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PRADO GENERAL
PROGRAMACIÓN 2013-‐2019 SOBRE LAS ORIENTACIONES DE LA ASAMBLEA GENERAL
Asociación de Sacerdotes del Prado
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PRESENTACION
Queridos amigos sacerdotes y laicos consagrados del Prado,
Después de nuestra Asamblea General de julio de 2013, “Anunciar a los pobres la insondable riqueza de Jesucristo”, habéis recibido el texto de las convicciones aprobado por la misma asamblea. Este mismo texto se encuentra en el número 121 del PPI, de julio de 2014.
El nuevo Consejo General del Prado que habéis elegido tiene la ta-‐rea de transmitir las orientaciones que nuestro Instituto se da para los próximos años hasta la próxima asamblea de 2019.
Esta una programación ha sido elaborada a partir de la reflexión y demás trabajos de diálogo y discernimiento realizados durante la Asamblea y reflejados en el texto de las orientaciones que adjunta-‐mos en primer lugar en este cuaderno.
La introducción indica cómo se ha de utilizar este pequeño libro que es una programación de las cuatro orientaciones:
1 Profundización teológico-‐espiritual de las cuatro orientaciones:
� Apóstol � Discípulo � Formación � Vida fraterna
2 Pistas de reflexión y de acción para cada una de las cuatro orien-‐taciones en orden al trabajo personal y en equipo para los próximos años
Nos complace enviaros estas orientaciones para que las hagáis vuestras.
No tienen la pretensión de dictaros lo que debéis hacer, sino ante todo de ayudarnos a vivir la renovación de nuestra vocación prado-‐
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siana. Jesucristo, nuestro Maestro, nos llama continuamente a la conversión. Con Leví nos hemos puesto en camino para responder a la llamada de Cristo: Sígueme. Somos parte de ese pueblo numeroso que él llama a una vida nueva: No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores (Lc 5,27-‐32). Tanto que estemos jubilados como en activo, se trata de hacer crecer en nosotros el Hombre Nue-‐vo (Ef 4,20-‐24).
El título de lo que escribió el P. Chevrier en los muros de St. Fons nos invita a ser otros Cristos. Hemos de meditar esta preciosa síntesis sobre el ministerio sacerdotal y renovar nuestro sí, para vivir como Jesús pobre en el pesebre, crucificado por amor en la cruz y dado en alimento como Pan de Vida.
Soy consciente de la realidad dura del ministerio que estáis vivien-‐do. Es diferente según los continentes, los países y las diferentes mi-‐siones. Conozco también las alegrías que os proporciona el ministerio inserto entre los hermanos, especialmente entre los más pobres. Como nos recuerda el Papa Francisco, “somos dichosos de ser pasto-‐res que en su cercanía al rebaño desprenden olor a oveja”. “Vivimos gozosos al poder reunir a la gente en su vida cuotidiana hasta sus pe-‐riferias existenciales”.
Muy queridos amigos, recibid este texto de las orientaciones como un regalo para nuestro ministerio y para nuestra propia existencia.
Gracias por ser lo que sois y por vivir en fidelidad al Evangelio.
Hacednos también el regalo de devolvernos los frutos de vuestra búsqueda, de vuestro estudio y de vuestra acción apostólica. Ellos deberán ser la base de los trabajos de preparación para la próxima Asamblea General de 2019.
Os deseamos una buena travesía.
Lyon 20 de junio de 2014
Michel DELANNOY Responsable General.
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ASAMBLEA GENERAL DEL PRADO 2013 (Texto official aprobado en la Asamblea General del Prado del 2-‐19 de Julio de 2013).
ORIENTACIONES La Asamblea General del Prado, después de un tiempo de refle-‐
xión, de escucha y discernimiento, ofrece al conjunto del Prado es-‐tas orientaciones como líneas a seguir durante los próximos seis años que nos permitan adentrarnos en la experiencia de anunciar a los pobres la riqueza de Jesucristo.
En un mundo en el que la pobreza crece y se extiende a dife-‐rentes niveles, el número de pobres aumenta y sus condiciones de vida se deterioran, la Iglesia se ve confrontada a este gran reto: acoger la insondable riqueza de Jesucristo y testimoniarla con los pobres (Cf. Ef 3,8-‐9) pues ella colma sus esperanzas y sus anhelos más profundos de liberación. Este es el gran regalo, la gracia sobreabundante que Dios ha concedido a la humanidad.
Para avanzar y hacer camino en este sentido el Prado se da las siguientes orientaciones:
1 DISCIPULO: redescubrir el Estudio del Evangelio para pro-‐
gresar en el conocimiento de Jesucristo y la comunión con el Buen Pastor que sale al encuentro de los pobres para formar a su pueblo.
� Entrar en el dinamismo del deseo de Dios de darse a conocer y de nuestro mismo deseo de conocerle para darlo a conocer.
� Progresar en esta experiencia de conversión dejándonos mo-‐delar por el Espíritu Santo, que como al Enviado del Padre, nos conduce a los pobres en quienes Dios se revela de forma especial.
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� Reafirmamos nuestra convicción de que el Estudio del Evan-‐gelio es una dimensión importante de nuestro ministerio pas-‐toral, que contribuye a vivir la unidad de vida (el ser y el ha-‐cer), la alegría de la fe y el fortalecimiento de la vida interior.
� El estudio de Nuestro Señor Jesucristo nos lleva a conocerle de una manera especial en su relación única y singular con el Padre en el seno de la Trinidad.
2 APOSTOLES: vivir la comunión con Cristo como fuente de
solidaridad y de iniciativas misioneras. � La comunión con los pobres la vivimos a imagen de la comu-‐
nión trinitaria, por eso podemos afirmar y experimentar que los pobres son parte de nuestro cuerpo, son realmente nues-‐tra propia carne.
� Jesús se reconoce en los pobres y se identifica con ellos (Mt 25,31-‐46). El discípulo está llamado a hacer este camino con Jesús para reconocerle en los pobres. No es algo que parta del discípulo sino que es iniciativa del Maestro. A partir de esta comunión con el Maestro saldrán las iniciativas misioneras necesarias.
� Desde esta experiencia entramos en la entraña misericordiosa y compasiva de nuestro Dios que conoce y sufre con su pue-‐blo. Esta compasión es un movimiento activo que nos lleva a vivir la amistad y la familiaridad con los pobres, a vivir en me-‐dio de ellos y a compartir su vida. Esta compasión que descu-‐brimos en Jesucristo (Mc 6,34), es también una llamada que escuchamos de labios del P. Chevrier: “Pidamos a Dios que suscite en nosotros gran compasión para con los pobres y los pecadores. Esto es el fundamento de la caridad, sin compasión espiritual no haremos nada” (VD 418).
� Esta comunión profunda nos permite experimentar que los pobres son capaces de Dios, de acoger su Palabra en sus ma-‐nos y de transmitirla. Esta riqueza que Dios puso en los pobres es una fuerza que transforma la realidad y la historia en el horizonte del Reino de Dios.
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� La comunión con los pobres nos sitúa en el corazón de nuestra misión: la evangelización. Esto nos invita a profundizar cada vez más la relación entre evangelización de los pobres y nueva evangelización.
3 FORMACIÓN: formarse es elemento constitutivo de nuestro
ministerio y de nuestra vida pradosiana. � El Prado será lo que sea la Formación. Por ello se necesario asegurar la formación pradosiana a todos los niveles (DGF 85) lo que supone un desafío en estos momentos donde nos vemos sobrecargados de actividades pastorales.
� Reconocer la riqueza de Jesucristo es un trabajo apostólico que hemos de cuidar. Por eso es prioritario para el Prado ga-‐rantizar una buena realización de los procesos formativos (etapa de Acogida, Primera Formación, Formación Permanente pradosiana, Año Pradosiano) de tal manera que se haga una iniciación equilibrada a todos los componentes del carisma.
� En los nuevos contextos sociales, culturales y religiosos en que vivimos estamos llamados a actualizar la experiencia místico-‐misionera de A. Chevrier que desde la contempla-‐ción del Verbo sale al encuentro de los pobres. Esta contem-‐plación le permite ver la vida de los pobres con los ojos del Maestro. Esto nos impulsa a nosotros a renovar la mirada teologal, especialmente a través de la Revisión de Vida, para reconocer la acción salvadora de Dios en medio de las debi-‐lidades, los sufrimientos y las estructuras de pecado.
� La finalidad de todos los procesos formativos, tanto entre pradosianos como con los pobres y con las comunidades de discípulos es la creación del Hombre Nuevo, a la medida de Jesucristo, haciendo la experiencia de que esto es gracia y don de Dios.
4 VIDA FRATERNA: desarrollar la calidad de nuestra vida fra-‐terna, que es un don de Dios y un signo profético.
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� Por su Pascua y por el don del Espíritu el Enviado del Padre ha venido “a reunir en la unidad” a los hijos de Dios disper-‐sos (Cons 66; Jn 11,52). Juntos nos ayudamos a ser discípulos y a acoger cada día el don de la vida fraterna.
� El individualismo reinante en la sociedad secular contagia a la misma Iglesia. Por esto la vida fraterna se convierte en un servicio y en un signo profético. En primer lugar estamos llamados a vivir la fraternidad en el presbiterio diocesano al que pertenecemos y con el que tenemos estrechos lazos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad (PO 8; Cons 68).
� Otro lugar privilegiado para vivir y crecer en la fraternidad es el equipo de base. Es lugar de verificación de la fidelidad a nuestra vocación, espacio de discernimiento, ámbito en el que el carisma se hace visible y escuela de evangelización.
� Para garantizar la Formación y la misión en el Prado acoge-‐mos el eco de la Asamblea de expresar esta fraternidad mediante el signo de la cotización, expresión de la comunión de bienes y de la pobreza evangélica.
� El carisma del Prado no es patrimonio único de nuestro Insti-‐tuto. Estamos llamados a reforzar los lazos de comunión y colaboración con las otras ramas de la familia (Hermanas, IFP…) y en estos últimos tiempos con los diáconos y laicos a través de diversas modalidades que están surgiendo en dis-‐tintos países.
� La fraternidad se expresa por la comunicación y el compartir. En este momento hemos de aprovechar los medios que po-‐nen en nuestras manos las nuevas tecnologías, para compar-‐tir experiencias, facilitar medios y favorecer el sentido de familia que nos permitirá vivir con mayor fidelidad e ilusión nuestra vocación.
� Esta fraternidad que estamos llamados a construir y acoger nos enraíza en todo el caminar de la Iglesia particular y uni-‐versal que tiene a Jesucristo como cabeza de toda la huma-‐nidad.
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INTRODUCCIÓN
La Asamblea General del Prado celebrada en Limonest del 2 al 19 de julio de 2013 ha estudiado y reflexionado este tema lleno de atractivo y de desafíos, pero urgente al mismo tiempo: Anunciar a los pobres la riqueza de Jesucristo.
Este tema tiene su fundamento e inspiración en un versículo del capítulo tercero de la carta a los Efesios, extensible a una meditación de toda la carta en lo que respecta a la misión de anunciar el Evange-‐lio: A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a las naciones la insondable riqueza de Cristo (Ef 3,8).
Es importante tener en cuenta en el ejercicio de la misión el men-‐saje de la Palabra de Dios que se refleja en la experiencia del apóstol: la misión es una gracia que Dios nos concede a nosotros que estamos llenos de debilidades. El centro, el objetivo de la misión es anunciar la riqueza de Jesucristo. Los destinatarios son los gentiles, los pueblos que estaban excluidos de la riqueza de la alianza y de la promesa. Hoy para nosotros son los pobres, los excluidos, los que carecen de bienes materiales, pero también de otros bienes de primera necesi-‐dad para que la persona llegue a ser imagen de Dios.
Esta convicción profunda marcó las orientaciones del apóstol en su misión evangelizadora. En ella se inspiran también las convicciones y orientaciones que dimanan de nuestra Asamblea General y que van a alimentar y guiar la vida y la misión de nuestro Instituto durante los próximos seis años, hasta la celebración de la próxima Asamblea en 2019.
Estas palabras dirigidas a los cristianos de Éfeso resuenan con cla-‐ridad y urgencia para nuestro Instituto en este momento crucial en el que la evangelización es el gran reto para la Iglesia y el Evangelio la gran riqueza que hemos de ofrecer y compartir con los pobres hoy.
Sobre la base de las cuatro orientaciones dimanadas de la Asam-‐blea General, el Consejo ofrece una programación que será el marco
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de referencia de la vida de los Prados y de los equipos. Cada Prado deberá adaptar e integrar en su realidad propia, en el camino que es-‐tá haciendo estas líneas de acción que nos van a permitir a todos ha-‐cer un camino juntos y en una misma dirección: anunciar a los pobres la riqueza de Jesucristo.
1 Discípulo
2 Apóstol
3 Formación
4 Vida Fraterna.
Sobre estos cuatro ejes va a girar la vida del Prado durante los pró-‐ximos años en orden a realizar la misión de anunciar a los pobres la riqueza de Jesucristo. Por esta razón las cuatro orientaciones tienen la pretensión de estar orientadas a renovar e impulsar el espíritu mi-‐sionero y la pasión por el anuncio del Evangelio, por dar a conocer a Jesucristo. Cada año vamos a priorizar la profundización y la puesta en práctica de una de las orientaciones, pero sabiendo que las cuatro se reclaman mutuamente y que hemos de trabajarlas conjuntamente en la acción pastoral.
Esta programación consta de dos partes distintas, pero íntimamen-‐te unidas y mutuamente complementarias.
La primera parte es una reflexión teológico-‐espiritual sobre las cua-‐tro orientaciones de la Asamblea, cuya finalidad es alimentar nuestra fe y hacer una experiencia espiritual profunda que guie el camino que el Prado ha de recorrer en estos seis años para llevar a la práctica, en el ejercicio de la misión, lo que se decidió en la Asamblea.
La segunda parte, menos extensa que la anterior, trata fundamen-‐talmente de la puesta en práctica de lo que se ha expresado y formu-‐lado en la parte primera, por esto se titula: Pistas para la reflexión y la acción.
Cada año se va a tratar una de las orientaciones (apóstol, discípulo, Formación, Vida fraterna) cuyo desarrollo se encuentra en cada las dos partes: I. Fundamentación y profundización; II. Pistas para la ac-‐ción.
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� 2014-‐15 Apóstol � 2015-‐16 Discípulo � 2016-‐17 Formación � 2017-‐18 Preparación Asamblea 2019. � 2018-‐19 Vida fraterna
El tema de nuestra Asamblea está en plena consonancia con el momento que estamos viviendo en la Iglesia, que se refleja con toda claridad en el último Sínodo sobre la Nueva evangelización y la transmisión de la fe.
El Prado, en su modo de prever el futuro, tiene que plantearse có-‐mo va afrontar y llevar a cabo la Nueva Evangelización. La evangeliza-‐ción es prioritaria y urgente, como advierte recientemente el Papa Francisco: “Juan Pablo II nos invitó a reconocer que es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio a los que están alejados de Cristo, porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia. La actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (E.G. 15).
Iniciamos este camino llenos de gozo y esperanza. Dios nos ha ele-‐gido, sabiendo nuestras limitaciones y debilidades. El Hijo nos ha aso-‐ciado a la misión que él ha recibido del Padre y nos llama a vivir uni-‐dos a él como él lo está al Padre. Este proceso de configuración y co-‐munión con Cristo lo ponemos en manos de María, la llena de gracia y la causa de nuestra alegría. Ella nos invita a hacernos pobres servi-‐dores como Jesús, a hacer lo que él nos diga y a hacer saltar de ale-‐gría a quienes esperan de nosotros el anuncio de la insondable rique-‐za de Cristo. “A ella le rogamos que nos ayude para que la Iglesia lle-‐gue a ser una casa para muchos y una madre para todos los pueblos” (EG 288).
El Consejo, teniendo en cuenta el sentir de la Asamblea, la situa-‐ción del Prado y el momento que vive la Iglesia, ha decidido comen-‐zar por la segunda orientación, que es la que está más explícitamente ligada al tema de la Asamblea, la misión de anunciar el Evangelio a los pobres, es decir, la insondable riqueza de Cristo.
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PRIMERA PARTE: PROFUNDIZACIÓN ESPIRITUAL
I. APÓSTOL: NUESTRA MISIÓN HOY ENTRE LOS POBRES.
[2014-‐2015] En el contexto de la Nueva Evangelización que subraya especial-‐
mente el anuncio y el testimonio, el Evangelio es la gran riqueza que hemos de servir a una sociedad cada vez más secularizada y fragmen-‐tada; una Buena Noticia llena de luz y esperanza para una humanidad que anhela la reconciliación, la justicia, la liberación de todas las es-‐clavitudes y la alegría de la salvación.
1 La comunión con los pobres
Enviados a realizar el mandato del Padre La comunión e identificación con Cristo es la fuente y el fundamen-‐
to de nuestra misión apostólica. Por esta razón el apóstol ha de cui-‐dar su vida de discípulo. La misión está enraizada en la vinculación y unión profunda con Jesucristo, de la misma manera que Jesús vive en unión y comunión con el Padre y está siempre atento a hacer su vo-‐luntad en el ejercicio de la misión: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra (Jn 4,34). El Estudio del Evangelio, la oración, la contemplación de la acción y la presencia de Dios en la vida de los hombres es fundamental en nuestra acción apostólica, en el ejercicio del ministerio que se nos ha confiado para poder transmitir la Palabra de Dios: Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por
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eso lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí (Jn 12,49-‐50).
Jesús realiza su misión no siguiendo su propio impulso o sus pro-‐pias iniciativas. El es un Enviado y vive en comunión y en relación con el Padre que le envía, ya que ha venido a realizar su obra: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace e igualmente el Hijo (Jn 5,34; 8,28). Es el Espíritu del Padre quien le impulsa a la misión y a realizar el designio salvífico de Dios a través de las enseñanzas y de los signos y milagros que realiza con la fuerza del Espíritu: Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu y su fama se extendió por toda la región. Iba ense-‐ñando en sus sinagogas, alabado por todos (Lc 4,14-‐15). La fuerza de Dios, la fuerza del Espíritu es quien le impulsa a curar, a cargar con los sufrimientos y los males de la gente hasta llegar a la liberación plena, la liberación del pecado: el poder del Señor le hacía obrar cu-‐raciones… Hombre, tus pecados te quedan perdonados (Lc 5,17-‐26).
La comunión trinitaria, fuente de la comunión con los pobres
La misión de Jesús es un ejercicio de comunión, de relación pro-‐funda entre las tres personas de la Trinidad. La comunión es también para nosotros el marco y el seno en el que se realiza la misión que hemos recibido como gracia: anunciar a los pobres la riqueza de Je-‐sucristo.
La comunión con la Trinidad es la fuente de la misión y de la comu-‐nión con los pobres a quienes Dios nos envía. Por esto mismo nuestra comunión con los pobres ha de ser imagen de la comunión trinitaria. Nosotros somos enviados al mundo y preferentemente a los pobres como el Hijo ha sido enviado al mundo por el Padre: Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo (Jn 17,18; 20,21). Por eso los pobres no son para nosotros lejanos, extranjeros o extraños a quienes hemos de acercarnos, sino que son parte de noso-‐tros mismos, miembros de nuestro mismo cuerpo.
Nuestra presencia y nuestra misión entre ellos no obedece a un sentimiento de solidaridad, a una exigencia ética y humanitaria, sino
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a un vínculo mucho más profundo, que es la unidad y la comunión. Nosotros hemos de ser uno con los pobres como el Hijo es uno con el Padre: Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean per-‐fectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí (Jn 17,22.23).
Esta es la raíz profunda que nos vincula a los pobres: la unidad, la comunión trinitaria. Esta es la forma de amar y servir a los pobres más radical y liberadora. Es un amor que es gracia, que no tiene me-‐dida ni tiene límites. Por esto mismo necesitamos acoger esta gracia que Dios nos regala y cuidarla, para que nos transforme, nos libere.
Nuestra vocación apostólica y pradosiana se convierte en una con-‐vocación. Es Dios quien toma la iniciativa y nos llama a anunciar el Evangelio y a convocar a todos los pueblos, grupos y colectivos diver-‐sos a la mesa donde los pobres tienen reservados los puestos de pre-‐ferencia. Este ardor evangelizador, esta caridad pastoral hacen arder nuestro corazón de pastores y la pasión por dar a conocer a Jesucris-‐to. Pasión que descubrimos también en Pablo, el viajero infatigable al servicio del Evangelio: Tanto que desde Jerusalén y su comarca como hasta Iliria ha dado cumplimiento al Evangelio de Cristo; teniendo así, como punto de honra, no anunciar el Evangelio, sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido, para no construir sobre ci-‐mientos ya puestos por otros (Rom 15,12-‐20). Es también la misma pasión que embarga al P. Chevrier, el fuego que le impulsa a salir a fundar el Prado y la escuela clerical para que la gran riqueza de Jesu-‐cristo sea conocida y amada por las nuevas generaciones que viven en la ignorancia y desconocen el tesoro del gran amor que Dios ha derramado sobre la humanidad por su Hijo Jesucristo: “iremos a ca-‐tequizar a las parroquias, a los caseríos, a los pueblos, a los barrios, a las fábricas para traer a Dios a todas estas pobres gentes que se ale-‐jan de nosotros, haciéndonos verdaderos misioneros1”.
1 Texto sobre la finalidad de la Asociación de Sacerdotes del Prado (Diciem-
bre 1878); cfr Carta 113.
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La comunión con los pobres brota de la comunión con Jesucristo en quienes él está presente y quiere ser reconocido.
2 Llamados a reconocer a Jesucristo en los pobres
¿Por qué tanta insistencia en la prioridad y primacía de los pobres en la misión evangelizadora? ¿Esta prioridad es excluyente o es inclu-‐siva? La Historia de la Salvación y toda la revelación manifiesta abun-‐dantemente cómo Dios muestra una preferencia clara y explícita por los pobres, por los indefensos y por los que sufren toda suerte de desgracias. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son fecun-‐dos en revelarnos estos rasgos del designio de Dios. Pero el amor y la misericordia de Dios no son excluyentes. Hemos de evitar toda lectu-‐ra ideológica que a veces se hace en muchos grupos de Iglesia, pen-‐sando que la preferencia por los pobres conlleva un rechazo o un menosprecio de los ricos. El amor y la misericordia del Padre, que muestra una preferencia descarada por los hijos disminuidos y nece-‐sitados, no significan falta de amor a los hijos que están en mejores condiciones y que no necesitan de tantos cuidados. El amor que llega a los últimos es el más inclusivo, pues es el amor que llega a todos y no es un amor restado o sustraído a nadie.
La opción por los pobres es inclusiva Es el camino que el Padre ha escogido para hacerse próximo, para
asumir la condición humana. Dios ha escogido la pobreza para mos-‐trarnos su gran riqueza como don y como gracia: Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de enriqueceros con su pobreza (2 Cor 8,9).
El Hijo escogió y asumió la condición y el camino de los pobres para hacerse presente en nuestro mundo y en nuestra historia y ser así re-‐conocido como el Enviado de Dios en la pobreza y fragilidad. En Belén no encuentra sitio entre la población integrada y tiene que nacer en-‐tre los marginados, en la periferia (Lc 2,7). Es la consecuencia de asumir la condición humana desde la pobreza, desde el último lugar para solidarizarse y hacerse uno con los últimos: sino que se despojó
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de sí mismo tomando condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre se humilló a sí mismo hacién-‐dose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (Flp 2,6-‐8).
En el ejercicio de la misión Jesús busca el encuentro y la compañía de los pobres, de los marginados, causando la sorpresa y el escándalo entre la gente acomodada y observante de la ley: Y sucedió que es-‐tando él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecado-‐res, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos… ¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores? (Mt 9,12-‐11; Lc 10,1-‐10). No sólo los pobres son los destinatarios preferidos y prime-‐ros de la Buena Nueva (Lc 4,14-‐30; 7,21-‐23), sino que él mismo se ha-‐ce próximo y se pone a su altura mostrándoles su amor y su miseri-‐cordia: Mujer: ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante, no peques más (Jn 8,10-‐11).
Jesús está en los pobres Jesús se identifica con los pobres y quiere ser reconocido en ellos.
En los pobres Jesucristo está presente de una manera especial y de esta presencia dimana de forma natural la opción preferencial por los pobres en la misión evangelizadora. Esta es la gran verdad y es tam-‐bién la hora de la verdad: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40). Jesús se reconoce persona y carne de los pobres y de este modo nos revela la novedad de Dios que ama apasionadamente y no quiere que se pierda ninguno de los más pequeños e indefensos: Y todo aquel que dé beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de es-‐tos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recom-‐pensa (Mt 10,42).
El P. Chevrier hizo también esta experiencia que marcó su vida y ministerio y la familia espiritual que él fundó. El sacerdote debe, co-‐mo Jesús, abrazar la pobreza para poder así anunciar el Evangelio y atraer a los pobres a Jesucristo: “La sencillez, la pobreza, esto es lo que nos interesa, especialmente a nosotros, y lo que debemos abra-‐zar… Seamos pobres de verdad, acerquémonos lo más posible a los pobres” (VD 522). El encuentro y el cuidado de los pobres nos hacen
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bien y nos acercan a Dios. Esto es lo que A. Chevrier transmite a los futuros pradosianos en su etapa de formación como buen fundamen-‐to para el ministerio sacerdotal: “Sí, seamos siempre los pobres de Dios, permanezcamos siempre pobres, trabajemos con los pobres… ¡Cuánto bien hace el trabajar con los pobres! Se nota que son los amigos de Dios y que trabajando en sus almas no se trabaja en vano” (Carta 114).
El fundador del Prado ha comprendido bien el dinamismo de la en-‐carnación y la necesidad e importancia de vivir entre los pobres, de asumir su vida, de hacerse cercano y uno más con ellos para poder, en su momento, anunciarles el Evangelio y progresar en el conoci-‐miento de Jesucristo. Es una presencia que tiene una intencionalidad evangelizadora: “Es necesario hacer la opción de vivir con los pobres, de ocuparse únicamente de los pobres, estar con ellos y vivir su vi-‐da… Vivir con los pobres para ganar su corazón y llevarles a Dios” (Regl. Sacerdotes del Prado 1878).
Reconocer a Dios en la vida de los pobres A nosotros se nos ha concedido y confiado esta gracia: Reconocer y
descubrir la presencia explícita y a veces velada de Dios en la vida de los pobres. Dios nos cita y viene a nuestro encuentro en la vida de los pobres, en sus problemas, en sus luchas y esperanzas. En su debilidad e indefensión se está reivindicando la fuerza y la gloria de Dios de un modo nuevo y desconcertante (1 Cor 1,22-‐30).
Los pradosianos también pertenecemos a este grupo humilde y débil en quien Dios se ha fijado para mostrar su ternura, su amor y misericordia por los pobres en nuestros pueblos y comunidades. Es una tarea ardua y compleja hoy la evangelización de los pobres en es-‐ta sociedad secularizada. Ellos son en este tiempo, en el hoy que es-‐tamos viviendo el rostro sufriente, desfigurado, a veces repelente, pero visible de Dios hoy. El nos ha llamado a desvelar este rostro y darlo a conocer.
Esta es nuestra tarea más urgente, que nos urge y apremia, ya que el amor de Dios ha sido también derramado en nuestros corazones y nos impulsa a realizar esta misión con la fuerza del Espíritu, conscien-‐
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tes de la complejidad pero con esperanza, pues es él quien tiene la capacidad de hacer una nueva humanidad y una nueva creación (Rom 5,5). A nosotros, como a Pablo, el Señor nos ha confiado el cui-‐dado de los pobres de una forma especial; ellos son nuestra herencia tan querida y deseada: Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado cumplir (Gal 2,10).
Salir al encuentro de los pobres para sentarlos a la mesa euca-‐rística Dios quiere que toda la humanidad se siente a celebrar el gozo y la
fiesta en amor y fraternidad. En ese banquete Dios ha reservado a los pobres los lugares de preferencia. A nosotros nos ha encomendado la tarea de salir a buscarles y de invitarles a que ocupen el lugar que les corresponde y que Dios les ha reservado (Lc 14,15-‐24). Es necesario salir de nuestros lugares habituales e ir al encuentro de estos nuevos rostros de pobres y de gentes que no conocen a Jesucristo y anunciar el Evangelio. No se puede evangelizar a los pobres desde lejos y a dis-‐tancia. Es necesario hacerse pobre y compartir la vida de los pobres. Hemos de facilitar el encuentro y la cercanía como primer paso para iniciar un proceso evangelizador.
¿Cómo estamos poniendo en práctica esta recomendación del Se-‐ñor y cómo nuestra misión se está realizando en la dinámica “de éxo-‐do y de gracia”? La invitación a salir y a buscar es urgente y no admite dilación: Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos (Lc 14,21). El Señor desea ardientemente que los invitados a su mesa lleguen a ser verdaderos discípulos y participen plenamente de su insondable riqueza, la ri-‐queza de su gracia que ha derramado sobreabundantemente. Por eso nos envía y nos alienta en la gran misión de hacer de los pobres y de las naciones discípulos de Jesucristo: Id, pues, y haced discípulos a to-‐das las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar tolo lo que yo os he manda-‐do (Mt 28,19-‐20). Se trata de hacer un proceso que desemboque en el acto de fe, en la entrega y el amor a Jesucristo, como realiza el En-‐viado del Padre con el ciego de nacimiento en Jerusalén: Jesús, en-‐
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contrándose con él, le dijo: ¿Tú crees en el Hijo del hombre? El res-‐pondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: le has visto; el que está hablando contigo, ese es. El entonces dijo: Creo, Se-‐ñor. Y se postró ante él (Jn 9,35-‐38).
La presencia e identificación de Jesucristo con los pobres reaviva en nosotros la compasión y es una consecuencia de la comunión, de la experiencia profunda nacida del Espíritu de que los pobres son miembros de nuestro cuerpo, parte de nosotros mismos.
3 La compasión
La compasión no es un estado pasivo ni se puede confundir con un sentimiento de lástima o de pena. La compasión es activa y moviliza a las personas, a las comunidades y grupos a compartir la suerte de los pobres, a trabajar con ellos, a compartir sus sufrimientos, sus espe-‐ranzas, sus luchas y procesos de liberación. Es ese movimiento que toca el corazón de Dios y le impulsa a actuar y a comprometerse acti-‐vamente a favor de su pueblo.
Amor entrañable y comprometido La compasión en el vocabulario de los evangelios está asociada a
las entrañas, a los órganos internos, al corazón, es decir, a lo más profundo del ser, al amor más desinteresado y gratuito, semejante al amor materno que comparte el mismo cuerpo con el hijo que va alumbrar. Esta compasión que conmueve a toda la persona es pre-‐sentada como un rasgo singular de Dios y del Mesías que ha prome-‐tido enviar: Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que ha-‐rán que nos visite una Luz de lo alto, a fin de iluminar a los que habi-‐tan en tinieblas y en sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,78-‐79).
Las entrañas eran los órganos internos de la víctima que se ofre-‐cían en el altar en sacrificio a Dios. Esto es lo que significa también la compasión de Dios que ofrece el amor de su corazón, que se entrega en sacrificio por amor a la humanidad y muy especialmente a los po-‐bres para darnos su vida y su ser. Es su reacción ante el desastre que
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sufre el pueblo que ha roto la alianza y ha buscado su salvación en la idolatría. Aún así Dios quiere ganar a su pueblo por el amor y la mise-‐ricordia: Mi corazón se convulsiona dentro de mí, y al mismo tiempo se estremecen mis entrañas (Os 11,8). No podía hacer más. Esta es la gran revelación del ser de Dios que nos anuncia el cuarto Evangelio: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16).
Jesús muestra en su vida y misión este rostro entrañable y compa-‐sivo del Padre. Los grandes problemas, el peso de los sufrimientos y angustias de las multitudes, de los colectivos pobres y marginados conmueven su corazón y lo impulsa a la acción. Jesús no pasa de lar-‐go ni se inhibe ante las grandes necesidades y dificultades que sufre la gente. El se implica e invita a los discípulos a hacer lo mismo.
Mostrar el rostro compasivo y misericordioso del Padre Las multitudes eran las grandes masas pobres que acudían a Jesús
doblados con el peso de la miseria, de grandes penurias y de enfer-‐medades. Se hallaban sumidas en el abandono y la desesperanza. Je-‐sús reacciona, se para y actúa. Jesús trata de responder a las necesi-‐dades de la gente de dos maneras fundamentalmente: con signos y también con la Palabra. Los signos son las curaciones, las acciones que realiza para poder aliviar los males que padecen las multitudes y una gran parte del pueblo abandonado a su suerte: Al desembarcar vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos (Mt 14,14). Este Jesús que es compasivo, es decir, que se estremece y se rompe por dentro, cura (Mt 20,34; Mc 1,41), devuelve con vida al hijo de una viuda (Lc 7,13), da vista a los ciegos (Mt 20,34), proporciona alimento a la muchedumbre hambrienta (Mc 8,2). Los mismos en-‐fermos reconocen la compasión y misericordia de Jesús cuando reite-‐radamente le dicen, ten compasión o ten misericordia de nosotros: pero si algo puedes compadécete de nosotros (Mc 9,22; 10,47-‐48; Mt 15,22; Lc 17,11-‐13).
Pero el Jesús compasivo responde también con la Palabra y ofrece a los pobres el don y el camino de la fe como el bien más precioso y
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necesario, por eso su comunión y compasión por los pobres le lleva a priorizar la enseñanza, la evangelización: Y al desembarcar vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas (Mc 9,34). En la misma línea responde al padre del hijo epiléptico, poniendo en rela-‐ción la compasión con la fe: Jesús le dijo: ¡qué es eso de si puedes! Todo es posible para quien cree. Al instante gritó el padre del mucha-‐cho: ¡Creo, ayuda a mi poca fe! (Mc 9,23-‐24).
El amor y la compasión inflaman el corazón de Jesús, el Buen Pas-‐tor, que va al encuentro de los pobres, de los enfermos, de los peca-‐dores, cargando con sus flaquezas y sus enfermedades (Mt 8,16-‐17; Is 53,4). Este es también el amor que el Espíritu Santo ha derramado en nuestro corazón de pastores que nos impulsa a ir al encuentro de los humildes, de los pequeños y de los pobres, a hacernos de su misma carne y a hacer crecer los lazos profundos de unión que brotan de la fe y de la caridad pastoral, siendo muy conscientes de que no puede faltar el pan más necesario para los pobres, la fe en Jesucristo: La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado (Jn 6,29).
Reflejar el rostro compasivo del Buen Pastor Como Jesús, también nosotros hemos sido llamados a ir a la perife-‐
ria, a ponernos al servicio de los pobres, a alentar sus procesos de li-‐beración, a buscar solución a muchos de sus problemas, pero sin des-‐cuidar lo prioritario, que es la evangelización, la proposición y la aper-‐tura a la fe. También nosotros en nuestra acción pastoral, como tan-‐tos pobres y las mismas multitudes que seguían a Jesús tenemos el peligro de quedarnos en lo inmediato, con el riesgo de no llegar a lo más fundamental y necesario: En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecede-‐ro, sino por el alimento que permanece para la vida eterna (Jn 6,26-‐27).
El P. Chevrier intentó seguir el camino del Maestro e imitarle en la caridad pastoral, que también estaba revestida de los rasgos de la compasión: “Pidamos a Dios que suscite en nosotros una gran com-‐
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pasión para con los pobres y los pecadores. Esto es el fundamento de la caridad, sin compasión espiritual no haremos nada. Fomentemos en nosotros esta divina caridad para salir al encuentro de las miserias del prójimo y decir como Jesucristo: Venid a mí” (VD 418). La caridad pastoral es el amor fecundo que estamos llamados a vivir y a dar, alimentado en la Eucaristía y expresado en la gracia del celibato. Es-‐tos lazos hacen más fuerte y generosa nuestra entrega, nuestra com-‐pasión y comunión con los pobres, con todos los que sufren a quie-‐nes Dios nos ha encomendado con un amor de predilección.
Nuestra misión pastoral ha de cuidar con especial interés y dedica-‐ción el ministerio de la caridad y de la acción social a favor de los úl-‐timos y los pobres, cuya fuente se encuentra en la eucaristía, como nos recuerda también el P. Chevrier: “Sea nuestro lema de caridad esta palabra del Señor: Tomad y comed. Considerémonos como un pan espiritual que ha de alimentar a todos con la palabra, el ejemplo y la entrega” (VD 418). Al mismo tiempo que hemos de procurar que no falte el pan de cada día, que reine la justicia, que los pobres se vean liberados de tantas miserias y carencias, no hemos de olvidar tampoco el servir el alimento que no perece, el pan de vida que es Jesucristo, pue los pobres son capaces de escuchar a Dios y de res-‐ponder por el acto de fe: “Lo único necesario para nosotros es cate-‐quizar bien y orar; el resto no es nada… Una sola cosa es necesaria para los sacerdotes y los llamados a serlo, instruir a los pobres. Ins-‐truir y sanar, el resto nada importa” (VD 299).
4 Los pobres son capaces de escuchar, de creer y de responder a Dios
A lo largo de la historia y en nuestro mundo hoy los pobres han si-‐do considerados como seres de categoría inferior, incapaces de hacer progresar a la humanidad y muchísimas veces como freno o impedi-‐mento para llegar al verdadero progreso. Esta es la visión de las cla-‐ses que controlan el poder, las riquezas y los bienes culturales e inte-‐lectuales. Una visión más objetiva de la historia y también nuestra propia experiencia nos presentan un panorama bien diferente: los
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pobres son una verdadera fuerza, que desde su debilidad y sus gran-‐des carencias han hecho crecer al género humano en libertad, en so-‐lidaridad, en justicia, en ansias y conquistas de libertad ante la barba-‐rie, la opresión y la crueldad de los grupos embriagados de poder, de riquezas o de algunas de las conquistas de la ciencia.
Dios escoge a los pobres para realizar su obra salvadora Los pobres saben mucho de debilidad, de sacrificio, de despojo y
de don de sí, que son las verdaderas células que dan vida a la huma-‐nidad. El hombre es muy consciente de que es ante todo gracia y don, mucho más que el resultado de su esfuerzo y de sus cualidades, que, por otra parte, le han sido también dadas. Esta visión y com-‐prensión de la humanidad es la que se acerca a la mirada de Dios so-‐bre el ser humano, que él ha creado a su imagen (Gn 1,26-‐27). La ma-‐triz que engendra y gesta la humanidad es la pobreza y no tanto la ri-‐queza. Esta es una desviación, algo contra la naturaleza humana, que hemos de combatir perennemente para recuperar la identidad hu-‐mana, el hombre como imagen de Dios.
La pobreza y la debilidad son el camino y el medio escogido por Dios para darse a conocer, para mostrar su amor y cercanía en la en-‐carnación al asumir la condición humana, para realizar su plan de sal-‐vación desde la misma pobreza y fragilidad.
Dios escogió un pueblo pobre para hacer su alianza con él y condu-‐cirlo a la libertad (Dt 7,7-‐8). Elige siempre a personas en situación de debilidad: Abel (Gn 4,3-‐5), Isaac (Gn 17,15-‐22),Jacob (Gn 27,1-‐29), Moisés (Ex 2,1-‐10), Sansón (Jue 13,1-‐7), David (1 Sam 16,4-‐13), Juan Bautista (Lc 1,5-‐25). Todos estos o no eran hijos primogénitos o eran hijos de mujeres estériles. Elige a los que estaban descartados. Todos ellos, considerados incapaces o disminuidos responden a la llamada y al plan de Dios y son sus grandes colaboradores en la obra de la sal-‐vación. Esto es lo que canta María en el Magníficat: porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava (Lc 1,48).
He aquí un gran reto a nuestra misión apostólica: ¿Cómo estamos testimoniando y anunciando esta Buena Nueva del amor de predilec-‐
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ción de Dios por los pobres, por los que la sociedad ha descartado ya, por los que no cuentan?
Es muy importante que vayamos al encuentro de los pobres y los desahuciados, que mostremos nuestra cercanía y nuestra solidaridad, como lo ha hecho Jesús. Pero el Maestro fue mucho más allá: el les anuncia la Buena Nueva, les llama a la conversión y les propone la fe. Los relatos de la sinagoga de Nazaret y de la visita de los discípulos del Bautista acentúan este anuncio de la Buena Nueva (Lc 4,14-‐30; 7,21-‐23). Por esta misma razón los pobres son los invitados preferi-‐dos en el gran banquete del Reino, en el banquete de la Eucaristía, donde los excluidos y marginados ocupan los lugares de preferencia en la mesa de invitados (Lc 14,15-‐24). ¿Cómo nuestra caridad pasto-‐ral nos está llevando a invitar a la mesa eucarística, a fortalecer nues-‐tras comunidades incorporando a los más pobres, a los menos consi-‐derados e importantes?
Los pobres acogen el Evangelio y responden con el acto de fe Los pobres son capaces de responder y de colaborar en la obra de
Dios, en el advenimiento del Reino. Jesús alaba y da gracias al Padre al constatar la respuesta de los pobres al envío de los setenta y dos discípulos, porque han acogido el designio salvador de Dios y se han dejado transformar por el Espíritu: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteli-‐gentes y se las has revelado los sencillos. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito (Lc 10,21). Es la misma convicción y constatación del apóstol Pablo en la comunidad de Corinto. Dios se ha fijado en los pobres, en los débiles, en los que no cuentan. Es a estos a quienes ha llamado preferentemente para darles a conocer su designio y hacer-‐les comprender su sabiduría (1 Cor 1,17-‐31).
Jesús nos muestra cómo los pobres son capaces de dar una res-‐puesta de fe y cómo se pueden convertir en verdaderos discípulos y apóstoles. Diez leprosos han sido curados de la lepra. No todos estos pobres han sido conscientes de la gracia recibida. Sólo el leproso sa-‐maritano ha respondido al don recibido a través de la fe: Y le dijo: le-‐vántate y vete; tu fe te ha salvado (Lc 17,19). La samaritana es capaz
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de anunciar al Mesías entre sus conciudadanos (Jn 4,29.42). Lo mis-‐mo se puede decir del endemoniado liberado del espíritu inmundo que le poseía: Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Se-‐ñor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti. El se fue y em-‐pezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados (Mc 5,19-‐20).
Así se conoce y se extiende la Buena Nueva del Reino. A través de gente sencilla, débil, sin una gran relevancia social, pero llena de fe que se ha dejado poseer y conducir por el Espíritu de Dios. Esta es también la experiencia pastoral que vive el P. Chevrier y que ha he-‐cho nacer el Prado en una coyuntura difícil, en un cambio de época, de grandes transformaciones y convulsiones sociales, que reclama-‐ban nuevas respuestas y nuevos caminos al anuncio del Evangelio.
¿Cómo anunciar el Evangelio y profundizar la vida de fe en el sub-‐proletariado emergente de la Guillotière en los comienzos de la revo-‐lución industrial?
El magisterio y la praxis pastoral de A. Chevrier son luz y guía para nosotros en una coyuntura también de crisis, llena de convulsiones que experimenta cómo los pobres y una gran parte de la sociedad es-‐tán cada vez más lejos de la Iglesia y no conocen a Jesucristo.
La evangelización de los pobres sostiene y da vida a las comuni-‐dades cristianas El P. Chevrier recibe una luz en la noche de Navidad para salir al
encuentro de los pobres, ignorantes y pecadores para que puedan acceder a la fe. El ha sido confirmado en esa convicción de que los pobres son capaces del acto de fe, de que también ellos están habi-‐tados por el Espíritu Santo que les permite llegar al conocimiento de Jesucristo (VD 218). Por esta razón los sacerdotes del Prado abrazan la pobreza, para ser más eficaces en trabajar en la obra evangelizado-‐ra: “Es necesario una vocación particular para hacer esta obra… estar particularmente atraídos por la instrucción de los niños, sobre todo los niños pobres y abandonados… Es necesario consentir pasar la vida con los pobres y no ocuparse más que de los pobres. Para hacer bien a estos niños, es necesario estar con ellos, vivir su vida y estar en
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medio de ellos como padres, para ganar su corazón y llevarlos a Dios” (Reglamento de vida para los sacerdotes del Prado 1878).
Hemos de preguntarnos y verificar si nuestras comunidades están sostenidas y apoyadas por la fe, el compromiso y la acción liberadora de los pobres o si nuestra pastoral se hace sobre otros apoyos. No se trata de apoyarse en los pobres para excluir a los otros, sino de verifi-‐car que al buscar el apoyo de los pobres estamos construyendo la comunidad desde los últimos y sin excluir a nadie, pues no se trata de confrontar dialécticamente ricos contra pobres, sino de hacer de unos y otros el único cuerpo de Cristo (EG 50).
Sabemos que una cosa es ocuparse de los pobres y de responder a sus necesidades primarias y otra muy diferente hacer que la comuni-‐dad eclesial se construya y consolide sobre su participación activa y responsable en la marcha de la misma. Este es un gran reto, según se expresó en la preparación de la Asamblea: “Los más pobres no están en nuestras comunidades, ni en el corazón de nuestros cristianos, ni forman parte de la fisonomía de la comunidad. Normalmente se han quedado a la puerta para recibir algunos auxilios, ayudas y gestos de solidaridad. ¿En qué medida han descubierto la presencia o algún in-‐terés por Jesucristo?” (Doc. Síntesis AG).
Hemos de verificar y compartir en nuestra praxis pastoral el aporte y el compromiso evangelizador de los pobres; cómo están contribu-‐yendo al fortalecimiento y vitalidad de nuestras parroquias, cómo participan en la formación y en el sostenimiento de nuestras comuni-‐dades, y también las dificultades para que todo esto se llegue a reali-‐zar plenamente.
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El Estudio del Evangelio es nuestro primer trabajo
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II. EL DISCÍPULO: EL CONOCI-MIENTO DE JESUCRISTO Y EL ES-TUDIO DEL EVANGELIO
[2015-‐2016]
El verdadero apóstol ha de ser ante todo un verdadero discípulo. La vocación apostólica sólo es posible desde el discipulado, desde el se-‐guimiento y la identificación plena con Jesucristo, el Señor y el Maes-‐tro (Jn 13,13-‐15). La llamada al apostolado es inseparable de la lla-‐mada al seguimiento, como apreciamos en los primeros relatos de vocación en los evangelios: Venid conmigo y os haré llegar a ser pes-‐cadores de hombres. Al instante, dejando las redes, lo siguieron (Mc 1,16-‐20). Esto se confirma en el relato de la institución del grupo de los Doce: para que estuvieran con él y enviarlos a predicar (Mc 3,14).
El enviado ha de comenzar por conocer, por imitar y vivir en plena comunión e identificación con quien le envía, para hablar y actuar en su nombre, para hacer la obra que se le encomienda. Por eso la gran aspiración del discípulo es la de llegar a ser como su Maestro: No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo (Mt 10,24-‐25).
1 El conocimiento de Jesucristo
Dios se da a conocer El conocimiento de Jesucristo se inscribe en el movimiento que
parte de Dios mismo de darse a conocer, de manifestarse a la huma-‐nidad. El nos ha amado primero y ha querido darse a conocer para establecer unos fuertes lazos de relación y de compromiso con el hombre que él creó a su imagen. La iniciativa siempre es del Padre. El nos ha conocido el primero. El nos ha dado la posibilidad de conocer-‐lo. El nos atrae hacia su Hijo y pone en nosotros el deseo y gozo de
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conocerle, amarle y servirle: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae (Jn 6,44). El P. Chevrier descubre también este mismo dinamismo del deseo y de la iniciativa de Dios de darse a conocer: “Oh Dios, yo admiro vuestro deseo de daros a conocer” (CDA 59), que aparece brillantemente reflejado y plasmado en la ora-‐ción “Oh Verbo, oh Cristo” (VD 108). Todo esto nos revela el gran amor de Dios por la humanidad y su ardiente anhelo de compartir con ella la riqueza de su amor desbordante.
A Pablo se le ha concedido hacer esta misma experiencia. El ha lle-‐gado a tener conocimiento del misterio y del designio de Dios por una revelación que le fue dada como gracia: El Dios de nuestros pa-‐dres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al justo y escuches la voz de sus labios, pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído (Hch 22,14-‐15). El himno del capí-‐tulo primero de la carta a los Efesios presenta una de las primeras síntesis cristológicas del misterio de Cristo. El autor de la carta ha quedado fascinado por esta visión, mejor dicho por esta revelación que él denomina la insondable riqueza de Cristo: como me fue comu-‐nicado por una revelación el conocimiento del misterio, tal como bre-‐vemente acabo de exponeros… a mí me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo (Ef 3,2.8).
A nosotros nos corresponde acoger este gran don, recibir agrade-‐cidos la gran riqueza del Evangelio para llegar a conocer plenamente el misterio de Cristo que está realizando en nuestra historia el desig-‐nio salvador del Padre: misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu (Ef 3,5).
Sabemos además que nosotros sólo podemos conocer a Dios si él mismo se nos revela, si él se nos da a conocer. El conocimiento de Dios no está ligado al estudio, al coeficiente intelectual o a la investi-‐gación y al razonamiento. No es un saber puramente racional sino un conocimiento personal que acontece en el diálogo de la fe y en el amor. En este proceso de revelación y de encuentro en el que se ex-‐perimenta sobre todo la fuerza creadora del amor, la iniciativa es
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siempre del Padre. El nos revela al Hijo y el Hijo a su vez nos revela al Padre en el Espíritu: Nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera reve-‐lar (Lc 10,22).
El discípulo es ante todo una persona agradecida y también agra-‐ciada por la gran riqueza recibida. Corresponder en gratitud implica dejarse enseñar, dejarse conducir, escuchar y nutrir toda la vida del espíritu con las enseñanzas del maestro. La escucha, la oración, el si-‐lencio son citas y espacios en los que el Señor nos convoca y a las que nunca debemos faltar. No es fácil acudir a ellas, pues las referencias externas, la cultura actual e incluso una cierta manera de ejercer el ministerio tienden a envolvernos en lo inmediato, en lo práctico, ol-‐vidando lo fundamental, como le recuerda el Maestro a Marta (Lc 10,38-‐42). En nuestro mundo puede decirse que la práctica de la ora-‐ción exige un coraje sobrehumano, pues encuentra obstáculos y difi-‐cultades en todos los frentes. Por esto el discípulo ha de seguir al Maestro haciéndose violencia frente a las seducciones del mundo e incluso de algunos de sus planteamientos pastorales: De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración… Todos te buscan… Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido (Mc 1,35-‐39).
En el seno de la Trinidad Jesús se da a conocer como el Hijo. El Hijo dice siempre relación al
Padre. Esa relación de filiación es revelada por la acción del Espíritu tanto en la encarnación (Lc 1,35; Mt 1,20) como en la resurrección (Rom 1,4). Jesús se da a conocer en su identidad no como un indivi-‐duo independiente o autónomo, sino como persona, es decir, como alguien que es él mismo porque es un ser en relación con el Padre y en el Espíritu. Los comienzos de su vida pública en el Jordán lo pre-‐sentan escuchando al Padre y lleno del Espíritu Santo: Bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: tú eres mi hijo; y hoy te he engendrado (Lc 3,22).
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Jesús no es alguien que vive, proyecta o decide por su cuenta. El afirma su personalidad en la relación comunitaria, atento siempre a hacer la voluntad del Padre mediante la acción del Espíritu Santo. Je-‐sús se da a conocer como una persona que está referida totalmente y que pertenece al Padre: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace (Jn 5,19-‐20). Por esto mismo el Hijo es uno con el Padre (Jn 10,30). Ver y conocer a Jesús es ver y conocer al Padre, dice Jesús a Felipe para mostrarle que él con toda su vida y su misión está mos-‐trando al Padre que le envió: ¿Tanto tiempo hace que estoy con voso-‐tros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Pa-‐dre (Jn 14,9; 12,45). Por esto mismo Jesús no ha venido a realizar su propia obra sino que él hace las obras del Padre: la obras que el Pa-‐dre me encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado (Jn 5,26-‐27.36; 14,10-‐11).
Jesús revela también esta misma vinculación y unión profunda con el Espíritu Santo. El es una persona que está llena del Espíritu que le vincula al Padre en todo su ser y en la misión que le ha encomenda-‐do: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la ver-‐dad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga y os explicará lo que ha de venir. El me dará gloria porque recibi-‐rá de lo mío y os lo explicará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: recibirá de lo mío y os lo explicará a vosotros (Jn 16,13-‐15).
La insondable riqueza de Cristo se nos revela en el misterio de la Trinidad. A él le conocemos como Hijo y como Enviado. El nos intro-‐duce en el conocimiento y en el seno de la Trinidad, en quien encon-‐tramos el modelo de fraternidad y de vida comunitaria que estamos llamados a vivir y testimoniar en una sociedad cada vez más indivi-‐dualista, alejada del horizonte de ser imagen de Dios. Por esto crece el riesgo de la deshumanización, ya que las relaciones personales se deterioran, se cosifican y se genera todo un cúmulo de calamidades, de sufrimientos y destrucción. La comunión y el modelo de vida que
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nos revela la Trinidad es un faro de salvación al que la humanidad ha de mirar. Nuestro estudio del Evangelio, el conocimiento de Jesucris-‐to ha de conducirnos a contemplarle y descubrirle en su condición de Hijo y Enviado, referido siempre al Padre por el vínculo del Espíritu de la verdad.
Por otra parte el conocimiento de Jesucristo en el seno de la Trini-‐dad revela y refuerza la dimensión comunitaria de la fe y de la mi-‐sión. Juntos estamos llamados a progresar y crecer en el conocimien-‐to de Jesucristo. La persona de Jesús, la relación de las tres personas en el seno de la Trinidad es todo un correctivo a la tentación y a las tendencias de absolutismo y exclusivismo de algunas concepciones religiosas que pueden desembocar en el fundamentalismo y en la in-‐tolerancia.
La comunión con el Maestro El discípulo ha de estar unido y vincularse a su Maestro como Jesús
está unido al Padre: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor, Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor (Jn 15,9-‐10). El busca configu-‐rarse con su maestro y modelo, Jesucristo, y está dispuesto a seguirle en todo y de cerca.
Jesucristo lo es todo para el discípulo. Él en persona es el Evange-‐lio, la Buena Nueva del Reino, el gran tesoro encontrado por el que el discípulo está dispuesto a dejarlo todo con tal de adquirirlo (Mt 13,44). Toda su vida está centrada y marcada por el seguimiento de Jesucristo, que implica la comunión plena hasta llegar a ser y a hacer como él. Esta es la gran experiencia que marcó la vida del P. Chevrier a partir, sobre todo, de la noche de Navidad de 1856 en la que con-‐fiesa que tomó la decisión de seguir más de cerca a Nuestro Señor Je-‐sucristo. Esto se va a concretar en ese ardiente deseo de imitarle, de configurarse a su imagen, de dejarse seducir por el atractivo de su persona de Hijo dispuesto a hacer en todo la voluntad del Padre: “Se-‐guidme, es decir, haced como yo, pasad por el mismo camino que yo; seguidme en el mismo camino que he tomado para hacer mi misión;
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haced como yo he hecho, caminad tras mis huellas” (Ms. XII 315, en VD 342).
El verdadero discípulo tiene en Jesucristo el centro y fundamento de su ser y de su hacer. El escucha sus palabras y las pone en prácti-‐ca. Construye toda su vida sobre el sólido fundamento de las ense-‐ñanzas del Maestro (Mt 7,24-‐25). El apóstol Pablo nos revela su con-‐dición de discípulo para quien Jesucristo es el fundamento y lo es to-‐do. El grado de comunión e identificación con él lo lleva a confesar esta afirmación tan radical: para mí la vida es Cristo (Flp 1,20; Gal 2,19-‐20). Por esta razón toda su vida de discípulo y de apóstol se apoya y se construye sobre el sólido fundamento que es Jesucristo: Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo (1 Cor 3,11).
El P. Chevrier, como hemos apuntado, comienza por cultivar y for-‐talecer la condición del discípulo, como el camino que le va a capaci-‐tar para ser un verdadero apóstol. El afirma con la misma rotundidad de Pablo: “Quitad a Jesucristo de la tierra. ¿Queda algún fundamen-‐to? Ninguno… Por tanto hay que construir sobre Jesucristo, sobre su Palabra y ponerla en práctica; entonces nuestra casa estará edificada sobre roca” (VD 102-‐103). Para el catequista de la Guillotière la imi-‐tación del Maestro es algo fundamental para el que quiere ser su dis-‐cípulo: “Parecerse a Jesucristo, ese es nuestro trabajo continuo, la atención continua de nuestro espíritu y el deseo sincero de nuestro corazón (Ms. X 738)… Nuestra unión a Jesucristo debe ser tan íntima, tan visible, tan perfecta que los hombres deban decir al vernos: Mi-‐rad otro Jesucristo” (Ms. X 642, en VD 101).
En cada uno de nosotros, en los diferentes equipos y en nuestros Prados ¿Cómo está ardiendo este fuego y esta pasión por Jesucristo que ha de iluminar, purificar y dar vida a nuestro ministerio y a toda nuestra vida apostólica? Necesitamos reforzar estos lazos de comu-‐nión, renovar la ilusión del seguimiento de Jesucristo, dejarnos sedu-‐cir de nuevo por su atractivo, renunciar a muchos bienes y adheren-‐cias que se nos han ido pegando, para poder recibir la insondable ri-‐queza de Jesucristo y llenarnos de su plenitud: Que Cristo habite por
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la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura, la longi-‐tud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento, y os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3,17-‐19).
2 El Estudio del Evangelio
El conocimiento de Jesucristo, en la fe y en el amor, excede todo conocimiento y nos transporta a la plenitud de Dios. Este es el gran conocimiento a buscar y cuidar. Es don de Dios que excede también a nuestras capacidades limitadas pero que nos introduce en el horizon-‐te de la plenitud. Desde esta experiencia tan profunda, desde este derroche de gracia se ilumina la experiencia de de fe de Pablo, cuan-‐do afirma la excelencia del conocimiento de Jesucristo y su comunión plena en el misterio pascual: Juzgo que todo es pérdida ante la subli-‐midad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor por quien perdí to-‐das las cosas, y las tengo como basura para ganar a Cristo… y cono-‐cerle a él, el poder de su resurrección y la comunión con sus padeci-‐mientos (Flp 3,8-‐11).
La gracia del Estudio del Evangelio El mismo eco y el mismo toque de la gracia encontramos en estas
palabras del P. Chevrier, tan familiares para nosotros, que necesita-‐mos también acoger con espíritu renovado para que sigan guiando y orientando nuestro seguimiento de Jesucristo: “Conocer a Jesucristo, lo es todo. Todo se contiene en el conocimiento que tengamos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo…. Ningún estudio, ninguna ciencia ha de ser preferida a esta. Es la más necesaria, la más útil, la más im-‐portante, sobre todo para aquel que quiera ser sacerdote, su discípu-‐lo. Porque sólo este conocimiento puede hacer sacerdotes” (VD 113; Cf. Carta 105; 129).
Este impulso, esta fuerza interior que nos lleva a Jesucristo, es un don del Espíritu que echa raíces y crece en nosotros mediante el es-‐tudio asiduo y constante del Evangelio. Se trata de un Estudio hecho
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también en el Espíritu, que es quien nos conduce al verdadero cono-‐cimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Por esto mismo los pradosia-‐nos hoy hemos de preguntarnos como el P. Chevrier: “¿Qué tenemos nosotros que hacer? Estudiar a nuestro Señor Jesús, escuchar sus pa-‐labras, examinar sus acciones, a fin de configurarnos con él y llenar-‐nos del Espíritu Santo” (VD 225).
Este es el gran trabajo a realizar cada día. Es nuestro primer traba-‐jo, solemos repetir, evocando al P. Chevrier. Somos conscientes de que existe una cierta distancia entre el deseo y la realidad. Fácilmen-‐te buscamos razonamientos y encontramos justificaciones a un cierto déficit de la práctica asidua del Estudio del Evangelio. En nombre de la pastoral, del servicio a los pobres y a nuestras comunidades justifi-‐camos a veces esta falta de dedicación, de consagrarnos al conoci-‐miento de Jesucristo, olvidando que este es el primer paso serio, el primer trabajo pastoral que va a sostener y dinamizar toda nuestra misión evangelizadora. La pasión por la evangelización invadirá y lle-‐nará nuestras vidas si de verdad cuidamos y cultivamos la pasión por Jesucristo.
La prioridad del Estudio del Evangelio La búsqueda de la eficacia pastoral y apostólica tiene su fundamen-‐
to y su fuente en el conocimiento de Jesucristo, afirmábamos en la Sesión sobre el Estudio del Evangelio en julio de 2009: “La acción apostólica, si quiere ser eficaz con la eficacia de Dios, ha de nacer de la escucha, de la oración, del amor, del interior, esto es, de la unión y conformidad con Cristo, lo cual supone caminar en el Espíritu de la verdad y de la libertad. Conocer a Jesucristo para hacer bien el cate-‐cismo es lo único necesario para A. Chevrier; y para los que compar-‐timos su carisma”2.
En el actual contexto social, cultural e incluso eclesial, para cen-‐trarnos en la misión y seguir al Maestro en el anuncio del Reino, he-‐mos de cuidar mucho nuestra inserción en Jesucristo, dando priori-‐
2 CONSEJO GENERAL DEL PRADO, “Haz, Oh Cristo, que yo te conozca”,
(2009), p. 8-9.
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dad a lo que es primero: “El conocimiento de Jesucristo, la oración, es lo primero que hay que hacer para llegar a ser piedras del edificio es-‐piritual de Dios. Sólo puede permanecer lo que tenga a Jesucristo como fundamento” (VD 103). Esta intuición y convicción tan profun-‐da de Chevrier es evocada repetidas veces en la vida de la Iglesia y recogida explícitamente por Benedicto XVI: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio de Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él” (Sacr. Caritatis 84).
El Estudio del Evangelio está en estrecha unión con el Espíritu San-‐to, ya que se trata de una experiencia espiritual, es decir, de un estu-‐dio hecho en el Espíritu. Esta es la gran experiencia de A. Chevrier: “¿Quiénes son los que tienen el espíritu de Dios? Son los que han orado mucho y que lo han pedido largo tiempo. Son los que han es-‐tudiado por largo tiempo el santo Evangelio, las palabras y acciones de nuestro Señor; los que han trabajado largo tiempo por reformar en ellos lo que es opuesto al espíritu de nuestro Señor” (VD 227).
La lectura y el estudio asiduo de las Escrituras son algo fundamen-‐tal en la vida del discípulo y del apóstol, y no algo ocasional, pues no se trata de frecuentar el Evangelio de vez en cuando, sino de sumer-‐girnos en sus aguas más profundas de la mano del Espíritu. Este estu-‐dio frecuente y asiduo está íntimamente unido a la oración. Ambos se reclaman y se fecundan mutuamente. Fruto de esta interacción es la conversión que viene del encuentro con Jesucristo, de dejarse con-‐ducir por el Espíritu, que es el alma de este estudio, el cual nos hace entrar en lucha y confrontación con nuestro propio espíritu y con el espíritu del mundo. El Espíritu sitúa al discípulo en un proceso per-‐manente de conversión y lo impulsa e introduce en el camino de la cruz, de la obediencia de la fe.
3 Por el camino de la cruz: La obediencia de la fe
El discípulo sigue en todo a su maestro. Su gran aspiración es ser como su maestro. Consiguientemente el discípulo de Jesús sigue a su
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Maestro hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Jesús mismo enseña y recuerda esto mismo al grupo más próximo de discípulos: No está el discípulo por encima del maestro. Será como el Maestro cuando esté perfectamente instruido (Lc 6,40; Mt 10,24-‐25). Por esto mismo la cruz, la contradicción y el don de la propia vida entran en el horizonte del camino del discípulo como algo muy real y previsible: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lc 9,23).
En la contradicción y en la crisis El discípulo ha puesto toda su confianza en el Maestro, como Jesús
ha puesto toda su confianza en el Padre, incluso en los momentos más difíciles, cuando parece que no hay ninguna salida o ninguna so-‐lución. Hacer la voluntad del Padre es el quehacer y la tarea funda-‐mental del discípulo: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a su obra (Jn 4,34; 6,38-‐40). El Maestro permanece fiel, confía y cree en el Padre aún en los momentos más críticos: Aho-‐ra mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre (Jn 12,27-‐28). Esta fe y confianza se avivan y fortalecen en la oración para que no flaquee la decisión de hacer siempre la voluntad del Padre ante la contradicción, las dudas, el rechazo y la misma per-‐secución: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22,42).
La cruz, como acabamos de ver, pone a prueba la fe y confianza del discípulo. Este es un camino necesario, pero que despierta unas fuer-‐tes resistencias, pues entraña una renuncia total a uno mismo y a la propia voluntad. Los tres relatos de la pasión que recogen los evange-‐lios sinópticos muestran la dificultad y el recelo de los discípulos de Jesús a seguirle por el camino de la cruz. El camino de la renuncia, de la kénosis y el despojo parece un camino de aniquilación y de despojo total, pero la mirada de la fe nos permite entrever un camino de fe-‐cundidad, de vida y de futuro. Este es el gran reto y también el gran testimonio a dar en este mundo que tal vez mira más a lo aparente que a lo real: Porque quien quera salvar su vida, la perderá; pero
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quien pierda su vida por mí, ése la encontrará (Lc 9,24; Jn 12,26). La cruz no termina en la condena y en la muerte, sino que va unida a la resurrección y a la exaltación. El Cristo condenado y crucificado resu-‐cita al tercer día. Esta es la convicción firme de Jesús que hace saber a sus discípulos para que su fe no decaiga ente los acontecimientos de Jerusalén sino que se convierta en fuente de alegría: También vo-‐sotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar (Jn 16,22).
La cruz, la contradicción vienen del ejercicio de la misión, de la oposición y rechazo al designio de Dios, a la Buena Nueva del Evange-‐lio. Es lo que Jesús experimentó en su ministerio y le hace descubrir al grupo de sus inmediatos seguidores: Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi palabra tam-‐bién la vuestra la guardarán (Jn 15,20). No nos puede extrañar el menosprecio, la indiferencia o el rechazo, ya que ese ha sido el tra-‐tamiento que ha recibido el Enviado del Padre. En su misma presen-‐tación se anuncia que la misión que va a realizar le va a convertir en signo de contradicción, en bandera de discusión: Este está puesto pa-‐ra caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradic-‐ción… a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones (Lc 2,34-‐35).
Cargar la cruz que viene del ejercicio de la misión Este es también nuestro destino: asumir la cruz que viene de la mi-‐
sión, de vivir y ser testigos del Evangelio, de seguir más de cerca al Maestro, conscientes de que es él quien nos sostiene en este comba-‐te para hacer que la luz disipe las tinieblas: Y el juicio está en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras (Jn 3,19-‐20).
El verdadero discípulo y el verdadero apóstol se convierten para el mundo en personas contestadas, polémicas, en signos de contradic-‐ción, como expresan nuestras constituciones: “A causa del Evangelio y de nuestra solidaridad con los pobres aceptamos el convertirnos,
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en comunión con Cristo, en signos de contradicción viviendo en la fe y la humildad, la incomprensión, la pérdida de nuestra fama e incluso la persecución” (Cons. 44). En una palabra nuestra vida y ministerio han de llevar las marcas de la cruz de Cristo si quieren ser fecundos y llevar a cabo el designio liberador de Dios: “Esta vida apostólica com-‐porta cargar alegre y amorosamente cada día con la cruz que provie-‐ne de la misión misma, de la solidaridad con nuestros pueblos, de una vida según el Evangelio y de la fidelidad a la Iglesia” (Cons. 10).
El discípulo ha de acercarse al mundo, abrir su corazón y amar a las personas y los tiempos que nos ha tocado vivir, descubrir también en él la tierra fecunda en la que puede fructificar el Evangelio, pero sa-‐biendo que va encontrar también el rechazo, la indiferencia o la per-‐secución del sistema. No podemos olvidar que el esfuerzo apasionan-‐te por inculturar el Evangelio se encuentra con el hecho de que éste es, a su vez, contracultural y se abre camino remando contra corrien-‐te. El discípulo ha de estar bien enraizado y cimentado en Jesucristo, ha de ser dócil y dejarse conducir por el Espíritu para realizar su mi-‐sión, pues sabe que el gran don que ha recibido va a encontrar resis-‐tencias y dificultades en muchos que lo rechazan y se defienden de él en lugar de aceptarlo. Sabemos, incluso por experiencia propia, que el Evangelio nunca se amolda ni resulta cómodo. Siempre es escanda-‐loso, siempre desentona. La nueva evangelización, que estamos lla-‐mados a impulsar, no puede desarrollarse sin conflictos y siempre llevará el signo y la marca de la cruz.
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III. LA FORMACIÓN EN LA VOCACION PRADOSIANA
[2016-‐2017]
“La vocación pradosiana y la misión de la “Asociación de Sacerdo-‐tes del Prado” exigen una formación específica para los miembros del Instituto” (Const. 73).
El misterio pascual es el centro de la Formación y toda la formación pradosiana se desarrolla y se realiza en el dinamismo pascual. La Pas-‐cua de Jesús es el punto de referencia de la identificación con Jesu-‐cristo. El P. Chevrier lo formula y expresa en el Mural de Saint Fons. Esa es la forma que el llamado al Prado debe adoptar: el sacerdote es un hombre despojado, un hombre crucificado, un hombre comido, que se corresponde con tener los sentimientos del Hijo que se ha he-‐cho siervo sufriente, hijo obediente y cordero inocente.
La Formación es la paciente gestación del Hijo en nosotros por obra del Padre y por el poder del Espíritu Santo. Es ante todo un don y un trabajo permanente de la Trinidad en nosotros al concedernos la gra-‐cia de hacernos partícipes de la insondable riqueza de Cristo para darla a conocer a todas las naciones y en todos los tiempos: Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, por la riqueza de su gloria, fortaleceros interiormente, mediante la acción de su Espíritu; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, par que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento, y os llenéis de la plenitud de Dios (Ef 3,14-‐19). Esta sublime visión nos muestra la profundidad de la formación como un acontecimiento de gracia y reclama de nuestra
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parte una gran docilidad y una total disponibilidad para dejarnos mo-‐delar en el marco de una cristoformidad progresiva.
El P. Chevrier tiene claro que en la formación la clave es el conoci-‐miento que lleva al amor y a la comunión e identificación con Jesu-‐cristo. Estas dos referencias clave del fundador del Prado, conocer a Jesucristo y Sacerdos alter Christus, vienen a ser una misma realidad, un mismo movimiento que lleva a la comunión plena con el Enviado del Padre: “Todo debe brotar del conocimiento de Jesucristo, espe-‐cialmente los frutos que se esperan de la formación” (Cons. 74).
La formación introduce en esta dinámica y hará posible que el for-‐mando pueda ir adquiriendo esa forma pascual que le vincula total-‐mente a Jesucristo y le permite responder a la llamada a seguirle más de cerca para hacerse más capaz de anunciar el Evangelio a los po-‐bres, es decir, de dar a conocer la insondable riqueza de Cristo.
1 La primacía de la Formación
Nuestra Asamblea General ha titulado esta tercera orientación de esta manera: La formación: formarse es un elemento constitutivo de nuestro ministerio y de nuestra vida pradosiana. El Prado será lo que sea la Formación. Por ello es necesario asegurar la formación pradosiana a todos los niveles (DGF 85), lo que supone un desafío en estos momentos donde nos vemos sobrecargados de actividades pas-‐torales.
La formación es permanente La formación constituye una prioridad. Ella es en sí misma perma-‐
nente, es decir, es un proceso siempre abierto, en gestación e inaca-‐bado. Es anterior, por tanto, a la misma Primera Formación y es tam-‐bién posterior, porque continúa después, ya que por la fe el Espíritu comenzó a formar a Jesucristo en nosotros y continúa formándolo permanentemente después de la llamada bautismal, de la ordena-‐ción sacerdotal y del compromiso pradosiano: “El proceso de la for-‐mación se va realizando por etapas y jamás puede darse por conclui-‐
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do. Urgidos por el dinamismo de la Encarnación redentora, cada día tenemos que dejarnos transformar por el Espíritu en pan de vida para aquellos que tienen hambre de pan, de dignidad y de Dios. Así llega-‐remos a ser los sacramentos del Buen Pastor que, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (DGF 8).
La formación es un itinerario de progresiva asimilación de los sen-‐timientos del Buen Pastor, que se preocupa por sus ovejas y quiere salvarlas a todas. La formación, por tanto, no es negociable u opcio-‐nal para nosotros, sino que es una prioridad y una necesidad inapla-‐zable, ya que es constitutiva de nuestro ser, de nuestra identidad: “La formación permanente es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio y a su propio ser, que se realiza ante todo en la caridad pastoral” (PDV 70).
Todo es formación La vida para el presbítero y para el consagrado es formación en sí
misma: “La formación permanente tiende a hacer que el sacerdote sea una persona profundamente creyente y lo sea cada vez más; que pueda verse con los ojos de Cristo en su verdad completa. El debe custodiar esta verdad con amor agradecido y gozoso; debe renovar su fe cuando ejerce el ministerio sacerdotal” (PDV 73). Este es un proceso de modelación y recreación que el Espíritu realiza en noso-‐tros y al que permanentemente hemos de responder con gratitud y docilidad. Esta es también nuestra gran tarea que no nos aparta ni nos descentra de la misión, sino que nos sumerge y nos reenvía a ella. Por esta razón la vida ordinaria y el ministerio se convierten en el lugar normal de la formación.
Nuestra experiencia personal y pastoral nos hace sentir esta fractu-‐ra interior entre oración y acción, tiempo para la formación y tiempo para preparar las actividades pastorales o para estar con la gente. En el Prado expresamos también esta división o contradicción entre un tiempo necesario para el Estudio del Evangelio, las “tareas de la Pri-‐mera Formación” o la preparación de los encuentros del equipo de base, por una parte y la acumulación de trabajos y de preocupaciones de una vida pastoral cada vez más cargada de actividades y de cosas
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a realizar, por otra. Desde nuestro subconsciente caemos en esta trampa o buscamos razonamientos y consideraciones que justifiquen sobre todo la falta de dedicación y de tiempo a lo que solemos llamar específicamente la formación, que se presenta como un obstáculo o un rival de la acción pastoral que nos está absorbiendo y acaparando. Tenemos el riesgo de ir conformando una personalidad bipolar que circula por dos carriles paralelos cuando toda la vida del discípulo y del apóstol debe confluir en uno solo, y construir la unidad en Jesu-‐cristo que es el camino la verdad y la vida (Jn 14,6).
2 El ministerio, lugar de la formación
La formación pradosiana, como la formación permanente, ha de unificar la vida del discípulo y del apóstol.
La formación y la misión La formación enriquece de la misión apostólica, la alimenta y la
cualifica, poniendo a Jesucristo como el fundamento y al Espíritu San-‐to como la fuerza que nos impulsa a salir al encuentro de los pobres y de los alejados para compartir con ellos la riqueza de Jesucristo: La formación no transmite únicamente un saber. Suscita y hace crecer una vida de discípulo y de apóstol de Jesucristo al servicio de los po-‐bres. Al participar activamente en la vida apostólica de la Iglesia, nos estamos dejando formar por Dios a través de los acontecimientos que nos afectan personalmente y de los que marcan colectivamente a nuestro pueblo y a nuestra Iglesia” (Cons. 75).
La formación no sólo no distrae o resta energías a la misión, sino que la fortalece y la refuerza. Este es el gran reto que tenemos en el Prado. Formandos y formadores han de hacer esta experiencia, ya que la formación no aparta de la misión apostólica ni resta cuidados y dedicación, sino que ayuda a discernir y a centrar la misión y a ser fie-‐les al mandato recibido. La formación pradosiana en todas sus etapas se realiza en el corazón de la vida misma, en la vida ministerial. El mi-‐nisterio es el lugar natural en que el presbítero está llamado a crecer, en el que es edificado por la misión que desempeña, en el que tiene
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continuas y excepcionales ocasiones de desarrollar en sí la caridad pastoral al servicio de la Iglesia en la ardua misión evangelizadora.
La formación pradosiana, y de la misma manera la formación per-‐manente, han de lograr este objetivo unificador entre misión y pro-‐ceso formativo. No son dos tareas separadas, sino dos dimensiones de una misma realidad que se reclaman mutuamente. Los formado-‐res han de ser muy cuidadosos para evitar caer en una esquizofrenia espiritual que muchas veces se puede estar viviendo de forma sutil o inconsciente en los procesos de formación, particularmente en la Primera Formación. La formación pradosiana no introduce elementos extraños o ajenos a la vida del candidato al Prado, sino que hunde sus raíces en su vida y en su misión.
Discípulos de Jesucristo en la acción apostólica La propia vida y el ejercicio del ministerio son el lugar de la forma-‐
ción donde la vocación pradosiana germina y está llamada a crecer. La formación pradosiana busca ante todo poner a Jesucristo como fundamento de todo. Todo en la formación debe brotar del conoci-‐miento de Jesucristo y de la docilidad al Espíritu Santo. El Estudio del Evangelio es pues el primer trabajo a realizar como hemos indicado más arriba. Pero otro instrumento estrechamente unido al Estudio del Evangelio, que ha de estar muy presente en la formación, es la Revisión de Vida que nos permite salir al encuentro del Señor resuci-‐tado que está presente en la vida de las personas y en los aconteci-‐mientos, que está tejiendo la historia como historia de Salvación.
La Revisión de Vida en el Prado pretende que hagamos la experien-‐cia de que estamos llamados a hacernos verdaderos discípulos en la acción apostólica, es decir, de que nuestra acción pastoral brote y se desarrolle a partir del conocimiento de Jesucristo, de la comunión de vida y acción con él. Por esta razón la Revisión de Vida en el Prado tiene otro nombre que indica su singularidad y especificidad: la con-‐templación apostólica. De esto se deduce la estrecha relación y la complementariedad entre la Revisión de Vida y el Estudio del Evange-‐lio.
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La formación pradosiana (en todas y cada una de sus etapas) nos introduce en esta contemplación, en una mirada teologal sobre la realidad en la que Dios habita. Dios no habita en lo alto ni es un ser lejano, sino en medio de su pueblo, con quien comparte su vida, sus inquietudes, sus problemas. En los equipos hemos de cuidar estos espacios para pararnos, hacer silencio y volver a ver con otros ojos, con la mirada de la fe la presencia activa de Dios en el corazón del mundo, en la entraña de la vida misma. Esta contemplación apostóli-‐ca es también fundamental en la vida del pradosiano ya que nos lleva al conocimiento y a la comunión con Cristo a partir de la misma ac-‐ción apostólica y produce la unidad de vida entre el ser y el hacer, como hemos apuntado más arriba. Nuestras constituciones sitúan el ejercicio de esta contemplación en el apartado de “Conocer a Jesu-‐cristo es todo”, junto al Estudio del Evangelio: “Estamos convencidos de que una mirada contemplativa sobre la vida, continuamente avi-‐vada y purificada en la oración, es fuente de conocimiento de Jesu-‐cristo y de dinamismo misionero” (Cons. 38).
Ejercitar la mirada teologal y la contemplación apostólica La mirada contemplativa sobre la vida fortalece y vigoriza nuestra
fe ya que en ella recordamos, traemos a la memoria la acción y la presencia de Dios en medio de su pueblo. De alguna manera en la Revisión de Vida evocamos y hacemos presente el memorial de la Eu-‐caristía, el sacramento de la fe que se prolonga en la vida habitada por Dios, que estamos contemplando.
El conocimiento de Jesucristo, que es obra del Espíritu Santo, nos lleva al encuentro de los pobres y a descubrir en ellos el designio sal-‐vador de Dios. Dios en su designio ha querido que los pobres mode-‐len nuestra vocación y configuren también nuestra existencia y nues-‐tra vida. En la Revisión de Vida buscamos ver cómo los pobres nos re-‐flejan la imagen de Dios, cómo nos dan a conocer su designio salva-‐dor revelado en Jesucristo. La Revisión de Vida nos ayuda a ejercer nuestra misión como ministros del Evangelio, que no consiste en ha-‐cer discursos sobre Dios, sino en mostrar, en revelar a Cristo presente y actuante en sus vidas. Por esta razón en nuestros equipos de vida y
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en los grupos de primera formación la práctica de la Revisión de Vida deberá progresar tanto en calidad como en frecuencia.
La Revisión de Vida es un ejercicio comunitario, por eso mismo nos exige el cuidado y la preocupación por la vida fraterna. La formación tiene siempre una dimensión comunitaria y ha de realizarse normal-‐mente en grupo. De ahí que el mismo cuidado de la formación nos lleve también a vigilar, valorar, y favorecer la vida de equipo, para poder conocer mejor a Jesucristo y darlo a conocer a los pobres, ig-‐norantes y pecadores.
Hemos subrayado que el carácter fundamental de la Formación afirmando que es siempre permanente. Por eso mismo no se trata de un molde ya prefabricado, de un proceso ya diseñado que se repite de una forma más o menos uniforme a todo el que se inicia en un camino vocacional. La formación es siempre nueva y siempre reno-‐vada.
3 Renovación y actualización del carisma
El carisma del Prado no ha quedado definitivamente fijado y de-‐terminado con el fundador, sino que, partiendo y nutriéndose de esa fuente y haciendo memoria de la experiencia fundante, mira hacia el futuro para descubrir su actualidad y la manera de vivirlo y encarnar-‐lo en nuestra época que es bastante diferente a la que vivió el P. Chevrier.
Servir la gracia del Prado en odres nuevos Somos depositarios de una gracia concedida a toda la Iglesia. La re-‐
cepción y transmisión de esta gracia difiere grandemente de la fideli-‐dad repetitiva de formas y prácticas del pasado. La fidelidad al caris-‐ma y al fundador no consiste únicamente en repetir sus palabras, su manera de organizar y gestionar la obra que él fundó. La historia es dinámica y no se detiene. La gracia concedida al P. Chevrier, que el Prado ha recibido, ha de ser servida hoy en odres nuevos si queremos que sea actual y fecunda.
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El carisma sigue vivo, actual. Creemos además que es muy necesa-‐rio para la Iglesia, pero la realidad social, cultural y eclesial del pre-‐sente es muy diferente a la de los comienzos de la revolución indus-‐trial en Lyon. Por otra parte la gracia del Prado está extendida prácti-‐camente por todos los continentes.
Nuestro Instituto tiene el gran reto de la renovación y de la incultu-‐ración de la gracia del P. Chevrier en un contexto muy diverso y plu-‐ral. Hemos de evitar la tentación de vincular el Prado a ciertas épocas de la historia, a mediaciones en las que encontró un apoyo y un so-‐porte importante, pero que hoy, por diferentes razones, no ayudan, sino que incluso generan una cierta dificultad para difundir el carisma (EG 43).
No podemos encerrarnos en nuestras tradiciones y en nuestras comunidades. El Prado nos ha dado una sensibilidad más aguda para ir al encuentro de los pobres en nuestras Iglesias y compartir con ellos el Evangelio, la insondable riqueza de Cristo. Esta es nuestra mi-‐sión, que tal vez hoy pasa por abrirse a nuevos modelos y nuevas prácticas de acción pastoral. La recepción activa conlleva creatividad en la continuidad y en la interpretación. Como hizo el mismo P. Che-‐vrier nosotros tampoco podemos contentarnos con seguir los cami-‐nos trillados en la catequesis, la liturgia, la acogida a los pobres y las demás actividades pastorales. Es necesario abrirse a la novedad del Espíritu, discernir, buscar nuevos caminos, nuevos medios, leer los mensajes que el Señor nos transmite a través de la vida de nuestro pueblo y sobre todo del caminar de los pobres. Los tiempos que es-‐tamos viviendo requieren una renovación profunda, no bastan los remiendos.
La Iglesia hoy se ve confrontada a nuevos desafíos e intenta tam-‐bién abrir nuevos caminos para anunciar al mundo la Buena Nueva, la insondable riqueza de Cristo. Uno de ellos es la Nueva Evangeliza-‐ción, que no consiste en una evangelización distinta o alternativa a la que la Iglesia ha puesto en marcha y ha continuado a lo largo de la historia. No es una reevangelización, sino una evangelización nueva en sus métodos, en su ardor, en su expresión. El Prado a su vez está
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llamado también a hacer este proceso de renovación del carisma por fidelidad a la gracia recibida. Dicha renovación ha de tener en cuenta la singularidad de las iglesias, de las culturas, de la situación social que se vive en cada país y en cada continente.
Tener los sentimientos del Hijo: ser otros Cristos El objetivo de la formación pradosiana es nuestra conformación e
identificación con Cristo, lo que A. Chevrier repetía reiteradamente, llegar a ser otro Jesucristo. No se trata de una pertenencia ideológica, sino de identificarse plenamente con el Hijo, lo que refleja la fórmula paulina que introduce el Himno cristológico de la carta a los Filipen-‐ses, que es también el fundamento del Cuadro de St. Fons: tener los sentimientos del Hijo (Flp 2,5-‐11) en su camino de encarnación, ké-‐nosis y exaltación. Los elementos constitutivos de la vocación prado-‐siana y todos los medios de los que dispone el Prado están orienta-‐dos a conseguir este fin, sin embargo esto no se realiza de la misma manera en todos los lugares.
La formación pradosiana, siguiendo la pedagogía y el dinamismo de la encarnación, presenta también un semblante plural en su identi-‐dad carismática para responder a los retos y necesidades de los po-‐bres y de las Iglesias locales. En algunos lugares se ha de tener muy en cuenta la secularización, mientras que en otros el acento y la mi-‐rada se fijan más en la religiosidad popular o en el diálogo interreli-‐gioso. El anuncio y la presencia en medio de los pobres revisten tam-‐bién acentos y modalidades diferentes según sean las sociedades en las que se desenvuelve la vida de los pradosianos. Pero teniendo en cuenta esa diversidad el objetivo fundamental de la formación pra-‐dosiana es el conocimiento de Jesucristo para darlo a conocer, para que los pobres lleguen a conocerle, amarle y seguirle. Para alcanzar este gran objetivo la formación ha de ser una verdadera iniciación al Estudio del Evangelio, a la Revisión de Vida como contemplación apostólica, a una praxis evangelizadora en medio de los pobres, a la vida fraterna y a vivir los consejos evangélicos en el corazón del mundo.
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Estos son los ejes fundamentales que conforman la formación y la vida de los equipos del Prado en sus diferentes etapas: Acogida, Pri-‐mera Formación y Formación Permanente. La vida ordinaria de los equipos, los encuentros de los Prados diocesanos y regionales, las Se-‐siones de Formación, los Años Pradosianos, las Asambleas han de ser un continuo ejercicio y una puesta en práctica gozosa y reveladora de estos medios a través de los cuales se alimenta, crece y se difunde el carisma del Prado.
Refundar el Prado hoy El Prado, como toda la Iglesia, necesita renovarse, incluso refun-‐
darse en muchos lugares, combatir la tentación de permanecer insta-‐lado en lo recibido, en los caminos ya trazados. El atractivo por Jesu-‐cristo, los grandes cambios y transformaciones que se están operan-‐do en la sociedad, la suerte de los pobres en medio de estos cambios nos urgen a comprender y servir el carisma del Prado como una realidad viva, actual y atractiva que moviliza y sacude los espíritus en la aventura de la fe y del seguimiento. La formación en el Prado ha de ser una puerta abierta para entrar en la novedad, en el futuro inau-‐gurado por el Señor resucitado, el centro y fundamento de la fe. Co-‐mo los primeros discípulos de Jesús, en el itinerario de la vocación pradosiana, la fuerza seductora de su llamada nos introduce en una experiencia de plenitud, de confianza y de entrega sin reservas: venid y ved (Jn 1,35-‐51).
Como ya hemos apuntado con respecto al Estudio del Evangelio, la formación pradosiana no nos distrae ni resta energías y dedicación a la acción pastoral. Ya hemos señalado que el ejercicio del ministerio es el lugar principal de la formación. El apóstol, el presbítero se forma en el ejercicio del ministerio, en la contemplación apostólica y en la acción evangelizadora.
Hacer memoria de la gracia recibida La formación, como la fe, se nutre de la memoria. El pueblo de Is-‐
rael tomó conciencia de su identidad, de su pertenencia a Yahvé gra-‐cias a la memoria, a recordar, a reavivar continuamente el memorial
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de la alianza y de las intervenciones salvadoras de Dios en su favor. Recordar no es una simple evocación intelectual y mental de los acontecimientos del pasado, sino traer al corazón lo que Dios ha he-‐cho y continúa haciendo por su pueblo. Este recuerdo o memorial hace que el pasado sea presente, pues lo que Dios ha hecho por su pueblo continúa vigente y actual en el mundo de hoy. Este es el sen-‐tido del mensaje que una y otra vez reitera el Deuteronomio: acuérdate, recuerda, no olvides… (Dt 5,15 ; 7,18 ; 8,2 ; 9,7.27). Esto mismo es lo que nosotros actualizamos y renovamos en la Eucaristía. El Papa Francisco evoca este mismo mensaje en su primera exhorta-‐ción apostólica, la Alegría del Evangelio: “La memoria es una dimen-‐sión de nuestra fe que podríamos llamar deuteronómica, en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en la Pascua. La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la me-‐moria agradecida” (EG 13).
Los pradosianos estamos llamados a renovar esta memoria agrade-‐cida también a través de la práctica cotidiana del Estudio del Evange-‐lio, de la Revisión de Vida, adentrándonos cada vez más en descubrir el paso de Dios en el complejo entramado de la vida de la gente, en el duro y difícil caminar de los pobres, en la marcha de la historia. Para hacer esta lectura y renovar esta memoria es muy necesario cultivar la vida de equipo y la vida fraterna, de tal manera que en él encon-‐tremos el apoyo y el estilo para una mayor configuración con Jesu-‐cristo en los misterios de la encarnación, la cruz y la Eucaristía, de tal manera que vivamos con alegría desde esa comunión los consejos evangélicos en medio del mundo.
La prioridad y el cuidado de la formación son un verdadero minis-‐terio. En el seno de nuestros Prados se ha de cuidar prioritariamente este ministerio mediante la formación de los formadores, que pue-‐dan estar al servicio de la formación pradosiana y también el com-‐promiso de los pradosianos de dar prioridad a la formación en el ejercicio del ministerio, concediendo una especial importancia a la formación de apóstoles pobres para los pobres (Carta 75). En este sentido todos hemos de interpelarnos sobre nuestra disponibilidad
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para asumir responsabilidades y estar al servicio del Prado cuando nos lo demanden (Const 44 ; 69 ; 70).
IV LA VIDA FRATERNA, DON DE DIOS Y SIGNO PROFÉTICO
[2018-‐2019]
La misión de anunciar a los pobres la insondable riqueza de Jesu-‐cristo es una tarea apasionante que nos sobrepasa. La misión evange-‐lizadora no es una tarea que realiza cada cristiano o cada sacerdote en particular, sino que es una obra comunitaria, una tarea y un man-‐dato que se realiza en fraternidad. Por esto mismo el ejercicio de la misión se convierte en lazo de unión profunda y en un vínculo que hace sólida y firme la vida fraterna. ¿Cómo estamos haciendo la ex-‐periencia de que la misión de anunciar el Evangelio fortalece alimen-‐ta y hace más firme la vida de equipo y la vida fraterna en todas sus dimensiones?
1 La vida fraterna es un don de Dios
La vida fraterna no es una nota característica, un elemento original de la vocación del Prado. La vida fraterna tiene su raíz en nuestra condición de miembros de la Iglesia y en nuestra condición de sacer-‐dotes en un Presbiterio, para realizar la misión.
En el espejo de la comunión intratinitaria La fraternidad que estamos llamados a vivir encuentra su origen,
modelo y fin en la comunión trinitaria. Y nosotros la acogemos como una gracia que se nos ha dado y como una tarea a realizar.
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La novedad del Dios cristiano es que es un ser personal, en perma-‐nente relación que experimenta la unidad o mejor la comunidad en la afirmación de la diversidad y la diferencia de las otras personas. Esta unidad se construye y se experimenta a partir de la misión que realiza cada una de ellas.
Este es el marco y el modelo en el que estamos llamados a vivir la comunión y la fraternidad, en cuanto personas creadas a imagen de la Trinidad y en cuanto ministros de la Nueva Alianza en el seno de nuestros presbiterios y del Instituto del Prado.
La fraternidad y la comunión son un don de Dios. El don del Espíritu recibido en el bautismo y en la ordenación nos vincula tan estrecha-‐mente que hace que vivamos entre todos un único y el mismo minis-‐terio, el de Jesucristo (2 Cor 3,6-‐8), y que el mandato de misión reci-‐bido de Cristo sea el vínculo de comunión y colegialidad que ha de configurar nuestra vida cristiana y ministerial. A su vez la vida frater-‐na alimenta y dinamiza la misión que el Enviado del Padre nos ha en-‐comendado realizar en docilidad a la acción del Espíritu Santo.
La vida fraterna además está enmarcada en la naturaleza de nues-‐tro carisma, en nuestra condición de discípulos y apóstoles de Jesu-‐cristo en medio de los pobres. Este es el marco en el que se inscribe: el conocimiento de Jesucristo y la misión de anunciar el Evangelio a los pobres. Es además un elemento constitutivo de nuestra vocación pradosiana, es decir, forma parte de nuestro compromiso y de nues-‐tra vinculación al Prado: “la vida fraterna es, pues, en ciertas formas comunitarias, constitutiva de nuestra vocación y de nuestra misión” (Cons. 66).
Pero ante todo la vida fraterna, los hermanos son un don de Dios, un regalo que él nos ofrece para que podamos vivir con alegría y fide-‐lidad la vocación y el ministerio que nos ha sido conferido. No se puede ser cristiano, ni sacerdote en solitario, sino con otros, ya que somos seres en relación y en colaboración con otros. La fraternidad y la comunión son constitutivas a nuestro ser, a nuestra condición de seres creados a imagen del Dios trinitario. Juntos y en comunión lle-‐garemos a la plenitud, al hombre perfecto a imagen de Jesucristo (Ef
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4,13), ya que por el designio de Dios todos somos un solo cuerpo y somos miembros los unos de los otros para poder vivir una vida en plenitud: “Al entrar en el Prado, nos comprometemos a ayudar a nuestros hermanos a hacerse discípulos y apóstoles de Jesús, conta-‐mos con su apoyo y, juntos, estamos dispuestos a recibir cada día el don de la vida fraternal” (Cons. 67).
La gracia de la vida de equipo La comunión y la vida fraterna forman parte de la insondable ri-‐
queza de Jesucristo de la que hemos sido hechos partícipes, mensaje-‐ros y testigos. Por eso el cuidado y la fidelidad a la vida de equipo son una tarea permanente a realizar en correspondencia al don y a la gracia recibida. Jesús en el momento de la pasión nos revela cómo los discípulos son para él un don del Padre. De modo semejante y en la misma línea de comunión y representación los hermanos de nuestros presbiterios y los hermanos del Prado son también un don que el Hijo nos ha regalado: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros (Jn 17,11b). Este es la gran riqueza de la gracia de la vida fraterna: la posibilidad de establecer entre nosotros lazos de unión y fraternidad como los que mantienen el Padre y el Hijo.
La vida fraterna es parte integrante del compromiso, de la vincula-‐ción al Prado. Sin embargo ésta ha de ser vivida, no tanto desde una perspectiva jurídica o ética, sino como una gracia, con una fuerza ca-‐rismática. La vida pradosiana tiene una estructura comunitaria, en pequeños equipos donde se comparte la vida en profundidad y tam-‐bién en familiaridad: “La participación en las reuniones de equipo, en la vida de los Prados diocesanos y regionales, así como en las activi-‐dades comunes organizadas por el Prado, es parte integrante de nuestro compromiso personal” (Cons. 69).
El equipo no es simplemente un medio, un elemento opcional para un pradosiano. Es algo mucho más profundo, que forma parte de la vida pradosiana. El equipo de base es la primera célula de la vida fra-‐terna entre los pradosianos. La vida de equipo ha de cuidar y cultivar estas dos dimensiones fundamentales del carisma: Jesucristo y los
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pobres, o lo que es lo mismo, el conocimiento de Jesucristo y la evangelización de los pobres.
Hemos de verificar cómo el equipo está siendo ese espacio cálido de acogida, de apertura, de compartir en profundidad la fe, la ora-‐ción, la escucha de la Palabra de Dios, la interpelación serena y respe-‐tuosa de nuestra fidelidad a la vocación pradosiana, a la misión de anunciar el Evangelio a los pobres con todo lo que esta gran misión implica.
Somos conscientes de la importancia y de la riqueza de la vida fra-‐terna y de la vida de equipo, pero somos también muy conscientes de nuestras fragilidades, de los obstáculos que la pueden dificultar o debilitar. Por una parte aquellas que vienen de la misma acción pas-‐toral y por otra, las que respiramos en nuestra sociedad y en una cul-‐tura profundamente individualista y autista. En este sentido el cuida-‐do de la vida fraterna se convierte en un signo profético.
Nuestros Prados y nuestros equipos han de estar siempre atentos y vigilantes, pues la fraternidad se halla siempre amenazada. Las fuerzas de la dispersión existen en el corazón del discípulo. El afán de prestigio, de poder, de ocupar los primeros puestos aparece ya en la vida de los Doce y está muy activo también en nosotros. La fraterni-‐dad es una aspiración muy profunda, pero no es algo espontáneo; es obra de la gracia y exige una colaboración vigilante por parte de to-‐dos. Es una llamada a vivir en un continuo proceso de conversión, un combate como el que sostuvieron los profetas con el pueblo de Is-‐rael.
2 La vida fraterna, un signo profético
La comunión y la vida fraterna son inherentes a la fe y también al ministerio sacerdotal. El concilio Vaticano II y las primeras décadas del postconcilio contribuyeron a una toma de conciencia y a un desa-‐rrollo de la vida fraterna, a ensayar algunas formas de vida comunita-‐ria entre el clero y también a iniciativas de pastoral de conjunto.
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Actualmente ese entusiasmo comunitario se ha visto frenado o en-‐sombrecido por diversas causas y se subrayan más las formas indivi-‐duales y personales de ejercer la responsabilidad, la autoridad, de animar la vida de la Iglesia, de asumir las tareas pastorales.
Un desafío contracultural El exacerbado individualismo de la cultura neoliberal se nos filtra
por todos los poros y va configurando una personalidad autosuficien-‐te, capaz de conseguir por sí sola muchas metas, ya que dispone de una gran abundancia de medios y de posibilidades. Esto repercute en la vida familiar, en la cultura, la economía, la política, la vida religiosa y eclesial, etc. Esta corriente cultural y filosófica quizá tiene un peso tan fuerte en nuestra mentalidad como la Palabra de Dios o la diná-‐mica de la fe. El individualismo conduce al culto a la persona, al auto-‐ritarismo y erosiona la corresponsabilidad, la relación fraterna y co-‐munitaria en clave de igualdad.
Por eso, quizás, más que nunca, la vida de equipo tiene hoy una dimensión y una fuerza profética muy considerable. Es muy necesa-‐ria, pero también resulta más compleja e incluso conflictiva en medio del fuerte individualismo que traspasa nuestra cultura y estructura la vida familiar, social y también eclesial. Esta colegialidad, inherente a la vida sacerdotal, se acentúa y refuerza en el carisma del Prado, que puede ofrecer humilde y sencillamente una aportación importante y luminosa en nuestros presbiterios y en nuestras Iglesias.
El individualismo y el egocentrismo, tan ligados a nuestra época moderna y posmoderna, se han infiltrado en los estilos formativos de nuestros seminarios y en la forma de vida de nuestros presbiterios. La escasez de clero, las distancias, las necesidades pastorales y otros factores contribuyen en alguna medida a favorecer el aislamiento, a vivir en solitario el mismo ministerio.
La llamada que hemos escuchado nosotros es una con-‐vocación, es decir, no hemos sido llamados en solitario sino en comunión con otros, en nuestro caso de una manera especial los hermanos de nuestro Presbiterio. Por eso estamos llamados a ser testigos, a pro-‐
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mover y favorecer el desarrollo de la naturaleza colegial del ministe-‐rio sacerdotal.
La vida fraterna fecunda el carisma del Prado En este contexto la vida fraterna y la vida de equipo son un signo
que el Prado tiene la misión de irradiar hoy. Somos muy conscientes de que la calidad de la vida de equipo refleja la profundidad y auten-‐ticidad de la vida pradosiana y también la salud de nuestros Prados. Sin una vida de equipo fuerte se van a resentir seriamente los demás elementos del carisma: evangelización de los pobres, Estudio del Evangelio, mirada contemplativa sobre la vida. Esta es la experiencia a hacer y a profundizar: el equipo es escuela de aprendizaje de la vida comunitaria, del conocimiento de Jesucristo, espacio de verificación de la fidelidad a la misión, lugar donde nos enseñamos a emprender los caminos de la fe. El equipo es ese espacio en el que siempre aprendemos algo y donde descubrimos permanentemente la llamada a la conversión.
La vida de equipo tiene diversas formas y modalidades. Una de ellas es la vida común, que tal vez hoy aparece un poco lejana o en-‐sombrecida en el horizonte de nuestros presbiterios e incluso de nuestros equipos pradosianos. Sin embargo esta es la gran aspiración de la vida fraterna que no podemos olvidar. La vida fraterna tiende a formar equipos de vida común. Esta es una meta que hemos de in-‐tentar alcanzar. La vida común culmina y expresa la experiencia hon-‐da y plenificante de la fraternidad y de la comunión, que sólo podre-‐mos vivir unidos a Jesucristo por la acción y el amor del Espíritu San-‐to.
Una tarea de todos los pradosianos Nuestra condición de sacerdotes diocesanos hace que muchas ve-‐
ces no sea visible esta forma de vida, que se vea limitada o restringi-‐da, pero al menos ha de estar en nuestro horizonte de vida. Es una invitación a retomar una recomendación del Consejo General del Prado en el documento Seguimiento de Jesucristo y vida fraterna (1998): “La vida fraternal se realizará en forma de equipos de vida
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común siempre que sea posible y oportuno. En los equipos los prado-‐sianos viven juntos para poder realizar mejor la misión en medio de los pobres, apoyándose efectivamente como hermanos. Este modo de poner en práctica nuestro carisma constituye un signo más visible del Prado en el seno de la Iglesia local. Tales equipos de vida común pueden ser un medio de fortalecer la vitalidad de otros equipos y fa-‐vorecer la interpelación entre pradosianos de una misma diócesis o región” (SCVF 4; Cons. 71).
La vida fraterna, a su vez, fortalece y renueva el dinamismo de la vocación a través de la cercanía, el aliento y el testimonio de los hermanos. El don de la vida fraterna que dimana de la vocación pra-‐dosiana nos impulsa y estimula a vivirla con mayor fidelidad, como un don del Espíritu de Dios que nos desplaza a vivir y anunciar el evange-‐lio a los pobres: “Nuestra fraternidad apostólica llegará a ser palabra profética para el mundo en la medida en que manifieste que su obje-‐tivo está hecho a partir de la vida de los pobres” (SCVF 22).
La vida fraterna y la vida de equipo son obra y tarea de todos los miembros del equipo y de cada Prado. Es un ejercicio de correspon-‐sabilidad, donde la aportación y colaboración de todos los compo-‐nentes es necesaria y enriquecedora para la vida del conjunto: “Al entrar en el Prado, nos comprometemos a ayudar a nuestros herma-‐nos a hacerse discípulos y apóstoles de Jesús, contamos con su apoyo y, juntos, estamos dispuestos a recibir cada día el don de la vida fra-‐ternal” (Cons 67).
La vida fraterna necesita espacios y dedicación de tiempo para su cuidado, crecimiento y maduración. También en este campo hemos de estar vigilantes. Nunca las ocupaciones o tareas deben ser un mo-‐tivo para justificar ausencias o recortes. La vida fraterna no resta a nuestras tareas pastorales. Al contrario, en estos encuentros recibi-‐mos luz, elementos de discernimiento y el aliento y la fuerza de la fe.
Disponibilidad al servicio de nuestro Instituto Todos hemos recibido mucho del Prado gratuitamente, pero toda
gracia debe ser correspondida. El Prado necesita también de nuestra colaboración y de nuestra aportación en diferentes campos para que
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pueda realizar la misión que la Iglesia le ha confiado de anunciar a los pobres la insondable riqueza de Jesucristo: “la opción por la vida fra-‐ternal nos hace a cada uno de nosotros responsables de que todo el conjunto del Prado pueda, por su parte, responder a las necesidades de la Iglesia y del mundo” (Cons. 70). La formación, la extensión del carisma, la animación de los Prados diocesanos y regionales, el sos-‐tenimiento y la animación del Seminario de Limonest, la disponibili-‐dad para responder a la llamada que Dios nos hace a través de una elección por parte de los hermanos al nivel que sea, todo esto es par-‐te del compromiso del Prado, de la respuesta a la llamada de Dios.
Todos experimentamos el deseo profundo de vivir la comunión y la fraternidad, que es un don de Dios. El Espíritu es quien realiza la uni-‐dad entre los hermanos. Pero tenemos que reconocer que el hombre viejo también está vivo en nosotros y que muchas veces hace muy di-‐fícil o muy frágil la vida fraterna, los encuentros y reuniones de equi-‐po. Este es un gran combate que hemos de sostener para dejarnos conducir por el Espíritu de Dios y vencer nuestro egoísmo, nuestro hombre viejo, es decir, nuestro propio espíritu que de múltiples for-‐mas se quiere imponer.
La fraternidad y la comunión implican asumir el camino de la cruz. La dificultad de la vida fraterna no se reduce a una cuestión de tem-‐peramento, de psicología, aunque eso tenga alguna influencia. Es al-‐go mucho más profundo que hemos de afrontar desde la docilidad de espíritu y desde la fe. El conocimiento de Jesucristo hace la fraterni-‐dad, cohesiona el equipo. Esta es la gran experiencia a realizar. Ello implica también el respeto a la diversidad, la aceptación de nuestras limitaciones y peculiaridades: “Para que esta vida fraterna sea una realidad debemos acogernos unos a otros con nuestras peculiarida-‐des personales, con nuestras cualidades y deficiencias, respetando nuestras diferentes responsabilidades” (Cons. 72).
Responsables de la totalidad del carisma La Asamblea General nos hacía la invitación de cuidar esta dimen-‐
sión tan importante de la vida fraterna: la comunión de bienes. La si-‐tuación y las necesidades de los Prados y de los pradosianos en el
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mundo es muy diversa y la solidaridad y el compartir los dones que se nos han dado es un signo profético también y expresión de cómo vi-‐vimos la opción por la pobreza evangélica y el cuidado de los herma-‐nos más pobres que son parte de nuestra familia. La cotización, de forma ordinaria, y las donaciones, de forma más ocasional y extraor-‐dinaria, han de ser referencias constantes en nuestro modo de vivir la pobreza y la comunión de bienes. A esto estamos llamados todos los pradosianos. Cada uno según sus posibilidades, mirando al Maestro que nos pone como ejemplo la viuda del templo de Jerusalén (Lc 21,1-‐4).
La vida fraterna en el Prado va más allá de la vida de nuestros equipos y del conjunto del Instituto (sacerdotes y laicos consagra-‐dos). Se extiende a las demás ramas de la familia espiritual que se cobijan en el carisma del P. Chevrier. La Asamblea General ha vivido la gozosa experiencia de la escucha y el compartir y nos pedía tam-‐bién una implicación y un compromiso a reforzar los lazos de comu-‐nión y colaboración con las Hermanas, el IFP, los asociados y otras modalidades de coordinación y vinculación que están surgiendo en distintos países. Es un componente importante de nuestra vocación y misión y un gran desafío sobre todo en lo que concierne a la difusión del carisma y a la pastoral vocacional pradosiana: “Todos juntos te-‐nemos la responsabilidad de hacer fructificar esta gracia para servicio de la evangelización de los pobres y una mayor fidelidad de la Iglesia a la llamada de Dios. Los sacerdotes del Prado ejercen gustosos su ministerio al servicio de esta familia espiritual” (Cons 142).
Damos gracias a Dios por el don de los hermanos y asumimos con gozo el cultivo de la vida fraterna, que es fuente de riqueza para todo el Prado y para cada pradosiano en particular. La vida fraterna nos ofrece un caudal abundante de crecimiento y maduración en la fe, de aliento y fuerza para la misión, de alegría y gozo comunitarios, pues nos permite compartir los Estudios del Evangelio, tener espacios de oración y celebración, la práctica periódica de la Revisión de Vida como contemplación apostólica, la profundización en el carisma reci-‐bido y la experiencia de ser una verdadera familia espiritual, cuyo la-‐zo de unión y parentesco es el Espíritu Santo, un lazo más fuerte que
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la carne y la sangre. Todo este rico patrimonio nos renueva y nos ilu-‐siona para realizar la misión de anunciar a los pobres la insondable riqueza de Jesucristo.
3 Vida fraterna y misión
La persona humana es un ser relacional. El hombre no existe por sí mismo ni se basta a sí mismo. Sin los otros no podría subsistir. Por eso la humanidad se construye en la articulación armónica entre alte-‐ridad y comunión. Y para afrontar esta relación es el Dios trinitario, del que somos imagen y semejanza, el modelo y la luz que guía la nueva humanidad que nace de Jesucristo, el hombre nuevo. En la Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo son nombres que indican rela-‐ción. Ninguna persona es diferente a menos que esté relacionada. Por eso mismo la comunión no amenaza la alteridad, sino que la ge-‐nera. Las misiones que realizan las personas en la Trinidad son el fundamento de su unidad.
La misión es el fundamento de la vida fraterna El origen trinitario de la comunidad apostólica exige de ella vivir la
comunión como misión. Este es el camino de la Iglesia y es también el camino que el Prado ha de seguir: hacer la experiencia de que el ejer-‐cicio de la misión, el anuncio del Evangelio a los pobres es el funda-‐mento de la vida fraterna. La participación en una misma vocación y misión establece nuevos vínculos con la comunidad eclesial y tam-‐bién con quienes han sido llamados a ejercer el mismo ministerio. Por eso la vida fraterna es ante todo fraternidad apostólica.
La fraternidad apostólica brota como fruto y exigencia de la misión. Jesús formó a los discípulos para que llegasen a ser pescadores de hombres. Los envió juntos en misión. También los convocó juntos a la soledad y al descanso. Juntos los colocó al servicio de la muchedum-‐bre hambrienta (Mc 6,30-‐44). La participación en la misión de Jesús, es fuente también de fraternidad, pues los discípulos se sienten reli-‐gados, emparentados por el envío del único del Maestro.
La fraternidad, la misión es fruto de la gracia, de la iniciativa de Dios. La misión fundamenta, sostiene y alimenta la fraternidad. Por
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eso muchas veces la fraternidad fracasa por falta de compartir la mi-‐sión. ¿Cómo se puede vivir una auténtica fraternidad sin compartir la misión que hemos recibido por gracia? Toda vocación comporta una misión. Si esto no se comprende la vida de los diferentes equipos y grupos quedará a un nivel de ayuda mutua, pero no dará el paso a ser una auténtica fraternidad apostólica.
En este marco apostólico y misionero se inscribe la vida fraterna y la vida de equipo en el Prado, que es un elemento constitutivo de la vocación pradosiana. La fraternidad de los presbíteros, la fraternidad sacerdotal, es esencialmente fraternidad apostólica, pues la llamada y la misión establecen nuevos lazos de unidad y de fraternidad: “Los Presbíteros forman con su obispo un único Presbiterio, dedicado a diversas tareas... Todos los sacerdotes, diocesanos y religiosos, por tanto, están unidos al cuerpo episcopal en virtud del Orden y del mi-‐nisterio y colaboran al bien de toda la Iglesia según su vocación y gra-‐cia” (LG 28). Para nosotros, ministros ordenados, el don de la vida fraterna se realiza en primer lugar en la pertenencia al presbiterio diocesano. Con los miembros del presbiterio estamos llamados a es-‐tablecer especiales lazos de caridad apostólica, ministerio y fraterni-‐dad (PO 8).
Una fraternidad sacramental ¿Cómo cuidamos la comunión con el obispo y el resto del presbite-‐
rio con quienes unos unen unos lazos tan fuertes y sin los que no es posible construir la Iglesia de Jesucristo?
La comunión con el obispo y los hermanos del presbiterio, la inser-‐ción y el compromiso en la acción pastoral y en el camino que están haciendo nuestras Iglesias han de ser estimuladas y alimentadas des-‐de nuestros equipos y nuestros Prados diocesanos (Cons. 68). En el seno de la pastoral diocesana, en el caminar de nuestras Iglesias en el empeño de la Nueva Evangelización es donde el Prado ha de subrayar y explicitar el anuncio a los pobres de la insondable riqueza de Jesu-‐cristo. Este puede ser nuestro aporte a la Nueva Evangelización.
La misión común refuerza y consolida la vida fraterna, frente a la tentación que asalta a los presbíteros de ir por libre o en solitario. El
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Prado, por su parte, tampoco es una pequeña isla en nuestras iglesias locales o en nuestros presbiterios. Por esta razón el individualismo, el ejercicio del ministerio por libre, en solitario, sin cuidar ni promover de forma activa la comunión, la acción pastoral conjunta, la vida fra-‐terna, es un verdadero atentado a la sacramentalidad del ministerio ordenado. Así lo subraya el mismo concilio: “Ningún presbítero, por tanto, puede realizar bien su misión de manera aislada, sino única-‐mente juntando fuerzas con otros presbíteros bajo la dirección de los que presiden la Iglesia” (PO 7; 2).
Esta fraternidad sacramental que compartimos con los hermanos del presbiterio se hace extensible por el ejercicio del ministerio y la caridad pastoral a las comunidades y grupos a los que somos envia-‐dos y a todo el pueblo de Dios. Es la fraternidad la que configura no sólo el estatuto de los apóstoles sino la vida del Pueblo de Dios, la vi-‐da de toda la Iglesia. El amor de Cristo nos urge a entregar nuestra vida al servicio de nuestras comunidades para que sean una verdade-‐ra familia de hermanos, haciéndonos buen pan que dé alimento y ca-‐lor a la mesa eucarística. La comunidad apostólica, los equipos sacer-‐dotales y consiguientemente los equipos del Prado, crecen siempre en torno a la Palabra y a la Eucaristía.
Al servicio de la misión El conocimiento de Jesucristo y el anuncio del Evangelio a los po-‐
bres, el Estudio del Evangelio y la misión se funden en una misma ac-‐ción y en un mismo impulso, unifican la vida del discípulo y del após-‐tol, son el fundamento de la vida fraterna. La vida fraterna no es un medio para asegurar la ayuda mutua, sino ante todo para evangelizar a los pobres, pues no se entra en la fraternidad para resolver los pro-‐blemas, sino en nombre de una llamada y para servir a la edificación de todos. El equipo no es para sí mismo, sino para la misión. El cen-‐tro del equipo del Prado es Cristo y los pobres, y no sus miembros: “La base de nuestro encuentro de equipo debe ser una acción pasto-‐ral. En ella se discernirá lo que hace el Espíritu sirviéndose de noso-‐tros y hacia dónde quiere llevarnos” (SCVF 44).
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La vida de quipo, como hemos reiterado, tiene una dimensión pas-‐toral y ha de estar constantemente referida a la misión. Aunque es importante la ayuda mutua, el aliento y el ánimo, el centro ha de es-‐tar en la tarea apostólica. La misión de evangelizar a los pobres noso-‐tros la hemos recibido desde la vocación específica del Prado: hacer-‐nos discípulos de Jesucristo en la misión, y que los pobres lleguen a ser discípulos y apóstoles de Jesucristo en medio de los mismos po-‐bres (Cons. 25). ¿Están los equipos del Prado centrados y consagra-‐dos a la misión de anunciar a los pobres la riqueza de Jesucristo? ¿Cómo avanzar en esta dirección?
Nuestra Asamblea General ha sido sin duda alguna un don de Dios, una gracia desbordante. Ella nos invita a volcarnos y centrarlo todo en la misión. Para el Prado la Nueva Evangelización se puede concre-‐tar y concentrar en ese río de gracia que nos invade y nos impulsa a renovar el ministerio recibido y la vocación pradosiana a través de esa grandiosa exclamación de Pablo que el Espíritu Santo pone hoy en nuestros labios y en nuestro corazón: A mí, el menor de los santos me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inson-‐dable riqueza de Jesucristo (Ef 3,8).
Id y haced discípulos El don de la vida fraterna encuentra su manantial y su fuerza en la
realización de la misión. Este es nuestro gran reto, pero somos cons-‐cientes de que no estamos solos para realizar este mandato misione-‐ro. El Señor resucitado nos ha concedido su Espíritu y por él el Maes-‐tro está siempre con nosotros para que podamos realizar esta misión de hacer discípulos de todas las naciones: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes…y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,8-‐20).
Tenemos un gran trabajo por delante. Tal vez experimentamos que los obreros de la viña del Señor son pocos y que por eso mismo es un gran desafío ilusionarnos con un renovado afán en la alegría de anunciar hoy el evangelio: “hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse como una secreta, pero firme confianza” (EG 7).
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El ejercicio de la misión es una llamada a vivir en un estado perma-‐nente de conversión para poder anunciar la alegría del Evangelio en medio de las dificultades y las contradicciones que entraña el camino de la fe y el anuncio del Evangelio. Con frecuencia experimentamos las resistencias al Evangelio, las grandes dificultades para anunciar y testimoniar a Jesucristo en nuestro mundo, en unas sociedades muy secularizadas y también en otras con una religiosidad popular bien acentuada. ¿Cómo permanecer en medio de estas dificultades y per-‐plejidades? “Respetar la libertad de Dios y la libertad del hombre su-‐pone la renuncia a todo sistema cerrado, a certezas y seguridades ideológicas o institucionales, a toda garantía de resultados que po-‐damos medir o verificar. El Espíritu nos lanza a un futuro cuyo camino es siempre incierto para nuestra razón. Como todos los testigos de la fe, estamos llamados a lanzarnos a la aventura de adentrarnos en caminos imprevisibles, a avanzar en la intemperie” (A BRAVO, PPI Nº 66, 1998, p.4).
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DELEGADOS DE LA ASAMBLEA GENERAL
LIMONEST 2-‐19 de julio de 2013
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SEGUNDA PARTE: PISTAS PARA LA REFLEXION Y EL TRABAJO
Como ya hemos indicado en la introducción cada una de las cuatro orientaciones va a ser estudiada y reflexionada durante un año, para que desde este marco de referencia cada Prado, según su realidad, elabore una programación que se ajuste a la situación y al momento que vive cada Prado, a sus posibilidades y a sus retos.
Las pistas de reflexión y de trabajo tienen el mismo esquema y los mismos elementos y sugerencias para todas y cada una de las cuatro orientaciones:
� Cuestionarios � Propuestas de Estudio del Evangelio � Sugerencias para la Revisión de Vida � Textos del Prado: Constituciones, VD y otros escritos del P.
Chevrier � Otros escritos y documentos del Prado � Algunos documentos del Magisterio de la Iglesia.
Las pistas y sugerencias son abundantes y posiblemente nos se va-‐yan a trabajar todas. Se hace una oferta amplia y abierta para que cada Prado e incluso cada pradosiano puedan hacer su propia elec-‐ción.
Algunas sugerencias para la vida de los Prados y de los equipos.
Se han previsto para cada año tres cuestionarios, uno por trimestre para la reflexión y la profundización personal y los encuentros de los equipos.
Se puede priorizar, de acuerdo con el año litúrgico, algún Estudio del Evangelio en el evangelio del ciclo correspondiente en torno a la misión de Jesús y de los Doce.
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Profundizar preferentemente una de las columnas del Cuadro de St. Fons en cada orientación de esta manera: Apóstol, el Calvario; Discípulo, el Pesebre; Formación, el sacerdote es otro Jesucristo; Vida fraterna, el Tabernáculo.
I APOSTOL: NUESTRA MISION HOY ENTRE LOS POBRES
(2014 – 2015)
El tema de nuestra Asamblea, “Anunciar a los pobres la insondable riqueza de Jesucristo”, está bien contextualizado en el camino de la Nueva Evangelización que está recorriendo la Iglesia y que recoge muy bien la exhortación del Papa Francisco, Evangelii Gaudium, so-‐bre todo en el dinamismo y en la corriente de vivir en un permanente estado de misión: “avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera… constituirse en todas las regiones de la tierra en un esta-‐do permanente de misión” (EG 25).
Es verdad que los pobres están especialmente predispuestos para acoger la Buena Nueva del Reino, que son los preferidos de Dios y también que nos evangelizan, en el sentido de que en su vida encon-‐tramos rasgos y reflejos del mismo Jesucristo que nos interpelan en nuestra respuesta de fe y en nuestra condición de seguidores del Maestro. Pero al mismo tiempo sigue siendo prioritaria en la Iglesia la Evangelización de los pobres, ya que no podemos decir que los po-‐bres están evangelizados. En occidente el secularismo y la increencia se han infiltrado entre las clases y colectivos pobres y marginados. El desconocimiento de Jesucristo y la lejanía de la Iglesia son muy gran-‐des y el Evangelio encuentra también grandes dificultades para ser acogido y aceptado. En otros países y continentes menos seculariza-‐dos y con una religiosidad popular más acentuada también es nece-‐sario evangelizar esa comprensión religiosa del pueblo pobre y senci-‐llo para hacer posible el salto a la experiencia de la fe.
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Para esta primera parte una lectura de Evangelii Gaudium, sobre todo, la parte que se refiere a la evangelización de los pobres, a la dimensión social de la fe puede ser muy iluminadora.
1 Llamados a vivir la comunión y la compasión con los pobres
Hemos de preguntarnos cuál es la fuente, el dinamismo profundo y el fundamento de nuestra misión como pradosianos en el seno de nuestras Iglesias. El Señor nos invita a verificar cómo la comunión con los pobres, según el modelo de la comunión trinitaria, es de verdad la fuerza que alimenta, sostiene y guía nuestra misión evangelizadora.
Por otra parte, la compasión en nuestra cultura se asocia a tener lástima, a un sentimiento pasivo y poco operante ante el dolor y los graves problemas de la gente. Sin embargo la compasión es algo muy fecundo y activo porque brota de la comunión, de ser y de hacerse uno con el que sufre.
Cuestionario 1. ¿Qué experiencia tenemos de que la comunión con los pobres
es el lazo de unión más fuerte, radical y comprometido para realizar la misión que se nos ha confiado para que los pobres sean evangelizados?
2. ¿Cómo estamos siguiendo a Jesucristo compasivo y misericor-‐dioso con las multitudes cansadas y abatidas tanto en la bús-‐queda de respuestas a sus problemas como en dar a conocer a Jesucristo y hacer verdaderos discípulos?
3. La comunión y la compasión con los pobres se vive y fortalece ante todo en la Eucaristía. ¿Cómo cuidamos y promovemos el ministerio de la caridad y de la acción social en nuestras comu-‐nidades buscando crear en la comunión de bienes y en el ali-‐
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mento que no perece (Jn 6,26-‐29), es decir, la fe en el Enviado del Padre?
Propuestas de Estudio del Evangelio 1) Descubrir cómo es la compasión de Jesús y hasta dónde le lleva y
compromete: Evangelio de Lucas.
2) Ver cómo Jesús enseña a los pobres y los conduce a la fe:
� Evangelio de Marcos � Los relatos del IV Evangelio: Nicodemo (Jn 3,1-‐21); la Samari-‐
tana (Jn 4,1-‐42); el paralítico (Jn 5,1-‐18); la multitud de Cafar-‐naúm (Jn 6,1-‐71); el ciego de nacimiento (Jn 9,1-‐41); resu-‐rrección de Lázaro (Jn 11,1-‐44).
3) La estrecha relación entre la comunión de bienes, el ministerio de la caridad y la Eucaristía:
� En Hechos de los Apóstoles � En las cartas a los Corintios.
Estudio del Evangelio en grupo: Mc 3,1-‐19; 6,30-‐44; Lc 10,29-‐37; 2 Cor 8-‐9.
Sugerencias para la Revisión de Vida La Revisión de Vida puede hacerse en torno a hechos de vida muy
vinculados al ejercicio de nuestra misión en medio de los pobres.
Hechos que reflejen la comunión profunda, la solidaridad, la cerca-‐nía y la conciencia de que son miembros de nuestro cuerpo.
Hechos en torno a la compasión, y su la comprensión en nuestros ambientes y culturas, pero sobre todo desde la mirada del Buen Pas-‐tor y de nuestra caridad pastoral.
P. Chevrier y textos del Prado. P. Chevrier: VD 418-‐422; 522-‐524; Carta 113; 114;
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Constituciones: 9; 21; 44; 49; 51; 55-‐56.
La Regla de lo necesario.
Textos del Magisterio
Vaticano II: PO 17
Papa Francisco: Evangelii Gaudium (EG) 20-‐24; 186-‐196.
Benedicto XVI: Caritas in Veritate (CiV) 50-‐52; Deus Caritas est
(DCE) 31.
Documento de Aparecida (APA) 138-‐140.
2 Cristo está presente y es conocido en los pobres
Cuestionario 1. ¿Qué es lo que más nos atrae e interpela del trato y de la acción
misionera que Jesús realiza con los pobres?
2. En nuestra vida personal y en todo lo que compartimos con los cristianos de nuestras comunidades ¿Cómo vivimos y experi-‐mentamos la presencia de Jesús en los pobres o cómo los po-‐bres nos conducen al conocimiento de Jesucristo?
3. Jesucristo invita a los pobres a la conversión y al acto de fe: ¿Cómo seguimos e imitamos a Jesucristo en el ejercicio de esta misión en medio de los pobres?
Propuestas de Estudio del Evangelio ¿Cómo Jesús elige y abraza la pobreza para realizar la misión que el
Padre le ha encomendado? Evangelio de Lucas.
¿Cómo las comunidades cristianas acogen a los pobres y los incor-‐poran a su vida comunitaria? Se puede hacer en Hechos de los Após-‐toles o en algunas de estas cartas de Pablo: a los Corintios, Filipenses o Gálatas.
71
Para el Estudio del Evangelio en grupo: Mt 21,35-‐46; 1 Jn 4, 7-‐21; Lc 10,29-‐37; Dt 24,10-‐22.
Sugerencias para la Revisión de Vida La Revisión de Vida puede realizarse a partir de hechos que reflejen
la experiencia de cómo los pobres nos revelan y nos dan a conocer a Jesucristo.
Una segunda perspectiva puede ser a partir de hechos de vida que muestren los intereses de los pobres que conocemos, particularmen-‐te el interés por la fe, por Jesucristo o su reacción ante la Iglesia.
P. Chevrier y textos del Prado Sígueme en mi pobreza VD 407-‐413; 294-‐299.
Constituciones: 9; 14; 21;
Documentos del Magisterio de la Iglesia Francisco: EG 197-‐201;
Benedicto XVI: DCE 12-‐18:
Documento de Aparecida: APA 392-‐398
Otros
S. León Magno, Sermón sobre la Cuaresma, Of.de lectura, Lunes IV de cuaresma, Liturgia de las Horas II.
3 Los pobres son capaces de responder desde la fe
Cuestionario 1. Los pobres son capaces de asumir responsabilidades en el seno
de nuestras comunidades. ¿Qué experiencia estamos haciendo de esto y cómo les buscamos y proponemos para asumir res-‐ponsabilidades y ministerios en nuestras parroquias y movi-‐mientos apostólicos?
72
2. Los pobres son personas de fe: ¿Cómo la fe de los pobres ali-‐menta también la fe de nuestras comunidades y nuestra fe de discípulos y de apóstoles?
3. ¿Cuáles son las grandes riquezas que los pobres nos aportan y qué llamadas a la conversión nos envían?
Propuestas de Estudio del Evangelio Un estudio en cualquiera de los cuatro evangelios buscando cómo
Jesucristo subraya y valora la fe de los pobres, de los ignorantes y pe-‐cadores.
En los mismos evangelios descubrir cómo distintos grupos de po-‐bres responden al amor preferencial de Jesucristo y a la llamada a la liberación y al seguimiento.
Dios pone sus ojos y su corazón en los pobres. Descubrir esto en el camino de algunos personajes de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento:
� Dios elige a los que no cuentan: Abel, Isaac, Jacob, Moisés, Da-‐vid, Isabel, María.
� El grupo de los Doce � Las primeras comunidades cristianas: 1 Cor 1,17-‐31; 11,17-‐33;
Gal 2,1-‐10; 2 Cor 8-‐9; Hch 3,1-‐10; 13,44-‐52
Estudio del Evangelio comunitario: Lc 7,1-‐10.36-‐52; Mc 5,25-‐34; 7,24-‐30; Jn 9,1-‐41.
Sugerencias para la Revisión de Vida La Revisión de Vida se puede programar en torno a hechos que re-‐
flejen cómo en las diócesis y parroquias los pobres son convocados a asumir responsabilidades, a entrar en procesos de formación, o tam-‐bién las dificultades que se encuentra para ir en esta dirección.
Una segunda perspectiva: hechos que reflejen cómo los pobres vi-‐ven el evangelio y cómo son testigos de Jesucristo.
73
P. Chevrier y textos del Prado VD 217-‐218; 327-‐323; 449-‐452
Cartas: 181; 91; 53.
Constituciones: 5; 7-‐9; 39; 41; 44-‐46
Documentos del Magisterio de la Iglesia Vaticano II: PO 8; AG 5; 24-‐25; GS 6; 69;
Francisco: LF 50-‐55; EG 209-‐216.
Documento de Aparecida: APA 256-‐257.
74
II EL DISCIPULO: CONOCIMIENTO DE JESUCRISTO Y ESTUDIO DEL EVANGELIO
2015-‐2016
Esta segunda orientación es una llamada a renovar nuestra condi-‐ción de discípulos de Jesucristo para hacernos más capaces de llevar a cabo la misión que se nos ha confiado en la Iglesia y en el Prado: anunciar a los pobres la insondable riqueza de Jesucristo.
En el camino del discipulado vamos a profundizar estas tres dimen-‐siones: el conocimiento de Jesucristo, el Estudio del Evangelio y el camino de la cruz. Este proceso de profundización teologal y de ilu-‐minación espiritual podemos completarlo a la luz de la primera co-‐lumna del Cuadro de St. Fons, el pesebre, la comunión con el Verbo encarnado.
Ser discípulo de Jesucristo es una gracia pero también una tarea en gestación y siempre inacabada. Ser uno con el Maestro y seguir sus enseñanzas sólo es posible por el camino de una larga experiencia de oración y del estudio espiritual de la Palabra (en el Espíritu). Vivimos y cultivamos nuestra condición de discípulos como un verdadero combate espiritual, pues somos conscientes de que la identidad y la acción del discípulo se fraguan en el conocimiento de Jesucristo.
1 El conocimiento de Jesucristo
Cuestionario
1. Llegamos a conocer a Dios porque él se revela. ¿Qué caminos seguimos y de qué medios disponemos para acoger y recibir al Dios que se nos da conocer?
2. Jesucristo es el Hijo que dice relación al Padre y al Espíritu San-‐to. ¿Cómo el conocimiento de Jesucristo nos introduce en el co-‐nocimiento y en la comunión con la Trinidad y nos hace crecer en la dimensión comunitaria de la fe?
75
3. Conocer a Jesucristo lo es todo. ¿Refleja nuestra vida de cada día esta prioridad y esta primacía? ¿En qué se manifiesta o se debería manifestar?
Propuestas de Estudio del Evangelio ¿Cómo Jesús, el Hijo, vive referido al Padre y al Espíritu? Evangelio
de San Juan
En uno de los Evangelios sinópticos: ¿Cómo Jesús se revela y revela al Padre en la formación de los discípulos?
En algunas de las cartas Paulinas: Pablo, el hombre configurado con Cristo (Filipenses; Gálatas, Efesios…).
El discípulo sigue en todo y es uno con el Maestro: Evangelio de Mateo.
Para el Estudio del Evangelio en grupo: el alimento de la Palabra: Dt 8,1-‐16; Am 8,11-‐12; Ez 3,1-‐11; Jn 6, 1-‐71; Apc 10,1-‐11
Sugerencias para la Revisión de Vida A partir de nuestra acción pastoral se puede pensar en algunos he-‐
chos de vida que reflejen cómo nuestras comunidades y grupos viven y expresan la fe trinitaria.
Nos podemos fijar también en hechos de vida que muestren la conciencia o la falta de conciencia en muchos cristianos de ser verda-‐deros discípulos de Jesucristo y de lo que eso implica para su vida.
P. Chevrier y textos del Prado VD 113-‐127; CDA 58-‐59.
Cartas: 12; 13; 80; 105
Constituciones: 37-‐43.
A. Ancel, Le Prado, Paris (1983) pp. 66-‐78
Documentos del Magisterio de la Iglesia Vaticano II: DV 1-‐5; PO 14; 18.
76
Juan Pablo II: Pastores Dabo Vobis (PDV) 21-‐22; Novo Millienio Ineunte (NMI) 16-‐20.
2 El Estudio del Evangelio
Estamos ante una gracia que reclama de nosotros un cultivo ince-‐sante. Se trata de impulsar y propiciar una renovación de la práctica del Estudio del Evangelio, para conocer, amar, seguir a Jesucristo y anunciar a los pobres su insondable riqueza en el seno de nuestros presbiterios y comunidades.
Cuestionario 1. ¿Qué espacio damos en nuestra vida de discípulos a la prácti-‐
ca del Estudio del Evangelio como fuente del conocimiento de Jesucristo y alimento de la vida de fe?
2. ¿Qué obstáculos y dificultades encontramos para la práctica habitual y asidua del Estudio del Evangelio y cómo las afron-‐tamos.
3. Contarnos la experiencia que tenemos de la aportación posi-‐tiva y valiosa que hace el Estudio del Evangelio a nuestra vida apostólica.
Propuestas de Estudio del Evangelio El conocimiento de Jesucristo que Pablo transmite y refleja en la
carta a los Filipenses. Hacer el mismo estudio en la carta a los Efesios.
Rastrear en uno de los evangelios el conocimiento y la familiaridad de Jesús con las Escrituras y la importancia que tienen en su vida.
El Espíritu Santo conduce al verdadero conocimiento de Jesucristo: Evangelio de Juan.
La oración y la relación de Jesús con el Padre en su ministerio pú-‐blico: Evangelio de Marcos.
77
Sugerencias para la Revisión de Vida La Revisión de Vida puede orientarse en torno a hechos tomados
de nuestra acción pastoral en los que se manifieste la familiaridad y el conocimiento que tiene nuestra gente de la Palabra de Dios, de cómo el Evangelio es una referencia fundamental en sus vidas.
Nuestra mirada puede ir un poco más allá del ámbito eclesial para partir de hechos que reflejen el escaso conocimiento del Evangelio en nuestros ambientes.
P. Chevrier y textos del Prado VD 45-‐46; 225-‐227; 234; 510-‐517; CDA 63-‐65;
Cartas : 267 ; 309; 64; 80; 89
Yves Musset, Le Christ du Père Chevrier, Paris (2000) pp.33-‐40.
Consejo General del Prado: Haz, oh Cristo, que yo te conozca (Enero 2011).
Documentos del Magisterio de la Iglesia Vaticano II: Dei Verbum (DV) 21; 25;
Benedicto XVI: Verbum Domini (VD) 1-‐3.
Instrumentum Laboris del Sínodo para la Nueva Evangelización, Nº 28-‐32.
Documento de Aparecida: APA 247-‐249
3 Por el camino de la cruz: la obediencia de la fe
El verdadero discípulo sigue a su maestro hasta el final, hasta las últimas consecuencias. La cruz, la contradicción y la entrega de la propia vida están en el horizonte del camino del discípulo (Lc 9,23). En su esfuerzo de inculturar el Evangelio experimenta también que el Evangelio es contracultural. Por eso el discípulo ha de estar bien fir-‐me en la fe para hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su man-‐dato.
78
Cuestionario 1. El camino del discípulo se lleva a término tomando la cruz y so-‐
portando la contradicción: ¿Cómo estamos experimentando en medio de nuestro mundo la contradicción, el rechazo o la indi-‐ferencia a causa de Jesucristo?
2. La cruz es la fuente de la fecundidad y de la práctica pastoral: ¿Qué consecuencias e implicaciónes brotan de esta convicción para nuestro ministerio y para toda nuestra acción pastoral?
3. El Evangelio es siempre incómodo y contracultural: ¿Cómo de-‐bemos enfrentar la Nueva Evangelización ante la indiferencia, los razonamientos o las resistencias de mucha gente para pro-‐tegerse de la radicalidad evangélica?
Propuestas de Estudio del Evangelio Jesús procura realizar por encima del todo la voluntad del Padre:
Evangelio de Juan.
Ver cómo Jesús encuentra la cruz y la contradicción en el ejercicio de su misión: Evangelio de Lucas.
Jesús forma a sus discípulos para afrontar la cruz y el rechazo: Evangelio de Mateo.
¿Cómo Pablo carga sobre sí la cruz de Jesucristo en el ejercicio de la misión: 2 Corintios.
Para el Estudio del Evangelio comunitario: Mc 8,27-‐38; 14,32-‐41; Gal 6,11-‐18; 1 Cor 4,16-‐13; Heb 5,1-‐10;
Sugerencias para la Revisión de Vida Partir de hechos que muestren las dificultades, el rechazo o la indi-‐
ferencia que se sufre en el ejercicio de la misión apostólica.
Fijar la mirada en hechos de vida experimentados por militantes y miembros de nuestras comunidades que muestran un cierto menos-‐precio, rechazo o contestación.
79
P. Chevrier y textos del Prado
VD 327-‐334; 457-‐464; 467-‐472;
Constituciones: 10; 44; 59-‐61.
Documentos del Magisterio de la Iglesia
Francisco: LF 29-‐31; EG 68-‐70.
80
III LA FORMACIÓN EN LA VOCACIÓN PRADOSIANA [2016-‐2017]
El objetivo de todos los procesos de formación es la creación del Hombre Nuevo a la medida de Cristo Jesús.
El proceso de la formación en el Prado tiene como objetivo discer-‐nir, acoger y cultivar la gracia que, por iniciativa del Padre, reciben quienes son llamados a formar parte de la familia espiritual del Prado (DGF 2). El eje central de la Formación Pradosiana es seguir el camino del Verbo hecho carne según lo formula S. Pablo en la carta a los Fili-‐penses: llegar a tener los sentimientos del Hijo, que pasa por la en-‐carnación, la kénosis y la exaltación. La Pascua de Jesús es el punto de referencia de la identificación con Jesucristo: tener los sentimien-‐tos del Hijo que se ha hecho siervo sufriente, hijo obediente y corde-‐ro inocente.
Esta tercera parte se puede fundamentar y profundizar a partir del título del Cuadro de St. Fons y de lo que entraña la formación como configuración con Cristo: El Sacerdote es otro Cristo, que nosotros podemos comprender desde la sacramentalidad del presbiterado, desde la misión de representar a Jesucristo, el Buen Pastor, en el seno de nuestras comunidades.
1 La primacía de la Formación
La formación para el cristiano, también para el presbítero y para el pradosiano, es como la respiración, algo que acompaña la vida en su transcurso ordinario y extraordinario; es su ritmo constante, que se realiza de acuerdo con el plan de Dios. Por esta razón la formación es de por sí permanente. La Formación Permanente no es lo que viene después de la formación inicial (la Primera Formación), sino lo que la precede y lo que hace posible que sea un proceso continuo, es decir, lo que permite vivir en un estado permanente de formación a lo largo de la existencia.
81
Cuestionario 1. ¿La formación que impulsa nuestro Prado, los medios de que
disponemos nos introducen en el dinamismo pascual que nos lleva a la configuración e identificación con Cristo como Hijo y Enviado del Padre?
2. ¿Qué experiencia tenemos y podemos contar sobre la forma-‐ción pradosiana como elemento que unifica nuestra vida de unión con Cristo y la acción apostólica? Logros y dificultades que vamos encontrando.
3. ¿Cómo estamos promoviendo en nuestros equipos y en nues-‐tros presbiterios el impulso de la formación y qué exigencias nos plantea?
Propuestas de Estudio del Evangelio ¿Cómo Jesús forma y renueva al grupo de los Doce en el camino
del seguimiento para fortalecer la decisión inicial de seguirle? Evan-‐gelio de Marcos.
Cómo Pablo forma acompaña a algunos de sus más inmediatos co-‐laboradores: en una o en las tres cartas pastorales (1 y 2 Tm; Tt).
Para el Estudio del Evangelio en grupo: Lc 5,1-‐11; 9,51-‐62; Jn 21,1-‐23; Hch 9,9-‐19;
Sugerencias para la Revisión de Vida A partir de hechos de vida que muestren cómo los procesos de
formación tienen como objetivo el conocimiento y la adhesión a Je-‐sucristo, la formación de cristianos conscientes y verdaderos testigos.
P. Chevrier y textos del Prado VD 100-‐107; 215-‐230.
Cartas: 86; 103
Constituciones: 73-‐81.
Directorio General de la Formación (DGF) 1-‐9; 85-‐88.
82
Documentos del Magisterio de la Iglesia Vaticano II: PO 18-‐19;
Juan Pablo II: PDV 73-‐75.
Francisco: EG 162-‐173.
2 El ministerio, lugar de la formación
El ministerio es el lugar natural en el que el presbítero y el prado-‐siano están llamados a crecer, donde son edificados para la misión que desempeñan y donde tienen continuas y excepcionales ocasio-‐nes de desarrollar la caridad pastoral. La formación pradosiana y de la misma forma la formación permanente han de lograr este objetivo unificador entre misión y proceso formativo.
Cuestionario 1. ¿En qué medida nuestros encuentros formativos favorecen y fa-‐
cilitan la mirada teologal sobre la vida en la que Dios habita y está presente?
2. ¿De qué manera la Revisión de Vida está marcando y configu-‐rando nuestra vida y la vida de nuestros equipos? Logros que descubrimos y también dificultades.
3. ¿El ejercicio del ministerio está siendo la fuente que alimenta y renueva nuestra espiritualidad presbiteral y pradosiana? Com-‐partir fraternalmente la experiencia espiritual que estamos vi-‐viendo sobre esta dimensión.
Propuestas de Estudio del Evangelio ¿Cómo Jesús hace ver a sus discípulos la acción y la presencia del
Padre en la vida de la gente? Evangelio de Marcos
Ver cómo Jesús descubre en la gente la fe, la acción de Dios: Evan-‐gelio de Lucas.
83
¿Cómo Jesús en su misión reconoce y muestra la iniciativa y el amor del Padre? Evangelio de Juan.
Para el Estudio del Evangelio en grupo: Lc 10,1-‐22; 24,13-‐35; Hch 10-‐11; 15,1-‐29:
Sugerencias para la Revisión de Vida Partir de hechos de vida que expresen la unidad entre la problemá-‐
tica que vive nuestra gente y las orientaciones pastorales que segui-‐mos en las parroquias, en los grupos o en los diferentes procesos de formación tanto con laicos como con sacerdotes.
P. Chevrier y textos del Prado VD 120-‐121; 341-‐344; 430-‐431.
CDA 236-‐237.
Cartas: 93; 103; 122.
DGF: 50-‐54.
Documentos del Magisterio de la Iglesia Vaticano II: PO 12-‐14
PDV 70-‐72
3 Renovación y actualización del carisma
En estos tiempos que nos ha tocado vivir estamos llamados y te-‐nemos el gran reto de actualizar la experiencia místico-‐misionera de A. Chevrier, es decir, de recrear el carisma pradosiano en el contexto social y eclesial de hoy. Es toda una llamada a la creatividad pastoral. La formación ha de contribuir a consolidar la identidad y la pertenen-‐cia en el sentido de que el Prado no es para sí mismo sino para la Iglesia, para la misión. El carisma pradosiano es mi yo, es el nombre con el que Dios me ha llamado a la vida soñándome semejante a él.
84
Cuestionario 1. El P. Chevrier se siente llamado a evangelizar y catequizar a los
pobres, ignorantes y pecadores. En nuestro tiempo ¿cuáles son los colectivos y las prioridades pastorales que el Prado deberá considerar en primer lugar?
2. ¿Qué presencia y que espacios pastorales hemos de cuidar para poder difundir y proponer la vocación pradosiana en nuestras Iglesias en esta época que estamos viviendo?
3. La formación necesita el cuidado y la dedicación de muchos de nuestros compañeros ¿Cómo se cuida en los diferentes Prado y a distintos niveles la colaboración y la disponibilidad para las responsabilidades y servicios de formación que el Prado necesi-‐ta hoy?
Propuestas de Estudio del Evangelio ¿Cómo Jesús se dedica y cuida la formación del grupo de los doce?
Evangelio de Lucas.
¿Cómo el Espíritu Santo impulsa a los apóstoles a abrirse a la nove-‐dad y a nuevas formas de evangelización?: Hechos de los Apóstoles.
En el ministerio de Pablo descubrir cómo él sigue a Jesucristo en la formación de sus inmediatos colaboradores: Una o las tres Cartas Pastorales en su conjunto (1 y 2Timoteo; Tito).
Para el Estudio del Evangelio comunitario: Mt 5-‐6; Mc 10,32-‐45.
Sugerencias para la Revisión de Vida Partir de hechos de vida que denoten la necesidad de la formación
o la misma falta de formación en nuestras parroquias y comunidades. Descubrir el aporte positivo de la formación en la animación de la vi-‐da social, cultural o eclesial.
P. Chevrier y textos del Prado VD 133-‐137; 230-‐234
85
El testamento espiritual del P. Chevrier como llamada a la renova-‐ción, CDA 331-‐335.
Escritos Espirituales p. 11-‐15.
Cartas 115; 188-‐190.
DGF 27-‐36
Documentos del Magisterio de la Iglesia Vaticano II: Optatam Totius (OT) 8-‐11;
Juan Pablo II: PDV 76-‐81.
Documento de Aparecida: APA 276-‐285.
86
IV LA VIDA FRATERNA, DON DE DIOS Y SIGNO PROFÉTICO [2018-‐2019]
La fraternidad que estamos llamados a vivir encuentra su origen, modelo y fin en la comunión trinitaria. Nosotros la acogemos como una gracia que se nos ha dado y como una tarea a realizar en el seno de nuestros presbiterios, de nuestras Iglesias locales y en el Instituto del Prado.
La misión evangelizadora es una obra comunitaria, una tarea y un mandato que se realiza en fraternidad. Misión y fraternidad están es-‐trechamente unidas y se reclaman y alimentan mutuamente.
Esta cuarta orientación puede ser contemplada desde la columna del Cuadro de St. Fons, el tabernáculo: la eucaristía como fuente de fraternidad y comunión en la que se enraíza el celibato como fuente de amor fecundo a través del ejercicio de la caridad pastoral.
1 La vida fraterna es un don de Dios El cuidado y la fidelidad a la vida de equipo y otras expresiones de
vida fraterna son una tarea permanente a realizar en corresponden-‐cia al don y a la gracia recibida.
Cuestionario 1. ¿Qué experiencia estamos haciendo de que el equipo del Prado
nos ayuda a progresar en el conocimiento de Jesucristo, en la conversión y en el discernimiento?
2. ¿Qué retos plantea a nuestra vida y ministerio el Prado como familia espiritual, es decir, una familia cuyo lazo de unión es el Espíritu Santo?
3. ¿Qué obstáculos encontramos en el cultivo de la vida fraterna y qué hemos de hacer para superarlos?
87
Propuestas de Estudio del Evangelio
¿Cómo Jesús forma y acompaña a los discípulos en la vivencia de la fraternidad y la comunión?: Evangelio de Mateo.
¿Cómo vive y cuida Jesús la comunión con el Padre y el Espíritu? Evangelio de Juan.
Para el Estudio del Evangelio comunitario: Mc 6,30-‐34; Lc 22,19-‐30; Jn 17,6-‐19.
Sugerencias para la Revisión de Vida
La Revisión de Vida puede orientarse en torno a hechos que pon-‐gan de relieve cómo buscamos y promovemos la fraternidad y la co-‐munión entre los sacerdotes, los agentes de pastoral y todo el Pueblo de Dios.
En la misma línea se puede pensar también en hechos que reflejan las dificultades y las insuficiencias en la vida fraterna a causa del indi-‐vidualismo, el aislamiento pastoral o los conflictos.
P. Chevrier y textos del Prado
VD 151-‐152; 228-‐234; 270-‐272.
Cartas: 52; 53; 100; 112;
Constituciones: 66-‐68
Seguimiento de Cristo y vida fraterna (SCVF) 5-‐12.
Documentos del Magisterio de la Iglesia
Vaticano II: LG 9; 28; PO 2; 7; 8.
Juan Pablo II: PDV 17; 31; 74
2 La vida fraterna, un signo profético
No hemos sido llamados por Dios en solitario, sino en comunión con otros. Por eso la vida fraterna es un signo que el Prado tiene la misión de irradiar hoy por fidelidad a la gracia recibida en un contex-‐to de tanto individualismo propio de la cultura neoliberal imperante.
88
Cuestionario 1. Ante el individualismo reinante también en nuestras Iglesias y
Presbiterios, ¿Cómo los pradosianos favorecemos y contribui-‐mos positivamente a robustecer y consolidar la vida fraterna en todas las instancias diocesanas?
2. ¿Qué está aportando y qué debería aportar a nuestras comuni-‐dades y sacerdotes la vida fraterna que se vive en nuestros equipos del Prado?
3. La escasez de clero, los intentos de reestructurar las diócesis y parroquias en algunos países y continentes, ¿qué retos nos plantean al Prado en orden a la vida fraterna?
Propuestas de Estudio del Evangelio ¿Cómo Jesús forma a sus discípulos para afrontar los conflictos y
los riesgos de división o de enfrentamiento? Evangelio de Lucas
¿Cómo Pablo se identifica con Cristo viviendo la comunión en me-‐dio de los conflictos y persecuciones que ha de soportar? Carta a los Gálatas; Carta a los Filipenses: 2 Corintios.
Estudio del Evangelio comunitario: Jn 15,1-‐20; 1 Tm 1,12-‐18;
Sugerencias para la Revisión de Vida La Revisión de Vida puede hacerse en torno a hechos que manifies-‐
ten cómo se favorece la vida fraterna en los presbiterios, en grupos sacerdotales, en movimientos laicales…
También se puede partir de hechos que reflejen la tendencia al in-‐dividualismo, a ir por libre o a la dificultad de trabajar pastoralmente con otros hermanos.
P. Chevrier y textos del Prado VD 527-‐531; 256-‐258.
Cartas: 295
Cons. 15; 16; 28; 44; 69-‐70
89
SCVF 21-‐25.
Documentos del Magisterio de la Iglesia Vaticano II: PO 10; 11.
Juan Pablo II PDV 41
3 Vida fraterna y misión
El origen trinitario de la comunidad apostólica exige de ella vivir la comunión como misión. Este es el camino a seguir en la Iglesia y en el Prado: hacer la experiencia de que el ejercicio de la misión, el anun-‐cio del Evangelio a los pobres es el fundamento de la vida fraterna, es decir, mostrar y vivir cómo la misión fundamenta, sostiene y alimenta la fraternidad.
Cuestionario 1. ¿Qué estamos haciendo y qué deberíamos hacer con más em-‐
peño para experimentar y testimoniar que el ejercicio de la mi-‐sión fundamenta y fortalece la comunión y la fraternidad?
2. ¿Qué actitudes a cuidar y qué acciones hemos de realizar para favorecer y mejorar la comunión con el obispo, con el Presbite-‐rio y con todo el pueblo de Dios?
3. Los pobres son miembros de nuestro cuerpo: ¿Qué grupos y qué colectivos pobres hemos de cuidar con especial atención para compartir su vida y poder anunciarles la insondable rique-‐za de Jesucristo?
Propuestas de Estudio del Evangelio ¿Cómo Jesús encomienda la misión unida a la fraternidad: Los dis-‐
cursos y mandatos de misión en los cuatro Evangelios: Mt 10; 28,18-‐20; Mc 6,1-‐13; 16,15-‐20; Lc 9,1-‐6; 10,1-‐24; 24,44-‐49; Jn 20,19-‐28; 21,15-‐23.
90
Descubrir cómo los conflictos y tensiones en la Iglesia encuentran el camino de la comunión por la fidelidad a la misión de anunciar la verdad del Evangelio: Hechos de los Apóstoles.
¿Cómo Pablo vive la comunión con Cristo y la comunidad en medio del conflicto? Carta a los Gálatas; 1 Corintios.
Estudio del Evangelio en grupo: Mt 18; Mc 10,32-‐52; Hch 15.
Sugerencias para la Revisión de Vida Se puede partir de hechos de vida que reflejen cómo algunas ac-‐
ciones pastorales o de promoción realizadas conjuntamente fortale-‐cen la vida fraterna y la conciencia de que somos ministros con otros hermanos.
Hechos que reflejen la dificultad o la división en las diócesis o en los presbiterios con las consecuencias negativas para la misión evan-‐gelizadora.
P. Chevrier y textos del Prado VD 151-‐152
Constituciones: 17-‐21; 25-‐27; 71-‐72
SCVF 26-‐ 29; 47-‐48
Documentos del Magisterio de la Iglesia PDV 74; 75
PO 4; 6; 14.
91
92
SUMARIO
Presentación ……………. 3 Texto de las orientaciones de la Asamblea General ……………. 5 Introducción …………….
. 9
PRIMERA PARTE: PROFUNDIZACIÓN ESPI-RITUAL
…………….. 13
I El apóstol: Nuestra misión hoy entre los pobres ……………. 13
1 La comunión con los pobres ……………. 13 Enviados a realizar el mandato del Padre La comunión trinitaria, fuente de la comunión con los
pobres
2 Llamados a reconocer a Jesucristo en los pobres ……………. 16
La opción por los pobres es inclusiva Jesús está en los pobres Reconocer a Dios en la vida de los pobres Salir al encuentro de los pobres para sentarlos a la me-
sa eucarística
3 La compasión ……………. 20
Amor entrañable y comprometido Mostrar el rostro compasivo y misericordioso
del Padre
Reflejar el rostro compasivo del Buen Pastor 4 Los pobres son capaces de escuchar, de creer y de
responder a Dios ……………. 23
Dios escoge a los pobres para realizar su obra salvadora Los pobres acogen la Buena Nueva y responden con el
acto de fe
La evangelización de los pobres sostiene y da vida a las comunidades cristianas
II El discípulo: el conocimiento de Jesucristo y el estudio del Evangelio
……………. 29
1 El conocimiento de Jesucristo ……………. 29 Dios se da a conocer En el seno de la Trinidad
93
La comunión con el Maestro
2 El Estudio del Evangelio ……………. 35 La gracia del Estudio del Evangelio La prioridad del Estudio del Evangelio
3 Por el camino de la cruz: La obediencia de la fe …………….
. 37
En la contradicción y en la crisis Cargar la cruz que viene del ejercicio de la misión
III La formación en la vocación pradosiana ……………. 41
1 La primacía de la Formación La formación es permanente Todo es formación
……………..
42
2 El ministerio, lugar de la formación ……………. 44
La formación y la misión Discípulos de Jesucristo en la acción apostólica Ejercitar la mirada teologal y la contemplación apostó-
lica
3 Renovación y actualización del carisma ……………. 47
Servir la gracia del Prado en odres nuevos Tener los sentimientos del Hijo: ser otros Cristos Refundar el Prado hoy Hacer memoria de la gracia recibida
IV-
La vida fraterna, don de Dios y signo profético ……………..
52
1 La vida fraterna es un don de Dios ……………. 52 En el espejo de la comunión intratinitaria La gracia de la vida de equipo 2 La vida fraterna, un signo profético ……………. 55 Un desafío contracultural La vida fraterna fecunda el carisma del Prado Una tarea de todos los pradosianos
Disponibilidad al servicio del Prado
Responsables de la totalidad del carisma
94
3 Vida fraterna y misión ……………. 61
La misión es el fundamento de la vida fraterna Una fraternidad sacramental Al servicio de la misión Id y haced discípulos
SEGUNDA PARTE: PISTAS PARA LA RE-FLEXION Y EL TRABAJO
…………….
.
67
Algunas sugerencias para la vida de los Prados y de los equipos.
……………. 67
I Apóstol: Nuestra misión hoy entre los pobres ……………. 68 1 Llamados a vivir la comunión y la compasión con los
pobres ……………. 69
2 Cristo está presente y es conocido en los pobres ……………. 71 3 Los pobres son capaces de responder desde la fe …………….
. 72
II-‐ Discípulo: Conocimiento de Jesucristo y estu-dio del evangelio
……………..
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1 El conocimiento de Jesucristo ……………. 75 2 El Estudio del Evangelio ……………. 77 3 Por el camino de la cruz: la obediencia de la fe …………….
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III-‐ La formación en la vocación pradosiana ……………. 81 1 La primacía de la Formación ……………. 81 2 El ministerio, lugar de la formación ……………. 83 3 Renovación y actualización del carisma …………….
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IV-‐ La vida fraterna, don de Dios y signo profético ……………. 87 1 La vida fraterna es un don de Dios ……………. 87 2 La vida fraterna, un signo profético ……………. 88 3 Vida fraterna y misión …………….
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Asociación de los Sacerdotes del Prado
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Suplemento a « Sacerdote del Prado” n° 121 de julio de 2014»