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Premio Fotográfico “Mujer y Medio Rural” Premio de Dibujo y Redacción “En casa también somos iguales” Premio de Relatos Breves “María Domínguez” Premio a la “Flexibilidad Empresarial” 2005 DIPUTACIÓN DE ZARAGOZA Premios Plan de Igualdad de Oportunidades: Mujer y Medio Rural Premios Plan de Igualdad de Oportunidades: Mujer y Medio Rural

Premios Plan de Igualdad de Oportunidades: Mujer y …old.dpz.es/diputacion/areas/bienestarsocial/plan-igualdad/... · entre mujeres y hombres. La incorporación al mercado de trabajo

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Premio Fotográfico

“Mujer y Medio Rural”Premio de Dibujo y Redacción

“En casa también somos iguales”Premio de Relatos Breves

“María Domínguez”Premio a la

“Flexibilidad Empresarial”

2005

DIPUTACIÓN DE ZARAGOZA

MUJER Y MEDIO RURAL

Premios Plan de Igualdad deOportunidades: Mujer y Medio Rural

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ÁREA DE BIENESTAR SOCIAL Y DESARROLLOPLAN DE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

Pza. España, 2, 2ª planta • 50071 ZARAGOZA

Tel.: 976 28 89 23e-mail: [email protected]

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Primera edición, febrero 2006© Diputación Provincial de Zaragoza© Textos:

Sus autores© Fotografías:

Sus autores

DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE ZARAGOZAÁREA DE BIENESTAR SOCIAL Y DESARROLLOPLAN DE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

Plaza de España, 2, 2ª planta50071 ZARAGOZATel.: 976 28 89 23

Diseño y maquetación: Pilara PinillaImpresión: Talleres Editoriales CometaDepósito Legal: Z-444-06

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e-mail: [email protected]

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PRESENTACIÓN 1

PRESENTACIÓN 2

PREMIO FOTOGRÁFICO“MUJER Y MEDIO RURAL”

1º La Siega (Mujer Madura)Antonio Martínez Andía

Mención de Honor Belleza MaduraMaría Teresa Arbea Iguaz

Mención de Honor SolesTeresa Relancio Roldán

PREMIO DE DIBUJO Y REDACCIÓN“EN CASA, TAMBIÉN SOMOS IGUALES”

DIBUJO DE 3 A 6 AÑOS

1º Sofía Navero (6 años)

2º Enma Ortega Gimeno (5 años)“Papá y mamá trabajan y se reparten las tareas”

DIBUJO DE 7 A 10 AÑOS

1º Eva Ortín Garcés Gálvez (9 años)“Cuando todos ayudamos en casa, la balanza se iguala”

2º Diego García Gálvez (9 años)“Todos somos iguales”

DIBUJO DE 11 A 13 AÑOS

1º Sara Simón Sánchez (11 años)“La casa es tarea de todos”

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. Javier Lambán Montañés

. Geralde H. Campos Sierra

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Diputada Delegada de Políticas de Igualdad

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2º Paula Martínez Ortín (11 años)“Todos muy contentos si todos trabajamos”

REDACCIÓN DE 7 A 10 AÑOS

1º Bruno Toha Viamonte (8 años)“Todos somos iguales”

2º Jorge Ordovás Larraz (10 años)“Hombres y mujeres con el mismo derecho”

REDACCIÓN DE 11 A 13 AÑOS

1º Sara Olid González (11 años)“Los trabajos de casa”

2º David Gimeno Lafuente (11 años)“La igualdad”

PREMIO DE RELATOS BREVES“MARÍA DOMÍNGUEZ” 27

1º María Luisa Frisa GraciaRelato: “Teresa y el mar”

2º Teresa Arpal GarcíaRelato: “Tú serás mi reina”

Accésit Chrystel Espún FrançoisRelato: “Vivo olvidando”

PREMIO A LA“FLEXIBILIDAD EMPRESARIAL” 125

VENCHAGA, S.L.

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La Diputación de Zaragoza, en el afán de acentuar su política social en mate-ria de igualdad de oportunidades para la mujer, concluyó el año 2005 con unbalance altamente satisfactorio, que comenzó por la puesta en marcha delConsejo Sectorial de la Mujer, un órgano pionero en España compuesto porconcejalas, alcaldesas y representantes de distintos colectivos de mujeres que,entre otros objetivos, articula cauces de participación de la mujer del mediorural en la vida comunitaria. Muchas han sido las iniciativas desarrolladaspara poner en práctica los objetivos dirigidos a erradicar las desigualdades yla celebración del I Congreso Provincial “Mujer, Medio rural e Igualdad” fueel punto de partida de este análisis de la situación que también quedó plas-mado en un Estudio de Investigación sobre las necesidades reales de la mujeren los municipios de la provincia de Zaragoza.

Las citas del 15 de octubre, Día mundial de la Mujer del Medio Rural, y del25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, fuerontambién muestras de la inquietud latente en un colectivo que ya se estámoviendo. Y como expresión del interés demostrado al respecto, se realiza-ron diversas actuaciones en materia de Igualdad de Oportunidades dirigidasa ayuntamientos, asociaciones y centros educativos.

El compromiso adquirido por esta institución que me honro en presidir seplantea de un modo integral desde el punto de vista económico, de diseño,ejecución y evaluación de las medidas desarrolladas dentro del Plan de Igualdad de Oportunidades. El espíritu de dicho plan pasa por convertiren protagonistas a las propias mujeres, al margen de soluciones a corto plazoque se plantean en términos de mera beneficencia. Por ello, es consciente dela importancia de fomentar la participación de las mujeres en el ámbito local,así como de la transmisión de valores de coeducación y conciliación de lavida familiar, laboral y personal para eliminar problemas como el de la vio-lencia contra las mujeres y favorecer nuevas situaciones como el fomento delempleo femenino. 7_

PREMIOS PLAN DE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES: MUJER Y MEDIO RURAL

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Este libro es una pequeña radiografía de los recursos con los que contamos.Sus páginas reproducen los originales ganadores de los distintos premios con-vocados sobre relatos, fotografía, flexibilidad empresarial o los referentes alámbito educativo y es justo destacar la calidad de los trabajos presentados.

Espero sinceramente que la iniciativa desarrollada responda a las expectativasde este colectivo y nos dé la razón a quienes hemos confiado en este proyectocomo el punto de arranque para que las mujeres ocupen el espacio que lespertenece.

Javier Lambán MontañésPresidente de la Excma. Diputación de Zaragoza

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La Diputación de Zaragoza, en el marco de su Plan Provincial de Igualdadde Oportunidades para la Mujer del Medio Rural convocó, durante el año2005, diversos Premios cuyo tema central era la mujer.

A través del I Premio Fotográfico “Mujer y Medio Rural” hemos tratado dereflejar, de manera visual, el papel que tradicionalmente se ha reservado a lasmujeres en nuestros pueblos, relegado, en la mayoría de las ocasiones a la esferade lo privado; pero también, a través de estas fotografías pretendemos haceruna reflexión sobre el rol que debería desempeñar la mujer del siglo XXI.

Con el I Premio de Relatos Breves “María Domínguez” hemos querido con-tribuir a lograr una mayor sensibilización acerca de las distintas problemáti-cas a las que debe enfrentarse la mujer de nuestros municipios.

En una época en la que los medios audiovisuales capitalizan la difusión de lasideas y conceptos, sentarnos a escribir o leer nos permitirá reflexionar sobrela importancia de “ser iguales”.

El I Premio “Flexibilidad Empresarial” perseguía impulsar medidas de con-ciliación de la vida familiar, profesional y personal, entendiendo éstas comoun factor determinante para conseguir la Igualdad real de Oportunidadesentre mujeres y hombres.

La incorporación al mercado de trabajo proporciona independencia econó-mica, permite mejorar la autoestima y facilita el desarrollo de competenciasy habilidades.

Por último, pero no por ello menos importante, a través del I Premio de

demostrar que la coeducación y el trabajo diario sobre los valores de toleren-cia y no discriminación son factores clave para que, en un futuro, seamos ciu-

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PREMIOS PLAN DE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES: MUJER Y MEDIO RURAL

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Dibujo y Redacción Escolar “En casa, también somos iguales”, tratamos de

dadanas y ciudadanos “más iguales”.

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La calidad de los trabajos presentados nos anima a seguir trabajando en estadirección y quiero animar a todas y a todos a participar en próximas convo-catorias de estos Premios así como en todas y cada una de las actuaciones que,en materia de Igualdad de Oportunidades, organiza, año tras año, laDiputación Provincial de Zaragoza.

Geralde H. Campos Sierra.Diputada Delegada de Políticas de Igualdad.

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“MUJER YMEDIO RURAL”

FOTOGRAFÍA

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PREMIO FOTOGRÁFICO “MUJER Y MEDIO RURAL”

1º La Siega (Mujer Madura)Antonio Martínez Andía

Mención de Honor Belleza MaduraMaría Teresa Arbea Iguaz

Mención de Honor SolesTeresa Relancio Roldán

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PREMIOS FOTOGRAFÍA “MUJER Y MEDIO RURAL”

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PREMIOS FOTOGRAFÍA “MUJER Y MEDIO RURAL”

Mención de Honor “Soles” por

Teresa Relancio Roldán

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“EN CASA, TAMBIÉN

SOMOSIGUALES”

DIBUJO Y REDACCIÓNESCOLAR

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PREMIO DE DIBUJO Y REDACCIÓN “EN CASA, TAMBIÉN SOMOS IGUALES”

DIBUJO DE 3 A 6 AÑOS

1º Sofía Navero (6 años)

2º Enma Ortega Gimeno (5 años)“Papá y mamá trabajan y se reparten las tareas”

DIBUJO DE 7 A 10 AÑOS

1º Eva Ortín Garcés Gálvez (9 años)“Cuando todos ayudamos en casa, la balanza se iguala”

2º Diego García Gálvez (9 años)“Todos somos iguales”

DIBUJO DE 11 A 13 AÑOS

1º Sara Simón Sánchez (11 años)“La casa es tarea de todos”

2º Paula Martínez Ortín (11 años)“Todos muy contentos si todos trabajamos”

REDACCIÓN DE 7 A 10 AÑOS

1º Bruno Toha Viamonte (8 años)“Todos somos iguales”

2º Jorge Ordovás Larraz (10 años)“Hombres y mujeres con el mismo derecho”

REDACCIÓN DE 11 A 13 AÑOS

1º Sara Olid González (11 años)“Los trabajos de casa”

2º David Gimeno Lafuente (11 años)“La igualdad”

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PREMIOS DIBUJO Y REDACCIÓN ESCOLAR “EN CASA TAMBIÉN SOMOS IGUALES”

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PREMIOS DIBUJO Y REDACCIÓN ESCOLAR “EN CASA TAMBIÉN SOMOS IGUALES”

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TODOS SOMOS IGUALES

Las mujeres y los hombres tienen los mismos derechos y las mismasobligaciones.

En mi casa ayudamos todos: mi madre cocina y plancha, mi padrerecoge la mesa y se ocupa de nosotros, mi hermano hace la cama y ayudaa limpiar el polvo, yo ayudo a poner la mesa por la noche y me hago lacama.

Todavía hay muchos hombres que se creen mejores que las mujeres ylas humillan.

Antiguamente las mujeres no tenían derecho a votar ni a otras muchascosas. Estaban sometidas primero al padre y luego al marido.

Los hombres no tienen que estar tanto tiempo en el sofá, tenían queayudar mucho más en casa.

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HOMBRES Y MUJERES CON EL MISMO DERECHO

Yo creo que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos.Porque aunque la mujer trabaje en casa también trabaja y se tiene que con-siderar como mujer trabajadora. Los hombres también tienen que trabajaren casa como por ejemplo recoger, hacer la comida, poner la lavadora,planchar, etc.

En algunos trabajos a las mujeres no les dejan trabajar porque piensanque no pueden, por ejemplo en la construcción no les dejan ya que creenque no tienen tanta fuerza.

En otros casos, como conductoras, sí que les dejan trabajar, pero aveces no las contratan porque si se quedan embarazadas ya que les tienenque seguir pagando durante la baja.

Hoy en día sigue habiendo oficios en los que suelen trabajar más muje-res que hombres (como en la limpieza), y al contrario (los hombres agri-cultores).

Mi madre trabajaba antes de casarse en hacer cables y ahora es ama decasa. Y mi padre es ganadero y llega a casa cansado de trabajar pero ayudaa mi madre a hacer las cosas de casa.

Yo en casa ayudo a hacer las cosas como por ejemplo poner la mesa,lavar los platos, tender la ropa y recogerla del tendedor.

Cuando sea mayor y tenga mujer le ayudaré a hacer las cosas aunquevenga cansado de trabajar.

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PREMIOS DIBUJO Y REDACCIÓN ESCOLAR “EN CASA TAMBIÉN SOMOS IGUALES”

LOS TRABAJOS DE CASA

Había una vez una mujer que hacía las tareas de casa ella sola y quenadie le ayudaba, así que acabó poniéndose mala, se la tuvieron que llevaral hospital. Su marido se decía una y otra vez ¿por qué se habrá puestomala? Dijo ¡ya sé, se lo iré a preguntar!

Cogió el coche y se fue a ver a su mujer al hospital. Su mujer le dijoque escobara, limpiara, fregara, que cuidara al niño, etc. Entonces cogió elcoche y se volvió a ir a casa.

Y dijo ¡ya sé!, se ha puesto mala porque nadie le ayudaba a hacer lascosas. Bueno, ¿pero por dónde empiezo? Voy a empezar a escobar. Una vezque escobó se puso a fregar y luego a lavar los platos y dijo ¡qué cansadoestoy! Y se echó un rato y a la media hora se despertó y exclamó ¡tengo queir a buscar al chico al colegio; lo fue a buscar y luego llamaron por telé-fono, era la madre que les decía que dentro de dos días iba a casa. El hom-bre dijo que tenía la mitad de las cosas sin hacer. Se puso a hacer todocorriendo y mientras lo hacía el niño lo volvía a desordenar.

Pasaron los dos días y vino la mujer y dijo que todo estaba muylimpio y dijo el hombre, hemos aprendido una lección, y dice la mujer, ¿deverdad?

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LA IGUALDAD

En una casa normal y corriente donde la mujer hacía todas las tareasde casa, al hombre le pasó algo extraño, para que pudiera comprender quela mujer no puede hacer todas las tareas de casa como fregar, sacar labasura, etc.

Un día que creía que iba a ser como otro cualquiera, le pasó algo quesi lo contara lo meterían a un manicomio, y así empieza el cuento.

Eran las doce de una noche nubosa, una pareja se iba a echar a la cama,el hombre ya estaba durmiendo, a las dos de la madrugada el hombre, quese llamaba Juan, sintió como si estuviera en la nada, abrió los párpados, viotodo blanco, y de repente un ser se le acercó, tenía la mirada fría, erapequeñote, delgado y su vestimenta era hortera, le dijo a Juan –sígueme–,Juan estaba desorientado, y al final lo siguió. El ser lo llevó a una casa, vioa un hombre, y se dio cuenta de que tenía soledad. El hombre se dio lavuelta y vio que era él, el ser le dijo –ése eres tú por no haber ayudado a tumujer–. Juan vio que su mujer no podía hacer todas las tareas de casa yJuan comprendió que los hombres tenemos que ayudar en las tareas decasa, porque las mujeres no pueden hacer todo.

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“MARÍADOMÍNGUEZ”

RELATOS BREVES

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PREMIO DE RELATOS BREVES “MARÍA DOMÍNGUEZ”

1º María Luisa Frisa GraciaRelato: “Teresa y el mar”

2º Teresa Arpal GarcíaRelato: “Tú serás mi reina”

Accésit Chrystel Espún FrançoisRelato: “Vivo olvidando”

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PREMIOS RELATOS BREVES “MARÍA DOMÍNGUEZ”

TERESA Y EL MAR

“Barbastro, aunque quedaba muy lejos delfrente, ofrecía un aspecto desolado y maltrecho.Enjambres de milicianos con andrajosos uni-formes vagaban por las calles tratando de pro-tegerse contra el frío. En una tapia medio enruinas vi un cartel del año anterior que anun-ciaba que seis hermosos toros serían lidiados.¡Qué tristeza daban aquellos colores deslucidos!

George Orwel

“(…) los pueblos aragoneses son como fortale-zas, un amontonamiento de endebles casuchasde barro y piedra apiñadas en torno a la iglesia.Las casas no tienen jardines, sólo corrales en laparte trasera, donde unas escuálidas gallinaspatinan sobre una alfombra de estiércol demula”

Ramón J. Sender

JULIO, 1936

El sol tundía con latigazos de fuego y aún no estaba mediada lamañana.

En el bancal los hombres y mujeres se inclinaban sobre las mieses paji-zas, la hoz en la diestra, las espaldas aradas con surcos de sudor. El aireestaba quieto y el polvo de la siega escocía en la garganta.

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RELATOS BREVES

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Nada quedaba al resguardo de la calima.

Teresa se sabe rezagada cuando ve al marido incorporarse, secarse elsudor con la manga al tiempo que la mano en los riñones se duele de lapostura.

Ciego se lleva la misma mano a la frente haciendo de visera, le des-lumbra la luz que reverbera.

–Dichosa mujer –maldice y lanza un juramento que cae con la fuerzay la intención de las pedradas.

Ella intenta ir más deprisa, pero el abultamiento de su vientre se loimpide. Aquel hijo en las entrañas dificulta la labor. Siente una punzada yentona un ruego al Dios inmisericorde que preside sus vidas –¡que éste nose malogre!–.

Apenas se cumplían dos años de su casamiento.

El bronco mugido del motor de los camiones la devolvió a la realidad,desde allí no podía verlos, pero los que estaban trillando en las eras conta-ban que de un par de días a esta parte, desde que se había producido elAlzamiento, no cesaba el fluir de camiones llenos de milicianos que seencaminaban al frente de Huesca.

El 17 de julio de 1936 los militares más conservadores del Ejército sehabían levantado contra el gobierno de la República en Melilla (ya hacíavarias semanas que en las eras se vaticinaba y se esperaba que estallara laguerra), y al día siguiente se extendió a la Península.

El golpe militar, que pretendía dominar todo el territorio español, noalcanzó la rápida victoria esperada. Los sindicatos y partidos políticos deizquierda resistieron, el golpe se convirtió en una guerra civil y resistenciaen una revolución.

El 21 de julio se podía ya trazar una línea aproximada que dividía laszonas: buena parte de Huesca estaba ya controlada por el recién creadoComité de Milicias Antifascistas.

Fue un martes de finales de diciembre el día que conoció a su futuro esposo.Teresa lo recuerda bien porque el martes era el día de hacer la colada, y llevaba_30

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las manos y los antebrazos hinchados y enrojecidos de enjuagar la ropa de camaen el agua del río, que aviesa se hundía como alfileres en su carne, para des-pojarla de la ceniza que antes había esparcido para blanquearla.

Tenía dieciséis años y sabía que si no la habían puesto a servir era única-mente porque su madre la necesitaba para ayudarla con la casa y los pequeños.Había tres infantes, sus medio-hermanos, pues eran hijos del segundo matri-monio de la madre, de Constantina; que al quedar viuda y desvalida con cincohijos a su cargo, aceptó el arreglo al que llegaron sus padres y sus suegros decasarla con un hermano del difunto. No era mal acomodo, al fin y al cabo, nosería fácil encontrarle un marido que cargara con una mujer y cinco bocas queno eran suyas.

Ahora, de aquel primer matrimonio únicamente restaba Teresa en la casa;su hermana mayor se había casado y marchado a Acín; los dos varones estabande pastores en pueblos de las inmediaciones, y a Pilar y a Juana las habíanpuesto a servir en Jaca: la una de niñera y la otra con unas señoritas solteras demucho abolengo y confesión y misa en la catedral.

La noche antes de conocer a su esposo, Teresa había dormido mal, con unsueño inquieto y pesado. El cierzo lanzaba su estertor contra la casa, mientraslas contraventanas plañían, en las tinieblas un perro aullaba gemebundo y laenredadera de hielo y nieve del invierno se colaba por las rendijas de las pare-des, del suelo, atrapando la casa, haciéndola estremecer.

Desde hacía tres o cuatro años, desde que sus hermanos ya no vivían bajoel techo materno ya no dormía en el cuarto con los padres: ella y las dos niñasocupaban el otro dormitorio.

Había sido una mala noche. Teresa había soñado con lobos, con lobos quebajaban al llano; había buscado el cobijo del cuerpo de la hermana pequeña,de Manuela, con la que compartía el lecho.

En enero el sol apenas entibiaba la piel y se recogía pronto; aquella tardecuando su tío llegó ya casi era noche cerrada y lo hizo acompañado de dos hom-bres. Hombres de las montañas. Duros, tallados en piedra, renegridos y flacoscomo el pecado. Ambos llevaban el luto pintado en la cara y en la banda negraque lucían cosida de malas maneras en las mangas de los gabanes.

Callados, secos como tajos de cuchillo.

El más joven, el que parecía el hijo, daba vueltas entre las manos a laboina que se había quitado al entrar. Tras echar una ojeada a la cocina, donde 31_

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la madre y Teresa cosían al amparo del fuego y los pequeños jugaban, la escrutó;no podía apartar la vista de aquella trenza del grosor de un puño, con reflejosavellana y miel, que pasándole por encima del hombro descansaba sobre el senoy moría casi en la cintura. La acechaba y sus ojos tenían la oscuridad parda delas malas hierbas que crecen a la sombra.

El trato ya estaba sellado con un trago de vino antes de llegar a la casa:ellos buscaban una mujer para el hijo, que supliera a la madre recién sepul-tada, y en aquella casa lo que sobraban eran hembras y bocas que alimentar.Si Teresa no les convenía, bien podía hacerlo cualquiera de las dos mayores.

–Ésa es recia; yo creo que valdrá –dijo el que parecía el padre señalándola,tras intercambiar un gesto de entendimiento con el hijo.

Teresa sintió un escalofrío vertebrándole los huesos y se acordó de los loboscon los que había soñado. La madre soltó un gemido bajo, inútil, la voluntaddel marido era la que se imponía.

–Teresa, ven aquí –la llamó el tío para que pudieran verla más de cerca, yella se aproximó medrosa.

–Yo soy Santos –respondió el pretendiente sin moverse, como si tuviera lospies anclados al suelo. Continuaba mirándola fijo y ella, ante su cercanía, bajóla vista turbada por su ahínco, por su afán de hurgarle por dentro, de no dejarrecoveco libre.

Ya entonces Teresa supo que en su matrimonio tendrían más importancialas cosas no dichas, que las que dirían y harían.

Santos ni siquiera esperó al alumbramiento del hijo. Al terminar lasiega marchó voluntario a las milicias republicanas, no quiso dar oportu-nidad a que lo llamaran por su quinta.

–Son diez pesetas las que paga de jornal diario el Gobierno.

El padre asintió; como todos los demás. Contentos, ya que el jornaldiario trabajando en el campo era sólo de dos o tres pesetas; enfermos dela fiebre de la guerra.

Los mozos se marcharon al cuartel de Barbastro donde los vistieron demilicianos con pañuelos al cuello, de color azul con topos blancos, y des-_32

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filaban contentos, lanzando hurras y entonando cánticos como si se fuerande romería o a una fiesta; la instrucción la realizaron en la plaza de toros,en un agosto inclemente.

La suerte de Barbastro en el Alzamiento había sido contraria a la deHuesca y Jaca. En sus plazas y calles y frente al cuartel, se fue concentradouna gran cantidad de gente, muchos de ellos procedentes de los pueblosdel Bajo Cinca de fuerte implantación anarquista. Estos últimos, en susrespectivos pueblos, ya se habían hecho cargo de la situación cercando loscuarteles de la Guardia Civil y haciendo rendir a sus moradores.

El coronel Villalba, jefe de la guarnición barbastrense pasó todo el día18 y gran parte del 19 pendiente del teléfono para saber la marcha de losacontecimientos y decidir. Optó, por fin, casi en el último momento, norebelarse.

Al salir a la calle soldados y paisanos se fundieron en un abrazo frater-nal. Inmediatamente se comenzaron a organizar columnas que se dirigie-ron hacia Huesca. ¡A liberarla!, entonaban. Pero el asedio de la ciudad duróveinte largos meses –desde finales de julio de 1936 hasta el 25 de marzo de1938– el más largo que soportó ciudad española a lo largo de la guerra.

Sin los mozos el pueblo se quedó vacío, hueco, como un odre sin vino,como un pellejo. Poblado de viejos que lucían en el brazo la cinta rojacomo forma de demostrar adhesión a la república, madres demacradas quearrastraban los pies y la preocupación como fardos, perros perdidos y niñosajenos a todo en sus troterías. Únicamente Teresa mostraba una tranquili-dad por la ausencia del esposo que nadie, salvo el suegro, le reprochaba conmiradas esquivas y palabras mordidas.

Las noticias, sabedoras de la inutilidad de las letras para aquellos quelas desconocían, llegaban por el aire, de boca en boca, y el día que el bebécumplió dos semanas un vecino se acercó a decirles que el marido estabaen el Batallón 520, que formaba parte de la 130 Brigada.

–Luchan en la 43 División del Ejército Republicano, están en el frentedel Pirineo, por la zona de Otín, y la pardina de San Juan. Mandó recadode que le dijeran que qué había sido, si varón o hembra, y que si había sidovarón le pusieran Santos, como a él.

Teresa asintió, con el suegro delante era lo único que podía hacer, setragó las lágrimas y la nostalgia, pues ella había pensado nominarloRamón, como su padre. 33_

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Su padre era un hombre cariñoso que no escatimaba su afecto y a ella,que era la hija pequeña, la cogía en volandas y se la colgaba al cuello, unapierna por cada lado; Teresa estiraba la manita hacia las nubes, segura deque desde allí el cielo estaba muy, muy cerca y que podría rozarlo con lapunta de los dedos si se esforzaba.

Sabía que debía de obedecer su orden pero, a un tiempo, sentía que alllamarlo Santos, el marido le robaba también al hijo, a su tibia esperanzaen un mañana mejor.

Al igual que el cierzo barría embravecido las calles, la guerra habíadevorado a dentelladas la tranquila cotidianeidad. Nada perduraba. Ya enlas primeras semanas se disolvió el ayuntamiento y se constituyó el comitépara la puesta en funcionamiento de la colectividad. Ramiro, el hijo deRaquel, de Casa Marcos, lo presidía.

–A partir de ahora queda abolida la propiedad privada.

Ninguno entendía sus palabras, caracoleaban en sus oídos bellas einasibles, lejanas como espuma del mar.

–¡Compañeros, ya todo es de todos! Ahora explotaremos en común lastierras, el ganado, los animales de labranza y los medios de producción–explicaban entre vítores.

En diciembre de aquel primer año de guerra el Consejo Municipal deBarbastro emitió papel moneda de 1 y 2 pesetas con la inscripción“Consejo Comarcal y Local” de una tinta; en agosto de 1937 se volvierona emitir billetes, en esta ocasión de 0,25 ptas., 0,50 ptas. y 1 pta.

Los miembros de la colectividad organizaban las tareas agrícolas, laconstrucción de un pequeño refugio en la era de Ciprián, en la pared queda al camino, por si caían bombas, y administraban los productos obteni-dos: cereales, almendras, leche, carne…, pero, además, en ocasiones seentrevistaban con los “aguiluchos” –bandas y cuadrillas de incontroladosque recorrían los pueblos– para confeccionar listas negras de personas a lasque “dar el paseo” –terratenientes, caciques, personas de derechas…– yasesinar al cura._34

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Las reuniones se alargaban como la sombra del negro presentimientoque revoloteaba sobre el pueblo; se erguía un silencio espeso como la bilisque únicamente rompía algún cuervo saltando de rama en rama y emi-tiendo sus estridentes chillidos. Un temor ancestral, viejo como la mismatierra, mellaba los ánimos horadando la confianza. Nadie se creía lo sufi-cientemente a salvo de alguna antigua rencilla, de un odio oculto, de sersoliviantado.

En la iglesia, pequeña pero sólida construcción de piedra coronada conuna airosa espadaña, los bancos de baqueteada madera se apilaron desor-denadamente contra el altar, tapando las doradas y salomónicas columnasque servían de nicho a las policromadas figuras de los santos.

Huido el cura y privada de su primigenia función al haber sido supri-mido el culto y todo tipo de manifestaciones religiosas, fue convertida enel almacén donde se depositaban los productos agrícolas.

Hasta que una mañana de febrero, y sin que nadie lograra explicarsecómo ocurrió o por quién, la iglesia fue saqueada y las imágenes y elarchivo quemados.

El niño no pudo recibir cristiano bautizo y a ella, aunque nunca fuepía, le surgió en las entrañas un lamento tozudo al recordar las historias delos infantes no sacramentados que vagaban por el limbo. Y volvió a soñarcon lobos, con lobos que bajaban de las montañas.

Las nupcias sólo se postergaron el tiempo inexcusable de acomodarle unparco ajuar.

Marcharon a Jaca a adquirir el vestido negro que luciría en la ceremonia,y una vez ultimados los encargos se encaminaron escoltados por sus dos herma-nas mayores, que se dejaban la juventud y la sonrisa sirviendo, a encomendara Santa Orosia, que también casó y marchó lejos de sus gentes, el buen fin delcasamiento.

Circularon el perímetro de la jacobea catedral y ella, como la niña chicaque apenas había dejado atrás, barrió con un dedo travieso la reja de metalque aislaba el ábside meridional, con su ajedrezado jaqués, capiteles, paneci-llos y metopas. 35_

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Sus hermanas al reprenderla no pudieron evitar que el filo de la envidiaasomara infame a sus ojos. Teresa les hurtaba una oportunidad, al escabullirsede su destino, al maridar, mientras ellas aguardaban con sonrisas desangeladasy súplicas a San Antonio un pretendiente. Ella no se desollaría las manos y lavoluntad en casa ajena, ella tendría un hogar propio y un esposo al que unirseen las gélidas noches del invierno.

El día de las nupcias amaneció en un cielo gris sobre cieno, dando la razóna las alas de los cuervos que, durante toda la semana, habían doblado a muertoproclamando su lóbrega profecía.

Santos aguardaba de pie, aparentemente calmoso ante el retablo barroco.Las manos de gorrión en los bolsillos del traje para no delatar un temblor, lasentrañas de tierra oscura ardiéndole de expectación, los botones zarcos que eransus ojos fijos al frente, la sonrisa helada en un gesto extraño. Desde el momentoen que la vislumbró cosiendo al calor de la lumbre supo que sería suya y denadie más, que él sería el único que desharía aquella trenza del grosor de unpuño.

En la iglesia decenas de cirios prendían encarnando la pureza de la novia,decenas de volutas de humo negro trepaban hacia la cúpula enrareciendo elambiente.

Era la hora de al mediodía cuando Teresa arribó del brazo de su tío; en losbancos la familia y las chicas del pueblo se arremolinaban, las mujeres conmantón negro y los hombres con camisa blanca almidonada. Su madre llorabadespacio, mezclando en sus lágrimas la emoción por la inminente despedida, laesperanza en el futuro de la hija y el recuerdo de su propia boda, unos añosatrás, a las cuatro de la mañana, a escondidas de los ojos de los curiosos, comocorresponde a una viuda.

Teresa tenía miedo, una bola de congoja en el estómago; miedo de los ojosdel marido, de los ojos en los que adelante tendría que mirarse. Aun así hizolos votos con la voz serena y el convencimiento de que jamás los quebrantaría.

Al concluir la ceremonia, los convidados y mosén Juan acudieron a la toda-vía casa de Teresa, donde Constantina para homenajear el enlace había pre-parado un cocido con abundantes trozos de tocino que comieron mientras larecién casada mudaba el atavío.

Cuando Teresa estuvo preparada subieron en machos hasta las montañas,hasta el pueblo del marido, Conarve, que ella sólo conocía porque se vislum-braba a lo lejos, trepado al monte, cuando iba a cuidar de las vacas._36

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Aún en la levantadora, mientras los hombres se pasaban la bota mediadade vino tinto y recio que les encendía el ánimo y el rostro, y la algarabía y losestómagos llenos por el cordero asado, ella no podía olvidar los lobos con los quehabía soñado la noche antes de conocerlo.

Teresa traspasó resuelta el umbral de la que en adelante sería su morada.Amedrentada por el ajetreo del día y el ahogo que le estrangulaba la gargantadesde que el azar se había elevado a la categoría de vínculo uniéndola conaquel desconocido al que aún no se había atrevido a mirar de frente, pero cuyamano asiéndole la cintura para que no se cayera del macho le había quemadola piel.

Su suegro instaló a los convidados en las estancias del piso alto, y a los queno cupieron los acompañó a casa de un hermano.

Ella se despojó morosa del traje, lo dobló con mimo y lo guardó en el baúlque con sus pertenencias habían llevado hasta la casa unos días antes, asu-miendo que acababa de dejar atrás el único vínculo que la unía a su antiguavida.

Suspiró.

Frente a ella el lecho grande, sólidamente asentado sobre sus cuatro patastoscas y anchas como un tronco, que hasta ese día había pertenecido a su sue-gro y a la difunta esposa. Se enterró, sintiendo que la garganta se le cerraba unpoquito más y le costaba respirar, entre la frazada de las sábanas a aguardar asu esposo, al esposo y a la serpiente de un solo ojo de la que le había hablado lamadre ruborizada. Era como viajar a la deriva en una nave presidida por elcrucifijo.

DICIEMBRE, 1937

Trucaron a la puerta y al abrir se encontró frente a frente con un jovengrande y ancho como un buey, el hielo se le acumulaba en la barba demusgo enmarañado y la débil aguanieve que llevaba cayendo toda la tardeoscurecía el cabello empapado pegándoselo a la frente y las sienes. Los ojosllorosos, vidriosos por el frío. 37_

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Al hablar exhalaba bocanadas de vaho, como a fogonazos, de formaentrecortada y breve, niebla que conjuraba y hacía desaparecer con la habi-lidad de un prestidigitador.

–Me llamo Mateu. Me envía su suegro.

Teresa se hizo a un lado. Él, tras descargar en el suelo el pesado petateque antes escondía a la espalda se quedó quieto, con las botas embarradas,las manos, grandes como palas, colgando inútiles a los costados y el gabánchorreando cellisca y frío. Sin saber en qué ocuparse.

Los animales, en el pajar que se abría a la derecha, se inquietaron y lasovejas entonaron un balido nervioso. La bocanada fría que exhalaba la callelas alborotaba.

Teresa se decidió a cerrar la puerta, bajar los dos escalones y recorrer elmetro escaso que los separaba de la cocina.

–Acérquese al fuego –le indicó con la cabeza gacha.

El suelo era de tablas de madera, pulida a fuerza de despellejarse lasrodillas restregándola con un cepillo de púas, y convergían en una chami-nera, que se abría sobre el tejado de losa de la casa. Allí, a resguardo de unamala corriente, estaba el capazo con el hijo que dormía plácido su sueñoconfiado.

Teresa destapó el puchero que burbujeaba en las ascuas con un tristeguiso de patatas y garbanzos y llenó un cazo que vertió humeante en uncuenco.

El hombre lo sostuvo un momento entre sus manos grandes comopalas, entibiándolas, antes de beberlo despacio, a sorbos, empapándose delvaho que exhalaba, confortándose, pero sin poder apartar la vista de aque-lla desconocida, cuyos ojos, al reflejo de la candela, tenían sombras, y sóta-nos, y escaleras por los que perderse hacia abajo, hacia adentro. Dudandosi la calidez que sentía en los miembros se debía al líquido o a ella, pero sindudar que acababa de perder todas las patrias, de que ya sólo seguiría labandera de su nombre.

Ella sentía la fijeza de aquellos botones de cielo zarco, de primavera, deaquel hombre curtido por el sol que asalta en el camino y las navajas delcierzo, de aquel hombre de mandíbula poderosa, barba silvestre, cuello de toro, y hubo de arrimarse en el poyete del banco para no sucumbir en elmareo dulce que le sobrevino cuando al devolverle el cuenco rozó su mano._38

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Sentía que aquella mirada se le enganchaba igual que espejuelos en elalma, y hubo de darle la espalda para que él no se percatara. Nadie, nin-gún hombre, había vuelto a mirarla así desde aquella tarde, que parecía tanlejana, en que Santos y su padre acudieron a su casa a buscar esposa. Laintensidad era la misma, pero no la intención; ahora, aquel desconocido lohacía con una ternura que presagiaba serenidad, que no podía ser más dis-tante del ansia de posesión enfermiza del marido.

–¿Le ha dicho mi suegro dónde quiere que le acomode? –preguntó sinvolverse con un hilillo de voz, sofocada.

–Sólo me indicó cómo llegar a la casa.

Teresa lo precedió por las escaleras con un candil, percibiéndolo úni-camente dos o tres escalones por debajo de ella, sabiéndolo al alcance desu mano y sintiendo, con un aleteo de mariposas en el estómago, que aque-lla mirada no se separaba de ella.

Entornó la puerta de la habitación de la derecha para que entrara.

–Espero que se encuentre a gusto.

–No tengo ninguna duda de que así será– franco.

Uno frente al otro, Mateu sacándole un par de cabezas, pero sin per-der sus ojos bruñidos de oro negro, anhelante, trémulo, sintiendo un hor-migueo ante su proximidad, el aire que le quemaba en los pulmones y supoque no podría volver a respirar con normalidad en su presencia.

Los dos sin saber qué más decirse, pero sin querer separarse, deseandoalargar el momento, sin comprender ninguno de ellos qué era lo que lesocurría, por qué se comportaban de ese modo, a qué se debía aquel arrobo,aquel escalofrío, aquel súbito entusiasmo que los embargaba, ¡si sólo eranuna par de desconocidos!

El niño comenzó a llorar en el piso de abajo, era un llanto imperiosoque reclamaba a la madre.

–Tengo que bajar.

No necesitó girar la cabeza al bajar los escalones para saber que él laacariciaba con su mirada como despedida. Se sintió protegida, como si asu lado únicamente pudieran ocurrir cosas buenas, con una tranquilidadque no sentía desde hacía un par de años, desde que había salido del hogarde su madre. 39_

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Mateu militaba en el Partido Obrero de Unificación Marxista.

Hasta entonces otras compañías de milicianos, que como ellos llegabandel frente de Huesca para descansar, habían irrumpido en sus vidas, perolos del POUM eran diferentes: éstos venían buscando un asentamiento, unlugar donde quedarse.

Formaban parte de la División Lenin, que después pasaría a denomi-narse la 29; una división netamente obrera, revolucionaria, formada porlos mejores cuadros del POUM y de la JCI. En sus filas se encuadrabadesde el militante obrero, con largo historial de lucha por el triunfo delproletariado y que había sufrido persecuciones y prisiones, hasta el joventrabajador, inexperto en las luchas sociales pero que el 19 de julio se habíapuesto en pie en una avalancha de entusiasmo revolucionario.

Llegaron derrengados, entumecidos por las espinas del frío, hartos dechoclear el barro frío bajo los pies, de cabecear en las trincheras un tristesueño de dos en dos, espalda contra espalda envueltos en las dos mantas,que a la mañana amanecían chupidas de humedad, de oír silbar las balasperdidas, de que sus propias voces resonaran roncas y somnolientas, des-conocidas.

Los jefes establecieron su cuartel General en casa Marco, mientras quela tropa y las cocinas se conformaron con la abandonada casa del Párroco.

Algunos milicianos, los que disponían de dinero, propusieron pagar acambio de hospedaje. No exigían demasiado, un rincón donde depositarsus bártulos y equipajes y una cama donde yacer al terminar la jornada, siantes no les habían pegado un tiro. Fueron varias las casas particulares quese ofrecieron y así fue como su suegro lo envió a su puerta.

Mateu apenas contaba veinte años, uno más que Teresa, era de Sitgesy se había presentado voluntario en el cuartel de caballería de la calleTarragona en Barcelona, allí había comenzado el reclutamiento para mar-char al frente aragonés. Los encuadraron en la Columna “Lenin”, una delas que había organizado el Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña,de la que tomó el mando José Rovira, dotada de numerosas ametrallado-ras “Hokins” apresadas en los cuarteles._40

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Teresa y Mateu no volvieron a permanecer solos en la misma habita-ción, de eso se encargó el suegro. En ocasiones Mateu pasaba varios díasfuera, pero lo normal era que regresara a diario después del ángelus.

Ella lo aguardaba sentada en la cadiera, amamantando al tibio rollo decarne que era su hijo, y sonreía mientras sentía cómo él se sacudía el agua-nieve antes de despojarse del capote y pasar a la cocina.

Cuando Teresa se levantaba para atender sus menesteres él ocupaba susitio, impregnándose del calor que su cuerpo había despedido, de su olor,y la miraba con aquellos ojos de mar que era un bálsamo para las heridasinfringidas por el esposo. Sus ojos y sus palabras, porque lo que en Santosera silencios oscuros en Mateu eran palabras preñadas de sentimiento, desereno optimismo.

Teresa sentía, tontamente, que mientras él estuviera en su vida nadamalo podría sucederle.

Él liaba un cigarro con el suegro y le contaba del frente, aunque en rea-lidad su voz sólo tenía un destinatario: la mujer que se afanaba en prepa-rarle la cena en la otra punta de la cocina.

Les hablaba sobre todo de una centuria de voluntarios ingleses almando de un tal Kopp, que había agregado a su columna y entre los queestaba uno llamado George Orwell, que decía que era escritor; del trazadode sus trincheras escalonadas en zig-zag buscando los ángulos de tiro; de lanovedad de un lanzagranadas que se trajeron de Inglaterra, que catapultabalas bombas de mano a unos ochenta metros; de lo limpios y aseados quetenían los pasillos de los parapetos, las trincheras y las chabolas; de losrecodos plantados de flores y de la biblioteca… de las pocas cosas agrada-bles que la sangre y la muerte no cubrían.

Se callaba el olor a pólvora que se sobreponía a casi todo, incluso alsempiterno y viciado tufo de la muerte, de los cadáveres que se amonto-naban en las barricadas, en las calles, en los zaguanes de lo que habían sidosus hogares. Los cadáveres no podían ser retirados, porque no había treguay el frío preservaba los cuerpos. De que había que agradecer aquel frío quehelaba los huesos y los sabañones, porque todo era preferible a la calima ylos cuerpos descomponiéndose e hinchándose hasta que las facciones desa-parecían, adquiriendo un color morado cada vez más oscuro, inflándosecomo un odre y terminando por reventar, expulsando humores malignos yhaciendo su aparición los gusanos. 41_

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Prefería hablar de George Orwell y de los otros ingleses, porque noquería que la guerra traspasara la puerta de aquella casa.

Cuando la cena estaba lista se sentaban con el suegro alrededor de lamesa, cabizbajos, y sin más sonido que el de la cuchara de madera al tocarel plato.

Era un silencio espeso, turbio, que se les colaban entre los pliegues dela ropa como el relente, y todas las palabras no pronunciadas se les atra-gantaban en la garganta, y eran tantas las que callaban que se les escapabanhasta por las puntas de los dedos cuando se rozaban.

Y Teresa, todas las noches, desde que le abrió desprevenida la puerta sinsaber que en realidad le abría su vida, soñaba con un mar, que nunca vería,añil como sus pupilas, y se dejaba mecer por el abrazo de las olas, imagi-nando que eran sus manos de pescador las que la acunaban.

El niño venía de nalgas, avieso, se presentaba un parto difícil. Teresa,doblada por el peso de la barriga, llevaba todo el día masticando en silencio laspunzadas de dolor, sin atreverse a avisar. Era demasiado pronto, según suscuentas aún faltaban un par de meses largos para el alumbramiento, apenascumplía el medio año de casada.

A la hora del crepúsculo, con el rostro acalambrado por las contraccionespidió al marido que fuera a buscar a la partera, a la tía Sebastiana, que si ibamal ayudaba a morir, y si no a recoger al chico, asearlo y vestirlo.

No fue necesario ni atarle el melico, la niña nació asfixiada, morada yabotargada, diminuta, y Teresa quedó exangüe, mientras la vida casi se leescapa por el hilo de sangre que manaba entre sus piernas. Le pusieron una toa-lla bien prieta en la cintura y durante diez días hubo de guardar cama mien-tras las vecinas, apenadas, le traían un caldo espeso de gallina para querepusiera fuerzas.

A raíz del malogramiento la situación empeoró. Si bien el marido y el sue-gro ya eran hombres parcos, de largos silencios y mudos reproches, poco acos-tumbrados a bendiciones, de los que no se atreven a dirigir sus ojos hacia elcielo ni para rezar, porque de allí sólo llegan, siempre a destiempo, sequías ogranizadas; la muerte del bebé la sintieron como una canallada. Los habíanengañado con aquella mujer. La culparon a ella._42

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A partir de entonces el marido se volvió brusco, destemplado, y en todohallaba motivo de escarnio. Una noche, debido a la impaciencia, se abrasó lalengua con la sopa y agarrando el plato lo estrelló violentamente contra la pared. Teresa, muda y sobresaltada por su arrebato, se apresuró a recoger losfideos que escurrían hacia el suelo y el plato que mostraba un descascarilladonegro.

No atendía a sus maldiciones, se hallaba demasiado asustada.

–¿Es que no me oyes? –bramó el marido, mientras el padre, impasible, aga-rrando la cuchara con el puño de la diestra y un cacho de pan en la zurda con-tinuaba cenando.

Ella, arrodillada en el suelo, afirmaba con la cabeza, pero no le contestabaporque no encontraba la voz para hacerlo (de vez en cuando Santos llegaba dela taberna tambaleándose, la insultaba, le decía que era una puerca, que sabíaque le gustaba que la miraran otros hombres, que los provocaba y terminabapropinándole alguna trompada, por lo que comenzaron a ser frecuentes losempellones, los cardenales, los verdugones); ya había aprendido a reconocer los preámbulos; creía que lo mejor era callar y rezar porque todo terminaracuanto antes.

No se dio cuenta de que esta vez iba a ser diferente, de que él buscaba unescarmiento por algo que ella ignoraba y de lo que era inocente. No sabía quesu marido estaba enfermo, enfermo de celos, y que no era la primera vez, que ése era el motivo por el que había tenido que ir tan lejos a maridar.

Santos se llegó hasta ella, sus botas a la altura de su rostro.

–¿No me oyes, puerca?

La palabra le provocó un escalofrío, se replegó sobre sí misma intentandoprotegerse de los golpes, pero él la agarró de la trenza y tiró de ella hasta que lahizo poner de pie salvajemente. Asiéndola del cuello enfrentó su cara con la suya.

–¿Crees que no lo sé?, ¿que no sé lo que haces?

Cogió el cuchillo de mango de madera, el de la hoja de un palmo, queestaba sobre la mesa y Teresa pensó que iba a morir, creyó que la iba a degollarde un tajo, pero se equivocó: lo que tajó fue su trenza, y después agarrándole amechones el pelo que le quedaba se lo fue desmochando. Al terminar su furiaparecía haberse mitigado. 43_

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Más sosegado, pero todavía con aquellos ojos pardos como alimañas, lallevó al dormitorio a empujones y la tiró sobre el lecho.

–Tienes ganas de hombre, ¿verdad?, pues yo te las voy a quitar, ¡te juro quete las voy a quitar! le dijo soltándose el cinturón y bajándose los pantalones.

En los mentideros decían que de puertas para adentro sólo a uno incumbelo que ocurre en su casa.

Y Teresa aprendió a tragarse el miedo a sorbos.

Los aguiluchos llegaron de noche. Las manos se les crisparon cuandooyeron parar el motor de la furgoneta delante de su puerta. No presagia-ban nada bueno. Teresa sintió que la sangre se le agolpaba en las venas, quehasta respirar se le olvidaba temiendo que pudiera ser el marido.

–Tú vienes con nosotros –dijeron señalando al suegro, y sus palabrassabían a acíbar.

No conocían a ninguno, únicamente al Luis, de casa Garcés, que seobstinaba en mirarse las enlodadas albarcas de goma, y que llevaba la cer-viz tan gacha y los hombros tan replegados, intentando inútilmente enco-gerse sobre sí mismo que destacaba como plumaje negro de cuervo sobrela nieve.

El suegro lanzó por lo bajo un par de insultos mordidos, con el gestocrispado, los puños cerrados y un sudor frío y viscoso bajándole por laespalda, empapándole el cuerpo flaco de pobre. Digno, con la cabeza alta,sin pedir explicaciones por los comentos o las patrañas que los habían ins-tigado, sin suplicar y sin encomendarse ni a Dios.

Cuando ya salía, a modo de despedida ordenó a Teresa, con el mismotono desabrido en que siempre se dirigía a ella, que mandará recado al hijo,y Teresa no pudo evitar una punzada de compasión por él, por lo que leaguardaba.

Una semana más tarde hallaron unos chicos su cadáver en el cauce secodel río con la cabeza abierta contra un risco y en las muñecas marcas deligaduras._44

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Le dieron sepultura en el mismo nicho que a su esposa. Sólo Teresa yun puñado de vecinos se atrevieron a acompañarlo en su último viaje, losdemás no querían que pudieran relacionarlos con un represariado, no que-rían dar motivos…

Teresa pensó por primera vez en la madre de Santos, en si aquella mujertambién habría sufrido los mismos padecimientos que ella a manos de sumarido, y recordando la tranquilidad con la que el suegro cenaba mientrasa ella la golpeaban comprendió que seguramente estaba en lo cierto.

Notó una opresión en el pecho al comprender que ni en la muertepodría separarse de Santos.

Con la ausencia del suegro regresaron las palabras, y Mateu le hablabade su hogar en el mar, y de Barcelona y de Andrés Nin y de que la guerraeran troneras, descampados y paisajes sin árboles, mientras los ojos se leenturbiaban por la cercanía de su piel.

Teresa se dejaba embriagar por su voz quebrada mientras el aire seinflamaba con la espera y los sentidos se arrobaban y, sofocada y con lasmejillas encendidas, sentía que le costaba respirar y que sus poros exhala-ban fuego. Y cada vez que él pasaba, rozándola, cada vez que se despedíadesde el quicio de la puerta, cada vez que pronunciaba su nombre, sentíaun trémulo estremecimiento de hoja en otoño que la hacía palpitar y sen-tir que, después de todo, tal vez la vida mereciera la pena.

La gente cuchicheaba, las mismas personas que no habían hecho nadapara ayudarla cuando apareció con la cabeza a trasquilones, o con algúnverdugón en el rostro o con el ojo cárdeno. En el río las mujeres decían queno estaba bien que una mujer casada y un hombre joven vivieran solos bajoel mismo techo; en los carasoles, los viejos murmuraban que a lo mejor nole faltaba razón al Santos cuando le levantaba la mano; y Teresa sentía quepor primera vez estaba viva, y que cuando se enterara el marido, porque nodudaba de que lo haría, la mataría, pero que merecía la pena respirar contodo el pecho a aquella vida de miserias que había conocido a su lado.

Hasta que una noche Mateu, con dedos temblorosos, se atrevió a des-hacer los gruesos nudos de sus trenzas cortas de niña chica, y hundió sucabeza en su melena y ella lo empujó sin empujarlo, las manos en su pecho, 45_

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primero queriendo apartarlo y luego agarrándolo de la camisa, apretandoen un puñado la tela, bebiendo su aliento.

Teresa descubrió que los labios de Mateo aún mantenían una sutil salo-bridad, que sus manos al recorrer su carne convertían sus huesos en gela-tina blanda que se rendía a su contacto, que su olor se componía depólvora y sudor, y conoció la ternura y que ella también podía germinarcomo la yemas de la ramas de los árboles en primavera.

Aquella noche Mateu dijo su nombre despacio, paladeándolo,sabiendo que esas tres sílabas encerraban toda su patria, y lo dijo con vozpalpitante y no con la voz de nombrar a un muerto como el marido.

Juntos perdieron tantas cosas que casi olvidaron que alguna vez lahabían tenido: Teresa su marido y Mateu unos ideales por lo que entregarla vida si era necesario.

Y cuando estaba con otras personas, hasta en el silencio, había unamirada, una mano en la suya, y en la mirada y en la piel vivía la promesade otro tiempo, de un tiempo en el que la pólvora y la guerra sólo viviríanen la memoria, y serían libres de partir.

JUNIO, 1937

Cuando llegaron el sol todavía se columpiaba en el rocío.

Las entrañas de los camiones vomitaron un par de docenas de milicia-nos fuertemente armados. A patadas irrumpieron en casa Marco, desar-maron a todos los Jefes y combatientes del POUM y requisaron sus armasy pertrechos de guerra. Ellos se debatían confusos, ignorantes de lo ocu-rrido en Barcelona unos días antes.

El 16 de junio, una brigada de la policía estalinista, controlada y diri-gida por agentes de la GUP rusa, había dado un golpe contra el POUM,sus dirigentes, sus locales y sus medios de expresión, sirviéndose de losresortes del aparato del Estado. Andreu Nin y la mayor parte de los diri-gentes del POUM habían sido detenidos y secuestrados sin que las autori-dades de la Generalitat de Cataluña fueran advertidas ni consultadas. ANin lo habían trasladado rápidamente a Alcalá de Henares donde fue tor-turado y asesinado._46

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Evidentemente, para justificar semejantes desmanes y el crimen come-tido con Nin, la prensa estalinista, tras unos días de vacilaciones, lanzó unacampaña infamante presentando a los dirigentes del POUM como “espías”y “agentes de Franco”.

El tumulto iba en aumento mientras los unos se rebelaban amagandodesafíos y los otros proferían bramidos y vociferaban ultimátum. El inusi-tado clamor anegaba el pueblo, derramándose por las calles, arrastrándosepor debajo de los quicios de las puertas, filtrándose por los alféizares. Losmás prudentes escudriñaban, desde la seguridad de sus hogares, por lasgrietas, pero otros tantos se llegaron hasta allí.

Los milicianos, recelando de la tremolina, se apresuraban a subirlos alas traseras de los camiones a punta de pistola y fusil. Temían la proximi-dad de las dos divisiones de la CNT cercanas a la de Mateu: la 28, antigua“Ascaso” y la 26 antigua “Durruti”.

Rovira ya había sido detenido, aunque unos días más tarde sería libe-rado por orden de Indalecio Prieto, ministro socialista de Defensa.

Teresa, con la comezón de un negro presentimiento en las tripas, llegóa la carrera con el hijo apoyado en la ijada. Llegó a tiempo de distinguir aMateu de entre los encañonados que esperaban a que los subieran alcamión; Mateu que sacaba una cabeza a los demás compañeros y quemiraba ansioso, poniendo el alma en el intento, la calle por la que ella teníaque bajar.

Al verla se salió de la fila y sus labios besaron los de cereza de Teresa, ala vista de los maldicientes, sin importar otra cosa que ellos mismos, queese instante.

–Te juro que volveré a por ti, te lo juro –le prometió con su voz deespuma al tiempo que dos milicianos lo volvían a su posición y le obliga-ban a doblar la testuz para meterlo en el camión.

Teresa lo creyó.

Aún hubo tiempo para que una última mirada se derramara sobre ella,tiñéndola de añil mientras andaba detrás de la estela del camión, mirandocómo el vehículo se alejaba cabeceando, llevándose su vida.

Cuando ya hasta la polvareda que había levantado el camión al cogerla curva del río había desaparecido, Teresa regresó a la casa del marido. Lahizo con la cabeza gacha, no porque temiera lo que pudiera adivinar en los 47_

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rostros de sus vecinos, sino por temor a que mancharan con su maledi-cencia el regalo de esa última mirada.

Tranquila, porque él le había dicho que volvería y ella sabía que éljamás juraba en falso. Esperó uno, dos, tres días, una semana, y al comen-zar la tercera recogió todas las cosas de Mateu en el petate que había traídoconsigo aquel primer día cuando su suegro lo envió a la casa.

Tranquila, sabiendo que él volvería a buscarla, y se preparó para espe-rarlo todo el tiempo que hiciera falta.

Ya antes de la detención hacía tiempo que la división 29 no recibía niropa ni armamento ni municiones. Algunos soldados, entre ellos Mateu,tenían como arma, por falta de “Mausers” o “Mosquetones”, un fusil“Winchester” mejicano que debía proceder de las huestes de “PanchoVilla”.

De unos meses a esa parte Mateu tenía el barrunto de que algo noandaba bien, pero no había querido preocupar a Teresa. La guerra, comosiempre, debía quedar en el umbral de la casa.

El Gobierno de Valencia urdió un plan; urgía desmantelar y suprimiraquella división que tanto molestaba a los de Moscú (que habían amena-zado con cesar toda ayuda si no hacía lo que ellos mandaban).

Con el pretexto de aliviar la presión que Franco estaba ejerciendo sobreBilbao en el frente vasco, se planeó una ofensiva sobre la capital de Huescaque correría a cargo inicialmente de las fuerzas del POUM en solitario. Silas fuerzas del POUM solas, compuestas por unos tres mil voluntarios y elbatallón Rojo de choque, la mejor fuerza de la división 29, se salían con lasuya y conseguían entrar en la capital, inmediatamente entrarían las demásfuerzas colindantes para poder minimizar su éxito. Si no se conseguía, lasbrigadas del recién estrenado Ejercito Popular permanecerían quietas espe-rando el exterminio de la maldita división. Dejaban la labor de desarme enmanos de Franco.

Seis días después (en los que había desaparecido su artillería y aviación,y la enemiga se desató sobre sus posiciones machacando al mismo tiempoque intentaban un embate con densa preparación artillera, ataques de loscazas a vuelos rasantes y el bombardeo de las posiciones por doce “Junkers”_48

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y otra docena de “Saboyas”) las fuerzas de la brigadas 131 y 132 los rele-varon de sus posiciones entre el sector del cementerio y el Carrascal en elsemi-cerco de la capital.

De la compañía únicamente sobrevivían unos sesenta hombres, entreellos Mateu que se aferraba a la vida con todas sus fuerzas, dispuesto acumplir lo prometido.

JUNIO, 1939

El marido la recibió con un manotazo certero. De la trompada Teresacayó al suelo sangrando por el oído y la nariz. No le extrañó encontrarloallí, le había dado alcance el lobo curtido que desde hacía una semana laacechaba en sueños, un lobo de estómago cicatrizado por las pesadumbres,las cejas espesas, fruncidas, la mirada que son colmillos.

Era su desquite, llevaba meses paladeándolo, aguardándolo. Fue en el38 al ser expulsados a Francia desde la “Bolsa de Bielsa”, cuando en el revuelto de compañías y soldados, con el chusco de pan y el paquete detabaco que les habían dado en la mano, coincidió con Francisco de casaConrado. Francisco, que era un buen amigo, se lo dijo: La Teresa ha estadoviviendo con otro.

Sintió emponzoñársele la sangre y, si no descarga la rabia en aquelpuñetazo que le fracturó dos tendones obligándole a llevar la mano fajadaun mes, se hubiera ahogado en bilis.

Se pasó al bando nacional pues el pueblo ya había sido tomado porFranco y creyó que de esa forma sería más sencillo el reencuentro. Enmarzo de 1938 se había producido el avance definitivo de los nacionalesdesde Huesca y Estrecho Quinto hacia Barbastro. Las tropas naciona-les habían entrado en Conarbe a mediados de abril.

Unos días antes de que llegaran, habían corrido rumores de que se que-ría hacer una línea de contención con trincheras para retrasar el avance delenemigo y dar tiempo al repliegue de los soldados que procedentesdel frente se retiraban en desbandada hacia Cataluña. No llegó a conver-tirse en realidad. La mayoría de los habitantes de Conarbe, principalmentemujeres, niños y ancianos, habían decidido esperar la llegada de los nacio-nales en la entrada del pueblo; varias familias se habían escabullido, lle- 49_

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vándose en los carros cuanto pudieron, a una caseta al monte, hasta laen-trada de los nacionales, y allí habían visto pasar por delante de ellos a lossoldados del ejército republicano en desbandada hacia el este, demacrados,medio descalzos y muertos de hambre. Teresa fue una de las pocas quehabía permanecido en su casa.

Tranquila, esperando.

De vez en cuando se habían oído silbar las balas perdidas, ella mirabaobstinadamente el petate de Mateu y el hijo le preguntaba con su lenguade trapo: mami, ¿po qué lloras?

Santos se pasó a los nacionales, pero el camino que tomó estaba col-mado de recovecos: permaneció un mes en un campo de concentraciónhasta que llegaron avales, y de allí lo metieron en una bandera de falangeen la Batalla del Ebro, después fue a “liberar” Cataluña y de allí 6 días y 6noches en tren a Ávila. De batalla en batalla, combatiendo todos los días,tres años sin descalzarse para dormir, mascando el miedo, el hambre, lamuerte, pero sin olvidar ni un solo instante el ultraje.

Desde que el 18 de junio lo licenciaron en Tomelloso y se subió a aqueltren, sintió que la opresión del pecho se aliviaba, que se acercaba elmomento.

La observó desde arriba, todavía conservaba en la garganta el sabor delúltimo trago de vino, y en las entrañas de tierra oscura la hiel de la ven-ganza.

–Zorra –le espetó.

Las lágrimas acudieron de golpe, igual que un vómito, a Teresa le doliómás la injuria que las patadas que le siguieron y que le fueron entume-ciendo las tripas.

AGOSTO, 1947

Hacía varios días que acechaban el pueblo. Era un pequeño grupo for-mado por siete miembros. Maquis armados con metralletas, desarrapados,tocados con sombreros de fieltro, con barbas de varios días oscureciéndo-les la faz, los ojos abotargados por la falta de sueño._50

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Los Maquis eran guerrillas compuestas por soldados republicanos quese exiliaron a Francia al termino de la Guerra Civil Española, pues Francoal recibir a la Junta Técnica de Acción Católica había hecho una declara-ción de intenciones: “Es nuestra tarea, ahora, recristianizar nuestranación”.

Muchos de los exilados se integraron en las fuerzas de resistencia fran-cesa (maquisards) frente a los alemanes, y una vez finalizada la II GuerraMundial, fueron enviados a España para luchar contra el régimen fran-quista. Ahora el desánimo les roía las entrañas, creían que al entrar enEspaña el pueblo se levantaría en armas y que los aliados les ayudarían,pero no fue así.

Se encontraban convertidos de libertadores en bandoleros, embosca-dos y moviéndose por caminos de contrabandistas, estrechos como cuchi-lladas, que hendían las majestuosas cumbres pirenaicas.

Una vez consumida la esperanza únicamente les restaba una cosa porhacer antes de exiliarse: regresar a sus pueblos por última vez, unos paraestrechar una despedida y otros para colmar una venganza o un escar-miento.

Mateu era uno de ellos, la pierna derecha surcada por un ancho ven-daje marrón de sangre vieja le hacía renquear, el cansancio de tantas gue-rras le pudría los huesos, pero aun así el tajo negro del flequillo no llegabaa ocultarle el anhelo de la mirada, ¡después de tanto tiempo!

Llegó a la puerta, a la puerta que tan bien conocía, aquella en la quepor vez primera vio a Teresa, y conteniendo la emoción trucó.

Le abrió un muchacho alto, espigado, serio, con los rasgos de ella cin-celados en el rostro; a Mateu se le secó la boca, y sólo acertó a balbucir sunombre: Teresa.

El muchacho regresó al poco pidiéndole que le siguiera, y volvió acaminar los mismos pasos que tantas veces había andado pero, sentado enla cadiera, en vez de la mujer había un hombre que sujetaba un rifle.

–Hijo de puta, no sabes el tiempo que llevo esperándote.

No dudó de que estaba frente al marido, al que, sin desearle ningúnmal, muchas veces había imaginado muerto en la guerra, y de que el otrotambién sabía quién era él. 51_

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Había contemplado demasiadas veces la muerte pintada en las pupilasde un hombre como para no reconocerlas en las de aquél. Se abalanzósobre él mientras el disparo le alcanzaba en el costado izquierdo, y, aunherido, su corpachón de toro se impuso.

Mateu lo derribó a mamporrazos, y mientras el fantoche, que inten-taba tragarse los gemidos, los mocos y la sangre, tremulento, se esforzabaal menos por arrodillarse, pidió dónde estaba Teresa.

–Sígame –dijo el hijo tras ayudar al padre a incorporarse.

Lo condujo fuera del pueblo, por un declive de esmeralda relucientehasta una tapia encalada. Mateu tuvo que apoyarse en el muchacho amodo de cayado, pues la sangre ya empapaba con caprichos trazados la telade la camisa y el aire le abrasaba en los pulmones, para realizar el últimotramo.

En la lápida en que se detuvieron decía que llevaba ocho años de bús-queda inútil. Cayó hincado de rodillas para desplomarse después sobre latierra sintiendo el frío calarle, el escalofrío del desenlace.

No quiso estar en ningún otro lugar de la tierra, feliz de haber alcan-zado la patria pues sus ojos empañados de muerte confundieron los rasgosdel hijo con los de la madre, y tras escupir un cuajarón de sangre farfulló:te dije que volvería a buscarte.

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PREMIOS RELATOS BREVES “MARÍA DOMÍNGUEZ”

TÚ SERÁS MI REINA

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La mujer alargó el brazo para alcanzar la bolsa de sardinas que le entre-gaba el pescadero, en ese mismo instante sonó el móvil. Del brazo que lequedaba libre colgaba la cesta de la compra y el bolso, en la mano portabael monedero. Si soltaba el hatillo de pescado, rebozaría su contenido antesde llegar a casa, si se desprendía del monedero caería su contenido. Así quese decidió por bajar rápidamente la cesta, meterlo todo dentro y buscar atoda velocidad el teléfono. Lástima que tuviera que remover dentro, por-que hubo de quitar el estuche de las gafas, un pequeño neceser, la agenda,la libreta de la lista de la compra, dos paquetes de pañuelos de papel y otrode toallitas húmedas, un llavero con las llaves de su casa, otro con las lla-ves del apartamento de su hijo y las llaves del coche. Una bolsita de plás-tico conteniendo hilo para coser y botones que había comprado en lamercería. Llevaba también el reloj de pulsera de su hija al que le acababande cambiar la pila y el ticket del aparcamiento. Pero no conseguía palparel objeto que con una melodía de la ópera Carmen, la estaba sacando dequicio. Al final se hizo con él, pero dejó de sonar. Preocupada siguió hur-gando en la heterogénea mezcolanza de cosas que había en la cesta, sofo-cada apartó las sardinas que como si hubieran resucitado salían de la bocadel paquete, localizó el saquito donde guardaba las gafas de vista cansada,se las colocó haciendo un mohín de desagrado y con paciencia apretó lasteclas del teléfono para saber quién la había llamado. En ello estaba cuandoel aparatito volvió a sonar. Aliviada descolgó: –¿Se puede saber dónde te

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has metido?–. El tono alterado de la voz de su marido al otro lado, la pillódesprevenida. Balbuceando respondió: –Estoy en la pescadería, ¿ha pasadoalgo?

–¡Que si pasa! ¡Llego de viaje a mi casa, tu no estás y no puedo entrar!¡Te llamo y no coges el teléfono! ¿Me puedes explicar para qué lo quieres?

–¿Y tus llaves? ¿Las has perdido?

–¡Lo que yo haya hecho con mis llaves no es asunto tuyo, tengo otrascosas en las que pensar! ¡Ven a casa ya!

La comunicación se cortó, Susana metió la mano de nuevo dentro dela cesta dejando las gafas y tanteando las llaves del coche que adivinóimpregnadas de olor a sardina. Con el justificante de la plaza de estacio-namiento y un billete de veinte euros se dirigió a la máquina para pagar ypoder salir de allí.

La mujer contuvo a duras penas las irrefrenables ganas de llorar. Estabadolida y confusa. A Fernando no le esperaba hasta la noche, ella habíasalido para hacer la compra; ni siquiera, como otros días, se pasó por lacafetería, ni charló con nadie. ¿Por qué tenía que gritarle así su marido? ¿Aqué venían tantas prisas y con ese tono? ¡Si es que no podía faltar de casa!¿Y por qué no?

En el trayecto se dio ánimos y pensó que podía haber sido peor si élestuviera con ella y fuera su copiloto. “¡Cambia!, ¡adelanta!, ¡cuidado!,¡para!, ¡pon el intermitente!, ¡a la derecha!, ¡frena!”. A su lado se sentíacomo una niña pequeña a la que llevan de la mano, ni él ni sus hijos pare-cían recordar que para conducir el coche había aprobado un examen.

Susana aparcó en la puerta de su hogar, pero no pudo sacar la compraporque desde el portal su marido la apremiaba para que le abriera lapuerta, en lugar de acercarse él a coger las llaves. Fernando entró como unaexhalación dejándola con la palabra en la boca. Mientras esperaba una dis-culpa por su actitud, o tal vez una explicación, ella limpió escrupulosa-mente todos y cada uno de los objetos que por proximidad o simpatíahubieran adquirido cierto olor a pescado. Después preparó la comida yesperó a que su marido tuviera ganas de sentarse en la mesa, como hacíasiempre que él estaba en casa.

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No había rincón de la casa al que Susana no alcanzase con su dedo, oun apéndice del mismo en forma de escoba, bayeta, fregona, cepillo o plu-mero. El suelo (fuera de cerámica, terrazo, mármol, parqué o moqueta)daba fe de su diligencia mostrando una limpieza inmaculada. De los sani-tarios emanaba un olor asociado a la higiene y en la cocina el orden lo resi-día todo. Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa, tal era la máximaque ella aplicaba a cualquiera de las actividades que desarrollaba en suhogar y en su vida, que en este caso viene a ser lo mismo.

Era su obligación, su deber y penitencia, pero, sobre todo, era el orgu-llo de ama de casa eficiente lo que se mostraba ante los ojos de propios yextraños. Sólo ella sabía que ese logro nacía de su disciplina y abnegación,combinadas con gran dosis de histerismo y hasta obsesión que, utilizadaterapéuticamente, la mantenía ocupada cada día, cada hora, cadaminuto…

La inmediata y obvia consecuencia de esa pertinaz meticulosidad eraun reino listo para exhaustiva evaluación o inesperada visita. El extrañodebía asombrarse ante su obra, su hogar era un kósmos y no un cháos. A tra-vés de ese equilibrio físico Susana pretendía alcanzar el espiritual.Necesitaba buscarlo a cada instante como hicieron los primeros filósofos,el arjé era su meta sin ella saberlo. Pero la atareada madre nada sabía de lasteorías que han ocupado durante siglos a los pensadores, con toda proba-bilidad desconocía quién era Platón y no había leído sus obras. Susana seconformaba con transmitir a los demás un mensaje: que era útil. Ella eracapaz, a pesar de sus tribulaciones, de construir un nido confortable dondetodo el mundo se sintiese a salvo y feliz.

Desde niña le enseñaron a mirar a los hombres desde abajo, los varo-nes mandaban, las mujeres callaban y obedecían; primero al padre, despuésal marido. Ella por su condición de fémina estaba predispuesta a no ponerreparos a ese postulado. Tanto su madre como su abuela, así como el restodel sexo femenino del clan, se habían comportado como si fuera una nece-sidad inexcusable saber en todo momento qué se esperaba de ellas y reali-zarlo; por lo que tenía muy presente, cual espada de Damocles, lo quepodría pensar cualquier invitado que llegase a su casa y encontrase, porejemplo: un jarrón fuera de sitio, un cuadro desequilibrado o restos depelos sobre las alfombras. Un descuido, y su marido (lo mismo queDionisio, tirano de Siracusa) se hubiera sentido ofendido. Así pues, siemprese mantenía en guardia provista del último producto milagroso que disol- 55_

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viera la grasa, hiciera desaparecer la cal, abrillantara el alicatado o perfu-mara (enmascarando de forma elegante algún efluvio inconveniente) cual-quier ámbito de su querido hogar. Por tales motivos, y para aligerar suinterminable trabajo, quedaba terminantemente prohibido el acceso a su feudo de cualquier ser vivo que no fuese racional, y no se hacía excep-ción con las plantas que únicamente tenían permiso de residencia en el jar-dín, ya que, según Susana, las hormigas, moscas, pulgones, mosquitos yotras plagas solían pulular en los vegetales, y no estaba dispuesta a tolerarla minúscula y dañina intromisión que supone convivir con insectos queno han sido requeridos; por lo tanto, en el inmueble, sólo entraban huma-nos; y si existían atisbos de suciedad en sus cuerpos, era mejor que lo hicie-ran por la puerta trasera, so pena de contemplar la iracunda mirada que ladueña del recinto solía lanzar a los poseedores de pies embarrados, moja-dos o despistados, que habían tenido la insolencia de tropezarse con dese-chos que debieran haber sido evitados.

Esas pautas de conducta, así como diversas normas que consensuadashubieran aligerado el trabajo doméstico, no eran cumplidas por los súbdi-tos de su reino que, a pesar de sus ruegos, seguían sin oír sus consejos ymirando hacia otro lado cuando ella les reprochaba su mal hacer. Todo hayque decirlo: Susana veía y callaba; tan sólo cuando no podía más les gri-taba quejándose de su falta de colaboración; pero, en esos instantes deimpotencia y cansancio, su mente no sabía hilvanar argumentos de pesocon los que derrotar a sus contrincantes, que siempre encontraban excusaspara disculparse y repetirle: “que era obligación suya responder de la lim-pieza de su lar”. Y, la abnegada mujer, tragándose las lágrimas que brota-ban de sus ojos, volvía, sin prisa pero sin pausa, a lustrar suelos, muebles yenseres que otros habían manchado (sin preguntarse el porqué de su servi-lismo, ni plantearse el abuso del que era objeto). El orden de la casa semantenía a salvo, resistiendo una vez más los indiscriminados ataques delas tribus bárbaras, mamá estaba allí para defenderlo.

De vez en cuando, solía darse un respiro y aprovechaba el espacio detiempo que transcurre desde la última compra de la mañana hasta la horaprevista para cocinar el almuerzo. Se sentaba en la cafetería del centrocomercial junto a otras sufridoras y, mientras saboreaba un café (largo,solo, descafeinado y con sacarina), daba rienda suelta a sus quejas que eranrecibidas con gestos de asentimiento por parte de las oyentes (mujeres que,con ligeras matizaciones, podrían haber relatado los mismos episodios defrustración y desesperanza). Lo malo de esos momentos de sinceridad eran_56

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los remordimientos de conciencia que la perseguían después. “¿Por quédebían saber los demás lo mal que se sentía? ¿Qué pensarían de su familiay, sobre todo, de ella?¿Acaso no era responsabilidad suya educar bien a sushijos y conseguir de su marido, utilizando tácticas femeninas, la colabora-ción pretendida? ¿Dónde estaba el fallo? ¿Qué pie habría de añadirse a sumesa que mantuviera el equilibrio suficiente para que sus esfuerzos no secayeran al vacío?”

¡Sí!, vacío era lo que sentía en su alma y en el fondo del estómagocuando tragaba sus iras y mascaba sus enojos, despojada de la valentía sufi-ciente para escupirlos en voz alta. Conduciendo el coche cargado de bol-sas o sentada en el autobús de línea sujetando el carro de la compra repletode comida, no se le ocurría más respuesta que autoconvencerse de que sufamilia tenía razón: sin duda, el fallo estaba en ella.

Susana, en lugar de soltar lastre, regresaba a su hogar angustiada y cul-pable y se veía más pequeña y miserable por haber denunciado, aunquefuera levemente, aquellos momentos en los que se sentía superada por larealidad e incluso por la lógica.

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–¿En esta casa cuándo se come?

Fernando estaba parado en el quicio de la puerta de la cocina, lamiraba con gesto enfadado, ella se levantó y dijo:

–¡Cuando tú quieras, te estaba esperando!

–¡Sácame una bandeja al comedor, nada de eso que huelo por ahí!Prepárame una tortilla francesa y una ensalada, me fríes una croquetas, meabres una cerveza, y luego me pelas y troceas unos melocotones. Quiero verlas noticias tranquilo, estoy muy cansado. No te olvides de hacer bien latortilla, ¡ya sabes cómo me gusta!

Susana se preguntó si él se habría preguntado si ella tenía apetito, si ellaquería comer con él, si ella debía hablar con él y si ella estaría dispuesta acomplacerlo. En esas estaba cuando su marido regresó al punto de partida.

–¡Acuérdate de arreglarme la ropa, mañana me voy! 57_

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–¿Dónde está la ropa?

–¡En la maleta!

–¿Dónde está la maleta?

coche! Y no me preguntes dónde está el coche que lo has visto al llegar.¡Ah, por cierto, cuando termines te daré unos papeles para que los pases alordenador!, ¡tú ya sabes que escribes más rápido que yo!

Desde los primeros días de su matrimonio (quizás antes) Susi, influen-ciada por el entorno y por su forma de pensar, se propuso ser una esposamodelo: fiel, dócil y hacendosa. Leía con avidez, tratando de suplir susdeficiencias, cuantos artículos salían en la revistas sobre la convivencia enpareja (tema sobre el que ignoraba casi todo) y coleccionó fascículos quehablaban de la maternidad y la educación de los hijos (su gran preocupa-ción). Fue una esponja que sin tutor empapó teorías diseñadas para darlecciones magistrales, lo peor fue ponerlas en práctica, y acabó hecha un lío.

Tuvo un hijo, al poco tiempo otro y más tarde otro, y comprobó lodifícil que le resultaba criarlos sola (su marido tenía bastante con ir a tra-bajar, los niños eran su deber y obligación). Así se lo hacían saber tanto sumadre como su suegra, cuando justificaban la pasiva actitud del cabeza defamilia pronunciando frases como: “¿qué saben los hombres de bebés?,¿dónde se ha visto que un hombre tenga que cambiar pañales o bañar a losniños?, ¡las mujeres lo llevamos en la sangre… hemos nacido para esto!”,que echaban por tierra los argumentos progresistas e igualitarios defendi-dos en las renovadoras publicaciones. Y la joven madre que desde pequeñahabía obedecido los consejos de mamá y papá, aun pensando que algunosde sus razonamientos estaban equivocados, descendía de su utopía gol-peándose con la realidad, que no era otra que su soledad. Así, despojada derespaldo y pendiente de una solidaridad que no llegaba, sin protestar nipedir ayuda, se cargó de paciencia y trató, por todos los medios a sualcance, de llevar a la realidad los sueños que había tenido cuando colocabaen las estanterías los libros adquiridos. Pero, desbordada por los tres felicesacontecimientos, estaba tan cansada que no podía con todo; debía acallar_58

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–¿Pero qué te pasa hoy? ¡Estás un poco espesa! ¡Dónde va estar! ¡En el

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sus llantos, bañarlos, vestirlos, darles de comer, hacer la compra, lavar,planchar, fregar, llevarles al colegio y al pediatra, ayudarles con sus debe-res, hablar con los profesores, asistir a las reuniones de padres, organizar lasfiestas de cumpleaños, recoger sus habitaciones, jugar con ellos, dormirlos,planificar la economía doméstica para llegar a final de mes, darse unaducha, acicalarse y después comportarse como una amante original yfogosa que satisficiera completamente las demandas sexuales de su hombre(mamá biológica y mamá política le recordaban continuamente la impor-tancia de tener a su hombre contento).

Y no acababa ahí su espíritu sacrificado: durante once años ejerció desecretaria sin sueldo para su esposo, que tenía la sana costumbre de traer acasa los asuntos pendientes de la oficina (trabajo que por supuesto él norealizaba y le encomendaba a ella). Afirmaba Fernando, por aquel tiempo,que las mujeres son más pulcras y cuidadosas a la hora de preparar infor-mes, redactar memorandos o encuadernar dossieres que los varones; asípues, la mujercita obediente, durante horas robadas al sueño, cuadrababalances; mecanografiaba, folio tras folio, largos expedientes y ordenaba ycomponía presupuestos, que al día siguiente eran presentados puntual-mente en el despacho del jefe de turno y por los que era felicitado y admi-rado su marido. Bien sabía ella que esos actos de abnegación se inspirabanen el cariño que tenía a su marido y, en un plano más materialista, porquedeseaba que su compañero ascendiera en su puesto de trabajo, ya que talhecho suponía un aumento de sueldo con el que pagar la gran cantidad degastos que surgían cada día. Al fin y al cabo era ella, también, la que con-trolaba la economía familiar y estiraba el dinero: bajaba los dobladillos delos pantalones, remendaba calcetines y se peleaba con los patrones de cos-tura de las revistas de moda para sacar de un retal, comprado en la plantade oportunidades de un gran almacén, algún atuendo digno con el quesalir a la calle. Calle que, por cierto, era la de un barrio obrero, en la quela mayor parte de las vecinas ejercitaban sus músculos subiendo a pulso lasbolsas de la compra, el carrito de paseo del bebé y el propio niño, hasta untercer o cuarto piso sin ascensor; además, ponían a prueba todos los díassu imaginación para presentar a la mesa una comida que, siendo econó-mica, cubriera sus necesidades.

Eran mujeres jóvenes que compartían trucos, esperanzas y pipas losdomingos por la tarde en el parque, mientras sus maridos veían el partidode fútbol en el bar, porque en casa no había dinero para comprar un tele-visor en color o cervezas suficientes para calmar su sed. Ellas formaban 59_

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parte del grupo de adolescentes que oyeron hablar de Mayo del 68, que secasaron en los últimos años del franquismo y que pensaron que la transi-ción democrática incorporaría un cambio a su monótona existencia; mas,a excepción del ejercicio activo del voto, ver desnudos en las revistas y enel cine y poder hablar de política (tema que a todas les importaba muypoco) no se produjo ninguna otra novedad digna de mención. Ellas siguie-ron con su vida, porque no conocían otra, y su pensamiento, mal que lespesara, seguía apoltronado en unos temores que les impedían rebelarse,cuestionar o exigir unos derechos que ni siquiera sabían que existieran.

Los años pasaron y, aprovechando la bonanza económica, una a unafueron dejando el barrio, el parque y la puerta del bar, donde solían espe-rar a que concluyeran las retransmisiones deportivas, cansadas de ponerpaz en las discusiones infantiles, afónicas de tanto repetir advertenciassobre la peligrosidad de los juegos y aburridas de insistir a sus hijos paraque se terminaran la merienda. Susi fue la última que miró hacia atrásmientras abandonaba el piso de alquiler, el mercado, la pequeña librería yel paisaje de ropa tendida en los balcones. Lo hizo con tristeza y desgana,pero ¿qué podía hacer? El destino (o su marido) la arrancó de un lugardonde se sentía útil y querida; colocándola, sin ella desearlo, en otro másselecto pero hostil.

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Susana se sirvió un cacito de patatas con verduras, se veía incapaz demasticar y digerir la ternera por muy tierna que le hubiera salido. Sabía queni su hija ni su hijo pequeño vendrían a comer pero ella no se resistía a pre-parar platos con fundamento (por si acaso). ¿Qué mejor ocasión que éstapara sentarse frente a frente con Fernando y hablar? Ella quería contarlecómo se sentía, especialmente deseaba comentarle su relación con los“niños”. ¿Por qué la dejaba sola en la cocina? Cabía la posibilidad de queella se sentara con él en el salón. Pero conocía la conversación o el monó-logo: “¡Chisssssss!, ¡calla un momento!, ¡no me dejas oír! ¡Silencio! ¿Nopodemos tocar ese tema en otro momento? ¿Cómo quieres que te presteatención si estoy viendo el partido? ¡No me levantes la voz! ¡Siempre estáscon lo mismo! ¿Por qué tienes que arreglarlo todo llorando? ¡Cierra lapuerta al salir!”._60

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Hoy no iba a ser diferente y con el trabajo que tenía pendiente pensóque lo mejor para ella era ponerse manos a la obra y salir en busca de laropa, hacer montones con la blanca, la de color y la de lavar a mano. Lopeor era que no tenía secadora y a ver qué hacia para que estuviera listapara el día siguiente; bueno la plancha y el secador de pelo obrarían unmilagro.

Puso dos lavadoras, remojó dos camisas nuevas para restregarlas des-pués a mano y tendió la ropa. A Susana le extrañó a esa hora de la tardeque su marido no hubiera dado señales de vida, se acercó al salón y loencontró sentado, dormido y roncando; el cuello tenía una posición impo-sible que le provocaría dolor cuando se despertara, por los labios le cahíaun hilillo de saliva y los restos de la comida estaban en la mesita de cristal.Con sigilo la mujer inició la recogida, sin darse cuenta rozó uno de los piesde Fernando, y él se sobresaltó.

–¡Ni en mi propia casa puedo descansar! ¿Me puedes explicar qué tepasa hoy?

Ella no contestó, para qué. Él siempre tenía mal humor cuando se des-pertaba de la siesta. Mejor no darle más importancia a su actitud.

–Voy a ducharme, después haré unas llamadas desde el despacho.

Iba a preguntarle Susana por el viaje, por el negocio, por su salud.También se le quedó en la punta de la lengua qué quería para cenar. Viocómo subía la escalera, intuyó que entraba al dormitorio, oyó el agua de laducha y se puso a llorar en silencio. Con los ojos humedecidos cogió ellimpiacristales y una bayeta, fue al salón y lustró con energía el cristal dela mesita. Después miró a su alrededor, el decorador había hecho un buentrabajo, pero ella lo habría realizado con más amor. Tenía una casa grande,bonita, elegante y muchos adjetivos más. Lo malo era que no la sentíasuya, en el traslado tuvo que dejar en el trastero decenas de recuerdos:pañitos bordados por ella, tapetes de ganchillo, cojines, cuadros, mantas,colchas… Porque su marido prefirió hacer caso al profesional y obviar sugusto. No se sentía bien allí, a lo mejor ella no estaba prevista en la deco-ración.

Nunca fue supersticiosa, mas siempre que se acuerda de cómo se ini-ció su nueva vida le asalta un escalofrío. Lo hizo de luto, vestida de pies acabeza de negro, a pesar de la oposición expresa de Fernando, que la mar-tirizaba con sus comentarios sobre la necesidad de disfrazarse con ese color 61_

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que tan poco la favorecía. Ella no replicaba, porque la pena era tan grandeque la opinión de los demás, aunque fuese la de su marido, por una vez, latraía sin cuidado. ¡Habían cambiado tanto las cosas desde que sus padresmurieron en un accidente de tráfico! Esa inesperada tragedia la convirtió,al ser hija única, en heredera legal y universal de los mismos, haciéndosecon un capital nada despreciable.

Fue al final de la mañana del día de Nochebuena, Susana estaba en lacocina muy atareada y nerviosa, al tiempo que agotada por el trabajo quedesde bien temprano había desplegado. A primera hora recogió la casa ysin apenas desayunar salió a la calle realizando las últimas compras (lamayor parte de ellas encargos de su marido que como de costumbre sehabía olvidado de los detalles). Regresó inquieta, pendiente siempre delreloj, y, tomándose una tila para aplacar su ansiedad, trazó por fin losmenús que serviría esa noche y al día siguiente; teniendo exquisito cuidadoen no aumentar con la comida el colesterol de su suegro, la alta tensión desu padre, la diabetes de su madre política y las alergias de mamá. Releyódeprisa sus notas diciéndose, para darse ánimos ante tanto esfuerzo, que niun nutricionista lo hubiera hecho mejor.

Sumergida en la vorágine de los preparativos no se dio cuenta de queel teléfono sonaba, y lo hizo varias veces. Sus hijos, que sí lo oyeron, no setomaron la molestia de descolgarlo porque si lo hacían se tenían que levan-tar de la cama, lo dejaron sonar. Sea como fuere, la noticia le llegó porlabios de su esposo, que se presentó en casa antes de la hora prevista y, sinrodeos ni delicadeza, le dijo que sus padres habían muerto.

Comenzaron unas Navidades tristes, pero ni siquiera en la intimidadpudo guardar su duelo con la aflicción que deseaba, porque sus suegros norenunciaron a pasar unos días con ellos y sus hijos y su marido siguieroncon sus particulares exigencias personales y culinarias. Contradictoriosdeseos se superpusieron en esas jornadas: una parte quería estar sola yrumiar el dolor de su corazón y otra necesitaba la compañía de los suyospara que su orfandad no se hiciera tan notoria. Se decía que estar ocupadale hacía bien, así no pensaba en su desgracia; mas, cuando sus ojos se posa-ban en una foto o en algún objeto que le traía recuerdos de niña, sentíaunas incontenibles ganas de llorar, como si las lágrimas alejaran su pena yfueran el homenaje póstumo a las personas que le habían dado la vida. Niaun eso podía hacer con libertad, porque a Fernando no le gustaba verlatriste y menos vestida de negro. Él decía que se compungía y repetía vehe-_62

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mente que eso del luto era de otros tiempos; en cuanto a sus hijos… nadade apoyo moral, a las pocas horas del funeral volvieron a su música y a susjuegos como si nada hubiera ocurrido.

Y con esa pena a cuestas tuvo que ir del Registro Civil a los bancos ydel Registro de la Propiedad al notario. Solucionar, en fin, los problemasque surgen cuando dos personas fallecen. Y lo hizo sola, porque Fernando,una vez más, concluyó que era cosa suya. Pero la triste Susana comprendióque tenía limitaciones de todo tipo: su cuerpo estaba agotado, su menteembotada de llorar no pensaba con claridad y, además, había cuestionestécnicas que no entendía. Armada de valor se aventuró a pedir (y si eranecesario suplicar) a su marido que la ayudara. Temía hacerlo, sabía que élera un hombre ocupado, pero sobre todo le angustiaba que le dijera queno y unir a su pesadumbre los remordimientos que le surgirían después deque Fernando le enumerara las múltiples cosas en las que tenía que pensary el esfuerzo que debería hacer para ocuparse de una más y de esa enver-gadura, no quería molestarlo, pero no le quedó otro remedio que hacerlo.

Se presentó delante de él, le dejó en el regazo una carpeta y con todala amabilidad de la que era capaz se solicitó apoyo. Fernando la miró, ysiguiendo las pautas que ella conocía dijo lo de siempre. Susana insistió enque viera al menos de qué se trataba. Durante unos minutos él fue pasandolas hojas de los extractos bancarios, a veces se detenía y acercaba los núme-ros para verlos mejor. Y algo tuvo que leer que le interesara porque sin máscomentario dijo que lo estudiaría detenidamente y que algo podría hacer.

Efectivamente, desde esa noche su esposo se puso manos a la obra. Elladespués de haberse sentido tan desvalida, vio luz al final del túnel y se sin-tió tan protegida y segura en las fuertes manos de su hombre que nisiquiera se preocupó de inventariar los bienes de sus padres y delegó en éltodo el papeleo, remover en sus cosas la destrozaba. Al cabo de un tiemposupo que había recibido una pequeña fortuna; fortuna que su marido deci-dió invertir en un negocio, en el que no habría más jefe que él.

Pensando siempre en el futuro de su familia y guiada por las razonesque Fernando con elocuencia explicaba, firmó cuantos papeles le coloca-ron delante, cediendo a su cónyuge la administración de los bienes que porderecho eran suyos. De un día para otro se convirtió en la esposa de unempresario de éxito que sin consultarla compró una casa con jardín y un coche caro; a ella le regaló un utilitario de color chillón con la condi-ción de que se sacara el permiso de conducir. 63_

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Cambió el paisaje, los vecinos, los supermercados y hasta el olor delambiente. Aunque los que más se transformaron fueron ellos. Susana, queni siquiera pudo elegir el color del papel de las paredes, tuvo que acos-tumbrarse a vivir donde no deseaba. En cuanto a él, como estaba tan estre-sado, para no ser molestado y evitar discusiones con sus hijos queconsideraba pérdidas de tiempo, se dedicó a complacerlos con cualquiercapricho inservible que los alejara momentáneamente de su lado, mientrassaboreaba un whisky de importación. El statu quo de Susana no varió, sóloaumentó el trabajo doméstico al tener más habitaciones que limpiar y dis-minuyó su autoridad frente a sus hijos que, por el efecto pernicioso deldinero, se metamorfoseaban en unos consumistas derrochadores. Pero,como siempre queda la esperanza, no se daba por vencida y aprovechabalos momentos en los que la familia estaba reunida en el comedor parainculcar buenos principios y una sólida moral; les hablaba a sus retoñossobre valor del esfuerzo, del trabajo bien hecho, de la recompensa de lasbuenas obras, del respeto a los mayores, de solidaridad. Lamentablementeera una lluvia que no calaba y, finalizado el sermón, sus hijos se iban pordonde habían llegado pensando en el último modelo de bicicleta, cocheteledirigido o diseño más exclusivo de ropa para la muñeca Barbie.

Como madre, a la que le quitaba el sueño el futuro de sus hijos, másde una vez se replanteó la educación que estaba dando a sus vástagos, elmétodo de llegar a sus corazones, el camino a sus almas. Entonces refle-xionaba y (en esos paréntesis de introspección) se decía que por su sacrifi-cio y por la más elemental lógica, de tan pulcra residencia deberían habersalido unos moradores dignos de ser exhibidos en cualquier escaparate y sermotivo de estudio sociológico por considerarlos, probablemente, especieen peligro de extinción. Pero tal conclusión, al no provenir de proposicio-nes basadas en un pensamiento matemático y ser sólo observaciones sub-jetivas, aleatorias e impertinentes, no podía ser considerada un axioma,acaso, una especulación.

La que más siente que no se demuestre lo que por hipótesis y empeñohabría de cumplirse es, sin duda, esta mujer, que se enerva, abruma y desa-sosiega cada día, cada hora, cada minuto. ¡Lo que daría ella por tener unafamilia modelo! Y no es que le falte entusiasmo, dedicación o perseveran-cia, pero cada vez que uno de sus hijos deshace lo que con tanto cariño ellaconstruye, siente en su cabeza un pequeño chasquido, como si a una figurade porcelana se le abriera una grieta difícil de disimular._64

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Susi, la perfeccionista, que por planchar alisaría con almidón hasta losdiminutos calzoncillos y bragas que usan sus descendientes. Ella que estápendiente, con la boquita abierta, a que sus déspotas retoños pronuncienun deseo para satisfacerlo y que no se acomplejen; que acapara complica-das recetas de cocina y les sorprende cada día con suculentos platos, con-denándose a pasar horas y horas de pie; que acata sus caprichos haciendomalabarismos para llegar a final de mes; sólo obtiene o, mejor, soporta, unsilencio cargado de reproches que se espesa cada día, lo mismo que un puréde patatas falto de caldo.

Y es que para sus hijos mamá es tonta, pesada, hortera, gorda y fea(encarnando el vivo retrato de una maruja a la que hace tiempo le handejado de funcionar las neuronas, por el malsano efecto de los productosquímicos que llevan incorporados los aerosoles, que además de acabar conla capa de ozono terminan con la materia gris del cerebro de cualquiera).

Estas delicadas groserías y otros elogios eran ignorados estoicamentepor nuestra resignada ama de casa, dispuesta siempre a perdonar y a asu-mir cualquier cosa, incluso sus virtudes, como si de una pesada cruz se tra-tase. Pero en lo más hondo de su corazón latía un pesar, no era capaz deser perfecta en algo, aunque ese algo fuese freír un huevo. Extensa era lalista de requisitos sobre el modo de lograrlo: la temperatura del aceite, salantes o después, por no hablar de las graves consecuencias que tenía reven-tar la yema o dejarlos un poco crudos o pasarse con la fritura (hijos yesposo teorizaban largamente sobre el hecho, aunque ninguno tuvo la gen-tileza pedagógica de llevarlo a la práctica). Todos ellos planteaban cotidia-namente observaciones impertinentes, ella trataba de dominarse para nocontestar a sus mordaces quejas, asentía con un gesto y pronunciaba lafrase lapidaria con la que les daba la razón:

–¡LO SIENTO! (Y lo sentía sinceramente demasiadas veces al cabo deldía, de los meses, de los años…)

“¡Realmente era tan torpe!”. Algo en su interior contradecía las afir-maciones, pero: ¿cómo rebatir lo que ellos daban por cierto? Le abrumabala idea de estar continuamente sometida a evaluación y sólo obtener unaprobado; y cuando debía decantarse por una u otra opción, por simpleque pareciera, se sentía culpable por la elección. En ocasiones el dilema leprovocaba ansiedad y no sabía si decidirse por las lentejas o los garbanzos,sabía con certeza que lo que echase en el puchero sería criticado sin con-templaciones por los exigentes comensales que se sentaban a la mesa. 65_

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A pesar de sus angustias guardaba las formas, tenía a bien reconocerque por su causa no se discutiría, la unidad familiar era sagrada. Y sintién-dose herida y maltrecha, escuchaba sumisa las recriminaciones sin elevar lavoz o poner en duda las imperativas órdenes recibidas, amordazaba su pen-samiento y su lengua con el propósito de no perturbar la sagrada paz delhogar, la habían adoctrinado para ello.

Aunque un poco tarde, y como todo tiene un límite, pareció moles-tarse cuando la retahíla de piropos que le lanzaban los suyos puertas a den-tro de su hogar, fueron pronunciados en público por su marido (al que ellareverenciaba, respetaba, obedecía y cuidaba). Y empezó a tener concienciade lo que significaba ser humillada, utilizada, manipulada e incluso, escla-vizada. Eso sí, no recibía castigos físicos que marcaran su anatomía, niescuchaba amenazas, tan sólo recomendaciones que Susana interpretabacomo órdenes imperativas que cercenaban su espontaneidad.

Hacía tiempo que percibía en un lugar que no sabría localizar, peroque seguramente estaba cercano al corazón, que su queridísimo esposo seaprovechaba de las circunstancias y que no era leal con ella, pero ni sucuerpo ni su mente reaccionaban, demasiados años callando agostan cual-quier iniciativa de rebelión.

Prácticamente veinticinco años sin ser ella misma, aceptando las ideasy deseos de los demás como propios y arrinconando cualquier expresión desu personalidad que no tuviera como fin beneficiar o mejorar la situaciónde los que la rodeaban y dependían de ella. Era feliz, o al menos así lo creía,hasta que su cabecita adormilada despertó de la larga siesta. El velo de ladocilidad no se levantó de un día para otro, la insurrección se fue gestandoa medida que las dudas almacenadas salían del sueño al que habían sidocondenadas.

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Susana pasó furtivamente por delante de la puerta del despacho, seacercó y prestó atención. Su marido conversaba con alguien, parecía estarde buen humor, incluso se reía a carcajadas. Sintió envidia, sí mucha envi-dia y dolor. “¿Cuánto tiempo hacía que no se reían juntos?”. Prefirió irseal cuarto de la plancha, por lo menos allí avanzaría con la tarea de alisar las_66

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camisas, afirmar la raya de los pantalones, doblar calzoncillos y emparejarcalcetines.

Susana sabía la respuesta: –He preparado sardina escabechada, ¡te irábien para el colesterol!

–Sardina por la noche, ¡no! No la digiero bien, prefiero un poco de verdura.

–¡Sólo tengo congelada!

–¡Podías haber comprado hoy!

–No sabía que venías, me dijiste que llegarías mañana, además con lasprisas no he podido pasar por la verdulería.

–¡No!, si al final siempre tengo la culpa yo. ¡Bueno!, ¡haz lo que quie-ras! Pero sardinas ¡no!

Durante la primavera, sintió un cansancio que le hacía arrastrar los piesy le impedía seguir con su ajetreado ritmo limpiador, dejó de esmerarse enlos menús optando por comidas fáciles y rápidas. Necesitaba acostarse des-pués del almuerzo para recuperar fuerzas, pero ni aun así, lograba mitigarlas jaquecas y la tristeza que anidaba en su ser. Fue al médico y éste lerecetó unos antidepresivos que la dejaban atontada; decidió dejar por pro-pia iniciativa aquellas pastillas que sólo le proporcionaban una evasiónmomentánea de su responsabilidad.

La meticulosa Susana no contaba con la naturaleza y el tiempo, quecuando se unen a la vida de una mujer tienen consecuencias, que aunqueprevisibles, nunca se espera que ocurran tan temprano. Había mirado el

que pensó fue en un tardío embarazo, desechó la idea rápidamente, por-que bien sabía ella que no había motivo. “¿Qué le estaba sucediendo?”.Alejando la única respuesta congruente que respondiera a su pregunta, sepresentó en la consulta del ginecólogo y se sometió a exploraciones y aná-lisis. La afirmación del especialista le rubricó sus más íntimas conjeturas:acababa de entrar en la menopausia. Sin poner cara de boba ni demostrar 67_

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–¿Qué tienes para cenar?

calendario, contando los días de retraso de su menstruación y lo primero

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el susto que llevaba encima, se fue a casa rápidamente para llorar en silen-cio su perdida juventud.

“¿Debía decir a su marido lo que le sucedía? ¡Si!, entre ellos no habíasecretos, al menos por su parte”. Pero sincerarse, verbalizar sus temores yprovocar con ellos que su marido se preocupara, la tenían dubitativa. Él noaguantaba verla enferma ni acompañarla al médico, en ninguno de susembarazos fueron juntos a las revisiones y se negó rotundamente a presen-ciar los partos. “¡Menos mal que poseía una salud de hierro y nunca habíantenido que cuidarla!”. Fernando no lo hubiera soportado, bastantes dile-mas le causaban a él sus propios achaques; nada grave: tendinitis de jugaral tenis, gota por abusar del marisco, afonías de tanto fumar y ardores deestómago por pasarse con las copas. ¡Qué mal humor se le ponía! La lla-maba continuamente para no sentirse solo, le pedía que le tomase la tem-peratura y las pulsaciones a todas horas; que le diera de comer y beber enla boca, como si repentinamente le hubiera alcanzado algún grado deminusvalía que le impidiera valerse por sí mismo. Cuando por algúnmotivo se le agudizaban los síntomas su dependencia era insufrible, y sientre ellos se incluían los vómitos, hacía tantos aspavientos que parecía queestuviera pariendo y, con un hilillo de voz, pedía que se llamase a unaambulancia o se le trasladara al hospital más cercano con urgencia porquese moría.

Susana lo consolaba, apaciguada y soportaba, cuidándolo con mimo yresignación, recibiendo sólo de sus labios exigencias, quejas y caprichosasdemandas, que la mayor parte de las veces le provocaban un llanto impo-tente y la hacían sentir culpable por no poder estar al mismo tiempo endos lugares a la vez; porque además de Fernando estaban sus hijos, que noquerían entender que era humana y que, por lo tanto, disponía única-mente de dos manos con las que servirlos a todos.

Cuando el gran hombre se recuperaba de su pasajera indisposición, seproducía en él una metamorfosis: ya no necesitaba ni los cuidados ni lacompañía de ella. Después de renovar su vestuario (solía adelgazar por ladieta que le imponía el médico) y visitar al peluquero, le pedía a Susanaque le preparara el equipaje porque debía salir de viaje (casualmente enninguno de ellos podía llevarla) para, sin más dilación, retomar los nego-cios en el punto en que los dejó (él era un hombre de acción y su tiempovalía oro). A ella le hubiera gustado acompañarlo, y si eso no era posible,al menos, verse agasajada por sus desvelos con una cena íntima, una salida_68

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al teatro, conformándose incluso con asistir a una velada de cine sintién-dola cerca. También le hubiera hecho ilusión recibir un regalo, no teníapor qué ser caro, simplemente un ramo de flores, una caja de bombones ouna llamada privada en la que él le hubiera renovado su amor. Nada de esoocurría y lo que era peor, en Susana crecía una sensación extraña, queaumentaba con los años, casi tenía la certeza de que su marido se avergon-zaba de ella y que trataba de desvincularla por completo de la vida que élllevaba fuera del hogar; como si una ama de casa con dedicación a tiempocompleto a su familia, no tuviera nada que hacer ni que decir en el mundoen el que él se desenvolvía.

Ella no necesitaba que nadie le dijera que había engordado y que laropa de tallas grandes no es precisamente un referente de moda, perohacía lo que podía y a veces hasta resultaba elegante. Gracias a su sobre-peso no tenía arrugas en la cara, pero con las camisetas se le marcabanlos michelines, con las faldas largas parecía una mesa camilla y los pan-talones dejaban al descubierto la rotundidad de sus muslos. Había pro-bado las dietas, el gimnasio y otras terapias presentadas como milagrosas,nada le resultó y al final optó por vivir tal cual, aceptando su cuerpocomo era, lo mismo que aceptaba otras cosas que tampoco le gustaban.“¿Y si él la apartaba de su lado por ese motivo? ¡Tan poco valía! ¿Acasosu convivencia se basaba sólo en poseer un cuerpo bello y apetecible?¡Debería haber algo más!”.

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Le dolía la espalda y se sentía agotada. Los cuellos, los puños y la cin-turilla de los pantalones los había repasado con el secador de pelo porqueestaban húmedos, para después presionar con la plancha y alisarlos,poniendo antes sobre ellos un paño de algodón, evitando así que se que-maran y salieran brillos. Ahora estaba delante del banco de la cocinapelando patatas y recordando mentalmente que uno de los pantalonestenía el bajo descosido y que antes de acostarse debería coserlo. Fernandonecesitaba esa ropa y precisamente ésa. Cuando se encaprichaba de algo,por muy surtido que estuviera el armario se empeñaba en ponérselo, y nose la iba a llevar sucia, poco parecía importarle que eso supusiera un tra- 69_

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bajo contrarreloj para ella. “Si fuera una asistenta que cobrara por horas,¿sería él tan exigente?”.

En veinte minutos estaba la cena preparada, se sentaron juntos en lacocina, Fernando no puso objeciones y comió con apetito. Susana mien-tras se levantaba a buscar agua del tiempo, porque según su marido lasacada de la nevera estaba excesivamente fría, preguntó:

–¿Como estás?

–¡Bien! ¡No me ves!

–Quiero decir si tienes algún problema y yo te puedo ayudar. Estamañana estabas muy nervioso y luego te has pasado media tarde hablandopor teléfono y metido en el despacho.

–Mira, cariño, cuando llego a casa de trabajar estoy cansado. Es muyduro el mundo de ahí afuera, lo que menos me apetece es discutir contigo.¿Y tú que tal?

–¡Bien, como siempre! Tenemos que hablar de los niños.

–¡Es que no puedo tener una comida tranquila! Te he dicho que noquiero alterarme, eso es asunto tuyo, no tengo tiempo para tonteríasdomésticas. Además ¡no me digas que no eres capaz de controlarlos! ¡Yluego queréis dirigir empresas! ¡Tú no sabes lo que son problemas! Porcierto, como ha bajado la temperatura, he pensado que voy a cambiar deropa, así que vas sacando la de otoño; convendría que la repasaras de plan-cha, no quiero dar mala impresión en la reunión que tengo mañana. No teolvides del informe que he dejado en la mesa del despacho, lo haces lo máselegante que puedas, cuando quieres haces las cosas muy bien. Si tienesalguna duda estaré viendo la televisión, no creo que tarde mucho en acos-tarme.

Fernando se acercó a Susana evitando sus ojos y le dio un beso en lamejilla. Ella se quedó sentada mirando la mesa que debía recoger y limpiar.“¿Por qué no le había dicho lo cansada que estaba? Debería haber reivin-dicado su esfuerzo. Si él era capaz de sacar adelante un proyecto ella tam-bién, pero había cosas que no podía hacer sola y una de esas cosas eraeducar a sus hijos. Y luego estaban los extras. ¡Ojalá no supiera mecano-grafía, ni encender el ordenador!

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–¿Para qué? ¿Por qué?

Jamás se había cuestionado su función en el hogar, pero sus hijos pare-cían no necesitarla, excepto como sirvienta, su marido, absorbido por sutrabajo, pasaba más horas fuera de casa de las que ella hubiera deseado ycuando regresaba, lo primero que hacía antes de saludarla era sentarse ensu sillón preferido, conectar la televisión y pedirle una copa. Sólo despuésde servido recibía ella un beso amigable en la mejilla (Susana se pregun-taba si el ósculo era por la bebida o para demostrarle que la quería). Suconversación se limitaba a unos cuantos monosílabos, en ocasiones gestos,las más, equívocas onomatopeyas que a fuerza de convivir tantos años jun-tos adquirían cierto significado. Cariño se tenían, Fernando la llamabacuando iba a regresar tarde y cuando alcanzaba su destino, para que no sepreocupara. En cuanto a la pasión, se había diluido en la monotonía. Elcansancio y el estrés eran alegados con mucha frecuencia por Fernandopara disculpar su falta de entusiasmo en la cama.

–No sabes lo complicada que ha sido la negociación y lo que nos hacostado convencerlos para que aceptaran nuestra oferta. ¡Tú vives muytranquila en casa sin preocupaciones! ¡Qué distinto lo verías si tuvieras quetraer el dinero a casa!

Ella escuchaba a su marido sin interrumpirlo, sabía lo que ocurriríadespués: se dormiría boca arriba y comenzaría a roncar.

¡Qué diferente estaba las mañanas en que se iba de viaje! En el cuartode baño no se podía entrar, porque su atmósfera era irrespirable de tan car-gada como estaba de agua de colonia, desodorante, after shave, loción capi-lar anti-caída y gomina; sin olvidar la crema para descansar los pies, laleche hidratante para el cuerpo y el oloroso gel con el que se habíaduchado. Después estrenaba ropa interior, sobre la que colocaba con maes-tría la camisa, la corbata y el traje, así como los zapatos a juego con el cin-turón, todo ello elegido con anticipación. Era un auténtico espectáculoverlo mientras se vestía mirándose al espejo, ¿por qué no se preocupabatanto de su aspecto cuando excepcionalmente salía con ella? Su últimasalida había sido al chalet de un vecino, justo enfrente del suyo, él vestíaun chandal que le quedaba pequeño y con el que enseñaba la parte en laque la espada pierde su nombre cada vez que se agachaba. Ella estrenófalda, blusa y zapatos, Fernando no se dio cuenta; fue lo mejor porque lafalda se la manchó con grasa de la barbacoa, la blusa terminó quemada porlas bengalas puestas sobre una tarta y los zapatos, que se hundían en el 71_

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barro del jardín encharcado por un pésimo sistema de riego, acabaronrotos.

La primera ocasión en la que su adiestrada nariz femenina notó queentre aquella maraña de aromas había uno diferente, pensó que era casua-lidad; la segunda vez buscó explicaciones normales; pero la tercera vez laconvirtió en una mujer celosa que miraba con más atención donde antesno lo había hecho. Y tras una inspección profesional descubrió leves rocesde maquillaje y carmín en el cuello de las camisas; facturas de hoteles enlos que se había ocupado una habitación doble, notas de restaurantes demoda y cajitas de cerillas de clubes de dudosa reputación, “tenía pruebas…¡pruebas de qué!”.

Durante el día ensayaba la forma en la que preguntaría, cómo sacaríael tema a relucir, o la forma en la que aguantaría su mirada si él la acusabade alcahuetear en sus pertenencias. Pero, cuando él volvía se le olvidaba eltexto del melodrama y se encogía de hombros y pensaba en otra cosa. ¡No!,en realidad no podía pensar en otra cosa; acobardada se daba cuenta de queestaba sola, decididamente sola, y a sus casi cuarenta y seis años veía losdías transcurrir a una velocidad de vértigo, esperando que sucediera algoque la hiciera vibrar, soñar o renovar su esperanza.

Los viernes salía a dar un paseo con las amigas, ellas llevaban su mismotipo de vida y algunas, las que disponían de asistenta, lo pasaban peor, por-que ni siquiera tenían la obligación de perseverar en el orden y la limpiezadel hogar. Ciertamente que se distraía cotilleando, hablando de fulanito ymenganito protagonistas de las revistas del corazón, pero cuando regresabaa su reino se daba cuenta de que el problema estaba allí, nada había cam-biado y que seguía, como siempre, sola. Y sentada en una silla de la cocinamirando el fregadero lleno de platos y vasos que su marido o sus hijoshabían utilizado y que ella debería limpiar y recoger, desechaba inmedia-tamente las sugerencias de sus amigas de matricularse en algún curso demanualidades, idiomas o informática que la sacase unas horas del monó-tono y opresivo mundo en el que vivía. ¡Ya tuvo bastante con asistir a clasepara sacarse el carnet de conducir! Lo peor fue lo que le costó, tanto endinero como en tiempo. ¡Si es que no podía concentrarse! ¡Qué pacienciamostró con ella el profesor! Un día después de que él frenara en seco elcoche para evitar un accidente, Susana se echo a llorar, después avergon-zada pidió perdón al hombre que tenía a su lado. Él le dijo que no era cues-tión de sentirlo, sino de aumentar la concentración en lo que estaba_72

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haciendo, “debes pensar que llevas a tus hijos dentro del coche y que suvida está en tus manos”. Desde ese día no volvió a despistarse y aprobó sinproblemas la práctica.

Susana sabía que era capaz de sacar adelante lo que se propusiera,incluso había aprendido a manejar el ordenador con la sola ayuda delmanual de instrucciones, sólo necesitaba valentía y librarse del lastre queatormentaba su mente y que la dejaba tan apesadumbrada. “¿Qué sería desu casa si ella faltaba?, ¿qué diría su marido o sus hijos?, ¡a Fernando le gus-taba encontrarla en casa cuando regresaba!, ¡seguro que se mofarían cues-tionando su decisión!”. Primero tenía que asimilarlo ella alejando elsentimiento de culpa y acrecentando su autoestima, si es que lograbahallarla.

No eran sólo sus compañeras las que la presionaban para explorar otroscaminos, ella misma imaginaba (de tarde en tarde) cómo sería su vida sirecibiera un poco de apoyo moral. En muchas revistas femeninas dabanconsejos y trucos para cambiar, pero a Susana le parecía de mal gusto quepresentaran siempre, para ilustrar las explicaciones, a mujeres esculturalessin un gramo de celulitis, con pechos firmes y vientres lisos; mujeres triun-fadoras de veinti pocos años o incluso treinta que parecían haber pasadode todo menos de la dieta, la gimnasia, el cirujano plástico, los viajes y eltrabajo. ¿Dónde estaban las mujeres que como ella se habían sacrificadopara sacar adelante una familia, compaginando una diversidad de ocupa-ciones y lamentablemente sin un título o un sueldo que sirviera para quelos demás reconocieran su esfuerzo? Ni siquiera cuando llegasen a la edadde la jubilación el Estado les iba a otorgar una pensión. “¿Qué tenían encomún aquellas modelos con ella? Se decía, mientras miraba críticamentelas fotografías tratando de hallar un somero parecido. “¿Por qué los edito-res las humillaban de esa manera, acaso no se daban cuenta que fomenta-ban una envidia malsana o, lo que es peor, favorecían el desprecio socialhacia las mujeres que no respondían a esos cánones de belleza?”. Y desaso-segada, por lo que creía una burla, gritaba a los espejos que la reflejaban,viéndose horrible siempre, incluso en aquellos días en los que para sentirsemejor se iba a la peluquería.

Echada sobre la cama lloraba desconsolada sin saber muy bien qué leocurría y cómo solucionar su dilema. Después, seca de lágrimas, se dabaun baño, arreglaba su aspecto con un poco de maquillaje y se dirigía a lacocina para preparar los alimentos que sin agradecerle el esfuerzo, engulli- 73_

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ría su familia. Así, jornada tras jornada, sin más estímulo que no formarparte del grupo de mujeres que padecen el ominoso trato de sus compa-ñeros y que, asiduamente, ocupan sólo los espacios sensacionalistas de lostelediarios o entrevistas morbosas en las vespertinas programaciones televi-sivas; ella se consolaba.

familia hacia ella? ¿De dónde se sacaban las fuerzas para elevar los ojos yver a tu hombre cara a cara y sentirte compañera y no sierva?”.

Sentada delante del monitor y el teclado Susana se transformaba,pasando el informe que su marido había esbozado en aquellos folios se sen-tía útil, mucho más que cuando abrillantaba los suelos y pensaba que muybien podría haberse ganado la vida en una oficina. Pero lo que más le gus-taba era escribir. Si tenía algún secretillo era ése, solía a veces dar riendasuelta a su imaginación hilvanando historias, retratando imágenes de suniñez o su juventud. Después lo guardaba en un disco y lo extraía, no sinantes borrar las huellas en el ordenador.

Esa noche, después de oír llegar a sus hijos, se dio un baño de espuma,lo necesitaba y se impregnó la piel con una leche perfumada, se puso uncamisón sugerente y se metió en la cama. Tenía ganas de que su marido laabrazara, la besara, la acariciara… No sólo sexo, porque lo que realmentela colmaba era que él le hiciera sentir amada, que le diera a entender quea pesar de lo caprichoso, pesado y mandón que era la seguía queriendo yapreciaba su esfuerzo. Ella era capaz de perdonarlo todo por una muestrade afecto. Con la esperanza de lograr esa unión Susana tanteó la coronillade Fernando, bajó su mano lentamente por la nuca, la espada, la desvióhacia la cintura, se acercó más a él. Iba a susurrarle al oído su intencióncuando él soltó un gruñido: –¡Déjame dormir, tengo que madrugar!–. Ellase quedó con la miel en los labios y la bilis un poco revuelta por la rabiaque sentía.

Por la mañana se repitió la misma escena de siempre: prisas, ahoraponme esta camisa, ahora quítame ese pantalón. Procura que la ropa com-bine, no te olvides de las corbatas y el cinturón del traje, coloca en condi-ciones los zapatos para que no se aplasten. Con un café tomado de pie enla cocina él se marchó prometiendo llamar en cuanto llegara a su destino.Ella en bata lo vio marchar, otra vez sería… la próxima vez sería capaz dehablar seriamente con él._74

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¿Se consolaba? “¿Era una forma de maltrato el desprecio que sentía su

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–¿Dónde están mis sueños?

Se preguntó en voz alta esa tarde, sorprendiéndose por su osadía. Larespuesta no llegó, pero en el aire se mantuvieron los ecos de su demanda.Y, a medida que pasaba el tiempo, regresaba a sus oídos con insistencia lacuestión planteada, sin saber muy bien a quién ni por qué.

Como la única forma de evadirse que conocía Susana era tener lasmanos ocupadas, aprovechando que estaba en la cocina, decidió prepararla cena. Probablemente su hijo mayor vendría y se llevaría provisiones paratoda la semana. Desde que él decidió independizarse le daba más trabajo:le traía ropa para lavar y planchar, incluso había tenido que remendarprendas de sus compañeros de piso que se alimentaban con platos que ellacocinaba y, además de ir a cenar todos los viernes, le pedía asiduamentedinero, argumentando que con lo que él ganaba apenas le llegaba parapagar el alquiler. “¿Qué clase de independencia era aquella? ¡Nadie lo habíaechado de casa! ¿Nadie…?”.

Recordó las discusiones y enfrentamientos que había habido entre losdos Fernandos. Como madre y esposa estaba en medio, no podía tomarpartido, si defendía a su marido su hijo la despreciaba y, si por el contra-rio, disculpaba al hijo delante del padre, éste la hacía culpable del com-portamiento del hijo porque, al fin y al cabo, ella lo había educado.

Situaciones parecidas se repetían cotidianamente con los dos peque-ños. Su hija sólo pensaba en lucir el último modelo, salir a comprar,bailar y divertirse. Estudiaba, ¡claro que estudiaba!, ya había pasado portres Facultades, al menos se matriculaba y eso le daba derecho a nohacer en casa absolutamente nada (ni siquiera recogía su ropa interiordel cuarto de baño cuando se duchaba). ¡Y, qué decir de su joya! A losdieciséis años dejó de estudiar y se negó a trabajar, decía que tenía queencontrarse. Hoy, a los veinte años, seguía buscándose en los billares,las discotecas y más recientemente en Internet, uniendo a sus gastoscorrientes el elevado coste de teléfono que suponía estar todo el díaconectado a la red.

Susana batió con fuerza los huevos para la tortilla, tratando de apartarla enigmática voz con el ruido del tenedor sobre el plato, conectó la radioy la televisión e incluso puso en marcha la lavadora. 75_

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Todo fue inútil, ahí estaba omnipresente, como sacada de un baúl queya no se pudiera cerrar. Aun así, logró cuajar una exquisita tortilla de patataque, al lado de otros alimentos, depositó orgullosa en el centro de la mesa.

El teléfono sonó, alcanzándole un sobresalto que la hizo correr hasta elaparato. Era Fernando junior, le pedía información sobre cierta camisa decolor morado que había introducido el día anterior en la lavadora. Los ojosde Susana se dirigieron inmediatamente hacia la portezuela transparentedel electrodoméstico, descubriendo horrorizada que sus preciosas sábanasde batista blanca se tornaban lilas. Conteniendo a duras penas su ira y eltemblor de las manos, con un hilo de voz prometió planchar con esmerola prenda de vestir y aceptó resignada la excusa de su primogénito para noacudir a cenar.

Sin tiempo para recuperarse, el aparato volvió a emitir su llamada. Estavez se trataba de su hija que, sin preámbulos, le preguntaba irritada conquién había estado hablando, pues la línea comunicaba desde hacía rato yella tenía un asunto muy urgente que resolver. Sin variar el despóticomodo de dirigirse a su madre, le espetó (como quien pide un caramelo)que le diese el número secreto de su tarjeta de crédito porque necesitaba ira un cajero para sacar dinero. Susana (un poco descolocada por la demanday con toda la buena intención que pudo) respondió que ella desconocía elnúmero, pues no solía preguntarlo a nadie, ni siquiera a su marido y menosa cualquiera de sus hijos.

–¡Mamá, eres tonta! –Afirmó acalorada la voz al otro lado de la línea.–Es tu número el que necesito, en mi cuenta no tengo un euro y he cogidoprestada la tuya por si se presentaba un imprevisto.

(Sin reaccionar todavía ante la revelación de Susanita, la madre, preo-cupada, se interesó por el destino que iba a darse a sus ahorros.)

–No pasa nada… simplemente… ¡si no pago la multa el agente quetengo delante llamará a la grúa y me quedaré sin coche!

–¡Coche! ¿Pero si tú no tienes coche?

–¡Mamá, creo que no te enteras de nada! Esta tarde he cogido el tuyo,¡he dejado una nota en la nevera! Y, además, tú no sabes cómo están decaros los aparcamientos, ¡déjate de tantas preguntas! ¿Me lo dices o no? Ome lo dices o vas a tener la culpa de que metan el coche en el almacénmunicipal y te aseguro que serás tú la que se moleste en ir a buscarlo! ¡Pero_76

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si te hago un favor sacándolo del garaje!, papá dice que con lo poco que lousas se te va oxidar hasta el carburador (risas de fondo).

(Súbita irritación). –¡Vamos mamá, no me amargues la noche…!

Susana oyó en silencio los últimos comentarios de su hija y, cuandopor fin se decidió a hablar, en lugar de salir de su boca una buena repri-menda por las insolencias que acababa de oír, uno a uno fue enumerandolos dígitos de la mágica combinación. En cuanto dijo el último el ruido dela línea cortada llegó a sus oídos dejándolos huérfanos de agradecimiento.

Aún estaba de pie, con el auricular en la mano y mirando los azulejosde la cocina, cuando entró en casa Lucas, su benjamín; acompañado pordos muchachos ataviados igual que él, con unos pantalones en los que laholgura de la entrepierna les llegaba a las rodillas y el dobladillo de losbajos se perdía en la suela de los zapatos, y que se dirigieron sin tardanzahacia la nevera en busca de comida. Sin saludar ni pedir ninguno de ellospermiso, la abrieron y se sirviendo unas birras (como ellos decían). Altiempo que daban buena cuenta de la tortilla, las croquetas y la ensalada,dispuestas sobre la mesa. Ella los miraba atónita, preguntándose quiéneseran aquellos invitados tan voraces. Su hijo en un receso, mientras perfec-cionaba la técnica de sacarse con las uñas los restos de alimentos que se leenganchaban entre los dientes, observó los ojos de Susana dirigidos hacialas mandíbulas de sus amigos (que no paraban de masticar con la bocaabierta), y le indicó en voz alta que aquello era una falta de educación yque molestaba muchísimo que alguien te mire de esa forma cuando estáscomiendo y que lo que debería hacer, en lugar de tanto alcahuetear, erasacar alguna otra cosa que tuviera por ahí, porque debían acumular fuer-zas para poder ir de marcha y aguantar toda la noche.

Sumisa (igual que de costumbre) se dirigió a la despensa y sacó unaslatas, abrió el congelador y tomó unos platos previamente cocinados y loscolocó en el horno microondas. Lo hizo de forma automática, sin pensar;era tal el hábito a la obediencia que no le costó ningún esfuerzo compor-tarse como una perfecta anfitriona. Ninguno de los presentes alabó sugesto ni la suculencia del menú, se levantaron y se fueron de la mismaforma atropellada con la que arribaron, con una diferencia: Lucas le pidiódinero. Iba a protestar por la cantidad cuando el muchacho cerró la puertadel armario, donde ella guardaba el bolso, con un billete de cincuentaeuros en la mano. Ante los ojos incrédulos de la madre, previendo el hijo 77_

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una recriminación, no se le ocurrió mejor despedida que decirle: –¡Mamáno me montes numeritos a estas horas, que aburres!

El portazo resonó en el hueco de la escalera, pero sobre todo en el cora-zón de Susana que lo notaba seco como una pasa. Y no recobrada delreciente asalto, el teléfono sonó de nuevo, tenía más cerca el despacho y lodescolgó allí. Esta vez era Fernando padre el que le informaba de la ines-perada aparición de un importante cliente y de la ineludible obligación dellevarlo a cenar para ultimar los detalles de una venta que tenía en pers-pectiva y que le proporcionaría grandes beneficios. Le recomendaba queno lo esperase y que se acostase pronto; era necesario que lo hiciese paraevitar las jaquecas matutinas que tan insoportable la ponían a la hora deldesayuno.

–¡Tienes que hacerlo mi reina, ya sabes que me gusta comenzar la jor-nada con alegría y si te veo con mala cara cuando me preparas el café, medestrozas el ánimo para todo el día y yo debo estar en plena forma a la horade trabajar, al fin y al cabo, soy yo quien trae el dinero a casa!

y afirmando con gestos cada una de las recomendaciones que su esposo lehacía. Llegó el momento de la despedida y él lo hizo como solía. –¡Besos!

La conversación se había limitado por su parte a lacónicas afirmacio-nes y a gestos inútiles que él no podía ver. Susana, desde el inicio de lamisma, trató de concentrarse en una cosa para no gritar, para no decirlelo ultrajada que se sentía, para no relatarle el desvergonzado compor-tamiento de sus hijos… El aparato telefónico, más concretamente la pan-tallita donde se reflejaba el número desde donde se emitía la llamada, fueel dique de concentración que amortiguó su impotencia. Aquél número,visto pero no leído, despertó la curiosidad de su mente atribulada y, porcasualidad, divisó entre los papeles de la mesa la última factura del móvil;sin saber por qué desplegó las once hojas, colocó su dedo índice en el pri-mer número, bajó lentamente y se percató de que la mayor parte de elloscorrespondían a los dígitos que su retina todavía recordaba. Como llevadapor una intuición malsana decidió marcar, tres veces sonó al otro lado dela línea.

–¡Dígame!– Una voz de mujer joven solicitaba respuesta, pero noobtuvo contestación porque avergonzada colgó lentamente el auricular ycayó sobre el sillón. Las manos se le quedaron frías, ascendiendo desde losdedos un cosquilleo que se agudizaba a medida que llegaba a los hombros,_78

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La última aclaración estaba fuera de lugar, pero ella siguió escuchando

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en el cuello percibía una rigidez que le impedía girar la cabeza. Las orejasle ardían y los latidos atropellados del corazón le machacaban las sienes. Enel esternón crecía una opresión que la ahogaba y que le hacía abrir los ojosdesmesuradamente, para sólo ver estrellitas fosforescentes.

–“¿Quién era esa mujer? ¿Tenía su marido una amante?”. Con la segu-ridad absoluta de que en cualquier momento perdería el conocimiento,trató de reponerse a la sorpresa levantándose súbitamente del asiento,yendo hacia la ventana para abrirla y posteriormente gritar a pleno pul-món; nadie objetó sus alaridos, tan sólo el perro del vecino que, solidari-zándose con ella, comenzó a ladrar.

El efecto de la baja temperatura en la garganta la hizo desistir de su des-garrada y sonora liberación. Cerró la ventana, lo hizo despacio, como siintuyese que cancelaba una parte de su vida y hubiera de mirarse haciadentro, hacia ese lugar recóndito que parecía hallarse en el pasado, en aquelmomento en el que se dejó arrastrar por una afirmación:

–¡Tú serás mi reina!

–Fernando sólo tuvo que decir eso para convencerla.

“¿Qué futuro tengo?, ¿callar?, ¿protestar?, ¿dar una nueva oportunidad?¡Pero si tengo todavía las manos frías! ¡Qué vergüenza! ¿Qué pensaráFernando si se entera…? ¡Qué piense lo que le dé la gana!, tengo todo elderecho del mundo a sentirme como quiera, a llamar al número que meplazca y si lo estimo oportuno, incluso, a ser grosera. ¿Este ramalazo gue-rrero de dónde habrá salido? ¿Y si siempre hubiera estado ahí, agazapado,esperando una oportunidad para darse a conocer? Voy a cumplir cuarentay seis años y sólo he sido mujer de mi casa, esposa y madre; arrinconé misestudios buscando la felicidad y ahora me encuentro sola, sin un oficio conel que ganarme la vida ¿Por qué no me presenté al examen de septiembre?¡A ver si van a tener razón tus hijos y eres un poco olvidadiza! ¡Sí, tengoque ser sincera por una vez! No fui porque me convenció Fernando. Eramás cómodo ilusionarse con el futuro que habría de llegar junto a él; meprometía un lugar en el que yo sería la reina. ¡Menudo reino de pacotilla!,¿lo que quería Fernando era una esclava! ¡No he luchado para liberarme!¿Que no has luchado? ¡Tú, que no has dormido por ayudarle y compla-cerlo! ¡Y tus hijos! ¿Te respetan tus hijos? Sólo tenías que haberte respetadoun poco y no ser tan obsesiva con la limpieza, el orden y la perfección, ¡laperfección no existe! ¿Será demasiado tarde para cambiar? 79_

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Susana, al tiempo que hilvanaba su contradictorio monólogo, ibapasando de habitación en habitación: en el despacho recompuso los pape-les, de forma que estuvieran paralelos al borde de la mesa; en el pasillo seacercó al aplique y enroscó convenientemente el casquillo de la bombillaque estaba apagada, suspirado aliviada al ver la luz y no tener que ir alcuarto trastero en busca de una nueva; en el vestíbulo pasó el dedo por elaparador de nogal y observó satisfecha que el polvo todavía no habíadejado su huella. Poco le duró el buen ánimo, puesto que tuvo que aga-charse, tragándose la repugnancia, para recoger del suelo un chicle quemilagrosamente no había pisado, se ayudó de dos envoltorios del mismoproducto que con toda seguridad su hijo y sus amigos habían consumido.En la cocina, nada más entrar, se topó con la mesa salpicada de migas depan y charquitos de cerveza, los vasos estaban limpios, algunos cubiertostambién, pero los platos todavía contenían restos de comida reseca, en unode ellos una colilla de cigarrillo flotaba en la salsa de tomate donde sehabían cocido las albóndigas. Se le revolvió el estómago, aun así, sin mirarla vajilla la recogió, la aclaró y la introdujo en el lavavajillas poniéndolo enfuncionamiento. Apagó la televisión y la radio, después se dirigió a la lava-dora dispuesta a sacar la ropa, discurriendo al mismo tiempo la maneramás adecuada de liberar a sus magníficas sábanas del colorcillo lila que porel abuso de confianza de su Fernandito, habían adquirido. No sólo eso,sino que cogió con suma delicadeza la camisa morada de su hijo, la sacu-dió un poco para evitar arrugas que dificultaran el planchado y se fue conella hacia el tendedero portátil. No tenía todavía en sus manos las pinzas,cuando se paró en seco diciendo en voz alta:

–¿Pero…?, ¿qué estas haciendo?

“¡Eres tonta!, ¡sí!, ¡rematadamente tonta! ¡Por ahí tienes que empezar!¿Que tu hijo quiere que le planches la camisa?, no se la planches, ¡qué sela planche él! ¿Que tu hija te quita la tarjeta de crédito?, llama al banco ydi que la anulen porque la has perdido. ¿Que la muy cara dura se lleva elcoche sin pedirte permiso?, llamas a la Policía, le das los datos y denunciasla sustracción. ¿Que tu niño pequeño viene a casa sólo cuando necesita lle-nar su estómago y su bolsillo, trayendo además a sus compinches?, puesvacía la despensa, y alejas de sus manos el monedero. ¿Que tu marido note hace caso y se va con otra?

¡No!, ¡eso no! No soy capaz de pagarle con la misma moneda.¿Moneda? ¡Dinero!, ¡eso sí le hace daño! ¡Ahora se va a enterar!”._80

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Aunque es Fernando el que dirige realmente la empresa, a efectos fis-cales y sobre todo legales es Susana quien representa el capital mayoritario,por el número de acciones que posee y que le fueron otorgadas por su con-tribución a la sociedad en el momento de su creación. Nunca ha hecho usode la facultad que le proporcionan los votos, ella confía en su marido y ledeja hacer; entre otras cosas, porque cuando pregunta sobre la misma él lecontesta con evasivas y la mantiene en un discreto segundo plano, hastaque llega el día de firmar las actas de la asamblea para que corrobore losacuerdos que se toman en las juntas de la sociedad. Lo que ignora suesposo es que Susana, meticulosa para todo, lee con sumo cuidado losbalances de situación; analiza, en la medida de su posibilidades, la cuentade resultados y compara el activo y el pasivo de la empresa, dándose unaidea general de la situación económica en la que se desarrolla la actividad(eso y su participación en la misma le dan todo el derecho a opinar). Aveces, cuando su marido se queja de que las cosas van mal, ella intentadarle ideas sobre la forma de llevar adelante la empresa, le indica qué tipode gastos podían eliminarse y cómo optimizar los recursos de que dispo-nen; entonces él la mira incrédulo y desdeñoso, añadiendo:

–Mira cariño, no te metas en mis cosas, tú no sabes nada de negocios,ocúpate de la casa que para lo demás me basto y me sobro–. Susana callapara no discutir, pero en su mente bullen proyectos que muy bien puedenponerse en práctica; en esos momentos y en otros muchos se arrepiente dehaber delegado en su marido, de forma tan gratuita, un poder del quepodría hacer uso.

No es que fuesen millonarios, pero podían permitirse lujos, especial-mente con el dinero que no declaraban y que guardaba celosamenteFernando en la caja fuerte de su despacho de casa. Susana nunca lo tocaba,no porque no quisiera, sino porque tenía órdenes de su marido de nohacerlo; según él, había que sacarlo poco a poco. Ella conocía la combina-ción, allí se guardaban también las escrituras de la casa y del apartamentode la playa, además de algunas joyas (con más valor sentimental que pecu-niario). Había observado Susana que, de día en día, los montoncitos debilletes cambian de posición, aumentando y disminuyendo su volumen,preguntándose si, aquella recomendación que su marido le hacía con res-pecto al uso del dinero, era una maniobra para que ella no participara tam-bién de las posibilidades de gastarlo. Sea como fuere, nunca hasta esanoche pensó en el contenido de la caja fuerte como medio para poner enmarcha su liberación. 81_

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La primera en llegar a casa fue Susanita, que fue directamente a suhabitación y sin bajar las persianas, ni desmaquillarse, ni quitarse los zapa-tos, se tendió exhausta sobre la cama, agotada de tanto bailar. El segundo,con una diferencia de dos horas, fue Lucas, pero éste antes de ir a dormirse dirigió a la cocina en busca de un antiácido que le aliviara el dolor deestómago; acababa de participar en una apuesta que consistía en ver quiénera capaz de comer más hamburguesas con salsa picante; él, por supuesto,había comido más que nadie y lo había celebrado mojando una docena dechurros en un tazón de chocolate. Precedido por sonoros eructos, provo-cados por la efervescente pócima que había bebido, subió las escaleras quelo conducían a su dormitorio.

Una hora después, aproximadamente a las doce de la mañana, llegóFernando; durante el trayecto hacia su domicilio estuvo pensando en unaexplicación razonable para excusar su tardanza ante Susana. No le iba adecir la verdad, era demasiado fuerte confesarle a su esposa que habíaestado con una joven, ¡necesitaba esas aventuras, lo mantenían en forma!No había dejado de quererla, ¡era la madre de sus hijos! y ¿quién mejor queella para cuidarlo cuando se hiciera mayor? Era limpia, ordenada, buenacocinera. Lo malo… lo malo era que estaba un poco pasada de moda y sehabía transformado en una persona aburrida y carente de interés. ¿De quépodía hablar con ella?, de nada. Bueno, de los niños, pero eso era asuntode ella, él era un hombre volcado en su trabajo; y desde luego no la podíasacar de casa con aquellas pintas, sus colegas iban acompañados por muje-res espectaculares, e incluso presumían que a sus esposas, aunque se que-daran en casa, les habían pagado muy a gusto una liposupción o unaprótesis mamaria o un estiramiento que las dejara presentables para que nodelataran la edad que realmente tenían. Ellos sí sabían hacer las cosas, a élle daba apuro decirle a Susana que estaba gorda, y que los años la habíanajado, además su mujer era una señora, y una señora no tiene por qué irexhibiéndose por ahí. Era suya, y si él se conformaba, los demás también.

¿Qué le iba a decir?, ¿qué?, ¡ah!, le contaría que terminó muy tarde lareunión con el cliente y que para no molestar se fue a dormir a un hotel…(él era muy considerado). ¿Si, eso le diría! Y si no le creía… si ponía enduda su palabra…, se ofendería… y, si era necesario, andaría todo el díatristón y alicaído hasta que ella le pidiera perdón (a su esposa le encantaba_82

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sentirse culpable y demostrarle su amor incondicional preparándole suplato favorito, era una mujer sin iniciativa, de la vieja escuela, de la que yaquedaban pocas, por eso la eligió joven, para poder modelarla a su gusto).

Lo primero que le sorprendió a Fernando cuando traspasó el umbralde su hogar fue el silencio, normalmente Susana solía poner la radio enfuncionamiento en cuanto se levantaba. Ella, a esa hora del medio día,debería estar en la cocina preparando el almuerzo… ¡un buen almuerzo¡,¡era sábado!. Sobre la encimera no había nada, el piloto de lavavajillasestaba encendido, como si alguien lo hubiese puesto en funcionamiento lanoche anterior y se hubiera olvidado de apagarlo; la mesa recogida, aun-que el suelo delataba huellas inconfundibles de que alguien había comido;en el fregadero un vaso con un cerco blanquecino y próximo a él, sobre elbanco, un medicamento que solía tomar cuando no hacía bien las diges-tiones. Preguntándose si su esposa estaría enferma, desazonado porquesuponía que ese día se iba a quedar sin paella y que, si estaba su mujer enla cama, tendría que atenderla (cosa que a él le deprimía), salió sin mirarnada más con dirección a su dormitorio. No pudo evitar pasar por delantedel salón, todo estaba en perfecto orden. Tan ensimismado se quedó éladmirando la pulcritud de la sala que no oyó a su hijo mayor cuando cerróla puerta de la calle, tan sólo en el momento en el que éste comenzó a gri-tar se dio cuenta de que algo atípico ocurría y corrió hacia el origen delalboroto.

La llamada provenía de la cocina, pero antes de que alcanzase el umbralde la misma, se dio de bruces con Fernando junior que todo alterado sos-tenía un papel en su mano, la había cogido de la puerta de la nevera, endonde estaba sujeto con unos imanes; temblándole el pulso lo mostró a supadre:

QUERIDOS HIJOS, ME HE TOMADO UNOS DÍAS LIBRES

MAMÁ

La nota venía rubricada y aunque escrita con mayúsculas, no cabíaduda de su autenticidad. A Fernando padre se le secó la boca y sin poderhacer saliva con la que suavizar la aspereza que notaba en la lengua y en lagarganta, temiendo lo peor, fue directo a su despacho: la portezuela de lacaja fuerte le confirmó sus peores pensamientos, estaba entreabierta.

Se acercó miedoso, diciéndose a sí mismo que aquello no podía estarsucediéndole a él, que era broma (aunque bien sabía Fernando que Susana 83_

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no tenía sentido del humor). ¡Era ridículo, una auténtica locura! ¡Sin expli-caciones… cómo se había atrevido a marcharse sin pedirle permiso!…¿Pero, quién se había pensado que era?

Los irritados pensamientos sacudían la mente confundida del abando-nado marido y sus pies avanzaban pesados sobre la alfombra que llenabagran parte del suelo del despacho, sobre la que tantas veces su esposa habíapasado la aspiradora y él había derramado la ceniza de sus habanos.

Una fuerza parecía impedirle alargar la mano para terminar de abrir lahoja metálica, hasta que finalmente se hizo a la idea de que debía hacerloy, tras girar sobre las bisagras la portezuela, sus ojos comprobaron lo quehabía, mejor, lo que quedaba dentro de la oquedad oscura. Iba a tomar unpapel cuando se presentaron sus hijos, Fernando junior los había desper-tado para que fueran testigos de lo que él consideraba una verdadera put…(fatalidad).

Lucas y Susanita metieron prisa al atribulado papá que no encontrabalas gafas con las que descifrar las letras que estaban escritas en el papel, yque posesivo tampoco dejaba que ninguno de sus hijos se tomara la liber-tad de leerlo primero ¡Él era el padre, tenía derechos!

QUERIDO ESPOSO, LO MÍO HA SIDO TUYO, YA ESHORA DE QUE LO TUYO SEA DE LOS DOS. ME MAR-CHO DE VACACIONES, TENGO MUCHO QUE PENSAR,NO ME BUSQUES, YO SABRÉ ENCONTRARTE.

P.D. LO SÉ TODO

La nota volvía a estar firmada, pero lo más curioso de todo era quedebajo del nombre, y entre paréntesis, había una frase: (YA NO QUIEROSER REINA DE NADIE, SÓLO DUEÑA DE MÍ).

8

Esa noche Susana hizo una maleta con lo imprescindible, llamó a untaxi y se dejó asesorar por su conductor que la llevó a un modesto y cén-trico hotel. Cuanto cerró la puerta de su habitación comenzó a vomitar delos nervios que tenía. Se negó a pensar y el malestar físico que sentía lepareció una liberación. Por su boca salía todo aquello que no supo decir y_84

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contestar. Fluía su desesperación y escapaba su angustia. Era consciente deque la otra se había quedado en casa y que nada volvería a ser como antes.No sabía cómo comenzar, sólo era consciente de que debía hacerlo.

Amaneció el día siguiente y se propuso encontrar trabajo saliendo a esavida que no había podido vivir. Teniendo a cada instante presente a sufamilia, escondiendo su culpabilidad, dándose ánimo para tener la valen-tía suficiente para sobrevivir cuando alguien le negara lo que ella ansiabapateó la ciudad, leyó los periódicos y estuvo pendiente de las notas colga-das en algunos establecimientos.

Pasó una semana en la que se replanteó muchas veces su decisión, enla que tuvo que apartar la mano del teléfono, en la que tiró a la papelerapañuelos empapados de lágrimas, en la que se dijo que era una mala mujer,mala madre y mala esposa. En ese tiempo la Susana ama de casa le recri-minó su huida, le recordó su obligación, le repitió su deber y le recriminósu osadía. Pero a cada hora, a cada minuto, a cada segundo que transcurríala oía más y más lejana.

Antes se quejaba de que estaba sola y era cierto, ahora tenía soledadpero era diferente. Sus latidos eran más pausados, ya no se sobresaltabaporque no estuviera hecha la cena, porque no estuviera limpio el polvo nitransparentes los cristales, porque su marido preguntara por una camisaque todavía no había sido planchada, por cuándo regresarían sus hijos…Hoy le preocupaba ser ella misma, demostrarse que era capaz de salir ade-lante por sus medios, pero no era una ilusa, era consciente de que si noencontraba un empleo tendría que regresar a casa y volver a la sumisión, ylo que era peor escuchar (por los siglos de los siglos) recriminaciones pordoquier.

Le extrañaba que hasta entonces su marido no la hubiera llamado, nitampoco sus hijos. ¿Acaso habían encontrado una asistenta? Era mejor así,si la llamaban…, si la llamaban probablemente se vendría abajo. A pesarde todo, ¡los necesitaba!

Por enésima vez en aquellos días salió en busca de su oportunidad enel mundo laboral, su tenacidad le impedía darse por vencida, aunqueya le habían dicho que estaba un poco mayor, que no daba el perfil,que no tenía el currículum imprescindible, que le faltaba experiencia.¡Experiencia!, qué experiencia querían en aquel restaurante, un certificadode su familia de que jamás había tirado una bandeja, de que ponía bien loscubiertos, de que doblaba en condiciones las servilletas… Ni para eso la 85_

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querían. Y a qué otra cosa podía aspirar. Cómo explicar a su futuroempleador de que era una auténtica especialista, que era capaz de trabajarbajo presión, que podía hacer dos o tres cosas a la vez y al mismo tiempocontrolar una cuarta situación. Que sabía escuchar las indicaciones, queera obediente y responsable, que lo mismo le lustraba el suelo de la oficinaque le diseñaba una factura. Que había aprendido muchas cosas útiles porpura necesidad… que… que se le acababan los argumentos con los queconvencer al hombre que tenía delante y que cargado de prejuicios lamiraba indulgente.

Y volvió a arrastrar los pies a apartarse de los escaparates que le devol-vían su imagen que ella intuía perdedora, y el mundo se le venía encima,y tenía ganas de gritar y… Sonó el móvil, un mensaje. Susana buscó lasgafas, se las puso y leyó. Al principio le costó traducir aquel galimatías deabreviaturas, letras y signos, después lo guardó prometiéndose responderen cuanto llegara al hotel, no sin antes apretar junto a su corazón el apa-ratito que le devolvía la ilusión. Su Nandito le decía que la había visto, queestaba diferente, más guapa. Que todos estaban bien y que adelante. Enmayúsculas y subrayado le decía que la quería.

Susana encontró trabajo en una mercería donde arreglaba bajos depantalones, cosía dobles, botones y colocaba cremalleras. No era mucho,pero era el principio de algo. La dueña, una mujer a punto de jubilarse, lehabía ofrecido el establecimiento en traspaso y no le disgustaba la idea detener su propio negocio. Lo malo era que estaba en pleno combate legalcon su marido, que finalmente se puso en contacto con ella, bueno, él no,su abogado que la amenazó con acusarla de abandono de hogar y condejarla sin nada si no accedía a las condiciones que le planteaba su cónyuge.

“¡Son leoninas!”, pensó, “pero al menos tendré algo para conseguir loque quiero”. Dicen que el que algo quiere algo le cuesta, y a Susana no lecostaba desprenderse de los bienes materiales, lo único que deseaba era unasalida civilizada al conflicto. No fue así, del silencio más absoluto en sema-nas, pasó a soportar una llamada detrás de otra de su Fernando. Una vecessu voz tenía el tono de la condescendencia, otras era imperativa, otrasdesesperada, las más gritaba… Llegó a insultarla, pero eran palabras que yahabía escuchado otras veces, nada nuevo. “¿Quién era el que se sentía mássolo?” Por primera vez vio con distancia su anterior situación y se preguntó_86

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cómo había podido aguantar tanto tiempo sin estallar. “¡Sí!, lo mejor eraque cada uno siguiera con su destino”.

Sus hijos poco a poco se hicieron presentes en su nueva vida y Susana,a la que todavía le quedaba un poco del lastre que la había acompañado ensu pasado, volvió a comportarse como una madre. Cierto es que se auto-censuraba y no se extralimitaba en la función, pero seguía siendo madre yalgo más: otra mujer. Una mujer que miraba a los ojos a su interlocutor,que no se sentía inferior, que reconocía su valía, que poco a poco encon-traba un hueco en la sociedad de la que tan apartada había estado, que sesentía útil, una mujer feliz, ¡quizás!

No sabría decirles si ella es realmente feliz, la felicidad es un estadoambiguo y efímero, imposible de definir, sólo puedo afirmarles que Susanase siente en paz, y es mucho. Pueden creerme, porque Susana soy yo.

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VIVO OLVIDANDO

CAPÍTULO I

mavera. Acababa de ducharme y sonó el timbre de la casa. No me preo-cupó mucho ya que María estaba abajo. Continué con mi aseo diariocuando en la puerta de mi bañó oí a María con una voz desencaja:

–“Señora creo que debería bajar”;

Abrí la puerta muy enfadada ya que no soportaba que me molestarancuando estaba en el aseo.

–¿Qué ocurre, qué es tan importante como para no poder esperar,acaso no ves que tengo cosas más importantes que hacer?

–Lo siento señora pero abajo hay un señor que dice llamarse Enrique,de la policía, y quiere hablar con usted.

–¿Cómo? ¿Estás segura que pregunta por mí? Yo no tengo nada que vercon la policía.

–Le aseguro señora que no tiene aspecto de haberse equivocado. ¿Quéle digo?

–Sé amable y sírvele una copa. Mientras, yo terminaré de asearme ybajo en diez minutos.

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Recuerdo que era un maravilloso día de abril, recién estrenada la pri-

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No podía dejar de pensar qué es lo querría de mi la policía. ¿Acasohabía ocurrido algo con Carlos?, no era posible ya que alguno de sus secua-ces habría venido a avisarme antes. Lo mejor era hablar con ese policía paraaclarar esta situación.

Tras una breve presentación nos sentamos y Enrique comenzó a hablar.

–Voy a ser directo, para qué andar con rodeos si ambos sabemos cuáles el origen de toda esta fortuna que la rodea.

–No entiendo a dónde quiere llegar.

–Se lo aclaro en cinco minutos. Ambos conocemos los negocios de sumarido con la droga que viene de Colombia. Él la compra a los caposcolombianos y una vez en España la distribuye a través de la inmensa redque ha creado durante estos años. Actualmente es el mayor cliente de loscapos y el mayor distribuidor en España y parte de Europa.

Hace un año conseguimos infiltrar uno de nuestros agentes en la orga-nización de su marido. Muchos de los datos que ahora le acabo de expo-ner se obtuvieron de dicho agente. Estábamos a un paso de conseguir laprueba que lo inculparía y con ello desmontar esta organización.

Lamentablemente un error de nuestro agente hizo que lo descubrierany como podrá imaginar fue asesinado sin piedad alguna.

–Siento lo de su compañero, pero querría explicarme ¿qué tiene estoque ver conmigo?

–Sé que está intentado dejar a su marido pero éste no le está poniendolas cosas fáciles. Yo le brindo la oportunidad que buscaba, la llave hacia sulibertad. Antes de morir nuestro agente consiguió darnos la hora y el lugarde la última entrega, la cual no pueden cambiar debido a que la droga yaha salido de Colombia y llegará a nuestro país dentro de dos días. Con estoconseguiremos detenerle pero no es suficiente. Necesitaríamos el testigo deuna persona que supiera todos los entresijos que ha realizado durante estosaños.

–Está loco, ¿se da cuenta de lo que me está pidiendo? Márchese de micasa, esta conversación ha finalizado ahora mismo.

–Le entiendo, pero tome mi tarjeta y si cambia de opinión no dude enllamarme. Recuerde: le estoy dando la oportunidad de empezar de nuevocon otro nombre, otro lugar, una nueva vida…_90

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Paola acompañó al policía hasta la puerta. Cuando ésta se cerró nopodía creer lo que acaba de oír. ¿Cómo iba a testificar en contra de sumarido y salir con vida? Pero en su cabeza no dejaba de dar vueltas la ideade poder cambiar la vida que ahora tenía. De la cual se sentía prisionera yno sabía cómo salir.

Durante dos días no cesó de pensar en la propuesta que le había hechoaquel policía.

Era martes, lo recuerdo perfectamente porque acababa de llegar de miclase de Chi Kung de todos los martes y vi muchos coches de policíadelante de la casa. En un primer momento pensé que había ocurrido algomalo pero de repente cuando fui a cruzar la calle me detuve como sihubiera visto un fantasma, era él, Enrique, el policía que había venido acasa hacía unos días. Tras él iba mi marido esposado junto a dos de susmatones.

Regresé sobre mis pasos y durante horas permanecí dentro de mi cochesin cesar de pensar qué debía de hacer. Pensaba que si aceptaba testificar encontra de mi marido podría tener una nueva vida, una vida que anhelabadesde hacía tanto tiempo que no era capaz de recordar.

Por contra, estaba la inmensa posibilidad de ser asesinada y morir en elintento de conquistar la libertad. Pero ¿acaso iba a ser más doloroso quesentirse muerta en vida?

Finalmente decidí entrar en casa, todo estaba desordenado. Se habíanllevado un montón de cajas con papeles, vídeos, dinero…

Llamé por teléfono a Enrique y tan sólo le dije: ¡Quiero llamarmeValeria! Sé que a través de un teléfono es difícil captar lo que la otra per-sona siente pero pude sentir la alegría y, al mismo tiempo, la preocupaciónde Enrique cuando se dio cuenta de que ya tenía testigo para uno de losmayores casos sobre droga de Europa.

–En treinta minutos estaré allí para recogerla. Haga una maleta con loimprescindible, cuanto menos lleve consigo de su vida actual menos posi-bilidades de seguir su rastro tendrán los demás, Valeria.

Una mezcla de miedo, alegría contenida, tristeza, libertad… recorriómi cuerpo dejándome durante unos minutos sin poder de reacción. Traseste paréntesis y siendo ya consciente del rumbo que tomaba mi vida me 91_

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puse a recorrer la casa intentando recoger lo que creía que merecía la penaconservar de esta vida que había tenido.

Sonó el timbre, una vez más, esta vez fui yo a abrir la puerta junto conuna bolsa azul no más grande que un bolso mediano.

–Me alegra mucho la decisión que ha tomado. Está de más que le digalo importante que es su testimonio para poder hacer justicia y poco a pococonseguir eliminar la droga de nuestras calles.

–No lo hago por la sociedad ya que no le debo nada. Lo hago por mí,porque necesito creer que hay una vida mejor que todo esto.

–De todas formas le agradezco su decisión. ¿Éste es todo su equipaje?

–¡Sí!, esto es lo único que merece la pena conservar de mi vida despuésde tantos años.

Llevaba una semana en un apartamento, una zona residencial deOrense sin poder salir y comenzaba a sentirme angustiada. Mi marido yasabía que había un testigo que iba a declarar en su contra, lo que habíahecho poner en guardia a todos los matones de la zona. Era de vital impor-tancia eliminar ese testigo. Él no podía creer que después de tanto tiempo,

tigo. Había estado media vida escabulléndose de todo tipo de acusaciones,tapando todos sus negocios en fructíferos negocios legales ante la ley yahora una única persona podía hacer tambalear todo su imperio. Yo sabíaque no iba a ser nada fácil salir con vida de esta situación pero me alentabala idea de conseguir una nueva vida.

Enrique venía todos los días. Imagino que para comprobar que no mearrepentía. Aunque me hacía pensar que también había algo de humani-dad en estas visitas.

Ya me habían conseguido un DNI con mi nueva identidad: ValeriaSoler Molina, nacida en Madrid.

Mi nueva residencia era un estudio en el céntrico Madrid. Allí iba atrabajar en la Escuela de Bellas Artes como profesora en técnicas de pin-tura modernas.

Lo cierto es que siempre me ha gustado el arte, ahora podré sacarle par-tido a todos los cursos que había realizado durante estos años._92

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y de cuidar tantos detalles, iban a conseguir meterle en la cárcel por un tes-

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Finalmente voy a conseguir encontrar algo positivo de esta vida quedejo.

No pintaba nada mal esta nueva vida que me habían fabricado. Ahorasólo quedaba salir con vida de esta situación para poder disfrutarla.Tan sólo faltaba un día para el juicio y durante le noche previa a esto noconseguía dormir. Los nervios podían conmigo y la angustia no cesaba decuestionarme si había hecho bien.

Por fin el día del juicio había llegado. Eran las ocho de la mañana y yoya estaba preparada para cuando vinieran a buscarme. La puerta de mihabitación se abrió y sentí cómo mi respiración dejaba de formar parte demí. Sin embargo cuando vi la sonrisa de Enrique recuperé un poco de tran-quilidad.

–¿Preparada?

–No, pero creo que no es momento de echarme hacia atrás. Y ademássiempre he deseado llamarme Valeria.

–Está bien, no te preocupes de nada. Te prometo que saldrás en per-fecto estado de esta situación.

Creo que con mi mirada comprendió lo agradecida que le estaba poresas palabras, aunque ambos supiéramos que no podía garantizarme querealmente saliera bien parada de esta situación.

Montamos en un coche y cuando éste se puso en marcha no pude evi-tar ver pasar mi vida durante estos años. No conseguía comprender cómohabía acabado viviendo al lado de un hombre al que nunca quise.

Ya habíamos llegado pero no entramos por la entrada principal de losjuzgados, sino por una puerta que había en la parte trasera del edificio.Toda precaución era poca. Además la entrada estaba llena de periodistas yno se podía desvelar el testigo principal a las puertas del juicio.

Nos instalamos en un pequeña sala. Tan sólo había una mesa cuadradacon unas cuantas sillas, las cuales parecían sacadas de una película de losaños 70. Además había una pequeña cafetera eléctrica que daba un agra-dable aroma a café. Éste atenuaba el olor a rancio de la moqueta verdeoscura que había en el suelo. Se podía decir que no era un lugar muy aco-gedor pero supongo que nadie me buscaría aquí. No sé el tiempo que esta-ríamos allí pero, para mí, fue una eternidad hasta que un funcionario 93_

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llamó a la puerta para avisar a Enrique que habíamos sido requeridos paratestificar.

Salimos y tomamos el camino hacia la sala 5, en la segunda planta.Comenzamos a subir las escaleras y quise, por un instante, que nunca seacabaran, tan sólo ver la cara del clan de los Corrado, entre ellos mimarido, hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo. De repente noté elcalor de una mano cogiendo la mía y vi que Enrique me sonreía comocuando una madre tranquiliza a su pequeño camino del dentista.

Al fin estábamos en la sala 5 y dos inmensas puertas se abrieron antenosotros. La sala, al completo, se giró para saber quien era ese testigo quetan oculto había permanecido. Cuál fue la sorpresa de Carlos cuando mevio aparecer. Seguí mi camino hasta el lugar donde debía hacer la declara-ción y cuando caminaba delante de él su mirada se clavó en mí y de suboca salió un susurro: “ya sabes que estás muerta”. Giré mi cabeza hacia ély de repente todos mis miedos desaparecieron y conseguí el coraje sufi-ciente para decirle: “morí el mismo día que te conocí, por lo que no pue-des matarme una vez más”.

Mientras el juicio seguía su rumbo, nosotros estuvimos cambiando dehotel y de pisos todos los días. Enrique decía que toda precaución era poca.Además, tan sólo él sabía cuál iba a ser el siguiente lugar, por lo que acor-taba las posibilidades de que alguien fuera comprado o torturado por elclan de los Corrado para conseguir mi paradero. El juicio quedó visto parasentencia diez días después. Y tardarían un día más en dar el veredicto.

Debido a la magnitud del juicio todo se hacía con rapidez y poca buro-cracia.

Una vez más hicimos el trayecto desde la habitación del sótano quehabía en los juzgados hasta la sala 5, el la segunda planta.

Allí, por fin, escuchamos las sentencia:

–Quiere levantarse el Sr. “Carlos Corrado”.

–Sr. Corrado se le acusa de malversación de fondos, blanqueo dedinero procedente de la droga. Además de distribución de droga en el país,posesión de armas, delito contra la salud pública y del asesinato de un poli-cía en servicio. Por ello se le condena a una pena total de 120 años sin posi-bilidad de pago de fianza haciendo firme desde el mismo momento suingreso en prisión._94

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No pude sentir otra cosa que una profunda alegría y libertad al oír laspalabras de aquel juez. Por fin todo había finalizado o eso creí pensar yo.

Nosotros salimos hacía un nuevo hotel para pasar mi última noche enOrense. A la mañana siguiente debía coger un tren que me llevaría aMadrid.

Eran las dos de la mañana y los nervios recorrían mi estómago por laemoción de una nueva vida. Así que decidí levantarme, pero como en la tele no había nada interesante, me vestí, cogí mi pequeño bolso y salí de la habitación para dar un paseo por el jardín del hotel que estaba en laparte posterior.

Creo que estuve una hora y, al final, como el frío comenzaba a hacermella en mí, decidí subir de nuevo a la habitación.

Iba caminando por el pasillo de mi planta cuando al girar vi la puertade la habitación abierta. En ese mismo instante, Álvarez y Lucas, personas dela confianza de mi marido salían de la habitación. Por un instante mequedé paralizada sin poder moverme. Al oír:

–Es ella, corre, no se puede escapar.

Conseguí que mi cuerpo reaccionara y comencé a correr sin miraratrás. Cogí el ascensor y cuando llegue al hall del hotel fui directa a la calle.

No sabía qué dirección tomar ni qué hacer.

Por un instante, antes de verme en esta situación, creí que sería capazde salir de esto sin problemas. Cómo pude ser tan ciega y no estar prepa-rada para esta inevitable situación. De todas formas no era el momento dereprocharme nada y más bien de canalizar mis fuerzas en buscar una solu-ción.

No sé si fue un acto reflejo o supervivencia pero levanté el brazo y untaxi paró. Subí a él y conforme me alejaba pude verlos cómo salían a lacalle desesperados. Durante unas horas estaba a salvo. De repente el taxistapreguntó:

–Disculpe señora, ¿podría decirme dónde quiere que la lleve?

Había olvidado dónde estaba y qué hacía en un taxi hasta que su vozme hizo aterrizar a la realidad. Tras unos segundos contesté:

–Sí, había olvidado por un instante donde estaba. Una tiene tantascosas en la cabeza… Lléveme a la estación de tren, por favor. 95_

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Una vez con la situación más o menos controlada, recapitulé lo suce-dido y el futuro.

Afortunadamente había cogido mi bolso con mi nueva identificación,

bre de Valeria. El problema es que tenía que esperar una semana, ya quemi tren no salía hasta entonces, no quería levantar sospechas de ningúntipo.

De pronto recordé a Inocenta. Era la única familia que tenía y vivía enun pequeño pazo de A Veiga donde nunca buscaría.

La historia con Inocenta era desconocida para Carlos debido a quenunca comenté la existencia de esta persona. Y como mis padres habíandesaparecido, yo no tenía hermanos y tampoco ningún tío ni primos, paraél nunca ha existido mi familia.

Durante catorce años, Inocenta fue parte de mi vida diaria ya que mispadres y yo vivíamos en este pueblecito del campo, hasta que un día sur-gió la oportunidad de vender los terrenos. Mis padres decidieron que que-rían darme un mejor futuro que unas tierras que con los años perderían suvalor.

Vendieron todo y con el dinero compraron un piso en La Coruña.Lamentablemente nunca fue una buena decisión porque al poco tiempomis padres desaparecieron en un accidente y yo pasé a ser propiedad delEstado. Con quince años nadie quiso acogerme y estuve en un orfanato enLa Coruña hasta mi mayoría de edad.

Al cumplir dieciocho años tuve que dejar el orfanato, busqué un tra-bajo y un pequeño piso a 20 minutos de la ciudad. Después de un añoconocí a Carlos y hasta hoy.

–Señora, ya hemos llegado. Son 23 euros.

–Muchas gracias, tenga 30 y quédese con la vuelta.

Una vez en la estación de tren me fui a la ventanilla más cercana ysaqué un billete para A Veiga. Una vez allí tan sólo tenía una hora andandoy por fin llegaría a un lugar seguro.

En el trayecto del tren pude relajarme, me sentía protegida y a salvo,así que disfrute del paisaje que iba quedando tras de mí. Maravillosos bos-_96

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el billete que tenía que llevarme a Madrid y mis tarjetas de crédito a nom-

De pronto la voz del taxista volvió a traerme a tierra firme:

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ques, planicies, ríos que hacen fértiles las tierras, un precioso cielo azulmanchado de pequeñas nubes blancas…

Tras dos horas de viaje llegué al destino. Bajé y con mi único equipaje,mi bolso, inicié camino hacía casa de Inocenta. Lo cierto es que en esemomento me paré a pensar que quizá no había contado con que Inocentano tuviera ganas de verme, si seguiría viviendo allí… Ahora ya daba igual,no podía volver, hasta mañana no pasaba el próximo tren, por que lo quepreferí llegarme hasta casa de Inocenta.

Al fin, después de una hora andando, conseguí llegar. El pazo deInocenta estaba a la entrada del pueblo, y cuando estaba delante una sen-sación de melancolía y alegría me invadieron. Justo en el momento que ibaa empujar la puerta para pasar nos encontramos de frente. Ambas nos que-damos mirando sin saber qué decir, y durante un instante el tiempo pare-ció congelarse. Entonces una lágrima recorrió la mejilla de Inocenta einmediatamente me abrazó.

No pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas, habíamos pasadotanto tiempo juntas y hacía tanto tiempo que no nos veíamos que la ale-gría nos invadía.

Tras este primer encuentro pasé a la casa y me preparó un café.

–Bueno, Paola, ¿qué es de tu vida?

–Pues siento decirte que no muy bien, pero estoy empezando un nuevomomento y espero que a partir de ahora todo sea mejor. Y te voy a ser sin-cera, he venido porque necesito pasar una semana en un lugar apartado delmundo y entonces pensé en ti. Tan sólo quedas tú de mi pasado. Si no esposible buscaré otro lugar. No quiero ponerte en ningún compromiso.

–No faltaba más. ¡Qué me vas a molestar! Estoy encantada de quehayas venido. Durante estos años he pensado mucho en qué habría sido deti y al menos por tu aspecto no te ha ido muy mal. Además no suelo reci-bir muchas visitas así que no me va a importar tener compañía duranteuna semana.

–Muchas gracias. Y cuéntame, ¿qué tal tú, la familia?

De repente pude ver cómo su rostro se entristecía.

–Pues como tú bien sabes, aquí está complicado para poder encontrarun trabajo que no sea la tierra. Y ahora nadie quiere trabajar las tierras por- 97_

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que hay que sacrificarse mucho y da poco beneficio. Así que Fernando secasó con Evarista, la hija de los Carmona, y se marcharon a Madrid. Allídespués de muchos años está de encargado en una fábrica y tienen doshijos de 12 y 8 años.

Mientras, sorprendida le decía:

–¡Así que ya eres abuela!

Inocenta marchó a buscar un portafotos en los que estaban las fotos dedos preciosos angelitos.

–Aquí los tienes, qué te voy a decir yo de mis nietos además de que songuapísimos.

De repente, su rostro volvió a reflejar tristeza.

–Al menos puedo hablar con ellos por teléfono todas las semanas. Ysiempre que pueden Fernando y Evarista vienen para que estemos con losnietos. Pero, hija, no es fácil. A veces pienso que debimos de haber hechocomo tus padres, pero como no se puede echar marcha atrás en la vida,vivimos lo que Dios tiene preparados para nosotros.

–¿Y de Fermín y Antonia qué ha sido?

–Pues verás, Fermín, si recuerdas le gustaba todo lo militar, así que sealistó en el ejército de la marina y actualmente está de sargento en esebarco que es como una escuela.

–El buque escuela “Juan Sebastián el Cano”.

–¡Ése! Sin embargo con las mujeres las cosas no le han ido muy bien.Se separó hace tres años y hoy todavía no ha vuelto ni a plantearse la ideade casarse.

–Quizás sea más fácil para él no estar atado a una familia por el tipode trabajo que tiene.

–Pero dónde va un hombre sin mujer, cuando llegue a viejo quién vaa cuidar de él.

–Veo que no has cambiado nada. Las cosas hoy ya no son comocuando vosotros érais jóvenes.

–¡Qué cierto es! Antonia se casó con Juan el de los Ferriño. Ellos tam-bién se marcharon. Pero al menos no lo hicieron lejos. Están en Santander.Juan montó su empresa de construcción y le ha ido muy bien. Mi Antonia_98

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vive como una reina. Cuida de su hijos y de su marido como una perfectaama de casa. La verdad es que estoy muy orgullosa de ella.

Continuamos la conversación durante horas. Teníamos que recuperar17 años.

De repente un fuerte golpe en la puerta interrumpió nuestra conversa-ción. Era José, el marido de Inocenta. Siempre se había caracterizado porun carácter poco sociable y bastante bruto. Los años habían acentuado, ensu rostro, la amargura que siempre tuvo dentro de sí.

–Sí ya veo. ¿Dónde está la cena? ¿Acaso has olvidado que tu marido haestado todo el día trabajando y que lo menos que puedes hacer es tener lacena preparada?

–Lo siento, José. Me he puesto ha hablar con Paola y he perdido lanoción del tiempo. Pero no te preocupes, vete a tu sofá, descansa un pocoy en un momentito tengo la cena preparada para mi rey.

–Perdona, Paola, como ves hay muchas cosas que siguen igual, preparola cena y en diez minutos seguimos nuestra conversación.

Siempre me había preguntado cómo una persona tan maravillosacomo Inocenta podía seguir con un hombre tan egoísta y agrio.

El día no dio para mucho más. Nosotras cenamos en la cocina mien-tras seguía poniéndome al día de todo cuanto había sucedido en estos últi-mos 17 años. Me preparó la habitación de Antonia. La había conservadotal como estaba desde que ella se había marchado a Santander.

Llevaba tres días en casa de Inocenta y contribuía tanto en las tareas dela vaquería como en casa. Era lo menos que podía hacer ya que no habíanaceptado mi dinero por acogerme durante una semana. Debo reconocerque mi primer encuentro con José no me había dejado un buen sabor deboca. Creo que Inocenta se dio cuenta de ello y siempre estuvo preparadapara la conversación que surgió aquel miércoles lluvioso.

Como llovía a cántaros, las tareas del huerto y el campo quedaron can-celadas, así que José le comentó a Inocenta que hoy se quedara en casa queél iba a la vaquería.

Acabamos las tarea de casa sobre las diez y media de la mañana y nosfuimos a la cocina. Hoy tocaba caldereta de cordero y eso llevaba su 99_

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– Mira, José, quién ha venido!

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tiempo, por lo que comenzamos a preparar las verduras y la carne. El silen-cio formaba parte de la escena. No era molesto pero creo que ambas sabía-mos que era un poco impuesto. Ello evitaba hablar de cosas que ningunade las dos queríamos.

Al cabo de un rato ya teníamos la olla con las verduras y la carne afuego lento por lo que nos sentamos en la mesa con un vasito de albariñoy un trozo de lacón.

–Qué bueno sabe este tentempié cuando el estomago empieza a hacer

–¡Tienes razón, hija mía! No hay cosa que me sepa tan bueno como unpedazo de lacón a media mañana.

El silencio se volvió a adueñar de la escena y ninguna de las dos teníaganas de cambiarlo.

Sin embargo, no sé por qué, algo me movió a contarle lo perdida quehe estado durante estos diecisiete años.

–Sabes una cosa, Inocenta, desde la muerte de mis padres te he recor-dado muchas veces. Pensé en muchas ocasiones que jamás tenían quehaber aceptado ese dinero y haber seguido aquí. Yo sé que mi madre noquería irse pero la decisión final siempre la tuvo mi padre, el hombre.¡Como si su esposa, por ser mujer, no tuviera nada que decir o fuera a deciruna tontería! Maldita sea ¡Durante años he odiado a mi padre! Si hubieraescuchado a mi madre cinco minutos ahora estarían con vida y quizás yohabría tenido una vida mejor.

Inocenta me miró con ternura y me dijo:

–Cariño, veo en tus ojos mucha desilusión y odio que nada bueno pue-den hacerte. No es tu padre el culpable de lo que tú has hecho con la vidasino sólo tú. Es cierto que él decidió marchar, pero nunca olvides que esehombre del que hablas con cierto desprecio lo hizo para darte algo mejor.Nunca fue una postura machista ni mucho menos egoísta. Tú nuncasupiste cuántos esfuerzos y lloros le costó a tu padre tomar la decisión. Yclaro que escuchó a tu madre, pero nunca lo hizo delante de ti. Al final fueuna decisión de los dos. Sé que es muy difícil para las mujeres de hoy endía entender estas posturas con nuestros maridos, pero puedo asegurarteque somos igualmente felices. ¿Acaso crees que todas tenemos aspiraciones_100

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gorgoritos por hambre.

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compensa con creces ese pequeño anhelo.

Una lágrima deslizó mi mejilla y, de repente, sentí como si una pesadacarga desapareciera de mi corazón. Durante años había creído errónea-mente que mi padre había sido el culpable y ahora me habrían los ojos ala realidad. Quien había decido sobre mi vida había sido yo y no las cir-cunstancias.

Inocenta secó con sus manos mis lágrimas y me abrazó. De nuevo vol-vía a sentir el calor de un abrazo.

–Sé que la vida no te ha tratado muy bien. La prueba es que has venidoescondiéndote de algo o alguien aquí. No hace falta que me lo digas, lo vien tu cara al momento de abrirte la puerta. Y también sé qué es lo quepiensas de José. Tienes que aprender que uno no debe quedarse con lascapas exteriores de la cebolla ya que lo bueno está en el interior. José puede,y es, un hombre duro de palabras y gesto. !No lo niego! Pero es muchomás. A mí como persona siempre me ha dado el mayor de los respetos, hatrabajado sin descanso para darnos lo mejor día a día. Y aunque no lo creases cariñoso. Llevamos 50 años casados y no los cambiaría por nada porqueme siento muy bien y feliz. Y aunque pudiera elegir otra época en la quevivir u otra vida no la cambiaría. Soy y tengo lo que he querido tener.

–Te entiendo, pero quizás no deseas otra vida porque no sabes quéotras posibilidades tienes.

–¡No te equivoques! El hecho de haber nacido en otra época no signi-fica que no hubiera otras alternativas a casarse y ser madre. ¡Verás! Te voya contar un secreto que te hará comprender más cosas. Cuando tenía die-ciocho años vivía con mis padres en Madrid.

–¿En Madrid, pero si siempre creí que eras de aquí de toda la vida?

–¡Estabas equivocada! Además de ello venía de una familia de burgue-ses en buena posición económica. Yo estaba estudiando Magisterio cuandoconocí a José. Estaba con unas amigas en el Retiro cuando se acercó a míun hombre fuerte, guapo, con una rosa entre las manos. Extendió la rosay me la entregó. Entones me dijo:

–Acepta esta rosa que se marchita junto a la flor más bella y mi brazopara pasear juntos disfrutando de la compañía de tan hermosa mujer. 101_

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de trabajar fuera de casa? Mi vida junto a José, y criar a mis tres hijos me

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–Me dejó tan atónita que no pude negarme a tal invitación. Y a pesarde que en aquel entonces era casi una osadía, decidí que no podía renun-ciar a seguir siendo halagada de forma tan sutil. Así que iniciamos un paseode su brazo por el Retiro.

–Perdona mi mala educación pero todavía no te he dicho que mellamó José. Soy de Orense y estoy haciendo el servicio militar en Madrid.Quizás te haya parecido demasiado pícaro pero no consigo saber cómo lohe hecho ya que, aunque no lo creas, soy bastante vergonzoso. Tan sólo séque te he visto y al ver tu mirada he quedado encantado. Y me he dichoésa es la mujer de mi vida.

–Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Tras este primer encuentro hubootros. Así durante dos años. Yo seguía estudiando y José prestaba el servi-cio militar. Mis padres lo conocieron pero consideraron que no podía sersuficiente para mí, por lo que pasó a ser una relación “clandestina”. Con laayuda de mis amigas lo arreglaba para poder vernos y así fue pasando eltiempo. Un día llegó la licenciatura de José y se volvía a su tierra, “Galicia”.Nunca habíamos hablado de qué iba a pasar cuando tuviera que volverpero de repente un día José me pidió que renunciara a mis estudios, miacomodada vida y me fuera con él. Había adquirido unas tierras en unpequeño pueblo de Galicia donde crear un hogar y vivir del campo y delganado. En ningún momento me engañó y siempre supe dónde venía. Trasmucho meditarlo decidí que era el amor de mi vida. Sabía que nuncaencontraría a una persona tan maravillosa y decidí embarcarme en estanueva aventura. Me costó no sólo dejar mis estudios, sino que duranteaños mis padres no volvieron a hablarme. Puede parecer que sacrifiquémucho y es cierto, pero gané una vida llena de amor y felicidad. ¡Míratetú, hija mía! Tú has podido elegir y sin embargo no parece irte bien la vida.Hombres crueles los ha habido siempre pero también maravillosos comomi José.

–¡No puedo creerlo! Es increíble lo equivocada que he estado pensandoque las mujeres de vuestra época no habíais podido ni elegir ni ser felices.Me he permitido el lujo de creer que las mujeres de hoy día somos mejo-res porque tenemos educación, trabajo, “libertad de decisión” y tan sólo hasido un error.

–No podemos negar la evidencia, actualmente la mujer dispone de unamejor posición para elegir pero yo te hago una pregunta: ¿son más felicesque nosotras?_102

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–Muchas gracias por hacerme ver cuánto estaba de equivocada y a par-tir de ahora miraré más el interior de la cebolla.

La conversación cesó con estas últimas palabras y la semana llegó a sufin. Tras este pequeño paréntesis me tocaba dar comienzo a mi nueva vidaen Madrid.

Me despedí, con pena, de Inocenta y José, al que ahora miraba conotros ojos.

Fue triste porque los tres sabíamos que sería la última vez que nosveríamos. Así que una vez inicié mi camino hacia la estación de tren decidíno girarme para no hacer más duro este momento.

Era como haber regresado al pasado, a sentir el calor de una familia,muchos recuerdos maravillosos habían venido a mi mente de cuando vivíacon mis padres en la casa de al lado. Un sinfín de sensaciones se amonto-naron en mi corazón. Lo que nunca olvidaré era lo que Inocenta me hahabía enseñado durante esta semana.

Estos pensamientos me acompañaron durante todo el trayecto hastaque por fin llegué a la estación. Saqué un billete para Orense y esperé sen-tada en un banco hasta le llegada del tren.

CAPÍTULO II

Cerré los ojos durante un instante, que pareció ser una eternidad, ycuando volví a abrirlos me di cuenta que no era un sueño. Estaba en el trenque me llevaba a Madrid. La verdad, es que la vida me daba una segundaoportunidad y por ello me sentía afortunada. No todo el mundo tiene laocasión de empezar de nuevo con una vida hecha a medida y según susdeseos. Así que decidí relajarme y disfrutar de cómo mi pasado iba que-dándose con los kilómetros pasados y cómo mi futuro se acercaba cada vezmás.

Estaba tan emocionada que mis nervios me habían dejado para elarrastre por lo que no tardé ni diez minutos en dormirme. Cuando des-perté pude comprobar que a mi lado se había sentado una persona. 103_

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En un primer instante me sobresalté ya que pensaba que me habíanencontrado, hasta que me dijo:

–Lo siento, no tenía intención de sobresaltar tus sueños pero es que nohay sitio en todo el vagón.

Tras conseguir centrar la situación, la miré y respiré aliviada.

–No te disculpes no has sido tu. Tan sólo el despertar de un mal sueño.

Ahí acabo nuestra conversación. Ella se puso a leer un libro que traíade Pérez-Reverte y yo decidí continuar con mis pensamientos.

Por fin llagamos a Madrid, allí cogí un taxi hasta la C/ Pérez Galdós,donde iba a vivir a partir de ahora.

Era sábado por la noche así que mañana podría descansar, enfrentarmemás fresca el lunes a mi nuevo trabajo.

25 de octubre, lunes, eran las 7:30 de la mañana y no había mejorforma de empezar una nueva semana que con una ducha.

El domingo había sido muy relajado y pude recuperarme de todo micansancio. Tras la estupenda ducha tomé un energético desayuno y yatomé camino para la escuela de Bellas Artes.

Cruzaba un parque buscando el edificio y de repente ante mí aparecíaun majestuoso edificio del siglo XVII. De pronto me sentí insegura, ner-viosa y cuando iba a dar marcha atrás para volver a mi estudio tropecé conuna mujer. Al girarme para pedirle disculpas, cuál fue mi sorpresa que setrataba de la misma mujer que se había sentado a mi lado en el tren.

–Está claro que estoy destinada a sobresaltar tu vida en cada encuen-tro.

Una alegre risa salió de su boca y por alguna circunstancia consiguiórelajarme.

–Lo siento, durante un instante me ha entrado el pánico. Espero nohaberte hecho daño en mi huida.

–¡No! Tan sólo ha sido un pequeño golpe que ha parado mi carpeta.No te preocupes.

Volvíamos a despedirnos. Yo seguí con mi huida pero algo hizo que megirara y cesé con mis pasos. Me senté en un banco y me quedé mirando el_104

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edificio. No podía ser que ahora que estaba tan cerca de hacer realidad misueño me dejara dominar por el miedo.

Entonces recordé las palabras de Inocenta:

–“En esta vida nosotros somos los únicos responsables del rumbo quetoma nuestra vida. Deja que la intuición domine alguna vez a la razón ylleva a cabo los sueños que deseas por muy locos que puedan parecer”.

Así que tras respirar hondo volví a dirigir mis pasos hacía la escuela.Cuando entré me quedé maravillada. Entrabas a un hall grandísimo, conescaleras de piedra que bajaban, tanto por la derecha como por laizquierda. El suelo estaba forrado de antiguos azulejos en colores negros yblancos. Una inmensa lámpara de cristal iluminaba las maravillosas pare-des decoradas. En el centro estaba la oficina de información así que medirigí a ella para preguntar dónde estaba el despacho del director.

–Buenos días, me llamo Valeria, comienzo hoy aquí como profesora ydebía de verme con es Sr. Christophe. ¿Podría indicarme dónde está sudespacho?

–¡Oh! Por supuesto, Sra. Valeria. La estábamos esperando. Debe ustedsubir las escaleras y seguir todo recto. Al final del pasillo hay una puertadonde ya indica “Despacho del director”.

–¡Muy amable!

–¡Que tenga un buen comienzo!

Me la quedé mirando y le devolví una sonrisa por sus amables palabras.Estaba convencida de que esa frase era un buen comienzo. Al fin estabaante la puerta del director y golpeé suavemente pidiendo permiso paraentrar.

–Adelante, está abierto.

–Buenos días, soy Valeria, la nueva profesora de técnicas modernas.

–¡Por supuesto! No se quede en la puerta. ¡Siéntese aquí!

–Permítame que me presente. Soy Christophe François. Además deldirector de esta escuela de Bellas Artes, soy profesor de historia del arte ydibujo artístico. Estoy encantado con esta nueva asignatura que hemoscreado para este curso acerca de técnicas modernas de pintura. Lo cierto esque somos una Escuela que destaca por crear grandes artistas y queremosseguir en esta línea. Por ello consideramos que había que incluir líneas más 105_

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modernas a nuestras directrices que tan apenas han cambiado en estos últi-mos quince años. No se deje impresionar en su primer día por el entornoni por los alumnos. Debo confesarle que mi primer día aquí me produjola misma sensación que usted tiene ahora mismo. Si le parece podemoscomenzar por presentarle al resto de los profesores en nuestra reuniónmatutina. En ella comentamos lo sucedido durante el día anterior y prio-ridades para el nuevo día.

Debo reconocer que este primer encuentro me había causado unabuena impresión. La sensación de que iba a ser un buen día seguía enaumento conforme se iban sucediendo los acontecimientos. Por fin llega-mos a una gran sala, en la cual había una gran mesa redonda de unamadera preciosa, que aún resaltaba más por la cantidad de luz que entrabade unos inmensos ventanales. Acompañada de unas sillas forradas de ter-ciopelo rojo. Lo cierto es que el conjunto parecía sacado de un cuento deprincesas. ¡Era preciosa!

Los profesores comenzaron a entrar tomando cada uno un sitio en lamesa. Me recordaba al Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, yde repente, no me lo podía creer. Ahí estaba ella otra vez. La mujer del treny con la que acaba de tropezar estaba en la sala. Las dos nos quedamosmirando y al unísono nos señalamos mientras una carcajada inundaba lasala.

Christophe extrañado preguntó:

–Es que ya os conocíais.

–En cierta forma sí, ¡Es una peculiar historia que a la hora del café oscontaremos.

Tras este pequeño paréntesis la reunión se inició. Fui presentada yChristophe explicó cuál iba a ser mi papel durante este año. Tras esto losdemás pasaron a exponer el día anterior.

Al acabar la reunión, Antonia, vino directa a mí.

–Creo que esto se merece un café, ¿no te parece?

–¡Qué menos! Estas cosas no suceden todos los días.

Tras el café mi dirigí a mi clase. Estaba en el lado derecho de ese impre-sionante edificio y cuando ya me hallé frente a la puerta respiré profunda-mente y abrí._106

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Allí estaban mis alumnos. Personas de toda clase, religión, cultura yedad.

Había tal mezcla que de repente la sensación de extrañez desapareció.

–Buenos días, me llamo Valeria y voy a ser vuestra profesora de técni-cas modernas de pintura. Espero que todas aquellas expectativas que habéispuesto en esta asignatura se cumplan, al igual que la ilusión que yo sientopor poder enseñaros todo cuanto os permita aprender sobre estas técnicas.Os pido que hagáis partícipe todas aquellas sugerencias que creáis puedenaportar cosas interesantes al grupo.

Y así comenzó esta nueva etapa.

Habían transcurrido tres meses desde mi llegada a Madrid. Acababa decumplir tres meses en mi nueva vida y pensé que sería una buena idea cele-brar con alguien esta maravillosa sensación de renacer. Así que pensé enAntonia y una cena en casa.

Nada más llegar a la escuela me fui directa a buscar a Antonia y lecomenté que si querría venir a cenar a casa. Está claro que nunca podríadecir el motivo de mi celebración así que le dije que era para celebrar mistres meses de trabajo. Le pareció estupendo y quedamos para esa mismanoche.

Habían acabado mis clases y me fui corriendo a la tienda que habíadebajo de mi casa. Era de Pablo y su mujer, Elena. Me encantaba aquellatienda.

Cuando entrabas olía a una mezcla entre rancio, bacalao seco y jamónserrano. Era esa tiendecita que habían heredado de su padre que al mismotiempo había heredado del abuelo. Aquella tienda había vivido desde lostiempos duros de la guerra hasta el dinero que trajo la revolución indus-trial, una dictadura, una democracia, tiempos difíciles y tiempos de granprosperidad. Al entrar podías transportarte a cada uno de esos momentosobservando sus estanterías, que todavía eran las originales del abuelo, suolor, sus antiguas ventanas…

Me encantaba comprar allí, además Pablo y Elena eran maravillosos yte trataban como si fueras de la familia. Ahora no corrían buenos tiempos.Los grandes comercios eran un enemigo tan grande que les era imposiblesiquiera hacerles frente. Tan sólo les quedaba ser maravillosas personas yconfiar en que ninguno de sus clientes habituales les fallara y conseguir, de 107_

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vez en cuado, alguien nuevo permitiéndoles sacar adelante los gastos yseguir viviendo.

Compré y subí corriendo para preparar la cena.

Lo cierto es que como no era buena cocinera había decidido hacer unpoco de pan con tomate, el mejor jamón de Pablo, una exquisita ensalada,algún pica pica y un vino que Pablo me había recomendado.

El postre sí que era de cosecha propia, una tarta de manzana que habíaaprendido de mi madre.

En lo que no escatimé fue en preparar una mesa preciosa, como a míme gusta, con sus velas, servilletas de colores, incienso…

Habíamos quedado a las nueve y eran menos cuarto cuando sonó eltimbre. Me lo imaginaba, ya que Antonia era una persona muy puntual ysiempre llegaba a todos los sitios con, al menos, quince minutos de ante-lación.

–Hola, guapísima, pasa y como si estuvieras en tu casa.

–Hola, te he traído unas flores.

–¡Pero si son girasoles! Me encantan son unas de mis flores favoritas.Las voy a poner en un jarrón para que alegren la mesa de la cena.

–Vaya estudio bonito que te has dejado. Este color naranja con el quehas pintado me parece precioso y muy acogedor.

–La verdad es que estoy muy contenta con el resultado de la reforma.Me ha llevado un poco más de tiempo del que tenía previsto pero estoymuy a gusto.

–¿Te ayudo a algo?

–No, pero dime qué te apetece tomar de aperitivo.

–¿Tienes Martini blanco?

–Sí, marchado dos martinis blancos. Vas a disculpar mi cena pero nosoy muy buena cocinera, eso sí, el pastel es casero.

–No importa, me gusta mucho lo que has preparado. Soy una apasio-nada del pan con tomate y jamón serrano.

Estaba encantada con tener visitas en casa. De normal prefería mi sole-dad, había sido complicado al principio pero tras tres meses ya nos había-_108

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mos hecho la una a la otra. No obstante eso no quitaba que me gustabasalir o tener visitas de vez en cuando. Era agradable tener una conversacióncon otras personas.

Además debo reconocer que con Antonia, aunque quedaba mucho porrecorrer, había una situación especial. No sé si lo hacía el hecho de haber-nos conocido de esa forma tan curiosa o porque nuestros caracteres secomplementaban, aunque al mismo tiempo eran muy diferentes como elYing y el Yang.

Tras la cena nos fuimos al saloncito árabe que tenía, cojines de suelo,de colores frambuesas y naranjas, varias alfombras forraban el suelo y unamesita bajita de madera que había pintado y decorado a juego. Mientrastomábamos un café retomamos nuestras conversiones.

Durante la cena habíamos hablado de viajes, ropa, pintura, un poco detrabajo…

Durante estos tres meses de convivencia con Antonia había podido verciertas pinceladas que la hacían una persona de posturas radicales encuanto a la situación de la mujer. Por lo que era un tema complicado detener con ella y no chocar. Pero por alguna circunstancia nuestra conver-sación dio un giro de 180 grados y nos encontramos hablando de esto pre-cisamente.

–Hoy me he enfadado muchísimo con mi madre porque a estas altu-ras me sale con que mi padre tiene “ciertos” derechos por ser el hombre de

relegada a un segundo plano.

–Antonia, debes de entender la educación que recibió. Nunca va apoder pensar como tú.

–A mí no me vale el hecho de que haya tenido otra educación que lamía, que eso es evidente, pero todo el mundo debemos adaptarnos a losnuevos tiempos. Y más cuando podemos obtener beneficios.

–Quizás tú lo veas como beneficios todos estos “derechos nuevos”adquiridos por la mujeres, pero tu madre a lo mejor no lo ve así o simple-mente no tiene ganas de cambiar por que está bien con su forma de vivir.

–¿Tú también me vas a venir con que los derechos adquiridos con losaños por las mujeres no nos han llevado a una mejor situación? 109_

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la casa. Casi me da un infarto. Pero cómo puede creer que la mujer esté

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–No es eso. Es evidente que hemos evolucionado y que todavía quedamucho por recorrer, pero tan sólo te digo que deberías de ser más flexible.Lo bueno que tienen los derechos es que puedes hacer uso de ellos cuandoquieras y no porque los imponen. Debe ser siempre una elección no unaimposición, sino entonces qué diferencia hay entre las imposiciones quetenían hace cuarenta años de un mundo puramente masculino y la impo-sición de mujeres como tú tan radicales. Hay que ver la situación de cadapersona y pensar en su felicidad. Y tendrás que darme la razón que no atodos nos hace feliz las mismas cosas.

–Te equivocas, nuestras exigencias a este mundo de machistas, queno son capaces más que de vernos como cuerpos andantes, es un bene-ficio para todas las mujeres. No podemos permitir que nos sigantratando como si no existiéramos o como si fuéramos las eternas segun-donas.

–Antonia, ¡cálmate!. A mí me parece muy loable y maravilloso que tegolpees el pecho por los derechos de las mujeres, que si puedes conseguirmejor situación te sientas orgullosa por ello. Pero no puedes ver a todos loshombres como enemigos. Tan sólo somos el vestigio de unos cánones quese establecieron desde la creación de ser humano. Y tampoco puedo estardeacuerdo contigo en que todas las mujeres somos mejores que los hom-bres. No puedo aceptar esta idea tan primitiva. Para mí hay tanto buenocomo malo en ambos sexos, tontos o inteligentes en ambos y así un etcé-tera. Pero te guste o no hay determinados aspectos físicos y comporta-mientos como seres humanos en cada sexo que nunca se podrán cambiarpor mucho que luches por la igualdad. Es maravilloso luchar por los dere-chos de la mujeres pero también de los niños marginados, de los ham-brientos, de los ancianos, de todas aquellas personas cuya vida no les hafavorecido mucho.

De repente se hizo el silencio y Antonia me miró fijamente. Sus ojosdesvelaban una sorpresa que nunca antes había visto. Me preocupé unpoco al ver que los minutos caían y no respondía, de pronto:

–Es la primera vez que una persona, una mujer, me hace dudar delradicalismo de mis pensamientos. No puedo creer que hayas hecho que laduda se haya asentado en mi mente junto con mis posturas más feminis-tas y radicales. Creo que tras tantos años de lucha alguien me hace com-prender lo equivocada que he estado. No es posible que haya estado tanciega. Cómo he podido ser tan egoísta y creer que mis posturas eran las_110

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únicas y las más adecuadas. Lo siento, Valeria, debo marcharme, necesitoestar sola. De repente me encuentro perdida y muy aturdida.

–Antonia, no te marches así, me voy a quedar muy preocupada.

–No pasa nada, seguramente cuando mi cabeza haya asimilado estoseré capaz incluso de agradecerte este momento. Un beso. El lunes nosvemos.

Y tras la despedida se cerró la puerta de mi estudio quedándome solay con un gran preocupación. No podía creer lo que había pasado. ¿Cuál detodas mis palabras había hecho saltar la alarma en la cabeza de Antonia?

Pasó el fin de semana y deseé que llegará el lunes para encontrarme conAntonia, comprobar que todo iba bien.

Extrañamente no había llegado todavía y comencé a preocuparmeseriamente. Pero de repente vi cómo entraba en la sala del café. Estabaradiante, con una sonrisa espléndida y se acercó a mí. Entonces me dio unbeso y me abrazó.

este fin de semana y me he dado cuenta de lo equivocada que he estado.Voy a seguir luchando por la igualdad de las mujeres con mis ideales, peromi postura hacia la vida, hacia lo injusto, va a ser diferente. Me he quitadotal peso de encima que me encuentro liberada de tanta carga. No sé si fuetoda nuestra conversación o si fue cómo me lo expusiste, el caso es que mehe dado cuenta que estaba en el camino equivocado.

–Espero no haberte ofendido.

–¡Ni mucho menos! Sabía que era el momento en el que mi vida teníaque dar un giro, pero me había acomodado a mi postura con la que noavanzaba como persona. Ahora ya he conseguido dar un paso más comopersona y como idealista de las libertades por lo que he decido que voy apedir una excedencia y me voy de voluntaria a Afganistán. Allí sí podréluchar por mujeres que realmente necesitan de mi energía. Sé que en elmundo desarrollado hace falta seguir avanzando pero las pautas ya estánmarcadas. En Afganistán está todo por hacer, es un reto maravilloso.

–¡Pero, así, de repente! Primero deberás contactar con alguna ONGpara saber cómo puedes ir. No sé, creo que es muy precipitado. 111_

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– Valeria, gracias! Soy una mujer nueva. He estado pensando mucho

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–Está todo arreglado. Acabo de hablar con Christophe para solicitar laexcedencia para un año. Me ha entendido perfectamente, me la da sin nin-gún problema. Y por lo de la ONG tengo un amigo en una de ella ycuando salí el viernes de tu casa lo llamé. Me comentó que necesitaban unaprofesora para Afganistán y no lo pensé dos veces. Tan sólo me queda quedesde el consulado me den mis papeles y el visado para poder entrar y salirsin problema.

Me la quedé mirando y comprendí que había encontrado su camino.

–Ahora la sorprendida eres tu, ¿eh?

–Sí, pero debo reconocer que me parece estupendo y que tienes todomi apoyo para lo que necesites. Tan sólo que no te olvides de mí y me escri-bas alguna vez.

De nuevo, me abrazó y me susurró al oído:

–Jamás olvidaré a quien me ha hecho la persona más feliz del mundo.

Tras eso mi vida continuó con mis clases, mi estudio, mis paseos porel retiro, mis lecturas,…

Mientras encontraban un sustituto para las clases de Antonia los demásnos repartíamos como podíamos. Christophe nos pidió paciencia, iba aacelerar el proceso de selección lo antes posible.

Y así fue, a las tres semanas teníamos sustituta.

Se llamaba Erika, era rusa y acababa de obtener los papeles para residiren España gracias a este contrato. Era preciosa, de ojos verdes claros, pelorubio con una tez muy clara, alta y con un cuerpo escultural. Tenía 32 añosy no estaba casada. Su trabajo le había absorbido todo su tiempo.

Christophe nos la presentó en nuestra reunión matutina. Lo cierto esque tenía un currículum impresionante. Había estudiado en la escuela deBellas Artes de Moscú con los maestros de la escultura y pintura más repu-tados de Rusia. Era experta en escultura y restauración. De hecho habíaformado parte del equipo que había llevado a cabo la restauración de lacatedral de la plaza roja de Moscú, de la cual se habían hablado maravillas.Desgraciadamente el patrimonio no entraba dentro de los planes delgobierno y había decidió recortar presupuesto. Esto la puso en una com-plicada situación ya que era muy difícil trabajar de lo que había estadoestudiando durante años. Un día decidió probar España y después de seis_112

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meses haciendo las gestiones necesarias consiguió llegar a España sin tenerque pasar por los favores de la mafia rusa.

El problema es que aquí sin papeles no le había resultado nada fácilencontrar trabajo de lo suyo y había hecho un poco de esto y otro de aque-llo hasta dar con este trabajo. Con razón estaba encantada. Por supuestotodo esto no lo contó el primer día que apareció. Fue una confesión quese iba hilando durante los meses posteriores a su llegada. Al principio nocaímos la una en la otra. Tan sólo éramos compañeras de trabajo. Deboreconocer que al principio la idea de no tener a Antonia me hacía sentirmeun poco vacía. Ahora, ¿en quién iba a confiar para contarle mis senti-mientos? Así que lo que menos me preocupaba era Erika.

Un día se acercó a mí y me preguntó si sabía de algún sitio dondealquilaran un piso pequeño y no muy caro. Creo que mi vida se ha llenadosiempre de casualidades porque era curioso que hacía una semana habíanpuesto en alquiler el estudio enfrente del mío.

–Valeria, estoy buscando desesperadamente un piso pequeño que noesté muy caro. ¿Tu no sabrás de alguno? He peguntado al resto de los com-pañeros pero los que me dan son o muy grandes o muy caros.

–Lo cierto es que hace una semana han puesto un cartel de alquiler enel estudio que está enfrente al mío. No es gran cosa pero si buscas algopequeño y no muy caro éste es ideal. Si te interesa puedo cogerte elnúmero de teléfono y mañana te lo doy.

–¡Perfecto! A ver si encuentro algo rápidamente porque en la pensiónque estoy ahora no puedo más. La dueña es una alcahueta y una marrana.Además de ser carísimo para lo que ofrece.

Y aquí terminó nuestra conversación.

Cuando llegué a casa tomé nota del número de teléfono para dárselo aErika al día siguiente. Después fui al buzón para recoger el correo y cuálfue mi sorpresa cuando vi una carta de Antonia. ¡Esto era genial!

–Hola, Valeria:

Disculpa que no te haya escrito antes pero es que instalarse aquí no hasido nada fácil. Cuando te dije que había mucho por hacer no me imagi-naba que tanto. Me han instalado en un pequeño campamento donde cui-dan de las mujeres viudas que quedaron tras la guerra y sus hijos. Para estasmujeres es la única alternativa ya que no sé si sabías que en este país las 113_

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mujeres que quedan viudas no les está permitido trabajar, sus únicas solu-ciones son casarse con otro hombre renunciando a sus hijos o mendigarpara mal vivir si no quieren dejar a sus hijos. Es increíble cómo el serhumano puede llegar a ser cruel. Aquí han creado talleres donde les ense-ñan ha trabajar diferentes materias, desde la madera hasta la tela. Luego loque hacen se vende a través de tiendas de comercio justo. Mientras lasmujeres están en los talleres, para los niños se ha creado una escuela dondeademás de enseñarles cultura se les enseña a ser seres humanos.

En este lugar olvidas todo lo que a uno mismo concierne, pasando tupersona a un segundo plano. Es duro ver la crueldad, la pobreza, las deses-peración o la tristeza de esta gente pero al mismo tiempo puedes compen-sar estos sentimientos con la sonrisa de un niño agradeciéndote haberleenseñado cuánto son dos más dos, con la mirada de agradecimiento de unamujer cuando ve que puede sacar su familia adelante. Todo aquí es dife-rente a lo que conocía pero no me arrepiento de mi decisión porque ahoravaloro más lo que tengo y lo que soy.

Te mando un montón de besos y pronto te enviaré más noticias.

Al terminar de leer, una lágrima se deslizó por mi mejilla al mismotiempo que una sonrisa se dibujaba en mi cara. Lo que había ocurrido conAntonia había sido tan precipitado que incluso pensaba que tanta premurano la había hecho pensar con claridad de la decisión que había tomado.

Tras dos meses veía que había hecho lo correcto.

Al día siguiente le di el teléfono a Erika para que se informara acercadel estudio que le había comentado.

Estaba en el descanso de mis clases cuando vi venir a Erika toda emo-cionada.

–No me lo puedo creer, he estado hablando con el dueño del estudioy ya hemos firmado el contrato para un año. Es precioso. No hay nada quehacer porque el anterior dueño lo ha dejado recién pintado y con el bañoreformado. Te agradezco que te molestaras en darme el teléfono.

–No ha sido nada. Y ya sabes, si necesitas azúcar estoy enfrente.

Habían transcurridos cinco meses desde mi cambio de vida. Me pre-guntaba qué habría sido de Enrique o de mi ex marido. Era muy difícilborrar un pasado que había durado tanto tiempo._114

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Luchaba, cada día, por borrar un poco de todo ese pasado y ser cadavez más Valeria, pero algunos días era complicado.

Era viernes, sobre las ocho de la tarde, y sonó el timbre. Al abrir, Erikaestaba ahí.

–Hola, Valeria, es mi primer día en el piso y me apetecía celebrar conalguien mi independencia pero no conozco a mucha gente y he pensado site apetecería tomar una copa con un bocata en mi casa.

–Lo cierto es que necesito algo de compañía ya que no me encuentromuy animada. No me vendrá mal alternar con otras personas.

–¡Estupendo! He preparado unos mixtos de jamón y queso con unpoco de jamón serrano y olivas. Me encantan los alimentos de España.

–Me cambio y voy en cinco minutos.

Me puse mi peto hippy y mi camiseta favorita, y dirigí mis pasos hacíael estudio de Erika. Llamé a la puerta y ya me estaba esperando llena dealegría.

Es maravilloso ver sonreír a las personas. Creo que es una de las sensa-ciones más maravillosas que tiene la vida.

–Bienvenida a mi humilde morada pero grande en deseos.

–Está precioso y muy acogedor. Es cierto que no hay nada que refor-mar, te lo han dejado estupendo. Recuerdo que cuando cogí el mío lo pri-mero que tuve que hacer fue cambiar la cocina, el baño y darle una manode pintura a todo el estudio.

–La verdad es que he tenido mucha suerte. Ponte cómoda, voy a ter-minar de hacer los mixtos.

Mientras Erika marchaba a la cocina yo me daba un paseo por el salón.Había una pequeña mesa redonda, de color azul, en un rincón del salóncon dos sillas a juego. En él había preparado una cena informal pero todomuy exquisito. Lo había colocado todo de una forma preciosa con platosde diferentes colores y vasos de diferentes formas.

¡Me encantó!

En una librería que había enfrente de la mesa había unas muñecasrusas, de esas que se van metiendo unas dentro de las otras, fotos de Erikacon otras personas que parecían su familia y un sinfín de recuerdos que la 115_

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hacían recordar un poco su país. Al ver todo aquello comprendí lo duroque debe ser para un persona tener que salir de su país por necesidadeseconómicas y tener que dejar toda su familia a miles de kilómetros.

–Bueno, aquí están los mixtos. Te tengo que advertir que los hagoexquisitos.

–Pues que no se haga esperar más, que fríos no estarán ni la mitad.

–Quizás haya sido descarado por mi parte ponerte en el compromisode venir a cenar a mi casa pero es que realmente no me apetecía pasar estanoche sola.

–Te aseguro que me has hecho un favor. Llevo unos días que me sientotriste y no sé cómo combatirlo. Hecho mucho de menos a Antonia, es laprofesora que has sustituido, ya que era mi única amiga. Recibí una cartasuya el otro día y el sentimiento de soledad se ha acentuado en mi ser. Asíque te aseguro que quien me ha hecho el favor has sido tú. Me vendrá bienconversar con alguien fuera del trabajo.

–Bueno, nada de tristezas en la inauguración del estudio. Si hace faltabeberemos hasta la embriaguez.

Estuvimos conversando durante toda la noche.

–He estado mirando el montón de recuerdos que tienes de tu país.Estoy convencida de que tienes que echar mucho de menos a tu familia.

–¡Si! Más que el país lo que echo de menos es mi familia, sobre todo ami madre. Me gustaría que la conocieras. Yo cuando siento que la tristezao el decaimiento se quieren instalar en mi mente pienso en ella. Es unamujer muy alegre que ve la vida con una sencillez increíble. La vida no laha tratado muy bien. Un marido alcohólico, vago y cruel la obligó a tra-bajar en cosas muy duras durante muchas horas para darnos de comer aocho hermanos que hemos sobrevivido. Hubo un momento que llegamosa ser once pero tres murieron. Cuando murió el tercero de sus hijos se juróque ninguno más moriría y no se quedó a esperar a que a mi padre le entra-ran ganas de trabajar. Así que se armó con todas sus fuerzas y se puso a tra-bajar. Para que mi padre no la molestara lo que hacía era darle una pequeñaparte de lo que ganaba y el resto lo iba guardando para darnos de comer,ropa… Supongo que si hubiera podido elegir habría escogido otra vida,otro tiempo, otro país pero ha sabido vivir con lo que le ha tocado y ade-más ha sido capaz de ser feliz con cada una de nuestras sonrisas, besos o_116

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abrazos. Para mí es un heroína, porque si no fuera por mujeres como mimadre muchos niños nunca llegarían a ser grandes personas.

–¡Es una historia increíble!

–¿Y tú, qué hay de tu familia?

De repente me di cuenta que habíamos inventado una vida para mípero no era capaz de olvidar a mis padres y decidí improvisar.

–Lo mío fue una familia normal. Pero mis padres murieron cuandotenía dieciocho años y lo cierto es que no pude disfrutar mucho de ellos.Es curioso, porque mientras los tuve los quise mucho pero hasta que no losperdí no fui capaz da apreciar cuánto los necesitaba. Siempre he pensadoque si siguieran con vida mi historia habría sido muy diferente.

–Lo siento, no tenía ni idea. Espero puedas disculpar mi intromisión.

–No importa. Hacía muchos años que no hablaba con nadie del temay me agrada que hayas sido tú. Hubo un vez una persona que me dijo queen esta vida uno es lo que decide y no hay que permitir que las circuns-tancias decidan por ti. Así que eso hice, decidí por mí y soy lo que he que-rido ser con todas las consecuencias. Aunque a veces los echo de menos.Me enseñaron a valorar lo que uno tiene, a dar apoyo al que lo necesita yme dieron lo oportunidad de buscar mi camino, mis sueños. Nunca meprohibieron indagar sobre lo que quería ser hasta que supe que estabahecha para el arte. Así que vine a Madrid con dieciséis años e ingresé enuna escuela de Bellas Artes, y hasta hoy. Fueron los mejores padres quepude haber pedido, y aunque no los disfruté todo el tiempo que hubieraquerido, guardo con mucho cariño cada momento que vivimos juntos.

–Sabes, es la primera vez que te veo sonreír en estos dos meses que llevoen la escuela. Pensaba que no lo sabías hacer.

–¡Eh! Tienes razón casi había olvidado lo que es ser feliz. Creo que voya deberte algo más que una cena. Ni en la consulta del mejor psicólogohabría conseguido sentirme tan liberada.

–Me alegra oír eso. Así que ahora por qué no nos vamos a quemarMadrid.

–Es una idea estupenda. Dame cinco minutos que me pongo másdecente y nos vamos. Si te parece cogemos mi coche. 117_

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–No, mejor un taxi, así no hay problemas de beber más de la cuenta.Ahora que empiezo a tener una amiga no me gustaría perderla por unajuerga. ¡No te parece!

–De acuerdo, cinco minutos y vuelvo.

Estuvimos hasta las seis de la mañana de copas por Madrid. Nos lopasamos genial y cuando el domingo conseguí quitarme el dolor de cabezame di cuenta de que había estado perdiendo el tiempo con mi tristeza.

Estábamos a cuatro meses de acabar el curso, era un precioso día deprimavera y como cada mañana Erika y yo nos tomábamos el café en laescuela.

–Valeria, qué te parecería ir a ver “El fantasma de la ópera” esta noche.Me he hecho con dos entradas. Además me han comentado que es fabu-losa.

–Sí, hace mucho tiempo que no voy al teatro. ¿A qué hora…?

–Disculpe, ¿podrían indicarme dónde puedo encontrar a la Srta.Valeria?

Al girarme me encontré con una mujer morena, no muy alta, de unoscuarenta, cuarenta y cinco años. Tenía unos ojos saltones y en ellos pudever cansancio y un poco de desesperación. En ese momento pensé que erala angustia de tener que venir a hablar con la tutora de su hijo pero poste-riormente comprendí la dura expresión de su rostro.

–Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarla?

–Buenos días, soy la madre de Pedro Jiménez.

–¡Ah, sí! Habíamos quedado dentro de media hora.

–Ya lo sé, pero me haría un favor si pudiera atenderme ahora ya que hetenido que pedir permiso en el trabajo y no puedo ausentarme durantemucho tiempo.

–Por supuesto, sígame, iremos a mi despacho. Está aquí cerca.

Ambas tomamos camino a mi despacho que estaba tan sólo a dos puer-tas de la sala de profesores. Entramos y le pedí que se sentara:

–Buenos días, Sra. Ana García. Quería hablar personalmente con ustedde su hijo Pedro. Estamos a cuatro meses de terminar el curso y no puedoterminar de entender a qué se debe el bajo rendimiento de Pedro. Durante_118

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todo el curso ha sido uno de los alumnos más destacables. No sólo en miasignatura, sino también en la de los demás profesores. Ahora está ausentecuando está en clase, no hace nunca los trabajos que se le solicita y me gus-taría poder ayudarle. He intentado en varias ocasiones hablar con él perosu respuesta siempre es la misma. “No me ocurre nada”.

De repente vi como su cara se transformaba y sus ojos se llenaron delágrimas. Entonces aún entendí menos y no sabía muy bien qué hacer. Medaba miedo decir algo inapropiado. Repasaba en mi mente, una y otra vez,mis palabras y no conseguía ver qué había podido decir para herir tanto aesta persona. Extendí un paquete de pañuelos y entonces levantó sumirada.

–Gracias y disculpe mi reacción.

–No, no… ha sido muy correcta pero estamos viviendo una difícilsituación en casa y aunque sabía que le estaba afectando, en casa no hadejado ver sus sentimientos.

–No lo entiendo, ¿qué me quiere decir?

–Acabo de iniciar los tramites de divorcio con mi marido. Demomento la custodia de mis dos hijos, entre ellos Pedro, es mía perodebido a que económicamente siempre he dependido de mi pareja y queno dispongo de unos ingresos estables, la custodia pasará a mi ex marido.Idea que no reconforta mucho a mis hijos ya que debido al trabajo quetiene debe de viajar mucho y tan apenas se han relacionado con él. Pedroes el mayor y se hace el adulto ayudándome en la casa, haciéndome son-reír a todas horas pero no me había dado cuenta que había renunciado alo que más quiere, su arte. Debe decirme qué puedo hacer para ayudarle.Mi situación personal no puede permitir que renuncie a su arte, a sus sueños.

–Vale, ahora comienzo a entender la postura de Pedro. Lo primero quedebemos de hacer es transmitirle seguridad y confianza en él. Yo hablarécon él y veremos qué se puede hacer. Incluso me prestaré para darle clasesfuera del horario para poder recuperar lo perdido. Pero todo esto sólo fun-cionará si realmente quiere. Ahí es donde entras tú, Ana. Debes de hacerleentender que tu decisión, como bien has comentado anteriormente, essólo tuya y que debe afectar en la menor medida de lo posible a su vida, asu futuro. Creo que dentro de un mes podremos ver si ha reaccionado anteesta ayuda. 119_

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–Muchas gracias. No sabe cuánto le agradezco su ayuda. Hoy hablarécon mi jefe y aunque acabo de comenzar creo que podré convencerle deque me de un adelanto de mis vacaciones. Así me cogeré el día libre y lopasaré con Pedro para hacerle ver lo maravilloso que tiene en esta vida.

–Estupendo, Ana. Permíteme acompañarte y no te preocupes, queseguro que al final saldrás adelante.

El día transcurrió de una forma normal, aparentemente, pero micabeza no dejaba de pensar en Ana. Había dedicado años de su vida a unmatrimonio y a dos hijos sacrificando, quizá, un futuro espléndido paraella como mujer, como persona. Ahora no le quedaba nada de todo estesacrificio, tan sólo una angustiosa lucha por la custodia de sus hijos ycomenzar de cero con cuarenta y tres años. Parecía increíble que en el siglo XXI que estamos las mujeres sigan en situaciones tan complicadascomo la de esta mujer.

Acabó la jornada laboral y me marché a casa, había quedado con Erikaa las ocho para ir al teatro. Pero no dejaba de pensar en la situación de Ana.

–¿Qué ocurre hoy, Valeria, te siento ausente?

–¿Recuerdas la mujer que ha preguntado esta mañana por mí?

–Sí, ¿ha ocurrido algo con ella?

–Es la madre de uno de mis alumnos, Pedro. Alguna vez te he comen-tado cómo me fascina la forma de trabajar de este chico pero hace untiempo ha dejado de crear, de estar, en definitiva ha bajado muchísimo sucalidad de trabajo. Por lo que consideré necesario aclarar la situación.Primero intenté que él se sincerara conmigo pero no conseguí nada.Finalmente decidí hacer partícipe a su madre. No te imaginas en qué situa-ción está esa mujer. Se está separando y debido a que siempre han vividoúnicamente de los ingresos de su marido actualmente es posible que pierdala custodia de sus hijos por no tener ingresos continuados. Acaba decomenzar a trabajar pero no dispone de la estabilidad de su ex pareja. Nopuedo dejar de pensar cómo debe sentirse después de haber trabajadodurante quince años por su familia y ahora no le queda ningún recono-cimiento ni por su pareja ni por parte de la justicia. Pero en qué mundovivimos.

–Valeria, no deberías implicarte tan profundamente con los problemasde otras personas que además no conoces._120

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–Lo sé pero es tan doloroso ver a una persona destrozada, habiendodedicado cada minuto de su vida a una familia y de repente nadie le reco-noce el esfuerzo. Es que nada va a cambiar en este mundo con respecto ala mujer. Estoy llegando a pensar que Antonia tenía razón en su posturaradical frente a esta sociedad masculina.

–No puedes estar hablando en serio. Tú que siempre has mediado por-que las personas no radicalicen sus posturas. No puedes ni debes permitirque un caso o mil te hagan cambiar. Esta sociedad debe cambiar y ver a lamujer con otros ojos pero nunca desde una postura radical conseguiremosquitar la venda de los ojos de aquellos que no quieren ver. Tú no puedescambiar, eres maravillosa tal como eres.

De repente toda mi ira se esfumó y me di cuenta que tenía razón Erika.Miré en mi interior y comprendí que las injusticias nunca se cambian conguerras, ni con discusiones, ni con violencia. Los pensamientos, lascorrientes, las sociedades cambian con el dialogo, la tolerancia, la com-prensión, con sacrificios y recompensas, paso tras paso y por supuesto coneducación y amabilidad.

–Erika, una vez más te debo un café, qué te parece si te invito ahora ycharlamos otro poco.

–Encantada, además parece que también tengo algo de hambre, ja, ja,ja… invitabas tu, ¿no?

CAPÍTULO III

Han pasado veintidós años desde aquella noche. Actualmente vivo enCedeira, Galicia. He vuelto hace cuatro años, compré una preciosa casa apie de un acantilado y además he conseguido comenzar a vivir de mis cua-dros. Exposiciones en Moscú, que Erika organiza, New York, Barcelona…en lugares recónditos y urbes plenas de vida. Todos los lugares son idóneospara exponer lo que en mis cuadros expreso: cambio, sonrisas, un mundosin diferencias raciales, sexuales, religiosas. En definitiva diferencias de nin-gún tipo.

Tras once años una mañana gris de otoño llamaron a la puerta. Penséque era Erika para pedirme alguna cosa pero cuando abría la puerta la sor- 121_

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presa fue tal que no supe que hacer. Delante de mí estaba Enrique, el poli-cía que me había custodiado durante el juicio y quien me había dado laoportunidad de vivir estos maravillosos once años.

–Sé que sigo irresistible pero te agradecería me hicieras pasar. La esca-lera no suele ser un buen lugar para atender las visitas.

–¡Eh! Perdona. Estoy tan sorprendida de verte que me está costandoreaccionar. Por favor pasa.

–Gracias. Tienes un estudio precioso. Veo que durante estos años te hasdesenvuelto estupendamente.

–Sí, no me puedo quejar, tengo y hago lo que siempre soñé.

–Me alegra mucho saber que nunca te has arrepentido de habertomado la decisión de aquel día.

–Es probablemente la decisión mejor tomada durante toda mi vida.¿Café?

–¿Cuéntame qué haces tú por aquí, qué ha ocurrido? Porqué seguroque algo ha ocurrido para que estés hoy aquí.

–Veo que no se te escapa una. Efectivamente vengo a decirte que tumarido falleció. Estaba enfermo y hace seis años no lo resistió más y murió.El motivo de mi visita es para decirte que finalmente la organización se hadisuelto. El clan de los Corrado, y con ello ninguno de sus miembros hansobrevivido al paso de los años. Yo voy a retirarme dentro de un mes perono quería hacerlo sin darte la oportunidad de que puedas elegir volver a tutierra si lo deseas. Todo ha desaparecido como si se tratara de un mal sueñoque ha durado más de la cuenta. Puedes volver con tu actual identidad yno debes tener miedo de que alguien te reconozca ya que todos se han eva-porado con el aire.

Me quedé mirando a Enrique durante diez o quince minutos sin abrirla boca. No me lo podía creer, al final podría volver a Galicia, mi tierra, sinesconderme de nada ni de nadie. Al final tan sólo fui capaz de darle unabrazo, las palabras no podían salir de mi boca, tal era la emoción de todaesta situación que estaba viviendo.

–Tras esta visita estuve un par de años más en Madrid. Finalmenteregresé a mi querida Galicia._122

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Era un agradable día de otoño. Las últimas horas estaban llegando a sufin y Valeria, envuelta en su poncho favorito, había ido a dar un paseo porla playa. De repente sus pasos se detuvieron para recoger una preciosa con-cha que el mar había traído con las últimas olas. Se agachó a recogerla y allevantarse su mirada se detuvo en el atardecer.

Los recuerdos se amontonaron en su cabeza y comenzó a recordar acada una de esas mujeres de las que tanto había aprendido.

Erika consiguió un trabajo que consistía en organizar exposiciones endiferentes puntos de Europa lo que le permitía viajar más a menudo aMoscú con lo que podía ver a su madre.

Ana finalmente consiguió la custodia de sus hijos. La juez estimó quesu pareja debía de compensar los quince años de total entrega y con laindemnización que éste debió pagarle más la pensión para los hijos le per-mitió llevar una vida completa.

Antonia sigue su lucha por los países necesitados, luchando por laigualdad de las mujeres en los lugares más desfavorecidos pero siempre queviene a España pasa conmigo unos cuantos días.

De Inocenta nunca más supe, pero cuánto deberé agradecerle aquellassabias palabras con las que me hizo comprender que cada uno somos res-ponsables de nuestros actos.

Tras una vida plena de encuentros y desencuentros me doy cuenta delo afortunada que soy de ser mujer. Es cierto que vivimos en un mundotodavía muy sexista y en el que todavía los hombres y muchas mujeres nose terminarán de quitar las vendas de los ojos, pero también he compren-dido que todas las posturas son correctas y que en la diversidad está lomaravilloso de la vida, la tolerancia que nos permite vivir respetando losunos a los otros. Hoy llevo una vida tranquila pero sigo luchando por unasociedad justa e igualitaria y sé que el futuro la traerá.

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PREMIO A LA “FLEXIBILIDAD EMPRESARIAL”

VENCHAGA, S.L.

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PREMIO A LA “FLEXIBILIDAD EMPRESARIAL”

VENCHAGA

Venchaga, S.L. es una empresa dedicada a la fabricación y montaje deconductos metálicos para extracción, ventilación y climatización.

Las ventajas para la conciliación de la vida familiar, laboral y profesio-nal consisten en que las mujeres de la empresa, dos semanas al mes, hacenjornada reducida, es decir, que sólo trabajan por la mañana para poderestar con sus hijos e hijas cobrando el mismo salario que si trabajásen lajornada laboral completa.

VENTAJAS QUE SE APORTAN MEDIANTE ESTA MEDIDA:

1• Calidad de vida superior al que se tendría trabajando las ocho horas.

2• Mismo salario que si se realizasen las ocho horas.

3• Mayor tiempo para atender a sus hijos e hijas.

4• Cumplimiento del trabajo con mayor eficacia.

5• Mismo rendimiento laboral con el incentivo del salario.

6• Independencia a la hora de poder cumplir horarios con la familia.

7• Ambiente laboral distendido y ameno.

VENCHAGA, S.L.Ctra. Valencia, km 9,600 • Pol. Ind. “Santa Fe”, nave 39

50410 Cuarte de Huerva • ZaragozaTel. 976 125 545 • Fax 976 125 464

e-mail: [email protected] • www.venchaga.com

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El Ilustre Sr. Diputado Provincial, Presidente de la Comisión de Bienestar Social y Desarrollo,

D.ª Geralde H. Campos Sierra hacen entrega de los Premios en Materia de Igualdad de

Diputación Provincial de Zaragoza el día 14 de diciembre de 2005.

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D. Juan Antonio Sánchez Quero y la Ilustre Sra. Diputada Provincial de Políticas de Igualdad,

Oportunidades para la Mujer del Medio Rural, en el Acto celebrado en el Salón de Plenos de la

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Premio Fotográfico

“Mujer y Medio Rural”Premio de Dibujo y Redacción

“En casa también somos iguales”Premio de Relatos Breves

“María Domínguez”Premio a la

“Flexibilidad Empresarial”

2005

DIPUTACIÓN DE ZARAGOZA

MUJER Y MEDIO RURAL

Premios Plan de Igualdad deOportunidades: Mujer y Medio Rural

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ÁREA DE BIENESTAR SOCIAL Y DESARROLLOPLAN DE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

Pza. España, 2, 2ª planta • 50071 ZARAGOZA

Tel.: 976 28 89 23e-mail: [email protected]