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Mitos y leyendas del Uruguay Gianella Rosario González

Presentación de mitos y leyenda

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Mitos rurales y leyendas urbanas del Uruguay

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Mitos y leyendas del Uruguay

Gianella Rosario González

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LEYENDAS DEL CAMPO URUGUAYO

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La Sirena del Río Uruguay

“...En ocasiones, las personas que hacia el atardecer regresan de Concordia en la lancha, pudieron observar también de qué simpática manera acompañaba la sirena el surco blanco de agua que el motor produce en el río, asomando la cabeza y hundiéndose en forma reiterada. Otras zonas de avistamientos frecuentes de la sirena del Río Uruguay en Salto son las rocas del Ayuí, las cuevas de San Antonio y las compuertas de la Represa de Salto Grande, sitio en el que no es por cierto infrecuente advertir a este fantástico animal, saltando alegremente junto a los dorados en los torbellinos de agua..”

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Leyenda del Ceibo“...En las riberas del Paraná vivía una indiecita llamada Anahí. No era linda pero su voz era

hermosa y con ella cautivaba en las tardes a toda la gente de su tribu guaraní: entonaba canciones inspiradas en sus dioses y al amor a la tierra de la que eran dueños... Un día nefasto llegaron los invasores, aguerridos seres de piel blanca que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos y su libertad. La mayoría de los jóvenes de la tribu fueron puestos en cautiverio y forzados a trabajar, y Anahí no fue una excepción. Como no lograba concebir esa situación continuó llorando durante varios días.

Cierto día, su centinela se había quedado profundamente dormido. Anahí entendió que se trataba de la gran oportunidad para escaparse. Sin embargo, mientras huía en silencio, él despertó. Enceguecida por lograr su objetivo, le hundió un puñal en su pecho y corrió para buscar protección en la selva. El grito del moribundo despertó a los otros españoles, entonces la persecución se convirtió en la gran cacería de la pobre Anahí. Pese a los esfuerzos de la joven para esconderse, fue alcanzada por los conquistadores, que, en venganza por el asesinato del guardián, la castigaron con la muerte en la hoguera: la ataron a un árbol y prendieron el fuego.

Algo raro sucedió: las llamas parecían no querer tocar a la jovencita, que sufría sin murmurar palabra. Cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se convirtió en un árbol. Intentando convencerse los unos a los otros de que esa visión era efecto del cansancio, los conquistadores juntaron más leños para avivar la hoguera y se fueron a dormir. Al día siguiente, los soldados encontraron en lugar de las cenizas un hermoso árbol, de verdes hojas relucientes y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de la valentía y la fortaleza ante el sufrimiento: el ceibo...”

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El Churrinche“...El indio, nuestro bisabuelo, era silencioso, áspero, heroico y amaba a la

tierra como la ama el espinillo.

Se defendía con boleadoras de roca mora, lanzas de madera curada y flechas de urunday.

Cuando llegaron los españoles declararon la guerra, al principio los españoles perdían, pero habían quedado muy pocos indios.

Hicieron fogatas pegando gritos, declarando otra guerra.

Cuando los indios salieron del cerro, los españoles los mataron y el último cacique quería llegar al río, pero no le alcanzaron las fuerzas y entonces se abrió la herida, sacó su corazón rojo que se transformó en un churrinche y ahí anda el churrinche que no canta por no llorar...”

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LEYENDAS URBANAS

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El Fantasma de Quiroga

“Según los registros más fieles, la última vez que Horacio Quiroga puso un pie en Salto fue hacia fines del año 1902 o principios del 1903, cuando ya estaba radicado en Buenos Aires luego del trauma que le había provocado la muerte

de su amigo Federico Ferrando. Juró entonces -cosa que literalmente cumplió- no regresar jamás en su vida. Las razones parecían justificadas: la ciudad natal, para Quiroga, no era otra cosa que un enorme signo de su desdicha

personal. Salto había sido el escenario de dos muertes que calaron hondo en su espíritu (la de su padre Prudencio en 1879, y la de su padrastro Ascencio

Barcos, en 1891). Fueron los salteños quienes desdeñaron con indiferencia sus ejercicios literarios en Gil Blas y en La Revista; y era también salteño,

finalmente, el hermano del alma que acababa de morir, víctima de su propio descuido. Nada parecía haber en Salto que el precoz escritor -por entonces de

apenas veinticinco años de edad- pudiera asociar con la felicidad o siquiera lejanamente con la alegría.”

Page 8: Presentación de mitos y leyenda

La casa vieja de Lezica

“La historia se desarrolla a principios del Siglo XX. La dueña de casa actuaba despóticamente con sus sirvientes, en especial

con una morenita, una niña que trabajaba de criada. Una vez, en castigo a su desobediencia, la pomposa señora decide dejar a la jovencita afuera de la casa, en una crudísima noche de invierno. Los vecinos sintieron ruido y quejidos entre la hojarasca durante

la noche, pero no prestaron mayor atención al creer que se trataba de algún perro. A la mañana siguiente encuentran el

cuerpo sin vida de la niña, razón por la que su patrona es encarcelada y luego pierde completamente la cordura. Cuentan

que incluso hoy en día, si uno pasa frente a la casa en las noches de invierno, pueden sentirse los lamentos y cómo algo o

alguien corre entre las hojas secas.”

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El espectro de la madre

“Esta historia de principios del siglo XX (tan exclusiva como verídica, aclara Juan José) sucedió cerca del río Santa Lucía grande, límite natural que separa Florida con Canelones, en el entonces pequeño poblado de Fray Marcos, recordado por dos hechos bien marcados: el trágico tornado del 21 de abril de 1970 que dejó como triste saldo 10 personas fallecidas y la Batalla de 1904 (guerra civil del Uruguay) donde triunfaran los "blancos" de Aparicio Saravia sobre las fuerzas " coloradas" del comandante Melitón Muñoz. Esa sangrienta contienda fue una conmoción también para todos los habitantes de esta zona porque participaron en ella muchos civiles que tenían aquí su vivienda y cuyos descendientes aún siguen afincados en estas tierras.

Tal es el caso de doña Emilia, hoy septuagenaria, cuyo padre (siendo joven y soltero) estuvo nueve meses alistado junto al ejército revolucionario a la orden del "chiquito" Saravia ("el general de poncho blanco") y cuya madre no conoció ya que falleció cuando apenas tenía seis meses de vida (ni siquiera posee una sola fotografía). Fue criada por otra señora, su "madrastra", quien golpeaba y maltrataba con asiduidad a la pequeña Emilia. Cierta vez que, nuevamente sin motivo alguno, le "propinó" una páliza, corrió desesperada a refugiarse en su cama, no sin antes encender el candil con el cual siempre iluminaba aquella precaria pieza del humilde rancho donde vivía.

Al poco rato, las lágrimas de sus ojos no impidieron que observara, en ese mismo instante, como lentamente se acercaba hacia ella una espectral figura blanca que apareció en forma sorpresiva, como surgida desde la propia sombra del viejo ropero. Presa del miedo cerró fuertemente sus ojos y sintió que una mano fría acariciaba con suavidad su pequeña mejilla. Quedó inmóvil. Ni siquiera se animaba a abrir sus ojos. Cuando logró hacerlo observó (como todas las noches) las penumbras que se movían a la luz del candil, que eran siempre objeto de diversión (se pasaba las horas mirándolas hasta que se dormía) pero que esa noche la aterrorizaron.

Sacando fuerzas de flaqueza esbozó un grito de auxilio e inmediatamente llegó su padre, con el mismo trabuco con el cual 30 años atrás había defendido sus ideales (y también su vida), revisó cada rincón pero no pudo hallar nada. Apresuradamente, salió pero sólo pudo divisar la silueta de su caballo en el campo y los perros, que ladraron sin pausa alrededor del humilde rancho durante toda la oscura noche, siendo los constantes y únicos perturbadores del silencio sepulcral reinante...”