16
A ñ o 8 , N o . 5 7 B i m e s t r e A ñ o 9 , N o . 5 8 B i m e s t r e N o v i e m b r e - D ici e m b r e d e 2 0 1 7 E n e r o - F e b r e r o d e 2 0 1 8 Publicación bimestral que se edita sin fines de lucro, como suplemento de la revista Docencia e Innovación Tecnológicas Pedro Ángel Palou Pérez nació el 11 de mayo de 1932 en Orizaba, Veracruz, pero radicó en Puebla, ciudad a la que se encargó de narrar y estudiar, por lo que el Congreso del Estado le confirió el cargo de “Cronista del Estado de Puebla”. Fundó el Instituto Cultural Poblano y la Casa de Cultura de Puebla, ubicada en el Centro Histórico, inmueble en donde tenía sus oficinas como presiden- te del Consejo de la Crónica de la ciudad de Puebla y del Consejo de la Crónica del Estado, organismos que impulsó y fortaleció. Su labor cultural mereció de Francia “Las Palmas Académicas” y la distinción de “Caballero de las Le- tras y las Artes”; y preseas similares de Polonia y Bul- garia. A éstas se suman el premio “Forjadores de Pue- bla” y el nombramiento de “Poblano Distinguido”. En 1975 recibió el Premio al Mérito por parte de la Sociedad Defensa del Tesoro Artístico de México, por salvar el Colegio de San Juan, hoy Casa de Cul- tura. Fue Doctor Honoris Causa por la Universidad Iberoamericana. También ha recibido la Medalla y Botón Paul Ha- rris de Rotary International; la Medalla de oro del Patronato del Teatro Principal y la Presea Ignacio Za- ragoza 2008, otorgada por el H. Ayuntamiento de Puebla. Pedro Ángel Palou Pérez era miembro de la Aca- demia Nacional de Historia y Geografía, Académica de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y del Seminario de Cultura Mexicana. El 19 de abril de 2017, el gobernador del estado de Puebla, Antonio Gali Fayad, y el alcalde de la ca- pital, Luis Banck Serrato, encabezaron la presentación de su último libro “En el nombre sea de la patria, Puebla en el proceso constituyente 1913-1917”. Entre sus libros destacan: José Agustín Arrieta. Biógrafo Plástico de Pue- bla, con cinco ediciones. La Consumación de la Independencia en Puebla. Guillermo Prieto en Puebla. José Luis Rodríguez Alconedo, el hombre…, el artista…, el patriota… 5 de mayo: 1862, 4ª. Reedición bilingüe 2011, décimo quinto en español y 1ª trilingüe español-in- glés-francés. Aquiles Serdán y el Movimiento Antirreeleccio- nista en la ciudad de Puebla 1908- 1911, Muertes Históricas de Poblanos Ilustres. Apuntes Históricos sobre San Xavier y la Peni- tenciaría de Puebla. Pedro Ángel Palou Pérezfue el primer secretario y dos veces subsecretario de Cultura del Gobierno del Estado de Puebla. Además, regidor del Ayuntamiento en el periodo 1969-1972, con el priísta Carlos Arruti. Nuestra Universidad se suma, con la edición de este número de El Tabloide Literario, el reconocimien- to y homenaje a este Poblano Distinguido cuyo nom- bre, desde ahora, lleva la Casa de Cultura de Puebla. Pedro Ángel Palou Pérez

Pedro Ángel Palou Pérez - UTPueblade la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y del Seminario de Cultura Mexicana. El 19 de abril de 2017, el gobernador del estado de Puebla,

  • Upload
    others

  • View
    4

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Año 8, No. 57 Bimestre Año 9, No. 58 Bimestre

Noviembre - Diciembre de 2017Enero - Febrero de 2018

Publicación bimestral que se edita sin fines de lucro, como suplemento de la revista Docencia e Innovación Tecnológicas

Pedro Ángel Palou Pérez nació el 11 de mayo de 1932 en Orizaba, Veracruz, pero radicó en Puebla, ciudad a la que se encargó de narrar y estudiar, por lo que el Congreso del Estado le confirió el cargo de “Cronista del Estado de Puebla”.

Fundó el Instituto Cultural Poblano y la Casa de Cultura de Puebla, ubicada en el Centro Histórico, inmueble en donde tenía sus oficinas como presiden-te del Consejo de la Crónica de la ciudad de Puebla y del Consejo de la Crónica del Estado, organismos que impulsó y fortaleció.

Su labor cultural mereció de Francia “Las Palmas Académicas” y la distinción de “Caballero de las Le-tras y las Artes”; y preseas similares de Polonia y Bul-garia. A éstas se suman el premio “Forjadores de Pue-bla” y el nombramiento de “Poblano Distinguido”.

En 1975 recibió el Premio al Mérito por parte de la Sociedad Defensa del Tesoro Artístico de México, por salvar el Colegio de San Juan, hoy Casa de Cul-tura. Fue Doctor Honoris Causa por la Universidad Iberoamericana.

También ha recibido la Medalla y Botón Paul Ha-rris de Rotary International; la Medalla de oro del Patronato del Teatro Principal y la Presea Ignacio Za-ragoza 2008, otorgada por el H. Ayuntamiento de Puebla.

Pedro Ángel Palou Pérez era miembro de la Aca-demia Nacional de Historia y Geografía, Académica de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y del Seminario de Cultura Mexicana.

El 19 de abril de 2017, el gobernador del estado de Puebla, Antonio Gali Fayad, y el alcalde de la ca-pital, Luis Banck Serrato, encabezaron la presentación de su último libro “En el nombre sea de la patria, Puebla en el proceso constituyente 1913-1917”.

Entre sus libros destacan:• José Agustín Arrieta. Biógrafo Plástico de Pue-

bla, con cinco ediciones.• La Consumación de la Independencia en Puebla.• Guillermo Prieto en Puebla.• José Luis Rodríguez Alconedo, el hombre…, el

artista…, el patriota…• 5 de mayo: 1862, 4ª. Reedición bilingüe 2011,

décimo quinto en español y 1ª trilingüe español-in-glés-francés.• Aquiles Serdán y el Movimiento Antirreeleccio-

nista en la ciudad de Puebla 1908- 1911, • Muertes Históricas de Poblanos Ilustres.• Apuntes Históricos sobre San Xavier y la Peni-

tenciaría de Puebla.Pedro Ángel Palou Pérezfue el primer secretario y

dos veces subsecretario de Cultura del Gobierno del Estado de Puebla. Además, regidor del Ayuntamiento en el periodo 1969-1972, con el priísta Carlos Arruti.

Nuestra Universidad se suma, con la edición de este número de El Tabloide Literario, el reconocimien-to y homenaje a este Poblano Distinguido cuyo nom-bre, desde ahora, lleva la Casa de Cultura de Puebla.

Pedro Ángel Palou Pérez

22

Con motivo del sesquicentenario de la batalla del 5 de mayo, el Consejo de la Crónica del Estado aprobó y convocó a los cro-nistas de las zonas por donde Zaragoza, Negrete y los invasores al mando de Lorencez transitaron, para publicar su investigación sobre lo sucedido en sus respectivas comunidades. Fruto de ello fue el libro Estampas históricas del 5 de mayo, editado por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla con gran éxito por su aportación.

En vísperas de los 150 años de la “voluntad heroica” o el sitio de Puebla de 1863, volvimos a convocar a los cronistas para investigar los hechos en las poblaciones que invadieron los inter-vencionistas galos, al mando del que sería más tarde el mariscal Elie-Frederic Forey.

El Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla, a través de su vicepresidente, Luis Maldonado Venegas, y de su ac-tual secretario ejecutivo, el doctor Moisés Rosas Silva, que desde su llegada ha tenido especial preocupación por nuestro consejo, acordaron editar estampas históricas del sitio de Puebla, como reconocimiento y estímulo al trabajo de los autores: Angélica Olea Prieto, de Acatzingo; Juan Manuel Games Andrade, de Te-huacán; Oswaldo Lorenzo Medel Cabrera, de Molcaxac; Pedro Mauro Ramos Vázquez, de Xoxtla; y Gerardo Noel Tenorio Sa-lazar, de Quecholac.

Prólogo

Estampas históricas del sitio de Puebla

3

El sitio de 1863 y la repercusión en Acatzingo.Si bien la ciudad de Puebla es ahora recordada en nuestra his-toria por la batalla del 5 de mayo de 1862, que le dio la mayor de las mayores glorias militares a México, poco se menciona el papel de los municipios del estado de Puebla en el sitio de 1863. Regularmente este episodio se atendió para analizar las estrate-gias militares en los combates entre los defensores y sitiadores; sin embargo, este estudio se encuentra en la población civil –en la gente común del municipio de Acantzingo-, en aquello que vivió y padeció en el citado asedio.

Al enfocarnos en los grupos sociales que vivieron en carne propia el sitio de aquel año y cuyas condiciones de vida eran las más precarias, podemos entre ver a esa mayoría que no dejó testimonio de lo experimentado a través de la perspectiva de quienes sí pudieron dejar su testimonio escrito –y aun preser-vado- de sus vivencias. Pese a la precariedad de información sobre el tema, la mirada vertida en el trabajo recoge fragmentos sueltos y entre cruzados de diferentes tipos de vista, sobre la anónima población civil de la época en Acatzingo. Conforma el sustento de este trabajo los testimonio de viajeros de la época, de militares franceses y mexicanos, asi como documentos del periodo estudiado (1862-1863).

La narración comienza después de la victoria del 5 de mayo de 1862. La vida cotidiana de los habitantes del municipio de Acatzingo era difícil: el hambre, las enfermedades, la violencia y la devastación causaron enorme sufrimiento en la población. En ese año una serie de acontecimientos permitieron la difusión de notas tales como el incendio de cosechas o los repetidos asaltos en caminos por bandoleros, muy comunes en ese entonces. La constante pugna entre el ejército de oriente y rebeldes conserva-dores, las difíciles condiciones de las fuerzas militares mexicanas, el avance del ejército francés y el rostro de los soldados que re-flejan cansancio y desaliento entre la ropa, muestran una galería de personajes y de asuntos candentes de ese tipo.

Una clave para descifrar las frustraciones y dolencias de la sociedad de Acatzingo puede hallarse en los hechos narrados de manera sórdida y cruel, reflejando los temores y pulsiones de una época, entre dramas individuales y generales. Esta compleja trama social de la vida cotidiana estalló dentro de ella ocasio-nando delitos de diversa índole como escándalos, zafarranchos y asaltos a mano armada. Lo recurrente de esa conducta creaba descontento. A cualquier hora se comentaba en Acatzingo: Ni-canor Martínez robo trigo; Cecilio Gutiérrez hurtó una cobija a Patricio Muñes; Feliciano Bautista se fugó de Actipan por lesionar a Doroteo Ramos.

En este ámbito de inseguridades vivieron los vecinos de di-cho municipio cuando el caos político dio paso a la guerra de intervención, este dejó varios soldados desfavorables: hambre y bandolerismo. Poco se podía hacer, a pesar de todas las fuerzas que la República Mexicana podía reunir, durante la segunda mi-tad de 1862 éstas se revelaron incapaces de actuar contra 6 mil soldados franceses, rebeldes y criminales mexicanos. A los altos mandos europeos, esto les permitió resarcir un poco el fracaso del 5 de mayo y fue una de las enseñanzas –entre otras- de esa campaña.

De junio a julio, el emperador Napoleón III consagró buena parte de su tiempo a estudiar el mapa de México, preocupándo-se por los uniformes, los sombreros, la alimentación y la salud de los soldados, así como abrumando con cartas y recomen-daciones del fiscal Randon, ministro de la guerra, a quien ni siquiera había consultado antes de la partida de los primeros contingentes. El 1 de julio de 1862 nombró comandante en jefe del ejército al general Elie-Frederic Forey. Además de las tropas ya presentes en México, se le confiaron 23 000 hombres su-plementarios salidos de Francia y Argelia. Forey evaluó las di-ficultades por las que pasaba su ejército como los estragos del

Napoléon III

General Elie-Frederic Forey

4

vómito negro, la debilidad febril, la falta de transporte, de alimento y de hombres que ahuyentaran a nidos de guerrilleros que se encontraban en caminos llenos de baches, fangosos y deslaves rocosos.

Para resolver estos problemas, Forey estimó necesario darse más tiempo para actuar con determinación y cautela.

Una de las medidas que empleó fue inmovilizar al ejército francés acanto-nándolo para tranquilizarlo durante un tiempo, haciéndole creer que no le ha-cían la guerra a una milicia nacional sino a bandas de ladrones.

Por otra parte, el general Jesús Gon-zález Ortega, Jefe del Ejército de Orien-te, con Cuartel General en Acatzingo, comunicaba la presencia de un buque francés en el puerto de Tuxpan, Vera-cruz, el cual traía 250 toros, 950 pacas de heno y 750 sacos de avena. En esos días, los pobladores de la municipal tu-vieron que cuidarse de todos los bandos que les robaban ganado, cosechas o di-nero por igual.

Por ejemplo, Calixto Constantino, de Acatzingo, fue despojado a la fuerza de dos pesos por soldados; uno de los culpables, Miguel Hernández, quedó en la cárcel a disposición del cuartel general de la muni-cipalidad, por orden del general González Ortega. El 19 de octubre de 1862, Carlos Pérez, vecino del pueblo de Actipan, dio parte al juez Manuel Bautista de que ocho soldados y sus mujeres habían entrado a sus sembradíos para robar verduras (AMA, Caja 19, Correspondencia, Exp. 419).

Al paralizarse el comercio, del cual vivía la mayoría de los acatzincas, el hur-

to se convirtió en una práctica común, dada la miseria de la población. La falta de recursos condujo a María de la Luz Bautista –mujer de José Lorenzo-, am-bos vecinos del barrio de Guadalupe de Acatzingo, a robar chilcotes (chile muy picante) para que sus hijos no padecie-ran hambre. Fue condenada por arruinar las cargas del solar de Manuel Y. Ponce (AMA, Presidencia, Comandancia Mili-tar, Exp. 420). El juzgado del pueblo de Actipan (localidad productora de horta-lizas) se encontraba en constante ajetreo; sin embargo, las leyes eran impotentes para reprimir esos males. Los individuos de la región manifestaban un desmedido culto a la fuerza física al violar la ley y el orden.

Los homicidios por arma blanca co-menzaron a ser cada día más graves: Francisco y Julián Báez, Vicente Jácome y Francisco Hernández dieron muerte a Antonio Ramírez (AMA, Justicia, Causas criminales, Exp. 260).

La violencia acompañó a los habi-tantes de Acatzingo desde que inició la intervención. Ante un panorama deso-lador, muchos ciudadanos emigraron a otras poblaciones del distrito en busca de mejores condiciones de vida. La co-mandancia militar de la cabecera y las agencias de los pueblos de Actipan y Villanueva expidieron pasaportes a los vecinos de la población para poder sa-lir de ésta (AMA, Comandancia Militar, Exp. 419).

No obstante, el prefecto del Distri-to de Tepeaca, Pedro Ibargüen, envió el 14 de octubre de 1862 una circular a la

General Jesús González Ortega, Jefe del Ejército de Oriente

5

comandancia de Acatzingo, explicando que en el lugar donde estuvieran residiendo los ciudadanos, allí tenían que cumplir con sus obligaciones, tanto en la Guardia Nacional y en los trabajos de fortificación como en la remisión de víveres y forrajes que se les habían asignado (AMA, Presidencia, Correspondencia, Exp. 419). De igual manera, los dueños de las haciendas del distrito no esta-ban exentos de proveer al Ejército de Oriente: Dolores Huerta e Isabel Tello, de la hacienda “Parra”, entregaron 30 cargas de cebada para cubrir el forraje de guarnición (AMA, Correspondencia, Exp. 419).

Para octubre de 1862, las fincas de la municipalidad de los Reyes rehusaron enviar semillas o víveres para el Ejército de Oriente. Se le advirtió al comisionado de víve-res, Antonio Ponce, que de no hacerlo se enviaría a una compañía armada y tendría que darse el doble o triple de la cantidad asignada (AMA, Presidencia, Corresponden-cia, Exp. 419).

Con disgusto o malas contestaciones, los dueños aca-taron la orden; sin embargo para el sitio de 1863, el co-mandante militar de Puebla, Jesús González Ortega, dis-puso que la Hacienda “San Pedro Ovando”. Perteneciente a la Sociedad Campero y Testamentaria de Olaes y Fer-nández, quedara exceptuada de los préstamos impuestos por la guerra de invasión, “en razón de que los dueños eran extranjeros” (AMA, Presidencia, Comandancia Mili-tar, Exp. 420).

Mientras el Ejército francés retiraba sus fuerzas del pueblo de Tepatlaxco en diciembre de 1862 (AHSDN, Exp. XI/481.3/8750), el general Jesús González Ortega,

que había sucedido en Zaragoza, tuvo tiempo para ter-minar las fortificaciones de Puebla, organizar la defensa de la ciudad y practicar contra las tropas francesas una estrategia de tierra que los condenaría a morir de hambre. Por otro lado, la comandancia de Acatzingo recibió tres-cientas boletas para que los ciudadanos de la municipali-dad trabajaran en las fortificaciones de la ciudad capital, pagando dos reales de jornal semanariamente. Para rea-lizar dicha operación se sirvieron del registro del Ejército Nacional que se encontraba en la oficina de Hacienda de Acatzingo (AMA, Presidencia, Comandancia Militar, Exp. 420).

La Guardia Nacional de Tepeaca, a la que pertenecían los ciudadanos de Acatzingo, tenía una tropa reclutada por la leva forzosa, carente de recursos pecuniarios indis-pensables para cubrir sus necesidades más apremiantes, provista de una armamento portátil de calidad inferior al de los franceses. Sin llegar a tener un solo día de buen rancho, sirvió en el sitio “de verdadera carne de cañón” (Merino: 1998: 84).

La situación de estos soldados improvisados y acuar-telados era extraña porque no estaban en las calles. La de-serción y la falta de pago conllevaron a encerrarlos para evitar robos (Stefanon: 2012: 202).

En la segunda mitad del siglo XIX, buena parte de los soldados eran reclutados contras su voluntad y dadas las condiciones sociales, económicas y políticas reinantes, debían soportar en el ejército graves penurias. La leva era una práctica común que, aunque provocaba comentarios, poco se hacia el respecto. La agencia militar del pueblo

Hacienda “San Pedro Ovando”

626

de Actipan denunciaba que el vecino Eduardo Machorro lo ha-bían llevado a la fuerza y consignado al cuerpo de artilleros de la división del General Antillón (AMA, Correspondencia, Exp. 419). Aquellos jóvenes y adultos de los estratos inferiores eran improvisados combatientes en las batallas, enrolándose en las fuerzas armadas de manera circunstancial pero no por convic-ción propia (Stefanon: 2012: 202). De hecho, 24 reos salieron de la cárcel de Acatzingo para incorporarse al Ejército de Orien-te (AMA, Presidencia, Ejército, Exp. 798).

Además de que estos individuos se alistaban en la Guardia Nacional para cubrir las bajas del Ejército mexicano, eran reclu-tados por la fuerza y golpeados mientras se les enseñaban los ejercicios militares en una lengua ininteligible para ellos. La ho-rrible suciedad de aquellos infelices conmovía y repugnaba. Ante las constantes quejas en el cuartel general de Acatzingo por los pobladores, el general González Ortega dispuso cesar el recluta-miento hecho por los jefes de los cuerpos “para perjudicar lo me-nos posible a las familias” (AMA, Presidencia, Ejército, Exp. 798).

Acatzingo en 1863Sin duda, en 1863 se invirtió mucho para la defensa de Puebla. La apariencia de buena parte del Ejército de Oriente –con excep-ción de los de alto rango- era muy modesta, pues a pesar de que se hizo un gran gasto para brindarles uniformes, no se cubrió la dotación de calzados para todos. El número de hombres que debía equiparse y alimentarse ascendía a 40,000 (Mejía: 2012: 133). Los datos menos contemplados son los de las soldaderas que lo acompañaron, a las que muchas veces se sumaron sus crías, sumidos todos ellos en los vaivenes de las batallas.

Los avances del ejército invasor condujeron al jefe del Ejérci-to de Oriente, Jesús González Ortega, a publicar varios decretos. En ellos suprimía con carácter provisional las funciones de toda autoridad, excepto militar. Mediante circular del 21 de agosto estableció juntas proveedoras de víveres y forrajes para el Ejér-cito de Oriente, ordenándose que en el Distrito de Tepeaca se situaran las raciones de la municipalidad de Acatzingo, los Reyes y Huixcolotla, entre otros. En esta demarcación se estableció La Junta Proveedora de Tortilla para abastecer al sexto batallón de Guanajuato, al mando del general Antillón Santibáñez, acuarte-lado en Acatzingo. También se dotó de leña para el rancho del expresado cuerpo (AMA, Ejército, Exp. 781).

Los abusos cometidos a la población por la brigada de An-tillón, llevaron a la prefectura del distrito a encargar la coman-dancia militar del municipio a Manuel Machorro. La principal medida que tomó fue incorporar cinco hombres con su labor de cuidar las ramas y la seguridad de los habitantes, cuyo pago se deduciría del fondo de rebajos de la Guardia Nacional y que en 1863 ascendía a 89.91 pesos. La protección otorgada por este cuerpo abarcaba el casco de la población, los pueblos de Villa-nueva y Actipan, y las haciendas de San Pedro Ovando, Macuila, San Bartolo, La Natividad, Xantoala, San Gerónimo, San Diego Arias, San Miguel y San Diego Iglesias (AMA, Caja 70, Ejército, Exp. 805).

Otra de las medidas consistió en enviar una relación del nú-mero de caballos y los precios con que se habían costeado al entregarlos a las comisiones y después de recogerlos el General Florencio Antillón Santibáñez (AMA, Presidencia, Ejército, Exp. 802). Finalmente, se aceleró el trabajo en fortificaciones de Pue-bla mediante la imposición de contribuciones. El pago exigido en ese año ascendía a tres reales semanales y quienes no apor-taran la cantidad debían pagar con mano de obra (Mejía: 2012: 128-129). Todo individuo de 14 a 60 años de edad trabajaría un día a la semana en las fortificaciones o pagaría el jornal corres-pondiente (Galindo: 2006: 342). Por tal motivo, la Junta Patrió-tica residente en la localidad convocó y obligó al vecindario a acatar esta disposición.General Florencio Antillon Santibáñez

7

Mientras tanto, el general en jefe del Ejército de Oriente garantizó que los transportes que se emplea-sen en la introducción de víveres no serían confiscados. Además, ordenó el corte de sementaras y la cosecha de todos los granos en las regiones de los estados de Pue-bla, Veracruz y Tlaxcala, por donde pasaban los cami-nos principales hacia los puntos ocupados por las tropas enemigas (Puebla, Ciudad de México). El plazo que se estableció fue de un mes y en caso de no acatarse la ley, las autoridades destruirían las sementeras sin previa in-demnización para no ser aprovechadas por el enemigo. De la misma manera, se ordenó el retiro de mulas y de todo animal de tiro y ganado en las zonas que rodeaban a las ocupadas por los franceses (Mejía: 2012: 132-133).

Por esos días, el General Antillón comunicaba des-de Acatzingo que los galos habían tomado posesión del pueblo de Palmar el 4 de diciembre de 1862, con una columna de 4000 hombres; y el 16 de enero, fuerzas del 1er escuadrón “Lanceros de Zacatecas” sostuvieron un brillante hecho de armas contra una partida de invasores en el pueblo de San Salvador el Seco, Distrito de Chalchi-comula (Galindo: 2006: 463). La población de Acatzin-go pertenecía fiel a los representantes de la República y la administración de Juárez seguía funcionando.

En enero de 1863, cuando habían desembarcado to-das las fuerzas expedicionarias, el efectivo del ejército francés era de 28,126 hombres con 5,845 caballos y 549 mulas. Los equipajes del tren se componían de 83 coches regimentales de dos ruedas, 4 coches articulados, 6 forjas

de campaña, 85 literas y 490 camillas para las ambulan-cias. Las fuerzas conservadoras aliadas de los franceses ascendían a 1,300 hombres de infantería, 1,100 de caba-llería y artilleros (Chávez: 1968:10).

El Ejército de Oriente contaba para su defensa dentro de la ciudad con 229 jefes, 1,495 oficiales y 23,104 indivi-duos de tropa, con una dotación de 178 bocas de fuego de batir y de sitio (Galindo: 2006:466). La comandancia mi-litar de Acatzingo envió a Tepeaca el armamento pertene-ciente a la guardia de la localidad para hacer frente al sitio de Puebla. José de Jesús Torres entregó al Coronel Pedro Ibargüen: 30 fusiles, 33 cornetas, 23 pompones, 17 hachas, una corneta con su boquilla, 8 cartucheras, 7 fajillas, 3 ca-rabineras, 3 boinas, 23 talines con cuero para los tambores y una caja de guerra de latón con sus baquetas (AMA, Pre-sidente, Ejército, Exp. 800). En esos días de prueba llegaron a la capital de Puebla los batallones de Guardia Nacional de Tepeaca comandados por el Coronel Pedro Ibargúen.

Doña Recia, originaria de Tepeaca y cocinera de la hacienda San Pedro Ovando, se fue para Puebla siguien-do al peón Justino. No le importó regalar a su hija a las monjas de convento de Santa Inés. Por estar con su hombre se acuarteló en la línea de Loreto-Guadalupe-Independencia, ganándose la simpatía del general Gayo-so, de Guadalupe. El placer le duró poco tiempo, pues se vio forzada a dejar los guisos y el petate de Justino. En vez de esconderse en los túneles con el resto de las mujeres, empuñó un arma y encaró a los agresores. La respetaron desde el general Florencio Antillón hasta el

8

general Berriozábal porque le reventó el rostro a un francés y defendió el fuerte como toda una soldadera.

Como pago recibió una descarga de mosquetón en los in-testinos. La llevaron al fuerte de San Javier y ahí permaneció sin saber quién era, mientras una caritativa mujer le daba caldo para cerciorarse de que aún respiraba. Las noticias volaron hasta San Pedro Ovando y su hermana Antonia le lloró porque la imaginó muerta y porque después del sitio se la entregaron con el cuer-po maltrecho. A pesar de las escasas referencias de la mujer a la tropa mexicana, el ejemplo citado es una prueba de su presencia y aporte a la causa nacional.

Por otro lado, vale la pena resaltar el testimonio que los via-jeros extranjeros de la época solían hacer sobre los habitantes. El francés Charles Lempriere en su viaje a Puebla, al ver las barrica-das por todas partes y desconcentrado ante hábitos tan ajenos a los que le eran familiares, comentaba en 1862:

Ningún país del mundo esta tan acostumbrado como México a un estado estacionario de inseguridad causado por la guerra y la revolución. Por lo mismo, la costumbre hace incluso que las más horribles situaciones sean vitas como algo normal; en medio de sus barricadas y sus bandas de ladrones, las gentes se muestran contentas y felices. Una banda de música toca todas las tardes en la plaza. Las señoras y los señores se pasean con sus más elegan-tes vestidos. Una feliz ligereza ha hecho al mexicano insensible antes de los desmanes de la revolución y el pillaje (Monjarás: 1974:151).

De acuerdo con la opinión acerca de las operaciones de los mexicanos por parte de uno de los miembros del Ejército fran-cés, el teniente coronel Pedro Enrique Loizillon, en las cartas periódicas que escribía a sus hermanas y como testigo presencial de los hechos, decía desde Acatzingo el 23 de febrero de 1863:

“Está resuelto que se embestirá a Puebla de manera de hacer prisionera a toda la guarnición o a los menos desorganizarla de manera que no pueda rehacerse en “México”, agregaba “se dice que (Forey) quiere entrar a Puebla el 16 de Marzo, aniversario del nacimiento del príncipe imperial” (Carrión: 1994: 182).

Dejamos por ahora la descripción sistemática del sitio anali-zada por historiadores militares del siglo XIX y XX para concen-trar nuestra atención en algunas semblanzas. Estas nos propor-cionan una idea del panorama de la municipalidad de Acatzingo vista por algunos franceses como el capitán Adolphe Fabe, quien el 5 de marzo de 1863 escribió a su familia.

Salimos de Quecholac el 3 y llegamos a las 10 am a Aca-tzingo. Cuando uno se adelanta sobre la meseta de Anáhuac el país se vuelve más y más hermoso y hace olvidar la tristeza y la desolación de Palmar y de Cañada. El rumbo de Acatzingo es de lo más esplendido; vuelve lo verde y una portentosa vegetación; pero lo que cautiva la vista y vuelve el paisaje tan atractivo es el horizonte sin límites que va hasta el Pacifico, son los ricos picos nevados que se levantan en medio de una rica campiña, bajo un cielo de una perfecta limpieza, en medio de una atmosfera de una transparencia y de una ligereza incomparables.

Después de describir el valle de Puebla, la Malinche, el Po-pocatépetl, el, admira Acatzingo, sus casas, los tres templos de la plaza (Convento Franciscano, Capilla de la Soledad y la Pa-rroquia de San Juan Evangelista): Uno es especialmente admi-rable con su cúpula adornada de azulejos de mil colores y sus dos campanarios moriscos; adentro es maravillosa la profusión de riquezas, oro y plata que tapizan todas las paredes (Meyer: 2009: 310).

El general Bazaine aproximó sus tropas a Puebla y estableció su cuartel general en Nopalucan además de enviar tropas de reconocimiento hacia Huamantla (Mejía: 2012: 136). Por otro flanco, el general Douay ocupó Acatzingo y Los Reyes. Mientras, Forey anunciaba desde Orizaba su marcha hacia Puebla para iniciar las hostilidades.

Convento Franciscano,

Capilla de la Soledad

Parroquia de San Juan Evangelista

9329

El 3 de marzo el vigía colocado en la torre de la Parroquia de San Juan Evangelista vio que desde la madrugada los franceses en-caminaban hacia Acatzingo. Algunas azoteas tenían curiosos pero el silencio se hizo pavo-roso en las calles, tan solo era interrumpido por el galopar de los caballos de los oficia-les. Una vez instalados, el general Douay se puso en contacto con las fuerzas de Bazaine. Durante los días que permanecieron los fran-ceses en esta localidad, la población perma-neció escondida. El 13 de marzo de 1863, en su paso por Puebla, el mariscal francés Forey pasó revista a sus tropas en la plaza principal (hoy denominada Ignacio Romero Vargas). Todo estaba listo para emprender las opera-ciones sobre Puebla (Chávez, 2007: 21).

Durante 62 días que duro el sitio (del 17 de marzo al 18 de mayo), el general Gonzá-lez Ortega determinó la rendición de la pla-za debido a la falta de víveres y municiones.

No es objeto de este estudio el análisis logístico de las acciones de guerra. En vista de las circunstancias que obligaron a la rendición de la plaza la noche del 16 al 17 de mayo por los defensores –quienes, con el mayor orden rompieron sus armas sobre los parapetos, re-ductos y murallas- frente al enemigo (Carrión: 1994: 196), nos dimos a la tarea de plasmar el testimonio de uno de los protagonistas de la contienda bélica. El teniente coronel Fran-cisco de Paula Troncoso, refiriéndose al viaje de los generales, jefes y oficiales prisioneros al puerto de Veracruz, decía:

(20 de mayo de 1863): Llegamos a Aca-tzingo al anochecer, pues la jornada es larga, y nos alojaron en unos corrales con mulas, lleno de lodo y estiércol. Nos formaron y or-denaron que hiciéramos unas listas de todos nosotros, por grados. Así se hizo y se entre-garon en el acto. Un oficial francés comen-zó a llamarnos por esas listas y como algunas habían sido hechas muy de prisa y con abre-viaturas, este oficial decía sendos disparates. Por ejemplo: a Benito Quijano lo llamaba Bi-sit Guifeno, a Casasola, Cacacola. Esto causó

una risa general; el general francés se enfure-ció y para vengarse nos mantuvo parados en el lodo media hora.

Nos acostamos donde mejor pudimos, habiendo logrado algunos afortunados apo-derarse de una pequeña y destruida caballe-riza (….). Desde el amanecer estábamos en pie. Se nos saca a la plaza de Acatzingo y a poco desfilamos pie a tierra para San Agustín del Palmar. Hemos notado que algunos jefes y oficiales han escapado ¿Cómo? ¡Quién sabe! (….) (De Paula: 1909; 247-48).

El 10 de junio de 1863 los prisioneros se hicieron a la mar al llegar la noticia de la entrada a México del General Forey. Los dos buques, la Ceres y el Darien, navegaban uni-dos bajo el mando del capitán Lefebre (De Paula: 1909: 261). Después de lo ocurrido, reinaba en la población de Acatzingo la epi-demia de fiebre que había atacado a varios individuos del Ejército de Oriente, explicable por la escasez y mala calidad de los alimen-tos, el poco aseo de los cuarteles y la falta absoluta de policía. Para evitar su marcha y hacerla menos mortífera, se recomendó la limpieza de las calles y en el interior de las habitaciones, así como poner un buen esta-do los caños que servían para desahogo de las letrinas (Hernández: 2002: 163-64). La municipalidad acordó dar cumplimiento a las disposiciones.

Para finalizar, diremos que la derrota de 1863 no opacó la capacidad de resistencia popular, incluyendo el sacrificio –volunta-rio o no, pero incuestionable- de la vida de muchos soldados y soldaderas desconocidos para la historia, además del igualmente anó-nimo padecimiento de la mayor parte de los habitantes de Acatzingo. Y aunque en un contexto estatal no figuraron como prota-gonistas del movimiento armado, las nuevas generaciones encontrarán en este texto la participación de su pueblo para engrande-cerlo y sentirse orgullosos de su lugar y su gente.

10

Puebla afirmó la conciencia nacional, robusteció la fe del mexicano en su propia capacidad y en su autodeterminación al derrotar al invasor del siglo XIX. La historia tiene su parteaguas: antes y des-pués del 5 de mayo emergente, entonces, la defi-nitiva responsabilidad de México.

Ese espíritu republicano y de fervor nacionalista –línea oculta de vinculación- tuvo lógicas y expli-cables consecuencias. Puebla tenía que ser, en los albores del siglo XX, la precursora de la revolución social –primigenia en el mundo- con la avanzada de un pueblo en armas. En Santa Clara, Aquiles, Máximo y Carmen Serdán Alatriste brotaría la pri-mera sangre que fecundaría un movimiento trans-formador que arrancaría al pueblo de la precaria paz de sus hogares, para que los “fusiles empezaran a arar la Revolución”. Los pueblos sin historia, se ha dicho, son pueblos sin héroes ni ruinas; ruinas y héroes son el alma de las comunidades nacionales.

La epopeya de Santa Clara es un hecho de profundo sentido de la realidad circulante en su tiempo y hora, vivencia entrañable de hombres y mujeres con claro sentido del cambio social. Aso-marse al viejo portón de Santa Clara y penetrar en el histórico recinto donde de manera insólita en una casa civil, familiar, nació la Revolución Mexi-cana, es llegar al alma misma, a las mejores y más limpias esencias de la lucha popular reivindicadora y lo hacemos con temblor de emoción, con supe-rior recogimiento y con clara conciencia nacional.

Hablar de hombre y mujeres, actores de aquel drama cívico, es dialogar con México. Es arrancar la cuerda vibrante de la historia patria de aquel si-

glo aleccionador, la nota aparentemente dormida que, con fidelidad suma, se aviva cada año, y cada conmemoración remueve el fuego interior que exalta y produce la revelación de nuestro ser. Por-que sólo enfrentándonos a la historia, podemos obtener las grandes claves de nuestro destino.

Es hora de reconocer que aquel viernes 18 de noviembre de 1910 no fue un acto desesperado ni una exaltada actitud de un grupo rebelde, ni Aquiles Serdán, en la historia centelleante, es breve luz cegadora de relámpago. Fue la de Aquiles, la de Carmen, la de Máximo, la de Filomena y sus seguidores una actitud generosa y noble. Si. Pero también de un profundo conocimiento de la rea-lidad del país y un sólido convencimiento por la gestación apasionada de un nuevo México. Lo que sucedió después en las acciones culturales y en la transformación radical de las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales que vivió el país, son la prueba incontrovertible de que los Serdán y sus seguidores eran eco de la adhesión popular y nacional a la verdad del cambio gestor.

La familia Serdán sabía perfectamente que con-vergían con claridad de dos poderosas, antiguas e históricas vertientes que respaldaban sus Inquietu-des sociales y políticas contra el monolítico régi-men porfirista; una profundamente liberal y otra eminentemente socialista.

La primera, proveniente de su abuelo materno, ilustre y patriota Miguel Cástulo Alatriste (Puebla, 1820-Matamoros, Puebla, 1861), político, acadé-mico y gobernante, luchó contra la intervención norteamericana, fue reformista liberal de inque-

A manera de prólogo

Aquiles SerdánEl antirreeleccionismo en la Ciudad de Puebla

(1909-1911)Pedro Á. Palou

11

brantables principios que lo llevaron al martirio, por la fidelidad a ellos y por su republicanismo ante los conservadores.

La segunda, de Manuel Serdán Guanes, el padre de los Ser-dán (Veracruz, 1842-Puebla, 1880), quien estuvo enlistado en la Guardia Nacional y fue combatiente en el Sitio de Puebla de 1863, donde muere su hermano Francisco. Fue coautor, junto con el co-ronel Alberto Santa Fe, de la Ley de Pueblo (1878), un documento socialista que contiene un programa agrario, el reparto de tierras, ideas sobre el fenómeno a la industria nacional, la sugerencia de la instrucción obligatoria, propuestas avanzadas para su tiempo y uno de los alegatos más importantes en esa corriente política. También fue redactor del periódico La Revolución Social (1878) cuyo nacimiento coincidió con el de su hijo Aquiles, quien treinta y dos años después seria el corrector de los excesos adquiridos a lo largo del porfiriato, y que su padre anticipadamente señalaba en esa publicación.

De estos dos personajes, los Serdán aprendieron y supieron difundir la tenaz acción política y social, la adhesión rotunda al maderismo, a la democracia, a los principios del sufragio afectivo y la no reelección, con conciencia revolucionaria y reformadora, a la manera de sus ilustres ancestros.

Carmen, la heroína sin mancillaEl contacto con obreros, carpinteros, zapateros, maestros, tipógra-fos, alfareros, estudiantes, comerciantes, cigarreras, y ferrocarrile-ros insertos en la inquietud de los clubes políticos, y su pequeño comercio, enfrentó a los Serdán a la realidad social y económica en que se desenvolvían. De allí nace en Carmen, no solamente el sentimiento fraterno al hermano mayor, Aquiles, sino también la solidaridad a Máximo, al quehacer ingente, la entrega a la tarea di-fusiva de la democracia y sus principios, repartiendo propaganda y convirtiéndose en una activista dinámica del movimiento. Ade-más, con su actitud rompió con la rutina tradicionalista de la mujer mexicana, encerrada en el hogar, vedada para toda participación que no fuera la domestica. Ella abrió un nuevo sentido de la vida de las féminas, con valentía y decisión para participar en la lucha política, convirtiéndose en precursora de la igualdad de género y no sólo lo hizo con la palabra, sentencia con su actitud personal el futuro de las mujeres mexicanas sino también demostrando lo que logra la solidaridad por causas y valores superiores.

Y en el momento culminante de la mañana del 18 de noviem-bre de 1910, Carmen alentó a los sitiados en su casa de la Portería de Santa Clara, llevó armas, municiones, empuñó y disparó su rifle, vio caído en la lucha a su hermano Máximo, fue herida, y todavía tuvo tiempo de salir al balcón para pedir ayuda exigente ante un enfrentamiento múltiple de las fuerzas poblanas federales y locales.

Después de la toma de la “casa acribillada”, Carmen Alatriste, viu-da de Serdán, y de Filomena del Valle de Serdán fueron trasladadas, pese a la actitud resuelta de Carmen, no al hogar de Eduardo del Va-lle, como se les había anunciado, sino al cuartel de policía, y luego en la cárcel donde permanecieron varios meses, La casona ubicada en el número cuatro de la Portería de Santa Clara sufrió pillaje, destrucción y robo del dinero para la adquisición de armas.

Más tarde, Carmen se fue a vivir a la capital, silenciosa y mo-destamente desapareció de la escena nacional con toda dignidad. No cobró, como tantos otros, y con más merecimiento que nadie, facturas al Estado mexicano que, en 1920, le otorgó una míseria pensión de diez pesos, aumentada en 1945 a veinte pesos, que fue doble insulto. Sin queja alguna contra la ingratitud y la indiferen-cia, murió en la capital el 21 de agosto de 1948, en la casa número ochenta y ocho de la Calzada de Tacubaya, a los setenta y cinco años de edad, debido a un ataque de euremia. Carmen Serdán, mujer generosa de alma infinita, empezó entonces a vivir para la eternidad. Su sangre fue simiente de la revolución.

¡Carmen son raíz y esencia de la patria! (Véanse mas datos en el apartado “Bibliografías de personajes importantes citados en el texto”).

Aquiles Serdán

Carmen Serdán

Máximo Serdán

12

Aquiles: el hombre que nunca mintió

La intransigencia es el único camino de los débilesGómez Ciriza

La lectura del libro Madero La sucesión presidencial, sus entre-vistas con el líder poblano Rafael Rosete, su presencia en algu-na reunión del Partido Socialista Obrero Español en la capital, así como el contacto permanente desde su pequeño negocio de zapatería, permitiendo a Aquiles Serdán conocer las realidades sociales y económicas de las mayorías, lo convirtieran, junto con las lecturas de la amplia biblioteca del abuelo, del padre y de Manuel Sevilla, en un activista social –y sobre todo su encuentro personal con Madero–, en un luchador político que pronto se convirtió en delegado del Centro Antirreelecionista en Puebla.

Al retornar a la Angelópolis, creó el primigenio Club Anti-rreeleccionista Luz y Progreso, origen de otros clubes en la ciu-dad y en el Estado, y el periódico La No Reelección. Estos junto con su grito escrito “No permanezcáis más de rodillas” –lo fue hasta el momento de su muerte- fueron los aglutinadores de la opinión pública poblana y su despertar; por eso, desde ese momento, Aquiles fue el ojo de los atropellos del gobierno del represor Mucio P. Martínez y sus esbirros Joaquín Pita, el jefe po-lítico, y Manuel Cabrera, el jefe de la policía, con allanamientos en su casa de Santa Clara, y con órdenes de aprehensión basadas en falsedades.

Ya libre, estuvo en la Convención Antirreleccionista de “El Tivoli de Eliseo” con doce compañeros delegados poblanos que se sumaron a la candidatura presidencial de Madero y del doc-tor Vázquez Gómez que, por cierto, no era su candidato.

En Puebla, integró y presidio el Comité Ejecutivo Electoral del Estado con jurisdicción en Tlaxcala. Organizó la recepción de Madero en Puebla capital, ya en gira electoral, con todo detalles, logrando la más multitudinaria, libre y espontánea reu-nión de ciudadanos sobre la que el candidato no tuvo más re-medio que exclamar: “En Puebla presencié la manifestación más entusiasta de sentimiento nacional”; obra, sin duda, de Serdán.

Vinieron la difamación, los apelativos burlones, la sátira vul-gar, la locura sobre todo, y bien dice Jean Mayer en su análisis que a Madero y Serdán “la locura les viene de su audacia, de allí y no de otras partes. Es una locura razonable”, y ¡vaya que sí lo fue!

Madero vivió en la cárcel potosina la elección presidencial como demostración incontrovertible de una dictadura bañada de ignominia. Serdán vuelve a la palestra para organizar una manifestación de protesta silenciosa contra el fraude electoral. Reunió más gente que la que hubo para la recepción del candi-dato Madero –llegó a sumar en el zócalo poblano a cuarenta mil personas-, pero tropezó con la fuerza bruta de la soldadesca y la gendarmería que mataron e hirieron por igual a mujeres, niños, ancianos y hombres.

Una digresión: los poblanos tenemos una deuda con esa muestra doble de civilidad política que no hemos rememora-do. En su centenario, hay que convertir el Jardín de San José, llamado “Francisco I. Madero”, en un referente actual y del fu-turo, habría que acondicionarlo y erigir un monumento humano de civismo de 1910 que, en dos ocasiones, han dado aquellos poblanos demócratas, antirreeleccionistas y maderistas, y cuyo vértice de reunión fue el mencionado jardín.

Una vez más Aquiles lució su habilidad escapista y se en-contró con Madero en San Antonio (Tejas). Fue testigo de la confección del Plan de San Luis y regreso a Puebla como jefe del Movimiento Armado Revolucionario que, de acuerdo con el llamamiento, surgiría el 20 de noviembre.

Aquiles programó el lanzamiento para tal fecha, pero supo de un nuevo cateo a su casa. Se enviaron correos a los encarga-dos de los grupos para unirse el movimiento. Nunca llegaron. Los estudiantes estaban en clases el 18 de noviembre, nadie los enteró. Los de Atlixco declaran que no llegaron las armas. El cer-co policíaco en las entradas de la ciudad, desde el día anterior, fue cerrado. El caseo antiguo, incluyendo la zona de La Portería

Francisco I. Madero

Aquiles Serdán y Frnacisco I. Madero

Antigua cárcel de San Luis Potosí

13

de Santa Clara, materialmente fue aislado. Hubo retención de obreros en las factorías, coparon los caminos, y las comunicaciones fueron interceptadas.

¿Se precipitó por el cateo de la rebelión?, ¿se improvisó, faltó planea-ción? ¿No llegaron oportunamente los avisos a los conjurados? No llegaron las armas tampoco? ¿Falló la comunicación? ¿No hubo tiempo de invertir más en balas y rifles? ¿Los obreros estaban frustrados desde la huelga de 1906 y el apoyo era realmente débil y aislado? Es aventurado, pero ¿hay que incluir, como suponen algunos, “cierta” traición? Se dio todo junto, quizás… Son preguntas no resueltas… El hecho es que un puñado de hombres y tres mujeres se enfrentaron en la Casona de Santa Clara al ejército, a la policía, a los rurales.

El crimen se impone. Cae la casa rebeldeAquiles se esconde, piensa reincorporarse a los leales por la madrugada. Las mujeres son detenidas y encarceladas. A la dos de la mañana del 19 de no-viembre, Aquiles no soporta más la estrechez de la cavidad en que ha pasado catorce horas. Sin armas, inerme, sale y se encuentra con Porfirio Pérez, cabo de la policía montada con el que forcejea. Éste lo derrumba y le dispara al cuello: ya en el piso, Juan Bade, otro esbirro policiaco, hace un segundo dis-paro, verdadero tiro de gracia que penetra la región occipital frontal.

Los disparos, contra todo lo que se ha dicho y representado plásticamen-te, fueron hechos como se describe, no en el sotanillo por donde dicen que sobresalía apenas la cabeza del líder.

Se anulaba la lucha final. Muerte estática, propia de cromo decimonóni-co, contraria a la valentía reconocida, al perfil conocido de entrega de Aqui-les, el protomártir sólo podía haber muerto como vivió, ¡de pie y en lucha ¡ (Véase el apartado “La verdad en el homicidio de Aquiles Serdán”.)

En la conciencia de MéxicoPorque nunca separó las ideas de su vidaEn las últimas líneas que escribió para la proclama del día 20 de noviembre, dijo: “Sabré luchar con valor sin que me arredren las balas de los enemigos del pueblo o, por lo menos, sabré encontrar una muerte gloriosa a lado vuestro, defendiendo la democracia”.

La encontró.Aquiles se fijó en la conciencia del pueblo porque hasta el instante de su

homicidio, el minuto estelar de su martirio, nunca, ¡jamás mintió¡ Nunca separó las ideas de su vida.

Su cadáver se exhibirá por días en la puerta de la inspección policiaca

Casa de los Hermanos Serdán

14

–conocida como “Cuartel de la Merced”-, en una camilla de aspillera con dos ladrillos de cabecera, la última vejación propia de los tiranos.

Filomena del Valle: gran mujer junto a un gran hombre“Si hemos de morir o ser apresadas, será junto contigo”, expresa, con-tundente, Filomena del Valle a su esposo, respondiendo por su madre, y por Carmen, su cuñada, cuando Aquiles sugiere a las tres mujeres, la noche del 17 de noviembre, que se refugie en la casa de Miguel Rosa-les, donde ya están sus hijos y Natalia con su familia.

El temple del que está hecha Filomena es idéntico al de toda la familia, en la inteligencia que Filomena- “La Nena” llamada por ellos-, tiene en ese momento cercano a la tragedia siete meses de embarazo y veintiún años de edad.

En la madrugada del trágico 19 de noviembre, al ser detenida por la policía, Filomena declara que regodeándose del dolor ajeno es llevada, aparentemente de manera incidental, frente al cadáver que Aquiles, abusando, agrega, “de ser una desvalida e infeliz mujer”. (A esas horas ignoraba el destino de su esposo; Filomena, según testi-monios, se desmayó…). Asienta que su suegra, Carmen y ella, fueron recluidas en una “infecta bartolina” en la inspección de policía.

Meses después, en el Hospital de San Pedro, da a luz a su hija Sara (1911), y, al recobrar la libertad, denuncia ante el juez de lo Criminal, Celerino Flores, “los delitos de homicidio proditorio de su esposo y la destrucción de muebles, enseres y biblioteca de la casa de Santa Clara y el robo de ocho mil pesos que contenía la cartera de su esposo y su

15

reloj”; nombra a Luis Pérez Salazar como su defensor (24 de mayo de 1911).

Culpa a Joaquín Pita como autor intelectual de la muerte de Aquiles, el odiado jefe de la policía poblana que, hace saber, vive en las calles de Bolívar en la capital.

Días después del señalamiento, Pita niega al diario capitalino El País, su intervención en la muerte de Serdán, directa o indirectamente, des-lindándose de toda responsabilidad; en cambio, anota “que encontró en el sitio del homicidio a Porfirio Pérez y se enteró de que éste le había disparado a Aquiles después de la lucha con él y que allí estaba Porfirio Gómez, jefe de la policía”. De inmediato, Filomena lleva el recorte del diario al Juez y le pide que ambos policías sean llamados a declarar.

Desde ese momento, con resuelto interés, Filomena iniciara una larga y pormenorizada investigación personal de once meses, apor-tando nombre, lugares, direcciones de personas, testigos de los he-chos que reclama, y acusaciones directas contra los responsables del homicidio de Aquiles, puesto que la maquinaria porfiriana no había sido desmontada del todo.

Juan Bade, que “públicamente alardeaba de la piqueras de ha-ber disparado el tiro de gracia sobre Aquiles”, fue puesto a disposi-ción de juez; permaneció cuatro meses en la cárcel y fue liberado. Porfirio Pérez, de manera insólita, tras todos los señalamientos, ja-más se le consignó ni juzgó.

De esa vertical actitud, emerge con fuerza por su arrojo y valentía, por el rescate de la imagen y memoria de su esposo, la

Mtro. José Antonio Gali FayadGobernador Constitucional del Estado de Puebla

Lic. Patricia Vázquez del Mercado Herrera Secretaria de Educación Pública del Estado

Mtro. Bernardo Huerta CouttolencRector

MIA. Ma. Oneida Rosado GarcíaSecretaria Académica

Abog. Nadia J. Quezada LópezSecretaria de Vinculación

Mtra. Carolina Gil Fernández de LaraDirectora de Extensión Universitaria

Ing. Guillermo García TalaveraFundador

G. Francisco Ortiz OrtizEditor

M. M. Ma. Angélica Benítez SilvaDiseño Gráfico y selección de textos

www.utpuebla.edu.mx

Directorio

16

figura injustamente relegada de Filome-na del Valle, viuda de Serdán, que prue-ba, una vez más, que siempre junto a un gran hombre, y no atrás, existe una gran mujer: Filomena se une a Carmen como expresión de la mujer mexicana presidiendo la suerte de México.

Miguel Rosales, fraterno siempre, lo-gra la inhumación de los Serdán y, dada la situación económica familiar, se hipoteca la casa de Santa Clara con la intervención del abogado Luis Pérez Salazar.

(Sino) es destinoAquiles sabía de su signo y entendió su destino. El signo era participar en la lu-cha democrática, por el postulado de la no reelección, y para eso se entrega con valor y lealtad al maderismo y al cambio social de México que su padre, su abuelo y su tío habían previamente holado por la soberanía, la libertad y la dignidad.

El destino era el mismo de sus ante-cesores, luchar hasta la muerte por esos ideales y tempranamente lo comprendió

entre persecuciones, aprehensiones, y ca-lumnias permanentes que padeció con su familia. Por eso como lo intuyó y lo es-cribió, la muerte le llegó defendiendo la democracia.

El signo es destino y Aquiles lo supo cumplir.

El espejo que habla Testigo mudo de la homérica mañana del viernes 18 de noviembre en la sala de la familia Serdán, el espejo registró todo lo sucedido: sangre, dolor, muerte, violen-cia, lágrimas, entereza, impotencia, frus-tración y, acaso, la ira de los actores de aquel intenso drama poblano y nacio-nal…

El espejo sigue allí, hasta hoy, mal-tratado, agujerado, con los disparos ori-ginales, para seguir recordándonos en su reflejo de todos los días, de todo los años, le revelación de un país que nacía de los sueños revolucionarios todavía incumpli-dos… (Espejo que habla… La lucha con-tinúa.)

Natalia Serdán Filomena del Valle