarlos sin más

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información.Consultó la brújula, apretó la mandíbula y se

puso en marcha al este, hacia el lago.

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CAPÍTULO DIECISIETE

Marcus estaba sentado lo más quieto que podía,tratando de no jalar las esposas que sujetabansus muñecas a una barra de metal que estabadetrás de él; había forcejeado mucho la primeranoche, con la esperanza de zafarse, y de tantorasparse ya tenía las muñecas en carne viva.Ahora cualquier movimiento le provocaba unaspunzadas de dolor tan fuertes que lo hacíanmorderse el interior de la mejilla. Woolf, Galen yVinci estaban atados a su lado, sentados ensilencio contra una pared en la trastienda de unantiguo supermercado, pero ninguno de ellosparecía tan dolorido.

Marcus se preguntó si lo disimulaban mejor,o si simplemente habían sido más sensatos con

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sus muñecas. Como fuera, se sentía tonto. Locual era de esperarse, decidió, cuando teencuentras amarrado por un terrorista a quienestabas buscando.

—Esto es lo que ganamos por confiar enella —se lamentó.

—Era nuestra única opción —respondióGalen.

—También es una delincuente condenada—agregó Marcus. Miró a los demás con unasonrisa tan perpleja como pudo—. Creo quedeberíamos haber pensado más en eso cuandohicimos nuestro plan para encontrarla.

—Estaba trabajando con el Senado y la Redde Defensa —le recordó Woolf—. Desde elcomienzo de la invasión, no había hecho nadasospechoso ni ilegal… que nosotros supiéramos—añadió.

Marcus cerró la boca y se tragó sucomentario desdeñoso.

—Obviamente, de haber sabido que habíaconseguido una ojiva nuclear, lo habríamospensado dos veces —repuso Woolf,

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decepcionado.—De haberlo sabido, habríamos hecho

exactamente lo mismo —replicó Vinci—. Soloque habríamos manejado el encuentro de otramanera. Lo mejor habría sido infiltrarnos en suejército.

—Supongo que ya es tarde para eso, ¿no?—dijo Marcus, mirando al guardia que estaba alotro lado de la habitación.

—Así es —asintió el hombre.—Qué pena —dijo Marcus—. Me pareció

que teníamos algo.—¿Por qué está haciendo esto? —preguntó

Vinci—. Una bomba lo suficientemente potentepara destruir al ejército Parcial invasor mataríaen el mismo instante a casi todos los humanosde la isla. El noventa por ciento de los dosgrupos está en East Meadow; eso no puedeparecerle una pérdida aceptable.

—No va a detonarla en Long Island —respondió Woolf—. La llevará al norte, a WhitePlains, o lo más cerca que pueda llegar. Paraemparejar los números, como dijo ella.

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—Eso es genocidio —opinó Vinci.—¿Como el RM? —preguntó el guardia—.

¿Como lo que nos hicieron hace trece años?—Los Parciales no tuvimos nada que ver

con el RM —respondió Vinci, en tono sereno ydesapasionado. No estaba discutiendo, observóMarcus, sino simplemente explicando. Le bastóun breve vistazo al guardia furioso para ver queera poco probable que escuchara razones.

—Estás hablando con un hombre dispuestoa detonar un artefacto nuclear a ochentakilómetros de los últimos sobrevivienteshumanos —le dijo Marcus—. Demos por hechoque no te cree y sigamos adelante.

—Hay que destruir a los Parciales —dijo elguardia, levantando su fusil—. A todos. Nopuedo creer que todavía no nos haya permitidoejecutarte a ti —se puso de pie, con el rostroduro como la piedra.

Marcus se aplastó lo más que pudo contra lapared:

—¿Ves? —dijo, tratando de que no se lequebrara la voz por el miedo—. Te dije que esto

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sería más divertido.El guardia tenía los ojos rojos de furia, y

Marcus casi pensó que los mataría a todos conuna sola ráfaga de balas. Pero se abrió la puertade la trastienda y entró Delarosa, flanqueada porYoon y otro guerrillero.

Marcus lanzó un suspiro de alivio muyaudible.

—Más oportuna, imposible.—A menos que ella también quiera vernos

muertos —acotó Vinci.—Aun así, fue oportuna —repuso Marcus

—. Sería una pena que este tipo nos matara yella no lo presenciara.

—Nadie va a matarlos —dijo Delarosa. Seadelantó y los miró, no con arrogancia ni conenojo, sino como quien está haciendo su trabajo—. No somos monstruos.

—Además, le resultamos más valiosos vivos—acotó Marcus.

—¿Cómo es eso? —preguntó Delarosa,intrigada.

—Porque, este… —Él hizo una mueca—.

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En realidad no lo sé, solo lo supuse porque esoes lo que dice siempre la gente en momentoscomo este.

—Ha visto demasiadas películas —observóella.

—Nunca vi ninguna —replicó, encogiéndosede hombros—. Fui un niño de la epidemia. Perosí leí muchas novelas de espías; esas nonecesitan baterías.

—Como sea —dijo Delarosa—. Notenemos más razones para mantenerlos con vidaque nuestra propia decencia humana, y nada queganar con matarlos más que comodidad.

—¿Eso es una frase hecha: «decenciahumana»? —preguntó Vinci.

—¿Le parece insultante? —cuestionó ella.—Me parece confusa. Especialmente

tomando en cuenta su plan.—No es algo que me agrade demasiado —

repuso Delarosa—. Perdí muchas horas desueño buscando una alternativa. Todos losParciales están muriendo; ¿puedo dejar pasar unaño y esperar hasta que mueran, y liberarnos sin

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mover un dedo?—Yo voto por eso —dijo Marcus—.

¿Votamos? Levanten las manos, todos; no medejen solo —hizo un movimiento, y luego unamueca al sentir la súbita punzada de dolor en lasmuñecas.

—Ese plan no va a funcionar —dijoDelarosa—. El ejército de ocupación en EastMeadow está matando a demasiados humanos,y ahora puede que ellos no mueran porquehallaron a Kira…

—No puede ser —exclamó Marcus—.¿Encontraron a Kira?

—Las transmisiones cesaron —respondió lamujer—. Ya no toman rehenes. La explicaciónmás probable es que hayan conseguido lo quequerían.

—Tenemos que rescatarla —exclamóMarcus.

—Los Parciales creen que Kira les servirápara curarlos de la fecha de vencimiento —dijoDelarosa—. No sé de qué manera va aayudarlos con eso, pero así es. Cuanto más

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esperemos, menos probable es que estasituación termine; si queremos deshacernos delenemigo, tenemos que atacar ahora y con fuerzacontundente. No tenemos un ejército semejante,por eso nuestra única opción es un armanuclear: puede llevarla una sola persona, sin quela detecten, y acabar con esto de un solo golpe.

—El ejército invasor seguirá allá —lerecordó Galen—. Una bomba en el continenteno va a poner fin a la ocupación.

—Vinci, ¿qué hará el ejército Parcial cuandoWhite Plains vuele en una bola de fuego? —lepreguntó Delarosa.

—Regresarán allá —respondió con calma—. Tratarán de encontrar la mayor cantidadposible de sobrevivientes en el continente.

—Aunque no se vayan, morirán unos mesesdespués —dijo Marcus—. Todas lasinvestigaciones que hayan hecho para encontrarla cura de la fecha de vencimiento se destruiráncon la explosión, igual que cualquier personacapacitada para continuarla.

—Hay que hacerlo —insistió ella—, y hay

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que hacerlo ahora. Al crear a los Parcialesalteramos el equilibrio de la naturaleza, y ahoratenemos que restablecerlo.

—Esa ojiva no se puede detonar en formaremota —observó Woolf—. ¿A cuál de estosbobos engañó para que la detone por usted?

—No soy un monstruo. Es mi plan y miresponsabilidad.

—¿Va a hacerlo usted misma? —preguntóMarcus.

—Vine a despedirme —dijo ella—. Noquiero matarlos, pero no podemos transportarloscon eficiencia sin llamar demasiado la atención.Me voy esta noche, y dejo a Yoon a cargo deeste puesto, con órdenes explícitas de que no seles haga daño.

—Dígaselo también a este tipo —dijoMarcus, señalando al guardia con la cabeza. Laoyó, ¿no? No deben hacernos daño.

—¿Por qué me deja con vida si piensaasesinar a toda mi especie? —observó Vinci.

—Porque no es asesinato —respondióDelarosa—. Es necesidad.

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—Eso no significa que no sea asesinato —repuso Marcus.

—Caramba, Marcus —dijo ella con frialdad—. Yo creía que lo único que hacías era hablaren broma.

Dio media vuelta y se marchó, y Yoon sequedó mirando con ojos feroces al guardia, quemantenía el fusil levantado, hasta que este sesentó a regañadientes.

—Están vivos —explicó Yoon—, pero aúnse los considera combatientes enemigos. Vamosa mantenerlos aquí, bajo custodia.

—¿Hasta que muramos de viejos? —preguntó Woolf.

—Hasta que dejen de ser una amenaza. Ohasta que ya no importe —respondió la chica.

—No puedes estar de acuerdo con ese plandemencial —dijo Marcus—. Tú tampocoquieres que estalle esa bomba.

—Hay muchas cosas que no quiero. Aveces tenemos que aceptarlas para obtener loque sí queremos.

—Si para conseguir lo que quieres hay que

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matar a miles de personas, ¿realmente vale lapena? —Intentó convencerla Marcus.

—No sé —respondió ella, y echó un vistazoa Vinci—. ¿La vale?

—No me avergüenzo de lo que hicimos —respondió el Parcial—. Pero erradicar suespecie nunca fue parte de nuestro plan.

—Ustedes siempre dicen eso —dijo Yoon,mirándolo directamente—. Tomando en cuentanuestra situación actual, ¿crees que deberíahaberlo sido?

Vinci no respondió. Yoon se puso de pie ysalió de la habitación.

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CAPÍTULO DIECIOCHO

Ariel se plantó delante de Nandita, dispuesta ano ceder ni un centímetro.

—Dinos qué era eso.—Ya les dije que no lo sé —respondió

Nandita.—Te conocía.—Jamás había visto algo así en mi vida. Ni

aquí, ni antes ni en ninguna parte.—Algo así tiene que provenir de ParaGen

—dijo Kessler—. Ustedes hicieron toda clasede monstruos genéticos antes del Brote: PerrosGuardianes, dragones y quién sabe qué más. Ynos dijiste que los integrantes del Consorcio seaplicaron cualquier cantidad de modificacionesgenéticas. Para prolongar la vida, para

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incrementar la capacidad intelectual y física. Amí me parece que esa abominación deformetiene que ser obra de ustedes.

Ariel observó a Xochi y a Kessler, que porlo general se llevaban como perro y gato, peroque en ese momento estaban totalmente enconsonancia. Hasta se paraban del mismo modo,expresando su ira con la misma postura y losmismos gestos feroces. Hacían todo lo quepodían por diferenciarse, y sin embargo allíestaban. ¿Será que Nandita y yo también nosparecemos?, se preguntó Ariel. A pesar detodo el odio que le tengo, ¿cuánto de mí noes otra cosa que un reflejo de ella? Me criodurante once años… más del doble de tiempoque mis verdaderos padres.

Salvo que nunca fueron mis verdaderospadres. No me queda nada que seaverdaderamente mío.

Ni siquiera la furia.—Les aseguro que si hubiera trabajado en

un proyecto como ese, o lo hubiera vistosiquiera, lo recordaría —dijo Nandita.

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—Antes nos dijo que algunos del Consorciono confiaban en los demás —dijo Isolde—. Quetenían proyectos de los que no hablaban entre sí.¿Y si es algo así?

—¿Una especie de protoparcial? —preguntó Nandita—. ¿Un modelo que uno de losotros milagrosamente haya mantenido ensecreto durante más de treinta años? Imposible.

—Entonces alguien más —sugirió Madison—. ¿Alguna otra compañía de genética, quehaya hecho su propia versión de la mismatecnología?

—En ese caso no conocería a Nandita —repuso Ariel—. Esta cosa la conocía, lo cualsignifica que provino de ParaGen, o sea que ellasabe algo que nos está ocultando.

Nandita suspiró, al tiempo que miraba detrásde ellas.

—¿Podemos al menos seguir caminando?Aquí estamos demasiado expuestas.

—Ahora deberíamos ir hacia el sur —dijoKessler—. Estamos llegando a Commack, yteníamos dos granjas en esta región. Hay que

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dar por sentado que los Parciales tienenpresencia aquí, aunque sean solo algunosexploradores.

—Para eso tenemos que cruzar la autopistade Long Island —observó Xochi, mirando elmapa—. Si no les gusta lo expuestas queestamos aquí, eso les gustará todavía menos.

—Si hay que hacerlo, lo haremos —dijoAriel, y trotó para alcanzar a Nandita—. Ahorahabla.

—Casi no cabe duda de que esa criatura erade ParaGen. Pero no la reconozco, y en verdadno sé quién tenía conocimientos como parahacer algo así. Es más: dado que no lareconozco, es casi seguro que haya sido creadadespués del Brote.

—¿Quién tiene esa clase de tecnología? —preguntó Ariel.

—Yo creía que nadie, pero haberencontrado ese establecimiento en Plum Islandme obligó a repensar algunas cosas. Si eselaboratorio pudo continuar, es probable que hayaotros, remanentes del antiguo movimiento

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ecológico, diseñados para funcionar porcompleto con energía autosostenible. El primeroque me viene a la mente, por supuesto, es elcomplejo de ParaGen.

—ParaGen fue muy bombardeado durantela Guerra Parcial —recordó Kessler.

—Lo sé —respondió Nandita con frialdad—. Yo estaba allí. Pero era un establecimientorobusto, y puede que algo haya quedado. Lacompañía tenía el equipamiento necesario paracrear una criatura como esa, aunque en aquellostiempos habríamos hecho los cambios mássutiles, más humanos; y también para hacer todoeso que dijo la criatura: componer el mundo, elclima.

—¿Cómo podría ParaGen «componer» elclima? —preguntó Ariel, con una sonrisaburlona—. Ustedes eran una compañía degenética; no se puede aplicar modificacionesgenéticas al viento.

—La genética se puede usar para componercualquier cosa, con suficiente tiempo y energía—repuso Nandita—. La ingeniería genética es

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la fuerza más poderosa del planeta. Elestablecimiento de ParaGen estaba construidosobre un antiguo depósito de materialesradiactivos, y desarrollamos microbios para queabsorbieran la radiación y la neutralizaran;hicimos otros para nutrir el suelo y las plantas.Al momento del Brote, había llegado a ser unvergel. No digo que sea eso lo que pasó, porqueno lo sé; pero alguien que contara con tiempo ymedios suficientes podría alterar el climadesarrollando bacterias que irradien o absorbancalor, o para liberar el agua atrapada en ciertaszonas o ciertos acuíferos.

Haciéndolo a una escala suficientementegrande, se podrían modificar los perfilesmeteorológicos y, a la larga, las estacionesmismas, pero haría falta una cantidad increíblede energía para crear y distribuir esa clase debacterias en un lapso menor a una erageológica. Es posible que el antiguoestablecimiento todavía tenga energía, pero notanta.

—Entonces alguien desarrolló una cantidad

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de gérmenes para modificar el tiempo —dijoIsolde—, y un monstruo horrendo para queviniera a contárnoslo. Esa afirmación dicemucho sobre lo loco que está el mundo.

—Pero no explica cómo es que reconoció aNandita —objetó Ariel—. Ese no era unmonstruo aleatorio fabricado en un capullo: teconocía. Te había visto antes, y por su manerade hablar, pensó que lo reconocerías.

—¿Y si tenía modificaciones genéticas? —preguntó Xochi—. Quizá no haya sido unacriatura, sino alguien a quien conocías…modificado y… «monstruificado». Ustedes meentienden.

—Semejante cantidad de modificacionesgenéticas volverían loca a una persona —respondió Nandita—. Vimos casos así en aquelentonces, y a escala mucho menor. Algo así dedrástico le destrozaría la mente a quien se lohiciera.

—Eso podría ser una explicación —dijoAriel—. ¿Tienes idea de quién podría ser?

—Allá está la autopista —anunció Kessler.

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Habían seguido un sendero de postestelefónicos que cortaba un estrecho caminoboscoso entre las viviendas y los comercios aambos lados, pero el sendero se habíaterminado. Los pocos cables telefónicos quequedaban sujetos a los postes se extendían porencima de una ancha hondonada, llena deasfalto y automóviles.

Ariel se abrió camino entre la maleza parapoder ver mejor y contó diez carriles, máscuatro arcenes abiertos que las separaban de losbordes de la carretera.

—Sesenta metros de ancho, por lo menos—dijo Kessler—, y sin vehículos suficientespara protegernos.

Si hacemos esto, tenemos que ser rápidas ytener suerte.

—La última vez que crucé esta autopista,pasamos por debajo —recordó Isolde—. Esome gustó más.

—Aquí no hay por dónde cruzar por debajo—repuso Kessler—. Solo puentes por encima,como aquel, que no tiene costados y

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probablemente nos exponga más que cruzarcorriendo por aquí.

—Ya hice esto antes —dijo Xochi—.Cruzamos sin problemas.

—¿Dónde nos metemos si nos quedamos deeste lado? —preguntó Madison—. ¿Realmentevale la pena arriesgarnos a cruzar?

—En esta zona es más probable que hayaParciales patrullando —respondió Kessler.Tomó el mapa de Xochi y lo sostuvo abiertopara que todas lo vieran—. Además, en dos otres kilómetros nos encontraremos con estenodo vial, y más allá, toda esta área es undistrito comercial: calles anchas con grandesestacionamientos. Allí estaremos másexpuestas. Pero si cruzamos ahora podemosperdernos en una serie de zonas residenciales, ypasar la noche en el campus de esta universidadcomunitaria; tiene algunos espacios abiertos,pero son jardines, de modo que seguramentetendrán mucho follaje para ocultarnos, y nuncalos usamos para cultivo, o sea que no deberíahaber asentamientos ni Parciales por allí.

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—Es poco probable que haya alguienvigilando este tramo de la autopista justo en estemomento —opinó Xochi—. No tan poco comoquisiéramos, pero poco. Si nos lanzamos ycorremos, podemos hacerlo.

—Pues vamos, entonces —dijo Isolde—.Khan va a despertar pronto, y cuando eso pase,nos conviene estar lo más lejos posible de laspatrullas Parciales.

Ariel asintió y echó un vistazo al bebédormido; sedado, en realidad, pues debido a sullanto constante Nandita había empezado aadministrarle fármacos en dosis bajas paramayor seguridad. Pero a la larga el efecto de lossedantes pasaba, y necesitaban estar bienescondidas cuando volviera a despertar. Elgrupo se abrió camino entre los árboles (que allíparecían más densos que en el sendero queacababan de recorrer) y bajaron al borde de laautopista abierta.

—¿Todas listas? —susurró Ariel. Escuchócon atención mientras cada una de las mujeresrespondía que sí. Respiró hondo—. Vamos.

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El grupo echó a correr, con las mochilasgolpeándoles las espaldas y los pies dandofuriosamente contra el asfalto. El borde de laautopista estaba resquebrajado y roto por lasplantas que luchaban por recuperar su antiguoterritorio, pero la carretera era tan ancha que elcentro seguía liso, cubierto de hojas muertas ytierra arrastrada por el viento, pero entero.Corrieron hasta ubicarse detrás de un camión dereparto, y luego delante de una camioneta. Trescarriles. Cuatro. Ariel casi había llegado a labarrera central cuando oyó un grito, y al levantarla vista vio tres figuras en el puente cercano.

—¡Parciales! ¡Sigan corriendo! —gritó, seagazapó junto a los restos oxidados de unvehículo todo terreno y empezó a disparar,tratando de obligar al enemigo a ponerse acubierto. Las figuras desaparecieron, peromantuvo los ojos en el puente, lista para disparara la primera cabeza que se asomara—. ¡No sedetengan! —gritó—. ¡Tenemos que ir al sur!

Xochi llegó primero a la barrera y saltó porencima; luego se volvió para recibir a Arwen de

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brazos de Madison. Ambas muchachascorrieron hacia los árboles que había al sur,mientras Kessler, que las seguía de cerca, separapetaba detrás de un camión de mudanzas ydisparaba otra ráfaga.

—¡Ariel! —gritó—. ¡Yo te cubro! ¡Corre!Nandita saltó ágilmente por encima de la

barrera, y luego se detuvo para ayudar a Isoldea cruzar con Khan aún sujeto a su pecho. Arieloyó llorar al bebé; probablemente lo habíandespertado los disparos.

Llegó a la barrera justo en el momento enque Isolde terminaba de cruzarla, y la saltó sindetenerse.

Una voz gritó desde el puente durante elbreve momento de silencio.

—¡No disparen!—¡Al diablo! —Gruñó Ariel; corrió más allá

de donde estaba Kessler y se parapetó detrás deun sedán blanco amarillento que estaba torcidode lado sobre la calzada. Había un esqueletocaído contra el volante. Ariel disparó hacia elpuente y gritó a Kessler que avanzara—.

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¡Vayan a los árboles! —Disparó otra ráfaga—.¡Podemos perderlos en las casas del otro lado!

—¡Hay un alambrado! —gritó Xochi—.¡Necesitamos más tiempo para derribarlo!

Ariel apretó los dientes y volvió a disparar.—Vamos, malditos, asomen las cabecitas —

disparó una vez más—. A ver si se atreven.—¡No disparen! —gritaron las figuras desde

el puente—. ¡Madison!Ariel frunció el ceño, confundida.—¿Dijo mi nombre? —Madison se volvió al

instante.—¿Cómo es que todas estas cosas saben

nuestros nombres? —preguntó Kessler, altiempo que llegaba al otro lado y se arrojabacontra el alambrado.

—¡Madison! ¡Soy yo! ¡Madison, teencontramos!

—¡Es Haru! —dijo ella, y volvió a correrhacia la carretera.

—No es él —gruñó Ariel—, es una trampa.¡Agacha la cabeza antes de que te maten de untiro!

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—¡Ya cruzamos el alambrado! —gritóXochi.

—Madison, diles que no disparen —la vozresonó en la hondonada bordeada de árboles—.¡Soy yo, voy a ponerme de pie!

—No le disparen —ordenó Madison—, esmi marido.

—No puede ser —dijo Isolde.Una figura se puso de pie en el puente, y a

su lado otra, y otra más. Estaban a casi cienmetros de ellas y no era fácil distinguirlos, peroAriel vio que no llevaban uniformes Parciales.

—¡Es él! —Madison cayó de rodillas, enmedio de fuertes sollozos—. Es él, está vivo.

—Reúnanse con nosotros del otro lado —dijo Haru, y corrió por el puente hacia el sur. Losiguieron algunas figuras más, mientras queotras se quedaron atrás y se pusieron enposición de disparar para cubrir el último tramode la carrera de las mujeres. Ariel no sabía quépensar y se quedó agazapada, apuntándolesdirectamente.

—Vamos —dijo Isolde—. Si fueran

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enemigos, ya nos habrían matado.—A menos que nos quieran vivas —repuso

Ariel.—Es Haru —insistió Isolde—. Tú no lo

conoces como nosotras; reconozco su voz.—Salgan del camino —gritó Kessler—. Sea

quien sea, tenemos que resguardarnos.Ariel gruñó con frustración, pero

comprendió que Kessler tenía razón. Echó unúltimo vistazo a los tiradores que estaban en elpuente, luego se levantó de un salto y corrióhacia los árboles. Xochi y las demás habíanvolteado el alambrado lo suficiente como parapoder pasar por encima, y Kessler y Nanditaestaban ayudando a Isolde. Khan lloraba de unmodo lastimoso, otra vez despierto en su vida dedolor infinito. Isolde pasó por encima delalambrado, seguida de cerca por Kessler yNandita. Ni siquiera habían llegado al camino deacceso, en lo alto de la pendiente, cuando Harullegó corriendo entre la maleza, gritando elnombre de Madison. Ella le respondió y corrióhacia él, y se arrojó en sus brazos con Arwen

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aprisionada entre los dos: el primer reencuentrode una familia de verdad en trece años. Ariel vioque Isolde y Xochi lloraban; hasta Kessler teníalos ojos húmedos. Ariel también quería llorar,pero no le vinieron las lágrimas. Nandita estabatan impasible como siempre.

—Te encontré —dijo Haru—. Te encontré.Te encontré.

—Pensé que habías muerto —respondióMadison.

—Tenemos que escondernos —dijo él—. Yahemos hecho demasiado ruido. Todos losParciales de la isla pueden oírnos, y… —Súbitamente se interrumpió y paseó la mirada deArwen a Khan y viceversa—. ¿El bebé quellora no es Arwen? ¿Hay dos bebés?

—Este es mío —respondió Isolde. Tenía losojos hundidos y la voz cargada de fatiga—.Tiene casi un mes.

—Pues esto sí que empieza a ponerseinteresante —dijo él.

—¿Qué pasa? —preguntó, confundida.Los compañeros de Haru llegaron entre el

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follaje, encabezados por el senador Hobb:—Tenemos que escondernos. ¿Pueden

hacer callar a esa criatura?—Lo felicito, Hobb —le dijo Haru

secamente—. Ya es padre.

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CAPÍTULO DIECINUEVE

—¿Qué haces aquí, Hobb? —preguntó Isoldeatónita.

—¿Isolde? —El senador parecía entresorprendido y aterrado.

—No podemos quedarnos aquí —dijo Ariel,mientras pasaba junto a ellos entre los árboles—. En cualquier momento podría llegar unapatrulla Parcial; tenemos que seguir avanzando.

—¿Ese es… —Hobb se quedó mirando albebé que lloraba, demasiado sorprendido comopara moverse— mi… hijo?

—Podemos hablar de eso mientrascorremos —dijo Nandita. Miró a Haru—.¿Vienen del norte o del sur?

—Del sur —respondió—. Hace dos días

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que no vemos a ningún Parcial.—Entonces sigamos hacia el sur —dijo

Nandita—. Xochi, búscanos un sitio donde pasarla noche.

—Vimos un buen lugar cerca de aquí —dijoHobb—. Era una escuela secundaria, por estamisma calle, a unas cuatro cuadras…

—Gracias —dijo Nandita apresuradamente—, pero podemos buscar nuestros propiosescondites. Por los niños, necesitamos un tipomuy especial de campamento; y una escuela nonos sirve.

Los hombres se pusieron en marcha junto aellas; Xochi y Kessler iban por delante. Unmomento después se les unieron los tiradores deHaru que se habían quedado en el puente, yasumieron la retaguardia, de modo que Arieltrotó para alcanzar a Isolde. Había seis hombresen total, un número exacto para las seis mujeres.

—¿Es niña o varón? —preguntó Hobb.—Varón —respondió Isolde, sin mirarlo

siquiera.—Tengo un hijo —exclamó, con voz

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reverente.—Después de embarazarme, dejaste bien

claro que no tenías ningún interés en mí ni en elbebé —replicó ella—. Eso significa que yotengo un hijo, y tú solo el recuerdo de algo quenunca volverás a tener.

—Te comportas como si te hubiera echadode mi lado. Soy un hombre ocupado. No puedespensar que te odio solo porque no tenía tiempopara una conversación profunda todos los días.

—Yo trabajaba en tu oficina —le recordóIsolde—. Ni siquiera tenías tiempo para un«Buenos días, Isolde», y eso me parece unaseñal bastante clara.

—Estábamos bajo la Ley de Esperanza —protestó Hobb, indignado—. Embarazarte eranuestro deber cívico, tuyo y mío, pero nuncapensé que el niño viviría. Nunca sobreviven. Dehaberlo sabido…

—¿Sinceramente crees que algo de lo queestás diciendo habla a tu favor? —lo interrumpióIsolde.

—Pero yo…

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—Creo que ya es hora de que se calle —intervino Ariel—. Podemos hablar de esto mástarde.

—O nunca —acotó Isolde.—Nunca también me parece bien —dijo

Ariel. Hobb la miró enojado, pero obedeció.Xochi los hizo abandonar el camino principal

en la primera calle buena que cruzaron, y fueronserpenteando por una serie de calles angostas yarboladas hasta que por fin encontraron unacasa escondida detrás de las otras, rodeada porun bosque espeso. El grupo fue hasta el fondo;entraron por una ventana ancha y rota que noparecía usada, y bajaron al subsuelo. Estabahúmedo y olía a encierro, pero bloquearon laspuertas del sótano y arrimaron colchones contraellas, para amortiguar los sonidos lo más posible.Arwen se puso a jugar y balbucear,entusiasmada por ver a su papá, sentada en laalfombra enmohecida. Isolde sacó a Khan delportabebés y trató de amamantarlo, pero el niñoestaba demasiado alterado como paraalimentarse, de modo que ella se dedicó a

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intentar calmarlo. A Ariel le pareció que lasampollas estaban peor que de costumbre, peroera difícil estar seguro.

Hobb miró al niño, alarmado.—¿Qué le pasa? ¡Está enfermo!—Nació así —explicó Nandita—. Tenemos

algunos analgésicos y antifebriles paramantenerlo cómodo, pero por ahora es lo mejorque podemos hacer.

—Sabes a qué se parece eso —dijo Hobb,observándolo con atención.

—Es el arma biológica —dijo Haru,inclinándose hacia adelante, al reparar en lomismo—. Los síntomas parecen idénticos.

—¿Qué arma biológica? —preguntó Isolde.—No lo sabemos con exactitud —respondió

Haru—. Los Parciales se están enfermando;pensábamos que era parte de su proceso devencimiento, pero todo lo que pudimos averiguarindica otra cosa. Están diciendo que es un armabiológica, y piensan que es nuestra represalia.

—Los dos que encontramos en las afuerasde Plainview dijeron lo mismo —recordó Ariel

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—. ¿Por qué no consideran que es una simpleenfermedad?

—Porque aparece en áreas muy específicas—explicó Haru—. Supimos toda la historia pordos víctimas, también cerca de Plainview; eranexploradores, creo, que se habían contagiado enuna misión y nunca volvieron a su base. Cuandolos encontramos, estaban demasiado enfermoscomo para resistirse, de modo que averiguamostodo lo que pudimos a cambio de una muertepiadosa.

—¿Les pidieron que los mataran? —Madison palideció.

—Aparentemente, es muy dolorosa —continuó Haru—. Creen que el arma biológicase disparó en East Meadow, en la zona dondevivía Nandita, y que quien la tenía se trasladó aleste por una ruta que los Parciales todavía nohan podido descubrir. Los síntomas parecen máso menos lo que tiene tu hijo: piel escamosa,ampollas amarillas, mucha fiebre, y los dos conquienes hablamos además alucinaban. Nodejaban de hablar de un monstruo gigantesco, y

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de nieve…—No puede ser —dijo Ariel. Estaba

mirando a Isolde, que le devolvía la mirada conla misma expresión atónita. Luego observó a lasotras mujeres y se le fue el alma al suelo al verque aparentemente cada una de ellas habíallegado a la misma conclusión.

—Este silencio tan repentino me asustamucho —dijo Haru—. ¿Qué está pasando?

—No puede ser él —dijo Isolde.—Claro que sí —replicó Kessler—. Por

donde hemos estado…—Lo sé —gruñó Isolde—. Sé que

probablemente se trata de Khan. Solo que noquiero que lo sea.

—¿Ese nombre le pusiste? —preguntóHobb—. ¿Khan?

—No es lógico que Khan también se hayacontagiado —dijo Haru—. Está dirigido a losParciales…

—Él es Parcial —replicó Isolde—. Y yotambién —señaló a Ariel—. Las dos lo somos.Pregúntenselo a Nandita.

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Los hombres miraron a Ariel, y luego aNandita.

—¡¿Qué?! —preguntó Hobb.—Es una larga historia —respondió Ariel—,

y Nandita la cuenta muy mal. Les haré unresumen: Nandita trabajaba como genetista enParaGen. Ellos crearon a los Parciales y losllenaron de varias enfermedades raras, entreellas el RM y una enfermedad alternativa quelos mata. Cuando se rebelaron, se liberó laenfermedad que no debía, porque la que matabaa los Parciales solo estaba dentro de un puñadode Parciales de modelo más reciente, que imitanun ciclo de vida humano normal. Isolde, Kira yyo.

Hobb se quedó mirándola, inexpresivo.—¡¿Qué?! —volvió a preguntar.—Creo que lo que quiere decir es «¿Qué

diablos dijiste?». —Haru sacudió la cabeza.—Ariel omitió contarles los motivos de

nuestras acciones —intervino Nandita—, pero síles contó lo básico. El ADN de Isolde tienecodificados todos los detalles de una epidemia

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que mata a los Parciales, y cuando ese ADN secombinó con el de Hobb al concebir a Khan,puede que se haya… desatado.

—¿Desatado? —repitió Hobb—. ¿Mi hijose está muriendo de un mal que usted creó, y loúnico que dice es que se «desató»?

—Tal vez yo pueda curarlo —dijo Nandita—. Aparentemente, su mitad humana lomantiene con vida, y si logramos llegar allaboratorio de Plum Island, allá hay equipos quepueden eliminar la enfermedad.

Ahora Isolde sostenía a Khan con másfuerza, meciéndolo suavemente, con los ojosllenos de lágrimas.

—¿Eres Parcial? —Hobb seguíaestupefacto.

—Tiene que aceptar esa parte —le dijoAriel—. Ninguna de nosotras lo sabía hastahace unas semanas.

—Hagamos una pausa y pensemos en esto—propuso Kessler—. Íbamos camino a PlumIsland, y a la larga deberíamos ir allá, pero si esun arma biológica…

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—No —dijo Isolde.—Si mató tan rápido a esos dos soldados en

Plainview —prosiguió Kessler—, piensen en loque podría hacer si lo metiéramos en medio delejército Parcial.

—Ni lo sueñe —siseó Isolde—. ¡Es unbebé, no una bomba!

—Los Parciales han arruinado todo lo quealguna vez amamos —arguyó Kessler—.Podríamos terminar con todo ahora mismo: laguerra, la ocupación, los que nos buscan…

—¿Quiere que nos entreguemos paraacabar con los que nos buscan? —se burlóAriel.

—Estaríamos en custodia un par de días, alo sumo —dijo Kessler—; después todos ellosmorirían, y podríamos ir a Plum Island másrápido, sin tener que parar a escondernos a cadarato. Podríamos curarlo antes.

—¡No va a usar a mi hijo como arma! —exclamó Isolde.

—De todos modos, no importa —dijo Haru—. Por eso les seguimos el rastro por toda la

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isla: tenemos que irnos ahora. No hay tiempopara atacar a los Parciales, y menos aún paravisitar un laboratorio.

—Si no llegamos al laboratorio, él morirá —advirtió Nandita.

—Si no vamos al sur lo más pronto posible,también morirá —replicó Haru—. ¿Se enterarondel atentado explosivo en Plainview?

—Los soldados pensaron que habíamos sidonosotras —asintió Ariel.

—Estaban en el lugar equivocado en elmomento equivocado —dijo Haru—. Fue elprimer ataque de una campaña militar paradistraer al ejército Parcial y llevarlo hacia elnorte, lejos de East Meadow y de todo lo queestá al sur de allí. Estamos desalojando a todoslos humanos que podamos: primero de EastMeadow, luego de la isla, y luego bajando por lacosta hasta donde lleguemos.

—No podemos escapar de los Parciales —objetó Xochi—. Necesitamos sus feromonaspara curar el RM.

—Estoy seguro de que algunos nos seguirán

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—respondió Haru—. No habrá otro lugaradónde ir.

—¿De qué hablas? —le preguntó Ariel,preocupada—. ¿Qué es lo que va a suceder?

—La exsenadora Marisol Delarosa estállevando un artefacto nuclear a White Plains. Elradio de la lluvia radiactiva alcanzará gran partede Long Island; no sabemos cuánto ni dónde,por eso es más seguro no estar aquí. Siviajáramos al norte y al este hacia eselaboratorio, estaríamos siguiendo el viento ymetiéndonos en más problemas.

—¿Cómo diablos hizo para conseguir unabomba atómica? —preguntó Kessler.

—¿Qué importa eso ahora? —dijo Xochi.Miró a Haru—. ¿Cuánto tiempo tenemos?

—Eso tampoco lo sabemos. Probablementeviaja despacio para que no la descubran. No séqué tamaño tendrá esa ojiva, pero no creo quesea muy fácil transportarla. Por otra parte,ustedes viajan aún más despacio por los niños.Si quieren llegar a un área segura, tienen queponerse en marcha ahora mismo.

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—No podemos irnos así como así —protestó Isolde—. Si nos atrapa la lluviaradiactiva, Khan podría morir, pero si nollegamos a ese laboratorio, es seguro quemorirá. Prefiero arriesgarme con la lluvia.

—Yo… —La voz de Madison se apagó, conun dejo de culpa—. No puedo poner a Arwenen peligro.

Se hizo un breve silencio. Ariel miró a unamadre y a la otra; se sentía atrapada.

—Saben que las seguiría hasta los confinesde la tierra, si pudiera —dijo Madison. Miró aIsolde, con los ojos llenos de lágrimas—. Haríalo que sea para ayudar a tu bebé, pero ya nopuedo pensar solo en mí.

Tengo que salvar a Arwen, y si esosignifica… —Cerró los ojos—. Creo quetenemos que separarnos.

—No podemos hacer eso —dijo Haru.—Es que no pondré a Arwen en peligro…

—dijo Madison furiosa.—No estoy diciendo que debamos hacer eso

—respondió Haru—. Sino que tenemos que

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alejarnos del peligro, todos juntos —Isoldeempezó a protestar, pero Haru la hizo callarlevantando la voz—. Sé que quieres ayudar a tuhijo, pero de todos modos el plan que tienen paraeso es bastante improbable. Evitar que lasatrape el ejército Parcial, hallar ese laboratorio,que Nandita pueda curarlo… son demasiadascondiciones. Es completamente azaroso. Venganal sur con nosotros, lejos de la explosión, yencontraremos otra manera de ayudarlo.

—¡Si esperamos tanto tiempo, morirá! —exclamó Ariel.

—No griten —pidió Xochi—. No queremosque nos descubran.

—Nunca encontraremos otro laboratoriocomo el de Plum Island —dijo Isolde—. Esautosostenible, tiene energía propia y estápreparado para combatir las enfermedades. Sivamos a salvarle la vida, tenemos que ir allá.

—Deberíamos dividirnos —dijo el senadorHobb, con expresión solemne, y Ariel vio en éluna chispa del antiguo Hobb, el líder carismáticoque había gobernado la isla durante los peores

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días de su guerra civil. Miró a Haru—. Lleva atu esposa y a tu hija, y a quien quiera ir contigo.Reúnete con los demás refugiados y salgan de laisla. Yo iré con Isolde y Nandita al laboratorio, ylos alcanzaremos apenas podamos.

—Van a morir —les advirtió Haru.—Pues entonces moriré protegiendo a mi

hijo —repuso Hobb—. Valdrá la pena.—Yo me quedo con Isolde —dijo Ariel.—Yo también —asintió Xochi.—O sea que yo también —dijo Kessler—.

También soy madre, ¿sabes?—No es lo mismo —replicó Xochi, pero

Kessler sacudió la cabeza.—El hecho de que no me caigas muy bien

no significa que no te ame. Te crie durante diezaños; eres mi hija, te guste o no.

—Lo siento mucho, Isolde —dijo Madison,enjugándose las lágrimas—. Ojalá pudiera ircontigo.

—Protege a Arwen —le respondió ella—.Estás haciendo exactamente lo que haría yo enla misma situación. No te preocupes.

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—Te quiero —dijo Madison, y envolvió a suhermana adoptiva en un abrazo triste.

—Yo también te quiero, Mads.—No voy a obligar a nadie más a venir con

nosotros —dijo Hobb, dirigiéndose a los cuatrosoldados de la Red de Defensa que estaban enel grupo—. Estas muchachas se han manejadomuy bien hasta ahora; ustedes pueden hacermás si acompañan a Haru al sur y evacuan atodos los humanos que puedan.

—Entonces saldremos a primera hora de lamañana —anunció Haru—. Descansen bien,porque tenemos mucho camino que andar.

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CAPÍTULO VEINTE

El mapa de Kira indicaba una prisión. Estabacerca de la costa del Lago Candlewood, en unlargo brazo de agua hacia el sur llamado BahíaDanbury. Ese, decidió, sería el sitio másprobable para que un grupo de rebeldesParciales establecieran su base: las mismasdefensas que impedían salir a los prisioneros sepodían aprovechar para bloquear la entrada delenemigo. Allí los Ivies estarían bien preparadospara repeler a las fuerzas de Morgan. Abandonóel sendero que consideraba seguro y siguió porlas calles residenciales, en lugar de la franjaboscosa que había entre ellas, con la esperanzade evitar toparse con aquellas horrendas marcasde advertencia… y con la gente que las había

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hecho. Aún no sabía qué pensar de los Ivies, ycuando por fin los conociera, quería que fueraen sus propios términos.

Si bien había tratado de no ir por losbosques, estos estaban tan extendidos que acabópor cruzar una cantidad de lomas y hondonadasdensamente forestadas. Al cruzar un arroyopróximo a Padanaram Road, encontró otra IVbrillante tallada en un árbol, y se apartó para nopasar cerca de ella. A partir de allí, el terrenoiba en subida, una pendiente leve pero continua,y cuatrocientos metros más adelante pasó poruna granja abandonada. Sus tierras estabancompletamente cubiertas por árboles jóvenes.Del otro lado del campo se encontraba la prisión,y Kira avanzó muy despacio entre la maleza,con cautela, casi arrastrándose, y deteniéndosecada varios segundos para ver si oía algo, yafuera delante o detrás de ella.

No percibió nada, y cuando se atrevió a usarel enlace, tampoco. Cruzar le pareció unaeternidad, y el sol ya había pasado su punto másalto cuando se encontró a varios metros de la

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prisión.Ahora tengo la luz atrás, pensó, agazapada

entre la maleza, mientras planeaba cómoacercarse. Si me pongo de pie, todo el mundopodrá ver mi silueta, pero si me quedo abajo,les dará el sol en los ojos y a mí meocultarán las sombras. Avanzó despacio y ensilencio, conteniendo el aliento.

La prisión estaba tan vacía y decrépita comoel resto de los edificios por los que había pasado.

Permaneció otra hora vigilándola, para estarsegura, obligándose a tener paciencia y nodelatarse.

Solo cuando el sol se hundió en el horizontese atrevió a salir de su escondite en el límite delbosque, y a cruzar con todo sigilo la playa deestacionamiento resquebrajada hasta la vallaoxidada de la prisión.

Estaba rota y torcida, y el interior estaballeno de esqueletos envueltos en overolesanaranjados desteñidos: una fuga detenida treceaños atrás, cuando los últimos presosmoribundos trataban de huir antes de que la

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peste acabara con sus vidas. Kira se preguntócuántos habrían logrado escapar, solo para caermuertos después en el campo que acababa deatravesar. Los cadáveres que estaban detrás dela valla habían sido picoteados por los cuervos, ytenían la vestimenta rasgada y desgarrada; enlos sectores de la valla donde había brechas,habían entrado perros salvajes, que habíanmordido y arrastrado los cuerpos por el campo.Nadie, ni humanos ni Parciales, había puesto unpie en esa cárcel desde el Brote. Recorrió todoel perímetro, solo para estar segura, pero elescenario era el mismo por todos los costados.No había dónde buscar, excepto en el lagomismo, y en las casas que hubieran elegido losIvies en la costa para establecer su comunidad.

Esa noche durmió en la cárcel, no quisoencender una fogata, y comió su últimamanzana. Le gruñía el estómago, pero no seatrevió a salir a buscar más comida. Aún lepreocupaba el mensaje que había dejado el árbolensangrentado en el enlace.

MUERTE.

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SANGRE.Desde la prisión, nacía un camino angosto

que serpenteaba a través del bosque hasta unmuelle en la bahía, pero cuando Kira salió por lamañana optó por caminar entre los árboles, paraseguir sin tomar las rutas obvias. La bahía eraancha, unos ciento cincuenta metros en la partemás angosta, y mientras que en la costa cercanano había más que bosque, la orilla opuestaestaba bordeada de casas, cada una con sumuelle privado. Alcanzaba a ver las casas porentre el follaje, pero parecían vacías. Caminóhacia el norte por la ribera occidental, siempre avarias decenas de metros del agua paramantenerse oculta, alerta ante cualquier indiciode vida o movimiento.

Un kilómetro y medio más adelante, llegó aun promontorio ancho, donde terminaba la bahíay empezaba el lago; al final de aquel había unembarcadero pequeño. Se acercó con cautela,tratando de divisar mejor al otro lado del agua, yse detuvo en seco al ver el embarcadero en sí.Erguido en el borde de la madera agrietada

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había un tronco delgado, quizás un antiguo postede señalización, pero el cartel ya no estaba y ensu lugar había una mano, humana o Parcial,clavada con una gruesa flecha emplumada.

Kira sintió que se le dilataban los ojos, y setapó la boca con los dedos para ahogar un grito.Se acercó algunos pasos con sigilo, para vermejor. La mano estaba seccionada a la altura dela muñeca; la palma estaba presionada contra elposte y la flecha le había atravesadodirectamente el dorso. Debajo de la muñeca, lamadera estaba oscura y descolorida, y a Kira lepareció ver una marca de arma cortante en lamadera en sí; alguien había clavado la mano a lamadera mientras seguía sujeta al cuerpo, y luegola había cortado y dejado desangrar. La pielestaba gris, pero no descompuesta. Aquellohabía pasado en los últimos días.

Dio otro paso hacia adelante en busca delcadáver, pero se detuvo y se adentró más en elbosque, donde se agachó al abrigo de una rocagigantesca y sacudió la cabezacompulsivamente.

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—Esto no está bien. No está bien —murmuró. Desenfundó su pistola, solo porque lareconfortaba tenerla en la mano, y espió entrelos árboles. Una brisa suave agitó las plumas enel extremo de la flecha—. Es solo unaadvertencia… un mensaje para las fuerzas deMorgan, que son el único enemigo que tienen enesta parte del país. Quizá sean amigablesconmigo… incluso con los humanos… —suspirócon exasperación—. ¿A quién quiero engañar?No soy tan tonta —se puso de pie—. Hay otrasfacciones Parciales con las que puedo hablar.Voy a buscar alguna que no acostumbredesmembrar a sus enemigos y usar las partes desu cuerpo como elementos decorativos.

Giró para marcharse, pero desde su nuevaubicación alcanzó a divisar un pie en elembarcadero, y parecía estar todavía sujeto a uncuerpo. Se detuvo. Si lograba reconocer quéropa tenía el cadáver, sabría quién lo habíamatado y de qué lado estaba. Volvió a mirar laflecha y la mano grisácea. La gente de Morganno usa flechas. Pero quizá tampoco sean los

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Ivies. Volvió a rezongar. No importa de quiénsea ese cuerpo; necesito salir de aquí ahoramismo…

Y entonces el pie se movió.Kira maldijo por lo bajo, apretó los dientes y

se quedó observando el muelle con espanto. Siallí había alguien con vida, tenía que ayudar…pero para llegar al embarcadero debía salir deentre los árboles. Cualquiera que estuviera en ellago podría verla. Aún no sabía en qué zonavivían los Ivies ni qué otros grupos podían andarpor allí, peleando con ellos. Trató de dar mediavuelta y alejarse, pero no pudo. Si aquellavíctima estaba con vida, necesitaba su ayuda.Revisó su pistola para asegurarse de que tenía elcargador lleno y una bala en la recámara, yavanzó con sigilo.

El lago resplandecía bajo la luz matutina.Como tenía el sol al este, se hallaba en lasituación contraria a la de la noche anterior:quedaba totalmente expuesta y la cegaban losdestellos en el agua. Dio otro paso adelante,mirando a todos lados con inquietud. ¿Se había

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movido algo entre los árboles? ¿Y en el agua?Sostuvo la pistola con manos temblorosas,tratando de tranquilizarse: Esto no es unaemboscada. Le cortaron la mano y se fueron.Es la única explicación lógica.

¿Cierto?Llegó al camino que pasaba frente al muelle;

probablemente era una antigua ruta desenderismo que se había mantenido abierta porel paso de los venados o los zorros. Miró aizquierda y derecha, agazapada en el límite delangosto claro, pero el bosque era denso y elsendero se curvaba en ambas direcciones, locual limitaba su visión. Volvió a mirar el cuerpoque estaba en el embarcadero, que se hallabamedio oculto por un conjunto de árboles pero ibaapareciendo lentamente ante su vista a medidaque avanzaba. La pierna volvió a moverse,débilmente, pero Kira habría jurado que elmovimiento había sido deliberado, no unasacudida espontánea de un sistema nerviosoagonizante. El hombre estaba vivo, y quizásincluso semiconsciente.

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Se detuvo donde terminaban los árboles y seescondió en silencio detrás de un tronco. Unpaso más y quedaría al descubierto, visibledesde el otro lado del lago.

—Si vuelvo a ver a la doctora Morgan, voya darle un puñetazo en la boca —dijo en vozbaja—. ¿Que se oponen a la experimentaciónmédica? ¿Era todo lo que podía decir sobre estegrupo? ¿Nada de «salvajes psicópatas queasesinan a la gente en un lago endemoniado»?¿Acaso no valía la pena apuntar eso?

La pierna se movió. Kira vio otromovimiento por el rabillo del ojo y dio mediavuelta, impulsada por su entrenamiento y por laadrenalina, con la pistola apuntada en esadirección. Solo era una rama agitada por elviento.

Puso un pie en el embarcadero. Ahora podíaver al hombre entero, tendido en el suelo,sujetándose el muñón del brazo con la manosana. Llevaba puesto el uniforme gris delejército Parcial, igual que todos los soldados deMorgan. Tenía sangre seca mezclada con

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manchones de sangre fresca. Kira se acercó ala flecha, y al hacerlo se enlazó con el hombreherido: DOLOR SANGRE AYÚDENMESOCORRO. El ancho lago se extendía ante ella,inquietantemente idílico en comparación con laescena macabra. Guardó la pistola en lamochila, se arrodilló junto al hombre y le palpó elcuello para comprobar su pulso. Él se sobresaltócuando lo tocó, pero estaba demasiado débilcomo para apartarse.

—No… —graznó.—Vine a ayudarte —le dijo, al tiempo que

arrancaba un jirón de la ropa del hombre y levendaba la muñeca—. ¿Quién te hizo esto?

TRAICIÓN, decía el enlace. El hombretrató de hablar, pero tenía la voz demasiadoquebrada y ronca. SANGRE.

—Tienes que decírmelo —insistió Kira—.¿Fueron los Ivies? ¿Dónde están? ¿Qué estánhaciendo?

—Fue el… Hombre de la Sangre.—¿El Hombre de la Sangre? —Le ató el

vendaje y empezó a palparle el resto del cuerpo

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en busca de heridas. Había demasiada sangrecomo para que proviniera solamente de lamuñeca… y entonces encontró la causa: unagran herida abierta en el abdomen, donde lasangre se mezclaba con las vísceras. El hedor laespantó—. Esta herida te perforó los intestinos—observó, tragándose el asco—. Necesitasantibióticos.

—El Hombre de la Sangre —graznó elsoldado—. Sirven al Hombre de la Sangre.

—¿Los Ivies? —le preguntó. Miró alrededorbuscando algo con qué restañar el sangradoabdominal, pero sabía que el hombre moriría.Estaban demasiado lejos de cualquier personaque pudiera ayudarlo, aunque encontrara elmodo de trasladarlo. Gruñó de frustración, luegorasgó su propia camiseta a varios centímetrosdel dobladillo y aplicó el trozo sobre la herida.

—Tienes que huir —le dijo él, con voz tanronca que hasta dolía oírlo—. Van a querertambién la tuya.

—¿Mi mano?—Tu sangre.

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Kira vio un movimiento fugaz en el lago, noen la superficie del agua sino por debajo: lasombra oscura de un pez enorme.

—¿Qué está pasando aquí?MUERTEEl agua hizo erupción como un géiser; una

figura pálida emergió junto al embarcadero y lasujetó por un brazo. Kira gritó y retrocedió,buscando a tientas su pistola, pero la figurapálida la jaló hacia adelante, de modo que perdióel equilibrio y cayó al agua. Lo último que viofueron las aberturas en su cuello, como anchasbranquias de pez que flameaban con delicadezaen el aire; luego su rostro golpeó el agua y elmundo se oscureció.

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CAPÍTULO VEINTIUNO

Samm soñó con Kira. Caminaban juntos por lasruinas del antiguo Illinois; no por la necrópolisinundada de Chicago ni por el páramo tóxico aloeste del río Mississippi, sino por los camposondulados y la inmensa llanura que había entreellos. Iban tomados de la mano.

Arriba, en el cielo, los pájaros volaban conindolencia, y manadas de potros salvajesvagaban entre campo y campo, pisoteando losalambrados que separaban la inmensacuadrícula de granjas vacías, corriendo libres enun mundo que no recordaba la guerra, el Broteni nada más que el sol, el viento, la lluvia y lasestrellas. Bebían agua fresca de los arroyos y setendían de espaldas a contemplar la luna,

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buscando formas y rostros en los cráteres. Elmundo era silencioso, antiguo y nuevo, y ellosestaban juntos.

Los sueños nunca duraban mucho.Samm despertó, adormilado, y se quedó

mirando un poco aturdido las paredesdescoloridas de la antigua oficina que usabacomo apartamento.

—Hoy abandono todo y voy a buscar a Kira—murmuró.

Decía eso todas las mañanas. Se puso lacamiseta y los zapatos; luego bajó con desganola escalera y atravesó el complejo hacia elhospital. Su cuerpo desarrollaba una cantidadconsiderable de la Partícula 223 cada seis días, yaquel día le tocaba otra extracción. Calix habíaempezado a hacer trabajos voluntarios en elhospital, pues todavía no se sostenía de pie conmucha firmeza para salir a cazar, y lo recibió enel laboratorio con una sonrisa. Él le sonrió confatiga y se acomodó sobre la manta casera quecubría el plástico agrietado de la camilla.

—Buenos días —dijo Calix y preparó una

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jeringa de anestésico local.El procedimiento consistía en insertar una

aguja muy grande durante mucho tiempo en unpunto muy profundo de su cavidad nasal. Si biena Samm no le agradaban los fármacos, la agujale gustaba mucho menos.

Se quedó tendido de espaldas, mientras ellale aplicaba la primera inyección: un pinchazoleve, una insensibilidad que se extendíalentamente. Esperaron que surtiera efecto,mientras Calix conversaba animadamente.

—Gorman estaba caminando bastante bienanoche.

Era una buena noticia; en los últimos días, lasalud del soldado parecía haberse estabilizado.

—¿Cuánto caminó?—Solo hasta el baño y de vuelta a la cama.

Ni siquiera nos llamó para el primer tramo, solopara el regreso.

—No le gusta depender de los demás —comentó Samm.

—A nadie le gusta —Calix volvió a tomar lajeringa—. Vamos con la segunda —él se quedó

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quieto y ella deslizó la aguja hasta lo profundodel orificio nasal. Otro pinchazo, mucho másatrás, y Calix se sentó con una sonrisa traviesa—. ¿Quieres ver la aguja?

—No —respondió Samm—, peromuéstramela de todos modos.

Ella rio y se la mostró: medía unos diezcentímetros.

—Siempre quieres verla.—Porque juraría que me la estás clavando

hasta la mitad del cerebro.—Apenas ingresa hasta aquí —explicó ella,

mientras ponía un dedo enguantado a mitad delfino metal—. Espera la tercera inyección,cuando lleguemos a la pared posterior; esa es laque vale.

—Siempre es mi preferida —cerró los ojos.—¿Soñaste algo bonito anoche?—Con Illinois.—Qué sueño más raro. ¿Qué hay en

Illinois?Samm pensó en Kira, en los caballos y en la

luna.

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—Nada.Calix siguió charlando sobre el hospital, los

otros Parciales y la clasificación de su equipo defútbol en el torneo que se estaba disputando; ellaaún no podía jugar, pero desde las gradas losalentaba más que nadie. Samm sonreía yasentía; sinceramente se alegraba por ella, peroestaba demasiado… ¿ocupado?

¿Demasiado ocupado para que leimportara? Esa no es la palabra indicada,pensó. ¿Fatigado? ¿Solo?

Perdido, decidió. Me siento perdido.Calix le aplicó la tercera inyección, y al cabo

de unos minutos fue a llamar a una enfermeracon más experiencia para que ayudara en ellargo proceso de encontrar la glándula correctay extraer la feromona que curaba el RM. Sammno podía hablar durante la extracción, y pasó lossiguientes cuarenta minutos catalogando su día,planificando las tareas que tenía por delante y elorden en que podía hacerlas con mayoreficiencia. Phan decía que parecía una agendaandante, pero a él nunca le pareció una

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costumbre extraña: tenía mucho que hacer, ytiempo limitado. ¿Qué tenía de malo planificarun poco? Lo primero que haría sería ir a la salade maternidad a saludar a las nuevas madres yrecibir el informe sobre el estado de los niños.Allí no tenía ninguna responsabilidad específica,pero igual le agradaba hacerlo. Le gustaba verel resultado de aquellas sesiones en ellaboratorio.

Cuando las enfermeras terminaron laextracción, la mayor se llevó el tubo paraprocesarlo, y Calix ayudó a Samm a sentarse.La anestesia siempre lo dejaba un pocomareado, y comió un trozo de pan sin levadura,mientras esperaba que su cabeza volviera aalinearse. Calix lo observó, más pensativa quede costumbre, y al cabo de un rato le hizo unapregunta.

—¿Te gusta estar aquí, Samm?—Es maravilloso —respondió

automáticamente—. Tienen comida, agua yelectricidad, y la gente no está matándose entresí. Es genial.

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—Sin embargo, no eres feliz.Samm masticó lentamente, pensando.—Estoy ayudando a la gente —dijo por fin

—. La feromona que acabamos de extraer salvavidas, y estamos ayudando a los otros Parcialesa recuperarse. Me hace feliz ser parte de eso.

—Estás orgulloso —replicó ella—, pero nofeliz.

—La felicidad total de la Reserva es mayorconmigo aquí que afuera.

—Esa es la definición de felicidad más tristeque he oído.

—¿Qué alternativa tengo? No puedo irme.—Precisamente: puedes irte, y nadie podría

impedírtelo. Podríamos intentarlo, pero seamosrealistas.

Especialmente si te ayuda Heron… Esachica le da pesadillas al monstruo que vivedebajo de mi cama.

—Se siente mal por haberte disparado —sonrió Samm.

—Volvería a hacerlo sin pensarlo dos veces.—Cierto… solo trataba de hacerte sentir

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mejor.Calix rio y le dio una palmada en el brazo.—Déjame ser clara contigo: estamos

inmensamente agradecidos de que te hayasquedado. Estás dándonos un futuro. Pero notienes la obligación de… —se interrumpió.

Él levantó la vista y terminó la oración porella:

—¿No tengo la obligación de quedarme?Claro que sí. Di mi palabra, y eso es un vínculomás fuerte que cualquier cadena que pudieranusar para retenerme o cualquier pared paraencerrarme.

Ella se mordió el labio, pensativa, y por finasintió.

—Lo entiendo, y te lo agradezco. Todos telo agradecemos. Pero… te pregunté si eras felizaquí, y tú hablaste de irte. Me dijiste lomaravilloso que es esto, y luego hablaste de irte.¿Cómo crees que nos sentimos al saber que tuúnico concepto de felicidad tiene que ver conmarcharte? Podrías ser feliz aquí, lo sé.Haríamos todo lo posible para hacerte feliz —

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dejó de hablar súbitamente y se enjugó la mejillacon la mano tan rápido, que él no alcanzó a versi en verdad había habido allí una lágrima o no.

Al instante Samm se sintió mal, pensando enlo ofensiva que debía de ser su actitud para loshumanos de la Reserva. Ellos lo necesitaban porlas feromonas, pero lo trataban como a unapersona. Lo habían aceptado como a uno de lossuyos, tal como él le había demostrado aGorman. Sin embargo, a pesar de todos susesfuerzos por incluirlo, él no estaba seguro depoder hacerlo.

La chica miró al suelo, evitando su mirada, ySamm tomó conciencia de otra cosa. Calix lohabía deseado una vez, cuando llegaron a laReserva. Él le había dicho que estabaenamorado de Kira, pero ahora Kira no estaba.¿Qué podía impedir ahora que estuvieran juntos?¿Acaso ella había estado esperando todo esetiempo, demasiado amable como paraaprovecharse de la ausencia de Kira, perocontando los días hasta que Samm llegara a lamisma conclusión? Él había prometido quedarse

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allí para siempre. ¿Qué estaba esperando?¿Para qué se reservaba? Si en verdad ese erasu hogar —no solo el lugar donde vivía, sino unverdadero hogar, con una nueva familia—, ¿porqué seguía portándose como si estuviera devisita?

Calix era buena, inteligente, graciosa, yhasta con una bala en la pierna había sido másque capaz de colaborar en la Reserva. En lasúltimas semanas habían pasado más y mástiempo juntos, hasta que Samm había llegado aconsiderarla una de sus mejores amigas.Además, no podía negar que era hermosa. Calixno era Kira, pero Kira tampoco era Calix.

Y Kira no estaba allí.Ella levantó la vista, como si percibiera su

mirada. Samm la miró, observó su rostro, susojos, recordó aquel beso. ¿Realmente estaba tanmal? De todos modos, él se quedaría… ¿acasoestaba tan mal que estuviera con ella?

—Samm —su voz sonó vacilante, tentativa.—Calix —dijo él.—Lo siento…

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—No —se apresuró a decir—. Me hashecho tomar conciencia de algo.

—¿De qué? —Ella volvió a morderse ellabio.

Samm volvió a mirarla largamente, y luegosacudió la cabeza.

—Yo prometí quedarme, pero los otrosParciales, no —suspiró y se puso de pie—. Nopuedo esperar que tomen la misma decisión nique permanezcan aquí para siempre. Tengo quepreguntarles qué quieren.

—¿Y después?—Después se lo damos.—¿Y después? —insistió ella. Se puso de

pie con cuidado, apoyándose en su pierna sana—. ¿Cuál será la próxima gran crisis por la cualpondrás tu vida en pausa?

—Eres la mejor amiga que tengo —le dijo,al tiempo que le ponía una mano en el hombro.

—Seguro que les dices eso a todas laschicas.

—Nunca se lo había dicho a nadie.Samm recorrió los pasillos hasta el sector de

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recuperación, donde vivían los nueve Parcialesque estaban sanando. En el aire se enlazaba unamezcla de esperanza e inquietud; era unamañana típica.

Gorman estaba sentado en su cama, con lacánula del respirador en la mano.

—Eso funciona mejor si te colocas lostubitos en la nariz —le dijo Samm.

—Y las camas funcionan mejor cuando teacuestas en ellas —respondió Gorman—. No esel equipamiento lo que quiero que funcione bien,sino mi cuerpo.

—En ese caso, sigue practicando. Meenteré de que anoche diste un paseo.

—¿También te contaron qué hice en elbaño? Si van a contarle a toda la Reserva lo quehago de noche, que no omitan lo másinteresante.

—Puedes darme los detalles más tarde —respondió, mirando alrededor. Ahí estaban solotres: Gorman, en su cama, y otros dos sentadosen sillas junto a las ventanas abiertas, tomandoel sol—. ¿Y los demás?

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—Dwain sigue en cama —respondióGorman—. Creo que le atrae la enfermera y poreso trata de prolongar su convalecencia más delo necesario.

—¿Calix o Tiffany?—Tiffany.—A mal puerto va por leña —dijo Samm.

Hizo una pausa—. Aunque tampoco quiero quevaya detrás de Calix.

—¿Tú y ella…? —Lo miró Gorman.—No —respondió Samm—. ¿Y los otros?—¿Y Heron? —insistió Gorman.—¿Con cuántas chicas crees que estoy?—No con tantas como podrías, si estoy

interpretando bien las señales —inhaló por lacánula—. Calix te sigue como un cachorrito, yHeron… Bueno, supongo que no suena biendecir que te sigue como una serpiente, pero túme entiendes.

—Heron es una vieja amiga. Peleamosjuntos en la Guerra de Aislamiento.

—¿Y ahora?—Ahora… —No sabía cómo describir su

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relación con ella. En los últimos días casi no lahabía visto, pero él sabía que estaba cerca. Igualque antes, ella le había demostrado que estabaobservándolo. Aparentemente, Gorman tambiénlo había notado—. Heron es una buena amiga—repitió—. Pero eso no quiere decir que tengaidea de lo que quiere. Es un modelo deespionaje: hecha para actuar en secreto y condisimulo.

—Y para la seducción —acotó Gorman,señalándolo con la cánula—. Eso tiene quecontar para algo.

—Si una mujer hecha para la seducciónestuviera detrás de mí, creo que ya me habríadado cuenta —repuso. Volvió a centrar laconversación en Gorman y sus compañeros deescuadrón, indicando la habitación casi vacía—.¿Y los demás?

—Afuera, caminando. Ritter está tan sanocomo tú; ya no tiene por qué estar internado.Aaron y Bradley, también.

—De eso quería hablar —dijo Samm, altiempo que acercaba una silla a la cama del

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soldado—. Ustedes ya están mejor, ciertasafecciones menores aparte —señaló la cánulacon un gesto, y Gorman puso cara deexasperación—. Es hora de pasar de larecuperación a la vida real. No pueden quedarseen el hospital para siempre.

—Toco madera —dijo. Frunció los labios ypensó un momento—. ¿Y la Reserva?

—Son muy bienvenidos si quieren quedarse,pero nadie los obliga a hacerlo.

—Podrían obtener mucho más de esaferomona si los nueve estuviéramos aquí paraayudarte. Podrían acumularla antes de quellegue nuestro vencimiento, suponiendo quellegue, y durar unos años más.

—Son buena gente —dijo Samm asintiendo—. No quiero dejarlos sin una fuente de la cura,pero ellos piensan como yo: si para conseguirlatienen que esclavizarlos, no vale la penaconseguirla.

—Eso me suena a culpa.—No es mi intención. De todos modos,

tarde o temprano se les va a acabar, ya sea a mi

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muerte o la tuya… cuando sea. No se sientanobligados.

—O sea que es una causa demasiadoperdida como para que yo me tome la molestia—dijo Gorman—, pero tú sigues dando tu vidapor esto.

—Di mi palabra —respondió Samm—.Ustedes pueden quedarse el tiempo que quieran,y aportar la feromona si lo desean, pero soncosas que deben decidir —Samm se frotó lanariz, adormecida aún por la extracción—. Perocomo trabajo, una hora por semana sentado enun laboratorio es bastante ligero —sonrió—. Yfrancamente, quizá por ahora ustedes no podríantolerar más que eso.

Gorman se llevó la cánula a la nariz, inhalóprofundo y luego dejó caer las manospesadamente sobre su regazo:

—Quiero retribuir con algo. Al principiosospechaba, pero nos han tratado bien. Merecencualquier cosa que podamos hacer paraayudarlos.

—Y ellos estarían agradecidos —dijo

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Samm. Echó un vistazo a los dos soldados queestaban junto a la ventana, y al patio soleado queestaba más allá—. ¿Hablaste con los demás?

—Creo que yo no puedo irme aunquequisiera. Los más sanos están ansiosos porvolver.

—¿A White Plains?—A donde sea. El mundo cambió, y quieren

verlo. Y si las cosas realmente están tan malcomo dices, quieren ayudar. Los Parcialesmatándose entre sí, los humanos muriendo deRM, la guerra todavía a pleno entre lasespecies… es duro quedarse aquí, en un paraísoal otro lado del mundo, sabiendo que el resto denuestra especie se va al diablo.

—Ya lo creo —Samm levantó una ceja.—Podríamos ponerle fin, ¿te das cuenta?—¿A qué? ¿A la guerra?—A la epidemia. Estas personas son buena

gente, como dijiste, pero son apenas unafracción de los humanos que quedan vivos, y lacomunidad de East Meadow no te tiene a ti paramantenerse sana. En este hospital tenemos un

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nuevo bebé cada semana, más o menos; lagente de East Meadow probablemente tiene lamisma cantidad, como mínimo, y como no tienela cura, todos mueren. Podríamos terminar coneso.

—Yo pensé lo mismo —dijo Samm—. Loque tenemos… si pudiéramos llegar allá, y si nosescucharan, y si aceptaran nuestra ayuda…lograríamos hacer mucho bien.

—Si todavía no se han matado entre sí —asintió con tristeza Gorman.

—Tú no soportarías el viaje. El Yermo es uninfierno, y apenas está a mitad de camino.

—Pues ve tú en mi lugar —le propuso—.Llévate a Ritter, Aaron y Bradley y a quien sea.

Samm sabía que el aire estaba cargado consus sentimientos encontrados: una súbita oleadade miedo y preocupación, y una esperanzaabrumadora, desesperada. ¿Realmente podíamarcharse? Había prometido quedarse.

—Llévate a ese chico, el cazador —continuó Gorman—. Phan, o como se llame. Élpodría arreglárselas muy bien en ese Yermo,

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incluso para ser humano; si hay en la faz de latierra una tormenta capaz de matarlo, megustaría verla.

—No, no te gustaría —Samm se frotó lascicatrices de ácido en el brazo.

—Hablo en serio —dijo, inclinándose haciaadelante—. Yo no puedo irme. El médico dijoque es posible que mis pulmones nunca se curendel todo, y no puedo llevarme uno de estostanques de oxígeno en un viaje por tierrasinclementes. Incluso cuando pueda volver acaminar, o correr, seguiré durmiendo en esteedificio con este lazo de plástico barato al cuellopor el resto de mi vida —agitó la cánula paradar énfasis a sus palabras—. Nada en el mundome gustaría más que encontrar a ese canalla deVale y patearle los testículos, una y otra vez,pero estas personas no son él, y han dado todode sí para ayudarme. Quiero hacer lo mismo —hizo una pausa—. Déjame quedarme aquí, en tulugar, donando la maldita partícula, y tú vuelve acasa. Ve a East Meadow y salva a los humanos.Ve a White Plains y dales unas buenas

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bofetadas a unos cuantos. Y no olvides: siencuentras al doctor Vale, puedes castrarlo conuna bota de punta de acero, pero primero loprimero.

—¿De veras harías eso?—¿Qué otra cosa voy a hacer?Alguien llamó a la puerta con golpes fuertes,

y Samm apenas había alcanzado a levantar lacabeza cuando Calix irrumpió, casi sin aliento:

—Tienes que ver esto.—¿Qué pasa? —Samm se levantó de un

salto.—No pasa nada —respondió ella, mientras

lo tomaba de la mano y lo jalaba hacia la puerta—. Es la bebé de Mónica, la que nació anoche.

—¿Le aplicaste la inyección?—No la necesita. No está enferma.Samm se detuvo en seco, se quedó

mirándola y echó un vistazo a Gorman.—¿No está enferma?—Nunca llegó a tener fiebre —explicó Calix

—. Estuvieron vigilándola toda la noche,esperando tu extracción de esta mañana, pero

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no se enfermó.Samm echó a correr y se lanzó por el pasillo

a tanta velocidad que dejó a Calix siguiéndolocon dificultad. Llegó al área de maternidad enmenos de un minuto, y se abrió camino entre lamultitud de enfermeras y espectadores querodeaban la sala. Heron ya estaba allí, en unrincón, apartada de los demás.

—¿Dónde está? —preguntó Samm.—Allí adentro —respondió Laura, señalando

a una madre que miraba absorta a su bebédormida en una habitación privada—. Fuertecomo un toro.

Samm también se quedó mirándola, sincomprender lo que estaba pasando. ¿Por qué laniña no se había enfermado? ¿Acaso habíanacido inmune? Sin duda, el RM seguía en elaire: todas aquellas personas eran portadoras.Entonces, ¿por qué no se había enfermado?

Un médico llegó a toda prisa y acercó unmonitor pequeño al rostro de Laura.

—Acabamos de terminar de analizar lasangre: ella ya tiene la feromona en su sistema.

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—¿Quién se la inyectó? —preguntó Laura.—Nadie —respondió el médico.—¿Uno de los otros Parciales, quizá? —

preguntó Samm; miró la pantalla y leyó losresultados lo mejor que pudo.

—Estuvo bajo observación constante —repuso el médico—. En los días siguientes alnacimiento no nos apartamos de ellos ni por unsegundo, y registramos todo lo que sucede.Nadie le administró nada; solo un antibióticogeneral y un poco de leche de su madre.

—Se transmite por el aire —dijo Heron.—¿Qué cosa se transmite por el aire? —

preguntó Calix, que acababa de llegar, apretandolos dientes y saltando sobre un pie.

Samm miró a Heron; empezaba a entendera qué se refería.

—Hay nueve Parciales viviendo en elhospital desde hace un mes —dijo—. Diez,puesto que yo también paso mucho tiempo aquí.Estábamos inyectando la feromona directamenteen el torrente sanguíneo porque así lo hacíaVale, pero es una feromona: por naturaleza se

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transmite por el aire. Ahora que ustedes vivencon nosotros veinticuatro horas al día, estánrespirándola, y está… por todas partes.

Calix miró el monitor, luego al bebé, ynuevamente a Samm:

—¿Cuántos vamos a ir?—¿A dónde?—A East Meadow. Esta es la respuesta;

tenemos que avisarles.—Si vamos a mantener en marcha toda esta

incubadora de feromonas, necesitamos a Samm—advirtió Laura.

—Gorman se queda —dijo Calix—, y otrosmás. La mayoría todavía no puede viajar.

—Ninguno de ustedes puede —replicóHeron—. El viaje los matará.

—Es un riesgo que vale la pena correr —respondió Calix.

—Es demasiado peligroso… —Sammsacudió la cabeza.

—Volverás a ver a Kira —comentó Calix.Samm calló. Y la chica lo miró con ojos

duros:

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—Si este sistema funciona, si Parciales yhumanos pueden convivir, podemos salvar a losdemás humanos, y ¿quién sabe?, quizá tambiéna los Parciales. Gorman y su equipo siguenvivos, aunque no sepamos por qué —bajó lamirada, solo un momento—. Y también podemossalvar a Kira. Ella vino aquí para esto.

Samm respiró hondo, buscando algo quedecir. Miró a Laura.

—Tiene razón.—Lo sé —dijo la mujer—. Si realmente hay

más humanos allá, tenemos que hacer lo quepodamos por ellos.

—No sé si voy a poder regresar —dijoSamm.

—Si vamos a poder —lo corrigió Calix conferocidad—. Voy contigo.

—Con esa pierna así, no.—Tendrás que dispararme para

impedírmelo.—¿En la misma pierna o en la otra? —

preguntó Heron, rozando con un dedo la culatade su semiautomática.

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—Soy la mejor exploradora de la Reserva—arguyó Calix acaloradamente—, incluso conuna pierna herida. Francamente, no creo quelleguen sin mí.

Samm recordó el viaje: las charcas de aguaenvenenada, los infinitos kilómetros de árbolesblancos como huesos. Él y Heron tenían máscapacidad de recuperación que cualquierhumano, pero ninguno de los dos era explorador;les vendría bien alguien entrenado ensupervivencia. Se frotó las cicatrices del ácido yfrunció el ceño.

—Sería más piadoso dispararte —dijo, yCalix empezó a protestar, pero la interrumpiócon un gesto—. Salimos mañana por la mañana.Si estás dispuesta a morir por esto, debes estarlista al amanecer.

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SEGUNDA PARTE

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CAPÍTULO VEINTIDÓS

—General.Shon levantó la vista de sus mapas; estaba

planeando la próxima etapa de su cacería deterroristas. En las últimas semanas la resistenciahabía intensificado sus ataques y golpeado conmás crudeza y en más lugares que nunca, peroluego se habían desvanecido como fantasmas enlos bosques y las ruinas.

Además, estaban volviéndose más audaces:el campamento de Shon había pasado la nocheacorralado por disparos de francotiradores. Miróal mensajero con ojos adormilados.

—¿Qué hay de nuevo?—Encontramos el refugio del francotirador,

pero no había nadie: solo un fusil atado a un reloj

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despertador.—Es una broma —dijo Shon, confundido. El

enlace le mostró la sinceridad del mensajero,mezclada con incredulidad.

—Lo vi yo mismo, señor. Le habían quitadoel gatillo y estaba conectado a los engranajes deun reloj despertador, uno de los antiguos, decuerda, completamente hecho a mano. Creemosque lo programaron para que disparara hacia elcampamento a intervalos regulares, y el trípodeestaba apenas lo bastante flojo para que, concada disparo, el culatazo reacomodara lapuntería; por eso no daba en el mismo lugartodas las veces. Los exploradores piensan queno hubo nadie allá desde el primer disparo deanoche.

Shon apretó el puño, y su rabia se reflejó enel enlace con tanta ferocidad que el mensajerotrastabilló y se echó para atrás.

—Eso explica por qué nadie resultó herido,señor —continuó el mensajero—. Pensábamosque los humanos no tenían buena puntería,pero… ahora sabemos por qué fue. Ni siquiera

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apuntaba; solo se disparaba cada media hora,más o menos. Tal vez lo colocaron allí y seencomendaron a la suerte.

—Lo único que buscaban era retrasarnos —dijo Shon—, y lo han hecho de maravilla. Justocuando pensaba que habíamos descubierto lastácticas de los Rinocerontes Blancos, lascambian por completo.

—Ese es el otro asunto, señor: no creemosque hayan sido ellos. O si lo fueron, se trató dealgún grupo disidente. Había una nota —seadelantó y se la entregó al general.

—Nunca habían dejado una —frunció elceño y tomó el papel.

—Exacto, señor. Este ataque es diferente detodo lo que habíamos visto.

—«Disculpen que no hayamos podidoesperarlos. Tenemos más sorpresas quepreparar. Cariños y besos: Owen Tovar» —leyóShon—. ¿Qué diablos…?

—Todavía no sabemos quién es él —dijo elmensajero—, pero estamos tratando deaveriguarlo.

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—Era uno de los senadores —respondió—.Creíamos que todos habían pasado a laclandestinidad. Pero ¿por qué?… —Se quedómirando la nota y la dio vuelta con la débilesperanza de encontrar otra pista en el dorso.No había nada—. ¿Por qué se identifica? ¿Serásolo para provocarnos o tendrá algún mensajemás profundo?

—Quizá trata de irritarnos —sugirió elmensajero—. Después de todos esos disparos alcampamento, los soldados están dispuestos aincendiar el bosque con tal de encontrarlo.

Shon suspiró y se frotó los ojos; sentía másque nunca la tensión del largo día.

—¿Cómo se llama, soldado?—Thom, señor —respondió en posición de

firmes.—Thom, quiero que siga a los exploradores

que están rastreando al dueño de ese fusil.Avíseme inmediatamente cuando averigüenquién es el responsable. ¿Tiene radio?

—Puedo conseguir una, señor. Pero se nosestán terminando las baterías.

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—Lo sé. Tenemos prisioneros dandomanivela a los generadores las veinticuatrohoras del día, para recargarlas —dijo. Y con unpoco de suerte, en cualquier momentorecibiremos órdenes de Morgan pararegresar. Hasta entonces…

—¿Puedo hacerle una pregunta, señor?—Sí —dijo, tras observarlo por unos

segundos.—¿Por qué no tomamos más rehenes para

obligarlos a aparecer, señor? En estos bosqueshay cada vez más guerrilleros, pero EastMeadow sigue cerrado. Si amenazamos conmatar a algunos allá, estos rebeldes podríandejar de…

—No somos asesinos, soldado —laspalabras de Shon salieron acompañadas porcierta dureza en el enlace, y notó consatisfacción que Thom daba un respingo alpercibirla—. Los rebeldes son combatientesenemigos, y el hecho de pelear contra estos esalgo que literalmente llevamos en nuestro ADN.Fuimos creados para ganar guerras y proteger

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vidas inocentes, y si usted no puede haceraquello para lo cual fue hecho, quizá no deberíaformar parte de este ejército.

Fue un contraataque feroz, el insulto máscruel que un Parcial podía propinar a otro, peroShon había visto que esa actitud iba aumentandoentre sus filas y estaba decidido a aniquilarla.Thom se echó atrás, y sus datos en el enlaceeran una mezcla de conmoción y vergüenza,pero apenas un momento después predominó lafuria y respondió con un comentario propio.

—La doctora Morgan nos hace matarciviles, señor, y ella tenía más derecho a suautoridad que un soldado de infanteríaascendido…

—¡Soldado! —La furia del general atronóen el enlace con tanta fuerza que sus guardiasentraron desde la otra habitación, con las manosen sus armas y listos para actuar—. Estehombre será sometido a consejo de guerra —lesinformó—, y quedará bajo custodia mientrasdure la ocupación.

Los soldados reflejaron en el enlace su

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conmoción al oír la orden, pero obedecieron sincuestionamientos; tomaron las armas de Thom ylo retiraron de allí. A una de las jaulas, pensóShon.

Allí, en las zonas no urbanizadas, lo únicoque podían usar como cárcel eran los camionesmodificados.

Nunca habíamos tenido que usarlas paraencerrar a uno de los nuestros. Como van lascosas, esto podría volverse mucho másfrecuente.

Volvió a mirar la nota. ¿Por qué el nombre?¿Por qué esa actitud impertinente? Y, en últimainstancia, ¿cuál era su plan? El día lleno dedisparos de un francotirador había mantenido atodo el campamento en vilo: escondiéndose,buscando al tirador, respondiendo cuandopodían… todo había sido en vano; ahora se dabacuenta. Pero ¿cuál era el objetivo? La últimaserie de ataques guerrilleros había sido casideliberadamente al azar; ni siquiera parecíanseñuelos para llevarlos en determinadadirección. Pero por supuesto que no,

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comprendió Shon. Si nos diéramos cuenta deque quieren llevarnos en una dirección,iríamos justamente hacia el otro lado, y elloslo saben. No están tratando de llevarnos aninguna parte; solo quieren que estemosocupados. De modo que es una táctica deseñuelo, pero ¿para qué?

Si nos mantienen ocupados el tiemposuficiente, pensó con un suspiro, tarde otemprano todo el ejército va a desbandarse.Tenemos sublevación en las filas, el armabiológica sigue destruyendo nuestraspatrullas y hace semanas que no tenemosnoticias de Morgan. Ni siquiera sé si lellegan mis mensajes. Lo único que tenemosson las mismas órdenes, las últimas que nosdio: mantener recluida a la población yconservar la isla. Sin explicaciones de paraqué lo hacemos. No tiene sentido.

De acuerdo con sus exploradores, lamisteriosa criatura gigante había abandonado laisla; se había dirigido al norte, hablando concuanta gente podía, y al llegar a la Costa Norte,

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simplemente había entrado en el agua,continuando siempre hacia el norte. Una cosamenos de qué preocuparnos, pensó. Y tal vez,si Morgan la ve con sus propios ojos, se décuenta de lo caóticas que se han vuelto lascosas por aquí. Quizá por fin asuma elmando otra vez, y me diga algo sobre lo quedebo hacer en este lugar.

Cualquier cosa.Pero yo no soy Thom, pensó. No cuestiono

a mis superiores. Ella nos ordenó conservaresta isla y eso vamos a hacer.

O moriremos en el intento.

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CAPÍTULO VEINTITRÉS

Al despertar, Kira oyó un sonido de agua quegoteaba. Trató de moverse, pero se encontróesposada de pies y manos. Las pequeñascadenas traquetearon cuando arrastró lasextremidades por el suelo, intentandoincorporarse. Tenía la cara y el cuerpo mojados,presionados contra algo blando y húmedo, comouna capa de musgo baboso. Sintió un fuerte olora moho. Abrió los ojos, pero estaba demasiadooscuro como para ver algo.

Tosió, escupió agua y trató de enderezarse.Tenía las manos sujetas a la espalda, y cuandose dio vuelta para quedar boca arriba y respirarmejor, sus dedos se hundieron en aquella cosablanda que tapizaba el suelo. Volvió a toser y

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miró a su alrededor, con los ojos dilatados pero aciegas. A medida que su visión se iba adaptando,empezaba a distinguir unas formas oscuras: unapared, una ventana, una tenue estrella azul.Apartó la mirada, tratando de escudriñar losrincones negrísimos de su prisión.

Algo se movió, lentamente y con pesadez.—¿Quién anda ahí? —Su voz fue apenas un

susurro; las palabras le rasparon la garganta conotra tos y un poco de agua sucia. Sintió unaarcada y se echó para atrás, pero se dio cuentade que no sabía de dónde provenía el sonido; talvez estaba retrocediendo a ciegas hacia él—.¿Quién está ahí?

Otro movimiento, esta vez más cerca. Unasombra negra moviéndose en la oscuridad.

Recogió las piernas contra el pecho y luegodeslizó sus manos atadas por sus caderas hastalograr pasarlas al frente de su cuerpo. Lasesposas que tenía en los pies le apretabandemasiado como para poder pararse bien, asíque se dirigió en cuatro patas hasta la pareddonde estaba la ventana. Algo venía tras ella,

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avanzando con mucha más rapidez que la queella podía llevar. Se puso de pie y descubrió quela ventana no tenía vidrio y estaba abierta. Seapoyó en el alféizar, lista para saltar al exterior,cuando un par de manos gruesas la sujetaronpor atrás, una en el vientre y la otra en la boca;le impidieron gritar y la arrastraron otra vezhacia al suelo. Kira pateó y pataleó, y sintió unaliento caliente en la oreja.

—Quédate abajo y en silencio. Te van a oír.Ella siguió pateando, luchando con todas sus

fuerzas por soltarse. El hombre que la sosteníaera fuerte, y sus brazos parecían bandas dehierro.

—Estoy de tu lado —le susurró—. Soloprométeme que no vas a gritar.

Kira no podía escapar, así que trató dequedarse quieta a pesar de su corazón aceleradoy la adrenalina que corría en su interior como unfuego. Cerró los puños con fuerza y se obligó aconcentrarse.

Tenía la boca tapada, pero inhalóprofundamente por la nariz.

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MIEDO La habitación estaba saturada depánico. El hombre era Parcial y estaba tanasustado como ella.

Respiró más lentamente, y por fin asintió.El hombre la soltó. Ella se apartó de

inmediato, pero solo unos centímetros, y se alejóde la ventana.

Con los ojos más adaptados a la oscuridad,ahora podía verlo: un Parcial del modeloestándar de infantería. Tenía el uniforme hechojirones, y el rostro, aunque le costaba verlo conclaridad, cubierto de suciedad.

—Eres humana.Ella no se molestó en corregirlo.—No estás esposado.—A ellos no les importan las esposas —

respondió, y le mostró una llave metálicapequeña que tenía en la mano—. Solo las usanpara trasladarnos.

—¿No les importa que escapemos?—¿A dónde podrías ir? —preguntó. Se

aproximó y al cabo de un momento Kiraextendió las muñecas para que se las liberara—.

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Vas a entender cuando mires afuera. Pero tencuidado: si te ven despierta, regresarán.

El hombre abrió las esposas y ella se frotólas muñecas.

—¿Quieren que estemos inconscientes? —preguntó.

—No les importa cómo estemos. Pero eresnueva; si estás despierta, vendrán a buscarte.Mejor posterguemos eso lo más posible, ¿no teparece?

Le liberó los tobillos y Kira recogió laspiernas; de pronto sentía frío por el aire húmedo,y tenía la ropa mojada y el cuerpo empapado. Setomó un momento para tantear en busca de suequipaje (que ya no estaba), y al mirar alrededorvio que se hallaba en una casa, igual a cualquierotra casa de gente rica anterior al Brote. Lasuperficie húmeda y resbalosa que tanto asco lehabía dado era solo una alfombra,completamente saturada de agua; de hecho,todo el edificio parecía colmado de humedad: enlos rincones había musgo muy crecido, lasparedes tenían manchas de moho, y hasta el

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cielorraso parecía combado y mojado.—¿Dónde estamos? —preguntó.—Ven a ver.El hombre se arrastró por el suelo hasta una

escalera de superficie blanda y subieron a unprimer piso y luego a un segundo. Arriba estabamás seco, aunque aún se veían dañosprovocados por la humedad. La habitación delúltimo piso tenía ventanas en tres lados, todascubiertas con mantas, y luego aparecía un pasilloque conducía a más habitaciones. Había unmuro en torno al pozo de la escalera, y alasomarse por encima, Kira vio la distancia hastael primer piso. Los muebles de madera habíansido despedazados y apilados en un rincón comoleña, y parecía que todos los colchones de lacasa estaban puestos contra las paredes. Supusoque era para aislarlas; allí hacía más frío de loque había esperado.

—Yo vivo aquí arriba —dijo el Parcial—.Los otros vivían aquí también, antes de que selos llevaran.

Puedes espiar por las ventanas, pero ten

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cuidado… si mueves demasiado la tela, te van aver. Habiendo alguien nuevo aquí, seguroestarán vigilando.

Kira se acercó a la ventana más cercana,llevó una mano a la manta rígida y la corrióligeramente a un lado, apenas lo suficiente parapoder espiar el exterior. Afuera había árboles,justo por debajo del nivel de las ventanas, y másallá se veía el agua oscura del lago. El oleajediminuto reflejaba la luz de las estrellas. Noalcanzó a ver el suelo, y supuso que el lagollegaba casi hasta la base de la casa. Desde lasotras ventanas la vista era la misma, y cuando elParcial la llevó a otra habitación para que mirarahacia el último costado, ella comprendió queestaban en una isla; no había caminos nipuentes, solo agua. El frente de la casa dabahacia otra isla, a unos sesenta metros, y por laventana del fondo se veía otra a por lo menos eltriple de distancia. El agua que las separaba eraoscura y siniestra, y Kira recordó al hombrepálido con branquias que había surgido de lasprofundidades. Se estremeció y se sentó en el

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suelo.—Por eso no nos atan —explicó el Parcial

—. Nadie cometería la tontería de cruzar poresas aguas.

—¿Alguien lo intentó alguna vez?—Sí, y murieron —su voz era apenas un

susurro en la oscuridad—. Suponemos que estofue la casa de vacaciones de algún humano rico,una mansión en una islita diminuta. Afuera hayun embarcadero y todo, pero por supuesto que elbarco ya no está.

—Tenemos suerte. Esta isla es la mejorprisión que hay, haya o no una casa en ella —seencogió de hombros—. Al menos así tenemosun techo.

—Supongo que sí.Kira se acercó a la ventana lateral y volvió a

espiar, y vio el tenue resplandor blanco de unmuelle en la orilla opuesta. No pudo distinguir siera el mismo de donde la habían secuestrado. Sesentó otra vez y miró al Parcial, una silueta deforma de hombre en la penumbra.

—¿Cómo te llamas?

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—Green.Ella señaló con un gesto hacia la pared y el

lago negro que estaba más allá.—Empecemos por la pregunta obvia: ¿qué

diablos son?—Las cosas que te capturaron son

Parciales —dijo con una risita seca—, pero unmodelo que nunca habíamos visto.

Kira frunció el ceño. No era la primera vezque veía Parciales con branquias, y Herontampoco los había reconocido y había supuestoque eran «agentes especiales» de Morgan:

—¿No están del lado de Morgan?—No. Yo estuve con Morgan casi desde el

Brote, y nunca había visto nada semejante. Ellaaplicó algunas modificaciones genéticas enciertos Parciales para incrementar la agudezasensorial y cosas así, pero nunca branquias.

Kira recordó el comentario escueto sobrelos Ivies en los archivos de la doctora; ahoraestaba más segura que nunca de que no teníaidea de lo que eran en realidad.

—¿Y viven en el lago?

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—Tienen en el cuerpo una especie desistema de regulación térmica, por eso soportanel frío. Creo que lo prefieren.

—¿Son una especie de soldados anfibios,entonces? —preguntó, tras analizar un poco lainformación—. La Guerra de Aislamientoempezó con dos ataques distintos desde buquesa tierra; tal vez este fue un modelo especial,diseñado para esas batallas.

—Esto no te sorprende tanto como supuseque lo haría —Green ladeó la cabeza.

—He visto muchas cosas.—Eso parece. Creí que los humanos no

salían nunca de Long Island; tú estás muy lejosde tu casa.

—Esto no es nada —sonrió—. ¿Qué diríassi te dijera que no es la primera vez que veoParciales con branquias?

—Te preguntaría dónde los viste.—En Chicago.Green silbó por lo bajo.—Ahora sé que estás mintiendo o… —se

interrumpió de pronto—. ¿Cómo dijiste que te

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llamabas?—No te lo dije. Y no sé si me conviene

decirlo. ¿Sigues con Morgan?—No desde que estoy ausente sin permiso.—En ese caso, hola —extendió la mano—.

Soy Kira Walker.—Eso explica muchas cosas. Lo último que

supe fue que Morgan te había encontrado.—Sus experimentos fueron infructuosos —

respondió—. Me fui de sus laboratorios haceuna semana.

—Maldición —Green bajó la voz—.Esperaba que ella encontrara alguna manera decurar la fecha de vencimiento.

—¿Por qué te fuiste?—Todo mi escuadrón desertó. Pensábamos

unirnos a una de las otras facciones que aún seresistían a su autoridad, y los Ivies nos parecíanuna buena opción. Ya ves cómo nos fue.

—Pero ¿por qué? Llevaban mucho tiempocon ella…

Green no respondió.Kira tamborileó con los dedos sobre la

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alfombra húmeda durante unos segundos.—Encontré a otro Parcial allá afuera —dijo

entonces—, en un muelle en la orilla del lago.Supongo que era uno de los tuyos.

—¿Todavía estaba vivo?—Sí. Probablemente ya no —apoyó una

mano en la de él—. Lo siento.—Podría ser Alan. Trató de escapar a nado

hace unos cinco días. Vi que lo sumergieron, ydespués… bueno, él era el último. Desdeentonces estoy solo.

Kira no soportó contarle los detallesespeluznantes.

—Quise ayudarlo, pero era demasiado tarde—se incorporó de pronto al recordar las últimaspalabras del hombre—. Trató de prevenirme…dijo algo sobre «el Hombre de la Sangre».

—Así lo llamamos —asintió—. Parece quelos soldados con branquias lo obedecen, aunqueno es uno de ellos, que nosotros sepamos.

—Qué nombre tan impresionante —observóella—. No sabía que los Parciales fueransupersticiosos.

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—No lo somos. Le decimos así porqueliteralmente nos extrae sangre. Creemos que lacolecciona.

—¿Qué aspecto tiene?—Nunca lo hemos visto. Los Ivies, o lo que

sean, vinieron y se llevaron a algunos de nuestrogrupo, uno cada varios días. Un sargento, elchofer y uno de infantería.

—A uno de cada modelo Parcial quesobrevive.

—Exacto.—Parece que estuviera recopilando ADN

—dijo Kira—. ¿Y nunca han hablado con él?¿Los Ivies no comentaron nada sobre él?

—Solo que necesitaba la sangre. Y despuésnos dijeron que se había ido a buscar más.

—No me digas que fue al sur —sintió quese le iba el alma al suelo.

—¿Adónde más iría? Nos dijeron que yatenía toda la sangre Parcial que necesitaba, yque era hora de visitar a los humanos.

—¿Ahora va a cazar humanos? ¿Para quénecesita su ADN?

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—¿Para qué necesita el de quien sea? —preguntó Green; su semblante sereno dejóentrever miedo y frustración—. Es un psicópataal que le atrae la sangre, y tiene un ejércitoParcial como apoyo.

—Tenemos que detenerlo —dijo Kira, perolas palabras se le congelaron en la garganta aloír un fuerte chasquido abajo, en alguna parte.

—Es la puerta —susurró Green—.Llegaron.

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CAPÍTULO VEINTICUATRO

Kira miró a Green con los ojos dilatados.MIEDO.—Salgan —llamó una voz desde la planta

baja—. Solo queremos hablar.—¿Qué hacemos? —susurró ella.—Estarán armados —dijo Green—. Y

probablemente tendrán trajes acorazados.Kira asintió, al recordar la pelea en Chicago.—Van a enlazarse contigo y sabrán que

estamos aquí arriba. ¿Vale la pena pelear?—Si te quisieran muerta, ya te habrían

matado.—O piensan hacerlo después de

interrogarme —repuso—. Ahora que el Hombrede la Sangre no está, ya no tienen motivos paramantenernos con vida.

—Que nosotros sepamos —acotó él—. A

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mí todavía no me han matado.—¿Y piensas esperar hasta que lo hagan?—No nos obliguen a buscarlos —dijo otra

voz—. Saben que eso solo nos hace enojar.—¿Qué otra opción tengo? —siseó Green

—. Aunque podamos superar a varios soldadosarmados, luego ¿qué? Que sepamos, todo estelago está lleno de ellos; podría haber cientos bajoel agua.

Un escalón crujió, con un sonido fuerte yaterrador. Están subiendo a buscarnos, pensóKira. Se nos acaba el tiempo y ellos tendránarmas y…

—Espera; dijiste que están armados, ¿no?—Kira recordó a los soldados de Chicago, quetenían dardos tranquilizantes y fusiles de asaltonormales—. Los Ivies podrán pasarlo bien en elagua, pero sus fusiles, no. Las armas de fuegonormales no disparan si están mojadas.

—Durante la Guerra de Aislamientoteníamos fusiles a prueba de agua en la armería—recordó Green.

—¿Has visto alguno desde entonces?

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—Tal vez estos tipos los usan.—O puede que queden muy pocas de esas

armas, y que los Ivies estén utilizando lascomunes —ella lo tomó por el hombro y lesusurró al oído, en tono apremiante—. Tienenque guardarlas en tierra y transportarlas dealguna manera.

Otro escalón que crujió. Green se quedómirándola.

—¿Crees que hayan venido en un bote? Aveces usan uno cuando trasladan prisioneros,pero…

—No solo tienen un bote, sino que a los queestén vigilando debajo del agua no va a llamarlesla atención verlo salir de la isla. Solo tenemosque recorrer, ¿cuánto?, ¿sesenta metros, hastala otra isla?

Desde allí hay una carretera elevada alcontinente, si mal no recuerdo el mapa.Entonces estaremos otra vez en tierra firme ypodremos escapar.

—Hasta que descubran lo que pasó y todoel lago nos busque.

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—¿Quieres escapar o no?Se oyó el chasquido de un arma, y el de un

cerrojo al abrirse. Estaba lo bastante cerca paraprovenir del primer piso, casi en el último tramode la escalera. En el enlace se percibía queGreen hervía de terror.

—¿Qué hacemos?Ella no tenía tiempo para planificar; tenía

que improvisar lo mejor que pudiera. Acercó lacara al oído de Green y le susurró para que losIvies no la oyeran.

—A mí no pueden percibirme en el enlace.Hazlos salir por la ventana.

Se apartó de él y se escabulló en cuatropatas; los dedos de sus manos y pies apenastocaban el piso al doblar para tomar el pasillo.Green vaciló, pero pareció entender el plan. Selevantó súbitamente y corrió hacia la ventana,arrancó la manta y salió al techo inclinado.Desapareció del marco de madera justo cuandoel primer Parcial aparecía en la escalera.

—Escaparon por la ventana —dijo uno.—Revísala.

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Kira se aplastó contra la pared, fuera de lavista, tratando de discernir cuántos Ivies había.Había oído hablar solo a dos, pero sin mirar notenía manera de saberlo con certeza. Tenía queactuar con rapidez. En esa parte del pasillohabía más muebles despedazados, apiladosordenadamente como leña, y en la habitacióncontigua estaba el armazón de una secadora,que los prisioneros habían desdoblado parahacer una plataforma plana para contener susfogatas. En la pila de madera había una pata deuna mesa que podía ser una buena arma, peroKira sabía que no tendría ninguna oportunidaden una pelea a garrote versus fusil de asalto.Necesitaba algo mejor, algo que le permitieraaprovechar la única ventaja con que contaba enese momento: la sorpresa. Contra la pared habíaun gran espejo muy adornado, que sería mortalpero demasiado difícil de manejar en una pelea,y un viejo proyector de 3D que sería demasiadoliviano como para causar daño. Maldijo por lobajo y estiró la mano para tomar la pata de lamesa, sabiendo que se le acababa el tiempo.

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—Saltaron al balcón —dijo una voz próximaa la ventana. Estaban hablando en voz baja, enlugar de coordinarse por medio del enlace, peroera lógico: estaban persiguiendo a Parciales, y elenlace los delataría. No sabían que ella estabaescuchando—. Yo los sigo; tú vuelve a bajar ycórtales la retirada desde afuera.

Kira vio la escena en su mente con claridad:un Parcial salía por la ventana y el otro volvía abajar aquella larga escalera. Se decidió en unabrir y cerrar de ojos: sujetó el espejo gigantecon ambas manos y lo levantó. Conteniendo elaliento para no resoplar por el esfuerzo, caminólo más rápido que pudo sin hacer ruido. Elmarco pesaba cerca de veinte kilos. Llegó almuro que rodeaba la escalera y levantó el espejopor encima; se detuvo apenas medio segundopara apuntar antes de soltarlo. El Parcial la oyó,o vio el movimiento, pero fue demasiado tarde;levantó la vista y el espejo se estrelló contra sucara, los veinte kilos concentrados en un soloborde justo en el puente de su nariz. Se le hundióla cara, su cuerpo se desplomó por la escalera, y

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ella corrió tras él.MUERTEEl enlace ya estaba anunciando su muerte;

incluso fuera del edificio, su compañero losabría. Kira le quitó el arma y se volvió paramirar escalera arriba, al tiempo que se llevaba elfusil al hombro. El resplandor de las estrellasque entraba por la ventana abierta formaba unpequeño trapezoide de luz, y ella lo observó conatención, el dedo detenido sobre el gatillo,esperando que apareciera el otro Parcial.

¿QUÉ PASÓ?Kira no sabía si la pregunta era de Green o

del Parcial con branquias; la fría señal deMIEDO que le siguió también podría haber sidode cualquiera de los dos. Pensó en Green,atrapado afuera con un guerrero enojado yasustado, y retrocedió lentamente. Dio algunospasos hacia atrás hasta perder de vista laventana, y giró para enfrentar cualquier otrohorror que acechara en la oscuridad. Nadie se lehabía acercado por atrás, de modo que dio porsentado que había solo dos Parciales. O que, si

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había más, estaban esperando en el bote. Elpasillo estaba oscuro; había pocas aberturas quepermitieran el paso de la luz exterior, y despuésde la claridad que había en el último piso por lasestrellas, sus ojos tuvieron que volver aadaptarse. Se quedó inmóvil, atenta a cualquiersonido de pasos o de respiración, tratando depercibir en el enlace quién podía estaracechando más allá de la próxima sombra. Loúnico que pudo sentir fue la persistente señal deMUERTE, amarga como el metal viejo en lalengua.

Miró hacia el interior de la primerahabitación por la que pasó; un dormitorio,supuso, ya sin muebles y con una pila de ropa enun rincón. Era ropa de niñita, rosada ycarcomida por gusanos. La siguiente habitaciónera una oficina; la siguiente, otro dormitorio. Lacasa estaba vacía y silenciosa, y no dejabaentrar la luz.

Un atisbo de datos del enlace le hizocosquillas en la nariz: AQUÍ HAY ALGO. Seacercó rápidamente a la siguiente habitación del

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pasillo: un dormitorio principal que daba albalcón. Las anchas puertas de vidrio estabanrotas, pero las cortinas todavía colgaban, finas ytenues como fantasmas. Se hincharonsuavemente con el aire nocturno, y Kira estuvoa punto de disparar su fusil cuando la sombra deuna figura pasó por detrás de una de ellas. Lasilueta de un hombre en el balcón, demasiadoindefinida como para distinguirlo.

—No se mueva.Otra sombra, de frente a la primera.

Ninguna de las dos parecía tener un arma;cualquiera de las dos podía tener puesto uncasco. Kira apuntó a uno y a otro, presa de laindecisión. ¿Cuál de los dos es Green?

—No me dispare.—¿Y la otra?—No sé, salió por delante.—Está en la casa.—Ya le dije que no sé.Kira levantó el fusil hasta la mejilla y lo

sostuvo con fuerza, para apuntar bien. Podíadisparar una sola vez; tenía que elegir el blanco

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correcto y acertarle. Las cortinas volvieron ahincharse, y ella se dio cuenta de que ni siquierasabía dónde estaban parados los hombres; segúndónde estuviera la luna, sus sombras podíanestar proyectándose desde cualquier parte.Retrocedió en silencio hasta el pasillo. Tenía queencontrar otro punto desde donde disparar. Sequedó un momento junto a la escalera quellevaba a la planta baja, pero también se apartóde allí; no quería renunciar a la ventaja de laaltura. Aunque tampoco quería darle al últimosoldado vía libre hasta el bote, de modo quevolvió por el pasillo hacia la escalera que llevabaal segundo piso. Rodeó al Parcial muerto, dondevolvió a percibir las potentes partículas deMUERTE, y recordó los datos que habíapercibido dos días antes, en la marca del árbol.La había abrumado por completo; con laferomona líquida tan concentrada, apenas habíapodido funcionar hasta que el olor se habíadespejado de su nariz. Un Parcial de verdad,con un mecanismo más sensible al enlace,habría sido aún más afectado. Echó un vistazo

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hacia atrás, dejó el fusil a un costado y arrastróal soldado muerto a la habitación de la niñita.

—Lamento mucho esto —susurró.Se quitó la camiseta y se envolvió la cara

con ella, ya asqueada por el olor corporal y amoho, pero con la esperanza apremiante de quebastaría para protegerla. Tiene la carademasiado deshecha, pensó.

Tendré que entrar por otro lado si quieroencontrar el punto exacto. Sacó el cuchillo decombate del cinturón del soldado y, recordandosus estudios de medicina, imaginó el diagramade la cavidad nasal y calculó la ubicaciónaproximada de las glándulas que producían lasferomonas. Colocó el cuchillo suavemente en laboca del cadáver, alineó la punta contra elcentro del velo del paladar y empujó.

MIEDOTRAICIÓNMUERTESANGRECORRANESCÓNDANSEMUERTEGRITOMIEDOSANGRE

Los datos del enlace la abrumaron con unasúbita oleada de pensamientos y hasta recuerdosque amenazaban con ahogarla en la mente de un

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muerto. Contuvo el aliento, tratando de dominarsu propio cerebro y de concentrarse en suspropios pensamientos, sus propios movimientos.Retiró el cuchillo del soldado y lo halló cubiertode líquido: sangre, linfa y datos marronesoscuros, la forma líquida de una docena deferomonas distintas revueltas en desorden. Elaire parecía vibrar; formas, colores, olores yvoces se encendían y apagaban con frenesí enla habitación en penumbras. Ella se puso de piecon dificultad y retrocedió por el pasillo.

—¿Qué es eso?Ahora las voces estaban más cerca, pero ya

no eran lo único que había en la casa, ya no…Caían las bombas, y Kira se encontró en las

playas de la Guerra de Aislamiento… durmiendoen el agua, mirando la luna, que se derretía sinforma en la superficie del lago.

MUERTECORRANAYÚDENMEEl ruido de un arma que caía al suelo. El

pasillo se reía de ella; las sombras formaban

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caras distorsionadas que le decían CORRESOCORRO ALTO VAYAN MATEN. Oíagritos, pero no podía distinguir si eran delpresente o del pasado, reales o alucinaciones.Caminando con dificultad, entró en el dormitorioprincipal y los vio, al Parcial con branquias y aGreen, que se sujetaban la cabeza y sollozaban ygritaban, y allí estaba su padre entre ellos, conlas manos chorreando sangre. Kira parpadeó yél desapareció.

—Garrett —sollozó el Parcial.Los datos del enlace se deslizaban por la

daga en gotas oscuras de pensamiento líquido,tan densos en el aire, que apenas podía ver.Avanzó, haciendo a un lado la bruma de gasneurotóxico de un búnker de Shangai, el humode artillería de un ataque en Atlanta, la neblinaensangrentada del golpe a White Plains.

Kira tuvo deseos de buscar refugio detrásde los árboles, de esconderse tras la pared, devolver a sumergirse en el lago frío y oscuro,donde estaría a salvo.

Soy Kira Walker, se dijo. Las identidades

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pasaban por su mente como arroyos, que corríany se mezclaban y atronaban juntos. Miró a losdos hombres, que ahora estaban retorciéndoseen el suelo, y no logró distinguir cuál de los dosera el enemigo. Soy Kira Walker, pensó otravez. No voy a perderme.

Green es mi amigo. Encontró al otroParcial, con las branquias flameando con frenesíen su cuello pálido y mojado, y le clavó elcuchillo en la abertura que dejaba su uniformeacorazado, justo debajo del brazo.

Apenas percibió la declaración de MUERTEentre tanta locura superconcentrada. Kira cayóal suelo, se acercó a Green y lo arrastró hasta elbalcón. El aire fresco llegó como un ángelsanador, y ella sintió que su mente empezaba adespejarse. Había una escalera de madera quebajaba; no necesitaban volver a entrar.

—No quiero —masculló Green—. Noquiero.

—Todo está bien —lo tranquilizó, con la vozaún apagada por su máscara improvisada. Mirópor encima del patio hasta el muelle bajo de

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piedra que bordeaba la isla, donde había un bote,medio oculto por las sombras y los árboles,meciéndose suavemente en el agua. Su teoríahabía sido correcta. Había un bote. Y estabavacío—. Todo va a estar bien. Nos vamos.

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CAPÍTULO VEINTICINCO

Unas formas oscuras se movían en el agua.Kira acercó el bote lo más que pudo al pequeñoembarcadero de piedra y ayudó a Green aacomodarse en el centro. Lentamente, el airenocturno iba despejando de su cabeza lasferomonas concentradas, pero Green seguíaperdido en recuerdos químicos, acurrucado enposición fetal en el vientre de aluminio de laembarcación. Ella pasó un pie por encima de ladelgada línea negra del agua, pero lo detuvo enel aire; dio media vuelta, apretó los dientes yregresó a la casa.

Necesitaba un arma.Volvió a subir la escalera de madera hasta el

balcón, respiró hondo y entró corriendo al

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dormitorio, donde tuvo que caminar a tientas porla repentina oscuridad. El Parcial muerto yacíaen el suelo, con su fusil al lado; Kira tomó elarma y salió corriendo. No se atrevió a respirarhasta que bajó la escalera, e inhaló con avidezen la fresca penumbra del patio arbolado.Cuando llegó al bote, Green todavía estabaacostado en el piso y jadeaba, pero tenía los ojosabiertos. Subió con cuidado, tratando de nopensar en lo que podía estar escondido en elagua.

—¿Dónde estoy? —le preguntó.—Afuera, en el bote —respondió ella en voz

baja—. No hables.Recogió un remo y lo hundió con suavidad

en el lago, siempre pensando que en cualquiermomento un Parcial con branquias se loarrebataría y la haría caer al agua. Desató elbote y este flotó, alejándose del muelle: treintacentímetros, cincuenta, un metro y medio, tresmetros. La costa se alejaba más y más, y el lagode color de tinta era profundo e impenetrable.¿Quiénes estaban allá abajo, vigilando?

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¿Cuántos eran? ¿Qué veían o pensaban?Bastaría un solo Parcial, una sola mano pálida yfuerte, para volcar la embarcación, y entoncesella y Green caerían al agua y se hundirían,indefensos, arrastrados por monstruos de ojosmuertos. Remaba con cuidado, en forma pareja,sin atreverse a darse prisa. Si los Parcialesenemigos sospechaban algo y subían a ver, seenlazarían de inmediato con sus compañerosmuertos, y ellos dos quedarían al descubierto.Los interrogadores habían llegado a la islaremando, y ella tenía que hacer pensar a losotros que estaban regresando para guardar susarmas en un lugar seco antes de zambullirsepara ir a casa.

¿Por qué vivirán debajo del agua?, sepreguntó. Es obvio que pueden sobrevivir entierra firme, al menos por un tiempo. TantoMorgan como Vale le habían contado que lasmodificaciones genéticas muy profundas podíandegradar la cordura de quienes las tenían. ¿Seríaeso lo que había pasado? ¿Parciales que vivíanbajo el agua, mataban a otros Parciales y les

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clavaban las manos a un poste como salvajes?¿Cuánto de sus mentes es de hombre y

cuánto es… de otra cosa?Sesenta metros hasta la isla más cercana.

Treinta. Quince. Cinco. Había un pequeñomuelle de madera medio hundido en el aguadelante de ellos, y más allá, otra casa perdidaentre los árboles. Ya no tenía su mapa ni suequipaje, pero recordaba la disposición básica dela bahía; si aquella era la isla central quepensaba que era, habría una carretera elevada aunos tres kilómetros de allí, que los conectaríacon la costa occidental del lago. Allí podríancruzar… si la carretera seguía en pie.

Tres metros. Uno y medio.El bote dio contra el muelle y Kira bajó de

un salto; enrolló la cuerda en un poste corto y letendió una mano a Green. Las tablas de maderabajo sus pies y el agua oscura que la rodeaba letrajeron recuerdos vívidos y aterradores delembarcadero donde la habían capturado, eimaginó que otro Parcial pálido emergíasúbitamente del lago y le sujetaba el brazo

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extendido, pero nada brotó. Green tomó su manoy se puso de pie, ya más firme que antes. Ellatanteó el fusil que llevaba colgado a su espalda yse tranquilizó al comprobar que aún lo tenía,luego llevó a Green hacia la casa. Allí el senderoestaba gastado por el uso, prueba de que losParciales guardaban sus equipos sensibles alagua en tierra firme.

Lo cual significa que podría haber másde ellos esperando aquí, pensó. Trató decaptarlos en el enlace, pero sin la concienciaintensa que le daban el combate o el terror, losdatos, si los había, eran demasiado débiles comopara que pudiera detectarlos.

—¿Percibes a alguien aquí en el enlace? —le susurró a Green.

—En este momento, no —respondió en vozbaja—, pero vienen aquí con frecuencia.

—Avísame si se hace más fuerte —pidióKira, y siguió caminando.

El sendero que nacía en el muelleatravesaba un patio arbolado; donde alguna vezhubo césped ahora estaba lleno de maleza,

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plantas trepadoras y árboles jóvenes. La casaera grande, antigua y había sido lujosa; ahoraestaba desvencijada y decrépita, pero era obvioque los Ivies la usaban. Las ventanas estabantapadas con tablas, y el sendero llegabadirectamente a la puerta. Green no le avisó quehubiera Parciales escondidos dentro, y ellatampoco los percibía, pero por las dudas decidióno entrar. Ya estaban libres; el mejor planconsistía en interponer la mayor distancia posibleentre ellos y el lago antes de que descubrieransu fuga.

Dejaron el sendero para no pasar cerca dela casa, y caminaron entre los árboles hastallegar a un camino de asfalto agrietado queserpenteaba hacia el norte por una hilera deviviendas descoloridas. Por acuerdo tácito,echaron a correr; lo único que se oía era elsonido de sus zapatos mojados sobre el camino.Habían corrido casi un kilómetro cuando Greense arriesgó a hablar.

—¿Sabes a dónde vamos?—Más o menos.

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—¿Eso te basta?—Tenía un mapa antes de que me

capturaran —explicó Kira—. Por aquí hay unacarretera… si estamos en la isla correcta.

—¿Y si no?—En ese caso, tendremos que volver a

cruzar el lago. Así que esperemos que esta seala isla.

Corrieron un momento en silencio, hasta queGreen hizo otra pregunta, con voz sombría ypreocupada.

—¿Qué pasó allá atrás?—¿En la casa?—Creí que estaba de nuevo en China.

Literalmente, pensé que estaba allá, en plenaGuerra de Aislamiento, en uno de los túnelessubterráneos que usamos para tomar susciudades más grandes, salvo que… nunca metocó pelear en esos túneles. A otras unidades sí,pero a la mía no.

—Pude sorprender al primer guardia, porqueno sabía que yo estaba ahí —respondió—. Laúnica manera de ganarle al segundo era usar el

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enlace en su contra.—¿No era que no estás en el enlace?—No eran mis datos —dijo ella, y vaciló—.

Los tomé prestados del otro Parcial muerto.—¿Prestados? —Le dirigió una mirada

inquisitiva.—Se los extraje con un cuchillo de combate

—respondió. Green puso cara de horror, y ellasintió náuseas al recordarlo—. Mira, ojalá nohubiera tenido que hacerlo, pero era la únicamanera.

Normalmente ustedes no captan los datoshasta que están en el aire, difusos, pero dentrode las glándulas aún están líquidos y sumamenteconcentrados —se encogió de hombros conimpotencia—. Al parecer, la unidad de esesoldado sí peleó en los túneles subterráneos, y lorecordamos por medio de sus datos en el enlace.

—¿Quién…? —empezó a preguntar Green,pero se interrumpió bruscamente. Ella disminuyóel paso, casi tropezó, y lo miró. Él la observaba,confundido—. ¿Acabas de decir «recordamos»?

Demonios, pensó Kira. No era que

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necesitara con desesperación mantener ensecreto su naturaleza; era solo que no se lohabía dicho antes, y no quería que pareciera quehabía estado ocultándole algo. Se aclaró lagarganta.

—No estás en el enlace —insistió él. Seacercó a ella, con el ceño fruncido—. Tal vezfue por los datos concentrados, como dijiste.¿Será que, cuando son tan fuertes, los humanostambién pueden percibirlos?

Esto podría ser una oportunidad dereclutar a Green para mi causa, pensó. Sicree que los humanos pueden percibir losdatos del enlace, aunque solo sea en un casocomo este, puede que vea una conexión másfuerte entre las especies. Quizá se muestremás abierto a ayudarme, a ayudar a loshumanos.

Solo que no es cierto. Si vamos atrabajar juntos, tiene que haber confianzamutua entre ambas especies. No podemosiniciar esa relación con una mentira.

—No soy humana.

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—Dijiste que lo eras.—Creí serlo, toda mi vida. Me crie con

ellos. Todavía me siento humana. Pero no lo soy.—Los Parciales perciben el enlace —

repuso Green simplemente—. Y no envejecen.No te pareces a ningún modelo que haya vistoantes.

—Fui uno nuevo. Un prototipo para unanueva línea, después de la guerra. Por eso ladoctora Morgan quería estudiarme: porquepensaba que mi ADN le ayudaría a curar lafecha de vencimiento. Pero no sirvió. No tengoninguna de las capacidades mejoradas quetienen ustedes: ni la fuerza ni los reflejos; quizásí un poco de curación acelerada. Y puedopercibir el enlace, más o menos, pero esunilateral.

Green parecía indignado.—¿O sea que puedes…? —Se quedó

boquiabierto, y luego se tapó la boca y la narizcon las manos, casi como si estuvieraprotegiendo su aliento—. ¿O sea que puedesenlazarte conmigo pero yo no puedo hacerlo

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contigo? ¿Puedes sentir todo lo que siento, sindar nada a cambio?

—No todo —admitió Kira, aunque era obvioque lo estaba percibiendo: una mezcla confusade conmoción y disgusto. Se dio cuenta de que,desnuda como se sentía al saber que Greenconocía su secreto, él debía de sentirse aún peoral saber que ella podía, descarada einevitablemente, espiar todas sus emociones.Los Parciales estaban acostumbrados acompartir todo, a vivir en un estado emocionalcomún, pero que alguien ajeno invadiera eseestado, alguien que no revelaba sus propiasemociones a cambio, debía de parecerles unaviolación—. Lo siento. Perdóname por nohabértelo dicho antes. Debería haberlo hecho.

—Solo… corre —echó a andar y la dejóatrás en el camino—. Tenemos que salir de aquíantes de que alguien descubra que escapamos.

Ella lo siguió, pero mantuvo una distanciarespetuosa para no poder enlazarse con él. Aunasí, de tanto en tanto le llegaba un hálito deconfusión, tristeza o miedo.

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Samm nunca reaccionó así, pensó, pero éltuvo tiempo para acostumbrarse.Prácticamente vivimos juntos varias semanasantes de enterarnos de que yo era Parcial. YHeron… ¿quién sabe lo que piensa ella enrealidad? Pues solía pasar mucho tiempo conlos humanos, de modo que tal vez no le déimportancia.

Pero sí es importante. Para Green, yseguramente también para los demás.

Minutos más tarde llegaron a la carreteraelevada, y Kira se estremeció de alivio al verque seguía intacta. Cruzaron siempre por elcentro del camino, para mantenerse lo más lejosposible del agua. En un gesto de buena voluntad,le cedió la siguiente decisión a Green.

—Y ahora, ¿a dónde vamos?Él gruñó por lo bajo mientras pasaban por un

cobertizo para botes con una playa deestacionamiento abierta.

—Si vamos al sur, deberemos correr varioskilómetros para alejarnos del lago —dijo—. Esobvio que pueden salir a tierra sin problemas,

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pero creo que cuanto más podamos evitar elagua, mejor.

En efecto, el camino se curvaba más y máshacia la izquierda, y por fin describía una curvacerrada que llevaba directamente al sur. Lacarretera parecía ser el límite de la pequeñacomunidad que rodeaba el lago, sin nada másque bosque del otro lado, y los dos se internaronentre los árboles para cortar terreno y dejarloatrás.

—Cuidado con las marcas de límite —leadvirtió Kira—. Las encontré cuando llegué;usaron datos del enlace, concentrados como enla casa, para demarcar un perímetro y ahuyentara la gente. Si empiezas a asustarte sin motivo, espor eso.

Green no dijo nada, pero asintió para acusarrecibo.

Caminaron con cuidado y en silencio entre ladensa vegetación, y no tardaron mucho en llegara otra carretera, pero esta también doblabahacia el sur, así que siguieron por el bosque.Habían cruzado dos colinas más y un arroyo

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angosto cuando empezó a salir el sol. Elsiguiente camino resultó ser otra carreteraancha de dos carriles, y decidieron arriesgarse air un poco hacia el sur. Sin embargo, casi deinmediato el camino volvía a doblar al este, haciael lago, como si la tierra misma estuvieradecidida a hacerlos regresar al peligro. Una vezmás tomaron por el bosque, pero Kira estabaagotada y tenía hambre y frío. Por fin sedetuvieron en el patio trasero de una casaabandonada.

—Tenemos que averiguar dónde estamos.—¿Crees que tengan un mapa? —preguntó

Green, señalando hacia la casa.—Tú revisa las estanterías; yo buscaré un

estudio o una oficina.—No. Los mapas nunca se buscan en las

casas; sino en los autos —repuso él y fueronhacia dos que estaban en la entrada de la casa.Kira se encaminó hacia ellos, pero él negó conla cabeza—. Demasiado buenos; los humanosricos tenían los mapas en computadoras,especialmente en sus autos, al igual que muchos

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de clase media. Necesitamos un mapa de papel;busca el vehículo más viejo y feo que veas.

A Kira el plan le pareció ridículo, pero Greenhabía vuelto a dirigirle la palabra y no queríaarruinar las cosas. Siguieron caminando por lacalle residencial arbolada, él de un lado y ella delotro. Todas las casas de ese vecindario erangrandes y estaban apartadas del camino, por loque era difícil ver autos; además, ella empezabaa perder las esperanzas de encontrar uno másviejo, pero perseveró de todos modos. La calledoblaba hacia el sur, como aparentemente lohacían todas, pero estaban a varios kilómetrosdel lago y por allí avanzaban más rápido queentre los árboles. Por fin divisó uno: no másoxidado que los otros, pero de formanotablemente diferente, de línea más larga ybordes más cuadrados.

Avisó a Green y ambos se acercaron altrote.

—He rescatado cosas de las ruinas del viejomundo desde que tengo memoria —comentóKira—, pero nunca me molesté en buscar en los

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autos.—Los humanos prácticamente vivían en

ellos —respondió él.—Claro, pero siempre estábamos buscando

comida y medicamentos. A veces teníamossuerte y encontrábamos a algún fanático de lasupervivencia que había muerto camino a casacon la cajuela del vehículo llena de comidaenlatada, pero rara vez valía la pena.

—Observa y aprende —Green se dirigió alcostado del acompañante, se asomó por laventanilla y apretó un botón en el tablero, con loque se abrió una caja pequeña—. Esto se llamaguantera —dijo, mientras hurgaba en ella—. Ajá—volvió a incorporarse y le enseñó un mapa decarreteras de Connecticut plegada, en mejorestado que lo que Kira había visto jamás—. Laguantera tiene cierre a prueba de agua, por esosu contenido está protegido de la intemperie.Averigüemos dónde estamos.

—Esta calle se llama Rita Drive —dijo ella,leyendo una señal desgastada—. Una callecitaen forma de herradura que sale de otra más

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grande.Green desdobló el mapa sobre el auto, y al

cabo de un rato la encontró. A ella se le fue elalma al suelo cuando la marcó en el mapa:

—Estamos rodeados de lagos.—Están por toda esta zona —dijo Green.

Trazó con el dedo un camino sinuoso—. Creoque lo mejor es cruzar este campo, luego tomareste camino, luego este y… este. Quizátengamos que saltar algunas cercas, peropodremos alejarnos sin pasar cerca del agua.

—Hay un problema —observó Kira, yseñaló con el dedo una parte de la rutapropuesta—. Yo entré por esta brecha de aquí,tratando de evitar los caminos importantes, y fueallí donde me topé con la primera marca delímite.

—Significa que el límite está mucho máslejos del lago de lo que creí —dijo él. Ahora queya no estaban en combate, la percepción deKira del enlace empezaba a apagarse otra vez, yno podía saber qué sentía Green sobre lasituación: ¿frustración? ¿Miedo? Su voz se

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mantenía impasible—. Ya me extrañaba quetodavía no nos hubiéramos topado con ninguna.

—Da gracias de que así sea.—Quizá por aquí —dijo él—, fuera del

borde del mapa. Cuando crucemos el límite,podemos buscar un mapa de Nueva York.

—Por ahí, no. Al oeste solo hay más lagos;cientos —opinó ella, recordando el mapa quehabía tenido antes—. No sé si los Ivies lospatrullan, pero prefiero evitarlos. Lo mejor es iral sur.

—Al sur, ¿a dónde? Mejor hablemos de estoahora, que estamos planeando la ruta. Soydesertor, de modo que no puedo ir al territorio deMorgan, y después de los Ivies, no me interesaencontrarme con otras facciones.

—Te entiendo —dijo Kira—. Mi plan eravisitar a tantas facciones como pudiera, peroahora… —Esperaba que las demás no fuerantan violentas, y más aún, que ninguna tuvieranada tan siniestro como el «Hombre de laSangre», pero ¿cómo podía estar segura?¿Debía arriesgarse? Si aunque sea una sola

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facción más me captura para algún tipo de…sacrificio ritual, ¿vale la pena? Estoytratando de salvar al mundo, se dijo. Por esovale la pena enfrentar lo que sea.

—Nunca te conté por qué vine aquí —miróa Green.

—Sí, tenía curiosidad.—La doctora Morgan es peligrosa. No hace

falta que te lo diga, ya que escapaste de ella.Green no dijo nada, y Kira prosiguió. Era la

primera vez que iba a plantearle su plan aalguien, y se sintió agradecida de que fuera unasola persona y no un grupo numeroso. No sabíacómo presentarlo. Ya le resultaba extraño haberempezado por Morgan, y retrocedió un poco.

—Los humanos están muriendo de RM —dijo—, y los Parciales, por su fecha devencimiento. Lo que descubrí estudiando losarchivos de Morgan es que la cura de uno es lamisma que la del otro: los Parciales producen ladel RM, y los humanos, a su vez, puedenproducir una partícula que inhibe la fecha devencimiento. Ambas curas fueron diseñadas de

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ese modo. Entonces, la única manera de salvara las dos especies es que convivan. En paz,preferiblemente.

El silencio de Green delató su escepticismo.Kira prosiguió.

—Digo que tenemos que vivir juntos, muycerca. Vivir en la misma zona, trabajar juntos…básicamente, comportarnos como si fuéramosuna sola especie en lugar de dos.

—Eso no tiene sentido.—Estoy tratando de explicártelo. Sería casi

imposible reproducir en un laboratorio latransmisión de las partículas, al menos en laescala necesaria: decenas de miles de humanosy cientos de miles de Parciales. Las dosespecies pueden curarse mutuamente, perotendrían que estar respirando constantemente elmismo aire. Tendrían que vivir juntas sin pelear.

Él no dijo nada, pensativo. Al cabo de unrato, volvió a mirarla.

—¿Y la doctora Morgan?—¿Qué pasa con ella?—Empezaste diciendo que es peligrosa —

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repuso Green.—Cierto. Cuando descubrí esto me marché,

porque no confío en ella. Es más probable queesclavice a los humanos antes que se ponga atrabajar con ellos.

—Entonces, como no confiabas en Morgan,saliste a buscar a otros grupos de Parciales quefueran más abiertos a la idea de convivir.

—Exacto.—¿Estás segura de que ese proceso que

describes da resultado? ¿De que es tan sencillo?—preguntó, tras una larga pausa.

—Crucé todo el continente buscando a laspersonas que desarrollaron el RM (las mismasque crearon a los Parciales), y lo único queaverigüé con certeza es que todo lo que hicieronera parte de un plan. Ese plan salió horrible,terriblemente mal, y todos los que participaronen él se volvieron locos… o se dieron porvencidos. Pero el plan sigue existiendo, grabadoen nuestro ADN. Y es lo único que tenemos.

—O sea que nosotros curamos a loshumanos y ellos a nosotros —la miró—. Y tú,

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¿de qué lado estás?Kira respiró hondo, sintiendo un asomo de la

misma desesperación que había sentido en lasala de operaciones de Morgan, convencida deque era inútil.

—Yo no puedo curar nada —respondió, envoz baja—. Y no creo tener fecha devencimiento. No sé de qué lado me sitúa eso.

—Necesitamos descansar, pero no quierodetenerme hasta haber salido del territorio de losIvies —Green levantó la mirada al cielo; el azulse iba aclarando a medida que el sol ascendía.

—Me parece sensato.—Iremos al oeste, como dije antes. Puede

que por allá haya lagos, pero si los Ivies handemarcado un límite alrededor de este, tengo laesperanza de que eso signifique que en losdemás estaremos a salvo.

Ella sintió recelo de la idea, pero tuvo queadmitir que ir directamente hacia el oeste era laruta más rápida para alejarse de sus captores.

—Quizás al oeste por ahora —dijo—, peroapenas estemos fuera de peligro, tengo que

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volver a esta misión. Contigo o sola.—¿Sabes a dónde irás después? —Green

plegó el mapa.—Por más que quiera hablar con las otras

facciones, perdí todo en ese lago —respondióella—: mis mapas, mis notas, todo. No sé dóndeestán las demás facciones, y aunque lo supiera,no sé si dispongo del tiempo para caminar hastadonde se encuentren. En algunos casos, mellevaría varias semanas.

—Eso no responde mi pregunta.—Lo que quiero decir es que tengo que

regresar a Long Island. No confío en Morgan,pero quizá sus soldados me escuchen. Los queestán en la ocupación ya llevan meses viviendocon los humanos; tal vez estén viendo losefectos del proceso que acabo de contarte. Sipuedo convencer a alguien, es a ellos.

—¿Y los humanos?—A ellos también será difícil convencerlos

—admitió, asintiendo—. Pero, como sea, estánen Long Island. Tengo que ir allá.

—Entiendes que así no estaremos fuera de

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peligro, ¿verdad? —comentó Green—.Tendremos que pasar por el territorio deMorgan, y entrar en una zona de guerra. Nisiquiera estaremos alejándonos de los Ivies,porque van en la misma dirección. El Hombrede la Sangre dijo que a continuación iría por loshumanos.

—Pues a él también voy a detenerlo —aseguró Kira, pero luego hizo una pausa—. Unmomento: ¿hablaste en plural?

—Estás planeando salvar al mundo —respondió simplemente—. Por supuesto que voycontigo.

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CAPÍTULO VEINTISÉIS

Owen Tovar corrió por las calles de Huntingtonsin molestarse en ser sigiloso; intentabaúnicamente alejarse de la cafetería. Su pieherido lo obligaba a dar pasos desiguales, y seesforzó por ir más rápido.

Los Parciales habían perseguido a la mayorparte de su grupo hasta reducirlo a nada; habíaenviado a Mkele al este con los soldados que lesquedaban y él se había quedado atrás paradespistarlos. Era una estrategia que, hasta elmomento, había salido bien, pero no podíaprolongarla mucho tiempo más. No teníanhombres ni tiempo ni explosivos.

Técnicamente, tengo una tonelada deexplosivos, pensó, mientras corría entre los

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autos. Los soldados Parciales ya lo habían visto,y algunas balas le pasaron cerca. Pero todo esova a cambiar en tres, dos, uno…

Detrás de él, la cafetería estalló, y la ondaexpansiva fue tan fuerte que lo arrojó al suelo,incluso estando a una cuadra y media dedistancia.

La explosión despedazó a los soldados quelo perseguían; Tovar giró sobre sí mismo paracolocarse boca abajo y se cubrió la cabeza conlas manos mientras llovían escombros a sualrededor. Le zumbaban los oídos y estabatemporalmente sordo; apostó a que los Parcialestampoco podían oír; se arrastró hasta la callelateral más cercana, se puso de pie y echó acorrer otra vez. Por lo menos por unos minutoslos soldados estarían demasiado distraídos; teníaque aprovechar ese tiempo para alejarse lo másposible.

Sin embargo, mientras corría, sabía que notenía opción. Las fuerzas de Delarosa habíansobrevivido a los Parciales con tácticas deguerrilla: acosando sus flancos, atacando sus

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líneas de suministro y luego perdiéndose en laespesura. Tovar había tenido que hacer muchomás para llamar su atención, había sido másagresivo para alejarlos de los refugiadoshumanos que huían hacia el sur. Y por eso ahoralo habían perseguido hasta la Costa Norte.Estaba rodeado de agua por tres costados, y enel cuarto, por Parciales.

Ya no tenía hacia dónde huir.Si logro llegar al agua, quizá pueda

salvarme, se dijo. Puede que encuentre unbote, o un trozo de madera flotante parapoder mantener la cabeza fuera del agua.Tal vez pueda esconderme en alguna parte yquedarme una semana o el tiempo que seanecesario. Se arriesgó a mirar por encima delhombro y lo alentó ver que seguía solo. A lalarga lo encontrarían, pero los mantendríaocupados buscándolo. Ese era el objetivo.Cualquier cosa que los mantenga aquí,conmigo, para que los demás puedan salir deEast Meadow y de la isla.

Cuando me ofrecí a hacer esto, sabía que

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iba a morir, pensó. Papá siempre me decíaque nunca me ofreciera a hacer nada.Debería haberle hecho caso.

Frente a él se encendió una luz, blanca,brillante y cegadora. Tropezó con su pie herido ydio media vuelta para huir, pero algo lo golpeó enla espalda, agudo y doloroso como el aguijón deuna abeja gigante. Cayó al sueloinstantáneamente y su cuerpo se convulsionócuando una descarga eléctrica lo atravesó.

Cuando se le despejó la mente, estabatendido en el suelo, con la cara en unaalcantarilla cubierta de hierba, los miembrosretorcidos como los de una muñeca de trapo ycompletamente inmóvil. Trató de hablar, perosintió la boca como de plomo.

Los Parciales no usan armasparalizantes, pensó. ¿Quién tiene electricidadde sobra para usarlas?

Un par de manos, sorprendentementedelicadas, lo dieron vuelta. El hombre que estabade pie a su lado era apenas una silueta oscura,enmarcada por las luces brillantes que estaban a

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su espalda, y Tovar no pudo discernir susrasgos.

—Quiero que sepa que esto no es un ataque—dijo el hombre. Su voz era suave y tenía unmatiz expresivo que lo señalaba como humano.Tovar intentó responder, pero su mandíbula semovió débilmente y no pudo emitir sonido alguno—. Esto le dolerá, pero va a salvarlo en unsentido más amplio.

A ustedes, como pueblo. A la raza humana.Luego colocó un estuche de plástico en el

suelo junto a él y lo abrió con un chasquido.Tovar no vio lo que había dentro, pero el hombreen sombras sacó un frasco de vidrio y le quitó latapa.

—Todos morirán. Supongo que eso no lecausará sorpresa —puso el frasco abierto en elsuelo, volvió a meter la mano en el estuche ysacó un cuchillo largo y afilado. Tovar intentómoverse, pero seguía paralizado—. Le digo estopara que sepa que morir aquí, ahora, es un honorpara usted. De todos modos iba a morir, pero encualquier otra circunstancia no habría significado

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nada. De esta manera, usted puede ser parte delnuevo comienzo, de la nueva vida quereemplazará a la vieja. Un dolorcito aquí —elhombre puso el cuchillo sobre la mano de Tovary presionó, cortándole el dedo más largo. Tovargritó mentalmente; el dolor le quemaba comofuego, pero no le salió ningún sonido. El hombredejó caer el dedo en el frasco, y siguió con otro—. Había un plan, ¿entiende?, para que todossobrevivieran —corte—. No solo quesobrevivieran, sino que además prosperaran:humanos y Parciales, todos juntos. No habríasido difícil. Pero ese plan ya no existe y hetenido que adaptarme —corte. Su voz semantenía serena todo el tiempo, como sisimplemente estuviera hablándole a unatostadora mientras la desarmaba metódicamente—. Ahora, esta es la parte que le va a dolermás. Hablando biológicamente, digo… No sé sile provocará más dolor que los dedos, pero sinduda sí más daño. Esta es la parte a la que nova a sobrevivir, a eso me refería —levantó elfrasco y lo sacudió suavemente, agitando los

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tres dedos que estaban en el fondo—. Necesitollenar el resto de este frasco con sangre.

Tovar recuperó la voz justo a tiempo paragritar.

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CAPÍTULO VEINTISIETE

Kira sentía más frío que nunca. Se habíandetenido en una localidad llamada Brewster Hillpara descansar y conseguir ropa nueva, y luegoen North Salem para buscar prendas másabrigadas y chaquetas, pero ni siquiera eso erasuficiente. Green tenía más resistencia a losefectos de la intemperie y caminaba más rápido,pero incluso él empezaba a sentirlo. Habíanrecorrido casi cincuenta kilómetros en tres días,hasta llegar a Norwalk, y en ese lapso latemperatura había bajado por lo menos seis osiete grados. Ella estaba acostumbrada a quehiciera un poco de frío en los meses invernales,pero no tanto. El aliento le salía en bocanadasvisibles, y sentía la nariz entumecida al frotarla

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con los dedos morados.Las calles de Norwalk le parecían un

profundo cañón de metal, similar a Manhattan,pero ahora había escarcha sobre la malezaverde oscuro que cubría los edificios y entrabapor las ventanas rotas. Resistió todo el tiempoque pudo, soportando el frío en silencio, perofinalmente decidió que no valía la pena: de nadale serviría llegar a Long Island un día o siquierauna hora antes si moría de hipotermia. Cuandopasaron por el siguiente comercio de ropa, Kiraingresó; buscaron chaquetas abrigadas, pero noencontraron ninguna.

—Supongo que el Brote llegó en verano —dijo ella—. Nadie estaba preparado para esteclima —hizo una pausa—. No lo había pensado,pero supongo que nunca había necesitado tantoabrigo.

Green sacudió la cabeza, mirando las nubesgrises y oscuras por las ventanas rotas.

—¿Cuándo fue la última vez que recuerdasque haya hecho tanto frío?

—Nunca —admitió Kira. Los comentarios

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nostálgicos del doctor Vale acerca de losinviernos de antes, los inviernos de verdad,pasaron por su mente y se estremeció—.¿Crees que continúe así?

—Si sigue así, puede que lleguemos a vernieve —se apartó de la ventana—. Tenemosque buscar una ferretería; allí al menos habráguantes de trabajo, que son mejores que nada, yluego tal vez una mueblería, para poder quemaralgunas mesas como calefacción. No quierocruzar el estrecho hasta que el tiempo mejore.

—¿Qué te hace pensar que lo hará?—No hemos tenido una tormenta así en toda

mi vida. Un perfil climático de tanto tiempo nose invierte en un día. Será una tormentaexcepcional, pero nada más.

—Espero que tengas razón —Kira bajó deun salto del mostrador donde estaba sentada yvolvió a salir a la calle helada. Se habíalevantado el viento, y este le alborotó el cabello—. ¿Sabes dónde encontrar una ferretería?

—No tengo idea. Pero me parece másprobable en las afueras que en el centro.

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—Para eso hay que volver atrás. No haynada por delante más que la ciudad y elestrecho.

—No quiero retroceder —Green sacudió lacabeza—; mejor busquemos un bote yesperemos en el edificio más cercano hasta quepase la tormenta. Y apenas las cosas vuelvan ala normalidad, podemos subir y cruzar elestrecho lo más rápido posible.

—Ok. Mantén los ojos abiertos por si vesparques, patios de recreo y escuelas. Dondehaya terrenos así, había un cobertizo o unacochera con herramientas y guantes de trabajo.

—Qué astuta.—Tú sabes encontrar mapas, yo sé buscar

herramientas de jardinería. Mi madre adoptivaera herborista.

Pensar en Nandita apagó su ánimo alegre.La mujer había ayudado a crearla, sabía todosobre ella, y sin embargo nunca habíamencionado una sola palabra. ¿Por qué? ¿Porqué engañarla? ¿Acaso había esperado que losproblemas se resolvieran solos, que Kira

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creciera, envejeciera y muriera, y nunca tuvieraque enfrentar la verdad sobre quién era y dedónde venía? Si realmente le hubieraimportado, pensó, me habría dado algo enqué basarme. Una ayuda, orientación oconsejo que me ayudara a enfrentar todoesto. Me habría dicho para qué me crearon,y por qué, y qué esperaban que hiciera.

Como un destello, recordó una viejaconversación; hacía casi dos años ya, una de lasúltimas veces que había visto a Nandita antes deque desapareciera. Ella acababa de llegar acasa de la incursión de rescate a Asharoken,donde había estallado una bomba, y la mujerestaba guardando sus hierbas. Algo mepreocupaba, pensó, probablemente la bomba,y me dijo… Sacudió la cabeza con incredulidadcuando las palabras volvieron como un torrente.Me dijo exactamente lo que necesitaba oír;no entonces, sino ahora. «Cada vida tiene supropósito. Pero lo más importante quepuedes llegar a saber es que, sea cual fueretu propósito, no es tu única opción».

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—Cobertizo —anunció Green.Kira levantó la vista y vio un edificio grande

de ladrillos, con techo blanco con gabletes, ahoraagrietado y amarillento por el paso del tiempo;estaba rodeado de un amplio terreno, cubierto dearbustos, maleza y un bosque ralo de árbolesjóvenes. Había un cartel en medio del follaje,pero estaba demasiado tapado por enredaderascomo para poder leerlo.

—Parece una sede gubernamental —observó—. Una municipalidad o algo. Nosiempre tienen herramientas, porque manejabantodas sus propiedades desde una central.

—Tal vez esta sea la central —sugirióGreen—. No estaría de más echar un vistazo.

Rodearon el edificio hasta el fondo, yencontraron una playa de estacionamiento peroningún cobertizo. Detrás había un campo debéisbol, y allí tampoco había herramientas,guantes ni dónde guardarlos. Regresaron a lacalle, listos para seguir andando y buscar otroparque o una escuela, pero Kira se detuvofrente a una casa.

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—No. Muy elegante; esa gente contratabajardineros —comentó Green.

—Pero fíjate en el cartel: «Diseño einstalación de teatros hogareños». No sé qué esun teatro hogareño, pero seguro que usabanguantes para instalarlos.

Empezaron la búsqueda en la sala del frente,y recorrieron rápidamente todo el edificio; erauna casa convertida en local comercial, y lamayor parte estaba vacía. En la trastienda habíauna fortuna en proyectores de holovid, pero yano servían. Kira habría cambiado todo aquellopor un solo par de guantes. Finalmente, en laplaya de estacionamiento del fondo, encontraronuna furgoneta oxidada, con los neumáticosdesinflados y deformados rodeados de maleza, ytenía el logo de la compañía en el costado,descolorido y descascarado. Ella abrió la puertacon dificultad y vio que la parte trasera estaballena de cables y viejos repuestos deproyectores, y cuatro pares de guantes detrabajo en el cajón superior de un gabinete deherramientas. Se pusieron dos pares cada uno y

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trotaron hasta la calle para recuperar el tiempoperdido. Ahora el cielo estaba más oscuro,mucho más de lo que debería estar a esa horadel día, y el viento prácticamente aullaba.

—Tenemos que buscar refugio —dijo Kira.—Primero un bote —replicó Green—. Te

dije que apenas esto mejore, tenemos que estaren el agua.

—¿Tienes miedo de que vuelva a empezar?—Tengo miedo de que se nos esté acabando

el tiempo —dijo él.—Mira, yo estoy tan ansiosa como tú por

todo esto, pero no vamos a conseguir nada simorimos por exposición a la intemperie. Pareceque hubieran bajado dos o tres grados más enlas últimas horas; la temperatura está bastantepor debajo de cero, y aunque seamos Parciales,corremos peligro de hipotermia.

—No hay tiempo para sentarse a esperar —replicó él de mal humor, y apretó el paso.

—Viviremos mucho más si entramos…—¿De veras?Kira se detuvo, tratando de entender lo que

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quería decir, y la respuesta le llegó como unpuñetazo en el vientre. Se envolvió el pechohelado con los brazos y corrió para alcanzarlo.

—¿Cuánto tiempo te queda?Él respondió con voz neutra, lo que resultó

más espeluznante tomando en cuenta suspalabras.

—¿Ahora se te ocurre preguntármelo?—Disculpa —dijo Kira—. Estaba

concentrándome en el vencimiento comoconcepto, como un enemigo al cual derrotar…Tú abandonaste el ejército de Morgan. ¿Fueporque no creías que fuera a encontrar la curasuficientemente pronto?

Green caminaba en silencio, con la cabezagacha.

—A la generación más joven le quedan sietemeses —continuó Kira. La generación deSamm. Tragó en seco con nerviosismo, y sintióque se le llenaban los ojos de lágrimas—. ¿Tequeda la mitad de eso? —Él no respondió, y ellasintió que se le iba el alma al suelo—. ¿Dosmeses?

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—Uno. Estaré muerto para fin de año.—Podría ser tiempo suficiente para

ayudarte —dijo, apresurándose con las palabras—. Cuanto antes crucemos y encontremos a loshumanos, antes podremos…

—Entonces, deja de discutir conmigo ybusca un bote.

Kira calló, tratando de imaginar qué sesentiría al saber que uno iba a morir en unmes… y peor aún, al saber que no podía hacernada para evitarlo. Pero nosotros podemos,pensó. Este plan dará resultado.

Eso creo.Green se detuvo de pronto y levantó la mano

para que ella también se detuviera.—¿Sientes eso?Ella se concentró en el enlace, pero no

percibió nada.—¿Qué es?—No tengo idea. Algo grande… hay datos

como de todo un escuadrón, una señal así defuerte. Solo que… parecería que es una solapersona —giró la cabeza lentamente, como

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tratando de localizar el origen exacto de losdatos—. Por aquí, ven.

—Espera, ¿vas a buscarlo? —Kira corrióunos pasos para alcanzarlo.

—Claro.—Pero llevamos prisa —le recordó—. No

tenemos tiempo para parar y que nos capture unescuadrón Parcial.

—Te digo que es uno solo —insistió Green,sin dejar de caminar.

—Pero vas a morir. ¿Qué cosa cambió?—¿No te das cuenta? Debemos encontrarlo

porque… —se interrumpió, y sacudió la cabeza—. Porque sí.

Porque tiene algo que decirnos.—Eso no tiene sentido.—¿Cómo que no? —repuso. Él parecía casi

frustrado, como si tuviera que explicar que elagua moja a alguien demasiado obtuso comopara entenderlo.

—Green, escúchame —sacudió la cabeza—. Es el enlace… lo que sea que percibes, teestá atrayendo a propósito.

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—Puede ser. Podemos manejarlo.—No, no podemos —dijo Kira. Pensó en la

llegada de Morgan a la Reserva, cuando ella yVale habían ejercido su control feroz en elenlace para obligar a los Parciales cercanos aobedecerlos—. He visto antes esa intensidad enel enlace, y solo puede provenir de un miembrodel Consorcio. La gente que creó a losParciales. Hay dos en esta zona: la doctoraMorgan y el doctor Vale… y no nos convieneencontrarnos con ninguno de los dos —se plantófrente a él—. Si sigues caminando, van aatraparnos y a hacernos prisioneros, y quizá nosejecuten. No es bueno que hagas esto.

Él la hizo a un lado y echó a correr.—¡Green, espera! —gritó, y salió tras él.Pero él avanzaba a toda velocidad,

moviendo los brazos a los costados, y le costóseguirle el paso.

Kira tenía algo de la capacidad física de losParciales, pero no estaba tan entrenada. Inhalóbocanadas de aire helado; sentía que los brazosy el pecho le sudaban por el esfuerzo, y casi de

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inmediato se estremeció al enfriarse yevaporarse el sudor.

Se acercaron a un paso bajo nivel y Greendobló a la derecha, trepó un muro de piedraescalonado y luego saltó a las vías del ferrocarrilque estaban arriba. Ella lo siguió, desesperadapor alcanzarlo y detenerlo, hasta que una ráfagade viento le acercó los datos del enlace a lospulmones y de allí al cerebro, más fuertes de loque había imaginado jamás, y entonces empezóa correr no tras él, sino con él, convencida deque tenía que ir en ese instante, encontrar a esapersona y oír su mensaje.

Avanzaron por las vías y luego las dejaron,bajaron una pendiente y atravesaron unestacionamiento, cruzaron calles y saltaroncercas, hasta que por fin se abrió ante ellos uncampo vasto. Un antiguo parque, con árbolesque se agitaban con el viento helado, y más alláel mar gris encrespado. Pasaron por bancos,arbustos y viejos campos de béisbol, apenasvisibles entre la nueva vegetación que habíarecuperado el parque. Después del campo había

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otro camino, y más allá, una franja de arenabordeada de rocas, donde rompían las olas.Habían corrido más de un kilómetro. Al parecer,otros habían sentido lo mismo, pues había unescuadrón de diez Parciales sentados en lasrocas, con expresión vacía, tan atónitos comoGreen.

Al frente del grupo, mirando hacia elocéano, estaba sentada una criatura gigante, decolor rojo oscuro, cuya piel se parecía al cuerode un rinoceronte. Kira aminoró el paso hastadetenerse; aquella vista la conmocionó, pero a lavez le dio una claridad momentánea mientras sucerebro se esforzaba por decidir cuálessentimientos eran suyos y cuáles provenían delenlace. Era una claridad que solo ellaexperimentaba; los demás Parciales estabanabsortos.

—Llegan justo a tiempo —atronó la voz dela criatura—. Ya está empezando.

Green avanzó tambaleándose, frotándose elpecho para conservar el calor, y se acomodó enel mismo semicírculo amplio donde estaban los

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demás. Kira también avanzó, pero no se detuvoen el círculo, sino que siguió caminando y seacercó directamente a la criatura.

—¿Quién es usted?—Los llamé aquí para prevenirlos —dijo la

criatura. Kira no la vio mover la boca, perosentía resonar intensamente su voz en su pecho—. Ya advertí a la gente de la isla, y a losParciales de White Plains, pero no me hicieroncaso.

—¿Estuvo en White Plains? ¿Vio a ladoctora Morgan? —le preguntó.

—No fue un reencuentro feliz —respondióla cosa, y bajó la vista hacia su pecho. Ella lesiguió la mirada y notó que tenía el pecho llenode agujeros de bala. Uno de sus brazos colgabaa un costado, inútil, y el otro sujetaba una heridaabierta en el abdomen—. Este cuerpo puederegenerar la mayor parte del daño que sufre,pero no tanto a la vez. Estoy muriendo —sevolvió hacia ella, y Kira vio un par de ojos casihumanos en lo profundo de su cara monstruosa—. Pero ya he transmitido mi advertencia.

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Se adelantó, tratando de ver mejor lasheridas.

—¿Qué advertencia?—He arreglado el clima —respondió—. He

arreglado el planeta que destruimos hace tantotiempo.

Ahora el mundo puede empezar a sanar denuevo.

—¿Está diciendo que fue usted quien hizovolver el frío? —Kira sacudió la cabeza;demasiado confundida.

—Depuré el aire, el agua, la atmósfera. Lascapas protectoras de la Tierra. Deshice todo eldaño provocado por nuestras armas en la viejaguerra. Restauré el equilibrio. Volveremos atener estaciones.

El primer invierno será duro, y nadie estápreparado. Vine a prevenirlos para ayudarlos asobrevivir.

—Usted es uno de los miembros delConsorcio —observó. Repasó la listamentalmente, catalogando a todos sus miembros,para adivinar quién podía ser este. Solo le

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faltaban dos, y uno era su padre, ArminDhurvasula. Sintió vértigo al pensar que aquellacriatura imposible, tan alterada pormodificaciones genéticas que había perdido porcompleto su humanidad, pudiera ser él. Trató dehablar, pero había perdido la voz. Tosió, seestremeció por el rocío helado del estrechomarino, y volvió a intentarlo—. ¿Quién es usted?¿Cómo se llama?

—Nadie me llama por mi nombre desdehace… trece años.

Ella observó las heridas, la sangre oscuraque se derramaba sobre las frías rocas grises.Apenas se atrevió a preguntar.

—¿Armin?—No —respondió la criatura. Observó la

tormenta que se avecinaba con ojos tristes ynostálgicos—. Mi nombre era Jerry Ryssdal.

Kira sintió una oleada de emociones: pérdiday tristeza, de que el hombre a quien habíaencontrado no fuera su padre, y alegría de quesu padre no fuera esa cosa que agonizabalentamente en la playa.

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Culpa, por alegrarse por la muerte de otro.Se preguntó si alguna de esas emociones seríade él: su tristeza por morir, su alegría por haberarreglado el clima. Su culpa por haber destruidoel mundo.

De Jerry Ryssdal era de quien menos sabía.Vale le había dicho que vivía en el sur, cerca

de los fuegos eternos de la vieja Houston.Estaba irreconocible, le había dicho el doctor.Kira no había sabido interpretar eso, pero ahoraera obvio. Una cantidad brutal demodificaciones genéticas que lo ayudaban ahabitar en el páramo tóxico. Había dedicado suvida a restaurar el mundo; no a la gente que lohabitaba, sino al planeta en sí. De algún modo,increíblemente, lo había logrado.

El primer invierno será duro, pensó Kira,repitiendo sus palabras. Ella nunca había vividouno de verdad; muy pocos lo habían hecho. Nohabían tenido invierno desde la vieja guerra,antes de la Guerra de Aislamiento, cuando sehabían pulsado botones que desataron uninfierno y había cambiado todo para siempre.

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Para siempre, no, pensó. Ahora estácambiando de nuevo. Pero va a ser dolorososobrellevar un cambio así de drástico.

Levantó la vista y vio caer el primer copo denieve.

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CAPÍTULO VEINTIOCHO

—No basta con ir tras Delarosa —dijo Marcus—. También tenemos que avisar al resto de laisla.

—De acuerdo —respondió Vinci—.Debemos hacer las dos cosas.

—No pueden hacer ninguna —replicó elguardia—. Todavía están esposados yencerrados en la trastienda de un viejosupermercado.

—Este… en realidad, no eres parte de estaconversación —dijo Marcus.

—Estoy sentado a tres metros de ustedes.—Pues ponte tapones en los oídos. Y canta

para ti por unos minutos, también. Estamos porhablar de nuestros planes para escapar.

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—Cállate, Valencio —Woolf suspiró y sevolvió hacia el guardia—. Soldado, si tiene ganasde conversar, me encantaría que me dijera cómojustifica su apoyo a todo esto. No me importadónde detone Delarosa esa bomba; va a matar alos pocos que quedamos.

El guardia los miró, enojado, y volvió a susilencio anterior; se recostó en la silla y se cruzóde brazos con el ceño fruncido.

—¿Qué te parece esto? —propuso Marcus,todavía dirigiéndose al guardia—. Estás clavadoaquí, vigilándonos, lo cual no nos ayuda anosotros ni a ti. ¿Qué tal si acordamos untérmino medio?

Pongámonos todos en marcha hacia el sur,para prevenir sobre la bomba, y te prometemosno retrasarlos ni causarles problemas. Aunqueestés a favor de una solución nuclear, coincidirásen que es necesario advertir a la gente.

—No vamos a prevenir solo a los humanosy dejar que Delarosa elimine a los Parciales —protestó Vinci.

—Bueno… —Marcus hizo una pausa,

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buscando las palabras correctas—. Yo iba…esa era la parte que no quería decir en voz alta.O sea, él iba a venir a liberarnos porque le iba afascinar mi plan tan brillante y bien pensado, ycuando se acercara, tú podías levantarte y…darle un buen golpe o algo así.

Woolf rezongó.—Eres Parcial —prosiguió Marcus—.

Podrías molerlo a golpes aunque estés esposado,¿cierto?

—Ese plan era terrible —respondió Vinci—.Puedo decir sin temor a exagerar que es el peorque he oído.

—Bueno, eso no es justo. Los demás planesque has oído habrán estado diseñados porestrategas Parciales, y yo no soy más que un…tipo común y corriente.

—La peor parte —prosiguió Vinci— fuecuando revelaste todo el plan delante delguardia. Tenías la intención de engañarlo, yluego te hice una sola pregunta y dijiste todoen voz alta, delante de él —Marcus tartamudeó,tratando de protestar—. En realidad, puede que

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esa haya sido la mejor parte del plan, puessignifica que nunca tuvimos la intención dellevarlo a cabo, pues como dije, era terrible. Deesta manera, tú quedas como un tonto en lugarde hacer que nos maten a todos.

—Ninguno iba a morir —replicó Marcus—.Era una idea excelente —hizo con las manosunos movimientos vagamente similares al karate,aunque nadie los vio porque aún tenía las manosesposadas a la espalda, y con el esfuerzo leardió la piel lastimada de las muñecas—. Con lacapacidad superior de combate de un Parcial,habrías podido…

—¡¿Quieren callarse?! —exclamó elguardia—. Demonios, es como estarescuchando a mis hermanitas.

—¿Tienes hermanitas? —le preguntóMarcus.

—Ya no. Gracias a ese perro callejero queestá sentado a tu lado —señaló a Vinci, quetenía el rostro cada vez más tenso y enojado.

Hubo silencio un momento, pero luegoMarcus habló en voz baja:

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—Técnicamente, es menos callejero quecualquiera de nosotros. Lo crearon en unlaboratorio a partir de ADN diseñadoespecíficamente; es una especie de…espécimen perfecto, y todos los demás somoslos callej…

El guardia se levantó de un salto, cruzó lahabitación angosta de un solo paso y con laculata de su fusil le dio un fuerte golpe a Marcusen un costado de la cara. Este cayó hacia atrás;vio unas luces brillantes detrás de los párpados,le zumbaba el cráneo y toda su conciencia seconcentró en aquel dolor intenso que le partía lacabeza.

Alguien le dio una bofetada, y se esforzó porabrir los ojos. Woolf se arrodilló frente a él, conlas manos libres; detrás de él, el guardia estabainconsciente en el suelo, y Vinci y Galen estabanquitándole las armas y el equipo.

—Diablos —dijo Marcus—. ¿Cuánto tiempoestuve desmayado?

—Un minuto, cuando mucho —respondióWoolf, mientras le examinaba la cabeza—. Se te

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hará un hematoma enorme. Si haces memoria,recordarás que cuando hicimos el plan, era Vinciquien debía recibir el golpe en la cara. Él se curamás rápido —estiró la mano detrás de Marcus yle abrió las esposas.

—Vinci no lo provocaba lo suficiente —repuso, examinando sus muñecas lastimadasantes de tocarse suavemente el costado de lacara. Ya estaba hinchado: una banda rígida desangre y tejido inflamado, duro como hueso—.Lo pusimos nervioso hasta que estaba a puntode atacarnos, y entonces Vinci no le dijo elinsulto final. El momento estaba pasando; yotenía que hacer algo.

—No era necesario que lo provocaras tanto—repuso Woolf—. Con ese discursito del«espécimen perfecto» hasta una monja te habríadado un puñetazo.

—No me di cuenta de que necesitaba másincentivo —dijo Vinci, al tiempo que revisaba elfusil—. Lo siento. Supongo que no me salenbien los insultos a los humanos.

—Marcus es un maldito experto —

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respondió Woolf. Tomó la pistola del guardia,una semiautomática, y le dio a Galen el cuchillode combate—. Ahora vámonos de aquí antes deque despierte.

—Primero, una cosa —dijo Marcus, y seagachó a los pies del guardia. Se mareó un pocoal hacerlo, y esperó un momento hasta que tododejó de darle vueltas.

—¿Qué haces? —le preguntó Vinci.Marcus empezó a desatarle los cordones de

los zapatos al guardia.—Gano unos treinta segundos extra —

luego, anudó los cordones entre sí, atando unzapato al otro.

—Oh, vamos —protestó Galen—, eso teestá llevando por lo menos treinta segundos. Noestás ganando nada.

—Estoy ganando un recuerdo feliz. Este tipome caía mal incluso antes de que tratara departirme la cabeza —miró al guardia caído ysonrió—. Que te diviertas cayéndote como unidiota dos veces en un mismo día —se puso depie y extendió una mano cuando el mundo

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empezó a dar vueltas otra vez. Woolf lo sostuvocon firmeza—. Cuéntenme cómo se cayó laprimera vez —le pidió—. Me lo perdí.

—Vinci le puso una zancadilla y luego le dioun cabezazo mientras caía —dijo Galen.

—¿Fue genial? —preguntó Marcus—.Díganme que sí.

—Cállense, los dos —ordenó Woolf—. Nosvamos ahora mismo.

Puso una mano en la puerta trasera; estabacerrada, pero el guardia tenía la llave en elbolsillo de la camisa. Este había sacado a losprisioneros a intervalos regulares para quefueran al baño, lo cual había dado a los otrostres un poco de tiempo a solas para planear lafuga. Woolf hizo silencio, insertó la llave y lagiró; esta emitió un sonido de roce y unchasquido oxidado. Se quedaron inmóviles,prestando atención por si había algún indicio deque alguien estuviera cerca, pero no hubo nada.

Marcus se estremeció, haciendo caso omisodel aire que rozaba la piel de sus muñecas.

—¿Seguro que estuve inconsciente solo

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unos segundos? Hace muchísimo frío… pareceque ya fuera de noche.

—Solo un minuto —confirmó Vinci—.Todavía es de tarde.

—Pero es verdad que hace frío —observóWoolf. Accionó el picaporte con un crujido yabrió la puerta—. Por todos los…

Afuera, el estacionamiento estaba ocupadoa medias por autos viejos y oxidados, y elpavimento tenía cientos de grietas por dondecrecían plantas… y encima de todo, blanca yetérea, una cortina diáfana de nieve que caía.

—¿Qué diablos? —exclamó Galen.—Bueno, ahora sabemos una cosa —dijo

Marcus—. Parece que el relato absurdo delgigante rojo era cierto —hizo una mueca—. Dehecho, lo del gigante era más fácil de creer queesto. ¿De veras es nieve?

Nunca la había visto, excepto en losprogramas del viejo holovid.

—Es de verdad —confirmó Woolf—. Ahoravámonos —al salir dejó su huella en la fina capablanca que cubría el suelo.

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—Esto hará que sea más fácil seguirnos —observó Vinci.

—Solo si nos siguen enseguida —respondióWoolf—. Unos minutos más y nuestras pisadasquedarán completamente cubiertas. Nohabríamos podido pedir mejores condiciones.

—Entonces, a caminar —dijo Marcus—.Quiero estar a por lo menos cien metros de aquícuando la pantera gigante de Yoon me cacecomo a un gato callejero.

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CAPÍTULO VEINTINUEVE

La Reserva estaba situada en la base de lasmontañas Rocallosas, en las afueras de lasruinas de Denver.

Antes del Brote, la inmensa ciudad se habíaconvertido en una megalópolis que se extendíadesde Castle Rock hasta Fort Collins, y desdeBoulder hasta Bennett. En los añostranscurridos desde entonces, había pasado aser un infierno empapado en ácido, el límiteoccidental del vasto Yermo venenoso queconsumía el Medio Oeste. Todas las alcantarillasy depresiones del suelo estaban llenas de salacumulada, fósforo ardiente o el polvo dispersode lejía cristalizada. No quedaba una sola plantao animal vivos.

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El grupo emprendió el viaje a East Meadowtemprano por la mañana; volvían para llevar lacura a los humanos, y la noticia increíble de queesta era autosustentable. A Samm lepreocupaba cómo podrían, si lo lograban,convencer a humanos y Parciales de trabajarjuntos, pero supuso que el grupo era una buenademostración: él mismo, Heron, Ritter, Dwain yotros dos Parciales recuperados llamadosFergus y Bron; Phan también había ido conellos, y Calix iba montada en uno de los doscaballos. La Reserva no tenía caballos propios;solo los dos que habían llevado Heron y Kiradesde Nueva York. Kira les había puestonombre, y Samm se permitió un breve momentode nostalgia para pensar en ella. Los otrosParciales lo miraron, inmediatamenteconscientes de sus pensamientos por el enlace.Volvió a concentrarse en los caballos,preocupado por si encontrarían comida en elYermo. Calix iba montada en Bobo, el caballo deKira, y detrás de ella, jalado del cabestrillo, ibaOddjob, el caballo singular y desobediente de

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Afa, ahora relegado a bestia de carga. Siemprehabía detestado que lo montaran, y seempecinaba en ir hacia donde él quería, sinhacer caso a las órdenes, pero ahora parecíaconforme de seguir a Bobo. Samm esperó quesiguiera así.

Pensar en Oddjob lo hizo recordar a Afa, elgenio aniñado al que habían llevado con ellos porel páramo, el único humano en el viaje de ida…y, no por casualidad, el único que no habíallegado. Había resultado herido en Chicago ymuerto en los campos tóxicos de Colorado.Samm aún no sabía si un humano podríasobrevivir al viaje, y Calix en especial estaba enriesgo. Su herida le hacía ir más lento ynecesitaba los recursos de su cuerpo parasanarse; si le ocurría algo, demoraría a todo elgrupo y los haría más vulnerables. Peor aún…La echaría de menos, pensó. Afa era miresponsabilidad, pero Calix es mi amiga. Sillegamos a tener que optar entreabandonarla o morir yo mismo… no sé sipodré tomar esa decisión.

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Echó un vistazo a Heron mientrascaminaban por la ciudad corroída. Varias veces,durante la Guerra de Aislamiento, habíaenvidiado su desapego, su capacidad de quitarsetodo el dolor, tanto físico como emocional, comosi se cambiara de ropa. Ella había vivido lo peorque les había impuesto la guerra, y los peoresmomentos desde entonces. Podía hacer frente acualquier problema que se les presentara, ytomar cualquier decisión necesaria parasobrevivir. Aunque todos ellos murierancruzando el Yermo, ella sobreviviría. Lograríallegar, porque esa era la misión. Daba miedo,incluso él le temía a veces, y era difícilentenderla y más aún hacerse su amigo, peroera la mejor esperanza del grupo. Tendría quehablar con ella en privado para armar un plan deemergencia.

Les llevó tres días cruzar la ciudad, ycuando llegaron a su límite oriental, el Yermo seextendía frente a ellos: llano, sin rasgosdistintivos y muerto. Aquí y allá, algún árbolblanco como un hueso surgía del suelo

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envenenado, asesinado por la lluvia y quebradizopor el sol. Ahora que ya no estaban obligados aviajar entre edificios, pudieron acelerar un pocoel paso, y el primer día al este de Denverrecorrieron casi la misma distancia que en losprimeros tres días combinados. Heronencabezaba la marcha y se adelantaba paraexplorar el territorio. Phan les seguía el pasoadmirablemente; no tenía tanta capacidad derecuperación como Samm, pero aun así se lasingeniaba para demostrar más resistencia quelos cuatro Parciales que aún estaban sanando.Los más lentos eran los caballos, que no estabanhechos para la velocidad sino para las grandesdistancias; por la mañana se rezagaban, y Calixy Dwain se quedaban con ellos, pero poco apoco volvían a alcanzar al resto al caer la noche.El grupo había viajado hacia el noreste todo eldía, siguiendo la I-76, que se curvaba según elcurso del río South Platte, y Samm no pudo sinonotar que el aire nocturno estaba anormalmentefrío. Calix los alcanzó en la margen de un ríohediondo. Estaba temblando.

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—Necesitamos acampar pronto —dijoDwain, y acompañó sus palabras con unmensaje silencioso en el enlace: ESTAHUMANA NO ESTÁ BIEN.

—Hace frío. Mucho más que de costumbre—dijo Phan—. Vamos a necesitar cobijarnos.

—Vamos a necesitar cobijarnos de muchomás que del frío —repuso Heron—. Si la lluvianos sorprende al aire libre, estaremos muertosen solo unos minutos.

—No va a llover —respondió Calix—. Séleer estos cielos desde que tengo cuatro años.

—No me convences —dijo Heron—. Oseguimos adelante o retrocedemos; no vamos aquedarnos afuera.

Ahora que había dejado de caminar, Sammsintió que el aire frío se le colaba por los brazosy el pecho.

—¿Es normal que haga tanto frío?—No —respondió Phan—. Las últimas

semanas fueron más frescas que lo habitual,pero esto no lo había sentido nunca. ¿Siempre esasí en esta zona?

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—No lo era cuando vinimos —respondióSamm.

—Los caballos necesitan descansar —dijoCalix—. No pueden seguir a este paso pormucho más tiempo.

—Deberíamos haber parado en la últimaciudad —opinó Ritter. Miró a Heron con airemolesto y su disgusto se hizo muy evidente en elenlace—. Lástima que nuestros exploradoresnos trajeron en medio de la nada.

—Estamos en el Medio Oeste —replicó ella—. Siempre se está en medio de la nada. Faltanapenas tres kilómetros para el próximo pueblo;tal vez menos, si encontramos alguna granja enlas afueras.

—Continúen caminando —dijo Samm, y elgrupo volvió a ponerse en marcha.

Ahora iban al mismo paso que los caballos,cansados, sedientos y frotándose los brazos porel frío.

La temperatura parecía bajar más y másmientras caminaban, y cuando por fin divisaronuna hilera de casas, salieron del camino con

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ansiedad, ateridos y agotados. La carreteraestaba sobre una ligera elevación, y el decliveque bajaba hacia los edificios estaba cubierto deun pasto seco y quebradizo que crujía bajo suspies como cascarones de huevos. Era una viejacomunidad rural, tal como había predicho Heron,pero ahora los campos estaban áridos ydesolados. La primera casa de la hilera estabademasiado arruinada como para servir derefugio; en el fondo tenía una puerta corredizade vidrio rota, y una década de vendavales habíallenado el interior de tierra tóxica y polvo. Lasiguiente casa estaba mejor, pero era demasiadopequeña para albergarlos a todos. Samm dejóallí a los Parciales y les dijo que sellaran laspuertas y ventanas lo mejor que pudieran, y llevólos caballos y a los humanos a una tercera casa.

Heron lo siguió, y Samm suspiró. Ella nuncahabía obedecido órdenes.

—Tienes que enseñarles cómo tapar lasaberturas —le dijo Samm—. Yo puedoexplicarles a Calix y a Phan.

—Son grandes. Pueden arreglárselas solos.

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—¿Y quieres ocuparte de los caballos?—Quiero ver si este pueblucho tiene algo

que se parezca a una zona céntrica. Vamos ausar casi toda el agua que trajimos solo para loscaballos, y necesitamos encontrar más.

—Llévate a Ritter —le aconsejó Samm—.No deberíamos andar solos.

—Pienso llevarte a ti.Samm echó un vistazo a Calix, pero

aparentemente estaba demasiado cansada comopara prestar atención. Hasta Phan parecía apunto de caer rendido.

—Tengo que ocuparme de los caballos.—Pues hazlo —respondió Heron—. Pero

no te tomes toda la noche.Él envió su frustración por el enlace, pero no

dijo nada y se puso a trabajar. Si ella queríaencontrarlo a solas, era casi seguro que queríahablar con él, y dado lo poco frecuente que eraeso, decidió que era buena idea averiguar quéestaba pensando.

Llevó a Phan y a Calix adentro y losacomodó en el sótano; allí no había comida ni

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agua, pero lo más importante era que no habíaventanas al exterior y las superficies estabanlibres de acumulaciones tóxicas. A los caballoslos acomodó en la sala y trató de cubrir el pisocon láminas plásticas, no para que no ensuciaranla alfombra, sino para que no la comieran. En lacocina encontró algunas cacerolas de metal ylas llenó con el agua que habían traído; luego,mientras los caballos bebían, descargó yafatigado las mochilas y monturas. Había pasadomás de media hora cuando volvió a salir. El cieloestaba oscuro y no había estrellas, y sentía elaire helado como pinchazos en la nariz y lasmejillas.

—Por aquí —dijo Heron, al tiempo quebajaba de un salto del techo de una camionetaoxidada donde había estado sentada—. A pocomás de un kilómetro hay una escuela, con tresgrandes recipientes de plástico con agua en lasala de maestros.

—Te pedí que no fueras a ninguna partesola —le dijo, caminando a su lado—. ¿Y si tehubieras lastimado y nadie hubiera sabido dónde

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estabas?—Si me lastimo en un pueblito vacío a mil

quinientos kilómetros de cualquier posibleenemigo, merezco morir.

—Bueno… no nos iríamos sin ti.—Entonces, ¿cuál es el problema?Samm expresó su exasperación en el

enlace.—Supongo que estoy aquí porque querías

hablar de algo.—Interesante —dijo Heron—. Y ¿de qué

quiero hablar?—No tengo idea. Dado que estás

haciéndote la esquiva, empezaré por los temasque me interesan a mí.

Necesito saber hasta qué punto estáscomprometida con esta misión.

—Estoy aquí —dijo, simplemente.—¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta que algo te

haga volver a cambiar de bando?—La Tercera División sobrevivió trece años

porque algo en esa Reserva los mantuvo convida —dijo Heron—. Lo que haya sido, ya sea

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Williams o el sistema de apoyo vital o losmicrobios que mantienen sanas a las plantas,también podría salvarme a mí. El secreto de misupervivencia está allá, en la Reserva, junto contoda la comida, el agua y el refugio que podamosnecesitar. Y sin embargo, aquí estoy.

Samm comprendió. Lo único que leimportaba era sobrevivir, y el hecho de quehubiera dejado todo eso atrás significaba más delo que había esperado de ella.

—Aquí estás —concordó—. No habríasabandonado la Reserva si no estuvierasverdaderamente comprometida con algo aúnmás importante —sus emociones se enfrentabanen su interior; la culpa y las reglas de cortesía seoponían a la importancia de su misión, hasta quefinalmente ganó esta última—. Heron, dudo quete sorprenda mucho si te digo que rara vez tengoidea de lo que estás pensando y de lo que tratasde conseguir. Pero aun así confío en ti, y engeneral eso me basta. Pero en este momentonecesito saber por qué nos acompañas. Tal vezquieres ayudarnos con nuestra misión para

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salvar a las especies, o quizá solo quieresregresar con la doctora Morgan. Tal vez nosuses para cruzar el Yermo y luego nosabandones apenas lleguemos a terreno seguro, otal vez hagas alguna otra cosa que todavía no seme haya ocurrido. Pero… esto es importante.La información que tenemos podría salvar a laespecie humana, y tú podrías ser la única confuerzas suficientes para hacerla llegar. Lo quenecesito saber es si lo harás.

Heron se quedó callada un momento, ySamm no percibió nada por el enlace. Una vezmás, se maravilló por su capacidad de escondersus emociones. ¿Por qué necesitarían hacer esolos modelos de espionaje? ¿Por qué darles elpoder de engañar a sus propios compañeros,cuando estaban diseñados para engañar a loshumanos? Solo después de doblar en unaesquina, mientras se dirigían al este por un largotramo de carretera vacía, ella habló.

–Yermo es un término de la Reserva —dijo.—¿Cómo dices?—Antes lo llamábamos páramo tóxico —

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respondió Heron—. Así lo llamaba Afa, y es eltérmino más descriptivo. Yermo es la palabraque usan los humanos de la Reserva, y ahora tútambién la usas.

—¿Dices que estoy convirtiéndome en unode ellos? ¿Eso es lo que te molesta?

—Nunca dije que algo me estuvieramolestando.

—Entonces, ¿por qué actúas de modo tanextraño? Querías que me diera prisa, pero noayudarme con el trabajo; me trajiste aquí solo,pero no quieres hablar.

—Estamos hablando.—¿Esto cuenta?—No lo sé.El enlace de Samm crepitó con frustración.—¿Qué se supone que significa eso?Caminaron un rato en silencio; las nubes

oscuras tapaban la luna.—Tienes frío —observó Heron—. Déjame

abrigarte —lo rodeó con un brazo.Samm estaba demasiado sorprendido como

para hablar, y vaciló al dar un paso. Estaba muy

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consciente del cuerpo de ella, su brazo sobre sushombros, el costado de su pecho presionandosuavemente su brazo. La brisa leve le levantó elcabello y sus mechones negros volaron contrasu cara. Él aminoró el paso hasta detenerse:

—¿Qué estás haciendo?Heron se colocó frente a él, manteniendo un

brazo en su espalda y rodeándolo con el otro. Loatrajo hacia ella y lo besó, con labios suaves yhúmedos, sus dedos entrelazándose en el cabellode Samm. Él se quedó helado, demasiado atónitopara moverse; luego la tomó por los brazos y laapartó.

—¿Qué estás haciendo? —volvió apreguntarle.

—Se llama beso. Tú se lo hiciste una vez aKira, por eso sé que sabes lo que es.

—Por supuesto que lo sé —sus datos en elenlace eran una mezcla de confusión, sorpresa yexcitación—. ¿Por qué me besaste a mí?

—Quería saber qué se siente —respondió.Su enlace estaba tan vacío como siempre—.Calix me contó que a ella también le diste un

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beso.—¿Ella te dijo eso? —Calix odiaba a Heron;

eso era casi tan increíble como el beso.—Puedo ser muy persuasiva —volvió a

doblar hacia el este y empezó a caminar—. Meentrenaron para aprovechar cualquier mediopara extraer información a los humanos.Ninguna de esas técnicas da resultado con losParciales, porque ustedes nunca desarrollaron lacapacidad de interpretar las mismas señales.

Samm corrió para alcanzarla.—Heron, dime qué pasa —la sujetó por el

brazo—. Hace casi veinte años que nosconocemos, y eso… —Miró hacia las nubes—.Ni siquiera sé qué decir.

—Tus decisiones son tontas. Nuestro únicoobjetivo operativo es sobrevivir, por cualquiermedio que sea necesario, y has tenido eso en tusmanos una docena de veces y lo único quehiciste fue desperdiciarlo. Tus planes noconducen a ese fin; tus tácticas no lo apoyan.Vas a morir en siete meses a menos que hagasalgo, y sin embargo estás dejando atrás tu mejor

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oportunidad de mantenerte con vida.Ahora Calix dice que estás enamorado de

Kira, y eso es lo único que explica todo lo quehaces. En el entrenamiento nos enseñaron queel amor nos hace cometer estupideces, quepodríamos usar eso contra nuestros enemigos,pero tú… —Se volvió hacia él—. Ni siquieraeres feliz. Estás desperdiciando tu vida porqueamas a alguien que ni siquiera está aquí, y lodetestas, y te está carcomiendo. El amor es lopeor que pudo haberte pasado, pero aun así, laamas.

Hizo una pausa que hizo pensar a Samm quehabía terminado, y luego volvió a hablar.

—Yo… quería saber qué se sentía —dijo, yluego se quedó en silencio, pero sus ojos nuncase apartaron de los de Samm La mente de éldaba vueltas. No sabía cómo responder ni pordónde empezar; ni siquiera sabía lo que sentíapor Kira, por Heron ni por nadie más.

—Un beso no es amor —murmuró por fin.—¿Y cruzar el páramo, sí?—Quizás —respondió—. Heron, el amor no

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es un arma.—Todo es un arma.—Todo se puede usar como tal —la

corrigió—, pero no es lo mismo. Amor escuando tienes la oportunidad de usar lossentimientos, la confianza o la vulnerabilidad dealguien en su contra, pero no lo haces. Hacespromesas que no quieres cumplir, pero lascumples porque son buenas; ayudas a personasque no pueden retribuirte la ayuda —levantó laspalmas de las manos, tratando de describir algoque apenas podía definir—. Y… lo llamasYermo en lugar de páramo.

—Te matas —acotó Heron.—Te pierdes. Amor es cuando encuentras

algo tan grande, tan… necesario, que se vuelvemás importante para ti que tus propios objetivos,que tu propia vida, no porque tu vida nosignifique nada sin eso, sino porque le da unsignificado que nunca había tenido.

—La vida es su propio significado —repusoella—. Vivimos porque, si no, morimos. No haysignificado en la muerte ni gestos huecos ni

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sacrificios gloriosos. El amor arruina lacapacidad de tomar correctamente esasdecisiones.

—¿Sabes que te envidiaba? Pensaba quéestupendo sería que nunca nada me afectara,que nunca me entristeciera o perdiera algo queamaba, que tampoco se me quebrara el corazónpor ninguna de las tragedias tontas einsignificantes que han definido toda nuestraexistencia. ¿Sabías que ParaGen nos hizo paraque amáramos? ¿Para poder ponernos en ellugar de otros? Nos dieron emocionesespecíficamente para hacernos valorar la vidahumana, para que los amáramos. Por eso nosdolió tanto cuando nos dimos cuenta de que eseamor no era correspondido. Y tú… nuncadejaste que ni eso ni nada más te afectara. Yocreía que sería bueno ser así. Sin embargo,escondiste tus emociones tan profundamenteque ni siquiera puedo percibirlas en el enlace.Datos tácticos, datos de salud, ubicación ycombate, todo está allí, pero tus emociones no.Eres como un agujero negro, Heron, y eso no es

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bueno. No es sano.—A los modelos de espionaje nos hicieron

distintos —respondió ella—. No puedes sentirmis emociones porque yo tampoco las siento. Ytienes razón con respecto a mí: soy un agujeronegro, un cascarón vacío. Tú crees que me hagola misteriosa, pero solo estoy… confundida.Pensé que tal vez, si te besaba, si sentía lo quesintió Kira, o Calix, tal vez… —Se apartó—.Pero no dio resultado.

Samm se quedó conmocionado, tratando deprocesar lo que acababa de oír.

—¿Por qué alguien haría eso? —preguntó—. ¿Por qué crear a una persona y luegoquitarle todo lo que la hace persona?

El enlace de Heron estaba tan vacío comosiempre.

—Porque nos ayuda a sobrevivir.

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CAPÍTULO TREINTA

Algunos de los Parciales a los que Kira conocióen aquella playa eran de la facción de Morgan yhabían salido a patrullar. Cuando Jerry Ryssdalmurió y empezaron a caer los primeros copos denieve, todos habían pasado a ser desertorescomo Green, demasiado conmocionados por loque acababan de ver y sentir como pararegresar. El mundo había cambiado, había dadoun giro extremo y a una velocidad demasiadoviolenta como para volver a ser el mismo.Algunos huyeron al este, en busca de viejosamigos de otras divisiones que ya se habíanincorporado a otras facciones. Otros tres sequedaron con Kira, entusiasmados por supromesa de curar la fecha de vencimiento. Ella

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les habló abiertamente; les dijo que por más queestuviera segura, cabía la posibilidad de que suplan no diera resultado. El líder del escuadrón,un soldado llamado Falin, se limitó a rascarse lacabeza y contemplar el estrecho.

—Si no da resultado, y morimos, al menos lointentamos —miró a Kira—. No creo quepodamos esperar algo mejor. Ni ahora ni nunca.

—No todos van a tener la mente tan abierta—dijo ella—. Los humanos seguramente van aresistirse tanto como los demás Parciales.

—Cuanto antes, mejor, entonces —respondió Falin—. Me falta una sola generación.

Una sola generación, pensó Kira. Greenmorirá en un mes y Falin, al mes siguiente.

¿Cuánto tiempo más le queda a Samm?¿Volveré a verlo?

Sepultaron a Ryssdal junto al mar, en unatumba poco profunda, y lo cubrieron con rocas.Les llevó tanto tiempo que, cuando terminaron,ya estaba cubierto por un manto de nieve. Kirase preguntó cuánto duraría la tormenta, pero noquería esperar más. El parque al cual Ryssdal

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los había convocado se hallaba al principio deuna bahía larga y angosta que daba al estrecho,y tras cruzar un puente llegaron a un muellerodeado de embarcaciones. Muchas se habíansoltado de sus amarras hacía tiempo, y los añosde oleaje las habían convertido en una pilaenorme en el extremo del muelle, o en aguasmás profundas, donde salpicaban la bahía comodiminutos restos blancos de naufragios. Variasseguían firmemente amarradas a losembarcaderos, pero ninguna parecía estar encondiciones de navegar. Caminaron entre lainmensa cantidad de yates que había en la playa,prolijamente guardados para una temporada bajaque había durado trece años, y cortaron lascubiertas plásticas que los protegían en busca deuno que se adecuara a sus necesidades. Nadiedel grupo sabía navegar, pero uno de los yatesmás grandes, de casi veinte metros de eslora,estaba equipado con paneles solares anchos ynegros, y una consola cobró vida tenuementeapenas los paneles quedaron al descubierto.

—No vamos a tener mucho sol —observó

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Green, mirando las nubes—. Ya cae la tarde, yno parece que vaya a despejarse.

Falin miró en el tanque de combustible yagitó la mano delante de su nariz al subir elhedor.

—La gasolina está evaporada casi porcompleto; es más que nada resina, quizá nisiquiera alcance a encender el motor. Lospaneles solares van a funcionar hasta queanochezca, pero probablemente no baste parallegar al otro lado del estrecho.

—Déjame enseñarte un pequeño truco queaprendí —dijo Kira con una sonrisa, y señaló elcartel de un taller de pintura de autos que habíaa unas cuadras—. Si en ese lugar hay aguarrás,no tendremos problemas.

—¿Solvente para pintura? —preguntó Falin.—¿Qué crees que es la resina de gasolina?

—le preguntó ella, a su vez—. Vamos —dijo, yFalin miró a Green.

—Créeme, sabe lo que dice —acotó estecon una sonrisa.

En efecto, en el taller encontraron aguarrás;

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lo transportaron en unas pesadas latas de metaly empujaron el barco por la rampa hasta elagua. Tardaron una hora en salir de la marañade embarcaciones rotas y volcadas, trepandopor encima de ellas y cortándoles las amarrasmientras la nieve se volvía más densa y húmeda.Cuando llegaron a aguas abiertas, Kira arrancóel motor a toda potencia, aprovechando laenergía de los paneles y del tanque de gasolina,y salieron a la bahía.

—No se acerquen al escape —les advirtió—, y tengan cuidado si cambia el viento y soplalas emanaciones hacia nosotros. Ese humo deaguarrás es de lo más tóxico.

La salida de la bahía estaba atiborrada debancos de arena y de islas, y tuvieron quemaniobrar con cuidado. Cuando llegaron alestrecho ya era de noche, así que se movieronutilizando solo el motor de gasolina por las aguasencrespadas. El barco tenía un toldo de lona quese levantaba sobre el puesto del piloto, pero losaños no lo habían tratado bien y se partió casi endos cuando trataron de desplegarlo. En la

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cubierta, Green encontró una gorra de béisbol yse la dio a Kira para que no le cayera la nieveen los ojos mientras conducía. Y cuando ellanecesitó un descanso, le pasó a él los controles yla gorra. Durante el trayecto viraron ligeramentehacia el oeste, y tocaron tierra en la BahíaHuntington a eso de la medianoche. La playaera ancha y pedregosa; atracaron el barco concuidado por si volvían a necesitarlo, y lo ataron aun poste robusto que había sido parte de unmuelle.

La nieve estaba cada vez más densa, ycomo las nubes de tormenta tapaban la luna,apenas podían ver por dónde caminaban. Serefugiaron en una mansión enorme de la costa ydurmieron profundamente en un dormitoriopequeño, los cinco apiñados para conservar elcalor. Por la mañana recorrieron la casa enbusca de comida enlatada. Encontraron unosgarbanzos que aún no se habían echado aperder, y tras compartir aquel magro sustentovolvieron a salir al frío. El mundo estabacubierto por una gruesa alfombra blanca y

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seguía cayendo más nieve, como una cortinalenta pero continua. No habían llegado muylejos, cuando Falin tropezó con un bulto y dio unsalto hacia atrás al tiempo que soltaba unapalabrota.

—Un cadáver.Kira levantó la vista rápidamente y miró

alrededor por si había algún peligro que aún nohubiera registrado, quizás una emboscada desdelos locales comerciales, pero no vio nada. Seacercó al grupo, reunido en torno al cadáver, queestaba boca abajo, y se arrodilló a su lado. Alverlo más de cerca, notó que era una figuravagamente en forma de hombre, y estaba decostado en posición fetal.

—No es Parcial —dijo Green—. No hayseñal de muerte en el enlace.

Kira le quitó un poco la nieve y frunció elceño al descubrir más y más sangre oscura ycongelada.

Quienquiera que fuese, había tenido unamuerte violenta. Le quitó la nieve del rostro yahogó una exclamación de horror.

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—¿Lo conoces? —le preguntó Green.—Se llama Owen Tovar —respondió—. Era

integrante del grupo que se rebeló contranuestro gobierno hace un par de años, y luego,cuando su rebelión triunfó, fue senador. No loconocí mucho, pero… —Sacudió la cabeza—.Me caía bien. Era un buen hombre.

—Le faltan tres dedos —observó Falin,quitándole la nieve de las manos—. Y pareceque el tiro de gracia fue en el vientre. NingúnParcial tendría motivos para hacer eso.

—Un humano tampoco tendría motivos parahacerlo —repuso ella.

—Me refiero a que un Parcial habría sidomás preciso —explicó Falin—. Le habríamosdado aquí arriba, en el pecho o en la cabeza…

—No hay orificio de salida —señaló Green.Estaba agachado del otro lado, junto a la espaldadel cadáver, y Kira se acercó para mirar—.Parece un tiro en el vientre, pero lo que hayasido no salió por la espalda. Ni siquiera sé quécosa haría una herida como esta. El orificio deentrada es demasiado grande como para que

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haya sido un cuchillo.—Ay, no —exclamó ella, y trató de girarlo

para ver la herida; el hombre estaba adherido alsuelo por el congelamiento, de modo que dio lavuelta para examinarlo mejor. Se le fue el almaal suelo—. Ay, no.

Kira percibió la alarma de los Parciales en elenlace; ya estaban abriéndose para asumirposiciones defensivas, advertidos por suspalabras de que algo estaba mal.

—¿Qué pasa? —preguntó Green, y seagachó junto a ella.

—He visto antes este tipo de heridas. Unavez. En tu compañero de escuadrón al queencontré en el muelle de Candlewood.

Green la miró un segundo, mientras sumente procesaba la información, y llegó a lamisma conclusión:

—El Hombre de la Sangre.—No digo que haya sido él —dijo Kira,

poniéndose de pie—. Podría ser casualidad.—¿Quién es el Hombre de la Sangre? —

preguntó Falin.

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—No lo sabemos —respondió ella—. Unaespecie de… ¿asesino? ¿Coleccionista?Escapamos de un grupo de Parcialesmodificados que parecían recibir órdenes de él,pero nunca lo vimos. Mató a varios Parciales yles extrajo la sangre, y lo último que supo Greenfue que iba al sur a hacerles lo mismo a loshumanos. No sabemos por qué.

—¿Parciales modificados? —preguntó unode los soldados de Falin.

—Branquias —respondió Green, que sepuso las manos a ambos lados del cuello y lasmovió hacia arriba y abajo.

—Hay solo dos buenas razones pararecolectar sangre —observó Falin—. Una, queesté loco, y dos, que la necesite para unatransfusión o algo así. Tal vez se está muriendo.

—Si lo único que necesita es unatransfusión, no andaría por ahí extrayendo mediolitro o un litro a diez personas distintas —dijoKira, y negó con la cabeza—. Sin duda la estácoleccionando, casi como si fuera el curador deun museo, tratando de conseguir una variedad

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de muestras distintas. En Candlewood, extrajopor lo menos una de cada uno de los tresmodelos Parciales a los que tuvo acceso —levantó la vista—. Yo hice muchos análisis desangre en mi trabajo como paramédica, yexperimentos y toda clase de cosas. ¿Será quela necesita para eso?

—No importa lo que esté haciendo ni porqué, pero necesitamos ir por un lugar másseguro —dijo Green. Les hizo una seña hacia laacera, fuera de la calle cubierta de nieve—.Caminen cerca de las paredes, y mantengan losojos abiertos.

—No podemos dejarlo aquí. Yo conocí aeste hombre.

—Está pegado a la calle —repuso Green—,y no tenemos tiempo.

Kira forcejeó para moverlo, pero estabasólido como el hielo. Cuando por fin pudolevantarle un brazo, vio que en el pavimento sehabía quedado adherido un trozo de piel. Hizouna mueca y lo soltó.

—Lo siento —susurró, al tiempo que le

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tocaba el cabello congelado—. Volveré —levantó la vista, con un presentimiento oscuro—.Intentaré volver.

Corrieron calle abajo, saltando de unaposición a otra, y varias cuadras más adelanteencontraron los restos de una explosión reciente,ya aplacados por un manto de nieve.

—Alguien atacó un emplazamiento Parcial—observó Falin, mientras examinaba losescombros. Levantó el cañón de un fusil,desgarrado y retorcido por la explosión—. Talvez fue tu amigo.

—Es probable —admitió Kira. Miró haciaadelante, más allá de un local que tenía un cartelcon un pato amarillo descolorido, y otro queparecía un castillo—. Hay huellas de neumáticosen la nieve —señaló—. No son recientes, perolas hicieron después de que empezó a nevar.Quien haya estado aquí quizá se quedó a limpiarel lugar y se marchó después de comenzada latormenta.

—En ese caso, es hora de que tomemos unadecisión —dijo Green—. Si Kira está en lo

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cierto, estamos pocas horas detrás de un pelotónde Parciales que aparentemente va hacia eleste; eso significa que no van a casa,probablemente porque están persiguiendo a ungrupo de rebeldes. Podríamos seguirlos, ocontinuar con rumbo a East Meadow yencontrarlos allá.

—En East Meadow estaremos más a salvo—opinó Falin—. Los humanos y Parciales queestén peleando entre sí podrían mostrarsemucho menos receptivos a nuestro plan dereconciliación.

—Es probable que el Hombre de la Sangretambién vaya camino a East Meadow —señalóKira—. Si realmente va por una buena variedadde muestras humanas, irá a buscarlas allá.

—Entonces, vamos —dijo Green—. Enmarcha.

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CAPÍTULO TREINTA Y UNO

Hacía una semana que nevaba. Los árbolesestaban cargados de una nieve mojada quequebraba las ramas, y en las calles se habíanacumulado montículos de casi un metro, sin quehubiera señales de que fuera a parar. Parecealgo salido de una novela fantástica, pensóAriel. El mundo parecía ajeno y desconocido.Ella y su grupo iban de casa en casa aún máslentamente que antes, y habían recorrido apenaspoco más de treinta kilómetros, caminando condificultad por el frío helado y la nieve que lesllegaba a la cintura. En cada nuevo refugiodespedazaban los muebles para hacer unafogata lo más grande que se atrevían, siemprecautelosas por los Parciales; luego se quitaban la

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ropa fría y mojada y se ponían otra, rescatadacon desesperación de lo que hubiera en lavivienda: pantalones de hombre, zapatos que noles quedaban bien, vestidos veraniegos que ibanencimando hasta que resultaban abrigados. Arielrecordó los viejos tiempos con Kira e Isolde,cuando corrían de casa en casa tras el Brote,buscando ropa nueva de cien estilos diferentes,probándose joyas finas de mujeres ricas,coleccionando zapatos de todas las formas ycolores hasta que ya no les cabían en el ropero.Ahora hurgaba en los cajones de hombresancianos en busca de jeans medio podridos ylos cortaba por la mitad para usarlos comomangas extras para evitar que se le congelaranlos brazos. Las pocas chaquetas buenas queencontraban se las daban a Isolde, y envolvían albebé en camisas viejas de franela y mantas.

La única prenda gruesa, que habían halladoguardada en el fondo de un hogar de ancianos,se rotaba entre los seis, y cada noche se secabajunto al fuego.

Obviamente, era más fácil hacer fuego en

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las casas que tenían chimenea, pero tras tantosaños de abandono, estas estaban tapadas einutilizables, y aun con las ventanas abiertas lashabitaciones se llenaban de humo. Se acostabanen el suelo, donde era más fácil respirar, yesperaban que nadie se acercara lo suficientecomo para ver el humo y decidirse a investigar.Lo que más les preocupaba eran los Parciales,pero a Ariel le inquietaban en igual medida loshumanos desesperados, muertos de hambre y defrío, que pudieran ver un grupo de tantasmujeres y tener toda clase de ideas. Noobstante, a pesar de los peligros, hacíademasiado frío como para prescindircompletamente de una fogata. Mantenían lasarmas a mano y preparadas, y siempre una deellas montaba guardia. Aunque no les caía bien,o quizá justamente por eso, el senador Hobb, elúnico varón del grupo, siempre hacía doble turnode guardia.

Sin embargo, las condiciones no lasdisuadían de continuar con su misión deencontrar el laboratorio del que hablaba Nandita,

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y la primera semana del invierno las llevó hastaMiddle Island, una comunidad pequeña queestaba a mitad de camino entre el extremooccidental de la isla y el oriental.

—Esto es bueno —dijo Isolde. Tenía los ojosinyectados en sangre y ojerosos, y acarició lamejilla ampollada de Khan, que llorabadébilmente—. Ya estamos a mitad de camino,bebé. Vas a ponerte bien.

—A mitad de camino desde Brooklyn —comentó Ariel—. Empezamos en East Meadow,así que en realidad no llegamos muy lejos.

—Gracias por levantarme el ánimo —respondió Isolde, demasiado agotada hasta paramirarla con enojo.

—Hoy apenas recorrimos tres kilómetros —dijo Xochi. El bebé las obligaba a ir despacio—.Cuanto más al este vayamos, peor va a estar lanieve; al menos la lluvia siempre era más intensaen la isla, y supongo que con la nieve sucede lomismo.

—No vamos a darnos por vencidos —dijoHobb con firmeza—. Estamos hablando de mi

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hijo.Ariel y Xochi se miraron, pero no dijeron

nada.—Casi estamos en Riverhead —dijo

Kessler—. Faltan unos veinticinco kilómetros;una semana, cuando mucho.

—Vamos cada día más despacio —repusoXochi—. ¿Quién sabe cuánto tiempo nospodrían llevar veinticinco kilómetros?

—Riverhead es la comunidad más grandefuera de East Meadow —comentó Kessler—.Los Parciales mudaron a todos durante laocupación, pero puede que todavía estén susprovisiones: agua limpia, cereales almacenados,ahumaderos llenos de pescados. Al menosvamos a encontrar casas con ventanas enteras,chimeneas que funcionan y ropa limpia.

—No pensamos quedarnos allí —le recordósu hija.

—Solo digo que tendríamos la opción. Unosdías para recuperarnos y recobrar fuerzas, ounas semanas hasta que pase la tormenta.

—No tenemos unas semanas —replicó

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Hobb—. Hay una bomba atómica…—La tormenta va a demorar a Delarosa

tanto como a nosotros —dijo Ariel—. No haymanera de que llegue a White Plains y detoneesa cosa.

—Lo cual solo hace más probable que ladetone antes, más cerca —repuso Hobb.

—Pero si la tormenta pasa… —empezóKessler, cuando Nandita la interrumpió y hablópor primera vez en aquella noche.

—No va a pasar. Ustedes oyeron al gigantetan claramente como yo. No es una tormentaaislada; es el regreso del invierno, el primer granbalanceo del péndulo de la Tierra, que lucha porrecuperar el equilibrio. Y hasta donde esepéndulo haya llegado en una dirección, va atener que llegar igualmente lejos en la otra. Esteinvierno podría durar un año o más, ¿y estatormenta? Me da escalofríos pensarlo.

—Con más razón deberíamos seguir hastaRiverhead —dijo Xochi—. Kessler tiene razóncon respecto a las provisiones, y vamos anecesitar toda la ayuda que podamos conseguir

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si queremos llegar a Plum Island.—Al menos podrías llamarme Erin —

rezongó la mujer—, ya que aparentemente«mamá» es demasiado pedir.

—Pero si es una comunidad tan fuerte,estará bajo control Parcial —dijo Ariel—. Es elmejor lugar para establecer un puesto deavanzada en la mitad oriental de la isla,especialmente porque les hicimos todo eltrabajo. Debemos evitarla.

—Vamos a morir de hambre —replicóKessler—. Apenas podemos alimentarnos. Enesta casa no había ni un solo alimento, y amenos que te estés ofreciendo a ir de pesca…

—Podemos buscar en los comercios queveamos por el camino —propuso Ariel—. Saliren parejas a buscar comida, mientras los demásencienden el fuego. Cualquier cosa con tal de noentrar en una base llena de soldados Parciales.

—Sería muy fácil encargarnos de ellos —dijo Kessler. Su voz sonó diferente, y echó unvistazo a Khan.

—No —respondió Isolde—. No quiero

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volver a tener esta conversación.—No correría más riesgo que el que ya

enfrenta —insistió la mujer—. ¿O crees que vana llevarlo a alguna parte con este tiempo?Llegaremos, nos «harán prisioneros», lo cualsignifica que nos darán de comer y nosencerrarán en algún lugar calentito, y unos díasdespués estarán todos muertos por esaenfermedad que se contagian de él, y tendremosel lugar para nosotros.

—¿Y no le molesta matar a todo un grupode gente, así como así? —le preguntó Ariel.

—Son Parciales —respondió—, y no, tú noeres lo mismo, así que no me mires con cara deofendida. No importa de dónde hayas venido, tecriaste como humana, con principios moraleshumanos, y no sitiaste a toda una especie. Ellosnos atacaron en el viejo mundo y volvieron aatacarnos en este, y ahora están sentados en lascasas que nosotros recuperamos, comiendo losalimentos que cultivamos, pescamos yalmacenamos, ¿y quieres que sienta lástima porellos? Ni lo sueñes.

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—No me importa si tiene buenas razones —dijo Isolde—; mi bebé no es una bomba.

—Pues entonces te usaremos a ti, o a Ariel,que está tan ansiosa de acercarse y tratar conellos —insistió Kessler.

Ariel extendió los brazos y movió las puntasde los dedos, haciéndole señas a la mujer de quese acercara:

—¿Quieres pelear? Adelante.—Ey, un momento, un momento —intervino

Hobb, ubicándose entre ellas—. ¿Cómo quieresque usemos a Ariel o Isolde de la mismamanera? Son Parciales, siempre dices eso, perono están enfermas. ¿Son portadoras? —Seapartó de Ariel casi imperceptiblemente.

—Son la fuente de la enfermedad —respondió la mujer—; así se contagió el bebé deIsolde. Está latente en sus cuerpos, peroNandita tiene una sustancia química que puedeactivarla.

Nandita se llevó la mano al pecho y tomó labolsita que llevaba colgada de una cadena alcuello.

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Cuando vio que todos la observaban, mirócon calma al senador Hobb.

—La razón por la que reuní a las tres chicasParciales fue porque sabía que quizá tenían algoen su interior que aguardaba a ser activado.Creía que era la cura del RM, y pasé toda suniñez buscando la manera de dispararla. El añopasado encontré el establecimiento de PlumIsland y usé los equipos que había allí paraterminar mis investigaciones —levantó la bolsita,con la mirada fija en el contorno de un frasquitoapenas visible entre los pliegues de la tela—.Pero la cura nunca fue parte del código genéticode los nuevos modelos, tal como lo demostróKira, y el disparador que encontré era el de laenfermedad —levantó la vista—. Si le damosesto a Isolde, empezará a producir el patógenoen sus pulmones, y al dispersarlo matará a todoslos Parciales con los que entre en contacto.

—¿Basta con que lo beba? —preguntóKessler.

—Es solo por inyección —respondióNandita—. La fórmula es demasiado frágil

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como para sobrevivir en el sistema digestivo.—¿Por qué a Isolde? —preguntó Ariel.

Recordó todas las mentiras, los engaños yexperimentos; toda su niñez como rata delaboratorio secreta en manos de aquella mujer—. ¿Por qué no a mí?

—Pensé que no querías hacerlo —acotóXochi.

—¡Por supuesto que no quiero! —le gritóAriel, sin apartar la vista del rostro de Nandita—. Pero quiero saber por qué ella piensa que nopuedo. No fue una omisión accidental… —señaló a la anciana—. ¡Tú sabes algo de mí!

—Tu hija murió —respondió Nandita—.Khan no es el primer híbrido de humano yParcial; es el primero que sobrevivió. Losprocesadores de la peste en el ADN de Isolde lohicieron inmune a una enfermedad, pero lomaldijeron con otra. Tu bebé… simplementemurió.

—O sea que no crees que yo tenga laenfermedad Parcial en mis genes.

—No lo creo, no. No sé si Kira. Que yo

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sepa, hasta ahora Isolde podría ser la única.—Entonces todos los experimentos, todas

las cosas horribles que nos hiciste de pequeñas,las hierbas medicinales, las pruebas físicas y los«medicamentos alternativos» que me diste paratratar de dilucidar esto, ¿fueron en vano?Cuando vivía contigo, me trataste como a unsujeto de pruebas, y cuando quise fugarme,como una mentirosa y una paria; ¿y todo paraesto? ¿Para que resultara que yo eracompletamente normal, y todo eso que buscabasni siquiera estaba en mí?

—Los resultados, aunque sean negativos,son resultados al fin —dijo Nandita—. Tienesmás conocimiento que antes. Más verdad.

—Sí —repuso Ariel—. Es lo único ciertoque me has dicho en mi vida.

Después de eso, el grupo permanecióbásicamente en silencio; hablaron un poco sobreRiverhead y decidieron seguir el plan de Ariel derodearla por el norte. No se volvió a hablar deenfermedades ni de usar a Khan como armaviviente, y hubo muchos murmullos de

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preocupación por la tormenta que empeoraba.Era cada vez más probable que nunca llegaran aPlum Island, aunque nadie se atrevía a decirloen voz alta, y Ariel se preguntó qué pasaríaentonces. Khan moriría, casi seguro. Isoldequedaría destrozada. Y era muy probable queHobb las abandonara.

Y entonces podré matar a Nandita, pensóAriel. Ayudar a Khan es lo único decente quetrató de hacer en su vida, ¿y si no puedehacer eso? El mundo estará mejor sin ella.

Xochi tomó el primer turno de guardia yAriel durmió a ratos junto al fuego; teníademasiado calor de un lado, y del otro, secongelaba. Soñó con flores y con el jardín quetenía cuando era niña en la casa de Nandita. Enaquel entonces estaba orgullosa de sus flores, yal mudarse sola había hecho un nuevo jardín,con lirios de día, salvia y geranios, eupatorias yrubequias. Todas muertas ahora bajo un metrode nieve.

Despertó en mitad de la noche y vio que elfuego había menguado; Nandita estaba

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despierta, en su turno de montar guardia.Mantuvo los ojos entornados, simulando dormir,mientras la mujer agregaba al fuego más trozosde la mesa de la cocina. La observó mientras secalentaba las manos, y sintió una compulsiónloca, casi abrumadora, de matarla allí mismo, delibrar al mundo de sus manipulaciones y salvar algrupo de aquel viaje inútil a Plum Island. Nuncallegarían. Matar a Nandita solo aceleraría loinevitable y les daría tiempo para escapar de laisla antes de morir de frío o de que estallara labomba.

Estaba clarísimo. Llevó la mano a su pistola,que estaba a pocos centímetros de su cabeza,tan lenta y silenciosamente que la anciana nisiquiera se dio cuenta.

Nandita se quitó la bolsita del cuello y sequedó mirándola a la luz del fuego. Ariel separalizó. La mujer no se movió; simplementemiraba la bolsita, hasta que por fin levantó laotra mano y la abrió: tiró de los cordones que lamantenían cerrada y sacó el frasquito de vidrio.Adentro estaba el disparador de la peste, color

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café oscuro y brillante a la luz del fuego. Retiróel tapón de goma, volcó el líquido en el fuego ylo vio desaparecer con un siseo de burbujas yvapor. Ariel lo observó junto con ella. Nanditavolvió a tapar el frasco y lo guardó en la bolsita.Ariel cerró los ojos, y la mujer regresó a laventana a montar guardia.

Ariel pasó el resto de la noche observandoel fuego.

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CAPÍTULO TREINTA Y DOS

Green lo oyó primero, se detuvo a la mitad de unpaso y levantó la cabeza para escuchar. Losdemás Parciales se detuvieron un instante mástarde, prevenidos por el enlace de que algoestaba ocurriendo.

Kira también trató de escuchar, pero cuandotodos se echaron al suelo al unísono paraponerse a cubierto y tomaron sus armas, se diocuenta de que sus oídos no eran tan sensiblescomo los de ellos. Levantó su fusil y se arrastrópor la nieve hacia Green.

—¿Qué sucede?—Un disparo —señaló camino abajo, hacia

un estacionamiento amplio—. Dos, hasta ahora.Arma larga, calibre mediano, a juzgar por el

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sonido. Un francotirador, pero no le acertó a loque le estaba apuntando.

—¿Cómo sabes todo eso?—Si hubiera sido una balacera, no habrían

sido disparos aislados, y habríamos oído más deun arma —la miró—. Y si el francotirador lehubiera acertado a lo que apuntaba, no habríatenido que disparar por segunda vez.

Avanzaron con sigilo hacia el sonido, hastaque la calle residencial desembocó en una decuatro carriles con un enorme centro comercialdel otro lado. El edificio más cercano era unrestaurante que tenía la figura de una langostaen el cartel; el estacionamiento estaba casivacío. Parece que en Hicksville todosdecidieron morir en su casa, pensó Kira. Másallá del restaurante había un centro comercial enhilera, y algunos locales tenían la fachadaennegrecida por un incendio ocurrido décadasatrás. Bueno, todos menos los saqueadores.

—Vino de allá —dijo Falin, señalando detrásde esos locales, hacia un edificio de varios pisosque estaba dos estacionamientos más lejos.

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—Es terreno abierto —observó Kira—, fácilde defender. Desde una ventana de arriba se lepodría disparar a cualquiera que se acercarademasiado.

—El disparo vino de adentro —dijo Green—. No sé qué significa eso.

—Que es más fácil de evitar —le respondióFalin—. Retrocedemos una cuadra, vamos alsur sin exponernos y nos olvidamos de esto.

—Me gustaría saber qué fue, pero nonecesito saberlo —dijo Green, observando elcentro comercial con ojos agudos—. En lalejana probabilidad de que lo que haya sidovenga por nosotros, estaremos mejor allá afueraque acercándonos a un francotirador.

—¿Y si es alguien que necesita ayuda? —preguntó Kira.

—Si muero antes de mi fecha devencimiento —respondió Green—, será porquetú sugeriste ayudar a alguien.

—Lo sé —dijo ella. Escudriñó elestacionamiento en busca de algo fuera de locomún—. Si los dos dicen que es más seguro

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retroceder, entonces lo harem… —seinterrumpió bruscamente—. Un momento.

—Yo también lo veo —dijo Green—. Uncuerpo, en la nieve, junto a aquellos árboles.

—Tenemos que ir a ver —exclamó Kira.—No debería ocurrirnos nada —observó

Green, tras pensarlo por unos segundos—.Podemos avanzar al abrigo de aquel restaurantesin que nadie en el centro comercial vea nada.Jansson puede cubrirnos desde aquí en caso deque sea una emboscada.

Se transmitieron el plan entre ellos conrapidez y eficiencia, casi todo por medio delenlace, y luego Green y Kira echaron a correr,levantando con los pies grandes polvaredas denieve. Los árboles y el cuerpo que estaba juntoa ellos se encontraban poco más allá delrestaurante; una pequeña franja de tierra y pastoque antiguamente había dividido elestacionamiento en carriles de tránsito ahora erael hogar de toda una hilera de árboles jóvenes.Echaron un vistazo atrás y, cuando Falin les diovía libre, volvieron a correr y se agacharon, al

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resguardo del bosquecillo.El cuerpo estaba boca abajo, apenas

cubierto de nieve; había caído poco antes. Kirale palpó el cuello para buscarle el pulso, y seapartó con asco cuando su mano tocó unahendidura fría y mojada.

—¿Qué pasa? —preguntó Green.—Branquias —respondió, recuperándose de

la sorpresa. Se frotó los dedos compulsivamente,queriendo borrar físicamente el recuerdo dehaber introducido los dedos en ellas sin querer.

—Interesante. Parece que el Hombre de laSangre trajo consigo algunos de sus sapitos yuno se topó con ese francotirador.

—O sea que el francotirador podría estardentro del centro comercial. Ahora tenemos queentrar.

—Lo sé —respondió él, aunque la brevepausa que hizo reveló su reticencia—. Te dijeque ibas a hacer que me maten.

—Tengo tres semanas más. Dame unaoportunidad.

Green hizo una seña a los otros y se

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reagruparon junto a la pared trasera delrestaurante, fuera de la vista del centrocomercial; allí les explicó la situación y trazó unplan para poder acercarse al edificio sin peligro.Corrieron un poco hacia la derecha, rodeando unbanco, y llegaron a otra calle residencial conautos, cercas y casas donde ocultarse. Prontoabordaron el centro comercial por detrás,avanzaron por una angosta zona de carga haciauna pared azul sin ventanas. Una de lasplataformas de carga estaba abierta, y por allíingresaron al depósito oscuro.

En ese momento la comunicación entre ellosse volvió no verbal, y aun con toda la adrenalina,Kira tenía que concentrarse al máximo no solopara detectar todos los datos en el enlace, sinoademás para interpretarlos. Indicios emocionalestan simples como VER y APOYO parecíantener significados mucho más profundos, pueshacían que un Parcial se adelantara y otro seubicara en un flanco. El equipo avanzóimpecablemente por los pasillos y entreestanterías, y a la larga llegó al centro comercial

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en sí y los locales que estaban en el frente. Kirase limitó a seguir a Green: paraba cuando élparaba y se escondía cuando él lo hacía.

De pronto, el enlace envió una alarma a susistema nervioso; ella levantó el fusil inclusoantes de entender por qué, y disparó hacia unpasillo justo cuando una figura que ni siquierahabía visto se escondía. Falin asumió posición dedisparo junto a la base de una escaleramecánica, y Jansson hizo lo propio en unaespecie de café que había del otro lado. Green,Kira y otro soldado, llamado Colin, corrieron porel pasillo hacia la figura que escapaba, pero searrojaron al suelo y buscaron ponerse a cubiertocuando todo el centro comercial pareció estallaren una balacera; volaban balas en todas lasdirecciones a la vez. Kira entró en un local deropa, pasó junto a las estanterías llenas decamisetas hasta el robusto mostrador de maderay se cubrió la cabeza con las manos.

Los soldados empezaron a responder elfuego, y el estrépito la ensordeció, hasta que depronto los disparos cesaron y una voz resonó en

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los pasillos.—¡Ey! ¡Ey! Alto el fuego, todos… todos los

demás. Esto era una emboscadameticulosamente calibrada que no tenía laintención de capturar a lo que parece ser… ¿unescuadrón de soldados Parciales? ¿Qué hacenaquí? —Kira levantó la cabeza, conocía esa voz—. Miren, muchachos, estamos tratando departicipar en un juego mortal de gato y ratón conuna asesina psicótica, así que si no se meten enlos asuntos ajenos, podremos volver al infiernoen que se convirtieron nuestras vidas. O bienpodrían ayudarnos a encontrarla. A menos quetrabajen para ella; en ese caso, mejor me callo ynos seguimos disparando…

—¿Marcus? —gritó ella, al tiempo que seponía de pie y avanzaba con cuidado hacia elpasillo. Allí estaban Green y Colin, cubriéndosea su vez, y el enlace los mostraba confundidos—. ¡Marcus Valencio!

¿Eres tú?Hubo un largo silencio, y luego volvió a oírlo

decir, con voz conmocionada e insegura:

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—¿Kira?

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CAPÍTULO TREINTA Y TRES

Kira levantó la vista y vio a Marcus asomado enun balcón superior, con los ojos y la boca muyabiertos, con expresión de absoluta sorpresa.Parecía que llevaba semanas viviendo fuera dela ciudad, y tenía la piel bronceada, encendida desudor y adrenalina.

—¡Kira!—¡Marcus!Ambos corrieron hacia las escaleras

mecánicas para encontrarse. Él bajó losescalones con gran estrépito, dejó caer su fusil yla abrazó, la besó lleno de alegría y la levantó enel aire. Ella se aferró a él, riendo, llorando ybesándolo también.

—Creí que habías muerto, Kira —le dijo al

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oído, una y otra vez—. Cuando los mensajescesaron y los Parciales dejaron de buscarte, creíque te habían capturado —ella sintió laslágrimas de él en su mejilla—. ¿Cuánto pasó, unaño? ¿Un año y medio? ¿Cómo es que siguesviva?

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntóella, demasiado feliz para soltarlo. Marcus, sumejor amigo de tantos años, su novio de algunos.La última vez que lo había visto estaba flacuchoy pálido, un residente de medicina tanconcentrado en sus estudios que apenas salía delhospital, y ahora estaba tonificado y delgado,rápido y atento, tan cómodo con su ropa defajina gastada como lo había estado con su batadel hospital. Volvió a besarlo—. ¿Qué estáshaciendo aquí?

—Bajen la voz —dijo Falin—. ¿No dijeronalgo de una emboscada y un asesino?

—Caray, sí —respondió Marcus, y llevó aKira detrás de la escalera mecánica—. Y esuna asesina. No seas machista: las mujerestambién pueden matar gente.

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—¿Kira, quieres explicarnos qué estápasando aquí? —preguntó Falin.

—Marcus es uno de mis mejores amigos entodo el mundo. Y aparentemente está aquí… —dejó la frase inconclusa y miró a Marcus,esperando que completara el resto.

—Estábamos buscando a la senadoraDelarosa —respondió él—. Más tarde lescuento eso. Y cuando pasábamos por aquí nosatacaron dos Parciales; mataron a tres de losnuestros, y nosotros, a uno de ellos, y despuéspudimos armar lo que nos pareció una trampamuy sólida. Resultó mejor de lo que habíamosplaneado, porque esperábamos atrapar a un soloParcial, no a… —Miró a Kira—. Seis.

A ella se le encogió el corazón por losnervios. La cuenta de seis solo era correcta siMarcus sabía su secreto: la asesina a la queperseguían, los cuatro Parciales queacompañaban a Kira, y ella misma. Tragó enseco.

—Así que lo sabes.—Sí —miró al suelo—. No estaba seguro

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hasta ahora, pero empezamos a atar cabos elaño pasado.

Kira lanzó un largo suspiro y una risita seca,sin nada de humor.

—Supongo que eso me ahorra el trabajo debuscar una buena manera de decírtelo.

—En realidad, me encantaría que labuscaras —repuso Marcus—. Saber que algoes cierto y entenderlo son dos cosascompletamente distintas, y esto…

—Ojalá supiera qué decirte —respondióella.

—¿Cuánto hace que lo sabes?—Desde que Morgan me capturó. La

primera vez, cuando liberamos a Samm ycruzamos al continente.

Cuando me rescataste de ella, yo… no supecómo decírtelo. Odiabas a los Parciales… comotodo el mundo.

—Pues ahora parece sentirse muy cómodotrabajando con nosotros —observó Falin.

—La diferencia está en encontrar uno conquien se pueda trabajar —dijo Marcus—. Vinci

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es amigo mío y está persiguiendo a Delarosa,que es otra cosa de la que tenemos quehablar…

—¡Movimiento! —gritó una voz áspera, dehombre mayor.

—¿Es el otro Parcial? —le preguntóMarcus, levantando la vista.

—No sé quién más podría ser —respondióla voz.

—Es el comandante Woolf —explicóMarcus. Levantó su fusil de donde lo habíadejado caer y gritó una pregunta a la paredvasta y vacía—. ¿Está claro quiénes son amigosy enemigos? No quiero que nadie se entusiasmey le dispare a la persona equivocada.

—Los amigos de Kira son mis amigos —respondió Green.

—Y los amigos de Marcus tienen miscondolencias —agregó Woolf—. Pero no, novoy a dispararles.

—Acaba de desaparecer del enlace —dijoGreen—. Probablemente se puso una máscaraantigás.

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—Maldición —exclamó Kira—. Ahora va aser mucho más difícil —levantó el fusil y revisóque estuviera cargado, listo y asegurado—.¿Dijiste que tenían planeada una emboscada?

—Tenemos francotiradores en el piso dearriba —respondió Marcus en voz baja—, ycebos allá abajo y allá —señaló primero hacia elpasillo principal, que terminaba en una tiendallena de ropa, y luego hacia un corredorperpendicular que conducía a la sección decomidas rápidas—. Se fue por el pasilloprincipal; probablemente buscaba a Woolf, puesél era el cebo allá, pero acaban de oírlo hablar, osea que está bien. Seguramente pasó de largocuando aparecieron ustedes y todos empezamosa dispararnos.

—Los ayudaremos a atraparla. Nosotrostambién tenemos preguntas —dijo Kira, se pusode pie y corrió por el pasillo hasta la tienda,siempre cerca de la pared y con el fusilapuntando hacia abajo. Falin la siguió de cerca,y ella sintió renacer la coordinación de combateen el enlace. Marcus los siguió—. ¿Hay otras

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salidas? —le preguntó.—Dos puertas en la planta baja, pero

tenemos gente en ambas.—Entonces no saldremos —dijo Kira—.

Quedémonos con los que ya saben que no debendispararnos.

Se oyó un disparo desde la tienda, y Falinmurmuró:

—Díselo a ella.—Woolf está en problemas —dijo Marcus, y

empezó a correr, pero Kira lo detuvo.—Esta es la tercera salida —dijo, señalando

la entrada de la tienda—. Si entramos ahí y ellanos rodea, vendrá directamente hacia aquí. Nola dejes pasar.

—Ok. Me alegro de que hayamos tenidonuestro reencuentro emotivo antes de que meensuciara los pantalones de miedo.

Kira sonrió y le dio una palmada en laespalda; Marcus corrió en busca de una buenaubicación para vigilar, mientras ella y lossoldados entraban juntos en la tienda.Caminaron con sigilo, cuidándose mutuamente

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las espaldas, revisando cada sección, cadaaparador y cada estantería antes de pasar a lasiguiente. La ropa era vieja, pero estabarelativamente bien conservada; habían entradoalgunos animales, y los estantes y rinconesestaban cubiertos de telarañas blancastransparentes, pero los maniquíes seguían en pie,en pose orgullosa, con sus anteojos de solantiguos apoyados con elegancia en sus cabezasamarillentas y sin rasgos.

—¿Comandante Woolf? —gritó Kira—.¿Todavía está aquí?

No hubo respuesta y ella siguió avanzandocon ánimo sombrío; el hombre estaría muerto oprisionero.

El centro de la tienda departamental era unárea alta y abierta, tres pisos de balconesconectados por varias escaleras mecánicas quese entrecruzaban. Divisó un movimiento fugazen el segundo piso, alguien que rozaba una seriede trajes colgados, y se lo señaló a Green. Estelo transmitió en silencio por el enlace, y prontotodo el grupo estaba avanzando, no hacia las

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escaleras mecánicas, sino hacia la escaleracomún que estaba en la pared del fondo.

—Las escaleras mecánicas son una trampamortal —susurró Green—. Son largas, rectas yno hay dónde cubrirse; podría matarnos a todosen la primera —se volvió hacia Jansson—.Quédate aquí y señala en el enlace cadamovimiento que veas; nuestro objetivo tiene unamáscara antigás, de modo que no puedecaptarlos.

Él, Falin y Colin abrieron la puerta ysubieron la escalera a toda velocidad, revisandocada rincón con cuidado, y Kira los siguió,siempre tratando de captar las órdenes rápidasen el enlace. Supuso que no se detendrían en elprimer piso, dado que el movimiento había sidoen el segundo, pero pararon e hicieron unabarrida también allí, tras dejar a Colin vigilandola escalera para asegurarse de que la tiradora nose les escapara al bajar. Estaban cercándola,lentamente pero con seguridad, despejandocualquier posible escondite y obligándola aretroceder a un último rincón del que no podría

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escapar. No se acercaban a los bordes de losbalcones, pero sentían en el enlace a Jansson,que los cuidaba desde abajo.

MOVIMIENTO EN EL SEGUNDO PISO,llegó el mensaje. Seguía arriba.

Retrocedieron a toda prisa hasta la escaleray subieron. Kira sintió crecer su inquietud y sealegró de no estar transmitiendo su temor por elenlace. Tenía que ser fuerte. Al llegar alsegundo piso siguió a Green, con el fusillevantado y agachándose para reducir su perfil,observando cada rincón y cada sombra con elcorazón en la boca. La asesina Parcial conbranquias podía estar en cualquier parte, alacecho, acorralada, desesperada y letal.

Kira echó un vistazo hacia el balcón y elamplio hueco central que estaba más allá, enbusca de los trajes colgados que había vistoantes. Allá, se dijo, ubicándose mentalmente. Osea que estoy mirando hacia la izquierda dedonde estaba antes, y Jansson está porallá…

Los trajes volvieron a moverse. Kira se

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paralizó por la sorpresa, tan solo una fracción desegundo, y luego se arrojó al suelo. Queríaavisar a los demás que la había encontrado, perono se atrevió; si la asesina no sabía que la habíavisto, Kira podía tomarla por sorpresa. Unmomento antes se había alegrado de no estar enel enlace, y ahora maldecía el hecho de no podercomunicar lo que había visto.

Le hizo un gesto a Green para llamar suatención, y señaló los trajes. Él asintió alreconocer que eran los mismos trajes que habíanvisto desde abajo; Kira sacudió la cabeza yvolvió a señalarlos con más firmeza. Él se quedómirándola sin entender, y ella apretó los dientescon frustración. ¡Ahora!, dijo moviendo la bocapero sin voz. ¡Está ahí ahora mismo!

Green la miró un segundo más y de pronto elenlace se llenó de lucidez; el grupo de soldadosempezó a maniobrar hacia el exhibidor de trajes,convergiendo hacia ese punto con una eficienciabrutal. Kira los siguió, pero ahora tenía unaduda: ¿por qué la tiradora no se había movido?¿Por qué quedarse tanto tiempo en un mismo

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lugar? La respuesta más obvia era que habíaasumido una posición de francotirador, peroaparentemente no tenía buena vista desde allí; elbarandal era sólido, más bien un muro bajo, demodo que no podía disparar ni ver a través de él.Eso llevó a Kira a la siguiente respuesta másobvia, y gritó una advertencia en cuanto se diocuenta de lo que estaba pasando.

—¡Es una trampa! Trata de llamarnos laatención; es una trampa.

Los Parciales respondieron de inmediato: seabrieron en abanico y revisaron el segundo pisocon más cautela que antes, sin avanzar un solopaso hasta no haber revisado, asegurado ydespejado cada paso anterior. Cuando por findoblaron la esquina hacia el otro lado delbarandal, Kira revisó el exhibidor de trajes y vioa un anciano, con los brazos y las piernas sujetosfirmemente con precintos de plástico,amordazado y amarrado al exhibidor. Cada vezque se movía, los trajes se sacudían.

—No es una trampa —rezongó—, es uncebo —corrió y le quitó la mordaza al hombre

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—. ¿Dónde está?—Escalera mecánica —balbuceó—. Bajó

por la escalera mecánica.Ella lanzó una palabrota, esta vez en voz

alta, y se puso de pie para espiar por encima delborde. Las escaleras mecánicas eran unatrampa mortal tan obvia que ni siquiera lashabían tomado en cuenta, y el único par de ojosque vigilaba el centro del pasillo era Jansson,que estaba más abajo, desde donde no se veríaun cuerpo que se arrastrara por esas escaleras.Un francotirador que estuviera allí arriba, en supuesto junto al exhibidor de trajes, mataría atodos los que intentaran subir, pero su propiofrancotirador, que estaba abajo, no había vistonada.

Y entonces llegaron los datos en el enlace:MUERTE.

—Perdimos a Jansson —dijo Green—.Ahora la tenemos atrás.

Kira corrió, gritando al mismo tiempo:—¡Marcus! ¡Marcus, cuidado!Se oyó un disparo, y luego otro; las balas

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rugían hacia uno y otro lados de la entrada delcentro comercial, y Kira bajó la escaleramecánica tan rápido como pudo, desesperadapor llegar a tiempo.

Acabo de encontrarlo. No puedo volver aperderlo, no ahora, no de esta manera, tengoque ayudarlo…

La balacera cesó y ella se dejó caer sobrelos escalones metálicos dentados, con el fusilpreparado, alerta. ¿Había llegado tarde? ¿Acasoél ya estaba muerto?

—Será mejor que alguien venga aquí —dijoMarcus, y Kira cerró los ojos con tanto alivioque apenas podía sostener la cabeza—. Creoque todavía vive.

Bajó corriendo los últimos escalones y pisócon cuidado entre los casquillos de balasesparcidos en la planta baja, hasta que vio a laasesina Parcial caída boca abajo en el suelo, consu fusil a más de un metro de su mano. Habíasangre por todas partes. Tenía la cabeza vueltahacia un lado y una máscara antigás le cubría lacara, pero sus branquias pálidas aleteaban

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débilmente en el cuello, abriéndose y cerrándoseen un intento lento y silencioso de respirar.

Kira se acercó con cautela al monstruocaído, aún aterrada de lo que podía hacer,pensando que en cualquier momento selevantaría de un salto y le clavaría un puñal o lamordería, consumiendo hasta su último alientode vida antes de que la muerte la arrastraragritando al infierno.

En cambio, la Parcial levantó una mano y sequitó la máscara antigás, jadeando. Era apenasuna chica, de la edad de Kira, pero másmenuda. Sus ojos, apagados por la pérdida desangre, se fijaron débilmente en ella, y movió laboca, tratando de hablar.

—¿Quién eres? —le preguntó Kira.Mantuvo el fusil apuntado hacia la chica, altiempo que se le acercaba lentamente—. ¿Paraquién trabajas?

—Me… —La voz de la chica era unsusurro irregular; cada palabra, un esfuerzo—.Me llamo Kerri.

—¿Para quién trabajas? —insistió. Poco a

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poco, su ira se iba convirtiendo en lástima, perose esforzó por no dejar que se apagara—. ¿Porqué están matándonos?

—Es necesario… preservarlos —movió undedo débilmente, tendida en el suelo, con lacabeza apoyada en el piso frío y ensangrentado—. No queremos… perderlos. Cuando se acabeel mundo.

—El mundo ya se acabó —replicó Kira.—Se va a acabar de nuevo —dijo Kerri, y

su dedo dejó de moverse. La vida desaparecióde sus ojos.

La sangre fue formando un charco más ymás grande, tibia, roja, y perdida para siempre.

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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

—Allá hay alguien —dijo Ariel, al tiempo quevolvía a dejarse caer detrás de un banco denieve bordeado de árboles. La tormenta estabapeor que nunca: una nevisca tan densa y contanto viento que apenas podían verse entre sí amás de quince metros. Estaban al norte deRiverhead y avanzaban con dificultad porcampos abiertos y llanos; no oyeron el ruidohasta que prácticamente estuvo encima de ellos—. No sé quién, ni si nos habrán oído también—sacudió la cabeza y revisó su fusil; estabacubierto de nieve, pero aparentemente todofuncionaba. No lo sabría con certeza hastadispararlo—. Tenemos que buscar un lugarmejor donde refugiarnos, por si esto se convierte

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en una pelea.Xochi escudriñó el área, aunque no se veía

mucho.—Hace poco pasamos por una granja, una

iglesia o algo así. Parecía pequeña, de madera.—No es la mejor defensa —opinó Isolde.

Llevaba a Khan sujeto contra su pecho, y locubrió con los brazos en ademán protector—.Estamos en la carretera principal; tal vez estánde paso. Si nos salimos del camino, quizá nisiquiera se den cuenta de que estamos.

—Y si nos siguen, ¿quién sabe a dóndeiremos a parar? —dijo Kessler—. Se huele elagua del mar; y estamos de espaldas al océano,demasiado al norte.

—Creo que vienen hacia nosotros —dijoHobb, que regresó corriendo de su posición alfrente de la fila—. Puedo hacer algunosdisparos, por si tengo suerte, peroprobablemente eso no haga más que enojarlos.

—No sabemos si nos vieron —dijo Nandita—. No siento nada en el enlace, pero ¿quiénsabe cómo afecta la tormenta? —Hizo una

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mueca—. Al norte, entonces, fuera del camino.Nos refugiaremos en la primera estructura aptaque encontremos.

Cruzaron pesadamente el campo nevado,Ariel se protegía la cara con la mano solo parapoder ver.

El viento le clavaba gránulos de hielo en lapiel. El mundo era un vacío blanco, sin forma nicreación.

Poco a poco, todo se puso más oscuro, unárea gris que fue fundiéndose a negro, y luegoapareció un edificio, en medio de la nieve, comoun espectro. Era de piedra, de por lo menos trespisos, con una puerta pesada de maderaflanqueada por gruesos pilares de piedra. A ellale pareció anormal, como un castillo hechorealidad en un reino de sueños, pero corrió hastala puerta y la empujó. No se abrió. Una placaque había en el frente identificaba el edificiocomo Club Campestre de Bluff Hollow.

—Por allá —dijo Xochi—, por la ventana.Corrieron hacia el costado, donde una hilera

de cortinas rojas hechas jirones se inflaban con

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las ráfagas de viento en la ventana sin vidrios, ylograron entrar a la opulencia desvaída del club.Las cortinas no habían ayudado a proteger lahabitación del viento y las inclemencias deltiempo; el piso estaba cubierto de hojas y tierra,y en el lado del frente había un montículo denieve. El piso de madera estaba combado ydescolorido por años de humedad, y lasalfombras, otrora elegantes, estaban cubiertasde moho y congeladas.

—Creo que los vi seguirnos —dijo Kessler,mientras ayudaba a Isolde a pasar por laventana antes de hacer lo propio—. No estoysegura.

Ariel examinó la habitación: sillones mullidos,sofás de tapizado con bordados, chimenea en elcentro, bar de piedra.

—Por esa puerta —indicó—. Habrá unbaño o algo que no tenga ventanas ni nieve, elmejor refugio a prueba de ruidos que podremosencontrar. No queremos que Khan nos delate.

—¿Cuál es nuestro plan? —preguntó Isolde.El bebé estaba inquieto, pero débil; demasiado

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enfermo incluso para llorar, pálido y esquelético.Los ojos de su madre estaban igualmenteagotados.

—Que no nos maten de un tiro —respondióXochi—. Que no nos capturen ni nos separen oalgo peor…

—¿Que nos sitien no es malo? —preguntóHobb—. Si saben que estamos aquí, el bañoserá el peor lugar donde escondernos…Necesitamos una vía de escape.

—En la cocina, entonces —dijo Ariel. Cruzóla habitación trotando y sintió que sus músculosprotestaban; luego miró por la puerta que estabadetrás del bar—. Es pequeña, pero hay unapuerta trasera y una gran barra en el centrodonde podemos parapetarnos si alguien empiezaa disparar.

—Si nos disparan, estamos muertos —replicó Kessler—. Una barra de cocina no va aprotegernos de un escuadrón Parcial.

Aun así, se dirigieron a toda prisa a la cocinay se amontonaron entre viejos tazones de aceroy cacerolas de cobre. Ariel cerró la puerta al

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entrar y revisó la puerta trasera; la vista era tanfantasmal como la que acababan de cruzar, y nopudo ver más allá de diez metros.

—Podemos hablar con ellos —sugirióNandita—. Tal vez ya no estén reuniendo a losrefugiados en East Meadow. No van a quererllevarnos allá ellos mismos, no con estatormenta. Seremos razonables y puede que nosdejen en paz.

—Tal vez —dijo Kessler—. No me gustaningún plan que dependa de la «misericordiaParcial».

—No son malos —replicó Xochi—, solo sonel enemigo.

—Esa distinción no tiene sentido —repuso lasenadora.

—Silencio —dijo Ariel—. Creo que ya estánaquí.

Oyó voces, apagadas y lejanas en el vientoululante, y aguzó el oído. Pensó que quizá podríadetectar algo en el enlace, pero era demasiadodébil como para estar segura… o simplementele faltaba práctica.

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Cerró los ojos y optó por basarse en susoídos.

Están entrando por la ventana, pensó, aloír el sonido de pasos arrastrados, botas pesadasy voces graves que murmuraban. Podría abriresta puerta ahora mismo y tomarlos porsorpresa, matar a dos o quizá tres antes deque sepan que estoy aquí. Solo que… Soloque no quería. Todos los Parciales a los quehabía conocido habían sido enemigos, comohabía dicho Xochi, pero que ella supiera, sí eranmalos.

Nunca habían hecho nada que le demostraralo contrario. Invadieron su hogar, mataron a susamigos y las habían cazado como a animales; lashabían hostigado en cada esquina, y sin ningúnmotivo que ella pudiera adivinar. ¿Qué ganancon atacarnos? ¿Qué quieren, y de quémanera les ayuda acorralarnos comoprisioneros? Antes buscaban a Kira, pero laencontraron y no se fueron, solo… sequedaron.

Como robots o perros amaestrados,

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siguiendo sin pensar sus últimas órdenesconocidas.

Soy una de ustedes, pensó. Soy Parcial,pero no quiero ser un robot. No quiero sermala.

Demuéstrenme que pueden ser buenos.No quiero estar sola.—Esta es la peor tormenta que haya visto

—dijo uno de los soldados. Su voz llegabaapagada por la puerta y tenía la misma extrañapasividad distintiva de todos los Parciales quehabía oído. Sin el enlace para transmitir susemociones, realmente sonaban como robots.

—Tenemos que reportarnos en una hora —dijo otro—. Con la radio descompuesta, elsargento va a pensar que pasó algo.

—Y pasó algo —dijo una tercera voz—. Almenos podemos esperar con estilo. ¿Quiénhubiera dicho que este lugar estaba aquí?

No estaban buscándonos, pensó Ariel.Solo buscaban refugio de la tormenta. Esprobable que ni siquiera hayan vistonuestras huellas. Miró a los demás, y notó en

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sus expresiones que habían oído lo mismo yllegado a las mismas conclusiones. Lo únicoque tenemos que hacer es esperar, pensó. Ala larga se irán, y si no hacemos ruido, nisiquiera se van a enterar de que estamosaquí.

—¿Tienes algo para comer además de estabasura? —preguntó uno—. Ya comí tantopescado ahumado que me va a durar hasta mifecha de vencimiento. Parece que en ese pueblolos humanos no comían otra cosa.

Conque están apostados en Riverhead,pensó Ariel. Tal como pensábamos. Cuandolleguemos más al este, podríamos…

—Fíjate en la cocina —dijo otro. Ariel separalizó y sus dedos sujetaron el fusil con terror—. Puede que haya algo enlatado… No sé,¿qué comían enlatado los ricos? ¿Caviar?

Oyó pasos y retrocedió en silencio,apuntando el rifle hacia la puerta. Xochi y Hobbse le acercaron.

¿Cuántos son?, pensó frenéticamente,tratando de discernir cuántas voces había oído.

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¿Tres? ¿Cuatro?¿Acaso hay otros que no hablaron?—El caviar suena peor que el pescado —

dijo otro—. Alcachofas, podría ser. Creo queesas vienen en lata.

La puerta se abrió un centímetro. Arielapoyó el dedo en el gatillo, lista para disparar,pero la puerta dejó de moverse.

—Un minuto —dijo una voz—. Esto les va aencantar.

—En el bar no puede haber nada que aúnesté bueno —dijo otra voz—. Ya estará todoseparado, como la gasolina.

—No todo —replicó la primera voz. Lapuerta volvió a cerrarse—. Guardadas detrás dela barra hay dos botellas de vino sin abrir,completamente selladas.

—No nos tomes el pelo.—No es broma.Ariel oyó un tintineo de copas, seguido de

exclamaciones alegres. Son más de tres voces,se dijo, pero no pudo identificar cuántas.

Xochi bajó el fusil. Tras una larga pausa,

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Hobb hizo lo mismo. Ariel retrocedió en silenciohasta donde estaba Isolde, acercó la mejilla a suoído y le susurró lo más bajo que pudo:

—¿Puedes seguir caminando?—Si es necesario.—No van a estar mucho tiempo ocupados

—dijo Ariel—. Tenemos que irnos antes de queentren a buscar comida.

Se volvió hacia los otros y señaló la puertatrasera. Se dirigieron hacia allá lentamente, unpaso a la vez, casi sin atreverse a respirar.

Todos menos Kessler.La mujer mayor se quedó clavada en su

lugar, con la mirada fija en la puerta de lacocina. ¡Vamos!, pensó Ariel. Le hizo señaspara llamar su atención. Nandita ya estaba juntoa la puerta trasera, con la mano preparada paraabrirla. Kessler se volvió hacia ellos y miró aIsolde. Sus ojos estaban tristes, pero tenía lamandíbula firme y decidida.

Lo siento, articuló con la boca.Ariel gritó en su mente: ¡No lo haga!—Ayúdennos —dijo Kessler en voz alta—.

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Tenemos a un niño enfermo y necesitamosmedicamentos.

¿Pueden ayudarnos?—¡No! —gritó Isolde.La otra habitación se llenó de sonidos;

cuatro o cinco o diez Parciales se pusieron depie a la vez y sus copas cayeron con estrépito.

—¿Quién está ahí? ¡Identifíquense!—Necesitamos su ayuda —repitió—. El

niño se está muriendo.—¡No dejaré que le hagas daño! —aulló

Isolde, sujetando a Khan contra su pecho.Kessler se acercó a ella, susurrando, mientrasHobb la retenía.

—Nadie le va a hacer daño. Simplemente loverán, se enfermarán, y cuando vuelvan a subase van a contagiar a todos los demás. Puedeque perdamos unos días, pero estaremos asalvo; ya no tendremos que preocuparnos pormás patrullas, estaremos libres…

—Vamos a entrar —gritó un Parcial, justodel otro lado de la puerta—. Queremos ver lasmanos arriba y las armas en el suelo.

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—¡Déjennos en paz! —gritó Hobb.La puerta se abrió unos centímetros, aunque

no se podía ver a ningún soldado.—Las armas en el suelo o entramos

disparando —Isolde arrojó su fusil, y miró aKessler como si quisiera hacerla pedazos conlos dientes—. Eso es —dijo la voz—, sigan así.Dejen todas las armas que tengan —Kesslerdejó la suya, y luego lo hicieron Hobb y Xochi—. Sigan así, vamos —Ariel fue la última endejar su fusil, y apenas levantó las manos, lacocina se llenó de Parciales: cuatro que ella vio,y había por lo menos uno más esperando en laotra habitación—. Manos arriba —repitió el líder—. ¿De dónde vienen? Hace semanas quedespejamos esta zona.

—Necesitamos ayuda —respondió Kessler—. Estamos tratando de regresar a EastMeadow para salvar al niño —señaló a Isolde,pero el Parcial más próximo le acercó el arma ala cara y la mujer volvió a levantar el brazorápidamente—. Es por la tormenta. Noestábamos preparados, y se enfermó. ¿Pueden

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ayudarlo?Ellos no dijeron nada, pero Ariel sintió un

leve zumbido en el límite de su percepción. ¿Elenlace?, se preguntó. ¿Será eso lo que sesiente? Al cabo de un rato, el líder se adelantó,bajó el fusil y extendió el brazo hacia Isolde.

—Déjeme verlo.—No lo toque —siseó Isolde.—No queremos hacerles daño. No tenemos

personal médico con nosotros, pero sí traemosmedicamentos. Si hay algo que podamos hacerpor él, lo haremos.

—Solo déjalo ver al niño —dijo Hobb—. Noqueremos problemas.

No se acerquen, pensó Ariel, tal veztodavía no se han infectado. Huyan ahoray…

El soldado volvió a adelantarse, con lamirada fija en los ojos de Isolde.

—Solo voy a mirarlo. Ponga las manos a loscostados, por favor… aparte las manos del niño,por favor.

Ariel se dio cuenta de que quizá

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sospechaban que se trataba de una bomba, dadoque en realidad no había manera de saber que elbultito sujeto al pecho de una joven era un niño.Isolde apartó las manos, con el rostro bañado enlágrimas de desolación. El Parcial extendió lamano, tocó el borde de la manta que cubría lacabeza de Khan, y la levantó.

—¡Arma biológica! —gritó—. ¡Retrocedan!¡Retrocedan!

Prácticamente tropezó consigo mismotratando de apartarse del bebé. Isolde envolvióal niño con sus brazos y se apartó; los soldadoshuyeron por la puerta por la que habían entrado.Kessler se lanzó tras ellos, gritándoles que sequedaran, que no se asustaran, y un Parcialaterrado le disparó al pecho. El tiro fue comouna señal para que el mundo enloqueciera, y enun abrir y cerrar de ojos toda la cocina se llenóde disparos, Parciales que gritaban retirada, elgrupo de Ariel que buscaba dónde ponerse acubierto, mientras recuperaban sus armas. Balasy esquirlas volaban por el aire, rebotaban enollas y sartenes y bañaban la habitación con

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polvo y yeso. Ariel sacó la pistola y se ubicó trasla barra central, disparando a la pared de losParciales sin siquiera tomarse el tiempo deapuntar. Xochi cayó al suelo y Nandita a su lado,pero Ariel no vio si les habían dado o si soloestaban escondiéndose. Isolde corrió hacia lapuerta trasera; Hobb rugió una advertencia y lacubrió con su cuerpo. Dos penachos rojosbrotaron de su espalda, mientras empujaba a lamadre y al niño hacia la tormenta.

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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Green y los otros soldados querían moverse conrapidez, con la esperanza de recorrer otrokilómetro antes del anochecer, pero Kira insistióen que sepultaran a los dos Ivies. Ella ya habíamatado a varios, pero esta vez estabaconmovida. Llevaron los cadáveres a la calleresidencial más cercana, encontraron un par depalas en el cobertizo de una casa pequeña ypasaron una hora cavando un pozo: primero enla nieve, tan congelada que formaba un hielocompacto de casi un metro de alto, y luego en latierra dura y rígida que estaba debajo. Elcomandante Woolf dijo unas palabras, y luegoGreen y Falin realizaron un ritual Parcial que ellanunca había visto: abanicaron el cuerpo para

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esparcir en el aire el dato de MUERTE delenlace. Si había otros Parciales en la zona, esodelataría su posición, pero Kira no lo mencionó.Obviamente era algo importante para ellos.

Marcus y Woolf viajaban con un grupo decuarenta y siete refugiados, entre ellos unsoldado llamado Galen. Aquella nocheavanzaron lo más que pudieron, intercambiandohistorias por el camino: Marcus y Woolfnarraron su excursión hasta el bastión deTrimble; Kira les contó sobre su viaje al oeste, ysu probable descubrimiento de la doble cura delRM y la fecha de vencimiento. Esa nocheacamparon en el auditorio de una escuelasecundaria y arrancaron las cortinas largas yapolilladas para montar una serie de tiendas decampaña entre las antiguas hileras de sillas. Enel auditorio no había paredes ni ventanas quedieran al exterior, lo que ayudaba a protegerlosdel frío brutal, y las tiendas retenían el calorcorporal donde más hacía falta. Kira se metió enuna pequeña para debatir sus planes conMarcus y Woolf.

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—Estamos a poco más de un kilómetro deEast Meadow —dijo Marcus—. Sigamos poreste mismo camino, pero… no sé cuánto tiempotardaremos en llegar. La nieve nos ha demoradodemasiado.

—Recuerdo esta zona por algunas denuestras incursiones de salvamento —comentóKira—. Desde aquí estamos más cerca delhospital, que del hospital al coliseo. ¿Sabemosdónde está apostado el ejército Parcial?

—Por toda la isla. Eso es lo que trataba dedecirte antes: el ejército se desbandó buscando aTovar, a Mkele y a todos los demás. Estándistrayendo a los Parciales, alejándolos de EastMeadow para que los demás podamos escapar.

—¿Escapar a dónde? —preguntó Kira—.¿Al aeropuerto? ¿A Long Beach? No se puedeesconder a treinta y cinco mil personas así comoasí; nos encontrarán otra vez.

—Nos vamos de la isla —dijo Woolf—. Yse nos está acabando el tiempo para hacerlo.

—No podemos irnos —replicó ellaenseguida, sacudiendo la cabeza—. Tenemos

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que quedarnos; debemos trabajar juntos, comoles dije. Hay que olvidarse del odio, las guerras ytodo lo demás…

—Delarosa tiene una bomba atómica —dijoMarcus.

—¡¿Qué?! —Kira sintió como si le hubierandado una patada en el estómago.

—Piensa detonarla en White Plains —prosiguió—. La suerte está en su contra, y esprobable que no llegue tan lejos, pero tenemosque estar preparados para el peor de los casos.Venimos con rumbo a East Meadow desde queescapamos, recogiendo refugiados sobre lamarcha. Debemos prevenirlos y salir de la isla.

—Aunque la bomba no estalle —dijo Woolf—, aun así es mejor irnos. Parciales y humanosnunca van a llegar a una tregua… salvocontadas excepciones. No podemos seguirviviendo bajo su sombra.

—Tenemos que mantenernos juntos —insistió Kira; sentía que todo su mundo sederrumbaba—. Los necesitamos… nosnecesitan…

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—Pero ¿quién va a aceptarlo? —preguntóWoolf—. Alguno que otro, seguro, pero eso nobasta.

—No, no basta —dijo Kira, acaloradamente—. Hay que convencerlos, a los dos bandos, deque es la única manera de sobrevivir. Si huimos,solo estaremos regresando a la misma situaciónde antes: perder a todos los niños por el RM, sinfuturo y sin esperanza de nada.

—Kira… —intervino Marcus, pero ellasiguió hablando sin escucharlo.

—Tenemos que detener a Delarosa.Prevenir a la gente y evacuar East Meadow o loque haya que hacer, pero si lo que dicen de ellaes cierto, no tengo alternativa. Voy a dar lavuelta y a buscar esa bomba. No podemos dejarque muera nadie más —empezó a levantarse,pero Marcus la tomó del brazo.

—Alguien ya fue a buscarla —le dijo. Kirase detuvo a medio movimiento y escuchó conatención—. Un amigo nuestro, un soldadoParcial llamado Vinci. Delarosa te lleva dossemanas de ventaja, pero a él solo unos días.

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Que nosotros sepamos, es posible que ya lahaya detenido, pero no podemos correr el riesgode no prevenir a todos, por si acaso.

—Pero ¿y si él no llega? —Ella sacudió lacabeza, esforzándose por contener las lágrimas.

—Tú ni siquiera sabrías dónde empezar abuscarla. ¿Quieres trabajar junto a losParciales? Entonces confía en Vinci. Ayuda aprevenir a la gente de East Meadow, humanos yParciales.

—No podemos ayudar a los humanos aescapar de la ocupación, si a la vez lesinformamos a los ocupantes hacia dónde vamos—repuso Woolf.

—Es un momento terrible para mencionareso —dijo Marcus, al tiempo que le dirigía unamirada dura.

Volvió a mirar a Kira, que se esforzaba porno gritar.

Ella inhaló con cuidado, obligándose amantener la calma. Esto es solo un obstáculomás, se dijo. He superado otros, puedosuperar este también.

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—Esta siempre es la peor parte —dijo.—¿Evacuar a toda la población existente de

la zona de alcance de la radiactividad? —dijoMarcus, confundido.

—Aceptar que no puedo resolverlo todo —respondió Kira, sonriendo con tristeza.

Se acurrucó en su bolsa de dormir apartadade los demás y trató de conciliar el sueño.Tenían que levantarse temprano por la mañana ydarse prisa para llegar a East Meadow. Eranecesario que los Parciales atendieran razones.Había visto demasiados grupos como los deGreen y Falin, perdidos y sin propósito fijo, ahoraque Morgan se sumía más y más en suobsesión. Estaban ocupando la isla porque nosabían qué otra cosa hacer; seguramente podríaconvencerlos de su plan. ¿O no?

Necesito salvar a todos. No puedo vivircon menos que eso. No dejaré atrás a nadie.

A nadie más.Se durmió y soñó con Samm.Por la mañana, Kira se levantó temprano,

despertó a Green y a Marcus y se pusieron en

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marcha hacia East Meadow. La calleNewbridge era ancha y recta y estaba bordeadade árboles, comercios y casas derruidas. Lafranja del centro estaba llena de arbustos yretoños, bulbosos y cubiertos de nieve. Latormenta había terminado durante la noche, demodo que ahora podían ver más lejos que en losúltimos días, y el sol los cegaba al reflejarse enel manto de un blanco feroz. Una brisa levelevantaba remolinos de nieve floja sobre lasuperficie de los montículos, fantasmas en uncampo níveo. La superficie quebradiza hacíaque, con cada paso, se hundieran hasta losmuslos.

Tardaron casi una hora en recorrer unkilómetro y medio.

Cuanto más se acercaban a East Meadow,más nerviosa se sentía Kira y apretaba losdientes. La ciudad le resultaba familiar —era elúnico hogar que recordaba— pero a la vezdesconocida, extrañamente vacía y sepultadabajo una mortaja fría. Cuando llegaron a laautopista y doblaron al oeste, vieron el hospital,

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el edificio más alto en varios kilómetros; pero loque alguna vez había sido el núcleo de unacomunidad próspera, ahora se elevaba pálido, yla calle que conducía a él estaba silenciosa comouna tumba. Kira había pasado su vida entre losdesechos abandonados de una civilizaciónperdida: viviendas, edificios y autos llenos deesqueletos; poniéndose ropa de otras chicas yasin vida y habitando en casas de muertos; lahabían observado miles de ojos de los retratosfamiliares de quienes no habían sobrevivido. Esonunca le había molestado, porque era el únicomundo que había conocido. El anterior ya noexistía, y estaban construyendo uno nuevo sobresus cenizas. Pero ahora veía su mundo tal comoel de ellos, y su propia existencia se habíaconvertido en una ruina sin vida. Eso la hizosentir entumecida, aún más que el frío, la nieve ylos trocitos de hielo que se deslizaban por surostro endurecido por la escarcha.

Había una enfermera sentada en el vestíbulodel hospital, sola en el silencio cavernoso.Levantó la vista con expresión atónita, tan

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sorprendida de verlos como ellos de encontrarla,y al cabo de un momento Kira la reconoció desus épocas de residente.

—¿Sandy?La mujer sonrió, amable pero confundida.

Kira se quitó la larga tira de frazada que sehabía puesto a modo de bufanda, y los ojos deSandy se abrieron de sorpresa.

—¿Kira Walker?—Hola —le sonrió Kira, asintiendo con una

súbita timidez.Aquella ciudad había pasado por un infierno

por su causa, con ejecuciones diarias para quese entregara. Sandy bien podía haber perdido aun ser querido por su culpa. Kira la observóponerse de pie y acercarse, vacilante alprincipio, pero luego echó a correr y la envolvióen un abrazo emocionado, sin importarle quetuviera el pecho y los brazos mojados de nieve.

—¿Dónde están todos? —le preguntó,devolviéndole el abrazo.

—Huyendo, o preparándose para hacerlo.Haru mandó decir que los Parciales están

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planeando un ataque final para librarse denosotros de una vez por todas —tenía el rostropálido de miedo—. Van a borrarnos del mapa.

—No son los Parciales —replicó Green,sombrío.

—¿Dónde está Haru? —preguntó Kira,pensativa.

—No lo hemos visto —respondió la mujer—, pero sí vimos a algunos refugiados que lovieron. El mensaje nos llegó algunas semanasantes que la nieve, y estamos sacando gente aescondidas, cuando podemos. Ahora apenasquedan Parciales en East Meadow, paramantener la presencia más que nada, y tenemosmás libertad para irnos.

—¿Se fueron a pelear con los rebeldes?—No. Se están yendo para poder

bombardear toda la ciudad y aniquilarnos.—Ellos no harían eso —repuso Kira, y se

disponía a explicarle sobre Delarosa y la bomba,pero cambió de idea. Mientras todos tenganmiedo como para irse…—. Pero Haru tienerazón: todos estamos en peligro. ¿Y tú? ¿Por

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qué no te fuiste?—Todavía queda gente herida en la ciudad.

Alguien tiene que quedarse a cuidarla. Laenfermera Hardy también está aquí.

—¿Y Skousen? —preguntó Marcus.—Los Parciales se lo llevaron hace

semanas —Sandy negó con la cabeza—.Cuando empezó lo del arma biológica —vio laconfusión en los rostros de los demás y fruncióel ceño—. ¿No se enteraron? Hay una pesteque mata a los Parciales; su propia versión delRM. Supongo que por fin alguien les estádevolviendo su propia medicina. Esa es la otrarazón por la que el ejército abandonó la ciudad;nadie quería quedarse una vez que ellosempezaron a enfermar.

Kira se preguntó cómo Skousen o alguienmás había podido crear una peste Parcial tanrápidamente, pero esa era la menor de suspreocupaciones. Esa peste, no importaba dedónde proviniera, era un obstáculo más queconvencería a los Parciales y a los humanos deque nunca podían atreverse a confiar los unos

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en los otros. Apretó el puño, como si tratara deaferrarse a su esperanza como a un objetotangible.

—Ya tienes que irte —le dijo Kira—. Fuistemuy valiente al quedarte, pero es hora de salirde aquí: los Parciales también van a marcharse,de modo que no habrá pacientes nuevos. Quetodos se vistan, recoge toda la comida y losmedicamentos que puedas, y salgan de aquí.

—No puedo. Hay dos pacientes que nisiquiera pueden caminar —repuso Sandy.

—Pues entonces los llevaremos en carritos.Yo misma tiraré de uno. La amenaza es real, yno tenemos mucho tiempo… vámonos.

La mujer vaciló un momento; luego asintió yse alejó corriendo. Apenas había dado unoscuantos pasos cuando un rumor atronadorestremeció el aire. Kira lo sintió primero en elestómago, temblando en sus costillas, y luegolatiéndole en los oídos como un ritmo grave yconstante. Miró a Sandy, que a su vez la miró ysacudió la cabeza; ella tampoco sabía lo que era.

—Es un rotor —dijo Marcus—. Un vehículo

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volador, como un avión pero con despeguevertical. Los vimos en White Plains. Sandy, ¿noreconociste el ruido?

—Nunca vimos nada que volara —respondió—. Esto es nuevo.

De repente, se abrió la puerta de la escaleray entró la enfermera Hardy, frenética, agitada ysosteniéndose del marco de la puerta.

—Están en el techo —jadeó—. Vienen porlos pacientes. ¿Esa es… Kira Walker?

—¿Parciales? —preguntó Kira, dando unpaso hacia ella y preparando el fusil.

Hardy salió de su estupor y asintió, aún sinaliento.

—¿A dónde los llevan? —Kira avanzó unpoco más.

—A ninguna parte —respondió la mujer.Luego, salió al vestíbulo tambaleándose, lesangraba un brazo—. Van de habitación enhabitación, los están matando —se sujetó elbrazo y trató de respirar—. Les estánextrayendo la sangre.

—El Hombre de la Sangre —gruñó Kira,

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mirando a Green.—Ya era hora, maldición —exclamó este;

levantó su fusil y se dirigió hacia la escalera agrandes zancadas—. Estoy ansioso por charlarcon él.

Kira subió la escalera tras él, seguida decerca por Marcus, sin detenerse en cada pisocomo lo habían hecho en el centro comercial,sino subiendo sin parar. Oyeron un grito en loalto, silenciado casi al instante por un disparo yun portazo.

—Parece que fue en el octavo —dijo Kira.—El ejército de Morgan confiscó la mayoría

de los paneles solares cuando llegó —recordóMarcus—. Trajeron a los pacientes aquí arribapara aprovechar un poco mejor los pocospaneles que quedaban; en los pisos bajos laelectricidad está cortada.

—Green, ¿los sientes en el enlace? —preguntó Kira.

—No. Pero apenas lo haga, van a saber queestamos aquí.

—Pero no sabrán quiénes somos —repuso

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ella—. Podrías ser cualquier Parcial; no sabráque eres enemigo.

—Sabrán que no soy un Ivie, y esa pareceser la única distinción que les importa —apretólos dientes y gruñó; luego se detuvo en eldescanso entre los pisos quinto y sexto—. Ve túprimero.

—¡Epa! —exclamó Marcus—. ¿Quiénenvía primero a una dama al combate?

—Un combatiente inteligente —respondióella, sin aminorar el paso al pasar junto a Green—. Puedo percibir un poco a los Ivies en elenlace, pero ellos a mí, no. Eso nos dará unosdiez segundos de ventaja antes de que sepanque estamos aquí… pero es mejor que nada.

Al acercarse al séptimo piso, empezó apercibirlos: solo a unos pocos, quizá tres ocuatro, cuando mucho. Recordó a las víctimasque había encontrado hasta entonces, al Parcialen el muelle y a Tovar, congelado, y sintió que lehervía la sangre. Recordó a la moribunda Kerri,llorando mientras la vida se le escapaba.Estamos tratando de salvarlos, había dicho, y

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Kira no podía quitárselo de la mente.¿Salvarnos de qué? ¿De quién? Sacudió

la cabeza para despejar sus dudas como sifueran telarañas. Los Ivies y el Hombre de laSangre eran perversos. Los mataría.

Octavo piso.Podía percibirlos en el enlace con claridad;

estaba mejorando con la práctica, y entró enmodalidad de combate como quien se pone unguante viejo.

Green esperaba abajo, conteniendo elaliento, dándole tiempo para armar suemboscada. Marcus estaba agazapado junto aella al final de la escalera, con el fusil listo en lasmanos.

Kira cerró los ojos y se concentró, tratandode sentir su presencia, de detectar su ubicacióncon la mayor precisión que pudiera.

ESTE ESTÁ SALVADO SIGUEADELANTE

DATE PRISA NO HAY MUCHOTIEMPO

Detrás de sus datos había otra cosa, más

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grande y poderosa, como la vaga silueta de unaballena nadando justo más allá de su percepción,en lo profundo del mar. El Hombre de laSangre, pensó. Era el mismo tipo de datos quehabía percibido en los miembros del Consorcio,lo cual solo la confundió más.

¿Qué eres?, pensó.El corredor estaba despejado; los Ivies

estaban trabajando en diversas habitaciones, yKira abrió la puerta sin hacer ruido. Mantuvo elfusil preparado contra su mejilla y su hombro, lasmiras alineadas para matar a quien aparecieraprimero. Caminó de costado hasta una esquina,tratando de cubrirse como fuera, y cuando elprimer Ivie apareció en su zona de alcance, ledisparó una ráfaga directamente al pecho y loderribó en un abrir y cerrar de ojos. De su manoinerte cayó un frasco de sangre que se estrellóen el piso. En el enlace se disparó la alarma:ATAQUE MORTAL PREPARARSECAUTELA.

Apareció otra cabeza y Marcus le disparóantes de que Kira alcanzara a apuntarle con su

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fusil; la figura volvió a esconderse detrás de unapuerta.

Green subió la escalera a toda velocidadhasta ellos y Kira sintió una oleada dereconocimiento en el enlace en cuanto los Ivieslo percibieron, y luego confusión cuandodescubrieron que los atacantes eran humanos yParciales.

La presencia más profunda se movió, unaforma oscura en el fondo de la mente de Kira, ygiró con el fusil, buscándola. Aparece, pensó,desafiándolo a presentarse. Solo dame unaoportunidad y voy a acabar con este horrorde una vez por todas.

—Deben entender que esto no es un ataquepersonal —dijo una voz, y Kira sintió que se leiba el alma al suelo, que el suelo se abría debajoy que todo su mundo se convertía en un pozonegro sin fondo—. Estamos tratando de salvareste mundo para que pueda ser parte delpróximo. Considérenlo un honor, que su cuerpo ysu sangre aporten las semillas de un nuevoEdén.

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El hombre apareció al final del pasillo. Elfusil de Kira descendió de su mejilla, se le soltóde las manos y cayó al suelo con estrépito;parecía incapaz de apartar la vista del Hombrede la Sangre, que caminaba hacia ella entre lasluces fluorescentes.

—¿Kira? —dijo Marcus.Green levantó el fusil para disparar, pero lo

único que pudo hacer Kira fue levantar la manoy negar con la cabeza.

Ella sintió que le temblaban las piernas y sele encogía el estómago; sus brazos ansiabanextenderse y tocarlo a pesar de que su mente legritaba que corriera, que lo detuviera, que lomatara, que gritara. Se sostuvo de la pared y sequedó mirando el rostro que la perseguía ensueños.

Entonces dijo la palabra que no habíapronunciado desde los cinco años:

—¿Papi?

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CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

Armin Dhurvasula se quedó mirando a Kira, ysus ojos oscuros brillaron mientras la observaba.Ella pudo sentir sus emociones en el enlace:asombro, incertidumbre y una determinaciónferoz, tan fuerte que la dejó boquiabierta. Supadre dio un paso adelante, como tratando dever mejor, y en su rostro apareció una enormesonrisa, casi infantil.

—¡Kira! —exclamó. Corrió hacia ella,limpiándose las manos con una toalla—. ¡Kira,estás viva!

Green levantó el fusil para disparar, peroArmin lo paralizó con una oleada de datos en elenlace, tan fuerte que hasta Kira sintió que se leaflojaban las rodillas. Marcus la tomó del brazo

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para sostenerla, y cuando Armin se acercó, ellase aferró a su amigo.

—No me toques —le dijo a su padre,furiosa.

—Kira, no tienes idea de cuánto me alegraverte. Pensé que habías muerto en el Brote…obviamente eras inmune al RM, pero cuando porfin pude volver a casa, ya no estabas.

—Estuve sola… varias semanas.—Fue una etapa caótica —respondió Armin

—. Pero ahora estás aquí, y hay tanto quepodemos hacer juntos…

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó, contono imperioso—. ¿Tú eres el Hombre de laSangre? ¿Tú eres quien está dejando cuerposdesmembrados por todo el… por todas partes?¿Cómo pudiste hacer todo eso?

—Estoy salvándolos. El mundo está llegandoa su fin. Ustedes creían que se había terminadocon el Brote, pero eso fue apenas el detonante;los últimos trece años han sido un largo y lentodesangrarse, agonizar en una ilusión de vida,prepararse para este momento, esta verdadera

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muerte. Los Parciales morirán en unos meses ylos humanos, poco después. El inviernoimposible de Jerry no hará sino acelerar loinevitable. ¿Cuánto tiempo crees que nosqueda?

—¿O sea que, como nos estamos muriendo,tienes derecho a asesinar a todos? ¿Como siahora fuéramos una especie de… patio dejuegos antisocial? ¿Qué te pasa?

—No disfruto lo que estoy haciendo —respondió él—. No creas que no tengo corazónpor aceptar lo inevitable; no soy más cruel queun oncólogo cuando le dice a un paciente concáncer que le queda apenas un mes de vida. Esemédico no es un monstruo; simplemente estáhaciendo su trabajo. Aquí la diferencia es que yopuedo hacer algo que nadie pudo hacer jamás,ningún médico, ningún político, ningún religioso:puedo salvarlos.

—¿Matándolos?—Recogiendo lo mejor de ellos: su fuerza,

su voluntad, su creatividad. Todo eso, codificadoen su ADN —levantó un frasco con sangre y

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tejido, y la miró a los ojos—. Kira, ¿qué creesque va a pasar cuando el mundo se acabe?

—Ya sobrevivimos una vez. Podemos volvera hacerlo —respondió.

—No, no podemos. Teníamos un plan,¿sabes? Todavía pienso que habría funcionado.Yo mismo diseñé esa biología, y era impecable.Pero todo se perdió. Fue la naturaleza humanala que lo hizo imposible, humanos y Parciales.

—Entonces yo tenía razón —dijo ella. Miróa Green y a Marcus, y de nuevo a su padre—.Resolví el acertijo. Descubrí el proceso quediseñaste: los secretos ocultos en el RM, elvencimiento y el ADN Parcial. Sabía que habíaun plan, y que era un plan de paz, porque teconocía —sus ojos se ensombrecieron, ycontempló con horror el frasco que él tenía en lamano—. Al menos, eso creía.

—Ese sueño ya no existe.—¿Cómo puedes decir eso? Estabas

decidido a cuidar la vida que habías creado;luchaste por los derechos de los Parcialesincluso antes de que la especie existiera. Sabías

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que estaban destinados a ser de segunda clase,que ni siquiera los aceptarían como personas, yurdiste todo ese plan para asegurarte de queParciales y humanos tendrían que mirarse comoiguales si querían sobrevivir. Trataste de eliminarel racismo a nivel biológico, para siempre —señaló con un gesto el frasco con tejido, susmanos enguantadas con sangre medio seca, alos Ivies que estaban detrás de él, de pie, ensilencio, frente a las puertas de los pacientesasesinados—. ¿Cómo fue que pasaste deaquello a esto? ¿Cómo pudiste convencerte deque esta era la única manera?

El rostro de Armin se puso más serio, yrepitió la pregunta en tono sombrío.

—¿Sabes qué va a pasar cuando el mundose termine? Lo llamamos fin del mundo, peroserá solo nuestro fin. Todo seguirá: el planeta yla vida que vive en él. Los ríos continuaránfluyendo, el sol y la luna estarán ahí, lasenredaderas crecerán y cubrirán los autos y elcemento. Vendrán lluvias ligeras. El mundo seolvidará de que alguna vez estuvimos aquí. El

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pensamiento humano, el glorioso cenit de cincomil millones de años de evolución, se apagarácomo una vela, para siempre. No porque seatiempo, no porque el mundo nos haya superado,sino porque nosotros, como pueblo, fuimos unostontos. Demasiado egoístas para vivir en paz, ydemasiado orgullosos para poner fin a nuestrasguerras mucho después de que dejaran de tenersentido. Sus preciosas almas humanas, sushermanos Parciales, todos los que crees quepueden vivir juntos y en paz, en este momentoestán despedazando la isla; peleando, matando ymuriendo, no porque tengan la cura ni una ideani una solución para alguno de sus problemas,sino porque eso es lo que hacen. Lo únicovalioso que queda en la Tierra son sus vidas,pero eso no vale nada mientras el otro aúnconserve la suya, pues se matan entre sí. Estáninmersos en una carrera desesperada hacia lamuerte final. El ganador será el último quequede en pie, y su premio será la soledaddefinitiva y más terrible que este mundo hayaconocido.

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Kira quería protestar, pero sus ojos volaronhacia el cuerpo del Ivie que ella misma acababade matar, que yacía apenas a diez metros, enmedio de un charco de sangre espesa que seextendía por el suelo. Pensó en las personas aquienes había matado para llegar hasta allí, enlos cadáveres que había dejado atrás. Unedificio de departamentos derrumbado en laciudad de Nueva York. El puente de Manhattan.Afa Demoux. Delarosa y su bomba atómica.Sus propias manos ensangrentadas, tan rojascomo las de su padre, clavando una daga en elcráneo de un soldado Parcial muerto.

—Estas personas ya están muertas —continuó Armin—. Dejarlas vivir no es un actode misericordia, pues solo morirán a manos deotro, y sin embargo, no puedo abandonarlas. Hesido parte de su destrucción, no creas que loolvidé, ni que me haya perdonado. Pero Jerryallanó el camino para un nuevo comienzo. Ycuando la nieve se derrita y el sol vuelva a brillary el mundo se llene de hojas nuevas, voy aasegurarme de que quede alguien para verlo, de

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que queden ojos para contemplarlo y mentespara comprenderlo y voces para continuarnuestra historia. Estás destrozándote por darle aun moribundo unos segundos más de vida. Yovoy a llevarme la sangre de ese hombre paracrear un niño, un futuro y un legado que dureotros cinco mil millones de años. Para cubrir laTierra, alcanzar las estrellas y llenar el universode poesía, risas y arte. Para escribir nuevoslibros y cantar nuevas canciones.

Kira se sentía incapaz de apartar la miradadel cadáver del Ivie y todo lo que representaba.

Demasiada sangre. Demasiada pérdida.—Vas a crear una nueva especie.—No habrá más humanos y Parciales, sino

una sola especie… perfecta. Lo he hecho antes.He develado el secreto del genoma humano y lohe acomodado en perfecto orden, como lasnotas de una sinfonía. He perfeccionado laplantilla genética de la forma humana por mediode decenas de generaciones de tecnologíaParcial, y tú lo sabes mejor que nadie: pues eresel resultado final —Kira levantó la vista y lo

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miró a los ojos, y él sonrió—. Tú, mi hija, creadasobre el modelo de mi propio ADN, pulido yrefinado en innumerables borradores hastahaber eliminado todo rastro de defecto oimperfección. Había esperado que sobrevivieranalgunos Parciales de los últimos modelos, puesserían el punto de partida ideal para este nuevomundo, la primera pincelada en nuestra nuevatela en blanco.

—OK —dijo Marcus, al tiempo que seadelantaba y se colocaba entre Armin y Kira—.Esta conversación me estaba asustando, peroesa última oración tomó un rumbo totalmentedistinto.

—También quieres mi ADN —comprendióella—. Mi sangre en un frasco para llevártela atu laboratorio.

—Te quiero a ti —admitió—. Tu cuerpo y tumente.

—No iré contigo.—No tienes alternativa.—Siempre hay una —replicó Kira—.

Aprendí eso de alguien que me trató como una

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hija mucho más que tú —se irguió lo más quepudo—. Si quieres mi sangre, tendrás quequitármela.

Armin suspiró, la energía abandonó su rostrocomo piel muerta, y no dejó más que una miradaapagada y desapasionada.

—Ya oíste lo que estoy planeando.Entiendes que no hay otra manera —dijo,suavemente. Sacó un tubito de metal de unafunda que tenía en el cinturón, una especie deespátula redondeada y afilada en un extremo,del tamaño y forma precisos para pinchar uncuerpo humano y extraer toda la sangre y eltejido—. Ninguno de nosotros es más importanteque esto. Ni siquiera mi propia hija.

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CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

El doctor Cronus Vale usó el enlace para abrirsepaso por la concurrida calle de White Plains, sinhacer caso de las miradas atónitas de losParciales con quienes se cruzaba. Su edad depor sí lo señalaba como una anomalía, pues nohabía Parciales que aparentaran más dedieciocho años. Todos los modelos de médicos yoficiales habían sido parte de las primerasgeneraciones, que ya habían vencido hacíatiempo, y sus datos en el enlace lo señalabancomo un dios, un ser poderoso a quien teníanque obedecer. No había guardias en la puerta desu hotel, como tampoco personal de limpieza.Los soldados se turnaban para limpiar —loshombres de infantería se alternaban con las

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mujeres del cuerpo de pilotos—, lo que daba aledificio un aire austero y militar. En WhitePlains, todo daba esa sensación. Vale echaba demenos el paraíso campestre de la Reserva, peroya no tenía manera de regresar allá. Supuso quepodía utilizar un rotor, pero luego, ¿qué? ¿Volarallá en medio del frío creciente y la tormentaque empeoraba a cada momento? ¿Llevarconsigo otro grupo de Parciales con laesperanza de que entendieran lo que intentabahacer? ¿Confiar en que Morgan no volviera abuscarlo? Él quería ver la Reserva una vez más,a los amigos que había hecho allá, pero más quenada quería mantener ese lugar a salvo. Si laúnica manera de hacerlo era no regresar, esoharía.

Especialmente ahora que había una bombanuclear suelta por ahí. Ahora había mucho másen juego, y los pocos Parciales que estabanenterados ardían en deseos de ir a pelear contralos humanos. Ya los aterraba pensar en el armabiológica; Vale había abandonado el laboratoriode la doctora Morgan, en parte solamente, para

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mantener al ejército bajo control y detener cadanuevo plan de represalia. Si les decía que loshumanos iban hacia allá con un artefactonuclear, no sabía si podría frenarlos.

En el vestíbulo lo esperaba un soldadoParcial llamado Vinci; era él quien le habíainformado sobre la bomba. Había perseguido aDelarosa desde Long Island, pero tras perder ala astuta terrorista en Manhattan, había idodirectamente a White Plains a reclutar másgente para la búsqueda.

—¿Alguna novedad? —Lo miró con ojossombríos.

—Aquí no —respondió Vale, sacudiendo lacabeza—. Hablaremos en mi habitación —locondujo en el ascensor hasta una suite en elúltimo piso, que el doctor había convertido en unpuesto de comando. Una vez que la puertaestuvo cerrada con llave, se volvió hacia elsoldado con expresión solemne—. Hemosrecorrido todo el Bronx con patrullas periódicas,y pusimos todos los vigías que pudimos en lacosta, por si intenta cruzar por mar, pero todavía

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no han hallado nada. Hizo muy bien en venirdirectamente a nosotros, pero tenemos quecontemplar la posibilidad de que Delarosa hayacruzado al continente antes de queestableciéramos nuestras patrullas.

—Puse a los hombres que usted me dio enrutas regulares de la ciudad y alrededores —dijoVinci, admitiendo la posibilidad de que Delarosaya estuviera sobre ellos—. Solo que no sé siserá suficiente.

—¿Qué más podemos hacer? Todos los quequedan en White Plains están asignados aenergía, mantenimiento o producción dealimentos; podemos prescindir de ellos, pero¿realmente queremos que corra la voz? Es unataque nuclear, por todos los cielos… La últimavez que alguien trató de atacar al ejércitoParcial con armas nucleares, estoscontraatacaron con el poder más avasallador detoda la Guerra Parcial. No quiero desatar elpánico ni una masacre.

—Lo único que necesitan saber es queestán buscando a una humana que concuerde

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con su descripción.No es necesario decirles lo que viene a

hacer.—Van a descubrirlo tarde o temprano. No

son imbéciles.—Lo primero que supondrán será que tiene

que ver con el arma biológica de East Meadow.Las patrullas que organicé esta mañana yapiensan que es eso lo que están buscando,aunque obviamente no lo confirmé ni lo negué.

—Lo felicito, su hábil ardid me ha dejado sinpalabras —dijo Vale—. ¿Les dijo también queno hablaran con nadie? ¿Confía en querealmente cumplan esa orden? Basta con que unsolo soldado se emborrache una noche en un bary hable con sus amigos sobre la caceríaparanoica a la que lo asignó el desertor queahora regresó al mando de un miembro delConsorcio, para que las sospechas crezcan y losrumores se dispersen, y ¿quién sabe quétendremos por la mañana? No hace aún tresmeses, esta ciudad se despedazó a sí misma enun cambio involuntario de liderazgo, porque

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Trimble estaba demasiado paralizada por laindecisión como para hacer frente a cualquierade los problemas de su gente. Ahora Morganestá haciendo lo mismo, demasiado obsesionadacon el vencimiento como para molestarse conalgo más, y la ciudad se está inquietando. Unaoleada de pánico así, a causa de una bombaatómica, un arma biológica o cualquier cosa porel estilo, y habremos ocasionado una revuelta.

—Es mejor que mueran algunos Parcialesen una revuelta y no que una ciudad completa sedesintegre en una nube en forma de hongo —replicó Vinci—. Si es necesario hacer unanuncio público y una búsqueda en toda laciudad, pues eso haremos.

—Otra generación morirá en dos semanas,más o menos. Otras cincuenta mil personasdejarán de existir, no en un abrir y cerrar deojos, sino en un proceso lento y debilitante.Cincuenta mil señales de muerte saturarán elaire de este lugar, hasta que apenas se puedarespirar sin deprimirse ni volverse loco.

¿Sabe lo que eso le provocará al ejército de

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aquí? ¿Sabe a quién van a culpar?—¿A usted? —preguntó Vinci.—Deberían, pero no lo harán… —El doctor

frunció el ceño— aunque todo el mundo supieraque el Consorcio tuvo que ver con suvencimiento, matarme no sería suficiente. Susproblemas siempre se originaron en lahumanidad: la guerra, la pobreza, la opresión, laÚltima Flota. Incluso la fecha de vencimiento;Morgan y yo pulsamos las teclas, pero fue laespecie humana entera la que lo pidió, lo planeóy pagó por ello. ¿Así que ahora los humanostienen un arma biológica? ¿Tienen una bombanuclear? Dígame que usted cree, siquiera por unminuto, que los Parciales no van a tomarrepresalias con fuerza letal, que no van a caersobre esa isla con todo lo que tienen y más.Incluso con dos tercios de su especie muertos,los superan diez a uno. Ustedes tienen rotores,vehículos para todo terreno; hasta les quedanalgunos tanques, al menos los suficientes parauna brigada acorazada. Los humanos hansobrevivido todo este tiempo gracias a su

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misericordia, y esa misericordia va adesaparecer si se corre la voz sobre la bomba.Yo quiero encontrar esa bomba tanto comousted, pero es necesario guardar el secreto.

Vale cerró los ojos, exhausto y frustrado.Hubo un graznido del radio:

—Equipo Flecha al general Vale. CódigoBlanco, repito, Código Blanco.

—Código Blanco —dijo Vale, y sus ojos seabrieron instantáneamente—. La encontraron.

—Y Flecha es uno de los míos —comentóVinci, y una oleada lenta de temor se difundiópor el enlace—. Significa que está en la ciudad.

—Maldición —el doctor se puso de pie ycaminó hasta el radio—. Habla el general Vale.Esta línea no es segura, repito, esta línea no essegura. Iremos hacia ustedes. Declare suubicación. Cambio.

—Entendido, línea insegura. Puesto decontrol siete. Cambio.

Vinci desplegó un mapa sobre la mesa y loexaminó rápidamente.

—Aquí —señaló el límite occidental de la

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ciudad—. Es una antigua universidad.—Apenas a un kilómetro y medio del centro

—dijo Vale—. Si la detona allí, matará a todoslos Parciales de White Plains.

—Entonces asegurémonos de que no lohaga —pulsó el botón del radio para hablar—:Puesto de control siete, los veremos en unosminutos. Cambio y fuera.

Vale tenía un jeep pequeño, totalmenteeléctrico. Los Parciales mantenían enfuncionamiento una central nuclear que lessuministraba energía más que suficiente, tantaque Morgan la había aprovechado durante años,en el exilio, para hacer funcionar su laboratoriosecreto. El viaje hasta la antigua universidad fuebreve, y cuando llegaron encontraron el lugarrepleto de soldados, muchos más que los quecorresponderían a un solo equipo dereconocimiento.

Vale soltó una palabrota y bajó del jeep.—Informe —dijo con firmeza, y el enlace

transmitió todo el peso de su autoridad. Lasargento que estaba a cargo empezó a hablar

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casi antes de volverse hacia él.—Sargento Audra, señor —hizo un saludo

militar—. Descubrimos a la insurgente humanahace aproximadamente veinte minutos.Intentaba activar su carga cuando nos vio, ytuvimos que incapacitarla.

—¿La mataron?—Está herida, pero viva —respondió Audra

—. Nuestro paramédico venció el año pasado,pero hicimos lo que pudimos por estabilizarla.

Vale asintió; los paramédicos habían estadoentre los primeros que se habían producido,porque requerían capacitación más avanzada y,por ende, habían sido de los primeros en morir.Miró directamente a los soldados congregados ysintió su energía nerviosa crujiendo en el enlace;estaban asustados.

—¿Por qué tanta gente?—No se preocupe, señor, están autorizados.

Todos pertenecemos a equipos que organizó elcomandante Vinci —vaciló, y Vale percibió otraoleada de nervios y temor—. Cuando nos dimoscuenta de lo que era la carga, señor, nos pareció

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sensato traer más seguridad.Apretó los dientes con frustración.

Técnicamente, los otros equipos dereconocimiento sí tenían autorización, perohabría preferido que los únicos en enterarse delasunto hubieran sido los miembros del equipoque la encontrara.

—Lléveme a verla.La sargento condujo a Vale y a Vinci al

edificio principal de la universidad, donde variossoldados con uniformes de técnicos searremolinaban con tanto nerviosismo como losexploradores de afuera.

—Hace semanas que estamos usando esteestablecimiento —explicó Audra—, intentandoque las señales satelitales vuelvan a funcionar.Por eso la encontramos; estaba más al norte,tratando de escabullirse por una zonaresidencial, pero se detectó su movimiento en unbarrido de los satélites, y como le dije, la trajimosaquí para mayor seguridad. Creemos queprobablemente subió por el río y logró evadirnuestras patrullas.

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—Yo encabezaba un puesto de control deseguridad en Tarrytown —dijo Vinci—. ¿Nohabía nadie allá?

—Entiendo que ese puesto quedó vacantedesde que usted lo abandonó y se alió con loshumanos —respondió la sargento, y luegoagregó con formalidad un «señor».

La irritación de Vinci se encendió en elenlace, pero Vale llevó la conversación en otrorumbo sin darle tiempo a que su intensidadcreciera:

—¿Cómo que la encontraron por satélite?Los enlaces satelitales no funcionan desde elBrote.

—Fue así hasta hace unas semanas —repuso la mujer, y Vale percibió su orgullo—. Lageneral Trimble tenía varias señales que usabapara monitorear las guerras entre facciones,pero su sala de control sufrió… dañosirreversibles en la guerra civil. Esta universidadtenía un departamento de computación nuevo,actualizado justo antes del Brote. Nuestrostécnicos llevaban un tiempo trabajando en esto,

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y la semana pasada por fin pudieron conectarsea las viejas señales de Trimble.

—¿Y no se les ocurrió que eso era algo quedebían informar? —le preguntó Vinci.

—Se lo informamos a Morgan tres veces.Nunca nos respondió. Pero fue una suertecontar con los satélites, porque fue fácil detectara Delarosa y su gente en nuestro territorio. Aquíestá.

Los hizo pasar a una habitación fuertementecustodiada.

Marisol Delarosa, a quien Vale reconociópor los archivos que había encontrado sobre ella,estaba tendida a un lado, sangrandoprofusamente del hombro; dos soldados seinclinaban sobre ella, tratando de limpiarle laherida y vendarla. En el centro de la habitaciónhabía un pequeño remolque de plástico parabicicleta, de los que la gente usaba antes delBrote para trasladar a sus hijos. Tenía apenasmedio metro de ancho, estaba pintado de unblanco apagado y transportaba un cilindrometálico grueso que había sido pintado del

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mismo color. Por algunas raspaduras en elcostado, Vale se dio cuenta de que alguna vezhabía sido verde, para disimularlo mejor en elbosque, y supuso que ella lo había vuelto a pintara toda prisa cuando comenzaron las insólitasneviscas de Ryssdal. Era más pequeño de lo quehabía imaginado, y aunque le maravillaba queella hubiera llegado tan lejos, no podía negar quesemejante disfraz los habría hechoincreíblemente difíciles de detectar. Con todoslos problemas que estaba causando laresistencia humana, una mujer sola con unequipaje tan pequeño podía esconderse fuera delas ciudades casi por tiempo indefinido.

Hasta que llegó aquí, pensó Vale, y tratóde matar al ochenta por ciento de laspersonas que hay en el planeta.

Sintió que empezaba a sudar. Cuando laencontraron, estaba tratando de activarla.Un minuto más y estaríamos todos muertos.

—¿Es realmente lo que creemos que es?¿Una ojiva nuclear? —preguntó Audra.

Él podía esconder sus sentimientos para que

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no aparecieran en el enlace y mentir, si así lodeseaba, pero los datos de Vinci lo delatarían.De todos modos, ya lo saben. La hanexaminado, identificado, y han neutralizadola amenaza. Hicieron su trabajo, y ahora nopuedo mentirles.

—Así es.—Malditos humanos. Nunca tienen

suficiente, ¿verdad? Primero el arma biológica, yahora esto —señaló a Delarosa con un gestoviolento—. Si esta bruja llegó hasta aquí sin quela viéramos, ¿cómo sabemos que no hay otros?¿Qué vamos a hacer?

Uno de los paramédicos recién nombradosrespondió desde el costado de la habitación. Suplaca de identificación decía que se llamabaEther.

—Te diré lo que haremos. Vamos a llevaresa bomba de regreso y a convertir EastMeadow en un estacionamiento.

La mesura del doctor Vale se esfumó.Delarosa, atada, vendada y amordazada por untubo de oxígeno intentó atacar a Ether, pero el

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otro paramédico la contuvo.—Nadie va a hacer explotar nada —dijo

Vinci, y la furia de Audra ardió en el enlace.—No necesitamos que venga un amante de

los humanos a decirnos qué hacer —replicó, entono cortante—. ¿Está poniéndose de su lado,después de todo lo que nos hicieron?

—Estoy poniéndome de cualquier lado queno piense cometer un genocidio —repuso—.Todo lo malo que ha sucedido desde queregresamos de China ha sido porque una de lasespecies trató de dominar a la otra. Novolveremos a cometer el mismo error.

—Esto nos dará un poco de tranquilidad —dijo Audra—. Le dará tiempo a la doctoraMorgan para terminar su trabajo y, tal vez,salvarnos a algunos del vencimiento.

—¿Y si la cura fuera la convivencia? —intervino Vale. Miró a todos los que estaban enla habitación, sosteniendo la mirada de cadaParcial antes de pasar al siguiente: la sargento,los paramédicos, los guardias—. ¿Y si les dijeraque podemos curar la fecha de vencimiento

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ahora mismo, tan solo al respirar el mismo aireque esa humana que está en el rincón? —Delarosa lo miró con incredulidad, y el enlace lereveló que los Parciales estaban igualmenteescépticos.

—Eso es imposible —dijo Vinci.—Concédanme el beneficio de la duda —

replicó él, aunque su voz reflejaba más biendisgusto. Miró fijamente a Vinci, tratando deconvencerlo, y su sinceridad era palpable en elenlace—. Supongan, por un momento, que ella ytodos los humanos portadores del virus del RMson la cura del vencimiento. Que producen unagente químico en su aliento, tal como lo hacenustedes para ellos.

—Tendríamos que… —respondió Ether,vacilante—, buscar la manera de sintetizarlo y…fabricar una píldora o algo.

Tal como lo hicieron los humanos, pensóVale. Exactamente lo que hice yo. Sacudió lacabeza.

—No se puede sintetizar. Es una reacciónbiológica que consta de dos partes: ustedes

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exhalan una partícula que deja el RM inerte enlos humanos, y luego el cuerpo de ellos la alteray vuelve a exhalarla, lo cual los cura delvencimiento. Es necesario que ambas especiesestén en estrecha proximidad, y que hayacuerpos vivos donde puedan producirse lasreacciones.

—Primero nos matarían —dijo Audra.—No todos —repuso Vinci.—Basta uno solo —replicó ella—. Esta trajo

de contrabando una bomba atómica justo delantede nuestras narices, una sola mujer, y apenas ladetuvimos por pocos segundos. ¿Cómo seequilibra eso con la existencia de uno, dos ohasta mil humanos amigables?

—Quizá podríamos cosecharla —sugirióEther—. Podríamos tenerlos en un ambientecontrolado: un campo de prisioneros o una islamás pequeña, para vigilarlos mejor, y todas lasmañanas enviar gente a recolectar las partículascurativas. Luego, podríamos distribuirlas en elejército como una vacuna.

Delarosa estaba visiblemente furiosa.

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Ahora están recreando mis propiosplanes fallidos, pensó Vale.

—Supongamos que eso no da resultado —dijo—. Supongamos que hacen falta —invirtiólos números de la Reserva— diez humanos porcada dos mil Parciales. Un humano por cadadoscientos. Si implementamos eso ahora, hoymismo, necesitaríamos… ¿cuántos, mil? ¿Milquinientos? ¿Cómo se mantiene a tantoshumanos?

—Podrían mantenerse solos. Sería como…un campamento de trabajo —respondió Audra.

—¿Y los Parciales que vivirían con ellos?Como les dije, para producir la partícula tienenque estar en estrecha proximidad con losParciales. ¿Esos Parciales también vivirían en elcampamento?

—De todos modos, necesitarían guardias.Podríamos turnarnos —propuso Audra.

—¿Y los otros treinta mil humanos? —preguntó Vale, cada vez más disgustado contoda aquella conversación—. ¿Qué hacemoscon los que no necesitamos? ¿También los

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ponemos en campamentos de trabajo odirectamente los matamos?

—Mil quinientos ya son muchos para unapoblación sostenible de prisioneros —opinóEther—. Si no queremos que nos ataquen, o quese escapen y todo pierda sentido, tenemos quelimitar la población cuanto podamos…

—¡Escúchense! —gritó Vale. Sintió que elcorazón le latía acelerado, y la presión sanguíneale subía a pesar de todas las modificacionesgenéticas para mantenerla a raya—. ¡No sonanimales! ¡Ellos los crearon!

—Y trataron de destruirnos —le recordóAudra—. Esta idea del campo de prisioneros noes tan diferente de lo que hemos venidohaciendo en Long Island. Pero fue un errormantenerlos con vida. ¿Sabe qué más vimos porel satélite? Están congregándose en el sur: ungigantesco ejército humano, armado hasta losdientes, preparándose para el embate final.

—¿Congregándose en el sur? ¿Lo más lejosposible de nosotros? —preguntó Vale.

—Están alejándose del radio de la explosión

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—explicó Audra—. ¿Qué más podría ser? Seretiran a la Costa Sur, la envían a ella a detonarla bomba, después dan la vuelta por Manhattany suben por el río para acabar con lossobrevivientes.

—Eso es un plan militar —objetó Vale—.¡No son un ejército! Eso es lo que haríanustedes, pero no… —Incluso mientras lo decía,se dio cuenta de que estaba atrapado en uncírculo vicioso de lógica defectuosa generadopor una suspicacia racista, del que no podríasalir jamás mediante la conversación—. Solo…salgan, todos ustedes.

—Pero… —protestó Vinci, pero Vale envióuna oleada de autoridad por el enlace y losParciales empezaron a salir en fila india,obedientes, por la puerta.

—Voy a hablar con la prisionera.Mantengan la puerta cerrada y reanuden suspatrullas, todos ustedes.

No deben hablar de esto con nadie.La puerta se cerró, Vale le echó llave, y

luego se dirigió con fatiga al rincón donde

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Delarosa estaba tendida, indefensa y con elrostro enrojecido. Acercó una silla hacia ella yse sentó pesadamente, sin hacer intento algunode ceremonia ni formalidad.

Estoy demasiado cansado, pensó, y luegolo repitió en voz alta.

La mujer se quedó quieta, observándolo conojos oscuros y serios.

—Seguramente está furiosa, ¿no es así?Atrapada por la misma gente a la que queríamatar. Y supongo que eso me incluye a mí. Nosoy Parcial, pero soy tan culpable comocualquiera de ellos por lo que ha pasado en esteplaneta olvidado por Dios. No, más culpable —vio la sorpresa en sus ojos, y asintió—. Soymiembro del Consorcio, aunque supongo queusted no sabe lo que es eso.

Ella reflexionó un momento y luego negócon la cabeza. Vale soltó un largo suspiro.

—No muchos humanos lo saben —miró labomba, salpicada de lodo y raspada por cien milrocas, raíces y quién sabe qué otras cosas en elcamino para llegar hasta ahí. Era un simple

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cilindro de metal, golpeado, sucio yabsolutamente aterrador—. El dedo de Dios —dijo en voz baja. Se inclinó para sujetar el carritoy acercarlo. Desenroscó el extremo y halló laspiezas electrónicas con una serie deinterruptores improvisados de plásticoamarillento, probablemente rescatados de algunacasa abandonada—. Usted es vieja —dijo comoal pasar, y luego la miró rápidamente—. Viejano, claro; nunca sería tan descortés con unadama como usted. Pero tiene edad suficientepara recordar el viejo mundo. Las cosas quedejó atrás.

¿Se acuerda de cómo, en todas las películasy los holovids, siempre las bombas nuclearestenían unos enormes temporizadores rojos?Parecía como si alguien les hubiera colocado unreloj despertador digital, aunque supongo queeso es tecnología todavía más avanzada queestas cosas —señaló los interruptores, con loscables al aire, pero no se atrevió a tocarlos—. Elvillano activa la bomba, o lo hace el héroeaccidentalmente, y luego todos miran la cuenta

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regresiva: cincuenta y nueve, cincuenta y ocho,cincuenta y siete. Tic, tac, tic, tac. Pero usted nohizo nada de eso —volvió a mirarla—. No haytemporizador, no hay un período en el que sepuede correr y correr para ponerse a salvo.Simplemente iba a accionar estos interruptores ya volar junto con nosotros —volvió a enroscar latapa, y luego miró a la mujer, que yacía en elsuelo, desangrándose. Se inclinó hacia adelantey le quitó la máscara de oxígeno—. Supongoque no es un interrogatorio muy bueno si ustedno puede hablar.

Delarosa lo observó, sin decir nada. Éltampoco dijo nada. Al cabo de un rato, ellahabló, y Vale oyó el dolor que permeaba su voz.

—Aun así no es un interrogatorio muybueno.

—Para las cosas que quiero saber, usted notiene respuestas.

—¿Por ejemplo? —Acomodó el hombroligeramente, con una mueca.

—Por ejemplo, ¿por qué en este mundotodos se odian? ¿Por qué no consigo que cuatro

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personas accedan a una resolución pacífica, auncuando los llevo de la mano el noventa y cincopor ciento del camino?

—Yo no lo odio —dijo Delarosa—. Ni austed ni a ellos. No personalmente.

—Pero aun así quiere hacernos volar atodos.

—Esto va a terminar en una guerra. Todo elmundo está muriendo, no quedan esperanzas ylos nervios están demasiado alterados. Fíjese enlo que ha pasado y dígame qué parte habríamospodido evitar.

—Podría no haber traído una bombaatómica en medio de un ejército. ¿Piensa que suisla fue invadida?

Espere hasta que se corra la voz de esto.—Usted los oyó hace un momento. Esta

ojiva es una excusa. Usted mismo lo dijo: son unejército, creado para la batalla; los humanosestán igual de desesperados. La guerra esinevitable.

—O sea que quería ponerle fin antes de queempezara.

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—Me parece la única opción moral.—Moral —repitió Vale—. Interesante

adjetivo para aplicarlo al genocidio.—Si destruimos White Plains, la población

Parcial queda reducida a los que estén en LongIsland —explicó Delarosa—. Volveremos aquedar a mano, más o menos. Los líderesParciales habrán muerto, y los que quedendejarán de esperar órdenes que nunca van allegar. Quizá hagan un acuerdo con los humanos,no lo sé; pero aunque ataquen, los humanospodrán responder. Tendrán el valor dedefenderse, una oportunidad.

Vale asintió, pensativo, con la mirada fija enel cilindro de metal.

—La situación de la que hablé antes no erasolo una hipótesis —dijo suavemente—. Es real.Kira Walker descubrió los mecanismosbiológicos, y desde entonces he tenido laoportunidad de estudiarlos a fondo, de analizar laparte científica, y es real. Todos podríansalvarse.

—¿Cree que alguien va a aceptar eso?

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—Eso creí —dijo, cerrando los ojos—.Hace mucho. Pero luego llegó el Brote y… No,no lo creo. Le dije a Kira que si la doctoraMorgan se enteraba del mecanismo para curarel vencimiento, iba a esclavizar a toda lapoblación humana. Cuatro soldados tardaronmenos de tres minutos en proponer dosversiones diferentes de esa hipótesis —dio ungolpecito en la bomba y escuchó su sonidometálico—. Una vez tuve que elegir, ¿sabe?Humanos o Parciales. Elegí salvar a un grupo dehumanos, y para hacerlo esclavicé a diezParciales. Era la única manera —suspiró—.¿Qué otra cosa puedo hacer?

Delarosa frunció el ceño.—¿Qué está diciendo?Vale le quitó la tapa a la ojiva y miró los

interruptores improvisados.—Que todavía creo que el final de todo esto

es una elección entre especies.—¿Habla en serio?Él accionó un interruptor.—Hay una combinación, supongo.

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Ella respiró hondo y respondió con voz casireverente.

—Sí —vaciló—. De acuerdo. Encendido,apagado, encendido, apagado. De derecha aizquierda.

—¿Esa es la clave secreta? —Arqueó unaceja.

—Para que no se detonara por accidente —explicó—. Más allá de eso, cuanto más simple,mejor. Supuse que si la hacía demasiado fácil,incluso si me atrapaban, alguien podía detonarlasin querer.

Él miró los interruptores y accionó losprimeros tres, uno por vez.

—Encendido, apagado, encendido —levantóla vista—. ¿Alguna última palabra?

—Me duele el hombro —dijo Delarosa, convoz de acero—. Adelante, termínelo.

Vale cerró los ojos y dijo, no a ella, sino almundo entero:

—Perdón.Apagado.

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TERCERA PARTE

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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

El hospital tembló y Kira trastabilló.—¿Qué fue eso?El ruido continuó, un rumor lejano, en lo

profundo de los huesos de la Tierra.Green levantó su fusil y le apuntó a Armin;

uno de los Ivies vio el movimiento, o tal vez loprevió, y le apuntó a Green con el suyo. Elhombre salió de un salto por una puerta lateral yse perdió de vista.

Todo pasó tan rápido que Kira apenas loregistró.

—Santo… —balbuceó Marcus, y eso fuetodo lo que oyó Kira antes de que Greendisparara una ráfaga larga y ensordecedorahacia el pasillo, que hizo que los Ivies se

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dispersaran, y él y Kira pudieran retroceder a laescalera.

Los Ivies se pusieron a resguardo yrespondieron el fuego, pero los tres compañerosya estaban bajando a toda velocidad el primertramo de la escalera y se arrojaron al suelo. Lasbalas dieron en la puerta, por encima de ellos,atravesaron la madera ocasionando una furiosagranizada de astillas y despedazaron el yeso aambos lados, solo para rebotar en los escalonesde cemento. En la primera pausa, Greenrespondió el fuego e instó a los otros dos a quesiguieran bajando. El rumor que habían percibidono solo no había desaparecido, sino que crecíaen intensidad.

—No podemos irnos —gritó Kira—. ¡Es mipadre!

—Tu padre quiere matarte —dijo Green.—Tengo que hablar con él —insistió,

tratando de volver a subir—. Debo detenerlo.Green la obligó a bajar, gritando para que lo

escuchara.—Perdimos la ventaja que teníamos allá

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arriba; ellos son más, están más alto y tienencómo cubrirse.

Si asomas la cabeza por encima de esosescalones, te la van a volar.

—Pero tienen un rotor en el techo —gruñó,tratando de zafarse de él—. ¡No están tratandode ocupar el piso, sino de escapar!

Otra tormenta de balas surcó el aire, y lostres se agazaparon y se cubrieron la cabeza.Marcus se acercó a Kira y le gritó al oído,apenas haciéndose oír en medio de la balacera:

—¡Hay una escalera en el otro extremo delpasillo!

Ella asintió, y se arrastraron fuera de la líneade fuego.

—Cada piso tiene la forma de una Talargada —explicó Kira a Green—. Nosotrosestamos en una rama de la T, pero hay otraescalera al final de la otra rama; por ahípodemos subir por detrás de ellos.

—¿Crees que estarán vigilándola?—Creo que van a tomar su sangre y huir —

respondió Kira—. Y pienso detenerlos antes de

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que lo hagan.Llegaron al séptimo piso e irrumpieron en el

corredor a toda velocidad. Green se arrojó alsuelo y les sostuvo la puerta abierta al tiempoque levantaba el fusil como un francotirador,pero en lugar de mirar atrás, miraba haciaadelante, hacia el otro extremo del corredor.Kira no se detuvo a cuestionarlo; si los Ivies lodetectaban por el enlace en esa escalera, quizáno se les ocurriría buscar a nadie en la otra. Ellasacó su pistola mientras corría, se maldijoporque se le cayó el fusil y rogó poder llegar a laescalera y acercarse a los Ivies por detrás antesde que Armin lograra escapar. Marcus ibaresoplando, esforzándose por seguirle el paso.Kira aceleró, lista para abrir la puerta y subir laescalera a toda velocidad, cuando de pronto estase abrió sola y un Ivie se asomó al pasillo, con elfusil de asalto levantado y listo. Kira se asustó, yestaba por arrojarse a un lado cuando un fuertechasquido cortó el aire y el Ivie cayó, con unorificio rojo entre los ojos.

—¡Adelante! —gritó Green; Kira ni siquiera

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aminoró el paso y le agradeció en silenciomientras subía la escalera a toda velocidad. Oyóbotas más arriba, y luego el rugido de un terriblevendaval; Armin y sus soldados ya estabanescapando por el techo.

—No sabemos dónde están todos —dijoMarcus, al tiempo que la tomaba del brazo paradetenerla—. Si todavía quedan algunos en eloctavo piso y seguimos subiendo, nos van arodear.

—Tienes razón —dijo ella, se concentró enel enlace y señaló—. Un grupo grande en eltecho, y otro más pequeño aquí abajo.

—Qué cosa más rara —comentó Marcus—. ¿Puedes… sentirlos?

La expresión de su rostro no era de asombroni de horror, pero a Kira le rompió el corazón detodos modos: por primera vez en su vida, él lamiraba como a una extraña, alguien a quienapenas podía entender. Trató de no hacer casode su repentino vértigo emocional y le susurró suestrategia:

—No percibo muchos detalles. No como

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ellos. No sé cuántos hay ni puedo señalar dóndeestá cada uno. Creo que todavía quedan uno odos en este piso, y algunos más en el techo —afuera el viento rugía con ferocidad, como sihubiera aparecido una tormenta de la nada, sehubiera llevado los datos del enlace y la hubieradejado ciega—. Tú quédate aquí y vigila esapuerta como si tu vida dependiera de ello,porque así es. Dispárale apenas se mueva; no tepreocupes por la puntería, solo dispara.

—No vas a subir allá sola.—No dejaré que escape —replicó.

Amartilló la pistola y subió corriendo el siguientetramo de escalera, preparándose para… nosabía para qué.

Cuatro o cinco Ivies con fusiles de asalto,pensó, y apretó los dientes al recordar laspalabras de Green. Ellos son más y están másalto, y quién sabe qué armamento tienen enese rotor. Yo tengo una estúpida pistola y…Pero ¿qué voy a hacer? ¿Matar a lossoldados? ¿Matar a mi padre? Recordó ladiatriba ferviente de este acerca de un mundo

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desgarrado por la violencia; el Ivie al que ellahabía disparado seguía desangrándose en el pisodel hospital.

¿Qué otra cosa puedo hacer?Llegó a la puerta de acceso al techo y apoyó

las manos en esta con reticencia; la empujóapenas para poder espiar hacia afuera, pero algola mantenía cerrada. Empujó con más fuerza ycedió, pero volvió a cerrarse de un golpe. Elviento, pensó. ¿Qué está pasando ahíafuera? ¿Y qué fue ese rumor que sentimos?

Marcus gritó debajo de ella y abrió fuego;Kira rogó que no le ocurriera nada y empujó lapuerta con todas sus fuerzas. Esta se abrió conestrépito y ella salió al exterior, donde la azotóun ventarrón furioso que cerró la puerta conviolencia. Por entre su cabello alborotado vioelevarse el rotor, un jet gris con una barrigacomo la de un autobús de carga y dos hélicesenormes en lugar de alas. Su padre estaba depie en la puerta abierta y la observaba ensilencio; luego los rotores se inclinaron y lapresión la aplastó contra la puerta. Apenas cesó

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la fuerza, corrió contra el viento implacable,gritándole que se detuviera, que regresara. Elrotor voló hacia el sur, y ella lo vio alejarse hastaque se convirtió en un punto en el cielo grisplomizo. El viento empezó a calarle hasta loshuesos, y se estremeció mientras observaba a supadre desaparecer.

—¿Estás bien? —le preguntó Marcus. Nisiquiera lo había oído llegar. Asintió. La voz deél reflejaba una mezcla de admiración y terror—. ¿Qué pasó?

—No llegué a tiempo —respondió, con vozapagada—. Ya estaban en el rotor cuando…

—No me refería a eso —la tomó por elhombro—, sino a aquello.

La hizo girar de cara al norte, hacia elcontinente. Kira ahogó una exclamación. Másallá de los campos y los bosques, de las colinasbajas del sector norte de la isla, el cielo estabarojo y turbulento, y ardía como una llama baja.Una inmensa nube en forma de hongo, de varioskilómetros de ancho, dominaba el horizonte,elevándose en la atmósfera por encima de todo.

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Green llegó al techo; sus datos en el enlaceestaban tan negros de desesperación que hastaKira pudo sentirlo. Sintió náuseas.

Él habló con voz apagada y fantasmal.—White Plains ya no existe.

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CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

Mohammad Khan murió a las 8:34 de la nocheen una pequeña casa en la Costa Norte. Laenfermedad lo había llevado al borde de lamuerte, pero las condiciones meteorológicasinvernales simplemente fueron demasiado paraun bebé de semanas. Isolde estaba en el sótano,con el niño en brazos y llorando, completamentedesconsolada. Ariel estaba de pie junto a lasventanas traseras, ubicadas sobre un riscorocoso y empinado que daba al oeste, hacia elcontinente. Hacia la nube en forma de hongo.

Los Parciales ya no estaban.Eran sus enemigos, pero también eran su

pueblo. El único enlace real, biológico, que teníaen el mundo, más allá de todas las mentiras y los

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engaños, y nunca los había conocido siquiera.Aún quedaban algunos en la isla, claro, aunquesuponía que el grupo que había matado a lasenadora Kessler ya no estaba. Muertos por lamisma peste que había matado a Khan, pensó,pero ese pensamiento no le produjo alegría niuna sensación de triunfo vengativo por laparidad de sus muertes. No era necesario quemuriera nadie en ese edificio, y sin embargomurieron seis personas, y otras tresresultaron heridas, y ahora Khan ha muertoy White Plains ya no está y… tododesapareció. Xochi tenía una herida de bala enla cadera y otra en la mano; Hobb tenía dos enla espalda, que según Nandita le habíanperforado el pulmón y el hígado. Con todo y lomal que estaba Hobb, Ariel se preguntó si nosería Isolde la próxima en morir. Físicamenteestaba ilesa, pero tenía el alma destruida.

A Nandita la habían herido en el hombro, lamás leve de las heridas, pero sus modificacionesgenéticas habían acelerado tanto la curación queel orificio ya empezaba a cerrarse.

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Ariel jugueteaba con la pistola que tenía enla mano, poniendo el seguro y quitándolo. Loponía y lo quitaba.

Aunque pudiéramos viajar, no tenemos adónde ir. Ese niño era todo el propósito denuestro viaje: protegerlo, llevarlo a un lugarseguro, curar su enfermedad. Nos dio unrumbo y una esperanza. Una razón paramantenernos juntos. Ahora que él ya no está,¿qué hacemos?

Con seguro, sin seguro. Con seguro, sinseguro.

Ariel sabía exactamente qué hacer; lo habíaplaneado desde el día en que nació Khan.Ayudar a Nandita a salvarlo, y después…

Dio media vuelta y se dirigió a la planta baja.Abajo hacía menos frío; las ventanas

estaban tapadas con ropa vieja y almohadones, yhabía una mesita de noche despedazadaardiendo lentamente en el piso desnudo delfregadero. La casa quedaba a menos de unkilómetro del club campestre, pero aun así eramás de lo que Xochi o Hobb habrían podido

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recorrer por sus propios medios. Ariel los habíaarrastrado hasta allí en un trineo improvisadomientras los Parciales, aterrados por el armabiológica, huían con la misma rapidez en la otradirección. Que Ariel supiera, podían haberllegado a Riverhead antes de morir y contagiadola enfermedad a todos los demás.

Miró a Hobb, vendado como una momiaandrajosa y sedado en el suelo; todavía ignorabaque su hijo había muerto. Se había jugado la vidapor salvar al niño, algo que Ariel no habíaesperado. Pasó junto a él con cuidado, junto aXochi, junto a la figura llorosa de Isolde, hasta laúltima habitación del pasillo angosto. Nanditaestaba sentada en la penumbra.

—La nube ya no está. No hay indicios deque nadie nos persiga —dijo Ariel.

—Seguramente estarán ocupados en otrascosas. Dadas las circunstancias.

Ariel se sentó frente a ella. Nandita teníaque haber visto la pistola en su mano, al menosla silueta, pero no dijo nada.

Con seguro. Sin seguro.

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—¿Crees que Hobb pase la noche?—No lo sé —respondió Nandita.—No puedo evitar pensar que será más

fácil para él si muere. Se sacrificó para salvar asu hijo, y ahora tiene que despertar y enterarsede que su sacrificio no sirvió de nada.

—Su hijo no sobrevivió, pero eso no significaque su sacrificio no haya servido de nada.

El fuego crepitaba detrás de ellas.Con seguro. Sin seguro.Ariel quería matarla en ese momento,

levantar la mano y disparar, pero no lo hizo.Quería gritarle con toda su furia y hacer que esamujer pagara por todo lo que le había hechopasar, por la participación que había tenido en lacalamidad que había acabado con el mundo.Pero tampoco lo hizo. Se quedó observando lasluces anaranjadas del fuego que bailabandébilmente en la pared, más allá de las sombrasoscuras de la habitación.

—Vi lo que hiciste con el disparador químico—le dijo por fin—. La noche que lo volcaste enel fuego, después de que Erin Kessler dijo que

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quería usarlo.—No quería que intentara cometer una

estupidez —respondió Nandita.—Parece que no hicimos lo suficiente para

impedírselo.—Eso parece.—¿Por qué lo hiciste?—¿Crear a los Parciales? ¿Acabar con el

mundo? ¿Destruirte la niñez? Tengo una largalista de delitos, hija. Temo que vas a tener queser más específica.

—¿Por qué dejaste que nos dispararan? —preguntó Ariel. Sujetó con más fuerza la pistola,aunque todavía no apuntaba más que al suelo—.Puedes controlar a los soldados Parciales con unpensamiento… habrías podido parar esabalacera antes de que se disparara un solo tiro.Pero no lo hiciste.

—Yo… —vaciló, una forma inmóvil en laoscuridad—. Supongo que decidí que, si nopodía detener a Erin, tampoco debería poderparar a los Parciales.

—¿No quisiste controlarlos?

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—No.—¿Preferiste dejar que nos mataran a

todos? —indagó. Notó que empezaba a levantarla voz.

—No era un buen momento para unarevelación moral —respondió Nandita—. Nohace falta que me lo digas. Pero estas cosassuceden; iba a hacerlo, pero no lo hice. Elmomento se dio, y luego pasó.

—¿O sea que piensas que tomaste ladecisión correcta? ¿Que valió la pena dejar quemataran a tu gente en aras de tu revelaciónmoral?

—No nos mataron.—No tenías manera de saber que sería así.—Yo creo —dijo Nandita— que justamente

de eso se trata.Con seguro. Sin seguro.—Bajé aquí para matarte.—Lo sé.—Siempre pensé hacerlo. Solo por eso vine.

Eras la única que podía salvar a Khan; por esoiba a esperar hasta que lo hicieras, y luego

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¡bam! —Hizo un gesto con la pistola—. Bastade mentiras, de artilugios, de control. Supuse queel mundo estaría mejor sin ti.

—Difícilmente puedo disentir.—Y ahora aquí estoy, y lo único que quiero

hacer es matarte, y… —hizo una pausa,esperando que Nandita hablara, pero no dijonada—. No eres la persona que creí que eras.

—Puedo decir lo mismo de ti —repusoNandita.

—¿Quién creías que era?—Creía que eras una criatura —respondió

Nandita. Sacudió la cabeza—. Estabaequivocada.

Ariel se puso de pie, apuntó con la pistola ala cabeza de Nandita…

… y allí se quedó.—Khan merecía vivir —le dijo—. Quizá

Hobb también lo merezca. O tal vez él, y tú, ytodos aquellos Parciales en esa explosión, todosmerecían morir. No lo sé. Ahora aquí estamos, ysoy yo quien tiene el control, el poder, lacapacidad de dejarte vivir o morir con solo un

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pensamiento. Si voy a recibir alguna revelaciónmoral incómoda, ahora sería el momento.

Bajó la pistola y se apartó.—Voy a buscar agua.

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CAPÍTULO CUARENTA

Shon estaba furioso; mantuvo los ojos en elmapa hasta que su campo visual se puso rojo, yluego dio un puñetazo en la mesa. Esta se partiópor la fuerza del golpe, y él cayó al piso delgimnasio de escuela secundaria que habíaelegido como campamento base.

Aún había cientos de rebeldes humanos enlos bosques, escondidos, que disparabanfurtivamente y huían; mataban a sus soldados,atacaban sus provisiones y los llevaban más ymás hacia el este: siempre al norte y al este.Lejos del continente y de East Meadow, y ahoraWhite Plains había desaparecido y EastMeadow estaba vaciándose. En retrospectiva,era obvio: los actos de los humanos eran un

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enorme engaño precisamente porque a ellos noles iba bien. Victoria tras victoria, prisionero trasprisionero, habían barrido la isla, atrapandoguerrilleros, y les habían seguido el juego comotontos. El ardid había dado resultado, y losciviles humanos estaban escapando.

Lo enfurecía la frialdad de todo aquello. Laguerra era la guerra, pero él había tratado deconducirse honorablemente. Había cesado lasejecuciones de Morgan apenas sus órdenesdejaron de llegar. Había congregado a loshumanos pero sin hacerles daño; había tratadode sofocar sus levantamientos en forma pacíficasiempre que le había sido posible y habíatrabajado para llevar agua y comida a EastMeadow.

Ellos le habían pagado con un arma biológicacruel, una campaña de terrorismo y, ahora, unaexplosión nuclear que sin duda había borrado delplaneta a casi toda la especie Parcial. Susamigos, sus líderes… antes se había sentidoabandonado, al pasar semanas enteras sinrecibir órdenes nuevas, pero ahora estaba

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completamente aislado. Nunca más recibiríaórdenes ni mensajes por radio; tampoco sereuniría con el resto de su ejército, porque ya noexistía. Tenía veinte mil Parciales bajo sumando, y nunca habría refuerzos porque eran losúltimos Parciales vivos en el mundo.

En diez días más vencería la siguientegeneración, y quedarían diecisiete mil. Un mesmás tarde, perderían a otros seis mil.

Basta de honorabilidad.Un mensajero se le acercó pero guardó su

distancia, probablemente por la mesa hechapedazos y los datos furiosos del enlace, queseguían ardiendo en el aire en torno de sucabeza. Respiró hondo para serenarse antes dehablar.

—Informe.—Uno de los prisioneros está hablando.

Aparentemente, los rebeldes han estadocorriendo la voz de la bomba, diciendo a la genteque huyera al sur antes de que explotara.

—¿Y nunca descubrimos eso?—Usted había dado órdenes explícitas de no

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torturar a nadie —respondió el mensajero—.Ahora que estamos haciéndolo, ellos… Estamosenterándonos de muchas cosas.

—¿Quién estaba detrás de eso?—Un grupo de resistencia llamado los

Rinocerontes Blancos. Empezaron a operarpoco después de que comenzó la ocupación deEast Meadow.

—Sé quiénes son —dijo Shon—. Ha sidosumamente difícil atraparlos. ¿Tenemos a algunoen custodia?

—Uno solo, señor.—Vamos a verlo.Dejó que sus ayudantes recogieran la mesa

rota y se detuvo apenas para tomar su pistola,que estaba colgada junto a la puerta. Losprisioneros estaban en un par de baños en elsubsuelo, encadenados a las cañerías de loslavabos enmohecidos y los retretes húmedos yrotos. Shon saludó con un movimiento de cabezaa los soldados que estaban parados en posiciónde guardia en el pasillo, y se maravilló por la iraferoz, casi desesperada, que parecía impregnar

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todo el campamento. Apenas tuvieran un blancopara su venganza, caerían como un rayo.

Abrieron la puerta, y el general retrocedió,impactado por el olor. El mensajero lo condujohasta una muchacha bajita y delgada que estabaen un rincón al fondo, y que tenía señales dehaber sido interrogada.

—¿Es esta? —preguntó. El mensajeroasintió; Shon se agachó frente a la muchachagolpeada y le mostró su arma—. ¿Cómo tellamas?

—Yoon-Ji Bak.—¿Y trabajabas con la rebelde Marisol

Delarosa?—Con orgullo —tenía el rostro duro, firme y

decidido, a pesar de la sangre y la suciedad.—¿Dónde están los demás humanos que

estaban tratando de evacuar?La chica no dijo nada.—Dime dónde están reuniéndose, y tu

muerte será rápida.Ella no dijo nada.—¿Dónde están? —dijo él, levantando la

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voz para emular lo mejor posible el sonido de lafuria humana.

—Mátame —dijo Yoon.Shon la miró un momento, y luego le entregó

la pistola al mensajero, que estaba detrás de él.Con una mano sujetó la muñeca izquierda deYoon, y con la otra, su dedo meñique.

—Eres una terrorista, asesina y criminal deguerra. Esa nariz rota es lo más leve que va apasarte aquí, a menos que empieces a decirmelo que quiero saber. Voy a encontrar a todosesos canallas, y voy a hacer lo que tendría quehaber hecho hace meses… hace años. ¿Cuál esel punto de encuentro de la evacuación humana?

—No lo sé.Shon le empujó el dedo hacia atrás y se lo

quebró con un crujido audible.La chica gritó, y Shon pasó al siguiente

dedo.—Probemos de nuevo. ¿A dónde se dirigen

los humanos?Ella volvió a gritar, apretando los dientes

para aguantar el dolor:

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—Estamos sacando a todos de la isla.—Sé más específica, por favor. ¿Dónde y

cómo?—Va a tener que matarme —jadeó Yoon.Le quebró otro dedo, y pasó al tercero.—Ocho oportunidades más antes de que

empiece a ponerme creativo. ¿Dóndeexactamente puedo encontrarlos?

—¡No lo sé! —Ahora Yoon gemía y leescurrían las lágrimas; apretó el otro puño hastaque se le puso blanco.

Crac.—Siete —dijo Shon—. ¿Dónde?

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CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

Empezó a nevar otra vez poco después de laexplosión, y Kira tuvo la esperanza de que esodisminuyera el alcance de la radiactividad.Green dijo que el viento era un efectosecundario de la bomba, pues el fuego en WhitePlains absorbía el aire como el ojo de untornado. Esperaron a Falin y a los otros en elhospital, y Kira los llevó a todos a la casa deNandita, con la esperanza de encontrar algúnrastro de sus hermanas. El viento les arrojaba lanieve a la cara y les quemaba las mejillas y losojos mientras caminaban por la ciudad. Cuandollegaron, la casa estaba vacía.

—Sandy dijo que Haru estaba aquí, en EastMeadow —recordó Marcus—. Si él estaba al

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tanto de la bomba, habrá ido directamente abuscar a Madison, y ella no se habría ido sinAriel e Isolde.

Probablemente fueron… al sur, supongo.Hacia allá se dirigen todos. No se atreverían atratar de evacuar por Manhattan, con lospuentes sembrados de explosivos, así quesupongo que cruzaron en botes.

—¿Tantas embarcaciones tienen? —preguntó Green—. Treinta y cinco mil personasson muchas para cruzar por agua.

—Tenemos pueblos de pescadores en todaslas playas del sur —respondió Kira. Cerró losojos al hablar y se dejó caer en el viejo sofá dela sala, desvencijado y roto. Trató de recordar laúltima vez que no había estado escapando, yafuera de algo o hacia algo. Hasta el esfuerzo dehacer memoria le produjo cansancio.

—Los pescadores tienen algunos barcos,pero no muchos —repuso Marcus—. Aun así,son mejores que nada. Creo que Nandita tieneun viejo atlas por aquí, en alguna parte… —Revisó la biblioteca y sacó un grueso tomo de

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tapa dura; lo dejó pesadamente en la mesita dela sala y lo hojeó en busca de un mapa de LongIsland—. Aquí en la isla, la mayor parte de lasproteínas provienen del pescado, que se pescaaquí, cerca de Riverhead, o aquí, en Great SouthBay. Por esta zona también hay algunascomunidades más pequeñas, en Jones Beach.No podemos llegar a los barcos de Riverhead,pero en la bahía hay una flota considerable develeros, y si bien probablemente harían faltavarios viajes, podrían empezar a cruzar a lagente al continente… aquí, supongo —señaló lacosta de Jersey—. Si siguen por la costapasando Long Beach y Rockaway, puedencruzar a Nueva Jersey con bastante facilidad,sin llegar a alta mar ni a aguas profundas.

—O sea que, si queremos encontrarlos,¿vamos a Jones Beach o buscamos los barcosen la bahía? —preguntó Falin.

—Si yo tuviera que coordinar esto, enviaríaa todos bien al sur —respondió Marcus, mirandoel mapa—, para alejarlos lo más posible de laexplosión, y luego hacia el oeste, hasta donde

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pudieran llegar. Si los barcos están cruzando poraquí, entre Breezy Point y Sandy Hook, puedenevacuar la isla mucho más rápido —miró aGreen—. Lo cual es una manera larga de decirque tenemos más posibilidades de encontrarlossi vamos por las playas.

—A menos que los pescadores no hayanpodido sacar los barcos de la bahía —repusoFalin—. ¿Y si los tienen los Parciales? Quizánecesiten nuestra ayuda.

—Es obvio que nunca tuviste el placer deconocer a un pescador después del Brote —dijoMarcus, y se recostó en el sofá—. ¿A dóndevas si estás tan traumatizado por el fin delmundo que nunca más puedes confiar en lacivilización? Algunos viven en los bosques,cazando venados, gatos salvajes o lo queencuentren, pero la mayoría se hicieronpescadores. Son independientes, tienen mediosde movilidad y si no quieren comerciar connuestras granjas, pueden olvidarse por completodel resto del mundo. Allá fue la hermana deKira, Ariel, cuando se marchó de aquí: directo a

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Islip, en el límite de una comunidad depescadores. Te apostaría a que los Parciales norecogieron a más de un puñado de miembros deesas comunidades pesqueras durante laocupación. Podrían navegar hasta la isla Fire oesconderse en la bahía Oyster y evitar lainvasión del mismo modo que han evitado anuestra sociedad en la última década.

—Entonces quién sabe si van a ayudarnos.Aunque los otros humanos hayan encontrado lascomunidades pesqueras, ¿cómo sabemos siaccedieron a dejarlos usar los barcos? —lepreguntó Green.

—Ah, seguro que se encontraron. Algunasde estas calzadas tienen muchos kilómetros; lasusábamos mucho cuando hacíamos excursionesde salvamento. Y cuando un pescador vea amiles de personas cruzando, va a sentircuriosidad y, cuando se entere de lo que estápasando, se correrá la voz muy rápido.

Supongo que es posible que algunos noayuden, pero te apuesto lo que quieras a que lamayoría sí lo hará.

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Como nosotros, no querrán quedarse en unaisla que va a recibir radiación, y cuando semarchen, lo más probable es que nos lleven conellos. No son mala gente, solo son…antisociales.

—Ok. Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Green.

—Seguimos a los otros refugiados —respondió Marcus—. Al sur por las calzadascosteras, luego al oeste por las playas. Llevamosa todos los refugiados que podamos, vaciamosEast Meadow por completo, y luego seguimos laruta que tomaron los demás hasta que logremosalcanzarlos.

Green hizo otra pregunta, pero Kira ya noestaba escuchando. El análisis de Marcus de laisla era sólido, igual que sus planes, pero…¿cuánto de eso importaba ya? Aunque pudieranhuir, ¿hacia qué huirían? ¿Qué esperanza teníanlos humanos de sobrevivir solos? Tenían a Greeny Falin y a algunos más, pero cuatro Parciales, oincluso cuarenta, no bastaban para salvar atreinta mil humanos. ¿Quién sabía siquiera

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cuántos Parciales quedaban? Además, sin dudala explosión había acabado con toda posibilidadde reconciliación.

Kira se puso de pie y se dirigió a la cocina,donde olió el aroma a hierbas que tanto lerecordaba a su hogar.

Hacía dos años que Nandita habíadesaparecido, y después de todo lo que habíaocurrido, sabía que nunca volvería a verla, peroesa cocina y esas hierbas aromáticas le trajeronun caudal de recuerdos entrañables. Xochi habíamantenido la huerta después de la partida de lamujer, y del techo colgaban ramitos de romeroseco, manojos de albahaca parduzca yquebradiza, hojas de laurel y ramos fragantes demanzanilla.

Se quedó mirando el desorden (era obvioque se habían marchado apresuradamente parasalir de la ciudad) y al cabo de un largo ratoabrió una alacena, sacó la tetera de metalennegrecido y fue a llenarla al fregadero. Elgrifo goteó un segundo y se secó;aparentemente, el frío había sido demasiado

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para las cañerías vetustas de la casa, y loscaños por fin se habían congelado y habíanestallado. Pensó en usar la bomba de agua delpatio trasero, pero finalmente abrió la puertalateral y puso en la tetera un buen puñado denieve. Xochi había dejado una pila de leñospartidos acomodados junto a la estufa a leña, ycon cuidado, Kira encendió un fuego dentro delmonstruo de hierro fundido. Sus manos casi semovían solas, recordando los años pasados,noche tras noche, haciendo lo mismo ante lamirada atenta de Nandita. A veces, la deMadison. Los trocitos de nieve que habíanquedado por fuera en la tetera se derritieronrápidamente al calentarse la estufa, y cuando seelevó más aún la temperatura se evaporaron conun siseo.

—¿Tienes sed? —le preguntó Marcus, queestaba de pie en la puerta que daba a la sala,observándola con ojos cansados.

—No —respondió ella sin expresión—. Solonecesitaba algo que hacer.

Él asintió y se acercó a la barra, donde se

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quedó mirando la variedad de hierbas.—A ver. Menta, manzanilla, limón,

jengibre… ¿Qué te apetece?—Cualquiera —puso otro leño en el fuego,

para mantener el calor parejo. En realidad noimportaba, pues solo estaba hirviendo agua, peroera algo que hacía bien. El fuego era algo queella podía controlar.

Probó el calor con la mano y observó latetera.

Marcus jugueteó un poco con las hierbas,sacó tres de las tazas de porcelana cascadas yuna esferita de malla metálica para cada una.Las olió para asegurarse de que estuvieranlimpias, y dejó caer algunas hojas en cada esferamientras hablaba:

—Así que ese era tu padre…—Sí —no sabía qué sentir con respecto a

Armin, y por eso se negaba a sentir algo. Volvióa probar el calor, tratando de medir latemperatura perfecta para el té.

—Una vez vi una foto suya —dijo Marcus—. Me la mostró Heron.

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—¿Heron? —Levantó la vista.—¿Te acuerdas de aquella asesina Parcial

que te capturó cuando fuimos al norte conSamm? Apareció aquí una noche, el año pasado,de manera totalmente inesperada. Me mostróuna foto de ti cuando eras una niñita; estabas depie entre Nandita y ese tipo del hospital.Armin… ¿Walker, supongo?

—Dhurvasula —respondió ella, al tiempoque volvía a mirar la estufa—. Cuando lossoldados me encontraron después del Brote, yono recordaba mi apellido; por eso me pusieronuno. Puede que me llame Kira Dhurvasula, no losé. No sé si me adoptó legalmente o qué.

—Si fuiste un experimento, es posible quelegalmente no ex… —se interrumpió—. Noimporta —terminó con la última esferita ycolocó una en cada taza—. ¿El agua estácaliente?

—Sí —dijo. La tetera ya había empezado aemitir unos silbidos cortos y débiles,preparándose para el hervor completo. Lamiraron en silencio, y cuando silbó fuerte Kira la

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retiró de la estufa y vertió un chorrito caliente encada taza. El aroma del té se elevó como unanube, calmándola, y ella respiró hondo.

Manzanilla.—¿Vendrá por ti? —preguntó Marcus.Era una pregunta en la que Kira aún no se

había permitido pensar, pero ahora que estabaen el aire no podía evitarla.

—Es probable.—Dijo que eras un modelo nuevo —recordó

—. Una especie de refinamiento supremo deldiseño Parcial.

Si está recolectando… ADN artesanal, o loque sea, va a querer el tuyo.

—Yo me preguntaba para qué me habíancreado —dijo ella. Levantó la vista y lo miró alos ojos por primera vez esa noche. El rostro deMarcus tenía un cálido tono bronceado; casiresplandecía a la luz del fuego, y sus ojosestaban tan negros como el cielo nublado, sinestrellas—. Cuando me enteré de que eraParcial, pensé que me habían hecho con algúnfin grandioso. Algo perverso, quizá, como si

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fuera una bomba portadora de una nueva cepadel RM, o una espía en espera de ser activada.Sin embargo, esperaba ser, tal vez, la clave parasalvarnos, la cura de todo, o un modelo híbrido, oalgo que pudiera unir a las dos especies —sonrió, pero fue una sonrisa agria y forzada, delas que llevan casi a las lágrimas—. Resulta quesoy inútil, al menos en lo que respecta a salvar almundo —se enjugó los ojos—. No soy portadorade la cura del RM, y aunque no creo tener fechade vencimiento, no puedo hacer mucho paraimpedir que otros Parciales venzan. AhoraArmin me quiere por mi ADN, y no puedo sinoplantearme si solo sirvo para eso. Antes mepreguntaba si realmente iba a vivir hasta el final,pero ahora no puedo evitar pensar que tal vez…no debería.

—No digas eso.—Pensaba que me habían hecho para algo

terrible, y después creí que me habían hechopara algo grandioso, y ahora resulta que no mehicieron para nada. Solo… estoy.

—¿Quieres decir, como todos los demás? —

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preguntó Marcus, mirándola con ojosbondadosos, casi sonriente, pero Kira apartó lamirada.

—No es eso —replicó.—Es exactamente eso —insistió él—.

Nadie tiene un… destino. Es decir: nadie tieneuna especie de camino inevitable en su vida.Esta taza se hizo con arcilla, y esa arcilla podríahaber sido cualquier cosa, hasta que alguien hizocon ella una taza. Las personas no somos tazas,sino arcilla. Arcilla que vive, respira, piensa ysiente, y podemos convertirnos en cualquiercosa que queramos, y pasamos toda nuestravida moldeándonos, haciéndonos cada vezmejores en lo que queramos ser, y cuandoqueremos ser otra cosa, simplemente alisamos laarcilla y volvemos a empezar. Tu falta de«propósito» es lo mejor que tienes, porquesignifica que puedes ser lo que quieras.

Kira cerró los ojos, con el pecho lleno deesperanza; su corazón le gritaba que le creyera,pero no podía. Todavía no.

—¿Y los soldados Parciales? —preguntó—.

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A ellos los hicieron para una sola cosa, y nadamás… ¿no pueden cambiar? Ni siquiera puedendesobedecer órdenes sin ir en contra de supropia biología. ¿Qué van a hacer ahora?

—Por creer que no había otra opción, seacabó el mundo —dijo Marcus. Hizo una pausa,mirando al suelo, y luego prosiguió—. Tuve unamigo llamado Vinci… Supongo que, después dela bomba atómica, nunca tendrás oportunidad deconocerlo, pero era un buen hombre. Era de lainfantería Parcial, centinela en el ejército deTrimble, pero además era gracioso, inteligente ylo bastante sensato como para darse cuenta deque su mundo no estaba resultando, y lobastante valiente para intentar cambiarlo. Sereinventó tanto como cualquier humano. Fíjateen Green o en Falin —se encogió de hombros ysu voz se volvió distante—. Fíjate en Samm.

—Samm cambió —dijo Kira, asintiendo—.Heron también.

—¿Volviste a verla?—Éramos casi amigas —respondió con la

mirada fija en las volutas de vapor de su té—.

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No del todo, pero casi.—¿Te ayudó a llegar a Denver?—Regresé con Morgan, pero Samm y

Heron se quedaron para ayudar a lossobrevivientes. Pensaba que un día quizávolvería a verlos, pero luego, con la nieve, sehizo casi imposible viajar, y ahora con labomba… —pensó en Samm, y en sus momentosfinales. Su único beso. Buscó las palabras paraexpresar sentimientos de los que ni siquieraestaba segura—. Los echo de menos, pero mealegra que no estén aquí.

Me alegra que estén a salvo. Espero quesigan así, que se queden en Denver, y si estoyen lo correcto con respecto a las curas, puedantener una vida larga y feliz, mucho después deque los demás muramos de cáncer o hipotermiao… de un balazo. O a manos de algún loco quequiere robarse nuestra sangre.

—Por la forma en que hablas —bebió unsorbo de su té—, ese parece un lugar muypeligroso.

Kira rio, no con una risa fuerte ni sonora,

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sino apenas una risita entre dientes, aunque másgenuina que cualquier cosa que hubiera sentidoen mucho tiempo.

—Peligroso e irremediable —continuóMarcus—. Pero no creo que lo sea. No te«diseñaron» para curar el RM, pero lo hiciste detodos modos. Tampoco te diseñaron para cruzarel páramo tóxico, pero también lo hiciste, ydespués escapaste de no sé cuántos villanos, yatravesaste una zona de guerra, y mientrastantos grupos de refugiados se van haciendomás y más pequeños, el tuyo va creciendo.Estás enseñando a la gente, estás reclutando, yno es porque te hayan hecho así o tuvieras unaespecie de destino glorioso que cumplir, sinoporque eres tú. Eres Kira Walker. No vas asalvar el mundo porque seas la elegida; vas asalvarlo porque quieres hacerlo, y nadie en estemundo pone más empeño que tú en lo quequiere hacer.

—Te extrañé mucho, Marcus —dijo, yapoyó su taza.

—Seguro que a todos les dices lo mismo —

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dijo él sonriendo.Una vez lo había amado, pero luego ella

había cambiado y él, no. Ahora que había vueltoa encontrarlo…

—No eres el mismo de antes.—Tuve un año bastante ocupado.—Deja tu taza.Marcus parpadeó, sorprendido, y luego puso

la taza en la mesa justo a tiempo: ella se acercó,lo abrazó y le dio un beso feroz. Él también labesó, y ella lo presionó contra la barra,abrazándolo con fuerza, necesitándolo más enese momento de lo que nunca había necesitadonada. Afuera rugía la tormenta, el continenteestaba en llamas, y la isla se encogía de miedo.Kira se olvidó de todo y besó a Marcus.

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CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

—Ya vienen —anunció Falin.Kira levantó la vista de su mochila, donde

estaba guardando las últimas botellas de aguacongelada.

—¿Quiénes?—Todo el maldito ejército Parcial —

respondió Falin, corriendo para alcanzarlos.Había subido hasta la mitad de un edificio deoficinas para vigilar mientras Kira, Marcus y elresto de los refugiados buscaban comida—.Ahora están en East Meadow, pero no sedetienen. Probablemente ya se enteraron de quelos humanos han huido.

—¿Todo el ejército? —preguntó Marcus.—Lo que queda de él —respondió Falin.

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Miró a Green—. ¿Puede caminar?—No muy bien —dijo Kira.Habían pasado cinco días más en East

Meadow, recogiendo a todas las personas quepodían, y las provisiones para mantenerlas, yahora faltaban apenas cinco días para elvencimiento de Green. Kira nunca había vistocómo ocurría, de modo que no sabía quéesperar, pero los Parciales no parecíansorprendidos de ver en él los primeros signos dedebilidad: empezaba a ponerse más lento y frágila medida que su cuerpo volvía su energía contrasí mismo.

Kira había tenido la esperanza de que lainteracción de Green con los humanos de laciudad lo salvara, pero no estaba dandoresultado; o se necesitaba más tiempo, osimplemente no funcionaba. Al verlo cada vezmás débil y dañado, el ánimo de todo el grupoempezó a decaer. Habían empezado a verlacomo su salvadora, pero ahora los aterraba laposibilidad de que la esperanzadora promesa deKira no fuera más que otra falsa ilusión. Habían

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reunido a casi cuatrocientos refugiados humanosy diez soldados Parciales más se habíanincorporado al grupo, pero sin esperanza desalvación, Kira no sabía cuánto tiempo se podríamantener unido el grupo. Rogó que Greensaliera adelante a tiempo y se recuperaramilagrosamente, pero las perspectivas no eranbuenas. Una parte de ella aún temía terminartambién así: no por vencimiento, sinosimplemente morir. Cuatrocientas veintepersonas corriendo por un infierno nevado,huyendo de la radiactividad y de un vastoejército de supersoldados. ¿Qué posibilidadestenían en realidad?

—¿Están listos los explosivos? —lepreguntó Kira a Tomas, el Parcial experto endemoliciones.

—Sí. Lo único que necesitamos es cruzar elprimer puente.

Ella miró la fila lenta de refugiados queavanzaban con dificultad por la nieve, conpesadas mochilas de comida y municiones sobresus hombros. Nadie había llevado ropa de más;

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de eso encontraban más que suficiente en lascasas en que se refugiaban, y había todo uncontinente de casas esperando más allá delagua. Si logramos llegar, se dijo.

—Tomas, Marcus, Levi: vengan conmigo;vamos a adelantarnos para empezar a colocarlos explosivos, así estarán listos cuando el restodel grupo llegue al puente. Falin, que sigancaminando, y no dejes que se asusten. Green —se arrodilló frente al soldado enfermo y le tomólas manos—. Vas a ponerte bien.

—No soy inválido —respondió, pero su vozestaba más ronca que antes, y sus ojos parecíanmás hundidos.

—No habría podido llegar hasta aquí sin ti,Green. Vamos a salir adelante.

—Entonces basta de charla y ponte a hacertu trabajo.

—Ese es el Green que yo conozco —dijoKira sonriendo, lo palmeó en el brazo, se pusode pie y miró a su equipo de avanzada—.Vamos.

Los breves períodos de sol de los últimos

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días hacían más difícil que nunca caminar por lanieve, pues estos ablandaban grandesextensiones y la transformaban en polvo liviano,que luego volvía a congelarse cuando el sol seescondía otra vez. En lugar de avanzarhundiéndose hasta la cadera, caminaban sobrelas precarias capas superiores de un banco denieve; a veces resbalaban en el hielo, a veces sehundían en la superficie quebradiza y otras, secortaban con los bordes filosos como navajas. Elhecho de que ya miles de refugiados hubieranpasado por allí, dejando huellas irregulares yobjetos caídos que se congelaban en el hielo,solo lo hacía más traicionero.

Había dos calzadas largas que cruzaban dela isla principal a las playas más alejadas, y elgrupo de Kira iba camino a la calzadaoccidental, Meadowbrook, que interconectabacuatro islas pantanosas en dirección a LongBeach. El plan era volar cada puente a medidaque los fueran cruzando, para que el ejércitoParcial quedara varado detrás de ellos; noimpediría por completo que los persiguieran,

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pero sí los obligaría a buscar una ruta diferente.Incluso esperaban que los Ivies se mostraranreticentes a seguirlos, amedrentados por losanchos canales de aguas gélidas y los témpanosde hielo.

Solo que mi padre tiene un rotor, pensóKira. Cuando venga, podría llegar desdecualquier parte.

—¿Crees que Armin todavía estébuscándome? —le preguntó a Marcus—.Probablemente la explosión lo asustó, como atodos nosotros, pero ha tenido varios días parareagrupar a su gente y no ha vuelto.

—Probablemente está atacando al resto delos refugiados —dijo, señalando con la cabezahacia el camino que tenían por delante—. Todoslos que pasaron antes que nosotros. Con eserotor y su banda de Ivies, podrá elegir el ADNde quien quiera.

—Pero todavía quiere el mío. A la larga va avolver a intentarlo, y no tendremos una bombaatómica para distraerlo.

—¿Has pensado en darle tu sangre y ya?

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Por las buenas, digo; medio litro, un litro, que telo extraiga con seguridad y después puede irse adonde quiera y dejarnos en paz.

—¿Y crear otra especie que haga pedazosel planeta tratando de justificar su existencia? —ella negó con la cabeza—. Basta de jugar a serDios, ni siquiera la gente que tiene poderes casidivinos. Cuando venga por mí, tenemos quedetenerlo.

—Hablas como si fueras carnada —dijoMarcus, con recelo.

—Me siento como tal —repuso, y señalócon la cabeza a los refugiados que los seguíancon dificultad—. Solo espero que ninguno de losotros se haya quedado atrás cuando explote latrampa.

Recorrieron poco más de un kilómetro. Kiraya empezaba a perder sensibilidad en los dedosde los pies y en la cara, cuando Levi gritó unaadvertencia:

—¡Puente abajo!—¿Qué? —exclamó Kira, apresurándose

para alcanzarlo. Se quedó boquiabierta al divisar

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la brecha gigantesca en el camino—. ¿Sederrumbó?

—Parece que alguien lo voló antes quenosotros —respondió Tomas, y señaló losescombros—. Eso fue una explosión, y se venlas marcas ennegrecidas bajo los bordes de lanieve.

—Vamos a tener que cruzar a nado —dijoella, cuando se adelantó un poco más para verlas orillas rocosas de la isla.

—¿Con este clima? —preguntó Marcus—.Ese canal es profundo y está helado; si no fueraagua de mar, estaría sólido. Sin mencionar quepensábamos volar todos los puentes quecruzáramos; si los que pasaron primero hicieronlo mismo, no vamos a poder avanzar. Nosquedaremos varados en alguno.

—Probablemente volaron también la calzadaeste —dijo Kira. Maldijo por lo bajo y apretó losdientes.

—No vale la pena desviarnos cincokilómetros para averiguarlo —opinó Tomas—.Tendremos que volver al norte, y luego ir al

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oeste por el continente.—El ejército nos sigue —dijo Kira, con

frustración.—Y ahora estará más cerca —acotó Levi

—. ¿Realmente tenemos alternativa?—No —respondió ella. Cerró el puño y

gruñó; luego respiró hondo y se obligó a pensarfríamente—. Si suponemos que volaron losdemás puentes, nuestro único acceso a la zonade llegada, o lo que creemos que es la zona dellegada, está más allá de Inwood y Rockaway.

—Así es —dijo Marcus.Kira se volvió y empezó a desandar el

camino.—Vamos. Tenemos que regresar con los

demás y decirles que den la vuelta —se frotó lasmanos, mirando el cielo mientras las nubes secerraban, presagiando otra tormenta. Tal vezMarcus se equivoca y sí tengo un destino. Talvez todos lo tenemos.

Y nuestro destino sea morir.

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CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

Kira llevó a sus refugiados hacia el norte,rodeando una caleta angosta de la bahía que seinternaba en la ciudad en ruinas, y luego hacia eloeste por una carretera ancha llamada MerrickRoad. Eso haría que encontrarlos resultara fácil,pero con el ejército pisándoles los talones notenían posibilidades de esconderse. Su únicaesperanza era avanzar más rápido que ellos, yKira le exigía al grupo al máximo gritando quecorrieran cuando ya no les quedaba aliento paraseguir.

Un rezagado trastabilló y cayó, y empezó amanarle sangre de una herida de bala; segundosmás tarde les llegó el sonido del disparo, queresonó apagado entre las calles vacías.

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—Francotirador de largo alcance —dijoGreen. Hacía una mueca a cada instante; lecostaba seguirle el paso incluso a los humanosmás lentos. Kira abrió la boca para gritar, paraavisar al grupo que se dispersara y se pusiera acubierto, pero él la detuvo—. La nevada se hacemás densa a cada segundo; no van a poderapuntar tan bien por mucho tiempo. Solo tratande demorarnos.

—No quiero dejar morir a nadie —replicó.Pero tampoco quería salir de la carreteraprincipal, y si buscaban refugio solo le darían alejército tiempo para alcanzarlos. Esperaba quepudiéramos hablar con ellos, pensó, pero sinos están disparando en cuanto nos ven, nocreo que estén dispuestos. Observó el caminoy vio, dos cuadras más adelante, un edificio dedepartamentos que sobresalía entre lasconstrucciones vecinas; las ventanas superiorestenían una vista amplia de toda la calle detrás deellos—. Si ponemos un francotirador allá arriba,podemos hacer que dejen de perseguirnos.Estarán caminando directamente hacia nuestras

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balas.Green se volvió hacia el edificio, dispuesto a

llevar a cabo el plan.—No, tú no —lo detuvo Kira.—¿Qué?—Es posible que quien suba allá no vuelva a

bajar. Tú no eres un tirador contratado, eres unode nosotros.

—Es un plan sólido —dijo Levi—. Y yosoy…

Kira lo interrumpió antes de que pudieradecirlo.

—Parcial, humano, no importa. Ahora todosestamos en esto juntos. No voy a enviarte a eseedificio solo porque estás hecho para eso.Estamos trabajando juntos y…

—Kira —Levi levantó una mano—. No ibaa decir «soy Parcial»; iba a decir «soy unexcelente tirador».

Pero te agradezco el sentimiento.—Ah… —Ella parpadeó—. Bueno, te

necesito con el grupo. Eres un líder nato. Y noeres el único que sabe disparar —se volvió

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hacia la fila de refugiados—. ¿Cuántos deustedes saben disparar un fusil? —Algunoslevantaron la mano tentativamente, y ella asintió—. Bien: ¿cuántos de ustedes están entrenados?

Dos manos quedaron levantadas. Kira setragó el súbito sentimiento de culpa y odio haciasí misma, se obligó a pensar en el grupo y señalóal más corpulento de los dos.

—¿Cómo te llamas?—Jordan.El resto de la columna siguió caminando,

avanzando por la nieve con pasos pesados.—Déjame hacerlo a mí —pidió Levi—. Soy

mejor tirador.—Nunca me has visto disparar —replicó

Jordan.Levi se limitó a arquear una ceja.Kira le entregó un fusil a Jordan y señaló la

ventana que estaba encima de ellos.—Quiero que subas allá, que vigiles el

camino detrás de nosotros y dispares acualquiera que nos persiga —Jordan miróalternadamente a Kira y a Levi, procesando la

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petición—. Más que la puntería, es másimportante que los mantengas ocupados —leexplicó—. Si eres tan bueno como dijiste, te irábien.

—Hasta que me disparen o me capturen —repuso Jordan.

—Mira, sé que es mucho pedirte, peroserías…

—Sí, qué diablos: lo haré —tomó el fusil dela mano de Kira y revisó la mira—. De todosmodos, el mundo se está acabando, y si puedoabatir a unos cuantos Parciales antes de morir…—Echó un vistazo nervioso a Levi—. Digo,enemigos. Soldados enemigos. Perdona, amigo.Son viejas costumbres.

Se oyó otro disparo, y un refugiado que ibaal final de la columna cayó con un gritoestrangulado.

Kira gritó a los demás que se dieran prisa, yluego volvió a mirar a Jordan.

—Puedes salvar a mucha gente.Jordan lanzó un suspiro largo y nervioso, y

luego volvió a revisar el fusil.

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—De todos modos, ya estaba harto decaminar. Me duele la pierna.

—Eres un héroe —dijo Kira.—En ese caso, hazme un favor y mantén

con vida a muchas de estas personas para queme recuerden —dio media vuelta y se alejó porla nieve con pasos firmes.

Kira corrió hacia el final de la columna paraver al refugiado caído.

A lo lejos, Green y el humano que lo sosteníale hicieron señas de que no valía la pena.

—Está muerto —dijo Green—. Haz queesta columna se mueva más rápido.

—Tú eres el eslabón débil —replicó ella,tratando de que sonara a broma, pero sabía quehabía fracasado terriblemente.

—Voy a alcanzarte y a darte una bofetadaen la boca —repuso él, respondiendo con mayorironía.

Ella miró a las dos víctimas del francotirador,boca abajo e inmóviles en la nieve,desdibujándose por la tormenta fría y gris amedida que el grupo seguía avanzando. Y luego

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siguió adelante, dando aliento donde podía ybromeando, tratando de que la columna nodejara de moverse. Otro disparo partió el aire,más cerca y con un sonido marcadamentediferente; Jordan había empezado a disparar.

El ejército se acercaba.La nieve les quemaba los ojos y se les

pegaba a las pestañas, y la ciudad parecíaesfumarse en un pálido limbo blanco. Pasaronpor casas, escuelas, parques y árboles, todosmezclados en la misma nada sin rasgosdistintivos, sus pasos marcados por un únicosonido: proyectiles aislados que resonaban en latormenta, amplificados y apagados, por todaspartes y en ninguna parte.

La columna llegó a una encrucijada, yMarcus los hizo doblar al sudoeste por FoxhurstRoad, aún a varios kilómetros de su destino.Atrás, los disparos aislados se convirtieron enuna cacofonía de fuego automático, un ataqueferoz que desgarró el aire tormentoso y luego,tan repentinamente como había empezado,quedó en silencio.

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Jordan cayó, pensó Kira. Ojalá nos hayaconseguido suficiente tiempo.

Vino la noche, y el limbo blanco se oscurecióhasta convertirse en una sombra negra yprofunda que parecía envolver al mundo en unmanto de peligro. Ahora la nevada era máscegadora y los refugiados imploraban descansar,pero Kira no se atrevía a detenerse. De laoscuridad salían más balas, ya no disparos defrancotirador, sino de exploradores de avanzada,que hostigaban a sus filas mientras el grueso delejército se apresuraba para alcanzarlos. Kiraasignó un equipo para repelerlos (Levi y tres delos humanos) y otro para explorar la ciudad asus costados en busca de fuerzas Parciales quepudieran estar tratando de rodearlos. Intentópensar en cómo podía hacer para que laescucharan y convencerlos de su causa, pero lasprobabilidades de lograrlo parecían disminuir concada nuevo ataque, cada nuevo disparo, cadanueva víctima que quedaba muerta al costado deaquel camino de pesadilla.

Desde Foxhurst doblaron en Long Beach, y

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siguieron por allí hasta tomar la avenida Atlantic,siempre hacia el oeste, siempre tratando de queno los alcanzaran. Poco a poco los suburbiosfueron convirtiéndose en ciudad, y cada edificioalbergaba terror entre sus sombras. De unacalle lateral surgió un grupo de soldadosParciales, disparando sus fusiles y emanando unhedor de MUERTE. Los refugiados gritaban ycaían, se agachaban detrás de los viejosautomóviles cubiertos de nieve buscando susarmas, o simplemente morían en la nievesalpicada de sangre. Kira respondió el fuego,seguida por Marcus e incluso Green; Falinmurió, como casi cincuenta de los humanos,hasta que por fin pudieron alejar a los atacantes.Ella supuso que uno o ambos de sus equipos deexploración también estaban muertos. Ordenó alos humanos que dejaran sus mochilas yabandonaran el peso de su comida para poderavanzar más rápido aún.

—Si nos atrapan, estamos muertos —dijo; laescarcha le quemaba el rostro y los dedos—. Siseguimos vivos por la mañana, podemos buscar

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más comida.La noche se cerró profundamente a su

alrededor. Su mundo era una cueva llena de frío,muerte y horror. Ya se percibía el olor del mar,pero también los datos de los Parciales en elenlace, y hasta Kira los sintió llegar desdeambos lados.

—Estamos rodeados —dijo. Estabacustodiando la retaguardia de la columna ytratando de que los refugiados que quedabanavanzaran lo más posible.

—¿Qué hacemos? ¿Nos dispersamos? —preguntó Marcus—. No pueden perseguirnos atodos.

—Sí pueden —replicó ella—. Están portodas partes, y ellos son más y mejores en esto.Ven mejor en la oscuridad, pueden coordinarsepor el enlace, mientras que nosotros apenaspodemos encontrarnos en la nieve…

—No voy a rendirme —dijo Green.—Yo tampoco… —protestó Kira.—Pues entonces deja de hablar como si así

fuera —replicó él—, y hagamos algo.

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Ella asintió, haciendo un esfuerzo porpensar.

—Diles que se echen al suelo —dijo—. Si elejército Parcial está ahora adelante de nosotros,no tiene sentido seguir avanzando; corre la vozde que todos busquen refugio, se mantengan aoscuras y en silencio. Nosotros alejaremos alejército.

—Epa —exclamó Marcus—. ¿Cómo que«nosotros»? Tú tienes que quedarte a salvo.

—Tengo que proteger a estas personas. Sieso significa un destello de gloria, pues… queasí sea. Los alejaré, le daré al ejército suvenganza, y quizá los demás puedan llegar a lacosta.

—Voy contigo —dijo Marcus.De pronto estallaron unos disparos en la

nieve, detrás de ellos, y se agacharon paracubrirse.

—¡Abajo! —gritó Kira—. ¡Todos abajo!Oyó un eco apagado de gritos ininteligibles y

revisó el fusil con dedos que apenas podía sentir.Era su último cargador. Sintió pasos en la nieve

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detrás de ella, y trató de agazaparse más.Empezó a percibir datos en el enlace, más y máscerca, una confusión química que no lograbadiscernir. Fusiles y pistolas se disparaban en laoscuridad. Una hilera de soldados apareció ensu banco de nieve, y Kira, Marcus y Green lesdispararon; mataron a algunos y obligaron aotros a retroceder.

—Se me acabaron —dijo Marcus—. Eseera mi último cargador.

—A mí también —respondió Green.—Me quedan unos cinco tiros —dijo Kira.

Miró a los otros, siluetas difusas en la oscuridad—. Lo siento.

—¿Por tener más balas que nosotros?¿Cómo te atreves? —repuso Marcus.

—Me refiero a haberlos traído aquí. Penséque podíamos lograrlo. No quise que saliéramosde East Meadow sin los demás refugiados, eincluso antes de eso, fui yo quien los arrastró austedes dos a esto…

—Vinimos porque estábamos convencidos—replicó Green—. Si morimos por algo en lo

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que creemos, es… más de lo que podría decir elresto de mi escuadrón.

En medio de la tormenta, les llegó una vozáspera.

—Les habla el general Shon, líder interinode toda la especie Parcial. Aquellos de ustedesque han traicionado a su raza y se han aliadocon los terroristas humanos son cómplices delbombardeo de White Plains y de la muerte decientos de miles de Parciales. Ríndanse ahora yserán perdonados; si se quedan con loshumanos, los exterminaremos junto con lasdemás alimañas.

—¡Tenemos que trabajar juntos! —gritóKira, pero la única respuesta fue otra lluvia debalas.

—Dame tu fusil —dijo Marcus—. Corre, yyo te cubriré.

Otro soldado Parcial apareció sobre ellos, yKira lanzó un grito y disparó, desesperada porproteger a sus amigos aunque fuese apenas porun momento, pero aparecieron más soldados, ymás aún; su fusil estaba vacío, pero ella seguía

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apretando el gatillo, gritando y desafiándolos…… y los soldados Parciales fueron

derribados por una ráfaga de disparos.—¡Kira! —gritó una voz—. ¡Retrocedan a

nuestra posición! ¡Los tenemos cubiertos,retrocedan!

Era imposible identificar la voz en medio delviento y los disparos, pero necesitabandesesperadamente cualquier ayuda que pudieranconseguir.

Kira y Marcus se levantaron a toda prisa, yentre los dos arrastraron a Green por la nieve. Asu alrededor rugían las balas, que se hundían enlos bancos de nieve y rebotaban con estrépito enlos autos, pero las siluetas difusas por latormenta seguían llamándolos.

Kira no sabía quiénes eran, pero estaban enel enlace, y se preguntó cómo era posible que ungrupo de Parciales amigables hubiera aparecidode la nada desde el oeste.

Sintió algo familiar y casi se detuvo, atónita.—¡No se detengan! —dijo la voz—.

Podemos retenerlos aquí… ¡colóquense detrás

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de nosotros!Ella avanzó, jalando a Marcus y a Green, y

entonces lo vio, arrodillado detrás de un autocubierto de nieve, repeliendo al enemigo.

—¿Samm?—Kira, te dije que te encontraría.

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CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

—¿De dónde viniste? —preguntó Kira, con tonoapremiante.

—Del oeste —respondió Samm. Mantuvolos ojos en la calle, en dirección al este, ydisparó otra andanada corta y controlada con sufusil.

—Pero ¿cómo? ¿Por qué? ¿Y la Reserva?Creí que… nunca más te vería.

—Anda, dale un beso —dijo Marcus, altiempo que se arrojaba detrás del mismo autopara cubrirse—. Nos salvó la vida; si no lobesas tú, lo haré yo.

—Las preguntas, más tarde —dijo Samm—.¿Les quedan municiones?

—Se nos terminaron —respondió ella.

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—Tengo una pistola en mi costado —dijo,mientras disparaba otra ráfaga breve—.Tómala, y lleva a tu gente a un lugar seguro. Yodefenderé esta posición para darles más tiempoa ti y a Heron.

—¿Heron también vino? —Kira tomó lapistola.

—Está colocando explosivos. Hay un puentedos cuadras detrás de mí.

Ella trató de divisarlo, pero era imposible vertan lejos con la nevada. Volvió a mirar a Samm:

—No voy a dejarte aquí.—Iré después de ustedes —dijo Samm, y

Kira vio que había otros soldados con él,cubriendo todo el ancho de la calle—. Lleva a tugente a un lugar seguro y espera mi señal.Ahora vayan. ¿Kira?

—¿Sí? —Lo miró, con el corazón aúninquieto por la confusión de verlo allí.

—Me… alegro de que estés bien —dijo.Era una frase sencilla, pero los datos que laacompañaron en el enlace eran tan potentes quea Kira le temblaron las manos.

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Ella asintió y trató de responder con lomismo, pero solo le salió un murmullo confuso.Había creído que él había desaparecido parasiempre, atrapado del otro lado del páramo. Lohabía aceptado. Pasó la vista brevemente deSamm a Marcus, y de nuevo a Samm.

Ahora no sabía qué hacer.—Vámonos —dijo Marcus, y Samm los

cubrió con otra ráfaga de disparos mientrasayudaban a Green a ponerse de pie y corrían enmedio de la tormenta que arreciaba. Los autos,edificios y postes de alumbrado públicoaparecían como fantasmas en el límite de suvisión. Había cadáveres en la nieve, mediosepultados ya por la tormenta implacable.Pasando los edificios cercanos había unestacionamiento amplio y vacío, y luego llegaronal puente. La caleta que atravesaba era angosta,de no más de diez metros, y no bastaría paradetener al ejército por mucho tiempo. Con latormenta, sin embargo, volar el puente le daría asu gente unas horas muy valiosas.

Alguien les hizo señas desde el puente para

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que avanzaran hacia allá.—Salieron de la nada —dijo el hombre. Era

uno de los humanos que Kira había enviado pordelante, aunque no recordaba su nombre. Señalócon un gesto a Heron, que en ese momento salíade abajo del puente junto con Tomas, el técnicoen demoliciones—. Dice que te conocen.

—Y es cierto —respondió, mirando a Herona los ojos mientras esta se acercaba—. Peroempiezo a pensar que yo no los conozco a ellos.

—Hola, amiga —la saludó Heron, aunque sutono de voz no tenía mucho de juguetón—. ¿Meechaste de menos?

—Tienes suerte de que no te haya disparadoya por haberme vendido a Morgan.

—No creo que se pueda decir que te vendí,ya que no acepté pago alguno —replicó Heron.

—¿Cómo quieres que confíe en ti? Noentiendo nada de lo que haces.

—Presta más atención —repuso Heron, ymiró a Tomas—. ¿Listo?

—Samm dijo que esperáramos su señal —indicó Marcus—. Se quedó cubriendo nuestra

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retirada.—En ese caso, callémonos y cubramos la

suya —dijo Heron, y señaló hacia la calle pordonde Samm y sus hombres venían corriendo,parapetándose detrás de un auto tras otro,perseguidos por el ejército Parcial.

Kira se ubicó junto a Heron, olvidandotemporalmente sus diferencias; la chica leentregó un cargador lleno y empezaron adisparar. Samm se volvió y corrió hacia ellos,rodeando con el brazo a un compañero herido.

—¡Despejen! —gritó—. ¿Los otros dosestán listos?

—Listos —respondió Heron con calma, yentonces todo su grupo retrocedió, huyendo delenjambre de soldados que se acercaba.Mientras corría, Tomas desenrolló un largo rollode cable, y se arrojaron al suelo detrás de unbanco de nieve.

Kira sintió las últimas órdenes en el enlace:DESPEJADOLISTOSAHORA

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Tomas presionó el detonador y el puenteestalló en una bola anaranjada brillante apenastres metros por delante de los soldadosenemigos que iban al frente. Kira apartó lacabeza y se cubrió los ojos para protegerlos delfogonazo cegador, y sintió el ruido sordo de dosexplosiones más, una o dos cuadras al norte,sobre la misma caleta.

—Ya está —dijo Samm—. Pongamos lamayor distancia posible entre nosotros y estelugar antes de que crucen ese canal.

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CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

Heron caminaba en silencio, escuchando hablara los demás.

—¿Cómo llegaron hasta aquí? —preguntóKira, con expresión totalmente perpleja—.¿Cómo cruzaron el páramo?

—Esta vez estábamos mejor preparados —respondió Samm—. Sabíamos lo que podíamosencontrar, y Phan y Calix llevan suficientetiempo en Denver como para ser expertos enencontrar comida y agua limpia entre el veneno.

Como si los hubiera llamado, Phan y Calixemergieron de la tormenta; Calix yaprácticamente no cojeaba.

Heron tuvo que admitir que la chica laimpresionaba: había hecho frente al viaje sin

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quejarse jamás; iba a caballo, sí, pero ayudabade otras maneras y los conducía a fuentes deagua que la Parcial nunca habría encontradosola. Calix sabía interpretar el clima en las nubescolor pastel del páramo con la misma facilidadcon que leería un libro, y los había ayudado aevitar la lluvia ácida. Era un miembro muyvalioso para el grupo.

Heron observaba, y escuchaba.—Un niño nació sano —dijo Samm—. La

feromona que descubriste, la que cura el RM, yaestaba en su organismo. Con eso basta, Kira;pasamos unas semanas viviendo en la Reserva,como parte de la misma comunidad, y dioresultado. Es todo lo que tenemos que hacer.Creo que eso también ayudó a los de la TerceraDivisión.

—¿Quiénes son? —preguntó ella.—Los Parciales que Vale durmió —

respondió. Señaló con un gesto al hombre deaspecto fuerte que iba a su lado—. Él es Ritter,el sargento interino. Tiene veintidós años, Kira.Sobrevivió al vencimiento.

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—Mucho gusto —saludó ella y escudriñó aRitter con más atención—. Pareces… disculpa,pero no eres un modelo que haya conocidoantes; tienes demasiada edad para ser deinfantería, pero muy poca para ser oficial omédico.

—Es porque estoy envejeciendo —respondió él, y aunque Heron no pudo verlo,supo que el hombre sonreía. La Tercera Divisiónestaba estúpidamente orgullosa de sus nuevosatributos humanos—. Cuando despertamos,pensamos que era un efecto de la atrofiamuscular que teníamos. Ahora estamostotalmente recuperados, y aparento casi treintaaños.

—Fue el doctor Vale —dijo Kira, y Heronpuso cara de exasperación al oír el entusiasmoen su voz—. A pesar de sus modificacionesgenéticas, seguía siendo humano, y debe dehaber sido su respiración lo que puso en marchala reacción. Yo pensaba que detendría elvencimiento, pero no se me ocurrió que tambiénreiniciaría el proceso de envejecimiento. Es

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asombroso. ¿Les habrá curado también laesterilidad?

—Bueno, todavía no hemos probado eso —respondió Ritter—, aunque Dwain estuvohaciendo lo posible antes de que nosmarcháramos.

—Cállate —le dijo Dwain.—Podría ser la interacción humana —dijo

Samm—, pero aún no estamos seguros.Heron se acercó un poco, pues eso era la

clave de todo. Ahora que White Plains habíadesaparecido, y con ella también Morgan, Heronno tenía más posibilidades de sobrevivir alvencimiento que aquella pequeña esperanza.

—Es posible —prosiguió Samm—, y hastaprobable, que lo que pasó con la TerceraDivisión no se repita, que Vale les haya hechoalgo, ya sea directamente o a través de Williams,para mantenerlos con vida.

—El doctor no lo hizo a propósito —dijoKira—. Pasé semanas con él tratando de curarel vencimiento, y estaba tan desconcertadocomo yo —Heron contuvo el aliento, prestando

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atención a cada palabra, inhalándolas—. Antes,yo creía tener razón, pero luego lo confirmé deprimera mano. Hablé con el hombre que diseñóel sistema, el líder del Consorcio. Ese fuesiempre su plan: si humanos y Parciales soncapaces de convivir, pueden seguir con vida.

Heron volvió a respirar, en forma lenta ycontrolada. Podía vivir. Todo lo que había hecho,todos los riesgos que había asumido, todos lossaltos de fe, habían llevado a ese momento.Podía vivir.

—No puede ser así de fácil —dijo Samm—.Después de todo lo que vivimos: el infierno, lasguerras y el fin del mundo…

—No es fácil —repuso Kira—. Nunca lofue, y nunca lo será. Mira por todo lo que hemospasado nada más que para llegar hasta aquí, solopara convencer siquiera a una mínima fracciónde cada especie de trabajar juntos. Siempre esmás fácil morir por tu bando que vivir por elotro. Pero eso es lo que tenemos que hacer:vivir, día tras día, resolviendo cada nuevoproblema y superando cada nuevo prejuicio y

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desarrollando cada punto de interés mutuo quepodamos encontrar. Hacer la guerra fue la partefácil; hacer la paz será lo más difícil quehayamos hecho.

Uno de los refugiados de East Meadowhabló; a Heron le pareció reconocerlo como elque se llamaba Marcus.

—Ya sé que es importante que estemosjuntos y respiremos los unos sobre los otros,pero ¿y si nos concentramos en salir de aquí?Ese puentecito que volaron no va a detenerlospara siempre.

—Los demás humanos están al sudoeste deaquí —dijo Samm—, en una franja angosta detierra llamada Breezy Point.

—Allá es adonde supusimos que irían —respondió Kira—. ¿Hablaron con ellos?

—Entramos por Brooklyn —negó con lacabeza—, y como no sabía cómo encontrarte,fuimos al bastión humano más cercano, que erael aeropuerto JFK; allí quedaban algunosrezagados, y nos dijeron dónde estabanreuniéndose. Parece que la mayoría de los

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habitantes de la isla pudieron llegar: veinte mil,por lo menos, quizá treinta mil. Pero no sabíannada de ti, y por eso nuestro plan era seguirhacia East Meadow; fue cuando oímos labalacera. No sabía que eras tú hasta que nosencontramos con los primeros de tu columna yles preguntamos quién estaba a cargo.

—Nos dio mucho gusto verte —dijoMarcus, y Heron lo vio dirigir una miradaincierta hacia Kira. No parecía tan contentocomo afirmaba.

Heron empezó a rezagarse y dejó deprestarles atención cuando la conversación sevolcó sobre el tema más mundano de qué hacera continuación y cómo hacerlo. Tenían más detrescientos refugiados en el grupo de Kira, yfaltaban veintisiete kilómetros para que seencontraran con el resto de los humanos enBreezy Point. El ejército Parcial los alcanzaría;tal vez no inmediatamente, pero sí era inevitable.

Después del ataque de esa medianoche,seguramente esperarían antes de emprender unonuevo para reunir sus fuerzas y luego caer sobre

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ellos con potencia abrumadora. El grupito deKira estaba condenado, igual que todos loshumanos de esa isla, y Heron no teníaintenciones de estar allí cuando los acabaran.Era imposible esconder a tantas personas,aunque tuvieran a un puñado de Parciales paraayudarlos.

Pero un solo Parcial, y un solo humano paraprotegerse del vencimiento, podían desaparecerpara siempre.

Miró el grupo, preguntándose quién sería elmejor. La respuesta obvia era Calix: era capaz,valiente y sería más una ayuda que un estorbo.Al principio podría resistirse un poco, pero teníael mismo instinto feroz de supervivencia, y unavez agotado el resto de sus opciones, entenderíala sensatez de asociarse con ella. Aunque, porotro lado, Samm parecía extrañamente apegadoa Calix, como si ella fuera un cachorrito, y siHeron la elegía, era posible que él fuera abuscarla, con ese estúpido sentido de la lealtadque superaba todas sus prioridades más lógicas.

Marcus tampoco era una opción por el

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mismo motivo; en este caso por el apego haciaKira, y Calix estaba apegada a Phan. Es comouna telaraña de obsesiones dependientes,pensó. Son capaces de matarse a sí mismos, yquizás a todos los demás, con tal de salvar asus amigos. ¿De qué les sirve?

Con todos los humanos que hay, casitodos idénticos. ¿Por qué arriesgar tanto poruna sola persona?

Apretó el paso y se adelantó por la largacolumna de gente, en busca de alguien a quiennadie fuera a echar de menos. «¿A dónde va?»,oyó preguntar a Kira detrás de ella, pero no hizocaso. Observó detenidamente a cada humano amedida que pasaba entre ellos, evaluando cuálespodían estar mejor preparados para un viaje porla naturaleza: quién tenía comida y agua, quiénestaba bien abrigado, quién estaba armado yparecía saber usar sus armas. Ninguno de losviajeros asediados le inspiraba mucha confianza,pero Heron supuso que eso era comprensible.Eran los últimos rezagados, los que no se habíanatrevido a abandonar East Meadow hasta que

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estalló la bomba, y Kira los había sacado de suscasas con horrendas promesas sobre el fin delmundo. Puede que tenga que esperar hastaque alcancemos a los demás, pensó. Osimplemente puedo llevarme a Calix yesperar que Samm no cometa la estupidez deperseguirme.

Alguien se acercaba por atrás, y Heron pusouna mano sobre su pistola, lista para sacarla siresultaba ser un enemigo.

—Quiero disculparme —dijo Kira.—¿Disculparte? —Bajó la mano lentamente

y la miró.—Fui grosera contigo. Hiciste todo este

viaje y arriesgaste tu vida por ayudarme, y yo tetraté como… bueno, lo siento. Me ayudaste y telo agradezco.

—No arriesgué mi vida por ti —replicóHeron, mirando hacia adelante.

—Por Samm, entonces. Lo cierto es que…—Lo cierto es que no arriesgué mi vida.

Siempre tuve las cosas bajo control; si no, no lohabría hecho.

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—¿Por qué no puedes aceptar la disculpa yya? —preguntó Kira, y Heron percibió tensiónen su voz.

—¿Cuándo te he facilitado las cosas? —preguntó Heron.

—¿Por qué viniste?—Te dije que prestaras más atención…—Quieres secuestrar a un humano —dijo.

Heron no respondió, y Kira no vaciló—. Volvistepor la cura, y ahora que estás segura de queestá en los humanos, quieres llevarte uno parasalvarte. Estuve prestando atención, más de loque crees, y es lo único que tiene sentido.Nunca te importó otra cosa que tu propiasupervivencia; estabas ayudando a Morganporque pensabas que podía salvarte, y luego, porun tiempo, me ayudaste a mí porque pensabasque yo podía hacerlo. Al ver que no fue así,volviste con Morgan, y ahora que ella fracasó tequedaste sin opciones… hasta que yo confirméla cura.

—Creo que no me entiendes ni la mitad delo bien que tú crees —hizo una pausa—. Pero sí

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un poquito más de lo que me gustaría, al menosen este caso.

—Entonces sabes…—¿Alguna vez se te ocurrió pensar que es

muy mala idea ponerte en mi camino? —Lainterrumpió.

—Estoy tratando de salvar a todos. Losabes, Heron. Incluso a ti, si me dejas, pero nopuedo permitir que lastimes a nadie más.

—En el mejor de los casos te mato,secuestro a uno de los humanos y nadie vuelve averme. Así van a ser las cosas si insistes encuestionarme. Si lo llevas más lejos, si ofrecespelea, tratas de impedírmelo o buscas ayuda,acabaré provocando mucha más muerte ydestrucción hasta que, sí, me escape de todosmodos. No vale la pena. Ve a Breezy Point,súbete a tu barquito y cuenta los minutos hastaque ese ejército los alcance por fin y mate hastaal último de ustedes. Yo estaré a salvo, igual quequien sea que vaya conmigo. No vale la penatratar de impedírmelo.

Kira apoyó una mano en el brazo de Heron;

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que se puso tensa pero no se apartó. Luego lehabló con voz más serena de lo que esperaba.

—Sobrevivir es importante, pero no si paraconseguirlo te pierdes a ti misma. Sobrevivir porla supervivencia misma es… vacío. Eso no esvida, es una espiral de realimentación.

Heron pensó que le diría más, que lehablaría y le hablaría, con su típico estilomoralista, pero Kira le soltó el brazo y se alejóen la noche, de regreso hacia Samm, Marcus ylos demás. Ella se detuvo, se quedó observandola fila de refugiados que pasaba a su lado por lanieve, y luego se volvió y se internó en la ciudad.

Los edificios parecían un sueño en laoscuridad: formas negras, apagadas, suscontornos suavizados por la nieve y la tenue luzde la luna. Se movió entre ellos en silencio,recorriendo aquel mundo como un fantasmavivo. Su entrenamiento para el sigilo estaba tanarraigado y sus habilidades tan perfectamenterefinadas, que no dejaba huellas al caminar,ningún rastro, ningún indicio de que había pasadopor allí.

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Si no elegía dejar una marca, nadie podríadarse cuenta de que había estado allí.

Entre la nieve que caía apareció otra figura,baja y delgada. Un lobo o un perro salvaje, queiba olfateando con voracidad el vacío gris en unabúsqueda desesperada de sustento. Ella levantósu fusil en silencio, lista para matarlo por instintocomo posible amenaza. Su dedo se mantuvosobre el gatillo. Vio que el animal se detenía,tenso como un resorte, y luego se poníasúbitamente en movimiento: echó a correr por lacalle detrás de algo blanco y diminuto, un gato oun conejo, y tanto el cazador como la presa ibanlevantando nieve en su carrera frenética. El loboatacó, sacudió la cabeza tres veces, y el conejoquedó muerto en sus fauces. Gotas de sangreoscura empezaron a caer en la nieve.

Eso es la vida, pensó. No un tratado depaz, no un sueño idealista, sino una danzasombría de muerte y supervivencia. Losfuertes sobreviven, mientras que los débiles,los que son demasiado pequeños odemasiado tontos como para defenderse,

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mueren con angustia y sangre. Kira quiereun mundo de conejos, a salvo en suconejera, felices en su comunidad yabstraídos de la realidad, pero el mundo deverdad está afuera. Un cazador en la nieve.La vida es un lobo solitario, luchando congarras y dientes por sobrevivir, con uncorazón de piedra.

El lobo volvió a sacudir a su presa, paraasegurarse de haberla matado, pero no se quedóa darse el festín allí mismo, en la calle. Levantóla vista, aún sin prestar atención a la presenciade Heron, y se alejó caminando entre las casassemiderruidas y los autos viejos y desvencijadoscubiertos de nieve. Ella lo siguió con curiosidad;quería ver dónde el animal decidía que eraseguro detenerse a comer a su presa.

Cruzó brechas en las cercas, saltó sobreárboles caídos y cables de tendido eléctrico, ytodo el tiempo ella lo siguió, observándolo yesperando. Por fin llegó a su guarida, un espacioreducido debajo de una casa derruida, y entróarrastrándose por el túnel angosto que había

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cavado en la nieve. Heron se acercó paraespiar.

El lobo dejó el conejo en el suelo y se quedóobservando en silencio maternal mientras cuatrolobeznos pequeñitos chillaban y le lanzabantarascadas, ansiosos por comer. La madre sevolvió hacia la entrada, miró directamente aHeron, y sus ojos oscuros brillaron con unresplandor verde bajo la tenue luz que sereflejaba.

Heron observó a los cachorros comer, ylloró.

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CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

Kira caminaba con dificultad por la nieve,aferrándose a la camilla que habían improvisadopara ayudar a trasladar a Green. El ejércitoParcial estaba demasiado cerca y la nochedemasiado fría; si se detenían los alcanzaría, omorirían congelados. Por eso seguíanavanzando, paso tras paso, centímetro acentímetro, mientras los pies les sangraban enlos zapatos y las manos se les congelaban dentrode los guantes, y la tormenta implacable seguíarugiendo a su alrededor. Un kilómetro. Treskilómetros. Ocho kilómetros. Pronto casi todosestaban ayudando a llevar una camilla, cada unaarmada con lo que encontraban en las casascongeladas al costado del camino: escobas,

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camisas y vestidos. Envolvían las camillas conmantas, para que los heridos no se congelaran, yconfiaban en su propio agotamiento parasalvarse.

A diez kilómetros del último puente quehabían volado, los recibió la primera línea dedefensa en la península Rockaway. Allí habíaapenas trescientos metros entre el océano y labahía, y los escasos restos de la Red deDefensa estaban refugiados en casas ybúnkeres improvisados, y su cuartel general erauna vieja escuela pública. Llevaron allí a losrefugiados, encendieron fogatas para queentraran en calor y les ofrecieron todas susprovisiones de comida y agua. Otras treintapersonas habían fallecido de hipotermia, y unhombre tenía los pies ennegrecidos y muertospor congelamiento. Kira dejó que los soldadoslos ayudaran y se acomodó en un rincón con unamanta seca para dormir.

Cuando despertó, al día siguiente, seasombró de estar todavía con vida.

A pesar de que las primeras luces

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anunciaban el nuevo día, su cuerpo exhausto ledecía que apenas había dormido unas cuantashoras. Se obligó a levantarse y se acercó alfuego mortecino; levantó las manos heladashacia el calor escaso, preguntándose si algunavez volvería a sentirse abrigada de verdad, yluego fue a buscar al líder de la base. Era unhombre mayor, fatigado y de cabello entrecano,que se presentó como David.

—Kira Walker —saludó, mientras leestrechaba la mano. Vio un asomo dereconocimiento en los ojos del hombre y asintió—. Sí, esa misma. ¿Ya nos alcanzó el ejércitoParcial?

—No. Estuvimos vigilando toda la noche;tenemos francotiradores y DEI, dispositivosexplosivos improvisados, a lo largo de lapenínsula, pero no hay rastros de ellos.

—Probablemente están preparando unataque en gran escala.

—O defendiendo su retaguardia —sugirióDavid—. Tovar y Mkele siguen allá, con lo quequede de la resistencia, y puede que aún estén

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dándonos tiempo para escapar.—Tovar murió —le informó Kira—. De

Mkele no sé nada —se frotó los ojos; no sesentía más descansada que cuando se había idoa dormir—. A Tovar lo mató un hombrellamado… bueno, lo llaman el Hombre de laSangre —sintió una necesidad súbita e irracionalde esconder su identidad, a pesar de que nadiesabía quién era ni que tenía alguna conexión conella—. Tiene un rotor y dirige un grupo deParciales modificados genéticamente; estánmatando gente para robarle el ADN. ¿No hanoído hablar de él?

—Nada de eso —respondió, negando con lacabeza—. Algunos refugiados contaron sobreun rotor en Long Beach y Brosewere Bay, perolos mensajeros de Breezy Point no comentaronnada. Si anda por aquí, todavía está al este denosotros.

—Y elige a los que andan solos para que nocorran la voz —dijo Kira—. Vigilen el cielo; sidecide venir aquí, vamos a tener problemas —sefrotó las sienes y se recostó con fatiga contra

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una pared—. ¿Y los demás humanos? ¿Sabecómo va la evacuación?

—Lenta pero constante. Falta por lo menosuna semana más hasta que crucen todos. Estabase debía replegarse hoy, pero no sé si tu grupoestá en condiciones de hacer ese viaje.

—¿Tienen más bases como esta?—Otros dos puntos de paso forzoso en la

península —asintió David—, uno en cada puenteque va a Brooklyn. Mantuvimos los puentesabiertos por si llegan más refugiados. Nuestroplan para hoy era armar las trampas, prepararlos explosivos y replegarnos once kilómetroshasta la Autopista Marina; que nuestroscompañeros de Cross Bay Bridge queden alfrente por un tiempo.

—Háganlo —dijo Kira, y levantó las manoscuando vio que él iba a protestar—. Estamosbastante agotados, pero podemos llegar por lomenos a la siguiente base. Si dejamos demovernos, será nuestra muerte.

—En ese caso, mejor salgamos mientrasqueda luz de día —dijo David—. Reúne a tu

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gente, yo avisaré a la mía. Podemos estar listosen dos horas, pero pueden adelantarse, siquieren.

Kira regresó al gimnasio lleno de refugiados,haciendo una mueca a cada paso. No es buenaugurio para hoy. Recogió una botella de aguapara llevársela a Green, pero vio que ya habíaalguien hablando con él… Era Heron.

—Todavía estás aquí —observó Kira,mientras destapaba la botella para beber unpoco.

—Tú también, aunque supongo que eso noes tan sorprendente.

—Creo que ella se refería a mí —dijoGreen, con voz apenas audible—. Cree que voya morir.

Kira lo tomó de la mano pero no lo corrigió,y miró a Heron con ojos cansados:

—Es demasiado terco para morir.—Sé lo que se siente —dijo Heron.—Vamos a salir otra vez —informó Kira—.

Tienen otra base, parece que a unos ochokilómetros. Si para de nevar y tenemos luz de

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día, podemos llegar en unas horas.—Esta mañana hubo dos casos más de

congelamiento —anunció Heron, y señaló aGreen—, inclusive él.

Son las personas que están en camillas;tenemos que hacerlos caminar y hacerlescircular la sangre; si no, van a perder susextremidades.

—¿Crees poder convencerlos?Heron sonrió con aire perverso, se acercó a

la camilla más cercana y la dio vuelta con ungruñido. Su ocupante dormido fue a parar alsuelo; y despertó confundido, tratando dedilucidar dónde estaba. Heron arrojó la camilla ala fogata más cercana.

—¿Qué haces? —exclamó el hombre.—Está salvándole las piernas —respondió

Kira—. Busquen algo para comer. Salimos enuna hora —el hombre movió la mandíbula sinpalabras, demasiado exhausto como paradiscutir; luego se dirigió con pasos inciertoshacia las raciones de emergencia, frotándose laspiernas mientras caminaba. Kira hizo una seña a

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Heron, quien asintió y fue a dar vuelta otracamilla. Miró a Green—. Es muy directa.

—Y muy atractiva —respondió él—. ¿Tienepareja?

—Has estado peleando desde Candlewood,con este invierno infernal, una explosión nucleary tu propio cuerpo que solo trata de matarte.Renuncia mientras estés a tiempo —le dio unapalmada en la pierna y se alejó para correr lavoz entre el resto del grupo.

Marcus estaba en un costado del salón,conversando con un refugiado, y Samm estabadel otro lado, hablando con su grupo de laReserva. Kira se paró en el medio del salón, sinsaber con quién hablar primero ni qué decir ni…nada. Dio un paso hacia Marcus, se detuvo, yoptó por seguir derecho, alertando a la gente enlínea recta por el centro del salón. Sepreocuparía por ellos dos cuando no tuviera quehuir para salvar su vida.

Bufó y sacudió la cabeza. Si es que esopasa alguna vez.

Apenas había alcanzado a hablar con

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algunas personas, cuando Samm se le acercópor detrás. Kira había aprendido de él a usar elenlace, y esta vez lo sintió venir; sus datos leresultaban ya tan conocidos como su cara, eigualmente reconfortantes. Cerró los ojos y losaboreó como a un viejo aroma familiar; luegose borró la emoción del rostro y giró hacia él.

—Samm.—Kira —dijo él, y se quedó en silencio, no

incómodo ni avergonzado, sino simplemente…inseguro. Ella amaba esos momentos devulnerabilidad en él, como grietas en suarmadura de seguridad suprema y calma. Laemocionaba saber que él había liderado unequipo desde la Reserva, conquistado el páramoy derrotado a un ejército para estar allí, y ahoraverlo vacilar, sin saber bien qué decirle—. Te oídecir que nos vamos…

—Sí, justamente iba a avisarte.—Kira, cuando te fuiste…—Lo sé, Samm. Lo sé… y no lo sé.—Esto no es lo que yo… —se interrumpió

—. No pensaba hacer esto así. Tuve meses

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para planear lo que te diría cuando volviera averte, pero cuando te encontré, no estabapreparado.

—Hiciste un plan y me salvaste la vidaantes de que pudiera darme cuenta de lo quepasaba —respondió ella—. Si eso no es estarpreparado, no sé lo que es.

—Ese tipo de cosas me resultan fáciles.Esto… —hizo una pausa, enderezó los hombrosy trató de volver a empezar, pero ella lointerrumpió.

—Quiero hablar contigo, Samm… durantehoras, días y una eternidad, pero ahora nopodemos. No aquí, mientras todavía estamos enpeligro.

—Tienes razón —respondió él, y ellapercibió una mezcla de frustración y alivio en elenlace—. ¿En qué puedo ayudarte?

Kira miró alrededor, pensando qué decirle.Vio a los refugiados que trataban de secar suropa junto al fuego y tomó una decisión:

—Lleva a quienes puedas y vayan a lascasas más cercanas. Necesitamos toda la ropa

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seca que puedan encontrar; lo ideal sonchaquetas y abrigos, pero cualquier camisa o parde pantalones servirá. No podemos dejarlos salirasí, mojados.

—La mayoría también necesita zapatos —observó Samm—. Traeremos lo que podamos—volvió a vacilar, como si no supiera si hacer elsaludo militar o darle un abrazo; luego se volvióy llamó a su grupo. Lo siguieron, incluso Calix yPhan, y antes de irse reclutaron a variosrefugiados.

Ella los vio salir, preguntándose si habíadicho lo correcto, si al no aceptarlo en elmomento lo había perdido para siempre, oincluso si quería recuperarlo.

Marcus, por su parte, ya estaba organizandoa la gente en grupos, anotando a quiénes habíanperdido y quiénes seguían allí, y con quérecursos contaban para el siguiente tramo delviaje. Kira se dirigió hacia él tratando de pensarqué decirle; ahora que había hablado con Samm,no podía dejarlo afuera. Mientras caminaba vioa Heron, que seguía volcando camillas y

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gritándoles a todos que se levantaran, quecaminaran por sus propios medios, que hicierancircular su sangre. Aún no sabía por qué lamuchacha se había quedado, ni si todavíapensaba marcharse, traicionarlos o qué. Genial,pensó. Una cosa más de qué preocuparme.

Marcus levantó la vista cuando Kira seacercó, aunque no sonrió. Señaló con la cabezahacia la puerta por la que Samm acababa desalir.

—¿Van a adelantarse para explorar?—A buscar ropa seca —respondió ella—.

¿Cómo estamos de comida?—Mal, tirando a desastroso; pero

probablemente todavía no lleguemos alcanibalismo. Esta base ya tenía la última de susraciones antes de que aparecieran trescientosrefugiados; parece que piensan evacuar hoy.

—Así es. Probablemente la próxima baseesté igualmente escasa de víveres cuandolleguemos.

—Podemos buscar provisiones en losalrededores —sugirió él—, pero tienes que

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recordar que muchas personas pasaron por aquíen el último mes. Aunque busquemos, no habrásuficiente alimento para todos.

Hablar con Marcus es mucho más fácilque con Samm, pensó Kira. O tal vez solo meparece fácil porque estamos hablando decosas fáciles. Cosas básicas. ¿Por quépuedo hablar de salvar al mundo, pero no demí misma?

Al diablo con esto. Si no lo hago ahora,no lo haré nunca. Lo miró directamente a losojos.

—Marcus, sabes que estoy enamorada de ti,¿verdad?

Él quedó boquiabierto un segundo, y luegosonrió.

—No sabía si volvería a oírte decirlo.—¿Y sabes también que estoy enamorada

de Samm?Esta vez quedó boquiabierto por mucho más

tiempo, y sus ojos se empañaron.—Eso no es lo que esperaba oír, pero…

gracias, supongo. Es mejor oírlo directamente.

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—No creí que volvería a verlo.—¿Entonces por eso me besaste?—No es por eso que quería besarte; por

eso me permití besarte.—No estoy seguro de que eso me haga

sentir mejor.—Elegí porque pensé que era la única

opción que tenía —explicó Kira—. Sé que eshorrible, pero así es. Cuando lo besé a Samm,fue por la misma razón: creí que iba a morir, y ledije que lo amaba. Es como que… puedomandar mi vida al diablo tratando de ayudar aotros, pero solo puedo hacer algo por mí cuandosé que no importa.

—Así que a él también lo besaste… Estaconversación se está poniendo confusa eincómoda.

—Lo siento mucho, Marcus. No sé qué mepasa.

—A ti no te pasa nada —repuso, aunque eraobvio que le costaba encontrar las palabras—.Ambos somos especímenes bastanteperfectos… a mí también me costaría elegir

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entre los dos.Kira rio.—Mis decisiones eran mucho más fáciles

cuando pensaba que el apocalipsis estabatomándolas por mí.

—El apocalipsis todavía está en pañales —dijo él, secamente—. ¿De veras crees quevamos a salir con vida de todo esto? Puede quemueras tú y que yo termine con Samm.

—Mejor con él que con Heron —respondióella—. Hagas lo que hagas, no te le acerques.

—De acuerdo —dijo Marcus—. La vi unasola vez, pero… caray. Si muere alguien en laspróximas semanas, no me sorprenderá que seaella quien apriete el gatillo.

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CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

El ejército Parcial no llegó ese día, y losrefugiados de Kira llegaron a la segunda base enCross Bay Bridge sin problemas. Encendieronsus fogatas y pasaron la noche apiñados, atentosal sonido de las trampas defensivas y losexplosivos de la Red, pero no oyeron nada.

—No vienen —dijo Samm.—O encontraron las trampas y las

desarmaron —sugirió Heron. Miró a loshumanos que tenía cerca con una sonrisa delobo—. Disculpen, soy un poco optimista.

—¿De qué lado estás? —le preguntóMarcus.

—Ahora que estamos tan cerca del fin —dijo Kira—, todos tenemos que estar del lado de

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todos. Estamos huyendo de ellos porque quierenmatarnos, pero no podemos sobrevivir sin ellos.Así funciona esto.

—Y ¿cómo conciliamos eso con la parte deque quieren matarnos? —preguntó Calix—. Pordefinición, eso hará la convivencia imposible.

—Hablaremos con ellos —respondió Kira—. Pero primero llevaremos a todos a un lugarseguro. Están enojados; piensan que volamos suhogar y asesinamos al ochenta por ciento de suespecie. Pondremos a todos a salvo, de ellos yde la radiación, y después, cuando no les quedenadie a quien dispararle, podremos conversarcon ellos.

—Pueden matar a quien intenteacercárseles —señaló Marcus.

—Esperemos que no —dijo Kira.Al día siguiente consiguieron más ropa seca

y caminaron seis kilómetros hasta la tercerabase. Kira se sorprendió al descubrir que habíaestado allí antes, en su primera excursión aManhattan; habían dado un rodeo paraesconderse, tanto del Senado como de la Voz, y

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habían cruzado a Brooklyn por aquel puente. Noreconoció la ciudad por la nieve, pero el puenteera inconfundible. Más allá de la base, quedabanpoco menos de cinco kilómetros hasta la puntadel promontorio, hasta Breezy Point, y yaalcanzaba a divisar al vasto grupo de refugiados,la población humana en su totalidad, amontonadamás adelante. Le alegró el corazón ver a tantoscon vida, después de haber pasado muchotiempo a solas en la naturaleza, pero a la vez leprodujo un escalofrío más profundo aún que latormenta.

Todos los humanos de la isla, pensó.Nunca los vi en un mismo lugar.

Qué pocos quedamos.Breezy Point consistía en un bosque corto,

casi tan angosto como había sido el resto de lapenínsula, que terminaba en una punta másredondeada que parecía estar cubierta, de playaa playa, por casas apiñadas sin más espacioentre ellas que caminos angostos y a vecespequeños senderos de arena. Sobre la ciudad, elaire era un manto de humo gris por los cientos

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de chimeneas, y abajo la nieve estaba casi negrapor las cenizas y el lodo. La playa sur estabaatestada de gente, y el océano, salpicado poruna fina hilera de embarcaciones, que seextendía hacia la línea lejana de la costa deJersey. Allá también, Kira distinguió humo decocina, y apretó la mandíbula conagradecimiento. Aunque los demás muramos,algunos ya escaparon.

Ella se ocupó de que los refugiados tuvierancomida y abrigo; luego los dejó en la base y salióa recorrer los últimos kilómetros con Marcus,Samm y el resto del grupo de la Reserva.Quería llevar también a Green, pero no estabaconsciente todo el tiempo y lo mejor que podíahacer por él en ese momento era dejarloabrigado y rodeado de humanos. Si la curainteractiva iba a hacerle efecto, esa era suúltima oportunidad. A Kira se le ocurrió que elhecho de que faltaran menos de tres días paraque venciera la próxima generación podíaexplicar la súbita interrupción en la persecuciónde los Parciales.

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Ella estaba cuidando a un soldado afectadocon la tenue esperanza de que se recuperara;ellos estaban atendiendo a miles, sin esperanzaalguna.

¿Será que con eso van a calmarse?, sepreguntó. ¿Que van a tener que parar, hacerun recuento de sus fuerzas y reevaluar elataque?

¿O solo se pondrán más vengativos?Un par de hombres los recibieron en las

afueras de la ciudad, envueltos en ponchosfabricados con mantas; tenían un libro decontabilidad muy gastado.

—No creímos que llegarían más. Me llamoGage —el líder de los hombres estrechó la manode Kira—. Vengan al puesto de frontera, asíentran en calor y vemos dónde los ponemosmientras esperan un barco.

—¿Quién está a cargo? —le preguntó—.Necesitamos hablar con… ¿el Senado,supongo? ¿Kessler está aquí? ¿Y Hobb?

—Ninguno de los dos se ha presentadotodavía. Haru Sato está organizando todo —

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respondió Gage.—Perfecto —dijo Marcus—. Tenía la

esperanza de que pudiéramos hablar con alguienlocuaz y egocéntrico, de modo que esto nosviene como anillo al dedo.

—¿Lo conoce? —le preguntó Gage.—Somos viejos amigos —respondió Kira—.

Soy Kira Walker —vio el mismo asomo desorpresa y reconocimiento, y asintió. ¿Esto meva a pasar todo el tiempo?—. Sí, la misma.¿Puede llevarnos con Haru?

—Primero permítanme ocuparme deustedes —dijo Gage, examinando su libromientras caminaban—. Son… ¿diez?

—Y trescientos más en la base —respondióella—. Llegarán mañana.

—Caray —Gage pasó más hojas, se detuvoen una un momento y luego hizo una seña a sucompañero—. Dile a Kyle que abra la DoceOeste; empezaremos a ponerlos allí.

El hombre se fue corriendo, y Gage les hizomás preguntas: cuánta comida habían traídoconsigo, cuántos heridos tenían, cuántos que

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pudieran atender enfermos o tripular un barco.Kira se tranquilizó al ver que la evacuación seestaba manejando con tanta eficiencia, pero nopor eso dejó de preocuparse: eficiente y segurono eran lo mismo. Apretó el paso para que Gagese diera prisa, y este los llevó por las callesnevadas, manchadas de hollín, hasta un viejodepósito de artículos de construcción en elcentro de la ciudad, que los refugiados habíanconvertido en centro de comando. Dentroestaba Haru.

—¡Kira! ¡Marcus! —corrió hacia ellos y losenvolvió en un abrazo—. ¡Cuánto se va aalegrar Madison cuando sepa que están vivos!Ya cruzó con Arwen; no queríamos arriesgarnosa perder a nuestra hijita; a esta altura, esprácticamente la mascota de la especie —miróa Heron y a los otros, y su voz se puso másseria—. No conozco a los demás, perobienvenidos a Breezy Point. Creemos que faltanunos cuatro días más para que todos lleguemosal otro lado, y ya hay exploradores camino al sury al oeste, buscando las mejores rutas para…

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¡Quieto! —Ladró la orden súbitamente, y sacósu pistola con tanta rapidez que Kira apenas vioel movimiento. Haru estaba mirando a Samm yle apuntaba directamente al pecho—. Maldición,Kira, ¿trajiste a un Parcial?

—Traje a varios —respondió con firmeza,mientras observaba cómo un grupo de guardiaslocales sorprendidos sacaban sus armas—.Haru, en este grupo hay más Parciales quehumanos; eso me incluye a mí.

Él dio un paso atrás para tener una mejorvisión del grupo en su conjunto, pero suexpresión seria vaciló.

—Me… me enteré por Nandita.—¿Nandita está viva?—Se dirigía al este, antes de la nieve,

tratando de salvar al bebé de Isolde…—¿Isolde tuvo a su bebé? —exclamó Kira

—. ¿Dónde están?—Iban hacia el este, a Plum Island —

respondió Haru—. Las acompañaban Hobb,Kessler y Xochi.

Nandita pensaba que podía salvar al bebé,

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pero desde entonces no hemos sabido nada.Yo… A estas alturas tengo que suponer que nolo lograron.

—Hace tres minutos pensabas que yotampoco lo había logrado —le recordó—. Soningeniosas, llegarán.

—¿Podemos seguir esta conversacióncuando ya no estén apuntándonos? —pidióMarcus—. Estoy tan fascinado como tú, pero esdifícil concentrarse con una pistola en la cara.

—¿Cuántos de ustedes son Parciales? —preguntó Haru. Samm, Ritter y los otros treslevantaron la mano. Calix se adelantó y secolocó directamente en la línea de fuego deHaru.

—Me llamo Calix —dijo—, y puedogarantizar personalmente que estos hombres mehan salvado la vida más veces de las que puedocontar. No son una amenaza; es probable quesean la mayor ventaja que tendrás para protegera esta gente.

—Son Parciales —replicó Haru—. Kira secrio como humana, por eso confío en ella, pero

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los demás podrían ser espías, podrían serasesinos… o cualquier cosa.

—Entonces piensa por un momento quetambién podrían ser amigos —insistió Calix—. Amí también me costó al principio, pero les heconfiado mi vida y no me han decepcionado.

Haru se quedó mirando a los Parciales,sujetando su pistola con más fuerza. Al cabo deun momento, volvió a hablar.

—Kira, le salvaste la vida a mi hija; noimporta qué más hayas hecho. Si me dices quepodemos confiar en estos hombres, te creo.

—Pueden confiar en ellos —dijo ella—. Ytambién en la mujer que está detrás de ti.

—¿En quién? —Bajó la pistola y se volvió.Heron salió de entre las sombras, bajando supropia pistola con rostro inexpresivo. Haru laobservó cuidadosamente—. Después de eso,¿por qué debería confiar en ti?

—Porque sigues vivo —sonrió Heron.La miró enojado, pero después de un

momento volvió a enfundar su pistola e hizo unaseña a los guardias para que hicieran lo mismo.

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—El mundo ha cambiado, y todavía no meacostumbro completamente al nuevo. Kira yMarcus los consideran amigos, así que sonbienvenidos aquí.

—Comprendemos —respondió Samm—.Me alegra saber que tu hija está bien.

Haru volvió a poner cara de enojo,visiblemente inseguro sobre cómo tomar losbuenos deseos de un Parcial, pero no dijo nadaen voz alta.

Kira se adelantó y le puso una mano en elhombro.

—Cuéntame sobre Isolde y su bebé. ¿Cómosobrevivió a los síntomas iniciales del RM?

—Es un varón, se llama Mohammad Khan.Y el bebé nunca tuvo RM. Es híbrido.

—¿Cómo que es híbrido? —Ella frunció elceño.

—Así que no lo sabes… —Haru sacudió lacabeza—. Bueno, tenemos mucho de quéhablar.

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CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

—No puedo creerlo —dijo Kira. Caía la noche yestaban en la casa que les habían asignado; ellase ocupaba del fuego mientras Samm y lossoldados de la Tercera División aislaban lasventanas con almohadones y colchones—. Ariele Isolde son Parciales, como yo… mis hermanasson mis hermanas de verdad, en un sentidogigantesco, cósmico.

—Si es que siguen vivas —dijo Marcus—.No es que quiera pincharte el globo, pero no esmuy probable.

—Están vivas —replicó ella—. Al diablocon la nieve, al diablo con la bomba atómica, aldiablo con la isla llena de supersoldados quebuscan venganza: están vivas.

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—Está bien: están vivas —Marcus levantólas manos en gesto de paz.

—Cuatro días más de cruzar gente en losbarcos —dijo Calix—. ¿Creen que podamoshacerlo?

—¿Qué cosa? ¿Salir de la isla? —preguntóKira.

—No, seguir con vida cuatro días más.—Espero que sí —Kira atizó el fuego—.

Aunque lo logremos, no servirá de nada si noconvencemos al ejército Parcial de que se nosuna.

—No hemos visto señales de ellos —dijoMarcus—. No se detonó ninguna de las trampasexplosivas, no hubo ataques a ninguna base,nada.

—Rotor —anunció Heron, que estabasentada junto al ventanal del frente, el cual habíapermanecido abierto por el humo. Estabamirando hacia afuera, y cuando Kira se acercó,le señaló el cielo—. Está oscureciendo, pero seve la silueta que tapa las estrellas en el fondo.

Samm se acercó a mirar, seguido de cerca

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por el resto del grupo.—¿La fuerza de invasión tiene rotores? No

estaban usándolos cuando nos perseguían.—La tormenta estaba demasiado fuerte —

respondió Ritter—. No les habrían servido.—No es el ejército: es el Hombre de la

Sangre —dijo Kira.—¿Te refieres a tu…? —preguntó Samm,

mientras escudriñaba el cielo.—No es mi padre —lo interrumpió—.

Vayan por sus cosas. Si está aquí, andarábuscando «donantes».

Phan, corre al centro de comando y avísalea Haru; dile que ponga a todos en alerta —sepuso su chaqueta gastada y tomó su fusil,mientras el resto recogía sus propias armas—.Los demás, salgan y suban a los techos, dondepuedan ver. Vamos a averiguar dónde aterriza, ylo detenemos.

—Va a ser imposible mientras tenga eserotor —opinó Samm—. Puede bajar, matar yvolver a despegar antes de que lleguemos aatraparlo.

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—No es necesario que lo atrapemos —repuso ella, al tiempo que colocaba un cargadoren su fusil—. Vamos a llamar su atención yvendrá por mí.

El grupo salió de la casa a toda velocidad;Kira estaba vagamente consciente de queHeron la observaba con atención, pero no teníatiempo de detenerse a pensar por qué.

Samm ayudó a Calix a trepar al techo, ydesde allí ella gritó instrucciones: los envió a lacarrera por la avenida Doce hasta el bulevarRockaway Point, corriendo por la nieve suciahacia el límite oriental de la ciudad.

La noche estaba clara, la primera nocheclara en varios días, y Kira se preguntó si seríapor eso que Armin había salido por fin de suescondite. Tal vez no podía volar bien cuandonevaba, como había dicho Ritter. Trató depensar de qué podía servirle eso, algún modo deaprovechar ese dato para detenerlo, pero ella nopodía controlar el tiempo.

Llegaron a la Avenida Ocean corriendo através de la noche, cuando de pronto la forma

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oscura en el cielo se lanzó hacia el sur, volandoalto por encima de las casas. Apenas sedistinguía, pero Kira oía el rumor grave queresonaba entre los edificios. Ya se escuchabangritos desde el centro de comando: demasiadopronto como para que Phan hubiese dado laalarma. ¿Acaso habían visto ya el rotor, opasaba otra cosa? Dobló hacia el sur, siguiendola ruta del rotor, y el resto del grupo la siguió.

—¡Está bajando! —gritó Samm, y la formaoscura empezó a descender contra el fondo deestrellas, atravesando la nube de humo quependía sobre el pueblo.

Oyeron gritos y un disparo, pero estabandemasiado lejos. Se encendió un reflector quealumbraba el suelo y lo recorría, buscando comola probóscide de una mosca. Kira se obligó acorrer más rápido de lo que creía poder hacerlo,pero el rotor no aterrizó: simplemente pasóvarias veces, describiendo un círculo; luegoapagó la luz y volvió a elevarse.

—Me está buscando. Tenemos queasegurarnos de que me encuentre antes de que

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empiece a capturar civiles.Allí las calles eran angostas y apenas se

veía una franja de estrellas, de modo que Ritterse subió de un salto al techo de un auto y de allíal de una casa, y escudriñó el cielo en un círculolento y amplio.

Divisó el rotor y gritó al grupo que fueran aloeste.

Kira volvió a arrancar, decidida a estar ahícuando Armin volviera a descender para echarotro vistazo.

—¡Está bajando! —volvió a gritar Samm,demasiado pronto.

Kira apenas había recorrido unas pocascuadras. Lanzó un grito de frustración y tropezóen la nieve.

Samm la sostuvo y siguieron corriendo;salieron de la calle angosta a la amplia plazacentral en medio de la ciudad. Frente a ellosestaba el centro de comando, y Haru le gritó aKira cuando ella pasó a toda velocidad.

—¡Llegó el ejército! —señalaba hacia elotro lado, hacia el este, donde estaban las bases

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de la Red. Kira apenas lo oyó mientras sealejaba; su voz se iba perdiendo—. ¡El ejércitoParcial! ¡Llegaron a la tercera base!

Ella soltó una palabrota sin dejar de correr,tropezando con los montículos de nieve sucia. Sedetuvo un momento a escuchar, y allí estaban,detrás del ritmo profundo y entrecortado delrotor: disparos a lo lejos. Suficientes como paraque el sonido recorriera cinco kilómetros por lazona abandonada.

—Nuestro grupo sigue allá —exclamó—.Todos los refugiados a quienes trajimos de EastMeadow, gente a la que casi nos costó la vidasalvar… todos atrapados ahora.

—No los matarán —dijo Samm.—¡Por supuesto que lo harán! —gritó ella

—. Ya oíste lo que dijeron: que los humanos sonalimañas, igual que cualquier Parcial que trabajecon ellos. Green está allá, Samm; lo van aejecutar por traidor.

—Esta noche, no. Tenemos tiempo dehablar con ellos, de hacerlos entrar en razón.

—¿Por qué estás tan seguro?

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Samm no respondió.—Sigan corriendo —gruñó Heron—. Volvió

a subir.Kira levantó la vista, tratando de seguir la

línea que indicaba el dedo de Heron, y divisó lamancha negra que se movía lentamente porencima del humo.

—Al sur —dijo—. Hacia la playa.Echó a correr una vez más entre el gentío.

Las calles que estaban al sur del centro decomando eran más angostas aún: senderos muyestrechos entre casas apiñadas, pero ahoraPhan los había alcanzado y había trepado altecho de una casa cercana para darlesindicaciones.

—¡Cuatro hileras más allá! —gritó—. ¡No,en la siguiente!

Llegó a la siguiente hilera de casas y dobló ala izquierda, donde observó que el rotordescendía sobre un espacio abierto entre lasviviendas. Las aspas que giraban en las alaslevantaron un remolino de hielo, lodo y tejas, quecubrieron la zona de aterrizaje como un

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torbellino mortal de escombros. Se cubrió lacara con el brazo y se lanzó hacia allá.

ABAJO, indicó Heron por el enlace, y luegolanzó un grito de advertencia para que loshumanos hicieran lo mismo.

—¡Abajo! ¡Quédense adentro y cúbranse,es demasiado peligroso!

Kira no le hizo caso, desesperada por lograrque Armin la viera. Apretó los dientes y corrióhacia el remolino de escombros, ensordecida porel ruido de los motores. Se encendió un reflector,que recorrió un poco el suelo y rápidamente laenfocó. Ella se protegió la cara con el brazo porla luz y los escombros, pero para eso estaba allí.Necesitaba que la viera, que se acercara paraque los demás pudieran atraparlo. Cerró los ojosy abrió los brazos, descubriendo su rostro bajo elreflector. Hielo y polvo volaban a su alrededor yhacían que la cara le ardiera; su cabello seagitaba frenéticamente por el vendaval. El rotorse mantuvo suspendido en el lugar, bañándola enluz, estudiándola, hasta que de pronto una fuerteráfaga de viento la arrojó al suelo. Kira se

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protegió los ojos y vio que el rotor volvía aelevarse al cielo.

Se fue…—Va al sur —dijo Heron, mientras la

ayudaba a ponerse de pie—. Hacia la playa.—Allá no hay nadie de noche —dijo Kira—.

Al caer el sol atracan los barcos porque notienen luz para navegar; ahí está hundida laÚltima Flota; son aguas demasiado traicioneras.

—Puede que haya visto venir al ejército —sugirió Heron.

—O que haya visto las fogatas del otro ladode la bahía —acotó Ritter, observando el cielo—. Ya pasó la playa y sigue de largo.

—Va a hacer una carnicería con lossobrevivientes que ya cruzaron —dijo Kira.

Haru se acercó a ellos, caminando condificultad por la nieve, acompañado por tresguardias. Su rostro estaba muy serio.

—El rotor fue una distracción —dijo,fatigado—. Un grupo de infiltrados llegó a piepor el límite este del campamento y mató a sietepersonas. Quizá más… siguen llegando

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informes.—¡Maldición! —gritó Kira. Armin,

canalla…Haru cerró los ojos y se los frotó, agotado.—Ya despertamos a todos en el

campamento y los pusimos en alerta, pero no esmucho lo que podemos hacer: casi se nosterminó la comida, tenemos diez casos más dehipotermia, y ahora el ejército Parcial estáapenas a cinco kilómetros. Que un Hombre dela Sangre haya robado a siete personas aquí yallá es casi un problema menor, relativamente.

—Y yo tengo un padrastro aquí —dijoMarcus, levantando un dedo—. Solo paramantener en perspectiva la escala de mayor amenor.

Kira asintió y respiró hondo, tratando depensar:

—Alguien tiene que hablar con el ejércitoParcial. Con quienquiera que esté al mando.

—A cualquiera que lo intente, le van adisparar apenas lo vean —dijo Heron.

—O por lo menos lo van a tomar prisionero

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—repuso Haru—. Será prácticamente imposibleconvencerlos de que les conviene la paz másque la venganza.

—Prácticamente —dijo Kira—, pero no deltodo. Mañana por la mañana iré allá con unabandera de tregua y me entregaré. Es la únicamanera.

—Vas a morir —le advirtió Heron.—Samm no pensaba lo mismo —replicó

ella.—Samm es un tonto —repuso Heron—. Lo

mejor que podemos esperar es… —seinterrumpió de pronto y miró a su alrededor:Ritter, Haru, Marcus, Phan—. ¿Y Samm?

Kira escudriñó las sombras nevadas,buscando su rostro, tratando de sentirlo en elenlace. No estaba por ninguna parte.

—No creerás que…—Maldita seas —dijo Heron. El enlace

ardió de rabia, y se volvió hacia Kira con ungruñido aterrador—. ¡Tú tienes la culpa!

—¿Se fue a hablar con los Parciales? —preguntó Marcus.

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—Nunca le dije que lo hiciera —se defendióKira—. Jamás le pediría que lo hiciera. Iba a iryo misma…

—¡Por supuesto que ibas a ir tú misma! Eslo que haces siempre: te pones justo en mediodel problema más cercano y peligroso queencuentras, y Samm sabía que ibas a hacerlo,por eso se adelantó.

—Está tratando de salvarnos —dijo Kira.—Está tratando de salvarte a ti —replicó

Heron—. Y hará que lo maten por eso.

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CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

—Trescientos diecisiete prisioneros, general —el asistente hizo el saludo militar, y Shon acusórecibo con cansancio.

—¿Y los camiones? —le preguntó—.Necesitaremos reaprovisionarnos antes delpróximo ataque.

—Deberían llegar mañana —respondió elasistente.

—Mañana —repitió, soltó un largo y lentosuspiro—. Cinco mil de nuestros soldadospueden estar muertos para mañana, y seguro loestarán pasado mañana.

—Los demás vengaremos su muerte, señor.El general se limitó a gruñir. Aceptó el

informe escrito del asistente, lo hizo salir y cerró

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la puerta tras él. El enclave final del ejércitohumano se había establecido en un antiguocomplejo militar llamado Fort Tilden, en la basedel puente Marine Parkway, y Shon habíaocupado el edificio principal como cuartelprovisional para su propio ejército. El edificioestaba en ruinas, semiderruido, como todos losdemás en aquella isla olvidada: la cerca, caída;las ventanas, rotas; las pocas puertas quequedaban en sus goznes, hinchadas por lahumedad y adheridas a los marcos; pero el lugarestaba limpio y seco, y más que nada, leresultaba familiar.

Shon había nacido en una bodega, dondeunos técnicos enmascarados lo sacaron de sucapullo, uno entre miles de su generación, perose había criado en una base militar, tan parecidaa esa que casi podía cerrar los ojos y oír lossonidos de su hogar: jeeps circulando por lacalle, gritos en el patio mientras un oficial dirigíalos ejercicios, la cadencia lejana de un sargentoque marchaba con su unidad hacia las barracas.Afuera había un campo de béisbol, cubierto de

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nieve y maleza, discernible apenas por lasgraderías de madera desvencijadas que lorodeaban. Una parte de él, una parte másgrande que lo que le gustaría admitir, solodeseaba salir en la oscuridad y permanecersentado en medio de aquel campo hastacongelarse.

¿Cómo puedo pelear cuando mis hombressiguen muriendo? Pelee o no, gane o pierda,cinco mil de mis soldados morirán mañana, yno hay nada que pueda hacer para evitarlo.Ni siquiera tengo órdenes que seguir. Solo mipropio objetivo. Lo único que queda.

La venganza.Se sentó pesadamente en su silla y clavó la

mirada en los informes que tenía en la mano,preguntándose qué hacer. Casi inmediatamentelo sacó de su ensimismamiento el sonido depasos en el corredor, y unos datos amargos en elenlace, de sorpresa y de ira. Abrió la puertaincluso antes de que el mensajero llamara.

—¿Qué pasó?—Un prisionero, señor —respondió el

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mensajero tras saludar—. Un refugiado delcampamento —el enlace del guardia estabacargado de odio—. Es Parcial, señor.

Shon miró por encima del hombro delsoldado y vio a dos guardias detrás de él, quevenían escoltando a un soldado atado y deaspecto solemne. Llevaba puesta ropa gastada ysucia, prácticamente andrajos, pero su porte eraorgulloso y en su enlace no había asomo algunode temor. Se detuvo frente a Shon e inclinó lacabeza, dado que no podía hacer el saludomilitar con las manos esposadas a su espalda.

—Me llamo Samm —dijo el prisionero—.Necesito hablar con usted.

La firmeza del hombre se transmitió contanta fuerza por el enlace que Shon sedespabiló. Miró al mensajero.

—¿Lo registraron?—No trae armas. Lo único que tenía era la

ropa que trae puesta, y esto —levantó unabotella de whisky americano.

—¿Por eso está aquí? —Shon miró a Samm—. ¿Está borracho?

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—No está abierta. Considérelo una ofrendade paz.

—¿Es una broma?—Es una muestra de buena voluntad.—No pensará hablar con él —dijo el

mensajero.—No —respondió Shon, con la mirada fija

en el prisionero—. Después de todo lo que pasó,no creo tener nada que decirle a un traidor, unabala se lo diría con mayor eficacia. Pero… —Inhaló lentamente, evaluándolo. Los datos deSamm en el enlace transmitían la informaciónbásica de su estatus militar: su grado, su unidad,sus antecedentes, su lugar en la sociedadParcial. Era de infantería, igual que Shon; comoél, había peleado en la ciudad de Zuoquan en losúltimos días de la Guerra de Aislamiento. Habíaayudado a tomar Atlanta, y había servido bajolas órdenes de la doctora Morgan. Era unhombre que había pasado por lo peor, que habíacumplido su deber; era un hombre que sabíamuy bien lo que significaba abandonar a suejército, pelear por el otro bando y luego

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entregarse. El general sacudió la cabeza—. No,pero debo admitir que tengo curiosidad por saberqué cosa podría ser tan importante como paraque desperdicie así su vida. De modo que,aunque no hable con él, admito que estoydispuesto a escucharlo.

Aunque el mensajero expresó su sorpresa ydesaprobación por el enlace, Shon no le prestóatención y se hizo a un lado para hacer pasar alprisionero a su oficina. Los guardias trataron deseguirlo, pero él levantó la mano.

—Quédense aquí y pongan guardias afuera.En su grupo hay también por lo menos unaasesina, y no quiero que entre por esa ventanaen medio de esta conversación con una dagaentre los dientes —tomó la botella de whisky demanos del mensajero y cerró la puerta.

Samm estaba de pie en el centro de lahabitación, temblando ligeramente por su ropamojada por la nieve.

—Se dará cuenta de que esto es un gestobastante inútil —indicó Shon, levantando labotella.

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—Solo trataba de ser amable.—Supongo que no puedo culparlo por eso

—dijo, y se dirigió a su silla junto al escritorio.No le ofreció asiento a Samm. La madera viejacrujió cuando se sentó, pero lo sostuvorelativamente bien—. ¿Todavía está bueno?

—No lo sé. No bebo. Pero no está abierto,de modo que probablemente está bien.

Shon examinó la botella y luego la destapó.El aroma era exactamente como lo recordaba, ybebió un sorbo pequeño directamente de labotella.

—Yo bebía esto todo el tiempo cuandoestaba en Benning. El sur tenía algo que mellegaba como ninguna otra cosa en el resto delpaís —bebió otro sorbo—. ¿Sabía eso cuandotrajo la botella?

—No, señor —respondió Samm—. Solotuve tiempo de revisar una casa vacía antes devenir aquí, y dio la casualidad de que tenían eso.

Shon bebió otro sorbo, saboreando el líquidoardiente en el fondo de la garganta.

—¿Sabe qué va bien con este whisky? El

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pollo frito.—¿Vamos a pasarnos la noche hablando del

whisky, señor?—Usted vino a verme. ¿Hay algo más de lo

que quiera hablar?—Quiero que detenga este ataque —dijo

Samm.La sorpresa del general se coló en el enlace.—¿En agradecimiento por el whisky? —

preguntó, levantando la botella.—Quiero que dejen las armas y liberen a

todos los prisioneros. Y después usted y yovamos a ir a hablar con los refugiados humanos.

—¿Sobre qué?—Sobre un acuerdo de paz —respondió

Samm.—Esto se está volviendo cada vez menos

plausible a medida que sigue hablando —Shonsacudió la cabeza—. Los humanos mataron anuestra gente. Usted mató a nuestra gente, almenos por asociación, y probablemente, si loestoy interpretando bien, de hecho apretandogatillos. No quiero hacer la paz con esa clase de

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gente.—Yo lamento cada bala que tuve que

disparar en esta guerra.—Eso no les devuelve la vida a mis

soldados.—Matar a los humanos, tampoco —repuso.

No se movió, pero sus datos en el enlace secargaron de urgencia—. El ochenta por cientode nuestra gente murió en esa explosión nuclear,y esa fue una tragedia que nunca podremoscompensar. Pero si no hacen la paz, estásentenciando a muerte al otro veinte por ciento.Sus enemigos no son los humanos, general; suenemigo es el vencimiento, y eso no va acambiar porque mate a esos humanos. Si losataca, todos mueren, de los dos lados, ya seamañana o dentro de seis meses. Si hacen laspaces, podemos salvar a los pocos que nosquedan.

—¿Está diciendo que los humanos tienen lacura para el vencimiento?

—Los humanos son la cura del vencimiento.Venga conmigo a hablar con ellos y puedo

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probárselo… puedo demostrárselo, en vivo y enpersona. ¿Conoce a la Tercera División?

—Por supuesto. La Tercera División tomóDenver; fue una de las batallas más grandes dela revolución —de pronto sintió un peso sobrelos hombros y bebió otro trago, con la mirada fijaen la ventana—. Vencieron hace dos años.

—La mayoría, sí.—¿Dice que algunos sobrevivieron?—Tres de ellos están allá —señaló hacia el

campamento humano—. Y hay seis más todavíaen Denver.

Shon volvió a mirar el whisky, haciéndologirar; luego tapó bien la botella y la dejó sobre elescritorio.

—No se atreva a hacer bromas con esto.—Hablo absolutamente en serio —

respondió con voz firme como el granito. Susdatos en el enlace prácticamente vibraban consinceridad.

—¿Cómo sobrevivieron al vencimiento? —preguntó Shon.

—Por la interacción con los humanos.

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—¿Son prisioneros?—Son aliados. Son amigos. Algunos

incluso…Shon sintió la emoción del prisionero en el

enlace y se volvió súbitamente.—Está enamorado de una humana.—Casi —dijo Samm.—¿Y por eso quiere salvarlos? —preguntó,

y sintió retornar la amargura a su enlace—.¿Porque encontró con quien acostarse?

—¿Qué puedo hacer para convencerlo demi sinceridad? —preguntó Samm—. No soy demuchas palabras, no soy un líder, soy solo untipo cualquiera. Un soldado de las trincherastratando de hacer lo mejor posible, pero este noes un problema que pueda resolver un soldado.No puedo curar el vencimiento con una bala, nipuedo crear la paz entre las especieslimitándome a obedecer órdenes y marchar enfila. Si fuera diplomático o político o… diablos: sifuera cualquier otra cosa en lugar de lo que soy,quizá podría explicarle lo que esto significa, loimportante que es, cuánto creo en esto. Pero lo

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único que puedo hacer es darle mi palabra desoldado de que esto es lo correcto. Dejen lasarmas y hagan las paces.

Shon se quedó mirándolo. Sentía como si elsuelo se hundiera bajo sus pies y desaparecieraen un abismo de una negrura total que loabsorbía y lo ahogaba. Él tampoco estaba hechopara eso: era hombre de infantería, no un oficial;no estaba preparado para tomar esa clase dedecisiones. Y mucho menos para la tareaimposible de sostenerla una vez tomada.

—¿Se da cuenta de lo que pasará si salgode aquí y le digo al ejército que vamos a hacerlas paces con los humanos? ¿Con quienes nosatacaron con un arma biológica? ¿Los quedestruyeron White Plains?

Usted mismo lo dijo: somos soldados. Noshicieron para la guerra: para pelear y matar.Usted habla de paz como si fuera algo natural,como si lo único que deberíamos hacer fueradejar de pelear y entonces nuestros problemasfueran a resolverse. Pero nosotros existimospara luchar. La guerra es nuestra naturaleza, y

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eso hace que la paz sea el acto menos… naturalque podamos realizar. Hasta peleamos entrenosotros mismos cuando no encontramos anadie más. A veces pienso que, haga lo quehaga, estaremos peleando hasta que el últimoParcial deje de respirar.

—Entiendo eso —respondió Samm—. Yohe sentido lo mismo. Pero tengo que creer quesomos más que eso.

—Nos crearon para la guerra —repitióShon.

—Nos crearon para amar.El hombre se quedó sentado en silencio, con

la mirada fija en su escritorio. Trazó con la puntade un dedo las grietas de la madera, seca yquebradiza. Se detuvo, dio un golpecito en elescritorio y habló en voz baja.

—Quiero creerle.—Entonces créame.—Es difícil hacerlo cuando no dejan de

dispararnos.—Pues sea quien demuestre grandeza y

deje de disparar primero.

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Shon pensó en el ejército que esperabaafuera, en la furia que aún los impulsaba por lapérdida de su hogar. Por el arma biológica. Porlos años de odio, esclavitud y guerra, que yasumaban décadas. Todos los recuerdos quetenía de los humanos estaban empapados deodio, muerte y opresión.

Sacudió la cabeza. Esa es la excusa de uncobarde, pensó. No nos rebelamos para quenos trataran mejor; nos rebelamos parapoder vivir nuestra vida. Para poder decidir.

Si esta es la mejor opción, entonces noimporta lo que hagan los humanos.

—¿Qué van a hacer ellos si ofrecemos unatregua? —le preguntó—. ¿Van a aceptarla?

—No puedo hablar por ellos, como tampocousted puede hablar por sus soldados. Menos, enrealidad.

Yo aún soy un extraño en su campamento.—Entonces, ¿por qué debería confiar en

usted? —Shon arqueó una ceja.—No debería —dijo Samm—. Debería

confiar en Kira Walker.

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CAPÍTULO CINCUENTA

Kira no había dormido, y no imaginaba que nadiemás lo hubiera hecho, pues todo el campamentode refugiados estaba aterrado por Armin, por elejército Parcial, por…

Por Samm. Nadie lo había visto ni habíasabido de él desde la noche anterior. Nosoportaba pensar en lo que podía haber pasado.

—Por supuesto que voy contigo —dijoMarcus, poniéndose todas las chaquetas ymantas que pudo encontrar, aunque Kira notóque le había dado a ella las más abrigadas; y ellase las puso, agradecida.

Las primeras luces del día asomaban entrela cortina de otra nevisca en formación, yestaban preparándose para la larga caminata

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hasta donde se encontraba el ejército Parcial.Un hombre mayor que estaba con los barcos leshabía fabricado raquetas para nieve parahacerles más fácil el viaje, y Kira se agachópara atárselas fuertemente a los pies. Si Sammya propuso la paz, y los Parciales no leprestaron atención, no me escucharán a mí.Terminó el nudo del primer pie y lentamente sepuso a atar el otro.

Pero tengo que hacer el intento. Aunquemuera, tengo que…

—¡Hombre en el camino! —anunció Phan,sin aliento, en la puerta del centro de comando.Kira levantó la vista con el corazón en la boca,pero fue Heron quien habló primero.

—¿Pudiste ver quién es? —preguntó.—De mediana edad —respondió Phan—,

cuarenta y tantos años. Piel morena.Probablemente un prisionero humano. Tienedemasiada edad para ser Parcial, pero ningunode los guardias de East Meadow lo reconoce.

—No es Samm —dijo Marcus.—No es del grupo con el que vine —agregó

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Kira—. ¿Será algún guerrillero de los quecapturaron los Parciales?

—Probablemente trae un mensaje —dijoCalix.

—Vamos —indicó Haru. Y enviómensajeros por todo el campamento para avisarque se pusieran en guardia.

Luego, llevó al grupo al bulevar RockawayPoint, un camino largo y recto que iba de unpueblo al otro. Guardias humanos vigilaban elcamino desde búnkeres improvisados, abrigadoscon capas de ropa que no concordaban entre síy armados con una variedad de rifles de caza,las mejores armas que les quedaban a losrefugiados. Kira observó a lo lejos al hombreque se acercaba, y al cabo de un momento loreconoció.

—Es Duna Mkele. Era jefe de Seguridaddel Senado.

—Me pareció que podía ser él —dijo Haru—. Supongo que al final capturaron a su fuerzade resistencia.

—Si es un líder de la resistencia, están

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soltando un prisionero —señaló Heron. Miró aKira—. Interesante.

Los guardias le gritaron a Mkele que sedetuviera a treinta metros del búnker, y Phancorrió a revisar si traía explosivos u otrastrampas.

—Está limpio —gritó Phan, y le echó unamanta sobre los hombros mientras lo hacíapasar.

Mkele estrechó la mano de Haru y saludó aKira con un movimiento solemne de la cabeza.

—Quieren reunirse —informó, simplemente—. Sus líderes y los nuestros, en la intersecciónque está a mitad de camino —volvió a mirar aKira—. Pidió específicamente que fueras tú.

—Esto se está poniendo repetitivo —dijoMarcus—. ¿Alguna amenaza? ¿Van a matar aun prisionero por día hasta que ella se presente ahablar?

—No mencionaron nada de eso.Sinceramente, no sé qué decirles: nos hantratado con brutalidad, y desde la jugarreta deDelarosa están empeñados en vengarse, pero…

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aquí estoy.—¿Tiene alguna idea de lo que quieren

hablar? —preguntó Kira, pensativa.—De los términos de nuestra rendición —

dijo Haru.—Puede ser —respondió Mkele—. Dijo que

nos vería en una hora, menos el tiempo que mellevara llegar.

—O sea que tenemos unos cuarentaminutos —dijo Phan—. Suficiente para enviarunos exploradores a ese bosque y asegurarnosde que no sea una trampa.

—Irán tú y Heron —indicó Kira, mientrasse volvía para buscarla, pero la muchacha yahabía desaparecido—. Supongo que ya fue paraallá.

—Ve con cuidado —dijo Marcus, mientrasdetenía a Phan poniéndole una mano en el brazo—. Mantén los ojos abiertos a cualquier indiciode juego sucio, pero da por sentado que ellosestán haciendo lo mismo y no hagasmovimientos sospechosos.

Phan asintió y salió.

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—Supongo que eso significa que vamos —dijo Haru.

—Yo voy —respondió Kira—. Mkele,¿dijeron a cuánta gente podíamos enviar?

—Parece que no les importa —sacudió lacabeza—. Obviamente, yo también voy.

—¿Y las armas? —preguntó Calix.—Eso tampoco parecía importarles —

respondió.—Bastardos arrogantes… —Gruñó Haru.—No vamos a llevar armas —dijo Kira.

Haru y Mkele empezaron a protestar, pero ellalos silenció a ambos—. Nada de armas. Esta esnuestra primera oportunidad real de diplomacia,y podría ser la última.

Si se convierte en una pelea, de todos modosnos matarán, así que tratemos de presentar unaspecto lo más pacífico posible.

Haru rezongó, pero desenfundó su pistola yla dejó sobre la mesa. Los demás apilaron susarmas en el mismo lugar, se abrigaron bien y sepusieron en marcha, con cuidado por el hieloresbaladizo que había bajo la capa blanda de

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nieve. Otra vez estaba nevando, levemente porel momento, y el bosque vacío estaba cubiertopor una nueva capa blanca y gris.

Vieron que un grupo de gente tomaba el otroextremo del camino, en dirección a ellos; amedida que los Parciales se acercaban, Kiranotó que uno venía encadenado, y se le llenaronlos ojos de lágrimas al reconocer a Samm.Todavía no sabemos de qué se trata esto, sedijo. Tal vez van a ejecutarlo delante denosotros.

Los dos grupos se detuvieron en unaintersección pequeña en forma de T, de dondesalía un tercer camino con rumbo al sur, hacia elmar. Kira, Marcus, Calix, Ritter, Haru y Mkelese quedaron en silencio, frente a frente concinco soldados Parciales y el maniatado Samm.Se detuvieron en lados opuestos de laintersección y esperaron.

—¿Estás bien, Samm? —gritó Kira.—Sí —respondió, y ella sintió una oleada de

alivio al oír su voz… seguida casi de inmediatopor otra de frustración. ¿Por qué siempre tiene

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que ser tan taciturno?El Parcial que estaba en el centro de la

hilera se adelantó; sus pies hacían crujir la nieve,y se detuvo en medio del camino helado. Ellavaciló un momento y luego avanzó a suencuentro.

—Soy Shon —dijo el Parcial—. Generalinterino del ejército Parcial.

—Kira Walker —lo miró a los ojos—.Supongo que se podría decir que soy lo máscercano a un líder que tiene la especie humanaen este momento.

—Me dijeron que podía confiar en usted —dijo Shon.

—¿Y confía? —preguntó, tras asentir con lacabeza.

—Samm me contó cosas muy interesantesacerca de usted y sus… teorías —él no habíarespondido su pregunta. Pero ella decidióseguirle el juego y continuar con el nuevo temade conversación.

—Si trabajamos juntos, podemos salvar aambas especies. ¿Ve a aquel hombre que está

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detrás de mí, el segundo desde el final de lahilera? Se llama Ritter, y es de la TerceraDivisión.

—Lo he percibido en el enlace, sí —respondió Shon.

—Tiene veintidós años —prosiguió—.Ustedes pueden curarnos, y nosotros a ustedes.El contacto asiduo entre las especies propagauna partícula biológica que…

—Samm me lo explicó todo —la interrumpió—. Por otra parte, también me presentó a unode los desertores que capturamos, llamadoGreen. Me cuesta creer su teoría cuando elhombre que tuvo más contacto con los humanosestá en su lecho de muerte.

—¿Él ya…? —Kira sintió una punzada dedesesperación.

—Casi. Algunos de su generación yavencieron durante la noche. Esta mañana,cuando dejé a Green, apenas podía respirar,mucho menos hablar o mantener los ojosabiertos.

—Me gustaría volver a verlo. Aunque sea…

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después.—Una amistad como la que tiene con

Green, o con Samm o con ese otro Parcial queestá atrás es inspiradora a su manera, pero nobasta. Tiene que entenderlo.

—Lo entiendo.—Las semillas del odio que hay entre mi

gente y la suya se sembraron hace años —prosiguió—. Antes de que usted y yonaciéramos. Una vez intentamos vivir juntos, yno nos fue bien; a mi mejor amigo lo mataron agolpes unos racistas en Chicago, cinco mesesantes de que empezara siquiera la revolución,por haber tenido la audacia de llevar al cine auna chica humana —hizo una pausa, y continuó—. Usted quiere la paz. Usted la quiere y yo laquiero, pero nosotros dos no podemos hablar portodos. Por las decenas de miles de personasasustadas, imperfectas y falibles que van a estarallí todos los días, viviendo, trabajando,discutiendo y siendo… personas. Van a pelear,porque ese es nuestro estado natural, el deParciales y humanos. Así fuimos hechos.

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—Eso no significa que no podamosintentarlo —repuso Kira—. Las cosas no soncomo antes del Brote.

—Usted no sabe lo que costó convencer aestos soldados de que accedieran a esta reunión—dijo Shon, señalando con un gesto detrás deél. Sus datos en el enlace se exasperaban más ymás—. El menor indicio de traición de parte deustedes podría destruir esta paz en cuestión desegundos, y somos solo nosotros.

Son las personas en quienes confío. ¿Y sihacemos una alianza y nos unimos, y luego unode sus humanos hace un chiste sobre la mano deobra Parcial, o sobre los viejos programas detrabajo que contribuyeron a desatar larevolución?

—No dé por sentado que serán los humanosquienes arruinen esto —insistió ella, sintiendoque se ponía furiosa—. ¿Qué pasará cuandouno de sus Parciales lo llame revolución, o digaalgo acerca de ganar su libertad, estando al ladode un humano que perdió a su esposa, sus hijosy sus padres, y todo lo demás que amaba…? —

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De repente se paralizó y aguzó el oído—. Unmomento.

—Yo también lo oigo —dijo Shon, y levantóla vista. Toda la hilera Parcial se había puestotensa, atenta al zumbido grave y rítmico. Kira nose atrevió a mirar atrás; le preocupabademasiado que Shon lo tomara como una señal asus compañeros. Los datos del general en elenlace se llenaron de confusión y frustración.

—Es un rotor —dijo ella, al tiempo que sevolvía hacia el sur para escudriñar el cielo.Había empezado a nevar más copiosamente, yapenas se veía a más de un kilómetro.

—No es nuestro —repuso Shon, y luegoapuntó con un dedo hacia las nubes—. ¡Allá! —retrocedió y gritó a sus hombres—. ¡Atrás!

—¡Es una emboscada! —gritó otro Parcial,y Kira se lanzó hacia adelante, tratando deprevenirlos.

—¡Cúbranse! —gritó.Marcus les indicaba a todos que

retrocedieran, que buscaran un lugar seguro,pero Kira supo que era demasiado tarde para

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eso. Estaba en lugar abierto, sin armas eindefensa, y no había nada que pudiera hacerpara impedir que Armin la matara. Su únicaprioridad era salvar el tratado, evitar que esodestruyera la paz demasiado frágil entrehumanos y Parciales. Shon y sus hombresestaban refugiándose bajo los árboles, peroSamm corrió hacia ella; sus tobillos encadenadosse movían dolorosamente por el camino helado.

Kira gritó a Shon, tratando de explicarle loque estaba pasando, cuando de pronto el rotorirrumpió entre las nubes delante de ella,levantando remolinos de nieve con las aspasenormes de sus alas.

Descendió hacia ella, voló bajo por encimade su cabeza y la fuerza de su descenso losderribó a ella y a Samm; dio la vuelta y pasó porencima de sus amigos, y al hacerlo los derribótambién. El vehículo se posó delante de ellos,cortándole la retirada a Kira, y la puerta lateralse abrió con un siseo. Empezaron a bajar Ivies,con sus fusiles levantados y listos, y detrás deellos bajó Armin, con su cuchillo en una mano y

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un frasco vacío en la otra.—Kira —dijo Armin.—Puedes llevarte mi sangre —gritó—, pero

la de nadie más —señaló detrás, hacia Shon ysus sargentos, que observaban la escenavisiblemente conmocionados—. Estamostratando de hacer las paces, Armin. Es el fin dela guerra, y no voy a dejar que lo arruines.

Ritter apareció corriendo desde detrás delrotor, trayendo en el puño una rama que habíaarrancado de uno de los árboles nevados alcostado del camino, pero los Ivies lo habíansentido venir por el enlace y giraron paradisparar incluso antes de que diera la vuelta a laaeronave.

Kira gritó, furiosa por aquel sacrificio inútil,pero un momento después le vio el sentido:Marcus y los demás humanos los habíanrodeado y acometieron desde el otro lado delrotor, con lo cual sorprendieron a los Ivies desdeatrás y derribaron a dos al suelo helado. Losdemás Ivies giraron para hacer frente a la nuevaamenaza, y Kira volvió a gritar al ver caer a sus

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amigos, y a Marcus, con sangre manando de suschaquetas raídas como nubes rojas. Corrió haciaellos, aún gritando incoherentemente, mientrasSamm intentaba retenerla, cuando los Parcialesse levantaron detrás de ella, sacaron sus armasy corrieron hacia la pelea, disparando contra losIvies. Estos respondieron el fuego, y Kira gritócuando Samm se interpuso delante de ella yrecibió un disparo en el brazo. Armin estaba depie en medio de la batalla, aparentemente sintemor, y detuvo el mundo con un pensamiento.

NOLa orden se propagó en el enlace. Shon y

sus Parciales se quedaron inmóviles en mitad deun paso; Samm se petrificó, y hasta los Ivies sedetuvieron. Kira trastabilló, abrumada por laorden, por la palabra, por todo el concepto deNO. Parecía ocupar todo su enlace, su mente,su cuerpo. Apretó los dientes y se llevó lasmanos a la cabeza, como si pudiera acallarlo dealguna manera.

—Así está mejor —dijo Armin. Miró a Kiray caminó lentamente hacia ella—. Tenías razón

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en una cosa.Esto es el fin. No de tu guerra, quizá, pues

parece que todavía quieren seguir peleando,pero sí de la importancia de la guerra. Ya tengotodo el ADN que necesito. Los humanos y losParciales, tan desesperados los unos por ponerfin a la existencia de los otros, ahora puedenhacerlo sin perjuicio de nuestro futuro.

—No tiene por qué ser así —dijo ella,obligándose a emitir las palabras—. Es tu plan,el que hiciste hace tantos años. Todavía puedecumplirse.

—Por el momento, quizá. Pero a la largaempezarán otra vez a pelear. Van a culparsemutuamente por tu muerte, por no habertesalvado o no haberme matado. Hasta puede quetraten de trabajar juntos para abandonar esta islaantes de que la radiación los afecte sin remedio,pero no será duradero. Sus diferencias sondemasiado grandes, y la paz biológica que tratéde imponer con el RM y el ADN Parcial nobastó.

Con un esfuerzo titánico, Samm movió el pie

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y se plantó en el camino de Armin. Se quedómirando al hombre con los dientes apretados,demasiado rígido como para poder hablar, perodecidido a defenderla.

—Impresionante —Armin se detuvo,sorprendido—, pero no importa. Jerry hareiniciado el planeta, y yo voy a empezar otravez con una especie nueva, desarrollada comouna sola en lugar de este torpe intento de obligara dos a convivir. Ellos heredarán la Tierra, y túserás su madre, y lograrán cosas más grandes ygloriosas que lo que cualquiera de nosotrospodría imaginar. Todavía no lo entiendes, ysupongo que nunca lo harás, pero ese es elmayor objetivo de todo padre: que sus hijos losuperen.

—Entonces déjame vivir para superarte. Nopuede ser tan difícil… ya tengo a mi favor elhecho de no ser un psicópata —obligó a suspiernas a retroceder: primero una, luego la otra,agotando hasta la última pizca de su voluntad.No sabía si podría dar otro paso.

—Un comentario así de pobre es el indicio

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más claro de que ya no eres digna del nuevomundo —rodeó a Samm con el cuchillolevantado; pero con un rugido gutural, el Parcialvolvió a moverse para obstruir el paso delHombre de la Sangre—. No me hagas matartea ti también —dijo con calma—. No quierohacerle daño a nadie, pero voy a conseguir elADN de ella a cualquier costo.

—Si quieres un nuevo mundo, uno quepueda vivir en paz, tienes que soltarlo —dijoKira—. Desde el comienzo de todo esto, lacreación de los Parciales y la formación delConsorcio, has tratado de controlarlo, demanejar cada paso de cada proceso. Eso fue loque falló, Armin. No la biología, sino tu empeñoen controlarla. Tenemos que poder elegir.Hemos caído, y tenemos que volver alevantarnos.

—Los humanos ya tuvieron su oportunidad—replicó—. Fracasaron, y casi se llevaronconsigo a todo el planeta. Eso no va a volver apasar.

—Ya lo creo que no —dijo una voz.

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Armin se volvió, sorprendido, y Kira obligó asu cabeza a girar.

Heron salía lentamente de entre los árboles,jugando como distraída con una pistola.

ALTO Kira sintió que la nueva orden deArmin en el enlace le aplastaba la voluntad, elsentido mismo de sí misma, pero Heronsimplemente sonrió y siguió caminando.

—Ya veo —dijo Armin—. Una Theta —dejó su frasco de vidrio con cuidado en el sueloy se incorporó con el cuchillo en la mano—.Justamente a esto me refería, Kira. Los Thetastienen libre albedrío; los demás me decían queera una locura hacer un modelo de Parcial queno se pudiera controlar por medio del enlace,pero yo era un idealista. En aquel entoncescreía, como tú crees ahora, que la facultad deoptar era demasiado importante como paraeliminarla por completo de la especie. Ahora séque estaba equivocado. Les di la posibilidad deelegir, y solo la usaron para desobedecer —ladeó la cabeza y miró a Heron con ojos fríos ycalculadores—. Pensé que ya los había atrapado

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a todos.—¿Fue usted quien mató a los demás

modelos espías? —preguntó Heron—. Cadapalabra que sale de su boca es un motivo máspara darle una patada en el trasero.

—Quizá no pueda controlarte, pero tengomodificaciones genéticas que no imaginas.Atacarme sería una locura.

—Más y más —dijo ella; llegó a unos tresmetros de él, y lentamente dio un rodeo hacia elcostado—. Kira, querida, voy a matar a tu papá.

Kira trató de responder, pero el enlace lamantuvo inmovilizada.

—Te diseñé para que fueras una evoluciónde la plantilla Parcial, Theta, pero ahora sé queeres exactamente la razón por la quenecesitamos empezar de nuevo —dijo Armin, yKira oyó crecer la impaciencia en su voz—.Necesitamos una especie que sueñe con lasestrellas, no una que se esconda en las sombrasy mate por deporte.

—¿Quieres una especie que no me incluya?Púdrete.

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Heron se lanzó hacia adelante con la rapidezde un rayo y disparó su pistola. Armin esquivófácilmente el primer proyectil; ella apuntó elsiguiente a la derecha, errando a propósito, paraque él se impulsara hacia la izquierda, dondetenía la otra mano preparada con un cuchillo. Élvio venir el amague, desvió el cuchillo con unmovimiento veloz y giró hacia el otro lado, con locual se apartó de la línea de fuego justo cuandoella estaba apuntándole. Esquivaba las balas contanta precisión que parecía ensayado.

—No puedo controlarte por el enlace, peroaún emites tus tácticas —le dijo—. Sé todo loque vas a hacer antes de que lo hagas.

Ella no se inmutó; hizo caso omiso de él y seconcentró en la pelea. El hombre esquivó condestreza los siguientes disparos, como una danzaligera, moviéndose con tanta calma que noparecía estar esforzándose. Heron fueacercándose de a poco, a veces disparando paraguiarlo, a veces intentando acertarle, perosiempre tratando de llegar al alcance delcuchillo. Kira intentó llevar la cuenta de los

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disparos, preguntándose cuándo se le acabaríanlas balas, pero de pronto Heron lanzó unaestocada con el puñal, y al mismo tiempo bajó lamano que sostenía la pistola y expulsó elcargador, que resbaló sobre el hielo. CuandoArmin retrocedió para esquivar el cuchillo, pisóel cargador de metal y perdió el equilibrio, con locual extendió el brazo para no caerse. Ellaaprovechó la oportunidad con una sonrisaperversa y saltó para degollarlo, pero él convirtióel arco de su brazo en un contragolpe; el cuchillole dio en el hueso del brazo y contraatacó con supropio cuchillo. Heron retrocedió parareconsiderar la situación.

—Ese fue un buen truco —dijo Armin—,pero no puedes vencerme.

—Puede que no. Pero eso no significa queno pueda ganar —hizo una pausa—. ¿Kira?

—Sí.—Dime que estás segura de esto —pidió

Heron—. Dime que dará resultado, y que todosvan a vivir, y que no estoy perdiendo mi tiempo.

—Te lo prometo —dijo Kira, apretando la

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mandíbula.—Bien —dijo Heron, y sacó otro cuchillo

del cinturón—, entonces terminemos con esto.Se lanzó hacia adelante con un cuchillo en

cada mano, lanzando estocadas y cortes comoun tornado de acero. Armin la atacó a su vez,con un claro intento de impulsarla a un costado,pero ella gritó y recibió la hoja en el pecho,atrapando el arma con su propio cuerpo yempujando al hombre hacia atrás con la fuerzade su embestida. Los ojos de él se dilataron porla sorpresa y trató de retirar el cuchillo, pero erademasiado tarde: Heron consiguió suoportunidad.

Con seis cuchilladas a la velocidad del rayo,lo cortó en jirones.

Armin trastabilló, sangrando por una docenade cortes profundos en el cuello y el pecho, y sedesplomó en la nieve.

Ella empezó a darse vuelta, pero cayó juntoa él, con el cuchillo aún clavado en el corazón.

MUERTEKira sintió las lágrimas en la cara, calientes

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y heladas a la vez. Obligó a su pie a avanzar,primero un centímetro, luego dos. La ordenpoderosa de Armin se fue desvaneciendo, ypudo dar otro paso, y otro más. La sangre deHeron emanaba vapor sobre el camino helado, yderretía agujeros rojos en la nieve.

Dos pasos más. Tres. Estiró los dedos de lasmanos con un gemido; estaban tiesos por el fríoy por el puño helado del enlace de Armin. Llegóhasta Heron y cayó de rodillas para palparle elcuello. El pulso estaba leve y errático. Apoyó lasmanos sobre la herida, pero había mucha sangre,y supo que era demasiado tarde.

Heron levantó la mano, buscó la de Kira y latomó débilmente con dedos inútiles. Su voz eraun susurro.

—Si mi vida no tenía sentido, no había razónpara no ponerle fin.

Kira apretó la mano de la muchacha, llenade congoja.

—¿Por eso le pusiste fin?—Por eso le di sentido.Los ojos de Heron parpadearon y se

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volvieron hacia arriba. Su mano quedó fláccida.Kira sollozó y la abrazó, sintiendo cómoescapaba lo último que le quedaba de vida.

MUERTE

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CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO

El general Shon se acercó lentamente desdeatrás y se arrodilló en la nieve junto a Kira.

—Le prometí que haría que esto funcionara—dijo Kira—. Sé que no va a ser perfecto nifácil, y por lo que sé, va a fracasar, pero… —Apretó la mano de Heron en la suya—.Tenemos que intentarlo.

Shon empujó el cuerpo de Armin con suguante. El hombre estaba fláccido y sin vida.

—Después de oír a este canalla decir queera imposible, me inclino a hacer la prueba solopara demostrarle que se equivocaba.

—Hay mejores razones para salvar almundo —dijo Kira.

Entonces llegó Samm y se arrodilló junto a

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Heron. Le tomó la mano, con dificultad por lascadenas que le sujetaban las muñecas, y la miróen silencio. Al cabo de un momento, miró haciael este, hacia el campamento Parcial.

—Alguien viene a ver si están bien.—Habrán oído el rotor —dijo Shon—. Yo

no… Un momento; viene todo un grupo.Kira se puso de pie y vio emerger más

figuras en la nieve. El hombre que iba adelantecaminaba tieso, casi arrastrando los pies, comosi estuviera enfermo.

Ella dio unos pasos hacia él y se llenó deemoción al reconocerlo:

—¡Green! —Él la saludó desde lejos con lamano. Kira se acercó corriendo hacia él y loenvolvió en un abrazo—. ¡Estás vivo!

—Funcionó —dijo, mirándose las manos ylos brazos como si fueran nuevos, cosasextrañas y maravillosas que nunca hubiera visto—. Me… mejoré —la tomó por los hombros—.No estoy al cien por ciento, pero… me salvaste,Kira.

—¿Green? —Shon se detuvo junto a él y se

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quedó mirándolo con asombro.Él respondió con un saludo militar:—Abandoné el ejército, señor, pero estoy

listo para enrolarme en el nuevo.—¿Cuál nuevo? —preguntó Shon.—Un Parcial acaba de sobrevivir al

vencimiento, y quedan veinte mil más quebuscan el mismo tratamiento —señaló haciaatrás, hacia la enorme ola de soldados Parciales,y le sonrió feliz a Kira—. ¿Aquí es donde nosinscribimos en la alianza humano-Parcial?

Una bala Ivie había rozado a Marcus en lasien, le había raspado la piel hasta llegar alhueso y había hecho que se desvaneciera, peroestaba vivo. Kira le vendó la herida y lodespertó. Él ayudó con los demás, restañandoheridas siempre que se podía, tapando orificioscon trozos de tela, y luego ayudó a todos avolver al campamento. Haru era el que estabaen peores condiciones: tenía los intestinosperforados y una herida en la mano derecha,pero se encontraba estable. Quedaban tambiénseis Ivies con vida, que se rindieron en el acto al

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morir su líder. Kira los llevó al campamentohumano, y Shon y Mkele ocuparon el lugar deHaru: reorganizaron la evacuación ydesaceleraron el ritmo frenético sin dejar deplanear cómo sacar a todos de la zona deradiación. Con la ayuda del viejo rotor de losIvies, podrían reducir los tiemposconsiderablemente.

Kira vendó personalmente la herida deSamm; lo acostó sobre una mesa esterilizada enel centro médico improvisado y le limpió elhombro con desinfectante antes de coserle laherida con cuidado.

—Esto me recuerda al laboratorio —comentó ella, reviviendo el tiempo que habíanpasado en el hospital de East Meadow, cuandoestaba estudiándolo y hablando con él, y cuandofinalmente había decidido ayudarlo. Habíasentido una conexión con él como no la habíatenido con nadie más, ni siquiera con Marcus, ypor un tiempo le había preocupado que fuerasolo por el enlace, del que percibía algunosvestigios en los límites de su mente. Miró la

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siguiente mesa de la hilera, donde Marcusestaba cosiendo un orificio de bala en la piernade Calix… la otra pierna, que ahora parecía unaimagen especular de la que Heron le habíaherido meses atrás.

No sé lo que debo hacer, pensó, y miró aSamm. Pero sé lo que quiero hacer.

—Necesito hablar contigo —le dijo,nerviosa.

—¿Terminaste con mi hombro?—¿No me oíste?—Sí —respondió él, e hizo una mueca

mientras se incorporaba y bajaba de la mesa concuidado—. Pero yo también necesito hablarcontigo.

—¿Van a hacerlo aquí mismo? ¿En misnarices? —dijo Marcus, levantando la vista desu curación.

—Eres un buen hombre y un buen amigo —le dijo Samm—. Te pido disculpas por esto —tomó las manos de Kira en las suyas y la miró alos ojos; ella también lo miró, temblando—. Kira,te amo. No te lo dije entonces, pero te amé en

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aquel laboratorio, y te amé cuando me liberastede la prisión, y te amé cuando nos despedimosen el muelle, y cuando volvimos a despedirnosen la Reserva. Me dolió mucho verte partir, lasdos veces; fue como si te llevaras mi corazóncontigo. Ya eres parte de mí, y no quiero volvera despedirme de ti nunca más —hizo una pausa—. Todos los que quedan en el planeta van acruzar el mar, buscar un nuevo hogar y empezaruna nueva vida. Yo quiero iniciar esa nueva vidacontigo.

Ella estaba llorando, y apretaba tanto lasmanos de Samm que le preocupó que ledolieran. A su alrededor, el centro médico estabaatestado y bullía de actividad, pero lo único queoía eran las palabras de Samm. Este se volviónuevamente hacia Marcus.

—Lo siento. No sé cómo vamos aarreglarnos.

Era imposible descifrar el rostro de Marcus,pero de pronto rio.

—No te disculpes por esto, Samm. Es amor,y el amor no sopesa sus opciones y elige la

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mejor; el amor solo quiere cosas y no sabe porqué y no importa por qué, pues la únicaexplicación que el amor necesita es el amor.Ahora que miro a Kira… sé que ella tambiénquiere esto. Yo… —se interrumpió y apartó lavista de pronto—. No voy a interponerme.

—Gracias, Marcus —susurró Kira,enjugándose una lágrima. Miró a Samm y se vioreflejada en sus ojos—. Te amo, Samm. Te amo—lo atrajo hacia ella y lo besó.

Marcus se enjugó los ojos, mirándolosbesarse; luego volvió a su cirugía y respiróhondo.

—Bueno, eso fue como una patada en losdientes.

—Dímelo a mí —respondió Calix.—¿Tú y Samm? —La miró brevemente y

luego siguió trabajando en su pierna.—Una vez, hace tiempo… —los observó un

momento más y luego volvió a mirar a Marcus—. ¿Hablabas en serio cuando dijiste todo esosobre el amor? ¿Que el amor sabe lo que quierey no importa por qué?

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—Sí, era en serio. Supongo. En el momentome pareció bien, y no es que no lo dijera enserio, pero…

Ya sabes cómo es esto. Deja de moverte.—¿Y qué vas a hacer esta noche?—¿Qué? —vaciló Marcus por la sorpresa y

casi le clava las pinzas.—Yo estoy sola, tú eres atractivo y, de todos

modos, los dos estaremos en este hospital. ¿Quédices?

—Acabo de perder al amor de mi vida.¿Podrías darme un poco de tiempo para…respirar, recuperarme o algo?

—La perdiste hace años.—Ay —dijo Marcus, y sacudió la cabeza—.

Qué directa eres.—Suelo tener problemas por eso —

respondió Calix, echando un vistazo a Samm.Marcus soltó una risita seca.—Esa parece una historia que me vendría

bien oír.—Entonces tenemos una cita. Vamos, es lo

menos que puedes hacer después de haber

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pasado la última hora acariciándome la pierna.—Tenemos una cita —confirmó Marcus—,

pero lo primero que debo hacer es enseñarte ladiferencia entre una caricia y una cirugía. Si lasconfundes, podrías meterte en problemas.

Kira estaba de pie en la orilla, esperandoque regresara un barco a buscar a los últimossobrevivientes.

Había insistido en ir con el último grupo queabandonara la isla y en que todos los demásestuvieran a salvo primero. Samm estaba detrásde ella, rodeándola con sus brazos en un silencioreconfortante y perfecto. Ante ellos se extendíael mar, ancho, abierto e ilimitado. Los restosderruidos de un viejo muelle de madera seadentraban en las olas, y ella ansiabasimplemente seguirlos mar adentro ydesaparecer, el primer paso hacia un nuevocamino y un nuevo horizonte. La nieve blancacubría el suelo como un pergamino sin uso,borrando el viejo mundo y esperando que ellosescribieran uno nuevo en sus páginas.

—¡Barco! —anunció el vigía, y los

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refugiados que estaban reunidos allí miraronhacia Sandy Hook, pero no vieron el barco—.Al este.

Kira giró la cabeza y escudriñó el horizonte.Un barco blanco con vela alta navegaba por

la costa, acercándose a ellos desde la direcciónde Jones Beach.

—¿Mkele envió más gente? —preguntóSamm.

—Ya tenemos más de los que podemosllevar —dijo Kira—. ¿Será otro pescador, quepor fin se une al resto?

Siguieron observando el velero con atención,y pronto Kira vio a tres mujeres de pie en laproa, con los cabellos al viento, y a otra mujerdetrás de ellas, al timón.

Ariel, Isolde, Xochi y Nandita.Kira corrió hacia ellas, internándose hasta la

cadera en el Atlántico helado, agitando losbrazos y con lágrimas de alegría bajando por susmejillas.

—¡Están aquí! —gritó, una y otra vez,demasiado feliz como para que se le ocurriera

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decir otra cosa—. ¡Están aquí! ¡Están aquí!Ariel giró una vela y aminoró la velocidad,

apuntando hacia el muelle. Kira corrió hacia alláy les arrojó una cuerda.

—¿Te llevamos? —preguntó Xochi con unasonrisa.

—No sabía que ustedes sabían navegar —dijo Kira.

—Pasé un año en un pueblo de pescadores—respondió Ariel—; por supuesto que sé.

—Están vivas —exclamó Kira, abrazándosea sí misma de felicidad, sin prestar atención a lasolas heladas—. ¡Cuánto las quiero! —Miró susrostros: sus hermanas y su madre adoptiva.Armin habría sido su padre, pero esa era sufamilia, verdadera, cercana y maravillosa. Sammse le acercó y le tomó la mano. Ella la apretócon fuerza y lo jaló para que subiera al barcocon ella; solo lo soltó para abrazar a sushermanas—. Vayamos a alguna parte.

—El mundo es grande —respondió Isolde—. Podemos ir a donde quieras.

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AGRADECIMIENTOS

Este libro le debe mucho a mucha gente. A mieditor, Jordan Brown, y a mi agente, SaraCrowe. Al equipo increíble de HarperCollins yBalzer + Bray. A mi asistente, Chersti Nieveeny a mi hermano, Robison Wells, ambosexcelentes escritores por derecho propio que mebrindaron tanta ayuda e inspiración. A mislectores, que son muchos y variados: SteveDiamond, Nick Dianatkhah, Mary RobinetteKowal, Ben Olsen, Maija-Liisa Phipps, BrandonSanderson, Howard Tayler y a muchos otrosque sin duda olvidé mencionar.

Este libro tiene también una deuda inmensacon mi esposa, Dawn, que me apoya más de loque podría esperar, y aún más. Me da tiempo,

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ideas, consejos, aliento, comida y libertad parahacer lo que necesite, cuando lo necesite, paratraerles a ustedes este libro y todos los demás.Sin ella, estaría cocinando hamburguesas enalguna parte. Gracias, Dawn, por ser tanincreíble.

Por último, quizás este libro tenga su deudamás grande con quienes fueron modelos para lospersonajes de Kira, Heron y las demás chicasfantásticas de la serie Partials: mis dos hijas.Que siempre tengan heroínas que las inspiren,modelos que admirar y libertad y valor paratomar sus propias decisiones, no importa cuánsencillas, temibles, difíciles o eternas sean.