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Poesía para el camino... Kristina Molina Rubí Torres Antilogía Poética

Poetas Kristina 2015

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Poesía para el camino...

Kristina Molina

Rubí Torres

Dedicatoria.

Antilogía Poética

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Esta antología va dirigida para la maestra de la asignatura de español y para

nuestros compañeros de clase, también se incluye a la escuela y a la

biblioteca. Con el fin de interesar a los demás que les empiece a gustar los

poemas de diversos autores para así hacer que ellos se sientan bien con ellos

mismos y reflexionen sobre sus hechos y sentimientos.

Octavio Paz

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(Ciudad de México, 1914-id., 1998) Escritor mexicano. Junto con Pablo Neruda y César Vallejo, Octavio Paz conforma la tríada de grandes poetas que, tras el declive del modernismo, lideraron la renovación de la lírica hispanoamericana del siglo XX. El premio Nobel de Literatura de 1990, el primero concedido a un autor mexicano, supuso asimismo el reconocimiento de su inmensa e influyente talla intelectual, que quedó reflejada en una brillante producción ensayística.

Nieto de escritor (Ireneo Paz), los intereses literarios de Octavio Paz se manifestaron de manera muy precoz, y publicó sus primeros trabajos en diversas revistas literarias. Estudió en las facultades de Leyes y Filosofía y Letras de la Universidad Nacional.

En 1936 Octavio Paz se trasladó a España para combatir en el bando republicano en la guerra civil, y participó en la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Al regresar a México fue uno de los fundadores de Taller (1938) y El Hijo Pródigo. Amplió sus estudios en Estados Unidos en 1944-1945, y concluida la Segunda Guerra Mundial, recibió una beca de la fundación Guggenheim, para, más tarde, ingresar en el Servicio Exterior mexicano.

En 1955 fundó el grupo poético Poesía en Voz Alta, y posteriormente inició una colaboración en la Revista Mexicana de Literatura y en El Corno Emplumado. En las publicaciones de esta época defendió las posiciones experimentales del arte contemporáneo.

Frente al mar.

1

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Llueve en el mar:

Al mar lo que es del mar

Y que se seque la heredad.

2

¿La ola no tiene forma?

En un instante se esculpe

Y en otro se desmorona

En la que emerge, redonda.

Su movimiento es su forma.

3

Las olas se retiran

—Ancas, espaldas, nucas—

Pero vuelven las olas

—Pechos, bocas, espumas—.

4

Muere de sed el mar.

Se retuerce, sin nadie,

En su lecho de rocas.

Muere de sed de aire.

Golden Lotuses.

Delgada y sinuosa

Como la cuerda mágica.

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Rubia y rauda:

Dardo y milano.

Pero también inexorable rompehielos.

Senos de niña, ojos de esmalte.

Bailó en todas las terrazas y sótanos,

Contempló un atardecer en San José, Costa Rica,

Durmió en las rodillas de los Himalayas,

Fatigó los bares y las sabanas de áfrica.

A los veinte dejó a su marido

Por una alemana;

A los veintiuno dejó a la alemana

Por un afgano;

A los cuarenta y cinco

Vive en Proserpina Court, int. 2, Bombay.

Cada mes, en los días rituales,

Llueven sapos y culebras en la casa,

Los criados maldicen a la demonia

Y su amante parsi apaga el fuego.

Tempestad en seco.

El buitre blanco

Picotea su sombra.

Hermosura que vuelve.

En un rincón del salón crepuscular

O al volver una esquina en la hora indecisa y blasfema,

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O una mañana parecida a un navío atado al horizonte,

O en Morelia, bajo los arcos rosados del antiguo acueducto,

Ni desdeñosa ni entregada, centelleas.

El telón de este mundo se abre en dos.

Cesa la vieja oposición entre verdad y fábula,

Apariencia y realidad celebran al fin sus bodas,

Sobre las cenizas de las mentirosas evidencias

Se levanta una columna de seda y electricidad,

Un pausado chorro de belleza.

Tú sonríes, arma blanca a medias desenvainada.

Niegas al sueño en pleno sueño,

Desmientes al tacto y a los ojos en pleno día.

Tú existes de otro modo que nosotros,

No eres la vida pero tampoco la muerte.

Tú nada más estás,

Nada más fulges, engastada en la noche.

Jardín.

Nubes a la deriva, continentes

Sonámbulos, países sin substancia

Ni peso, geografías dibujadas

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Por el sol y borradas por el viento.

Cuatro muros de adobe. Buganvillas:

En sus llamas pacíficas mis ojos

Se bañan. Pasa el viento entre alabanzas

De follajes y yerbas de rodillas.

El heliotropo con morados pasos

Cruza envuelto en su aroma. Hay un profeta:

El fresno –y un meditabundo: el pino.

El jardín es pequeño, el cielo inmenso.

Verdor sobreviviente en mis escombros:

En mis ojos te miras y te tocas,

Te conoces en mí y en mí te piensas,

En mí duras y en mí te desvaneces.

Junio.

Bajo del cielo fiel junio corría

Arrastrando en sus aguas dulces fechas...

Llegas de nuevo, río transparente,

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Todo cielo y verdor, nubes pasmadas,

Lluvias o cabelleras desatadas,

Plenitud, ola inmóvil y fluente.

Tu luz moja una fecha adolescente:

Rozan las manos formas vislumbradas,

Los labios besan sombras ya besadas,

Los ojos ven, el corazón presiente.

¡Hora de eternidad, toda presencia,

El tiempo en ti se colma y desemboca

Y todo cobra ser, hasta la ausencia!

El corazón presiente y se incorpora,

Mentida plenitud que nadie toca:

Hoy es ayer y es siempre y es deshora.

Ni el cielo ni la tierra.

Atrás el cielo,

Atrás la luz y su navaja,

Atrás los muros de salitre,

Atrás las calles que dan siempre a otras calles.

Atrás mi piel de vidrios erizados,

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Atrás mis uñas y mis dientes

Caídos en el pozo del espejo.

Atrás la puerta que se cierra,

El cuerpo que se abre.

Atrás, amor encarnizado,

Pureza que destruye,

Garras de seda, labios de ceniza.

Atrás, tierra o cielo.

Sentados a las mesas

Donde beben la sangre de los pobres:

La mesa del dinero,

La mesa de la gloria y la de la justicia,

La mesa del poder y la mesa de Dios

—La Sagrada Familia en su Pesebre,

La Fuente de la Vida,

El espejo quebrado en que Narciso

A sí mismo se bebe y no se sacia

Y el hígado, alimento de profetas y buitres…

Atrás, tierra o cielo.

Las sábanas conyugales

Insomnes,

Cubren cuerpos entrelazados,

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Piedras entre cenizas

Cuando la luz los toca.

Cada uno en su cárcel de palabras,

Y todos atareados construyendo

La Torre de Babel en comandita.

Y el cielo que bosteza

Y el infierno mordiéndose la cola

Y la resurrección

Y el día de la vida perdurable,

El día sin crepúsculo,

El paraíso visceral del feto.

Creía en todo esto.

Hoy duermo a la orilla del llanto.

También el llanto sirve de almohada.

La Rama.

Canta en la punta del pino

Un pájaro detenido,

Trémulo, sobre su trino.

Se yergue, flecha, en la rama,

Se desvanece entre alas

Y en música se derrama.

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El pájaro es una astilla

Que canta y se quema viva

En una nota amarilla.

Alzo los ojos: no hay nada.

Silencio sobre la rama,

Sobre la rama quebrada.

La palabra dicha.

La palabra se levanta

De la página escrita.

La palabra,

Labrada estalactita,

Grabada columna,

Una a una letra a letra.

El eco se congela

En la página pétrea.

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Ánima,

Blanca como la página,

Se levanta la palabra.

Anda

Sobre un hilo tendido

Del silencio al grito,

Sobre el filo

Del decir estricto.

El oído: nido

O laberinto del sonido.

Lo que dice no dice

Lo que dice: ¿cómo se dice

Lo que no dice?

Di

Tal vez es bestial la vestal.

Un grito

En un cráter extinto:

En otra galaxia

¿Cómo se dice ataraxia?

Lo que se dice se dice

Al derecho y al revés.

Lamenta la mente

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De menta demente:

Cementerio es sementero,

Simiente no miente.

Laberinto del oído,

Lo que dices se desdice

Del silencio al grito

Desoído.

Inocencia y no ciencia:

Para hablar aprende a callar.

Salvador Díaz Mirón.

(Veracruz, 1853 - 1928) Político y poeta mexicano. Hijo de una familia culta (su padre era poeta y ensayista), recibió una esmerada educación

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humanística. Desde muy joven mostró marcada inclinación hacia el periodismo, que lo llevó a colaborar en publicaciones de Veracruz y de la Ciudad de México. En 1879 inició su carrera política al convertirse en diputado por Jalancingo, en su estado natal. Entre 1884 y 1885 fue diputado del Congreso de la Unión. En vísperas de las elecciones generales de 1892 fue a prisión por homicidio. Cuatro años después resultó absuelto al considerarse que actuó en defensa propia. Durante el gobierno de Victoriano Huerta dirigió el periódico El Imparcial. Con la caída del dictador, tuvo que permanecer fuera del país entre 1914 y 1920. Vivió en España y después en Cuba hasta que Venustiano Carranza autorizó su regreso a México.

La producción poética de Díaz Mirón que se conserva es bastante reducida, pues una parte se perdió y otra fue destruida por el propio autor. Su obra se divide en tres etapas: la primera muestra la influencia del romanticismo europeo; la segunda, recogida en su libro Lascas, es más intimista e introspectiva, mientras que la tercera depura su estilo hasta llevarlo a una extrema concisión. Sus Poesías completas fueron publicadas en 1941 por Antonio Castro Leal.

A Berta.

Ya que eres grata como el cariño

Ya que eres bella como el querub,

Ya que eres blanca como el armiño,

¡Sé siempre ingenua, sé siempre tú!

El torpe engaño que el vicio fragua

Nunca se aviene con la virtud.

¡Sé transparente como es el agua,

Como es el aire, como es la luz.

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Que tu palabra -dulce armonía

Que tu alma exhala como un laúd,

Como una alondra que anuncia el día

Presa en la sombra que flota aún-

Sea un arroyo sereno y puro

Do al inclinarme como un saúz

Mire las guijas del fondo oscuro

Y las estrellas del cielo azul.

A deltima*.

Vuelve a mí la odorífera corola

Y acoge la oblación de mis gorjeos,

¡Oh tú, la rosa mística, la sola

Flor viva del jardín de mis deseos!

Tu esencia, en que mi anhelo se sacia,

Es tu cáliz nítido, que adoro,

Gota de miel en ánfora de gracia,

Grano de mirra en incensario de oro.

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A ti van los suspiros y las quejas

Del nostálgico mal que me consume.

Las ansias de mi afán son las abejas

Y tú eres la dulzura y el perfume.

Mas estas notas que mi angustia exhala

Son las últimas, ¡ay!, que habré de darte

Son los batidos lúgubres del ala

De la ilusión que se despide y parte.

¡Mujer, entre mi afecto y tu cariño

Hay un abismo que mi orgullo ensancha,

Y sé que tu virtud es un armiño

Que no consiente ni soporta mancha!

¡Altivez infernal! ¡Deber penoso!

¡Escollos de dolor en nuestra vía!

¡Yo no puedo sin mengua ser tu esposo

Y tú no puedes con honor ser mía!

¡Oh memoria... gloriosa infortunada,

Llévame hacia el Edén que mi alma quiso!

¡Oh mi pobre pasión... Eva enlutada,

Toma con el recuerdo al paraíso!

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¡Anda! ¡Riega y evoca con tu llanto

Tus agostadas primaveras puras,

Ángel apocalíptico en el santo

Valle de Josafat de las venturas!

¡Después... oh triste mártir que palpitas

De nuevo bajo el paño de la muerte!

¡Noble Cristo interior que resucitas,

Huye del cautiverio de la suerte!

¡Rocío abrasador, quema mis ojos!

A ella.

Semejas esculpida en el más fino

Hielo de cumbre sonrojado al beso

Del sol, y tienes ánimo travieso,

Y eres embriagadora como el vino.

Y mientras: no imitaste al peregrino

Que cruza un monte de penoso acceso,

Y párase a escuchar con embeleso

Un pájaro que canta en el camino.

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Obrando tú como rapaz avieso,

Correspondiste con la trampa del trino,

Por ver mi pluma y torturarme preso.

No así al viandante que se vuelve a un pino

Y párase a escuchar con embeleso

Un pájaro que canta en el camino.

A M.

¿Detenerme? ¿Cejar? ¡Vana congoja!

La cabeza no manda al corazón.

Prohíbe al aquilón que alce la hoja,

No a la hoja que ceda al aquilón.

¡Cuando el torrente por los campos halla

De pronto un dique que le dice: "atrás",

Podrá saltar o desquiciar la valla

Pero pararse o recular... jamás!

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¿Por qué te adoro y a tus pies me arrastro?

¿Por qué se obstinan en volverse así

La aguja al norte, el heliotropo al astro,

La llama al cielo y mi esperanza a ti?

A ti.

Portas al cuello la gentil nobleza

Del heráldico lirio; y en la mano

El puro corte del cincel pagano;

Y en los ojos abismos de belleza.

Hay en tus rasgos acritud y alteza,

Orgullo encrudecido en un arcano,

Y resulto en mi prez un vil gusano

Que a un astro empina la bestial cabeza.

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Quiero pugnar con el amor, y en vano

Mi voluntad se agita y endereza,

Como la grama tras el pie tirano.

Humillas mi elación y mi fiereza;

Y resulto en mi prez un vil gusano

Que a un astro empina la bestial cabeza.

Al separarnos.

Nuestras dos almas se han confundido

En la existencia de un ser común,

Como dos notas en un sonido,

Como dos llamas en una luz.

Fueron esencias que alzó un exceso,

Que alzó un exceso de juventud,

Y se mezclaron, al darse un beso,

En una estrella del cielo azul.

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Y hoy que nos hiere la suerte impía,

Nos preguntamos con inquietud:

¿Cuál es la tuya?, ¿cuál es la mía?

Y yo no acierto ni aciertas tú.

Cintas de sol.

La joven madre perdió a su hijo,

Se ha vuelto loca y está en su lecho.

Eleva un brazo, descubre un pecho,

Suma las líneas de un enredijo.

El dedo en alto y el ojo fijo,

Cuenta las curvas que ornan el techo

Y muestra un rubro pezón, derecho

Como en espasmo y ardor de rijo.

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En la vidriera, cortina rala,

Tensa y purpúrea cierne curiosa

Lumbre, que tiñe su tenue gala.

¡Y roja lengua cae y se posa,

Y con delicia treme y resbala

En el erecto botón de rosa!

II

Cerca, el marido forma concierto:

¡Ofrece el torpe fulgor del día

Desesperada melancolía;

Y en la cintura prueba el desierto!

¡Ah! Los olivos del sacro huerto

Guardan congoja ligera y pía.

El hombre sufre doble agonía:

¡La esposa insana y el niño muerto!

Y no concibe suerte más dura,

Y con el puño crispado azota

La sien, y plañe su desventura.

¡Llora en un lampo la dicha rota;

Y el rayo juega con la tortura

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Y enciende un iris en cada gota!

III

Así la lira. ¿Qué grave duelo

Rima el sollozo y enjoya el luto,

Y a la insolencia paga tributo

Y en la jactancia procura vuelo?

¿Qué mano digna recama el velo

Y la ponzoña del triste fruto,

Y al egoísmo del verso bruto

Inmola el alma que mira al cielo?

Canción medioeval.

¡Oh tú, la de crin rubia, luenga y rizada,

Que caída en torrente barre las losas,

Y que volando incita las mariposas,

Porque así luce aspecto de llamarada!

Linajuda Regina que, por taimada,

Finges al viejo duque modelo a esposas,

Y de sus canas dices honestas cosas,

Más dignas de la espuma de una cascada.

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Ven y place al que tiene la voz dorada,

Y perennes ortigas y eternas rosas,

Y en el talón espuela y al cinto espada.

No ignores que los himnos hacen las diosas.

¡Oh tú, la de crin rubia, luenga y rizada,

Que caída en torrente barre las losas!

Gilberto Owen.

Nació el 13 de mayo de 1904 en El Rosario, Sinaloa.

Formó parte del grupo de Contemporáneos junto a Jorge Cuesta y de Xavier Villaurrutia.

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Fue diplomático y vivió parte de su vida en el extranjero, primero en Boston, luego en Perú, en Colombia, y en Filadelfia. La condición de desterrado, la

radicalidad de la soledad y el viaje interior son las instancias más fuertes de su poesía. Sindbad el varado (1948), su poema más ambicioso, narra ese viaje, a la vez esotérico y personal, en busca de la recuperación. Solitario

siempre, sus poemas se abren a un aliento mítico cuya vastedad no alcanzan los otros poetas del grupo. Escribió Desvelo (1925), Línea (1930), El libro de Ruth (1944) y Perseo Vencido (1948). Publicó también el relato La llama fría

(1925) y Novela como nube (1928).

Reintegrado al servicio exterior, fue cónsul en Filadelfia donde falleció el 9 de marzo de 1952.

Allá en mis años.

Allá en mis años Poesía usaba por cifra una equis,

Y su conciencia se llamaba quince.

¿Qué van a hacer las rosas

Sin quien les fije el límite exacto de la rosa?

¿Qué van a hacer los pájaros (hasta los de cuenta)

Sin quien les mida el número exacto de su trino?

Ahora pájaros y rosas tendrán que pensar por sí mismos

Y la vida será muchísimo más sin sentido.

Como la esclava que perdió a su dueño

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(Y tú eras su amo y él tu esclavo),

Así irás Poesía por las calles de México.

Final.

Palabras oscuras, que entonces

Me parecían, ¡ay!, tan claras.

Hoy me estaría aquí pensando

Hasta el alba, desesperadamente,

Sin arrancarles un sentido:

¡Tan de otro me suenan,

Tan lejanas!

En cambio ésta aún no modulada

Que en mí dirá una voz innata,

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¡Qué desnuda la siento,

Qué nueva aún y ya qué conocida!

Está en mí -y en ti, libro,

Como un recién nacido en el regazo

Frío de este silencio, este cadáver,

Hoy, de aquellas palabras.

Nuevo nao de amor.

I

Primero amaneció para mis ojos.

Que yo estaba caído

En la cisterna de tu sueño,

Y sin saber voltearme el corazón

Y alzarme de puntillas en su vértice

A espiar el alba de oro sólo mía.

¡Qué sin eco mi llanto, hoy, nublándome

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En mi elevada soledad sin ángeles,

Esa aurora que no amanece nunca!

Propósito.

Todavía mis ojos, por tus ojos,

En tu alma, como el día del encuentro;

Que el amor, como siempre, nos presida,

Pero ya nunca lo nombraremos.

Mejor la insensatez de nuestra efímera

Voz sonando en lo eterno,

Puestos en entredicho tus románticos,

Dueña, la Geometría, del sendero.

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Luego la noche, que nos gane, hondos,

Humillados al fin, para el silencio;

Y luego la sal, mía, de tus lágrimas,

Y mi frente, servil, sobre tu seno.

Para no separarnos, detener

El ritmo universal en nuestro aliento;

Y ¡qué prisión!, después, sabernos solos,

Pero tan frágiles y tan pequeños.

Y para no olvidarnos, y el olvido

Míralo, en ti y en mí, mujer. ¿Qué haremos?

Booz canta su amor.

Me he querido mentir que no te amo,

Roja alegría incauta, sol sin freno

En la tarde que sólo tú detienes,

Luz demorada sobre mi deshielo.

Por no apagar la brasa de tus labios

Con un amor que darte no merezco,

Por no echar sobre el alba de tus hombros

Las horas que le restan a mi duelo.

Pero cómo negarte mis espigas

Si las alzabas con tan puro gesto;

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Cómo temer tus años, si me dabas

Toda mi juventud en mi deseo.

Quédate, amor adolescente, quédate.

Diez golondrinas saltan de tus dedos.

París cumple en tu rostro quince años.

Cómo brilla mi voz sobre tu pecho.

Óyela hablarte de la luna, óyela

Cantando lánguida por los senderos:

Sus palabras más nimias tienen forma,

No le avergüenza ya decir "te quiero".

Me has untado de fósforo los brazos:

No los tienen más fuertes los mancebos.

Flores palúdicas en los estanques.

De mis ojos. El trópico en mis huesos.

Cien lugares comunes, amor cándido,

Amoroso y porfiado amor primero.

Vámonos por las rutas de tus venas

Y de mis venas. Vámonos fingiendo

Que es la primera vez que estoy viviéndote.

Por la carne también se llega al cielo.

Hay pájaros que sueñan que son pájaros

Y se despiertan ángeles. Hay sueños

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De los que dos fantasmas se despiertan

A la virginidad de nuestros cuerpos.

Vámonos como siempre: Dafnis, Cloe.

Tiéndete bajo el pino más erecto,

Una brizna de yerba entre los dientes.

No te muevas. Así. Fuera del tiempo.

Si cerrara los ojos, despertándome,

Me encontraría, como siempre, muerto.

Desvelo 1. Pureza

¿Nada de amor -¡de nada!- para mí?

Yo buscaba la frase con relieve, la palabra

Hecha carne de alma, luz tangible,

Y un rayo del sol último, en tanto hacía luz

El confuso piar de mis polluelos.

Ya para entonces se me había vuelto

El diálogo monólogo,

Y el río, Amor -el río: espejo que anda-,

Llevaba mi mirada al mar sin mí.

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¡Qué puro eco tuyo, de tu grito

Hundido en el ocaso, Amor, la luna,

Espejito celeste, poesía!

Desvelo 2. Canción

De la última estrella

A la primera

Fue para oler las rosas.

Vuelta, al revés, del mundo,

Abierta la memoria

De la primera estrella

A ti -mujer, idea-,

¿Hasta cuándo la última?

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Viento

Recuerdo el paraje del aire donde se guardan las cartas perdidas,

las palabras que decimos, cuando pasa un tren,

seguros de no ser

oídos, y los globos de colores que el cielo va deshaciendo, bolas de

caramelo cada vez más pequeñas,

hasta ser sólo un punto en su

boca azul, y luego nada, sino el llanto abajo, de los niños a quienes se

escaparon.

Así Babá llega todas las mañanas a guardar ahí su botín; por la

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noche, cuando baja a la tierra y al mar, vigila su retrato, que es sólo un

ventilador eléctrico.

Sin el espantapájaros este las cosas echarían a

volar.

También recuerdo una gruta submarina en cuyo hueco se había

quedado prisionero, para siempre, un poco de viento. Con los años

había enmudecido y estaba paralítico.

Entre las rejas de algas se

asomaban los peces chicos, enseñándole la lengua, y cuando el

viento jugaba afuera, a la tormenta,

el agua se vengaba oprimiéndolo

para ahogarlo; crujía tremendamente la carne inasible, y en vano se

defendía hundiéndole al agua balas de burbujas.

Y recuerdo también esa hora del sueño donde se esconden los

hechos que la vida desdeña.

Yo pasaba todas las noches, y arrancaban

a hurtadillas algunas imágenes.

Como el sol me las borraba, empecé a guardarlas

en un libro de versos. Pero ahí estaban más muertas

todavía.