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INTRODUCCION GENERAL AL PROFETISMO DEL ANTIGUO
TESTAMENTO
Por Magalí Gutiérrez
Tradicionalmente se creía que el fenómeno profético era un producto propio y
peculiar de la religión Yahvista. Sin embargo, los recientes hallazgos arqueológicos
y literarios han sacado a la luz, aquí y allá, por todo el antiguo Oriente Medio
indicios y ejemplos de manifestaciones proféticas más o menos afines al profetismo
israelita. Se pueden citar entre otros, los videntes y mensajeros no profesionales de
los archivos de Mari, el relato del viaje de Wen Amón a Fenicia, la estela de Zakir,
rey de Jamat. El adivino Balaán y los profetas de Baal se mueven asimismo en un
contexto similar.
Al lado de los paralelismos y coincidencias estructurales, e incluso literarias, que
existen entre los videntes y mensajeros extra bíblicos y los profetas israelitas, se
dan a su vez diferencias esenciales. La fe en un Dios único y personal, creador
del cosmos y Señor de la historia, junto con la referencia a la alianza como
base de las relaciones especiales entre el Señor y su pueblo, colocan al
profetismo bíblico en una categoría aparte.
ORIGENES DEL PROFETISMO EN ISRAEL.
Aunque algunos textos tardíos pretenden remontar a Moisés el origen del
profetismo, en realidad el fenómeno profético hace acto de presencia en Israel
de la mano de Samuel, coincidiendo con el nacimiento de la monarquía
(fines del S. XI a.C.). Se podría decir que la monarquía y el profetismo
nacen y mueren juntos. Son dos instituciones estrechamente relacionadas
entre sí. De hecho, la edad de oro del profetismo coincide con los tres
últimos siglos de la monarquía (VIII – VI a.C.), que a su vez corresponden
a los llamados profetas clásicos, canónicos o escritores.
De los profetas anteriores al siglo VIII, que constituyen el llamado profetismo
preclásico o pre canónico, la Biblia ha conservado algunos relatos sueltos o
agrupados en ciclos. El conjunto de datos nos permite diferenciar tres modelos
proféticos:
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a) Profetas individuales: vinculados a la corte y muy cercanos al rey. Es el
caso de Natán, Gad o Miqueas hijo de Yimlá, que solo intervienen en asuntos
relacionados con la política y las intrigas cortesanas
b) Grupos o fraternidades de profetas: que aparecen como discípulos en
torno a un gran maestro, como Samuel, Elías y Eliseo. Actúan poseídos por
el espíritu de Dios y llegan a estados de éxtasis contagiosos, provocados por
ritmos musicales, danzas y gesticulaciones.
c) Profetas independientes: que viven entre el pueblo, alejados de la corte,
aunque ocasionalmente intervengan ante los reyes. Entre estos podemos
citar a Ajías de Siló, un profeta anónimo de Judá, a Elías, y frecuentemente
a Eliseo. Este será seguramente el modelo que más influirá en los profetas
escritores.
EL PROFETISMOS CLASICO
A mediados del s. VIII a.C., entran en escena toda una pléyade de profetas, cuyas
predicaciones serán consignadas por escrito en los llamados libros proféticos. A
estos se los conoce mejor como profetas clásicos o canónicos.
Cronológicamente hablando se pueden agrupar en tres momentos:
Profetas preexílicos:
Periodo asirio (s. VIII):
Amós, Oseas, Isaías 1-39 y Miqueas
Periodo babilónico: (ss. VII-VI):
Sofonías, Nahúm, Jeremías y Habacuc
Profetas exílicos: (586 -538 a.C.):
Ezequiel e Isaías 40-55
Profetas post exílicos: (ss. VI-II a.C.):
Ageo, Zacarías 1-8, Isaías 56-66, Abdías, Malaquías, Jonás, Joel,
Zacarías 9-14, Baruc y Daniel.Dra
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Cuadro del profeta Daniel, pintado por Miguel Ángel.
Género literario profético
Los libros proféticos contienen las palabras de los profetas y las palabras sobre los
profetas. Esta doble clase de material da lugar a dos grandes géneros
literarios: oráculos proféticos (las palabras de los profetas) y narraciones
proféticas (las palabras sobre los profetas).
Vocación y misión del profeta
El profetismo, constituyendo una tradición, tiene también un puesto preciso en la
comunidad de Israel: forma una parte integrante de la misma, pero sin absorberla.
Rey, sacerdote y profeta: son durante siglos como los tres ejes de la
sociedad de Israel. Esta trilogía, también subsistirá al definir más tarde
los títulos dados a la persona de Jesús de Nazaret.
Aunque la forma literaria de los profetas parezca estereotipada, dichos relatos se
basan en la vida. Por ello contienen habitualmente los siguientes puntos:
Manifestación divina: expresa una experiencia de cercanía vivida como irrupción
inesperada, diferente a la vivencia cotidiana de la presencia divina (una experiencia
religiosa). Dios entra en la vida de ell “llamado” en un momento concreto de su
historia.
Palabra introductoria: la formula "la Palabra de Dios se dirigió a", utilizada muy a
menudo, indica el carácter personal de la comunicación entre el Señor y el elegido.
Su relación no se diluye en la impersonalidad del conjunto, es algo personal y
concreto.
Encargo: la misión que el Señor encomienda suele expresarse en imperativo para
subrayar el carácter irresistible de la experiencia. La misión de portavoz, de
embajador personal, no se le arroga a nadie, pero una vez conferida
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tampoco se relega con el olvido.
Objeción: en todo relato de vocación aparece una objeción. No es humildad y
mucho menos falsa modestia; es señal de libertad en la aceptación del
encargo, pero muy a menudo recoge las dificultades reales del llamado. A
veces suena como un grito de impotencia y tiene algo que ver con la función
mediadora del profeta.
Confirmación: el encargo de Dios supera la debilidad, los impedimentos e incluso
las incoherencias del llamado. La misión no se confirma tan solo con las
cualidades del profeta. Es una fusión: entre Dios, su portavoz y el mensaje que
deber trasmitir al pueblo. Por eso, bíblicamente la palabra de Yahvé entre en
escena con la siguiente fórmula "Yo estoy contigo".
Signo: no se encuentra en todos los relatos de vocación, pero sí en la mayoría. El
signo externo que se ofrece no pretende satisfacer la curiosidad personal, ni
siquiera proporcionar seguridad al llamado. Supone para él una especia de
credencial de que el Señor ha hablado y se ha comunicado con él. El signo
confirma la realidad de la experiencia vivida para luego ser creída y más
tarde transmitida.Por tanto, el profeta se sabe un hombre indefenso,
pertrechado únicamente con la fuerza y la debilidad de la Palabra.
Toda vocación profética es una vivencia compleja que abarca la vida entera de él
“llamado” en profundidad. Aunque los relatos vocacionales proféticos, se coloquen
en el momento inicial; siempre conviene releerla desde el final,(contexto histórico
y vivencial: individual y comunitario), para captar la profundidad humana y
espiritual que encierra: entonces se comprenderá que el encargo desinstala, que el
mensaje resulta duro de pronunciar, que las objeciones son un eco de crisis y que
la promesa de presencia divina se conjuga con una experiencia de silencio divino.
La seguridad de la llamada conlleva búsqueda, opción, riesgo y plenitud de sentido
y de vida.
Tal vocación consagra al profeta como portavoz de Dios encargado de
transmitir la palabra divina, que habla de salvación en la historia.
1. El Profeta
Etimología y denominaciones:La palabra profeta deriva del griego "profétes", cuyo significado etimológico es el de "hablar en
nombre de", "ser portavoz" de otro, y traduce a su vez en la literatura bíblica el término hebreo nabí´.
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El nabí sería el que habla con vehemencia y bajo el influjo de una potencia superior, para
anunciar cosas inaccesibles a los mortales.
Así el nabí se siente un poseído por el espíritu de Dios, un inspirado y esa es su característica principal.
Con el correr de los tiempos, la tradición va depurando este concepto de “nabí”, llegando a ver en estos “inspirados”, la boca misma de un Yahvé comunicador.
Tales personajes no tuvieron definidas sus funciones durante el periodo del nomadismo. Incluso en tiempos del éxodo actúan de forma esporádica, nunca como un grupo organizado. Para institucionalizar el oficio profético fueron necesarios varios siglos de depuración religiosa.
La identidad profética
Es verdad que los profetas bíblicos se refieren al futuro, pero también se refieren, mucho más frecuentemente, al presente y al pasado.
Para definir con un mínimo de objetividad a los profetas es preciso recurrir a los relatos de
vocación, ya que son el mejor medio de que disponemos para saber cómo se comprendieron a sí mismos y cómo los vieron sus discípulos y contemporáneos. Aunque no se dispone de los relatos de vocación de todos los profetas, contamos con ejemplos abundantes y suficientemente representativos (Is 6; Jr 1; Ez 1-3; Os 1-3; Am 7,10-17; Jon 1,1-3; 3, 1-4). Estos relatos coinciden en destacar cuatro rasgos principales que nos permiten reconstruir el "perfil del profeta".
Llamados y enviados por Dios
Como se explicaba al principio, no se es profeta por propia iniciativa, por determinadas cualidades o condiciones heredadas. Se es profeta por decisión y elección de Dios. Todos los relatos de vocación coinciden en señalar la iniciativa divina que culmina en la "llamada"
concreta a cada uno de los profetas. Estos, a su vez, perciben dicha "llamada", o vocación, en el marco de un encuentro especial con Dios que cambia radicalmente sus vidas, dándoles una nueva orientación. Por eso, a la llamada sigue normalmente la misión que constituye al llamado en un "enviado", es decir, alguien que no actúa ya por cuenta propia, sino por cuenta y en nombre de Dios. Es lo que expresan frases como: "¿A quién enviaré?” ¿Quién irá por
nosotros?" (Is 6,8); "irás a donde yo te envíe, y dirás lo que yo te ordene" (Jr 1,7); "les comunicarás mis palabras, escuchen o no" (Ez 2,7); o los frecuentes estribillos de autoridad: "así dice el Señor", "oráculo del Señor", "palabra del Señor". Todo ello apunta a una misma
dirección: el profeta es el "hombre de Dios". Por eso ha de hablar y actuar desde la fe y la
experiencia en El.
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Misión pública
La llamada y el envío convierten al profeta en un personaje público, que no puede guardar para sí la experiencia de Dios, pues la misión lo sitúa pública y abiertamente ante la comunidad: ante unos destinatarios a menudo renuentes e incluso hostiles a escuchar el mensaje que por
su boca, Dios les desea dar a conocer.
Ministerio de la palabra
El profeta es también, y sobre todo, el "hombre de la palabra". Podríamos decir que la palabra es la herramienta más característica del oficio profético. De esta manera el profeta ya no hablará por su cuenta, ni dirá sus propias palabras, sino que se convertirá en un atento "oyente de la palabra" (Is 50,4-5) y en un fiel transmisor del designio divino: "Yo pongo mis palabras en
tu boca" (Jr 1,9).
A través del profeta y su ministerio, la palabra de Dios interviene en la historia y se
encarna en ella para juzgarla, reconvertirla y salvarla.
Ezequiel se aproxima a la llegada de Dios y ha
abandonado sus textos para escuchar a los ángeles niños que le susurran la venida del Mesías y
la proximidad del Juicio Final. (Pintura Miguel Ángel).
El profeta frente a los valores admitidos:
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El encuentro dramático entre el profeta y el pueblo sucede primero en torno al terreno de la
antigua alianza: (“Tu eres mi pueblo, y yo seré tu Dios”) la ley, (el Decálogo) las instrucciones
al culto.
La ley: declara lo que debe ser en todo tiempo y para todo hombre. El profeta, para comenzar,
denuncia las faltas que surgen contra la ley. Lo que le distingue aquí de los representantes de
la ley es que no aguarda a que se le someta un caso para pronunciarse, y que lo hace sin
referirse a un poder que le ha transmitido la sociedad ni a un saber aprendido de otros. En
razón de lo que Dios le revela para el momento presente, asocia la ley con la existencia. Por
tanto, la ley es su telón de fondo, y la existencia la palabra que surge en el presente, para
confrontar pasado, presente y futuro, si es que el pueblo no está alerta.
Las tradiciones: la sociedad ha cambiado, y los profetas dan cuenta de ello. Y en su “hablar”
algunas veces esto será denuncia, otras, comprensión, otras, alerta y otras tantas desconsuelo.
El culto: los profetas condenan sacrificios vacios sin conversión. Así, el culto purificado judío,
se debe en su mayor parte, al esfuerzo reiterado de los profetas, que no se imaginaron jamás,
una religión sin culto, como tampoco una sociedad sin ley.
LA PROFECIA Y LA NUEVA ECONOMIA
Como hombre profundamente inserto en la historia de su pueblo, el profeta bíblico ve
en la alianza y en la Torah el instrumento más adecuado para vivir en paz y en
fidelidad al pacto establecido.
Son hombres que se han puesto al servicio de la “tradición” sagrada de Israel,
señalando la historia de su pueblo. Pero la experiencia de Dios, -su manifestación que
se hacía esperar-, y la responsabilidad del mensaje que anunciaban, comenzaron a
dar cuenta de que estaban llamados a superar naturalmente la estrechez temporal
para hacerse patrimonio común de la historia de la humanidad en un futuro que
hiciera evidente lo que ellos no habían hecho más que prometer y representar
simbólicamente.
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Como profetas que son, expresan esta situación en términos de momentos históricos.
Por eso su mensaje comporta,- junto con exhortaciones-, el enunciado de una
sentencia, con o sin fecha, pero nunca indeterminada.
Mas allá de las advertencias, los profetas, desde el tiempo de Amós, saben que Dios es
ante todo salvador. Son los únicos que pueden afirmar que después del “castigo”
triunfará Dios perdonando sin estar obligado a ello, (Ez. 16,61); sólo por su gloria lo
puede hacer (Is. 48,11).
PUERTA DE ENTRADA AL NUEVO TESTAMENTO:
LOS HERALDOS DE DE LA NUEVA ALIANZA:
. Desde los tiempos del exilio lo dicen los profetas cuando hicieron promesas para el
futuro: “se acerca la hora de la misericordia de Dios para con el pueblo”
Habrá una nueva alianza, (Jer. 31, 31-34).
esta es la nueva perspectiva donde no se suprime la Ley, sino que cambia de
puesto: “la ley debe vivir dentro del corazón del hombre”.
Es ésta una gran novedad: la experiencia profética se extiende a todos para
renovarlo todo. Por su género de vida como por su doctrina son los profetas
veterotestamentarios los jefes de fila de los que Pascal llamó los “cristiano de la
antigua ley”.
LA PROFECIA Y LA NUEVA ECONOMIA DE SALAVACION EN EL NUEVO
TESTAMENTO
Ha corrido el tiempo, y los profetas de antaño han desaparecido y el uso de la
profecía sólo se adquiere en virtud de la dignidad sacerdotal (Jn. 11,5); por lo demás,
sólo la esperanza apocalíptica consigue mantener vivo el sentido de espera por el
retorno de “uno semejante” a Moisés (Dt. 18, 15-18).
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La figura de Jesús aparece entonces, por así decirlo circundado con una red de
profetismo. Aparecen allí, las figuras de Zacarías, Simeón, la profetisa Ana y por encima
de todos, esta Juan el Bautista.
La persona del Bautista recuerda en términos muy concretos la de los profetas
veterotestamentarios. La vida ascética que llevaba, el recuerdo del desierto, la
apelación a los temas fundantes de la ley y de la alianza, la predicación a la
conversión y la praxis bautismal, todos estos elementos, orientan a ver en él una de las
grandes figuras del profetismo clásico. Por tanto su presencia alimentó de alguna
manera el sentimiento profético de una esperanza entre el pueblo.
No podemos prescindir de él, ya que los textos neotestamentarios lo presentan como a
uno que pertenece a la historia del maestro de Galilea, y su predicación como un
“prepararle el camino a Jesús” (Mt. 3,1-3).
Nacimiento de Juan el Basutista El Tintoretto, (Jacopo Robusti) 1518-1594l
JESUS: “EL PROFETA”
Aunque el comportamiento de Jesús es claramente distinto del de Juan el Bautista, se
reconocen en él, muchos rasgos proféticos; revela el contenido de los “signos de los
tiempos” (Mt. 16,2) y anuncia su fin (Mt. 24-25).
Su actitud frente a los valores recibidos reasume la crítica de los profetas: severidad
para con los que tienen la llave, pero no dejan entrar, (Lc. 11,52); ira contra la
hipocresía religiosa (Mt. 15, 7), por citar algunos.
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Finalmente, un rasgo que lo enlaza particularmente con los profetas de otro tiempo: ve
denegado su mensaje, (Mt. 13,33), y rechazado por esa Jerusalén que había matado
a los profetas, (Mt. 23, 37).
Es profeta de sí mismo, puesto que sabiéndose hijo, acepta realizar el designio del
Padre, formulado en las Escrituras.
Es una autentica singularidad esa autoridad que recibe del Padre: una cercanía
inusual, lo cual lo sitúa por encima de toda la serie de los profetas (Heb. 1,1).
Los profetas decían: “Oráculo de Yahvé”; mientras que Jesús dice: “”en verdad, en
verdad os digo”
El bautismo de Cristo (1597), cuadro de El Greco
LA PROFECIA DE JESUS EN LA IGLESIA PRIMITIVA
EN LOS EVANGELIOS:
Respecto de Jesús, podemos observar que los evangelios lo presentan a veces en una
doble figura profética: en algunos casos hablando de Él, como uno de tantos en la
tradición judía normal; mientras que en otros casos, por el contrario se le define como
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él profeta (Jn. 7,40), refiriéndose lógicamente al cumplimiento de un pasaje del texto
del Antiguo Testamento.
PARA PABLO:
“Las profecías desaparecerán un día” , explica Pablo en la Carta a los Corintios. Pero
esto será al fin de los tiempos. La venida de Cristo acá abajo, muy lejos de eliminar el
carisma profético, provocó su extensión.
El material presente en el corpus paulino podría por si solo dar base a una teología de
profetismo neotestamentario, absolutamente clarificadora sobre el papel de los
profetas en la comunidad primitiva.
Así Pablo dará el siguiente orden: en primer lugar están los apóstoles, luego los profetas
y luego los maestros/evangelistas, (1Cor. 12,28-30).
PARA PEDRO:
Exhorta el día de Pentecostés: “el espíritu de Jesús se ha derramado sobre toda
carne”. Visión y profecía son cosas comunes en el nuevo pueblo de Dios.
ALCANCES Y DIFERENCIAS DEL PROFETISMO
NEOTESTAMENTARIO.
Ha sido vital, el mensaje que los profetas han tenido en la comunidad primitiva. Su
palabra, siempre fue benéfica para la comunidad.
Así, el profeta del Nuevo Testamento desempeña una función primordial que hemos
de sintetizarla en tres ápices:
I. Trasmite la palabra y los gestos de Jesús. Se diferencia del profeta del Antiguo
Testamento, porque no relee primariamente las Escrituras antiguas, sino que
transmite y comunica más bien la palabra del maestro. No habla ya, en nombre
de Yahvé ni anuncia un oráculo suyo, sino que recoge las palabras de Jesús y
habla en su nombre. Los apóstoles y los profetas, al final, no hacen más que
explicitar lo único necesario de la iglesia: la palabra y la acción de Jesucristo,
“apóstol” del Padre y su “profecía” definitiva en la historia.
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II. El profeta neotestamentario es un garante de la ortodoxia de la comunidad. En
efecto, es reconocido como hombre fiel a la palabra, haciéndola actual bajo la
acción del Espíritu; por tanto, está capacitado para reconocer como verdadera la
palabra que el apóstol transmite.
III. El profeta, como recuerda Pablo, está llamado a “formar, animar y consolar a los
hombres” (1 Cor. 14,3). En efecto, al actualizar la palabra de Jesús, anima a vivir
concretamente en ella y consuela anunciando la vuelta gloriosa del Señor. De
esta manera, animando y consolando, forma y edifica a la comunidad que, a
través de él, se confronta con la misma palabra del Maestro.
SINTESIS
Por tanto, el profeta se puede comprender a la luz de su mismo carisma sin tener
que confundirlo con otros.
El no es apóstol. El apóstol funda la comunidad y la dirige, mientras que el profeta
es un creyente que acoge al apóstol y su mensaje.
El profeta tampoco es doctor; el doctor recibe de los apóstoles y de los profetas la
palabra del Señor; mientras que el doctor lee e interpreta la Escritura, el profeta,
como hombre de Espíritu pone toda la Escritura bajo la luz de la palabra de Cristo.
Finalmente, el profeta no es evangelista, ya que éste reflexiona con una
experiencia personal de acción inspirada y formula una teología particular; mientras
que el profeta se interesa por el bien inmediato de la comunidad y por las
circunstancias particulares que se crean en cada una de ellas.
Por tanto, es el hombre de la mirada retrospectiva, ya que orienta hacia la
actualización del presente y hacia la esfera del futuro, destacando el sentido de la
persona de Jesucristo.
Pero, lo que más impresiona de la profecía neotestamentaria es que ya ha
desaparecido por completo toda forma de miedo, de condenación y de juicio.
El profeta es más bien el que da ánimos y el que trae un mensaje de
salvación.
El acontecimiento de la resurrección, como expresión más evidente de la
victoria y de la glorificación de Cristo, ha impreso ya un sello indeleble en las
relaciones entre el cristiano y el Padre.
El profeta da confianza y seguridad de que ese acontecimiento afecta
también a cada uno de los creyentes que harán de su vida una “ofrenda
agradable a Dios”.
Así, la profecía neotestamentaria, abre el horizonte de expectación, y lo dirige
claramente hacia el acontecimiento escatológico.
Un acontecimiento donde “Dios será todo en todos, al fin de los tiempos”.
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Bibliografía:
Vocabulario de Teologia Sistemica: Leon Dufour,
Diccionario Teología Fundamental, René Latourelle y Rino Fischella,
Biblia de Jerusalén,
Biblia Latinoamericana,
Biblia del Pueblo de Dios,
Diccionario de Teología, L. Bouyer,
“Los profetas”, Antonio Salas, M. Martin Juárez.
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