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PECATA MINUTA pedrorivera

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PECATA

MINUTA

pedro rivera

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Pedro Rivera nació en 1939 .Hizo estudios secundarios

en el Instituto Nacional, es-tudios fragmentarios en laUniversidad de Rosario, Ar-gentina ; en la Universidadde Chile y en la Universidadde Panamá . Obtuvo premios en poesía y prosa enconcursos intercolegiales yen la Universidad de Pana-má. Perteneció al GrupoGaspar Octavio Hernándezy dirigió, por varios años, el

Grupo Columna Cultural .

En 1959 obtuvo una men-ción honorífica en el Con-curso Nacional de Literatu-ra Ricardo Miró con el libro

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LA PORTADA ES DE MARIO CALVIT

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PEDRO RIVERA

PECCATAMINUTA

EDICIÓN DE LA DIRECCIÓN DE CULTURA

DEL MINISTERIO DE EDUCACIÓN

Panamá, junio 1970

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Premio Nacional en la Sección

Cuento del Concurso Literario

Ricardo Miró, 1969 - Panamá

Primera edición .

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A LIBIA

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VELADA VELADA

Frente a la máquina de escribir la hoja vue-la en blanco, picoteada apenas, detenida en elintento, en el preciso instante de la reapari-ción de la imagen superpuesta en el diván, ennegligé, transparentándose poco a poco por en-cima de la piel coloquial, porosa . La miro sinevitarlo, la miro directo, la miro como debemirarse el paso de una locomotora desde unbalconcillo colonial sin prisa, en acecho, enascuas por dentro, sólo por dentro, porque lavieja Underwood debe justificarme impresio-nando la hoja de panel con su tac tac espa-ciado, ahora remoto, lento .

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Le había hablado ya sobre la máquina yese trabajo pendiente para ta clase de Histo-ria mucho antes de que me contara como unaconfidencia esas cosas abominables entre unalumno y un profesor, y ahora, agazapado detrás del traqueteo de la Underwood, persistoen buscar una relación menos efímera en suspalabras, en el tono cálido de su voz cuandome habla de su viudez y su maternidad frus

trada, los años que pasó en un internado dejovencitas regentado por monjas porque los pa-dres pensaban hacer de ella una gran dama ysólo consiguieron prepararla para un matri-monio disparejo con un hombre senil .

"No, no me estorba", le digo cuando se le-vanta y rastrea con los pies menudos las chi-nelas sobre la alfombra y hace la pregunta .Desaparece, la oigo trastear en la cocina . "Só-lo agua", le respondo y la impresión de susmovimientos empiezan a cobrar un sentido in-coloro, atiborrado y, sin estar la miro, trans-figurarse, dejar de ser lo que es, la profesorataimada, clásica, con la falda corrida más aba-jo de las rodillas, los anteojos apagando cual-quier destello humano sobre un perfil castoy profesional. Eso deja de ser cuando la mirodesaparecer y su espalda reverbera el haz deluz oblicua de la lámpara remolinando con-trastes de sombra y contornos sin frescura,

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grasosos, ruidosamente inmaculados por la abs-tinencia. Es otra cosa por cierto .

No quiero ni puedo dejar de tocar sus dedos húmedos y fríos cuando me alarga el jaib ol; apenas localizo algunas de sus _palabras

cuando vuelve a platicar de sus compañeras deinternado porque el negligé abierto como unacortina deja en primer plano, un close up porencima del carro de la Underwood, la mitaddel muslo impecable, rollizo y esponjoso. Elgesto cruel de la mano cuando lo cubre medeja la sensación del ladrón pescado infra-ganti.

Está parada junto a mí, inclinada sobre latextura borrosa de los tipos (se excusa por lode la cinta desgastada) y un aroma como deguayaba madura, pútrida, me acaricia comoun soporífero: olor suave, animal, apenas diluido en una esencia de jabón fenicado y colonia barata. Está inclinada sobre el texto,la tomaría en mis brazos sin tocarla, la toma-ría, de veras, mordiéndola, desnudándola pe-dazo a pedazo a pedazo, a puntapiés, a dolormismo, hasta hacerla sentir como yo sientotoda la presión de esta prolongada manera deposeerla desde lejos con sólo mirarla y no mi-rarla, respiraría con fruición los aromas dehembra madura que destilan sus sobacos, la-merla las plegaduras de su plexo de matrona

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impúber, grasienta . A ella corresponde deci-dir, empujar la cosa, no dejarla a mitad delcamino, carajo, sin irse por las ramas y pasár-sela denigrando a ese pobre homosexual, co-lega suyo, por hacer lo que hizo con ese alumno fracasado, y de las trenzas intrascendentesde fulanita en ese asqueroso internado a ori-llas del mar en donde, entre otras cosas, leenseñaron a pescar un vejestorio, una especiede resfriado varonil, de momia zopenca, deTutamkamón redivivo (como ella lo describe)incapaz de hacer estallar la maternidad cuan do estaba a punto.

La luz baja del techo, retoza en la diversidad, se repliega en las cornizas pálidas, juegaa la escondida bajo los muebles sedentarios,proyecta sombras y en toda la estancia tra-siegan sin ruido otras presencias, fantasmasbarrocos inmersos en la dimensión inmóvil demi gesto intentando la partida falsa, esperan-do una palabra de su boca, sin las absurdasremembranzas, definiendo el juego, el ascensoa la etapa menos circunloquial, táctil, de entrega.

Las copias están terminadas. El tema de laplática ha variado. Opus Treinta en La Me-nor, dodecafonía vegetal ahora sobre los juegos de infancia y las mordeduras de víboras,La escucho mientras la odio, a la pobre. Tam-

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bién empiezo a justificarme y me digo queno valía la pena, es una maldita vieja mantecosa, un témpano. Hasta puedo sonreírme

por dentro pensando en la zorra y las uvasverdes, verdes por inalcanzables, y apuro eljaibol, mastico las heces, el hielo, hasta sentir las encías congeladas .

Está conmigo en el umbral, el fin presiento,mi certeza en posición fetal percibe la recá-mara al fondo del corredor, en la penumbra,la cama estirada como un secreto intangible,sosegado, debajo del bostezo .

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LA SORPRESA

Llegaré, siempre a la misma hora . Clara,recién levantada, oliendo a destilería, a hom-bre, abrirá la puerta, Su rostro ojeroso, feo,manchado de lápiz labial y costras de saliva,se dibujará en la puerta. No dice nada nuncahasta que entra al baño. No cierra la puer-ta para que pueda oírla :- ¿Qué hiciste anoche?¿Te gustaron los zapatos? Son Plorsheim, nolos vendas, no tendrás otros en mucho tiem-po. En efecto, no los tengo . Los vendí, nece-sitaba dinero. Pero, ni loco se lo diría. Mecreerá el cuento: están en casa, me gustan, sonpara salir los días de fiesta, tú sabes, los do-

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mingos. No, no me creerá, no me cree ni piz-ca, no es tonta. Pero ya está acostumbrada.Bajo la ducha el agua estará mojando su cuer-po, refrescando sus poros, sacudiendo la mu-gre de hombres, los recuerdos de la noche,¿cuántos serían? Miraré en su sitio todas lascosas que odio, la plantita de hojas peludasen el pote de la ventana, los almohadones, olo-rosos a pie, sobre el sofá rojo agrio. El tronode la reina, el Chase Manhattan horizontal,la fábrica del desorden, las sábanas revueltas,húmedas, mi entrañable pensión aguardandopor una nueva muda, la diaria . El osito, re-galo mío, la único que ha recibido de mí, enel respaldo de la cama, colgado como unamuleto, no osito como puede verse sino patade conejo para la buena suerte, sortilegio má-gico, conjuro pata atraer clientes .

No me quejo, vivo. Es una pocilga, un as-co. No los viejos sillones, inculpables, seña-lados -por garras de ratones minúsculos ; nolos ceniceros de cobre chileno- ahítos de pa ,vas y cenizas; no las copas y- los litros de OldParr a punto de volar; no los sostenes sobrela mesa del comedor, los panties. Mi foto-grafía, mi cara de mozo en la peinadora, unafeite más, un descuido, un accidente que meidentifica, sí. Provoca náuseas. No los engañ

aráaellos, les dirá francamente: es mi hijo,

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tiene quince años, el retrato de su padre, estudia en la secundaria, hará carrera . Algunode ellos le dará importancia al asunto, o fin-girá y, por dentro, "hijo de la gran" . No seda cuenta, la pobre. A esos viejos amantessuyos no les interesa sino la madre, su traba-jo, la calidad del producto que pagan . Le digo que me la devuelva y se niega . "Me traesuerte," dice. A su edad la necesita, a su edad .

Clara abrirá la puerta . No está sola ni su-cia, no está ebria . El rostro, extrañamentelimpio, supura fiesta, mañanita mexicana .Pienso por unos instantes en algo remoto : meequivoqué de casa, de madre, pero no . Claraestá más allá, en la risa que reconozco hastade espaldas, en el osito que tiene entre las manos, despellejándose. Me invita, me hala, insiste. No entiendo todo lo que dice. La niego, en presencia de otra persona la niego, noquiero que me vean, que me reconozcan, conla fotografía basta, por Dios . Madre, no mehumilles, te quiero mucho madre, pero eso no,no tienes derecho a mezclarme en tus nego-cios, madre. Me lleva hasta el centro, apenaspuedo sostenerme, la cara me mira directa-mente desde el sofá, sonríe .

-Saluda a Charlie, hijo.

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La mano sube hasta la mía, la garra peluda, las extremidades de orangután albino,blancarosa, aprietan mi asco, mi desdén, elvahido, la agrura átona en el esófago, estavez . Es la sorpresa, el vaticinio de la abuela :"tu madre espera, anda, tiene 'una sorpresa para ti, pronto dejará esa vida, apura" . La vieja alcahueta, mírala, sabía . Dejará esa vida,¿por qué? Ella la empujó, seguro, le buscólos primeros hombres, la quebró de nosotros,la separó a este piso donde la veo todos losdías cuando vengo por el dinero, desde haceaños. Así la conozco, no ahora. Ebria, ago-tada, siempre. Resulta que se acaba, el grin-go viejo bobo peludo se encargará de todo,mira. Está bueno eso. Habrá que ponerle mú-sica.

-Vivirá con nosotros, hijo - sí, lo sé, ma-má - en un apartamiento más grande, conla abuela, todos juntos, como debe ser. Sebuen muchacho, ¿eh?

Buen muchacho, claro Clara, buen muchacho patón, los Florsheim me quedaban apretados, salí de ellos, pues. Ahora tendré papáfulo, ¿te das cuenta? ¿Quién compra un gringo pendejo? Señora, vendo esta escoba im-portada, estoy limpio, recoge cualquier basu-ra, se lo aseguro yo. ¿Por qué me preguntaseso? No, julio, no tengo madre, vivo con

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abuela, y tú. Mejor en tu casa, allá nos vemos,la vieja está enferma, gruñe mucho. No, nolos ensañé, esa no es mi mamá, muchachos .Es una tía, la visito . No es puta, es mi ti a.

No le crean a Rafa, es un bateón, no ¿e creasnada, Julio. Y ahora esto, mamá ¶¶ todo . Sí,muchachos, es mi madre. Pero, es mentira esoque dicen, no era. Lo que pasa es que tienemuchos amigos, la visitaban, eso es lo queocurría. Lo ven, a mi padre, lo ven. Sabenque es mentira, sabrán .

-Nos mudamos lejos, mamá, a otro barrio¿sí?

-Sí, hijo. Lejos.Iré a otra escuela .-¿Por qué?

-No me gusta esa.-Está bien, como quieras

Mamá y Charlie están juntos, en el sofá .El habla mal el español, en cámara lenta, .baboso . Ella habla un inglés de okey, when youcome baek, 1 see you later, in the night, cometo my room, put the money on the table,thanks, inglés de oficio, lacónico . Se entienden, sobro. Los dejo, voy a donde abuela, acontarle. ¿Qué cosa? Ella sabía, la muy.

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La vieja alcahueta siempre está adelantada,siempre sabe las cosas antes que uno.

Clara abre la puerta, el mismo gesto en elumbral, el olor de cantina, a hombre, las cos-tras resecas de la baba nocturna, los rostros delmanoseo en la papada, la oreja mordida . Esella, la misma .

-Pasa, hijo - me dice. - Te tengo unasorpresa, te compre otros zapatos .

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EL JUEGO

-Juan, Carlos, entren a casa .

Las sombras encajonadas en la planicie anun-cian el desplome nocturno sobre el caserío .Las casuchas de adobe enmudecen en el reco-gimiento, dispersas, asimétricas . Los perrosladran, los caballos relinchan, las cigarras do-minan la vasta neblina, el horizonte de ruidos .

Los niños no contestan, juegan el juego deatraparse, montan simulacros de lucha despia-dada sobre el escenario del sueño, en la humedad de la tierra,

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-Juan, Carlos, ¿están sordos o se hacen losturulatos? Carástele, les voy a hacer entendercon el fuete, ahora verán . No respondo si meobligan. Para los muchachos tercos Dios Santo .

Los niños se acercan. Los ojos de la tía Pau-lina, en el umbral, descubren la suciedad re-ciente en las ropas, en los cuerpecitos magu-llados por el juego .

-Miren nomás como se han puesto, ¡cochinos! Debería darles una tunda orita mismo .

-No la oíamos tiíta, lo juramos por ésta .

Los niños saben que la tía Paulina no haránada de lo que dice . Están acostumbrados aesos desplantes fingidos de mal humor . Noresponden para no herirla. Entran a la casagozosos, gritando, persiguiéndose, sacándole eljugo al juego quebrado, inconcluso . La tía lesobserva obstinada, con la huaricha en las manos, distribuyendo una luz pálida sobre losmuebles rústicos, las paredes calcáreas, polvos

as, y el túnel de tejas en la altura cubierto detelarañas y mugre. La tierra está cuarteada, dereseca, en la estancia, los catres arrimados a lapared, sin estirar, v la tinaja barrigona encara-mada sobre un cajón en la puerta que da atrás,al patio . Los niños se desvisten en silencio,comunican alegría sosegada y piensan en las

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palabras de la abuela: "si siguen de mal por-tados los enviaré de regreso a casa, con su ma-má, no resisto a los niños picasudos" . Les gusta el campo, no quieren regresar tan pronto ala ciudad. La madre les hace falta, la echande menos, sobre todo en las noches, pero dedía es un recuerdo sin matices, suplantado . Enla ciudad no tendrán caballos, no tendrán aguade río, amplitud de retozo.

-No pueden acostarse así, mugrientos . Me-jor van enfilando pa el ojo de agua, antes deque sea más de noche.

-Hace mucho frío, tiíta. Nos vamos a entumir toítos.

-Así se pasmen, so pedazos de .El ojo de agua está a pocos pasos de la ca

sa, bajando. Rebasan la jaula de las gallinas,el naranjo macho en la pendiente, el cúmulode piedras calcinadas y olorosas a pepita demarañón. Al margen de la quebrada está elhoyo. Los niños tiritan de frío, la sombra es-tá helada .

-Vamos a achicarlo para que salga agualimpia. Verán, está calentita .

La tía Paulina se inclina, arrodillada, al bor-de del pozo y saca el agua con la totuma, laarroja a la corriente turbia. La cabellera de la

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moza resbala sobre los hombros, cada inclina-ción revela la estructura sólida del cuerpo en-durecido por la faena del campo, musculoso .El agua brota cristalina, alcanza el nivel alto .

-¿Por qué no jugamos a la vaquita y elternero?

La voz de la tía es dulce, el tono tranquilo .Acaricia la cabeza revuelta de los niños lesaprieta contra su pecho, amorosa.

-Sí tiíta .

-No lo dirán a nadie, ¿verdad?-¿Ni a la abuela Rufina?-A nadie, sino no sirve. Es un juego de

los tres. No los regañaré más si guardan elsecreto.

-Sí tiíta .La tía Paulina desabotona la blusa y suelta

los sostenes. Los pezones asoman como solesmorenos, duros, alcanzan el nivel de los ros-tros de Juan y Carlos.

-Miren, soy la mamá vaca. Ustedes sonmis terneritos .

Los niños perciben la imagen de la vaca enel corral, esa tarde, Entienden el juego, el ter-nero entre las patas de la vaca, pegado a la

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ubre gorda, amamantándose, espantando lasmoscas con el rabo. Encienden. La vaca mu-ge tierna, los ojos perdidos en el horizonte delestablo, rumiando la hierba . Ese es el juegode la tía, fácil, entretenido . Pegados al calordel cuerpo de la vaca ahuyentan el frío de lanoche.

La tía muge también, como la vaca .

Los niños retozan, el aire huele a sol, arocío delgado, a excrementos de gallina, atortilla horneada y a café recién colado . Laabuela prepara el desayuno . Los perros pedi-güeños se enredan en su pollera blanca . Latía Paulina friega los trastes y mira a sus so

brinos con el rabo del ojo corretear junto alasidero de pepitas, tiznándose.

-Juan, Carlos, aquiétense o .Los niños cancelan el retozo y miran a la

tía sin pestañear, sin temor . La acorralan ensilencio, la vaca al corral, las vacas no pegana sus terneros, las vacas mastican la hierbamientras el ternero retoza en el potrero . Latía sonríe turbada, en su corral de recuerdos .El juego es el juego. Vuelve la vista a lostrastes, impotente . Juan y Carlos bajan co-rreteando por la pendiente de la quebrada .

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-i,Conoces a uno que llaman Culí? -preguntó el más flaco de los tres, casi escupiéndole la cara .

Chato imaginó que podía contestar al indi-viduo con un golpe y calibró el peso de laviga de madera echada a sus pies . Hacía yabastante rato que trataba de localizar una mo-neda de diez escapada de su bolsillo roto y que,seguramente, había rodado hasta una grieta,debajo de la viga . No percibió la llegada delos individuos hasta que el flaco habló, va-cándole de balance.

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-Creo que sí - respondió mientras estudiaba con cautelosa indiferencia los tres rostros plantados ante él, agresivos. Trataba de

recordarlos de alguna parte . Se veía que erandel ambiente, gente del hilo .-¿Dónde, mani? - insistió el de la cara

cuadrada con una voz de falsete .Chato se irguió señalando hacia un nudo de

barracas de madera descolorida edificado so-bre un terreno fangoso y maloliente. Enton-ces, localizó la moneda .-Es allá - dijo con la cara iluminada des

pués del rescate. -Es mi amigo, le conozcobien, soy su hombre de confianza, ¿saben?

Trazó con la cabeza el gesto de síganme einició la marcha hacia las galeras . Saltaron deuno en uno por la parte más angosta la peque-ña corriente de desperdicios localizada frentea las barracas y caminaron en fila india poruna estrecha vereda en dirección a uno delos cuartuchos del fondo .

Culí, en cuclillas, cerca de la única puertade la miserable habitación, elaboraba los ci-lindros. Los cuatro intrusos siguieron ávidoslos movimientos del "doctor". Vieron comosacaba de una bolsa de papel la hierba de co-lor pastoso, ya limpia de semillas, separándola

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luego en pequeños montoncitos sobre la superficie rectangular de unos papelillos previamente recortados en tamaños no mayores de unay tres pulgadas. Entonces, entre los dedos da-ba forma a un cilindro deforme, caricaturezco .La operación concluía cuando pasaba la lengua húmeda sobre los bordes del cilindro has talograr una adherencia bastante buena. No

tomaba ni diez segundos entre cigarrillo y ci-garrillo .

-Vaya, manot, eres la madre -- dijo unode los recién llegados.

-El papacito, mejor - dijo Culí apenaslevantando la vista mientras volvía a introducir la mano en el cartucho. A juzgar por lacantidad de envoltorios, y el tiempo requeridopara terminar cada cigarrillo, era de suponerprolongadas horas de trabajo. La mesa, la ca-ma y ahora el piso estaban atestados de en-envoltorios cuyo destino rebasaba la venta al detal. Seguramente, se trataba de mercancía derevendedores o destinada a los clientes favo-recidos por el sistema de entrega a domicilio .

-Oye doc, no seas tacaño . Echale más verdolaga a esos bates. Ya no se va a podé fumáen este país . Dos pitiaditas y sanseacabó .-agregó el flaco .

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-¿Cuánto? - se limitó a responder Culí.Aparentaba unos treinta años y no los tenía .Sobre la piel cobriza destacaba aún más oscu-ros pequeños brotes de mugre porosa . Sus ras-gos eran hindúes . Su progenitor era mandinga.

Uno de los individuos dejó caer unas monedas a los pies de Culí y tomó su parte . Los demás hicieron lo mismo

-A mí me llaman El Conde. Ese es minombre de batalla, tú ve - dijo el flaco . Estees Cara de Concreto y mi otro friend es el Mudo. Somos amigos, ¿no? Podemos meterleaquí mismo, tú sabes, la batida está boba .

-Bueno, pero no armen jaleo - contestóCulí.

Los tres individuos encendieron los cilindrosde la llama de una misma cerilla . Inhalaroncon avidez, con hambre. Un humo tenue inva-dió la pequeña habitación. Culí cedió a la ten-tación y terminó por catar el que tenía entrelos dedos. El Chato trataba de hacer notar supresencia; Les observaba entrar al mundo-dream,al fabuloso mundo del relax y empezó a sentirel pecho oprimido por la ansiedad . Fumabanen silencio, tratando de no perder ni un ápicedel humo, inhalado con los dientes apretados,mordiendo

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Unos minutos después el flaco aplaudía fre-nético. Se apoyó de espaldas a la pared . Teníalos ojos entornados y enrojecidos . El Mudoapoyaba las manos detrás de las orejas, tratan-do de formar una especie de embudo para per-seguir una música inaudible y perfecta . Carade Concreto permanecía erguido a pesar de quelos párpados parecían sucumbir bajo el pesode una tonelada de sueño . Chato contemplabala escena con inquietud sonriente como si ensus entrañas se estuviesen agitando un millarde ratas. Posaba los ojos suplicantes sobre elrostro impasible de Culí. El "doctor" ya cono-cía esa mirada pegajosa . No era difícil dedu-cir su fondo interesado, egoísta . Por otro lado,siempre andaba a la caza de clientes nuevos pa-ra alcanzar su recompensa. Culí pensaba queunos de esos días iba a meter la pata hasta elcuello llevando a su casa a un policía . Se ha-bían dado esos casos anteriormente . No es queno ayudara al negocio encontrar nuevos consumidores. Al contrario. Pero, para eso se bas-taba solo. No necesitaba intermediarios y menos fumones de esa calaña, tipos capaces deacabar con las ganancias. El tal Chato preten-día fumarse un bate por cada cliente que re-cogía en la calle y eso era demasiado . Unalocura ahora, precisamente, cuando la materiaprima escaseaba.

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--Ta bueno Chato, deja de velá . Agarra tubrisa - dijo Culí entre dientes.

Chato le miró estupefacto, incrédulo . Sesintió observado por los extraños y las sonri-sas alargándose como culebras a sus espaldas.Deshizo el camino andado . Eructó agrio. Depronto estaba solo, sin nada en las manos, sinun amigo. Cuando vio la viga cruzada en mi-tad del¡ camino recordó la moneda . Hurgó enlos bolsillos y ya no estaba . Había rodadoquien sabe dónde.

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PECCATA MINUTA

La Chana llegó tambaleante hasta el puntodesde donde era imposible avanzar sin irse ro-dando al fondo, poco profundo pero pestilen-te. Logró alcanzar la otra orilla. No pudo,sin embargo, mantener el equilibrio y dio denalgas contra el suelo . La vecindad intuyóel móvil de una buena fiesta matutina y luegoluego, sin que mediaran acuerdos previos for-mó grupos compactos, manojos de risas y cu-chicheos, en torno a la mujer que trataba có-micamente de volver a una posición vertical y,al mismo tiempo, de no rodar por la pequeñacuesta hasta las aguas negras y agusanadas. La

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vocinglería adquirió la textura de una nochede fuegos artificiales. Mantecas quiso ayudar ;extendió las manos al frente y como el gestoresultó demasiado simple e ineficaz procedióen forma definitiva introduciendo ambos bra-zos entre las axilas de la mujer, levantándola .

La Chana abandonó la escena gritando. Losvecinos un poco frustrados por el desenlace re-pentino de los acontecimientos, abundaron endetalles y, poco a poco, también desaparecie-ron; Mantecas, Chato y Culí (quien apareció deúltimo y pedía detalles) cruzaron miradas sig-nificativas y aguardaron a que todos se fuerandel lugar.

Por qué no la - insinuó Mantecas un pocoexcitado después de haber entrado en contac-to con la Chana y de haber respirado la mezclade perfumes y sudor agrio de sus sobaqueras,y de haberla restregado por detrás en formaoportunista mientras estuvo ayudándola a le-vantarse del suelo.

-No hagas leña del árbol caído - senten-ció Culí maliciosamente.

-Te conozco, araña . Lo que pasa es quequieres comé solo. iBerraco! - dijo Chato .

-Vamos a vela por el lao de atrás -- indicóMantecas.

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La Chana entró a su cuarto dando traspiés,mascullando entre dientes. No era su costum-bre amanecer en la calle. Pero, ese día, sintener nada especial, prefirió alargar la parran-da con un negro que pelaba gallinas en elMercado Público y que conoció en la calle dela misma manera en que conoció a todos susamigos desde que se iniciara en el negocio dela prostitución clandestina . El negro se mos-tró generoso con ella y esa era una de las co-sas que le llegaban al alma . En esos estadosde sensibilería traicionaba sus principios y elarrepentimiento llegaba cuando todo estabaperdido. Recuerda la madrugada del veloriode la hija de la Pico de Loro . Llegó del trabajoy se encontró con eso y no había ni para elcafé. Así que decidió entregarle a Pico de Lo-ro el producto íntegro de su esfuerzo noctur-no a pesar de que sabía muy bien de las ha-bladurías que auspiciaba en el vecindario. Esedesprendimiento la hizo sentirse superior. Enrealidad, no era mucho : unos cinco dólaresbien ganados que sirvieron para comprar unastablas para el cajón . De esas cosas era capaz .La Pico de Loro no por eso dejó de chismeara sus espaldas, la muy. En esta ocasión, no setrataba de un difunto que Dios tenga en suSanta Gloria sino de un hombre, negro porañadidura. Había sido generoso y bueno co-

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mo un perrito de esos que andan husmeandoen los tinacos a la buena de Dios . No quisoengañarlo. No lo arrastró al hotel más cerca-no. Prefirió acompañarlo en la barra hasta lasalida del sol, chupando como en los buenostiempos de la guerra. Esa era sencilla y llana-mente la explicación de la borrachera de esamañana : el encuentro con un hombre legal .

Pasó el picaporte y se despojó como pudode las ropas. Presentía el día padre que ibaa pasar con tanto alcohol entre pecho y es-palda, con jaqueca y con el calor húmedo apun-talando la penumbra del cuarto . Se dejó caeren bombachas sobre el viejo camastro sin molestarse en sacudir las sábanas averaguadas ycurtidas como tierra seca .

Los tres amigos lograron escurrirse sin tes-tigos por la parte de atrás de la barraca de ve-cindad, por el lado cubierto de malezas . Estuvieron rescabuchando a la Chana desde diversosángulos a través de grietas no disimuladas enlas paredes de madera. La carne fofa, enveje-cida, maltratada por los años, el abuso y losbienes corporales que dispensó sin discrimina-ciones de ninguna naturaleza, se estiraba so .bre las sábanas mugrosas . El derrumbe de carnes y la falta de simetrías obligaban a pensaren la ausencia de días mejores ; porque pata

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llegar a esos estados de postración casi absolu-tos era y es menester un maltrato sin treguadesde el bendito día del santo nacimiento, Lapiel curtida, amarillenta, veteada; los senosflácidos apuntando en dirección de las axilastestimoniaban hambres, goces diabólicos, ma-ternidades frustadas, vicios y enfermedades detodo tipo y categoría.

Trabajar en la Rampla no era cosa fácil .Siempre se descoñaba una batida el día menospensado. Aunque a veces se daban buenas épo-cas, sobre todo en tiempos de cosecha, y enton-ces se trabajaba a todo tren y se aprovechabael auge y era cuestión de equiparse de algunascosas para los días difíciles . Entonces era sen-sato adquirir alguna ropa interior, afeites máscaros, colonias y perfumes fuera de lo corrien-te; y si la época resultaba no sólo buena sinode película, se podía hacer el abono inicial para una nueva cama, un televisor y hasta se podía pagar una buena consulta médica y unchequeo de sangre por si las moscas. Esas épocas escaseaban para la Chana y sus clientes

eran siempre los mismos: alcohólicos, pescado-res por alguna razón desconocida cubiertos depaño blanco, carretilleros, vagos, marihuaneros y, de cuando en vez, un campesino

reciénincorporado a la urbe o algún estudiante desecundaria tratando de iniciarse y, en fin, todo

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el que estuviera dispuesto a desprenderse deuna pequeña suma. La Chana no era mujer dedespreciar a un cliente sólo porque carecierade la totalidad del monto de la tarifa . Eracuestión de ajustar precios . Por eso tenía malafama hasta dentro del gremio .

Chato se introdujo por la ventana lateral. Es-peró alguna reacción de la borracha y luegola despojó cuidadosamente de la bombacha,Los otros también entraron . Algunos objetoscayeron al suelo al saltar Culí. A pesar delruido y del manoseo de las seis extremidadesy la disputa por el primer turno, la Chana man-tuvo la serenidad del sueño y se dejaba hacery deshacer como una estatua de mármol . Cha-to, a pesar de iniciar el asalto, ocupó el últimoturno y soportó estoicamente, como un verdadero hombre, las humedades pegajosas de suspredecesores porque no era cuestión de obligara la bella durmiente a un lavado ea toda regla,

-Los últimos siempre son los primeros,Chato - dijo Culí.

Mantecas marcó la retirada. Entreabrió lapuerta ligeramente y, como no había nadie ala vista, salió seguido de los otros .

La Chana despegó los párpados, se limpiócomo pudo con la punta de las sábanas y tra-

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t6 de cambiar la posición del cuerpo ya entu-mecido y acalambrado .

Pensó entonces en el hombre que había sido bueno con ella, el negro pelador de gallin as capaz de pasar sus manos agrietadas sobre

sus mejillas y de decirle un piropo sano . Ellale pagó también con una buena moneda, Cla-ro. No lo llevó al hotel para no enfermar-le. No era justo después de todo .

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UN NIÑO COMO OTRO

Lo confieso, nunca llegó a gustarme esapeculiar manera de mirarme, de mirar las co-sas desde arriba como restándole valor, posi-bilidad de existencia para algo. Ahora es dis-tinto. Estoy en sus manos y siento los dedosduros, las yemas estrujando esta piel mía, es .ta epidermis plástica. En esta situación entien-do mejor la causa del miedo, del temor cre-ciente, cuando apenas era objeto de su curiosidad y no - como ahora - piel tomada,poseída. Bien sé lo que hizo a los otros, aellos. A veces resultaba difícil mirarlo desdeabajo, percibir sus espaldas un poco detrás de

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los barrotes de la cuna, imaginar el sentidoexacto de sus gestos interminablemente igua

les, saber lo que hacía cuando la madre loalejaba del seno o le cambiaba los trapitos húmedos y malolientes. Aunque, a veces, eraposible enterarse sin mayor dificultad por loque dejaba caer desde arriba al suelo, y luegotrataba de alcanzar agitando las manos inútil-mente y emitiendo alaridos hasta que Ella en-traba. ¿Qué fuerza lo empuja hacia esos rap-tos homicida? Nunca pude explicarme larazón que tuvo para arrancar las orejas al ele-fante de madera tan bien diseñado, tan per-fecto. Y lo que hizo con el camello, tam-bién. Eran inocentes, nada. podían contra El,no podían enfrentársele y, ni siquiera, resis-tir, oponerse al acto de destrucción . José tra-taba de restaurar en el taller de carpinteríalas viejas formas, ensamblar las piezas dest ruídas. Pero, su acto no estaba guiado por

ningún afán de perfección y sólo pretendíasalir del paso, prolongar un poco más la ago-nía .

Lo veía destruir todo lo que iba a sus ma-nos y por ello deduje que tarde o tempranollegaría mi turno ; indefectiblemente sucum-biría. Ese presentimiento cobraba mayor fuer-za cuando sus ojos, de una singular belleza re-donda, desgajaban una ternura pegajosa sobre

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cada una de mis articulaciones y ensambladu-ras. Ahora estoy en sus manos y lo primeroque hace es exactamente lo que imaginé, se-para mi brazo derecho de un tirón . La exami-na, prueba su resistencia, clava en mi materialos pequeños dientes apenas asomados en lasencías y lo arroja lejos, contra la pared . Sos-tiene mi tronco bajo la planta de los pies ydesgaja mi otra extremidad, y sigue.

Esta mañana despertó muy animoso . Maríalo bajó de la cuna, todo embarrado de pupú,lo dejó trastear en el suelo, gatear sobre latierra roja, reseca. Antes de reptar hasta dondeme encontraba descubrió dos hormigas gigantes, dos arrieras. Las empujó una contra laotra, las obligó a trenzarse por las extremidades, a luchar entre sí, a muerte. Entonces,cuando empezaba a fastidiarse, me vió .

Observa mi extremidad desgajada con ojosanhelantes, bellos. La deposita a un lado, muysuavemente, como si después del tirón temie-ra infringirle un daño peor, más destructivo .Mis piernas siguen en turno, las, arranca, lascontempla un buen rato y luego las arroja lejos,sin preocuparse demasiado por la elíptica des-crita y la minúscula polvareda que levantancuando se estrellan contra el suelo . A José leserá difícil unir mis partes, volver a juntar

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brazos y piernas al tronco si no tiene tacos finos, disimular los descascarillamientos de lapintura con un poco de salivó y lodo . Lo delas orejas del elefante apenas si pudo reme-diarlo con pegamento. El camello no tuvocompostura, era demasiado frágil, casi mor-tal . De todos modos, el pobre José intentaráreconstruirlo en el taller. Es un hombre debuen corazón y agradecido ; no puede mirarcon indiferencia el aniquilamiento de una dá-diva, de un regalo.

Separa, ya sin dificultad, mi cabeza y esbozauna larga sonrisa satisfecha mientras indagacon un dedo en uno de los orificios del troncohumanoide. María empuja la puerta y entra ;mira las manos del niño y comprende. Depo-sita la tinaja sobre la mesa rústica y lo tomaen brazos, le besa.

-Dame, Jesús - le dice. - Papá José loarreglará.

El niño suelta las piezas y rompe a llorar.

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PRIMER ASALTO. Ahí está la campana."Calma, calma", eso dijo

. Es verdad, sin apuro, primero el jab y ver lo que trae, lento, lentamente, descifrar su estilo, no es tan difícil,no tanto. Se enrosca como una culebra, lasmanos adelante, juntas, se piensa impenetra-ble el puto. Epa, epa, ojo a la derecha, si melo dijo. Además, todos lo dicen : "tiene unaderecha de miedo, la suelta por encima delhombro". Mejor resulta mantener la distancia,mucho mejor. Japearlo así, de seguido, asíde lejos, sin coger chance. Oh, también japeasobre mi ojo, cabroncito. Pero no es nada,

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rutina ; sólo su derecha me preocupa porquela suelta sin aviso, como dicen, sólida, de ver-dad. Buen golpe el suyo y el mío también,de upen. Me sorprendió . Mamá, mira mi ve-locidad, en la punta de los pies, ¿te fijaste?Seré bueno, un Sugar Ray Robinson, mamá .¿Te gusta?, un Joe Lois, ¿ves? No mamá,déjame, la mecánica no da plata, te lo digo .¿Sastre? Estás loca, eso es para mujeres, ¿Co-ser? Con los puños es más rápido, tendráscarro, casa . ¿No quieres casa? Pero, si no megusta estudiar. Vaya, vaya, viene con ganasde cocinarme el hígado, el muy vivo .

Campeoncito, no te apures, cógelo suave, suavidadmani, ya veremos quien es quien, ya verás.

INTERMEDIO. Y vuelve con la cantaletade la distancia. Sí, lo veo, está ansioso. Claro,me conviene la distancia corta, estar encimade él, acorralarlo en una esquina, en el clinch .No, no me olvido de su derecha, ¿cómo voy aolvidarla, hombre? Está bien, está bien, tienelos remos largos, pero si me acerco me mata .¿No lo cree? Esa toalla está demasiado áspera,coño. Espera, déjame respirar, coger un pocode aire, ya viene la campana.

SEGUNDO ASALTO. El jab de nuevo, meemputa. No duele nada, pero molesta . Necio como un zagaño, pegajoso . Mira eso, ha-

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cia adelante y hacia atrás, no es baile, niño.¿Eso es lo que me toca? ¿Esa es mi parte? No,no me conformo . ¿Para qué voy a ver los li-bros' No entiendo nada . No me diga eso, nome diga campeón, no adule. Claro que ganabastante. Es mentira, en publicidad no se gasta ni una mierda, lo sé . Los sparring cobranuna miseria, Trabajan gratis, coño, ¿Viáticos?Use su propia plata, tiene un buen porcentaje.No use la mía, me deja en la calle . Eso no estáen el contrato. Claro, sé leer. Esa parte la agregódespués, me acuerdo, cuando le pedí un adelan-to. ¿Cómo voy a quejarme a la Comisión si to-dos son sus amigos? Tiene huevo . No se estáquieto, no deja de moverse, de bailar. Mejor loLlevo a las cuerdas, así. Coge esa, campeoncito .Suelta. Arbitro, mire nomás como cabecea .Suelta. ¿Cómo dices? ¿De gancho? Pero, sino se deja . Escurridizo el puto, como jabón .No insultes; sube, acá arriba las cosas son dis-tintas. Yo soy el que se faja, el que aguantalos golpes . No haga publicidad, pues. Despida a los entrenadores, no los necesito . De aho-ra en adelante, nada de taxis. Deme lo queva a darme y punto. Eso, ni para la semana,le digo . Campeoncito, estás enamorado de mihígado. Vaya, metes bien el bolo, lo metesbien, a la descuidada. Un dos, buena combi-nación, lo vieron, de one two ; oíste mamá, no

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apagues la radio. Lo soné Margara, en plenocarón, ¿qué se ha creído? Coño, me pilló . Va-ya, otra vez . Espera, campeoncito, me cabreas .

INTERMEDIO. Pero, si no me zurra nada,loco. Claro, como tú mismo dices, lo buscoadentro, en el cuerpo a cuerpo, acorto la dist

ancia, subo las manos así, así, ¿lo ves?, bloqueando y adentro, siempre. Te equivocas, no

es ningún congo, no se crece a mi costilla, tejuro. No ves nada. Cambia esa toalla, raspade sucia. No he dejado de seguir esa derecha,no la pierdo de vista . ¿La derecha? Que lasuelte, pues. A ver si puede. Ya salgo, ya.

TERCER ASALTO. Está bueno con el públi-co; cabrean con eso de arriba Bebi, la derechaBebi, el boloponch Bebi, mátalo. ¿Yo, cobarde? No le tengo miedo, carajo. ¿Tú plata?La madre que te parió, hombre . Ahora sí, conambas manos. Y dale con el acábalo, comosi fuera fácil, soquete. Ven acá, como si mefajara con un paquete. Es duro sostenersecuando le han zurrado a uno en la quijada,de veras. Es mejor amarrarse, empujarlo a lascuerdas, así. Clinch, brother, ven acá, esperaun poco, no sueltes . Aire, manito. Campeón,dame tiempo, ¿no? Un minuto, te haré vera tu abuela, hediondo; ¿No quieres ver a tuabuelita? Sube la mano, coño. Conque de nue-

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yo el uper, y el gancho. ¿Cómo lo hace? Tanta bulla por tan poca cosa ; lo ven, mi derechaes buena, vaya si lo vieron, clarito, en toda laface. Hey, golpe bajo. Arbitro, así no . Ojobuaicito, estás vendido, oblígalo a subir las manos, no respondo. ¿Cómo dices? ¿Abajo yarriba? ¿Quién lo entiende? Estás gufi, deja lasseñas a un lado, chico, sólo tengo dos manos,ajo. Vaya, la campana .

INTERMEDIO. Ya no es como antes, viejo.Masájame la espalda, duro. Antes, ayer nomas, era joven, había que ver. ¿Te acuerdas?Gancho abajo, la misma mano arriba, de sor-presa, a la cara, en la punta de los pies. De loque traes llevas, manita. Sangre, entonces abuscarlo. Eso, por todo el ring, para el deci-sivo. Todo bien pensado, con la derecha, sinmiedo, como tiene que ser. Al suelo . Uno,dos, tres, vaya. Hasta diez, hasta cien, la manoarriba, los aplausos . ¿Cómo? Ah, si, la cam-pana.

CUARTO ASALTO, Vamos campeoncito, aporrea; eso, eso . No mijo, yo no quiero que seas

boxeador. ¿Zurraste a Betito? No lo vuelvas ahacer, es tu amiguito. Coge ese nickel y cóm-prate un cuaderno, Mira mi cara, está fea, cortada, ñata, Anda, ve a la escuela, No, no irásal gimnasio, mejor estudia, busca profesión,

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mijo, buen swing, estudia mecánica, aguantabrother, o sastrería, aguanta esa mano, campeoncito, te rinde más cuenta, porque me faltaaire, te lo digo yo, mijo, la experiencia, aire laplata es para otros, apoderados, entrenadores,queridas, tú sabes. Deja ese jab pendejo, mosca, le zurran de lo lindo, quita, y ellos cobrantoda la plata, toman tragos, salen con mujeres,hasta cuándo campeoncito, hasta cuándo .

INTERMEDIO. ¿Cómo voy a salir de lascuerdas? Aparta ese amoníaco, coño. Un gol-pe, sí, lo sé. No lo repitas, Un sólo golpe, si tio estoy frito, ¿verdad? No me importa un

carajo con mister White, que se muera de ra-bia, ojalá. Mentira, no ha invertido un coño .No hombre, no estoy dormido. Dame el pro-tector. No seas cabrón, tiras las toallas y temato. Te mato, lo oyes, que si qué.

QUINTO ASALTO. Mierda, me dio duro .La metió por arriba, la derecha, ya lo decía.No te suelto, vergajo . Piensas que voy a de-jarme caer. No quiero estudiar eso, sastrería .Como tires la toalla, te mato, mirón mirón,pronto me levanto, estudia mecánica mijo, melevanto, ves, no gaste en publicidad, misterWhite. ¿Por dónde va la cuenta? ¿Cuatro?Huele raro aquí. Si, Margara, estás preñada;le pondrás Pedro y no será boxeador. ¿Seis?

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Pellín, tome el purgante . Ajá, siete, ya me le-vanto. Pellín, los hombres no juegan con mu-ñecas. ¿Ocho?, ya, ya . Te compré un carritomijo, de cuerda. Puta, nueve; cuentas muy rá-pido, cabrón . ¿Diez? Te hice un hijo, Marga-ra, te preñé. ¿Qué me levante? No me digaspendejo, no .

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DOS JUNTOS SEPARADOS

Sintió el impacto sobre la sien y se desplo-mó. El vaho de la tierra húmeda y las hojaspodridas llenó sus pulmones antes de perderel sentido . Se inclina en lo más alto de la cues-ta. Mira a todos abajo, al final, azuzándolecon las manos; a Carlos con los brazos cruzados sobre

.el pecho y, aunque no puede distin-guirlo bien, sabe que sonríe, imagina sus cris-paduras de gozo y la jactancia. Antes de in-tentar el descenso calcula la distancia y la in-clinación de la cuesta. Es demasiado peligrosoy piensa que mejor sería arrepentirse, romperla apuesta. De todas maneras Celeste lo pre'

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fiera sin necesidad de arriesgarse, de darle gus to a Carlos. Mantiene un pie en la tierra y

otro en el pedal, inmóvil . Cierra los ojos invocando al Dios automático, subconciente . Lavieja bicicleta no tiene frenos y un neumáticoestá desinflado y la inclinación es demasiadoviolenta. Gira el timón a la derecha, sin pe-dalear, deteniendo su propio impulso, la caída.Diego, a la izquierda, bordeando la cuneta, siguiendo el plan trazado de antemano

: deshacer los niveles en zig zag, descender en espiral,pedalear hacía arriba y hacia los bordes de lacarretera recién asfaltada y sin aceras, Palide-ce cuando las ruedas salen de control v empie-zan a perseguirle . Descubre la inutilidad deaplicar frenos imaginarios o la punta del zapa-to en la rueda delantera, Comprende que nopuede volver a la espiral, a esa velocidad cae-ría de lado, Se aferra al timón . El pavimentogira cruzado de líneas veloces. Siente el calorde la sang re en las mejillas ; la verguenza, noel miedo. Mira a todos apartarse, la mueca deCeleste, el gesto irónico de Carlos, el espantode los otros. Se desploma, los gritos, el parloteode los obuses, los simétricos aplausos de lasametralladoras terminaron por extinguirse .John trató de descorrer la noche aplastada con-tra su cara y, cuando finalmente pudo entre-abrir los ojos, a pesar de la tierra y la paja,

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en forma automática se llevó la mano a lafrente para tocar el dolor y entonces tocó lasangre y luego los labios de la herida . Volvióel cuerpo hacia el cielo, estiró los brazos en to-das direcciones, tratando de alcanzar la viejabicicleta en alguna parte, y sus dedos se afe-rraron al Ml. Abrió los ojos y donde pensóestaba Celeste localizó al enemigo,

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Avanzó como una gacela entre la maleza ylos arbustos. Ni los insectos (abundantes enla región) ni el filo de la hierba agresiva ylanceolada parecía afectar seriamente la pielpálida del guerrillero, apenas enfundado enunos pantalones antiguamente blancos y enunas plantillas elaboradas rústicamente con elneumático de algún vehículo destruido . Estu-vo a prudente distancia observando los cadá-veres dispersos. Los había emboscado y teníatodo el tiempo del mundo para hacer un re-gistro minucioso mientras el resto de los gue-rrilleros avanzaba hacia un nuevo puesto deobservación. Cuando estuvo muy cerca pudoobservar el movimiento del soldado aferrándo-se con angustia al Mi y, entonces, corrió . Estáinclinado sobre el surco; la tierra preñada y

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pantanosa sostiene las espigas cuajadas . Susmanos sabedoras del oficio, bajo la sombra mag-nífica del sombrero de paja, seleccionan, dis-tribuyen el alimento en las cestas. Tambiénotras manos a poca distancia, más viejas y másjóvenes y más ágiles y más torpes, cubriendodistancias doradas de racimos, repiten los ges-tos de la cosecha en una danza de siglos, Aho-ra se sienten los motores. Algunos levantanlas cabezas. Otros tratan de arrancar la espigamás cercana. El miedo que palpita duro bajolas costillas los empuja hacia los refugios imovisados en la tierra, Las bombas empiezan

a caer. Las llamas se extienden y el arroz sedobla por el espinazo. Los alaridos suben has-ta el cielo envueltos en humo y plegarias . Elaire está encendido, arde en silencio, quema lapiel como un fuego invisible ; se siente y no seve, v se riera sobre la cosecha y los cuerposhumanos. No suelta lo Que toca y la carne yla tierra v las espinas alcanzan una dimensiónde agonía mucho más honda que la muerte .Alguien grita ; napalm, Entonces comprendey por enésima vez el miedo le oprime el pe-cho. Sale del refugio, corre, lleva en los oídostantas quejas y dolor gritando que gruesas lá-grimas hielan su rostro quemado . Regresa.Contempla la noche y el miedo en los rostrosde su gente, la ceniza blanca y volátil sobre los

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escombros de las chozas y una soledad comono ha visto otra en su vida cubre los antiguosarrozales y algunos arbustos deshojados comofantasmas bajo la mirada perdida de los niñossemidesnudos y silenciosos, bajo la luz de unaluna inmóvil en el cielo como un Dios, Lacosecha está perdida. La tierra está muerta ylos amigos están muertos, Corrió hacia él ycon el pie, enfundado en la extraña plantillade neumático, contuvo el gesto ambiguo, im-preciso del extranjero colocándolo, con rude-za, sobre la culata del M1 .

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Do Kien apoyó el índice sobre el gatillo,mantuvo el cañón apuntando hacia el estó-mago del soldado como para enfatizar algo quesaltaba a la vista y que no era otra cosa que"te tengo a mi merced y cualquier cosa serádefinitiva". Con la punta de los dedos, quesobresalían ridículamente de las plantillas deneumáticos, arrojó el Ml a vinos pocos metrosdel soldado que, entre otras cosas, no sabía silevantar las manos, arrodillarse y rogar porsu vida o tratar de sorprender al enemigo . Seinclinó es un renacuajo puedo ponerlo fuerade combate de una bofetada le retorcería el

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cuello como a una gallina oh Dios si pudieraecharle mano y puso una rodilla en tierra . Conun movimiento del arma y la cabeza al mis-mo tiempo le indicó se pusiera en pie. El sol-dado alcanzó una postura vertical . Apretandoel arma contra el hombre se echó hacia atrássi se le ocurre atacarme tendré que dispararvarias veces es demasiado grande me gustaríallevarlo vivo a la aldea y que todos lo vierande cerca y lo escupieran y adoptó, a pesarde poseer el arma, una actitud defensiva . Johnrecogió el casco de acero y después de colocarel pañuelo sobre la herida lo ajustó con lascorreas corredizas a la barbilla . Distinguióel cadáver de Peter, bocabajo, la cara enterrada en una especie de lodo que sehabía formado de su propia sangre y latierra. Joseph, contra el tronco de un árbol,en actitud de dormir la siesta, exhibía dos ori-ficios sobre las sienes y una desgarradura unpoco inexplicable sobre el maxilar inferior po-niendo en evidencia los molares . El resto ya-cía en forma natural a su nueva condición decadáveres poseídos por la violencia : bocasabiertas, músculos crispados, ojos fuera de ór-bita gracias al cielo oh gracias a Dios por per-mitirme seguir vivo pudo ser peor tan sólosoy un prisionero aún puedo salvarme los otros

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no tienen esperanza no tienen esperanza notienen esperanza,

Empezó a caminar adelante y sabía que unojo de mirada única y larga y un hombrecilloinsignificante, sin botas, una caricatura amari-lla, un renacuajo de ajillos hambrientos, semi-desnudo y tal vez analfabeto, seguían atrás conbastante odio como para aburrirse e intentarun punto final a la obra iniciada con Peter ylos otros y la madre -pálida de antemano, llo-rosa, en el umbral de la casa y Celeste y losniños detrás, como en ascuas, mientras el cabohace entrega formal del pésame y la medallay del: murió en cumplimiento del deber y porla democracia y, más allá, en el parque, mu-chos niños que serán futuros soldados y algu-nos ancianos ya veteranos y sobrevivientes deguerra aprovechan la primavera para disfru-tar a sus anchas un escalofrío le recorrió la es-pina dorsal hasta el ano cuando el ojo de mi-rada única le hurgó bajo las costillas . Se per-cató de la humedad de la guerrera adherida ala piel. La noche se aproximaba no d

ebo co rrer ningún riesgo al comisario le daría mu-cho gusto tener un prisionero pero si intentaalgo lo mato se trata da su vida o la mía estan grande que tendría que disparar muchasveces y la aldea se perfiló al final de la planicie. John divisó a lo lejos las pequeñas cho-

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zas de bambú parece extraño que nadie hayaintentado un rescate debió venir un helicópte-ro o una nueva patrulla e intentó una manio-bra desesperada : trastabilló falsamente y seviró sobre el eje del tronco logrando asir elcañón del arma que lo apuntaba, pero no pu-do desviarlo a tiempo y el enemigo, con losojos espantosamente abiertos, presionó el ga

tillo varias veces. El soldado sintió el ruidomás que dolor de los impactos sobre el pechoy se dobló lentamente como el tronco de unamata de arroz bajo el peso de las espigas maduras. Do Kien lo contempló mientras se do-blaba lástima lo quería vivo lo quería vivo yluego se dirigió a la aldea sin volver el rostro .