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Perpectiva antropologica del conflicto

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Presentación sobre la guerra de Iran e Irak que sirve de modelo sobre como hacer una aproximación a un acontecimiento desde la Antropologia.

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FACTORES CULTURALES Y ETNICOS QUE

DETERMINAN EL CONFLICTO

Irak es un territorio configurado por vía de un acuerdo secreto

que Francia e Inglaterra produjeron durante la primera guerra

mundial. Ese acuerdo estableció las fronteras de la mayoría

de los países que hoy se encuentran en la Península Arábica.

Una vez derrotado el Imperio Otomano, Francia retuvo control

sobre lo que hoy es Siria y el Líbano; la Gran Bretaña mantuvo

el control sobre Palestina y ciertas ciudades y puertos del

Golfo Pérsico.

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La resultante ha sido una sociedad dividida en tribus

que se deslindan por vertientes religiosas. Estas tres

tribus ( Chiítas, Sunitas y Kurdos ) están divididas en

clanes y estos en familias. Para colmo, etnias que se

odian han sido forzadas a convivir compartiendo

territorios y gobiernos que las oprimen. Turquía, Irak,

Arabia Saudita y otros territorios surgieron casi como

resultado de la geometría con que se dibujaron las

líneas sobre el papel en que trazaron los mapas.

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DETERMINACIONES CULTURALES Y ETNICAS

QUE INCIDEN EN EL DESARROLLO DEL

CONFLICTO

Los estudiosos reconocen tres grupos étnicos en Irak:

una mayoría árabe (75 %), una entidad curda (20 %) y

un conjunto de minorías diversas, especialmente de

origen persa o turco. Sin embargo, el tablero de la

sociedad se complica al considerar su distribución

religiosa. Los musulmanes, que constituyen el 95 %

de la población, se reparten entre chiítas (60 %) y

sunitas (40 %).

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De estos últimos, mitad son árabes de rito hanefita y

mitad curdos de rito chafeita. Estas dos escuelas se

diferencian en cuanto a su filosofía o sus formas de

oración. Para los sunitas, que constituyen la

abrumadora mayoría de los musulmanes en el mundo

(90 %), la legitimidad es garantizada por los

sucesores del profeta, en especial los califas cuya

designación fue objeto de procedimientos diferentes a

lo largo de la historia. Los chiítas, por el contrario,

ponen al frente de la comunidad a un imam

(literalmente “el que está delante”).

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Esta alta personalidad es considerada como dotada de cualidades sobrenaturales que le confieren infalibilidad a sus decisiones. Además de su rol espiritual, este alto dignatario religioso ocupa una función política mayor, contrariamente al califa sunita que sólo posee un poder temporal: el de hacer respetar la ley islámica de acuerdo con la sunna (la tradición).

La línea “histórica” de los imames chiítas se detuvo en su duodécimo ciclo, siglo IX. Según la creencia colectiva, fue “ocultado” y volverá a la tierra al final de los tiempos. Los chiítas esperan como a un verdadero mesías el “retorno” de este último iman, el “Mahdi”. Esta teología, que ubica a los chiítas en situación de espera espiritual, es rechazada por los sunitas. El chiísmo se distingue igualmente del sunismo por la existencia de un clero compuesto por mollahs y ayatolahs particularmente influyentes.

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La mayor concentración de chiítas en el mundo se

encuentra en Irán, donde la inmensa mayoría de la

población pertenece a esta corriente disidente del Islam. El

chiísmo está, pues, marcado por la mentalidad iraní; ella

misma trabajada por la cultura persa que siempre veló por

protegerse de una mayor arabización. De este parámetro

socio-histórico nacieron la desconfianza recíproca y hasta la

enemistad profunda entre árabes y persas. Irak es el único

Estado donde una masa importante de chiítas, influida por

los valores espirituales del vecino Irán, cohabita con un

número significativo de sunitas, más bien orientados hacia

referencias árabes.

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PROYECCIONES DEL CONFLICTO EN EL ARTE, LA

CULTURA Y LA COTIDIANIDAD.

De esta manera, el país del Tigris y del Éufrates se encuentra ubicado en el corazón de una contradicción espinosa, hasta explosiva, que guarda un antagonismo entre dos universos culturales. La fractura entre el sunismo y el chiísmo en el seno de la religión musulmana toma entonces, en Irak, una dimensión que va mucho más allá de las divergencias confesionales entre dos corrientes del Islam.

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Esta dimensión reviste, por una parte, un aspecto social –en razón de las implicancias de esta desgarradura de la sociedad iraquí, fractura que se traduce notablemente por la cuasi ausencia de matrimonios entre sunitas y chiítas– y, por otra parte, un mirador político por el hecho de la posición dominante de Irán en el pensamiento chiíta.

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ROLES QUE DESEMPEÑAN LOS DIFERENTES

ACTORES QUE PARTICIPAN EN EL CONFLICTO.

Para entender lo acontecido en ese momento es

necesario partir de algunas explicaciones previas. El

chiismo es, ante todo, un legitimismo que juzga que la

comunidad de los creyentes en el Islam sólo puede

ser dirigida por los descendientes del profeta. Sin

embargo, también en otro aspecto, los chiítas difieren

de los sunnitas, la otra gran tendencia en el seno de

unas mismas creencias.

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Para éstos el sucesor de Mahoma lo representa en su

calidad política de jefe de la comunidad mientras que para

los chiítas lo debe suceder en su autoridad religiosa, incluso

prolongando la misión profética de Mahoma.

Para el chiismo es obligada la necesidad de presencia de los

"hombres de religión" en la vida política: aunque en el Islam

no exista un clero son los versados en teología o ciencias

sagradas quienes tienen que cumplir una misión de

supervisión controlando e inspirando al menos la vida

pública.

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Para los sunnitas, en cambio, las autoridades religiosas

nacidas de la política desempeñan un papel conformista y

de sumisión al orden establecido. El chiismo, convertido en

fórmula religiosa en Irán desde el siglo XV, constituye, dados

sus planteamientos, un potencial contrapoder frente al

mundo oficial. Eso no excluyó que la Monarquía iraní

pretendiera desde los años veinte una laicización,

semejante a la producida en la Turquía de Kemal Attaturk. y,

al mismo tiempo, una alianza.

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En tiempos de Mohamed Reza Pahlevi la laicización

prosiguió pero siempre manteniendo una personal

vinculación religiosa del monarca que así procuraba

de forma indirecta la estabilidad del país y la propia.

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ACONTECIMIENTOS QUE GENERAN CAMBIOS EN

LAS DINÁMICAS CULTURALES A PARTIR DE LA

APARICIÓN DEL CONFLICTO.

La guerra, que en realidad vino a reproducir un choque muy

frecuente entre dos civilizaciones competitivas, desde la

óptica de los observadores occidentales fue, como ha escrito

un especialista, un conflicto entre dos países difíciles de

distinguir, de cuatro letras, combatida con las armas de

1980, las tácticas de la Primera Guerra Mundial y las

pasiones de los tiempos de las Cruzadas.

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La guerra se debio a que Después del derrocamiento del Sha en 1979, Irán no

consideró ni respeto los acuerdos firmados por el Sha. Los incidentes

fronterizos se multiplicaron. El gobierno de Bagdad sostuvo que como el

Acuerdo de Argel ya no existía, tenía soberanía exclusiva sobre la totalidad del

canal Shatt-al-Arab, dejando a Irán sin salida al mar.

El 22 de septiembre de 1980 el Consejo de mando de la Revolución, el

supremo órgano del Partido Baas y del Estado iraquí, dio la orden de "dar

golpes disuasorios a los objetivos militares iraníes". Pese a conseguir avances

en tornom a 80-120 kilómetros, no fue suficiente para doblegar la resistencia

de las milicias iraníes formadas por los Guardianes de la Revolución. Con ello

comenzó una guerra que acabó por complicar la situación en el Medio Oriente.

Irak encontró apoyo de Arabia Saudita y Jordania en un frente destinado a

frenar la "exportación" de la revolución iraní a todo el Golfo Pérsico. Por otro

lado, Siria (permanente opositor de Irak) y Libia apoyaron a Irán.

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El alto mando iraquí -en concreto Sadam Hussein- hizo, como le

sucedería más adelante en 1990, un planteamiento muy

errado debido a una interpretación poco informada de la

realidad. En una primera etapa, confiados en la supuesta

debilidad del Ejército iraní como consecuencia de la etapa

revolucionaria, los iraquíes parecieron penetrar sin dificultad

en territorio enemigo. En ese momento pensaron, por un lado,

en una incorporación de territorio adversario a su nación y

especularon incluso con la posibilidad de, así, triplicar su

producción petrolífera hasta convertirla en equivalente en

Arabia Saudí y, por otra, en dividir al adversario en diversas

unidades políticas.

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Pero a partir de los primeros meses de 1982 no solamente el Ejercito

iraquí había demostrado menor agilidad de la prevista haciendo

imposible una guerra relámpago, sino que los combates parecieron

convertirse en una guerra de posiciones como la de 1914-1918 en

Francia. Por más que el Ejército iraní estuviera parcialmente

desarticulado como consecuencia de la revolución el hecho fue que

empezó a pesar la superioridad demográfica del adversario (40 millones

de iraníes frente a sólo 14 de iraquíes) y también la movilización

provocada por el sentimiento religioso. En efecto, las unidades regulares

se vieron acompañadas, incluso por razones políticas, de "guardias

islámicos de la revolución" o "pasdarans", que no temían lanzar ataques

en oleadas casi suicidas.

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Irán no sólo no se hundió sino que la guerra contra el adversario fronterizo

le sirvió para trasladar su Ejército contra él, entrenar sus milicias políticas y

alejar la atención de las dificultades propias. En cambio, Irak empezó a

conocer las consecuencias de su imprudencia. No sólo su Ejército se

descubrió mucho menos efectivo de lo previsto sino que provocó un

realineamiento de la política internacional del Oriente Medio por completo

contraria a sus intereses. Irán fue sostenido por las potencias árabes más

radicales como Libia y Siria; esta última era esencial para Irak puesto que el

oleoducto que pasaba por ella fue cerrado y por lo tanto la exportación de

petróleo iraquí se redujo a menos de un tercio. Incluso Israel acabó

apoyando a Irán de forma indirecta proporcionándole armas. Claro está que

Irak también tuvo aliados, las potencias árabes más conservadoras, para

las que la expansión de la Revolución islámica constituía no ya un problema

grave sino de mera supervivencia.

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Finalmente, después de que los ataques del Ejército iraní sobre las posiciones iraquíes resultaran, durante los primeros meses de 1988, tan carentes de efectividad como los realizados por Irak en 1980, Jomeini acabó aceptando una resolución de la ONU que imponía la paz. Pero ésta fue precaria en grado sumo: la posterior Guerra del Golfo no puede entenderse sin estos antecedentes El derrumbe del régimen de Saddam Hussein ha reanimado, pues, las brasas de los resentimientos, acumuladas por los chiítas desde hace casi un siglo. Relegada, menospreciada, hasta perseguida, esta comunidad frustrada quiere hoy cobrarse un desquite con la historia. Marginada de la sociedad iraquí por los viejos maestros de Bagdad, la población chiíta puede enorgullecerse no sólo del prestigio regional de sus dirigentes religiosos, sino también de poseer capas sociales educadas y abiertas al mundo. Este parámetro es debido a las relaciones mantenidas entre los intelectuales chiítas dispersos por los Estados del Cercano y del Medio Oriente.

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CULTURA DE LA GUERRA, CULTURA DE LA PAZ,

QUE ELEMENTOS O FACTORES INCIDEN EN SU

DETERMINACIÓN Y DESARROLLO HISTÓRICO.

Estos intercambios alimentan un crisol de conocimientos particularmente

fecundo. Para el conflicto Los chiítas representan el 90% de los 70 millones de habitantes de Irán, el 60 % de la población de Bahrein, el tercio de la población del Líbano, el cuarto de la de Kuwait, el 10 % de la de Katar y de Arabia Saudita. A ellos hay que agregar las minorías establecidas en Siria (2 %) y en Jordania (3 %). Toda esta diáspora chiíta experimenta una gran sed por saber, una búsqueda de conocimientos destinada a nutrir el fermento cultural que sigue siendo guiado por los discursos movilizadores de los dignatarios chiítas. Es estimulada por el profundo sentimiento de veneración que los oyentes demuestran por estos predicadores, considerados sembradores de los gérmenes de la educación. Este verdadero culto dado a los responsables religiosos desembocó en una búsqueda permanente de erudición, por lo tanto también en intercambios culturales transnacionales entre los chiítas.

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La comunidad sunita obtuvo, así, una posición

predominante en todos los resortes de la sociedad, a

despecho de una situación demográfica que le era

desfavorable.

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REPERCUSIONES DEL CONFLICTO SOBRE LA

ESTRUCTURA SOCIAL EN TÉRMINOS DE ROLES

Y JERARQUÍAS

A pesar de ser mayoría en Irak, los chiítas siempre fueron

descartados del poder político y de las grandes instancias de

decisión del país. Esta situación de injusticia comenzó después de

la primera guerra mundial y del desmembramiento del Imperio

otomano que la siguió, cuando la región fue puesta bajo el mando

británico por la Sociedad de las Naciones en abril de 1920. Para

sofocar la rebelión de las poblaciones chiítas opositoras a la

potencia ocupante, los británicos se apoyaron en un círculo

restringido de oficiales sunitas.

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CÓMO EVOLUCIONA O VARÍA LA RELACIÓN DE

FUERZAS.

Los acontecimientos trágicos de julio de 1958 (el golpe de Estado del

general Kassem, la proclamación de la República, el asesinato de Faisal), los de febrero de 1963 (el golpe de Estado del coronel Aref y del partido Baas, la ejecución de Kassem) y de julio de 1968 (un nuevo putsch de un grupo de oficiales del partido Baas), estuvieron marcados por una despiadada represión, siendo la comunidad chiíta la principal víctima.

Esta última quedó pegada al cadalso durante la larga fase de absolutismo de Saddam Hussein. Las masacres en el sur del país para sofocar la revuelta de los chiítas, en marzo de 1991 después de la guerra del Golfo, escribieron una nueva página negra en la historia dramática de esta población golpeada por exclusiones y desgracias.

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El partido Baas siempre consideró el factor chiíta como un contra-

poder potencial y una amenaza a su influencia en el país. Siempre

estuvo dedicado a reducir, incluso a aniquilar, el poder de las

autoridades chiítas, especialmente la del clero, cuyo prestigio y

ascendiente sobrepasaron largamente las fronteras de Irak.

El renombre considerable de las personalidades religiosas chiítas

les es conferido, especialmente, por su status de marja. Esta

denominación define la pertenencia a la máxima dirección

espiritual que tiene su sede en las ciudades santas de Nadjaf

(donde se encuentra el instituto Al-Hawza, la asamblea de los

imames chiítas de Irak) y en Kerbala, situadas al sur de Bagdad.

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Ante la existencia de esta clase media educada y

frente a las elites sunitas desacreditadas, los chiítas

reclaman hoy su participación en el poder central.

Esta exigencia ha sido expresada enérgicamente con

ocasión de la peregrinación a Kerbala en abril de

2003, manifestación de la cual habían sido privados

durante tres décadas por el régimen de Saddam

Hussein.

Pero la voluntad de los chiítas por tomar en sus

manos el destino político del país se topa con grandes

contradicciones. Las controversias revisten dos

aspectos.

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Están ante todo las contradicciones que hacen a la política

interna de Irak. Por una parte, los chiítas tienen

conciencia de que su recobrada libertad se la deben a los

Estados Unidos y, por otra parte, reclaman la salida del

ocupante americano lo más pronto posible.

Ahora bien, los americanos pretenden quedarse en Irak

“el tiempo que sea necesario” para reconstruir el país y

colocar un gobierno favorable a sus intereses.

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IMPACTO DEL CONFLICTO EN EL HORIZONTE

HISTÓRICO Y CULTURAL DE LOS PUEBLOS.

La Revolución islámica, que en 1979 supuso el final del

régimen del sha y estableció un nuevo régimen en Irán, fue

un acontecimiento inédito y sorprendente en la Historia del

siglo XX. En primer lugar, verdaderamente fue una revolución,

en el sentido de un movimiento subversivo popular que fue

capaz de derribar un régimen establecido, a diferencia de

tantos golpes militares que, en naciones subdesarrolladas o

semidesarrolladas, tuvieron un resultado semejante pero sin

la participación de las masas ni consecuencias tan radicales.

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Por otro lado, fue la primera ocasión en que el uso político del

Islam desempeñó un papel absolutamente primordial y aun

exclusivo superando con mucho al que pudo tener en otro

tiempo el nacionalismo de los países que habían superado el

colonialismo,

Pero los Estados Unidos están siempre obsesionados por el

mirador “extremista” que empaña la imagen del chiísmo.

Porque la corriente islámica, mayoritaria en Irán y en Irak, no

es solamente un espacio cultural donde se expresa una clase

media educada; es también, a los ojos de los Estados Unidos,

el abono de una minoría fundamentalista que sostiene a los

movimientos terroristas activos en Israel y opuestos a los

intereses americanos en el mundo.

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El diálogo entre la nueva potencia ocupante y los chiítas se

advierte, entonces, particularmente delicado. Las dificultades

son amplificadas por las divisiones en el seno mismo de la

sociedad chiíta. A este respecto, han sido publicados muchos

análisis. Entre los más interesantes, conviene mencionar el de

Antoine Sfeir, director de los Cahiers de l´Orient, que distingue

cuatro facciones: en primer lugar la del ayatolá Al Hakim, la más

cercana a Irán; luego viene el grupo de la fundación Al-Khoï2,

que tiene su sede en Londres y que dispone de

representaciones en el mundo entero y ya no mantiene sus

vínculos con Irán, lo que le confiere un status aceptable como

interlocutor;

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la tercera facción está representada por el

movimiento de Ahmed Chalabi, un hombre de

negocios que dirige desde hace largo tiempo un polo

de oposición iraquí en el extranjero, pero de

reputación controvertida debido a una condena en

Jordania por estafa; finalmente está la corriente del

ayatolá Mohammed Baqr al Sadr3, muy influyente en

el lugar, en particular en las ciudades santas de

Nadjaf y Kerbala.

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En este laberinto de contradicciones, la ecuación chiíta tiene aún muchas incógnitas. Ahora bien, resolver esta ecuación es una condición necesaria para garantizar la estabilidad de la región. Una condición necesaria pero no suficiente, pues el fenómeno chiíta no constituye sino uno de los parámetros explosivos de la sociedad iraquí. El otro parámetro que taladra las estrategias americanas está representado por la extraordinaria complejidad del problema curdo.

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IDEAS IMPORTANTES

Los conflictos políticos se agravan radicalmente cuando están

atravesados por procesos de índole étnica y religiosa. En

primera instancia porque las diferencias étnicas tienden a

hacerse irreconciliables y por lo general suponen la total

extinción del contrario, situación que se hace aún más grave

cuando se atraviesa además el problema religioso que en el

caso del fundamentalismo islámico lleva la situación a un punto

aún más critico, pues plantea la Yijad donde el uso de la

violencia en defensa de la fe es una salida totalmente valida.

Esta situación de por si critica se agrava aún más cuando se

habla de territorios estratégicamente importantes no solo por su

localización geográfica, sino también por los recursos

petrolíferos que poseen, los que pueden generar desequilibrios

económicos a alto nivel que han presionado la intervención

permanente de las grandes potencias occidentales.

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Es difícil pensar en una mediación acertada de conflictos

como los de Irán e Irak, y aunque las potencias

occidentales plantean obrar guiándose por las «mejores

intenciones» y en casos de necesidad extrema , la realidad

es que su presencia no ha hecho más que incrementar

los niveles de violencia en la región. Una solución

probablemente requiera de otra clase de mediación

proveniente de los países que hacen parte del mundo

islámico, mediadores que no partan de descalificar las

creencias religiosas y que por lo mismo sean capaces de

lograr un mayor nivel de dialogo.