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Capítulo primero PRINCIPIOS GENERALES DE LA ORGANIZACION SOCIAL Determinismo histórico.-Movi mientos reales y movtmtentos virtuales.-EI agregado social y sus partes. -Influencias recíprocas.-Los gobiernos son nece- sariamente, al menos en parte, representantes del interés de la clase dominante. Todo gubernamental está en estrecha relación con el organismo soci aL-Causas que se oponen a la realización de la libertad económica.-Nece- sidad para todo gobierno de contar con un punto de apoyo.-No se pueden juz- gar las organizaciones sociales desde un punto de vista absoluto, hay que hacer balance del bien y del maL-Ocurre lo mismo con toda medida tomada con vistas a modificar determinadas partes de la actividad sociaL-Contraste entre la duda científica y la fe de los partidos. -Necesidad de recurrir, casi siempre, a la experiencia para juzgar un sistema soci aL- He aquí un argumento en favor de la libertad y de la competencia. La ciencia social no existiría si los hechos sociales no presentaran uniformidades. La constatación de la existencia de estas uniformida- des constituye la doctrina del determinismo científico. Hay que evitar con fundir a este último con el materialismo; es una religión puesto que pretende dar la solución de problemas que sobrepasan el alcance de la ciencia. Los partidarios de las doctrinas absolutas no logran darse cuenta del carácter exclusivamente relativo de las investigaciones científicas; al buscar lo absoluto allí donde no se puede encontrar, lo interpretan Y lo deforman según sus ideas. El determinismo científico no afirma la necesidad absoluta de las uniformidades; afirma, lo cual es bien distinto, que se han cons- 117

Principios Generales de la organización social

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Tomado de los Escritos sociológicos de Vilfredo Pareto

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Capítulo primero

PRINCIPIOS GENERALES DE LA ORGANIZACION SOCIAL

Determinismo histórico.-Movimientos reales y movtmtentos virtuales.-EI agregado social y sus partes.-Influencias recíprocas.-Los gobiernos son nece­sariamente, al menos en parte, representantes del interés de la clase dominante. Todo organismo~ gubernamental está en estrecha relación con el organismo sociaL-Causas que se oponen a la realización de la libertad económica.-Nece­sidad para todo gobierno de contar con un punto de apoyo.-No se pueden juz­gar las organizaciones sociales desde un punto de vista absoluto, hay que hacer balance del bien y del maL-Ocurre lo mismo con toda medida tomada con vistas a modificar determinadas partes de la actividad sociaL-Contraste entre la duda científica y la fe de los partidos.-Necesidad de recurrir, casi siempre, a la experiencia para juzgar un sistema sociaL- He aquí un argumento en favor de la libertad y de la competencia.

La ciencia social no existiría si los hechos sociales no presentaran uniformidades. La constatación de la existencia de estas uniformida­des constituye la doctrina del determinismo científico. Hay que evitar confundir a este último con el materialismo; es una religión puesto que pretende dar la solución de problemas que sobrepasan el alcance de la ciencia.

Los partidarios de las doctrinas absolutas no logran darse cuenta del carácter exclusivamente relativo de las investigaciones científicas; al buscar lo absoluto allí donde no se puede encontrar, lo interpretan Y lo deforman según sus ideas.

El determinismo científico no afirma la necesidad absoluta de las uniformidades; afirma, lo cual es bien distinto, que se han cons-

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Itzel
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tatado y que, cuando los hechos parecen no presentar ninguna, ello parece depender únicamente de nuestra ignorancia, puesto que hasta el presente no hemos podido descubrir que otras causas entrasen

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en juego. !. Existe un determinismo que, al querer ser absoluto, se convierte .;}"

en falso. El profesor A. Naville tiene toda la razón al combatirlo, y ~ su único error es confundirlo con el determinismo científico. Dice: ¿, «Cuando se ha visto bien el carácter relativo de todas las explica- :., dones históricas; cuando nos hemos convencido, y ello es fácil, de que la ciencia histórica tiene necesariamente límites, que explica siempre por medio de lo inexplicado, no podemos oponer una de­claración de no recibir la creencia de lo que hay de inexplicable en el propio seno de la evolución, junto a nosotros y en nosotros. Esta creencia no se contradice con la teoremática; la afirmación de las leyes no implica el determinismo. La teoremática no conoce más que relaciones, sabe que, realizadas determinadas condiciones, y realiza-das únicamente las de su tipo sin la concomitancia de otras circunstan-cias perturbadoras, se siguen determinadas consecuencias. Dado un '.i.'; término, la teoremática nos hará conocer que otro término está li­gado a él por una relación de dependencia necesaria. ¿Pero, cómo se han planteado los primeros términos? ¿De dónde vienen? ¿En qué época han aparecido? ¿Son contemporáneos o se han producido suce­sivamente? La teoremática no sabe nada de estO» 1

.

Todo esto es totalmente exacto, pero el determinismo científico se encierra precisamente en los límites indicados, y de este modo no es contra este determinismo contra el que se puede plantear la obje­ción de que no está implicado por la afirmación de las leyes.

Se extrae además una falsa consecuencia del determinismo cien­tífico. Se empieza por observar que toda organización social resulta de fuerzas externas e internas que actúan sobre la sociedad. Si no encontramos ejemplos de una cierta organización, es, evidentemente, porque algunas de las condiciones que la determinan, de las cuales resulta ésta, no están verificadas. El movimiento de la evolución, al estar perfectamente determinado, no podía haber tenido lugar en otro sentido más que en el que ha seguido realmente.

Además, partiendo de estas consideraciones, que, en la medida en que están encerradas dentro de los límites de las uniformidades efec­tivamente constatadas, no serán ciertamente puestas en cuestión por las personas que admiten el determinismo científico, ciertos autores proclaman la inutilidad de toda investigación teórica y querrían limitar la ciencia a simples proposiciones descriptivas. ¿Para qué ocuparse

1 Nouvelle classi/ication des sciences, París, 1901, pp. 132-133.

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de lo que es imposible? Lo mismo podría decirse de los cuentos de hadas. De este modo una escuela que se autodenomina histórica des­deña las investigaciones de la economía política y desprecia las teo­rías que tiene la desgracia de no éomprender.

Sin embargo, el mero buen sentido protesta contra estas conclu­siones demasiado absolutas. Todo lo que no ha sucedido era impo­sible; no lo negamos, pero existen distintos tipos de imposibilidades. Unas resultan de combinaciones estables, permanentes, que siempre han sido observadas, y que, con toda probabilidad, se observarán todavía en el porvenir; otras son consecuencia de combinaciones ac­cidentales, variables, que a veces se observan y otras veces no, y que podrían no volverse a producir en el futuro. Dadas todas las circuns­tancias de hecho, Napoleón no podía vencer en Waterloo, pero esta imposibilidad es, evidentemente, de un tipo totalmente diferente de la de los combates de los dioses bajo los muros de Troya. Por ello, es útil que la estrategia estudie el resultado efectivo de las campañas, y también cuál habría sido la suerte de los beligerantes si determi­nadas condiciones hipotéticas se hubieran realizado. Extrae, de este modo, del pasado informaciones sobre lo que podría ser el. futuro . Ciertamente, el porvenir está determinado, pero, como no lo cono­cemos, es útil saber al menos cuáles son las combinaciones probables y cuáles serán sus ''efectos. Todas las ciencias, por lo demás, se dedi­can a este tipo de investigaciones, y las ciencias sociales tienen tanta más razón de seguir esta vía puesto que el estado de los conocimien­tos de los hombres es uno de los elementos que concurren para deter­minar los fenómenos sociales, y puesto que el estado de los conocí- '

1

mientes puede ser modificado por las investigaciones científicas. Tomando prestada la terminología de las ciencias mecánicas, se

pueden distinguir también en las sociedades humanas los movimien­tos reales de los movimientos virtuales.

Supongamos un punto material pesado constreñido a moverse sobre una superficie. La línea que recorrerá está totalmente deter­minada. Su movimiento real se hará sobre esta línea. Podemos, por un momento, hacer abstracción del peso y dejar subsistir únicamente para el punto la condición de moverse sobre la superficie. Podrá, en­tonces, recorrer una línea cualquiera sobre esta superficie y tendremos, de este modo, los movimientos virtuales. Su estudio puede servir para establecer las condiciones del equilibrio del punto sobre la superficie, y puede también servir para descubrir determinadas propiedades de la curva recorrida realmente por el punto, precisamente por medio de la comparación de esta curva con otras curvas que podrían trazar­se sobre la superficie.

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~ 120 Vilfredo Pareto J

Supongamos que un hombre vive en una sociedad determinada. El ambiente en el que se encuentra, la naturaleza del propio hombre, y otras circunstancias determinan sus acciones 2

, de la misma manera que el movimiento del punto estaba determinado. Este es un movi­miento real. Hagamos abstracción, por un momento, de una o varias de las circunstancias que determinan las acciones de este hombre; tendremos entonces otras acciones posibles que corresponden preci­samente a los movimientos virtuales. El estudio de estas acciones posibles es útil para descubrir las condiciones del equilibrio y tam-bién para encontrar las características que presentan las acciones reales .

Los individuos que viven en Francia, por ejemplo, están bajo

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un régimen proteccionista. Han llegado a él por medio de un movi­miento real tan bien determinado como el del punto material. Pero, igual que para este último podríamos hacer, por un momento, abs­tracción del peso, podemos, para los franceses, suponer por un mo­mento que viven bajo un régimen de libre cambio. ¿Qué ocurrirá . entonces con sus industrias, con su agricultura? ¿Cuál será el moví- :~: miento de los ~atrimoni?s, de los nacimie~to.s? Las r~spuestas a estas - ~j~;.~ preguntas nos mformaran -sobre los movimientos virtuales, y estas : ; informaciones nos serán útiles para encontrar las condiciones del ; · equilíbtio económico y para determinar un buen número de carac- :..,i terísticas que presenta el fenómeno real. Decir, por ejemplo, que la ··:J falta de aumento de la población en Francia está ligada, al menos en · ~ parte, a la destrucción de los capitales llevada a cabo por el protec- ~, cionismo, por el socialismo de Estado y por el militarismo, o decir que, si cesase esta destrucción, la población aumentaría, es decir la ~ misma cosa. La segunda forma no hace sino presentar el hecho como una descripción de un movimiento virtual.

Nos ocuparemos especialmente aquí de estos movimientos virtua­les sin desdeñar por entero, sin embargo, los movimientos reales. Pero el estudio de los sistemas sociales reales pertenece más espe­cíficamente a la sociología. Diremos poca cosa, es decir, lo que sea necesario para el estudio de los sistemas teóricos.

Herbert Spencer ha observado con mucha razón que las caracte­rísticas de un agregado resultan de las características que presentan sus partes. Las objeciones que se han hecho a esta proposición pare­cen poco fundadas. Reposan en que las característi~as del agrega~o. ;?1

1 no son la suma de las de sus partes, y no se obtienen por medio .t de una simple yuxtaposición de éstas. Esto es totalmente cierto, pero - ~.

:-:w:. s aqu{ el hecho de que éstas acciones reaccionan, a su vez, sobre .-j

las condiciones de la sociedad. . · -~~~ : ;l:J.~} .•

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la resultante de varias cosas no es necesariamente la suma de éstas. Si un cuerpo es empujado por dos fuerzas, representadas en tamaño y en dirección por dos rectas que se cortan en un punto, éste se mueve como si fuera inducido por una fuerza representada en ta­maño y en dirección por la diagonal del paralelogramo construido sobre las dos primeras rectas. ¿Se podría objetar que esta fuerza no es la resultante de las dos primeras porque no es igual a su suma? Nadie niega que los hombres que forman una multitud piensan y actúan de modo diferente de lo que lo harían estos mismos hombres t(\mados aisladamente, pero no es menos cierto que los caracteres de la masa resultan de los caracteres de sus partes. Todo el mundo ha notado recientemente que la muchedumbre inglesa no ha actuado, tras las derrotas de Africa del Sur, como la masa francesa después de las derrotas de Tonkin. No existe contradicción alguna en las dos proposiciones siguientes: las características de la masa inglesa, como las de la muchedumbre francesa, no se obtienen por medio de una simple yuxtaposición de los caracteres de los individuos que compo­nen estas masas; estas características resultan, son una consecuencia, de las características de los individuos.

En este último sentido debe entenderse que el sistema económico y gubernamental de un pueblo es, para hablar con propiedad, la re­sultante de las características de este pueblo. Pero esta manera de expresarse no es perfectamente exacta, puesto que este sistema inter­viene, a su vez, para modificar estos caracteres. Existen aquí una serie de acciones y reacciones, es decir , tenemos un sistema de equi­librios entre distintas fuerzas más que un fenómeno que pueda redu­cirse a una causa y a los efectos de esta causa.

Las características de los individuos no son la causa que determina el carácter del sistema gubernamental, y éste tampoco es la causa que determina los caracteres de los individuos, pero entre ambas cosas existe una correspondencia necesaria ; se establece un estado de equi­librio entre las fuerzas que actúan y reaccionan las unas sobre las otras. Hay que comprender bien esto, no sólo en este caso particu­lar, sino en general. Este punto es absolutamente fundamental para el estudio de las ciencias sociales 3

La observación de los hechos ha llevado en todos los tiempos a los hombres prácticos a reconocer esta verdad bajo formas diversas. Los hombres , cuando quieren atenerse a los hechos, caen con menos frecuencia en el error que cuando quieren hacer teorías , sobre todo teorías morales, sentimentales o místicas. Se reconoce la acción de

3 No repetimos aquí los argumentos ya expuestos sobre este tema en el Cours d'économie politique, §§ 591 a 600 y sig.

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las características de los individuos sobre las del agregado, cuando se pregunta: ¿quid leges sine mores?, cuando se observa que leyes muy buenas para un pueblo pueden ser muy malas para otro, cuando se observa la influencia del clima y de las razas. Se reconoce la acción del agregado sobre el individuo cuando se alaban los beneficios de la pax romana, cuando se relaciona la prosperidad del comercio y de la industria con la seguridad de la propiedad, cuando, finalmente, se destacan, exagerándolos con frecuencia, los buenos efectos de una sabia legislación 4.

Reuniendo estos dos puntos de vista tenemos una concepción cien­tífica del fenómeno tal y como se presenta en la realidad, mientras que aisladamente cada uno de ellos puede inducir a graves errores. Pero desde esta perspectiva es peligroso sobre todo el segundo.

La concepción del legislador que da forma a la sociedad como el alfarero al barro, es muy antigua, incluso es mitológica. En todo tiempo han existido personas para quienes el gobierno era algo absolutamente característico de la sociedad que regía, e, incluso peor, que una cierta entidad abstracta denominada Estado tenía una existencia independiente de la sociedad concreta y escapaba a los prejuicios, a la ignorancia, a los defectos y a los vicios de los hombres. Los admiradores del Estado ético sueñan despiertos cuando se imaginan que su ídolo ha creado, dado forma, desarrollado las sociedades humanas a las que atribuyen toda clase de virtudes. Ciertamente, si el término Estado ético no sirve más que para desig­nar una entidad metafísica, que no existe más que en su imagina­ción, les es lícito conferirle todas las cualidades que deseen, pero si con este término se pretende designar algo real, por ejemplo, el con­junto de poderes públicos, entonces nos encontramos en presencia de un organismo que participa de las cualidades buenas o malas del agregado y que, a su vez, puede actuar para reforzar tanto a las unas como a las otras.

El déspota más absoluto no es con frecuencia más que el jefe de

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una oligarquía militar o de una burocracia. Puede pasarse perfecta· . . mente de sus caprichos, pero no sabría gobernar en general y de una }~' 1

manera permanente contra los intereses de la clase dominante. «En- 1f·· riqueced a los soldados y despreciad al resto» S, decía Séptimo Severo ·l.

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4 Montesquieu, Esprit des lois, XVIII, 7 y 8, presenta, con algunas líneas de separación, los dos puntos de vista. «Los hombres, por medio de sus cuida· dos y mediante buenas leyes, han convertido a la tierra en algo más propio para ser su morada.» Más lejos: <<La leyes tienen una gran relación con el modo en que los distintos pueblos se procuran su subsistencia.»

5 Dio. Cass., LXXVI, 15: ... 't'OÚ<; CT't'pa:'t'tW't'a.<; 1tAOU't'ti;E't'E, 't'WV lJ.)..}.wv MV't'WV xa."ta<ppovE~'t'E.

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a sus hijos, pero además había que contentar a los soldados y, si no se les contentaba, deponían al emperador como los genízaros depo oían al sultán, como la nobleza escocesa sojuzgaba a sus reyes, como la burocracia china, y también la burocracia rusa contrarresta a sus soberanos y aniquila su voluntad, como el pueblo ateniense se des­embarazaba de los demagogos que habían dejado de gustarle. En broma, se pone en boca de un político demócrata, al hablar de sus partidarios: «Soy su jefe, debo seguirles», pero más de un empe­rador romano ha podido decir la misma cosa de sus pretorianos, y más de un autócrata, como el emperador de China, ha podido decirlo de su burocracia. Por otro lado, esta impotencia existe en ocasiones tanto para mal como para bien. Se ha observado desde hace tiempo que poseemos excelentes constituciones con nombres de emperado­res romanos muy poco recomendables. Nos han quedado muchas bajo Caracalla 6 • Además, el hecho era general. En las provincias y en la cabeza del imperio la burocracia neutralizaba los defectos del jefe. Duruy, Hist rom, V, 496, observa que las oficinas de la administra· ción central tenían una organización parecida a la de los despachos de los gobernadores: «Continuaban, incluso bajo un jefe incapaz, el trabajo acostumbrado. De este modo las tragedias imperiales pasaban desapercibidas en las provincias».

Por otra parte, soberanos muy bien intencionados no han logra· do nada e incluso han perecido víctimas de su deseo de realizar con· cepciones éticas. Pertinax aprendió con su propia experiencia que un jefe de Estado no debe ser ni demasiado honesto ni demasiado aho· rrativo. No deberán olvidarlo los jefes socialistas el día del triunfo. Sus simpatizantes querrán algo más que bellos comentarios sobre las teorías de Marx, necesitarán panem et circenses, sobre todo cir­censes 7 •

6 El Cod. Greg., XIV, ad. leg. Jul. de adulteriis, ha conservado una constitu· ción de Caracalla, de moral severa y delicada: Habebunt autem ante oculos hoc inquirere, an, cum tu pudice víveres, illi quoque bonos mores colenci auctor fuisti: períníquum enim mihi videtur esse, ut pudicitiam vir ab uxore exigat, quam ipse non exhibet. Es el príncipe del que dice la Hist. Aug.: fuit mate moratus; y con respecto de su matrimonio con su suegra: nuptiasque cas cele­bravit quas si sciret se leges dare, vere solus prohibere debuisset.

7 En Lílle, Francia, el municipio está en poder de los socialistas. Estos con­ceden una fuerte subvención al teatro, pero con la condición de que haya en cada representación cuatrocientos asientos gratuitos para el pueblo. Las perso­nas que desean ir al espectáculo, a costa de los contribuyentes, se inscriben en un registro en manos de los empleados del municipio y reciben un número. Los individuos que poseen los números del 1 al 400 pueden asistir a la primera re­presentación, los individuos con los números 401 a 800 a la segunda, y así su· cesivamente. El primer año hubo tres mil seiscientas inscripciones, doce mil el segundo año y quince mil el tercero (Bulletin mensuel de la Fédération nationale

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La historia, relatada por Buckle, del fracaso de los intentos de reforma de Carlos III en España, es típica: «Este monarca --dice Buckle- era un hombre de una gran energía, y aunque nacido en España, no compartía los sentimientos de su pueblo ... Comparado con sus súbditos era ciertamente muy preclaro; perseveró en su polí­tica, y como sus ministros eran, al igual que él, hombres de una ha­bilidad reconocida, consiguieron ejecutar la mayor parte de sus pro­yectos, a pesar de la oposición que encontraron. Pero es evidente que, en este caso, como en todos los casos parecidos, al atacar los abusos que el pueblo se obstinaba en querer, aumentó el afecto que inspiraban estos abusos. Querer cambiar las opiniones por leyes es una tarea ingrata. No solamente se fracasa, sino que se produce una reacción que deja estas opiniones más fuertes que nunca. La reacción (en España) se preparaba en silencio, y era manifiesta antes del final del siglo ... En menos de cinco años todo cambió. La Iglesia recon­quistó su imperio; se abolió toda libertad de discusión; se resucita-ron los antiguos principios arbitrarios de los cuales no se había vuelto

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a oír hablar desde el siglo XVII ... la inquisición se despertó repen­tinamente y desplegó una energía que hizo temblar a sus enemigos». ~~-

Allí donde fracasan los regímenes absolutos, es difícil creer que re- :¡ gímenes democráticos, mucho más dependientes de las opiniones y if de los prejuicios de la multitud, puedan tener éxito. En realidad, ~­todos los gobiernos obedecen con bastante frecuencia, incluso cuando .. ~ parecen mandar. Las reformas, cualesquiera que sean, no pueden, por :1, lo tanto, ser juzgadas si no se tienen en cuenta las características de " los individuos a los que han de aplicarse. Expresada así esta proposi­ción puede parecer banal y, sin embargo, no hay nada que se olvide

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tan fácilmente en las discusiones políticas. ;· Un gobierno, como por añadidura todo organismo viviente, tiene { '

y debe tener como primera intención mantener sus fuerzas y re- :~: chazar las usurpaciones de las demás organizaciones. Tiende a conser­varse y, sin esta tendencia, no tardaría en perecer y desaparecer.

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Si el organismo gubernamental se desarrollara en un pueblo compuesto por seres perfectos, los medíos más honestos y más mora- PI : 1 les son también los más eficaces que puede emplear para sostenerse ; · y para prosperar; pero como se desarrolla entre hombres, es de- ~ · cir, entre seres imperfectos, debe recurrir a medios apropiados a estos ;~

des élus du partí ouvrier franfais. 1.• Dic. 1899). Otras comunas imitan a Lille. En Toulouse, la dirección del teatro del Capitolio, para el período trienal que comienza en 1901, ha debido comprometerse a entregar a la administración mu- -nicipal socialista cincuenta entradas para cada representación.

Se ha creado incluso una teoría general: la del «derecho a la belleza». Quizli ::í. veamos un día a los elegidos del pueblo distribuir a éste un congiarium y se ,, acuñarán medallas para perpetuar el recuerdo de esta generosidad.

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seres y que presenten necesariamente una mezcla de bien y de mal. Hay que añadir que este organismo está principalmente relacionado no con individuos aislados, sino con «masas», y los estudios recientes sobre la psicología de las masas han hecho ver que éstas poseen carac­teres que, desde numerosas perspectivas, son peores que los de los in­dividuos que la componen 8• Mientras que los caracteres de estas «masas» no cambien, los gobiernos que se suceden en un país deben, sea cual sea su forma, recurrir casi a los mismos medios para· durar y prosperar. Nos podemos persuadir de ello estudiando la historia de Francia desde 1789. Más de un jacobino, sin cambiar demasiado sus costumbres, pudo servir al régimen imperial y ofrecer sus servi­cios a la Restauración. Si el socialismo triunfa en Francia, más de un radical actual podrá, sin la menor apostasía, consagrarse al nuevo ré­gimen, esperando el día en el que se le verá ponerse al servicio de cualquier autócrata. Nada indica que la raza de los Bareres se haya extinguido.

Se le ha reprochado al gobierno de la Restauraci6n haber distri­buido demasiados empleos. Paul-Louís Courier hace una graciosa parodia sobre este tema, y Béranguer compuso una canción sobre un diputado que dice:

Enfin, j'ai fait mes affaires

J'ai placé deux de mes freres Mes trois fils ont de l'emploi.

Pero los regímenes que han sucedido a la Restauración no pare­cen haber reducido precisamente el número de empleados, al menos si creemos en la estadística 9•

8 Sobre las «masas>> véase: S. Sighele, La foule criminelle, S. Sighelle, Psy­chologie des sectes, G. Le Bon, Psychologie des joules.

9

Número de Total de los Tratamiento Años tratamientos medio empleados

(millones de frs.) (francos)

1846 '" ... .. . ' " 188.000 245 1.300 1858 . . ' ". " . . .. 217.000 260 1.350 1873 .. . ... .. . .. . 285.000 340 1.400 1886 ". ". ". . .. 350.000 484 1.450 1896 . " ". . " " . 416.000 627 1.490

. Para Austria, se encuentran en Statistische Monatschrift, los datos si-gUlentes:

Funcionarios administrativos

Aumento % funcionarios Aumento % tratamientos

1891 35.903

1900 64.415

82,20 102,50

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·1' La corrupción electoral es tan antigua como las elecciones. Se ha ·:;

reprochado mucho, antaño, a la aristocracia inglesa la compra de electores, ¿pero la democracia moderna, en América y en otros lu­gares, se abstiene de ello? Los aristócratas pagaban, si no siempre, al menos a veces, con su dinero, y los demagogos están dispuestos a pagar con el dinero de los demás, distribuyendo a sus electores el producto de impuestos diversos, pero los mismos fenómenos se ha­bían producido ya en Atenas. «Pericles fue el primero --dice Aris­tóteles- que confirió un salario a los tribunales para neutralizar la opulencia de Cimon. Este, al tener una fortuna principesca, pagaba magníficamente a los liturgias ordinarios, y después sufragaba la ali­mentación de muchos miembros de su demos. Pericles no podía mantener estos gastos con su fortuna . . . y en lugar de sus propios bie-nes , dio a los ciudadanos su propio dinero, e instituyó el salario de los jueces» 10

• Inútil recordar los hechos muy conocidos de la corrup-ción electoral en Roma. Cesa naturalmente, en la propia Roma, con las elecciones y fue reemplazada por las distribuciones del congiarium :~, al pueblo 11 y del donativum a los soldados; pero, en las provincias, t las elecciones y por consiguiente la generosidad de los candidatos J continuó bajo el imperio. A falta de poder, se compraban vanos tí- ~i. tulos del pueblo o de simples corporaciones de artesanos. Se han '~ encontrado en Pompeya varias inscripciones realizadas para recomen- Ji dar candidatos en nombre de ciertas corporaciones 12

, y es lícito creer ~,~ que estas recomendaciones no eran gratuitas; al menos poseemos nu- l merosas inscripciones que nos hacen conocer el estipendio de los ciu- \· . dadanos alquilados por las corporaciones 13

• En nuestros días, en In- ··;­glaterra y en otros países, los electores beben y comen a expensas de ;¿: los candidatos, en una costumbre bien antigua. «Pide, ciudadano ·~ --dice una inscripción- vino dulce y pasteles; se distribuirán hasta .-: la sexta hora. Si llegas tarde o eres negligente, no acuses a nadie más :; que a ti mismo» (Orelli, 708.3 ). No es nada probable que una cos- · · tumbre tan venerable se acabe, incluso si un nuevo régimen econ6-mico sustituye al de nuestra sociedad burguesa. Por otro lado, en In­glaterra el partido radical se guarda muy bien de pedir que se supri-

10 'A&rjv. lloA.~"t ., 27. 11 Augusto, aunque todopoderoso, «Distribuía el día de las elecciones, a las

tribus Fabia y Escaptia, de las cuales era miembro, mil sextercios por cabeza, para que no tuviesen que pedir nada a ningún candidato». Suet., Aug., 40.

12 Por ejemplo: C. l. L. ,IV, 97: C(aium) Cuspium Pansam aed(ilem) mu­liores universi. Ibídem, 113: C(aium) Julium Polybium II vir(um) muliores rog(ant). Ibídem, 180: M(arcum) Enium Sabinum aed(ilem) pomari rogant, etc.

13 Para una época posterior, Huelsen ha construido la tabla que sigue las distribuciones que conocemos por inscripciones y que fueron hechas al corpus piscatorum et urinatorum, que residía probablemente en Ostia o Portus. Las

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man los gastos de las elecciones; pide únicamente que sean pagados por el Estado en lugar de cargarse a los candidatos. Así lo quiere la ley del progreso, según la cual el sistema de Pericles tiende a re­emplazar en todas partes al de Cimón. Aristófanes ha descrito con mano maestra a los políticos compitiendo los unos con los otros para ganarse los favores del buen Demos 14

; pero estaríamos equivocados si no concluyéramos algo en contra del régimen democrático, puesto que los cortesanos de los príncipes han actuado bastante peor. Mien­tras que la naturaleza humana no cambie, se tratará, por todos los medios, de ganarse los buenos favores de las personas que disponen del poder.

Para preparar, en Francia, las elecciones de 1897, el gobierno hizo votar la enmienda Bozerian que desgravaba en 26 millones el im­puesto territorial. Había que basarse en él. M. Jaures escribía en La Dé peche del 9 de septiembre de 1897, dirigiéndose a los campesi­nos: «Saben [los campesinos] desde ahora, que el egoísmo de los di­rigentes ha hecho fracasar todas las grandes reformas de impuestos que habrían aliviado a los campesinos abrumados. Saben que los pri­vilegios han rechazado el impuesto general y progresivo sobre los in­gresos y el impuesto sobre la renta que hubieran permitido disminuir la carga que aplasta la tierra . . . Hay que exigir a las compañías de fe­rrocarriles que transporten gratis el trigo francés, para facilitar el aprovisionamiento de los grandes centros». Era ya un buen trozo de pastel, pero he aquí el golpe de gracia. Un artículo del ]ournal des Débats se expresa así : «Se le va a devolver (a Jacques Bonhomme)

sumas están expresadas en denarios; varían según la categoría de las personas que las reciben.

Donantes

Categorías de las personas que toman parte en las distribuciones I II III IV V VI

Patr~mi. et quino. perp. .. . .. . . .. 26 26 16 50 - 100 (?) Mag1stn .. . .. . .. . .. . .. . .. . .. . .. . 16 16 16 26 25 12 Cura rores ...... .. ...... . ... .. .. .. 12 12 12 16 15 D . - - - - - 4 ecunones .. . . .. .. . .. . . .. .. . .. . Plebs ..... . .............. . ...... 8 8 8 12 10

([) Amandus. (Il) Maximus. (JI!) Florinus. (IV) Septirninus. (V) Annaeus. (VI ) Desconocido.

14 Aristóf., Equit. Habría que citar toda la escena en la que Cleón y el car­nicero se disputan los favores del pueblo: (1190) «Cleón: -Recibe de mí este trozo de torta mantecosa.-Carnicero: -Recibe de mí la torta entera.-C/eón: -Pero tú no tienes como yo un guiso de liebre para darle.---Carnicero: -¡Ah! Dónde encontrar un guiso de liebre», etc. Más de un hombre político ha tratado, después, de repetir el truco del guiso de liebre.

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la cuarta parte de la contribución territorial, Jo principal al menos, sobre la propiedad no edificada; ello supondrá de 25 a 26 millones. Ya en 1871 se le habían desgravado 15 millones y cuarto; ello su­pondrá más de 40 millones de desgravación. Quedarán todavía de 76 a 77 millones; se podría, si se deseara y si se decidiera la con­versión del 3 por 100, suprimir el resto».

Esta proposición ha sido planteada muy seriamente por un econo­mista. La conversión de la deuda no habría producido (si hubiera te­nido éxito) más que de 55 a 56 millones, pero hubieran podido pro­curarse los 20 millones que faltaban, para suprimir el impuesto rural «a expensas de la amortización». El fin hacia el que se tiende está claramente indicado : «Ainsi le gouvernement a, par devers luí , et avant les élections, le moyen de frapper un grand coup».

Antaño se acusaba al gobierno de los Barbones en Nápoles de pactar con la camorra; un proceso reciente 15 ha demostrado que el gobierno italiano no desdeñaba, en tiempos electorales, el apoyo de la mafia. Sería curioso ver si un nuevo régimen, que sucediera al ré­gimen actual, recurriría aún a parecidos apoyos. A juzgar por la ex­periencia del pasado, es probable que sí.

Ningún país hasta el momento ha sido gobernado siguiendo un sistema de completa libertad económica. La causa principal de esce hecho es que la libertad económica no puede prometer ningún pri­vilegio a sus partidarios ni atraerlos con el señuelo de ganancias ilíci­tas; no les ofrece más que la justicia y el bienestar para la mayoría, y es demasiado poco. Por ello se encuentra fuera de la realidad. El prívilegio, incluso si debe costar 100 a la masa y no producir más que 50 para los privilegiados, perdiéndose el resto en falsos costes, será en general bien acogido, puesto que la masa no comprende que está siendo despojada, mientras que los privilegiados se dan perfecta cuenta de las ventajas de las que gozan.

15 El proceso Notarbartolo. El ministro de la guerra, antiguo comisario real en Sicilia, acababa de testificar ante el tribunal en Milán, y había elegido un chivo expiatorio. Era el procurador del rey en Palermo, que creía muerto, y al que acusaba de debilidad hacia los mafiosi. Pero este magistrado estaba todavía vivo, y respondió publicando una carta que le había enviado el comisario real pidiéndole que pusiera en libertad a un individuo acusado de homicidio, de robo y de fraude. El fin electoral estaba claramente indicado: Non e per me che chiedo -se leía en la carta- che io non chiedo e non chiedero mai null, ma pel partito. Bisogna assotutamente che Damiani sorta vittorioso dalla lotta, perche Damíani e Crispí. El procurador del rey se negó a poner en libertad al acusado. Después de la publicación de sus cartas, el ministro de la guerra, que no había tenido más culpa que la de seguir la costumbre establecida, tuvo que presentar su dimisión.

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Escritos sociológicos 129

Al no estar simplemente yuxtapuestos los hombres en la sociedad, la importancia y el poder de una de sus partes no está de ningún modo en proporción con el número de hombres que la componen. Los pretorianos no eran más que una ínfima minoría en el imperio romano, y poseían el poder. Francia ha aceptado casi siempre las revoluciones hechas por el pueblo de París. Los obreros de las ciu­dades, mucho más activos y emprendedores que los campesinos, acapa­ran la atención del legislador. El sufragio universal parecía ir a res­tablecer una cierta homogeneidad; sólo ha tenido por efecto producir nuevas diferencias. El fenómeno es visible sobre todo en los Estados Unidos, donde un pequeño número de políticos se reparten el poder. La ciudad de Nueva York no consigue desembarazarse definitivamen­te de los políticos de Tammany Hall; apenas expulsados vuelven al poder 16

Un gobierno debe tener en alguna parte su punto de apoyo. Sí es sobre la fuerza armada, es necesario que otorgue a los militares una posición privilegiada, situándolos por encima de las leyes, y distri­buyéndoles el dinero del país. Si es sobre una oligarquía, es necesario que ésta tenga privilegios de todo tipo, que se enriquezca bien sea directamente por medio del impuesto y de las prestaciones gravando a la masa, bien indirectamente por medio de los monopolios y los derechos proteccionistas. Si es sobre las masas populares, es necesario sacrificarles a los ricos, arruinándolos por medio de procesos y litur­gias, en Atenas, o aplastándolos con impuestos. Y ya la evolución crea de nuevo privilegios para ciertas personas ante la justicia. Se ha señalado que en Francia existían vocales de los comités paritarios elegidos con el mandato imperativo de negar siempre la razón a los patrones. Con mucha frecuencia, ante esta jurisdicción, la persona aco­modada es condenada únicamente por ser acomodada, aunque tenga razón. El cambio de régimen lleva consigo un cambio de los privi­legios, pero no abole el privilegio. Una organización que realiza úni­camente la justicia y el derecho no es más que una pura concepción ideal, al igual que la de un espíritu sin cuerpo. Las organizaciones reales son muy distintas. Pueden existir excepciones en países peque­ños, pero, por lo general, los dirigentes de estas organizaciones, a pe­sar de las excelentes intenciones que les suelen animar, no pueden pre­ocuparse de la justicia y del derecho más que en la medida posible y mientras que ello no lesione sus intereses ni los de sus partidarios.

16 Las malversaciones de los políticos alcanzan enormes proporciones. En marzo de 1900 el New York Times reveló al público que en Nueva York las casas de juego pagaban anualmente a la policía, para ser protegidas, 15.450.000 francos. También son explotadas otras casas.

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En Francia, por ejemplo, los poderes públicos emprendieron una lucha contra el alcoholismo. No discutimos aquí si hacen bien o mal, pero en definitiva, si optan por esa vía habrá que admitir que es porque creen que el alcoholismo es una plaga y que su deber es el de salvar a la población. Desgraciadamente se encuentran impedidos por la necesidad de negociar con los productores de vino, de cerveza, de sidra. Estos productores son también electores, son numerosos, y los poderes públicos necesitan sus votos. Entonces, en contra de la opinión de los hombres más competentes 17 se proclama que el vino, la cerveza y la sidra no son nunca nocivos, se beba la cantidad que se beba. Se hace una ley, en apariencia por motivos higiénicos, en realidad para favorecer a los electores que tienen vino, cerveza y sidra para vender. En virtud de esta ley las bebidas «higiénicas», es decir, el vino, la cerveza y la sidra, tienen que ser desgravadas, y los im­puestos que los gravaban han de ser reemplazados por otros, que alcanzan incluso a la gente que no bebe más que agua. De este modo, por ejemplo, he aquí en París a un padre que tiene varios hijos; la familia no bebe más que agua; por otro lado he aquí a un soltero, o a un hombre casado sin hijos, que se emborracha todos los días; aunque les moleste a los señores políticos uno se puede emborrachar tanto con vino como con alcohol. Ahora bien, para que el borracho pueda saciarse plenamente, la ciudad de París, en base a la ley de bebidas «higiénicas», renuncia a aplicarle el impuesto, y como hay que tapar el agujero creado en el presupuesto, golpea con varios im­puestos a todo el mundo, incluyendo a los bebedores de agua. Admí­rese, según esto, la lógica del Estado ético: para combatir el alcoho­lismo y la despoblación que se explica, equivocadamente según nos­otros, como consecuencia suya, se hace pagar de más al hombre que, para educar a la familia se priva de vino, lo que paga de menos el soltero que bebe vino hasta emborracharse 18.

17 El señor Dr. G. Daremberg, del que, por otra parte, estamos muy lejos de compartir todas las opiniones, escribe en el fournal des Débats del 5 de sep­tiembre de 1901: «Nuestros lectores oyen hablar con frecuencia de bebidas higié­nicas: vinos, sidras, cervezas. Espero que no tomen esta denominación en serio; ha sido imaginada por los productores y por los comerciantes de bebidas alcohó­licas y sobre todo por los viticultores y los comerciantes de vinos, para hacer creer que si el aguardiente es un veneno peligroso, el vino es un alimento útil, indispensable;. Pienso que nuestras experiencias han destruido definitivamente la leyenda de los vinos como "bebidas higiénicas".» Y el mismo periódico, el 29 de agosto de 1901 dice: «Se ha comenzado a distribuir vino en el ejército para dar gusto a los electores y a los diputados de las regiones productoras de uvas. Esta nueva práctica tendrá efectos desastrosos.»

18 No sólo se ha visto afectado el presupuesto de las ciudades por esta re­forma, sino que también presenta un déficit el presupuesto del Estado. A este respecto el Journal des Débats, del 9 de octubre de 1901, dice: «Después de

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Por último, todo caso malo es negable, y se puede, a la postre, sostener la tesis del vino, de la cerveza y de la sidra como bebidas «higiénicas», pero aún pay más y mejor.

Se declara que el alcohol es un veneno; pero, préstese atención, no es todo él tóxico, existe un tipo que no es nocivo para la salud, o al menos la ley no lo considera como tal. Este tipo no se distingue de los demás por su composición química, sino únicamente por las características de sus productores: proviene de los destiladores de vino del país. Ningún gobierno, en Francia, ha osado tocar su pri­vilegio; pueden producir alcohol libre de todo impuesto. ¿Existe alguien que pueda creer en serio que el alcohol proveniente dt los destiladores de vino del país es menos nocivo para la salud que todos los demás tipos de alcohol? ¿Hay alguien que pueda suponer que, si los destiladores de vino del país no fueran electores con los cuales se tiene interés en llegar a un acuerdo, su privilegio no habría desapa­recido desde hace tiempo?

Tales hechos no son en modo alguno excepcionales, por el contra­rio, son habituales y normales 19 y hay que cerrar voluntariamente los ojos para no verlos. Lo que es notable, es que el conocimiento de estos hechos no altera en modo alguno la fe de los fieles del Estado ético.

.Es, además, una característica común a todas las supersticiones el no dejarse convencer por las pruebas más evidentes que pueden pro­porcionar la lógica y la experiencia. Un caso extremo, pero muy noto­rio, es el siguiente. El duque Valentín, hijo del Papa Alejandro Borgia, habiendo prendido por traición a Vitellozzo, lo hizo estran­gular. Vitellozzo, antes de morir, pidió como gracia suprema al duque que éste suplicase al Papa que le concediese una indulgencia plenaria para los pecados que él, Vitellozzo, había cometido 20

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haber querido contentar al norte con el azúcar, se ha querido contentar al sur con el alcohol; desgraciadamente para ello ha sido necesario sacrificar el presu­puesto, es decir, abandonar el interés general a intereses particulares, o, si se prefiere, a intereses regionales.

El lector juzgará quizá superfluas estas citas; puede encontrar una gran can­tidad en su periódico, sea el que sea.

19 La Gazette de Lausanne, del 20 de septiembre de 1901, da cuenta de los trabajos de la comisión del Consejo nacional que estudia el proyecto de ley sobre la política de productos alimenticios: «Cada comuna o varias pequeñas comunas designan por separado o en conjunto un inspector de alimentos. Estos últimos serán inspeccionados por medio del pago de una tasa mínima. La ma­tanza a domicilio no será objeto de inspec.ción oficial, aunque pueda parecer muy deseable. La prudencia y las luces de los campesinos que realizan la matanza suplirá al legislador y al inspector del Estado. Una intervención de este último sería mal vista.»

20 Machiavelli, Descrizione del modo tenuta dal ducca V al. nello ammav.are

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modo, aunque pudo conocer mejor que cualquier otro el grado de infamia en el que había caído Alejandro Borgia, se imaginaba que este hombre manchado por todos los crímenes, podía abrirle las puertas del cielo.

En un grado intelectual un poco más alto, se encuentran ensayos de explicación que atribuyen excepcionalmente a determinados hom­bres lo que es un defecto general de la organización considerada. Se ensañan con los poderes públicos y se les acusa de todos los males de los que se sufre; pero es equivocado e injusto. Los hombres que ejercen el poder tratan casi siempre de actuar lo mejor que pueden para asegurar el bien general de la nación; están animados por las mejores intenciones, mucho más de lo que se imaginan sus adver­sarios, únicamente deben de tener en cuenta los intereses privados de los que dependen. La cuestión se ve más claramente en los países en los que existe un régimen parlamentario; el ministerio depende de la mayoría de las Cámaras y esta mayoría depende de los electo­res. Es necesario poseer una notable dosis de ingenuidad para supo­ner que los ministros no persiguen más que la realización de abstrac­ciones éticas sin tomar en cuenta el voto de las Cámaras, y que del mismo modo los diputados no piensan jamás en su reelección. Por otra parte, los electores desean aparecer como si no se ocupasen más que del bien general, incluso cuando sólo piensan en su interés pri­vado; y es por satisfacer este deseo, así como el que tienen en ge­neral los hombres de relacionar sus acciones con ciertos principios, por lo que los poderes públicos están obligados, para justificar los proyectos de ley, a dar motivos que no poseen más que un escaso valor lógico. Los verdaderos motivos se encuentran sobreentendidos, y otros se expresan.

Mientras que los hombres no renuncien a llevar a cabo la lucha de clases por medio de la ley y con la ayuda del Estado 21

, veremos necesariamente dictarse leyes destinadas a proteger los intereses de ciertos ciudadanos, a expensas de los intereses de otros; y éstas serán tanto más numerosas y vejatorias cuanto más se extiendan las atri­buciones del Estado.

Pero si todas las formas de organización social poseen así carac­terísticas comunes, ello no quiere decir en modo alguno que estos caracteres tengan exactamente la misma influencia sobre cada una de ellas. Decir que todos los hombres están sometidos a determinadas pasiones, no quiere decir que todos cedan a ellas del mismo modo.

Vitellozzo, ecc.: «perche Vitellouo prego, che e' si supplicasse al papa che gilí sesse dei suoi peccati indulgenza plenaria».

21 Véase el cap. XV.

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Escritos sociológicos 1.33

La diferencia es principalmente cuantitativa, y si, por ejemplo, un Trajano está obligado a tener en cuenta los intereses de los soldados, nadie confundirá su reinado con el de Caracalla. No hay que dejarse llevar por un sentimiento de pesimismo exagerado y condenar en bloque a todas las organizaciones porque tienen defectos o vicios. Unicamente hay que recordar que, al no ser nada perfecto en este mundo, ni los hombres ni sus organizaciones, no se pueden preconizar sistemas o tomar medidas que presupongan precisamente esta perfec­ción inexistente. No se puede juzgar un sistema social de una ma­nera absoluta, por medio de la aplicación de un pequeño número de reglas de derecho y de ética, únicamente se puede dar un juicio relativo, comparándolo con otros sistemas. Tomando prestado el len­guaje de la mecánica, diremos que el movimiento social no es total­mente libre, se efectúa con obstáculos, y se trata de determinar, no un máximo absoluto sino un máximo relativo, tal y como lo permiten los obstáculos y las relaciones.

Por lo tanto, no se puede aprobar a una determinada organiza­ción solamente porque se descubren en ella cualidades o condenarla únicamente porque se aprecian en ella defectos. Simplificar de este modo las cuestiones es propio de mentes primitivas; para estas mentes no existe el justo medio: una organización es excelente o abominable. Así sucede en los dramas populares, falta toda sombra en el cuadro, no se ven más que hombres sublimes y honestos u horrorosos criminales. En realidad todas las organizaciones reales son una mezcla de bien y de mal, y para compararlas, hay que resolver problemas difíciles y con frecuencia muy complicados; así ocurre, por otro lado, generalmente, cuando se tiene que sustituir el análisis cuantitativo por el análisis cualitativo.

Normalmente se es injusto con las gentes que gobiernan un país porque no se tienen suficientemente en cuenta las dificultades en medio de las cuales son obligados a moverse. Existen entre estas gentes muchos más hombres de bien, desinteresados y que desean sinceramente la justicia más de lo que creen o quieren hacer creer los partidos de la oposición. Pero a estos hombres honestos les es impo­sible ir directamente al fin, para realizar lo que estiman que es el bien del país. Tienen que andar con rodeos para tener en cuenta todos los intereses en juego. Es exacta la afirmación de que la política es el arte de las transacciones. Ahora bien, al seguir siempre caminos desviados se acaba con frecuencia por errar la meta, y es Id" que explica por qué hombres políticos muy honestos y bien intencionados acaban con frecuencia por hacer el mal en lugar del bien.

El error consistente en no ver más que uno de los lados, con frecuencia el más restringido, de la cuestión cuando se quiere juzgar

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una institución, es extremadamente frecuente. Cuando el divorcio no existía en Francia, algunos moralistas citaban hechos que probaban de modo incontestable que la indisolubilidad del matrimonio tenía graves inconvenientes y podía incluso provocar crímenes, y concluían que era perniciosa. Desde que el divorcio existe, otros moralistas citan hechos que prueban que éste no está exento de males y con­cluyen que es necesario abolirlo. El problema está evidentemente mal planteado.

Al existir en Francia el reparto equitativo de las herencias entre el primogénito y los hermanos menores, algunos autores franceses atribuyen toda clase de males a esta institución y alaban sin reserva las disposiciones de la ley inglesa; pero he aquí que un autor inglés, Thorold Rogers, defiende exactamente lo contrario de este razona­miento. «El gran recurso del menor de familia, que no poseía ni tierras ni dinero y que, por lo tanto, debía convertirse en una carga para los contribuyentes, fue el ejército; fue él quien se benefició de la guerra de Francia. Finalizada ésta, se convirtió en el parásito de su hermano mayor o de la Corte; aventurero dañino y con frecuencia odioso, privado de su parte de la fortuna familiar por la desaparición de los «baux a' chaptel» se convirtió en soldado de fortuna ... Las constituciones de usufructos y de fideicomisos. . . base de nuestros vínculos «d'entail», han hecho de nuestro régimen de propiedad rús­tica un peligro nacional y un mecanismo de fraude público al perpe­tuar la carencia de los menores de familia forzados a vivir a expensas del Tesoro» 12• Estos dos puntos de vista opuestos son probablemente demasiado excluyentes, y la institución ha de ser juzgada poniendo en la balanza lo bueno y lo malo.

Probar que una medida puede ser un remedio para ciertos males de la sociedad, no prueba en modo alguno que sea favorable al bienes­tar general, puesto que su adopción puede acarrear males más graves que los que evita. En Roma, en la antigüedad, los ciudadanos po­bres estaban escasos de alimentos. Las distribuciones gratuitas de trigo eran un remedio eficaz, al menos en parte, para este mal; pero estas distribuciones tuvieron también otros efectos. Desalentaron a la industria, apoyaron la pereza y atrajeron a Roma a una multitud de gente muy poco recomendable, y, a fin de cuentas, dañaron más al pueblo romano que lo que le favorecieron . La antigua ley de po­bres, en Inglaterra, era, sin duda, el resultado de las mejores inten­ciones, pero en la práctica estuvo lejos de alcanzar el fin que se había propuesto y parece ciertamente haber producido más mal que bien.

22 Travail et salaires en Angleterre, pp. 263-264 de la trad. francesa, Gui­llaumin et Cie.

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Escritos sociológicos 13.~

Actualmente vemos cómo se manifiesta una tendencia a despojar a las gentes que, por su energía, su actividad, su inteligencia, su eco­nomía, han adquirido un cierto bienestar para distribuir el producto de estas exacciones a los débiles, los ignorantes, los incapaces, los vagos, a los viciosos e incluso a los criminales. El futuro dirá si este sistema no prepara la decadencia de los pueblos que lo practican.

El trióbolo pagado en Atenas a los ciudadanos que asistían a las asambleas, y las demás retribuciones que recibían parecen haber sido una de las condiciones de la estabilidad del régimen democrático ateniense. Proporcionalmente, el mal fue menor en Atenas que el que sufrió Italia cuando Sulla, al restablecer el régimen aristocrático, dis­tribuyó las tierras de los vencidos a sus soldados, o cuando Augusto inauguró el régimen imperial. Más de un ciudadano, en Atenas, tuvo que soportar a los sycofantes, pero los delatores de la Roma impera! provocan bastantes víctimas más y las leyes de lesa majestad las provocan todavía en bastantes pueblos modernos. La paga de las le­giones y el donativum de los emperadores romanos absorbían, bajo ciertos príncipes, menos dinero en proporción a la riqueza del país, que el que absorben los gastos militares de los pueblos modernos. Si los socialistas llegaran al poder, deberían, ciertamente, destruir una cantidad bastante considerable de dinero para satisfacer las expecta­tivas que han creado en las masas populares, pero no es fácil decidir con seguridad si esta suma sería mayor o menor que las que llegan a consumir los gobiernos de las clases burguesas, si a los gastos cada vez más exagerados del militarismo se añaden las pérdidas causadas por el proteccionismo, el socialismo de Estado y el socialismo comu­nal. Esto puede parecer hoy en día una paradoja, y, sin embargo, no es imposible que el socialismo científico llegue a intervenir un día para salvar al capital de una destrucción completa, a la cual podría conducir la extensión del socialismo de Estado. Si el derroche actual de la riqueza continúa creciendo y desarrollándose, podría darse que el régimen socialista se convirtiera en menos costoso que el régimen al cual reemplazara. El gobierno de Odoacro era inferior al gobierno de Trajano, pero era mejor que el de Augusto.

No nos cansaremos de repetir que para juzgar una organización es indispensable hacer una especie de balance: poner de un lado d bien, y del otro el mal, y ver de qué lado se inclina la balanza. Ciertamente este procedimiento topa con enormes dificultades, pero el progreso científico tiene este precio.

Mientras tanto, no podemos realizar este balance más que de una forma bastante burda; ello vale, de todos modos, más que nada y, sobre todo, es mejor que un juicio estrecho, parcial, que no ve más que un lado de las cosas. Pero la existencia de estas dificultades ha

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de hacernos muy circunspectos, y debemos confesar sinceramente que, en el estado actual de la ciencia, es bastante difícil prever con segu­ridad cuales serán los efectos de cualquier nueva organización. De todos modos, este conocimiento es precisamente indispensable para juzgar con seguridad la organización propuesta. Una discusión preli­minar puede permitir descartar algunos sistemas manifiestamente ab­surdos, pero, una vez eliminados éstos, nos encontramos en presencia de sistemas que, a causa de la imperfección de nuestros conocimien­tos científicos, no podemos en modo alguno juzgar con total cono­cimiento de causa. En resumidas cuentas, únicamente puede de­cidir la experiencia; no sabríamos anticipar por medio del razona­miento el conocimiento de los resultados a los que nos conducirá.

Esta duda científica contrasta fuertemente eón la fe ciega de los partidos, fe que en ocasiones se exalta hasta tal punto que llega al límite de la alucinación. Los hombres están tanto más seguros de sus creencias cuanto más ignorantes son, y la «masa», a pesar de los progresos de la instrucción obligatoria, sigue siendo bastante igno­rante. Lo que explica la acogida entusiasta con que acoge las frivoli­dades, de las cuales sólo la pluma de un Luciano o de un Voltaire podría hacer conocer dignamente su absurda necedad.

La necesidad de recurrir a la experiencia para juzgar un sistema es un argumento de gran peso en favor de los cambios graduales llevados a cabo únicamente cuando se hace sentir la necesidad y no sólo a la vista de una sistematización teórica. Por otro lado, es uno de los argumentos más fuertes que se pueden aportar en favor de la libertad, cuando se establece el balance de las ventajas y de los in­convenientes de ésta. Unicamente unos seres infalibles podrían afir­mar que las medidas coercitivas que proponen para obligar a la so­ciedad a seguir una determinada senda, no impedirán alcanzar un es­tado mejor, al cual se puede llegar por otro camino. Todo lo que pue­den pedir los innovadores, si se proponen obtener el máximo bienes­tar para la sociedad, es que se les permita experimentar su sistema. Pero la «libertad» que reclaman es, en la mayor parte de los casos, muy diferente. Desean que una mayoría más o menos real, más o menos de hecho, imponga por la fuerza la reforma deseada. En otro tiempo no recurrían a la mayoría sino al príncipe. Los medios cam­bian, el fin permanece. Es necesario forzar a las gentes a ser felices a pesar de ellos mismos. Los dragones de Luis XIV libraban a Francia de protestantes, y la guillotina la desembarazaba de los aristócratas, de los Brissotinos, de los Girondinos además de muchos otros. Ahora, unos quieren suprimir a los judíos, a los protestantes, a los francma­sones, a los librepensadores, a los sin patria, a los internacionales, y a otras sectas que sería demasiado largo enumerar; otros quieren

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Escritos sociológicos 1.37

convertir por l¡¡ fuerza a los católicos, o al menos impedirles el acceso a los puestos gubernamentales; otros, además, desdeñando estas luchas intestinas de la burguesía, se contentarían con exterminar a los patro­nes y a los capitalistas, lo que, sin duda, volvería a traer la edad de oro a la tierra. «Es necesario --<lice Billaud-Varennes- recrear en cierta forma el pueblo que se desea devolver a la libertad, puesto que es necesario destruir antiguos prejuicios, cambiar antiguos hábi­tos, perfeccionar los afectos depravados, restringir las necesidades superfluas, extirpar los vicios inveterados». Carrier es más brutal: «Haremos un cementerio de Francia antes de no regenerarla a nues­tra manera».

Persuadidos de poseer la verdad absoluta, las sectas no sufren contradicción alguna, incluso bajo la forma de duda; exigen reglas generales, universales y se tacha de criminal a casi toda excepción. Las sectas que se dicen religiosas aseguran que actuar de otro modo sería ofender a la divinidad. Las sectas que se inclinan hacia la auto­cracia están persuadidas de que todo ha de plegarse a la voluntad del soberano, y actualmente estas sectas se autodenominan también de <<Unidad nacional». Las sectas, por llamarlas así, democráticas dan ingenuamente el nombre de libertad a su opresión; su mayor esfuer­zo por razonar, por justificar esta antinomia, no lleva más que a otra afirmación arbitraria, es decir, que un pueblo es libre cuando no está sometido más que a las leyes dictadas por la mayoría. Lo mismo ocurre con las sectas que denominan ;usticia a la expoliación de la mitad menos uno de los ciudadanos por la mitad más uno. Es cierto que se añade el epÍteto social para distinguirla sin duda alguna de otra que, sin este epíteto, consiste en tribuere suum cuique.

Un autor contemporáneo, Léon Donnat, en su libro La politique expérimentale, ha explicado con acierto que, si nos proponemos buscar las mejores leyes, es indispensable recurrir a la experiencia. Pero su voz ha permanecido aislada. Más que nunca las sectas quie­ren someter los hechos a sus «principios inmortales» y sitúan al sen­timiento por encima de la razón. Además es una de las condiciones esenciales de su éxito con las masas. Su acción es de las más eficaces para persuadir a los hombres, y es absolutamente impotente para rea­lizar el menor progreso material. No se les debe ninguna invención, incluso de ínfima importancia, en las artes y en las ciencias.

Un día sir Henry Bessemer encuentra un nuevo producto para producir acero. Lo útil para obtener el máximo bienestar es que los partidarios del nuevo procedimiento puedan experimentarlo en com­paración con el antiguo. Efectivamente, asÍ ocurrieron las cosas. Existe un gran número de patentes para nuevos procedimientos de fabricación del acero. Sometidos a la experiencia, la gran mayoría de

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estos procedimientos han fracasado; únicamente una pequeña parte de éstos, como los de Bessemer, Martín, etc., han tenido éxito. Son los que se emplean en la actualidad.

Pero, si en lugar de una innovación industrial :;e hubiera tratado de una innovación política o social, las cosas hubieran seguido otro curso. Hubiera habido que persuadir a un autóctata, a una burocracia, a unos políticos, a la mayoría de los electores y, si hubiera triunfado, un buen día el gobierno habría decretado la sustitución de un nuevo procedimiento frente a los antiguos para la fabricación del acero. Hubiera podido recaer sobre uno de los buenos, pero es más proba­ble que fuera uno de los malos, uno de aquellos procedimientos que se estimaba que debían triunfar, pero que no han tenido éxito. No hay que creer que, viendo el fracaso, se hubiera abandonado el pro­cedimiento. La suerte del procedimiento se encontraría ligada con la de un partido cualquiera, llamémoslo A, y para abandonar el desgra­ciado proyecto habría que haber apartado al partido A de sus posi­ciones. Este no habría dejado de invocar ciertos «principios inmor­tales», como, por ejemplo, los de la «solidaridad», o la «justicia so­cial>>. Habría injuriado, perseguido a aquellos que desprecian el pro­greso, a los egoístas que rechazaban Jos beneficios de las elucubracio­nes del partido A. En resumen, se habría discutido apasionadamen­te todo, excepto la única cosa que importaba, es decir, los resultados que hubiera dado la experimentación del nuevo procedimiento.

Sir Henry Sumner Maine 23 observa con razón que «todo lo que ~.:,

ha hecho célebre a Inglaterra, todo lo que le ha proporcionado la riqueza ha sido obra de minorías en ocasiones ínfimas». Pero va de­masiado lejos cuando añade: «Me parece absolutamente cierto que si, , desde hace cuatro siglos, hubiera existido en este país una franquicia :· electoral muy extendida y un cuerpo de electores muy numeroso, no ( habría habido ni reforma religiosa, ni cambio de dinastía, ni toleran- ; cía para los disidentes, ni incluso un calendario exacto. La máquina :¡: de batir, el telar, la mula-Jenny, y quizá la máquina de vapor hubie- -<;

ran sido prohibidas». Es cierto que cuando se observan las medidas incomprensibles que toman hoy en día los regímenes democráticos contra los grandes almacenes, que representan uno de los progresos más notables de nuestra época en la distribución de las mercancías, o ciertas medidas dictadas contra la llamada competencia desleal, que no es en el fondo más que la simple competencia, o las barreras que las medidas tomadas contra las bolsas imponen a la circulación de la riqueza, estamos tentados de dar la razón a sir Henry Sumner Mai­ne. Pero existen otros hechos contrarios a su tesis. No se podrfs

23 Essaís sur le gouv. pop., trad. francesa, p. 142.

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Esaitos sociológicos 1.39

afirmar que las «masas» populares, o compuestas por sabios, rechazan sistemáticamente todo progreso técnico o económico; únicamente su elección es casi siempre ciega, el sentimiento y los prejuicios tienen un lugar preponderante. Sin embargo, éste no es el inconveniente principal, puesto que en el fondo se encuentra en toda elección hu­mana; el mayor mal proviene de que se sustituye la coerción de la ley con la persuasión de la experiencia, lo que tiene como efecto agravar enormemente las consecuencias de errores inevitables.