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Poesía de furgón Dion Torres

Poesía de furgón - Dion Torres

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Poemario editado por Literatura en Línea

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Page 1: Poesía de furgón - Dion Torres

Poesía de furgón

Dion Torres

Page 2: Poesía de furgón - Dion Torres

“Poesía de furgón”Editado por Literatura en LíneaBuenos Aires, Argentina, Agosto 2013

Page 3: Poesía de furgón - Dion Torres

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Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

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Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

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Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

Page 6: Poesía de furgón - Dion Torres

6

Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

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Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

Page 8: Poesía de furgón - Dion Torres

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Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

Page 9: Poesía de furgón - Dion Torres

9

Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

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Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

Page 11: Poesía de furgón - Dion Torres

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Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

Page 12: Poesía de furgón - Dion Torres

Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

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Page 13: Poesía de furgón - Dion Torres

Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

-0-

A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

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Page 14: Poesía de furgón - Dion Torres

Los vagones son plagasde humanos que avanzan rumbo a lugares inciertos.

Algunos buscan trabajo en la soledadde la locura que llamamos ciudadotrosviajan arrinconados contra el metalde puertas abiertas y corrientesheladasviajandesahuciadoscomo tirados, abandonados al camino;de los rieles,consumidos.

El humo negro de la locomotora. Negro como demonio se impregnasutilal paso del tiempo en el andén.Sobre el borde de cementola línea amarillalos estribos.

El mediocre envidiaal que viaja en el estribo.

La plaga del viento en la caray los metales que cortan el aire a toda velocidadmetro a metro. Algunos van al trabajo en la soledadde la muerte que llamamos ciudad. Otros, se desprenden, con la caraque mira la puerta abierta.

El traqueteo tibio y fugazel peligro de la colisión fatal.

Los humanos miran bajoCon sus ojos tapados de fríoesconden las barbasen las mañanas de estación.

Grandes escaleras cúpulasy boleteroscafé, comida, mendigosel humo seco del cigarro cuando amanece. El vapor que sale de las bocas, me quema, como el hollín del humo negroque abandona la locomotoray tiñe nuestra vida cotidiana. -0-

Puedo ver la realidad de las palabrasque pronuncio en tus ojos. El parque y la avenida parten al mediolo que intentamos decir al sonido.

Sospecho que tu intuición, bella dama, conduce al mismo lugar dondeimagino mis días

junto a lo que pudimos construir.

No hablaba, aquella noche sobre la barrade una pizzería de Puente Pacífico;no hablaba banalidades. Decía en la vieja estación de mi barrioel deseo de un futuro sólidopor su pureza, pulcritud y futuro.

Por su existenciano hablé de cosas oscuraspor primera vezdestaqué la luz.

Y hoy, a días de confesar mi anhelomás celestepuedo leer las palabras cuando veoa través de tus ojos.

El miedo asumido que cometeal fin y al cabocualquier tipo de perdón.La avenida y el parque salvan del silencioal sonido que no puedo decir.Felicidad que emana tu bocaes impasible a la derrotaque podríarepresentarla aventura.

Simplemente, hablé de construcción.No hablaba, con los semáforos cambiantesen una barra de la vieja estación;no hablaba banalidades. Decía el deseo de un colapso próximopor su impacto, saber y cercanía.

Por su existenciano hablé de cosas oscuras,por primera vezdestaqué la victoria.

-0-

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavi

la llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Es un tren de pasillos largos y recovecos donde se puede sentar a mirar o a fumar o a cantar.Pasillos muertos y al fondolas sombras que se tambaleanque amagancon volar por la entrada en movimiento y los saltospara un ladoy otro.

Pasan los policías bonaerenses con su fierro enfundadoayudan a alguna ancianapara que pise los escalones sin caera las víaso cuando el coche principal arrancaayudan a subir las bicis jueganal ciudadano correcto y por la nocheluego en la sombratorturan sin parar a muchachos inocentesdesde las comisarías ala eternidad del infiernoaplican sin piedad la picana eléctrica sin piedad el submarino secosin piedad los cigarros en el puntodébil.

Pero el tren sigue. Y nos lleva a todos hacia el mismo lado puede ser una muerte segura o tal vez una gloria eterna santay desvestida;virgen con ansia de quiebre y llanto.

Viajamos todos juntos escuchamosel aullido de los lobos en la pradera

de la pobreza extrema. Por las ventanasse meten los aullidos de los lobosahora hienasahora perro malo.

Abordé en reiteradas ocasionesel riel que conduce a la ciudad de La Platavila llanura de Plátanos. La tristeza en Ensenadalluvia asesina.

Mundo asesino. Viajes inconducentes. Trenes descarrilados. Tragedias inenarrables.

-0-

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior, del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulaen un edificio viejo del barrio de Once. Al paso de un mes o dosun día como vosfuimos al departamento construido allá por 1940donde yo vivía por entonces.

Tuve cuando era estudiante de periodismoo un cronista virgen de revistas que nadie leíamuchas mujeres que conquistaba en la bibliotecao en los conciertos eraflacoy aún tierno sin la caracorroída por el dolor de la vida.

Recuerdo a esta linda flaca que usaba bombachasmás o menos grandes y tangas para las ocasiones especiales;esta muchacha del Oeste que por entoncescreí amarme llevó a los viajes más oscuros que vivíarriba de un tren.

Recorríamos la Estación Miserere, nos deteníamosa tomar un café para recargar energíasrodeados de muertos vivos.

Para verla crucé puentes y subí las escaleras de Liniersdormí, en la estación de Ramos Mejíay en la de San Antonio de Paduatuve frío, mucho frío. Me perdí en Moreno.

Recuerdo, fueron pocos meses. Creoque desde una primavera hasta un otoño.

Aquel tren que tomábamos para ir a su casa en la periferia de la periferiaera verdaderamente siniestroallíconocí personajes de los más tenebrososque iban en un mambo pobremiraban ventanas sin vidriosjalaban bolsas con naftaperdían sus ojos.

La estación de Flores era todo un gran espectáculosubían y bajaban los adictos que iban al “shopping” de la villa 1-11-14, con un puñadode billetes arrugados en el puño marcado.

Los que venían, ya drogados, golpeaban las paredes enlatadas. Los obreros les respondían, a vecesse trenzaban a golpes.

Otros llegaban mansos, se sentaban, ofrecían algo de marihuanaa las masas.

El olor inundaba el ambiente y la músicadesde parlantes móviles o quizáscon suerteun murga alegraba a bombo y redoblante.

No sé si eran las altas horas de la vidaen las que viajábamos o el estadode inconciencia permanente en el que yo andabacuando era jovenpero puedo jurar, verdaderamente jurar, que no recuerdo entablar conversacióncon personas comúnmente llamadas “normales”.

En aquellos viajes siempre esquivaba no sé por quéa los cientos de trabajadores decentes que viajabanjunto a mí.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Gustaba del buen rock, la farra y el auspicio. Ella no quería saber nada de trabajar o militaro de un mundo mejor por el cual luchar. Creo que por eso me destruyó. O, tal vez, me destruí porque Para verla, primero, viajaba 30 minutos en colectivodespués, también, una hora del tren. Descendía donde ya no hay edificios. Casi solo, a esas horas. Iba hasta la cantina de la zonapedía un vaso de vino o dos o tres.Luego, iba con ella. Para verla, caminaba imbuido en una oscuridad

provinciana y escabrosatreinta cuadras más.

Desafié, a las jaurías de perros que en la nochesolacortan con ojos de brillo las calles de ripio. A las sombras que escapancomo viento heladopor la esquina.

La mirada de algún ladrón siempreme increpaba desde las esquinascuando no sabía muy bien cómo llegarsolía perderme, en ese barrio.

Doblo a la izquierda, llego a la puerta. Aplaudosu sombra cuando aparece a contraluz del patio.

Tuve cuando era estudiante de periodismouna novia de pelo corto que llevaba un aroen su labio inferior del lado izquierdo.

Comencé saludándola cuando entraba al aulay terminé viajando tantas horas en tren, por ella, que acabé por perder un trabajo simplemente porque estaba demasiado lejos de la estación.

Nunca cometería el mismo error. El sexo era bueno yCreí amar, sí.

Pero más que a la mujerextrañe la cuenta del banco con miles de pesosy yo tan solo tenía 19 años

y ella se había ido con otro. Aquél día juré amar más a los trenesque a cualquier mujer.

-0-

Esta madrugada escribolos versos de la culpa y la tristezapienso que debería abordar ese encuentrorumbo a la miseriavolverme un hombre más justopobre, quizás, heredando mis armas intelectualesa los hambrientos…dudo que las necesiten.

Solo piensan en comeren matar algún policíaquizás en recuperarse de sus adicciones.

Los que está jodidos no necesitan escribir poesíasolo buscan no tenerque dormir más adentro de una heladeradesvencijada en un basural.

Esta madrugada escribo los versos cobardes y escabrososreaccionariosporque debería ver las casillasdesde la ventanadel encuentro.

Debería viajarrumbo a la miseria suspiradavolverme un hombre más pobrehonrado, y justotal vez más hombre.

Tomar la decisión de transpolarlas armas y volverlasofrenda.

¿Para quién?En el suburbio analfabeto solo permanezco en silenciopocos, dirigen alguna palabracompleta.

Solo camino y contemploy me siento y fumo un cigarrillolos adictos caminan alrededor. No quieren hablar Menoshan de querer la palabra como arma.

Sin embargo, la culpa, me invade. Una promesa rota me rompey en el vacíoescucho el silencio del encuentro que abordo.

-0-

Volteamos sobre el hombro derecho y vimos una vida levantadaa los pies de la especulación, la desidia y la peste.Vimos a ese hombre con las ampollas de la lepra reventadas,y el pus se mezclaba con el olor a desinfectante del centro comercial.

En la puerta, aquel vagabundo estiró la mano, la misma con la que limpiabasu muerte cada mañana. Le dimos un billete de dos pesos, que hizolevantara su mirada. Escupió el billete, escupió las zapatillas de mi dama. Odió con celeridad los cartones y periódicos que lo cobijaronla noche anterior, quiso no tener dientes.

No pude hacer otra cosa sino dejarlo se desquitecon mi suerte, que pronto me abandonará. Como la tarde de viento y ramas agitadasen la que lo abandonó a él.

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A dónde van los que ya se fueron,los bruscos que me despidieron en la terminal de buses, los que están bajo rieles, aquellos torpes toscos de la sobredosisde los virus que nunca sabremosde los vinos que tomamos, sobre la peatonal.

¿Piensan los que se quedaron allá?¿Piensan en nosotros como nosotros en ellos?Cuando digo nosotros hablo por mis voces, y no por mi pueblo.

Sé que pocos en este lugarrecuerdan a los tristes que aceitan la vía, a los finados, a los tuertos del susto. Nada lastima a nadie. Tampoco lo harán los malditos del ahora.

¿Pienso en ellos, o sólo digo que los pienso?Su literatura, sus obras, sus enclenques obrasy su puño en alto saluda desde el parque. ¡Hasta la victoria!Espero alcanzarla algún día,

al menos, verla. O simular verla.

Sólo en ese momento, podré preguntarmea dónde van los vencedores,los que siguen en un tren con destino, los toscos del saco, la corbata y la camisa;esos que nunca enferman y jamáscompartieron un vino con vos.

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Page 15: Poesía de furgón - Dion Torres

“Poesía de furgón”Editado por Literatura en Línea

Buenos Aires, Argentina, Agosto 2013