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Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

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carios bravo regidor lorenzo córdova vianello . , ennque serrano gomez

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. ¿Por qué leer a Schmitt hoy?

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Lectura Contemporánea de los Clásicos

Carlos Bravo Regidor, Claudia López-Guerra Saúl López Noriega, David Peña y Rodolfo Vázquez

COORDINADORES

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¿Por qué leer a Schmitt hoy?

Carlos Bravo Regidor

Lorenzo Córdova Vianello

Enrique Serrano Gómez

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Primera edición: 2013

Diseño y realización de la cubierta Jacqueline Pérez [email protected]

Reservados todos los derechos conforme a la lry

©Distribuciones Fontamara, S. A. Av. Hidalgo No. 47-b, Colonia Del Carmen Deleg. Coyoacán, 04100, México, D. F. Tels. 5659•7117 y 5659•7978 Fax 5658•4282 www.fontamara.com.mx Email: [email protected]

ISBN 978-607-736-033-9

Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

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PRESENTACIÓN

El presente libro forma parte de la colección Lectura Contempo­ránea de los Clásicos, cuya finalidad es analizar la obra de destaca­dos pensadores de la filosofía jurídica y política, y releerla a partir de los retos de las sociedades actuales. De ahí que el propósito úl­timo de este proyecto sea despertar la curiosidad por los clásicos, discutir su obra e insertarla en el debate contemporáneo, siguien­do siempre la máxima de Ítalo Calvino: "Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir".

Esta relectura no pretende sacralizar autores ni convertir sus obras en escrituras sagradas. El objetivo, por el contrario, es ha­cer una revisión fresca y crítica del edificio teórico y conceptual de cada obra, sin olvidar el otro gran objetivo de la colección: atender los nuevos desafíos que enfrentan las democracias modernas y, en concreto, las asignaturas pendientes de la democracia mexicana.

La pregunta que planteamos es simple pero fundamental: ¿por qué leer hoy a Carl Schmitt? ¿Qué sentido tiene, en los albores del siglo XXI, acercarse a la obra de este insigne jurista? ¿Qué conclusio­nes podemos deducir de su crítica al liberalismo? ¿Debemos repen­sar nuestras convicciones institucionales y nuestros supuestos nor­mativos a la luz una concepción antagónica de la política? ¿Qué lecciones podemos rescatar de la polémica entre Schmitt y Kelsen? ¿Es acaso el imperio de la ley una mera coartada del statu quo? És­tas son algunas de las preguntas que naturalmente surgen de la lec­tura de Schmitt y que Carlos Bravo Regidor, Lorenzo Córdova Via-

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nello y Enrique Serrano Gómez articulan a lo largo de las páginas de esta compilación.

Bravo Regidor, en primer lugar, vuelve al Schmitt antiliberal: no para decidir, de una vez por todas, "si tuvo o no razón", sino, en todo caso, para intentar "entender sus razones: en su contexto, des­de luego, pero también en el nuestro". Y es que el liberalismo que Schmitt vivió, pensó, pero también padeció, sigue siendo, en más de un sentido, nuestro liberalismo. Dicho parentesco, más que obli­gamos a atender las respuestas concretas que Schmitt ofrece como alternativas al liberalismo -la soberanía, el decisionismo, el reco­nocimiento honesto del "antagonismo concreto", por ejemplo- nos compromete a "hacemos cargo de la pertinencia de sus preguntas": ¿da el liberalismo económico para una ética distinta a la de los po­deres fácticos? O bien: ¿cómo se crean y mantienen las nonnas sin una ética estatal?

Tras la caída del nacionalsocialismo Schmitt insistió en que sus ataques al liberalismo eran los embates propios del aliado: no bus­cando destruir al liberalismo como posibilidad política, sino inten­tando remediar sus fallas. Schmitt arguyó que al exponer las debi­lidades del edifico liberal nos entregaba planos para remozar los cimientos. El texto de Carlos Bravo hace bien en recordamos que si algo hubiera de cierto en las declaraciones de Schmitt, la defen­sa del sistema liberal pasa por tomarse en serio la pertinencia de su crítica. Repensar pues "las preguntas incómodas que, instalados en una suerte de zona de confort liberal, no sabemos planteamos"; así como "las respuestas autoritarias que, en los temperamentos antili­berales, inspiran las situaciones de crisis o aparente caos".

Córdova Vianello retoma al Schmitt crítico de las democracias li­berales. La construcción teórica del jurista alemán, dice, bien puede ser considerada la antítesis del proyecto democrático liberal. Son, a fin de cuentas, dos visiones contrapuestas del Estado y de la socie­dad: el "holismo" schmittiano por un lado, que "asume a la sociedad como un conglomerado de individuos unitario y homogéneo", y el pluralismo o "individualismo", por el otro, que concibe a la socie­dad como un "conglomerado de individuos que libremente (autóno­mamente) decidieron unirse entre sí ... "

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Mientras que las democracias liberales toman el pluralismo - la diversidad- como un hecho, acaso deseable, de la política interna del Estado y de la sociedad, el Estado de Schmitt presupone la ne­cesidad de una ciudadanía enteramente homogénea. Toda democra­cia -escribe Schmitt en Sobre el parlamentarismo ( 1926)- depen­de no solamente de que los iguales sean tratados como iguales, sino también de que los desiguales no sean tomados por iguales. Por lo tanto, continúa Schmitt, la democracia requiere, en primer lugar, homogeneidad y, en segundo lugar -si llega a presentarse el caso-, eliminar y erradicar la heterogeneidad. Si a esto le agregamos la concepción schmittiana fundamentalmente polémica de la política, piensa Lorenzo Córdova, forzosamente hemos de quedamos con un Estado cuya finalidad se encuentra lejos de crear espacios y con­diciones para solventar el desacuerdo político sin el derramamien­to de sangre. El Estado de Schmitt es un Estado fundamentalmente aguerrido: un Estado que identifica su meta -sagrada y última- con "la supervivencia del grupo". Es, pues, "la superposición" de al­gún nosotros "frente a otros grupos potencialmente antagónicos". Y aquí sus excesos: en una plano internacional - por no hablar de lo que esta superposición significó en el interior del Estado en la pri­mera mitad del siglo xx- acaso todos, salvo un reducido y exclu­yente "nosotros", representan un peligro existencial. El Estado se recrea como una pesadilla hobbesiana: la única manera de sentirse seguros es sabiéndose la última persona -o grupo- sobre la faz de la Tierra.

Finalmente, Serrano Gómez concentra su lectura en el filósofo legal: en el Schmitt crítico del normativismo kelseniano y del "de­cisionismo abstracto" de Hobbes. Para Schmitt, escribe Serrano, "el normativismo es incapaz de comprender la complejidad que encie­rra el ordenamiento jurídico" precisamente "porque pasa por alto que las normas presuponen una situación normal, esto es, un orden concreto". El decisionismo abstracto, en cambio, se caracteriza por su intención de "explicar la existencia y validez del derecho a tra­vés de un acto de voluntad"; esto es, en otras palabras, de demostrar la validez del derecho comprobando la existencia de una "decisión soberana". El problema, claro, escribe Schmitt, es que "la decisión so­berana no se explica jurídicamente ni desde una norma, ni des-

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de un orden concreto, ni encuadrada en un orden concreto". Según Serrano, Schmitt afirma "que todo ordenamiento jurídico implica tres elementos: [ . .. ] reglas, decisiones y un orden concreto". Para Schmitt, toda teoría del derecho tiene que habérselas con estas tres características, y agrega que "para lograr ese objetivo es menester situar la prioridad en el concepto de orden concreto".

Hasta qué punto Schmitt logró crear una teoría alternativa del derecho es -y en gran medida seguirá siendo- una pregunta abier­ta. Pero al igual que Carlos Bravo, Enrique Serrano rescata la vena combativa de Schmitt: lo leemos no por sus respuestas, sino por sus preguntas: "la actualidad de la teoría de Schmitt no reside en su pro­puesta central, sino en la crítica que realiza a las teorías políticas y jurídicas modernas".

No hay duda alguna de que Schmitt es nuestro adversario intelec­tual, escribió hace unos años Chanta! Mouffe. Pero es un adversario de un brillo intelectual admirable; un representante de lo peor del siglo XX que, no obstante, haríamos mal en desterrar. Ciertamente las inquietudes académicas de cada uno de los tres autores de esta compilación difieren entre sí: no evalúan a Schmitt de la misma ma­nera ni se acercan a su obra por la misma ruta. Pero lo cierto es tam­bién que en las siguientes páginas queda registro al menos de una intención compartida: como lo habría dicho Mouffe, pensar con y contra Schmitt.

JO

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CARLOS BRAVO REGIDOR*

Es significativo que se diga law and order, y no baste decir únicamente Jaw u order. En reali­dad, order no repite, no confirma el sentido de law. Order es lo que law, por sí sola, no con­sigue realizar. Order es law más el sacrificio, el perpetuo suplemento, el perpetuo excedente que debe ser destruido para que exista order. El mundo no puede vivir sólo de la ley, porque necesita un orden que la ley, por sí sola, es im­

potente para establece,:

ROBERTO CALASSO, La ruina de Kasch

Para el siglo XXI, la de Carl Schmitt seguramente será una obra complicada, difícil de abordar. Lo sigue siendo, todavía, hoy. Y es que tras la terrible experiencia de los totalitarismos -una de las peo­res novedades por las que el siglo xx será recordado, con justicia, en los libros de historia del futuro-, un pensador de estilo tan ra­dical y tan dado a los excesos resulta, por decir lo menos, un tanto incómodo de leer. "Quizás algún día no será necesario disculparse con anticipación por haber consultado sus escritos", escribió Julien

* Este texto se presentó originalmente con el título "Car! Schmitt: una jurisprudencia del milagro para un mundo sin Dios".

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Freund en 1995.1 Quizá. Pero más allá de lo que en su obra y en su vida amerite disculpa, lo cierto es que hay mucho en el pensamien­to de Schmitt que molesta nuestras sensibilidades contemporáneas.

Ocurre que Schmitt, como quienes saben clavar la mirada en al­gún aspecto desagradable de la existencia, tiene mucho de autor maldito. Algunas de sus ideas, es cierto, se prestan a conclusiones monstruosas o son susceptibles de ser llevadas hasta el extremo de la barbarie. La conciencia de esa posibilidad, sin embargo, no ten­dría por qué derivar en el rechazo automático. Ni la cantidad de malentendidos, legítimos o espurios, que suscita una obra ni el he­cho de que diga cosas que nos disgustan es coartada suficiente para desdeñarla.

En cualquier caso, plantear la pregunta: "¿por qué leer a Schmitt hoy?" no anticipa una intención de redimirlo. Anticipa, si acaso, la tentativa de un acercamiento, de una aproximación a su obra con el deliberado propósito de buscarle valor presente. En mi caso par­ticular, en este ensayo, dicha pregunta anticipa lo que quisiera ser una propuesta de interpretación, una lectura contemporánea de cier­to aspecto de su crítica al liberalismo que considero conserva algu­na relevancia. Que volver a Schmitt valga la pena, digamos, no para decidir si tuvo o no razón sino para tratar de entender sus razones: en su contexto, desde luego, pero también en el nuestro.

Porque ocurre que buena parte de las preocupaciones centrales de la reflexión liberal actual ( e.g., la tolerancia, los derechos, la le­galidad, los pesos y contrapesos, el gobierno representativo) acu­san una propensión respecto a la cual los problemas fundamentales del pensamiento político (e.g., el poder, la autoridad, la coerción, la obediencia) parecen ajenos, como de otra época. Es como si pensar políticamente fuera un ejercicio con el que el liberalismo no sabe habérselas del todo.2

I Julien Freund, "Schmitt's Política! Thought", Te/os, núm. 102, invierno 1995, p. 42. 2 Véase Isaiah Berlin, "¿Existe aún la teoría política?", en Conceptos y categorías. Ensa­

yos filosóficos, México, FCE, 1983, pp. 237-280; Brian Barry, 'The Strange Death of Politi­cal Philosophy", en Democracy and Power. Essays in Politica! Theory, Oxford, Clarendon, 1991 , pp. 11 -23; y Robert Dahl, "Political Theory. Truth and Consequences". World Politics, vol. 1 1, núm. 1, 1958, pp. 89-102.

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Desde cierto punto de vista, semejante fenómeno no deja de ser un triunfo. Que el liberalismo como fórmula para la convivencia puede imaginarse sin necesidad de reparar en sus mecanismos in­ternos, como si se bastara a sí mismo para fundarse y mantenerse, representa un éxito del propio proceso civilizatorio a través del cual mucho del pensamiento liberal ha devenido casi en sentido común. Indica que es tal su grado de interiorización que las explicaciones sobre sus orígenes y su conservación le resultan prescindibles; que le cuesta trabajo siquiera suponer que las cosas son, fueron alguna vez o pueden llegar a ser, distintas. En otras palabras, a veces da la impresión de que el liberalismo se siente tan seguro que hasta puede olvidar su largo y accidentado curso, esto es, su carácter histórico, para pretenderse algo que de tan normal es obvio, natural.

Pero ese triunfo tampoco deja de ser, potencialmente, peligroso. Porque un liberalismo que de tan naturalizado desconoce, por desa­gradables y contrarios a su imagen de sí mismo, los resortes que lo instauran y lo sostienen, corre el peligro de désfondarse, presa de su hipotética autosuficiencia, y minar esas bases sobre las que descan­sa. Su inconsciencia histórica puede llevarlo, entonces, a derrum­barse en la ignorancia de aquello que lo constituye pero que no sabe o no quiere ver.

Habituadas a vivir en relativa tranquilidad hasta hace muy poco, las metrópolis intelectuales de Occidente dejaron de plantearse el orden como un problema político. Mas ello no significa que éste haya dejado de ser, de hecho, una cuestión harto problemática; sig­nifica que aprender a no pensarlo como tal ha sido parte del itinera­rio liberal que poco a poco logró subsumir el problema del orden en el de la ley. Pero el problema del orden subsiste; es el pensamiento liberal el que ha dejado de dar cuenta de su existencia. Ponerlo así resulta, quizá, un poco exagerado; valga la exageración, de todos modos, para ubicar ese universo de arbitrariedades, artilugios, fic­ciones, fuerzas y tensiones que damos por hecho, en los cuales nos hemos acostumbrado, muy liberalmente, a no pensar. Como ha es­crito Femando Escalante:

La política que conocemos es por fuerza pluralista y tolerante. Y es la úni­ca apropiada para una sociedad compleja y secular, que no puede regirse por

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una lógica uniforme ni reconoce una naturaleza sagrada del mando. [Pero) no es, en ningún sentido, un orden natural como podrían serlo las formas co­munitarias o incluso la idea del imperio universal[ ... ] Nuestra política de­pende de arreglos artificiales dentro del magno artificio del Estado, y por eso todo en ella es provisional y contingente.3

Quizá leer a Schmitt hoy tenga sentido para recuperar una par­te de su crítica al liberalismo por suscribir la ilusión, justamente, de que el orden se agota en la ley. Lo cual no implica que haya que compartir las respuestas que dio Schmitt, sino, más bien, que pode­mos hacemos cargo de la pertinencia de sus preguntas.

* * *

La República de Weimar (1919-1933) fue el gran laboratorio en el que cobró forma el pensamiento de Car! Schmitt. Y un labora­torio que se caracterizó, según la versión que se desprende de su propia obra, por evidenciar la precariedad de los principios y las instituciones liberales. Primero, por la falta de arraigo que caracteri­zó a ese llamado "régimen de la derrota" desde sus orígenes, es de­cir, por la exigua lealtad o incluso la abierta hostilidad que amplios grupos sociales mostraron hacia una República que era vista, no sin cierta razón, como símbolo de la dureza con la que el Tratado de Versalles castigó a los alemanes: imponiéndoles una rendición ab­soluta y sin condiciones, despojándolos de territorios, obligándolos a resarcir los costos que la guerra había representado para sus ene­migos, etcétera. Una falta de arraigo, por cierto, previsible desde un principio, tal y como demostraron las proféticas observaciones de Keynes sobre lo contraproducente que sería la draconiana política de reparaciones impuesta a Alemania tras el desenlace de la Primera Guerra Mundial.4

3 Femando Escalante Gonzalbo, "Oficio de políticos. Variaciones sobre un tema de Mon­tesquieu", en Femando Serrano (coord.), Homenaje a Rafael Segovia, México, El Colegio de México/FCE/Conacyt, l 998, pp. 499-500.

4 Véase John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz, Barcelona, Crítica, l 987 (191 9].

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Segundo, por el efecto desestabilizador que sobre el orden de Weimar tuvo la crisis de 1929. Porque el impacto de la Gran De­presión sobre la economía alemana afectó profundamente el sis­tema bancario, lo cual produjo a su vez una fuerte reducción de la producción industrial y, de inmediato, un alarmante aumento del desempleo. Agravantes todas que habrían de convertirse en un com­bustible muy propicio para el radicalismo político. 5 No obstante, contra lo que por muchos años fue la interpretación predominante, a saber, que el resentimiento de los desempleados ayudó al ascenso electoral del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), in­vestigaciones posteriores han mostrado que la base empírica sobre la que se había establecido esa correlación entre aumento del des­empleo y crecimiento del voto nazi no es generalizable dado que no ocurrió en todas las regiones.6 Y, más aún, que en los lugares don­de si hubo esa correlación, resulta que no fueron los desempleados quienes votaron mayoritariamente por el NSDAP sino las clases me­dias -que el mecanismo causal no fue el resentimiento de los que no tenían trabajo, sino el miedo que éstos provocaban entre sectores más acomodados.7

Y tercero, por la excesiva fragmentación de su sistema de parti­dos, porque la fórmula de proporcionalidad pura consagrada en su sistema electoral facilitó la proliferación de pequeños partidos den­tro del Reichstag y en consecuencia dificultó, sobremanera, la for­mación de coaliciones duraderas. En un principio, el apoyo popular a los partidos moderados fue suficiente para mantener la República a flote. Sin embargo, una vez que el nacionalsocialismo comenzó a atraer porciones significativas del electorado, la dispersión del voto allanó su camino al poder. 8 Su ascenso no fue violento sino trágica-

5 Véase Michael Burleigh, 'The Weimar Republic and the National Socialist German Workers' Party, 1918-1933", en The Third Reich. A New History, Nueva York, Hill and Wang, 2000, pp. 27-145.

6 Véase Jürgen W. Falter, El extremismo político en Alemania, Barcelona, Gedisa, 1997. 7 Véase Sheridan Allen, The Nazi Seizure of Powe1: The Experience of a Single German

Town, 1922-1945, Danbury, Franklin Watts, 1984. 8 Véase Rainer Lepsius, "From Fragmented Party Democracy to Government by Emer­

gency Decree and Nacionalist Socialist Takeover: Gerrnany", en Juan Linz y Alfred Stepan (eds.), The Breakdown of Democratic Regimes. Europe, Baltimore, The Johns Hopkins Uni­versity Press, 1978, pp. 34-79.

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mente democrático: una muestra, para redundar en la atormentada intuición de T. S. Elliot, de que el fin de la libertad puede sobrevenir no con una bala sino con un voto.

Carl Schmitt fue un testigo privilegiado del camino que condu­jo a dicho desenlace. Nada en su obra ni en su biografia permite suponer que haya permanecido ajeno a aquello que fue apoderán­dose, conforme a la adversidad de las circunstancias, del ánimo de un número cada vez mayor de sus compatriotas. Por el contrario, su pensamiento acusa una aguda conciencia, un profundo desaso­siego ante lo que de "estado crepuscular" tuvo Weimar.9 En ese sen­tido, lo de Schmitt bien puede interpretarse como una respuesta al sombrío horizonte en el que se adentró Alemania durante esos años, como una vehemente búsqueda de certeza, de asideros o referentes, ante la ausencia de un soberano que supiera hacerse valer en medio de un "conflictivo, enfurecido y desesperado" presente. 10

Un presente plagado de inestabilidad, inseguridad e incertidum­bre: de intentos golpistas, de violencia en las calles, de atentados contra dirigentes políticos, de actos de terrorismo, de vaivenes en los gabinetes y enclenques coaliciones parlamentarias, de tensiones ideológicas y regionales, de hiperinflación, de desempleo, de huel­gas y cierres patronales, de protestas, de dependencia del crédito y la inversión extranjeras y, en fin, un largo, largo, etcétera. 11 De ahí la ra­cionalidad de la salida por la que en un principio pugnaba Schmitt, es decir, su defensa del gobierno presidencial por decreto y su po­lémica interpretación de los "poderes de emergencia" consagrados

9 La frase es de Herman Broch, citado en Héctor Orestes Aguilar, "Car! Schmitt, el teólo­go y su sombra", en su compilación Car/ Schmitt. teólogo de la política, México, FCE, 200 l, p. 16.

10 Véase Luis F. Aguilar, "El debate del Estado: Car! Schmitt", en Hugo Concha, José Luis Soberanes y Diego Valadés (eds.), La reforma del Estado. Estudios comparados, Mé­xico, UNAM, 1996, p. 571. Guardada toda proporción, ese motivo histórico o, mejor dicho, biográfico, es quizás uno de los fundamentos menos explorados pero más prometedores de la analogía que ha querido ver en Schmitt a un Hobbes del siglo xx. Véase Gershon Weiler, From Absolutism to Totalitarianism: Car/ Schmitt on Thomas Hobbes, Wakefield, Hollow­brook, l 994; John McCormick, "Fear, Technology and the State: Car! Schmitt, Leo Strauss, and the Reviva! of Hobbes in Weimar and Nationalist Socialist Germany". Political Theory, núm. 22, 1994, pp. 622-623; y Jesús Silva-Herzog Márquez, "Car! Schmitt. Jurisprudencia para la ilegalidad". Revista de Derecho, vol. XIV, julio 2003, pp. 21-22.

11 Véase J.W. Falter, El extremismo político ... , pp. 9-48; Eberhard Kolb, The Weimar Re­public, Nueva York, Routledge, 2005

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en el artículo 48 de la Constitución de Weimar. 12 Detrás de lo cual yacía una suerte de nostalgia por la estabilidad, de avidez autorita­ria por un acto soberano que restaurara el orden y conjurara el caos.

La causa más importante de ese desorden al que parecía conde­nada la República de Weimar era, para Schmitt, el liberalismo. Pri­mero, porque sus instituciones fundamentales -la protección de los derechos individuales, la discusión parlamentaria, la división de poderes, el imperio de la ley- restringían la capacidad para tomar decisiones mediante un complejo entramado de garantías, compe­tencias, procedimientos, pesos y contrapesos, que ponían en en­tredicho la posibilidad de que hubiera una fuerza soberana que pu­diera ponerle fin a situaciones críticas como las que experimentaba Weimar. 13

Segundo, porque la concepción liberal de la sociedad como una entidad plural, dividida en función de distintas aspiraciones, intere­ses y creencias, le parecía a Schmitt imposible de representar en una autoridad pública de carácter supremos cuyas decisiones tendrían que ser, por definición, indiscutibles. El pluralismo era, para él, una fórmula que impedía la existencia de un soberano que afirmara la unidad nacional por encima de las diferencias de partido. 14

Y tercero, porque el pensamiento liberal carecía de un recurso ideológico que azuzara la sensibilidad colectiva: el individuo no po­día competir con la capacidad de movilización que le daba la na­ción al fascismo y el proletariado al comunismo. Para Schmitt, todo

12 Véase Marc de Wilde, "The State of Emergency in the Weimar Republic : Legal Disputes Over Article 48 of the Weimar Constitution". The Legal History Review, vol. 78, núms. 1-2, 2010, pp. 135-158; y John E. Finn, Constitutions in Crisis: Political Violence and the Rule o/ Law, Nueva York, Oxford University Press, 1991, pp. 135-178.

13 Véase Carl Schmitt, Sobre el parlamentarismo, Madrid, Tecnos, 1990 [1923]; C. Schmitt, La defensa de la Constitución: estudios acerca de las diversas especies y posibi­lidades de salvaguarda de la Constitución, Madrid, Tecnos, 1983 [ 1931 ], pp. 125-161; y C. Schmitt, "Estado burgués de derecho y forma política" y "El sistema parlamentario de la Constitución de Weimar", ambos en Teoría de la Constitución, Madrid,Alianza, 2001 [1927], pp. 201-218 y 326-335, respectivamente.

14 Véase C. Schmitt, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 1998 [1932], pp. 67-74; C. Schmitt, "The Ethic ofState and Pluralistic State", en Chantal Mouffe (ed.), The Chal/enge o/ Car/ Schmitt, Londres, Verso, 1999 [1931], pp. 196-199; y Ernst-Wolfgang Bockenfor­de, "The Concept of the Political. A Key to Understanding Carl Schmitt's Constitutional Theory", en David Dyzenhaus (ed.), Law as Politics. Car/ Schmitt s Critique aj Liberalism, Durham, Duke University Press, 1998, pp. 49-50.

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vocabulario político poseía un sentido polémico, se formulaba para darle vida a un "antagonismo concreto". De modo que en la lucha por el poder el lenguaje era otra "arma de confrontación". Su uti­lidad pública no estaba en servir como vehículo para la comunica­ción, la deliberación o la resolución pacífica, sino en darle forma e inteligibilidad al conflicto. Al liberalismo le faltaban, pues, ins­trumentos retóricos para convocar al entusiasmo, no tenía mitos que despertaran la fe de las multitudes. Padecía, en otras palabras, lo que Frarn;:ois Furet llamó un "déficit político constitutivo": 15 no ofrecía un sentido de pertenencia social que permitiera contrarres­tar el que ofrecían la nostalgia de la tribu o la utopía de la emanci­pación universal. Al no incitar a la lucha contra una unidad política contraria, al ser ajeno a la distinción amigo-enemigo, el liberalismo difícilmente suscitaba cohesión en tomo a ninguna soberanía.16

Para un conservador católico como Schmitt, que desde joven se vio obligado a buscar un acomodo entre su formación religiosa y su identidad nacional, lo primordial era la preservación de la unidad política representada en el Estado alemán. 17 Las disputas partidis­tas, el extremismo ideológico, las protestas populares, el desastre económico, evidenciaban, según Schmitt, la imperiosa necesidad de contar con un poder fuerte, definitivo, que pusiera fin a la fragmen-

15 Fran~ois Furet, "La relación dialéctica fascismo-comunismo", en Fran9ois Furet y Ernst Nolte, Fascismo y comunismo, México, FCE, 1999, p. 61.

16 Véase C. Schmitt, El concepto de lo político, p. 61, nota 8 y passim; C. Schmitt, "La teoría política del mito" [1923], " El ser y el devenir del Estado fascista" (1929], y "El giro hacia el Estado totalitario" [ 1931] en H. Orestes ( comp.), Car/ Smichtt, teólogo ... , pp. 65-74, 75-81 y 82-94 respectivamente; y Cario Galli, "Carl Schmitt's Antiliberalism: its Theoretical and Historical Sources and its Philosophical and Political Meaning". Cardozo Law Review, vol. 2 1, núms. 5-6, mayo 2000, p. 1604.

17 Sobre la tensión entre su catolicismo y su nacionalismo, véase Joseph W. Bendersky, "Catholic Heritage, Education and the State", en Car/ Schmitt. Theorist far the Reich, Princ­eton, Princeton University Press, 1983, pp. 3-39. En principio, el concepto de "unidad políti­ca" en Schmitt parece abrevar de esa noción católica tradicional que se representa a la socie­dad como comunidad, como un cuerpo orgánico antes que como un agregado de individuos, que cobró un renovado impulso a fines del siglo XIX con la encíclica Rerum Novarum de León XIII . Véase C. Schmitt, "Interpretación europea de Donoso Cortés", en H. Orestes (comp.), Car/ Smichtt, teólogo .. . , pp. 227-243 ; C. Schmitt, Sobre los tres modos de pensar la cienciajuridical, Madrid, Tecnos, 1996 [1934]; y C. Schmitt, Catolicismo y forma política , Madrid, Tecnos, 2000 [ 1923-1925].

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tación y a las disputas, que afirmara la cohesión antes que la plurali­dad, que impusiera la disciplina por encima de la diversidad.

Por eso la reacción de Schmitt ante el ascenso de los nazis al po­der fue tan ambigua: por un lado, de aprehensión, ya que los con­sideraba un grupo de vándalos extremistas y fanáticos, pero por el otro lado, de esperanza, pues estaba seguro o, mejor dicho, quería estarlo, de que su gobierno acabaría con la prolongada inestabili­dad que tanto lo mortificaba. Es cierto, como ha escrito Volker Neu­mann, que la volte face de Schmitt no puede explicarse como un acto de supervivencia, ya que él nunca estuvo realmente en peligro. Fue, más bien, un gesto de oportunismo, fruto de que Schmitt reco­noció una coyuntura favorable para ascender profesionalmente en el hecho de que al nuevo gobierno le harían mucha falta especialis­tas en derecho público. Y fue, también, un momento en el que los múltiples componentes autoritarios que anidaban en su pensamien­to encontraron una coyuntura en torno a la cual cristalizar. 18

El día que Hitler fue nombrado primer ministro Schmitt escribió en su diario que se sentía preocupado, pero también aliviado: "al menos una decisión". 19 Luego parece que Schmitt racionalizó que "afiliándose al partido podría influir para que el rumbo del sistema nacional-socialista fuera [ ... ] superior al de la bancarrota moral de Weimar".2º Mas tratando de influir, Schmitt se prestó a distorsionar muchas de sus ideas para hacerlas atractivas a sus interlocutores nazis, hasta el punto de suscribir tesis que antes de su afiliación al NSDAP hubiera rechazado. A fin de cuentas, la influencia que espe­raba ejercer terminó operando en la dirección inversa. Sus ideas no influyeron en la marcha del gobierno nazi, fue el nazismo el que ter­minó influyendo en su obra.

Tres años más tarde, en 1936, luego de algunas turbias disputas dentro del partido, otros juristas vinculados al nazismo (Le., Otto Koellreutter, Karl August Eckhardt, Reinhard Hohn) iniciaron una

18 Véase J. Bendersky, "Catholic Heritage, Education ... ", en op. cit. , pp. 43-103; Volker Neumann, "Car! Schmitt", en Arthur J. Jacobson y Bernhard Schlink (eds.), Weimar. A Juris­prudence o/Crisis, Berkeley, University ofCalifomia Press, 2000, pp. 280-290.

19 Citado en J. Bendersky, "Catholic Heritage, Education ... ", en op. cit., pp. 187-188. 20 George Schwab, An lnrroduction to rhe Política/ Ideas oJCarl Schmill Between 192!

and 1936, Berlín, Duncker & Humboldt, 1970, p. 105.

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campaña contra Schmitt por las inconsistencias que acusaba respec­to a sus escritos previos. Sus detractores lo exhibieron señalando que en los años anteriores al ascenso del Tercer Reich Schmitt había manifestado una clara animadversión contra el nazismo, que nunca antes había hecho público su sospechosamente reciente antisemitis­mo -previo al cual incluso había tenido varios amigos judíos- y que su teoría del Estado era irreconciliable con la ideología nacionalso­cialista en la medida que postulaba la supremacía del Estado sobre cualquier partido o movimiento. Asimismo, Schmitt fue impugnado por quienes desde el exilio (i.e., Waldemar Gurian, Otto Knab) se­ñalaron indignados su doblez, ataques de los que se sirvieron sus ri­vales dentro del partido para documentar sus imputaciones y lograr, finalmente, que Schmitt fuera excluido de sus filas. 21

Reducido a la marginalidad, Schmitt se dedicó a dar clases y es­cribir sobre temas de derecho intemacional.22 Terminada la Segun­da Guerra Mundial, fue interrogado por los soldados que en 1945 lo arrestaron tras la ocupación soviética de Berlín. Schmitt quiso ex­plicar su relación con el nacionalsocialismo a partir de un experi­mento científico realizado por Max Josef von Pettenkofer, quien a principios del siglo xx postuló que la presencia de un virus es con­dición necesaria mas no suficiente para contraer una infección: lo determinante es, más bien, si hay o no condiciones ambiente pro­picias para que el virus se desarrolle. Para probarlo, Pettenkofer in­girió públicamente un vaso de agua contaminada con cólera, tras Jo cual permaneció sano. "Yo hice lo mismo", advirtió Schmitt, "bebí del virus del nazismo pero éste no me infectó".23 Tras comparecer en los juicios de Núremberg, fue absuelto por carecer de responsa­bilidades políticas o legales en el Holocausto judío, mas él se de­claró moralmente responsable del material que produjo en su época

21 Véase J. Bendersky, "The Nazi Experience, 1933-1937: Collaboration, Repudiation and Reckoning", en Car/ Schmitt. Theorisl .. . , pp. 195-273; y G. Schwab, "Schmitt and Na­tional Socialism: 1933-1936", en An lntroduction to the ... , pp. 101-143.

22 Salvo por un extraño ajuste de cuentas que escribió en 1938 para saldar sus deudas y marcar sus distancias con el pensamiento hobbesiano: C. Schmitt, El Leviatán en la doctrina del Estado de Thomas Hobbes. Sentido y fracaso de un símbolo político, México, UAM, 1997 [1938].

23 Citado en J. Bendersky, "The Nazi Experience, 1933- 1937 ... ", en op. cit., p. 264.

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de militante nacionalsocialísta.24 Aún así, la analogía con el experi­mento de Von Pettenkofer es insostenible. Porque si bien en su obra previa a 1933 no había rastro de antisemitismo ni de simpatía por el nacionalsocialismo, luego de que Schmitt se afilió al NSDAP el "virus" encontró en su pensamiento condiciones ambiente muy pro­picias para desarrollarse.

Obligado a escoger entre su aversión o su intranquilidad, a Schmitt le pudo menos su desprecio por los nazis que su miedo a la inesta­bilidad. La fuerza de su inteligencia poco le valió frente a la debi­lidad de su conciencia: a la hora de la verdad titubeó, pretendien­do subordinar la primera a la segunda. Unos lo rechazaron, al poco tiempo, por no haberlo hecho antes. Los demás lo abominaron, el resto de sus días, por haberlo hecho. Condenado por partida doble, no le quedó más que recluirse en la resignación de quien sobrevive a su propia ignominia. Su aventura, en suma, no fue la de un teme­rario científico que puso en peligro su vida para probar que tenía ra­zón. Fue la de un intelectual fatigado que sucumbió, queriendo sa­ciar su intolerancia a la incertidumbre, junto con el propio motivo de su desesperación: Weimar.25

* * *

Aunque expuesto al mismo desencantamiento del mundo que hizo de Max Weber, una especie de liberal estoico, Carl Schmitt emprendió un camino distinto frente a " lo que tan duro resulta para el hombre moderno, [ ... ] el hecho fundamental de que nos ha to­cado vivir en un tiempo que carece de profetas y está de espaldas a Dios".26 Mientras que Weber supo asumir, con un hondo sentido

24 Véase, por ejemplo, C. Schmitt, Sobre los tres modos ... , pp. 64-77; C. Schmitt, "El Führer defiende el derecho" [ l 934) y "Las nuevas tareas de la historia constitucional" [ 1936], ambos en H. Orestes (comp.), Car/ Schmitt, teólogo ... , pp. 114-118 y 135-140 respectiva­mente.

25 Tomo prestada la expresión "intelectual fatigado" de Emile M. Ciaran, "Sobre una civi­lización exhausta", en la tentación de existir, Madrid, 2002, pp. 36-38. Sobre la intolerancia a la incertidumbre como problema filosófico, véase Clément Rosset, El principio de cruel­dad, Valencia, Pre-textos, 1994, p. 50.

26 Max Weber, "La ciencia como vocación", El político y el científico, Madrid, Alian­za, l 986 [ 19 l 9], pp. 218, 225-226. La expresión "desencantamiento del mundo" proviene,

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trágico, el pluralismo de valores (i.e., "la imposibilidad de unificar los distintos puntos de vista que, en último término, pueden tenerse sobre la vida y, en consecuencia, la imposibilidad de resolver la lu­cha entre ellos y la necesidad de optar por uno u otro"),27 Schmitt se abocó a buscar ansiosamente una solución contra esa "eterna con­tienda [ .. . ] que sostienen entre sí los dioses de los distintos sistemas y valores".28 Su proyecto intelectual no fue una ciencia social para la Modernidad como la que propuso Weber, un vocabulario auto­crítico para un mundo en el que "todo lo sólido se desvanece en el aire",29 sino una jurisprudencia que hiciera las veces de una teolo­gía: que restaurara la majestad de la soberanía, según la imaginaba Schmitt, en un mundo que había dejado de creer en ella .. . pero no de necesitarla. 30

Tal y como Jo escribió en 1933:

Todos los conceptos significativos de la moderna teoría del Estado son con­ceptos teológicos secularizados. Y lo son no sólo debido a su evolución his­tórica, por haberse transferido de la teología a la teoría del Estado -al con­vertirse Dios todopoderoso, por ejemplo, en el legislador omnipotente-,

originalmente, de Max Weber, Ensayos sobre sociología de la religión, tomo l, Madrid, Tau­rus, 1987, p. 459. Y la de "liberal estoico" de John Gray, citado en Jean Bethke Elshtain, "Political Theory and Moral Responsability", en Richard Wightman Fox y Robert B. West­brook (eds.), In Face of the Facts. Moral lnquiry in American Scholarship, Cambridge, Cam­bridge University Press, 1998, p. 49. Aunque Gray la emplea para referirse a Isaiah Berlín, y Elshtain a Vaclav Havel, la expresión también resulta elocuente para caracterizar a Max We­ber. Véase John Torrance, "Max Weber: Methods and the Man", en Peter Hamilton (ed.), Max Weber. Critica/ Assesments, Nueva York, Routledge, 1991, pp. 155-189; y Steven Seidman, "Modernity, Meaning and Cultural Pessimism in Max Weber", Sociology of Religion, núm. 44, vol. 4, 1983, pp. 267-278.

27 M. Weber, "La ciencia como vocación", en op. cit., pp. 223-224. 28 ]bid., pp. 216-217. Para ahondar en el contraste entre Weber y Schmitt, véase Francisco

Gil Vi llegas, "Democracia y dictadura en la teoría del realismo político de Max Weber y Car! Schmitt", Foro Internacional, núm. 117, vol. XXX, julio-septiembre 1989, pp. 129-152.

29 Véase Marshall Berrnan, Ali That Is So/id Melts lnto Aire. The Experience of Moder­nity, Nueva York, Verso, 2010; y Álvaro Morcillo Laiz, Un vocabulario para la Modernidad. Economía y sociedad de Max Weber (1944) y la sociología en español, DTEI-224, México, CIDE,201 l.

30 Véase Anthony Kronman, Max Weber, Stanford, Stanford University Press, 1983; y Gopal Balakrishnan, The Enemy: An Jntel/ectual Portrait ofCarl Schmitt, Nueva York, Ver­so, 2002.

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sino también respecto a su estructura sistemática, cuyo conocimiento es pre­ciso para el análisis sociológico de dichos conceptos.31

En ese sentido, si por un lado "en la jurisprudencia el concep­to de excepción tiene un significado análogo al del milagro en la teología",32 y por el otro, el "soberano es quien decide el estado de excepción",33 es evidente que en Schrnitt el soberano no era otra cosa que el equivalente secularizado de un dios creador, de un ente supremo que en un acto absoluto de voluntad decide fundar o refun­dar los tiempos, sus tiempos.34

El interés de Schmitt por el caso excepcional se basaba, pues, en la ventaja epistemológica que éste ofrecía para conocer aquello que determina la posibilidad de que exista y adquiera vigencia una norma. Su argumento no era sólo que ninguna norma es aplicable al caos; era, además, que en la excepción se manifiesta la voluntad soberana a la que se debe, y de la que en último ténnino depende, cualquier orden jurídico: "el caso de excepción revela la esencia de la autoridad estatal de la manera más clara. En él, la decisión se se­para de la norma jurídica y la autoridad demuestra (para formular­lo en términos paradójicos) que no necesita tener derecho para crear derecho".35

Pero el liberalismo no sabía habérselas con ese problema, es de­cir, con la revelación de que en el origen y el trasfondo de una lega­lidad siempre hay una soberanía.

31 Car! Schmitt, "Teología política" (1933], en H. Orestes (comp.), Car/ Schmitt, teólo-go ... , p. 43. Véase también C. Schmitt, El concepto de lo político, p. 72.

32 /bid, p. 26. 33 C. Schmitt, "Teología política", en op. cit., p. 23. 34 Tomo la analogía del soberano como "dios creador" en Schmitt de Gabriel Negretto,

"El concepto de decisionismo en Car! Schmitt. El poder negative de la excepción". Sociedad, núm. 4, mayo de 1994, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, pp. 69-70.

35 C. Schmitt, "Teología política", en op. cit., p. 28. Véase también C. Schmitt, La dicta­dura. Desde los comienzos del pensamiento modern de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, Madrid, Alianza, 1999 [l 921], pp. 57-74; C. Schmitt, Sobre los tres modos .. . , pp. 26-27; C. Schmitt, Teoría de la Constitución, pp. 93-107; y Oren Gross, "The Normless and the Exceptionless Exception: Carl Schmitt's Theory of Emergency Powers and the Norm­Exception Dichotomy". Cardozo Law Review, vol. XXI, núms. 5-6, mayo de 2000, pp. 1825-1868.

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Para la concepción del Estado de derecho, la ley es, en esencia, norma, y una norma[ ... ]. Ley, en el político de ley, es voluntad y mandato concretos, y un acto de soberanía. Ley en un Estado de principio monárquico es, por eso, la voluntad del rey; ley, en una democracia, es la voluntad del pueblo[ ... ] El esfuerzo de un consecuente y cerrado Estado de derecho va en el sentido de desplazar el concepto político de ley para colocar una "soberanía de la ley" en el lugar de una soberanía existente concreta, es decir, y en realidad, dejar sin respuesta la cuestión de la soberanía, y por determinar la voluntad políti­ca que hace de la norma un mandato positivo vigente.36

El pensamiento liberal hacía, en otras palabras, como si la norma se creara y se mantuviera sola. Carecía de respuesta porque ni si­quiera sabía hacerse la pregunta al respecto. Y semejante carencia, advertía Schmitt, era un reflejo de la "liquidación teológica de toda teología" propia de un liberalismo que, según la noción schmittia­na de que "la imagen metafísica que detenninada época tiene del mundo posee la misma estructura que la fonna que le resulta más evidente para su organización política", era el equivalente funcional en la jurisprudencia de la secularización en la teología. 37

La metafísica de la secularización, ese desarrollo histórico en el que la razón suple a Dios (o, mejor dicho, la idea de la razón su­ple a la idea de Dios) y se apropia de su lugar como eje ordenador del mundo, hace que la ciencia pase a ocupar el lugar que antes co­rrespondía a la religión. Y en ese tránsito histórico ocurre una pér­dida irreparable de sentido: lo que antes era visto como obra de la acción celestial se convierte en materia del conocimiento empírico; lo que en el pasado eran misterios venerables se vuelven profanos objetos de investigación para la ciencia. "Se abandona la pregun­ta: ¿quién es el creador del trueno y el relámpago? Y se plantea otra, ¿cuál es la causa del trueno y el relámpago? ¡Sugerente ejemplo de transfonnación!"38 El mundo pierde su conexión con lo divino, deja de ser un producto de la voluntad de Dios (deja de ser visto como si lo fuera) y comienza a ser conocido y explicado (a ser visto como

36 C. Schmitt, Teoría de la Constilllción, p. 155. 37 C. Schmitt, "Teología política !l. La leyenda de la liquidación de toda teología política"

(1969], en H. Orestes (comp.), Car/ Schrnitt, teólogo ... , p. 397; y C. Schmitt, "Teología políti­ca ... ", en op . cit., pp. 45-48. Véase también Harold Laski, El liberalismo europeo, México, FCE, 1992.

JR Norbert Elias, Sobre el tiempo, México, FCE, 2000, p. 40.

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si operara) conforme a una lógica indeliberada, automática, imper­sonal.39 Que el orden y el sentido del mundo se originen en un acto de voluntad no tiene cabida dentro de la estructura de un pensa­miento secularizado que recurre entonces a la idea de "la naturale­za" para anclar sus nuevas certezas.

En ese tránsito, sin embargo, hay un autoengaño, toda vez que en lo natural se reproducen inadvertidos muchos de los atributos carac­terísticos de lo divino. En la idea de naturaleza hay, implícita, una divinidad sin rostro, vergonzante, que no quiere reconocerse como tal pero que aún así no deja de serlo.

La desaparición de Dios en una filosofia naturalista supone [ ... ] un éxito más que un fracaso de la religión, de la que constituye una especie de resul­tado que se podría denominar "natural". El paso del "hecho por Dios" al "se hace por sí solo" no es, en efecto, sino una anécdota, un accidente de creci­miento, bastante análogo al paso del estado teológico al estado metafísico en la teoría de Augusto Comte: adolescencia de la idea religiosa, cuyos funda­mentos naturalistas son considerados lo suficientemente sólidos como para poder abstenerse en lo sucesivo de la referencia al padre (lo que significa que la ideología religiosa es bastante fuerte como para volar con sus propias alas: no necesita ni siquiera de Dios). [ ... ]Desde el momento en que lo que existe debe su existencia a algo distinto que a sí mismo, nos enfrentamos con una visión teológica, y en verdad importa bastante poco que este princi­pio, que precede y posibilita la existencia, se llame Dios o naturaleza.40

El concepto de naturaleza sirve, dicho de otro modo, como su­cedáneo de Dios. Sigue ofreciendo la seguridad de una instancia sólida que existe por su propia cuenta, hecha sin intervención del hombre. Y es, además, un concepto que se despoja de esa temible medida de humanidad que conserva la idea de una voluntad divi­na: no juzga, no castiga, no hay en ella ira ni tampoco condena. No responde al criterio subjetivo, impredecible y caprichoso, de un ser

39 Para una descripción más amplia y detallada de lo que significa la secularización, véase Emst Cassirer, "La idea de la religión", en Lafilosofia de la Ilustración, México, FCE, 1997, pp. 156-221.

4° Clément Rosset, "Naturaleza y religión", en La antinaturaleza, Madrid, Taurus, 1974, pp. 35-44.

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todopoderoso. Es, por el contrario, objetiva, predecible y regular, como una máquina. Es la divinidad pero sin Dios.41

Hay en esto un rasgo, un aspecto cuya trascendencia es funda­mental para entender el planteamiento de Schmitt. Se trata de la ne­gación del milagro entendido como la intervención directa de la Providencia sobre el transcurso ordinario de los acontecimientos. Las leyes de la naturaleza, al no deberse a ninguna entidad superior, al ser autosuficientes, son inflexibles. No admiten, no pueden admi­tir, ninguna excepción. Rigen con absoluta regularidad, universal­mente, sin reservas ni particularismos.42 Tal y como dice Schmitt que hace el pensamiento liberal al postular el "Estado de derecho".

La idea del moderno Estado de derecho se impone con un deísmo, una teo­logía y una metafisica que proscriben el milagro, rechazando la violación de las leyes naturales implícita en este concepto, misma que por su injeren­cia directa se establece como excepción, al igual que la intervención direc­ta del soberano en el orden jurídico vigente. [ . .. ) La Ilustración impugnó el caso excepcional en cualquiera de sus manifestaciones. [ ... ] La validez general de un precepto jurídico se identifica con la legalidad natural válida sin excepciones. El soberano, quien en el concepto deísta del mundo se ha­bía mantenido como operador de la gran máquina, si bien ubicado fuera del mundo, es suprimido de manera radical. Ahora la máquina funciona sola.43

Si el pensamiento secular intenta suprimir a Dios, el pensamien­to liberal hace lo propio con el soberano. Ambos, no obstante, lo ha­cen a medias, sin saber renunciar a lo que necesitan que sobreviva de aquello que quieren suprimir: ni a lo que de divinidad hay en la idea de la naturaleza ni a lo que de soberanía hay en la idea del im­perio de la ley.

El pensamiento liberal desearía que sólo hubiera el tiempo de la normalidad. Desearía que la fuerza soberana se sujetara constante­mente a la ley, sin reservas ni sobresaltos. Desearía tener por cier-

41 Véase Femando Escalante, La mirada de Dios. Estudio sobre la cultura del sufrimien­to, México, Paidós, 2000, pp. 116-122; Ian Barbour, "Nature as a Deterministic Mechanism", en /ssues in Science and Religion, Nueva Jersey, Prentice Hall, 1966, pp. 58-60.

42 Véase E. Cassirer, "La naturaleza y su conocimiento", en Lafilosojia de la Ilustración, pp. 84-85.

43 C. Schmitt, "Teología política", en op. cit., pp. 43-50. Véase también C. Schmitt, La dictadura. Desde ... , pp. 185-186.

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ta la vigencia irrestricta del Estado de derecho; proyectarla, omni­presente, como si no tuviera origen y se bastara por sí sola. Deseos cuyo frustrado anhelo de satisfacción engendra una ilusión, la vic­toria definitiva de la ley sobre la soberanía.44 Una ilusión que, como salvaguarda contra la tiranía de un poder que se afirma arbitraria, uni­lateralmente soberano, se basa en una percepción escindida: por un lado, reconocimiento de la necesidad de que la ley sea suprema, de que su aplicación sea general y su acatamiento obligatorio; pero por el otro, resistencia a admitir que, en última instancia, la existen­cia y la vigencia de la ley dependen de una decisión soberana. El li­beralismo quiere que la legalidad impere siempre mas insiste siem­pre en ignorar la voluntad sobre la que dicho imperio se asienta, la voluntad soberana que la hace imperar.45

Tal es la estructura fundamental de la ilusión: un arte de percibir acertada­mente, pero eludiendo las consecuencias. Así, el iluso convierte el aconteci­miento en dos acontecimientos que no coinciden, de tal manera que la cosa percibida es desplazada y no puede ser confundida con ella misma. [ ... ] Consiste, en efecto, en convertir una cosa en dos, igual que hace el ilusionis­ta, quien confia en que el mismo efecto de desplazamiento y de duplicación se dé en el espectador: mientras el ilusionista se ocupa de lo que hace, orien­ta la mirada del público hacia otra parte, hacia donde nada sucede.46

La ilusión liberal radica, en síntesis, en la negación de la sobe­ranía. En creer que basta con mirar hacia otro lado para eliminar lo que el liberalismo no quiere, no puede, no sabe ver: que "todo orden deriva de una decisión", no de una norma. 47 Hacer de lo normal lo único conduce a naturalizar el orden de la normalidad, a concebir­lo como algo espontáneo y autoevidente, a no hacerse cargo de que en el fondo se trata de un artificio, de un engañoso "mecanismo cua-

44 Véase C. Schmitt, Sobre el parlamentarismo, p. 63. 45 Véase Heiner Bielefeldt, "Car! Schmitt's Critique of Liberalism: Systematic Recons­

truction and Countercriticism", y Renato Cristi, "Car! Schmitt on Sovereignty and Consti­tuent Power", ambos en Canadian Journal of Law and Jurisprudence, vol. X, núm. 1, enero 1997, pp. 68-69 y 190, respectivamente.

46 Clément Rosset, Lo real y su doble. Ensayo sobre la illusión, Barcelona, Tusquets, 1993, pp. 17-19.

47 C. Schmitt, "Teología política", en op. cit., p. 25.

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jado en la repetición".48 Ocurre, sin embargo, que las apariencias engañan. El liberalismo insiste en que el imperio de la ley crea su propio orden y erradica el del soberano. El problema, insiste Sch­mitt, es que sin soberano no hay orden y sin orden no hay ley.

* * *

En el fondo del planteamiento de Schmitt hay un poderoso apre­mio, una profunda necesidad de buscar alivio ante la incertidum­bre de una existencia sin Dios y de una jurisprudencia sin sobera­no. "¿Cabría pensar que en el meollo emocional de su pensamiento hay un miedo atroz al escepticismo, que lo que más le importa es la tranquilidad 'emocional que producen los decretos autoritarios que se imponen desde arriba'?"49 Por supuesto. Con todo, ni la caterva de complejos ni los rencores e inseguridades que deja entrever su pen­samiento obstan para desdeñar sus escritos. Además, si Schmitt no hubiera sido un exaltado, ¿provocarían la irritación que provocan sus ideas? Quizá sucede con él lo que con quienes poseen el "genio de la provocación": que "las verdades de las que se hizo apóstol son todavía válidas por la deformación apasionada que su temperamen­to les infligió". 50

Porque sí, en ocasiones lo categórico de sus ideas parece más fruto de un alarde compensatorio que de una vocación realista. La suya es una voz a la que le sobra gravedad y le falta mesura, en la que pueden encontrarse inquietudes como las de un Hobbes o in­cluso un Lenin, mas no la prudencia de un Maquiavelo o un Burke. Ocurre con Schmitt, pues, que su inteligencia desconcierta por su capacidad crítica al tiempo por su perturbación. 51 Que detecta con

48 !bid, p. 29. 49 Stephen Holmes, "Schmitt: la debilidad del liberalismo", en Anatomía del antiliberalis­

mo, Madrid, Alianza, 1999, p. 73. 50 Emile M. Cioran, "Ensayo sobre el pensamiento reaccionario. A propósito de Joseph

de Maistre", en Ejercicios de admiración y otros textos. Ensayos y retratos, Barcelona, Tus­quets, 1995, pp. 11-12.

51 Véase J. Silva-Herzog Márquez, "Sismología política. Un apunte sobre Carl Schmitt", en J. Luis Soberanes, Diego Valadés y Hugo A. Concha (eds.), La reforma del Estado. Estu­dios comparados, México, UNAM, 1996, p. 600.

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lucidez un problema, en este caso que el liberalismo no sabe habér­selas con el hecho de que la ley no se crea ni se sostiene por sí sola; pero propone resolverlo con una solución francamente desorbitada, a saber, que la ley se instaura y se sostiene por obra y gracia de una entidad imaginaria, de algo que no es otra cosa que una ficción: la soberanía. 52

El encendido interés que para Schmitt tuvo el tema de cómo se instaura un orden legal o cómo se hace valer una norma contrasta con la irrealidad de su huida hacia un saber tan escasamente empí­rico como el de la teología, con su propuesta de una solución tan abstracta como la "soberanía". Sobre todo cuando contemporáneos suyos en la Europa de entreguerras trabajaban en saberes mucho más fructíferos para responder a esas interrogantes, en soluciones conceptuales que lejos de añorar un sustituto de la divinidad para un mundo sin Dios se hacían cargo del orden, la ley y la obediencia en tanto que fenómenos sociales. Por ejemplo Max Weber, desde una perspectiva sociológica, con su concepto de "legitimidad" como aquella creencia en virtud de la cual se confiere reconocimiento a las personas que ejercen poder y que, por ende, aumenta la proba­bilidad de que encuentren disposición a ser obedecidas.53 O Anto­nio Gramsci, desde la perspectiva del materialismo histórico, con su concepto de "hegemonía" como una forma de dominación cul­tural mediante la que una clase dominante ejerce su influencia mo­ral e intelectual sobre las clases subalternas, a través de la religión, la educación o los medios de comunicación, con el fin de que éstas consientan con el orden establecido.54 O Marcel Mauss, desde una perspectiva antropológica, con su concepto de "reciprocidad" como una práctica mediante la que el intercambio de bienes o favores en­tre distintos grupos crea vínculos de obligación y solidaridad colee-

52 Véase Franz Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacíonal-socialismo, México, FCE, 1943.

53 Véase Max Weber, Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, México, FCE, 2008 [ 1922), pp. 170-241.

54 Véase Antonio Gramsci, Selections From the Prison Notebooks, Nueva York, Interna­tional Publishers [1929-1935), pp. 44-120.

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tivas que permean en múltiples ámbitos de la vida social entre los cuales destaca, precisamente, el de la ley.55

Tal vez ese tipo de elaboraciones requería de una cierta distancia, de un desapego afectivo, que Schmitt no supo darse. 56 Porque en di­recta oposición a la paciente meticulosidad del estudioso que trata de construir una explicación, lo de Schmitt fue un "temperamento eclesiástico" entregado al fervor de una revelación. 57 La suya fue, en suma, una mirada más severa que rigurosa, inquisitiva pero sin temple.

¿ Vale la pena leerlo hoy? Sí, porque a pesar de que su teología política se ubica en las antípodas de una visión estratégica del po­der, de una comprensión sociológica del derecho, de un conoci­miento histórico sobre la formación de un orden constitucional, la inquietud que le dio origen es todavía muy relevante. ¿Cómo se ins­taura y se sostiene una legalidad? La respuesta que ofreció, la so­beranía, fue un paso en falso. No una solución sino una huida. Pero la pregunta, de todos modos, sigue vigente. Que su respuesta no nos sirva no significa que la pregunta sea inválida. A fin de cuen­tas, a voces como la de Schmitt "las ignoramos con peligro nues­tro, pues bien podrían decirnos algo vital sobre nosotros mismos".58

Tanto sobre las preguntas incómodas que, instalados en una especie de zona de confort liberal, no sabemos plantearnos; como sobre las respuestas autoritarias que, en los temperamentos antiliberales, ins­piran las situaciones de crisis o aparente caos . ..

ss Véase Marcel Mauss, Ensayo sobre el don. Forma y fanción del intercambio en las so­ciedades arcaicas, Madrid, Katz Editores, 2009 (1925].

s6 Véase Norbert Elias, Compromiso y distanciamiento. Ensayos de sociología del cono­cimiento, Barcelona, Península, 1990.

57 Tomo la expresión "temperamento eclesiástico" de F. Escalante, "Oficio de políticos. Variaciones ... ", en op. cit., p. 496.

ss Roger Hausheer, "Introducción", en lsaiah Berlín, Contra la corriente. Ensayos sobre historia de las ideas, México, FCE, 1992, p. 15.

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LORENZO CÓRDOVA VIANELLO*

l. Introducción

Los planos en los que Carl Schmitt desarrolla su construcción conceptual son múltiples y variados, aunque todos ellos están dota­dos de una articulación notable y cruzados por un conjunto de ejes rectores de su pensamiento claramente articulados y consistentes. En ese sentido, la obra de Schmitt es particularmente sistemática y congruente en sí misma. Todos los ámbitos en los que se desarro­lla el pensamiento político y jurídico schmittiano responden a una muy particular visión del mundo y de la sociedad y del poder polí­tico. Así, su posición frente a la relación que guarda el derecho y el poder, su particular concepción de la política ( o si se quiere del fe­nómeno político en cuanto tal), su concepto de "constitución", su teoría de las formas de gobierno, su postura sobre el control de la Constitución, así como el rol del Estado en el ámbito internacional y su visión misma de las relaciones internacionales, por mencionar algunos de los planos abordados y desarrollados por la vasta obra del jurista de Plettenberg, reflejan una construcción conceptual en la que la visión polemológica de la vida social se hace latente de ma­nera permanente.

* Este texto: "El amigo-enemigo como expresión de la antidemocraticidad del pensa­miento de Car! Schmitt", deriva de una investigación mucho más amplia, titulada Derecho y Pode,: Kelsen y Schmitfrente afrente, publicada por el FCE y la UNAM en 2009.

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La concepción de la política adoptada por Schmitt es uno de los puntos centrales de su teoría, según la cual su sentido último resi­de en el conflicto. El pensamiento de este autor pertenece a la fa­milia de las teorías que conciben a la política como conflicto (teo­rías "conflictuales" o "polemológicas"), de la cual forman parte en la Edad Moderna, por cierto, las obras de Maquiavelo y de Karl Marx. En ese sentido, el acto eminente político para Schmitt consis­te en establecer quién es el enemigo. Pronunciarse sobre la contra­posición "amigo-enemigo" constituye la verdadera decisión políti­ca. La esencia de lo político y de lo jurídico reside en la situación de emergencia y de crisis, frente al "estado de excepción", es decir, a las circunstancias extraordinarias en las cuales la unidad del pueblo es puesta a prueba. La vida política reside, entonces, en el conflicto mismo, en el conflicto extremo y antagónico.

Los planteamientos teóricos de Schmitt constituyen de manera clara un discurso crítico y adverso al modelo democrático liberal que se fue construyendo a largo de los siglos XIX y XX; de hecho, bien pueden ser considerados incluso como su antítesis. Tanto en la forma de concebir la finalidad última de la vida política (como confrontación), la posición del derecho hacia ella (de subordina­ción), su versión alternativa de democracia plebiscitaria (como ne­gación de la democracia liberal), así como en su propuesta de cus­todia constitucional ( que subsume uno de los principios básicos del Estado constitucional, la división de poderes), son todas construc­ciones opuestas a los postulados que el constitucionalismo demo­crático fue enarbolando a lo largo de su historia

Sin embargo, el punto medular del antagonismo con el proyecto democrático liberal se ubica, sin duda, en la singular concepción de Schmitt respecto a la esencia de la política, de la cual hace depende!" todo lo demás. De lo que dan cuenta tanto la concepción de la po­lítica de Schmitt como la democracia moderna, en el fondo, es del choque de dos concepciones sobre la manera de entender la socie­dad y el Estado radicales y contrapuestas; el holismo y el individua­lismo, respectivamente. Mientras que la primera asume a la sociedad como un conglomerado de individuos unitario y homogéneo. La se­gunda parte de la concepción de la sociedad como un conglomera-

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do de individuos que libremente (autónomamente) decidieron unir­se entre sí y que subyace a todas las teorías contractualistas, del que es deudora la democracia misma.

2. La política definida a partir de la contraposición amigo-enemigo

Si se pretende definir el significado de la política desde el punto de vista de los fines que ésta persigue, 1 pueden identificarse fun­damentalmente dos concepciones diversas: la que identifica como su finalidad la supervivencia del grupo, que es hecha depender de la defensa de la propia sociedad, pero también de su superposición frente a otros grupos potencialmente antagónicos; y aquélla según la cual el fin perseguido por la política consiste, por el contrario, en crear las condiciones necesarias para lograr una convivencia pací­fica de los individuos. Por un lado, la política entendida como lu­cha por la supervivencia, misma que depende de la confrontación y eventual supresión de los contrarios; y por el otro, la política conce­bida como resolución del conflicto y búsqueda de la paz. La teoría política de Car! Schmitt puede ser reconducida, sin duda, al primer modelo.

Para el pensador de Plettenberg, la política coincide con el con­flicto extremo; si no existe una posibilidad real y concreta de una confrontación resulta imposible, a su juicio, pensar en la política.2

El criterio característico del concepto de la política (aquello que él llama "el político") se expresa en la pareja de conceptos opuestos (Freund-Feind), en la contraposición entre "los amigos" y " los ene­migos", mismos que tienden, por definición, a combatirse recípro-

I En este punto comparto la tesis sostenida por Michelangelo Bovero, quien afirma que la definición de la política con base en el medio específico es insuficiente. Para una definición aceptable de la política es necesario determinar la finalidad esencial en relación con la cual el uso (o la amenaza) de la coacción física adquiere un sentido propiamente político. M . Bove­ro, "Etica e política tra machiavellismo e kantismo". Teoría politica, IV, núm. 2, 1988, pp. 55 y 56).

2 Cfr. C. Schmitt, El concepto de lo político, Madrid, Alianza Editorial, 1999, p. 62.

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camente y por tanto, la ratio última de la política es la posibilidad extrema de la guerra.

Para Schmitt el concepto de la política es independiente de la idea de Estado, en contraposición con la idea burguesa-liberal que intenta reducir la primera al segundo y que, incluso, representa la negación de la política. De acuerdo con este autor, el antagonismo característico de la política se diferencia del resto de los conflictos en los otros ámbitos sociales, por su intensidad: "el elemento distin­tivo está en el hecho de que hay conflictos que no pueden resolver­se, en última instancia, más que con la fuerza, o por lo menos que justifican por parte de los contendientes la utilización de la fuerza para dar fin a la contienda". 3

Para entender la concepción de la política como contraposi­ción amigo-enemigo es importante analizar sus características. En primer lugar, la distinción amigo-enemigo constituye un elemen­to originario, esto es, constituye la premisa para poder calificar a esas situaciones como políticas. Una contraposición que no pueda ser derivada en el combate y supresión del enemigo antagonista no puede, en consecuencia, tener la dignidad de política, porque dicho carácter depende en exclusiva de que pueda actualizarse esa opo­sición extrema que se resuelve en la fórmula amigo-enemigo, una fórmula, por cierto, que no acepta intermediación alguna. En conse­cuencia, un conflicto, para poder ser calificado como político, debe poder contemplar como solución extrema la posibilidad de la elimi­nación física del adversario.

En segundo lugar, la de amigo-enemigo es una pareja de catego­rías autónomas, que no puede ser equiparada con dicotomías perte­necientes a otras esferas, como la moral, la estética o la economía. Ser amigo no significa, pues, ser bueno, bello o útil, de la misma manera en la que ser enemigo no significa ser malo, feo o dañino; "amigo" y "enemigo" son conceptos que no tienen ninguna relación con las categorías pertenecientes a esferas distintas a la específica­mente política. La política, explica Schmitt, es "autónoma, pero no en el sentido de definir por sí misma un nuevo campo de la realidad,

3 N. Bobbio, voz "Política", en N. Bobbio et al. (eds.), Diccionario de política, México, Siglo XXI Editores, 198 1, t. U, 1998 (] la. ed.), pp. 122 1 y 1222.

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sino en el sentido de que ni se funda en una o varias de esas otras distinciones ni se la pueda reconducir a ellas".4

En tercer lugar, amigo y enemigo, en cuanto partes integrantes de una dicotomía ( que por ello está integrada por conceptos contra­puestos que no aceptan la existencia de un tercer concepto), son tér­minos antitéticos ( es decir, que se excluyen recíprocamente) y son exhaustivos ( en el sentido de que, de manera conjunta, abarcan y agotan relativamente el universo de los posibles respecto de un ám­bito semántico determinado). Siendo antitéticos, los conceptos de amigo y enemigo se definen el uno a través de la negación y la con­traposición respecto del otro. Siendo exhaustivos, no existe un tér­mino medio: quien no es un amigo es, necesariamente, un enemigo. Ser amigo significa, en otras palabras, tener un enemigo en común con alguien más y alinearse junto con este último en contra de ese enemigo común.

En cuarto lugar, debemos hacer notar que los dos términos de la dicotomía no se encuentran en el mismo nivel, en la medida en la que el concepto de enemigo tiene una prioridad lógica sobre el concep­to de amigo. "Enemigo" es el concepto "fuerte" que nos permite de­finir por contraposición al concepto "débil" de "amigo".5 En prácti­camente toda dicotomía, uno de los dos términos que la componen resulta tener mayor peso, desde un punto de vista lógico, que el otro; es decir, si bien uno de los conceptos puede ser definido analí­ticamente de manera autónoma respecto del otro, resulta a la vez in­dispensable para poder definir a su contrario. Así, por ejemplo, en la dicotomía paz-guerra, mientras que el segundo de los términos, el de guerra, puede definirse -<le manera autónoma del primero- como una situación de hostilidad y de enfrentamiento armado entre dos o

4 C Schmitt, El concepto de lo político, p. 56. Sartori critica la pretendida autonomía de lo "político" que sugiere Schmitt en la medida en la que, afirma, se trata de un "argumento cir­cular": "es una petición de principio - señala Sartori- . El razonamiento repite en su conclu­sión su propia premisa: que todo lo que se agrupa en amigo-enemigo es político, que todo el que es ajeno a ese tipo de agrupación no lo es, y que lo que es político cancela lo no político" (G. Sartori, Elementi di teoría política, Bolonia, II Mulino. 1990, p. 212).

5 Por analogía, el papel que juega el concepto de "enemigo" en la dicotomía amigo-ene­migo podría ser equiparado al que juega el concepto de "guerra" en la dicotomía guerra-paz. En relación con este punto véase N. Bobbio, "Pace. Concetti, problemi e ideali", Enciclope­dia del Novecento, Roma, Istituto dell'Enciclopedia Italiana, 1989, t. VIII, pp. 812-824; tam­bién comprendido en N. Bobbio, Teoría genera/e della politica, op. cit., pp. 467-503.

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más partes involucradas, el concepto de paz se define lógicamente a través de la contraposición con su opuesto, es decir, como una si­tuación de no guerra. En este ejemplo, "paz" constituye el concep­to "débil", mientras que "guerra" representa el concepto "fuerte" de esa dicotomía. Lo mismo ocurre con la dupla de conceptos que nos ocupa: mientras que "enemigo" - entendido como un concepto polí­tico, es decir como el "enemigo político"- puede definirse de mane­ra autónoma como un adversario, un contrario, "amigo" -en el mis­mo sentido político, es decir el "amigo político"-, en la medida en la que constituye el término "débil" de la relación, acaba definién­dose lógicamente, por contraposición a la idea "fuerte", como quien tiene uno o varios enemigos comunes.

Es importante resaltar que para definir correctamente los con­ceptos de amigo y enemigo es necesario, según Schmitt, considerar ambos términos con base en su significado concreto y existencial y no como metáforas o como símbolos. Las ideas de amigo y de ene­migo no representan una contraposición ideal, abstracta, sino una contradicción que se materializa en la realidad mediante un antago­nismo "físico", palpable, y que tiene por objeto un combate del con­trario, también éste "físico", encaminado a su supresión -aniquila­miento- material.

En concordancia con la idea de autonomía de la política, Schmitt advierte que la esfera pública es la única que debe ser tomada en cuenta cuando se piensa en la dicotomía amigo-enemigo. El libe­ralismo, sostiene Schmitt, ha intentado erróneamente privatizar la categoría de enemigo intentando diluirlo en un competidor, des­de el punto de vista comercial. Sin embargo, el "enemigo" -según Schmitt- no es cualquier competidor o adversario privado al que se detesta por cuestión de sentimientos o antipatía. Enemigo es sólo un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuer­do con una posibilidad real, se opone de forma combativa a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público. Enemigo es, en suma, hostis, no inimicus en sentido amplio.6

6 C. Schmitt, El co11cepto de lo político, pp. 58 y 59.

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Ahora bien, es de suma relevancia señalar que el caso de excep­ción es el contexto que realmente nos permite establecer quién es el enemigo. En una situación de normalidad es posible que resul­te imposible distinguir quién es verdaderamente el enemigo, en la cual el elemento esencialmente político es reducido al mínimo y di­fícilmente puede abrirse camino en la compleja y enmarañada red de relaciones privadas que ocupan prácticamente toda la escena so­cial cotidiana. Es sólo hasta que emerge el caso de excepción que el dato político logra sobreponerse a la vida privada y manifiesta su esencia en plenitud; es entonces cuando la contraposición entre amigo y enemigo se revela de manera evidente y el conflicto deja de ser una posibilidad latente para convertirse en una realidad con­creta: es precisamente ese el momento en el que se trata de decidir quién es el enemigo, distinguiéndolo del amigo, y, en consecuencia, combatirlo. De este modo, el encargado de decidir quién es el ene­migo no puede ser un tercero súper partes, alguien neutral y desafa­nado de las razones mismas del conflicto, sino justamente quien for­ma parte de la controversia, uno de los actores de la contraposición que, como tal, participa de las causas propias del conflicto, las vive y las siente: sólo alguien en esa situación "puede decidir por sí mis­mo si la alteridad del extraño representa en el conflicto concreto y actual la negación del propio modo de existencia, y en consecuencia si hay que rechazarlo o combatirlo para preservar la propia forma esencial de vida". 7

De lo anterior puede concluirse que la decisión sobre el enemigo, de la que depende en última instancia toda la existencia de la políti­ca, no constituye un acto objetivo, meditado y racional , sino que es una determinación cargada de toda la subjetividad y emotividad de quien es partícipe y, por ello, directamente beneficiado o perjudica­do del conflicto. El "enemigo" no es, pues, un antagonista que re­sulta de un análisis frío y desinteresado, sino aquel que, instintiva y emotivamente, se desprecia y se rechaza por ser diferente, por ser extraño.

7 !bid., p. 57.

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3. La alta política como conflicto extremo y su relación con la democracia

La política, concebida como la expresión del conflicto, se desa­rrolla en dos campos diversos: la arena internacional, en donde se lleva a cabo la que Schmitt llama la "alta política",8 y la nacional, teatro de una política concebida, por el contrario, como algo degra­dado a extremos "parasitarios" y "caricaturescos". 9

La alta política, o sea, la política exterior, tiene como sus prota­gonistas a los Estados que se reconocen recíprocamente como enti­dades soberanas. Su soberanía consiste justamente en su capacidad para decidir en torno a su amistad, a su hostilidad o a su neutrali­dad frente a los demás Estados .10 Para Schmitt, el Estado "es el estatus político de un pueblo organizado en el interior de unas fron­teras territoriales"; 11 es el modo en el cual un pueblo expresa su uni­dad política; sólo a través del Estado un pueblo puede actuar en la política, y sólo en cuanto dotado del estatus de Estado puede mani­festarse como sujeto político, es decir, como amigo o enemigo de otro pueblo erigido en un Estado distinto. Sólo a través del Estado un pueblo puede expresar la decisión política fundamental: la decisión sobre el amigo-enemigo.

La posibilidad extrema de la guerra se presenta, en el pensamien­to de Schmitt, como el momento en el cual la contraposición amigo­enemigo adquiere plenamente su sentido y se expresa en toda su pu­reza: es frente al caso de excepción y, por lo tanto, a la posibilidad concreta de su propia destrucción, que un pueblo adquiere, como nunca antes, conciencia de su propia existencia como una unidad social organizada. 12 La autoconciencia de la unidad política de un pueblo depende, por lo tanto, del "estado crítico", o sea, del estado de guerra.

8 C. Schmitt, "Prólogo de 1963" a El concepto de lo político, Madrid, Alianza Editorial, 1999, p. 41.

9 !bid., p. 60. lO !bid. , p. 41 . 11 !bid., p. 49. 12 Respecto de la unidad del pueblo como producto de la contraposición amigo-enemigo,

véase C. Roherssen, "11 ritomo all 'ontologia nel costituzionalismo di Weimar". Materiali per una Storia della Cultura Giuridica, IX , núm. 2, diciembre de 1979, pp. 491 y 492.

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La manifestación de esa unidad ocurre precisamente a través de la decisión sobre el caso de excepción que le corresponde al Estado soberano, pero al mismo tiempo es sólo en esta circunstancia excep­cional cuando se revela plenamente la identidad del soberano. De manera similar pasa con el pueblo, éste toma conciencia de su pro­pia existencia colectiva sólo cuando se encuentra en presencia de un enemigo, y a quien paralelamente corresponde responder a la pre­gunta: "¿quién es el enemigo?" (aunque en este caso se trucan las cartas, pues, en realidad, es el soberano quien decide por éste).

Mientras un pueblo exista en la esfera de lo político -dice Schmitt-, tendrá que decidir por sí mismo, aunque no sea más que en el caso extremo -pero siendo él también quien decida si está dado tal ca­so extremo-, quién es el amigo y quién el enemigo. En ello estriba la esencia de su existencia política. Si no posee ya capacidad o vo­luntad de tomar tal decisión, deja de existir políticamente.13

La guerra es, por lo tanto, la afirmación de la propia existencia de un pueblo a través de la victoria sobre un enemigo que busca eli­minarlo. A este punto resultan evidentes dos conclusiones: por un lado, la identidad de un colectivo es determinada por la confronta­ción y por la lucha en contra de un enemigo común; es corno decir que un pueblo puede considerarse corno tal, es decir, unido políti­camente, en la medida en la que todos sus miembros comparten los mismos enemigos y los combaten. Por otro lado, solamente la de­rrota y el aniquilamiento del enemigo puede confirmar la existen­cia de un grupo de hombres constituidos en un pueblo: podríamos reconducir, de este modo, la esencia de la política, según Schmitt, a la fórmula mors tua vita mea14 (o, más bien, dado que la identifi­cación, el combate y la aniquilación del enemigo constituyen el ele­mento de identidad de un pueblo, esto es, de un colectivo, podría­mos reformular dicha expresión como mors tua vita nostrae).

Si se asume la premisa schrnittiana en tomo a la dependencia de la existencia y de la identidad de un pueblo de la determinación de un enemigo y de la lucha en contra de éste, y si el significado de la distinción entre amigo y enemigo es el de indicar el grado extre-

13 C. Schmitt, El concepto de lo político, p. 79. 14 Cfr. N. Bobbio, voz "Política", en N. Bobbio et al. (eds.), Diccionario de política, p.

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mo de intensidad de una unión o de una separación, entonces la uni­dad política de un pueblo se diluye en la medida en la que nos aleja­mos de la posibilidad de la guerra y del conflicto armado contra un enemigo. La guerra se convierte así en la premisa de la existencia y de la subsistencia política de un pueblo. La presencia de un enemi­go y la consecuente lucha para intentar aniquilarlo se convierten en los factores de los que depende la identidad de un pueblo; sin ellos, paulatinamente un pueblo deja de existir políticamente y el Estado, cada vez más, no podrá distinguirse de una asociación privada de individuos. Como prueba de lo anterior, Schmitt afirma de mane­ra sarcástica: "[que] un pueblo haya perdido la fuerza o la voluntad de sostenerse en la esfera de lo político no va a desaparecer lo polí­tico del mundo. Lo único que desaparecerá en ese caso es un pueblo débil". 15

La trágica consecuencia de una afirmación de este tipo es que, dada la necesidad vital de parte de un grupo de hombres de encon­trar a un enemigo y enfrentarlo para afirmar su propia existencia, cualquier tipo de diferencia puede ser utilizada para determinar a los enemigos: cualquier diversidad de tipo étnico, religioso, cultural o económico puede ser utilizada y enfatizada para establecer quién es el otro que se debe combatir y aniquilar. A pesar de que Schmitt afirma la autonomía del político frente a las otras esferas de la vida humana, éstas acaban siendo, inevitablemente, el terreno en el cual nacen permanentemente contraposiciones que son siempre suscep­tibles de radicalizarse en sentido "existencial", convirtiéndose, por ese hecho, en diferencias "políticas". Si un pueblo quiere existir po­líticamente deberá buscar siempre, más allá de cualquier otra con­sideración, a algún enemigo al cual combatir y, por esa razón, cual­quier diferencia es un buen pretexto para identificar, o peor aún, imaginar e improvisar enemigos. La guerra como esencia última de la política se transforma en la razón y en la finalidad de un pueblo que, para existir y justificarse, busca permanentemente contrarios a los que combatir.

Esa es precisamente la paradoja que resulta de una concepción de la política como la que sugiere Carl Schmitt; y es que si no se en-

15 C. Schmitt, El concepto de lo político, p. 82.

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cuentra a un enemigo real, acaba inventándosele. Que un enemigo sea verdadero o inventado no hace diferencia alguna; en la lógica schmittiana importa solamente el hecho de que podamos contrapo­nernos a alguien, afirmando así, consecuentemente, nuestra propia identidad; pero ésta, fundada sobre criterios arbitrariamente subje­tivos, muestra su naturaleza artificial, por no decir totalmente falsa.

A este punto, es indispensable preguntarse, por qué y en qué sen­tido el discurso de la "alta política" schmittiana -entendida como conflicto extremo-- es contrario al modelo democrático. Pero para con­testar a ello es indispensable hacerse una pregunta anterior, ¿cuál es la relación de la democracia y la guerra ( o bien, la paz interna­cional)? La respuesta puede plantearse en dos vías, desde un punto de vista interno y otro externo. Desde la primera perspectiva, la res­puesta resulta casi evidente: la democracia no puede existir en un contexto de guerra, y por tanto, un contexto de no guerra (de paz) es una condición para su existencia. Pero no sólo es, presisamente, el régimen democrático que permite asegurar un contexto de paz. El fundamento de un Estado democrático es el pacto de no agresión de cada cual con los demás y la obligación de obedecer las decisiones colectivas tomadas con base en las reglas del juego prestablecidas de común acuerdo, de las cuales, la principal es la que permite re­solver los conflictos que surjan sin recurrir a la violencia. 16

No obstante, la posición de la democracia y la paz internacional (o guerra) es aún más compleja, puesto que es en el nivel externo de la relación donde se encuentra uno de los retos más importantes de la democracia de nuestros días. Si bien en la historia la lógica de la po­lítica schmittiana ha comprobado, con los casos del nazismo y el fascismo, ser la negación y la aniquilación de todo régimen demo­crático, no ha desvirtuado el segundo nivel de la relación, que pue­de ser reducida con la siguiente pregunta-límite: ¿es posible que los Estados democráticos subsistan en un universo esencialmente au­tocrático? Es decir, si pueden sostenerse los Estados democráticos en un sistema internacional que se rige en última instancia por el principio de amigo-enemigo. Si bien, en los últimos años y desde la instauración de la Organización de las Naciones Unidas, ha habi-

16 N. Bobbio, Teoría general de la política, España, Trotta, p. 416.

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do avances significativos en las relaciones internacionales, dicho universo sigue rigiéndose por el principio de supervivencia, exac­tamente a modo del estado de naturaleza de Hobbes. Lo que puede sugerir que es posible que las democracias modernas existan en un contexto con tales características.

No obstante, para decirlo con Bobbio, "mientras un Estado de­mocrático viva en una comunidad [que] sea no democrática, aún en el régimen de los Estados democráticos será sólo una democracia incompleta". Una sociedad tendencialmente anárquica, como la in­ternacional, que se apoya todavía en el principio de la autodefensa en última instancia, favorece el despotismo interno de sus miem­bros, o, por lo menos, obstaculiza el proceso de democratización. Por lo que según él, el destino de los actuales Estados democráticos depende de dos direcciones: i) la ampliación de los Estados demo­cráticos y ii) la democratización del sistema internacional, procesos que si bien deben ser entendidos de manera independiente, deben fortalecerse mutuamente, ya que uno determina al otro. Sin embar­go, aquí se encuentra una de las paradojas de nuestros tiempos: to­dos los Estados podrán volverse democráticos sólo en una sociedad internacional democratizada. Pero una sociedad internacional de­mocratizada presupone que todos los Estados que la componen sean democráticos. 17

4. El pluralismo como "muerte" del político y de la democracia misma.

Una vez señalada la concepción de la política fundada en el con­flicto a nivel internacional, es necesario dar cuenta de su dimensión nacional, en la cual la posición de Schmitt respecto la idea del con­flicto cambia radicalmente, pues pasa del aprecio por éste al elogio de la armonía, del orden y de la homogeneidad hacia el interior de un Estado, revelándose como un organicista en su concepción de la vida interna del Estado.

17 lb id.,pp. 416-417.

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Los sujetos de la política interior no son ya los Estados, como ocurre en la política internacional, sino los partidos y los grupos de interés, entidades asociativas representativas del pluralismo de la vida social, que luchan por conquistar el poder. Sin embargo, sólo cuando el antagonismo interior de un Estado desemboca en una efectiva contraposición de grupos antagónicos que se definen en los términos de la antítesis amigo-enemigo, y en consecuencia se com­baten recíprocamente, se puede hablar de existencia de lo "político" también en el plano nacional, cuya máxima expresión se manifiesta en forma de guerra civil o revolución.

Más allá de este caso extremo, el resto de los conflictos de interés que se manifiestan en el interior de un Estado no merecen ser consi­derados propiamente como "políticos". La llamada "política inter­na", basada en el juego pluralista de partidos que contienden pací­ficamente entre ellos por alcanzar el poder del Estado -situación de la cual el Estado democrático de derecho "burgués" es la expresión más clara-, no tiene, según Schmitt, nada que ver con la "verdade­ra" política; aún más, ella representa precisamente el fin de la polí­tica: la "muerte del político" en la cual Schmitt identifica, precisa­mente, la "crisis deljus publicum europaeum". 18

Es importante resaltar que la política internacional y la políti­ca interna se presentan como ámbitos divergentes. Si sólo el punto extremo del antagonismo de la relación amigo-enemigo puede ser considerado como la "verdadera política ", es inevitable que ésta implique la disolución del Estado mismo y su consecuente salida de la arena internacional, en la que se desarrolla la "alta política".

Para Schmitt, un Estado sólo es tal cuando en el interior hay una situación de paz, seguridad y orden, esto es, en la eliminación de la enemistad dentro de los confines de cada Estado en lo individual. 19

La unidad estatal se presenta, de esta manera, por un lado, como la expresión de la capacidad de un pueblo de decidir políticamente, es decir, de determinar a sus propios enemigos y de combatirlos; y por otro lado, como la superación de la contraposición "política" ha­cia el interior del mismo Estado, es decir, de su homogeneidad. Por tanto, la decisión política tiene sentido sólo en la medida en la que

18 C. Schmitt, "Prólogo de 1963" a El concepto de lo político, p. 40. 19 Jdem.

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es producida por una voluntad unitaria y responde a un único inte­rés: la supervivencia del pueblo, es decir, la defensa de su unidad en cuanto sujeto colectivo frente a otros pueblos.

Para Car! Schmitt, por el contrario, las teorías pluralistas no son otra cosa más que teorías individualistas y, por lo tanto, "antiunita­rias" en cuanto tales, conducen a la superación y a la terminación del Estado. En un Estado pluralista, según la perspectiva de Schmitt, los grupos sociales no sólo ponen en riesgo la seguridad y la inte­gridad nacional del pueblo frente a otros Estados que están listos para aniquilarlo (es decir, para actuar "políticamente" en relación con éste), sino que le quitan todo sentido "político" a la acción del Estado.20 El pluralismo, según este autor,

consiste en negar !a unidad soberana del Estado, esto es, la unidad política, y poner una y otra vez de relieve que cada individuo particular desa1rolla su vida en el marco de numerosas vinculaciones y asociaciones sociales: es miembro de una comunidad religiosa, de una nación, de un sindicato, de una familia, de un club deportivo y de muchas otras "asociaciones", que lo de­terminan en cada caso con intensidad variable y lo vinculan a una "plurali­dad de obligaciones y lealtades", sin que quepa decir de alguna de estas aso­ciaciones que es la incondicionalmente decisiva y soberana.21

Es precisamente la concepción organicista y unitaria de entender al "pueblo" como un conjunto homogéneo que constituye la antíte­sis del modelo democrático liberal, puesto que ésta parte del princi­pio de pluralidad, de una concepción individualista y asociacionista de la sociedad. La democracia es una forma de gobierno cuyo fun­damento se encuentra en el respeto y la garantía de las libertades, que suponen a su vez, el reconocimiento y la validez del pluralis­mo político y la aceptación de la tolerancia frente a quien piensa y opina diferente, que son, precisamente, las premisas de todo siste­ma democrático: la ausencia de verdades que se imponen desde lo alto y el admisión de la legitimidad de las posturas diferentes a la propia.

20 Cfr. L. Ciaurro, "La dottrina della costituzione di Car! Schmitt e il parlamentarismo". Rivista lnternazionale di Filosofia del Diritto, LXII, IV serie, 1985, p. 149.

21 C. Schmitt, El concepto de lo político, p. 70.

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El fundamento ético, teórico y práctico de la democracia es el individuo. Sin embargo, no es como señala Schmitt, el individuo egoísta (propio del liberalismo económico) que sólo sigue sus in­tereses particulares, sino el individuo racional, que puede valorar los propios intereses con los de los otros, de hacerlos compatibles, puesto que uno de los principales fundamentos de la democracia es el compromiso, en el acuerdo. Sin embargo, para Schmitt es preci­samente el compromiso que aniquila la política y la transforma en una mera y burda negociación. 22

Por otra parte, en contraste con la concepción de la política de Schmitt como expresión de la lógica amigo-enemigo, la democra­cia está basada en el principio de la tolerancia y la no violencia. Ésta, es una de las enseñanzas más grandes de Karl Popper, lo que esencialmente distingue a un gobierno democrático de uno no de­mocrático es que solamente en el primero los ciudadanos se pueden deshacer de sus gobernantes sin derramamiento de sangre.23 Las re­glas formales de la democracia introdujeron, por primera vez en la historia de las técnicas de convivencia, la resolución de los conflic­tos sociales sin recurrir a la violencia: solamente allí donde las re­glas son respetadas el adversario ya no es un enemigo (que debe ser destruido), sino un opositor que el día de mañana podrá tomar nues­tro puesto.24

Por último, el decisionismo del que Schmiit hace depender la política (y por tanto el marco jurídico) constituye un fundamento totalmente contrario al de la democracia, puesto que aquél es la ex­presión de la concepción del gobierno de los hombres, mientras que la democracia es el gobierno de las leyes por excelencia. Bobbio se­ñala "¿qué cosa es la democracia sino un conjunto de reglas (las lla­madas reglas del juego) para solucionar los conflictos sin derrama­miento de sangre?" Y agrega "En el mismo momento en el que un régimen democrático pierde de vista este principio inspirador que le

22 Para Schmitt, en el sistema liberal lo "político" es considerado a partir de principios éti­cos y económicos, razón por la cual éste se conviene en competencia y discusión en vez de ser concebido - tal como él lo hace- como lucha. De esta manera, en lugar de guerra y paz se instaura la competencia eterna y la discusión eterna (cfr. C. Schmitt, El concepto de lo políti­co, pp. 99 y 100).

23 K. Popper, La societá aperta e i suoi nemeci, Roma, Armando, 1973, p. 179. 24 N. Bobbio, El.futuro de la democracia, México, FCE, 2001, p. 47.

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es propio, cambia rápidamente en su contrario, en una de las tantas formas de gobierno autocrático".25

5. La democracia plebiscitaria como negación de la democracia

En la doctrina jurídica y política de Schmitt la relación funda­mental que existe entre Estado y pueblo constituye uno de sus ejes vertebrales mismo que se expresa de manera evidente en gran parte de los conceptos centrales de su pensamiento, como el de Constitu­ción entendida como la expresión de la unidad política del pueblo. Dicha relación adquiere sentido a partir del planteamiento de dos principios: el de identidad y el de representación, mismos que tam­bién presuponen una concepción del Estado, entendido, de manera similar a la ya mencionada idea de constitución, como el estatus de la unidad política de un pueblo. Ambos principios son planteados como el fundamento de las formas de gobierno democrática y mo­nárquica, respectivamente.

Sin embargo, el propio Schmitt reconoce que la representación pura, identificable de manera ideal en la monarquía absoluta, y de identidad pura, expresada en la democracia directa, son impractica­bles. La unidad política de un pueblo que decida por su propio des­tino sólo puede manifestarse en una forma de gobierno que combi­ne los dos principios, y esa forma de gobierno, como se adelantaba, es justamente la "democracia plebiscitaria".

Para Schmitt, la fuerza de la democracia plebiscitaria recae en la confianza y aprobación del pueblo en el poder discrecional de los gobernantes o sus representantes ( especialmente del jefe de Estado) que se presentan simultáneamente como la expresión y los agentes del pueblo homogéneo. Éste es, precisamente, el verdadero signifi­cado de la democracia entendida en su significado plebiscitario: un gobierno capaz de actuar con fuerza y determinación y que es sos­tenido incondicionalmente por las masas que se identifican con él.

En una democracia plebiscitaria el pueblo (la masa) se expresa mediante la aclamación y no mediante el sufragio como ocurre en

25 !bid., p. 189.

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una democracia liberal. Si bien las elecciones son un instrumento útil sólo como un mecanismo auxiliar, no es el medio a través del cual se manifiesta la voluntad soberana del pueblo.

Mientras que la legitimidad de un régimen democrático se en­tiende precisamente en el consenso que se verifica periódicamente por medio de elecciones libres por sufragio universal. Las eleccio­nes son hoy en día mucho más que un simple mecanismo de selec­ción de personas como lo plantea la concepción de democracia que fue acuñándose en la Modernidad y que se conjuga en la que Schmitt denomina concepción "liberal-burguesa" de la democracia; son, por el contrario, la manera más eficaz de expresar el consenso y el di­senso en relación con un determinado gobierno, y son, además, el instrumento más acabado de representación de intereses.

Según Schmitt, la democracia plebiscitaria es la que garantiza de la mejor forma la cohesión del pueblo, manteniéndolo constan­temente movilizado, Exactamente lo contrario de lo que ocurre en la democracia liberal, en donde, por el hecho de estar fundada sobre principios individualistas, la homogeneidad que caracteriza a la pri­macía de lo público se disuelve en las desigualdades existentes en­tre los individuos privados, que se agregan en grupos de interés en constante conflicto entre sí.

Sin embargo, en realidad con esta forma de entender la demo­cracia plebiscitaria, la distinción entre gobierno democrático y uno autocrático tiende a desvanecerse. El gobierno democrático en la acepción de Schmitt, fundado en la confianza "ciega" del pueblo a sus gobernantes, no es muy diferente al gobierno dictatorial, ambas formas de gobierno se basan en una concepción balística del pue­blo. La democracia plebiscitaria, como el gobierno por aclamación, es precisamente la negación de la misma democracia. Ya lo señala­ba Bobbio:

que en una democracia sean muchos los que deciden no transforma a es­tos muchos en una masa que pueda ser considerada globalmente, porque la masa, en cuanto tal, no decide nada. El único caso en el que se puede hablar de decisión masiva es la aclamación, que es exactamente lo opuesto de una decisión democrática".26

26 N. Bobbio, Teoría general de la política, p. 408. En este mismo sentido, para Bovero, "el 'pueblo' puede ser solamente la suma de las decisiones individuales, es decir, de las opi­niones de aprobación o de desaprobación singularmente expresadas por cada uno. El único

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La esencia de la democracia se desprende de la confrontación y discusión de los distintos puntos de vista de manera previa a la de­cisión. Sin embargo, la democracia plebiscitaria no lleva apareja­da esa discusión, sino que constituyen, sin más, el sometimiento de ciertos asuntos a la espontánea consulta popular. El espacio natural para procesar acuerdos, consensos, soluciones meditadas y negocia­das de una verdadera democracia está en el Congreso, no en la pla­za.

La aclamación, en absoluto, puede considerarse como una deci­sión democrática, porque en la muchedumbre de los aclamadores los eventuales disidentes no cuentan para nada. No pueden si quiera ser contados.27 Si bien uno de los elementos distintivos de la demo­cracia consiste en que las decisiones colectivas sean adoptadas por el máximo de consenso y el mínimo de imposición por los destina­tarios de las normas,28 la verdadera medida del consenso (del acuer­do) está en el disenso (desacuerdo). El disenso es una prneba, aun­que indiciaria, de la validez del consenso, de la decisión colectiva de un pueblo.29

El disenso es clave en las democracias, y nadie puede pretender que sobre los asuntos públicos existan visiones únicas u homogé­neas, eso sería, simple y sencillamente, abrir las puertas a controles autocráticos y autoritarios de las conciencias, como la concepción que sustenta la teoría política de Car! Schmitt.

6. En suma, ¿por qué leer a Schmitt hoy?

La construcción antidemocrática de la política que hace Schmitt constituye, paradójicamente, el principal atractivo para leer a este

caso en el cual una decisión 'del pueblo ' podría ser interpretada como decisión de un cuerpo unitario es el de la aclamación" Cji-., Una gramática de la democracia. Contra el gobierno de los peores, Trotta, España, p. 17.

27 ldem. 28 Cfr. N. Bobbio, Teoría general de la política, pp. 370 y ss. 29 Sobre este punto, señala Bovero que uno de los verbos que explican el juego democrá­

tico consiste en su fase deliberativa, y una decisión sólo puede ser considerada como demo­crática si en el momento deliberativo que le antecede han participado con las mismas oportu­nidades de valoración y de persuasión recíproca de los representantes de todas las opiniones políticas, Una gramá1ica de la democracia .. . , p. 65.

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autor en una época en la que la democracia representativa ( esa que el autor de La dictadura consideraba como la negación de la políti­ca misma), sus valores -la tolerancia, el pluralismo, el respeto a los derechos- ( esos que Schmitt habría considerado como anti valores) y el Estado constitucional, centrado en la limitación y control del poder para proteger derechos fundamentales a los que se les reco­noce validez y titularidad universal (ese que para Schmitt no es otra cosa sino la expresión de la erosión del Estado mismo), parecen ser hegemónicos y haberse asentado en lo que algún despistado ha in­cluso llegado a identificar como el síntoma del "fin de la historia".

Es cierto, nunca antes como ahora la democracia se había expan­dido a lo largo del mundo como forma de gobierno hegemónica, si­tuación a la que durante mucho tiempo coadyuvó el hecho de que los periodos de mayor bonanza económica en la historia de la hu­manidad coincidieron (esencialmente en Europa) con su adopción y difusión; pero también lo es que pocas veces como ahora el germen antidemocrático se había expandido y enraizado en la sociedades en las que se adoptó esa forma.

La última década del siglo XX y la primera del XXI han sido el caldo de cultivo en donde han germinado ( diría más bien que han vuelto a germinar) muchas de las pulsiones autoritarias que son contrarias a los postulados esenciales (a los valores, diría Kelsen) de la democracia y del Estado constitucional, en primera instancia los derechos. La década de los noventa del siglo xx comenzó con la preconización huntingtoniana del "choque de las civilizaciones" que tal parece haberse constituido en la típica profecía autocumpli­da y que ve a un Occidente baluarte de los derechos y la democracia y al mundo oriental (tanto de los así llamados "Medio" como "Leja­no" Oriente) como sociedades en las que los derechos, el pluralismo y la tolerancia a la diversidad no parecen tener cabal cabida.

Más aún, la guerra como fenómeno típicamente nugatorio de los derechos y de la democracia se ha instalado en la mentes de mu­chos, luego de un autojustificatorio redescubrimiento de la idea de "guerra justa", como un método de defensa legítima de la propia identidad y valores -en el mejor de los casos, como en la así deno­minada "guerra global al terrorismo"- o, incluso, en el mecanismo

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válido de exportación e implantación violenta de los mismos -como ocurrió con la Segunda Guerra del Golfo.

Y mientras ello ocurre, renovadas identidades y nacionalismos surgen en el interior de las sociedades modernas como un escollo frente al que las teorías universalistas, en primer lugar la de los de­rechos que en el postulado de un conjunto de derechos de valor uni­versal, tienen que hacer las cuentas y corren el riesgo permanente de encallar o naufragar, incluso. Las nuevas identidades que encuen­tran en la negación del "otro" (un "otro" que puede tener funda­mentos religiosos, étnicos, culturales, sociales, nacionales, comuni­tarios, y hasta políticos) una razón de ser, se difunden en distintos planos.

El relativismo como reconocimiento de la falta de verdades ab­solutas y de reconocimiento a la pluralidad de visiones y concep­ciones del mundo, cada vez encuentra espacios más estrechos e in­cómodos para desarrollarse, cuando no recibe condenas francas y abiertas que no aceptan espacios para mediaciones, como la que hi­ciera Benedicto XVI al inicio de su papado.

Y de ahí, la intolerancia frente al diverso (de nuevo, al diverso en términos religiosos, étnicos, culturales, sociales, etcétera) dista sólo un paso.

Los mismos valores antidemocráticos que dieron lugar al discur­so de identidad racial construido por el nazismo para justificar la aniquilación de los judíos, de los gitanos y de los homosexuales du­rante el Tercer Reich, pueden rastrearse en las presuntas identida­des étnicas sobre las cuales se basaron las reivindicaciones de au­tonomía de los Estados de la ex Yugoslavia, precursoras de guerras y de "limpiezas étnicas", pero también reside en los fundamentos de la guerra global declarada por Estados Unidos en contra del, que los mismos estadunidenses denominaron, "eje del mal", a raíz de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Pero no sólo son formas extremas o manifestadas de manera vio­lenta las que han venido adquiriendo esas pulsiones antidemocráti­cas, el discurso antiextracomunitario (más o menos radical) que en la Europa unificada se ha venido desarrollando a la par que el es­tancamiento y la crisis económica se hacen presente, son otra de las múltiples expresiones de ese fenómeno que, por cierto, encuentra a

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sus equivalentes en las retóricas y determinaciones - muchas veces legales- antiinmigrantes que en distintos tonos e intensidades se di­funden a lo largo y ancho del planeta.

Y en el interior de las sociedades, es sumamente frecuente escu­char discursos -o peor aún, programas políticos- fundados en una lógica dicotómica de la vida pública y de las posiciones políticas. El discurso de buenos y malos, de poseedores de la razón y de los que viven en el error, de puros y corruptos, de redentores y de conde­nados, se reproducen y reeditan cotidianamente en una lógica cla­ramente repulsiva e impermeable a la idea misma de pluralismo, entendido como el encuentro y la convivencia respetuosa y tole­rante de quienes piensan distinto y procesan sus diferencias a tra­vés de canales institucionalizados y pacíficos que nutren la idea misma de democracia.

La realidad concreta de nuestro tiempo, tanto en el plano inter­nacional como en el plano nacional, parecería darle la razón a Sch­mitt. Sus postulados realistas de la política parecen confirmarse como el razonamiento lógico sobre el cual la vida política parece articularse. ¡ Por eso es indispensable leer a Car! Schmitt hoy! Por­que sólo la lectura retrospectiva de lo que la instrumentación prácti­ca, la consecución natural de sus planteamientos conceptuales, que derivaron en las más funestas experiencias políticas de la humani­dad, puede alertamos de los riesgos que conlleva la asunción colec­tiva de la visión del mundo que Schmitt plantea.

Los componentes que en la primera mitad del siglo XX antecedie­ron los experimentos totalitaristas, hoy están presentes en gran medi­da en nuestras sociedades: el estancamiento y crisis económica, la visión maniquea de la vida pública, la intolerancia, la desconfian­za en el "otro", los precarios resultados de la democracia para re­solver los grandes problemas de la mayoría de la población (lo que algunos denominan el desencanto con la democracia), el empobre­cimiento de gran parte de la misma, la inseguridad y la incapacidad del Estado para enfrentarla. Leer a Schmitt "con guantes y tapabo­cas", conscientes de las implicaciones intrínsecas que conlleva su teoría, es una buena manera de relativizar la lectura fácil de la mis­ma y de vacunamos frente a las tentaciones antidemocráticas que permean hoy, una vez más, en el mundo.

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ENRIQUE SERRANO GÓMEz*

Preguntar por la actualidad de la teoría de Carl Schmitt puede re­sultar extraño, ya que se trata de un autor dominado por una convic­ción profundamente antimodema. No sólo me refiero a su posición conservadora en términos políticos, sino, ante todo, a su creencia respecto a que el mejor instrumento para enfrentar los riesgos del proceso de modernización se encuentra en el pasado. Según él, la única esperanza de controlar la dinámica de las sociedades actuales reside en restaurar el Estado clásico europeo, esto es, una organiza­ción política que se caracteriza por la centralización del poder. Esa nostalgia por el antiguo Leviatán es aquello que lo motiva a presen­tarse a sí mismo como el Hobbes del siglo XX.

Schmitt acierta cuando advierte que la complejidad de las socie­dades modernas encierra una multiplicidad de riesgos. Sin embar­go, pensar que volver a instaurar un poder soberano, en sentido tra­dicional, representa la solución más adecuada, resulta una creencia que carece de sustento empírico. Precisamente, una de las enseñan­zas que podemos extraer de las experiencias vividas en el siglo XX

es que, a mediano y largo plazo, la centralización del poder, lejos de aproximamos a la paz, la seguridad y el orden, propicia la intensifi­cación de los conflictos sociales, lo cual cuestiona la persistencia de la organización civil de la sociedad. Por el contrario, la actual teo­ría de sistemas ha demostrado que la mejor respuesta al incremen-

* Este texto se presentó originalmente con el título "La actualidad de Carl Schmitt".

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to de la complejidad social, consiste en aumentar la complejidad del orden institucional. Con ello tampoco se superan por comple­to los riesgos; pero, en comparación con los intentos de restablecer un control central de la dinámica social, la alternativa que asume la complejidad como un dato iITeversible resulta mucho más eficaz.

Desde este punto de vista, me parece que la actualidad de la teo­ría de Schmitt no reside en su propuesta central, sino en la crítica que realiza a las teorías políticas y jurídicas modernas. La tesis que guía las siguientes reflexiones consiste en afirmar que para ofrecer una respuesta a esas críticas se requiere una descripción adecua­da de la complejidad que encierra el ordenamiento jurídico, así como de una explicación de la relación que existe entre este úl­timo y el sistema político. Por tanto, nuestro objetivo no puede limi­tarse simplemente a reconstruir sus argumentaciones, sino que debe ir más allá de ellas e, incluso, en contra de ellas, a partir de sus pro­pios presupuestos.

Voy a empezar por analizar la polémica entre Kelsen y Schmitt. Lo que me interesa resaltar es que no se trata de una confrontación entre dos posturas teóricas inconmensurables, como han dicho algu­nos comentaristas. Hermann Heller y Karl Loewenstein ya adver­tían que las posiciones de aquellos juristas clásicos se encuentran en niveles distintos y, además, agregaban que de esa discusión pode­mos llegar a la conclusión de que es necesario conjugar esos dos ni­veles para construir una teoría del derecho capaz de comprender su objeto de estudio. Se trata de no perder de vista la especificidad de la dimensión normativa del derecho (evitar la falacia naturalista); pero, al mismo tiempo, de no renunciar a entender la relación que existe entre las normas y el orden social del que ellas emanan. Di­cho en otros términos, es menester hacer a un lado la pretensión de pureza que Kelsen liga a su teoría, sin que ello signifique negar la diferenciación básica entre ser y deber ser.

Aunque, en un primer momento, Schmitt remite la validez de las normas a una decisión, a partir de su confrontación con Kelsen, admite, de manera implícita, que el fundamento de validez de una norma sólo puede encontrase en otra norma. Sin embargo, en con­traste con Kelsen, sostiene que no basta apelar a una hipotética nor­ma fundamental. Recordemos que en la Teoría pura del derecho la

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noción de norma fundamental se introduce mediante un argumen­to trascendental. De acuerdo con la estructura de esta modalidad de argumentos, lo que se busca demostrar es que la norma fundamen­tal es una condición necesaria de la existencia del derecho, es decir, de su validez. Pero si nos limitamos a decir esto, como hace Kelsen para cumplir con la exigencia de pureza, caemos en una salida dog­mática ante el problema de la validez.

Para evitar el dogmatismo, Schmitt sostiene que es indispensable explicar, en términos empíricos, el origen de esa norma fundamen­tal y, con ello, su sentido. En efecto, si se busca establecer una clara diferencia con la estrategia argumentativa del iusnaturalismo tradi­cional, se requiere no sólo decir que esa norma suprema es una con­dición necesaria de la existencia del derecho (una hipótesis). Tam­bién es preciso asumir el compromiso de mostrar que ella no es una entidad trascendente, sino un elemento que surge de la dinámica so­cial. Para localizar el origen de la norma fundamental se requiere, según Schmitt, superar la pureza de la teoría jurídica, pues aquél se encuentra en el conflicto político.

En su trabajo Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídi­ca, Schmitt afirma que la validez de las normas positivas se sustenta en las normas que configuran lo que él denomina el orden concreto de la sociedad, el cual, a su vez, es un producto de la acción política colectiva. En un principio su consigna era: para que algo valga, al­guien lo tiene que hacer valer. Pero en el texto mencionado se plan­tea lo siguiente: para que algo valga, un grupo lo tiene que hacer valer. Ello implica que para resolver el problema de la validez de las normas jurídicas es indispensable superar la dicotomía subje­tivo-objetivo, para situarla en lo que en la actualidad llamamos la dimensión intersubjetiva, conformada por el lenguaje.

Schmitt sostiene que la creación política de un orden concre­to presupone el reconocimiento recíproco de los adversarios como personas, es decir, como individuos que tienen el derecho a tener derechos. Como veremos en el segundo apartado, ese reconoci­miento representa la diferencia cualitativa entre la guerra, en su es­tado puro, y el conflicto político. Por una parte, ese reconocimien­to es un hecho histórico, un resultado contingente de la dinámica social. Sin embargo, por otra parte, él también representa el funda-

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mento de la normatividad social. En este punto Schmitt también re­curre a un argumento trascendental: cuando se plantea que alguien tiene el deber de obedecer una norma jurídica o bien, cuando se afir­ma que a un individuo se le pueden imputar sus acciones, se presu­pone de manera necesaria su reconocimiento como persona.

En el tercer apartado se reconstruirá el ejemplo que utiliza Sch­mitt del proceso político que conduce al reconocimiento recíproco de los enemigos como personas, el cual hace posible el desarrollo de la dimensión política. Para Schmitt, la gran contribución del lus Pu­blicum Europaeum consiste en que, a través del ius ad bellum, los recién formados Estado nacionales se reconocen como personas, lo que sienta las bases para el desarrollo de la actividad diplomática entre ellos. El orden concreto que se expresa en dicho derecho de gentes, propicia la transformación de las guerras justas tradiciona­les, en conflictos bélicos en los cuales se asume que la justicia no puede ser el monopolio de uno de los adversarios, sino que ella re­mite a las reglas que permiten procesar políticamente los conflictos. Con ello la figura del enemigo absoluto, propia de las guerras justas tradicionales, se ve desplazada por la figura del enemigo conforme a derecho (iustus hostis), propia de la política.

La regulación y clara delimitación de la guerra (die Hegung des Krieges) su­pone una relativización de la hostilidad. Toda relativización de este género representa un gran progreso en el sentido de la humanidad. Desde luego no es fácil de lograr, ya que para los seres humanos resulta dificil no considerar a su enemigo como un criminal. Sin embargo, el derecho internacional eu­ropeo referente a las guerras territoriales entre países consiguió dar este sor­prendente paso [ ... ] Lo que no constituye en modo alguno un progreso para la humanidad es proscribir la guerra regulada por el derecho internacional europeo como reaccionaria y criminal, y desencadenar en su lugar, en nom­bre de la guerra justa, hostilidades revolucionarias de clase o de raza que no están ya en condiciones de distinguir entre enemigo y criminal, y que tam­poco lo desean. 1

Esta defensa del lus Publicum Europaeum la utiliza Schmitt para criticar el trato que recibió Alemania en el Tratado de Versalles. Me parece que el argumento de esta defensa es impecable; sin embar-

1 Schmitt (1991 ), pp. 41-42.

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go, lo que resulta sorprendente es que, a partir de su conclusión, se introduce una injustificada distinción entre política externa y polí­tica interna. Incluso se afirma, en contra del uso cotidiano de los conceptos, que la política por excelencia es la política externa. Creo que podemos recurrir al argumento que desarrolla Schmitt en rela­ción con el derecho internacional, para cuestionar de manera radical su tesis respecto a que, para acceder a la estabilidad de la unidad po­lítica nacional, se requiere homogenizar al pueblo, mediante el mito de la nación y una dictadura presidencial. Su pretensión de con­vertir la política interna en un asunto técnico (administración y policía) tiene como efecto convertir al disidente en un enemigo abso­luto y, de esta manera, propiciar que los conflictos internos desem­boquen en guerras justas, a la manera de las llamadas guerras sucias que se vivieron en Latinoamérica.

Por el contrario, es posible sustentar que la pluralidad del mundo humano, el pluriverso, no sólo es un dato básico e insuperable de la política externa, sino también de la política interna. Si esto es así, en contraste con la ideología de Schmitt, se debe admitir que el Esta­do constitucional de derecho y la democracia, entendida en térmi­nos polémicos, representan la misma conquista en los asuntos in­ternos que el lus Publicum Europaeum en los asuntos externos.

l. Más allá del normativismo

Durante la República de Weimar se dio una amplia discusión en tomo al medio más adecuado de garantizar la Constitución. Al prin­cipio, lo que estaba en juego era el admitir o no la facultad de los jueces de controlar la constitucionalidad de las leyes emanadas del Reichstag (parlamento). Esta fase del debate culmina el 5 de no­viembre de 1925, cuando el Reichsgericht (tribunal supremo) otor­ga a los jueces dicha facultad. Como es sabido, esa forma de con­trol difuso de la constitucionalidad de las leyes tiene su antecedente en el sistema judicial norteamericano. Sin embargo, a diferencia de este último país, en la Alemania de ese momento los defensores de la República sentían una profunda desconfianza en el cuerpo de ma­gistrados formados bajo el segundo Reich. Se temía que los jueces

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se convirtieran en un obstáculo de las reformas que eran indispensa­bles para consolidar la democracia.

Por eso, en una segunda fase del debate, se plantea la necesidad de introducir un control centralizado de la constitucionalidad. En este contexto se da la polémica entre Hans Kelsen y Car! Schmitt. El primero de ellos, sustentado en la experiencia de la Constitución austriaca de 1920, propone la creación de un Tribunal Constitucio­nal. Como dirá años más tarde: "La aplicación de las reglas cons­titucionales relativas a la legislación, únicamente puede hallarse efectivamente garantizada si un órgano distinto del legislativo tie­ne a su cargo la tarea de comprobar si una ley es constitucional".2

Como científico social, Kelsen reconoce la importancia que ha te­nido el control difuso de la constitucionalidad en el mundo anglo­sajón; sin embargo, sostiene que un control centralizado es una mejor manera de mantener la coherencia fonnal y material del orde­namiento jurídico, con lo cual, a su vez, se garantiza la certeza que éste debe ofrecer para cumplir con su función de estabilizar las ex­pectativas.

Car! Schmitt se opone de manera radical a esta propuesta. Se­gún él, la defensa de la Constitución no puede pensarse a partir del esquema que ofrece la administración de justicia por parte de los tribunales. Desde su perspectiva, los tribunales en sus sentencias subsumen un hecho particular a una norma general, dicho con una fórmula de la jurisprudencia alemana del siglo XIX, acceden a la de­cisión de un caso sobre la base de una ley. En cambio, generalmen­te, las situaciones en las que se pone en riesgo la persistencia de una Constitución aparecen, en primer lugar, como un conflicto entre normas, el cual no puede ser superado mediante el procedimiento judicial de subsunción.

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La aplicación de una norma a otra norma es algo cualitativamente distinto de la aplicación de una norma a un contenido real[ .. . ] Sería poco proceden­te decir que se subsume la supresión de una norma al mantenimiento de otra. Este clarísimo caso de colisión de normas revela, por consiguiente, que en la decisión de una pugna semejante no existe en modo alguno el proceso típi­camente judicial de la subsunción procesal y concreta al hecho. No se pro­duce subsunción alguna, sino que simplemente se comprueba la existencia

2 Kelsen ( l 995) p. 186.

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de la pugna y se resuelve cuál de las normas contradictorias ha de mantener su vigencia, y cuál otra dejara de ser aplicada.3

En el conflicto entre normas no hay una decisión sobre la base de una ley, sino una decisión política, en la que se establece el con­tenido del ordenamiento jurídico. Recordemos que, de acuerdo con Schmitt, la decisión política no se justifica, en términos normativos, en nada; se trata de la decisión de una autoridad que determina que es una norma y que es lo normativamente correcto: Autoritas, non veritas facit legem.4 Así, por ejemplo, de acuerdo con este autor, en Estados Unidos de Norteamérica se considera que la defensa de la constitución puede residir en la Suprema Corte, porque se trata de un Estado judicialista (Jurisdiktionsstaat), en el cual ya se ha toma­do una decisión a favor de una determinada organización social y política (El Tribunal es apto para ello porque, en realidad aparece frente al Estado como protector de una ordenación social y econó­mica indiscutible por naturaleza). El uso del lenguaje iusnaturalis­ta en la tradición jurídica de esa nación lo que pretende es proteger la decisión a favor de un sistema mercantil-capitalista de las posi­bles críticas. La problemática creencia de que existen un conjunto de principios generales, que poseen una validez anterior al proceso legislativo, es aquello que toma verosímil la idea de que dicho tri­bunal supremo, limitándose a su función judicial, puede proteger la Constitución.

Precisamente, Schmitt busca destacar que el problema central de la Constitución de la República de Weimar reside en que no se ha tomado la decisión política, que hace posible definir con precisión el carácter del régimen político. Dicho con sus términos, al no exis­tir esa decisión política, no se ha creado la normalidad que hace po­sible que las normas jurídicas puedan adquirir la eficacia necesaria. Con independencia del diagnóstico que realiza Schmitt de ese con­texto social, lo importante ahora es advertir que para él la defensa de la Constitución no puede reducirse a un asunto judicial, ya que se trata, ante todo, de un terna político. Aquí recurre a uno de sus fa-

3 Schmitt. "El defensor de la constitución", en: Schmitt y Kelsen (2009) pp. 76-77. 4 Hobbes. Leviatán, cap. 26. "La decisión, considerada normativamente, surge de la

Nada". Schmitt (1996), p. 38.

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mosos enunciados contundentes: Una ley no puede ser defensora de otra ley. Si la Constitución remite al conjunto de normas supremas del ordenamiento jurídico, la norma que defiende a esa Constitución tendría que estar por encima de ella, pues una ley más débil no pue­de defender a otra que sea más solida. Pero esto nos llevaría a una contradicción, o bien a un regreso al infinito; ambas opciones lógi­camente inaceptables.

Para Schmitt este problema lógico es un síntoma de los límites inherentes a la concepción normativista del derecho, entendida esta última como aquella teoría que pretende reducir el derecho a un puro compendio o suma de reglas. Desde la perspectiva schmittiana, la raíz de las dificultades que encierra el normativismo reside en no percibir que las reglas por sí mismas no crean un orden y, por tan­to, no pueden garantizar que el derecho sea capaz de regular la di­námica política de la sociedad. Retomando la distinción que hemos introducido entre la decisión jurídica y la decisión política, cabe ad­vertir que mientras la primera, propia de la actividad de los tribu­nales, presupone un sistema normativo consolidado, en la segun­da está en juego la creación o mantenimiento del orden social que hace posible la eficacia del sistema normativo. En la medida que los casos importantes de crisis constitucional se encuentran en este se­gundo caso, se hace patente que la garantía de la Constitución tiene que asumirse como un asunto primordialmente político.

Este razonamiento conduce a proponer que la función de pro­tección de la Constitución debe situarse en la figura del Reichspri.i­sident, esto es, de acuerdo con el ordenamiento jurídico alemán, un jefe de Estado que es elegido mediante el voto popular. De hecho, Schmitt sustenta su propuesta en el segundo inciso del artículo 48 de la propia Constitución de Weimar que establece Jo siguiente:

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Cuando en el Reich alemán el orden y la seguridad públicos estén consi­derablemente alterados o amenazados, puede el presidente del Reich tomar aquellas medidas que sean necesarias para su restablecimiento, apelando a la fuerza armada si el caso lo requiere. A este objeto puede suspender pro­visionalmente, en todo o en parte, los derechos fundamentales consignados, en los artículos 114, 115, 117, 123, 124 y 153 [libertad personal, inviolabili-

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dad de domicilio, secreto de correspondencia, libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de asociación y propiedad privada] .5

Schmitt afirma que el problema de este debatido artículo 48 se encuentra en su tercer inciso; pues una vez que se otorga ese poder extraordinario al jefe de Estado, se agrega lo siguiente:

Cuantas medidas haya tomado el presidente del Reich en virtud de los apar­tados I y 2 de este artículo, deberá ponerlas sin demora en conocimiento del Reichstag. Si el Reichstag lo exige, las medidas deberán dejarse sin efecto.

Este tercer inciso del artículo 48 parece mostrar la falta de de­cisión política que se le reprocha a la Constitución de Weimar. ¿Quién defiende la Constitución; el presidente o el parlamento? Schmitt considera que esa tarea debe asumirla, sin límites, el pre­sidente, ya que mientras en el parlamento reina la disputa entre los distintos partidos, el presidente representa un poder neutral. Cabe advertir de inmediato que esa neutralidad no es absoluta, sino rela­tiva a la diferencia entre los distintos grupos organizados políti­camente. De manera ineludible la decisión política del presidente presupone una elección frente a la eterna e insuperable pugna entre los valores ( el politeísmo del que había hablado Weber). Sin embar­go, al igual que Maquiavelo y Hobbes, Schmitt considera que existe un fin supremo que justifica esa decisión política, con independen­cia de su contenido concreto, a saber: la seguridad que ofrece el or­den civil de la sociedad.

La definición del soberano como aquel que decide el estado de excepción, tiene que comprenderse como la defensa de este poder ex­traordinario del presidente. No debe perderse de vista que, según Schmitt, el presidente debe representar al pueblo en su totalidad. Sin embargo, tampoco puede pasarse por alto que su noción de re­presentación difiere de la utilizada por lo que él llama la tradición del parlamentarismo liberal. En esta última, la representación ( Ver­tretung) se entiende como estar en lugar de ... o actuar en nombre de alguien que está ausente; sentido que proviene del derecho pri­vado, en donde el representante gestiona, ante los tribunales, inte-

5 Citado por Estévez Ara u jo ( 1989), p. 43.

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reses ajenos. En cambio, su propuesta es utilizar el término repre­sentación (Reprasentation) en lo que él califica como un sentido existencial, esto es, una identificación inmediata, afectiva, entre el pueblo y el líder (la presencia del pueblo en la plaza pública para aclamar la decisión del Führer).

Cuando nos adentramos en la polémica entre Kelsen y Schmitt se percibe que su diferencia sobre la instancia que debe defender la Constitución es resultado de dos conceptos distintos, tanto de de­recho como de constitución. Como es sabido, para Kelsen el orde­namiento jurídico es un sistema jerárquico de normas, en el cual la validez de una norma, esto es, su existencia, se fundamenta en una norma superior. Kelsen agrega que, a diferencia de las matemáti­cas o la geometría, no se trata de un sistema estático, sino dinámico. Con ello quiere decir que el contenido de la norma inferior no se in­fiere deductivamente de la norma superior. La norma superior sólo establece el procedimiento para crear la norma inferior. La cadena de validez, que estructura el ordenamiento jurídico, culmina en una norma fundamental ( Grundnorm ), la cual, al sustentar la validez de todas las normas inferiores, crea la unidad del sistema.

De acuerdo con esta descripción del sistema jurídico, se requie­re distinguir entre la noción lógico-jurídica y la jurídico-positiva de constitución. En su sentido lógico-jurídico la Constitución es la nor­ma fundamental, pues en ella se basa el primer acto legislativo no determinado por ninguna norma superior del derecho positivo. Por su parte, el sentido jurídico-positivo de Constitución remite al con­junto de preceptos que definen los órganos del Estado y, con ello, regulan la creación de normas jurídicas generales. Como tales, di­chos preceptos ocupan el nivel superior del derecho de una nación determinada.

La crítica de Schmitt no cuestiona esta descripción de lo quepo­demos llamar el aspecto formal del ordenamiento jurídico. Su tesis central consiste en afirmar que se trata de una descripción incom­pleta; la cual no sólo es incapaz de dar cuenta del contenido que ad­quiere el derecho en los distintos contextos sociales, sino que tam­bién impide acceder a una explicación de la existencia del propio derecho. Recordemos que Kelsen acude a un argumento trascenden­tal para introducir la noción de norma fundamental. La peculiari-

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dad de este tipo de argumentos es que no pretenden probar la exis­tencia de un objeto; su objetivo es hacer patente que si asumimos la verdad de ese objeto, tenemos que aceptar que las condiciones que lo hacen posible también son verdaderas. Por ejemplo, cuando decimos que la libertad es la condición trascendental del lenguaje normativo, no se ha demostrado la existencia de la libertad; simple­mente se afirma que la libertad es el supuesto que da sentido a esa modalidad de lenguaje.

En este caso, lo que asume Kelsen como verdadero es la exis­tencia del derecho como una instancia que regula de manera eficaz el comportamiento social; para, posteriormente, afirmar que esa hi­potética norma fundamental es una condición necesaria de dicha existencia. Es muy importante advertir, a pesar de lo que han dicho algunos de sus intérpretes, que para Kelsen la validez de la norma fundamental no se puede reducir a la mera eficacia. Si bien un mí­nimo de efectividad es una condición necesaria de su validez, no es una condición suficiente. Con ello Kelsen quiere hacer ver que, a diferencia del iusnaturalismo, no afirma que la validez de la norma fundamental se deriva de un supuesto orden natural o de cualquier otra instancia trascendente. La génesis de la norma fundamental se encuentra en la dinámica de las relaciones sociales, pero esa validez no emerge de la simple eficacia.

Una orden sustentada en una amenaza de coacción puede ser efi­caz, pero de ello nunca podrá derivarse una validez en sentido nor­mativo. El objetivo de Kelsen es hacer patente que aunque la ame­naza de coacción es un rasgo distintivo de la norma ti vi dad jurídica, su funcionamiento no se reduce a ella, sino que presupone también una obligación. Por eso el contenido de la norma fundamental es­tablece el deber de obedecer la Constitución. Antes de la amena­za de coacción, el derecho aparece como una instancia revestida de autoridad; es esta última la que, a diferencia de lo que sucede en la relación entre un ladrón y su víctima, otorga a la primera su legiti­midad característica. Tenemos que reconocer que Kelsen, en su ex­plicación del sentido de la norma fundamental, no va más allá, debi­do a los presupuestos metodológicos en los que sustenta su trabajo.

En contraste con la Teoría pura, en sus primeros trabajos Sch­mitt, aparentemente, pretende reducir la validez a la eficacia, al re-

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mitir la primera a una decisión. Según él, si queremos ser conse­cuentes con la descripción del derecho como un artificio humano, tenemos que aceptar irremediablemente que la validez emana de la voluntad. Para que algo valga, alguien lo tiene que hacer valer. De esta manera, una ley constitucional no presupone una norma funda­mental, sino un poder constituyente, el cual toma una decisión polí­tica.

La Constitución no es, pues, cosa absoluta, por cuanto que no surge de sí misma. Tampoco vale por virtud de su justicia normativa o por virtud de su cerrada sistemática. No se da a sí misma, sino que es dada por una unidad política concreta [ ... ] La Constitución vale por virtud de la voluntad polí­tica existencial de aquél que la da [ ... ] Es necesario hablar de la Constitu­ción como una unidad, y conservar entre tanto un sentido absoluto de Cons­titución. Al mismo tiempo, es preciso no desconocer la relatividad de las distintas leyes constitucionales. La distinción entre Constitución y ley cons­titucional no está contenida en una ley o en una norma. En el fondo de todo sistema de normas reside una decisión política del titular del poder constitu­yente, es decir, del pueblo en la democracia y del monarca en la monarquía auténtica. 6

Sin embargo, sostener que la validez de la Constitución remite, en última instancia, a la decisión del poder constituyente no resuel­ve este intrincado problema. La respuesta de Kelsen a esta crítica es contundente: reducir la validez del sistema de normas constitu­cionales a la decisión del poder constituyente y su eficacia no sólo encierra una falacia naturalista (un tránsito injustificado entre el de­ber ser y el ser), sino también una confusión entre lo que él llama el sentido subjetivo, propio de una simple orden, y el sentido obje­tivo, que caracteriza a las normas jurídicas. Dicho con otras pala­bras, caemos en la postura de un imperativismo simplista (la norma jurídica como una orden sustentada únicamente en la amenaza de coacción), desde la cual resulta imposible explicar la autoridad del derecho, la que, a su vez, da cuenta de que la obediencia a la norma­tividad jurídica se plantea como un deber. Es decir, no se aclara el tema de la validez en sentido normativo (Debes obedecer la Consti­tución).

6 Schmitt ( 1982), pp. 46-47.

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Puesto que el fundamento de validez de una norma sólo puede ser nueva­mente una norma, el presupuesto de esa norma no puede ser una norma im­puesta por una autoridad jurídica, sino una norma presupuesta. Es decir, una norma que es presupuesta cuando el sentido subjetivo del hecho constitu­yente y el sentido subjetivo de los hechos productores de normas cumplidos conforme a la constitución, son interpretados como su sentido objetivo.7

La reacción de Schmitt ante esta reafirrnación del imperativo de pureza por parte de Kelsen se encuentra en su importante texto So­bre los tres modos de pensar la ciencia jurídica (1934). El punto de partida de la argumentación de este trabajo consiste en afirmar que todo ordenamiento jurídico implica tres elementos: un conjun­to de reglas, decisiones y un orden concreto. Según esto, las dife­rencias que encontramos entre las teorías del derecho se deben a que, consciente o inconscientemente, en cada una de ellas se adopta un concepto de derecho distinto a las otras. En algunos casos se concibe el derecho como un sistema de normas, en otros como de­cisiones y, para algunos, el derecho es un orden concreto. Schmitt sostiene que una teoría del derecho tendría que tomar en cuenta es­tos tres elementos y, agrega que para lograr ese objetivo es menester situar la prioridad en el concepto de orden concreto. En este punto, él remite al libro de Santi Romano, L 'Ordinamiento giuridico: "El ordenamiento jurídico es una unidad esencial, una entidad que en parte se mueve según reglas, pero que sobre todo mueve ella misma las reglas como figuras de un tablero; por eso, las reglas representan el objeto o mejor el medio del orden jurídico y no un elemento de su estructura". 8

Antes de desarrollar su propuesta Schmitt realiza una crítica del normativismo, representado por Kelsen, y del decisionismo abs­tracto, el cual se encuentra ejemplificado por la teoría de Hobbes . En relación con el primero repite lo que ya hemos mencionado, a saber: el normativismo es incapaz de comprender la complejidad

7 Kelsen ( 1986), p. 208. "Norma es el sentido de un acto con el cual se ordena o permite y, en especial, se autoriza, un comportamiento. Debe tenerse en cuenta con ello que la norma, como sentido específico de un acto intencionalmente dirigido a otro, es algo distinto del acto de voluntad, cuyo sentido constituye. Dado que la norma es un deber, mientras que el acto de voluntad, cuyo sentido constituye, es un ser", p. 19.

8 San ti Romano, citado por Car! Schmitt ( 1996), p. 25.

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que encierra el ordenamiento jurídico, porque pasa por alto que las normas presuponen una situación normal, esto es, un orden concre­to (las normas debe ser engendradas a partir de su propio orden). Por otra parte, el decisionismo abstracto es caracterizado por expli­car la existencia y validez del derecho, a través de un acto de volun­tad, es decir, una decisión soberana. Según esto, derecho es ley y ley es el mandato decisivo que supera el conflicto jurídico. "La de­cisión soberana no se explica jurídicamente ni desde una norma, ni desde un orden concreto, ni encuadrada en un orden concreto. Sólo la decisión funda tanto la norma como el orden. La decisión sobe­rana es el principio absoluto[ ... ] Surge de una nada normativa y de una concreta falta de orden".9

Cabe advertir de inmediato que al atribuir Schmitt esta posición a Hobbes, olvida que para este representante del Estado absolutis­ta, la decisión soberana se sustenta en un contrato social, esto es, un acuerdo entre los participantes, surgido de la experiencia de los ma­les inherentes al estado de naturaleza. La autoridad del soberano depende de su compromiso de respetar las llamadas leyes naturales, entendidas como preceptos de la razón, emanados de la experiencia; los cuales indican a los seres humanos los medios para acceder a la paz y a la seguridad del orden civil. Pero ahora no es importante de­tenerse en esta inadecuada interpretación de Hobbes, lo esencial es destacar que para Schmitt el error del decisionismo abstracto con­siste en situar a la decisión fuera de su contexto social. De esta ma­nera, implícitamente, Schmitt admite que la validez de la normativi­dad jurídica no puede provenir de un acto de la voluntad, sino que, como insiste Kelsen, el fundamento de validez de una norma sólo puede encontrarse en otra norma.

La diferencia ahora con Kelsen estriba en que Schmitt no apela a una hipotética norma fundamental, sino que para él la validez de las normas constitucionales se encuentra en su adecuación a las normas que configuran el orden concreto, el cual, a su vez, ha sido creado mediante la dinámica de las relaciones de poder, que estable­cen un conjunto de individuos en un contexto determinado. La deci­sión ya no es la fuente de la validez del ordenamiento jurídico, sino

9 Schmitt ( 1996), p. 30. De acuerdo con Schmitt, el positivismo jurídico del siglo XIX se caracteriza por combinar normativismo con decisionismo abslracto.

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únicamente la mediación entre el orden concreto, con la normativi­dad espontánea o pre-positiva ( Vorpositives Recht), y el derecho po­sitivo. Esto puede expresarse de la siguiente manera:

Normatividad espóntanea (orden concreto)- decisión política­derecho positivo

La decisión ya no se describe como un acontecimiento sustenta­do en un vacío normativo, sino como un acto que debe justificarse mediante su adecuación a las normas del orden concreto. Schmitt no admite de manera explícita que se trata de una nueva postu­ra teórica; por el contrario, sostiene que dicha tesis se encuentra ya presente desde sus primeros escritos. Por ejemplo, cuando en su peculiar teoría de la democracia habla de la identificación entre el pueblo y su líder, sostiene que esa identificación existencial es po­sible porque en la decisión de este último se expresan las normas creadas por el pueblo en sus prácticas cotidianas. Quizá sería ne­cesario ver con más cuidado si existe esa continuidad en su pen­samiento. Pero, en todo caso, encohtramos una importante matiza­ción, pues desde su trabajo de 1934 ya no se habla de la decisión como lo primario, sino como un acto derivado del orden concreto.

El desarrollo de la noción de orden concreto (Konkretes Ord­nungsdenken) se encuentra en su libro El Nomos de la Tierra (1950). La tesis en la que se sustenta la argumentación de este tra­bajo es que el término griego nomos no es reductible a la noción latina de !ex. Según Schmitt, en el leguaje clásico de los griegos no­mos remite, en primer lugar, al acto básico de tomar un territorio por parte de un pueblo y dividirlo entre sus miembros, lo cual da lu­gar a un orden, del que se deriva, posteriormente las leyes.

La historia de todo pueblo que se ha hecho sedentario, de toda comunidad y de todo imperio se inicia, pues, en cualquier forma con el acto constitutivo de una toma de tierra. Ello también es válido en cuanto al comienzo de cual­quier época histórica. La ocupación de la tierra precede no sólo lógicamente, sino también históricamente a la ordenación que luego le seguirá. Contiene

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así el orden inicial del espacio, el origen de toda ordenación concreta poste­rior y de todo derecho ulterior.'º

Para comprender con precisión el pensamiento del orden concre­to es indispensable adentrarse al pensamiento político de Schmitt y encontrar la relación que existe entre éste y su teoría del derecho. Pero antes debemos volver a la polémica entre Kelsen y Schmitt para analizar su conclusión. Los intérpretes superficiales de este de­bate se conforman con resaltar las diferencias entre estos dos auto­res; en contraste con ello, Hermann Heller y Karl Loewenstein, sin dejar de percibir las discrepancias políticas e ideológicas, advierten que las argumentaciones de Schmitt y Kelsen se mueven en niveles distintos. De ello extraen la tesis de que una teoría del derecho para que pueda explicar la complejidad del ordenamiento jurídico debe unificar esos niveles, sin confundirlos. En cierta manera, los propios protagonistas de esa discusión asumen esta tesis. Hemos visto que para Schmitt un imperativo fuerte de pureza conduce a que la teo­ría de Kelsen haga a un lado la comprensión de la relación que hay entre las normas y el orden concreto de la sociedad; pero, al mismo tiempo, admite el principio básico de que el fundamento de validez de las normas no puede localizarse en los hechos, ni en la voluntad de un individuo. Por su parte, Kelsen afirma que se requiere conjugar la perspectiva de la jurisprudencia sociológica y la perspectiva de la jurisprudencia normativa, propia de su trabajo. De acuerdo con esto, el imperativo de pureza ya no puede interpretarse como redu­cir la teoría del derecho al simple estudio de las normas, sino como la exigencia de no confundir las mencionadas perspectivas.

En relación con la tarea de vincular estos dos niveles, Hermano Heller nos propone entender a la constitución tanto como un orden concreto, como un sistema de normas:

Cabe, por eso, distinguir en toda Constitución estatal, y como contenidos parciales de la Constitución política total, la Constitución no normada y la normada, dentro de ésta, la normada extrajurídicamente (las costumbres) y la que lo es jurídicamente. La Constitución normada por el derecho cons-

'º Schmitt (1979), p. 23. "Nomos es la medida que divide y distribuye el suelo del mundo en una ordenación determinada y, en virtud de ello, representa la forma de la ordenación política, social y religiosa", p. 53.

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cientemente establecido y asegurado es la Constitución organizada [ ... ] La Constitución estatal, así nacida forma un todo en el que aparecen comple­mentándose recíprocamente la normalidad y la normatividad, así como la normatividad jurídica y la extraj urídica. 11

La aportación de Loewenstein consiste en destacar que esa rela­ción de complementariedad entre la Constitución entendida como un orden concreto y la Constitución normada, establecida por el de­recho, es una relación compleja; por lo que no puede considerarse que la Constitución organizada sea un simple reflejo de la Consti­tución inherente al orden concreto. Precisamente, su llamada clasi­ficación ontológica de las constituciones muestra las diferentes for­mas de vínculo que puede establecerse entre estas dos dimensiones de una Constitución.

Respecto al asunto particular que está en juego en la polémica entre Schmitt y Kelsen, podemos decir que el primero tiene razón respecto a que la defensa de la Constitución es, ante todo, un asun­to político. Ello no implica que debamos aceptar que la mejor es­trategia de defensa política de la Constitución sea otorgar poderes extraordinarios a un presidente que se sitúa por encima de la lega­lidad. De acuerdo con el sentido normativo de la noción de Cons­titución, esto es, su carácter garantista, la mejor defensa política de la Constitución se encuentra en la acción colectiva. Así como una Constitución eficaz es una condición necesaria para él éxito del mé­todo democrático, la democracia representa el medio más eficaz de defender a una constitución que asume el compromiso de cumplir su exigencia normativa.

Pero el carácter primario de la defensa política de la Constitu­ción, no excluye, ni entra en contradicción, con la exigencia de ga­rantizar la constitucionalidad de las leyes creadas por el Parlamento mediante un Tribunal Supremo. Por el contrario, se trata de estrate­gias para defender la Constitución que deben complementarse, ya que responden a las dos dimensiones del ordenamiento jurídico que hemos mencionado, a saber: el sistema de normas y el sistema insti­tucional anclado en lo que Schmitt llama el orden concreto de la so­ciedad.

II Heller (1981 ), pp. 269 y 273.

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2. Lo político y el derecho

Der Feind ist unsere eigene Frage als Gestalt. Und er wird uns, wir ihn zum se/ben Ende hetzen.

THEODOR DÁUBLER - Sang an Palenno

Generalmente, tanto en el lenguaje cotidiano, como en el utiliza­do en l::ts disciplinas científicas, se caracteriza al Estado como algo político; pero a su vez, se entiende lo político como una dimensión de la vida social que hace referencia a lo estatal. Para romper con es­te círculo vicioso, que obviamente no puede satisfacer a nadie, Schmitt sostiene que, ante todo, debe determinarse el concepto de lo político. Su estrategia para realizar esta tarea consiste en destacar que cada actividad humana posee su propio código, en el cual se es­tablecen los criterios que la distinguen de las otras actividades. Por su parte, cada código remite a una distinción básica, la cual define el sentido de esa actividad. Por ejemplo, la distinción básica del có­digo económico es costo-beneficio, la del código moral bueno-ma­lo, la del código estético bello-feo, la del código jurídico lícito-ilí­cito, etc. La distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos, es la distinción amigo­enemigo.

Esto significa que el sentido del código que guía la actividad po­lítica consiste en procesar los conflictos. Sin embargo, esta determi­nación de lo político resulta insuficiente, porque no todos los con­flictos sociales tienen un carácter político. Por eso, Schmitt añade que cuando utilizamos el adjetivo político para calificar un conflic­to, no nos referimos a un contenido específico de este último, sino a un elevado grado de intensidad. "Por sí mismo, lo político no aco­ta un campo propio de la realidad, sino sólo cierto grado de intensi­dad de la asociación o disociación de los seres humanos". 12 La gé­nesis de los distintos conflictos puede encontrase en la economía, en la religión, en la cultura o, incluso, en él ámbito familiar; pero todos ellos sólo adquieren un carácter político cuando alcanzan el grado suficiente para agrupar de manera efectiva a los seres humanos en amigos y enemigos.

12 Schmitt (1991), p. 68.

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La agrupación real en amigos y enemigos es en el plano del ser algo tan fuerte y decisivo que, en el momento en que una oposición no política pro­duce una agrupación de esa índole, pasan a segundo plano los anteriores cri­terios puramente religiosos, puramente económicos o puramente culturales, y dicha agrupación queda sometida a las condiciones y consecuencias total­mente nuevas y peculiares de una situación convertida en política, con fre­cuencia harto inconsecuentes e irracionales desde la óptica de aquel punto de partida puramente religioso, puramente económico o fundado en cual­quier otra pureza. En cualquier caso es política siempre toda agrupación que se orienta por referencia al caso decisivo. 13

De acuerdo con esto, lo político no hace referencia a un sistema social más del orden social, sino que denota aquella actividad en la que se encuentra en juego la creación y conservación del orden so­cial. Para comprender con precisión esta tesis vale la pena hacer una breve comparación con la postura predominante en la tradición marxista. El presupuesto en el que se sustenta la argumentación de Marx consiste en asumir que las condiciones de la producción no son ellas mismas producidas, sino que representan la base o infraes­tructura del orden social. En contraposición a esto, Schmitt advier­te que la actividad económica implica un proceso de cooperación, el cual, a su vez, presupone que ya se ha dado una solución al proble­ma político central ( el caso decisivo), esto es, con quienes debemos cooperar y cuáles son las reglas que hacen posible esa cooperación.

Según Schmitt, en el marxismo, al igual que en el liberalismo, se asume que la actividad económica es capaz de generar un orden concreto. En contra de ello, él destaca que la competencia mercantil en sí misma lejos de propiciar la seguridad de un orden civil, condu­ce a una situación de violencia; pensemos en lo que ha sido la histo­ria del mercado mundial. La competencia mercantil sólo se convier­te en un elemento funcional para el desarrollo económico y social en general, cuando se realiza dentro del marco de un orden legal. Ello quiere decir que si acaso podemos calificar una dimensión so­cial como la base o infraestructura del orden concreto, es la dimen­sión política de la que emana, como veremos más adelante, el orde­namiento jurídico.

13 Schmitt (199 1), p. 68.

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Cabe advertir que Schmitt pasa por alto que esta tesis se encuen­tra ya en los representantes clásicos del liberalismo. Locke sostenía que donde no existe ley, no puede existir libertad, sino un estado de licencia, donde es imposible el desarrollo adecuado de la economía. De la misma manera, Adam Smith, en contra de lo que dicen un nú­mero importante de sus defensores y detractores, afirma que el li­bre mercado no es un mercado desregulado, sino una situación en la cual la competencia mercantil tiene lugar dentro del marco creado por un Estado de derecho. La cuestión central no es la presencia o ausencia de reglas, sino que las normas no sean arbitrarias, es decir, que no respondan a las necesidades colectivas.

A pesar de ello, no es posible negar que algunos representantes del liberalismo creen en la posibilidad de neutralizar el conflicto político, esto es, de superarlo mediante la técnica y la discusión ra­cional. Lo mismo sucede en la tradición marxista, en la cual, a pe­sar de que algunos autores percibieron la importancia de la dimen­sión política, predominó la convicción de que la transformación del orden social se puede reducir a un asunto técnico. La idea de una dictadura del proletariado que debe conducir a la desaparición del Estado es el síntoma más evidente de que no se comprendió la espe­cificidad de lo político. Schmitt considera que, a pesar de sus gran­des diferencias, en el nivel práctico, el liberalismo y el marxismo coinciden en la esperanza de convertir la política en una administra­ción científica de los asuntos humanos (neutralizar lo político).

Hoy no existe nada más moderno que la lucha contra lo político. Banqueros americanos, técnicos industriales, marxistas y revolucionarios anarco-sindi­cal istas se unen en la exigencia de que la unilateral dominación política so­bre la imparcialidad de la vida económica sea superada. La exigencia de que sólo deben existir tareas técnicas-organizativas y económicas-sociológicas, pero no más problemas políticos. 14

Schmitt afirma que los conflictos sociales tienen sus raíces en dos determinaciones básicas e insuperables del mundo humano, a saber: la pluralidad y la contingencia 15• En el proceso de constitución de

14 Schmitt (1996), p. 82. 15 La pluralidad es el dato empírico que nos permite afinnar el carácter contingente de

la forma y el contenido del orden social; mientras que la contingencia es aquello que nos permite explicar la pluralidad que se percibe en la región sublunar en la que habitamos.

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un orden social particular se tiene que elegir entre una multiplicidad de valores y principios que se encuentran en una lucha eterna ( el politeísmo de los valores del que habló Max Weber) y, al hacerlo, no sólo se define la identidad del grupo, sino también la de aquellos que no forman parte de los amigos, es decir, los potenciales enemi­gos. Como diría Hegel, la enemistad surge de la ineludible diferen­cia ética. 16 En contra de una noción del conflicto tradicional muy extendida, Schmitt afirma que la gran mayoría de los antagonis­mos sociales no puede entenderse en los términos épicos de una lu­cha entre el bien y el mal, sino que deben considerarse como una confrontación entre diversas concepciones del bien, propia de lo trágico.

Del rasgo conceptual de lo político deriva el pluralismo en el mundo de los Estados. La unidad política presupone la posibilidad real del enemigo y con ella la existencia simultánea de otras unidades políticas. De ahí que, mien­tras haya sobre la tierra un Estado, habrá también otros, y no puede haber un Estado mundial que abarque toda la tierra y a toda la humanidad. El mundo político es un pluriverso, no un universo. 17

El hecho de que el conflicto se encuentre ligado a esas dos de­terminaciones esenciales del mundo humano significa que no puede ser neutralizado (lo político es nuestro destino ). 18 La única alterna­tiva que tienen los seres humanos es controlar la intensidad del con­flicto, para que éste pueda ser procesado en términos políticos. El primer requisito para controlar la intensidad del conflicto es admitir

16 Es evidente que en este punto Schmitt retoma la descripción de la lucha por el reconocimiento que expone Hegel en la conocida "Dialéctica del amo y el esclavo" que se encuentra en la Fenomenología del espíritu. Además, al igual que Hegel, Schmitt nos re­cuerda que toda determinación es, al mismo tiempo negación; la identificación de los amigos, implica la de los enemigos.

17 Schmitt (1991), p. 82. 18 "El que los antagonismos económicos se hayan vuelto políticos, y el que haya podido

surgir el concepto de posición de poder económica, no hace sino demostrar que el punto de emergencia de lo político puede ser alcanzado a partir de la economía exactamente igual que a partir de cualquier otro ámbito. Es bajo esta impresión como nació la tan citada afirmación de Walther Rathenau de que hoy el destino no es la política, sino la economía. Sería más correcto decir que la política ha sido y seguirá siendo el destino, y que lo único que ha ocurrido es que la economía se ha transformado en un hecho político y se ha convertido así en destino". Schmitt(l991), p. 105.

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su carácter insuperable, asumiendo que el enemigo no es necesaria­mente el malo, sino únicamente el otro. En cambio, cuando uno de los rivales considera que defiende los valores básicos de la humani­dad o la justicia, lo que sucede realmente es que identifica su iden­tidad particular con la validez universal y, de esta manera, excluye de manera radical al otro, esto es, declara a su enemigo hors-la loi y hors-la-humanité. El efecto de esto es un aumento inmediato de la intensidad del conflicto, hasta convertirlo en lucha a vida o muerte.

La identificación de lo político con el conflicto social de alta in­tensidad ha sido uno de los puntos más controvertidos de la teoría de Schmitt, pues parece que implica hacer equivalentes la política y la guerra, o, por lo menos, asumir la continuidad entre estas dos actividades. Este tipo de críticas no son acertadas, porque Schmitt afirma que si bien existe un vínculo entre la política y la guerra, de ningún modo esta última es el objetivo o el contenido de la política. Lo que se plantea es que la guerra representa el riesgo permanen­te que da a la práctica política su importancia específica. Mientras la guerra es, básicamente, una actividad técnica que tiene como fin la destrucción del enemigo; la política representa, primordialmente, una cuestión práctica, en donde está en juego, mediante decisiones colectivas, la construcción y conservación del orden civil de la so­ciedad.

Sin embargo, no podemos decir que ese tipo de críticas sean del todo injustas, ya que Schmitt no establece con toda claridad el cri­terio que permite distinguir cualitativamente la guerra de la política. Para localizar dicho criterio se requiere analizar las diversas figu­ras del enemigo, que introduce este autor en el desarrollo de su ar­gumentación, con el objetivo de referirse a diferentes tipos de con­flicto. En primer lugar, Schmitt sostiene que el enemigo político (noMµwc;-hostis) no debe confundirse con el competidor o adver­sario privado (txopóc;-inimicus); ya que, a diferencia de la confron­tación entre particulares, la enemistad política implica la presencia de un espacio público. "Sólo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en tér­minos más precisos a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público". 19

19 Schmitt(1991). p. 59.

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Por tanto, para comprender la especificidad del conflicto polí­tico debemos determinar también el sentido y fundamento de ese espacio público (nóA1c,-civitas). En relación con esto apela a una se­gunda distinción. El enemigo absoluto representa la figura propia de las guerras justas (iusta causa), entendidas como el caso más puro de guerra. Se trata del enemigo al que no se le reconoce ningún va­lor, para situarlo, como hemos mencionado, fuera de la ley y fue­ra de la humanidad. Ese enemigo absoluto puede concebirse como el malo, el hereje, el terrorista, etc. En esta modalidad de enfrenta­mientos, al no existir una mediación normativa entre amigo y ene­migo se favorece el incremento de la intensidad del conflicto a tal grado que se abre la puerta a una violencia sin límites.

Y esta clase de guerras (contra el enemigo absoluto) son necesariamente de intensidad e inhumanidad insólitas, ya que van más allá de político y degra­dan al enemigo al mismo tiempo por medio de categorías morales y de otros tipos, convirtiéndolo así en el horror inhumano que no sólo hay que recha­zar, sino que hay que aniquilar definitivamente.20

En contraposición con la figura del enemigo absoluto, propia de las guerras justas, lo que distingue a la figura del enemigo jus­to (iustus hostis) consiste en que los contrincantes se han reconoci­do, de manera recíproca, como personas, esto es, como individuos o grupos que tienen el derecho a tener derechos. Desde este mo­mento, la justicia ya no puede ser considerada como la propiedad o el monopolio de uno de los bandos, sino que remite a las normas que comparten amigos y enemigos, las cuales permiten procesar el conflicto. Dicho reconocimiento no suprime de ninguna manera la hostilidad; sin embargo, al dejar de ser el enemigo el malo, para convertirse simplemente en el otro, se introduce un límite a la vio­lencia. Límite que abre la posibilidad de establecer un proceso de negociación, es decir, el conflicto se mantiene dentro del ámbito de lo político.

20 Schmitt ( 1991 ), p. 66. "La alegación de la razón jurídica y la justicia moral de la causa propia y la afirmación de la injusticia del adversario no hace más que agudizar y profundizar de la manera más horrible la contienda entre las partes beligerantes. La beligerancia de la época feudal y las guerras civiles religiosas en tomo a la verdad y la justicia teológica ya habían demostrado este hecho". Schmitt ( 1979), p. 180.

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En la figura de la guerra, tal como ésta se contempla en el derecho inter­nacional entre Estados, el enemigo es reconocido también al mismo nivel como Estado soberano. En este derecho internacional el reconocimiento como Estado implica ya, en tanto mantiene aún algún contenido, el reconocimien­to del otro como enemigo conforme a derecho. También el enemigo tiene su propio status, no es criminal. La guerra puede ser limitada y circunscrita mediante regulaciones del derecho internacional (die Hegung des Krieges). De acuerdo con esto, la guerra podía ser concluida con un tratado de paz, que normalmente incluía una cláusula de amnistía. 21

Recapitulando, podemos decir que el conflicto político es un conflicto de alta intensidad; pero que, a diferencia de la guerra en su estado puro, presupone la presencia de un espacio público, cons­tituido por un conjunto de normas comunes no sólo a los amigos, sino también a los enemigos. El fundamento de esa normatividad se encuentra en el reconocimiento de los adversarios como perso­nas; el enemigo político es un enemigo conforme a derecho. Dicho de otra manera, el conflicto político implica, de manera necesaria, una mediación normativa entre amigo y enemigo. Desde una pers­pectiva genética, el reconocimiento del enemigo como persona es un resultado contingente de una larga historia de luchas sociales y, como tal, el contenido que encierra se encuentra en una continua variación cuantitativa y cualitativa. Pero, al mismo tiempo, desde la perspectiva de la validez racional, ese reconocimiento es el funda­mento de la normatividad social. Sólo a un individuo al que se le ha reconocido como persona se le puede plantear que tiene el deber de cumplir con una norma, pues se asume que sus acciones le pueden ser imputadas.

De esta caracterización de lo político es importante ahora desta­car la relación indisoluble que en ella se establece entre lo político y lo jurídico. Esto no quiere decir que se confundan estas dos dimen­siones de la vida social; se trata de prácticas guiadas por códigos diferentes, que dan lugar a dinámicas distintas. Sin embargo, cada uno de estos sistemas, sin perder su autonomía (su cierre operacio­nal), remite al otro. Para Schmitt el normativismo de Kelsen, al per­der de vista esa relación entre lo político y lo jurídico, es incapaz de explicar la validez (existencia) de las normas positivas. Según él,

21 Schmitt ( 199 l ), p. 41 .

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apelar a la noción de una norma fundamental es, simplemente, un intento de ocultar que se ha caído en la metafísica del iusnaturalis­mo, esto es, que se ha terminado por apelar a un misterioso princi­pio de validez trascendente. Por eso, insiste en que para ser cohe­rente con la tesis respecto a que todo derecho se encuentra situado en un contexto social concreto, es indispensable asumir que no hay un principio de validez universal y que, por tanto, cada derecho es la expresión de la correlación de fuerzas imperante en el orden con­creto en el que se encuentra.

Schmitt sospecha que el problema que tiene el normativismo para dar cuenta de la validez de la normatividad jurídica, no es asunto exclusivamente teórico, sino que es un resultado de una po­sición ideológica. Para él, cuando el normativismo, al igual que lo había hecho el tradicional iusnaturalismo, hace a un lado el víncu­lo de lo político y lo jurídico, lo que pretende es legitimar la nor­mas positivas vigentes en contexto determinado. Se trata de hacer creer que dichas normas no son el producto de una coyuntura polí­tica, sino que poseen una validez que trasciende sus circunstancias particulares. Desde su perspectiva, ha sido Hobbes quien ha sacado la conclusión correcta sobre la relación entre política y derecho:

Pues en tal caso el imperio del derecho no significa otra cosa que la legiti­mación de un determinado statu qua en cuyo mantenimiento están lógica­mente interesados todos aquellos cuyo poder político o ventaja económica poseen su estabilidad en el seno de ese derecho[ ... ] Hobbes ha extraído es­tas simples consecuencias del pensamiento político con más claridad que cualquier otro y sin dejarse inducir a error en ningún sentido, afirmando una y otra vez que la soberanía del derecho significa únicamente la soberanía de los hombres que imponen las normas jurídicas.22

Es cierto que tener presente el nexo entre lo político y lo jurí­dico permite explicar la relación entre el derecho y el orden de la sociedad en el que aquél se encuentra. Sin embargo, la conclusión que extrae Schmitt respecto a que dicho vínculo hace patente que todo gobierno de las leyes es, en realidad, un gobierno de los hom­bres disfrazado, no está justificada. Por el contrario, dicha conclu­sión contradice el argumento que él mismo ha desarrollado para de-

22 Schmitt (1991), p. 95.

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fender el origen político del ordenamiento jurídico. Si el conflicto político, a diferencia de la guerra, implica una legalidad compartida por amigos y enemigos, ello quiere decir que las leyes no se pueden describir como el mandato o la imposición de uno de los participan­tes. La validez de las normas jurídicas; esto es, lo que les da su au­toridad, diferenciándolas de la violencia, es que en ellas se plasma el reconocimiento recíproco de los contrincantes como personas. Precisamente, el principio de reciprocidad que subyace a la norma­tividad jurídica es lo que hace posible procesar el conflicto en tér­minos políticos.

El ideal del gobierno de las leyes no significa, como cree Schmitt, apelar de manera necesaria a un conjunto de normas ajeno a lavo­luntad de los seres humanos. En efecto, recuperar el vínculo entre lo político y lo jurídico hace patente con toda claridad que toda nor­ma jurídica es un artificio humano, situado en un orden concreto. Pero, al mismo tiempo, se demuestra que ellas no pueden describir­se como mandatos de un soberano. Para que las normas jurídicas puedan cumplir con su función de procesar políticamente los con­flictos, se requieren que sean reconocidas como válidas por todos los participantes. En contra de lo que afirma Schmitt, Hobbes per­cibió esto, pues si bien define a las leyes positivas como mandatos del soberano, con anterioridad había establecido que la autoridad del soberano emana de un consenso social (la figura del contrato so­cial), en el cual se compromete a garantizar la seguridad del espacio privado de cada ciudadano. La soberanía también se encuentra sometida a reglas, las cuales, aunque Hobbes las sigue calificando como leyes naturales, las describe como un producto colectivo, sur­gido de la experiencia de los males inherentes al estado de naturaleza.

Aunque no es posible negar que la noción de imperio del dere­cho ha sido utilizada, en determinados momentos, con una inten­ción ideológica, su sentido no es legitimar un determinado statu quo. Por el contrario, su significado consiste en garantizar el de­recho tanto de los amigos, como de los enemigos de un statu quo particular. Ello es lo que hace posible mantener el conflicto, a pe­sar de su elevada intensidad, dentro de los límites establecidos por el ordenamiento jurídico, es decir, evita que el conflicto político se

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transforme en una guerra. La contradicción que existe en la teoría de Schmitt entre lo que el llama el pensamiento del orden concreto y su insistencia en defender una noción tradicional de soberanía se pone especialmente de manifiesto cuando introduce de manera in­justificada una diferencia cualitativa entre política externa y política interna.

3. Derecho de gentes y Estado de derecho

Yo soy el último representante consciente del jus publicum Europaeum, su último profesor e investigador en un sentido existencial. y expe­rimento su fin como Benito Cereno experimen­tó el periplo del buque pirata.

CARL SCHMIIT

La crítica que dirige Schmitt al Tratado de Versalles, el cual mar­ca el fin de la Primera Guerra Mundial, consiste en afirmar que las condiciones que en él se imponen a Alemania violan los principios básicos deljus publicum Europaeum. Recordemos que ese derecho de gentes es la expresión del orden concreto, surgido de la distribu­ción del espacio europeo en una pluralidad de Estados soberanos, los cuales se representan como magni homines. Para Schmitt este derecho internacional, así como la obra de los juristas (representan­tes del iusnaturalismo racional) ligados a él, es una de las mayores conquistas culturales de la humanidad. Porque, a través de él, las personas soberanas admiten que cada una tiene el derecho a decla­rar la guerra (ius ad bellum ), pero, por eso mismo, también el dere­cho a firmar un tratado de paz.

Mientras en las guerras confesionales que lo precedieron cada uno de los bandos proclama defender la causa justa, convirtiendo así al rival en un enemigo absoluto, en eljus publicum Europaeum los Estados se reconocen como iustus hostis ( enemigos conforme a derecho). El primer efecto racionalizador de esto es la seculariza­ción de la vida pública:

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Así nació de las guerras civiles confesionales de los siglos XVI y XVII el jus publicum Europeaum. En su comienzo hay una consigna contra los teólo­gos, una llamada al silencio que un fundador del moderno derecho interna­cional dirigió a los teólogos: Silete, theologi, in munere alieno! (¡Callad teó­logos, en terreno ajeno!]. Así les gritó Alberico Gentili, con ocasión de la controversia sobre la guerra justa. Aún hoy le oigo gritar.23

En las visiones del mundo teológicas se tiende a considerar al de­recho como reflejo de un orden natural o divino, por ello se piensa que el conflicto tiene su origen en la transgresión de ese orden por una de las partes, es decir, se tiende a identificar el enemigo con el criminal. En cambio, a partir de la desteologización de la vida pú­blica, se asume que el orden social es un artificio humano (el nomos no es physis) y, por tanto, se admite que el conflicto no es efecto del pecado o del delito, sino una consecuencia ineludible de la plurali­dad y la contingencia, propias del mundo humano. En el origen se encuentra el caos, y el orden se genera a partir de que una multipli­cidad de seres humanos se reconoce como miembros de una unidad política. El derecho que hace posible integrar sus acciones no se fundamenta ni en un hecho natural, ni en una instancia trascenden­te, sino en ese acto de reconocimiento.

Schmitt añade que un segundo efecto racionalizador del jus pu­blicum Europaeum reside en desligar la moral y el derecho. El ene­migo ya no es el malo, sino simplemente el otro. Sin embargo, él interpreta esto como si el interés jurídico se desligara del conteni­do universal de la justicia, para centrase únicamente en la necesidad de acceder a una definición común sobre aquello que debe contar como justo en un determinado contexto particular:

El derecho natural de la justicia, tal como aparece en los monarcómacos, ha sido continuado por Grocio; parte de la existencia de un derecho con un con­tenido anterior al Estado, mientras que el sistema científico de Hobbes se basa con la mayor claridad en la proposición de que antes del Estado y fuera del Estado no hay ningún derecho y que el valor del aquel radica justamen­te en que es quien crea el derecho, puesto que decide la polémica entorno al

23 Schmitt (20 1 O), p. 64. "Los teólogos tienden a definir al enemigo como algo que hay que aniquilar. Pero yo soy jurista y no teólogo", p. 77.

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mismo. Por ello, la oposición entre lo justo y lo injusto solamente se da en el Estado y a través del Estado.24

En efecto, al reconocer la pluralidad como un dato esencial del mundo humano, se tiene que admitir que no es legítimo utilizar la coacción jurídica para imponer una concepción particular de vida buena. Pero ello no presupone, como afirma Schmitt, que en el de­recho se abandone el interés por el contenido universal del principio de justicia. Por el contrario, como ya había percibido el propio Hob­bes, lo que se sostiene es que sólo aquellas normas que son suscep­tibles de ser reconocidas por todos los participantes, pueden preten­der ser justas ( vol en ti non fit iniura ). En tanto se asume el carácter plural del mundo humano, se entiende que lo único que puede pre­tender acceder a un consenso general son aquellas normas que se encuentra relacionadas con el reconocimiento de los participantes como personas.

Dicho de otra manera, lo que logra eljus publicum Europaeum es diferenciar entre las normas vinculadas a una forma de vida buena particular y los principios de justicia. Sólo estos últimos deben ser admitidos en la dimensión jurídica de la sociedad. Aunque Schmitt se inspira en Hegel para describir la dinámica del conflicto social, no asume la tesis central de este último. Para Hegel, aquello que in­crementa la intensidad del conflicto, hasta convertirlo en una lucha a vida o muerte, es la identificación que hace uno, o los dos con­trincantes, de su particularidad con la validez universal. En cam­bio, el conflicto sólo adquiere un carácter político, en sentido estric­to, cuando se reconoce que los principios de justicia tienen que ser compartidos por amigos y enemigos. Precisamente el filosofo clá­sico ve que la Declaración de los derechos del ser humano y del ciudadano ( 1789) representa, en términos de política interna, lo mismo que eljus publicum Europaeum, en el ámbito de la política externa. En este punto cabe preguntar: ¿por qué Schmitt introduce una diferencia cualitativa entre política externa y política interna?

24 Schmitt (1985), pp. 52- 53. "La diferencia entre ambas direcciones del derecho natural se formula mejor diciendo que un sistema parte del interés por ciertas representaciones de la justicia y, por consiguiente, de un contenido de la decisión, mientras que en el otro sistema sólo existe un interés en que se adopte una decisión, cualquiera que sea su fundamento".

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El Estado clásico europeo había logrado algo completamente inverosímil: instaurar la paz en su interior y descartar la hostilidad como concepto jurídi­co[ ... ] En el interior de este tipo de Estados Jo que había de hecho era úni­camente policía, no política, a no ser que se consideren política las intrigas palaciegas, las rivalidades, las frondas y los intentos de rebelión de los des­contentos, en una palabra, las alteraciones [ ... ] La política de gran estilo, la alta política, era entonces únicamente política exterior, y la realizaba un Es­tado soberano como tal respecto de otros Estados soberanos a los que reco­nocía como tales, actuando sobre la base de este reconocimiento y en forma de decisiones sobre amistad, hostilidad o neutralidad recíprocas. 25

El presupuesto que conduce a Schmitt a introducir esta diferen­ciación entre política externa y política interna es la creencia de que la consolidación del orden civil de una nación depende de la homo­geneización del pueblo. Su tesis es que la paz y la seguridad del or­den civil sólo se obtienen cuando los miembros de un pueblo hacen a un lado sus diferencias, para reconocerse como un grupo de ami­gos que tienen sus enemigos fuera de sus fronteras. Según su muy peculiar idea de la democracia, ella sólo se alcanza cuando se logra dicha homogeneización (es propio de la democracia, en primer lu­gar, la homogeneidad, y, en segundo lugar - y en caso de ser nece­sario- la eliminación o destrucción de lo heterogéneo). 26

El problema para Schmitt es que esta homogeneización del pue­blo no puede ser el producto de una política racional, ya que ésta nos remite, de manera ineludible, a la pluralidad como dato bási­co. Por otra parte, la fuerza de unificación de los viejos mitos se ha perdido, debido a que han sido erosionados por el proceso de secu­larización que distingue a la historia política moderna. La solución se encuentra, desde su punto de vista, en una mezcla de las posicio­nes de Sorel y Mussolini. Del primero retoma la propuesta de que al ideal de la discusión racional y negociación, propia del parlamenta­rismo burgués, hay que oponer una política guerrera, enraizada en los sentimientos básicos de los seres humanos, en dondP- domine la

25 Schmitt ( 1991 ), pp. 40-41. 26 Schmitt (1990), p. 12. En Teoría de la Constitución se dice: "El problema del go­

bierno dentro de la Democracia consiste en que gobernantes y gobernados tienen que ser diferenciados, pero dentro de la homogeneidad inalterable del pueblo". (1982), p. 232. La solución para Schmitt se encuentra en la identificación afectiva entre el líder y el pueblo que lo aclama en la plaza pública.

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creencia en una batalla decisiva, sangrienta, definitiva, aniquilado­ra. Del segundo recupera su conocido discurso en Nápoles de 1922 (antes de la marcha sobre Roma): "Hemos creado un mito, el mito es una creencia, un noble entusiasmo, no necesita ser realidad, es un impulso y una esperanza, fe y coraje. Nuestro mito es la nación, la gran nación, de la que queremos hacer una realidad concreta".27

Como consecuencia de la experiencia de la Primera Guerra Mun­dial, Max Weber afinnó que si bien a las democracias, entendidas en su acepción pluralista, les cuesta llegar a una decisión colecti­va, cuando acceden a ella, tienen un poder de realización mayor que las tiranías y gobiernos autoritarios. Creo que se trata de una intuición que puede ser sustentada, empíricamente, mediante los acontecimientos del siglo xx; con la cual, además, se puede cues­tionar, de manera radical, la creencia de que la solidez del orden ci­vil únicamente se logra mediante la homogeneización del pueblo. Desgraciadamente, se trata de una breve observación que Weber no desarrolla de manera suficiente. Sin embargo, para ofrecer una ex­plicación de este hecho, podemos recurrir a los argumentos que uti­liza Carl Schmitt para defender el ius publicum Europaeum, apli­cándolos a la política interna.

El pueblo que confonna una nación es una realidad plural; por lo que todo intento de homogeneizarlo tiene como efecto intensificar la enemistad que subyace a los conflictos que ese pluriverso genera ineludiblemente. El Estado que pretende reducir la política a me­ra técnica administrativa (hacer de la politics una policy), convier­te cualquier disidencia en una enemistad absoluta, lo cual impi­de procesar políticamente los conflictos. Ello propicia, a su vez, la guerra civil o la represión, esto es, la ausencia de paz y seguridad que debe ofrecer un orden civil sólido. En contra de lo que sostiene Schmitt, el imperio del derecho implica asumir que ante el pluriver­so interno, la única alternativa para ampliar la capacidad de integra­ción de la política consiste en admitir que la base de la identidad del pueblo debe situarse en el ordenamiento jurídico. Por su parte, esto se logra cuando se diferencia entre la multiplicidad de posiciones políticas y los principios de justicia comunes. Si Car! Schmitt hu-

27 Consultar el texto de Schmitt, La teoría política del mito ( 1923), en Zarka (2009).

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biera sido consecuente con su defensa del ius publicum Europaeum habría entendido que el éxito de la democracia (liberal) reside en re­nunciar a la reconciliación del pueblo, para construir un espacio pú­blico que permita escenificar, bajo una lógica política, los conflic­tos.

La respuesta schmittiana a esta crítica podría ser el afirmar que, a diferencia de lo que sucede en el ámbito internacional, el orden civil de una nación requiere de una mayor integración e identifica­ción entre sus miembros. Es decir, en la política interna no basta la identidad formal que ofrece el derecho. Esto es cierto, de hecho me parece que apelar, como lo han hechos algunos teóricos contempo­ráneos, a un patriotismo constitucional es simplemente una forma de eludir un problema complejo. Sin embargo, a pesar de que en la formación de una identidad nacional intervienen otros elementos, al igual que sucede en el derecho internacional, la diferenciación entre los principios de justicia comunes y las normas ligadas a la multi­plicidad de concepciones de vida buena es una condición necesaria para la consolidación de un orden civil capaz de ofrecer paz y segu­ridad.

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CARLOS BRAVO REGIDOR

Maestro y candidato a doctor en Historia por la Universidad de Chicago. Licenciado en Relaciones Internacionales por El Colegio de México, Profesor-investigador visitante en la División de Estu­dios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) . Fue Charles A. Hale Fellow 2010 de la Latin American Stu­dies Association. Es colaborador habitual en el diario La Razón y las revistas Letras Libres y Nexos. Ha publicado:

-"Elecciones de gobernadores durante el porfiriato", en José Anto­nio Aguilar Rivera (ed.), Historia de las elecciones y del gobier­no representativo en México, México, FCE / Conaculta / IFE / Co­nacyt, 2010, pp. 257-281.

-"De la épica de la victoria a la política de la derrota: Juárez, la Constitución y la Convocatoria de 1867", en Adriana Luna, Pablo Mijangos y Rafael Rojas (eds.), De Cádiz al siglo XXI. Tra­yectorias del constitucionalismo hispanoamericano, Madrid, Taurus I Centro de Investigación y Docencia Económicas, 2012, pp. 225-249.

-"Las balas y los votos. ¿Cuál es el efecto de la violencia en las elecciones", en José Antonio Aguilar Rivera (coord.), Las bases sociales de la violencia en México, México, Secretaría de Segu­ridad Pública, 2012, pp. 309-334 (en coautoría con Gerardo Mal­donado Hemández).

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LORENZO CÓRDOVA VIANELLO

Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctor de Investigación en Teoría Política por la Uni­versidad de Turín, Italia. Investigador titular "B" de tiempo comple­to del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, en donde fue coordinador del área de Derecho Electoral. Investigador nacio­nal nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Articu­lista de El Universal y colaborador de la revista Voz y Voto. Ha sido miembro de consejos editoriales de varias publicaciones periódicas. Desde agosto de 2005 dirige la Revista de la Facultad de Derecho de la UNAM El 15 de diciembre de 2011 fue nombrado Consejero Electoral del Instituto Federal Electoral. Ha publicado;

- Derecho y poder. Kelsen y Schmitt frente a frente, México, FCE,

2009. - Los árbitros de las elecciones estatales. Una radiografia de su ar­

quitectura institucional, México, UNAM-IEPC, 20 l O ( en coautoría con César Astudillo ).

- Reforma y control de la Constitución. Implicaciones y limites, Mé­xico, UNAM, 2011 (en coordinación con César Astudillo).

- Democracia sin garantes. Las autoridades vs. la reforma electo­ral, México, IIJ-UNAM, 2009 ( en coordinación con Pedro Sala­zar).

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ENRIQUE SERRANO GÓMEZ

Doctor en Filosofía Práctica por la Universidad de Constan­za (RFA) bajo la tutoría de Albrecht Wellmer y con la tesis titula­da Legitimitat und Rationalisierung (Hartung-Gorre Verlag, 1991 ). Desde 1982 es profesor de tiempo completo de la Universidad Au­tónoma Metropolitana-I. Es miembro del Sistema Nacional de In­vestigadores.

Ha sido profesor invitado de la FLACSO (México), de la Universi­dad EAFIT (Colombia), de la Universidad de Antioquia (Colombia), del Colegio de México (México). En la actualidad es profesor de asignatura en el Colegio de Filosofía de la UNAM.

Ha publicado:

- Legitimación y racionalización, Barcelona, Anthropos, 1994. - Consenso y conflicto (Schmitt y Arendt), Medellín, Universidad de

Antioquia, 2002 (4a. edición) -Filosofla del conflicto político, México, Porrúa, 2001. -La insociable sociabilidad (Kant), Barcelona, Anthropos, 2004. - Política congelada. Una introducción a la filosofia del derecho.

México, F ontamara, 2011 . - Realizó la Edición de El Antiguo Régimen y la Revolución de Toc­

queville para el FCE, 1998.

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Lectura contemporánea de los clásicos

Dirigida por

foñtamara

Soúl López Noriego y Roda/fo Vázquez

1, ¿POR QUÉ LEER A MARX HOY? Manuel Atienza, Luis Solazar Carrión Amoldo Córdova

2. ¿POR QUÉ LEER A RABASA HOY? Jesús Silva-Herzorg Mórquez José Antonio Aguilor Pablo Mijangos

3. ¿POR QUÉ LEER A DURKHEIM HOY? Juan Carlos Geneyro Antonio Azuela Juan Carlos Marin

4, ¿POR QUÉ LEER A WEBER HOY? Nora Rabotnikof Ulises Schmi/1 Gino Zabludovsky

5, ¿POR QUÉ LEER A FERGUSON HOY? Isabel Wences José Hernóndez Julio Beltrán

6, ¿POR QUÉ LEER A SMITH HOY? Alfonso Ruiz Miguel Isaac Katz Pablo Larroñogo

7, ¿POR QUÉ LEER A ALAMÁN HOY? Andrés Uro Catherine Andrews Josefina l. Vózquez

8. ¿POR QUÉ LEER A MILL HOY? Mork Plafts Miguel Carbonell Juan Carlos Geneyra

9, ¿POR QUÉ LEER A SCHMITT HOY? Carlos Bravo Lorenzo Córdovo Enrique Serrano (P. A.}

10. ¿POR QUÉ LEER A BENTHAM HOY? José Juan Moreso Jorge Cerdio Germán Súcor

' /PA.)

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~ BIBLIOTECA de ÉTICA,FILOSOFÍA ,d;'º"'' 9.lñ del DERECHO y POLÍTICA fontamara

Dirigida por Ernesto Garzón Valdés y Rodo/fo Vázquez

1. PROBLEMAS DE LA FILOSOFÍA Y DE LA PRAGMÁTICA DEL DERECHO Ulrich Klug 2, CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES W. N. Hohfeld 3, LENGUAJE JURÍDICO Y REALIDAD Korl Olivecrono 4. DERECHO E INCERTIDUMBRE Jerome Fronk 5. EL DERECHO Y LAS TEORÍAS ÉTICAS CONTEMPORÁNEAS George Nakhnikian

6. DERECHO. LÓGICA. MATEMÁTICA Herberl Fiedler

7. EL CONCEPTO DE VALIDEZ Y O TROS ENSAYOS AII Ross

8. CONTRIBUCIONES A LA TEORÍA PURA DEL DERECHO Hans Kelsen

9. ¿DERECHO SIN REGLAS? Los principios filosóficos de lo teoría del Estado y del derecha de Carl Schmitt Matthios Koulmonn

'º· ¿QUÉ ES LA JUSTICIA? Hans Kelsen

11. ¿QUÉ ES LA TEORÍA PURA DEL DERECHO? Hans Kelsen

12. EL PROBLEMA DEL POSITIVISMO JURIDICO Norberto Bobbio

13. LAS INSTITUCIONES MORALES Hartmut Kliemt

SOCIOLOGÍA Y JURISPRUDENCIA Rüdiger Loulmann ,

14,

15. LÓGICA DEL DERECHO Ruperl Schreiber 16, PROBLEMAS DE ÉTICA NORMATIVA Norbert Hoerster 17, MORAL Y DERECHO Polémica can Uppsola Theodor Geiger 18. DERECHO Y FILOSOFÍA Ernesto Garzón Valdés (comp.) 19. ESTUDIOS SOBRE TEORÍA D EL DERECHO Y LA JUSTICIA Otlried Holle 20. EL CONCEPTO SOCIOLÓGICO DEL DERECHO Y otros ensayos Werner Krawie tz 21. EL CONCEPTO DE ESTABILIDAD DE LOS SISTEMAS POLÍTICOS Ernesto Garzón Valdés 22, LÓGICA DE LAS NORMAS Y LÓGICA DEÓNTIC A Georges Kalinowski

23. MARXISMO Y FILOSOFÍA DEL DERECHO Manuel Atienza, Juan Ruiz Manero 24, RACIONALIDAD Y EFICIENCIA DEL DERECHO Albert Calsamiglia 25, ALGUNOS MODELOS METODOLÓGICOS DE " CIENCIA " JURÍDICA Carlos S. Nino 26, ENTRE EL DERECHO Y LA MORAL Francisco Lopo rta 27, ESTUDIOS SOBRE KELSEN Letizia Gionlormaggio 28. LÓGIC A Y DERECHO Ulises Schmill 29, EL CONCEPTO DE SOLIDA RIDAD Javier de Lucas

Page 97: Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

~ BIBLIOTECA de ÉTICA,~ILOSOFÍA •-'u del DERECHO y POLITICA

30. DERECHO Y RAZÓN PRÁCTIC A Robert Afexy 31, POSITIVISMO JURÍDICO. REALISMO SOCIOLÓGICO Y IUSNATURALISMO Eduardo García Móynez

32. ÉTICA CONTRA POlÍTICA Elíos Díoz

33. EL CONCEPTO DE INFLUENCIA Y otros ensayos Ruth Zim merling

34. POlÍTICA, HISTORIA Y DERECHO EN NORBERTO BOBBIO Alfonso Ruiz Miguel

35. RACIONALIDAD JURÍDICA. MORAL Y POlÍTICA Javier Esquivel

36. NORMAS Y ACTITUDES NORMATIVAS Pablo Navarro. Cristino Redondo

37. INFORMÁTICA Y DECISIÓN JURÍDICA Julio Barragán

38. INTERPRETACIÓN DEL DERECHO Y CRÍTICA JURÍDICA Modesto Soovedro

39. SOBRE LA EXISTENCIA DE LAS NORMAS JURÍDICAS Carlos Alc hourrón, Eugenio Bulygin 40. DERECHO. RACIONALIDAD Y COMUNICACIÓN SOCIAL Ensayos sobre filosofía del derecho Aulis Aornio

41. SOBRE LA DEROGACIÓN Ensayo de dinámico jurídico Josep Aguiló

42. LA NOCIÓN DE SISTEMA EN LA TEORÍA DEL DERECHO Ricardo Corocciolo

43. FILOSOFÍA POlÍTICA DE LA DEMOCRACIA José Fernóndez Sontillón

44. EXPLORACIONES NORMATIVAS Hacia una teoría general de los normas Daniel Mendon<;o

45. POSITIVISMO JURÍDICO, DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS Agustín Squello

46. ENSAYOS DE INFORMÁTICA JURÍDICA Antonio Enrique Pérez Luño

47. RAZÓN Y SOCIEDAD León Olivé

48. ESTUDIOS DE ÉTICA JURÍDICA Jorge Molem

49. NORMAS JURIDICAS Y ESTRUCTURA DEL DERECHO José Juan Moreso 50. UTILITARISMO, LIBERALISMO Y DEMOCRACIA Martín Diego Forrell

51. ENSAYOS SOBRE JUSTICIA DISTRIBUTIVA Poulette Dieterlen

52. EL SIGNIFICADO POLITICO DEL DERECHO Josep M. Vilojosono

53. CRISIS DE LA REPRESENTACIÓN POlÍTICA Roberto Gorgorello 54. LAS LIMITACIONES DEL SOBERANO Ernesto Abril

55. POSITIVISMO CRÍTICO Y DERECHO MODERNO Koorlo Tuori

56. EDUCACIÓN LIBERAL Un enfoque igualitario y democrático Rodolfo Vózq uez

57. DEBER Y SABER Apuntes epistemológicos paro el análisis del derecho y lo moral Ricardo Guibourg 58. ENSAYOS SOBRE LIBERALISMO Y COMUNITARISMO Eduardo Rivera Ló pez

59. LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y ESTRUCTURA SOCIAL Owen Fiss

60. CONSTITUCIONALISMO Y POSITIVISMO Luis Prieto Sonchís

61. NORMAS, VERDAD Y LÓGICA Georg Henrik von Wrighl 62. ENTRE LA REVOLUCIÓN Y LA DESCONSTRUCCIÓN El huma nismo jurídico de Luc Ferry y Aloin Renout Eric Herrón

Page 98: Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

~ BIBLIOTECA de ÉTICA,F~ILOSOFÍA •'6ñ del DERECHO y POLITICA

63. DERECHO Y ORDEN Ensayos poro el anólisis realista de los fenómenos jurídicos Martín Díaz y Díaz 64, RAZÓN Y ELECCIÓN Huga Zvleta 65, CUESTIONES FUNDAMENTALES DE LA TEORIA PURA DEL DERECHO Dante Cracogno

66. DERECHO. PODER Y DOMINIO Mossimo Lo Torre 67, ÉTICA ANALITICA Y DERECHO Fernando Salmerón 68, RAZONAMIENTO JURIDICO Elementos para un modelo Poolo Comanducci 69, ESTADO DE DERECHO Problemas actuales Liborio Hierro 70, DERECHOS HUMANOS Historio y Filosofía Mauricio Beuchot

71. DOGMÁTICA CONSTITUCIONAL Y RÉGIMEN AUTORITARIO José Ramón Cossío

72. EL CONCEPTO DE RESPONSABILIDAD En la teoría contemporónea del derecho Pablo Larrañaga

73. RAZONAMIENTO JUDICIAL Y REGLAS Ángeles Ródenos

74. DERECHO Y RAZÓN Aleksonder Peczenik

75. ENSAYOS DE BIOÉTICA Reflexiones desde el Sur Florencia Luna

76. HOHFELD Y EL ANÁLISIS DE LOS DERECHOS Motti Niemi

77. ESTUDIOS ÉTICOS Karl Otto Apel

78. DOS ESTUDIOS SOBRE LA COSTUMBRE Brvno Celono

79. CUESTIO N ES LÓGICAS EN LA DEROGACIÓN DE LAS NORMAS José Moría Sauco

so. IGUALDAD. DIFERENCIAS Y DESIGUALDADES Moría Jasé Añón

81. ENSAYOS SOBRE JURISPRUDENCIA Y TEOLOGIA Hans Kelsen

82. LA NATURALEZA FORMAL DEL DERECHO Robert S. Summers 83. ÉTICA. PODER Y DERECHO Reflexiones ante el fin de sigla Gregario Peces-Barbo 84. CONOCIMIENTO JURIDICO Y DETERMINACIÓN NORMATIVA José Juan Moresa. Pablo Navarro Cristino Redonda 85. DERECHO. JUSTICIA Y LIBERTAD Ensayos de derecho chileno y comparado Pablo Ruiz-Tagle

86. DERECHOS Y PAZ Destinos individuales y colectivos Ermonno Vita/e 87. G . H. VON WRIGHT Y LOS CONCEPTOS BÁSICOS DEL DERECHO Daniel Gonzólez Logier

88. EPISTEMOLOGIA JURÍDICA Y GARANTISMO Luigi Ferrojoli

89. LA DERROTABILIDAD DEL DERECHO Agustín Pérez Carrillo

90. DERECHO DE LOS NIÑOS Uno contribución teórica Isabel Fonio (comp.)

91. CUESTIONES JUDICIALES Manuel Atienzo

92. ENSAYOS DE TEORIA CONSTITUCIONAL Michel Troper 93. VIRTUD Y JUSTICIA EN KANT Foviolo Rivera 94. FICCIONES JURIDICAS Kelsen. Fuller. Ross Daniel Mendon<;:a. Ulises Schmi/1 (comps.)

95. EL IUSNATURALISMO ACTUAL De M. Villey a J. Finnis Roda/fo L. Vigo

96. DEMO CRACIA Y PLURALISMO Ángel R. Oquendo

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~ BIBLIOTECA de ÉTICA,~ILOSOFÍA f,6o del DERECHO y POLITICA

97, PALABRAS Y REGLAS Ensayos en filosofía del derecho Timothy Endicott 98, LA HETEROGENEIDAD DEL BIEN Tres ensayos sobre el pluralismo ético Mauro Barberis 99, LOS "HECHOS" EN LA SENTENCIA PENAL Perfecto Andrés lbáñez 100. ESTUDIOS SOBRE LA INTERPRETACIÓN Y DINÁMICA DE LOS SISTEMAS CONSTITUCIONALES Claudina Orunesu, Pablo M. Perol Jorge L. Rodríguez 101, LA C IENCIA DEL DERECHO COMO UNA CIENCIA REAL Han. Albert

102. ÉTICA .JURIDICA SIN VERDAD Uberto Scorpelli 103, NORMATIVIDAD, DERECHO, LENGUAJE, ACCIÓN Paolo Di Lucio 104. DE LA DIGNIDAD HUMANA Y OTRAS CUESTIONES JURÍDICO-MORALES José Luis Pérez Triviño 105, UNA COMUNIDAD DE IGUALES Lo protección constitucional de los nuevos ciudadanos Owen Fiss 106, LA AUTORREFERENCIA NORMATIVA Y LA VALIDEZ JURIDICA Ricardo Guorinoni 107, EL JUEZ Y LAS LAGUNAS DEL DERECHO Juan Ruiz Manero, Ulises Schmill 108, HOMBRE Y SOCIEDAD EN LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA Isabel Wences 109, El LEVIATÁN EN LA DOCTRINA DEL ESTADO DE THOMAS HOBBES Car/ Schmilt 110, RAWLS: El PROBLEMA DE LA REALIDAD

112. LAS FRONTERAS MORALES DEL DERECHO Rodolfo Vázquez

113, PARA PENSAR LA DEMOCRACIA Luis Solazar Carrión 114, IGUALDAD, DERECHO Y POLITICA Marce/o Alegre

115, DERECHO PRIVADO Y FILOSOFÍA POLITICA Fundamentos filosóficos de la responsabilidad c ivil Martín Hevia

116. MARXISMO, DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS Eusebio Femández

117. DESPUÉS DEL POSITIVISMO Re-sustantivando el derecho Luis Manuel Sánchez

118. CARL SCHMITT Y LA FUNDAMENTACIÓN DEL DERECHO Rano/do Porto MacedoJr.

119. El PRINCIPIO DE DIGNIDAD HUMANA Poolo Becchi

120. LÓGICA, DERECHO. DERECHOS Te cla Mazzarese

121. DEMOCRACIA SOCIAL Un proyecto pendiente Rodolfo Arango

122. COMUNIC A CIÓN. LENGUAJE Y DERECHO Gre gario Robles

123. QUAESTIO FACTI. Ensayos sobre prueba. causalidad y acción Daniel Gonzólez Logier

124. POLITICA Y DERECHO. DEREC HO Y GARANTÍAS Cinco ensayos latinoamericanos Pedro Solazar Ugarle

Y LA JUSTIFICACIÓN EN LA FILOSOFIA POLITICA Carlos Peña

111, EL PENSAMIENTO INTERNACIONALISTA DE NORBERTO BOBBIO Luig i Bonanate

Page 100: Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

'W,a DOCTRINA JURÍDICA CONTEMPORÁNEA foñtamara

Dirigida por José Ramón Cossío y Rodo/fo Vázquez

1, LA DEFENSA DE LA CONSTITUCIÓN José Romón Cossío Luis M. Pérez de Acho (comps.) 2. INTRODUCCIÓN Al DERECHO Manuel Atienzo 3. INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA CONSTITUCIÓN Rolando Tamoyo y So/morón 4, INTERPRETACIÓN JURÍDICA Y DECISIÓN JUDICIAL Radolfo Vózquez (comp.) 5. ARBITRAJE COMERCIAL INTERNACIONAL Leonel Pereznieto Castro (comp.) 6, El CONCEPTO DE DERECHO SUBJETIVO En la teoría contemporánea del derecho Juan Antonio Cruz Parcero 7. INFANCIA Y ADOLESCENCIA De los derechos y de la justic ia Emilio García Méndez 8. ESTUDIOS DE TEORÍA CONSTITUCIONAL Riccardo Guostini 9, SENTIDO Y HECHO EN El DERECHO Jerzy Wróblewski 10. DISCRECIONALIDAD JUDICIAL Y RESPONSABILIDAD Adrión Rentería 11. FILOSOFÍA DEL DERECHO CONTEMPORÁNEA EN MÉXICO Rodolfo Vózquez José Moría Lujambio (comps.) 12. LA TEORÍA CONSTITUCIONAL DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA José Ramón Cossío

13. EL CONCEPTO DE SANCIÓN En la teoría contemporáneo del derecho Roberto Lora Chagoyón

14. DERECHOS SOCIALES Instrucciones de uso V. Abramovich, M. J. Añón Ch. Courlis (comps.)

15. ENTRE El VIVIR Y El MORIR Ensayos de bíoético y derecho Pablo de Lora

16. ELEMENTOS DE DERECHO CONSTITU CIONAL Miguel Carbone/1

17. ANÁLISIS Y DERECHO Paolo Comanducci (comp.)

18. DERECHO INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS Claudia Martín. Diego Rodríguez-Pin zón José Antonio Guevara B. (comps.)

19. El DERECHO Y LA MUERTE VOLUNTARIA Carmen Juanotey

20. DERECHO Y PROCESO PENAL INTERNACIONAL Ensayos críticos Kai Ambos 21. CÓDIGO SEMIÓTICO Y TEORÍAS DEL DERECHO Samuel Gonzólez Ruiz

22. LA NORMATIVIDAD ADMINISTRATIVA Y LOS REG LAM ENTOS EN M ÉXICO Una v isió n desde lo jurisprudencia del Poder Jud icial de la Federa ción Víctor Blanco Fornieles

23. EL VALOR DE LA SEGURIDAD JURÍDICA Ricardo García Manrique

24. VISIONARIOS Y PRAGMÁTICOS Una aproxímocián sociológico al derecho ambíentol Antonio Azuela

25. NUEVOS MATERIALES DE BIOÉTICA Y DERECHO Moría Casado (comp.)

26. LA INJUSTICIA EXTREMA NO ES DERECHO De Rodbruch o Alexy Rodolfo L. Vigo (coord.}

27. EL SISTEMA DE JUSTICIA PENAL Y SU REFORMA Teoría y práctico Sam uel Gonzólez, Ernesto Mendieta Edgardo Buscaglia, Moisés Moreno

28. TRANSPARENCIA Y RENDICIÓN DE CUENTAS Alexander Ruiz Euler (coord.) 29. JURISDICCIÓN, CONSTITUC IÓN Y DERECHO Modesto Saavedra

Page 101: Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

ffl DOCTRINA JURÍDICA CONTEMPORÁNEA

30, LA POLÍTICA DESDE LA JUSTICIA Cortes supremas, gobierno y democracia en Argentina y México Karina Ansolabehere

31. PROCESO ACUSATORIO ORAL Y DELINCUENCIA ORGANIZADA Principios. evolución y las formas especiales de valoración de la prueba en el modelo italiano Ottavio Sferlazza

32, LA FILOSOFÍA DEL DERECHO ALEMANA ACTUAL DE ORIENTACIÓN RACIONALISTA Estudios sobre R. Alexy , K. Günther. J. Habermas y O. Hó ffe David Sobrevilfa

33. RAZONAMIENTO JURÍDICO, CIENCIA DEL DERECHO Y DEMOCRACIA EN CARLOS S. NINO Carlos Rosenkrantz Rodo/lo L. Vigo (comps.}

34. INSTITUCIONES. LEGALIDAD Y ESTADO DE DERECHO En el México de la transición democrática Gustavo Fondevila {comp.)

35. LA JUSTICIA CONSTITUCIONAL DE LA SUPREMA CORTE ( 1995-2004) Agustín Pérez Carrillo

36. SEGURIDAD PÚBLICA Y ESTADO EN MÉXICO Análisis de algunas iniciativas Marcelo Bergmon

37. DOGMÁTICA JURÍDIC A Y APLICACIÓN DE NORMAS Un análisis de las ideas de autonomía de romos jurídicas y unidad del derecho Guillermo loriguet

38. BIOÉTIC A INSTITUCIONAL Problemas y prác tic as en las organizaciones para el cuidada de la salud Robert Hall

39. EL DERECHO Y LA CIENCIA DEL DERECHO Introducción a la ciencia jurídico Rolando Tomoyo y So/morón

40. AUTONOMÍA MUNICIPAL Y PLANEAMIENTO URBANÍSTICO Manuel Jiménez Dorontes

41. CORTE. JUECES Y POLÍTICA Rodolfo Vózquez {comp.)

42. DEMOCRACIA, PODER Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN Saúl López Noriega

43. INVESTIGADORES DE PAPEL Poder y derechos humanos entre la Policía Judicial de la Ciudad de México Elena Azaola. Mique/ Angel Ruiz

44. ESTUDIOS SOBRE LA PRUEBA Jordi Ferrer. Marina Gascón Daniel Gonzólez lagier. Michele Taruffo 45. TERRORISMO Y DERECHOS HUMANOS Juan Carlos Arjona, Cristina Hardago (comps.J

46. EL MUNDO PROMETIDO Escritos sobre derechos sociales y derechos humanos Christian Co urtis 47. HACIA UN SISTEMA PENAL LEGÍTIMO Ernesto Luquín Rivera

48. LA EFICACIA DE LAS NORMAS JURÍDICAS Liborio L. Hierro

49. LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS FUNDAMENTALES EN LATINOAMÉRICA Tendencias Jurisprudencioles Cloudio Nosh Rojas

so. ELEMENTOS DE LINGÜÍSTICA JURÍDICA Deco nstrucción conceptual: Herramientas hac ia la interpretación normativo Constantino Martínez Fobián Mauro Arturo Rivero León 51. SOCIOLOGÍA Y CRÍTICA DEL DERECHO Mauricio García Vi/legos 52. NORMAS, VALORES. PODERES Ensayos sobre positivismo y derecho interna cional Albe rto Puppo y Sévane Goribion 53. ¿CÓMO SE TRATAN LOS CASOS DE DOCENTES DE BAJO RENDIMIENTO? Lo perspectiva de los directo res de las secundarios públicas generales del Distrito Federal Jorge Luis Silva 54. ¿QUÉ HACER CON LAS DROGAS? Rodolfo Vázquez (comp.} 55. APLICACIÓN DE NORMAS CONFLICTUALES La aportac ión del juez Jorge Alberto Silva

Page 102: Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

W?t DOCTRINA JURÍDICA CONTEMPORÁNEA

56. LAS DIRECTIVAS DE INTERPRETACIÓN JURÍDICA Rogelio Lorios Ve/osco Lucilo Caballero Gutiérrez

57. LA REPRODUCCIÓN HUMANA ASISTIDA: Un análisis desde lo perspectiva biojurídico Héctor A. Mendozo C.

58. POLÍTICA CONGELADA Uno introducción o lo filosofía del derecho Enrique Serrano Gómez

59. EL ORÁCULO DE DELFOS Consejo de Estado y derecho en el Brasil imperial José Reino/do de Limo Lopes

60. CONSENSO SOCIALDEMÓCRATA Y CONSTITUCIONAL Rodolfo Vózquez

61. DERECHOS HUMANOS: Actualidad y desafíos I Luis Gonzólez P/ocencia y Julieta Morales Sónchez (coords.J

62. DERECHOS HUMANOS: Actualidad y desafíos II Luis Gonzólez Placencia y Ju/ieta Morales Sónchez (coords.J

63. DERECHOS HUMANOS: Actualidad y desafíos 111 Luis González Plocencio y Julieta Morales Sánchez (coords.J (P.A .)

64. TEORÍA Y CRÍTICA DEL DERECHO CIVIL Y COMERCIAL Martín Hevia (coord.} 65. JUSTICIA DESMEDIDA: Proporcionalidad y delitos de drogas e n América Latina Catalina Pérez Correa (c oord.) 66. LA CASUÍSTICA Uno metodología para la ética aplicada Robert Hall, Salvador Arel/ano (coords.} (P. A.) 67. JURIS PRUDENTIA: MORE GEOMÉTRICO. Dogmática. teorio y meta teoría jurídicos Rolando Tamayo y So/morón

68. EL MÉTODO DE ESTUDIO DEL DERECHO MERCANTIL Alfonso Jesús Casados Borde

69. INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA EN MÉXICO Juan Antonio Cruz Parcero Ramiro Contreras Acevedo Fernando Leal Carretero (coords.J

Page 103: Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

Derecho, Salud y Bioética foñtamara

Dirigida por Asunción Álvarez, Sofía Charvel, Mauricio Hernández,

Alejandro Madraza, Rodolfo Vázquez

l. BIOÉTICA DE LA BIOTECNOLOGÍA José Salvador Arel/ano, Robert Hall

2. BIOÉTICA Y DERECHO Fundamentos y problemas actuales Rodolfo Vázquez (coord.}

3. DISCUSIONES SOBRE GÉNERO, SEXUALIDAD Y DERECHO Taller 2010 Alejandro Madraza, Estefanía Vela, Cecilia Garibi (coords.)

4. DERECHO Y SALUD PÚBLICA Un análisis de la legislación comparada Sofía Charvel, David García Sarubi

S. CONSENTIMIENTO INFORMADO: DESDE SUS ORÍGENES HASTA LAS NUEVAS PERSPECTIVAS BAJO EL MARCO INTERCULTURAL Marcia Moc ellin Raymundo

Page 104: Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

Esta obra se imprimió bajo el cuidado de Ediciones Coyoacán, S. A. de C. V., Av. Hidalgo No . 47-B, Colonia Del Carmen, Deleg . Coyoacán, 04100,

México D. F., en noviembre de 2013 El tiraje fue de 1000 ejemplares más sobrantes para reposición.

Page 105: Por Qué Leer a Schmitt Hoy_Enrique Serrano Gomez

Lectura Contemporánea de los Clásicos es un proyecto que surge de la inquietud por analizar la obra de destaca­dos pensadores de la filosofía jurídica y política, y releerla a partir de los retos de las sociedades modernos. La idea es despertar la curiosidad por los clásicos, discutir su obro e insertarla en el debate contempóraneo, siguiendo siem­pre la máxima de ftalo Calvino: "Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir".

La pregunta que planteamos es simple pero fundamental: ¿por qué leer hoy a Carl Schmitt (1888-1985)? ¿Qué sentido tiene, en los albores del siglo xx1, acercarse a lo obra de este insigne jurista? ¿Qué conclusiones podemos deducir de su crítica al liberalismo? ¿Debemos repensar nuestras. conviccio­nes institucionales y nuestros supuestos normativos o la luz de una concepción antagónica de la política? áGué lecciones podemos rescatar de la polémico entre Schmitt y Kelsen? ¿Es ocaso el imperio de lo ley una mera coartada del statu qua? Éstas son algunas de los preguntas que naturalmente surgen de la lectura de Schmitt y que Carlos Bravo Regidor, Lorenzo Córdova Vianello y Enrique Serrano Gómez articulan a lo largo de las páginas de esta compílación.