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ARTES Y LETRAS Prof. R. H. MORENO-DURÁN Escritor Universidad Nacional de Colombia POR UNA NUEVA DEFINICIÓN DE CULTURA ANTE EL CAMBIO DE SIGLO t I escritor [oris Karl Huysmans afirmaba que todo fin .de siglo se parece. Ante la era que se avecina esta opinión parece recobrar su sentido más estricto, pues no se trata sólo de dar un salto cronológico sino que implica también vivir a fondo un cambio de sensibilidad. Y la cul- tura es el amplio marco dentro del cual se inscriben todas las for- mas de sensibilidad posibles, tanto las de carácter espiritual y es- tético como los hábitos afianzados y los gestos efímeros: la tradición y la moda. Por cultura se entiende la herencia que re- cibimos de los ancestros más nobles y fecundos pero también las más discutibles formas de consumismo y derroche. La cultura es así legado pero también obsolescencia, es optimismo pero también barbarie. En la séptima de sus Tesis de filosofía de la historia Walter Benjamin es tan contundente como oportuno ya que ilustra ad- mirablemente la situación a la que nos enfrentamos: "No existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie. y puesto que el documento de cultura no es en sí inmune a la barbarie, no lo es tampoco el proceso de la tradición, a través del cual se pasa de lo uno a lo otro". Pasamos de uno a otro siglo, abandonamos un milenio para ingresar a otro nuevo. La cuestión no radica tanto en dejarnos llevar por los fastos que celebran los calendarios sino saber si estamos o no preparados para habitar las estancias de la nueva era. Esta distinción no tendría sentido si no perteneciéramos a una cultura que se caracteriza por llevar sus atavismos a cuestas, una cultura reacia a bucear en pos del cambio, una cultura tan cómoda e indolente como rezagada. La apatía pue- de ser nuestra definición y prueba de ello es nuestro vehículo de comunicación, el lenguaje. Un lenguaje cansado y pobre que al nombrar se limita no a engendrar sino a repetir, no a crear sino 232 Nos. 5-6 AÑO MCMXCVII u. NACIONAL DE COLOMBIA BOGOTA,D.C.

PORUNA NUEVA DEFINICIÓN DE CULTURA ANTE ELCAMBIO DE … · En cuanto al lenguaje, olvidamos que nominar es crear y que, por lo mismo, nuestra expresión es tan perecedera como vulnerable

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ARTES Y LETRAS

Prof. R. H. MORENO-DURÁNEscritorUniversidad Nacional de Colombia

POR UNANUEVA DEFINICIÓN DE CULTURAANTE EL CAMBIO DE SIGLO

tI escritor [oris Karl Huysmans afirmaba que todo fin.de siglo se parece. Ante la era que se avecina estaopinión parece recobrar su sentido más estricto, puesno se trata sólo de dar un salto cronológico sino que

implica también vivir a fondo un cambio de sensibilidad. Y la cul-tura es el amplio marco dentro del cual se inscriben todas las for-mas de sensibilidad posibles, tanto las de carácter espiritual y es-tético como los hábitos afianzados y los gestos efímeros: latradición y la moda. Por cultura se entiende la herencia que re-cibimos de los ancestros más nobles y fecundos pero también lasmás discutibles formas de consumismo y derroche. La cultura esasí legado pero también obsolescencia, es optimismo pero tambiénbarbarie. En la séptima de sus Tesis de filosofía de la historia WalterBenjamin es tan contundente como oportuno ya que ilustra ad-mirablemente la situación a la que nos enfrentamos: "No existedocumento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie.y puesto que el documento de cultura no es en sí inmune a labarbarie, no lo es tampoco el proceso de la tradición, a través delcual se pasa de lo uno a lo otro". Pasamos de uno a otro siglo,abandonamos un milenio para ingresar a otro nuevo. La cuestiónno radica tanto en dejarnos llevar por los fastos que celebran loscalendarios sino saber si estamos o no preparados para habitar lasestancias de la nueva era. Esta distinción no tendría sentido si noperteneciéramos a una cultura que se caracteriza por llevar susatavismos a cuestas, una cultura reacia a bucear en pos del cambio,una cultura tan cómoda e indolente como rezagada. La apatía pue-de ser nuestra definición y prueba de ello es nuestro vehículo decomunicación, el lenguaje. Un lenguaje cansado y pobre que alnombrar se limita no a engendrar sino a repetir, no a crear sino

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R H. MORENO-DURAN POR UNA NUEVA DEFINICiÓN DE CULTURA

a reproducir esquemas, estereotipos, clichés. Yen estaépoca de coyuntura, ese lenguaje adquiere dos aspec-tos: la revitalización de la Prosa asiática, que se impusoen los medios periodísticos de finales del siglo pasa-do, y la Retórica Light, de común recibo en los canalesde comunicación de nuestro tiempo.

Como en el fin del siglo anterior, como en elfin del primer milenio, vivimos una realidad bal-canizada y por lo mismo una cultura aparentementeecuménica aunque en realidad profundamente es-cindida. A esa balcanización geopolítica correspondeuna babelización en el campo del lenguaje. Es verdadque la tecnología de la impresión -pues no en vanoformamos parte de la cultura del libro- ha promovidoy estimulado "un proceso de fragmentación, un pro-ceso de especialización y de separación" que auspiciael individualismo, pero también es verdad que buenaparte de esa parcelización está constituida por unarchipiélago deshabitado. Al margen de la especia-lización, contemplamos una inflación de lenguas delas que se echa mano para toda clase de cosas ypretextos: una lengua para la política y otra parala publicidad, una para la conciencia y otra para elestómago, una para el corazón y otra para la muerte.Contra las evidencias irrefutables de la barbarie, elartista siempre ha apostado por el lenguaje de laimaginación. ¿Hasta qué punto un lenguaje fosilizadoes la prueba de nuestra fosilizada cultura? Salvo ellenguaje·de los valores humanistas, nuestro idiomaha sido siempre ancilar, dependiente, sucursalista y,además, teñido de fúnebres connotaciones. Aún alhablar, somos un país de pompas fúnebres. Si el len-guaje no es un vehículo de vida nada podemos es-perar, salvo un panorama de muerte y, por lo mismo,asumir el papel que reiteradamente se nos ha queridoendilgar en el sentido de que vivimos una culturadel odio y la violencia. Contra las interpretacionesajenas, debemos admitir, eso sí, que en nuestro paísla muerte no es morbo sino hábito ya que al carecerde pathos se hizo rutina.

En cuanto al lenguaje, olvidamos que nominares crear y que, por lo mismo, nuestra expresión estan perecedera como vulnerable nuestra condición.El problema de la vigencia o caducidad del lenguajeno es un problema de gramáticos o filólogos sinoalgo inherente a la gran pregunta para sobreviviral peso de cada día. George Steiner lo advirtió deforma nítida cuando descubrió esta preocupación enuna de las más estridentes formas de cultura con-temporánea: "Cuando el cantante pop gime lamen-tando qu.e no hay una manera nueva de decir "estoyenamorado", o bien que los ojos de la amada estánllenos de estrellas, toca con el dedo uno de los puntos

neurálgicos" de la vida moderna. ¿Cómo no afirmalo mismo al reflexionar sobre la publicidad, el pe-riodismo y otras manifestaciones de la cultura demasas? ¿Acaso una de las características más notablesde nuestro tiempo no es la que traza un abismo entrepúblico y audiencia masiva? Como advertía MacLuhanhace un cuarto de siglo, en el viejo lenguaje la nociónde público implicaba un interlocutor cuyo criterio ha-bía que tener en cuenta. La audiencia masiva, al con-trario, es una grey amorfa que digiere sin mayoresescrúpulos lo que se le ofrece. Hasta ahora, el públicoha tenido un espacio para dejar oír su opinión, comoel lector ante el margen del libro, donde anota suglosa, su acuerdo o desacuerdo. ¿En qué parte deltelevisor anota la audiencia masiva sus comentarios?Frente a la pantalla, el hombre no puede subrayarlo que oye y ve, a diferencia de la doble oportunidadque el tiempo y el espacio le ofrecían a través del libro:el tiempo de volver sobre un pasaje, discutir con elautor, reflexionar --el tiempo de la relectura-, y el es-pacio, el margen, el lugar de la glosa, donde se anotala discrepancia o el aporte --elespacio de la reescritura-oLa audiencia masiva sobrevive hoy gracias a la repeticióny al estereotipo, lo que es tanto como patinar en re-dondo, comulgar con el solipsismo, reiterar a diarioel contubernio con la redundancia.

¿Será cierta entonces la conjetura de que posee-mos civilización sólo porque "hemos aprendido atraducir más allá del tiempo"? ¿Y cuál es ese tiempoque estamos a punto de superar, más allá de las con-venciones de los almanaques? Está visto que úni-camente los almanaques sobreviven a los imperios.O si no, fijémonos en el humilde y tradicional Bristol,que sobrevivió al Reich que iba a durar mil añosy a esa Revolución que nació para fundar el paraísodel proletariado. No deja de ser divertido comprobarcómo, contra el lenguaje uniformador del comunis-mo, el lenguaje del consumismo fomenta la desigual-dad. Pero, ¿cuál es ese lenguaje con el cual queremosser interlocutores del porvenir? Sospecho con horrorque formamos parte de esa indiscriminada mayoría,de esa masiva audiencia que entra de espaldas alfuturo. ¿En qué queda entonces nuestra contempo-raneidad con el presente y el mundo? Pensamos ynos expresamos en la tercera lengua más divulgadadel orbe y quienes trabajamos con el lenguaje --es-critores, publicistas, creativos de toda índole- somosmiembros de la más viva y fecunda de las multi-nacionales: la multinacional de un idioma que cotizaaltos enteros en las bolsas de la cultura de los másexigentes mercados internacionales. ¿Dónde está en-tonces el desfase? ¿Qué ha hecho que el sentido sequede detrás de las palabras y que sólo expresemos

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muecas y sofismas? No le faltaba razón a los profetasde la Aldea Planetaria cuando afirmaban que nuestraEra de la Ansiedad se debe, en gran parte, "a quetratarnos de ejecutar las tareas de hoy con las he-rramientas, con los conceptos de ayer". ¿En qué mo-mento se devaluó la lengua y cuál fue nuestra res-ponsabilidad en tan lamentable capitii diminutio? Esfácil advertir la paradoja: basta ver un noticiero detelevisión para descubrir cómo, vía microondas -algoque nos suena a futuro- se hace gala de un lenguajeanalfabeto y espurio, lleno de atentados contra laconcordancia, condimentado con solecismos y bar-barismos, un anacoluto indigerible. ¿Puede alguien,más o menos sensato, soportar el lenguaje de losperiodistas deportivos, que hablan más con los bícepsque con la razón, o el tramposo idioma de políticosy demagogos, valga el pleonasmo? ¿O la jerga cas-trense, obediente al bajo perfil de sus ideas y queparece haber perpetuado la indómita prosodia de10s lanceros del llano en las gestas de Independencia?¿O los rancios tics de académicos y autodidactas, uni-dos en la fidelidad a lo peor de nuestra tradición?Si el lenguaje, corno se ha creído siempre, es la ex-presión de un contenido racional y por ende idóneovehículo de comunicación, es lícito reconocer de quéforma un lenguaje zurdo y maltrecho es fuente dediscordia, confusión y caos. Ni más ni menos queel gran drama de Macbeth, quien intuyó la vida corno"el discurso de un idiota, lleno de sonido y furia,sin significado".

Pero lenguaje no es sólo palabra. La semióticano se cansa de descubrir nuevos matices de textua-lidad y sentido, gestos, hablas, discursos que vanmás allá de la expresión oral. No necesito palabras,corno espectador y consumidor en potencia, para en-tender el perturbador mensaje de una hermosa mujerde opulentas formas tendida sobre el capó de unvehículo último modelo. Entiendo el sentido perotambién la intención velada de la oferta, y no mequeda otra solución que reconocer -como dijo ciertoespíritu perspicaz-cuánto le debe el producto internobruto al trasero femenino. Entiendo la incitación su-bliminal de un mensaje sin palabras en tanto que,por oposición, no me queda otra salida que llamara la policía ante la futilidad de mensajes expresoscorno el del sujeto que desde la cama le preguntaa su mujer: "Amor, en asuntos de protección feme-nina, ¿todo es lo mismo?". La chabacanería clamaal cielo al punto de que con mensajes así cualquierase vuelve misógino al instante. Mención aparte me-rece esa atractiva dama de negro a la que todas lasmujeres quieren fulminar y a las que ella da unalección de moral activa: "¿Envidia? Es mejor des-

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pertarla que sentirla". La publicidad, a menudo, seconvierte en cultura de alto riesgo. De ahí que eselenguaje, sabiamente diseccionado y analizado porlos semióticos, resulte a veces tan expresivo y trans-parente corno el que nos guiña el ojo desde los murosy las calles. En la era de la cibernética, esas frasesanónimas que llamarnos graffitti no son más que lareactualización del mensaje dibujado en las cuevasde Altamira y en las catacumbas, mensajes de ingenio,disidencia o soledad en busca de auditorio. Y a di-ferencia de esta grafía de la clandestinidad, cabe men-cionar su opuesto, el lenguaje sacralizado y oficial,el de las formas altivas y sentidos mayestáticos: eleufemismo, que es el idioma no siempre plácido nisincero del protocolo. El protocolo y la diplomacia,escribí en cierta ocasión, no son más que el eufemismoelevado a Razón de Estado.

Pero volvamos al comienzo de la presente re-flexión. ¿Es verdad que en materia cultural todo finde siglo se parece? Podríamos intentar ahora la equi-paración ya sugerida entre los dos tipos de lenguajeutilizados en las postrimerías del siglo pasado y delpresente. A la Prosa asiática, de finales del siglo XIX,podernos enfrentar la Retórica Light, de curso legalen nuestra época. Por Prosa asiática entendernos eseestilo cargado de "epítetos fogosos y exageracionesenfáticas" que puso en boga el peculiar personajeThomas Griffith Wainewrigth y de quien Osear Wilde,que lo inmortalizó en su ensayo Pluma, lápiz y veneno,dijo: "Su fatal influencia sobre la prosa periodísticamoderna no era el peor de sus crímenes ..." Y teníarazón, pues aparte de su tenaz labor periodística,Wainewrigth fue el impecable autor de varios crí-menes, todos cometidos gracias al veneno. Pero latinta fue más eficaz que la estricnina que con especialdevoción usaba contra sus víctimas, ya que su es-critura era tan suntuosa que ahogaba el terna a nom-bre de un estilo sobrecargado aunque agudo. De suprofesión dijo su inquieto biógrafo: "Un publicista,hoy día, es un hombre que aburre al público conlas ilegalidades de su vida privada". Este autor, de-portado a la Tasmania, dedicó sus ocios penitenciariosal consumo del opio, lo que a la vista de su prosaestupefaciente es casi una redundancia. En todo caso,la secuela de la Prosa asiática se extendió por todaslas salas de redacción de la prensa y, todavía hoy,subsiste en ciertos medios, y no exclusivamente bri-tánicos. Un siglo más tarde encontrarnos otra clasede sutiles envenadores, los ejercitantes de la Retóricalight, esa peculiar legión de escribas que a nombrede la superficialidad intoxican a sus lectores con unrepertorio de apenas 50 palabras y dos o tres ideasrecurrentes. Esta escritura, frívola, anodina, cosmé-

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tica, resulta en todo y por todo inferior al paisaje quedescribe. Y de tanto guardar la línea para exhibir ellook del momento, estos autores han ternúnado por pa-decer por escrito la más incurable de las anorexias.

Los dos ejemplos de estilo aquí invocados a finde ilustrar tendencias en boga en las dos épocas fi-niseculares coexisten de alguna forma en nuestro pre-sente: ambos distraen la atención del lector de losasuntos esenciales, entronizan la banalización delacontecer social a nombre de posturas culturales yambos, pese al derroche de un caso y a la franciscanaabstinencia conceptual y terminológica del otro, secomplementan en su objetivo último: comprometeren una red soporífera la misión del texto: iluminar,traducir, crear opinión. ¿Cuál debe ser el lenguajeque ha de expresar la cultura de esta época coyun-tural? Es lógico que ante un nuevo Imaginario hayque aplicar un nuevo lenguaje y esto supone unanueva producción de valores, es decir, una nuevadefinición de cultura. Ahora bien, ¿hasta qué puntolos Imaginarios del presente son nuevos y, además,valores? 'Para nadie es un secreto el que nos dominauna ideología del consumo, cada vez mayor y másopresiva. Se tiende a incrementar la mimetizaciónde los gustos, a colonizar el territorio del deseo. Loque hace algún tiempo se llamó extraterritorialidaddel lenguaje -signo evidente de la postmodernidadque comenzaba a abrirse paso- se extiende hoy aesferas precisas de la sensibilidad. En otras palabras,comenzarnos a deambular por territorios sin fronteradonde la única visa, la única condición para transitares la vocación de goce. Y una aproximación al gocees 10 que nos ofrece la actual cultura de masas. Todotiende a la satisfacción de un deseo: ser amado porla mujer que más goza con la ducha y a la que nuncaabandona su desodorante; vertir trajes con los quese pueda jugar al béisbol sin obtener a cambio unasola arruga; portar la compresa higiénica más asép-tica y discreta; veranear en compañía de tres rubiasespléndidas en las antípodas del modesto habitat co-tidiano; y en cosas de automóviles, no olvidar quehay que estar al volante de algo que pese a ser tansalvaje es igualmente civilizado. Incluso hay lugaren la cultura consumista para la meteorología, puessi el día es gris la noche es black and white ...

La publicidad incita a una falsa permisividaden una sociedad conservadora y tradicional, todavíaanclada en el sistema de valores del siglo XIX. So-brevivir a la compleja red de semióticas de la culturaconsumista implica no tanto la existencia de un tra-ductor corno la de un hábil lector capaz de llegaral final del texto que se le ofrece, ese largo túneloscurecido por toda clase de signos, mensajes y pro-

puestas que 10 asedian. El escritor Alan Nelson, anombre de la ciencia ficción, publicó hace unas dé-cadas un cuento titulado Soap Opera, en el que recreala alienación que en una megalópolis corno San Fran-cisco desata la propaganda de cierta marca de jabón.Lo curioso -y a la vez sintomático- es que la ciudades bombardeada desde el cielo con mensajes para-noicos que terminan por liquidar incluso al propiogerente de la empresa. Pero el mensaje es aquí eltexto mismo: las enormes letras de la reiterada yobsesiva publicidad caen sobre la inmensa urbe yparalizan el sistema de vida, la producción, el sosiegociudadano. Pero todo tiene solución, parece decirnoscon impecable ironía su autor: las opresivas letras,esto es, el lenguaje que promociona el producto, sóloson vencidas, aniquiladas, destruídas por otro pro-ducto. La metáfora de la alienación por vías de lapublicidad deletreada con minuciosa crueldad es elo-cuente. Desde el cielo -meta de todas las ilusionesy deseos- el lenguaje de la publicidad desgrana letraa letra el mensaje que, tras cautivar a la ama de casa,la coloniza hasta la enajenación total. Y es sólo otrolenguaje -otra opera de palabras y mensajes- el queal liberar la de la opresión anterior la seduce y co-loniza de nuevo. Y así hasta el infinito.

El lenguaje de la seducción suele ser femeninoy esa es la clave que facilita la seducción en la culturade masas. Baste pensar de qué forma la genitalidadfemenina sirve de pretexto en el mensaje persuasivo:se trata de un lenguaje con una acentuada funcio-nalidad simbólica y que tiene por objeto promovery vender, seducir y conquistar en el mercado de lasemociones. Un mercado que tampoco se cierra altrueque y al intercambio. Y nada tan fascinante ycomplejo corno el beso de la publicidad, pues todossabernos que en un beso hay más intercambio deinformación que de bacterias. El lenguaje busca aquíla persuasión, la colonización del consumidor y laconsagración de una cultura de apetencias y deseos.Leonisa es más atractiva y fascinante que Monalisay así 10 demuestra su capacidad de seducción: esasfinas redes de hilo, seda o algodón que realzan otransparentan sin revelar del todo las inquietantesprotuberancias, las perturbadoras anfractuosidades,la geografía rosa del cuerpo femenino. Leonisa síes mujer. Todo responde aquí a las exigencias de unaeconomía libidinal, que sabe alterar las más secretasfibras del deseo y pone a funcionar al máximo elhormonamen del más casto de los clientes. Ya10habíadicho Steiner al hablar de la naturaleza del lenguajefemenino en Después de Babel: "Las mujeres refuerzanel adjetivo y 10 hacen penetrar en el mundo del hom-bre ..." ¿No es esta la mejor incitación a la cultura

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del consumo y el goce por vías del slogan y la pu-blicidad?

¿Pero qué pensar de un país como el nuestro,en el que conviven distintas patrias, y que oscila entrela dependencia tecnológica y los atisbos de la so-ciedad postindustrial? ¿Qué decir de una cultura pe-riférica desvinculada del centro? ¿Cuál sería el len-guaje idóneo para expresar esa situación? ¿Hasta quépunto los medios de comunicación cumplen su co-metido? ¿Se limitan a la repetición, traducción o trans-misión de culturas foráneas? ¿Han emprendido enrealidad la tarea de producir valores propios? Nues-tra cultura vive un proceso de jibarización por la sendadel consumismo. Pero eso no es nuevo. Al promediarel presente siglo una página del New York Times hizopatente el sueño de la publicidad con un ejemplode economía expositiva. Con sólo tres palabras pa-tentó el imperativo consumista: "¡Cread más deseos!"No se trataba, por supuesto, de deseos en el sentidohedonista sino incitaciones para comprar por impul-so, la partida de bautismo de los tropismos del mer-cado: crear hábitos, hacerlos prescribir y cambiarlospor otros, como en el cuento de Alan Nelson. Esoilustra lo que Jules Henry llamó "Obsolescencia di-námica" y que puede resumirse en el aserto: "Loque hoyes útil mañana es inaceptable". Esa obso-lescencia, tan propia de nuestra cultura, crea en elplano del lenguaje idiomas artificiales, islas lingüís-ticas, parcelas de paso en las que se sacian apetitosmomentáneos que mañana serán cementerios de elo-gans, mausoleos de palabras. La inflación termino-lógica no es menos nociva que la económica: em-pobrece y arruina pese al aparente monto de lamoneda en curso. ¿Cuántas palabras, cuántas expre-siones, cuánta literatura ha sido devaluada por eluso de lo superficial? Y es aquí donde se dan lamano la Prosa asiática del pasado fin de siglo conla Retórica light del presente. ¿Y si esto sucede conlas palabras, qué decir de las definiciones? El reinode la anfibología se ha instalado entre nosotros enlos albores del nuevo milenio. ¿Cuando decimos cul-tura a qué nos referimos? No olvidemos que el ca-rácter ambidextro de las definiciones fue puesto depresente en la célebre frase de Goebbels: "Cuandooigo la palabra cultura saco mi pistola". Y él sabíade lo que hablaba: no en vano era el jefe de pro-paganda del Tercer Reich.

En el ámbito de la nueva cultura coexisten plu-ralidad de signos, de los que se encarga la semiótica-signos que van desde las señales de tránsito hastael arte del galanteo, sea el lenguaje de las flores oel idioma coqueto de los abanicos-, y la interpretaciónde los mismos, campo en el que nos ofrece su ayuda

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la polisemia. Se trata de descifrar no el deseo pla-centero, el humano afán de goce, sino la necesidadforjada desde el supermercado o la multinacionalque patrocina la sociedad del derroche. Nuestra cul-tura se ha vuelto tan compleja que más que inter-pretación necesita una urgente traducción. El sigloXX nos ha demostrado que "ningún lenguaje es tanperfecto que no pueda utilizarse para decir lo con-trario": una morfología de la mentira, una sintaxisdel engaño, una prosodia del sofisma. Pero tambiénes un lenguaje que nada dice: se ha burocratizadoel sentido al punto de que la palabra ve rebajadasu naturaleza comunicativa a favor de la retórica va-cua e intrascendente. Nosotros, que crecimos en laórbita de la Galaxia Gutenberg y que fuimos edu-cados por el legado imponderable del libro al extremode desarrollar una especie de pánico reverencial antela letra impresa, no podemos dejar de conmovernosante los silenciosos autos de fe que todos los díasincoa esa nueva inquisición que se esconde tras lacultura de la banalidad. De ahí que uno de los ejem-plos más patéticos pero también más elocuentes seael que, a nombre de la nueva barbarie, escribió hacedécadas Ray Bradbury.

En efecto, nada es más significativo para el casoque la terrible metáfora que ilustra Farenheit 451, títuloque hace referencia a la temperatura a que arde elpapel. En ese futuro que de alguna forma ya estáentre nosotros -o si no basta ver a nuestro alrededorel oprobioso caldo de cultivo que da pie a la mul-tiplicación de los más implacables fundamentalís-mos- el bombero no apaga incendios sino que losprovoca, y además centra su celo profesional en lapersecución e incineración de los libros. El héroe seregodea: "Es un hermoso trabajo. El lunes hay quequemar a Millay, el miércoles a Whitman, el viernesa Faulkner; quemarlos hasta convertirlos en cenizas,luego quemar las cenizas. Ese es nuestro lema oficial".Pero tal ocupación no es gratuita: obedece a una po-lítica de salvaguardia de un sistema, de un orden,de esa nueva ley que ha convertido la palabra "in-telectual" en un dicterio. Y detrás de la incineraciónse esconde el rostro amargo de la paranoia, algo queviene desde la noche de los tiempos, al lado de laintolerancia y el fanatismo. Los inquisidores lo sabenmuy bien: "Un libro, en manos de un vecino, es unarma cargada. Quémalo. Saca la bala del arma. Abrela mente del hombre. ¿Se sabe acaso quién puedeser el blanco de un hombre leído?". La cultura em-prende la fuga para sobrevivir y cada hombre seconvierte en libro. Como sucedió en la época preal-fabética, en el inmediato futuro la memoria es la des-pensa que nutrirá el espíritu y le dará calor al hombre

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en el invierno nuclear de la ignorancia y el fanatismo.La inteligencia vuelve a habitar las catacumbas yallí, como ocurrió durante siglos, unos a otros me-morizan los grandes libros que le dieron a la culturasu sentido más fértil y vigente. Toda una vida paramemorizar, a la luz de una fogata, El Eclesiastés oHamlei, La Divina Comedia o Fausto, La Iliada o El Qui-jote. ¿Es casual, a propósito de El Quijote, que el sextocapítulo de la primera parte de esta obra que uni-versalizó nuestra cultura registre el más minuciosoauto de fe contra los libros y su consiguiente in-cineración en la pira inquisitorial española? Bradburyparece invocar en su implacable visión futurista loque Cervantes plasmó siglos atrás y que, en realidad,constituye un grito de alerta contra la represión yel totalitarismo.

Todo intelectual deviene escritura y oralidad almismo tiempo y desde la clandestinidad de sus con-ceptos -puesto que ninguna independencia de cri-terio es oficial y mucho menos cómoda- nos legael tenue mensaje de una sensibilidad acorralada. Lacultura del próximo siglo, que es tanto como decir,la del milenio que comienza, debe mirar hacia losvalores perdurables del hombre si no quiere que éstese convierta en inquisidor y bombero. La cultura nodebe prescindir del más profundo sentido de la tra-dición si quiere proyectarse eficazmente en el futuro.Pero cuando hablamos de tradición no hacemos re-ferencia a los valores amañados y añejos de los re-tardatarios, sino a la savia siempre renovada de losprincipios inmutables y eternos. En las sociedad dela Retórica light leer no está in y entre más ágrafasea la situación más rápidos son los avances de laseducción consumista, la complacencia y el hastío.Esa nueva cultura, que debe encarnar el destino per-durable de las más antiguas e iluminadoras esencias,es la gran paradoja a la que se enfrenta quien intentepostular una nueva definición. En una sociedad ro-botizada gracias a una mala interpretación de la ci-bernética, hablar de neohumanismo suena a mensajearcaico. La tecnolatría del presente resucita el viejodictum latino: Senecta ipsa morbus: "la vejez, en sí mis-ma, es una enfermedad", y le da el sentido que quiere.Pero la única vejez a la que hay que temer es aquellaque encarna una actitud retrógrada frente a lo que,precisamente, dio origen a los fabuladores de un mundomejor y que, como las máquinas de Leonardo, los sue-ños lunares de Cyrano o las fantasías de Verne, se hanvisto cumplidos en las realidades del presente. Peroesos son los costos que hay que pagar por una nociónde progreso cuyos alcances no están muy claros.

Al comienzo de la presente reflexión invocamosel ejemplo de Walter Benjamin. Nada más idóneo

que evocarlo nuevamente como colofón de la co-yuntural situación que la palabra cultura nos sugiere:mirar hacia el futuro sin olvidar las huellas más com-plejas e incluso dramáticas del pasado: "Hay un cua-dro de KIee que se titula AngeIus Novus. Se ve enél un ángel al parecer en el momento de alejarsede algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojosdesencajados, la boca abierta y las alas tendidas. Elángel de la historia debe tener ese aspecto. Su caraestá vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotrosaparece como una cadena de acontecimientos, él veuna catástrofe única, que acumula sin cesar ruinasobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisieradetenerse, despertar a los muertos y recomponer lodespedazado. Pero una tormenta desciende del Pa-raíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte queel ángel no puede plegarlas. Esta tempestad es loque llamamos progreso ..." Frente a ese desolado ángelde la historia, que felizmente parece haber aplacadosus temores con la caída de las últimas utopías to-talitarias, podríamos invocar otra presencia, otra me-táfora: la imagen que nos ponga de manifiesto lalucha del intelectual y el artista, del publicista y elcomunicador, ya no ante las ruinas del pasado sinoante los duros compromisos que nos impone el por-venir. Porque, ¿qué otra actitud cabe asumir ante elfuturo sino la de abrir los ojos y defender las alasde la imaginación ante la tormenta y la pobreza in-minentes? Ante los estragos del progreso tecnolátricoy la creciente deshumanización, se impone librar otrocombate. La tempestad que seguramente desataráesa lucha es lo que mañana llamaremos cultura \F

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