26

Piedras en el vientre - editorialminuscula.com · Traducción de Carles Andreu Piedras en el vientre editorial minúscula BARCELONA PPiedras en el vientre.indd 5iedras en el vientre.indd

Embed Size (px)

Citation preview

Piedras en el vientre.indd 1Piedras en el vientre.indd 1 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

Piedras en el vientre.indd 2Piedras en el vientre.indd 2 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

PIEDRAS EN EL VIENTRE

Tour de force, 7

Piedras en el vientre.indd 3Piedras en el vientre.indd 3 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

Piedras en el vientre.indd 4Piedras en el vientre.indd 4 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

Jon Bauer

Traducción de Carles Andreu

Piedras en el vientre

editorial minúscula BARCELONA

Piedras en el vientre.indd 5Piedras en el vientre.indd 5 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

Título original: Rocks in the BellyCopyright © 2010 by Jon Bauer

© de la traducción: 2014 Carles AndreuRevisión: Marta Hernández

© 2014 Editorial Minúscula, S. L. Sociedad unipersonal Av. República Argentina, 163 - 08023 Barcelona [email protected] www.editorialminuscula.com

Primera edición: abril de 2014

Diseño gráfi co: Pepe FarImagen de la cubierta: © MeliaMuse

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Preimpresión: Addenda, Pau Claris, 92, 08010 BarcelonaImpresión: Romanyà Valls

ISBN: 978-84-941457-2-8Depósito legal: B-9.061-2014

Printed in Spain

Piedras en el vientre.indd 6Piedras en el vientre.indd 6 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

Vinieron a este mundo pero nadie los abrazó.

Piedras en el vientre.indd 7Piedras en el vientre.indd 7 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

Piedras en el vientre.indd 8Piedras en el vientre.indd 8 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

9

Antes le contaba a la gente que era un niño de acogida. De pequeño se lo decía a todo el mundo, hasta que se me em-pezó a grabar en la mente como si fuera verdad. Una verdad que sigue ahí y que me impide tomar parte en mi vida.

Antes le contaba a la gente que era un niño de acogida, aunque en realidad era el único en casa al que no habían acogi-do. Y ahora que se supone que soy adulto, todo sobre mí es de acogida: mi país y también la historia que le cuento a la gente.

Ni siquiera tengo valor para tomar parte en mi infancia.Pero todavía lo siento, a pesar de haberme mudado al

extranjero y de haber renegado de mi pasado. No importa adónde vayas o lo que hagas con tus sentimientos, la verdad siempre te persigue. Mi infancia me acecha constantemente, de la misma forma en que mis puños están siempre al acecho de mis manos.

Largarme tampoco me ha permitido dejar atrás a mis padres. Los llevo conmigo, en todos los momentos que me in-fl igieron. En especial a mi madre. Es curioso que, de todos los recuerdos que te impregnan, el más intenso sea el del día más triste de todos. El día en que enterramos a Robert. Todo el mundo se reunió alrededor del televisor para ver aquel vídeo en el que salía él.

No el Robert que había llegado a casa años antes, ocul-to detrás de la asistenta social. No ese Robert pensativo y

Piedras en el vientre.indd 9Piedras en el vientre.indd 9 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

10

astuto, el pequeño Robert, aquel niño tan especial, sino el Ro-bert en que lo convertimos nosotros.

Recuerdo que el televisor tenía el volumen demasiado alto y también me acuerdo de Robert, todo sonrisas desgar-badas dirigidas a la cámara, mientras lo ataban con correas. Su cara grabada, que me miraba fi jamente. Alguien hizo un comentario sobre lo bien que le quedaba el mono naranja y mamá logró esbozar una sonrisa.

Entonces el pelo de Robert empieza a agitarse en la pan-talla; tanto él como el hombre que tiene detrás llevan gafas. Y de nuevo Robert, todo lengua, dientes y movimiento, su ce-rebro tembloroso y estremecido de excitación.

Hay un corte brusco.A continuación el pelo se le agita de veras; está atado a

otro hombre y grita con una mezcla de miedo y euforia. Lo ha-cen arrastrarse hacia delante, sentado en el banco, y la cámara se mueve y enfoca a Robert, las paredes y a Robert de nuevo. Y entonces, a través de la puerta abierta, las nubes: unas nubes enormes, que se agolpan en un cielo inmenso. Robert de las Nubes, solía llamarlo papá, o Robert McNube. Nuestra sala está abarrotada de gente. Van todos vestidos de negro, llevan ese color como si pesara. Lloran por la felicidad de Robert, que nos llega desde dentro del televisor. Desde el pasado. Lloran porque eso fue lo único que quedó de lo que Robert podría haber sido.

La cámara muestra una panorámica de Robert, encara-mado junto a la puerta.

«Uno.»Sigue temblando, sus ojos sonríen. El hombre le dice que

mantenga la cabeza levantada y su emoción estalla con un chi-llido histérico.

«Dos.»Ahora está completamente inmóvil. Recuerdo que toda

la sala se quedó también helada. Todos los que habían venido a enterrarlo contuvieron el aliento.

Piedras en el vientre.indd 10Piedras en el vientre.indd 10 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

11

1

Salgo de la estación de tren y bajo por la colina, arras-trando la maleta por delante de la hilera de tiendas conoci-das. Durante todo el tiempo que he pasado en el extranjero han permanecido aquí, lloviera o hiciera sol. Dentro veo a personas sentadas, esperando a que su sustento vaya entrando en un lento gota a gota. Todo aquí ha conservado un aspecto dolorosamente familiar y al mismo tiempo ha experimen-tado cambios sutiles, casi imperceptibles, como si las tiendas se hubieran ido deslizando lentamente colina abajo, a un rit-mo glacial.

Un millón de años más y estarán todas derretidas, amon-tonadas al pie de la colina.

Miro detrás de la parada de autobús cubierta y mi gra-fi ti sigue ahí: el trazo desvaído de rotulador permanente ates-tigua el paso del tiempo, como las iniciales de unos amantes grabadas en un árbol. Hace ya tiempo que los amantes han cortado, del mismo modo que yo he perdido contacto con esa versión de mí que solía esconderse ahí detrás, entre la basura y la maleza, y se dedicaba a esnifar disolvente de la manga del jersey en lugar de ir al colegio.

El autobús llega y estiro el brazo. Le pago al conductor y me pregunto si ya estaría al vo-

lante hace siete años, cuando tomé ese mismo autobús en la otra dirección, y si el hecho de volver va a hacer pedazos todo

Piedras en el vientre.indd 11Piedras en el vientre.indd 11 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

12

lo que he conseguido durante el tiempo que he pasado en el extranjero, intentando volverme invencible, o algo así.

Dejo el equipaje en la rejilla y avanzo por el pasillo mientras el autobús se pone en marcha. Una vieja me mira desde los asientos delanteros. Al fondo de todo hay dos cha-vales en edad escolar, haciendo novillos, con los pies encima de los asientos de enfrente: su propia versión en miniatura de lo que signifi ca ser invencible.

Mi pueblo natal va pasando al otro lado de las ventanas sucias, y cuando el autobús acelera el cristal hace vibrar la imagen, que se enfoca de nuevo cada vez que el embrague se hunde para meter la siguiente marcha. Me quedo con la mi-rada perdida y me concentro en el efecto que estar aquí tiene en mis vibraciones interiores.

Cuando llegamos a lo alto de Hawke Street Hill, me levanto lentamente y pulso el botón de parada.

Ahí está la casa de mi infancia. Bajo del autobús, pero el conductor hace un gesto con la cabeza, señalando algo a sus espaldas, y vuelvo a subir a por el equipaje, sonrojado.

El autobús me deja sumido en un silencio furioso, la maleta sigue pesadamente mis pasos, hasta que de repente vuelca y me obliga a torcer la muñeca. Me detengo para en-derezarla y sigo caminando. Las casas están silenciosas, apenas se oye el ruido de las ruedecitas de plástico de la maleta.

Llego a nuestra verja y me detengo un momento ante el umbral. He aquí el momento previo. Ese instante en el que respiras hondo.

Mi mirada va de la puerta y el marco carcomido a las nubes. Pasé mi infancia bajo este pedazo de cielo, con sus atle-tas de algodón, sus conejitos blancos y las demás siluetas rolli-zas que pasaban fl otando, empujadas por corrientes invisibles. Una vez pasó incluso el monstruo del lago Ness.

Pero la mayor parte de las precipitaciones llegaron con los niños de acogida. Almas perdidas a las que acompañaban

Piedras en el vientre.indd 12Piedras en el vientre.indd 12 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

13

por entre estos setos y que depositaban en los delantales y los abrazos de mi madre. Niños con pasados que se suponía que debían provocarme compasión.

De pequeño solía sentarme aquí, en el primer peldaño de la escalera, y me dedicaba a lanzar piedras contra dianas improvisadas, mientras mi padre daba sorbos a su taza de té, con unas hojas de alheña que le adornaban la melena rebelde. Nunca me dejó utilizar la podadora con la que arreglaba el seto, pero si cargaba con las bolsas negras llenas de ramas y hojas me daba dinero para chucherías y tirachinas.

Con gesto automático levanto la verja para abrirla, como siempre. Ahora los setos cubren el camino, de modo que ten-go que abrirme paso, cargando con la maleta para que no de-late mi llegada. La dejo ante la puerta y froto las marcas que me ha dejado en la palma de la mano.

Llamo a la puerta y se hace el silencio.A través de la ventana delantera veo la elegante mesa

de comedor, que no utilizamos nunca: el polvo que la cubre es como el manto que se posó sobre nuestras vidas después de lo de Robert. Nuestra familia no necesitaba para nada una mesa para ocasiones especiales, nos bastaba con la maltrecha mesa de la cocina.

De pronto se oye a alguien que se acerca, arrastrando los pies por el pasillo. Me enderezo y me peino con la mano. Los pasos llegan al otro lado de la puerta y me coloco ante la mirilla, conteniendo el aliento. La mirilla se oscurece. Intento sonreír pero me sale una mueca triste.

La puerta se abre despacio, como en una película de te-rror, como si en cualquier momento fuera a asomar Igor, entre relámpagos. Pero hace sol y quien abre la puerta no es Igor, aunque sí se parece a Frankenstein con vestido. Eso es algo que papá solía decir de las mujeres feas, especialmente de tía Thelma, aunque él la llamaba tía Pelma.

—Hola, mamá.

Piedras en el vientre.indd 13Piedras en el vientre.indd 13 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

14

Parece otra persona interpretando el papel de mi madre. O mamá disfrazada. Me mira con sus ojos azules de siempre, pero tiene la cara hinchada y una expresión vacilante. Cree reconocerme, pero no está segura; tiene un pedazo de algo en la comisura de la boca.

Nos quedamos así un momento y yo intento contener un gemido ante el despiadado efecto que el tiempo ha tenido sobre ella; eso o la enfermedad, el motivo por el que he vuelto aquí.

Salvo la brecha que se abre entre los dos, acallo los tem-blores del momento acercándome a ella y abrazándola, mis caderas bien separadas de las suyas.

Mamá huele a ropa que ha pasado demasiado tiempo húmeda antes de secarse y tiene el cuerpo abotargado, pero al mismo tiempo frágil, como un pajarillo. Mientras me abraza mantengo los ojos abiertos y observo el pasillo. Cada pequeño detalle sigue grabado en mi mente como un sendero de mon-taña: el jarrón lleno de los bastones que mi abuelo se hacía, el ominoso pedazo de mica, alguien parecido a mí que me mira desde las viejas fotos de las paredes; esa mirada incómoda.

Mi madre rompe el abrazo, se aparta, con las manos en mis hombros, para mantenerme a distancia, y me escruta, pri-mero un ojo, luego el otro, empapándose de mí.

—Hola —digo de nuevo, marchitándome por dentro—. Soy yo.

Abre la boca e intenta formar palabras, pero apenas le salen unos sonidos del fondo de la garganta. Finalmente cie-rra la boca y menea la cabeza. Ya me habían advertido de ello.

Me acompaña a la cocina, con sus viejos olores, y en un par de ocasiones se vuelve hacia mí, ansiosa por ofrecerme los saludos de rigor; la despensa de su cabeza está vacía pero mi madre sigue acudiendo a ella de todos modos.

Llegamos a la cocina y el jardín trasero, cubierto de ma-leza, me observa. Mi maleta sigue junto a la puerta, como un perro esperando a que lo saquen.

Piedras en el vientre.indd 14Piedras en el vientre.indd 14 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

15

—¿Y el trabajo? —dice, sorprendida de haber logrado emitir unas palabras. Pero entonces me da la espalda y duda sobre algo tan simple como preparar el té.

Siete años de nada la han empujado al bando de los pre-carios, de los viejos. De pronto tiene esa forma que tienen los viejos de cruzar la calle, o de contar una historia, temerosos de equivocarse en cualquier momento, de decir Hong Kong en lugar de King Kong, o al revés.

—Bien. Va bien, mamá… Teniendo en cuenta que es trabajo.

Me dirige una sonrisa, pero antes de volverse del todo ya tiene otra vez el ceño fruncido, y yo me quedo mirándole la coronilla pero recordando en realidad el aspecto que tenía su cerebro en la pantalla luminosa del hospital hace unas se-manas, durante mi visita relámpago. Ella estaba en la cama, intubada e inconsciente, y un médico señalaba con el bolígra-fo los resultados del TAC, como si estuviera ofreciendo la pre-visión meteorológica: la voz monótona con la que hacía referencia a la vida de mi madre, representada en aquellas lu-ces; su forma de despachar la realidad, como si fuera comida de prisión. La mente de mi madre iluminada, a excepción de aquella nuez oscura que crece dentro de su cerebro, justo en el lugar donde se alberga su personalidad.

Me pregunto a través de qué parte de ella se estará abriendo paso en este preciso instante, mientras espera a que la tetera hierva.

Pero también recuerdo mirar esa nuez negra del TAC y pensar soy yo. Soy yo, devorándola desde dentro. Si esa oscu-ridad creciente es una parte específi ca de mamá, es la parte que me corresponde a mí. La parte correspondiente al hijo; a la decepción, al que hizo lo que hizo, hace tantos años.

Yo soy la nuez negra.

Piedras en el vientre.indd 15Piedras en el vientre.indd 15 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

16

Piedras en el vientre.indd 16Piedras en el vientre.indd 16 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

17

2

El gobierno dice que los niños menores de trece años no pueden viajar en el asiento delantero y que cualquiera que viaje en el asiento delantero tiene que llevar el cinturón de se-guridad. Clung, clic. En los asientos de atrás puedo ir sin, una especie de premio de consolación por no poder ir delante, pero en realidad yo siempre quiero ir en la cabina de mando.

Así es como lo llama papá cuando me deja sentarme de copiloto, generalmente después de doblar la calle de casa y cuando ya hemos avanzado un trecho. Tengo que sentarme encima del botiquín porque el asiento es demasiado bajo.

Cada vez, mientras trepo por encima del respaldo, me pregunta que cuándo es mi cumpleaños y mi respuesta tiene que ser la fecha de ese día, pero trece años antes, como si aca-bara de cumplir trece años. Se supone que se lo tengo que de-cir a la policía con voz petulante, y luego añadir que vamos al McDonald’s a celebrarlo.

Papá dice que no importa lo que digas, siempre y cuan-do complementes tus mentiras con algunos datos reales. Así pues, lo único que tendré que hacer si nos paran será recordar la fecha del día bajo presión, y eso es algo que sé siempre por-que tengo un calendario en la pared y un termómetro pegado a la parte de fuera de la ventana y cada mañana anoto las mí-nimas nocturnas y compruebo el pluviómetro del alféizar por si ha llovido.

Piedras en el vientre.indd 17Piedras en el vientre.indd 17 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

18

Me gusta mucho la meteorología y cuando sea mayor quiero ser hombre del tiempo, porque son famosos y predicen el futuro. Así, la gente me sintonizará y se vestirá según lo que yo les diga. Además, para cuando sea hombre del tiempo la tecnología será tan alucinante que los hombres del tiempo po-drán preguntarle al ordenador del tiempo, que se llama Nim-bus, que pronostique cuándo va a haber una bomba, una guerra o un accidente de coche.

Tenemos a otro niño de acogida en casa. Papá lo llama Robert McNube porque le encantan las nubes. Lleva aquí cua-tro días y de momento está siempre enfurruñado, silencioso y callado. Un rollo, vamos. Se pasa el día sentado en el jardín, mirando las nubes o leyendo en su habitación, y no hace na-da misterioso ni sospechoso, o sea que cuando lo espío ense-guida me aburro como una ostra.

—Vamos, chicos —dice mamá, que se asoma por la puer-ta trasera, mientras yo estoy en la cocina—. Primero tengo que ir a recoger cuatro cosas, pero luego os llevaré a cenar a un sitio.

Lo dice con su voz de niño de acogida, no con la de mamá, ni tampoco con la de esposa.

Robert tiene doce años, o sea que no le pueden quedar demasiados días del año para cumplir los trece. Aunque tam-bién es posible que haya mentido sobre su cumpleaños: que ce-lebrara el de verdad hace poco, con sus padres malos, y que ahora quiera pegarse otro a costa nuestra, la buena gente que lo ayudamos por pura bondad. Mamá dice que la buena gente debe tener hijos pero ella solo ha tenido uno, yo.

Corremos hacia el coche como jorobados de Notre Dame porque está lloviendo otra vez. Es la primera vez que Robert va en nuestro coche, excepto el día en que fuimos al vi-deoclub, y mamá y papá se sentaron delante e intentaron ac-tuar como si no pasara nada.

—Tú también tendrás que sentarte detrás, Robert —le digo sin dejar de correr.

Piedras en el vientre.indd 18Piedras en el vientre.indd 18 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

19

Mamá se cubre el pelo con una mano, al tiempo que rodea el coche.

—No, no es verdad —dice—. Siéntate delante, Robert.Me paro en medio del césped y me los quedo mirando.

Me quedo muy quieto, pero en lugar de pensar en lo que mamá acaba de decir me pregunto por qué todo el mundo arma tanto revuelo por la lluvia. Es solo agua. Robert se vuel-ve hacia mí y frunce el ceño mientras abre la puerta delantera. Sube sin necesidad de usar el botiquín y cierra de golpe.

Mamá arranca, pero al momento vuelve a salir a medias del coche, que echa humo por la parte de atrás, y la cara sonro-sada de Robert ya está dentro, bien calentita, y el agua resbala por la ventanilla del coche y hace que parezca aún más triste.

Mamá se está enfadando y tiene prisa, por la lluvia. Me pregunto cuántos centímetros habrán caído en mi pluviómetro.

Cada gota de agua lleva una pequeña mota de polvo dentro. A lo mejor por eso la gente arma tanto revuelo. Dios puso polvo en la lluvia porque las nubes necesitan algo a lo que agarrarse para transformarse en gotas de agua. Del mis-mo modo que el vapor de agua del baño tiene que convertirse en agua en el espejo, las paredes o las ventanas. Las nubes usan el polvo del aire para convertirse en lluvia y por eso a las ma-dres no les gusta que se les moje la colada.

—MÉTETE EN EL COCHE AHORA MISMO O TE VAS A ENTERAR, JOVENCITO.

—HAY QUE TENER TRECE AÑOS PARA IR DE-LANTE.

Me siento muy pequeño ahí, en medio del césped.—¡Uno!—No es JUSTO.Estoy cabreado, como dice papá. O sea que estoy en el cés-

ped, pero de repente tengo las patas peludas y el pelo lanoso.Aunque en realidad debo de estar cabriteado, porque

aún no tengo trece años. Cuando cumples los trece la vida

Piedras en el vientre.indd 19Piedras en el vientre.indd 19 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

20

empieza de verdad y seguramente entonces puedes estar ca-breado. De momento solo estoy cabriteado.

—¡Dos!—¡ES ILEGAL! La gente habla más alto con la lluvia. Por el polvo, tal vez.Mamá viene hacia mí y se le han puesto esos labios te-

mibles. Le pasa cuando se enfada. La boca se le tuerce hacia abajo por un lado y le asoman los dientes, que muerden un poco el labio inferior. Como a la abuela de mi amigo Ralph después del derrame.

Echo a correr hacia el coche, pero ella me agarra por la muñeca, la lluvia repiquetea sobre el techo del coche y no oigo lo que me está diciendo, pero lo REPITE, MÁS, FUERTE, mientras con la mano me zurra en el culo y en las piernas.

Yo hago el ruido de gritar de dolor para que no me pe-gue tantas veces como seguramente lo haría si no dijera nada.

La puerta delantera del coche se abre y Robert está muy seco, calentito y pálido. Sale y cierra sin hacer ruido, para no distraer a mi mamá. Entonces sube al asiento de atrás y vuel-ve a cerrar la puerta con sumo cuidado. Mientras tanto, mamá me arrastra por la muñeca y me grita cosas muy cerca de la cara y tiene saliva en los labios y el pelo mojado. Parece una loca y desde tan cerca le veo los puntos negros de la nariz.

—No has llegado a tres —digo, pero en realidad me estoy concentrando con todas mis fuerzas para no llorar.

Ella me arroja dentro del coche y pega un portazo, y le falta así para pillarme los tobillos. Caigo prácticamente enci-ma de Robert, que se aparta.

Entonces se produce ese horrible momento de expecta-ción, mientras Robert y yo estamos solos en el coche y mamá da la vuelta por la parte de atrás, y tengo una gota de agua en la nariz, con una mota invisible de polvo dentro.

Mamá está hablando, medio conmigo, medio consigo misma, a través del techo del coche mientras va hacia su puer-

Piedras en el vientre.indd 20Piedras en el vientre.indd 20 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

21

ta y Robert me mira fi jamente, con unos ojos como remola-chas, y tal vez por eso pego un brinco hacia delante y cierro el seguro de la puerta del conductor. Entonces cierro el de la puerta de Robert sin darle tiempo a reaccionar. Finalmente cierro las otras y me reclino en el asiento. Estoy en la perrera más grande de la historia.

Mamá se calla de golpe. Solo se oye la lluvia y mi res-piración, el motor. No le veo la cara, solo la blusa y el imper-meable, que lleva ligeramente abierto.

Durante un angustioso momento no hace nada, pero entonces se pone a tirar de la manija de la puerta con rabia y a gritar.

Creo que se me escapa una risita, aunque el corazón me va a toda leche.

Le sonrío a Robert, pero a él no le parece gracioso. Dejo de sonreír y miro las llaves del coche que cuelgan en el con-tacto, donde mamá las ha dejado. El motor apenas hace rui-do, casi como si ronroneara. El coche realmente va como la seda. Estoy haciendo el manitas, dice papá cuando tiene la cabeza bajo el capó. Normalmente mientras mamá pasa el as-pirador. Yo le voy pasando las herramientas y fi ngimos que operamos el coche.

—Destornillador.Los cirujanos no tienen que decir ni por favor ni gracias.Robert se mueve incómodo a mi lado y temo que vaya

a oír cómo me late el corazón, o incluso mi trasero azotado, porque es como una campana que sigue sonando levemente una eternidad después de que la hayan tocado, pero no lo pue-des saber a menos que te acerques mucho o la toques, aunque entonces ahogas el tañido. Eso me gusta.

Miro la barriga de mi madre por la ventana e intento no llorar. Entonces dice con una voz muy cambiada que abra la puerta inmediatamente.

—Deberías abrir el seguro —dice Robert pero no me

Piedras en el vientre.indd 21Piedras en el vientre.indd 21 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

22

mira. Casi nunca mira a nadie, seguramente esconde algún secreto feo.

—Tienes que tener trece años —le contesto yo—. TIE-NE QUE TENER TRECE AÑOS.

Entonces me cruzo de brazos para que no puedan obe-decer por su cuenta. Robert se inclina y pone la mano en el seguro.

—No, Robert —dice mamá, mirando hacia dentro—. Quiero que la abras TÚ.

Me hundo en el asiento y clavo la vista en mis zapatos, que tienen pedazos de hierba mojada pegados. Tengo otra gota de lluvia en la nariz o a lo mejor es una lágrima, en cuyo caso tiene sal en vez de polvo. Como si el cuerpo necesitara sal para generar tristeza.

O a lo mejor las lágrimas también contienen polvo ade-más de sal y por eso lloramos, para librarnos de la suciedad. Por eso normalmente te sientes mejor después de llorar. Aun-que sea delante de Robert.

Ahora mamá habla con voz muy precavida, como si yo fuera un caballo salvaje en una pradera y ella llevara las riendas. Me gusta oírla hablar con esa voz, aunque esté asustado. Si fue-ra un héroe me largaría ahora mismo en el coche para no volver jamás. De hecho largarse no es tan mala idea, pues si no lo hago voy a pasar mucho tiempo castigado en mi cuarto sin comer.

Mamá dice mi nombre completo porque estoy metido en un buen lío y la gente siempre se pone formal cuando hay líos. Luego dice la forma abreviada, como cuando soy un buen chico. Si pudiera los dejaría a los dos encerrados fuera, bajo la lluvia, y entonces Robert empieza a decirme algo, pero me meto los dedos en las orejas.

—¡PA PA PA PEPINO SALCHICHA PEPINO SAL-CHICHA!

Sus labios dejan de moverse, o sea que me saco los de-dos de las orejas y mamá está diciendo:

Piedras en el vientre.indd 22Piedras en el vientre.indd 22 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

23

—No digas nada, Robert. Ya me encargo yo. Gracias por intentarlo, eres un buen chico.

Tiene la voz trémula, como cuando habla de la abuela. Me digo que seguramente yo también estaré muerto en cuan-to me eche el guante.

—No pasará nada —dice. No, seguro—. Abre la puerta y no pasará nada, ya te has llevado una buena zurra hoy —aña-de, con una mezcla de voces—. Lo siento, he perdido los ner-vios, pero está lloviendo mucho y… NO SE SENTARÁ DELANTE HASTA QUE CUMPLA LOS TRECE, ¿VALE?

—¿Cuándo es tu cumpleaños?—El 14 de mayo —dice Robert, y me mira como pre-

guntándose si me parece bien.—Tauro —digo yo, pensando—. Los Tauro son fuertes

y testarudos.En cuanto pueda pensar con claridad otra vez voy a cal-

cular exactamente cuánto falta para el 14 de mayo, aunque no falta mucho porque ya estamos en febrero, o sea que dentro de poco voy a tener que quedarme en la parte de atrás mientras Robert se sienta en la cabina de mando con mamá.

Me seco las lágrimas saladas, trepo por el respaldo del asiento trasero y me acurruco en el maletero, junto al boti-quín. Estoy llorando y llueve y estoy hecho un ovillo.

Oigo el clac del seguro y mi vientre desaparece y en su lugar queda solo un agujero.

La puerta se abre y el motor se detiene y Robert está tan callado que es como si fuera él quien estuviera en la perrera, que es como papá llama a estar castigado. A veces el que está en la perrera es papá y entonces chasquea la lengua y sonríe. «Tu padre está otra vez en la perrera», dice.

No creo que mamá haya estado nunca en la perrera. Antes tendría que pasarle el aspirador.

El maletero se abre y mamá me saca tirándome de la misma muñeca que antes, me arrastra y mis piernas corren en

Piedras en el vientre.indd 23Piedras en el vientre.indd 23 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

24

parte por el aire y en parte por el suelo. Me pega unas cuan-tas veces más y me hace daño en la oreja con el anillo. Estoy llorando por tropecientos millones de razones, y también por-que estoy llorando. Llorar me pone triste del mismo modo que vomitar me da más ganas de vomitar.

Mientras tanto, mamá está intentando sacar las llaves de casa del bolso y habla tan rápido que no se la entiende y yo lo detesto todo y la injusticia de no ser adulto y que Robert lo esté viendo. A él lo detesto más que a nada. Aunque detesto aún más a sus padres por ser malos, porque si fueran buenos como mi madre no la tendría que compartir.

Mamá siempre dice que los niños de acogida no me gus-tan porque soy hijo único, pero yo creo que sería increíble te-ner hermanos y hermanas de verdad. A veces fi njo que los tengo. Creo que me gustaría tener un hermano hasta cumplir los trece y que entonces se convirtiera en una chica para que trajera a sus amigas a casa, porque entonces ya me gustarán las chicas y ellas serían mi arcén.

Papá dice que quiere un arcén. Si tuviera uno, podría hacer el manitas con él mientras mamá pasa el aspirador.

Ahora estoy en mi cuarto y no puedo salir hasta que ella me dé permiso, y me dice que no contenga el aliento.

Lo contengo y me cronometro de todos modos.38 segundos. Aún me están creciendo los pulmones.Lo anoto en mi tabla. Entonces me quito la ropa, me

pongo ropa seca y voy a echarle un vistazo al pluviómetro del alféizar de la ventana. 34 mm. Que es bastante. Lo anoto en mi tabla. Imagino 34 mm repartidos por toda la zona donde ha llovido. Entonces los imagino por todo el mapa del tiempo e imagino al hombre del tiempo abriendo los brazos, cogien-do toda la lluvia del mapa y metiéndola en un pluviómetro gigante que hay en el alféizar de la ventana del centro de me-teorología. Me pregunto lo alto que tendría que ser para que cupieran esos 34 mm repartidos por toda la zona. Imagínate.

Piedras en el vientre.indd 24Piedras en el vientre.indd 24 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

25

Por eso, bien pensado, 34 mm de lluvia es un montón. Porque aunque 34 mm sea lo que mide el pito de Robert, si coges to-dos los 34 mm que han caído en todo el país tendrás un po-llón enorme. Da miedo pensar lo grande que es el mundo.

A continuación intento pensar cuánto polvo ha caído si han caído 34 mm de lluvia, pero pronto empieza a escocerme el cerebro.

Aún estoy en mi habitación cuando papá llega a casa. Me pasa un yogur (de fresa) y una manzana (de manzana) de extranjis, para cenar. También me lee la cartilla pero en reali dad es bastante comprensivo. Dice que tiene guasa que me ponga cazurro porque Robert vaya a sentarse en la cabina de mando cuando apenas le quedan unos meses para llegar a la edad legal, teniendo en cuenta que yo estoy más cerca de ser un bebé que de la edad legal y a veces también me siento delante.

En parte tiene razón, excepto en lo del bebé. Le pido que me arrope y que me acaricie la frente hasta que me duerma.

Me arropa y me acaricia la frente, algo que siempre me relaja, pero papá nunca aguanta hasta el fi nal, hasta que me duer-mo. En parte es porque se aburre y en parte también porque yo me tengo que concentrar mucho para intentar dormir-me antes de que se aburra, y así no hay a quien le entre el sueño. Además, siempre llega un momento en que papá hace como que me mete el dedo en la nariz, en broma, y yo acabo siem-pre exasperado o fuera de resquicio, y él se ríe y me da un beso de buenas noches, pero yo le suplico un minuto más y él me concede treinta segundos.

Este es nuestro ritual habitual y repetirlo hoy después de lo que ha pasado hace que sienta el vientre menos magu-llado.

—¿A qué hora se acuesta Robert? —le pregunto cuando ya se está marchando, pero papá me dice que no le preste tan-ta atención a Robert, que de todos modos es mayor que yo.

Piedras en el vientre.indd 25Piedras en el vientre.indd 25 31/03/14 13:0131/03/14 13:01

26

—Las comparaciones no dan ningún fruto —añade en-tonces, otro de sus dichos sin sentido, pero que se nota que signifi ca «no».

—¿Pero tiene hora de acostarse?—Chss —dice. Entonces vuelve y me acaricia la frente un ratito más.

Huele a zanahorias hervidas y a cerveza. Y entonces, lentamen-te, acompañando cada caricia y sin meterme el dedo en la na-riz, dice:

—Mi. Hijo. Eres. Tú.

Piedras en el vientre.indd 26Piedras en el vientre.indd 26 31/03/14 13:0131/03/14 13:01