Por Atrevidos. Politizaciones en La Precariedad (Juguetes Perdidos)

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  • ColeCtivo Juguetes Perdidos

    Politizaciones en la precariedad

  • Diseo de tapa | Martn Rata Vega

    Atribucin-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina

    2011, de la edicin, Tinta Limn Edicioneswww.tintalimon.com.ar 2011, de los textos, Colectivo Juguetes Perdidoswww.colectivojuguetesperdidos.blogspot.com

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723

    Colectivo Juguetes Perdidos Por atrevidos : politizaciones en la precariedad / Colectivo Juguetes Perdidos. - 1a ed. - Buenos Aires : Tinta Limn, 2011. 120 p. ; 19x13 cm. ISBN 978-987-27390-1-0 1. Poltica. I. Colectivo Juguetes Perdidos II. Ttulo.

    CDD 303

  • Prlogo

    No escondamos nuestras bengalasPrecariedad y creacin. Una lectura de Croman

    Salando las heridasJuicio fantasma a los muertos queridos

    Bastones que pegan con razonesDe aguafiestas, pibes y gente decente

    Todo crimen es poltico

    El tesoro que no vesDe agites, precariedades y nostalgias

    El twist de los pibesReflexiones a partir de la muerte de Miguel

    Notas para pensar el aguante

    Eplogo. Escritura y salvacinPor Tinta Limn Ediciones y Colectivo Juguetes Perdidos

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    ndice

  • Los atrevidos no son sujetos, son gestos. Gestos que perturban y desafan la mirada decente. Gestos que irritan sensibilidades sociales, que tocan nervios que

    activan lgicas de criminalizacin y muerte el atrevimiento desborda el molde del buen vecino...

    Los gestos atrevidos resignifican lo dado, lo establecido, volvindose as intolerables

    Por atrevidos qu? ...por atrevidos, el castigo.No son fcilmente codificables, ms bien son difusos,

    imperceptibles, rapaces, huidizos, imprevistos, intempestivos potentes. Tambin ambiguos. No se encuadran en los del militante poltico el gesto del

    atrevido lo puede portar el que aguanta, el que soporta, el que fisura, el que se manda

    Los atrevidos no son sujetos, pero sus gestos subjetivan. Tienen politicidad y agite. No hay

    atrevidos con anterioridad al acto (as como no hay pibes). El gesto funda un nosotros

    Por atrevidos qu? ...por atrevidos, las aperturas.

  • 7Prlogo

    Pensamos un libro. Por un lado compilar y com-partir algunos de los escritos en el agite que ve-nimos haciendo hace un par de aos desde el Colectivo Juguetes Perdidos. Cada uno de esos textos fueron un impulso y una apertura en medio de la deriva, una apuesta por intervenir desde un lugar propio, por politi-zar malestares, por conectar inquietudes, abrir huecos, grietas en la precariedad, la indiferencia, el aturdimiento meditico, la mudez propia y la impotencia.Por otro lado, proponer hiptesis, argumentos, discusiones sobre la poca, los modos de vida, las apuestas polticas que intentamos poner en juego. Buscar una reflexividad, un marcaje de coordenadas para renovar preguntas y para repreguntar sobre nuestros impulsos, nuestras intervencionesLa idea es que sea un texto abierto, convocar a un encuentro, conectar con otros; la publicacin como excusa

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    Agitar lo que nos pasa, exagerarlo, volverlo acon-tecimiento. El crujido deviene en agite el agi-te parte siempre desde las entraas del cuerpo afectado. A travs de l se puede sentir recorrer nuestros nervios, una cartografa de nuestros es-tados de nimos. En cada agite se desprende la pa-labra del cuerpo porque recupera necesariamente la vitalidad de la experiencia. Agitarla es exagerar lo vivido, re-crearlo en palabras, en gestos, en las intensidades de las voces, en posturas corpora-les potenciar lo que nos pasa hacerlo ancdota y volverlo acontecimiento (es decir, umbral: algo que sacude los parmetros de lo tolerable y lo in-tolerable, lo posible y lo imposible).La exageracin permite hacer de una experiencia singular una experiencia comn, en el suelo de lo fragmentado, lo no-vivido. Agrega un plus, rom-piendo el lmite de lo experimentado. Abre la ex-periencia a los otros. Posibilita compartir relatos hechos de imgenes comunes, desde donde nos podemos construir generacionalmente.La exageracin vuelve acontecimiento cualquier cosa que nos pasa, tanto para quienes lo vivimos, como para los que no. El exagerado no es quien falsea, sino es quien enviste de un plus de vitali-dad lo vivido, adornndolo con miles de detalles

  • 9que lo hacen ms complejo y mltiple, permitien-do experimentarlo desde diferentes lados. Lo exa-gerado permite distinguir detalles, problematizar.Pensar una intervencin desde el agite y para el agite, es afirmar una voz que sea un registro gene-racional que nos permita conectar diferentes expe-riencias que esquivan charcos en la precariedad.Convertir lo que acontece en acontecimiento pero tambin poner los acontecimientos en serie, ver qu traman, qu nos dicen, qu hay detrs de ellos: qu cuerpos, qu inquietudes comunes, qu malestares (y qu modos de atravesarlos) Agitar contra la criminalizacin e indiferencia, tan-to en los discursos que hablan de Croman, como en la muerte de unos pibes por la yuta o en la for-ma de visibilizar a los guachines en la televisin La intervencin es para el agite porque siempre hay una lucha por el significado de lo que acontece. El agite para recuperar la corporeidad, la experiencia como modo de leer el acontecimiento.

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    Qu es intervenir hoy?, qu relacin existe entre la escritura y la intervencin?, puede la escritura interrumpir circuitos de control social?, cuan-do escribimos creamos acontecimientos?, pue-de la escritura poner en juego nuevas palabras e

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    imgenes para lo que pasa, ir ms all de la vi-sibilizacin o el relato? Ms interrogantes que certezas. S tenemos una intuicin; en la escritu-ra se juega algo. Por la escritura pasa algo.La escritura (o cierta escritura) problematiza. La escritura produce algo. Ese algo es indefinible a priori. O ms bien, es un diagrama vaco. Ape-nas un trazado o un borrador de nuestro presen-te, siempre pensado para compartir (pensando en vos siempre).Escritura como experimentacin, no como repre-sentacin. Tambin es una escritura de lo micro. Una escritura de lo imperceptible y fugaz, que haga legible lo que pasa de largo. Que est abierta y atenta a las voces de la poca, pero que no devenga crnica. Hacer una crnica implicara partir del su-puesto de que hay que registrar minuciosamente una realidad. Muchas veces, el sentido de nuestros textos es producir alguna realidad. O mejor dicho, la nocin misma de sentido, importancia, necesi-dad, inters son infinitamente ms decisivas que las nociones de verdad y de realidad misma.Entonces, vale aclarar que no nos compromete-mos con la realidad (a veces la flasheamos).Buscamos tambin una escritura coral, colectiva. Si los subtextos de nuestras intervenciones estn hechos de dispersin y aislamiento, la escritura puede operar como una red. Una escritura que

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    conecte sensibilidades, que dialogue con los zum-bidos de la poca. Puede la escritura adscribir un hecho suelto en una serie de acontecimientos? Se puede, con la escritura, armar un mapa vivo de las fuerzas en las que estamos inmersos? En esa posibilidad radica su potencia. Las palabras estn habitadas por biografas, por ecos de infinitas voces, por recuerdos e imgenes de sufrimientos o de alegras. Somos respetuosos de la historia de nuestras palabras. Si nuestra es-critura es generacional o no es nada es porque intentamos que d testimonio de nuestra poca. De nuevo nos asaltan los interrogantes, qu es un texto generacional?, qu es la poca?, pue-de una escritura crear poca?, logran nuestros textos ser sensibles a nuestras afecciones y a nuestros nimos?, portan las marcas del presen-te? No sabemos si lo hemos logrado en cada inter-vencin, pero siempre intentamos que nuestras palabras lleven los acentos de nuestro presente, se vuelvan necesarias.Uno de los modos es intentando que nuestras pa-labras se asemejen lo menos posible a palabras. Que leer como escribir sea una experiencia, que las palabras no sean atolladeros, sino trafican-tes de intensidad. Tambin es una cuestin de ve-locidad y de tiempo: la escritura tiene que abrir la posibilidad de experimentar otras temporalidades

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    y otras velocidades diferentes a las tediosas de un paper o escritura acadmica, o a las inmediatas y vacas de un eslogan o clich meditico. Ledas tienen que tener un ritmo, una musicalidad, una vitalidad que nos aleje de la palabra-instituida. La escritura, entonces, como una excusa: por ah pasan encuentros, movidas, ganas, horas y horas de juntarse, pensar, disponer y habilitar la expe-riencia y la percepcin de maneras nuevas.

    El pulso

    Slo pedimos un poco de tiempo. Un tiempo pro-pio, colectivo, un tiempo de nosotros, no el tiem-po individual a consumir. El tiempo social est es-triado; por los trabajos, por las publicidades, por los entretenimientos. Quizs la intervencin pue-da inaugurar otros tiempos; pueda desalojar esos tiempos ocupados por las mquinas de captura meditica. Despus de todo, proteger el aliento es proteger un tiempo propio, un ritmo, un tono co-lectivo que hay que desplegar y sostener.Siempre buscamos que nuestros ensayos, escri-tos, palabras, resuenen como canciones de rock, que hagan eco entre nosotros y que puedan servir para poner en palabras y en tonalidad un montn de inquietudes, experiencias y alegras comparti-das; textos que funcionen como temas roqueros,

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    es decir, como bloques de sensaciones, memorias, imgenes... en una poca caracterizada por una crisis de palabras y de imgenes que estn a la altura de lo que sucede.La crisis de imgenes y palabras claro que abarca las formas de estar juntos, de armar experiencias colectivas en la bsqueda de imgenes y nocio-nes propias estamos, y el rock como mquina (expresiva, de encuentro, de armar banda) ha sido un aliado de esta bsqueda: aprender a crear entre varios, construyendo un nosotros, sabiendo borro-near los contornos individuales y dndole cabida a la energa creativa que emana entre varios, gam-beteando los obstculos de la falta de tiempo, la desidia, los vaivenes de nimo y tantos otros

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    La mayora de las intervenciones y textos que hici-mos como colectivo, partan del dolor y la conmo-cin ante la muerte No ante cualquier muerte, sino ante aquellas que arrastraban una vida en comn, muertes que ponan en juego nuestras formas de vida: Croman, la represin en nues-tras fiestas, el gatillo fcil la muerte desestabili-zando nuestros tejidos. Qu nos dicen las muertes sobre nuestra poca? Qu nos dicen las muertes de balas cobardes

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    por las espaldas en los barrios-adentro, muertes en talleres y fbricas donde se labura por dos pe-sos, muertes por abortos clandestinos, muertes adolecentes en suicidios desolados, muertes as-fixiadas en tumbas carcelarias, muertes entre nuestras fiestas futboleras y roqueras?La muerte desnuda. Deja al descubierto la fragili-dad de nuestros armados, espacios, movidas. Nos pone cara a cara con la precariedad como fragili-dad de cuerpos, relaciones, pactos, tejidos (arma-dos que tienen que ser constantes porque no hay estructuras a priori o por debajo que los sosten-gan), pero tambin con la precariedad como cam-po de juego de nuestras apuestas, estrategias vita-les, tesoros Las muertes (y lo que se ha abierto detrs de cada acontecimiento), revelan la poten-cia de las vidas precarias, el trabajo y la insistencia de hacerse un lugar en medio de la precariedad. La fragilidad no es debilidad. De ah la apuesta por politizar esas muertes, que no queden en la nada, que no sean ledas nicamente desde y para la tristeza (impotencia).

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    Nuestro lugar de enunciacin es colectivo. Pero sabemos que ese no es el suelo que habitamos (ms bien, partimos de la dispersin y el ais-

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    lamiento). No hay nosotros como condicin objetiva. El nosotros aparece como un trmino ms, no como el garante de nuestras acciones y nuestras palabras.Si no hay un nosotros previo, si no hay un sujeto preexistente, hay que crearlo y gestionarlo per-manentemente. Cmo se crea y se sostiene un

    nosotros en la precariedad? No tenemos una res-puesta certera. S sabemos que en ese nosotros anida una posibilidad y una promesa. Tenemos una hiptesis: pensar, escribir, intervenir desde un nosotros es ms potente Ya lo dijimos; lo colectivo no es la clave de lectura de la poca. El habitus es individual y personal (o grupal, pero como suma de personalidades). Si el nosotros no est garantizado, todo cuesta ms.Si no podemos presuponer un nosotros, hay que crearlo. Antes de hablar, escribir, agitar hay que crear el silencio desde el cual enunciar (o qui-zs, no hay antes y despus, es un movimiento simultneo).Ese nosotros se alimenta de la memoria de esos momentos en que estamos o estuvimos juntos, en banda. De ese tesoro de imgenes y recuerdos generacionales que tienen una densidad histrica. Esas imgenes protagonizadas por nosotros; cuan-do poblamos esquinas, calles, recitales, tribunas, canchas de ftbol, noches festivas, cuando nos

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    hicimos el aguante en laburos de mierda, cuan-do nos hicimos la segunda en secuencias difciles, cuando no aceptamos los mandatos sociales de la poca, los de cuidarse el culito, los de hacer-se el boludo ese nosotros compuesto de flujos sociales distintos a los autogestivos, publicitarios, mercantiles, privatistas, estatistas, cuando co-rrimos, peleamos, pogueamos o cojimos, cuando no cremos lo que decan de nosotros En fin, cuando no permitimos que nos piensen; cuando nos pensamos nosotros mismos. Esos momentos en que creamos posiciones de enunciacin colec-tivas y propias Esos puntos, esos nudos en los que nuestras biografas se tocan, se conectan, se empalman, se componen, se aguantanQuizs por eso hablamos tanto de las afecciones comunes; las ponemos en serie, las repetimos. Hay acontecimientos que nos conectan y nos potencian, que nos arrojan en un mismo plano experimental. Aunque muchos no quieran o no puedan leerlo; hay situaciones en que nos poten-cian o nos despotencian las mismas cuestiones.La apuesta es doble; por un lado desbloquear y des-privatizar esas afecciones, esos malestares o esas alegras que se ajustan a cuerpos que aceptan las conclusiones individuales y pasivas. Por otro lado, intentar que aquello que nos afecta y conmueve lo haga en trminos de nosotros. Que lo podamos re-

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    cibir, pensar, componer, amalgamar con msculos y nervios, con sensibilidades colectivas y no indivi-duales Cuerpos que se sincronicen y se muevan colectivamente, cuerpos que bailenUna ltima cuestin. El nosotros al cual apun-tamos (y desde el cual hablamos) se parece a la multiplicidad, a lo que prolifera, a lo que deviene, contagia, agita, aguanta y crea. No es un noso-tros esttico (entendido como sujeto colectivo o

    grupo social) o comunitario, sino que se trata de algo poroso, agujerado, permeable a los deve-nires. Con fronteras, pero mviles, cambiantes, mutantes, reconfigurantes. Un nosotros que no olvide el afuera.Cuando pensamos Croman, el rock, los modos de atravesar la ciudad, los laburos, las formas de la poltica, muchas veces hablamos de pibes porque es una palabra que nos nombra y nos agrupa, con sus ambigedades, con lo que tiene de indeter-minable, nos permite o nos permiti intentar un nosotros generacional. Se trataba de un gesto no exento de peligros y ambigedades, porque a la vez que intentaba armar un comn, deba correrse y corrernos de los estereotipos, las imgenes televi-sivas y publicitarias, los cdigos cerrados. De todo esto est hecha la bsqueda de un potente y difuso grito de vamos los pibes que se activa en nuestros textos (un grito que no es todo el grito).

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    Patticos viajantes

    Nuestra territorialidad se arma plegando puntos distantes de la ciudad, enlazando diferentes ba-rrios del conurbano. Viajes largos en bondi y en tren se vuelven elementos fundamentales de una apuesta colectiva. Rituales nmades se configu-ran en la necesidad de encontrarnos y construir movidas de las que formemos parte. Ceremonias de bienvenidas y cuidados se actualizan para aga-sajar a los viajantes. De alguna manera, barrios con texturas y vidas parecidas, que comparten ambientes y costumbres, quiebran las distancias que nos hacen desconocidos. Qu nueva ciu-dad se genera en estos pliegues y tejidos, en los viajes que abren la posibilidad de encontrar un te-rritorio propio mltiple y ramificado? Lo que nos mueve es la bsqueda de una nueva territoriali-dad, una nueva ciudad (ciudad-tomada, reapro-piada, una ciudad-otra que la del discurso me-ditico, tcnico-poltico, que la de los mapas de la inseguridad o la ciudad como marca). Por dnde se arranca a inventar otro espacio? Hay algunas imgenes: esa ciudad que desplegamos en las pequeas ranchadas, cuando nos apropiamos de esquinas, kioscos, calles o plazas; las fiestas ge-neracionales en localidades y pueblos tomados por los acontecimientos roqueros; las ciudades o

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    pueblos conmovidos que se agitan y trastocan los lugares establecidos; las murgas musicalizando el barrio; cuando hacemos del bondi o del furgn de un tren un espacio de aguante y convivencia Hay imgenes (algunas ms agotadas, capturadas, vaciadas que otras), pero sobre todo faltan imge-nes, hay que crearlas Pero esta cualidad viajante y el saber que en esos desplazamientos se ponen en juego, tambin los requerimos cuando andamos solos para ir a labu-rar, cuando andamos presos en la ciudad. El viaje se vuelve elemento fundamental de la vida en la ciudad bonaerense viajar dos a cuatro horas por da es una necesidad para mantener laburos, rela-ciones, placeres, amores.La ciudad bonaerense es la ciudad ampliada. Es la ciudad que emerge cuando se franquean las cus-todiadas fronteras urbanas. Muchos de nosotros vivimos en el conurbano, pero como dijimos, no pretendemos quedarnos en mitologas reactivas y peligrosas. S creemos que la ciudad bonaerense tiene una singularidad (la potencia colectiva de sus barrios qued expresada en muchas movidas histricas de nuestra sociedad), pero tambin creemos que la vitalidad de la ciudad bonaerense la portan los que se mueven, los que la recorren, los que estn inquietos, los que tienen deseos de mezclar los mapas, alterar lugares. El viajante que

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    proviene de la ciudad bonaerense descentraliza la mirada portea. Otras afecciones, otras experien-cias, otras biografas simplemente hacen emer-ger diferencias. De nuevo; creemos que la potencia radica en la lectura de esas diferencias y en su politizacin. Los viajantes quieren armar nuevos territorios, ignorando los obstculos y las fatalida-des de la lejana geogrfica. En estos desplazamientos por la ciudad el barrio se reinventa, con cada nuevo pliegue, encuentro, movida. La ciudad y sus formas de transitarla se con-vierten en los elementos (y escenarios, recursos, imgenes, terreno, objeto) de nuestras composi-ciones. Pero en qu consiste esa invencin?, por qu se vuelve necesaria? Quiz porque descifra una clave de poca; alcanza con una poltica en el te-rritorio? No hay que apostar por una poltica que cree territorios? Quiz porque parte de una nece-sidad: no podemos quedarnos fijos en los barrios, necesitamos desplazarnos, y vivimos hacindolo, y la politicidad no puede quedar congelada.Sabemos que proliferan los dispositivos de con-trol urbanos que nos quieren tildar y dejar en el molde del barrio, del estereotipo, del lenguaje, del gesto de la zona peligrosa. Mientras todo pare-ce moverse, mientras la realidad social se acelera cada vez ms, hay invariantes; los cuerpos peli-grosos encerrados en los permetros custodiados.

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    Tenemos que apiolarnos; determinadas mitolo-gas de la quietud, de lo inmutable, de la comuni-dad, de lo focalizable devienen reactivas. Nues-tros momentos ms potentes como generacin acontecieron cuando nos dejamos asaltar por esos gestos rapaces de viajeros insolentes cuan-do arrasamos calles, ciudades, estadios cuando desplegamos nuestras fiestas multitudinarias (y no slo), cuando reescribimos los trazados ur-banos cuando inquietamos la mirada del buen ciudadano, cuando desafiamos los miedos urba-nos, cuando hicimos nuestra la ciudad. Hay que estar atentos; si el barrio y la esquina estn en la pantalla del GPS, hay que moverse. Si la esquina le sirve ms a la polica y a los tranzas que a los pibes, hay que iniciar el xodo. No tenemos que olvidar que las miras de las fuerzas de seguridad son mviles, quietos somos fciles para el gatillo. Tenemos que movernos y viajar, como viajan las banderas con los nombres de los barrios por di-ferentes ciudades (En canchas, en recitales en movidas polticas).A la vez que olfateamos esta necesidad de inven-tar nuevos territorios, sabemos que nos movemos por mltiples planos y pantallas; est la esquina y est el muro, est la red barrial y las redes so-ciales, pateamos la calle, pero a su vez nos ve-mos duplicados en las pantallas de TV y en las

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    publicidades no negamos esta complejidad. Pero tampoco podemos negar nuestras memorias y nuestra imaginera generacional (por otra parte, bastante cercanas en el tiempo). Las situaciones en que creamos colectivamente nuevas formas de vida. Despus de todo as operan los viajeros: van descubriendo nuevos territorios, pero siembre llevando consigo la informacin sensible de las ciudades atravesadas.

    Anonimato

    En los lugares que transitamos (incluso los pro-pios) vamos de a muchos sin conocernos. Des-filamos unos al lado de otros, pero sin roces que nos enlacen (ms bien choques que nos anulan, indiferencias que nos aslan o desentendimientos que nos vuelven ajenos). Hay una incertidumbre permanente que tene-mos pegoteada en la piel: sabemos que hay cuer-pos con inquietudes parecidas a la nuestras que andan por ah, pero... Cmo conectarnos?Cundo el anonimato nos permite generar una plataforma para crear un nuevo territorio sensible, y cundo, en cambio, aumenta la desconexin o es un modo del desencuentro en la precariedad?Anonimato en tanto gesto o movida capaz de des-fondar procesos de interpelacin que nos acallan...

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    En tanto huida de los clichs y etiquetas, lugares y prcticas pre-asignadas, destinos escritos El anonimato como modo de plantarnos, y no dejar que nos nominen. Anonimato como fuga, como clandestinidad, como momento de libertad, lu-gar en donde podemos descansar con otros sin identidad... (Por eso tambin la firma colectiva: Juguetes Perdidos).

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    Sabemos que un encuentro aleatorio no genera cer-tezas. S algunas premisas, algunas hiptesis, pun-tos de partida, marcas en el mapa Pero siempre el medio que habitamos fue la deriva, la desorien-tacin. Nufragos generacionales, porque tambin habitamos una desorientacin singular. Cmo po-demos intervenir en nuestra poca? Qu significa intervenir hoy? Qu es politizar para nosotros? Y para esto tenemos que plantearnos cules son los malestares e inquietudes que andan dando vuelta por ah y que nos atraviesan, que tienen filo para nosotros. Qu es lo que hace de una afeccin una inquietud? Cmo hacer para que las cosas que nos pasan se conviertan en nuestros quilombos o nuestras alegras (cmo no vivir la vida como si es-tuviera guionada en otro lado)? Cmo armar un mapa generacional, un mapa comn?

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    De qu est hecha nuestra poca? Ya pasados diez aos del 2001, ya pasados ocho aos del 2003 Podemos componer un sonido diferente al que pueden generar esos ecos? Podemos armar una serie de acontecimientos que hagan sonar nues-tra poca desde otro registro, que tome en cuenta otros saberes, otras percepciones y otras proble-mticas? Qu tipo de compilado se arma cuan-do politizamos Croman, una muerte por gatillo fcil, la precariedad en el laburo, la indiferencia en un vagn de tren? Cmo armar un una lista de temas teniendo en cuenta nuestras intensida-des? Compilar, mezclar y conectar nuestros cru-jidos nos permite armar una sonoridad distinta para nombrar lo que nos va pasando tener una ecualizacin de nuestros malestares, medir nues-tras intensidades para poder encontrarnos.

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    No escondamos nuestras bengalasAguante, precariedad y creacin.

    Una lectura de Croman

    1

    Este texto parte de una necesidad: hablar sobre Croman pero con nuestras propias palabras, hablar como generacin, plantarnos como jve-nes, afirmarnos y no dejar que hablen por noso-tros ni los medios, ni los viejos chotos, ni los psi-clogos, ni los especialistas, ni las publicidades, ni nadie.Porque sentimos que Croman aguarda ser pen-sado; el tiempo de una generacin se detuvo ese jueves del 2004, y es necesario que hagamos lo posible por entender lo que all pas, pensarlo. Porque todava uno de nuestros rostros no puede dejar de mirar a ese boliche envuelto en llamas y humo esa medianoche de verano.En primer lugar, tenemos que llevar a cabo un pa-rricidio simblico; desechar todas esas palabras mudas de los especialistas y de quienes hablaron de Croman tanto desde la culpabilizacin como desde la compasin o la victimizacin. Decimos que esas palabras se pierden en el abismo genera-cional, que nuestros odos no se ven conmovidos

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    ni interpelados por estos relatos escritos con el estilo y la tonalidad de la voz paterna.Por un lado, los discursos compasivos o culpo-sos de no habernos sabido cuidar no reconocen que estn mirando el nuevo contexto social con los ojos ciegos por la obnubilacin que produce la nostalgia y la melancola de lo irremediable-mente perdido; no queremos ni necesitamos que nos cuiden, si es que realmente supieran o pu-dieran hacerlo, porque la mayora de las veces en ese cuidado percibimos un desconocimiento de nuestro mundo y una mirada despectiva ha-cia l. En nuestros nervios hay ms informacin del presente que la que ellos pueden darnos. Por otro lado, escuchamos tambin crticas y culpabi-lizaciones sobre el mundo en que nos movemos: stas son pronunciadas siempre desde una exte-rioridad asombrosa, como si nuestra poca y la de quienes nos critican no tuvieran ninguna co-nexin. (Esa bomba de hoy, la que llevs entre tus manos... Eso es todo y sin embargo...)Pero tambin circula un tercer discurso: el discur-so de la indiferencia. Esta mirada opera en for-ma distinta a las otras dos, ni acaricia la cabeza del joven, ni lo repudia insultndolo; no lo ve. El discurso de la indiferencia, parte de la ausencia de una tica colectiva, lo que produce la ausencia de empata ante el sufrimiento del otro, es decir,

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    la imposibilidad de sensibilizar nuestros cuerpos ante el dolor ajeno. Este sentimiento de empata necesario para la produccin de una tica colec-tiva no se encuentra en muchos de los vnculos actuales. Aqu no hay negacin de la otredad (en cualquiera de sus dos rostros: culpabilizacin o victimizacin), sino que el otro no ingresa en mi campo de inteligibilidad cultural, no ingresa en mi radar de lo posible. Por ende, los muertos de Croman no emergen como problema, ni como interrogante, porque no estn presentes como vi-das en mi mundo cotidiano.La ausencia de un umbral tico que reconozca al otro como parte ma, y la captura de la sensibilidad a manos de los monstruos mediticos, hace que muchos pibes de nuestra generacin no perciban a las victimas de Croman como sus muertos. Es decir, no sienten en el cuerpo el sufrimiento por las 194 vidas jvenes que han abandonado la historia con la velocidad de una vuelta de pgina. Esta mirada, convive con las miradas de la victi-mizacin y de la culpabilizacin a los que haca-mos referencia anteriormente. Estos discursos no estn cerrados sobre si mismos, sino que circulan de manera conjunta y se pierden en grises. Pen-semos sino como estos relatos se expresan en la banalizacin de lo social, todo es producto de pa-rodia y de risa, el chiste cnico deja de emerger

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    como verdad cruel (pero enmascarada) sino que irrumpe como nica forma de leer lo social; la muerte, la tragedia, todo se licua en la risa vaca y desvitalizadora. Esta es la manera en que muchos peridicos o programas de televisin leen Croma-n; todo es producto de morbo y de parodia: las bengalas, las victimas, los sobrevivientes, etc.La singularidad del discurso de la indiferencia, se puede expresar a travs de la imagen de lo fro y de lo distante. Es como si una victima de Croma-n se paseara por el campo de un mega-festival de rock, organizado por alguna empresa canbal, cargando sobre sus hombros su cadver demacra-do, veramos a este cadver y su espectro vagar sin rumbo, y sin ser vistos por los jvenes que dis-frutan alegremente del recital de una banda mul-titudinaria. Nadie percibe a la victima, la banda de rock sigue tocando sus solos de guitarra y can-tando sus temas polticamente comprometidos, mientras los juegos de luces iluminan el momen-to festivo del nuevo entretenimiento cultural. A los costados del escenario vemos inmensas icono-grafas con los rostros de victimas de Croman, pero nadie parece reparar en ellas ms que en los carteles de publicidad, o en la entretenida banda de moda. Abajo del escenario la victima y su ca-dver siguen deambulando sin brjula, entre el pogo divertido que desata el ltimo hit radial.

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    Creemos que para escapar de las victimizaciones, de la indiferencia o las culpabilizaciones necesita-mos afirmar nuestras prcticas, nuestros saberes, nuestras maneras de divertirnos, de sociabilizar, de encontrarnos, de aguantar.Luego de aquella noche que vivimos en Croma-n, triunfaron esas tres visiones. Por eso es que muchas veces se escuchan entre los pibes los dis-cursos de arrepentimiento y de auto-culpabiliza-cin. Estos discursos privatizan el dolor, lo vuel-ven personal, y niegan todo lo que somos, todo los que nos hace felices, creativos y autnomos. De esta manera todas nuestras formas de divertir-nos, de sociabilizar y de resistir fueron oscureci-das y negadas; porque en vez de recordar todo lo que hacemos e hicimos como generacin, en vez de leer nuestras prcticas de una forma positiva, activa, dejamos que se nos niegue y nos negamos, quedando atrapados en relatos tristes, en relatos que nos ponen en el lugar de criminales, irres-ponsables, vctimas, o, directamente, como aque-llo que no interesa, que no merece ser recordado, como si fuera una generacin perdida.Sentimos que en cambio necesitamos leer la his-toria desde nosotros mismos, recuperando aque-llas maneras de movernos que aprendimos en el

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    tiempo que nos toc vivir, este mundo marcado por los riesgos, por la precariedad y la incertidumbre. Porque andamos por un mundo regado de minas y cada paso es una chance de implosin. Porque aprendimos a viajar trepados a los trenes (sin te-ner a donde ir), a no saber si aparece algn labu-ro, o si el que tenemos sigue la semana que viene. Necesitamos recuperar todas las maneras de adap-tarnos y saber movernos que supimos crear en un entorno resbaladizo y cambiante, necesitamos re-tomar nuestras marcas como generacin.En estos tiempos donde todo es efmero, donde nos exigen hacernos cargo de nosotros mismos, nuestras prcticas confluyen en el individualismo y la competencia. Pero cmo zafamos de esto? Ah aparece el aguante: es una forma de resistir y crear mbitos alternativos a esta vida que se es-curre de nuestras manos, que carece de sentido y nos angustia. En este escenario plagado de cho-ques fugaces y desencuentros Cmo se constru-ye un nosotros, un yo, una banda, un terreno de referencia, un terreno sagrado?Vemos que es alrededor del aguante como se arma un relato, como se articulan las reglas en un grupo de pibes y pibas, como se arma consis-tencia, como se ordena de alguna manera el caos o como operar en l. Alrededor de la figura del aguante, concretamente, se est en una esquina,

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    o se est con otros. Se trata de no ser un engra-naje de una poca donde el orden implica el caos, sino de construir un mundo donde el orden sea liberador y autnomo.All armamos un relato, un paisaje de smbolos y experiencias que es nuestro refugio en un mundo plagado de espectculo, de imgenes vacas y de plstico descartable. Un relato que coloque en el centro nuestro cuerpo y su sensibilidad, y el en-cuentro con otros cuerpos, la bsqueda de una vida autnoma. Se trata de escapar de un entorno artificial que roba nuestra sensibilidad; se trata de construir un mundo propio que coloque en el cen-tro la creacin, la pulsin de nuestros deseos, en pos de superar lo catico y angustiante de nuestra cotidianidad, de nuestros laburos y el barrio.La cultura del aguante emerge como una ventana en medio de los muros semiticos que el merca-do produce cotidianamente sobre nuestras vidas. Es sin dudas, una lnea de fuga de la noche eterna que pinta sobre nuestras cabezas la lgica de mer-cado actual. Aguantar es vivir, es decir, apostar por vivir nuestras vidas de forma autnoma y creativa y no cedindola a los monstruos mediticos ni a los relatos del consumo y del individualismo de la poca del pos-deber. La cultura del aguante ex-presa esa afirmacin de la existencia frente al do-lor y al sufrimiento que nos provoca la soledad,

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    la incertidumbre y la ausencia de brjulas para navegar los mares caticos de nuestra poca.Decimos que aguantar es afirmarse, es apostar por vivir, dando un portazo al refugio privado que nos ofrecen las tecno-cuevas actuales, para salir a afrontar la intemperie y el fro que acecha a nues-tra generacin. Es enfrentando a la intemperie y caminando sobre terrenos movedizos donde nos encontramos con otros individuos solitarios y des-amparados. Sabemos por haber ledo en un libro no escrito, que si nos quedamos encerrados en nuestras casas jams nos vamos a conocer. Por eso, elegimos la noche fra del barrio, para comernos nuestro dolor. No queremos resignarnos al mundo bobo e infantilizado que nos proponen da a da nuestros verdugos. En ese mundo vemos nuestro dolor iluminado y sonriente alejndose de nues-tras manos. Preferimos la intemperie y el fro de las calles de la incertidumbre, antes que el clido y afectivo tero digital. Solo nos mueve la posibili-dad de afirmarnos, de ser creativos, de juntarnos, de abrazarnos, de emborracharnos, de rernos, de llorar, de velar derrotas, y de dejar encerrados en nuestros cuartos a los fantasmas de la soledad.Es en la esquina, en donde de forma aleatoria y epicrea nos encontramos con otros cuerpos des-orientados. Siempre la esquina es un lugar para acampar y hacer un fuego junto a los dems via-

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    jeros nmadas del desierto digital. Mltiples, infi-nitas esquinas nacen y desaparecen en los barrios de nuestras ciudades. Esquinas del infinito, sin coordenadas del tiempo y del espacio, slo loca-lizables por aquellos nufragos generacionales. Quizs, la esquina es un lugar del paisaje cotidia-no dibujado por el mercado que qued sin colo-rear, quien sabe. De lo que s estamos seguros es que sabindola buscar en el corazn de la noche, aparece, casi mgicamente, como aquel teatro del lobo estepario; muchas veces pasamos de da por sus mismas veredas, y no la podemos localizar, no la vemos, no la percibimos.La esquina guarda en sus cavidades ms profun-das (casi imperceptibles para odos mayores) ecos de nuestras voces y de nuestras vidas, quejas por trabajos de mierda, precarizados y sper explo-tados, parejas que se esfuman con un pestaeo, puteadas hacia los viejos chotos (siempre sordos y mudos cuando intentamos dialogar), violencias de policas y de patovas, quilombos de guita... En fin, todo aquello que nos conmueve y que quere-mos gritar. Ese dolor que nos aqueja se pierde con los fondos de botellas vacas, no lo dejamos que se transforme en ecos de sollozos, que retumban solitarios en cuartos oscuros.La esquina es una memoria de nuestra genera-cin, una memoria frgil, difusa, balbuceante,

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    que slo retorna a odos que no creen en nada de lo que oyen. Es uno de los tantos momentos que sostienen la cultura del aguante, all siempre un grupo de pibes miran de reojo a las sirenas luminosas y a sus cantos impotentes, prefieren amarrarse a la esquina, quizs uno de los pocos lugares en donde el diablo me y no hizo espu-ma. Pero sabemos tambin que la esquina no es el punto de llegada sino un punto de salida al que siempre podemos retornar cuando la cosa se pone jodida, porque siempre llevamos un pedazo de esquina en nuestros bolsillos que nos acom-paa en cada batalla y cada afirmacin.Sabindonos habitantes efmeros de las infinitas esquinas, estamos convocados a encontrarnos, a afirmar nuestra existencia, nuestro sufrimiento. Esa afirmacin siempre es alegra, porque es un acto propio, que nadie hace por nosotros.De lo que se trata entonces, es de juntarnos, hacien-do perdurables nuestros encuentros para planificar cmo vamos a robarle la gorra al diablo. Lo nico que tenemos de ese plan es el primer punto que reza: patear la mesa que encontramos servida, en donde rebasan el dolor, la culpa y la compasin.Pasa el tiempo y la lgica de consumo absorbe ms espacios, y es el contexto por excelencia de los ms jvenes, creando barreras entre ellos y otros jvenes que han vivido una transicin entre

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    estos mundos. Queremos dar una pelea genera-cional, donde nuestras habilidades sean el piso ineludible de donde emergiera el aguante.

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    Croman es nuestro acontecimiento como ge-neracin. Qu es un acontecimiento? Es un he-cho clave, una grieta en la historia. Muestra de manera elocuente lo que ya no es tolerado, lo que vive en las profundidades y ahora emerge a la su-perficie. Luego del acontecimiento, las cosas no vuelven a ser las mismas. Se abren distintos ca-minos y posibilidades de accin. Debe haber una pugna por darle significado a los hechos y crear instancias de accin para darle realidad.Croman es un acontecimiento porque implica la muerte de casi 200 pibes. Porque pone al descubier-to lo precario de nuestras vidas, el trasfondo cati-co donde debemos movernos. Evidencia el suelo de todos nuestros pasos, la plataforma de nuestro mundo actual que funciona a travs de contratos miserias, condiciones de trabajo asfixiantes, legis-laciones truchas, transportes precarizados, escue-las a las que se les caen los techos. Y es la lgica empresarial, la que busca maximizar la ganancia aprovechando y produciendo este escenario preca-rio. Esta lgica empresarial no es un detalle atpico,

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    sino que es el plano cotidiano en el que se mueven nuestras vidas. En este cuadro Croman no repre-senta la excepcin sino el ejemplo cruel de la lgica mercantil. Que es sino elegir una media sombra para ahorrar unas monedas a la hora de poner en funcionamiento un boliche. Y en medio de este te-rreno precario, nuestras fiestas eran la forma que tenamos de resistir, de crear un suelo por el cual transitar sin dolor. Por eso no debemos caer en auto-culpabilizaciones que borran nuestras fiestas, que ocultan y niegan todo lo que hicimos para vivir en aquel terreno resbaladizo. Las bengalas, el pogo, las banderas, y todo aquel ritual que construimos, no son culpables de ninguna tragedia, ya que no fuimos nosotros los que dejamos un mundo reple-to de dinamita. Nuestras fiestas son nuestro tesoro, ah se encuentra toda una variedad de respuestas que tuvimos y tenemos como generacin. Y quin nos puede ensear a cuidarnos, quin puede de-cirnos como esquivar golpes, si somos nosotros quienes supimos y sabemos esquivarlos. Cmo renunciar al pogo, momento en que los cuerpos se desarman y se constituyen en una sola fuerza que fluye y desafa el individualismo de este mundo, cmo renunciar a portar las frases y todo nuestro lenguaje en el que somos creativos y libres, cmo podemos renunciar a iluminar nuestros momen-tos, a darle nuestra luz a la noche eterna.

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    Por eso recuperamos Croman, porque es el acontecimiento que nos marc como generacin y que expresa todo el entramado social hiper pre-cario en que nos toca vivir. Croman abre, saca a la superficie la precariedad por donde pasan nues-tras fiestas, nuestros laburos, nuestros barrios, y nuestras vidas enteras, pero tambin muestra por lo que tiene de excepcionalidad, de aconte-cimiento trgico todo aquello que hacemos para vivir as, para que no est pasando Croman todo el tiempo, para armar una vida en este con-texto en donde nos toca vivir, para intentar crear una vida mejor con lo que tenemos.Dijimos que Croman es el acontecimiento de nuestra generacin, el momento en el que se con-densaron el pasado, el presente y el futuro. Toda-va no est clausurado ese acontecimiento: todos los das es Croman, los 194 pibes estn circu-lando como espectros sin calma por las calles de Once y por los barrios en donde se juntaban a escabiar o fumar, porque el vaco y la ausencia de sus vidas faltantes es una presencia opresiva y sofocante; ellos estn en las canchas de ftbol en las que alentaban a sus clubes, estn en sus laburos precarizados y explotados, estn en las risas de un grupo de pibes que resisten a esta lluvia de mierda que es la vida en nuestra poca, estn en los besos de una pareja en una plaza,

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    estn en los cnceres que carcomen las vsceras de sus madres que se consumen llorndolos, es-tn presentes, son omnipresentes en las calles de los suburbios del conurbano y en los barrios ba-jos de capital de donde eran la mayora de ellos, y estn (aunque muchos se hagan los pelotudos y los nieguen) en el mundo del rock, en las bandas que siguen convocando a la amistad y a la pasin de la vida, en los pibes que agitan un tema, y en los hijos de mil putas que llenan sus bolsillos con nuevos hiper-mega-festivales para lavar la cara de empresas canbales. Croman no esta ce-rrado porque est hecho no slo de cuerpos sino de smbolos: las zapatillas topper, las remeras de bandas de rock, los tatuajes sobre las pieles ca-lientes, los flequillos, las banderas.Croman fue una irrupcin violenta de la verdad cruel, de lo que significan las polticas de violen-cia sistemticas contra una generacin que vive inmersa en un estado de excepcin permanente, en donde el gatillo fcil o las condiciones carce-larias se complementan con las polticas ms sutiles de exclusin; y todo esto en convivencia con las fuerzas del mercado y su maquinaria para fabricar jvenes consumidores de productos y de vidas prediseadas.Los jvenes portamos la referencia bifronte de ser sujetos estigmatizados por los medios como

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    peligrosos, y al mismo tiempo, ser los referentes de un mundo de consumo y estilo de vida. Pero nosotros debemos afirmarnos desde la lgica del aguante, resistiendo al caos organizado de los la-buros precarizados y la represin en los barrios. Creer en la creatividad autnoma de mundos de vida donde nosotros proponemos el paisaje a vivir y no los expertos en marketing.

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    En el pos-Croman primo la lgica de la victimi-zacin, la culpabilizacin y la indiferencia. La re-cuperacin del aguante solidario de los pibes, de las cosas creativas y autnomas que podemos ha-cer, no tuvieron un protagonismo en los diferentes significados que se le otorgaron al acontecimiento. Dentro del propio rock, asistimos a la entrada de-finitiva del rock espectculo, que ya venia ganan-do terreno, pero poscroman se transformo en la lgica hegemnica en el rock. El rock militante, como plan barrial, espacio del aguante de much-simos pibes qued relegado a una periferia. Pero qu significa concebir al rock como plan barrial?Desde hace varios aos antes de Croman una movida roquera lata en los barrios, un agite que intentaba, como poda, hacer del rock una forma de vida, una va de escape, de aguante y de creacin.

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    Una movida sin programa que se inventaba y se mezclaba tambin con elementos mercantiles y subjetividades atravesadas por lgicas de merca-do, mejor dicho, creca desde esas condiciones y si bien en los hechos propona algo distinto a lo establecido, nunca estuvo a salvo del mercado y sus lgicas cmo se puede estarlo? Inserto en estas condiciones, el rock como expresin de una movida cultural suburbana, se conceba como un plan barrial, es decir, una forma (entre tantas) en las que un grupo de amigos intentan organizarse y dibujar un futuro posible.Este plan barrial consta de varios puntos: crear una banda de rock, encontrarse a componer temas, sa-lir a escarchar paredes del barrio para instalar la banda, buscar espacios para tocar, armar fechas, etc. Pero el plan barrial, no se reduce a la militan-cia que realizan las bandas de rock que pueblan cada barrio, slo constituyen una singularidad de esta movida cultural. El grupo de rock es el sig-nificante para convocar a los pibes de los barrios, que tambin participan de la planificacin, orga-nizando el aguante para la banda: pintar las ban-deras, preparar los viajes para que cada fecha en que la banda sale a tocar se sienta apoyada desde abajo, es decir, encargarse de la mstica del grupo (las banderas, los papelitos, las bengalas). Por eso, ellos tambin se saben parte de la banda, y sien-

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    ten como propios sus ascensos. Que una banda de rock del barrio llegue a ser escuchada en otras ciu-dades y calles es un motivo de gratificacin perso-nal, es sentir que el plan barrial esta bien encami-nado. Por todo esto, se entiende que el rock como movida cultural suburbana, se haya caracterizado por la masividad. Los recitales de rock de las ban-das ms grandes (aquellas con las cuales se inicio esta movida) son el acontecimiento que junta a los pibes y pibas que desde cada barrio participan de este plan barrial; estos recitales, que se viven como grandes fiestas, son un congreso de esquinas. Esto es lo que muchos impugnadores de este mo-vimiento suburbano no entienden, la masividad de estos recitales no es producto de las estrategias de publicidad y marketing para vender un show de rock, sino que constituyen espacios en donde se vuelcan colectivamente deseos y fuerzas que ya laten de manera dispersa en cada esquina. Por eso, el grupo de rock moviliza a las bandas barriales es el hormiguero que aglutina a los pibes y pibas que en los diferentes barrios apuestan por crear otros mundos posibles en donde vivir sus vidas. Croma-n irrumpe pateando ese hormiguero.Croman es una herida profunda a esa innova-cin, a ese proceso; altera e interviene las energas que circulaban por el rock en ese momento: la industria cultural se apropi del duelo, difundien-

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    do el miedo y los riesgos de los recitales. Luego vino el auge de los festivales: all se prometa un entre-tenimiento seguro y sin peligros, al amparo de los sponsors. La industria cultural inmediatamente se puso a ordenar ese inseguro e irracional mundo del rock. Sin dudas, este cambio de pantalla que se da en el poscroman constituye un gran golpe a este Plan barrial que es el rock. Sobretodo porque golpea a su centro; las bandas de rock que estn comenzando. Es decir, a travs de la emergencia de relatos que pregonan el riesgo del rock barrial, que desencadeno Croman, proponen por opo-sicin la realizacin de hper-mega-festivales, en donde el rock se viva como una fiesta-controlada, en forma segura y ordenada. Estos nuevos discur-sos se articulan con el gobierno de la inseguridad y con la gestin del miedo, teniendo como correla-to polticas concretas; hablamos del cierre masivo de espacios en donde las bandas under daban sus primeros pasos. En la actualidad, son muy escasos los lugares para tocar de 20, 50 100 personas, la banda que recin comienza se ve obligada a tocar o bien en casas particulares o en lugares clandes-tinos, ya que alquilar un lugar con capacidad para 400 personas se les hace cuesta arriba. Este nuevo terreno de juego es el que potencio la hegemona del rock espectculo, la industria cultural ley este nuevo escenario proponiendo festivales de rock,

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    auspiciados por sponsors de multinacionales, que no slo otorgan todas las facilidades a las bandas de rock (creando inclusive, fechas y horarios espe-ciales en sus grillas, para las bandas nuevas) sino que ofrecen un lugar seguro y ordenado a los es-pectadores, no ya concebidos como roqueros-mi-litantes, sino como roqueros-consumidores. Aqu vemos la importancia estratgica de destruir el rock barrial desde sus comienzos, la imposibili-dad que tienen las bandas chicas para tocar, nos pone en el alerta de ver como posible la extincin de esta movida cultural suburbana, destruir las condiciones en que emergan y crecan las ban-das de rock de los barrios, es pegar en el centro del plan barrial, patear el hormiguero que juntaba a los pibes y pibas. Despus de esto, sobreviene la dispersin, y por supuesto como el show debe con-tinuar, la mesa ya esta servida; vamos a escuchar rock bajo el refugio de los sponsors!Croman volvi constantemente bajo la lupa de la seguridad, aparece como algo externo a la sociedad, como un suceso excepcional, y como el resultado de malas medidas de seguridad. Todos pode-mos ser Croman, esto es un Croman en potencia, eran unas de las frases cotidianas que se escuchaban, y el acontecimiento terminaba reduci-do a errores empresariales. Entonces se termina pi-dindole al mercado tambin al Estado, que se le

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    exiga con las mismas caractersticas que al merca-do que nos d lugares seguros, y bajo esas medi-das de seguridad festivales seguros y trabajos seguros con sus salidas de emergencia se escon-da que esos errores empresariales son las base de su reproduccin, y se ocultaba el mantenimiento de la precariedad por donde pasan nuestras vidas, y la perdida de nuestra autonoma. Nuestros lugares aparecieron como peligrosos y excluidos de las me-didas de seguridad. El rock es inseguro, peligro-so, inmaduro, desnutrido, djenlos en nues-tras manos que se lo vamos a dejar todo servido.No pretendemos hacer juicios morales sobre es-tos festivales, de lo que se trata es de leer el nuevo escenario, las lgicas de mercado intentan orga-nizarnos, y esto inevitablemente nos despotencia. Perdemos autonoma, el plan barrial estaba (mejor dicho, sigue estando, an sigue latiendo) signado por la posibilidad de juntarnos a crear, y a organi-zarnos con autonoma. Desde ya, que convivamos con las lgicas de mercado, pero esta lgica no lo-graba organizarnos, no nos encadenaba. Sabemos tambin que Croman no es una herida que viene de afuera. Porque la movida roquera que levantaba el manifiesto del plan barrial era una innovacin que se daba al interior de la excepcin misma, con la excepcin como suelo, como punto de partida, y ya en su interior circulaban tensiones y lgicas de

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    mercado. Creemos que es imposible leer este vira-je en la movida del rock barrial como un cambio rotundo venido de la nada, como si no hubiese ya una relacin entre el rock y el peligro o una idea del rock como peligroso circulando entre su p-blico, entre nosotros, que merece ser pensada. No obstante, todas estas lgicas de mercado que cir-culaban en el rock de manera perifricas, slo in-gresan al centro de la escena en el pos-croman. Cuando el mercado deja de convivir con nuestra fiesta y nuestra movida, para pasar a organizarla, all perdemos la potencia y la autonoma. De la or-ganizacin y el aguante que significaba el rock del plan barrial, pasamos a una pantalla de juego en la que nos ofrecen un mundo bobo e infantilizado. Nos ofrecen festivales en donde no hace falta que nos encarguemos de nada; solamente de asistir a consumir un excitante entretenimiento cultural, la fiesta sigue siendo organizada, pero no por noso-tros. Tambin corremos el peligro de que los rela-tos del rock barrial, dejen de interpelarnos, lo nue-vo que nos traen los festivales de rock, las radios, y las discogrficas es un rock-light, apto para todo pblico pensado para odos de nios.Esta es la situacin actual, es evidente que el rock como movida cultural barrial sufre un revs del cual aun no se repone. Comprobamos que de la tristeza y la desolacin postragedia no se activ

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    una movida en la cual nos podamos afirmar fren-te a lo sucedido y regenerar una expresin polti-co-cultural con poder de debatir y luchar con vigor frente a la hegemona de la industria cultural. Croman es la herida con sabor a final del jue-go, pero tambin es el tablero mismo del juego, de cualquier experiencia que intentemos como gene-racin. Pero no debemos dejarnos aplacar por estas condiciones ni dejar de hacernos preguntas sobre nuestros modos de relacionarnos con esa precarie-dad, con el mercado, con los poderes. Intentamos pensar Croman ese acontecimiento que reorga-niz todo y que cambi las relaciones de fuerza al interior del rock justamente para ver qu pregun-tas nos abre, qu podemos ver en l, qu podemos aprender, y cmo es que pudo haber pasado.

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    Luego de tantas muertes, la desesperacin y la tristeza nos corroen a muchos. Qu pas con ese dolor? Qu relatos se montaron sobre el dolor de lo sucedido; cmo fue ledo? Qu podemos hacer nosotros con este dolor? La indiferencia, la culpa o la victimizacin son maneras de tratar lo sucedido, de relacionarse con el dolor, con ese acontecimien-to que no deja de reaparecer ante nosotros. Esas alternativas, decimos, son falsas maneras de

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    elaborar el dolor porque nos niegan, niegan lo que somos, lo que sabemos, lo que hacemos, negando tambin a los pibes que no estn; son relatos que intentan transformar el dolor en una cuestin per-sonal, privada. De aqu las figuras de la vctima, el sobreviviente, el arrepentido o el culpable.Es sobre esas lecturas del dolor de lo sucedido donde se montan los grandes festivales que de-testamos (estos s son seguros, aqu s est todo bien organizado, etc.). Son movidas que se apro-vechan de un dolor no elaborado o falsamente tra-tado, un dolor concebido como dolor personalCroman es un acontecimiento doloroso que re-aparece en nuestras vidas todo el tiempo. Y cada vez que nos golpea entra en juego la elaboracin o reelaboracin de lo sucedido; cada vez es una opor-tunidad para elaborar o reelaborar positivamente el dolor, es decir, volverlo colectivo, volverlo poltico, volverlo acto, motivo de pensamiento, de encuen-tro y de duelo, claro, pero de un duelo colectivo. Un duelo colectivo es reconocernos en los chicos que no estn, reconocer que una parte nuestra qued adentro de ese boliche y que tenemos que recons-truirnos entre todos luego de esa prdida (no nos interesa una curacin individual).Ese reconocimiento habilita la recuperacin de nuestras prcticas, nuestras fiestas, nuestro saber movernos en este contexto de precariedad. Porque

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    slo volviendo colectivo el dolor (desprivatizndolo) podremos entender Croman como parte de nues-tras vidas, como el suelo precario en donde nos mo-vemos, como parte de un entramado de precariedad que conocemos muy bien. Y aquel reconocimien-to nos permite pensar cmo aquel dolor puede ser compartido con un montn de experiencias que van ms all del mundo del rock y de los jvenes, con una pila de sufrimientos y muertes resultado del mundo precarizado que transitamos en nuestros trabajos, en nuestros viajes y en nuestras ficciones.Apostamos, decimos, por un vnculo desde el cuerpo. Slo as, recuperando nuestras experien-cias, nuestros cuerpos, podemos aspirar a poli-tizar el dolor, elaborarlo, desprivatizarlo y lograr reconectar con nuestros deseos, nuestros sueos. Sentimos que es sta una tarea fundamental que excede una teraputica pos-tragedia: se trata de re-sensibilizar(nos), construyendo lazos, re-sensibi-lizar el cuerpo colectivo, nuestro cuerpo, nuestro pogo y nuestra cancin...No escondamos nuestras bengalas.

    Agosto de 2008

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    Salando las heridasJuicio fantasma a los muertos queridos(Sobre el cinismo y el monolingismo

    meditico en el acontecimiento Croman)

    Por estos das, luego de la sentencia judicial, se volvieron a actualizar varios de los discursos y lgicas que circularon en el pos-Croman. Si bien creemos que el acontecimiento Croman es irreductible a la lgica judicial y sus veredictos, es innegable que al igual que en la previa de su aniversario en la espera de la sentencia y en los das que le siguieron se volvieron a colgar en el aire muchos relatos que circulan desde hace un tiempo. Si bien la lgica de la indiferencia es la que opera con ms fuerza sobre el acontecimien-to, en estas semanas se volvieron a instalar con mpetu los discursos de compasin y, fundamen-talmente, de criminalizacin. La cotidiana indife-rencia e invisibilizacin meditica hacia los pibes (sus voces, sus prcticas, sus experiencias) queda suspendida en estos das para que se le de lugar a la criminalizacin: slo as se les permite asomar la cabeza en la superficie meditica.Vivimos un tiempo en que los monstruos medi-ticos modulan la energa de los recuerdos; son los que deciden cundo se abren las puertas para

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    lo que debe ser recordado o no. Y los recuerdos as doblados por lo meditico se tornan una ima-gen monstruosa de nosotros mismos. Tambin gobiernan los estados de nimo, predisponien-do (poniendo susceptible a la gente, hacia tal o cual imagen) los afectos subjetivos, regulando las sensibilidades e imponiendo relatos mono-lingistas y monocromticos, en este caso hacia los pibes y pibas de la generacin Croman (ne-gando sus voces). Es fcil olfatear cmo detrs de determinados juicios sobre una prctica cultural o una forma de vida, late la necesidad de la crimi-nalizacin, la culpabilizacin y la penalidad.Volvimos a escuchar con fuerza entre otros re-latos la criminalizacin de la cultura del aguan-te. O mejor dicho, de una determinada presenta-cin de la cultura del aguante. Presentndosela como una celebracin irracional y atvica de la autodestruccin, como un desprecio por el cuer-po, y, completando la operacin discursiva, se la circunscribe al rock de los ltimos diez o quince aos. Este discurso no estuvo presente slo en los grandes medios de comunicacin, sino tam-bin y de manera hegemnica en los suple-mentos progres (ya definitivamente penetrados por una precomprensin elaborada por el po-der) de la cultura juvenil aceptada. Los mismos periodistas que levantaban al rock barrial, esos

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    que cuando olfateaban lo nuevo cual cazadores de tendencias de mercado, con marketing, focus group y mquinas publicitarias le dedicaban in-finidad de tapas a las bandas que estaban bajo el manto del rock popular, ahora se dedican a realizarle un rquiem.Nuevamente escuchamos que Croman fue pro-ducto de cerebros infra-alimentados, de pibes irra-cionales, de nuevos brbaros Para este discurso los pibes y pibas que militaban el rock como Plan Barrial y que expresaban un determinado saber (denominado aguante), son lo abyecto. Son vidas desnudas, vidas no dignas de ser vividas; vidas que estn de mas. Esta presentacin de los pibes de la generacin Croman (de los que murie-ron en el boliche, de los que salieron desnudos, manchados y con una zapatilla en la mano, como tambin de todos los pibes y pibas que asistimos a esta forma de vida) en el terreno meditico, nos estigmatiza y nos aisla de la sociedad sana, ra-cional, moderada. Una generacin de cuerpos enfermos a los que se les pone el tatuaje de irra-cionales, inconscientes. Luego de esta estigma-tizacin, se nos aparta sealndonos como res-ponsables. Omos a muchos periodistas progres repetir los pasos de cualquier poltica de aniqui-lacin. Se les amputa a los pibes los signos por-tadores de identidad y de fuerza desbaratadora,

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    para reemplazarlos por sellos deshumanizantes. Son los hijos de puta que presentndose como afectados por el acontecimiento, siguen aniqui-lando a las vctimas y a los sobrevivientes.El mismo discurso que considera a los pibes (de nuevo: a los que murieron, a los que sobrevivie-ron a Croman, a todos los que aguantaban) como lo abyecto, como la poblacin sobrante, los coloca, a su vez, como presupuestos y como con-dicin de posibilidad para la existencia de una sociedad precaria.Las formas de vida precaria a las que nos vemos arrojados en esta poca tienen como enunciados de verdad sedimentados, que los pibes y pibas (los de la cultura del aguante, por ejemplo) son vida que sobra, vida que esta de ms, y a la vez, estos discursos saben que los mismos pibes que sobran son el subsuelo mismo de la precariedad, trabajan, consumen, transitan, se relacionan y ar-man sus vidas en ella. Cmo negar las prcticas, como el aguante, que creamos para movernos en este suelo precario; cmo negar los terrenos que inventamos, las formas de vida que creamos all y hacer odos sordos a la precariedad? Puede exis-tir tal grado de cinismo? Son muchos los opinlogos mediticos que ha-blan de los pibes de esta generacin como resa-ca de la dcada menemista, (carne que camina)

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    residuos humanos de la voraz gobernabilidad neoliberal. Habra que aclararles que por ms que nos conciban como los residuos de la pape-lera de reciclaje de la sociedad neoliberal, noso-tros heredamos ese mundo (esa bomba de hoy, la que llevas entre tus manos, la que nadie te ofreci), fuimos arrojados en l, es el terreno de juego so-bre el cual disputamos nuestras vidas? Y cmo es que pueden esos opinlogos progresistas creerse tan a salvo del neoliberalismo como con-dicionante de poca y condenar las prcticas que en ese suelo fueron creadas? La sociedad precaria no slo es la que se mostr al desnudo en Croman, tambin es la que nos acompaa cotidianamente: la del gatillo fcil, la de la flexibilizacin laboral, la de la incertidum-bre y el hiperconsumo. Para esta sociedad somos a la vez insumo y vidas sobrantes.Pero mientras que los relatos mediticos ven vi-das desnudas, nosotros insistimos en ver cuerpos potentes, brbaros, (no bajamos nuestras bande-ras), disruptivos en cuanto cuerpos que no se de-jan maniatar con discursos estigmatizadores de nuestras prcticas. Otro ritornello: se dice que los cultores del aguan-te son los despreciadores del cuerpo; muchos de los pibes que murieron en Croman fue porque despreciaban su cuerpo es que valoraban ms el

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    de los otros y por eso murieron ahogados cuando volvieron a ingresar al boliche a buscar amigos, parejas, familiares, o simplemente desconocidos, pares generacionales, amigos en el sentido ms pleno y radical del trmino Qu cuerpo es ste que se nos dice despreciado? Un cuerpo que en la desesperacin por ser con-denado a residuo pulsaba y pugnaba por encon-trarse con otros, por vivir, y crear, an en la pre-cariedad, fiesta, alegra? Por qu no se habla de los cuerpos que desplegaban una bsqueda y una responsabilidad all en la precariedad? Apreciar el cuerpo implica afirmar las condiciones del pre-sente y las chances que en l anidan. Pero tam-bin rechazar a quienes hacen del presente algo despreciable para lucrar con lo que en l sucede.Vemos el aguante, no como un goce hedonista e indiferente hacia el otro, lo vemos como una micro-resistencia que se activa en mltiples y di-ferentes espacios de una sociedad precaria, des-de los espacios de laburo, hasta los del entreteni-miento. En medio del vrtigo, las muleadas, los mltiples quilombos que estallan en un lado y otro, nosotros, a los manotazos, vamos tratando de hacer pie. Toda afirmacin en la precariedad aprende a resistir a los tropezones, instintiva-mente. A cada paso, ensayo-prueba y error, va creando sus saberes, maneras y formas de hacer

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    y de cuidarse en los pliegues, capas y recovecos de nuestros laburos, barrios y maneras de diver-tirnos. Por eso se trata de una apuesta generacio-nal: aprender a movernos en un mundo donde las viejas cartografas nos conducen a callejones pantanosos, llenos de reglas y deberes que no sir-ven para nuestros terrenos. Lo que est en juego es la afirmacin de nues-tras resistencias y aprendizajes como genera-cin; slo desde ah podemos hacer una lectu-ra de Croman. Por eso no podemos juzgar o permitir que se juzguen nuestras formas de vida partiendo de su negacin; eso significa olvidar lo que nos moviliza y encuentra. Todo juicio que denigra las creaciones que nos sostienen, nos niega y nos borra de la historia.Por ms que repitan hasta la afona que somos las sobras, los cerebros infraalimentados (sin posibi-lidad de redencin aparente) vemos las zapatillas blancas que nos siguen hablando de una cultura, de una movida que encontraba (y encuentra) pi-bes y pibas alejados, encerrados. Detrs de la cri-minalizacin a los pibes tambin late la necesidad de destruir y no dejar rastros visibles de nuestro lugar comn, de nuestro saber generacional.Pero como decamos, al relato monolingista me-ditico no le importa el soporte subjetivo de los pibes, no le importa tampoco la sociedad precaria

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    (contexto histrico) en donde murieron esos pibes. Es ms, a muchos les importa ms contarle las costillas a una cultura deforme, irracional, oscura, incontrolable Son las expresiones de las capillas sagradas de la cultura rock, las que critican las prcticas de la impostura, las de los nuevos brba-ros del rock; son los comentarios de los malpari-dos que realizan el rquiem de la cultura roquera barrial, perifrica, inculta y fea, y que reemplazan en sigilosas ediciones de madrugada los anuncios de banditas rockeras recin nacidas por infinidad de anuncios de festivales de las grandes marcas de la cultura juvenil (marcas de ropa, de cerveza, de celulares en fin, toda la industria cultural del entretenimiento juvenil). Son tambin los cni-cos que mezclan en su lectura del acontecimiento Croman crticas esteticistas propias de expertos del rock (la tecnocracia rockera) con apelaciones a la masacre Dan asco.Tambin digamos que en el prisma que crean es-tos discursos, se mira el acontecimiento Croma-n de manera retroactiva, se lo analiza desde los ojos del gobierno de la seguridad. Recordemos que estas visiones se impusieron en el pos-Croma-n (quizs como su efecto para el control social). Probablemente leyendo las crnicas de los shows de rock pre-Croman no encontremos ninguna mencin estigmatizadora ni negativa del uso de

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    bengalas o banderas (es ms, las alentaban), tam-poco de la condicin edilicia e infraestructural de los lugares en donde se realizaban los shows.La creacin del rock (con todo lo que esto incluye, desde la fiesta-banderas, bengalas, hasta su con-cepcin como forma de vida) como peligro y como riesgo a administrar, nace en el pos-Cro-man, como uno de sus efectos. Por eso, tam-bin ellos tienen que realizar el aprendizaje y la necesaria autocrtica.Por ltimo: no slo causa revulsin ver cmo en el espacio meditico se reproducen estos discur-sos estigmatizadores y criminalizadores hacia los pibes; esa danza cnica de discursos se acom-paa de morbo-periodistas surfeando las capas sensitivas de los familiares, sobrevivientes, ami-gos de las vctimas de Croman y de la opinin pblica en general, movilizando el dolor de los que sufrieron las prdidas irreparables (rego-dendose en ese dolor), regulando los afectos y las pasiones a puro videograph vacuo (actuando como neurocirujanos-espectaculares), alterando la sensibilidad, parndose sobre las olas sensi-bles que el dolor produce (y por supuesto inter-viniendo en los afectos).No se respet el silencio del duelo no realizado; auscultaron el dolor alojado entre las paredes del cuerpo, enredado entre msculos y nervios. Esta

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    espectacularizacin del dolor y el drama, se vi-vi en el recorrido por el boliche de Croman (retratando mediticamente, morbosamente, lo abyecto) y en las horas previas y posteriores a la sentencia del tribunal. Pero a la par que se sala-ban las heridas y se apelaba a la neurastenia me-ditica, se peda moderacin. A la par que se mo-vilizaba y se fogoneaba el dolor de los familiares, amigos y sobrevivientes, el relato meditico ha-blaba y peda (mostrando la otra cara del mismo plano) que luego del fallo judicial se produzca una retirada del espacio pblico, se editorializa-ba sobre la necesidad de reabrir la calle Barto-lom Mitre en donde se encuentra el santuario. Se regocijaban pornogrficamente con el dolor (con la tortura de TV), y a la vez casi en simult-neo pedan pacificacin y empezar a olvidar el acontecimiento, aunque sea hasta otro evento de redituable audiencia meditica. De esta forma se lee mediticamente (y en consecuencia, en gran-des porciones de la poblacin) el acontecimiento Croman; oscilando entre el silencio atroz de la indiferencia y las espordicas emergencias de los discursos criminalizadores. Por eso tenemos que salir a pelear por el significa-do y el sentido de lo que fue Croman, y dispu-tar la modulacin de la memoria social. Hay que profanar los discursos que pululan por estos das,

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    para que no terminen de coagular y sigan fijando a los pibes como criminales o tontos. En los ma-nuales de la historia del rock no puede figurar el aguante como una gesta trgica de suicidas y des-cerebrados. El aguante es el tesoro que supimos forjar en esta poca precaria. Croman es otro golpe dursimo, que nos debe servir para apren-der y repensarnos, pero nunca para dejar de crear e inventar desde lo nuestro y aceptar todo lo que no queremos ser.

    Agosto de 2009

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    Bastones que pegan con razonesDe aguafiestas, pibes y gente decente

    El sbado tuvo lugar el regreso de la segunda ban-da roquera (de las fundadoras del Plan Barrial) ms esperada; hablamos de Viejas Locas. Desde temprano pibes y pibas fueron copando los alre-dedores del estadio de Vlez. De a poco como en un permanente goteo humano fueron cayendo en almacenes, kioscos convirtiendo las calles tranquilas y hasta los supermercados en lugares de acampe. All estaban tirados los pibes, hacien-do la previa, con su postura, su esttica, sus ges-tos corporales y su lenguaje. Creando as un clima diferente en las calles, en el espacio pblico; ge-nerando un estado de nimo propio, y no activado desde las lgicas mediticas. Como en cada con-greso de esquinas, se desplegaba el clima festivo, comunitario, alegre y embriagado.Esto fue lo que la empresa organizadora nunca imagin con tal magnitud: un derrame carna-valesco de pibes y pibas cantando, bailando, co-pando y apropindose del lugar. El desparramar insolentemente todos nuestros saberes, cdigos y estticas, en un recital que ya desde el arranque tena mucho sabor a prefabricado, a estrategias de

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    marketing y de publicidad como las que anuncian la salida al mercado de un nuevo telfono celular. Porque se ofreca para el recital el orden de los mega-festivales, el rock sponsoreado y seguro.El nombre de Viejas locas desfondado, desaloja-do de los pibes y pibas, transformado en marca. Presentado en una publicidad, en un cartel calle-jero, en un anuncio de radio, impreso fijo en una entrada. Era slo una marca, un logo, un nombre ledo por la industria del entretenimiento, que tena que servir como anzuelo, como marca con-vocante de un juego donde nosotros seramos los consumidores-espectadores de la jornada.La organizacin del recital neg las huellas socia-les de Viejas Locas; las olvidaron o subestimaron, porque nos imaginaron adormecidos, esteriliza-dos, inofensivos asistentes del rock-espectacular. Negaron que Viejas locas hospeda cuerpos, est-ticas, memorias, imgenes demasiado vitales..., que tiene adherido las marcas del Plan barrial, que aloja en l a huspedes inquietos. Nos ofre-cieron en cambio un escenario infantilizado y excluyente (con entradas que en los ltimos das llegaban a los 90 pesos), una situacin ordenada por parmetros mercado-publicitarios.Pero desde las horas previas al comienzo del recital, se desplegaban los rituales mviles, se exhalaban a la atmosfera partculas de un aire

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    distinto, festivo, alegre, vital. La puesta en escena de la fiesta barrial, frente a los ojos de la gente de-cente que lanzaba miradas de desprecio y asom-bro. Los desprolijos, los borrachos, los atrevidos que desafiaban la utopa urbana de la basura cero (humana o no, lo mismo da). All estaban tirados los pibes y pibas, haciendo la previa, esquivan-do a los desprevenidos recolectores de residuos humanos que en inmensos camiones queran recolectar nuestros cuerpos. Esta resignificacin de lo dado, de lo establecido, fue intolerable. El acontecimiento del congreso de esquinas no fue previsto a esta escalaY tambin desde temprano, la fiesta conviva con un clima pesado y denso con la polica; merodea-ban las plazas empezaban a mostrarse inquie-tos (vaciando botellas de alcohol) empezando a armar la fila de la montada jodiendo la fiesta. Ellos que tambin saben y mucho de creacin de atmsferas, armaban el montaje para la repre-sin ese que se conecta instantneamente con los videographs de Incidentes en recital, Hay dete-nidos, con las voces de los periodistas en estudio o en el mvil; ese que se conectan en vivo con el despliegue infinito de cmaras y micro-cmaras (creando la temperatura ambiente justa).Un clima represivo que se conect con el terreno co-mn anti-pibe previo (en el que operan las lgicas

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    criminalizadoras); el de los discursos y relatos me-diticos y polticos sobre las vidas sobrantes las vidas que parecen no importar (Todo lo que est en mi nube es nada ms que tu sermn fatal).Qu sensibilidad estbamos irritando?, qu nervio tocamos para que se active la represin?, qu lugares fundantes del buen ciudadano pa-recamos usurpar? Sobre todo para desencade-nar la lgica represiva, el despliegue del teatro antidisturbios (la represin al desnudo, como una frmula algebraica) que siempre como cualquier lgica va a surfear sobre un terreno sensible previoY as vimos como se desencadenaron las golpizas, los bastonazos, los gritos, las corridas de los pibes y pibas, los camiones hidrantes, la pintura azul, la guardia de infantera, todo en la noche oscura De nuevo la fiesta que devena horror (imposible no conectar con Croman). La actualizacin de una memoria de frustracin e impotencia De nuevo cambi el itinerario prometido: del rock-fiesta-pibes al rock-comisara-hospital.Pero la actualizacin de Croman tambin ocu-rri por las lecturas que se hacen del aconteci-miento. Porque irrumpen las voces compasivas y paternales de siempre, las que con una mano nos acarician la cabeza, con lstima, y con la otra nos agitan el dedo, marcando por donde tenemos que

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    ir. Las que lamentan y hasta lloran por los pibes y pibas heridos e internados, pero que cuando estn en la calle tomando, bailando, cantando, desple-gando su fiesta, creen que son una granada des-activada. O aquellas voces que no estn en contra de la represin, sino de los excesosTambin es ese ruido, esa interferencia en los paisajes urbanos Pro, en la noche prolija y edu-cada, lo que enfurece y hace rabiar a la montada, la infantera y hasta carros hidrantes. Los cuer-pos, energas, deseos y fuerzas de pibes y pibas (en su gran mayora del conurbano) ingresan a la pantalla de la ciudad decente. Los mismos carros que nos marcan, nos manchan sealn-donos Ah estn los peligrosos que te pueden matar El doble estigma: el que nos inyectan en la piel, que aterriza en nuestra carne, para que huyamos, para que nos dispersemos y des-armemos el rito y que a su vez nos coloca cui-dadosamente en las pantallas televisivas para mostrarles a todos cual es el problema, cual es el peligro, que cosa no hay que serLa ecuacin que conjura estos climas y escenarios es la de: pibes + calle = peligro. Tenemos que estar estudiando, trabajando, consumiendo o guardados en la crcel, pero no como clusters que se adhieren a las calles (en las calles, en el espacio pblico los jvenes tienen un nico sentido: encarnar el peli-

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    gro sobre el cual se montarn las lgicas crimina-lizadoras, compasivas o aniquiladoras). Los pibes son peligrosos as dice el ritornello mediticoIndudablemente, que nos consideren peligrosos nos pone bajo la mira. Este escenario hace que tengamos que saber cuidarnos. Un cuidado co-lectivo, de amistad, de aguante de saber leer las situaciones que se presentan jodidas (no el cuida-do compasivo o rehabilitador sino un cuidado po-tente, nuestro, que nos haga mantener con vida nuestras movidas).Vivimos un tiempo donde tenemos que interve-nir para que los discursos criminalizadores no avancen, pero para que tampoco devengan pa-ternalistas, porque los dos niegan nuestra propia sensibilidad generacional y nuestras formas de vida. Pero tambin intervenir es hacernos visi-bles. Plantarnos para que nos vean, nos escuchen y sientan que estamos.Luego de la represin del sbado, en donde in-tentaron bajarnos a otro pibe (por estas horas aguanta en un hospital), tambin se actualiz la lgica de la indiferencia; es cuestin de segun-dos para que ni siquiera aparezcan videographs o noticias en el diario. Cules son las vidas que importan en nuestra sociedad? Seguramente no las de los pibes y pibas que no son profesiona-les, ni blancos, ni decentes, ni buenos vecinos.

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    Tampoco importan porque no son hroes, ni sus vidas tienen sentido poltico somos vidas sin trascendencia. Por qu por estos das se con-dena una forma de represin en el espacio p-blico pero se habilita otra? Por qu no se debe reprimir la protesta social pero s la fiesta de los pibes? Tenemos que agitarla, tenemos que movi-lizarnos para que no se acostumbren a matarnos amigos, compaeros de laburo, conocidos del barrio amigos ocasionales de recitalesDe nuevo, tenemos que estar atentos si ya nos aniquilan mediaticamente es cuestin de horas para que irrumpa la muerte real o de circunstan-cias propicias (como en un recital nocturno en una ciudad ordenada en donde aluviones de pibes y pibas activaron la alarma represiva).Tenemos que saber no hacer el juego y seguir creando, afirmndonos y plantndonos en estos terrenos hostiles. No comernos ninguna; el pe-ligro son las muleadas de nuestros laburos pre-carios, la depresin y la discriminacin de los ojos urbanos; la represin y esa moral sulfatada de volvamos a la familia, de la necesidad de disciplina y orden. Banquemos nuestras fiestas, porque ah nosotros estamos vivos, nosotros sa-bemos conjurar nuestros problemas y frustra-ciones. Porque en la solidaridad y el gesto amis-toso, de una cerveza que pasa de mano en mano,

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    en una ronda de amigos, ah nosotros hallamos nuestro refugio a esta poca canbal. Una ltima aclaracin; no somos gente decente, no tenemos buenos modales, y estamos encantados de eso

    Este asunto est ahora y para siempre en nuestras manos

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    Todo crimen es poltico

    1

    Hace un tiempo nos vimos movilizados y conmo-vidos por la represin en el recital de Viejas Locas en la cancha de Vlez, donde la Federal asesin a Rubn Carballo. Desde el Colectivo participa-mos de algunas movidas posteriores; la necesidad era no quedarse en casa, no aquietarse, agitar un poco, intentar exorcizar la indiferencia, la crimi-nalizacin, las lgicas que se activan tras este tipo de acontecimientos. En ese momento escribimos algo (Bastones que pegan con razones), donde nos preguntbamos cules son las vidas que im-portan en nuestra sociedad: Seguramente no las de los pibes y pibas que no son profesionales, ni blancos, ni decentes, ni buenos vecinos. Tampoco importan por-que no son hroes, ni sus vidas tienen sentido poltico somos vidas sin trascendencia Por qu por estos das se condena una forma de represin en el espacio pblico pero se habilita otra? Por qu no se debe re-primir la protesta social pero s la fiesta de los pibes?. Hace unos das otro caso de gatillo fcil desat una pueblada en Bariloche; en esas manifestaciones

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    la Polica Provincial asesin a otras dos personas. A esos acontecimientos (pibes y pibas a pedradas con la polica durante horas, todo un barrio mo-vilizado) le siguieron montones de declaraciones de polticos y funcionarios locales y provinciales que iban en la lnea de no politizar lo sucedido. El acontecimiento no entraba en la constelacin de lo poltico sino que responda a problemas sociales. (Una reminiscencia a La crisis caus dos nuevas muertes, titular de Clarn frente al asesinato de Daro y Maxi).Lo inquietante es que el intendente de Bariloche, hoy, en pleno 2010, nunca podra haber dicho no politicemos esas muertes si en vez del caso de ga-tillo fcil y la posterior represin a la pueblada, se hubiera tratado de militantes polticos asesinados por la polica en una manifestacin o corte de ruta.Esto ltimo nos habla mucho de la poca (el axio-ma de no represin a los movimientos sociales, a las manifestaciones polticas); pero tambin lo que sucedi en Bariloche (como en el recital de Viejas Locas, como en todos los casos de gatillo fcil) nos deja una pregunta que no puede ser callada; una espina que no puede ser subordina-da a los posicionamientos polticos; un problema que lejos de negar o subestimar el axioma de la no represin de los militantes polticos, le agrega complejidad, obliga a discutir, a movilizarse.

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    Qu pasa con la represin a lo que no encuadra con movilizacin poltica, a los pibes y pibas, hombres y mujeres, que no son militantes polticos?, qu pasa con los cuerpos que no alcanzan el umbral de lo polti-co?, por qu se habilita la posibilidad de la represin para determinados cuerpos y modos de estar en el espa-cio pblico?, qu podemos hacer nosotros para poner en juego un axioma de no represin a los pibes?Retorna la inquietante pregunta por el sentido de estos cuerpos que no son polticos, por qu es lo poltico, la politicidad. Pero no cargan estos cuerpos con una politicidad desbaratadora una vitalidad que desborda los moldes institucionales, distorsionando las pantallas de la poca? Politici-dad desbaratadora (politicidad ambivalente, sin formas a priori) en tanto cuerpos que portan in-formacin sobre la criminalizacin (gatillo fcil), sobre la violencia capilar, sobre la mediatizacin de las vidas (consumo/vida boba) y sobre la preca-riedad Insistamos: Vitalidad, capacidad de dis-torsin y desborde, saberes: no vctimas.

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    Detenindonos en lo ocurrido en Bariloche Qu nervios sensibles tocaron los pibes para activar la lgica criminalizadora y ni hablar, la lgica repre-siva posterior?, qu desplazamientos urbanos no

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    permitidos realizaron?, qu profanacin de los cdigos de la buena conducta ciudadana pusieron en juego? Las imgenes mediticas de lo ocurri-do en Bariloche (un infierno en cada esquina y sin control) daban cuenta de un escenario de guerra social un escenario complejo, peligroso, repleto de grises de un lado los habitantes del alto, del otro la polica y la gente decente Dos Bariloches: la ciudad-marca y la ciudad real (lo real de las lgicas represivas al desnudo).La metfora de una ciudad que encarna las dos polticas predilectas para los pibes y pibas (los bo-liches y los patrulleros). Los ecos del Baril, nos vamos a Baril retumban por las calles (Barilo-che como el cono histrico de la alegra juvenil, el viaje de egresados principalmente de los sec-tores medios) mientras la Bariloche mata-pibes mostraba sus dientes.Las repercusiones sobre la muerte de Diego Bonefoi y la posterior represin sobre la barriada, donde ase-sinaron a Nicols Carrasco y Sergio Crdenas, des-nudaron una faceta profunda del gatillo fcil: la gen-te decente como legitimantes y participantes directos. Esto se vio cuando los buenos vecinos de Bariloche se movilizaron en defensa de la polica. Defendieron el gatillo fcil con una explicites como no recorda-mos que haya sucedido. No se trato slo de crimi-nalizacin del pibe e indiferencia por su muerte. Ni

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    siquiera se parece a otros tipos de polticas crimi-nalizadoras como un linchamiento barrial ya que en ese caso los vecinos son quienes ejecutan, o como marchas en contra de la inseguridad, donde lo que se piden son leyes ms duras. Aqu se trata de un apoyo y legitimacin de la clandestinidad del gatillo fcil. Detrs del discurso de la seguridad y de la defensa del sheriff bueno, se legitima el accionar del funcionamiento clandestino de la polica (balas perdidas, oficiales disfrazados de civiles, secuestros, etc.). No se pide ni mano dura, ni justicia, se pide la continuidad de esa tarea clandestina de mantener la ciudad limpia, como estampa turstica.

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    Sabemos de sobra que hay una atmsfera densa y oscura que circula por todos lados y es el miedo. Miedo a la violencia, afanos, violaciones, peleas, choques, botellazos miles de cortocircuitos se propagan por la ciudad y los barrios. Qu lectu-ra se les otorgan?, cmo se codifican? Por ende cmo se interviene?, cmo responde el Estado?, qu grietas se abren? Constatamos una y otra vez, que la lgica policial y de excepcin cada vez se expande ms en las calles; ms pedido de polica y leyes duras. Desde policas municipales (como la de La Matanza), leyes contra motoqueros y

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    trapitos en la Capital, el accionar de la Metropoli-tana reventando puestos, el pedido de vecinos por-que metan en cana a chicos del barrio por chorros y faloperos, hasta los comerciantes y urbanitas de plaza miserere fastidiados por el santuario de Croman Es en este marco que podemos com-prender las marchas a favor de la polica en Bari-loche: una bronca latente y la solucin del castigo como clasificacin ms a mano y legitimada.Un estado penal como un renovado Leviatn se nos planta y asusta A qu responden estos pedi-dos de ley?, de dnde brota tanto miedo? La pre-cariedad nos muestra una vez ms su desesperada esquizofrenia: por un lado estamos rodeados de reclamos de moderacin, sensatez, dilogo y bue-na onda; pero tambin de castigo, azote, y mucha bronca comprimida (factor argento desaparecedor) Pero no nos olvidemos de algo: estos pedidos de castigos, no quedan slo en demandas por un Es-tado ms duro. Muchos ya no reclaman por polica, sino que cada vez entran ms en escena voces que piden justicia por mano propia, y hasta la pena de muerte: es de esta manera que comienzan a fun-cionar foros de vecinos con discursos criminaliza-dores, y se mercantilizan estas demandas que dan cabida para que siga proliferando la seguridad pri-vada. Aqu se filtran tambin los ciudadanos-cela-dores, buchones, como el personaje de Capusotto

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    Cmo es que prospera la denuncia fotogrfica de los propios vecinos por desordenes de trnsito en la ciudad, y la legitimad que tiene, hasta entre co-nocidos o compaeros de laburo? Estas lgicas de denuncias son una forma de respuesta al miedo (a comparacin del quedarse en su casa), funcionan-do como una forma de regular el territorio, donde el principal factor discriminador es el racismo y la criminalizacin de modos de estar en la ciudad?

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    Por ltimo, en el vrtigo informativo, de bombardeo alocado de noticias cmo se asimilan estos acon-tecimientos? Afectan? Cmo pinchan la epider-mis social? Cunto tardarn en ser sustituidos por otros, al comps del zapping y la variada oferta de ttulos y videograph? Si a tantos pibes matan en la calle, a la vista de muchos y hasta de miles como en el caso de Rubn, imaginemos como pueden afectar las torturas, golpizas, y sistemticas condi-ciones de mierda que irrumpen en los galpones y

    depsitos como son las comisaras, crceles e ins-titutos (paradjicamente, sitios de rehabilitacin y nueva oportunidad de bautismo social).Para cuerpos arrogados al ostracismo, muchas veces las galeras televisivas sirven de escena-rio para la notoriedad, llamar la atencin, hacer

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    visibles sus inquietudes y situaciones cotidianas (pensemos por ejemplo en los motines, y la nece-sidad de plantarse pblicamente). Nos pregunta-mos entonces: sirve que las luces televisivas ilu-minen las prcticas clandestinas como el gatillo fcil o la represin? Se comprueba con fuerza de ley eso de lo que no se ve, no existe?Esta y otras preguntas ms se irn respondiendo al nutrirse del calor de intervenciones, maneras de ir politizando estas afecciones e inquietudes. Nos re-sistimos a incorporar las formas ms estereotipadas que nos presenta hoy lo poltico; sea con echarle la culpa de todo a un estado malo y represor, como no dar cabida a estas muertes por parte de las prcticas represivas, por carecer del urea de la politicidad tradicional, de grandes trascendencias y proyectos de cambio social. Pero como tampoco nos pode-mos quedar pedaleando en la impotencia, se nos impone la necesidad de desarrollar una creatividad que politice los miedos, la calle y la violencia en sus mltiples efectuaciones. Pero sabemos que no es algo que pueda emanar de una inocente voluntad, sino necesita de cuerpos que se vayan uniendo, co-nectando, generando saberes y ensayando formas de posicionarnos en esta guerra social, dndole dis-puta al racismo y la criminalizacin.

    Julio de 2010

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    El tesoro que no vesDe agites, precariedades y nostalgias...

    El acontecimiento

    Muere Kirchner y la plaza y las calles del centro se llenaron de gente. Se repiti ya mil veces: esa multitud rebalsaba de pibas y pibes. Por qu fuimos tantos a estar ah en la calle y en la Plaza, nada ms ni nada menos que a estar, po-ner el cuerpo, hacer el aguante (a quin, a qu, por qu)? Hablamos de pibes y pibas, para de-cirlo rpido, de una presencia generacional en esas jornadas: imposible no dar una discusin so-bre esa presencia, y sobre la lectura de esa presen-cia ah incluso sobre el fuerza Cristina como grito de esos das. Discusiones que nos llevan a aquellas centrales: qu es la poltica, por dnde pasa la politicidad hoy, qu protagonismos se jue-gan hoy en el espacio pblico, cmo se est en la calle, cmo se est con otros Las preguntas se agolpan: de qu est hecha esa presencia?, cmo es que se llen de pibes la plaza si las principales problemticas gene-racionales, jvenes, si los pri