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PÁGINAS DE ANIMACIÓN A LA LECTURA Nº65 FEBRERO DE 2017 El infierno son los otros. JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980) Para leer: Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, Edhasa, Barcelona, 2006. FOTO: www.talentcast.co.uk

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Nº47 AGOSTO DE 2015P Á G I N A S D E A N I M A C I Ó N A L A L E C T U R A Nº65 F E B R E R O D E 2 0 1 7

El infierno son los otros.

JEAN-PAUL SARTRE(1905-1980)

Para leer: Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, Edhasa, Barcelona, 2006.

FOTO: www.talentcast.co.uk

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DR. J . ALFONSO ESPARZA ORTIZRector

DR. RENÉ VALDIVIEZO SANDOVALSecretario General

MTRO. JOSÉ CARLOS BERNAL SUÁREZDirector de Comunicación Institucional

MTRA. ANA ELSA URÍAS HERNÁNDEZSubdirectora de Comunicación Institucional

LEER EN iCiCLETADirector: Hugo Diego*.

Diseño: Armando Hatzacorsian.

Administración y distribución: Dirección deComunicación Institucional.

Concepto: El taller de la bicicleta.

Dirección: 4 Sur 303, Centro Histórico, Puebla, C.P. 72000.

Tel: (01 222) 2295500 ext. 5270

Correo electrónico: [email protected]

*Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades“Alfonso Vélez Pliego”

LEER EN BICICLETA, Año 7, No. 65, febrero de 2017,es una publicación mensual, editada por la BeneméritaUniversidad Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 SurNo. 104, Colonia Centro, C.P. 72000, Puebla, Pue, ydistribuida a través de la Dirección de ComunicaciónInstitucional, con domicilio en calle 4 sur No. 303,Colonia Centro Histórico, C.P. 72000, Puebla, Pue., Tel.(222) 2295500, Ext. 5270 y 5289, página electrónica:http://www.leerenbicicleta.com, correo electrónico:[email protected] Editor responsable: HugoDiego Blanco, correo electrónico:[email protected],Reserva de derechos al uso exclusivo 04-2014-021310065900-102, ISSN: (en trámite), ambos otorgadospor el Instituto Nacional del Derecho de Autor. ConNúmero de Certificado de Licitud de Título y Contenido:16594, otorgado por la Comisión Calificadora dePublicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría deGobernación. Impresa por Edigrafic, S.A. de C.V., Calle“B” No. 8, Col. Parque Industrial Puebla 2000, Puebla,Pue. C.P. 72225, Teléfono: 282-63-56, correo electrónico:[email protected], este número se terminó deimprimir en febrero de 2017 con un tiraje de 10 milejemplares. Ejemplar Gratuito.

Las opiniones expresadas por los autores nonecesariamente reflejan la postura del editor de lapublicación.

Queda estrictamente prohibida la reproducción total oparcial de los contenidos e imágenes de la publicaciónsin previa autorización de la Benemérita UniversidadAutónoma de Puebla.

PROHIBIDA SU VENTA

1Soy un pobre mendigo. Mis bienes terrenales consisten solamente en seis ruecas, algunos pla-

tos de hojalata, una jarra de leche de cabra, seis taparrabos y unas toallas fabricadas en el ash-

ram, y finalmente mi reputación, que no vale gran cosa.

2El fin que me propongo alcanzar sea cual fuere su precio, desde hace treinta años, puede ser

definido por la palabra moksha, y consiste en la realización de uno mismo a la presencia de

dios. Tiendo a su cumplimiento con todo mi ser, a través de mi vida y de mis actos. Todo con-

verge hacia ese fin: mis palabras, mis escritos y todas mis actividades en el terreno de la polí-

tica. Por otra parte, siempre tuve el convencimiento de que aquello que puede ser realizado

por uno, también puede ser hecho por todos. Por tal motivo, en lugar de obrar a escondidas,

desarrollo mi empresa a la vista de todo el mundo, en la creencia de que este hecho no le resta

nada a su valor espiritual.

3No tengo la pretensión de considerar esas experiencias como un modelo de perfección, y mi

actitud ante ellas es como la de un sabio: sin importar todo el esmero que pueda poner en su

empresa y, sea cual fuere el grado de preparación y de precisión, jamás le concederá un valor

definitivo a las conclusiones que extraiga de todo eso, sino que estará abierto a todo cuestio-

namiento de las mismas. He explorado profundamente los senderos de la introspección, he es-

cudriñado todos los rincones de mi ser, he sopesado cuidadosamente cada uno de mis estados

psicológicos, sin embrago, no tengo por definitivas ni infalibles a ninguna de mis conclusio-

nes. Pero hay algo que sí me atrevo a afirmar de un modo categórico: esas conclusiones son,

para mí, perfectamente válidas y, por ahora, totalmente definitivas. De no ser así, no las habría

convertido en un punto de apoyo para mi acción. Sin embargo, tras cada nuevo paso, voy

aceptando y rechazando ciertas conclusiones, para obrar después en consecuencia.

4Sobre nuestra vida pesan una multitud de fuerzas. La navegación sería fácil si, a partir de so-

lamente un principio, se pudieran deducir automáticamente todas las decisiones que se deben

tomar. No recuerdo, sin embargo, ninguna ocasión en que yo haya podido obrar con seme-

jante facilidad.

5Sí, soy muy consiente de mis limitaciones. Pero de esta conciencia brota la poca fuerza de que

dispongo. Todo cuanto me fue dado hacer en esta vida se debe, fundamentalmente, al hecho

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de que, a partir de mis limitaciones, he descubierto la acción de

una fuerza distinta de la mía.

6Toda mi vida me ha llevado a aceptar el hecho de ver a los de-

más engañándose al juzgarme. Pero, tal es el destino de todo

hombre público, que necesita de una muy sólida coraza. Si tu-

viéramos que dar explicaciones justificándonos cada vez que so-

mos mal interpretados en nuestras intenciones, la vida se torna-

ría insoportable. Por eso he tomado por norma el no intervenir

jamás para rectificar errores en este género, a no ser que la causa

que defiendo así lo exija. Esta norma me ha ahorrado mucho

tiempo y muchos sin sabores.

7Una vez dentro del ajetreo político, me pregunté ¿Qué hacer pa-

ra continuar siendo íntegro y fiel a la verdad? ¿Cómo resistir las

tentaciones que trae consigo la búsqueda de éxito en este terre-

no? La respuesta se me antojó evidente: para ser de utilidad a los

hombres cuya vida compartía, cuyas dificultades no ignoraba

por haber sido diariamente testigo de ellas, debía renunciar a to-

da riqueza, tenía que liberarme de toda posesión.

No sería veraz si afirmara que después de tomar esa decisión

fui capaz de ponerla en práctica en un solo día. Debo confesar,

al contrario, que al comienzo todo fue muy lento y doloroso,

hasta que comprendí que debía echar por la borda muchas otras

cosas que también consideraba como mías. Y experimente un

profundo gozo al ir despojándome de ellas poco a poco, a un rit-

mo que, no obstante, fue acelerándose cada vez más. Y me sentí

entonces aliviado de un gran peso. Mis movimientos fueron más

libres y pude consagrarme con mayor placer al servicio de mis

compatriotas. La más pequeña de las posesiones me parecía in-

comoda e insoportable.

Al interrogarme acerca de los motivos de este gozo, pude en-

tender que, si pretendía guardar algo para mí, me vería obligado a

defender mi derecho de propiedad frente al mundo entero, ya que

muchas personas querían lo que les era necesario. Así, algún día

debería recurrir a la policía si algunos hambrientos, al verme solo,

querían, no ya compartir mis cosas, sino también privarme de

ellas. Y si obraran de ese modo no sería por maldad, sino debido

a que su necesidad de todas esas cosas, era mayor que la mía.

El hecho de poseer, por lo tanto, me pareció un crimen, pues

no deben ser guardados para sí sino aquellos objetos que no les

faltan a los demás. Pero esto es algo que jamás será alcanzado. La

no-posesión es lo único que está al alcance de todos, lo cual equi-

vale a renunciar voluntariamente a todas las cosas. Tengo que

considerar, entonces, lógicamente, que debo abandonar mi cuer-

po a la voluntad de dios; y mientras disponga de ese instrumento

debo utilizarlo para servir a los otros y no como fuente de placer.

Y si así hiciera con mi cuerpo, ¿no debo, del mismo modo, proce-

der con las vestimentas y demás objetos accesorios? Es en verdad

imposible llegar a la perfección en cuanto a la pobreza voluntaria

y procurada; sin embargo, quienes más han avanzado en este te-

rreno, afirman que, llegado el día en que os hubierais despojado

totalmente, ese día recibiréis todos los tesoros del mundo.

8¿Qué más decir de mi vida? Todo lo demás está tan mezclado

con los asuntos públicos que casi no hay nada que no se sepa.

Mi vida es un libro abierto a todos. No tengo ningún secreto y

no hago nada por tenerlos.

FOTO: DINODIA PHOTOS/GETTY IMAGES

MAHATMA GANDHI(1869-1948)

Tomado del libro de Mahatma Gandhi, Aquí y ahora, Editorial Hastinapura, Buenos Aires, 1986.

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El hombre es el único ser viviente insatisfecho con

su naturaleza. Siempre lo fue, aun en el pasado

más remoto al punto que imaginó seres inmortales

y felices: los dioses. Solo quien es frágil, infeliz,

mortal, y no quiere serlo, puede imaginar a alguien

que no lo sea y considerarlo más real que él mis-

mo. Los dioses siempre fueron lo que los hombres desea-

ban ser. O, mejor dicho, siempre fueron lo que el hombre

sentía que debería haber sido, su parte más profunda, más

auténtica, más noble. Para pensar en sí mismo el hombre

debió desdoblarse: por un lado, miserable y mortal, y por

el otro la divinidad. El hombre nunca aceptó por completo

ésta su naturaleza mortal, aunque la padeció, buscó de to-

dos modos hacerse una razón, darse una explicación de

aquello que “le sucedió” al venir al mundo, inteligentísimo

y fragilísimo, capaz de pensar en un tiempo infinito y si-

multáneamente condenado a la vejez y a la muerte.

De pronto, el hombre advirtió que su vida es, respecto de

lo que puede imaginar, increíblemente breve, además de al-

go absurda, una burla de la naturaleza. Estamos tan habitua-

dos a los lamentos de los poetas y de los filósofos sobre el

tiempo que huye, que vuela en un instante, a la vida que pa-

rece transcurrir en un momento, que los consideramos co-

sas banales y tediosas. Pero a menudo lo verdaderamente

importante es lo más obvio, resabido y banal. Si desde que

el mundo es mundo los hombres se lamentaron siempre por

la brevedad de su vida, si repitieron de modo continuo que

esta vida es un instante y nada más, quiere decir que ésta es

una experiencia fundamental, esencial, primordial y recu-

rrente. No podemos considerarla como un error, o un la-

mento, o una exageración. Si existe tiene una razón, y una

razón profunda. Este es nuestro punto de partida: el hombre

está insatisfecho con su naturaleza y tiene una razón para

estarlo, una razón importante.

Se intuye de inmediato que es así, incluso mirando las

cosas desde el punto de vista de la evolución biológica.

Sobre un cuerpo que no difiere mucho del de los otros

primates en un breve lapso —de uno a dos millones de

años— creció un inmenso cerebro formado por miles de

millones de células y capaz de billones de operaciones.

Este extraordinario aparato pensante no está ni siquiera

del todo desarrollado al nacer. En efecto, no todas las fi-

bras nerviosas están mielinizadas. Se desarrolla con el

transcurso de los años, y puede ponerse en funciona-

miento sólo por medio de un aprendizaje muy complejo.

Si el cerebro no sufriera daños por enfermedades, tóxicos

y envejecimiento, podría aprender una increíble canti-

dad de cosas. Pero ha sido colocado en un organismo

que tiene la misma capacidad de regeneración celular

que los otros animales. El resultado es que en cuanto co-

mienza a funcionar a pleno, digamos a los veinte o vein-

ticinco años, el cerebro comienza a deteriorarse, intoxi-

cado, mal oxigenado y atacado por las enfermedades.

No obstante, ello, en general sobrevive a todos los otros

órganos corporales que, poco a poco, se destruyen. Las

arterias se tornan rígidas, el hígado y los riñones funcio-

nan cada vez peor, las articulaciones se endurecen. Con

la llegada de la vejez, y lo que ésta trae consigo, este ins-

trumento perfecto queda literalmente tapiado vivo dentro

del cuerpo, y tiene, además, que asistir de manera impo-

tente a la descomposición de todo el organismo, luego a

su propia descomposición y, por último, a su muerte.

LA CONDENA

FRANCESCO ALBERONI(1929- )

Tomado del libro de Francesco Alberoni, El árbol de la vida,

editorial Gedisa, Barcelona, 1985.

IMAGEN: MASACCIO, LA EXPULSIÓN DEL JARDÍN DEL EDÉN, 1425

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Desde el instante en que abre los ojos a la luz, el hombre procura desembarazarse y conquistarse en medio del caos en

que rueda confundido con el resto del mundo. Pero todo lo que toca al niño se revela contra sus tentativas y afirma su

dependencia. Cada cual hace de sí el centro, chocando por todas partes con la misma pretensión en todos los demás,

el conflicto, la lucha por la autonomía y la supremacía es inevitable.

Vencer o ser vencido, no hay otra alternativa. El vencedor será el amo, el vencido será el esclavo; el uno gozará de

la soberanía y de los “derechos del señor”; el otro cumplirá lleno de respeto y de temor sus “deberes de súbdito”.

Pero los adversarios no deponen las armas; cada uno de ellos permanece en acecho, espiando las debilidades de los otros, los

hijos las de los padres, los padres las de los hijos (el miedo, por ejemplo); el que no da los golpes los recibe.

He aquí la vía que desde la infancia nos conduce a la liberación: tratamos de penetrar en el fondo de las cosas, o “detrás de las

cosas”; para eso espiamos su punto débil (en lo que los niños son guiados, como se sabe, por un instinto que no los engaña); nos

complacemos en romper lo que hallamos a mano, tenemos gusto en escudriñar los rincones prohibidos, en explorar todo lo que esta

velado y sustraído a nuestras miradas; ensayamos sobre todo nuestras fuerzas. Y, descubierto al fin el secreto, nos sentimos seguros

de nosotros; si, por ejemplo, hemos llegado a convencernos de que la palmeta no puede nada contra nuestra obstinación, no la te-

nemos ya, “hemos pasado de la edad de la férula”.

¡Detrás de los azotes se levantan, más poderosos que ellos, nuestra audacia, nuestra obstinada libertad! Nos deslizamos dul-

cemente detrás de todo lo que nos parecía inquietante, detrás de la fuerza temida del látigo, detrás del rostro enojado de nuestro

padre, y detrás de todo descubrimos nuestra ataraxia, es decir, que ya nada nos turba, ya nada nos espanta; tenemos conciencia

de nuestro poder de resistir y vencer; descubrimos que nada puede violentarnos.

Lo que nos inspira miedo y respeto, lejos de intimidarnos, nos alienta; detrás del rudo mandato de los superiores y de los pa-

dres, más obstinada se levanta nuestra voluntad, más artificiosa nuestra astucia. Cuanto más aprendemos a conocernos, más nos

reímos de lo que habíamos creído insuperable.

Pero ¿qué son nuestra destreza, nuestra astucia, nuestro valor, nuestra audacia, sino el espíritu? Durante largo tiempo escapa-

mos a una lucha que más tarde nos dejará sin aliento: la lucha contra la razón. Lo mejor de la infancia pasa sin que tengamos

que pelear contra la razón. No nos cuidamos de ella, no tenemos con ella ningún comercio, ni ella tiene sobre nosotros asidero

alguno. No se obtiene nada de nosotros tratando de convencernos: sordos a las buenas razones y a los mejores argumentos, re-

accionamos, por el contrario, vivamente bajo las caricias, los castigos y todo lo que se les parece.

Es más tarde cuando empieza el rudo combate contra la razón y con él se abre una nueva fase de nuestra vida. De niños nos

habíamos agitado sin mucho meditar.

MAX STIRNER(1806-1856)

Tomado del libro de Max Stirner, El único y su propiedad, editorial Sexto piso, México, 2003.

UN RUDO COMBATE

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La oportunidad y la resolución —decíame aquel terrible doctor en filosofía práctica— han sido siempre cualidades

distintas de los hombres cuyos hechos resaltan sobre el tejido de la Historia. Quien pierde un instante, todo lo pierde.

Sé cierto maravilloso sucedido, y lo referiré para comprobar de lleno esta verdad, tan grande como olvidada.

Un mozo de ilustre progenie y refinadísima educación, pero enteramente arruinado por las locuras de sus padres,

ocultaba su miseria entre el bullicio de la populosa ciudad. Careciendo de ropa decente, salía al oscurecer y se deslizaba

avergonzado, pegado a las casas, procurando que no le reconociesen los que en otro tiempo eran amigos de su familia.

Veía pasar trenes suntuosos, caballos de raza regidos por hábiles jinetes, gente regocijada y vestida de gala; oía salir de los cafés, de las fondas

y de los círculos torrentes de luz, choques de cristal y carcajadas locas; deteníale la ola de la multitud al entrar en los teatros; y a veces le

sorprendía el soplo glacial de la madrugada atisbando a la puerta de palacios donde se celebraban saraos espléndidos, y le encendía el co-

razón la silueta de las mujeres que, descubierto el dorado moño y subido hasta la barba el cuello del abrigo forrado de cisne, apoyaban li-

geramente su diminuto pie calzado de raso en el estribo del coche. ¡Qué sufrimiento tener que desviarse del farol para ocultar el sombrero

grasiento y la raída capa, las botas torcidas y la camisa negruzca!

En tan críticas situaciones, cualquiera que sea la cultura moral del individuo, creed que surge en el alma una protesta enérgica y ardentí-

sima contra la injusticia de la suerte. [...]

De carácter recto y sentimientos delicados; empapado en las nociones del honor y de la probidad, mi héroe —a quien llamaré Deside-

rio— notó con sonrojo que la codicia, furiosamente, se despertaba en su alma, y que al pasar por delante de las tiendas de los cambistas, sin

querer calculaba los goces que representarían para él aquellos montones de oro y plata, y aquellos billetes de Banco sembrados a granel en

el escaparate. [...]

Una noche, mientras Desiderio daba vueltas en el camastro esperando vanamente el sueño porque le desvelaba el estómago vacío, el

cuartucho se iluminó con sulfúrea luz, y a la cabecera del pobrete se apareció el diablo... o, por mejor decir, «su» diablo; lo que para Desi-

derio era realmente el espíritu maligno —llámese Satanás o Eblis—; el Mal que en aquel instante actuaba sobre el alma de aquel hombre. El

ángel rebelde sonreía, y trazando un círculo en el aire con su dedo índice, incluida en el círculo y llenándolo por completo se dibujó ins-

tantáneamente una gigantesca, relevada, amarilla y fulgentísima onza de oro.

—¿Quieres poseer, quieres gozar? —preguntó el tentador a Desiderio.

—¿No lo sabes? —respondió el mozo afanosamente.

—Pues escucha. Hace cinco siglos, yo te haría firmar con tu sangre un pacto donde declarases que me vendías tu alma por los bienes de

la tierra. Hoy todo ha progresado, hasta la fórmula de los pactos diabólicos. ¿A qué comprar almas que ya se entregan? El contrato es libre,

eres dueño de romperlo a cada instante. Quedas en posesión de tu albedrío; puedes sacudir mi yugo con sólo resignarte a eterno trabajo y

a perpetua miseria. En cambio, yo te ofrezco el medio de saciar tus apetitos. Cuando al pasar por sitios donde ruede el oro y se ostenten las

riquezas quieras tender la mano y apropiártelas, serás «invisible»; los poseedores notarán que «han sido robados», pero se volverán locos sin

sospechar ni averiguar «por quién». Como soy leal y no engaño nunca, digan lo que digan los necios, te añadiré que habrá un momento

—no puedo advertirte cuál—, en que perderás el privilegio, y podrán cogerte in fraganti y con las manos en la masa. Ese momento será muy

corto: llamémosle «la hora de Dios»; en cambio, «los años del demonio», si los aprovechas, te habrán permitido vencer en opulencia a los

nababs y a los rajás de la India. Sé diestro, decidido y cauto, y el porvenir te pertenece.

EMILIA PARDO BAZÁN(1851-1921)

Para Leer: Los mejores cuentos de Emilia Pardo Bazán, Editorial De Vecchi, Barcelona, 2007.

EL DESPERTAR DE LA CODICIA

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Vivir en un mundo lleno de oportunidades —cada una más seductora que la anterior, que “compensa por la

anterior y da pie a pasar a la siguiente”— es una experiencia estimulante. En un mundo así, no hay casi nada pre-

determinado, y menos aún irrevocable. Pocas derrotas son definitivas, pocos contratiempos son irreversibles y pocas

victorias son esenciales. Para que las posibilidades sigan siendo infinitas, no hay que permitir que ninguna de ellas

se petrifique cobrando realidad eternamente. Es mejor que sigan siendo líquidas y fluidas, con “fecha de vencimien-

to”, para evitar que despojen de accesibilidad a las otras oportunidades, matando de ese modo la incipiente aven-

tura. [...] vivir opciones aparentemente infinitas (o al menos en medio de más opciones de las que uno podría elegir) permite la grata sensa-

ción de “ser libre de convertirse en alguien”. Esa grata sensación, sin embargo, deja un gusto amargo, ya que, aunque “convertirse” sugiere

que nada ha terminado y que todo está por delante, el “ser alguien” que esa conversión promete augura el silbato final del árbitro: “no eres

más libre cuando has alcanzado tu propósito, no eres tú mismo cuando te has convertido en alguien”. El estado de incompletud e indeter-

minación implica riesgo y ansiedad, pero su opuesto tampoco produce placer, ya que cierra todo aquello que la libertad exige que perma-

nezca abierto.

La conciencia de que el juego continúa, de que todavía deben ocurrir muchas cosas y de que el inventario de maravillas que nos puede

ofrecer la vida sigue vigente es muy satisfactoria y placentera. La sospecha de que nada de lo que ya ha sido probado y conseguido es inmune

a la decadencia ni ofrece garantía de duración es, sin embargo, la proverbial mosca en la sopa. Las perdidas equilibran las ganancias. La vida

está condenada a navegar entre dos aguas, y ningún marinero puede jactarse de haber encontrado un itinerario seguro ni libre de riesgos.

El mundo está lleno de posibilidades como una mesa de buffet repleta de platos apetitosos cuya cantidad excede la capacidad de degus-

tación del más eximio glotón. Los invitados son consumidores, y el desafío más exigente e irritante que deben enfrentar es la necesidad de

establecer prioridades: la necesidad de desechar algunas opciones y dejarlas inexploradas. La desdicha de los consumidores deriva del ex-

ceso, no de la escasez de opciones. [...] pero cuando uno no puede errar tampoco puede estar seguro de haber acertado. Si no hay actos

equivocados, nada permite distinguir un acto acertado, y por lo tanto, es imposible reconocer cuál es el acto correcto entre muchas alterna-

tivas, ni antes ni después de haber actuado. El hecho de que no haya riesgo de error es sin duda una suerte dudosa, ya que existe al precio

de una constante incertidumbre y de un deseo nunca saciado. Para los vendedores, es una buena noticia, una promesa de que su negocio

se mantiene, pero para los compradores es una garantía de constante ansiedad.

ZYGMUNT BAUMAN(1925-)

Tomado del libro de Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.

AVIDEZ

FOTO: GLENN HALOG

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VENDRÁ LA MUERTE Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

—esta muerte que nos acompaña

de la mañana a la noche, insomne,

sorda, como un viejo remordimiento

o un vicio absurdo. Tus ojos

serán una palabra hueca,

un grito ahogado, un silencio.

Así los ves cada mañana

cuando a solas te inclinas

hacia el espejo. Oh querida esperanza,

ese día también sabremos

que eres la vida y la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Será como dejar un vicio,

como mirar en el espejo

asomarse un rostro muerto,

como escuchar un labio cerrado.

Mudos, descenderemos al abismo.

CESARE PAVESE(1908-1950)

Para leer: Cesare Pavese, Poesías completas,

Visor Libros, Madrid, 1995.

FOTO: ALFRED-EISENSTAEDT

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Y TENDRÁ TUS OJOS

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La expresión de los sentimientos y de

las emociones es tan compleja y tan rica que

desafía todo intento de descripción y de aná-

lisis profundos. Pero los gestos son claros y

fácilmente comprensibles. Así, los brazos

abiertos, por oposición a los brazos cruza-

dos, son un signo de recibimiento y de asentimiento. Se distin-

guen los brazos abiertos para “acoger”, los brazos que abrazan,

para “retener” y los brazos separados con las dos manos abiertas

para manifestar “sinceridad”.

Los brazos separados son un signo de “recibimiento, de recepti-

vidad”, ligeramente bajados significan “asentimiento, voluntad de

no recurrir a la acción”, las palmas abiertas indican “ausencia de

armas o de intención hostil o escondida”. Pero rara vez este gesto

está aislado, generalmente se combina con la mímica facial.

Cuando va acompañada de un enderezamiento de la cabeza,

con levantamiento de las facciones, de los parpados, de las cejas y

de las arrugas de la frente, que indican la “perplejidad” y la “duda”,

la presentación de las palmas significa: “Estoy de acuerdo con usted

y listo para seguirlo, pero no sé cómo hacerlo”. Basta con encoger-

se de hombros para decir: “Por mí, estoy de acuerdo, pero no sé có-

mo hacerlo y, además, me da igual”.

Sería un desafío (que además nunca se ha llevado a cabo) preten-

der constituir un inventario completo de estos gestos. Examinaremos

algunos casos típicos, por lo menos dentro de nuestra cultura.

Tomarse la cabeza con la mano o aun con las dos manos, es un

signo de “reflexión” cuando se combina con la relajación de los

músculos, corolario de la actividad mental; esa misma posición, en

cambio, sería un signo de “aburrimiento, de desinterés” si existe al

mismo tiempo un estado de relajamiento muscular.

También puede uno tomarse la cabeza entre el pulgar y el índice

con variantes como el índice sobre la sien, sobre la aleta de la nariz,

sobre el borde de la comisura de los labios, que son los signos de

una “reflexión más profunda”, “interrogación y evaluación” según

la mímica adoptada. No sería absurdo imaginar que el índice apo-

yado sobre la sien significa “pienso”; sobre la nariz, “olfateo”, y so-

bre los labios, “pruebo”.

La “incertidumbre” (del pensamiento) y la “preocupación” se ex-

presan frotándose el lóbulo de la oreja con la punta del índice, el

tabique nasal, la punta de la barbilla o el occipucio; este gesto pa-

rece decir: “Quiero algo, pero no sé qué”. A veces este gesto se ha-

ce con la pata de los lentes, previamente quitados para concentrar

el pensamiento, desviando la mirada que se hace difusa y que in-

cluso puede terminar con los ojos cerrados.

La punta de los dedos cerrando la boca a punto de abrirse, es un

signo de “sorpresa (reprimida)”.

La mano sobre el corazón expresa “sinceridad”.

Mover la punta del pie indica “impaciencia” y “aburrimiento”.

El origen natural de la mayoría de eso signos es fácil de localizar,

aunque no siempre es así. ¿Por qué el hecho de frotarse enérgica-

mente las manos palma contra palma es una manifestación de “sa-

tisfacción”, pero también puede expresar “ansiedad” cuando las

dos manos se estrechan, frotándose lentamente? ¿Por qué juntar las

puntas de los dedos de las dos manos (en pirámide) indica “seguri-

dad y confianza en sí mismo”?

P IERRE GUIRAUD(1912-1983)

Tomado del libro de Pierre Guiraud, El lenguaje del cuerpo,

Fondo de Cultura Económica, México, 2013.

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FOTO: MAN RAY

Page 11: PÁG I N AS D EM CÓ L TUR Nº6N5 ºF4EBR7EROA ......PÁG I N AS D EM CÓ L TUR Nº6N5 º F4 EBR7 EROA GDOESTO2 D0E1 27 015 El infierno son los otros. JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980)Para

Una de las experiencias más dolorosas

para el hombre —quizá la más dolorosa—

es la separación definitiva de aquellos a

quienes aman. En realidad, esta vivencia no

es ajena a ninguno de nosotros y puede pro-

vocar [...] un incremento de la rebeldía o de

la resignación. Nuestro último consuelo estriba en el carácter efímero

de todo lo existente, incluyendo la presencia del ser amado. Esta

comprobación, como todo lugar común, generalmente no se estudia

a fondo, no se examina su contenido de verdad ni la imperiosa nece-

sidad de su existencia. Sólo en el último grado de la desesperación

surge en nuestro fuero interno la pregunta carente de respuesta: “¿Era

necesario?” “¿por qué tenía que sucederme a mí?” las filosofías y las

religiones ya tienen respuestas preparadas que nos sirven de escudo

en los momentos de peligro, cuando pugna por surgir la amenazante

pregunta sobre el sentido de esta pérdida. No nos damos cuenta de

que, precisamente por ello [...] la respuesta misma debería ponerse

en tela de juicio. [...]

Como paradigma de tal separación de los que se aman podríamos

buscar ejemplos en la desaparición de los hijos, de los padres, de los

hermanos y de los amigos. Para no pecar por exceso y para lograr ob-

servar el fenómeno de la separación como a través de una lente de

aumento, hemos preferido limitarnos al estudio de la separación de

los amantes, en el sentido estricto de la palabra. Nos hemos preocu-

pado por estudiar una condición humana en la que el “premio de

placer” perdido es muy grande y, por ende, la frustración especial-

mente dolorosa. El objeto de investigación escogido es el que mejor

se presta para expresar la fenomenología de la separación amorosa;

por sí solo muestra claramente el carácter apasionado e instintivo, es

decir, primario, de una catástrofe humana, una catástrofe que, a dife-

rencia, por ejemplo, de separaciones infantiles tempranas, pone en

funcionamiento los mecanismos de defensa y la elaboración consien-

te por parte de un ser humano “adulto”.

[...]

Es sabido que muchos amantes liquidan con el suicidio el hecho

de la separación. Se objetará que en estos casos se trata de individuos

neuróticos o psicópatas. Este juicio a posteriori no puede encubrir al

hecho de que la separación amorosa conduce a la pareja a una ca-

tástrofe única, que ya “tiene algo que ver” con la muerte y que quizá

son precisamente los “psicópatas” y los “neuróticos” quienes no es-

tán en condiciones de defenderse del carácter mortal de la catástrofe.

Y veremos como la separación amorosa y la muerte son cómplices;

la primera se nos presentará como precursora y símbolo de la última.

Estudiar la separación amorosa significa estudiar la presencia de la

muerte en nuestra vida.

IGOR CARUSO(1914-1981)

Tomado del libro de Igor Caruso, La separación de los amantes,

Siglo XXI editores, México, 1970.

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TES

FOTOS: MAN RAY

Page 12: PÁG I N AS D EM CÓ L TUR Nº6N5 ºF4EBR7EROA ......PÁG I N AS D EM CÓ L TUR Nº6N5 º F4 EBR7 EROA GDOESTO2 D0E1 27 015 El infierno son los otros. JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980)Para

Bruno Bettelhein me tranquiliza de entrada. No hay nada nue-

vo bajo el sol: los padres siempre han tenido con sus hijos

adolescentes relaciones conflictivas, y no podría ser de otro

modo. El adolescente está desgarrado entre dos personalida-

des contradictorias: la infancia, que deja atrás con pena; la

edad adulta, en la que entra con aprensión. Si el padre trata a

su hijo como adulto, el niño que hay en él o ella se inquieta por no verse

ya protegido. Si le trata como niño, el hijo se indigna por verse así reba-

jado. La actitud paterna es, pues, forzosamente mala, el conflicto inevi-

table, y éste es, por otra parte, buscado por el niño. [...]

La educación de los hijos, me dice, ha sido siempre difícil, pero jamás

en la historia de la humanidad ha planteado tantos problemas como en

la actualidad. En la sociedad tradicional, los lazos que unían a padres e

hijos no eran solamente afectivos; eran también económicos, “objeti-

vos”. Padres e hijos trabajaban a menudo juntos; cuando los padres eran

viejos, los hijos subvenían a sus necesidades, como sucede todavía en los

países pobres. Hoy, en nuestras sociedades desarrolladas, solo subsiste el

vínculo afectivo; por naturaleza, este vínculo es ambiguo y frágil. El tra-

bajo de los hijos ha sido reemplazado por diversos modos de asistencia

pública, de suerte que los adolescentes reciben dinero para gastos sin

aportar nada a cambio a sus padres; esta dependencia les da mala con-

ciencia. Para superarla, imaginan que el dinero dado por sus padres ha

sido ganado indebidamente. Y se inclinan así a condenar el sistema eco-

nómico en el que vivimos.

Además, los estudios y la dificultad de encontrar un empleo prolongan

la dependencia, y por tanto las ocasiones de conflicto entre padres e hijos

mucho después de la pubertad. En la sociedad tradicional, los niños aban-

donaban el hogar muy pronto, pasada la edad de la pubertad. Ahora bien,

dicha edad no cesa de rebajarse al paso de la historia, lo cual acrecienta el

periodo de tensiones posibles entre padres e hijos. Los padres, por su parte,

se niegan a envejecer, lo que crea rivalidades antaño desconocidas entre pa-

dres e hijos, madres e hijas. En último lugar, los mecanismos tradicionales

de integración de los niños en la edad adulta han desaparecido. Ejemplo ca-

ro a Bettelhein: los cuentos de hadas. [...]

Bettelhein concede mucha importancia a los cuentos de hadas, a los

ritos y a las fiestas. Gracias a ellos, me explica, podía el niño encontrar

poco a poco su lugar en el caos del mundo. Con Caperucita Roja, el niño

descubría que el Bien y el Mal coexisten en nuestro universo: la bonda-

dosa abuelita podía transformarse en malvado lobo, lo cual, según Bettel-

hein, permitía a los niños comprender cómo una misma persona puede

ser, sucesivamente, buena y mala. Con Los tres cerditos, el niño descubría

que el esfuerzo cuesta, pero que es finalmente recompensado. [...]

“No me siento optimista a corto plazo – precisa Bettelhein -. Serán ne-

cesarias varias generaciones antes de que la familia recupere su equili-

brio interior, para que los niños se integren sin trastornos importantes en

la sociedad adulta... varias generaciones – insiste- para suprimir la dife-

rencia entre nuestra evolución psicológica y cultural, de un lado, y el es-

tado técnico de la sociedad, del otro. Mientras tanto, la ansiedad indivi-

dual no hará más que aumentar.”

GUY SORMAN(1944-)

Tomado del Libro de Guy Sorman, Los verdaderos pensadores de nues-

tro tiempo, editorial Seix Barral, Barcelona, 1994.

FOTO: www.punxinsolidarity.com

Page 13: PÁG I N AS D EM CÓ L TUR Nº6N5 ºF4EBR7EROA ......PÁG I N AS D EM CÓ L TUR Nº6N5 º F4 EBR7 EROA GDOESTO2 D0E1 27 015 El infierno son los otros. JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980)Para

Dice Epicuro al principio de su carta a Meniceo, “que ni el más joven rehúsa el filosofar ni el más viejo se cansa”.

Por todas las razones dichas no quiero que se aprisione al niño; no quiero que se les deje a la merced del humor

melancólico de un furioso maestro de escuela; no quiero que su espíritu se corrompa teniéndole aherrojado, su-

jeto al trabajo durante catorce o quince horas, como un mozo de cordel, ni aprobaría el que, si por disposición

solitaria y melancólica el discípulo se da al estudio de un modo excesivo; se aliente en él tal hábito: éste les hace

ineptos para el trato social y los aparta de más provechosas ocupaciones. ¡cuántos hombres he visto arrocinados

por avidez temeraria de ciencia! El filósofo Carneades se trastornó tanto por el estudio que jamás se cortaba el pelo ni las

uñas. No quiero que se inutilicen las felices disposiciones del adolescente a causa de la incivilidad y la barbarie de los pre-

ceptores. La discreción francesa ha sido de antiguo considerada como proverbial, nacía en los primeros años y su carácter

era el abandono. Hoy mismo vemos que no hay nada tan simpático como los pequeñuelos en Francia; mas ordinariamente

hacen perder la esperanza que hicieran concebir, y cuando llegan a la edad de hombres, en ellos no se descubre ninguna

cualidad excelente. He oído asegurar a personas inteligentes, que los colegios donde reciben la educación, de los cuales

hay tantísimo número, los embrutecen y adulteran.

A nuestro discípulo, un gabinete, un jardín, la mesa y el lecho, la soledad, la compañía, la mañana y la tarde, todas las

horas les serán favorables; los lugares todos les servirán de estudio, pues la filosofía, que como formadora del entendimiento

y costumbres constituirá su principal enseñanza, goza del privilegio de mezclarse en todas las cosas. Hallándose en un ban-

quete rogaron a Isócrates, el orador, que hablara de su arte, y todos convinieron en que su respuesta fue cuerda al contestar

que no era aquel lugar ni ocasión oportunos para ejecutar lo que él sabía hacer, y que lo más adecuado a aquella circuns-

tancia era precisamente de lo que él no se sentía capaz.

En efecto, pronunciar discursos o proponer discusiones retoricas ante un concurso cuyo intento no es otro que la diversión,

hubiera sido cosa fuera de propósito, e igualmente si hubiese hablado de cualquier otra ciencia. Mas por lo que respecta a la

filosofía, en la parte que trata del hombre y de sus deberes, todos los sabios han opinado que por la amenidad no debe recha-

zarse de los festines ni de las diversiones.

MICHEL MONTAIGNE(1533-1592)

Tomado del libro de Michel Montaigne, De la educación de los hijos, FCE, México, 2000.

FILOSOFAR

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Hemos salido de Nueva Orleans hoy 16 a las dos

de la tarde. Por primera vez he andado por un

ferrocarril que atraviesa el terreno que hay des-

de la ciudad hasta el desembarcadero del lago

Pontchartrain. Recuerdo que en 1820 leía yo un

periódico de Londres (El Español Constitucio-

nal) en que se anunciaban los experimentos que estaba haciendo un artista para construir unos coches que debían ser movidos por vapor.

Ahora millares de esos coches atraviesan este país en todas direcciones.

El terreno que hay desde Nueva Orleans hasta el lago es pantanoso y cubierto de bosques de cañas silvestres, de sauces y ceibas.

Al salir por las calles de Nueva Orleans he visto formados en una acera como sesenta negros de todas las edades muy aseados y vestidos

de paño azul.

¿Qué hacen allí esos negros?, pregunté a un viajero que iba junto a mí. El hombre me contestó con mucha concisión: “Están en venta”.

Desde las dos de la tarde hemos navegado en un vapor por el lago con dirección a Mobile. El aspecto de Pontchartrain era triste porque

la tarde estaba nebulosa; no llamaban la atención sino los buques y vapores que lo atravesaban en todas direcciones. No hay allí islas a la

vista, ni aves acuáticas, ni oleajes de cristal azules o plateados como los que he visto en el lago de Chapala. Al anochecer, alternativamente

nos acercábamos y nos alejábamos de la ribera. Pasaban cerca de nuestro buque otros vapores, iluminados con faroles, cuyas luces semeja-

ban estrellas que flotaban sobre las ondas. Otras veces veíamos sus hogueras y sus ruedas que parecía que arrojaban espuma y llamas. Con

frecuencia veíamos también los faros de la ribera; pero lo que más llamaba nuestra atención era el incendio de una pradería, que se extendía

como una gran faja de humo y fuego a la orilla izquierda del lago. Por algunas horas hemos estado contemplando este gran incendio con

una especie de placer, porque los navegantes aman las impresiones fuertes y se complacen en distraer el fastidio de la noche, aun con aquello

que es destructor, como una tempestad, como un incendio.

No he podido dormir, y antes de amanecer he subido a contemplar ese cielo oscuro y estrellado que en la soledad del mar es tan hermoso.

El fulgor de las estrellas que centellean en el azul oscuro del firmamento da a las ondas de los lagos una claridad vaga, incierta y melancólica.

He visto la caída del sol en Guadalajara. Quizá en ninguna parte el crepúsculo se presenta más hermoso. Pero jamás hasta ahora había

visto un aura más esplendida, ni en las nubes colores más vivos de amatista, de púrpura o topacio. La franja superior del horizonte estaba

teñida de esos colores resplandecientes; después se extendía en el cielo una magnífica tela de luz color de rosicler o de verde mar. Más abajo,

el cielo estaba enrojecido con un tinte de grana, que fulguraba como el rubí; a los lados, grupos de nubes doradas por la luz del día flotaban

en el cielo o se extendían sobre las aguas. El lago claro como un espejo, y rizado por los oleajes que formaba nuestro vapor en su veloz ca-

rrera. En unos puntos el Pontchartrain estaba plateado con la luz del alba; en otros cubiertos de vapores color de fuego; en otros la luz caía

sobre sus aguas como una lluvia de oro; en otros, sus olas estaban argentadas y el fondo era azul puro y resplandeciente como el cielo. Qué

lago tan hermoso. Qué aurora tan esplendida.

LUIS DE LA ROSA(1804-1856)

Tomado del libro de Luis de la Rosa, Impresiones de un Viaje de México a Washington (en octubre y noviembre de 1848),

Instituto Mexiquense de Cultura, 2002.

FOTO: BILL CALOROSO

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El viaje por la sierra los llevaría a partir lo verde

y espeso de la selva oaxaqueña, a transitar lo

irregular. Los llevaría a internarse en un cami-

no poco conocido por los migrantes. Es una ru-

ta alterna utilizada principalmente por coyotes

y que llegó a oídos de Auner gracias a que Ale-

jandro Solalinde, el sacerdote que fundó este albergue, entendió que no estaba de más darles una opción extra a los que huyen.

El viaje en tren los obligaría a encaramarse como garrapatas en el lomo del gusano metálico. Aferrarse a las parrillas circulares del techo

de “La bestia”, como le dicen en este camino. Seguir así durante seis horas, hasta llegar a Medias Aguas en medio de la oscuridad. Tumbarse

en el suelo, en las afueras de ese pueblo escondido a esperar que salga otro tren para seguir avanzando. Dormir con un ojo cerrado y el otro

medio abierto a la espera de señales para echarse a correr. Medias Aguas es base de Los Zetas, la organización criminal vinculada al narco-

tráfico. Los Zetas, ex militares del comando élite de lucha contrainsurgente, integraron desde 2008 a sus actividades el secuestro masivo de

migrantes centroamericanos.

La respuesta podría parecer lógica para cualquiera que no conozca las reglas de este camino. Sin embargo, el riesgo que conlleva la sierra

tampoco es leve. De cada 10 indocumentados centroamericanos seis son asaltados por las mismas autoridades mexicanas. Esa sería una ca-

tástrofe para unos muchachos que atesoran los 50 dólares que su padre les envía desde Estados Unidos cada cuatro días. Los atesoran porque

con ellos compran las tortillas y los frijoles que comen una vez al día cuando no están en un albergue y se sientan entre matorrales a recuperar

aliento para seguir en esta huida.

La decisión es aún más complicada para quienes huyen de la muerte, porque el retorno no significa volver a casa con los hombros abajo

y las bolsas vacías. El retorno puede costarles la vida, igual que el tren, que a tantos ha despedazado. Las dos opciones pueden terminar en

muerte.

Hoy mismo me enteré de que José perdió su vida bajo el tren. Era el menor de tres salvadoreños con los que hace dos meses hice un re-

corrido por los cerros de México, bordeando la carretera para no enfrentar a las autoridades. Un rebane limpio de la cabeza, me contaron.

Acero contra acero. Fue allá por Puebla, unos 500 kilómetros arriba de donde ahora estamos. El viaje es intenso. El sueño es leve. El cansancio

a veces gana y eso mata.

José cayó en uno de los tambaleos de la bestia, que sin problemas se sacudió a un hombre débil y medio dormido. Me lo contó Marlon,

uno de los que viajaba con él. Ellos también huían. En su caso, sí tenían certeza de por qué. Escapaban de las pandillas, que les arruinaron

su negocio de pan cuando les impusieron una renta impagable: 55 dólares semanales o la vida. La empresa entera emprendió la retirada.

Eduardo, el propietario y panadero; José, el repartidor; y Walter, el ayudante. Uno de ellos ya volvió a El Salvador en una bolsa negra.

Los hermanos Alfaro decidirán esta noche qué hacer. Tienen que decidir con tino porque si no, pueden encontrar aquí lo que buscan

dejar allá abajo.

ÓSCAR MARTÍNEZ(1983-)

Tomado del libro de Óscar Martínez, Los migrantes que no importan,

Icaria ediciones, Barcelona, 2010.

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Reconozco que hay algo triste en la vida. Es difícil definir lo que es. No hablo del dolor que todos conocemos, como son la enfermedad, la

pobreza y la muerte, no: es otra cosa distinta. Está en nosotros profunda, muy profundamente: forma parte de nuestro ser al modo de nuestra

respiración. Aunque trabaje mucho y me canse, no tengo más que detenerme para saber que está ahí esperándome. A menudo me pregunto

si todo el mundo siente eso mismo. ¿Quién lo puede saber?”.

KATHERINE MANSFIELD(1888-1923)

Para leer: Katherine Mansfield, Cuentos completos, Alba Editorial, Barcelona, 1999.

IMAGEN: ALBERTO DURERO, MELANCOLÍA I, 1514