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Parte II Región e Historia Política 95

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La experiencia del g rupo de investigaciones históricas sobre el Es tado Nacional colombiano:

D e r r o t e r o s , c o n c e p t o f u n d a m e n t a l y t emas se l ecc ionados

Armando Martínez Cárnica

Escuela de Historia

Universidad Industrial de Santander

El Grupo de Investigaciones Históricas sobre el Estado Na­cional Colombiano que coordino desde la Escuela de Historia de la UIS, y al cual pertenecen destacados colegas de ella y de las Universidades del Atlántico y Nacional (sede Medellín), no ha propuesto innovación metodológica alguna para el campo de la historia política, pues el método de la ciencia histórica es uno solo y el mismo desde Heródoto de Halicarnaso: la critica distanciada de las fuentes disponibles. Son las fuentes las que nos permiten construir una representación histórica, una vez que nos la vemos con su autenticidad y ponemos de manifiesto el contexto de los hechos previamente fijados en detalle. El Estado de una ciencia, en cualquier momento dado, no está dado por su método sino por los conceptos fundamentales que la sostienen, pues es la fundamentación conceptual la que le permite a una ciencia avanzar hacia una determinada región del ser, abrirla en su constitución ontológica y preguntar por sus estructuras básicas, tal como plantea Heidegger. Los con­ceptos fundamentales de la historia política son aquello que realmente nos importa, ya que al ofrecer la comprensión preli­minar son los que determinan la región a la que pertenecen todos sus "objetos" temáticos y los que guían los derroteros de la investigación positiva.

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A cambio de ninguna innovación metodológica, el Grupo podría estar avanzando por tres derroteros que quizás resulten innova­dores para la historia política: el primero es un esfuerzo por descosificar la política y la región. El segundo es la constante interrogación por el modo como deben ser nombrados los acto­res de la historia política; es decir, por la elección de los concep­tos de mayor utilidad para el ordenamiento de los datos de archi­vo. Y el tercero es la selección de temas directamente relaciona­dos con el acontecer del Estado y de la Nación. De todos mo­dos, la amplia libertad concedida a los miembros del Grupo para experimentar el uso de conceptos y para seleccionar los temas, probablemente favorecerá las innovaciones que he menciona­do.1 A continuación enumero con mayor detalle los derroteros.

DERROTEROS

Descodificación de la política

La historia política se instaura por la tematización de "la políti­ca". Ocurre, sin embargo, que este tema puede ser cosificado como una "esfera de lo político", al lado y distinto de las esfe­ras de "lo social" y de "lo económico". Ya Giovanni Sartori ha ofrecido un relato de la historia de la separación de esas esfe­ras, pero es preciso ponerle fin al prejuicio que atribuye a la política una existencia como un ente subsistente. Es así como preferimos partir del supuesto establecido en 1950 por Hannah Arendt: la política "trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos"1. Ese estar siempre con los otros, compartiendo el mis­mo mundo histórico, es una de las características ontológicas

1 Véase el artículo del profesor Osear Almario en este volumen, quien también hizo parte del Grupo de Investigaciones Históricas sobre el Estado Na­cional Colombiano.

2 Hannah Arendt. ¿Qué es la política? Barcelona, Paidós, 1997 (1950), p. 45.

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de los seres humanos. La investigación sobre "¡apolítica" em­pieza cuando nos situamos en el cómo de ese estar juntas las personas, pues la política no puede considerarse como "una esfera" especial situada al lado de la "esfera de la sociedad" -uno de los más persistentes prejuicios académicos -, ni una ac­ción de "los otros" que puede ser moralmente condenada cuando se establece un "espacio público", presentado como "el espa­cio de todos los engaños y abusos", contrapuesto a un "espacio privado", donde reinaría "la libertad y el reposo para meditar", sino como una manera característica de ser de los hombres. Frente a esos prejuicios y a esa substanciación de la política que la fragmenta en "esferas" o "espacios", nos hacemos cargo del hecho de que la política surge "entre los hombres" y se establece como una relación entre ellos, cuyo sentido es la li­bertad para cambiar el mundo y la propia configuración de sus balances de poder. La política es entonces una manera de ser propia de la naturaleza de los seres humanos, como lo es la magnitud de poder que pueden emplear efectivamente en las mutuas y complejas relaciones que establecen entre sí. Nuestro derrotero intenta no perder de vista, en ningún momento, que la política es un modo de ser esencial de la existencia humana.

Descodificación de la región

El título de este panel {{'región e historia política") es un indicador de la frecuencia con que los científicos sociales consideran a la región como un ente subsistente. Se trata de un prejuicio tole­rado y reproducido por la historia regional. Región no es un ente subsistente sino un constructo teórico vacío, que a discreción y con cualquier argumento de homogeneización es llenado por los planificadores del desarrollo económico y social, e incluso por los historiadores, con algún atributo particular tal como la historia o la cultura, como cuando hablan de región histórica o re-

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gión cultural. Para los efectos de una historia política del Estado Nacional Colombiano, digamos que esta "abstracción hipostasiada" es un "obstáculo epistemológico". Desde el mo­mento de la colonización española del territorio americano, los aborígenes fueron diferenciados mediante el empleo del con­cepto de provincias, tal como corresponde a la acción política de un imperio en expansión, ya que aquellas eran las unidades so­ciales y políticas efectivas en el proceso de identificación de los grupos humanos, y con el tiempo contribuyeron a fundar en varias ocasiones al Estado Nacional mediante la cesión de sus "soberanías reasumidas", en las diversas circunstancias en que se experimentaron "vacíos de poder". A diferencia del "modelo regional", armado a discreción, como un rompecabezas, en las mesas de trabajo de los planificadores, las provincias fueron enti­dades sociales con un acontecer propio desde el momento en que fueron nombradas y jurisdiccionalmente delimitadas por las huestes del imperio, poniéndolas bajo el señorío de un cabildo, hasta que el Estado republicano procedió a eliminarlas para faci­litar el proceso de integración social de la Nación. Esta adver­tencia marca nuestro derrotero, más atento a las formas sociales que efectivamente fueron, como la Provincia o la Nación, que a los conceptos de gabinete que llamamos región o frontera.

Nombrar con cuidado a los actores de la política

Uno de los riesgos más grandes que corre un historiador es la teoría social que consulta para elegir los conceptos que le per­miten la interrogación que hace a las fuentes y la elección de sus temas. Conforme a nuestra noción de Impolítica, lo esencial de una historia política es el hecho de la existencia de un "con­junto de planes e intenciones razonables y premeditadas que tienen hombres o grupos concretos de hombres" en su haber estado juntos, los unos con los otros, según unas posibilidades

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de existencia política ya experimentadas. Ese conjunto de pro­yectos de existencia que decidieron destinos individuales que ya fueron marcados por las rivalidades y los celos entre los di­versos grupos que tenían distintos planes e intenciones, no su­man el destino colectivo de la Nación colombiana. Éste es un co-acontecer social porque el convivir no es simplemente el estar juntas muchas personas: al convivir en el mismo mundo, los destinos de los individuos ya han sido guiados de antemano por el poder del destino común de un Estado-Nación, el cual se libera en el compartir y en la lucha de todos. La historia política, para ser efectivamente innovadora, no debería perder de vista el destino común que tienen los ciudadanos en un Es­tado-Nación, según las experiencias concretas de cada genera­ción. La pregunta por el destino común que proyecta un Esta­do Nacional de ciudadanos siempre encontró, en cada genera­ción, los hombres que la respondieran.

Pero el problema comienza con la adopción del conjunto de conceptos ofrecidos por las teorías sociales. Norbert Elias, por ejemplo, recomendó a los historiadores de la política que tuvie­ran una adecuada comprensión en los conceptos de ideología y de reparto efectivo del poder, pues había que tener presente que las ideologías son un aspecto funcional de la distribución real del poder en el seno de los Estados. El estudio histórico de los aparatos de poder debería distinguir los diferentes grupos diri­gentes del Estado, examinando sus enfrentamientos, su grado de acceso al poder, los equilibrios que establecen entre ellos y las ideologías que sirven a la legitimación del ejercicio de esos poderes. Las ideologías políticas encubren, con frecuencia, el hecho de que son una legitimación de una distribución del po­der. Como siempre, la crítica de los testimonios debe ser la nor­ma de trabajo de los historiadores, pues no se debe confundir la realidad social con los ideales propagandísticos. Habría que

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descubrir las oposiciones, rivalidades y conflictos de las élites del poder. Bajo el régimen democrático de los Estados nacio­nales puede percibirse con mayor claridad esas rivalidades de la élite del poder, gracias a que se permite a las pugnas partidis­tas expresarse más claramente, pese a sus disfraces ideológicos. Otros conceptos tales como figuración sodal, grupos elitistas, mo­nopolios estatales, oportunidades de poder, tensiones sodales, equilibrios sodales y grupospolíticos aportan al análisis histórico una perspec­tiva interpretativa que podría orientan la búsqueda de fuentes y su lectura. Pero la clasificación de los actores de la política con frecuencia los reduce a arquetipos, con lo cual nos acosan expresiones tales como clases dominantes y subalternas, élitesy etnias, mestizos y negritudes, burguesesyproletarios. Las ideologías políticas comprometen entonces a los propios historiadores, que pronto cazan peleas con los colegas que no se ocupan de estudiar a "los de abajo", a "los olvidados", o al "pueblo" por estar ensi­mismados con los héroes o los estadistas. Llegados a este pun­to, las teorías sociales y los compromisos políticos pueden obs­taculizar el nombramiento de los actores de la política.

En estas difíciles circunstancias, nuestro derrotero prefiere nom­brarlos tal como ellos se representaron a sí mismos en un papel social: abogados, generales y coroneles, obispos y sacerdotes, hacendados y comerciantes, tratantes y pulperos, arrieros y cam­pesinos, pepitos y mendigos, cachacos y enruanados, orejones, piringos, cotudos y tominejos, estudiantes y catedráticos, etc. Aunque las representaciones sociales no eran puras, pues to­dos aprovechaban las oportunidades del comercio y de la espe­culación, conviene respetar los nombres que ellos mismos se dieron a sí mismos, en vez de asignarles las tradicionales eti­quetas cargadas de prejuicios políticos. Pongo aquí un ejemplo para ilustrar lo que he dicho: los hombres que organizaron las juntas provinciales en 1810 aprendieron a llamarse a sí mismos

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con la palabra ciudadano, que en ese entonces era una innova­ción política significativa. Durante el siglo XX, los historiado­res comenzaron a asignar a esos ciudadanos diversos nombres, tales c o m o los de criollos, intelectuales orgánicos o burgueses mercan­tiles. Este renombrar unos actores históricos que ya tenían un buen nombre no es un buen derrotero historiográfico. Es por ello que preferimos oír el modo como los hombres que ya exis­tieron se nombraban a sí mismos.

El concepto fundamental

La aproximación a la historia política de Colombia, es decir, al haber sido del estar juntos los colombianos, unos con los otros en su pluralidad y diversidad, remite de inmediato al concepto de Estado-Nación, pues éste es el que da cuenta de la unidad de convivencia y sobrevivencia social que determina ese estar jun­tos en los dos últimos siglos. En efecto, el convivir de los co­lombianos ha sido y continúa siendo el convivir en un Estado Nacional de ciudadanos. Este es el concepto fundamental de la historia política en los tiempos republicanos, pues subsume en sí los conceptos que dan cuenta de los temas singulares afines, tales como los que se nombran con las palabras: partidos polí­ticos, sistemas electorales, ejército y guerrillas, hacienda esta­tal y contrabandos; constituciones, regímenes y administracio­nes, élites y masas; Iglesia y sindicatos, ciudadanía y movimien­tos sociales, esclavos y etnias; en fin, todos aquellos temas par­ticulares que Medófilo Medina clasificó en su balance de los 470 títulos publicados durante el siglo XX bajo la denominación de historia política de Colombia1. Aunque podría argumentarse que

3 Véase: Medófilo Medina. «La historiografía política del siglo XX en Colom­bia» (seguido de un comentario de Malcolm Deas). En: Bernardo Tovar (ed.) La historia al final del milenio, vol. 2. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1994, pp. 433-538.

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el concepto de "sistema político" subsume en sí el concepto de Estado-Nación, junto y al lado de otros conceptos tales como los de sociedad civil y etnicidades, mantenemos la buena cos­tumbre de esquivar los constructos teóricos vacíos que son lle­nados, a discreción, por los investigadores, y preferimos los conceptos que efectivamente sirvieron como autoconciencia a sus contemporáneos.

Los TEMAS SELECCIONADOS

Cada uno de los miembros del Grupo ha contado con entera libertad para seleccionar los temas derivados del concepto fun­damental enunciado. Enumeraré aquí solamente seis temas, pues los otros serán tratados en otro trabajo de este volumen.4 Son, en orden, los siguientes: generaciones históricas, Estado, Na­ción, experiencia histórica, agenda pública y guerra civil.

Generaciones históricas

Cuando en algún momento histórico se examina la convivencia de muchos hombres y mujeres diversas y distintos los historiado­res se han interesado por su diferenciación de género, sin que les llame mucho su atención la diferenciación generacional. Don Luis González propuso en 1984 que "los auténticos responsables del cambio social son minorías rectoras, grupos de hombres egre­gios, asambleas de notables", en vez de "masas sin rostro ni adalides archidibujados". Se trata de una dirección analítica pro­puesta originalmente por don José Ortega y Gasset bajo el con­cepto de "minorías dirigentes": esos cuerpos de políticos, sacer­dotes, militares, empresarios e intelectuales que configuran la "ronda de las sucesivas generaciones" que dirigen la marcha de los acontecimientos. Más o menos cada quince años surge en los 4 Véase Osear Almario, infra, pp. 117-185

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Estados nacionales otra generación dirigente, solapándose con la que la antecede, expresando otra tonalidad del querer y otro matiz de sensibilidad. Para el caso de la historia política de la República Mexicana, este autor identificó ampliamente las gene­raciones conocidas como "la pléyade de la reforma", "la porfiriana", los "científicos", y los "revolucionarios". Para nues­tro caso, el esbozo de Abel Naranjo Villegas sobre las "genera­ciones colombianas" no despertó inquietud entre los historiado­res, pero ya ha llegado el momento de agrupar generacionalmente a las minorías rectoras del acontecer nacional, quizás siguiendo esa diferenciación profesional en abogados, militares, empresa­rios, obispos y publicistas. Tal vez así podremos equilibrar mejor el aporte de Víctor Manuel Uribe sobre el grupo de los abogados, sacando mejor provecho de él al compararlo con los otros cuatro grupos sociales. Hasta ahora los colegas nos han convocado a equilibrar a "los de arriba" con "los de abajo". Podemos propo­ner también que se equilibren los grupos profesionales de "los de arriba" y se les diferencie generacionalmente.

El tema del Estado

El concepto de Estado es una determinación de la Época Mo­derna y sólo en ella podemos comprenderlo. Se trata de la de­terminación originalmente asignada por Nicolás Maquiavelo (1469-1527) a la expresión italiana ilsíato: "dominio que ha tenido

j tiene imperio sobre los hombres"? quintaesencia de la soberanía 5 Véase: Nicolás Maquiavelo. Elpríndpe. Bogotá, Norma, 1992, p. 15, del lado Cara.

El concepto de ilstato, usado en la Italia del siglo XVI,no sólo por Maquiavelo sino también por sus contemporáneos (Villani, Guicciardini), hacía referencia a una autoridad públicamente ejercida en un territorio concentrado. Hasta entonces, los términos "dominio" (dominium), "régimen", "reino" (regnum) o "principado" (principatus) designaban, al tiempo, a grupos de individuos subordinados y un territorio jurídicamente homogéneo. Véase: HagenSchulze. Estado y Nadón en Europa Barcelona, Crítica, 1997,p. 35.

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completa y de la independencia del poder. Esta vuelta a la deter­minación originaria del concepto de Estado nos previene de la tentación de entenderlo como un ente subsistente, un "terrible Leviathan" al que culpamos cada día de todas nuestras dificulta­des cotidianas. Puesto en términos de poderío eminente de unos hombres sobre los demás hombres, podemos también esquivar, gracias a la reflexión de Norbert Elias, la tentación de considerar el poder como otro objeto subsistente, un talismán que se tiene o no se tiene. Los conceptos de Estado y de poder remiten a un aspecto de todas las relaciones entre los hombres, en la que sola­mente debemos determinar los grados y balances mediante los cuales cada uno logra que los otros hagan o se representen lo que uno o aquellos quieren que se haga o se represente. En tanto soberano eminente, el Estado es el resultado de largos procesos de concentración de poderes, con sus marchas y contramarchas. Como muchos de ustedes saben bien, Norbert Elias6 propuso un modelo explicativo acerca de la constitución del Estado en Euro­pa a partir de la idea del mecanismo de organización monopolista de la sociedad, cuyo fin era arrebatarle a los individuos particula­res la libre disposición sobre los medios de la acción armada, con­centrando el uso de la fuerza en un poder central. Este poder central se organiza como un aparato administrativo permanente y especializado en la gestión de los dos monopolios básicos que debe construir un Estado moderno: el del uso de la fuerza arma­da y el de la recaudación fiscal. Históricamente, estos dos mono­polios fueron construidos simultáneamente, de tal modo que su conjunción forma el monopolio político de la sociedad moderna, controlado por un aparato especializado de dominación sobre los hombres. Es esta situación la que permite definir a las unidades políticas donde tal proceso ha ocurrido como estados.

6 Véase: Norbert Elias. «La génesis social del Estado». En: El proceso de la dvili adón. 2 ed. en castellano. México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 333-446.

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El tema de la Nación

El dominio estatal sobre los hombres se vincula, en la condi­ción moderna, a la Nación. El concepto de Nación hace refe­rencia al resultado de procesos de integración social, que en Colombia han sido básicamente dos: el de la lenta integración de las provincias (que no regiones) y el del tránsito de los anti­guos estamentos jerarquizados a un cuerpo de ciudadanos li­bres e iguales, tal como plantea Norbert Elias. Este autor tam­bién expuso los dos problemas básicos con que debe vérselas una investigación sobre la construcción de una Nación, la cual es entendida como "la última fase de una larga sucesión de procesos de formación del Estado".7 La construcción de las naciones de ciudadanos, algo que hemos sido y somos, es un proceso de duración multisecular, compuesto por movimien­tos sociales de fusión y escisión, de múltiples esfuerzos de inte­gración y desintegración, en la dirección de la formación de sociedades más grandes y más estrechamente unidas. Las in­vestigaciones de Elias sobre los procesos de formación de los Estados y de construcción de las naciones europeas, le enseñó que cada esfuerzo realizado en procura de una mayor interde­pendencia social, de una integración más estrecha entre grupos humanos que anteriormente habían sido menos dependientes entre sí, está atravesado por una serie de conflictos y tensiones,

7Véase: Norbert Elias. «Procesos de formación del estado y de construcción de laNación». Ponencia presentada por Norbert Elias en el Séptimo Congre­so Mundial de Sociología. Varna. 14 -19 de septiembre de 1970. El texto original, en idioma inglés, fue publicado por la Asociación Sociológica Internacional en las Memorias de dicho evento. Vol. III. Sofia. 1972, pp. 274-285. Una traducción española fue realizada por Armando Martínez Garnica, gracias a las gestiones realizadas por Vera Weiler para la adquisi­ción del texto original, y publicada en la revista Historiay sodedad. No . 5. Diciembre de 1998.

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de equilibrios cambiantes en las luchas de poder, que no fueron accidentales sino concomitantemente estructurales de esos es­fuerzos hacia una mayor interdependencia funcional de las "par­tes" dentro de un "todo". Cuando dos grupos se tornan más interdependientes entre sí de lo que habían sido anteriormente, cada uno de ellos tiene razones para temer ser dominado, e incluso aniquilado, por el otro. Después de muchas pruebas de resistencia, la lucha entre ellos puede resultar en una fusión, en una nueva unidad social dominada por uno de los grupos, aun­que compuesta por ambos, o puede también resultar en una extinción de uno de ellos en la nueva unidad que emerge de su lucha, pero podrían darse incluso muchas otras posibilidades de existencia política. Lo que importa es que cada movimiento hacia una mayor interdependencia funcional entre distintos gru­pos humanos engendra tensiones estructurales, conflictos y lu­chas, que pueden o no permanecer inmanejables por largos períodos de tiempo. En los procesos de construcción de la Nación colombiana se registran estos movimientos, los cuales ordenamos para su comprensión con los temas paralelos de la integración de las provincias y de la integración de los estamentos sociales distintos.

El tema de la experiencia histórica de la Nación

La experiencia social, en la tradición del pensamiento alemán, es el hecho de vivir algo con los otros, al cual corresponde una autoconciencia de dicha vivencia. A partir del concepto de la historia como el acontecer, aquello que un grupo social parti­cular experimenta mancomunadamente, "lo que le pasa en un mundo", la sociología histórica construyó la noción de expe­riencia social en el sentido de "experiencia de la vida social", a la cual corresponde una peculiar autoconciencia de ella. Es en este sentido que Norbert Elias pudo decir que el concepto de

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"civilización" fue la expresión de la autoconciencia de Francia e Inglaterra, la caracterización de aquello de lo cual se sentían orgullosas esas naciones: el grado alcanzado por su técnica, sus modales, el desarrollo de sus conocimientos científicos y su concepción del mundo. En cambio, en Alemania esta función la cumplió el concepto de "cultura", la expresión de su autointerpretación nacional, del orgullo por su contribución propia y por su propia singularidad8. Tenemos la sospecha de que el concepto de "violencia" es el que ha expresado hasta ahora la autoconciencia de los colombianos, tal como puede indicarlo la separata recientemente publicada por el periódico El Espectador (domingo 24 de marzo de 2002) para relatar una historia nacional de los últimos 115 años: el 54,5% de los acon­tecimientos "históricos" están directamente relacionados con la violencia, mientras que únicamente cuatro son episodios de innovación industrial: el nacimiento de una aerolínea nacional (1919), la Misión económica Kemmerer (1923), la introduc­ción de la televisión (1954) y de Transmilenio en Bogotá (2000). Es posible entonces relatar la biografía de una Nación desde la perspectiva del concepto de experiencia histórica, pues lo acon­tecido a cada Nación es un conjunto de sucesivas experiencias de su destino colectivo, entre las cuales se incluyen los profun­dos sentimientos de minusvalía de algunas épocas, o las acen­tuadas sensaciones de grandeza y poderío de otras. Cada Na­ción cuenta con la experiencia de haber sido "humillada" u "opri­mida" por otra alguna vez, o con la experiencia de haberse cu­bierto de gloria en otra ocasión: "Una Nación es una gran soli­daridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y los sacrificios que todavía se está dispuesto a ha­cer. Supone un pasado y, no obstante, se resume en el presente

8Norbert Elias. "Sociogénesis de la oposición entre 'cultura' y 'civilización' en Alemania". En: El proceso de la civilización. Op. cit.

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por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado, de continuar la vida en común".9 Al ocuparse de la historia de los alemanes, Elias sugirió que "seria una hermosa tarea escribir la biografía de una sociedad estatal, por ejemplo, la de Alemania, pues, al igual que ocurre en el desarrollo de un individuo, las experiendas de otras épocas continúan actuando en el presente y en el desarrollo de una Nación".10

El tema de la agenda pública

Si el Estado Nacionales el actor principal de la experiencia históri­ca de la vida política moderna, es preciso situarlo en el centro de la temática propia de la historia política. La actuación de este "actor" en la esfera pública nos obliga a interesarnos por lo que hace. Aquello que el Estado hace es, esencialmente, un papel social guiado por una agenda de tareas específicas dirigidas al cumplimiento de su misión histórica: gobernar una Nación de ciudadanos. El tema de la agenda pública de las instituciones del poder estatal, que en la tradición colombiana se nombran con las expresiones "Administración del Poder Ejecutivo", "Legis­latura" y "Poder Judicial", es algo que hemos acogido como temática del Grupo, alrededor de la cual podríamos examinar los temas conexos: la actuación de los partidos (con sus progra­mas, líderes y acciones), los procesos y medios de construcción de ciudadanía, las resistencias que las tradiciones culturales oponen a la agenda estatal, las rebeliones y guerras civiles, los equilibrios sociales del poder público, etc. ¿Qué entendemos por agenda pública? Proveniente de la raíz indoeuropea ag- (con­ducir) y del verbo latino ago (conducir, hacer, actuar), la pala­bra agenda designa al conjunto de acciones que han de ser reali-

9 Ernest Renán. ¿Qué es un Nadón?. Madrid, Alianza Editorial, 1987 (1882), p. 83. 10 Norbert Elias. Los alemanes. México, Instituto Mora, 1999 (1994), p. 213.

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zadas por una persona o por un grupo de individuos dotados de ciertas "funciones". Siendo el Estado moderno un conjunto de funcionarios especializados en la administración de los tres poderes públicos en que se divide, cabe esperar que los del Poder Ejecutivo hayan definido explícitamente una agenda co­lectiva de acciones que deben ser hechas, bajo la supervisión del Presidente. Lo mismo puede esperarse de los congresistas que integran el Poder Legislativo nacional e incluso del conjun­to de funcionarios que organizan el Poder Judicial.

Cuando se investiga una determinada Nación desde la pers­pectiva de su Estado parece útil comenzar por los hombres que ejercieron los poderes públicos, pues son aquello que hay de real y concreto en los datos, los sujetos de todas las actuacio­nes sociales del poderío estatal. Sin embargo, esta elección te­mática puede conducir a una representación arbitraria y caóti­ca del todo social si no se cuenta con algunas categorías abs­tractas y simples que permitan, durante la exposición de los resultados de la investigación, representar al Estado concreto como "una rica totalidad (ordenada) de determinaciones y re­laciones diversas".11 Aunque el Estado concreto es el punto de partida de la investigación, su representación histórica final­mente obtenida es la síntesis de diversas determinaciones por categorías simples que permiten la reconstrucción mental de lo concreto. La categoría de agenda pública es una de estas deter­minaciones simples y abstractas que permiten la representa­ción histórica de lo acontecido, las acciones proyectadas y rea­lizadas por los gobernantes. Los estudios históricos realizados sobre agendas de administraciones específicas del Poder Eje­cutivo de la Nueva Granada apenas han incluido a las de los

11 Karl Marx. "El método de la economía política". En: Introducdón general a la critica de la economía política. Bogotá, La Chispa, 1857, pp. 49-51.

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Los intelectuales y la historia política en Colombia

generales Santander12 y Mosquera,13 si bien Gustavo Arboleda organizó desde 1918 la publicación de su Historia contemporánea de Colombia™ por gobiernos, siguiendo como fuente la Gaceta Oficial del propio Poder Ejecutivo. También Antonio Pérez Aguirre, en 25 años de historia colombiana?5 examinó las adminis­traciones comprendidas entre 1855 (Mallarino) y 1877 (Parra) teniendo a la vista la Gaceta Oficialj alguna bibliografía sobre el siglo XLX.

Finalmente, Carlos Valderrama Andrade identificó la agenda "regeneradora" de la Administración Nuñez en el "Estudio pre­liminar" que introdujo a la edición de los Discursos de Miguel Antonio Caro en el Senado.16 Para Bushnell, el término Régimen de Santander no tiene más que una determinación cronológica: el período que se inicia a fines de 1821, cuando Santander asu­mió el poder ejecutivo de la República, y termina en septiem­bre de 1827, cuando fue sustituido por Bolívar. Se trata, sim­plemente, de "la parte de la historia de la Gran Colombia du­rante la cual Francisco de Paula Santander y sus principales colaboradores tuvieron un papel dominante en los asuntos in-

12 David Bushnell. The Santander Regime in Gran Colombia. Newark, University of Delaware Press, 1954. La Fundación Francisco de Paula Santander pu­blicó en seis tomos compilados por Luis Horacio López (1990), los infor­mes ministeriales presentados al Congreso durante las dos Administra­ciones de Santander (1821-1827 y 1832-1837).

13 José León Helguera. Thefirst Mosquera Administration in New Granada 1845-1849. Ph.D. Dissertation. Londres, Chapel Hill, University of North Ca­rolina, 1958.

14 3 vols. 2da edición. Cali, 1933. 15 Antonio Pérez Aguirre. 25 años de historia colombiana. Bogotá, Editorial Sucre,

1959. 16 Miguel Antonio Caro. Discursosy otras intervendones en el senado de la República,

1903-1904. Edición y estudio preliminar de Carlos Valderrama Andrade. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1983.

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temos"17. Joseph León Helguera tampoco definió el término Administración Mosquera, pero su trabajo indica que se trata de una delimitación temporal de las instituciones políticas exis­tentes entre 1845 y 1849, cuando el general Tomás Cipriano de Mosquera y su gabinete determinaron los asuntos gubernamen­tales. Recientemente, un grupo de estudiantes de la UIS realizó una investigación sobre la agenda de la Administración del 7 de mar o, como se llamó contemporáneamente al gobierno del pre­sidente José Hilario López, ejercido entre el primero de abril de 1849 y el primero de abril de 1853, el cual puso especial interés en difundir la agenda de acciones que se situaron bajo la inspi­ración del "espíritu liberal del siglo", en su mayoría reformadoras de las instituciones existentes. Conocida entre los historiadores con el nombre de "periodo de reformas liberales del medio si­glo", esta agenda del Poder Ejecutivo puede ser identificada, e incluso diferenciada de la agenda del Poder Legislativo de su tiempo.

El tema de las guerras civiles

El Código Militar expedido por el Congreso de los Estados Uni­dos de Colombia en 1881 definió la guerra dvil como aquella que sostenían, en el seno de la Nación, "dos o más partidos que luchan por enseñorearse del poder supremo, y de los cuales cada uno se atribuye a sí solo el derecho de gobernar el país".18 Por oposición, la insurrección fue definida simplemente como el le­vantamiento armado del "pueblo" contra "el gobierno estable-

17 David Bushnell. E l régimen de Santander en la Gran Colombia. Bogotá, Tercer Mundo/Universidad Nacional, 1966, p. 13.

18 Código militar expedido por el Congreso de los Estados Unidos de Colombia de 1881. Bogotá. Imprenta a cargo de T. Uribe Zapata. 1881, p. 209. Citado por Luis Javier Ortiz: La guerra dvil de 1876-1877 en los Estados Unidos de Colombia. Informe final de investigación. Medellín, Banco de la República, 2002, p.75.

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cido, contra una de sus leyes o contra algún funcionario",19 que podía ser una simple resistencia armada o llegar a la calidad de revolución. Finalmente, la rebelión fue reducida a "una insu­rrección que estalla en una gran parte del país y que se convier­te comúnmente en una guerra declarada contra el gobierno le­gítimo con el objeto de que varias partes del país se sustrajeran a su autoridad y se dieran un gobierno propio".20 Se trata enton­ces de un modo de la relación política de los hombres diversos, vinculado a la pretensión de algunos grupos interesados fervientemente en el ejercicio del poder supremo, que produce una significativa destrucción de vidas y bienes. La participa­ción de los hombres, las mujeres y los niños en una guerra civil es muy desigual, como el costo personal para cada uno de ellos, pero lo que importa destacar es que se trata de un tema singular de la historia de la política, es decir, del esencial estar las perso­nas diversas, unas con otras, compartiendo el mismo mundo histórico. Reducirla a la dimensión de "lo inhumano" no tiene sentido alguno, pues nada es más característico de lo humano que los conflictos y las guerras en su relación de los unos con los otros. Recientemente, Luis Javier Ortiz ha entregado su in­forme final de la investigación sobre la guerra civil de 1876-1877, originada en la pugna política por el dominio sobre la educación de la Nación, disputada por la Iglesia Católica al Estado que en ese entonces se inspiraba en el ideario liberal.21

Dos obispos, Manuel Canuto Restrepo y Carlos Bermúdez, encabezaron la oposición a la exclusión de la enseñanza reli­giosa en las escuelas primarias y a la conducción de las escuelas normales por pedagogos alemanes. El ruido de las armas y las tragedias personales que produjo esta guerra no acallaron su

19 Código militar. Op. Cit. 20 Ibid, pp. 75-76. 21 Luis Javier Ortiz, Op. Cit.

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gran verdad, es decir, el modo como se jugó en ella el tema del contenido de la educación de los nuevos ciudadanos, piedra de toque del equilibrio de poder de las dos potestades tradiciona­les que se disputaban el poder público del Estado Nacional.

LAS "NUEVAS" FUENTES

Aunque toda fuente (residuos, supervivencias, memoria e his­toriografía) es útil para un historiador interesado en construir una representación sobre lo acontecido en el convivir político de los colombianos que ya fueron, conviene mencionar las fuen­tes propias de la acción administrativa del Estado Nacional, es decir, aquellas que produce en tanto actor guiado por sus pro­pias agendas. Desafortunadamente, se trata de las fuentes que mayor desánimo pueden provocar en el historiador, dada su magnitud y estilo formal y rutinario: los diarios, gacetas y ana­les oficiales de cada uno de los poderes públicos; los informes periódicos enviados a los secretarios de los despachos, los men­sajes anuales pronunciados ante las legislaturas, las alocucio­nes presidenciales dirigidas a la Nación, las actas y acuerdos de las cámaras provinciales y de los diversos consejos de gobier­no, las instrucciones de los funcionarios, las codificaciones le­gislativas y los miles de procesos judiciales. Aunque la "histo­ria social" desprestigió el uso de estas fuentes, acusándolas de facilitar la construcción de una "historia oficial" ajena al "país real", es preciso llenarse de paciencia para emprender las largas jornadas de lectura de los actos legales que formaron la rutina del ejercicio de los poderes estatales. Como premio a esta ab­negación, pueden leerse con mucho provecho las colecciones de la correspondencia de los políticos y jefes de Estado, útiles para comprender las realidades más íntimas de la convivencia política. Obtenida esa contextualización de las acciones políti­cas de élites, grupos de interés particular y personas, pueden

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ser leídos con mayor provecho los periódicos políticos, los pan­fletos y los opúsculos de los publicistas, así como los relatos costumbristas y las novelas de las élites ilustradas.

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en el suroccidente colombiano, desde la relación historia-antropología

O s e a r A l m a r i o G.

Escuela de Historia

Universidad Nadonal de Colombia, Sede Medellín

. . .la pretensión de los historiadores sodales es la de que la historia sodal es toda la

historia, vista desde un punto de vista sodal. Es dedr, se subraya una especifiddad de lo

sodal frente a lo económico, jrente a lo político, y se supondría que la historia social se

cuela entre los interstidos de lo económico y de lo político

Germán Colmenares.'

INTRODUCCIÓN

Si la Historia Política ha muerto o está de vuelta es algo que debemos discutir ampliamente, pero esta discusión debe defi­nir también lo que se designa por tal tipo de historia. Estable­cer su naturaleza y componentes, para que en consonancia con ello se precisen razonablemente sus perspectivas, problemas, enfoques, métodos y fuentes.

Un balance nacional de lo ocurrido con este campo de la histo­riografía colombiana en las últimas décadas es parte de lo que debemos hacer y en esa dirección los balances regionales resul­tan tanto ilustrativos como imprescindibles. Por otra parte, desde

• En : F o n d o Cul tu ra l Cafetero (ed.). Aspectos Polémicos de ¿a Historia Colombiana

del Siglo XIX, Bogotá. Primera Mesa Redonda: Economía y Clases Socia­

les en el Siglo XIX, 1983, p. 135.

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nuestra perspectiva analítica, que propende por la integración de los métodos históricos y etnohistóricos, este balance y pers­pectivas se aborda con el criterio de que las relaciones entre Antropología e Historia son muy pertinentes para un proyecto de renovación temática y metodológica de la historia política, actualmente en la encrucijada de logros y limitaciones.

El presente ensayo, toma el caso de la Historia Social y Política construida desde los años setenta por un nuevo proyecto histo­riográfico sobre el surocádente colombiano? como excusa y punto de referencia para penetrar en estos problemas y tratar de hacer un aporte puntual a una discusión que apenas comienza.

Dicho proyecto, a partir del énfasis social y político, ha sido tanto promisorio como contradictorio, por el enorme peso de varias tradiciones heredadas que actúan a manera de obstácu­los epistemológicos en su desarrollo, como veremos. Desde este marco de referencia, la obra del historiador Germán Colmena­res (1938-1990) mostró una ruta que al final de su esfuerzo dejó a los estudios regionales en la antesala de una perspectiva etnohistórica y totalizante. Pero también nos anima la idea de que el llamado Surocádente colombiano constituye una región com­pleja, geoecológica y socioétnicamente vista, en la que conver-

1 El uso del término surocádente es fundamentalmente descriptivo en lo geo­gráfico e histórico y alude al amplio espacio que correspondía a la jurisdic­ción de la antigua Gobernación de Popayán durante el dominio colonial y al Estado Soberano del Cauca y Departamento del Cauca durante el federalismo y el centralismo en la República de Colombia, respectiva­mente. En la Colonia, este espacio gravitó entre las audiencias de Quito y Santafé y, durante la República temprana, después del fracaso de la Gran Colombia en 1830 osciló entre las órbitas de formación de los Estados Nacionales de Ecuador y Colombia. Actualmente, dicho espacio corres-ponde,gmsso modo, a los Departamentos del Valle del Cauca, Cauca, Nariño, Caquetá y Putumayo.

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gen los sectores de poder con grupos negros, comunidades in­dígenas y sectores subalternos. Ahora bien, mientras la historia política, con matices, insiste en el paradigma predominante de la construcción del Estado Nacional como el fundamental a utilizar por esa perspectiva, aquí se sugiere su descentramiento a través del concepto de la etnicidad, con el que pretendemos la visibilidad de otros actores sociales.

Este ensayo utiliza materiales diversos provenientes de una amplia revisión bibliográfica sobre la región en estudio y sus aspectos espacial, económico, social y político, para un período de tiempo medio: las postrimerías del período colonial y el si­glo XIX, es decir, aproximadamente entre 1750-1930. Lo que ha implicado varios años de trabajo en bibliotecas, hemerotecas y archivos de España, Colombia y Ecuador. Esta labor se plas­mó en una investigación para Colciencias, un balance acerca de la construcción de la categoría de negro y su uso por la histo­riografía contemporánea del Occidente colombiano, un balan­ce con perspectivas de la etnohistoria de la región surandina del país y una la labor de consulta y documentación para una tesis de Doctorado en Antropología Social en la Universidad de Sevilla,3 actualmente en fase de redacción. Tomo estas revi­siones bibliográficas como soporte y aprovecho de ellas los tra-

3 En su orden: Osear Almario y Luis Javier Ortiz. Podery cultura en el Occidente colombiano durante el siglo XIX. 2 volúmenes. Medellín, Informe de Inves­tigación: Conciencias/Universidad Nacional, 1998; Osear Almario G. y Orián Jiménez. Aproximaciones al análisis histórico del negro en Colombia (Con espedal referencia alOcridentey el Pacífico). Medellín, Universidad Nacional 2002 (Inédito). Osear Almario. Contribudón a un balancey perspectivas de la etnohistoria de los Andes del sur de Colombiay las tierras bajas adyacentes, amazónica

y parifica. Medellín, Universidad Nacional, Febrero de 2002 (Inédito); del mismo autor: Territorio, etnicidad y poder en el Pacífico sur colombiano, 1780-1930 (Historiay etnohistoria de las reladones interétnicas). Proyecto de tesis de Doctorado. Universidad de Sevilla. 1999.

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bajos que considero más pertinentes para los propósitos de este ensayo que, por lo dicho, no evalúa los estudios ni los proble­mas tratados por la historia política contemporánea.

El trabajo consta de las siguientes partes: inicialmente se exponen unos supuestos sobre las Historia Social como soporte de la Histo­ria Política; después se presenta un panorama de los obstáculos epistemológicos y tradiciones heredadas que han limitado y retado el proyecto de una historia "total" en la región; posteriormente se indican las vicisitudes de lo social y lo político en la historia regio­nal; se destaca también la importancia de los hallazgos de Colme­nares para la historia regional; seguidamente se muestra cómo la Historia Política aspiró a construir un proyecto propio que contó con algunas perspectivas novedosas, logros y Umitaciones. Igual­mente se evalúan con algún detalle distintas modalidades de aná­lisis para abordar lo político y, por último, se sugiere un horizonte para una posible renovación temática de la historia política regio­nal, que se concibe desde las relaciones Historia / Antropología.

UNOS SUPUESTOS PARA COMENZAR

En los años setenta se configura la historia social regional, cuya vitalidad se mantendrá vigente por casi dos décadas. Sin em­bargo, la construcción de este proyecto intelectual debió en­frentar y tratar de superar varios obstáculos y tradiciones aca­démicas e ideológicas heredadas de la historiografía decimonó­nica y de los paradigmas sociales prevalecientes en el siglo XX, cuya raíz común es el etnocentrismo.

Fueron los progresos de la historia económico-social regional los que dieron pie a la Historia Política Regional, pero a dife­rencia de la primera, que hizo énfasis en lo social como una estrategia hacia la anhelada "historia total", buena parte de los

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practicantes de la segunda se decidieron por un enfoque cir­cunscrito a la dimensión política. Desde principios de los no­venta, tanto los estudios histórico-sociales como la Historia Política del suroccidente, parecen haber entrado en una fase de estancamiento y falta de perspectivas.

En efecto, mientras que en la década del ochenta la historia social regional pretendía darle una perspectiva multidimensional a sus problemas y anunciaba su potencial etnohistórico, una buena parte de los historiadores políticos parecían querer desmarcarse de dicho proyecto y anunciar otro. En 1990, la muerte del historiador Germán Colmenares, principal anima­dor de la llamada Historia Social Regional, constituyó un golpe muy fuerte para los estudios históricos en general y para la his­toria social y política regional en particular.

Hacia el futuro, las acciones conducentes a la renovación de ambas perspectivas no sólo deben ser inseparables, sino que literalmente son interdependientes y en esa dirección, las rela­ciones dinámicas entre la historia y la antropología se deben considerar como promisorias.

OBSTÁCULOS EPISTEMOLÓGICOS Y TRADICIONES HEREDAS

COMO RETOS PARA UNA HISTORIA SOCIAL Y POLÍTICA DE TIPO

Como vemos, no obstante los avances de la historia social y política regional, que se condensan en Colmenares pero que lo trascienden, por lo menos tres grandes obstáculos epistemoló­gicos, que remiten a otras tantas "tradiciones heredadas",4 se 4 Sobre este concepto de "tradición heredada" o "concepción heredada" en el

conocimiento social, véase Aurora González. Teorías del Parentesco. Nuevas aproximadones. Madrid, Eudema, 1994, p. 6.

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han levantado en el camino del proyecto de una historia "total" regional, retándolo y limitándolo. Razones de espacio nos im­piden tratar este tema con el detalle que amerita. Sin embargo, aquí nos vamos referir a ellos de forma esquemática y en el siguiente orden: primero el continuo del imaginario colonialis­ta y etnocéntrico propio del dominio hispánico y el nacionalis­mo de Estado durante la construcción del proyecto republica­no; después la tradición heredada del "gran reparto" que dife­rencia entre sociedades primitivas e históricas y, finalmente, una idea de región contradictoria o a medio camino entre la geo-historia (tiempo largo e inmóvil) y su condición de espacio social e históricamente construido, competido por varios acto­res sociales y por tanto dinámico y cambiante.

1. El continuo del imaginario colonialista y etnocéntrico propio del dominio hispánico y el nacionalismo de Estado durante la construcción del proyecto republicano.

Aquí analizaremos ambos fenómenos considerándolos como partes de un continuo ideológico y político. Uno de sus prime­ros componentes, que se configura en la coyuntura de la Inde­pendencia, es el espacial, porque fue precisamente con base en el principio del utipossidetisjure que el nuevo ordenamiento re­publicano ratificó la unidad e indivisibilidad de la jurisdicción de la antigua Gobernación de Popayán, la continuidad del pa­pel de su capital como su "lugar central" y la inmutabilidad del orden social (esclavitud y servidumbre) y político (poder de las élites y centros patrimoniales) que debía permanecer inaltera­ble, tal y como quedó plasmado en la Constitución de esta Pro­vincia de 1814. De acuerdo con dicho cuerpo Constitucional, el orden social y político dependía del modelo de centroy perife­ria, de la distinción jerárquica entre lo urbano y lo rural y de un sistema clasificatorio socioétnico que distinguía grupos blan-

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eos de negros, indígenas y castas y que subordinaba a las ciuda­des patrimoniales las haciendas, los reales de minas y los pueblos de indios?

De este contexto se derivan ideologías, mentalidades e imagi­narios específicos, como la mentalidad señorial de la élite payanesa y caucana en general que, basadas en el integrismo católico, los valores ultramontanos conservadores y un pa­triarcalismo en las relaciones familiares y sociales, sirvieron de sustento y fermento a la identidad intermedia caucana frente a la identidad nacional en construcción durante las primeras dé­cadas de la República. Sus expresiones más notables son el republicanismo aristocrático y autonomista (el "Sur" de los Arboleda) y el racismo encubierto tras los velos del humanis­mo católico y la ideología del progreso en orden, que choca­ron con las ascendentes ideas liberales acerca de asimilar, inte­grar y homogenizar a las sociedades indígenas, negras y de mes­tizos pobres (incluido el proyecto liberalizante, caudillista y federalista de Mosquera).

La historiografía decimonónica, marcadamente política, como la de José Manuel Restrepo, analizada críticamente por Colme­nares,6 es la que inicia el camino hacia la mitología nacionalista y la invisibilización de los otros en la historia colombiana, pero 5 Sobre la Constitución de la Provincia de Popayán de 1814, véase Carlos

Restrepo Piedrahita. Primeras Constitudones de Colombiay Venezuela. 1811-1830. Bogotá, Universidad Externado, 1993, pp. 140-157 y Apéndice, y: Osear Almario. "Anotaciones sobre las Provincias del Pacífico sur durante la construcción temprana de la República de la Nueva Granada, 1823-1857". En: Anuario de Historia Regionaly de las Fronteras. VI. Bucaramanga, UIS, 2001, pp. 115-161, para un primer acercamiento a estas cuestiones en el Gran Cauca y la Provincia de Buenaventura entre 1823 y 1857.

6 Véase: Germán Colmenares. Las convendones contra la cultura. Bogotá, Tercer Mundo, 1987.

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dicho ocultamiento pasa entre otros aspectos por la postulación de una peculiar idea de región. En efecto, la coyuntura de la Independencia, que en tanto momento de "epifanía" funda e inaugura una nueva era, sirve de excusa al recién estrenado imaginario nacionalista para convertir el trasfondo histórico de las diferencias provinciales en una simple cuestión de adhesión o rechazo al nuevo proyecto. De acuerdo con esto, las "regio­nes" irrumpen en este horizonte como expresión de posiciones políticas, legitimas o ilegitimas, según fuera lo adoptado por ellas ante el nuevo proyecto: el lealismo y realismo pastuso, la vacilación payanesa y el republicanismo caleño y vallecaucano.7

Las concesiones de Bolívar y de otros líderes independentistas a los esclavistas payaneses en lo que respecta a la abolición de la esclavitud, lo que explica su dilación hasta mediados del siglo XIX, supuestamente justificadas por las exigencias político-mili­tares de la Campaña del Sur y en general la ambigüedad de los sectores dirigentes criollos frente a lo indígena, dan origen a una larga historia de desencuentros y fracturas entre la Nación, el Estado y las Etnias.8 Obando y Mosquera, con matices y en cir­cunstancias diferentes, asumieron frente a negros e indígenas re­laciones pragmáticas pero en últimas etnocéntricas. La geografía nacionalista de los liberales radicales (A. Codazzi, S. Pérez y F. Pérez, T. C. de Mosquera, entre otros), por una parte racializaba ("raza africana", "aborígenes", "indígenas") y naturalizaba ("es­tado de salvajismo") a los grupos étnicos para forzar o condicio­nar su inclusión en el proyecto nacional, y por otra, les arrebata­ba cualquier derecho territorial ancestral y autónomo y con ello

7 Almario y Ortiz. Op. Cit. 8 Para el caso mexicano véase: «Un conflicto de hoy y del futuro: las relaciones

entre las Etnias, el Estado y la Nación en México». En: Martín Labastida, Julio del Campo y Antonio Camou (coord.). Globali^adóny Demacrada. Méxicoy América Latina. México, Siglo XXI, 2001.

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las posibilidades para su reproducción social, lo que dio origen al conflicto secular entre tierras estatales "baldías" versus tierras comunales y apropiadas de hecho. Mientras tanto, los reformistas liberales de medio siglo (por ejemplo, Ramón Mercado en 1851),9

creyeron fervientemente que estaban coronando con éxito este momento de la "comunidad imaginada" que se enfrentaba a los reductos colonialistas, esclavistas y aristocratizantes heredados del pasado colonial, cuando en realidad, al velar la diversidad étnica caucana anteponiéndole los conceptos de ciudadano, de­mocracia y civilización, no hacían más que aplazar una vez más esta cuestión.

Con la asunción del proyecto regenerador en 1886, se acentuó la tendencia hacia la integración nacional por una vía autorita­ria y etnocéntrica, a duras penas mimetizada por el papel de la Iglesia Católica que reeditó el modelo colonialista de control de poblaciones fronterizas en lo territorial y cultural, animada por la idea de una República Católica protectora de indígenas (Ley 89 de 1890) y catequizado™ de negros, mulatos y zambos.

Con la historiografía revisionista -Gustavo Arboleda, Demetrio García Vásquez y José Rafael Sañudo-, por un lado se gana en cuanto al reconocimiento de la diversidad regional que subyacía a la amplia "unidad" del Gran Cauca (Provincias del Sur, Popayán y sus entornos y el Valle del Cauca), pero por el otro se pierde en cuanto a la dimensión étnica de las mismas, es

' Véase de Ramón Mercado. Memorias sobre los acontedmientos del sur, espedalmen­te en la Provincia de Buenaventura, durante la administración del 7 de mar¡v de 1849. Fechadas en Bogotá, 20 de julio de 1853. Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo especial Vergara y Velasco. No. 239, Pieza 5. Como Gobernador de la Provincia de Buenaventura, Mercado debió hacerle fren­te a la Guerra Civil de 1851 y a los disturbios propios de esta época, que en el valle del Cauca alcanzaron niveles muy agudos.

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decir, respecto de los indígenas en situaciones de contacto (como los del altiplano de Popayán y el Macizo Colombiano, pastos y quillacingas, inganos y sibundoy es), de los territorios negros de los valles interandinos del Patía, el Cauca y del litoral Pacífico, donde además se refugiaban diversos grupos indíge­nas resistentes. Las monografías locales y regionales que proli-feran en las primeras décadas del siglo XX, refuerzan las iden­tidades intermedias (del departamento, el municipio y la "vere­da"), como parte de la conculcación de lo propio, lo étnico y la diversidad social.

Desde entonces se entronizaron en el conocimiento social dos criterios problemáticos: por una parte, la idea de concebir la política como sinónimo de lo Estatal Nacional y sus distintas dinámicas y no como un campo de fuerzas y el resultado de experiencias sociales diversas. Por otra, la concepción de que las regiones son partes constitutivas de una supuesta unidad na­cional, por oposición a concebirlas como espacios complejos y contrastivos que contienen las claves de sus propias realidades.

2. La tradición heredada del "gran reparto"en las cien­cias sociales

Otra de las tradiciones heredadas proviene de la concepción del "gran reparto", como en términos universales y acertadamente la llamó Goody, que se refiere a la idea antropológica de la existencia, no de una sino de dos naturalezas humanas, a cada una de las cuales debía corresponder un tipo de saber o conoci­miento y de acuerdo con lo cual se definió buena parte del ho­rizonte fundacional para ambas disciplinas en términos con­temporáneos: de tal manera que los "salvajes" fueron el objeto asignado para la curiosidad etnológica, y las sociedades "civili­zadas" se reservaron para la atención de los historiadores.

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Todo esto tuvo su versión criolla, como parte de la institucio­nalización universitaria de las Ciencias Sociales en la primera mitad del siglo XX, que finalmente adquirió su forma más aca­bada en los años sesenta y setenta, desde donde proviene la validación de lo indígena como la única alteridad reconocida por la representación académica de lo Nacional.10 De tal mane­ra que, en nuestro medio, también hubo lugar para un "reparto" de sujetos y temas: unos, etnohistoriadores, se ocuparon de los indígenas; algunos antropólogos empezaron a observar a los grupos negros pero aplicándoles sin más los conceptos utiliza­dos para lo indígena, y los nuevos historiadores estudiaron el pasado colonial y sus instituciones socioeconómicas (esclavi­tud, servidumbre y otras modalidades del control laboral y so­cial) y el tránsito político y social al republicanismo y la moder­nidad. En medio de algunas evidencias promisorias en contra­rio, este gran reparto todavía permanece como concepción y práctica dominante en el medio académico nacional y es sólo recientemente, con el replanteamiento de las relaciones entre Antropología/Historia y los nuevos estudios sobre lo indígena y los grupos negros, que ha empezado a superarse el paradigma indigenista.11

A finales de los años sesenta y durante la década del setenta, las disciplinas sociales experimentaron un momento de ruptura con las convenciones tradicionales, lo que condujo a una rela­tiva toma de distancia respecto del etnocentrismo para ver el

10 Véase por ejemplo: Eduardo Restrepo. Afrocolombianos" o "grupos negros" en el Parifico colombiano: construcdón y perspectivas de la investigadón antropológica. Informe de investigación. Bogotá, Instituto Colombiano de Antropolo-gíalCAHN, 1996.

11 Osear Almario y Javier Ortiz. Podery cultura. Op. Cit.; Guido Barona. "Au­sencia y presencia del 'negro' en Colombia". En: Memoriay Sodedad. N ° 1. 1995, pp. 77- 105; Eduardo Restrepo, Op. Cit.

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pasado y el presente de diversos colectivos sociales, aunque cabe agregar que dicho proyecto no cristalizó por completo, por lo cual consideramos que se debe retomar y enriquecer por las actuales generaciones de investigadores. Sin embargo, en su momento, ese nuevo clima intelectual de alguna manera expre­só y se hizo eco de distintas tendencias políticas y sociales. En lo social se empezaba a experimentar un agotamiento de los modelos de modernización que se enfrentaban a fuerzas socia­les, étnicas y culturales, resistentes. En lo político se asistía a la irrupción, tanto de movimientos insurgentes como de movi­mientos sociales y étnicos (campesinos e indígenas) que, con sus reclamos de tierras y autonomía, cuestionaban el orden del llamado Frente Nacional. En el nivel cultural, frente a los paradigmas dominantes y universales conocidos (positivismo, funcionalismo, culturalismo), las ciencias sociales propendieron por nuevos horizontes conceptuales (marxismo, estructuralis­mo, materialismo cultural, nueva historia).

Pero de acuerdo con los fines de este ensayo, lo que cabe destacar es que estas tendencias generales adquirieron en el suroccidente del país unas características peculiares por la combinación de varias circunstancias, entre las que sobresa­len la académica e intelectual, la étnica y social (la diversidad a que hemos aludido) y la geográfica y ecológica (por la con­fluencia de lo andino, lo pacífico y lo amazónico). En rela­ción con lo primero y para esa época, por lo menos tres pers­pectivas de estudio coincidieron en la intención de avanzar hacia nuevos territorios de conocimiento, para lo cual adop­taron estrategias conceptuales y metodológicas correspondien­tes, aunque cabe agregar que las tres se desarrollaron en for­ma paralela y no convergieron en un proyecto común. Nos estamos refiriendo a los esfuerzos de etnohistoriadores, antropólogos e historiadores, pero como no es el propósito

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central de esta comunicación seguir en detalle cada uno de sus desarrollos, bastará aquí con una breve síntesis.

El "proyecto etnohistórico", que partió del registro de las co­munidades indígenas sobrevivientes en el eje andino para pre­guntarse por su pasado, con su posterior desarrollo alcanzó logros en el conocimiento pero también en lo político, por su influencia sobre las luchas indígenas contemporáneas. En efec­to, el proyecto etnohistórico estudió inicialmente las poblacio­nes indígenas del piedemonte amazónico y poco después las surandinas, con lo cual no sólo abrió una nueva perspectiva de estudios, sino que de paso contribuyó a animar las luchas indígenas. Justamente, esta es una singularidad del surocci­dente colombiano, porque en el mismo momento en que to­maba forma el mencionado proyecto, despegaba también un ascenso de las luchas indígenas que se mantiene hasta la ac­tualidad, por lo cual ambas dinámicas terminaron por influen­ciarse mutuamente.12

12 Sobre los antecedentes más profundos de las luchas indígenas véase: Víctor Daniel Bonilla Todos tenemos derechos,pero no todo es Igual. Derechos Humanosy Modernidad. Cali. Personería Municipal. 1989; María TeresaFindji. Movimiento indigenay "recuperación"de la historia. Cali. (Mimeo). 1990; Juan Friede. El indio en lucha por la tierra. Bogotá, Punta de Lanza, 1942/1976. Nina S. de Friedemann y Jaime Arocha. Herederos deljaguary la Anaconda. Bogotá, Car­los Valencia, 1985; Christian Gros. "Indigenismo y etnicidad: el desafío neoliberal". En: Maria Victoria Uribe y Eduardo Restrepo (eds.) Antropolo­gía en la modernidad: identidades, etniddadesy movimientos sociales en Colombia. Bogotá, ICAHN/COLCULTURA, 1997, pp. 15-59. DoumerMamián. "El movimiento agrario en el sur de Colombia". En: Alonso Valencia (ed.). Historia del Gran Cauca. Historia regional del suroccidente colombiano. Cali, Insti­tuto de Estudios del Pacífico/Universidad del Valle, 1996, pp. 185-188, y: José Eduardo Rueda Encizo. "Quintín Lame y el movimiento indígena en el Cauca". En: Alonso Valencia, (ed.). Ibid. pp. 189-195.

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Contribución a un balance y perspectivas de la historia política regional

Los estudios sobre los grupos indígenas del suroccidente colom­biano tienen un punto de referencia fundamental, en nuestra opinión, en la publicación del libro del investigador social Víctor Daniel Bonilla, Siervos de Dios y Amos de Indios. E l Estado y la Misión Capuchina en elPutumayo.li Aunque centrado en el caso de los inganos y sibundoyes que habitan el Valle de Sibundoy, en el piedemonte amazónico, el análisis de Bonilla tuvo una trascen­dencia mayor y en la práctica se puede decir que sentó las bases para los estudios etnohistóricos de las comunidades indígenas del suroccidente en términos contemporáneos. Las razones de este resultado son varias, pero la fundamental radica en que el estudio identificó varios hechos históricos desconocidos hasta ese momento y dedujo de ellos consecuencias éticas, ideológi­cas, políticas y sociales; buena parte de las cuales encarnarían en los movimientos indígenas de las décadas siguientes.

Entre otros aspectos, Bonilla mostró la historicidad de estas sociedades indias y su permanente resistencia al dominio, a la pérdida de sus territorios e intentos de destruirlos; develó la ideología etnocéntrica que subyacía a la Ley 89 de 1890, que clasificaba a los indígenas del país en "salvajes" (caso de los amazónicos y de algunos del Pacífico), "semisalvajes" (caso de los del Valle de Sibundoy) y los "reducidos a la vida civil" (caso de los de los altiplanos del sur y los cercanos a Popayán) y apor­tó elementos inéditos de interpretación sobre la dominación y su lógica, legibles a la luz de la pretendida "integración" de la frontera selvática del sur al territorio nacional. Pero al tiempo, su trabajo arrojó luces para pensar comparativamente en otros casos y situaciones. Unos años después, V.D. Bonilla publicaría La historia política de los paeces™ y otros estudios sobre los guambíanos, los dos grupos étnicos fundamentales del Cauca

13 Siervos de Diosy amos de Indios. Bogotá, Editado por el autor, 1969. M2a.Edición.ColombiaNuestra. Cali, 1980.

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indígena, justamente en la década en que se iniciaba la última de las oleadas de la lucha indígena en Colombia.15

Por su parte, algunos antropólogos aportaron trabajos de cam­po novedosos sobre los grupos negros de los valles interandinos del Patía y el Cauca y de la llanura aluvial del Pacífico, como los de Friedemann, Whitten, Whitten y Friedemann y Taussig.16

Sus observaciones etnográficas mostraron la vitalidad de estas sociedades negras, la versatilidad de sus prácticas productivas, los recursivos sistemas de parentesco y la peculiaridad de su identidad, al tiempo que destacaron la importancia de su tradi­ción oral y su sentido de una historia propia, que se manifiestan en la dignidad, la resistencia, lo propio y el territorio.

15 Una continuación y desarrollo de sus hallazgos se encuentra en los trabajos de: Sofía Botero. Tras ei'pensamientoypasos de los taitasguambíanos. Intentos de aproximación a su historia, siglos XVI, XVIIy XVIII. Tesis de grado en Antropología. Bogotá. Universidad Nacional. 1984; María Teresa Findji. "Tras las huellas de los Paeces". En: Francois Correa (ed.) Encrudjadasde Colombia Amerindia. Bogotá. ICAUN/COLCULTURA. 1993; Doumer Damián. La Dan^a del espado, el tiempo y el poder en los Andes del sur de Colombia. Tesis de Maestría en Historia. Cali. Universidad del Valle. 1990; Joane Rappaport. Tierra Páe%. La etnohistoria de la defensa territorial entre los paeces de Tierradentro, Cauca. Baltimore. Universidad de Maryland. 1982; y: Luis Guillermo Vasco Uribe, Avelino Dagua Hurtado y Misael Aranda. "En el segundo día, la gente grande (Numisak) sembró la autoridad y las plantas y, con su jugo, bebió el sentido". En: Francois Correa R. (ed.). Op. cit.

16 Se citarán solo algunos trabajos: Nina S. de Friedemann. "Güelmabí: formas económicas y organización social" En: Revista colombiana de antropología. Vol XIV. Bogotá. Instituto Colombiano de Antropología. 1969; Norman Whitten. Pioneros negros: la cultura afro-latinoamericana del Ecuador y Colom­bia. Quito. Centro cultural Afro-ecuatoriano. 1972,1992; Michael Taussig. Rural Proletariani^aíion: A Social and Historical Enquiry into the Commerdali^ation of the Southern Cauca Valle, Colombia. Tesis de doctorado en Antropología. Universidad de Londres (Inédita). 1974.

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Mientras tanto, los historiadores se ocuparon en unos casos de estudios de corte general sobre la economía esclavista y en otros de perspectiva regional, como la sociedad esclavista de la Go­bernación de Popayán y su frontera minera del Pacífico y para ambos efectos incorporaron nuevos enfoques y fuentes, como lo confirman los trabajos del lingüista español de Granda, de los colombianos Palacios, Colmenares y Tirado y de los norte­americanos Marzahl y Sharp17. Para unos y otros esto implicó continuidades y cambios, en cuanto a los focos de interés de lo observado, la percepción de los sujetos sociales estudiados y respecto de las estrategias de análisis correspondientes. Así por ejemplo, el análisis de la institución de la esclavitud continuó, pero derivó de la cuestión del comercio de esclavos hacia la historia económica y social de la esclavitud, de sus distritos mineros y sus transformaciones posteriores bajo condiciones republicanas.

Llama la atención que estos tres proyectos de investigación social, se hubieran desarrollado desde entonces como proyec­tos independientes, a pesar de que ya existían en el medio in­ternacional aperturas hacia otro tipo de relaciones en estas dis­ciplinas y particularmente la presencia de un nuevo método histórico desde el llamado tercer período o generación deAnnales (1969-1989), conocido como "historia de las mentalidades", que estuvo muy marcado por la adopción de los métodos 17 En su orden: Jorge Palacios. La trata de negros por Cartagena de Indias. Tunja.

Universidad Pedagógica. 1973; Germán colmenares. Historia Sorialy Econó­mica de Colombia. I. 1537-1719. Bogotá. Tercer Mundo. 1997; Peter Marzahl. "Créeles and Government: the Cabildo of Popayán". En: Híspame American Historical Review. No . 54.1974; William Sharp. "El negro en Colombia. Manumisión y posición social". En: Ra^ónyfábula. N ° 8. Bogotá. 1968; Germán de Granda. "Onomástica y procedencia africana de esdavos negros en las minas del Sur de la Gobernación de Popayán (siglo XVIII)". En: Revista Española de Antropología Americana. Vol. VI. Madrid. 1971.

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etnográficos en el trabajo histórico y del cual se derivaría la perspectiva más reciente de la historia antropológica, propues­ta desde 1989 por J. Le Goff, A. Burgiere y J-C Smicht.

En 1987 se vivió un momento promisorio respecto de estas separaciones disciplinarias, cuando Germán Colmenares -bajo la influencia de la antropología interpretativa de C. Geertz, la historia social inglesa y la historia antropológica de Annales, puestas en relación con la etnohistoria andina-, convocó y orien­tó una Maestría en Historia Andina, mediante un convenio en­tre la Universidad del Valle y la FLACSO-Quito. Pero la muer­te de Colmenares trae entre otras consecuencias el debilitamien­to de este proceso.

3. Una idea de región contradictoria a medio camino en­tre la geo-historia (tiempo largo e inmóvil) y su condición de espacio social e históricamente construido, competido y por tanto dinámico y cambiante.

Superar las visiones esencialistas, instrumentalizadas y reduc­cionistas de la historiografía decimonónica y revisionista en torno a la idea de región, implicó para la nueva historia social regional, el tener que dedicarle buena parte de sus esfuerzos al estudio de la configuración del espacio y a sus dinámicas de persistencia y cambio.

En efecto, la configuración del espacio de la sociedad colonial y su posterior evolución en el contexto republicano, es un tema que ha ocupado la atención de los historiadores y otros analistas sociales de manera notable. Un primer balance sobre estos tra­bajos parece indicar que en la actualidad se ha producido un desplazamiento conceptual, desde la inicial preocupación por la formación de las divisiones administrativas coloniales, hacia

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la interpretación del espacio como una dimensión del dominio y la explotación, pero también de las resistencias, identidades y mediaciones. Se constituyo por tanto, como lugar de encuen­tros, contactos y desencuentros, y por lo mismo, competido, conflictivo y fluido, entre agentes sociales diferentes, que fue­ron portadores de sus propios imaginarios y que contaban con la capacidad de dotarse de estrategias tanto de dominación como de sometimiento, ya de resistencia, adaptación o transacción, de acuerdo con las circunstancias.

Las evidencias indican que el modelo de centro-periferia adop­tado por el análisis histórico, en principio se corresponde con lo experimentado en esta parte del territorio de la actual Co­lombia, pero no agota el análisis de las distintas experiencias. El centro es el resultado de una colonización interior (la funda­ción de las villas de Pasto, Popayán, Caloto, Cali, Buga, Carta­go, Anserma, Santafé de Antioquia), asentada en los valles y altiplanos andinos y de una economía esencialmente hacendaría. Sin embargo, estos asentamientos, que siguieron fundamentalmente el eje longitudinal del rio Cauca, no eran continuos y por el contrario, configuraron un patrón de poblamiento disperso. Por su parte, la periferia la. constituyen la región del Pacífico y las cordilleras, donde se localizaban las explotaciones mineras y los apartados territorios del Caquetá y Amazonas al oriente.18 El poblamiento disperso de los "blancos" además se vio acosado por la resistencia indíge­na y por núcleos de negros y mulatos cimarrones, palenqueros

18Véase: Germán Colmenares. Popayán: una sodedad esclavista. 1680-1800. Histo­ria económicay sodal de Colombia. Tomo II. Bogotá. La Carreta. 1979; Guido Barona. La maldidón de Midas en una región del mundo Colonial. Popayán 1730-1830. Cali. Universidad del Valle. 1995; Zamira Díaz. Oro, Sociedady Econo­mía. E l sistema Colonial en la Gohemadón de Popayán. 1533-1733. Bogotá. Banco de la República. 1994.

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y arrochelados.19 Del centro dependían las decisiones, el mando y la emisión de los símbolos culturales dominantes, mientras que la periferia se asume como una frontera económica, natural y simbólica.20

Colmenares propuso que en los estudios históricos se respetara lo que denominó un "orden de magnitudes" confiable, que esté en correspondencia lógica con el período bajo estudio y que permita comprender las relaciones entre los hombres y los re­cursos disponibles, entre el trabajo y sus beneficios, entre la estructura social y la del poder, entre otras.21 En la colonia, el espacio socialmente controlado era relativamente reducido en comparación con las delimitaciones político-administrativas formales. Respecto de esta situación, el siglo XLX va a introdu­cir una serie de importantes modificaciones, al tiempo que se va a ampliar el espacio social, como consecuencia del creci­miento demográfico, una mayor movilidad social y una diversi­ficación de las actividades productivas.22

Germán Colmenares expuso una tesis que futuros trabajos su­yos y los de varios de sus colegas y discípulos fueron amplian­do hasta convertirla en los hechos en una "línea de investiga-

19 Francisco Zuluaga. "Cimarronismo enelSur-ocddente". En: Pablo Leyva (ed.). Colombia Pacífico. Volumen 2. Bogotá. Biopacífico/FEN. 1993; del mismo autor y Amparo Bermúdez. La protesta sodal en el suroccidente colombiano: siglo XVIII. Cali. Universidad del Valle. 1997; Zamira Díaz. Op. Cit.

20 Luis Valdivia Rojas. Buenaventura un desarrollo frustrado. Evoludón económicay social del puerto. Cali. Universidad del Valle. 1994.

2 ,Germán Colmenares. "Capítulo I: La formación de la economía colonial (1500-1740)". En: José Antonio Ocampo (ed.) Historia Económica de Co­lombia. Bogotá. Fedesarrollo/Siglo XXI. 1987.

22 Germán Colmenares. "El tránsito a sociedades campesinas de dos socieda­des esclavistas en la Nueva Granada. Cartagena y Popayán, 1780-1850". En: Revista Huellas. N ° 29. Barranquilla. Universidad del Norte. 1990.

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ción", como se dice hoy, la cual se estructura en torno a los procesos de poblamiento y el cambio socio-espacial. La men­cionada tesis de Colmenares plantea que: "[...] la tarea más inmediata para el estudio de la formación nacional en el pe­ríodo de transición (1870 -1930) podría consistir en indagar qué formas tomó la incorporación de nuevos espacios y de nuevas masas humanas y de qué manera transformaron los viejos recintos coloniales".23 Aunque esta propuesta de inves­tigación presenta muy diversas posibilidades de aplicación, los primeros avances al respecto tuvieron a la región del Valle del Cauca como su principal referente24. En efecto, en esta región se configuró una situación peculiar: la persistencia de la propiedad monopólica de la tierra y el control de la mano de obra por parte de una élite de poder, convivieron durante el período de "transición" con una creciente sociedad campe­sina y heteróclita que escapaba a su control. Desde finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX, fueron evidentes las dificul­tades para que se mantuvieran con éxito las estrategias de dominación de los sectores privilegiados, en parte por la cri­sis y agotamiento mismo del sistema hacendario-esclavista, que se acentuó por las guerras de independencia primero y después por las guerras civiles durante la segunda mitad del

23 Germán Colmenares. La nadóny la historia regional en los países andinos, 1870-1930. Washington, Smithsonian Institution. 1982. (Mimeo).

24 ZamiraDíaz. "Guerra y economía en las haciendas. Popayán 1780-1830." En: Sodedady Economía en el Valle del Cauca. Tomo 2. Bogotá. Universidad del Valle/Banco Popular. 1983; Germán Colmenares. Cali: Terratenientes, Mineros y Comerdantes. Siglo XVIII. En: Sodedady Economía en el Valle del Cauca. Tomo I. Bogotá. Banco Popular/Universidad del Valle. 1983; Richard Hyland. Elcréditoy la economía 1851-1880. En: Universidad del Valle (ed.) Sodedady Economía en el Valle del Cauca. Tomo 4. Bogotá. Popu­lar. 1983; José Escorcia. Desarrollopolítico, sorialy económico 1800 -1854. En: Ibid. Tomo 3; José María Rojas. Empresariosy tecnología en la formación del sector azucarero en Colombia 1860-1980. En.Tbid. Tomo 5.

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siglo, que trajeron como consecuencia el fraccionamiento de las grandes propiedades y obligaron a la aristocracia terrate­niente a buscar alternativas diferentes, sobre todo comercia­les, para sortear la situación.

Sin embargo, como lo planteó Colmenares en otro artículo ya clásico, la dificultad mayor para los sectores dominantes provi­no del "proceso sui-generis" que modificó el modelo de poblamiento hispánico y aceleró la diversificación social en los antiguos recintos coloniales.25 Poblamiento nuevos y socieda­des campesinas, más o menos libres, prosperaron entonces en distintos sitios y lugares: en el sur del valle geográfico (hoy nor­te del Departamento del Cauca y lugar de uno de los poblamientos negros más característicos); a lo largo del río Cauca y en las riberas de sus afluentes; en las tierras bajas e inundables; en los intersticios de las haciendas y en sus bosques densos; en la banda oriental del río ("otra banda") y en la occidental.

Las dos dinámicas de signo contrario, la decadencia de las ha­ciendas y el proceso de poblamiento descrito, le otorgan unas características particulares al cambio social en la región, pues­to que, como sostiene Colmenares, "[...] decadencia económi­ca no significa cambio social. Es decir, los propietarios se em­pobrecen pero siguen teniendo el primado social porque son propietarios, aún si sus tierras están inactivas";26 agregando que esos mismos propietarios, en lo fundamental, se van a transfor­mar a comienzos del siglo XX en empresarios agroindustriales.27

25 Germán Colmenares. «Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del Cauca, 1810-1830». En: Germán Colmenares, Zamira Díaz de Zuluaga, José Escorcia y Francisco Zuluaga (eds.) La Independen­cia. Ensayos de historia social. Bogotá. Colcultura. 1986, pp. 137-180.

26 Germán Colmenares. Op. Cit. 27 Ibid. p. 159.

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En la misma vena del análisis socio-espacial, el historiador Guido Barona ha desarrollado una línea de investigación sobre la formación y evolución del espacio en la Gobernación de Popayán, cuyos alcances se pueden extender al Gran Cauca decimonónico. Barona definió la estructura geopolítica regio­nal como de "archipiélago",28 para denotar la discontinuidad de su espacio y su fragmentación en los ámbitos locales de poder de las ciudades. Por eso, este investigador analiza con deteni­miento las relaciones entre el espacio y la economía regional29

y explica estas fragmentaciones regionales a la luz de dos argu­mentos centrales, de un lado, por el papel que desempeñaron las economías y sociedades locales, a las que considera como sus definidoras fundamentales y del otro, por la forma en que se articulaba la Gobernación con la "economía mundo" colo­nial, que obviamente se situaba por fuera de su frontera y espa­cio geopolítico.3 30

En este último trabajo, Barona plantea que a pesar de lo vasto del territorio de la Gobernación de Popayán, la mayor parte de sus procesos históricos se desenvolvieron en territorios mucho más discretos: el piedemonte sur-oriental de la cordillera cen­tral, hasta las márgenes del Caquetá (las tierras de los andaquíes); la región de Túquerres y Pasto; los valles interandinos del Patía y el Cauca; el flanco occidental de la cordillera Central situada entre "los dos ríos" (Cauca y Magdalena) y; por la costa del 28 Guido Barona. Una sodedad de frontera en el siglo XVIII. E l archipiélago regional.

Lingüistica, ecología, selvas tropicales. Villa de Leiva. ICAHN/ICFES/CCLA/ Universidad de los Andrés. 1989.

29 Guido Barona. La maldición de Midas en una región del mundo Colonial. Popayán 1730-1830. Cali. Universidad del Valle. 1995.

30 Guido Barona. "El espacio geopolítico de la antigua Gobernación de Popayán". En: Heraclio Bonilla y Amado A. Guerrero Rincón (eds.) Los pueblos campesinos de las Américas. Etniddad, cultura e historia en el siglo XIX. Bucaramanga, UIS. 1996, pp. 115-135.

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Pacífico, el Chocó, Buenaventura, el Raposo, Iscuandé y Bar­bacoas.31 "En este orden de ideas, según Barona, es posible es­tablecer la existencia de siete grandes conjuntos territoriales, cada uno de ellos con su correspondiente cabecera administra­tiva y de poder local, que configuraron en el siglo XVIII, la geografía política de la esclavitud y la sujeción".32 Estos siete centros locales son: Cartago, que abastecía principalmente a la frontera minera del Chocó; Cali, Buga y Caloto, en el valle interandino del Cauca, de economías de haciendas esclavistas, las dos primeras con intereses en el distrito minero del Raposo y la última con sus propios centros mineros; Popayán con sus entornos de haciendas y comunidades indígenas e intereses en los distritos mineros del Pacífico; el Valle del Patía, donde co­existían las haciendas ganaderas con la cultura palenquera de los negros y, por último el altiplano de Túquerres y Pasto, que contenía villas de blancos y mestizos con pueblos y parcialida­des indígenas.

Su hipótesis global plantea, que la economía regional se explica como "una resultante y no un punto de partida, de economías subregionales, algunas de las cuales estuvieron integradas en­tre sí, y con otras de naturaleza casi autárquica que comprome­tieron a muy reducidos núcleos de población".33 Al no ser "un todo homogéneo" su economía regional, la imagen que resulta de la Gobernación de Popayán es la de un mosaico, la de un archipiélago de conjuntos productivos relativamente integra­dos, actuando en medio de amplios espacios "vacíos", que tu­vieron escaso peso en el conjunto de la economía de la Gober­nación y el virreinato.

31 Ibid, p. 115. 32 Ibid, p. 118. 33 Guido Barona, La maldición de Midas. Op. Cit. pp. 23-24.

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De acuerdo con esta argumentación, la geografía económica y política de la Gobernación estuvo entonces multideterminada por los siguientes aspectos: condicionantes propios de la "eco­nomía mundo", los intereses locales y regionales, las caracte­rísticas ecológicas de los territorios y la riqueza en metales pre­ciosos contenidas en ellos.34

La situación estructural descrita, parece haber cristalizado pun­tualmente en el Pacífico, en una suerte de "equilibrio inesta­ble" entre dominadores y dominados, a través de un complejo proceso y diversas modalidades para que los esclavizados alcanzaran "de manera individual y regulada" la condición de "libres". Esto es lo que Barona analiza como el funcionamien­to del sistema esclavista "en una situación de frontera".35

En el suroccidente de la actual Colombia, los cambios espacia­les entre lo tradicional y lo moderno revistieron unas caracte­rísticas muy particulares. Entre otras razones, al quedar expues­tos a una doble influencia por la formación simultánea y dife­renciada de los espacios nacionales de Ecuador y Colombia, cuyas respectivas dinámicas afectaron especialmente el extre­mo suroccidental del país.36

En efecto, M. T. Findji37 argumenta que en el caso colombiano, el antiguo eje comercial colonial se mantuvo vigente durante la República y que perduró hasta finales del siglo XIX, cuando se

34 Ibid. p. 24. 35 Ibid. p.15. 36 Véase por ejemplo: Jean Paul Deler. Ecuador. Del Espado alEstado Nadonal.

Quito. Banco Central del Ecuador. 1987. 37 María Teresa Findji. "Proceso de diferenciación nacional en Colombiay Ecua­

dor durante el siglo XIX". En: Revista Historiay Espado. No.6-7.1980, pp. 100-109.

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produjo su ruptura. Recordemos que dicho eje (que terminaba en Cartagena y era apuntalado por Santafé de Bogotá), vincula­ba a Quito con las regiones mineras de la Nueva Granada (has­ta Santafé de Antioquia) y que a través suyo se intercambiaban los productos textiles de los obrajes de la sierra ecuatoriana por el oro beneficiado en las comarcas mineras de Colombia. Se­gún la autora, hasta finales del siglo XVIII, la Gobernación de Popayán logró mantener, a manera de punto de articulación, un equilibrio entre el tradicional eje andino y el eje marítimo de El Callao-Guayaquil y Panamá. Es decir, que no obstante los cam­bios políticos que implica la República, el antiguo eje comer­cial persistió. Pero a partir de la segunda mitad del siglo XIX se empieza a anunciar en el Cauca Grande la tendencia hacia el nuevo eje Cali-Buenaventura (en el Océano Pacífico), que al con­solidarse en las primeras décadas del siglo XX, contribuirá a dislocar el antiguo ordenamiento espacial y a producir la frag­mentación regional del Gran Cauca. Consiguientemente, el Ecuador, dislocado en parte de Pasto, Popayán y Barbacoas, pero sin renunciar a su secular influencia sobre el sur de Co­lombia, prestará más atención al eje interno Quito-Guayaquil, que quedó unido por vía férrea. Con lo cual se consolidó el núcleo de su espacio nacional, que se amplió entonces hacia los territorios periféricos de la costa Pacífica, que de inmediato empezaron a atraer población andina, al tiempo que se produ­cía un crecimiento endógeno de su población. Ecuador realizó con éxito, en los años veinte del siglo XX, el proyecto vial de comunicar por tren a Ibarra con el puerto de San Lorenzo, en la provincia de Esmeraldas, en el Pacífico. Mientras que Colom­bia, en el mismo período, apenas pudo llevar el ferrocarril des­de Tumaco a El Diviso, desde donde partía una tortuosa línea carreteable hasta Pasto y esta ciudad siguió al margen de una conexión con el resto del país; situación que apenas se vino a resolver con la apresurada construcción de las carreteras

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Popayán-Pasto y Pasto-Mocoa, en medio del conflicto colombo-peruano de 1930-32. Como consecuencia del quiebre del eje longitudinal andino y del surgimiento del nuevo eje del Ferro­carril del Pacífico, las Provincias del Sur con epicentro en Pas­to, mostraron una inclinación preponderante a depender del Ecuador y a girar en torno a sus mercados. Lo que aumentó las tensiones en la frontera sur del país e hizo necesarios múltiples tratados internacionales entre ambos países.

Otros estudios muestran cómo estos antecedentes estructura­les en la configuración espacial de la antigua Gobernación de Popayán, posteriormente incidieron en los procesos de diferencia­ción soáaly espacial en la transición hacia el espacio republicano. En efecto, Valencia y Zuluaga,38 después de sintetizar los acon­tecimientos de los primeros años de la Independencia en el Valle del Cauca, concluyen que tres aspectos fundamentales interactuaron para dar lugar a la diferenciación socio-cultural y política en las provincias de la antigua Gobernación de Popayán y, en el futuro, Gran Cauca. Esos tres aspectos hacen referen­cia a las dimensiones espacial, ideológica y de la identidad. En cuanto al primer aspecto, los autores afirman que el Valle del Cauca "seria visto como una región bien diferenciada de aque­lla localizada al sur del río Ovejas; sin importar que continuara supeditada a Popayán en términos administrativos". De lo an­terior se puede inferir, entonces, una diferenciación espacial y social en tres grandes subregiones en el Cauca decimonónico: El "Valle del Cauca" (desde los distritos mineros de Marmato y Supía en el norte hasta el río Ovejas), el "Cauca" propiamente dicho (desde el río Ovejas hasta el río Mayo) y las Provincias del Sur, Nariño y Putumayo (desde el río Mayo hasta la provin­cia del Carchi en el Ecuador). Nótese el peso que se le asigna 38 Alonso Valencia y Francisco Zuluaga. Historia Regional del Valle del Cauca. Cali.

Universidad del Valle. 1992.

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en este ordenamiento espacial al antecedente de la relación centro-periferia, en el que el Pacífico se presenta sin una iden­tidad propia y, por tanto, obligado a ser pensado siempre desde el centro. Un problema de enfoque del que todavía adolece el trabajo de los historiadores. Su consecuencia más importante es que los recientes e importantes hallazgos de la historia social y de la etnografía no se han podido utilizar para la historia po­lítica y ésta prácticamente no existe desde esta región.

Las investigaciones de Alonso Valencia son las más ambiciosas en cuanto al objetivo de mantener una mirada global sobre el amplio espacio heredado por las élites caucanas durante la Re­pública temprana. En esa dirección, este investigador estudió el tema de las relaciones entre el poblamiento y la modificación de las fronteras. El tema, no obstante su relevancia, en realidad había sido olvidado por la historiografía regional, lo que por otra parte confirma el precario estado de los estudios de histo­ria demográfica. El autor parte de un argumento central: "Los bajos niveles poblacionales y lo extenso del territorio eviden­cian que el Cauca no tenía población suficiente para ocupar los inmensos baldíos que lo conformaban".39 Ante todo, los de la frontera norte que lindaba con Antioquia y que ya desde la se­gunda mitad del siglo XIX empezaron a ser ocupados por las avanzadas de los colonizadores mestizos-blancos provenientes de dicha región y competidora del Gran Cauca. En contraste, las otras tres zonas fronterizas del Cauca estudiadas por Valen­cia - la inexplorada región de vertiente que daba al Amazonas, la de los "baldíos" de la amplia frontera del Pacífico asociada a las explotaciones mineras y las tierras de los resguardos indíge­nas, que eran de propiedad comunitaria -, presentaban, en me­dio de diferencias notables, la característica común de ser, al

39 Alonso Valencia. "La ampliación de fronteras en el Estado Soberano del Cauca". En: Región. No. 0.1993, p. 1.

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tiempo, fronteras económicas y culturales, por el hecho de es­tar ocupadas por grupos étnicos como los indígenas y los ne­gros, que no se correspondían con el ideal de mestizaje procla­mado por la República. Pero el autor descuida el tratamiento de estos aspectos.

HISTORIA SOCIAL E HISTORIA POLÍTICA EN EL SUROCCIDENTE

COLOMBIANO: UNAS RELACIONES NO TAN EXPLÍCITAS

Uno de los animadores de la historia social y política en esta región, al evaluar hace unos años el estado de estos estudios concretamente en el Valle del Cauca, pudo constatar que el siglo XIX era esencialmente desconocido por la historiografía regional y que los trabajos de los historiadores evidenciaban sus preferencias por el período de la Independencia.40 El inves­tigador se interrogó entonces por las posibles causas de esta evidencia historiográfica, muy notable para una región que desde su integración a la Nueva Granada en 1830, deviene en clave para entender las dinámicas de diferenciación social y política dentro del antiguo espacio de la Gobernación de Popayán en la Colonia y como Gran Cauca bajo la República, por sus signifi­cativos procesos de modernización.41

Valencia reconoce que: "No es fácil encontrar una respuesta a esto",42 se refiere a la abundancia de fuentes como una dificul­tad adicional para los historiadores del siglo XIX y finalmente

* Alonso Valencia. "La historia política en le Valle del Cauca". En: Región. No.2. 1994, pp. 125-131.

41 Tema del que, siguiendo pistas de Colmenares, Vélez y otros investigadores, me ocupé en una tesis de maestría, que se convirtió después en libro. Véase: Osear Almario. La configuración moderna del Valle del Cauca, Colombia, 1850 -1940. Cali. Cecan Editores. 1994.

42 Valencia. Op. Cit. p. 125.

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ofrece una pista sustancial al respecto, que aunque no desarro­lló en su breve ensayo, de todas formas está llena de implícitos útiles para la discusión en curso. Es cierto que, y en ello con-cuerdo en primera instancia con Valencia, los fenómenos de formación del estado nacional, las tensiones nación-región y las peculiaridades locales durante el siglo XIX, no pueden ser tratadas sin un marco analítico de referencia adecuado. No obs­tante, de inmediato se plantea otro problema de orden metodológico, acerca de cuál es el modelo a utilizar y las razo­nes de su validez. Según Valencia: "La política no fue más el intento de unas élites pueblerinas por controlar el poder en unas ciudades aisladas, sino los esfuerzos por constituirse en clases sociales que tuvieran capacidad de hacer respetar sus tradicio­nales espacios de dominación política, económica y social".43

Es evidente que las ideas implícitas que están a la base de su análisis son las de la formación del estado nacional, tomado como el gran protagonista o sujeto del período, la consiguiente formación de nuevas clases sociales y la aparición de la moder­nidad política como partes sustanciales del proceso de moder­nización en general. Todos estos fenómenos se inscriben den­tro de un paradigma de análisis y narrativa historiográfica co­nocidos y que han predominado durante décadas bajo la in­fluencia de cierto marxismo, el positivismo y el funcionalismo y cuya sustancia es secuencial, institucional y modernizante.

La discusión busca resaltar las evidentes limitaciones de este modelo para comprender, explicar e incluir la presencia de otras dinámicas sociales y políticas, tanto diferentes y paralelas como complementarias a la modernización, tales como la vitalidad de las identidades primordiales de negros, indígenas y mesti­zos, la persistencia de fronteras étnicas y zonas y regiones de

43 Ibid. p. 126.

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contacto muy activas, los procesos de etnogénesis de varios de estos grupos que fueron simultáneos al nacionalismo de esta­do, entre otras. En suma, de lo que se trata es de interrogarse, con base en un modelo más flexible, por la forma en que se presentó en esta región histórica la interacción de la "comuni­dad imaginada" (formación de estado y nacionalismo) y las "co­munidades reales" (étnicas, sociales y culturales), en un espa­cio geoecológico y social tan complejo como el caucano.

En su balance bibliográfico sobre la historiografía contemporá­nea que analiza el occidente colombiano del siglo XLX, Almario y Ortiz,44 acogieron las indicaciones del geógrafo H. Capel (1981) y del historiador E. Florescano,45 que consideran el trabajo de las disciplinas sociales como expresión de comunidades académicas nacionales e internacionales, pero sin olvidar que ellas también se relacionan con los proyectos ideológicos y políticos universa­les y los de sus respectivos países. En suma, que toda visión del pasado se acompaña siempre, implícita o explícitamente, tanto de una idea acerca del presente como de un proyecto de futuro. En esa perspectiva, concluyeron que en el proceso de la cons­trucción analítica de la región histórica que se configuró en torno a Popayán, se pueden identificar tres grandes períodos: el de los antecedentes, el de la transición y el de la consolidación.

El primero o de los antecedentes, se corresponde con las elabora­ciones de políticos, geógrafos e historiadores decimonónicos y expresa el nacionalismo de Estado como ideología en construc­ción, que tomó el imaginario etnocéntrico heredado de la colo­nia y lo proyectó en el paradigma de la modernización; en este contexto, se puede decir que el proyecto nacional subsume a lo étnico y el individuo-ciudadano a las colectividades primordia-44 Almario y Ortiz. Podery cultura. Op. Cit. 45 Enrique Florescano. El nuevo pasado mexicano. México. Cal y Arena. 1991.

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les y que, como parte de esta operación, en la práctica lo políti­co en el pasado colonial no existe como tal, o a lo sumo como dominación externa e interna y como unas cuantas formas de resistencia más o menos monumentales en el caso de los mesti­zos (revolución de los comuneros, revueltas antifiscales) y si acaso unas cuantas rebeliones y resistencias de esclavos y le­vantamientos de pueblos indios. De acuerdo con ello, la histo­ria "comienza" con la Independencia, la cual fue "realizada" por los criollos ilustrados.

El período de transición, que se puede situar entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, lo representan los historiadores revisionistas que, entre otros temas, se preocupa­ron por la integración nacional y la consiguiente tensión entre la nación y las regiones (Gustavo Arboleda, Demetrio García y José Rafael Sañudo), desde la cual registraron la participación de los sectores subalternos y étnicos de forma limitada y muy contrastada, aunque siempre dentro del paradigma nacionalis­ta y modernizante. En este período encontramos también a varios investigadores extranjeros que aportaron las primeras reflexiones en estricto sentido académicas sobre esta macro-regiónysus grupos sociales (R.C. West, K. Romoli, J. Jijón y Caamaño, entre otros) y elementos etnohistóricos sobre el Pa­cífico, lo andino y lo amazónico, que sintetizan la diversidad geohistórica del suroccidente colombiano. Sin olvidar tampoco a toda una pléyade de historiadores aficionados que, desde las "monografías" locales y regionales, promovieron las identida­des "intermedias" (municipios y departamentos) del naciona­lismo de Estado y contribuyeron a reducir lo étnico e identitario a simples cuadros de costumbres y a curiosidades folclóricas. De conjunto, este período se caracteriza por los marcados es­fuerzos integracionistas y asimilacionistas por parte del pro­yecto nacional sobre los sectores subordinados.

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Finalmente, tenemos el período de la consolidación, que desde los setenta y hasta la fecha se asocia con la institucionalización de las disciplinas sociales en las universidades del suroccidente (del Valle, del Cauca y de Nariño, principalmente) y específica­mente para la historia con las investigaciones de Germán Col­menares y su influencia, asunto del cual nos ocuparemos espe­cialmente.

Las consecuencias epistemológicas de estos antecedentes en relación con el tema de la historia social y política del surocci­dente colombiano son muy complejas. Pero de manera genéri­ca se puede afirmar que la historia económica y social de los años setenta, con aciertos y limitaciones, sentó las bases para que se iniciara un tratamiento sistemático del tema político como desarrollo de sus hallazgos. Por otra parte, entre finales de los sesenta y durante los setenta, la etnohistoria, la antropología y la historia social, sin obedecer a un proyecto común, configu­ran los temas, problemas, conceptos y estrategias básicas para el estudio del sur-occidente colombiano, cuyos desarrollos ven­drían en las décadas siguientes.

Los HALLAZGOS DE COLMENARES Y EL PASO DE LA HISTORIA

SOCIAL A LA HISTORIA POLÍTICA

La hipótesis de trabajo de esta parte del ensayo plantea que la construcción y uso de varios conceptos, categorías y modelos de análisis por Colmenares y otros historiadores, tales como región histórica, sociedad esclavista de Popayán, complejo mina-hacien­

da, espacio y patrones de poblamiento, centro y periferia, ent re o t ros ,

constituyen los soportes fundamentales y las ideas de fuerza en que se sustenta la historia social y posteriormente la historia política regional.

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Los diferentes problemas abordados por Colmenares para anali­zar el suroccidente colombiano, se pueden agrupar en tres gran­des temas: primero, la construcción del dominio colonial (econo­mía y sociedad) y el espacio de la Gobernación de Popayán; des­pués, el cambio social de la Colonia a la República y el tránsito de una sociedad esclavista a una sociedad campesina y heteróclita en el Gran Cauca y, finalmente, la crisis de la mentalidad señorial de las élites dominantes, que se esforzaron por adaptarse al dis­curso republicano y de la modernidad, al tiempo que propugna­ban por preservar las antiguas estructuras sociales pero en fun­ción de las nuevas relaciones sociales, culturales y de poder.

Con base en la revisión de sus trabajos se puede concluir que Colmenares dejó planteadas cuatro grandes hipótesis de traba­jo para el estudio del siglo XIX, en las que se complementan muy claramente las dimensiones social, política y cultural. La primera sostiene que las actividades económicas que estaban relativamente integradas en el siglo XVIII y que le dieron cohe­sión al dilatado espacio de la Gobernación, se desintegraron en el XIX, con lo cual se perdió también la racionalidad económi­ca que les daba sentido. No obstante, a lo largo del XIX la región histórica logró sobrevivir en medio de agudas fracturas políticas, sociales y culturales y con un gran costo social (las guerras civiles nacionales y las "propias" del Gran Cauca), pero que con el tiempo y finalmente estas tensiones se acentuarían hasta conducir a la fragmentación del Gran Cauca a principios del siglo XX. La segunda hipótesis propone que dislocado todo ese conjunto productivo, se fisuró también su complemento político, consistente en un sistema de privilegios institucionales y sociales, cuyo ámbito por excelencia era el centro urbano. Esto condujo a la irrupción de nuevos centros de poder repu­blicanos que rivalizaron con los viejos centros de carácter pa­trimonial. La tercera hipótesis sustenta que a lo largo del siglo

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XIX se produjo una ruralización de la vida social y un desarro­llo de formas alternas de subordinación social y, especialmen­te, del campesinado, es decir, que se operó un cambio de la sociedad esclavista a una sociedad más heteróclita y móvil, sin que las élites aristocráticas perdieran el primado social. Una cuarta hipótesis, menos evidente si se quiere, pero también deducible de sus estudios, plantearía que en medio de la frag­mentación del modelo colonial de explotación y dominio y de los intentos de recomposición de una nueva unidad en el siglo XIX bajo la institucionalidad republicana, se produjo también la formación de identidades étnlco-culturales, de grupos ne­gros, indígenas y de mestizos pobres más o menos autónomos que tuvieron soportes territoriales particulares, como lo confir­man los más recientes trabajos de investigación sobre distintas áreas y zonas del Gran Cauca.

Con sus estudios sobre el suroccidente colombiano, Colmena­res se encontraba en el camino de una síntesis histórica de pers­pectiva totalizante, como lo destaca el historiador Francisco Zuluaga.46 En efecto, Zuluaga muestra que en las investigacio­nes de Colmenares sobre la economía y sociedad esclavista de la Gobernación de Popayán se articulan tres hallazgos sustanti­vos: en primer lugar, el funcionamiento del circuito mina-ha­cienda en la economía regional del Valle del Cauca y la prepon­derancia de la hacienda en esta región;47 segundo, haber perci­bido la existencia de una sociedad marginal de parcelas y pe­queñas propiedades asistidas por "blancos pobres, negros y

46 Véase: Guido Barona y Francisco Zuluaga (eds.). Memorias. 1er. Seminario Internadonalde Etnohistoria del norte delEcuadory sur de Colombia. Cali. Uni­versidad del Valle/Universidad del Cauca. 1995.

47La primera edición del libro de Germán Colmenares Cali: Terratenientesy Comerciantes en el Siglo XVIII, fue editada por la Universidad del valle y salió a la luz en 1975. Luego vinieron otras dos, en 1980 y 1983.

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pardos libres", que se filtraba por "los intersticios de las ha­ciendas" y que durante el siglo XLX dará lugar a un poblamiento de carácter popular desconocido hasta ese momento por la his­toria;48 tercero, plantear la crítica de la historiografía decimonó­nica y entenderla como una "contracultura" que impedía cap­tar la presencia de los actores sociales subordinados en la his­toria nacional.49 Por todo ello, Zuluaga subraya las potenciali­dades etnohistóricas del enfoque de Colmenares: "Bien pudie­ra decirse que, hallados estos grupos marginales en la sociedad del Valle del Cauca de fines del siglo XVIII y principios del XIX, y evidenciado que el análisis histórico había velado o es­camoteado la existencia y la participación de ellos en el proce­so histórico, en el momento de su muerte Germán Colmenares se encontraba muy cerca de la posibilidad de estudiar estos gru­pos desde su cultura y en clara oposición a la visión de la contracultura que había puesto en evidencia".50 Pero la muerte de Colmenares dejó este proceso trunco y el mismo derivó ha­cia otros caminos que han venido trasegando sus colegas, dis­cípulos y nuevos investigadores51.

AVANCES Y LIMITACIONES DE LA HISTORIA POLÍTICA REGIONAL

En la región caucana la historia social y económica plantea una relación muy peculiar con la historia política, cuyos complejos elementos constituyen otro campo de trabajo a desarrollar, pero

48 Véase: Germán Colmenares. Popayán: una sociedad. Op . Cit. y: Cali: Terrate­nientes. Op. Cit.

49 Germán Colmenares. Las convendones. Op. Cit. 50 Francisco Zuluaga, Op. Cit, pp. 106-107. 51 Para una bio-bibliograf ía de Colmenares, véase: Hernán Lozano. Colmenares,

un rastro de papel. Separata Historiay Espado. No. 14. Universidad del Valle. 1991; para una aproximación a su obra con énfasis en el suroccidente, véase: Almario y Ortiz. Podery cultura. Op. Cit. Tomo I.

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que tienen que ver especialmente con el tema de la construc­ción histórica de los sectores subalternos, de sus identidades colectivas y diferentes formas de relacionarse con el proyecto nacional. En esa perspectiva, los trabajos puntuales y colecti­vos de los historiadores, tal como se sintetizan en la Historia del Gran Cauca, dirigida por Alonso Valencia,52 podrían servir como punto de partida para formular un audaz programa de investi­gación en torno a la cuestión de la exclusión e inclusión de los sujetos colectivos como experiencia histórica específica duran­te la construcción temprana del Estado-Nación en Colombia y del Gran Cauca en particular.

Porque lo cierto es que no existe un modelo explícito, pertinen­te y suficientemente probado para abordar tanto la cuestión de la construcción del Estado-Nacional y la relación de este pro­ceso con la formación de región, como el estudio de la expe­riencia histórica de la exclusión-inclusión de los sectores étnicos y subalternos en el proyecto nacional, aunque sí se cuenta con unos cuantos y valiosos trabajos que avanzan algunas perspec­tivas al respecto y que conviene reseñar.

A partir de un paradigma marxista, Lenin Flórez53 aportó un primer trabajo en el que relacionaba los procesos de formación nacional y regional. En su desarrollo, por una parte planteó que los acontecimientos político-militares de la Independencia se correspondían con acciones de movimientos sociales y por otra analizó "las contradicciones sociales" que erosionaban el po­der colonial en la Gobernación de Popayán. Estrategias que

52 Alonso Valencia (dir.). Historia delGran Cauca.Historia regional del surocádente colombiano. Cali. Instituto de Estudios del Pacífico/Universidad del Valle. 1996.

53 Lenin Flórez. "Clases y grupos sociales en el proceso de la Independencia del suroccidente granadino". En: Historiay Espado. No . 3.1979, pp. 105 -191.

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complementó con un análisis de las "clases sociales" de Popayán y Cali y de sus fundamentos socioeconómicos y su consiguien­te influencia en el orden político e ideológico. Pero el verdade­ro objetivo del autor consistía en ofrecer un modelo interpreta­tivo de la Independencia, que al tiempo debía actuar como di­ferenciación respecto de "los representantes" de la "Nueva Historia", porque estos, según Flórez, al exhibir un definido empirismo y carencia de perspectiva teórica, se parecían a los historiadores tradicionales. Pero su anunciado modelo no re­sulta claro y difícilmente podía derivarse de un estudio de caso y menos aún de la hipótesis central del artículo, según la cual la Independencia es apenas un episodio de un largo proceso de revolución social que se habría gestado desde fines del siglo XVIII y que abarcaría todo el siglo XIX.

Años después, Flórez54 abordó esta misma dimensión entre lo nacional y lo regional de una mejor forma, al cambiar el perío­do de estudio y definir un objetivo más claro: "[...] observar algunos elementos de integración o formación de clases domi­nantes nacionales a partir de la dinámica región-nación toman­do el caso Cauca-Colombia circunscrito al periodo histórico denominado La Regeneración".55 Con ese fin, utilizó fuentes primarias, prensa e informaciones oficiales, realizó un balance bibliográfico pertinente, analizó los conflictos políticos caucanos y la tensión nación-región en términos del poder, aportó datos sobre el estado de los negocios de los empresarios caucanos y presentó un panorama razonable sobre las prácticas ideológi­cas y políticas de los sectores dominantes nacionales y regiona­les durante la regeneración. Después de su análisis, el cual dis­curre en los planos nacional y regional, Flórez concluye en el

^Lenin Flórez. "La Regeneración y la Formación de la nación, el caso del Cauca, Colombia". En: Cuadernos de Historia. No. 2. 1986.

55 Ibid. p. 6.

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orden histórico que el proyecto centralizador de la regenera­ción no puede ser considerado como un caso de formación com­pleta o acabada de Estado Nacional y que en consecuencia, en el orden político, los proyectos democráticos y populares de­ben completar en la contemporaneidad los proyectos inconclu­sos que se han dado en la historia de Colombia.

Para analizar la unidad y posterior fragmentación del Gran Cauca, Humberto Vélez56 acuñó el concepto de región política, que da cuenta de la capacidad relativa de los caudillos y las élites regio­nales para controlar autónomamente su espacio tradicional de poder. Efectivamente, en un artículo titulado 'La regeneraáóny el Gran Cauca.De la autonomía relativa a la desintegración territorial. 1860-1910 "?7 este investigador asume la siguiente hipótesis de trabajo fundada en el análisis político del Estado y sus regiones: "Como puede observarse, este trabajo se inscribe en una óptica que lo­caliza la historia regional en el marco de conformación del Esta­do central de acuerdo con una hipótesis según la cual, en deter­minadas coyunturas, éste se refuerza y fortalece a partir del debi­litamiento de las estructuras regionales y locales de poder y del exacerbamiento de las pugnas interregionales".58 Dicha perspec­tiva teórica y correspondiente hipótesis, obliga al investigador a hacer explícito su concepto clave, es decir, la región política, que Vélez define de la siguiente forma: "[...] por 'región política' en­tiendo el concepto que permite pensar adecuadamente elgrado de autonomía relativa de un individuo (caudillo o caudillos), de unos

56 Véase Humberto Vélez: "La Regeneración y el Gran Cauca: de la autonomía relativa a la desintegración territorial". En: Osear Rodríguez (comp.). Estado

y Economía en la Constitudón de 1886. Bogotá. Contraloría General de la República. 1986; y: "Ladisolución del Gran Cauca". En: Alonso Valencia (dir.). Historia del Gran Cauca Cali. Universidad del Valle. 1996, pp. 151-156.

57 En: Ibid. 58 Humberto Vélez. Op. Cit. p. 125.

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partidos o fuerzas políticas, con jurisdicciones formales en parte de un territorio más amplio, en relación con las dedsiones de las fuerzas que controlan el estado central"?9

La claridad del concepto y su funcionalidad en relación con el caso del Gran Cauca le permitieron al autor hacer varios aportes a la historia política regional. Por ejemplo, abordar el intrincado asunto de una periodización pertinente que permita organizar la multiplicidad de acontecimientos en procesos con sentido. Tales como: la autonomía relativa del estado soberano (1860-1875), la posterior "identificación" de éste con el proyecto centralizador de la regeneración (1876-1888), la progresiva desintegración te­rritorial (1889-1890; 1904 -1910) y la situación de radical "marginalidad" económica y política que se perpetuó en la histo­ria del departamento del Cauca durante el siglo XX. La posibili­dad de la reconstrucción sintética de estos períodos y procesos y el análisis de sus efectos en las relaciones entre el Estado Central y el Gran Cauca, temas que forman la primera parte del ensayo. En la segunda, Vélez estudia los cambios substanciales opera­dos en esas relaciones centro-región, con base en el análisis de la configuración del Valle del Cauca como una nueva región nacio­nal, que evolucionó a tal situación desde su inicial condición de subordinación como subregión caucana.

Valencia publicó en 1988 Estado Soberano del Cauca, Federalismo y Regeneración, algunos años después apareció Empresarios y Polí­ticos en el estado soberano del Cauca?0 en el mismo año publicó el artículo 'La ampliación de fronteras en el Estado Soberano del Cauca "61 el año siguiente publicó Luchas sociales y políticas delpe-

59 Ib id p. 129. 60 Alonso Valencia. Empresarios y políticos en el Estado Soberano del Cauca. 1860-

1895. Cali. Universidad del Valle. 1993 61 Alonso Valencia. "La ampliación de fronteras", Loe. Cit.

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riodismo en el Estado Soberano del Cauca62 y en 1994 fue el Director de la Historia del Gran Cauca, un proyecto editorial de la Universi­dad del Valle y el periódico Occidente de Cali, que publicó por entregas el resultado de un trabajo colectivo sobre distintos te­mas, que la Universidad del Valle y su Instituto de Estudios del Pacífico, reeditaron como libro con el título de Historia del Gran Cauca. Historia Regional del Surocádente Colombiano?1

El primer estudio tiene como referente "la problemática regional y dentro de esta en los llamados factores de cohesión social".64 A partir de la tesis de Marco Palacios,65 acerca de la fragmentación de las clases dominantes durante el siglo XLX, Valencia sostiene que es difícil hablar de la existencia de la "nación colombiana" en ese período y que en cambio es más fácil referirse a los estados Federa­les o Soberanos, "lo que da una idea de la cuestión regional".66 Lo que convierte este punto de vista en la hipótesis de fondo de su estudio: la gran región caucana sería una entre varias expresiones de la fragmentación de las clases dominantes colombianas, pero dotada de ciertas características distintivas que la definen interna­mente y en su relación con los poderes centrales. En el desarrollo de este argumento se explica la lógica que tenían los acontecimien­tos regionales, de tal manera que, mientras la dinámica de los pode­res provinciales es determinante de los mismos, el poder central es categóricamente débil y es esta singular correlación de fuerzas la que va a decidir la suerte de la política decimonónica en la región.

62 Alonso Valencia. Luchas Sociales y Políticas del Periodismo en el Estado Soberano delCauca. Cali. Imprenta Departamental del Valle. 1994.

63 Alonso Valencia (dir.). Historia del Gran Cauca. Op. Cit. 64 Ibid. p. 14. 65 Marco Palacios. "La fragmentación regional de las clases dominantes en

Colombia: Una perspectiva histórica". En: Revista de Extensión Cultural No.8. Medellín. Universidad Nacional. 1980, pp.8-18.

66 Alonso Valencia. Historia delGran Cauca. Op. Cit. p. 14.

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Se puede deducir que el horizonte teórico de esta investigación es implícitamente gramsciano, porque lo que se discute de fondo es la ausencia de poder hegemónico en las clases dominantes colombia­nas. En efecto, Valencia arguye que la Constitución de 1863 es el ejemplo palmario de dicha situación.67 No obstante la pertenencia de este primer elemento explicativo, el autor se plantea una pregun­ta pertinente: ¿Por qué razón no se produjo un resultado disolvente de- la República de Colombia con la experiencia de los Estados Soberanos? Y como respuesta ofrece un marco hipotético coheren­te, que los distintos capítulos del libro tratan de probar: la existen­cia contradictoria pero eficaz de unos factores de "cohesión social y política" a escala de las sociedades locales y regionales. Dichos factores de cohesión tomaron forma concreta, por una parte, en la estructura de poder político, basada en "los municipios con sus especificidades localistas, la cual determinó el alinderamiento ideo­lógico en uno de los dos llamados partidos" y, por otra, en "que los caudillos locales se convirtieron en un factor integrador", en la medida que unían intereses municipales con intereses regionales y nacionales.68 Nótese que el énfasis del análisis está puesto en los fenómenos político-institucionales y en el caudillismo, pero no al­canza a bajar hasta la dimensión social más profunda, a las socieda­des reales ni a sus formas de cohesión internas.

El estudio de la región caucana se orienta con el concepto de región política, que Valencia retoma de Humberto Vélez,69 la cual se presenta como diferenciada de las otras que conformaban los Estados Unidos de Colombia. Para el desarrollo de la hipótesis y de la exposición, Valencia recurre a una periodización histórica

67 Ibid. p.15. 68 Ibid. p. 16. 6' Humberto Vélez. "La Regeneración y el Gran Cauca: de la autonomía relativa a la

desintegración territorial". En: Estadoy Economía en la Constitución de 1886. Osear Rodríguez (comp.). Bogotá. Contraloría General de laRepública. 1986.

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que distingue dos dinámicas políticas: en la primera, que va de 1863 a 1873, predomina la capacidad de los caudillos caucanos para ejercer la soberanía sobre "su" Estado y se consolida el libera­lismo mosquerista; en la segunda, de 1873 a 1886, es manifiesta una tendencia de los partidos por superar sus marcos regionales y el caudillismo, por eso surge el liberalismo independiente, que con­tribuye decisivamente al triunfo de la Regeneración en el plano nacional, lo que traerá como consecuencias tanto el fin del régi­men liberal como el declive de la preponderancia política caucana en el escenario nacional. En su estudio, Valencia utiliza con pro­piedad una amplia gama de fuentes primarias y secundarias, pero adicionalmente ofrece un contexto con elementos de análisis eco­nómico y social que matiza su enfoque centrado en la política.

Los objetivos fundamentales que se propuso Valencia se logran, en la medida que aporta un primer trabajo comprehensivo de la historia política de una región colombiana clave en ese plano y que había sido desestimada hasta entonces por los historiadores, quie­nes prefirieron ocuparse de Cundinamarca, Antioquia y Santander, regiones donde las dinámicas políticas se acompañaron de desa­rrollos económicos importantes. La periodización sugerida y argu­mentada permite comprender la evolución de las prácticas políti­cas al tiempo que la persistencia de formas de cohesión social de corte tradicional que giraban en torno al caudillismo. Como lo evi­dencian varios hechos: que el liberalismo independiente no pudie­ra constituir un partido político moderno, tuviera que depender de la figura de Julián Trujillo y de los métodos caudillistas que tipificaron el movimiento mosquerista y que fracasara la llamada "payanisación" -por Elíseo Payan, el último caudillo caucano- en su intento de liberalizar a la Regeneración. Finalmente, Valencia también alcanza a mostrar las relaciones entre economía y políti­ca, sobre todo, en su análisis del surgimiento de nuevos intereses políticos y sociales, representados en el liberalismo independiente

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caucano, que expresaban los sectores comerciantes preocupados por modernizar la región, dotarla de infraestructura vial y conec­tarla con los mercados del mundo y, por supuesto, por pacificarla.

Posteriores trabajos de Valencia desarrollan esta temática de las relaciones entre economía y política en el Cauca. Es el caso de su libro Empresarios y Políticos en el Estado Soberano del Cauca?0 que estu­dia "el desarrollo económico del Cauca decimonónico mostrando los cambios presentados en las relaciones de producción y en la propiedad, como consecuencia de la 'crisis de la economía colo­nial' y de las reformas liberales y que consolidaron lo que José Antonio Ocampo define como una 'Economía mercantil local', con una producción prácticamente autártica, localizada regionalmente, pero con un intercambio interregional importan­te"/1 Un aporte sustancial del trabajo es el análisis sobre la forma como los comerciantes extranjeros se aliaron con políticos locales para promover negocios y empresas en unas condiciones de per­manente guerra interna, lo que conduce al surgimiento de una gama de modalidades empresariales, que dependían de las distintas es­trategias asumidas para sortear las condiciones adversas.72

Un interesante complemento de los estudios anteriores de Alonso Valencia, es su ensayo Luchas Soáalesy Políticas del Perio-

70 Alonso Valencia. Empresarios y políticos. Op. Cit. y Luchas sociales y políticas. Op.Cit.

71 Ibid. p. 10. 72 E. Vásquez realizó una reseña del trabajo de Alonso Valencia, en la que pondera

su importancia y propone profundizar en algunos temas cómo: los factores que dinamizaron la actividad comercial en los marcos de una insularidad regio­nal y la cuestión del desarrollo desigual de las diferentes subregiones analizadas, como el Valle del Cauca, el Altiplano de Popayán, el Quindío, el Pacífico y Nariño y los desarrollos de las élites respectivas. Véase: Edgar Vásquez. Los confiaos con las "viejas" mentalidades. En: Región. No. 2.1994, pp. 135-136. Véase también Alonso Valencia. Luchas Soáalesy Políticas. Op. Cit. pp. 273-316.

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dismo en el Estado Soberano del Cauca, que aborda una de las "ma­yores dificultades que debieron enfrentar y superar los políti­cos y empresarios del siglo XIX" para "que sus proyectos fue­ran conocidos".73 Lo que implicó superar las limitaciones de comunicación intra e interregional que padeció el Gran Cauca, en razón de lo extenso de su territorio, el aislamiento de sus núcleos poblados y lo precario de su sistema vial, además de los problemas técnicos propios de las empresas editoriales de la época. Según su hipótesis, no obstante esas enormes dificul­tades, los esfuerzos de los dirigentes caucanos fueron notables, por lo cual trataron de divulgar sus proyectos fundando perió­dicos pero con la característica de que, por lo general, estos no lograron tener una influencia que fuera más allá de la órbita local o subregional. "Esto último se confirma por la gran canti­dad de periódicos que se publicaron durante el siglo XIX, casi todos fueron hechos en coyunturas políticas específicas: un proceso electoral, una revolución o por la necesidad de promo-cionar una empresa económica, lo que unió el desarrollo del periodismo a la suerte de tales proyectos. Con esto se explica por qué los periódicos fueron de tan corta duración, pues des­aparecían con la coyuntura que había permitido su creación".74

El estudio permite seguir la relación existente entre los "pro­yectos" políticos y los de modernización económica y entre los grupos de interés locales y la política nacional. Con lo cual se hacen legibles períodos y procesos como el de la soberanía del Estado del Cauca en 1863-1865, el de la reorganización con­servadora en 1871-1876, la conformación de Partido Liberal Independiente y los inicios de la Regeneración en 1875-1880. Entre los casos estudiados por Valencia, el de los sectores modernizantes del Partido Liberal Independiente, que se ex­presaron a través de los periódicos El Telégrafo (1875) y ElFe-

73 Ibid. p. 11. 74 Ibid. pp. 11-12.

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rrocarril (1878), resulta ser el más interesante por sus caracte­rísticas y efectos en el conjunto regional.

Desde una "mirada sociológica" y en una perspectiva de larga duración, José María Rojas y Elias Sevilla Casas se trazaron el objetivo de explicar la conformación de la región que hoy se denomina Suroccidente Colombiano. Su pretensión era la de: "Perfilar algunas hipótesis que den razón de la interacción de las grandes fuerzas sociales que han forjado la región de tal modo que, al comprender su trayectoria, se pueda captar en su dinámica contemporánea una direccionalidad profunda que sufre la imagen superficial de su fragmentación inescapable a que nos tienen acostumbrados los líderes políticos y económi­cos".75 Esas fuerzas sociales son entendidas por los autores como "grupos socio-culturales subordinados", es decir, los indios, los negros y los mestizos que tenían como común denominador "el de ser o haber sido productores campesinos", los cuales esta­rían en la actualidad en un doble proceso de recomposición social y de apropiación de un territorio que desde los sectores de poder aparece como fragmentado.76

Dentro de la amplia periodización elegida, que abarca desde la conquista y la colonia hasta la época presente, el siglo XIX deviene en el período en el cual "surge y se consolida el campe­sinado triétnico mientras que las élites acusan un divorcio en­tre economía y política [...]".77 Divorcio que explican como consecuencia de la fractura sociopolítica y socioeconómica de la capa social dominante, criollo-española, que se configura duran-

75 José María Rojas y Elias Sevilla Casas. "El Campesinado en la formación territo­rial del suroccidente colombiano". En: Renán Silva (ed.) Territorios, Regionesy Sociedades. Bogotá. Universidad del Valle/CEREC. 1994, pp. 153-154.

76 Ibid. p. 154. 77 Ibid. p. 155.

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te el período colonial. Al tiempo, el siglo XLX ve aparecer impor­tantes cambios en el orden social y en la condición socioeconó­mica de indígenas, negros, mestizos y blancos pobres sobre los cuales las élites aristocráticas habían ejercido el dominio. Según Rojas y Sevilla, la primera fractura es política, se produce con el proceso de la Independencia y trae como consecuencia que el Cauca dependerá en adelante de un nuevo centro de poder exte­rior, Santafé de Bogotá.78 Terminada la guerra de independen­cia, hacia 1825, el reto de las élites caucanas fue doble: pri­mero, reactivar los mecanismos que garantizaban su riqueza (minas y haciendas) y después, que esto fuera compatible con un proyecto político de integración a dos opciones de Esta­do-Nación, Ecuador o Colombia. Por estas razones, para los sectores dominantes caucanos, pasar de la ruptura política a la ruptura social con el pasado colonial, tuvo unas consecuen­cias dramáticas. A causa, por un lado, de tener que mantener la esclavitud y disolver los resguardos, con el fin de prolongar las formas de trabajo que generaban su riqueza (esclavización y servilismo) y, al tiempo, modificar las relaciones con indíge­nas y negros para hacerlas armónicas con la atmósfera repu­blicana. Por el otro, al poner en peligro la existencia misma de los sectores dominantes de poder y propiciar las condiciones para que se abriera un "frente interno de luchas". De allí que, según los investigadores, se entronizara la tendencia caracte­rística del Cauca, de sumar sus propias guerras a las guerras típicas de la formación del Estado-Nación en Colombia79 El caso del general T. C. de Mosquera y de su proyecto, una mez­cla de modernización económica, autoritarismo político y equi­librio entre la unidad nacional y la autonomía regional, es ana­lizado por Rojas y Sevilla como un intento sobresaliente, pero al final fallido, de resolver esta contradicción caucana.

78 Ibid. p. 163. 79 Ibid. p. 164.

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Al diferenciar y ponderar dos procesos simultáneos, que la re­lación hacienda-mina se invierte en favor de la primera y que las capas sociales de productores agrícolas se ampliaron notable­mente, los autores pudieron concluir que desde la segunda mi­tad del siglo XIX, después de la manumisión jurídica de los esclavizados y a diferencia de lo que ocurrió en la colonia cuando las minas fueron el sector más dinámico de la economía, la ha­cienda se erige en la unidad de producción fundamental en la acumulación de riqueza. Con base en los supuestos anteriores, proponen una hipótesis central, según la cual, "[...] la capa so­cial dominante caucana, una vez producido el hecho de la In­dependencia no pudo resolver la contradicción entre la recons­trucción de su base económica y la elaboración de un proyecto político que integrara a los indios, negros y mestizos en la uni­dad Estado-Nación. El campesinado va a ser entonces un pro­ducto social de esta contradicción no resuelta".80

No hay dudas sobre la versatilidad del enfoque y el juego de hipótesis que se despliega en el análisis, sin olvidar que se trata de un ensayo de síntesis, que alude a un período extremadamen­te complejo. Sin embargo, a nuestra manera de ver, la mayor difi­cultad conceptual del análisis de Rojas y Sevilla consiste, en pre­tender meter en un mismo saco - con el concepto de "campesi­nos" - una realidad social tan heterogénea como la que surgió en el siglo XLX caucano. En efecto, esos mismos grupos de indíge­nas, negros, pardos y blancos pobres a los cuales se refieren los autores, presentan, tanto procesos de "campesinización" como otros de etnogénesis, que se soportaban en territorios más o me­nos controlados por ellos, es decir, en identidades comunes, en tierras colectivas y sociedades locales comunitarias. Una respuesta a estas generalizaciones extremas, la ofrecen las historias locales

1 Ibid. p. 164-165.

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y las etnografías que se han producido con los estudios recientes, como veremos. De todas formas, un tema polémico queda plan­teado para la agenda de trabajo, el análisis de las consecuencias de la ruralización de la vida social en la formación de las identi­dades étnicas y sociales.

L O S DESARROLLOS DE LA HISTORIA POLÍTICA REGIONAL Y SUS

PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS

Este balance muestra que el principal aporte de la historia po­lítica probablemente radique en las posibilidades que ofrece para establecer un "juego de escalas" entre lo local, lo regional y lo nacional en el estudio de la política y de lo político.

Escorcia analizó los factores determinantes en la configuración social de Cali en la colonia y el XLX.81 Al respecto, la estructura social de esta ciudad, por ser el eje de una subregión comple­mentaria de los intereses de Popayán y marginada de los merca­dos mundiales, no se puede explicar por factores meramente eco­nómicos, lo que obliga a dotarse de una perspectiva de análisis que articule lo económico, lo étnico y lo jurídico. Enfoque que desarrolla con mayor precisión en otro trabajo suyo,82 que aborda el estudio de las bases sociales de la política con el objeto de desentrañar la naturaleza de los conflictos sociales y políticos en el valle del Cauca. Para el efecto su explicación discurre sobre las relaciones entre la política vallecaucana (los conflictos y el ori­gen de los partidos) y la economía y las sociedades regionales. El trabajo muestra también la compleja diversidad social que em-

81 José Escorcia. "La formación de las clases sociales en una sociedad multi­étnica: Cali, 1820-1854". En: Historiay Espado. No. 6-7.1980.

82 José Escorcia. Desarrollo político, social y económico 1800 -1854. En: Uni­versidad del Valle (ed.) Sodedady Economía en el Valle del Cauca. Tomo 3. Bogotá. Universidad del Valle/Banco Popular. 1983.

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pezaban a adquirir tanto la ciudad de Cali como la región, con­tradiciendo la idea ampliamente aceptada de la existencia de una estructura social simple y dicotómica para la época, esto es, una sociedad polarizada entre hacendados y esclavos. Escorcia argu­menta que limitaciones estructurales en la producción agraria y en las relaciones sociales entre propietarios y trabajadores, impi­dieron la producción agraria a gran escala y con destino a los mercados internacionales, lo finalmente explicaría el estancamien­to económico regional del valle del Cauca en el siglo XIX.

José León Helguera83 aportó una sugerencia novedosa y perti­nente para la historia política regional, al articular los niveles microscópicos con los de microescala, para analizar el vacío de poder que se produjo en las provincias del Sur después de la Independencia y cómo este fue parcialmente llenado por Obando con base en una serie de compromisos con negros, indígenas y sectores populares. Modelo que Zuluaga84 aplicó y enriqueció al estudiar los nexos que se establecieron entre este carismático caudillo y la sociedad local en el Valle del Patía, en las que se combinaban redes de dependencia originadas en la estructura hacendaría con formas de bandidismo social gene­radas en la tradición palenquera de los grupos negros85.

Colmenares llamó la atención sobre el hecho "estructural del caso colombiano", en el cual "el epicentro de todas las guerras

83 José León Helguera. "Pasto: Política y prensa en la frontera Granadina 1830-1854". En: Popayán. No.72.1985.

84 Frnacisco Zuluaga. José Maria Obando. De soldado realista a caudillo republicano. Bogotá. Biblioteca Banco Popular. 1985.

85 Nos referimos a la historiografía política sobre las Provincias del Sur (Pasto, Túquerres, Ipiales, Barbacoas, Iscuandé, Tumaco y Putumayo); por su complejidad, nos obligaría a ampliar demasiado este balance y contra nues­tro querer quedamos en deuda al respecto.

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civiles fue la región esclavista (del Cauca)" que, entre 1830 y 1860, fueron lideradas por caudillos regionales.86 Pero la singula­ridad histórica consistió, en que las bases sociales del caudillismo no eran peones de haciendas sino "arrendatarios", antiguos es­clavizados o descendientes suyos, que surgieron a las activida­des políticas por el ostracismo racial en que vivían y por el clientelismo que los insertaba en la política, en la cual participa­ban de una manera peculiar, esto es, desde su identidad y bus­cando sus objetivos personales y comunitarios. En forma simul­tánea, se consolida un campesinado socialmente fuerte y de base étnica negra (con base en cultivos comerciales como el cacao y el tabaco, que competía con el producido en las haciendas), que se resiste a trabajar para las haciendas y someterse al peonaje. Ante la decadencia de la minería, los terratenientes orientaron sus esfuerzos a la sujeción de la mano de obra para trabajar las haciendas, mediante el uso de modalidades diversas (como el terrazgo o la de los cosecheros del tabaco integrados a la renta estatal). Sin embargo, estas estrategias sólo sirvieron para avivar las tensiones sociales, hasta llevar a una situación de característi­cas "incontrolables" en las relaciones amo-esclavo, con lo cual se crearon las condiciones para que la región se convirtiera en el epicentro de las guerras civiles.87

Profundizar en esta problemática exige que se consideren en el análisis temas que van desde la historia del pensamiento del siglo XIX;88 pasan por los discursos, los imaginarios y las repre-

86 Germán Colmenares. "Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del Cauca, 1810-1830". En: Jean Paul Deler, y Saint Geours. (comp.). Estados y Nadanes en los Andes (Hada una historia compara­tiva. Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú). 2 vols. Lima. IEP/IFEA. 1986.

87 Ibid. pp. 147-152. 88 Jaime Jaramillo Uribe. El pensamiento colombiano en el siglo XIX. Bogotá.

Temis. 1982.

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sentaciones colectivas, campo en el que incursionan los estu­dios biográficos de J.M. Obando, T. C. de Mosquera, A.J de Sucre y J. Arboleda y que llegan hasta considerar la influencia de las prácticas discursivas en los comportamientos políticos en el valle del Cauca a mediados del siglo XIX.89

De acuerdo con una perspectiva compleja e inclusiva, una historia social y política del siglo XIX no puede pretender es­camotear la participación de los negros en la construcción del Estado Nacional y en la de su propia etnicidad, lo que no sería otra cosa que la evidencia de una mitología etnocéntrica que se presenta como "historia nacional". Pero una perspec­tiva inclusiva de lo negro en la historia nacional y regional, supone considerar las sutiles tramas entre lo social y lo políti­co durante la esclavitud y la postesclavitud. Jorge Castellanos trató por primera vez y en forma sistemática la manumisión en Popayán90 y extendió este análisis hasta el contexto políti­co e ideológico que explica la reacción conservadora al aboli­cionismo durante la guerra civil de 1851.91 Pablo Rodríguez, se ocupó de las actividades agrarias en el Cauca durante el siglo XIX y estudió también el comercio y la vida social de los

89 Nos referimos a las siguientes obras: Francisco Zuluaga. José María Obando. Op. Cit.; Diego Castrillón Arboleda. Tomás Cipriano de Mosquera. Biografía. Bogotá. Planeta. 1994; William Lofstrom. La vida íntima de Tomás Cipriano deMosquera (1798-1830). Bogotá. Banco de la República/El Áncora. 1996; Alonso Valencia. "Importancia de Sucre en la Historia de Colombia". En Enrique Ayala (ed.). Sucre. Soldado y estadista. Biografía. Bogotá. Planeta/ Universidad Simón Bolívar. 1996, pp.73-103; Francisco Gutiérrez. Cursoy discurso del movimiento plebeyo 1849/1854. Bogotá. Universidad Nacional. 1995; Jorge Castellanos. "Julio arboleda y la Revolución Anti-abolicionis-ta de 1851". En: Historiay Espado. No . 6-7.1980, pp. 69-83.

90 Véase por ejemplo: Jorge Castellanos. "Julio arboleda y la Revolución Anti­abolicionista de 1851". En: Historiay Espado. No . 6-7.1980, pp. 69-83.

nIbid.

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esclavos en Popayán entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del XLX.92

Otros trabajos apuntan hacia una historia social y política que admita la inclusión de lo negro y sin esencialismos. Por ejemplo, Luis Eduardo Lobato, trabaja en la perspectiva de definir la na­turaleza del cambio social que se produjo en la región y el com­plejo ideológico-político que lo acompañó, a través del estudio del fenómeno de la política y del caudillismo caucano, en un contexto de relaciones nacionales, regionales y locales, con énfa­sis en el sur del valle geográfico. Perspectiva de análisis que le permitió desentrañar la naturaleza del conflicto Caloto y Quilichao entre 1840-185493 y finalmente una novedosa interpretación, llena de matices y sugerencias, sobre las relaciones entre los caudillos, sus bases locales de apoyo, el Cauca y la Nación.94

De otra parte, el investigador social Gustavo de Roux, rescató la importancia y el significado del mito y la leyenda en la re­gión, con la reconstrucción de la historia de un personaje com­plejo y fascinante: Cinecio Mina.95 Este personaje, inserto en la tradición oral de la cultura negra, es analizado como testimo­nio de la cultura negra o, si se quiere, como un fragmento de su discurso histórico contracultural, como expresión de una cons­trucción distinta y alternativa del pasado a aquella proclamada por los sectores dominantes, blancos, letrados y esclavistas. En 92 Véase por ejemplo: "Las estructuras agrarias en el Cauca, 1800-1880". En: ///

Congreso de Historia Colombiana. Memorias. Medellín. Universidad de Antioquia. 1983, pp. 241-266.

93 Luis Eduardo Lobato. Caudillos y Nación: Sociabilidades políticas en el Cauca, 1830-1860. Cali. Universidad del Valle. 1994.

94 Luis Eduardo Lobato. "El conflicto Caloto-Quilichao (1840-1854)". En: Historiay Espado. Nos. 11/12, Vol. Ul. 1987, pp. 167-214.

95 Gustavo de Roux. "Carta a un viejo luchador negro a propósito de la discrimi­nación". En: Etniay Sociedad. DocumentosdeTrabajo. No . 9.1992, pp.12-22.

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la misma vena, el libro de William Mina Aragón, es un ejemplo extraordinario de la riqueza de la visión histórica de la cultura negra del norte caucano, expresada de viva voz por uno de sus mejores exponentes contemporáneos, el señor Sabas Casamán.96

Estos estudios se podrían contrastar con algún modelo analíti­co, como por ejemplo, el utilizado por el investigador y crítico literario norteamericano Raymond L. Williams, quien introdu­jo una variable en los estudios regionales del Gran Cauca, al plantear la relación entre novela y poder, literatura e ideología y sostener la hipótesis de la configuración de regiones ideológi­cas, que se expresarían a través de las obras literarias decimo­nónicas.97 Esta perspectiva es útil para contrastar la tradición escrita (de las élites caucanas) y la tradición oral (de negros e indígenas), como otra posible vía para estudiar la configura­ción de esta región, los imaginarios de la representación de unos y otros y los dispositivos de la exclusión.

Jacques Aprile-Gniset sostiene que existe una correlación en­tre la homogeneidad física del sur del valle geográfico del Cauca, de suela plana, con la "unidad étnica del poblamiento humano y la unidad del transcurrir histórico que vivió la comarca; fac­tores con los cuales adquiere una personalidad sumamente de­finida".98 A través de este criterio, rastrea una de las caracterís­ticas fundamentales de esta zona de poblamiento negro del ac­tual norte caucano (municipios del Departamento del Cauca: Miranda, Corinto, Caloto, Padilla, Santander de Quilichao y Puerto Tejada): la continuidad progresiva hacia la constitución

96 William Mina (ed.) Historia, política y sodedad. «Nuestra historia vista por un negro». Diálogo con Sahás Casamán. Cali. Universidad del Valle. 1997.

97 Raymond Williams. Novelay poder en Colombia. 1844-1987. Bogotá. Tercer Mundo. 1991.

98 Jacques Aprile-Gniset. Los pueblos negros caucanos y la fundación de Puerto Tejada. Cali. Gobernación del Valle del Cauca. 1994.

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de una red urbana que surge como producto de la interacción de las formas de poblamiento impuestas por el dominio espa­ñol y aquellas que obedecían a formas alternativas de asenta­miento negro, que se desarrollaron relativamente al margen, primero del control colonial y después de los esclavistas y hacendados republicanos. Hasta llegar a la situación actual, de literal hacinamiento en que los colocó la industria agrícola de producción intensiva. La excelente localización de Puerto Tejada en esta malla urbana del norte caucano, lo convierten en el núcleo de la subregión y por lo tanto, en el lugar de observación privilegiado de las expresiones de la cultura ne­gra. Aprile-Gniset muestra cómo estos dos modelos de poblamiento rivalizan a lo largo del tiempo y se tornan in­compatibles en el momento en que se acelera la industrializa­ción del campo y se desarrolla la industria azucarera y cuando los terratenientes arremeten contra las tierras de los campesi­nos y parceleros.99

En un ensayo que hace parte de un libro colectivo editado por él, Zuluaga sostiene que Puerto Tejada, el gran epicentro del norte caucano,"[...] se engendra en las haciendas esclavistas de Caloto, durante los siglos XVIII y XIX. Es hija de la lucha de los escla­vos por llegar a disponer de sus vidas y sus destinos".100 Fue en esa búsqueda incesante que se desplegó una impresionante ca­pacidad de esta cultura negra para resistir, adaptarse y encontrar distintas modalidades de libertad dentro de la esclavitud, cuya

99 Ibid. Artículos, ensayos y varias tesinas de licenciatura en historia de las universidades del Valle y del Cauca, reconstruyen aspectos parciales pero valiosos de este universo de la cultura negra del norte caucano, que no podemos reseñar aquí en detalle. Con ese fin, véase Osear Almario y Luis Javier Ortiz. Poder y cultura. Op. Cit.

100 Zuluaga (ed.). Puerto Tejada. 100 años. Municipio de Puerto Tejada. Alcaldía Municipal. 1997.

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esencia constituye una negación en la práctica de dicha institu­ción. "Todas estas opciones (automanumisión, conformación de poblados relativamente autónomos de mulatos, pardos y negros libres que prefiguraban al arrendatario y al terrazguero), dentro de la esclavitud, fueron permitiendo al esclavo superar, tanto en la representación que el amo tenía del esclavo como en la del esclavo mismo, la cosificación del hombre que supone la esclavi­tud. De estas maneras, el esclavo empieza a ser reconocido como hombre, a recuperar su derecho a conformar una familia, a esta­blecer lazos de parentesco y, fundamentalmente, empieza a te­ner una relación con la tierra y su producto que le permiten sen­tirse de un lugar que él mismo va construyendo".101

En no pocas ocasiones, los matices de enfoque en la historia política, reflejan la diversidad de estas realidades socioétnicas y los contrastes entre áreas de marcado poblamiento negro con aquellas que dieron paso al mulataje y mestizaje, así como al surgimiento del campesinado en las dos bandas del río Cauca102 o especialmente en la llamada "otra banda" o región de las hacien­das de trapiche del oriente.103 Como parte de esta última subregión, el centro del valle del Cauca fue uno de los espacios en donde surgieron nuevos sujetos sociales como los campesinos estudia­dos por E. Mejía (1993) y donde se produjeron los posteriores cambios sociales al compás de la industrialización agraria y la transformación de las haciendas en ingenios azucareros.104

101 Ibid. p. 53. 102 LuisValdivia. Origeny situadón de la pequeña posesión campesina en el Valle del

Cauca, siglo XIX. En; Historiay Espado. No. 10.1984 y Alonso Valencia. Luchas Sociales y Políticas. Op . Cit.

103 Osear Almario. La configurarían moderna del Valle. Op. Cit. 104 Eduardo Mejía y Armando Moncayo. "Las relaciones laborales en la trans­

formación de la hacienda vallecaucana en ingenio azucarero industrializado". En: Revista de Extensión Cultural. No. 24-25. Medellín. Universidad Nacio­nal. Septiemrbre de 1988.

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Para relacionar estos fenómenos sociales y su incidencia en la política, Margarita Pacheco,105 se centra precisamente en las "reformas de medio siglo" y en los cruciales años situados en­tre 1845 y 1854, para analizar cómo en un contexto de con­frontaciones sociales y discursivas, los sectores populares ac­cedieron a la lucha política, que dominaban los propietarios de tierras y los comerciantes, a través de su propio universo cultu­ral. En interacción con los espacios (las "sociedades democrá­ticas") y los medios (escritos) donde se manifestaban las élites modernizantes, los sectores populares también pudieron expre­sar sus anhelos y "proyectos" particulares. Las mediaciones entre estos discursos distintos y complementarios, entre el pueblo y las élites modernizantes, a propósito de la importancia de la palabra impresa y su circulación, se encuentra tratado en otro ensayo de Margarita Pacheco.106 Este tipo de problemas y la mediación entre culturas orales y escritas se podrían rastrear y releer a través de los estudios sobre la prensa y los proyectos políticos caucanos, como lo hacen Castrillón Arboleda, Valen­cia y Vallecilla, entre otros.107

De otra parte, los estudios de Aimer Granados,108 son un desa­rrollo del campo anotado antes, es decir, de la política en zonas de fuerte mestizaje cultural, que se organiza en torno al con­cepto de cultura política local, un espacio de confrontaciones en 105 Margarita Pacheco: "El zurriago: cucharones y codíes, 1848-1854". En: Revis­

ta Historiay Espado. Nos. 11-12.1987, pp. 215-232. 106 Ibid. 107 Diego Castrillón. Popayán en la República. 180 años de periodismo. Popayán.

Talleres Editoriales del Departamento del Cauca. 1989; Adolfo Valencia. Luchas Sociales y Políticas. Op. Cit.;Nelly Vallecilla. Periodismo panfletarioy excomunión en el surocádente colombiano (1912-1930). En; Cuadernos de Histo­ria. Universidad del Valle. 1990.

108 Véase por ejemplo: "Algunos aspectos de la cultura política popular en el Gran Cauca, 1880-1910". En: Historiay EspadoNo. 15.1994, pp. 49-72.

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el que también tienen lugar los sectores populares.109 Por otro lado, ésta podría ser otra ruta de trabajo para pensar la cuestión de la identidad y la etnicidad negra y popular, es decir, para observar, en el plano local, las relaciones entre la cultura escri­ta y la cultura oral y sus mediaciones.

Aunque José León Helguera110 fue un pionero en el tema de las guerras civiles para una historia social y política, apenas recien­temente el tema ha sido retomado por las nuevas generaciones de historiadores para verlas con algún detalle así como las di­námicas particulares que adquirieron en la región, pero en el esfuerzo predominan los trabajos de corto aliento, es decir, ar­tículos y ensayos. Sosa describe las principales circunstancias (la guerra y los caudillos) que incidieron en la conformación de la frontera nacional en la región del Sur durante la primera fase de la República (1809-1834); Zuluaga estudia las característi­cas de la Guerra de los Supremos en el suroccidente; Prado se ocupa de esta misma guerra pero considerando la influencia en ella del Ecuador y sus consecuencias para los Andes surcolombianos; Valencia aporta varios trabajos sobre la gue­rra del 51, la Revolución de Meló y el papel T.C. de Mosquera en la guerra de 1859-1862.111

109 Concepto utilizado por Margarita Garrido, para analizar la política en las poblaciones mestizas durante el convulsivo período de finales del domi­nio colonial y cuando surgen las juntas de gobierno en el Nuevo Reino de Granada, pero que no considera a los grupos étnicos en cuanto tales. Véase su libro: Reclamosy representadones. Bogotá. Banco de la República. 1993.

110 "Antecedentes sociales a la revolución de 1851 en el sur de Colombia". En: Anuario de Historia Sodaly de la Cultura. No.5. 1970.

111 En su orden: Guillermo Sosa. "Guerra y caudillos en la delimitación de la frontera sur de Colombia (1809-1834)". En: Procesos. No.17.2001, pp. 61-78; Francisco Zuluaga. "La Guerra de los Supremos en el suroccidente de la Nueva Granada". En: Mueseo Nacional de Colombia (ed.). Las guerras

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Contribución a un balance y perspectivas de la historia política regional

Buscando trascender el tema de la Independencia, recientemente Zamira Díaz volvió a llamar la atención sobre un período cla­ve, 1832-1858, para analizar la relación entre el Cauca Grande y el proyecto de la nación neogranadina. Jugando con escalas de análisis iguales pero agregando la provincial del Pacífico, Almario se sirvió básicamente de ese mismo período para plan­tear la cuestión de las relaciones entre la Provincia de Buena­ventura con respecto al Gran Cauca y la República de la Nueva Granada.112

De acuerdo con panorama descrito, se puede concluir que la historia política del suroccidente tiene las siguientes caracterís­ticas generales:

a) Predominio del enfoque estructural aplicado a la macro-región suroccidental. En tanto se privilegia en el análisis a los grandes procesos sociales, tipo modernización y construcción del Esta­do Nacional y sus consecuencias, como la formación de Esta­do regional y de región, las ideologías e ideas políticas, los par­tidos y la difusión pública de sus proyectos (periódicos, revis­tas), las campañas electorales, los períodos de gobierno, las guerras civiles y conmociones, las instituciones estatales y so­ciales (gobierno, aparato de Estado, Congreso, Iglesia, etc.) y las sociabilidades políticas a gran escala como el caudillismo.

aviles desde 1830y su proyección en el siglo XX. Bogotá. 1998, pp.8-36; Luis Ervin Prado. "Ecuador y la Guerra civil de los Supremos en los Andes surcolombianos (1839-1842)". En: Anuario de historia regionaly de las fron­teras. N o . 6.2001, pp. 65-86; Alonso Valencia. "La guerra de 1851 en el Cauca". En: Museo Nacional de Colombia. Op. Cit. pp. 37-57.

112 Zamira Díaz. "El Cauca Grande en el proyecto de construcción de la nación neogranadina (1832-1858)". Anuario de historia regionaly de las fronteras. No. 6. UIS. 2001, pp.65-86; Osear Almario. "Anotaciones sobre las Pro­vincias del Pacífico", Loe. Cit.

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b) Limitaciones para integrar al análisis la micro-escala y las fuerzas sociales subordinadas a partir de sus propias identidades, dinámicas, espadas y representaciones. Comunidades locales y de base étnica negra o indígena, mentalidades colectivas, el concepto de fron­tera como complementario al de región, lo rural-urbano, la he­gemonía y la cultura.

c) Dificultades para integrar otras dimensiones naturales y sociales al análisis político. Entornos ecológicos, modelos de poblamiento, prácticas productivas y adaptaciones, representaciones simbó­licas del territorio, la familia, la autoridad doméstica y comuni­taria, las tradiciones y creencias, la perspectiva de género (ro­les, derechos, atribuciones y subordinaciones entre los sectores populares) y la perspectiva étnica en forma amplia (identidad, etnogénesis, etnificación, diferenciación social, fronteras).

L A HISTORIA Y LA ANTROPOLOGÍA FRENTE A LA HISTORIA

POLÍTICA REGIONAL: HACIA UN NUEVO PANORAMA CONCEPTUAL

Lenclud sostiene que: "El advenimiento de una 'nueva histo­ria', en particular alrededor de la escuela de los Aúnales, ha derribado (como prescribía desde 1903 F. Simmiand) los tres ídolos del discurso positivista: la cronología, la individuali­dad y la política".113 En efecto, en medio de estos avatares, la experiencia de Annalescon su valioso y controversial aporte, es sin duda la que más sistemáticamente anuncia la posible perspectiva para ambas disciplinas y especialmente por el paso de la llamada historia de mentalidades a lo que J. LeGoff, A. Burguiére y J .C. Smicht denominan antropología histórica o his­toria antropológica.

113 En: Pierre Bonte y Michel Izard (ed.). Diccionario Akalde Etnologíay Antro-¡logía. Madrid. Akal Ediciones. 1996, p. 347.

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Con los hallazgos de ambas disciplinas, el tiempo del "gran re­parto" al que se ha hecho referencia parece estar llegando a su fin y es evidente la paulatina disolución de los antiguos límites que se fijaban entre ellas, en la medida que se consolidan nue­vos campos temáticos y que estos se abordan desde perspecti­vas que integran métodos y procedimientos de la historia y la antropología. Los propios antropólogos encontraron tempra­namente en los estudios africanistas (G. Balandier, J-W. Lapierre) y en la etnohistoria norteamericana los elementos para replantearse dicha orientación y reconocer la necesidad de una perspectiva histórica en el estudio de todas las sociedades, como también lo ratifican los hallazgos de la etnohistoria mesoameri-cana y andina y los estudios poscoloniales de la India, el sudes­te asiático y el África.

De tal manera que hoy asistimos a una fuerte controversia que oscila entre dos polos discursivos, el etnocentrismo y el culturalismo. Sin embargo, un campo intermedio de trabajo y reflexión se ha ido configurando, aprovechando los alcances de la antropología y de la historia para examinar estos procesos en condiciones "fronterizas", tales como la descolonización latinoa­mericana, africana y asiática. Ese campo de trabajo le constitu­ye, con sus aproximaciones y matices divergentes, la etnohistoria, los estudios postcoloniales y de los sectores subalternos.114

De otra parte, Radcliff y Westwood sostienen que si bien las identidades nacionales son "comunidades imaginadas" o pue-

Silvia Rivera Cusicanqui y Rossana Barragán (comp.). Debates Postcoloniales: una Intmducáón a los Estudios de la Subalternidad La Paz. SEPHIS/Aruwiyun. 1997; Florencia Mallon. Peasant andNation. Los Angeles. Uiversityof California Press. 1995, y: Guillaume Boceara. "Mundos nuevos en las fronteras del Nuevo Mundo". En: Electronic Review. UMR 8565.2001. También se puede consultar la historiografía hindú.

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den ser entendidas como tales, es realmente muy poco lo que sabemos acerca de cómo se producen y reproducen las ideas de nación e identidad, quién imagina la comunidad y cómo lo hace, y qué diferencias se suscitan entre las comunidades como con­secuencia de ello, por lo cual hay que rehacer las naciones con nuevos enfoques a las identidades nacionales.115 Para respon­der a estos interrogantes, recurren a algunos conceptos nove­dosos, como lo que llaman "geografías de identidad", que toma del concepto de geografías imaginadas de Said la idea "de que las estructuras de pertenencia, diferencia y organización espa­cial son delineadas y pobladas continuamente, influyendo en la constitución de la identidad en relación con el otro".116

Sin embargo, romper con la idea predominante de la nación como algo centrado y nuclear no sido una tarea fácil para los investigadores ni para el común de la gente. De hecho hace más de dos siglos que el mundo se viene configurando como un sistema de Estados-Nacionales, lo que ha implicado la difu­sión de la forma nacional a la mayoría de las sociedades huma­nas y que se lo haya sancionado como el sistema más idóneo de organización sociopolítica.117 Pero el proceso de consolidación de esta forma específica de ordenamiento sociopolítico no ha sido uniforme, ni en sus ritmos de expansión, ni en cuanto a los contenidos asignados al propio concepto de Estado-Nación. Debemos reconocer entonces que existe una gran brecha en términos de experiencia histórica, entre el Estado-Nación del siglo XLX, que aspiraba a la homogeneidad y el Estado-Nación

115 Sarah Radcliff y Sallie Westwood Rehadendo la nadón. Lugar, identidadypolí­tica en América Latina. Quito.Ediciones Abya-Yala. 1999, p. 50.

116 Ibid. p. 51. 117Mónica Quijada, Carmen Bernandy Arnd Schneider. HomogeneidadyNación.

Con un estudio de caso: Argentina, siglos XlXy XX. Madrid. Consejo Supe­rior de Investigaciones Científicas. 2000.

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del siglo XX-XXI, que ha incorporado el principio multicultural en el ámbito constitucional.118

La búsqueda histórica de la homogeneidad en Occidente, plantea la necesidad de estudiar los mecanismos específicos a través de los cuales se intentó alcanzar dicha homogeneidad,119 pero es evi­dente que no existen suficientes estudios al respecto, de acuerdo con el análisis de Quijada, Bernand y Shneider. Estos investiga­dores entienden por "construcción de la homogeneidad" u "homogeneización":"[...] la tendencia histórica y procesual a eli­minar o ignorar las diferencias culturales, étnicas, fenotípicas, etc. de un grupo humano, de forma tal que el mismo sea percibido y se autoperciba como participe de una unidad etno-cultural y refe­rencial. Este proceso se vincula a la asimilación ideal de las fron­teras de dicho grupo humano con los límites del estado al que está ligado institucionalmente y cuya soberanía detenta [...]".120

Por esta razón, el resultado de la homogeneización "no debe en­tenderse en términos de 'realidades', como de construcción ideo­lógica a partir de la apropiación colectiva de percepciones que se resuelven en el nivel del imaginario".121 Sin duda, esta perspectiva convierte el proceso de homogeneización, sus mecanismos y dis­positivos, sus dinámicas y ritmos en las unidades de análisis con­cretas en el estudio de las identidades nacionales en América La­tina. En efecto, según estos investigadores, con sus ritmos des-

118 Francisco Colom González. "El nacionalismo y la quimera de la homoge­neidad". En: Francisco Colom González (ed.). E l espejo, elmosaicoy el crisol. Modelos políticos para el multiculturalismo. Barcelona. Anthropos. 2001, pp. 11-33; José María Mardones. "El multiculturalismo como factor de modernidad social". En: Ibid, pp. 35-53.

119 Eric Hobsbawm y Terence Ranger. The invention of tradition. Cambridge. Cambridge University Press. 1990.

120 Bernandy Shneider, Op. Cit. Introducción, p. 8. 121 Ibid. p. 8.

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iguales, en América Latina se presentaron cinco vías fundamen­tales, que no únicas, para la construcción de homogeneidad: edu­cación universal, uniformización lingüística, unificación de la me­moria histórica, expansión de las prácticas asociativas, consolida­ción del sistema eleccionario.122 Ahora bien, como se sabe, el pun­to de partida de este proceso en este hemisferio fue una base demográfica de una heterogeneidad étnica muy amplia y marca­da. ¿Cómo incorporar, entonces, estas realidades a la explicación histórica acerca de la construcción de la homogeneidad?

En esa perspectiva se inscriben también los propósitos del Grupo de Investigaciones Históricas sobre el Estado Nacional en Co­lombia. El Grupo, se propone rastrear la construcción de los dos monopolios por excelencia del Estado Nacional durante el siglo XIX, el de la fuerza y el fiscal; al tiempo que identificar dos grandes procesos de larga duración en la configuración de la nación: la integración social de los estamentos heredados de la colonia y la integración social y política de las provincias, a la luz de las experiencias del federalismo y el centralismo. Como parte de su orientación, el Grupo ha retomado y enriquecido varios conceptos del enfoque histórico-sociológico de Norbert Elias123: la idea de experiencia histórica se apoya en "[...] el con­cepto de historia como lo acontecido a una sociedad específi­ca" y la de experiencia social tn "[...] el hecho de vivir algo con los otros, correspondiente a una autoconciencia de dicha vivencia [,..]".124 Una idea cercana la encontramos también en el histo­riador social inglés E. P. Thompson, quien define la experiencia colectiva como aquello que ocurre, la mitad dentro del ser social

122 Ibid. p. 30. 123 Norbert Elias. E l proceso de la dvilispdón. México. FCE. 1989. 124 Armando Martínez Garnica (coord.). La experienciaJederalcolombiana, 1855-

1886. Bucaramanga. Proyecto de Investigación presentado a Colciencias. 2001-2002.

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y la mitad dentro de la conciencia social. De donde se deriva su propuesta de distinguir entre: experienda I, la experiencia vivida y experiencia II, la experiencia percibida.125

No obstante los avances y aperturas temáticas y metodológicas que representan estos trabajos, desde nuestra particular perspec­tiva e interés, debemos concluir que subsisten todavía varios obstáculos epistemológicos que es necesario hacer explícitos. En efecto, el enfoque de Quijadas et al, traza un útil derrotero metodológico en torno a los conceptos de homogeneización y asimi­lación, que permite establecer las peculiaridades de cada país, así como los períodos correspondientes a las distintas dinámicas de este proceso. Sin embargo, lo que este enfoque supone es que, finalmente, la homogeneización se produjo y que con ella apare­ce la nación, conclusión que de nuevo oculta procesos diferen­tes, contrapuestos o complementarios. De otro lado, la perspec­tiva del Grupo interinstitucional antes citado, acierta en cuanto a la pretensión de una nueva narrativa de la historia política na­cional y la búsqueda de un equilibrio entre los grandes procesos sociales de integración y la formación de una institucionalidad política. N o obstante, el enfoque resulta insuficiente, en cuanto al reconocimiento de dinámicas de identidades moleculares y paralelas a la formación del Estado Nacional.

Por nuestra parte, hemos tratado de mostrar que los procesos de homogeneización y asimilación, si bien se dieron en todas partes, en ciertas condiciones y espacios, también produjeron efectos contrarios a los pretendidos, contribuyendo a la dife­renciación étnica y social. Es lo que algunos denominan los procesos de etnificación o etni ación, en los cuales la presión del Otro dominante (política y simbólica), genera o fortalece diná-125 EduardP. Thompson. "La política de la teoría". En: Raphael Samuel (ed.).

Historia Populary Teoría Sodalista. Barcelona. Crítica. 1984, p. 314.

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micas de diferenciación e identidad entre los sectores subordi­nados. De la misma manera cabe decir que, lo que perspectivas como las comentadas todavía no alcanzan a reconocer, es la simultaneidad de procesos de identidad nacional con procesos de diferenciación étnica o etnogénesis. Pero más todavía, tampo­co logran reconocer las consecuencias sociales y políticas de estas dinámicas, es decir, que la construcción del Estado Na­cional temprano debió pasar por formas de conflicto, oposi­ción y mediación entre estos universos contrastados.

Al estudiar la etnicidad como una estrategia social en América Latina, algunos autores la consideran como una realidad cons­truida, con una historia propia que también hay que recons­truir y en la que se "puede apreciar cierta intencionalidad". Por lo tanto, de estos procesos se pueden abstraer, por una parte el carácter construido propiamente dicho (que está referido a al tiempo y al lugar) y el subjetivo por otra.126 Ahora bien, tratan­do de escapar de los dos paradigmas que polarizan estas discu­siones, el "primordialista" (sustentado en la idea de que la etnicidad se basaría exclusivamente en características históri­camente demostrables) y el "instrumentalista" (que sostiene que la etnicidad es manipulable y que a menudo pose un carác­ter instrumental), este grupo de investigadores propone una perspectiva interesante para resolver estos extremos: hacer in­vestigaciones sobre la construcción de la etnicidad y sobre la utilización social y política que posteriormente se hace de la misma. Después de destacar que el concepto de etnogénesis fue institucionalizado en las ciencias sociales por Roosens, al estudiar el caso de los indios hurones del Canadá, que en su enfrentamiento con el gobierno terminaron por crear una iden­tidad propia, los investigadores llaman la atención también so-126 Michiel Baud et al. Eíniddad como estrategia en América Latina y el Caribe.

Quito. Ediciones Abya-Yala. 1996, p. 12.

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bre el hecho de que la tradición puede ser inventada127 y con­cluyen en la siguiente sugerencia para la investigación históri­ca: "La importancia de esta teorización para el estudio de la etnicidad reside en que da espacio a un planteamiento que toma en consideración tanto las estructuras de diferenciación étnica como la vivencia subjetiva y la dinámica histórica y social de la etnicidad".128

Con el propósito de abordar en mejores condiciones estos pro­blemas, la etnohistoria en América Latina viene experimentan­do unos cambios notables, que han sido resumidos reciente­mente por Boceara.129 De acuerdo con su balance, de lo que se trata es de profundizar las estrategias de análisis, alejándose de los polos etnocéntrico o culturalista, propendiendo por la deli­mitación de un nuevo territorio de trabajo, que se configura en torno a la idea de que los procesos identitarios son fundamentalmente políticos, es decir, que resultan de campos de fuerza y relaciones de poder, entre dominados y dominadores. Tres conceptos re­sumen estos avances: etnogénesis, en el que se pone el énfasis en la dinámica interna del grupo humano; etnificación, que se define como una interacción entre la presión del grupo dominante y la respuesta del dominado y frontera, entendida como mucho más que un asunto espacial y fundamentalmente simbólico.

Recientemente, los etnohistoriadores vienen trabajando sobre la extraordinaria pista que pueden ofrecer las antiguas provin­cias respecto de la configuración de los estados nacionales,130

en tanto ellas articulan formas precolombinas de la identidad,

127 Hobsbawm y Ranger. Op. Cit. 128Baudetal.Op.Cit.p.24. 129 Guillaume Boceara. Op. Cit. 130 Ana María Lorandi y Mercedes del Río. La etnohistoria. Etnogénesisy transforma-

dones sociales andinas. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina. 1992.

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respetadas o modificadas por el imperio incaico y por el propio dominio español, experiencias que sirvieron de base para la construcción de las primeras identidades en los albores de la Independencia y durante la fase temprana de las Repúblicas.

Pero de inmediato, hay que poner a prueba los modelos que explican que el proceso del Estado Nacional, precisamente por su condición procesual, tiene dos momentos diferenciados, de tal manera que el primer momento, el de su surgimiento, impli­ca una fragmentación de la unidad nacional pretendida, lo cual se constataría con la amplia capacidad que tuvieron las élites locales y provinciales para expresar sus intereses, mientras que el segundo momento, el de su consolidación, supone una frag­mentación del poder regional, precisamente como una estrate­gia para cristalizar el poder el central.131

Un investigador colombiano al abordar esta temática, analiza las provincias y las regiones históricas que adquirieron forma política durante el siglo diecinueve, bajo dos figuras denomi­nas, "Estado Provincia", correspondiente a las primeras déca­das de la organización estatal (modelo signado por el legado del dominio hispánico que, como es sabido, se basó en buena medida en las provincias históricas) y "Estado Región", que habría tenido vigencia desde mediados del siglo XIX hasta 1886 (modelo marcado por el protagonismo de las regiones políticas enfrentadas al poder central). Este mismo investigador sugiere que dichas figuras analíticas, aluden también a las tensiones producidas en torno a las identidades e imaginarios aportados por los diferentes sectores sociales que concurrieron al proyec-

1 Guillermo de la Peña. "Los estudios regionales y la antropología social en México". En: Pedro Pérez Herrero (comp.) Región e Historia en México (1700-1850). Métodos de análisis regional. México. Instituto Mora. Universi­dad Autónoma Metropolitana. 1991, pp.158-159.

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to nacional. En otras palabras, las de los criollos y las de los sectores subalternos, tensiones que se plasman en las distintas versiones de la "comunidad imaginada" por una parte y las de las "comunidades reales" por otra.132

Provincias históricas, regiones y Estado Central, con sus res­pectivas dinámicas, relaciones y tensiones, constituirían así, distintos momentos de un continuo en torno al cual se define la originalidad de la constitución de la nacionalidad colombiana.

Por su parte, desde la historia y el pensamiento social, los nue­vos enfoques se orientan en la dirección de superar el paradig­ma nacionalista y hacia la necesaria construcción de otro, que permita integrar el conflicto, la tensión, la diversidad y la alteridad, es decir, el conjunto de los sujetos históricos, domi­nantes y subordinados, al análisis del Estado Nacional. Esto es, una historia objetiva e inclusiva, cuyos avatares y desarro­llos no vamos a detallar aquí por obvias razones.133

De cualquier manera, estos enfoques hasta ahora se utilizan en forma privilegiada y casi exclusiva en relación con casos históri­cos donde predomina la población indígena y los consiguientes fenómenos de mestizaje biológico y cultural. Sin embargo, un esfuerzo adicional consistirá en utilizarlos en relación con una 132 Miguel Borja. Estado, Sodedady ordenamiento territorial en Colombia. Bogotá.

IEPRI/CEREC. 1998, pp. 15,26-53 y «La región y la nación en la sociedad global: entre comunidades reales y comunidades imaginadas». En Colom­bia cambio de Siglo. Balancesyperspectivas. Bogotá. Universidad Nacional de Colombia/IEPRI/ Editorial Planeta. 2000, p. 175.

133 Véase por ejemplo: Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob. La verdad sobre la historia. Barcelona. Andrés Bello. 1998. En América Latina en par­ticular, desde el trabajo de Bendict Anderson. Comunidades Imaginadas (Méxi­co. FCE. 1993) la discusión adquirió nuevos matices, como se puede seguir, entre otros, en los estudios de Francois-Xavier Guerra.

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región como la caucana, en donde la población negra y mulata es importante y en muchos casos ampliamente predominante.

Este apretado recorrido por la cuestión de la historia política regional en el discurso histórico contemporáneo, nos reta a avi­zorar un panorama potencial de problemas a trabajar, que po­demos resumir en los siguientes campos:

a) Superar paradigmas, tradiciones heredadas y obstáculos epis­temológicos y construir nuevos horizontes conceptuales. b) Pasar de la imagen generalizada de "cimarrones" y palenqueros para explicar las sociedades locales negras a la reconstrucción y comprensión de sus diversas estrategias en busca de la libertad y la permanente resistencia a la marginalidad y la exclusión. c) Reconocer que la reconstitución étnica indígena ha sido una constante de la historia regional y no un epifenómeno. d) Profundizar en la etnohistoria y explorar la perspectiva de los llamados estudios subalternos y poscoloniales con fines compa­rativos, para avanzar en las investigaciones sobre lo blanco, lo negro, lo indígena y lo mestizo en Colombia y el Gran Cauca.

e) Avanzar de la comparación interna a la externa. De lo andino, pacífico y amazónico como modelos internos a los modelos más generales sobre casos y procesos contrastados. f) Pasar de los estudios históricos sobre la institucionalidad colonial y republicana a los de la experiencia histórica del po­der, la explotación, el dominio y la resistencia. g) De la región al espacio y de los estudios de historia económica y social a una historia de la ecología o de las relaciones entre los distintos grupos étnicos y sociales y entre estos y la naturaleza. h) Trabajo de archivos y de otras fuentes no escritas (orales e iconográficas) para constituir archivos temáticos en torno a la política y el poder.

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La historia política a través de sus actores: Historias con sentido

Adolfo León Atehortúa Cruz Departamento de Historia

Universidad del Valle

Muchas dudas afloraron al momento de escribir la presente po­nencia. Las variables que determinan su contenido son el panel en que se encuentra inscrita, titulado "Región e historia Políti­ca", y el seminario que la convoca: "La historia política hoy, sus métodos y las ciencias sociales". Entendí que uno de los objeti­vos centrales del evento era debatir sobre nuevas temáticas y metodologías para abordar la historia política, y en ese sentido decidí reflexionar sobre mi propia experiencia. A riesgo de caer en la anécdota pero con la convicción de que el camino recorrido es útil para quienes empiezan, la presente ponencia intentará mostrar los aportes y enseñanzas que dos investigaciones publi­cadas por la Universidad Javeriana de Cali y el CINEP en 1995 y 1998, respectivamente: Elpodery la sangre. Las historias de Trujillo-Valle y Sueños de inclusión. Las violencias en Cali, años 80x, ofrecen con respecto a las teorías, miradas y métodos con que puede abordarse el análisis de la violencia en un contexto regional y próximo. Su conclusión más importante constituye una propues­ta en desafío: además de ubicar a los actores en la historia, inda­gar sobre la producción de situaciones históricas por actores. 1 Adolfo León Atehortúa. Elpodery la sangre. Las historias de Trujillo-Valk. Cali.

Universidad Javeriana. 1995, y Sueños de inclusión. Las violendas en Cali, años 80. Bogotá. CINEP. 1998.

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HISTORIA POLÍTICA E HISTORIA ORAL

En busca de pequeños espacios en los cuales pudiera constatarse el cruce de las diversas manifestaciones de violencia padecidas por Colombia a lo largo de su historia, nos aproximamos en 1988 al municipio de Trujillo, ubicado en la cordillera Occi­dental, en su tránsito por el departamento del Valle.

En pleno auge del estudio publicado bajo el título Colombia: vio-lenday demacrada? las investigaciones acerca del fenómeno prota­gonizaban diversas discusiones. Ya no se hablaba de la Violencia, con mayúscula y en singular, sino de las violenáas, con minúscula y en plural. Violenáas resultantes de una compleja red de interac­ciones y causas múltiples; violenáas consideradas en el juego de diversos factores de operación entrelazada y simultánea sobre todos los ámbitos de la vida social: variedad de expresiones que "no excluyen, pero sí sobrepasan, la dimensión política"?

La idea central de nuestra investigación, en ese orden, giraba en torno a la necesidad de trabajar sobre "laboratorios geográ­ficos y sociales" que permitieran un estudio histórico y en vivo de esas múltiples violencias y sus interacciones. Al fin y al cabo, Trujillo las tenía todas: las viejas y las nuevas, las comunes y las políticas, las del gamonal y las de la guerrilla, la de los narcos y la de los paras.

Trujillo era un municipio sin archivo. Las actas del Concejo Municipal, por ejemplo, se utilizaron para envolver carne en los años cincuenta. No por ignorancia o negligencia: fue un proceso deliberado para borrar las huellas de la intervención de 2 Véase: Comisión de Estudios sobre la Violencia. Colombia: violenday demacra­

da. Bogotá. Universidad Nacional. 1987. 3 Ibid. p. 17.

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liberales en la fundación del municipio. Después de ello, tam­poco se necesitó de archivo: los procesos de decisión en la vida del pueblo fueron siempre verbales y sujetos a la voluntad del gamonal del pueblo, Don Leonardo Espinoza. Por consiguien­te, la memoria tenía que captarse en forma oral y, en ese senti­do, se empezó por entrevistar a los pobladores más ancianos.

La referencia personal se utilizó como estrategia y no como concepto. Era claro que los ancianos no querían hablar de la historia violenta de su pueblo pero les fascinaba contar su pro­pia vida. Rememoraban la forma como llegaron con sus padres a la tierra; la tenacidad con la que construyeron sus fincas; el coraje del machete para domar la naturaleza; la manera como creció el pueblo. Entrados en confianza, caían en la historia política y en la violencia; aparecía el gamonal con su trono de sangre y sus vidas de gato; las guerras por el poder y el poder de la guerra; las disputas políticas y la tragedia económica. No podían eludirlo porque todo hacía parte de la cotidianidad del municipio. Se enredaban en su relato y brindaban lo que en principio habían negado: historias orales sobre política y vio­lencia.

En diciembre de 1989, a instancias del Padre Tiberio Fernández Mafia, entrevistaba a una de sus ancianas feligreses cuando lle­gó una mujer más joven. Inundó el espacio con su presencia y se tomó la palabra. Hablaba sin parar sobre su vida, sobre su madre y su matrimonio. En ese momento capté su interven­ción como una historia loca, individual y sin sentido; algo in­sulso que había cortado la historia paciente y estructurada que ofrecía la abuela. Para un historiador de profesión, formado entre la Academia, la Escuela áeAnnalesy el Marxismo, el indi­viduo no podía ser el centro de la "historia oral"; el objetivo no era la reconstrucción de los transcursos personales, sino la po-

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sibilidad de develar con esas fuentes los procesos de evolución seguidos por la sociedad. Intenté cambiar la escena pero fue imposible; la cortesía primaba y no tenía forma de detener la grabadora. La mujer completó la primera cara del cassette y cambió, ella misma, al otro lado. Ni siquiera preguntó si podía hacerlo y no tuve más remedio que asentir y permitir que con­tinuara con su exposición. En verdad, algunas veces sonreí y en otras me aburrí. La campana sonó felizmente cuando, al mirar su reloj, la mujer se enderezó como resorte: "bruta, nos cogió la tarde para la misa", dijo, y se llevó a la anciana.

El cassette, por razones de la inercia, se guardó junto a las de­más grabaciones realizadas hasta que éstas y la investigación entera fueron interrumpidas. La intervención del ELN en una de las zonas más apartadas de Trujillo, así como la consecuente respuesta del Ejército Nacional y de los paramilitares, no sólo obligaron a abandonar definitivamente el pueblo; los sucesos posteriores, sobre todo el asesinato del padre Tiberio y las ame­nazas contra quienes intentábamos levantar la voz por el res­peto a los derechos humanos, nos obligaron también a abando­nar la investigación y a guardar todo lo obtenido en un rincón de San Alejo. '

A mediados de 1990, decidí cambiar el escenario de Trujillo por el de un barrio de Cali: Siloé. Parecía más amable y era más cercano. No tenía todas las manifestaciones de violencia que se encontraban en Trujillo pero guardaba una historia reciente particularmente intensa. La idea era pensar e intervenir en la problemática de la violencia juvenil en la ciudad, pero no sólo desde el ámbito restringido de los modelos tradicionales de las ciencias sociales, sino desde la perspectiva amplia y poco ex­plorada de los procesos y modelos culturales. El trabajo de cam­po invitaba de nuevo a examinar con entrevistas las formas de

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socialización que adopataban los jóvenes en la familia, en la es­cuela, en la calle, en el "parche". Solo que, en esta ocasión, deja­mos a un lado las teorías de la historia y la historiografía, para acercarnos a otro tipo de lecturas. Sin duda, el trabajo emprendi­do era más próximo a la antropología y a la sociología.

LAS NUEVAS LECTURAS Y EL DEBATE INDIVIDUO-SOCIEDAD

La primera de las nuevas lecturas fue una trilogía norteamericana sobre la delincuencia urbana: The jack-rolkr: a delinquent boy's own

story, The natural history of a delinquent career, y Brothers in Crime, escri­

tas por un sociólogo de la Escuela de Chicago4. Con un lenguaje sencillo, las tres obras ensayaban el método biográfico para identifi­car, a partir de los relatos juveniles, las relaciones causales de sus acciones. Shaw se acercó al escenario con tres propósitos: Primero, conocer a través de una historia de vida al común de los actores, sus concepciones y puntos de vista. Segundo, explorar las experien­cias de vida del actor para comprender e interpretar sus actitudes del presente. Y, finalmente, aprehender el ambiente socio-cultural frente al cual se forma, actúa y reacciona el actor en estudio.

Por esta vía, otra serie de lecturas vendrían en cadena. Empecé con biografías etnográficas como The Ufe of a Nootka Indian, uno de los más trascendentales textos en la historia de la antro­pología en donde el autor, Edward Sapir, en lugar del tradicio­nal interés por el grupo social o por la cultura, condensó una profunda preocupación por el individuo.5 En este genero ob-

4 Véase: C. R. Shaw. Tbejack-roller: a delinquent boy's own story. Chicago. University of Chicago Press. 1930; The natural history of a delinquent career. Chicago. University of Chicago Press. 1931, y Brothers in Crime. Chicago. University of Chicago Press. 1936. La primera de las obras fue reproducida en 1966.

5 Edward Sapir. "The Ufe of a Noortka indian". En:Queens Quaterly. No . 28. Reproducido en Navaho texts. lowa. Lingüistic Society of America. 1942.

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servé también a]uan de Chamula, de Ricardo Pozas,6 revelada como un auténtico clásico: a través del relato de un solo sujeto, el autor logró la construcción de una "pequeña monografía so­bre la cultura de los Chamula" y sus diversos conflictos por el cambio de valores en la transformación de sus estructuras so­ciales. Continué con The professional thief bj a professional Thies? una célebre obra de la Escuela de Chicago en los años treinta, en la que un ladrón profesional relata con fidelidad la cultura y el mundo oculto de los ladrones. De allí fue fácil pasar a una obra cuyo título evidenciaba por sí mismo la nueva dirección de los estudios sociológicos: E l regreso del actor, de Alain Touraine8 y, a partir de allí, entrar a fondo en el debate indivi­duo-sociedad, que abrumaba a las ciencias sociales al final de los ochenta e inicio de los noventa.

La cuestión, para empezar, nos remitía a Marx. Su Contrihuáón a la crítica de la economía política dio lugar a interpretaciones economicistas y mecanicistas que hicieron historia en el mar­xismo de los años sesenta y setenta. Pero, en las Tesis sobre Feuerbach o en su epistolario, Marx dejó profundas huellas sobre la producción de las ideas, las representaciones y la conciencia, entrelazadas directamente con la actividad de la vida real.9 La supuesta contradicción fue resuelta con increíble lucidez por el historiador inglés Edward Thompson y su clásico libro Lafor-maáón de la clase obrera en Inglaterra: La formación de la clase ocurre en la experiencia colectiva pero también en la indivi­dual; es un "fenómeno histórico que unifica acontecimientos

6 Ricardo Pozas. JuanPére^Jolote. México. FCE. 1952. 7 E. H. Sutherland. The professional thief by a professional thief. Chicago. University

of Chicago Press. 1937. 8 Alain Touraine. E l regreso del actor. Buenos Aires. Editorial Universitaria.

1987. 9 Véase: Cari Marx y Frederich Engels. Obras escogaos. Moscú. Progreso. 1976.

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separados y sin relación aparente, tanto en la objetividad de la experiencia como en la conciencia".10

Precisamente, fue este falso debate de las dicotomías en el estu­dio sociológico lo que condujo a Alain Touraine a criticar las ilusorias tentativas de analizar al actor social por fuera de sus referencias al sistema social, o a la inversa, con un sentido funcionalista, ocuparse de un sistema sin actores. La propuesta de Touraine, por el contrario, sugería reemplazar una representa­ción de la vida social basada en nociones de sociedad, evolución y rol, por otra donde las nociones de historicidad, movimiento social y sujeto ocuparan el mismo lugar central, como lo intenta en su libro sobre América Latina, La Palabra y la sangre?1 En su concepto, quienes tiendan a ver en cualquier aspecto de la vida social la presencia implacable de una dominación, deben recor­dar que los actores sometidos participan también en la cultura y, por consiguiente, pueden luchar contra la dominación social que somete a esa cultura. Quienes, en forma limitada, ven solamente en las relaciones sociales la aplicación de valores y normas gene­rales, deben recordar igualmente que entre las orientaciones cul­turales y las formas de organización se interponen relaciones de dominación social detectables en toda práctica social. Y, final­mente, a quienes explican un hecho social por su ubicación en una evolución histórica, Touraine opone la idea según la cual las sociedades están cada vez menos "en" la historia, y que ellas mismas producen su existencia histórica por su capacidad eco­nómica, política y cultural de actuar sobre sí mismas y de engen­drar su porvenir y hasta su memoria.12

10 Edward P. Thompson. La formadón de la clase obrera en Inglaterra. Barcelona. Critica. 1989.

11 Alain Touraine. La parole et le sang. Politique et sodétéen AmeriqueLatine. París. Odile Jacob. 1988.

12 Alain Touraine. E l regreso del actor. Op. Cit.

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La propuesta obtuvo a principio de los años noventa múltiples discusiones y desarrollos.13 Sin embargo, con ella se encontraron otros autores desde diversos ángulos. Antes que el propio Touraine, Norbert Elias había enfrentado en su obra la oposi­ción clásica entre individuos y sociedad. En La soáedad de los individuos?'' por ejemplo, el mundo social es un tejido de relacio­nes. El individuo no es una entidad exterior a la sociedad ni la sociedad algo externo al individuo; uno y otro recuperan y viven su sentido en la interdependencia. Cada acción de un soberano establece al mismo tiempo una dependencia en relación con los sujetos a quien se dirige, pues éstos pueden oponerse a sus actos y reaccionar de manera imprevisible. Individuo y sociedad no son figuras antagónicas: la noción de individuos se refiere a hom­bres interdependientes, pero en singular, y el concepto de socie­dad a hombres interdependientes, pero en plural. Su concepto de configuración se aplica a las formaciones sociales más diversas. La diferencia entre unas y otras obedece a las cadenas de interdependencias más o menos largas y más o menos complejas que ligan a los individuos que las componen.15 De él dirá Michel Wieviorka: "Elias rehusa escoger entre una aproximación cen­trada en el individuo y un enfoque bolista que explica todo a partir de la sociedad considerada en su conjunto. Encuentra in­aceptable que se separe el análisis del funcionamiento social del análisis histórico del cambio o de la reproducción"16.

13 En 1995, en Cerisy (Francia) tuvo lugar un coloquio en homenaje a Alain Touraine; el resultado de las disertaciones fue un voluminoso texto que reunió a treinta y cinco autores: Francois LXibet y Michel Wieviorka (comp.). Penser le sujet. París. Fayard. 1995.

14 La sodété des individus. Paris. Fayard. 1993. Con respecto a la obra de Elias, consúltese: Alain Garrigou y Bernard Lacroix (dir.). NorbertElias. Lapolitique et ¡'historie.. París. La Découverte. 1997.

15 Norbert Elias. Op. Cit. 16 Véase Michel Wieviorka. Prólogo aNorbert Elias yjohn L. Scotson. Logiques

de ¡'exclusión. París. Fayard. 1965.

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La historia política a través de sus actores: Historias con sentido

Una de las más importantes ideas de Elias será desarrollada con amplitud por Anthony Giddens. Para Elias, la representación de unjo separado, exterior a la sociedad, tal y como le conocemos hoy, se ha formado históricamente. Nuestra concepción fami­liar, de la infancia; nuestra imagen de hombre y de mujer, se han formado históricamente, como también la problemática de la conciencia delyo y de la interioridad. Las obras de Giddens refie­ren tales aspectos: "las propiedades estructurales de los sistemas sociales son a la vez condiciones y resultados de las actividades realizadas por los agentes que forman parte de esos sistemas".17

Es un proceso cíclico dual que presenta la estructura social des­de el ángulo del movimiento; una sociología de las estructuras sociales y de la acción, similar a la propuesta por Touraine para descubrir y analizar, allí donde los mecanismos de funcionamiento y cambio social conservan suficiente autonomía en relación con el poder estatal, nuevos actores, nuevos conflictos y sobre todo nuevas propuestas. Por eso subraya la importancia de estudiar la relación de pareja, la historia del niño y la evolución de la intimi­dad, por ejemplo, para aislar elementos simples de análisis den­tro de la complejidad histórica.

En palabras de Touraine, el objetivismo nos llevó a relacionar ante todo las conductas del actor con su posición en el sistema social. Estas deben comprenderse ahora por el conocimiento del lugar que ocupan en las relaciones sociales a través de las cuales se produce la historicidad. Ambas formas pueden parecer simila­res. Pero en el primer caso se separa el significado y la concien­cia, mientras en el segundo se afirma que el significado debe entenderse a partir de una acción normativamente orientada, es decir, interpretando la conciencia pero sin romper con ella.18 Para 17 Anthony Giddens. La constitution de la sodété. Eléments de la théorie de la

structuration. París. PUF. 1984, p. 444. 18 Alain Touraine. Op. Cit, p. 51.

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Francois Dubet, tal propósito no será solo asunto de historici­dad. Lo será también de experiencia; una actividad cognitiva que permite al actor una manera de construir la realidad pero también de experimentarla y verificarla; una combinación de lógicas de acción que vinculan al actor con las dimensiones del sistema. "El sujeto se manifiesta de la manera más banal y menos 'heroica' en la construcción de la experiencia indivi­dual en la cual los individuos colocan en orden los significa­dos a fin de concebirse como los autores de su propia vida".19

Por tanto, el actor también está dividido y sujo disociado, reserva crítica que impide al individuo identificarse con su rol y posición.20

El seguimiento al debate se hizo riguroso y se colocó al orden del día por una razón adicional. En 1990, Alvaro Camacho y Alvaro Guzmán habían presentado su obra Colombia: áudady violenáa?1 Se trataba de una reflexión acerca de la violencia en Cali durante la década de los ochenta que era, igualmente, mi tema de trabajo. Sin embargo, consideré desde un principio que la obra de los Alvaro se había dedicado a colocar de presente el carácter cuantitativo del fenómeno con las actas de defunsión y las noticias de prensa, y no había observado los trasfondos reales de esa violencia. Acudir a los actores, reconstruir sus vivencias y aproximarse a las relaciones sociales concretas que forjan su personalidad y sus visiones del mundo, era otro pro­cedimiento para levantar un diagnóstico global y cualitativo del problema.

19 Francois Dubet y Michel Wieviorka. Op. Cit. Introduction, p. 10. 20 Francois Dubet. Sociologie de ¡'experience. Paris. Actes de la recherche en sciences

sociales. Junio de 1984, pp. 52-53. 21 Alvaro Camacho y Alvaro Guzmán. Colombia: riudady violencia. Bogotá. Edi­

ciones Foro Nacional. 1990.

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La historia política a través de sus actores: Historias con sentido

E L RETORNO A LA INVESTIGACIÓN Y SUS CONCLUSIONES

En este estado de cosas, en 1995 ocurrió un evento inespera­do. El presidente Ernesto Samper hizo explícito y público el reconocimiento de la responsabilidad directa del Estado en los crímenes de Trujillo y se comprometió a la enmienda. Ese mis­mo día consideré que las condiciones podían ser favorables para la publicación del libro y recibí el aliento del Padre Javier González, vicerrector de la Universidad Javeriana en Cali, para que me dedicara exclusivamente a escribirlo. Las noches que acongojado pasaba en vela, pensando en la deuda que tenía con el cura Tiberio y con aquellos que rindieron su testimonio antes de ser asesinados, llegaban a su fin.

Del cuarto de San Alejo salieron todos los documentos y cas­settes que había recaudado sobre Trujillo y volví a examinarlos en detalle. Entre ellos apareció el relato de la mujer que inte­rrumpió a la anciana en aquella tarde de diciembre de 1989, y que no recordaba tras el paso del tiempo. Lo encontré sencilla­mente extraordinario, con una riqueza intrínseca que permitía alumbrar la redacción total del texto que me proponía. Al des­cribir su vida, la mujer dejaba en claro el devenir histórico de la sociedad en que transcurría; a su lado pasaban la geografía, el tiempo y la naturaleza; deambulaban la infraestructura produc­tiva y la economía. Pero, más allá todavía, su relato resaltaba las divisiones sociales y el poder; mostraba la cultura, la fami­lia, la escuela y la violencia en todas sus dimensiones. Era una Colombia rural, en medio siglo de historia, a la luz de un testi­monio femenino.

No pude volver a verla. Indagué por ella sin éxito pero pude comprobar la verdad en algunos episodios que parecían invero­símiles: los veintitrés hermanos que ayudó a criar desde peque-

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ña, el marido asesinado quizás por accidente en uno de los apagones con balacera de Trujillo, y la pérdida de su primogé­nito, asesinado a los dieciséis años para quitarle el salario. La última parte de su historia no alcanzó a contarla porque tuvo que ir a misa. Hubiera sido interesante porque, según supe des­pués, su segundo marido murió a manos de los esbirros de Leonardo Espinosa.

Años después he leído nuevamente su relato. Tal vez, en frío, no me parece tan fantástico. Por el contrario, puede ser corrien­te al compararlo con otras historias mucho más increíbles de esta Colombia desgarrada. Sin embargo, en su momento, tuvo un significado importante. Al tomarlo en su contexto, con una base teórica más consolidada y con un conocimiento más pro­fundo de la sociedad y del pueblo de Trujillo a lo largo de su historia, el testimonio resultó realmente orientador.

En la primera reflexión que efectué acerca de su contenido, el devenir de Trujillo desfiló ligado a la política. Observé que, en lo fundamental, todo pasaba por la política: desde el acceso a la tierra o el derecho a un permiso para el comercio, hasta la defini­ción de la condición social y la ciudadanía. La política en Trujillo constituyó la más radical fuente de acción y motor, para mal o para bien, de toda su evolución y desarrollo. Los habitantes del municipio, en una u otra forma, por participación o por omisión, fueron sus actores y muchas de las situaciones descritas en sus narraciones conjugaron la forma como se representaba la políti­ca. En este caso, la historia oral era la mejor fuente para acercar­se al objeto de conocimiento y comprenderlo: el transcurrir de la política tenía que verse a través de los actores.

La estructuración del universo político en Trujillo, no pasó por una dominación social previamente establecida. Por el contra-

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La historia política a través de sus actores: Historias con sentido

rio, fue en ese proceso de estructuración en donde simultánea­mente se construyó la realidad del poder y del dominio social, con una participación imborrable de los individuos. A cada uno de los personajes más importantes del pueblo correspondía una lógica que fue advertida con el título de los capítulos del libro: "Ernesto Pedraza: ¿el poder para qué?"; "José J. Ríos: el poder para el conservatismo"; "Leonardo Espinosa: el poder para mí" y "Las nuevas violencias y las redes de poder local: ¿el poder para quién?". Una vez más, pero en esta ocasión a través de los protagonistas en primera plana, la historia política de Trujillo resultaba descifrable.

En Trujillo, la política no sólo se apodera de lo cotidiano y permite la dominación local con una fuerte autonomía; se des­tina también a reproducir una representación simbólica de lo social y, al lado de la violencia, convierte la escasa construc­ción de Estado en un proceso secular que pasa por las formas y manifestaciones de esa violencia y que, en la práctica, territo-rializa el poder a través del control de una red que recurre al asesinato y a la coacción generalizada.

Tal como lo advierte Daniel Pecaut, la memoria ayuda a cons­truir la manera como se perciben los fenómenos actuales y banaliza su significado como si fuera parte del orden de las cosas: "puesto que la violencia impide la acción colectiva y obliga al repliegue del individuo sobre sí mismo, esta indivi­dualización negativa nos devuelve nuevamente la herencia de las desventuras de la disolución del tejido social".22

Precisamente, en este último aspecto, la investigación sobre Trujillo me condujo de nuevo a la continuación del estudio 22 Daniel Pecaut. Guerra contra la sodedad. Bogotá. Planeta/Espasa Hoy. 2001,

p.220.

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sobre las violencias en Cali, cuya hipótesis buscaba señalar la persistencia de la violencia política como constante histórica y explicativa en nuevos tipos de acción social urbana.

Sin duda, la política llegó a muchos sectores marginales de Cali por fuera y en contra del Estado. La influencia de la oposición, del MRL y de la ANAPO, así como la abstención por descon­fianza frente a los políticos tradicionales, fue medida por múl­tiples encuestas y resultados electorales.23 Así surgió, igualmente, el Movimiento Cívico de José Pardo Liada, en 1978, y el apoyo a Henry Holguín diez años más tarde. Con alta dosis de populismo radial, uno y otro se acercaron a los estratos popula­res para reivindicar el descontento. Sin embargo, fue en 1984 cuando los rostros juveniles del desarraigo se asomaron a las ventanas de la ciudad con una simpatía abierta por el M-19, o con actos macabros como la masacre del Dinners.

Como respuesta, en lugar de pensar en la dotación de los servi­cios públicos, en las escuelas, en la pavimentación de calles, en alternativas a la problemática social, el Estado llegó a través de oscuros actos y masacres. Enfrentados a una situación que con­sideraban en extremo peligrosa, miembros de los cuerpos ar­mados del Estado, motivados por el silencio o el consentimien­to explícito de ciertos sectores de la élite y el apoyo financiero de los narcos, decidieron ensayar el exterminio. Al tiempo que en los muros de la ciudad se pedía una "Cali limpia, Cali linda", escuadrones de la muerte asesinaban en los barrios a centena­res de jóvenes, izquierdistas, pobres y discriminados.

23 P. Morcillo et. al. "Estudio de la abstención electoral en las elecciones de marzo de 1968 en Cali". En: Boletín Mensual de Estadística. No. 221. Di­ciembre de 1969; J. McCamant yj. de Campos. "Colombia Política 1971". En: Colombia Política. Bogotá. Dañe. 1972.

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La historia política a través de sus actores: Historias con sentido

La acción insensible de los escuadrones de la muerte construyó un conflicto de mayores dimensiones cuyos frutos aún hoy se recogen. Las autoridades regionales no se percataron: delante de ellas, o con ellas, los narcos tuvieron un motivo más para trazar alianzas con sectores militares.

Al seguir los estudios acerca de la violencia en Cali durante los últimos años ochenta e inicio de los noventa, se encuentra, entonces, la existencia de un nuevo tipo de violencia política que, al responder a múltiples formas de dominación, decide el exterminio de todo aquel que ofrezca peligro, real o supuesto, al "nuevo orden social" "limpio y entre iguales", que se sueña construir o se idealiza. Un "nuevo orden social" en el que no caben los jóvenes de "parches", los comunistas, los mendigos, los viciosos, los travestidos, los invasores, los "desechables"; todos ellos víctimas de una violencia política que pretendió ocultarse bajo el pretexto de "ajustes de cuentas entre delin­cuentes", agravada por el poder de los narcos y la multiplica­ción de los "traquetos".

Esta situación, que no puede contar en detalle la estadística y que no se refleja en las actas de defunción, resulta nítida en los relatos de los actores. La violencia creció con experiencias y ne­cesidades arrojadas por la vida cotidiana. Los jóvenes, particu­larmente, encontraron en el "parche" la posibilidad más clara de construir los espacios sociales y los referentes de identidad que la sociedad tradicional les negaba; buscaron a través de la fuerza el reconocimiento que la ausencia de una democracia real les arrebataba, e hicieron de la violencia el instrumento que los mostró ante la ciudad con sus angustias y representaciones.

Como puede concluirse, las investigaciones regionales en torno a la violencia, de ayer y de hoy, poseen enorme validez e impor-

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tancia. No sólo desde el punto de vista descriptivo y empírico o en sus conjugaciones históricas con el conocimiento y análisis de la realidad nacional en que se inscriben. Su fortaleza reside, igual­mente, en el carácter de laboratorio que adquieren sus diversos escenarios y en la construcción teórica y metodológica que pro­pician. Tanto en Trujillo como en Cali, los relatos de los actores resultaron importantes para conocer la historia política o hurgar en las complejidades de la violencia.

APÉNDICE:

"A mime trajeron de Pereira a los seis años. Llegamos a pagar arriendo en

una pesebrera que quedaba en 'La Cuchilla'. Llegamos en carro hasta el

rio Cauca y allí nos subimos en un planchón que se movía por unos cables

que lo amarraban a cada orilla. Tuvimos una desgrada: ese planchón se

balanceaba tan horrible que los corotos se cayeron a l río y quedamos sin

ropa, sin ollas y sin nada. M i papá fue a hablar con don José Ríos y con el

doctor Pedrada y le dejaron poner un kiosquito con plástico en la platea.

Era una tiendita. Mi mamá le ayudaba con negados de ganado. Mejor

dicho, era la que manejaba la plata. Compraba terneros en las ferias y los

vendía más caros. Con el tiempo mipapáprogresóy compramos unafmquita.

A mis hermanos les enseñaron a trabajar desde muy pequeños. Barrían el

patio, cogían y ponían a secar el café, cargaban leña, hacían dé todo. A mi

me tocaba la comida, atenderlos chiquitos, lavar la ropa y por la noche uno

no podía acostarse sin re^ar el rosario. ¡Ay del que se quedara dormido

redando el rosario! Lira la pela mas berrionda. Por eso di otro día llegába­

mos a la escuela, entrábamos por la mañana, nos persignábamos y cuando

menos pensábamos estábamos roncando del cansando. Entonces ¡tas! nos

despertaba un reglado el hijuemadre.

En la escuela lo castigaban a uno mucho. Lo cogían del pelo, le áabdn acotes

y le quebraban reglas. Pero yo justifico eso porque era una niña muy índo­

l e

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La historia política a través de sus actores; Historias con sentido

mable. Algunas reábéan castigo porque no daban las lecáones; otras, porque

robaban juguetes, lápices o comida. A mí me pegaban porque dañaba los

cuadernos y porque era muy pelionay ladrona. Yo les robaba el 'algo' a las

compañeras y no estudiabd nada porque llegaba a la casa a hacer oftáo.

Póngase a ver que mi mamá tuvo veinticuatro hijos y a mi me tocó dtender

los últimos. Eso erd und máquind reproductora, d cada rato salía con

trillizos.

A mis hermanos y a mi nos castigaban muy duro. Nos amarrdbdn a un

pdloy nospegdbdn con un rejo, pero es que venídmos de und ra^a muy ebrid.

Después de que nos cdstigahan, nos dejaban amarrddos y vomitados y

cagados y todo y no nos dejaban entrar d dormir en la casa. A sol y lluvia.

Luego, al otro día, sesentdbdn d desayunar di lado de uno y no le dabdn un

bocddo. Erd und tortum compleíd. Mi mdmá, por ejemplo, erd de las que

cdstigdbd hastd el cansando, le daba y le dabd. Y erd tan descarada que

cuando se cansaba, se sentaba a tomar agua y volvía y empegaba. Yo,

francamente, perdí la cuenta de losjueta^os. Lo único que pensaba era ésto:

¡dejey verá!. Yo algún día me caso y todos los acotes que mi mdmá me hd

dado se los cobro a mis hijos; me voy a desquitar con ellos. Y así fue. Era la

ignoranád. A l mqyordto le pegué und peld tdn verraca que lo puse a

chorrear sdngrey lo dejé dtrdstrándose. Como seríd que mi mdmá me lo

quitó y me dijo que si le volvía d pegar dsíme hacía meter a la cárcel. ¡Qué

pecddolMi Dios me perdone porque ese muchachito Jue buen hijo. Lo que

pasd es que yo vivid muy llena de complejos. Yo me cdséy no pude convivir

con mi esposo. E l me embdrrigdbdy dhí mismo se ibd. Como que no le

gustabd verme embarnecida porque desapareda. Cuando calculaba que y a

estdbd otrd ve% listd, volviáy me empdCdbdy vo/viáy se ibd. Se largaba del

pueblo dizque d buscar trabajo, pero no apareáan ni giros ni hombre.

Cuando ya calculaba que habíd sdlido, volvíd d lo mismo. Yo creo que no

dlcan^aba d tomdrme und aguapdnela de la dieíd cudnáoyd estdbd otrd

ve% embarrigada. Yo no áería nada porque a mi me tocaba reábirlo para

cumplir con la iglesia. En esos tiempos el marido erd sdgmdo. Se lo dabd

Dios a uno y era para toda la vida.

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Adolfo 1 jeón Atehortúa Cr»~

La verdad es que yo me casé sin quererlo. Me casé de huida dé la casa, para

evitar el garrote de mi mamá y dejar de ser la ceniáenta. Como era la burra

del trabajo, busqué laJorma de que alguien me sacara Entonces, al primero

que me miró ahí mismo le dije que sí pero que nos casáramos. Tenía catorce

años y erd inocente de la vida. Esa noche del matrimonio hubo baile y bailé

hasta el cansando. Yo dije: empegó el desquite, ahora si voy a hacerlo que me

dé lagaña. Pero ¡qué va!. Ese señarse emborrachóy se puso fastidioso. Lo dejé

en la fiesta y me acosté en la cama de mi mamá porque Id fiesta fue en la casa.

A l otro díd, cudndo dbríbs ojos, ese señor estdbd dcostddo sobre mis piernas.

Entonces peguéun grito y salí corriendo y le dije d mi mdmá que ese señor erd

un descaradoy ella me dijo que no, que nofuerd bobd, que ese era elmdrido que

mi Dios me había mandado, el que me había dado la iglesia; que de dhord en

ddelante teñid que compdrtir la vida con él y tenía que hacer todo lo que él

dijera y dejdrme hacer todo lo que él quisiera. Esa noche se metió en la cama

con unos cal^onállos horribles, largos, bombachos, amarrados a la rodilla y

me invitó a un trago. Lo único que dijo fue:' Venga mijdpdm que aprenda "...

Me desperté Jhrandoy permdnerí encerrddá todo el tiempo de lapum vergüen­

za. Antes de cumplir quince años ya estahd en embdrd^o.

Yo creo que ésta es una historia triste pero así conocí la vida. Yo recapaáté

cuando mataron al tipo ese y entonces el hijo mayor empegó a ver por mí y

a trabajar como un verraco para mantenernos. Me daba mucho pesar y me

deda: 'Vara que nos pega mamá si así no más llevamos una vida muy

sufrida". A él lo mataron cuando tenía diedséis años y entonces me volví a

cdsarpdrd empe^cir de nuevo. ¡Pobreáto mi niño!. Lo más triste es que yo

estoy segura que así más o menos ha sido Id vida de muchas mujeres en

Trujillo. Yo estoy segura que no he sido la única por que me consta. Lo que

pasa es que les da pena contar su historia, se la callan, se resignan y se ponen

a sufrir por dentro "24

24 Adolfo Atehortúa. Elpodery la sangre. Op. Cit. pp. 73-74.

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