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PRIMUS HOMINE EST CRÓNICA DE LA SUPERRANDONNÉ MEDINA AZAHARA Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum; qui victoriam cupit, milites imbuat diligenter; qui secundos optat eventus, dimicet arte, non casu. Nemo provocare, nemo audet offendere, quem intellegit superiorem esse pugnaturum” No le faltaba razón a Flavio Vegecio en el siglo IV: “Quién deseé la paz debe estar preparado para la guerra, quién persiga la victoria debe imbuir de espíritu sus milicias con diligencia, quién quiera lograr el éxito que luche con arte y no deje nada al azar. No provoque, no ofenda, a aquel que intuye superior en esta pugna.” Viernes, 20 de abril de 2018. Empecé la aventura con cierto retraso. Llegué a las 8:00 a Córdoba y entre preparativos y otros menesteres me planté frente a la estación del tren a las 8:35, cuando tenía previsto salir a las 8:00. Ya no había vuelta atrás. Tras la renuncia de Bienvenido a realizar la ruta conmigo me decidí a hacerla yo sólo. Nunca antes me había enfrentado a tales distancias en solitario. El máximo de kilómetros que había realizado en solitario hasta la fecha era de “sólo” 180. Aquí tendría que enfrentarme a 600km, con más de 10.000 metros de desnivel acumulado. Había quedado con Rafa Cortegana, organizador de la brevet, que le enviaría de vez en cuando mensajes para que me tuviera localizado. Así lo hice. Le mandé la foto en el reloj de la estación del tren. Siempre cuesta arrancar, los primeros kilómetros son duros, tediosos, el cuerpo todavía no ha salido de la zona de confort y pretende engañar a tu mente para desistir de realizar un esfuerzo titánico. Pero la mente siempre puede más. Apenas salí de Córdoba el paisaje es impresionante, subiendo entre dehesas y pinares; con tranquilidad, a ritmo, esto es muy largo. Como reza el latinajo de Vegecio, la lucha no se debe dejar al azar. Tenía un plan. Ese primer día pretendía hacer 258km hasta Alcolea y dormir allí, proseguir al día siguiente hasta Montoro (207km) y realizar el último día los 135km restantes. En este tipo de pruebas es imprescindible contar con un plan, así como poder adaptarlo a las circunstancias surgidas en cada momento. Pero eso es otra historia… Apenas habían transcurrido 40km de ruta cuando me encuentro en el primero de los controles: el cruce de Posadas Villaviciosa. Una breve parada para hacer la foto obligatoria y tomarme una barrita, así como admirar el agua que caía por el barranco adyacente. Las lluvias acaecidas durante el mes de marzo han dejado una estampa maravillosa en la sierra cordobesa: hierba verde, flores, barrancos con caudal de agua abundante,… Todo un placer para los sentidos.

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PRIMUS HOMINE EST – CRÓNICA DE LA SUPERRANDONNÉ MEDINA AZAHARA

“Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum; qui victoriam cupit, milites imbuat diligenter; qui secundos optat eventus, dimicet arte, non casu. Nemo provocare, nemo audet offendere, quem intellegit superiorem esse pugnaturum”

No le faltaba razón a Flavio Vegecio en el siglo IV: “Quién deseé la paz debe estar preparado para la guerra, quién persiga la victoria debe imbuir de espíritu sus milicias con diligencia, quién quiera lograr el éxito que luche con arte y no deje nada al azar. No provoque, no ofenda, a aquel que intuye superior en esta pugna.” Viernes, 20 de abril de 2018. Empecé la aventura con cierto retraso. Llegué a las 8:00 a Córdoba y entre preparativos y otros menesteres me planté frente a la estación del tren a las 8:35, cuando tenía previsto salir a las 8:00. Ya no había vuelta atrás. Tras la renuncia de Bienvenido a realizar la ruta conmigo me decidí a hacerla yo sólo. Nunca antes me había enfrentado a tales distancias en solitario. El máximo de kilómetros que había realizado en solitario hasta la fecha era de “sólo” 180. Aquí tendría que enfrentarme a 600km, con más de 10.000 metros de desnivel acumulado. Había quedado con Rafa Cortegana, organizador de la brevet, que le enviaría de vez en cuando mensajes para que me tuviera localizado. Así lo hice. Le mandé la foto en el reloj de la estación del tren. Siempre cuesta arrancar, los primeros kilómetros son duros, tediosos, el cuerpo todavía no ha salido de la zona de confort y pretende engañar a tu mente para desistir de realizar un esfuerzo titánico. Pero la mente siempre puede más. Apenas salí de Córdoba el paisaje es impresionante, subiendo entre dehesas y pinares; con tranquilidad, a ritmo, esto es muy largo. Como reza el latinajo de Vegecio, la lucha no se debe dejar al azar. Tenía un plan. Ese primer día pretendía hacer 258km hasta Alcolea y dormir allí, proseguir al día siguiente hasta Montoro (207km) y realizar el último día los 135km restantes. En este tipo de pruebas es imprescindible contar con un plan, así como poder adaptarlo a las circunstancias surgidas en cada momento. Pero eso es otra historia… Apenas habían transcurrido 40km de ruta cuando me encuentro en el primero de los controles: el cruce de Posadas – Villaviciosa. Una breve parada para hacer la foto obligatoria y tomarme una barrita, así como admirar el agua que caía por el barranco adyacente. Las lluvias acaecidas durante el mes de marzo han dejado una estampa maravillosa en la sierra cordobesa: hierba verde, flores, barrancos con caudal de agua abundante,… Todo un placer para los sentidos.

La carretera que conduce a Hornachuelos es netamente descendente, pero está en pésimo estado de conservación, lo que obliga a tener alerta los sentidos para no pinchar en ninguno de sus baches. Al llegar a la localidad, me detengo en una estación de servicio, donde, además del sello obligatorio, compro pan, jamón y algo de dulce y me dispongo a comer. Ya son las 13:30 aprox., y el cuerpo necesita algo sólido para afrontar los siguientes kilómetros, que son, por otra parte, los más duros del día. El terreno se convierte en un continuo sube y baja, donde ni se pueden hacer las subidas a ritmo (dado que son muy explosivas), ni se recupera bajando (dado que las bajadas son muy cortas). La carretera se repetía una y otra vez: subía y subía, había unos 2-3km de bajada hasta cruzar el siguiente curso de agua y vuelta a subir. La sensación era muy agobiante, siempre hacia arriba. No se vislumbraba un descenso largo en el que poder recuperar. El calor era insoportable a esas horas de la tarde, hecho que me obligó a apearme de la bicicleta en varias ocasiones para beber un trago de agua, tomar alguna que otra barrita o simplemente para recuperar un poco el aliento. Los 40km entre Hornachuelos y La Cardenchosa se me hicieron eternos, de modo que, una vez llegué al control, decidí parar un buen rato (creo que estuve más de una hora) para recuperar algo de fuerzas. A la salida de Cardenchosa había un bar donde me sellaron el carnet de ruta y pude tomarme mis dos buenos refrescos de limón, acompañados, como no, de sus correspondientes tapas. En mi cabeza rondaba la idea de dormir en el siguiente control en Villaviciosa de Córdoba, km 194, dada la dureza del recorrido hasta el momento… Pero empecé a recuperar. La comida hace milagros en un randonneur y ahora, tras la subida a Ojuelos Altos, venía un terreno favorable; aunque en este tipo de pruebas “terreno favorable” no significa nada. Si es cierto que empezaba a rodar mejor, el sol ya caía a media tarde y decidí llamar al hotel de Alcolea para confirmar la hora de llegada. Estaba dispuesto a seguir el plan inicial, como así hice.

Eran poco antes de las 21:00 cuando llegué a Villaviciosa de Córdoba. Una vez llegado al control, un grupo de niños de no más de 6-7 años se acercaron a mí sorprendidos por mi bicicleta y por todos los arreos de ultrafondo. Se estaba haciendo de noche, así que les mostré como se encendían las luces, lo que llevaba de comer, el chaleco reflectante, etc. E incluso les conté que llevaba un cepillo de dientes en uno de los bolsillos de la bolsa del cuadro.

Tras una parada corta, donde me tomé un refresco y un helado, proseguí mi camino hacia Alcolea. Seguía teniendo un terreno claramente favorable, con una única dificultad “montañosa” por delante: Cerro Muriano. De noche se rueda muy bien. Cuando durante el día se han sufrido temperaturas estivales, el fresco de la noche ayuda a recuperar, a sentir cada subida, incluso a preferir las subidas a las bajadas. Sólo había que superar unos 1.000 metros de desnivel entre Villaviciosa de Córdoba y Cerro Muriano y ya había avisado al hotel de alcolea que llegaría a las 0:45 ó 1:00 de la madrugada, de modo que me lo tomé con tranquilidad y con paciencia. Rodar de noche exige un grado más de compromiso, sobre todo en las bajadas. Ya no podía admirar el paisaje. Sabía que estaba pasando entre bosques de encinas y eucaliptos por el olor que desprendían y por las

formas y escasos colores que distinguía; o que me permitía distinguir el foco de mi bicicleta, pero estas marchas son así. En esos momentos pensaba en llegar al hotel para descansar y reponer mis maltrechas fuerzas. Pasé el control de la Finca el Cordobés a las 23:15 y tardé 50 minutos en realizar los 13km que me separaban de Cerro Muriano (hora de paso 0:05). Tras el cruce de la localidad hay una pequeña subida y una larga bajada por la N-432 bastante fea, pero apenas me enteré de nada, dado que solamente veía lo que alcanzaba el foco. Tras unos kilómetros de llaneo entré en el hotel de Alcolea a la 1:00. 259km con más de 5.300 metros de desnivel. Ducha reconfortante y a dormir. Sábado, 21 de abril de 2018. Decidí la noche anterior que iba a salir a las 8:00 de la mañana. Pasaban 10 minutos de las 7:00 cuando comencé a vestirme y a preparar la bicicleta para otra dura jornada de ciclismo. Esta vez, había 207km por delante. Tras bajar a recepción y pagar la cuenta del hotel, me dispuse a tomar el típico desayuno randonneur: tostada con aceite, tomate y jamón serrano y café con leche. Primeros kilómetros suaves, el terreno acompaña camino de la presa del Guadamellato. El descanso y ágape matutino ayudan a reponer la energía de los músculos de mis piernas. Tan solo un espejismo. Tras la presa del Guadamellato espera la peor de las carreteras, tanto para abajo como para

arriba. Por suerte, el día ha amanecido nublado y el Lorenzo no tuesta nuestra sien.

Las vistas del pantano son impresionantes, especialmente en esta época del año y tras las lluvias de los últimos meses. La carretera es horrible. Está llena de baches, socavones, marras en el asfalto, arena, y un sinfín de bultos que hacen que la bajada sea peligrosa y la ascensión lenta y penosa. Rafa Cortegana me dijo que era mejor no pasar por este tramo de noche y tenía razón. Al final todo mejora. La carretera va perdiendo pendiente paulatinamente hasta que un tramo llano augura el final. Un descenso largo, esta vez por carretera en buenas condiciones, conduce al siguiente control: el cruce con el Río Guadalbarbo. Me quedé sin agua en la última subida y tuve que afrontar los durísimos 4km desde el Río Guadalbarbo hasta el cruce de la N-432. El calor ya comenzaba a apretar, el sol se dejaba ver entre las nubes y dejaba entrever la dureza del resto de la jornada. Me detengo en la estación de servicio de Villaharta, donde, además de sello, compro nueces, golosinas, pan, jamón y dulces. Y por supuesto: ¡¡agua!! Estuve más de 1 hora parado allí, reponiendo fuerzas y mentalizándome para los kilómetros que me quedaban hasta Pozoblanco. El descanso en un ultrafondista es fundamental. Los kilómetros hasta Pozoblanco resultaron más suaves y fáciles de lo que esperaba. Hay un par de subidas más o menos largas pero luego se transforma en un terreno muy rodador, apto para ciclistas como yo, que disfrutamos metiendo plato. En Pozoblanco hice de nuevo una parada larga para tomarme un refresco de limón y un bocadillo de bacón para inyectar energía en vena directamente. Rafa Cortegana me informa que hasta Montoro me quedan 3 subidas considerables, pero que ahora el terreno es suave e incluso descendente. Pero todo lo bueno termina. Tras 25km en franco descenso hay que volver a subir, esta vez hasta la localidad de Obejo. Puerto largo, duro, que hay que ir

subiendo poco a poco. En esta ascensión encuentro a un ciclista. Es el primero que veo en todo el día. Son carreteras solitarias, donde lo único importante es el propio esfuerzo.

En la entrada de Obejo me detuve en una fuente a rellenar el bote de agua y a llamar al hotel de Montoro para confirmar mi reserva. ¿Y, cuál fue mi sorpresa? Me confirman que no puedo disponer de la habitación y que no hay más libres. Tras unos minutos de desesperación, porque ya me veía durmiendo en una cuneta liado en la manta térmica, busco alojamiento en la población anterior Adamuz, encontrando plaza el hostal del pueblo. En este tipo de pruebas es importante seguir un plan y tener posibilidad de cambiarlo en función de las circunstancias. Eso hice. Pasé unos kilómetros tensos con el enfado por lo ocurrido con el hotel de Montoro pero luego me relajé y traté de reestructurar mi plan para el día siguiente. Eran las 20:30 de la tarde cuando afrontaba una de las últimas subidas antes de Adamuz. Aun así, el terreno restante no es fácil con algunos repechones antes de entrar en el pueblo. Una vez allí, además de ser la final de la copa del Rey, era la feria del pueblo, con lo cual no me costó nada encontrar a alguien a quien preguntar dónde quedaba el hostal. Llegué a las 21:45 al restaurante donde me entregarían la llave de la habitación, pero con el alboroto de la final de la Copa del Rey, no consiguieron darme la llave hasta las 22:00, tiempo que aproveché para tomarme una cerveza con limón y su tapa correspondiente, recuperando algo de fuerzas. La cafetería la abrían al día siguiente a las 9:00. No podía esperar tanto, de modo que dejé pagada la cuenta del hostal para poder salir a la hora que yo quisiera. 191km con más de 4.300 metros de desnivel. Ducha reconfortante y a dormir. Domingo, 22 de abril de 2018. Sólo quedan 150km. Nada que no haya hecho antes. El reconfortante descanso en el hostal de Adamuz es, de nuevo, un recuperador necesario para mis fuerzas, así como la ducha que me tomé a las 6:30 de la mañana.

Dado que mi plan inicial era dormir en Montoro, decidí salir a las 7:00 de la mañana para estar a las 8:00 en esa localidad. Y así sucedió. Tras tomar la foto a la salida de Adamuz, cubrí fácilmente los 15km que separan esta población de la de Montoro, a no ser, claro, por los tramos de tierra que hay en la vía de servicio de la autovía. Desayuno randonneur en la terraza de un bar en Montoro, pensando en el “único” puerto relevante de la jornada: la subida hasta Cardeña.

La ascensión, a diferencia de todas las anteriores, es suave y paulatina. Se acabaron las rampas duras, los desniveles acusados. Nada queda de las condiciones draconianas de los días precedentes. Sólo recuerdo un tramo de elevado porcentaje al atravesar una loma, pero es un puerto fácil, un buen colofón para una ruta como ésta. Un ligero descenso conduce al punto de control, desde donde se puede apreciar el esplendor de la sierra. Desde allí, pude observar que no había montaña ni a un lado ni a otro de la carretera. El paisaje se convirtió en una dehesa de colinas suaves hasta el cruce de Cardeña. En el anterior control, Rafa Cortegana me había comentado la posibilidad de no entrar en Cardeña, dado que el control se situaba más abajo en Venta del Charco. Una vez en el cruce, se inicia una carretera de descenso suave, con alguna que otra rampa de ascensión, hasta la pedanía de Venta del Charco, antepenúltimo control de la SR. Ahora sí que el terreno era claramente descendente, por lo menos hasta Villa del Río. La climatología acompañaba, gozando de un cielo nublado que impedía que los rayos del sol hicieran tediosa la bajada. E incluso alguna que otra gota de lluvia se dejó caer. Todo cambió a pocos kilómetros de Villa del Río. El cielo se despejó y el Lorenzo empezó a dar de lo lindo. Allí me detuve. Entré en una tienda donde repuse mi bote de agua, me tomé un té frío con limón y unas nueces y golosinas que compré. Energía suficiente para los escasos 60km que restaban hasta Córdoba.

Sabía que entre Villa del Río y Bujalance había subida, pero nada más lejos de la realidad. La carretera pica un poco hacia arriba, pero nada que no se pueda hacer en plato grande. En poco tiempo estaba en Bujalance. Decidí hacer la foto del control y tirar directamente a Córdoba, sólo 45km y claramente favorables. Sólo una subida y la cuesta del judío. Ya vislumbraba el final. Después de más de 50 horas desde la salida tenía Córdoba al alcance de mi mano. Un golpe de pedal más y otra aventura que podré añadir a mi currículum deportivo. Precioso paisaje de campiña, rodeado por verdes pastos y campos de cereal. El terreno favorecía, el viento no. Había que pedalear para avanzar. En los últimos 10km se puede ver perfectamente la ciudad de Córdoba en el llano. Y faltando sólo 5 queda la última subida, la cuesta del judío, que oculta la ciudad, para aparecer de nuevo ante mis ojos cuando apenas faltaban un par de kilómetros. ¡Por fin! Meta. Son las 15:15 de la tarde cuando hago la última foto, con mi bicicleta en la escalinata de la Iglesia de San José. Toca reponer fuerzas en el bar que hay frente a la iglesia, visitar la Mezquita-Catedral de Córdoba y pensar en el siguiente reto.

Primus homine est. Soy el primero en hacer este recorrido, no seré el último. Muchos otros ciclistas lo disfrutarán después de mí. Eduardo Soler Rosales 25 de abril de 2018