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"A todos aquellos cuyo coraje ha vencido todos los obstáculos, les confío la vida de Atenea, conjurándoles a protegerla y venerarla aún más que la suya."
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Prólogo
"A todos aquellos cuyo coraje ha vencido todos los obstáculos, les confío la vida de
Atenea, conjurándoles a protegerla y venerarla aún más que la suya."
La oscuridad impregnaba el templo, el silencio lo cubría todo como un manto espeso,
como si las paredes llorasen la ausencia de su morador. El polvo sobre cada objeto y
rincón no hacía más que confirmar lo que, a primera vista, resultaba innegable: en
aquella estancia no entraba nadie desde hacía mucho tiempo. Tan solo una zona parecía
haber sido profanada en su letargo no demasiado atrás. Las pisadas de varias personas
surgían desde distintos puntos de la estancia para reunirse en un solo lugar, en la pared
más lejana a la entrada, frente al legado de Sagitario.
El eco provocado por el paso firme de un hombre mientras recorría la distancia que le
separaba de los escombros formados al descubrirse las palabras de Aiolos de Sagitario
tiempo atrás, anunciaba el comienzo de acontecimientos que, en esos instantes, nadie
podría sospechar siquiera.
Una vez frente a palabras tan hondas y llenas de significado, el recién llegado elevó su
mano para delinear letra por letra cada una de las palabras que conformaban lo que
había terminado por convertirse en un modo de vida para la orden de los dorados. Tras
la muerte, Aiolos no había encontrado la comprensión solamente sino que, de alguna
forma, también recobró el liderazgo que una vez le perteneció por méritos propios.
—"A los caballeros que aquí llegaron, os confío a Atenea" –susurró el intruso, con la
voz rota por las noches sin dormir y el alcohol consumido.
Allí estaba él, vivo, frente a una simple frase que debería serlo todo para él. Pero lo
único que sentía era rabia y decepción a partes iguales. Dejó caer la botella sin
importarle que se hiciera añicos junto a sus pies, demasiado metido en sus propios
pensamientos como para reparar en tan nimios detalles.
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En cambio, fue otro dato el que le hizo estremecerse con un escalofrío: la soledad que
emanaba de aquellas paredes; no, de su propio ser. No estaba muy seguro desde cuándo
era consciente de ser presa de aquel mal pero le iba desgarrando lentamente desde el
mismo instante en que abrió los ojos.
Suspiró pesadamente, retirando la mano de la pared, sobreponiéndose a sus propios
pensamientos.
—Yo cuidaré de ella. Pero ¿quién se hará cargo de mí, hermano?
Abrió los ojos y sus rojizas pupilas albinas se adaptaron con facilidad a la oscuridad que
lo dominaba todo como una enfermedad; veía paredes de mármol, un suelo de baldosas
cubierto de polvo, y poco más.
Le faltaba el aire.
Trató de moverse y no lo consiguió; su cuerpo parecía ser de piedra, como si estuviera
pegado a la pared que sentía a su espalda, aplastando su nuca. O como si...
Como si formara parte de ella.
El terror traspasó su cerebro como una aguja de fuego. Convertido en una máscara en la
pared de la Cuarta Casa, el Caballero de Cáncer intentó gritar y no lo consiguió. Sus
cuerdas vocales se habían convertido en mármol. Movió los ojos en todas direcciones,
desesperado, y entonces vio la caja sagrada.
En el rincón más oscuro del templo, su Armadura aguardaba, agazapada como un
animal salvaje; un aura de locura emanaba de ella. Su dueño intentó sonreír a través de
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sus rasgos convertidos en piedra; inflamó su cosmos y comprobó que todavía era capaz
de hacerlo, a pesar de los años pasados en el reino de los muertos.
La armadura respondió a la llamada de su señor; la Caja se abrió con un enfermizo
estallido dorado y voló hacia la pared, acoplándose a ella con firmeza férrea.
DeathMask inflamó aún más su cosmos, forzando sus músculos hasta que poco a poco
se adaptaron a la forma de las piezas áureas que lo iban arrancando del muro con sus
aristas cortantes; sintió a su espalda una multitud de manos intentando agarrarle, pero él
se obligó a seguir incendiando su aura, con los dientes apretados, jadeando por la
tensión y el miedo.
Su voluntad era inquebrantable.
Con un alarido agónico, forzó su cosmos hasta el punto de no retorno; su energía estalló
violentamente, lanzando las piezas de la armadura en todas direcciones, e impulsando el
cuerpo de DeathMask contra la pared de enfrente.
Tendido en el suelo, completamente agotado, el Caballero de Cáncer asimiló el hecho
de que se había convertido en una de sus propias máscaras y que había logrado escapar
de aquel estado. Como si se tratara del vino más exquisito, saboreó el triunfo.
Y estalló en carcajadas.
Poco después abrió los ojos con un sobresalto, y entendió que se había quedado
dormido, o tal vez inconsciente. Se incorporó con dificultad, y una vez en pie estiró
tentativamente los brazos, abriendo y cerrando los puños; sus músculos empezaron a
responder poco a poco con un hormigueo cálido que le hizo asimilar por fin el hecho de
que estaba vivo.
Vivo.
Y hambriento.
Se acercó a la cocina y encontró unas cuantas latas polvorientas en la alacena;
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esperando que no hubieran pasado tantos años como para hacerlas caducar, las abrió y
acabó con ellas vorazmente. Su cuerpo falto de energía empezó a digerir de inmediato,
haciéndole sentirse algo mareado; se enjuagó la boca y se sentó en un taburete junto a la
mesa. Sus manos se dirigieron por sí solas al cajón de los cubiertos; DeathMask sonrió
al comprobar que ni siquiera la muerte podía acabar con las rutinas cotidianas. Sus
largos dedos encontraron lo que estaban buscando: una manoseada cajetilla de
Marlboro. Quedaban un par de cigarrillos apolillados, pero qué diablos, un pitillo era un
pitillo. Lo encendió y aspiró con ansia, estallando en toses al instante.
—¡Joder…!
Dio una segunda calada, más tentativa, y sus dormidos pulmones parecieron responder
mejor. Exhaló el humo en un suspiro de satisfacción, y reflexionó con calma. Que había
vuelto, estaba claro; que no era el único parecía obvio, a juzgar por el caos de marcas
cósmicas que flotaban en el ambiente. La Orden renacía, y parecía una buena
oportunidad de purgar viejos errores; porque el italiano no pensaba volver a convertirse
en la persona que había sido antes de la última Guerra Sacra. Consideraba pagadas
algunas de sus deudas con el sacrificio realizado por Afrodita y él en el Hades,
renunciando a su honor bajo los golpes de Radamanthys con tal de ganar unos segundos
preciosos para que Saga y su escolta pudieran entrar al castillo de Pandora sin
interrupciones; sacrificio renovado en el Muro de los Lamentos y finalmente expiado en
su cárcel en forma de monolito de piedra, un destino curiosamente irónico para el
italiano. Y las faltas que no hubieran quedado redimidas con aquellos hechos, sin duda
no serían redimidas jamás.
La amargura se cernió sobre el custodio de Cáncer al pensar en volver a mirar a los ojos
a los que en realidad nunca fueron sus compañeros. A un patriarca al que no había
conocido ni amado. Al hombre al que odió por encima de todas las cosas por obra de
una simple mentira.
Se sintió sucio de repente. Apagó el cigarrillo en una de las latas vacías, y se dirigió
hacia la ducha.
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"Tener que volver… Ah, Atenea, no podías haberme inflingido una ofensa mayor. Un
dolor mayor."
—Llegarás tarde, como siempre.
Acostumbrado como estaba a sus constantes puyas, Aioria simplemente ignoró a Lythos
Mientras esta iba de un lado a otro de la estancia, el León se dedicó a observarla a través
del espejo mientras fingía colocar bien un par de mechones que le caían por la frente. Se
había convertido en una hermosa mujer, fuerte, inteligente, valerosa. Y una vez más se
preguntó por qué continuaba viviendo como su sirvienta cuando podía tener el mundo a
sus pies.
—Si no te das prisa el Patriarca te amonestará y sería la segunda vez esta semana.
Aioria dejó escapar el aire con desdén mientras que ella le colocaba la pesada capa
sobre la armadura y se preocupaba de que quedase impecable, sin una sola arruga que
pudiera deslucir su apariencia.
—No creo que el italiano se eche a llorar si no voy a darle la bienvenida con una
enorme sonrisa. –Como apoyo a sus palabras dibujó en sus labios una enorme mueca
que fingía felicidad. Tomó la mano de Lythos sobre su hombro y se volvió para quedar
de frente a ella. — Deja de preocuparte, cada día pareces más una amante que una
buena amiga.
Ciego como estaba, no se dio cuenta del brillo aparecido en los ojos de la muchacha
ante aquellas palabras. Interiormente, Lythos se convenció a sí misma diciéndose que de
momento era mejor continuar así, esperar a que el león se tranquilizase un poco tras su
vuelta de la muerte, y entonces…
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—Vamos. –La voz de Aioria la obligó a dejar de soñar pues este ya la instaba a salir
desde la puerta sin que ella se hubiese dado cuenta de cuándo se había alejado tanto.—
Cuanto antes lleguemos menos durará esta farsa.
De nuevo el desdén rezumando a través de las palabras del quinto custodio, haciendo
gala de un escepticismo impropio de él. Pero que sin embargo estaba presente desde su
vuelta. Lythos le siguió en silencio durante todo el ascenso por los templos que les
llevarían al Salón Patriarcal. Observándole caminar con tanta seguridad cualquiera
podría pensar que era igual que siempre, que tan solo necesitaba readaptarse a la
sensación de estar vivo, reflexionar sobre todo lo ocurrido para poder seguir adelante
junto al resto. Pero algo le decía, quizás la opresión que sentía en el pecho al observarle
mientras Aioria dejaba vagar la vista con expresión ausente, que el problema era más
profundo. Lythos estaba al lado de su señor desde que era una niña y él poco más que
un adolescente con demasiado poder; sabía que la luz del león estaba apagada,
mortecina. Y ella iba a protegerle mientras no estuviese preparado para hacerlo por sí
mismo.
La ocasión de poner en práctica sus deseos no se hizo esperar demasiado ya que cuando
Aioria vio a DeathMask acercándose por el flanco izquierdo, una sensación incómoda le
atenazó el estómago. No era más ni menos intensa que con el resto de dorados vueltos a
la vida, todos ellos se sentían igual de incómodos ante el resto, excluidos; pero Cáncer
era el más peligroso de todos los que estaban vivos, y no se alegraba en absoluto al ser
consciente de que tendría que volver a cuidarse las espaldas cuando le tuviese cerca.
Por su parte, el italiano esbozó un gesto de incredulidad cuando vio la escena en la
puerta del salón: Aioria, el hombre con quien le había unido una enemistad personal
durante los últimos años de su vida, acompañado de su amante. DeathMask se detuvo
frente a ellos y miró fríamente al griego; la muchacha le resultaba vagamente familiar, y
fue su mirada de aversión la que le hizo reaccionar con agresividad a pesar de sus
propósitos de enmienda; quiso defenderse de los sentimientos que ella parecía
manifestar -los suyos propios- y para ello atacó. Pero no a la chica, naturalmente. Sino a
Aioria, con aquel instinto retorcido que le llevaba a dañar a unas personas a través de
otras en vez de directamente
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—Esa chiquilla no debería estar aquí, Aioria. Llévatela y métela en la cama, aunque
para lo único que deberías llevarla a semejante sitio es para darle un vaso de leche y
arroparla. Parece que la muerte te ha dotado de una vena depravada.
—Como siempre haciendo gala de un mal gusto impresionante.
Aioria tan solo había tenido que mover un brazo en dirección a Lythos para que esta
supiese que debía permanecer callada, ignorando el ataque a su orgullo de mujer. Sin
quererlo había provocado una nueva reyerta entre aquellos dos hombres que llevaban
odiándose toda una vida. Mejor esperar y observar.
—Deberías haberte quedado junto a los muertos, seguro que ellos se complacen
mucho más que nosotros con tu charla barata.
La muchacha abrió mucho los ojos, comentarios como aquel eran precisamente los que
no cuadraban con el hombre amable y sereno en que Aioria se convirtió con los años y
la experiencia. DeathMask sonrió con cinismo ante las palabras del griego, pero aquel
sentimiento iba destinado más bien hacia sí mismo. Por supuesto el León no tenía
manera de saberlo, pero al italiano le dio igual aquel detalle. No tenía ganas de más
batallas.
—Demasiada luz por tu parte como para conseguir pegar donde más duele. No se te
da bien, león, no heredaste la puntería de tu hermano.
El cangrejo esperó a recibir alguna contestación agria por parte del griego, pensando
demasiado tarde que el tema de Aiolos era lo suficientemente espinoso como para no
deber tratarlo con su hermano, pero no ocurrió nada. En vez de eso, y para desconcierto
del italiano, Leo pareció encogerse un poco, aunque al menos sus labios sí que se
contrajeron molestos.
—Vayamos dentro, no hay que hacer esperar al Patriarca.
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—Entra tú primero o quedarás como un patán por llegar tarde; yo entraré dentro de un
par de minutos —propuso el italiano, sorprendido por la reacción de Aioria, o más bien
por la falta de ésta — Y deja aquí a la chiquilla, te ahorrarás muchas explicaciones.
—No tendría que estar aquí siquiera. — Aioria le regaló una mirada severa a Lythos,
que ella aguantó sin amedrentarse y sin dar signos de marcharse; después sus ojos se
volvieron de nuevo hacia Cáncer — Prepárate para una buena actuación.
Porque si se repetía el circo hipócrita que se organizaba cada vez que uno de ellos
volvía, el cangrejo iba a caerse de culo por el susto. Por su parte, el italiano se encogió
de hombros y recolocó los pliegues de su capa —negra, desafiando el protocolo, como
siempre—, esbozando una sonrisa sesgada.
—Vamos, hombre, por muy ceremoniosos que sean nadie va a llegar al extremo de
fingir que se alegra de mi vuelta. Y yo, menos que nadie. En cuanto a ti, estás perdiendo
autoridad —respondió, con una señal hacia Lythos, que no había hecho el menor
ademán de obedecer a su señor.
—Te equivocas. —Aioria la tomó del mentón con ternura, haciendo que la muchacha
le mirase con absoluta adoración. — Nunca he tenido la menor autoridad para ella.
No deseaba seguir manteniendo aquella farsa de conversación pero desde que había
vuelto, la necesidad de comunicarse con otros era imparable. Incluso si debía hacerlo
con aquel engendro de caballero.
—Las cosas han cambiado mucho por aquí, ya lo verás tú mismo.—Se alejó al fin de
Lythos arreglándose la capa para entrar, ya de espaldas al italiano. — Por cierto, la
diosa no estará aquí. No estuvo para ninguno así que no lo tomes como algo personal.
—Ni lo estaría para nadie, pensó el león con cierto rencor mientras abría las puertas del
salón patriarcal y desaparecía tras ellas.
DeathMask enarcó una ceja con curiosidad ante el comentario desabrido del griego. El
que Atenea no estuviera presente en las recepciones de sus Caballeros no dejaba de ser
intrigante, aunque tampoco resultaba extraño el que la diosa hubiera decidido adoptar
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un papel más mistérico entre sus defensores; así había sido en siglos pasados, y las
cosas no tenían por qué ser diferentes con esta encarnación. El que Aioria pareciera
sentirse tan decepcionado al respecto le sorprendió.
Se volvió hacia Lythos, incómodo al sentir los ojos de la chica clavados en su nuca.
— ¿Y ahora, qué estás mirando?
—El señor Aioria aún no se ha recuperado de su vuelta —La muchacha le devolvía la
mirada con valor, sin ceder ni un paso al que ya comenzaba a considerar una
amenaza.— Así que no le fastidie más de lo necesario.
—¿Y cuánto dirías tú que es lo necesario? —contraatacó el albino, divertido por el
arrojo de la chica.
Anotó mentalmente el dato de que el regreso a la vida, por alguna razón, había resultado
difícil para el león, ya fuera física o psicológicamente. La costumbre de recopilar
información para poder utilizarla más adelante estaba muy arraigada en él, aunque
sinceramente esperaba no tener que continuar con aquel retorcido sistema de relaciones
interpersonales.
—Para mí que ya hace mucho tiempo que sobrepasó el cupo, "señor".
Lythos arrastró las palabras desgranándolas con desprecio. El león lo estaba pasando
mal y ni siquiera conseguía que se lo contase a ella. No podía hacer nada a ese respecto
pero por la gloria de todos los dioses olímpicos que si podía evitar que el guardián de
Cáncer acrecentase la pena de su señor, lo haría.
—No intentes atacarme con ironías, muchacha. Gastas tus fuerzas inútilmente —
respondió fríamente el italiano.
Sinceramente, no pensaba que sus ataques hacia Aioria hubieran tenido nunca más
efecto que un cierto deslucido en su proverbial orgullo. Durante toda su vida había
odiado la luz que el león derrochaba con su mera presencia. La vida que emanaba de él.
Se había esforzado denodadamente en extinguirla, pero incluso si el griego vacilaba
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alguna vez bajo sus ataques, el resultado final era siempre que acababa brillando con
más intensidad aún, fortalecida. Porque Aioria crecía con cada prueba superada. Y
cuanto más se sobreponía, más lo odiaba el italiano, y así hasta el momento presente.
“Y todos los hechos que me llevaban a odiarle, eran mentira. Fantástico”.
Ya estaba. Reconocido. Y ahora no le quedaba mucho más por hacer al respecto; pensar
en el león le generaba de repente una extraña sensación de vacío, porque sin el odio
hacia él no sabía en qué términos podrían desenvolverse.
—Señor... —Un temeroso guardia les interrumpió evitando cualquier contestación
que se hubiese podido dar—El patriarca mandó preguntar por vos. Os esperan.
DeathMask asintió brevemente en dirección al hombre antes de girarse una última vez
hacia la muchacha, a la que había acabado por reconocer. Muchos años atrás había
intentado matarla pero, como siempre, Aioria se comportó como un héroe,
interponiéndose entre ella y el ataque, parándolo con su propio cuerpo.
—Adiós, Lythos. Borra esa expresión de asco de tu cara y consuélate con esto: si no
vuelves a colarte en reuniones a las que no has sido invitada no tendrás que volver a
soportar mi aspecto.
Finalmente se volvió y empezó a andar hacia el salón. Nada en su expresión pétrea
revelaba la inquietud que le provocaba la incertidumbre acerca de qué —y sobre todo a
quiénes— encontraría dentro.
Como despedida, la joven le sacó la lengua con un gesto que dejaba al descubierto su
recientemente olvidada niñez. Al otro lado de la puerta, ante los ojos de DeathMask un
mundo de posibilidades se vio reducido a la simple y seca realidad: eran pocos, y quizás
no los mejores. Aioria se encontraba al otro lado de la habitación, como si intentase
evitar cualquier nuevo contacto con él. Se le veía extrañamente serio, falto de chispa. Y
curiosamente, Escorpio no se encontraba a su lado, aunque sí en la habitación; tal y
como había dicho el león, el aura de la estancia era como mínimo extraña. El italiano
constató, con alegría, que Afrodita también estaba presente; piscis le miraba con fijeza y
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sus iris plateados sonreían abiertamente, aunque el sueco se hubiera dejado matar antes
que romper el protocolo con cualquier ademán de bienvenida. El albino no tenía tantos
miramientos y se llevó los dedos al corazón brevemente, un gesto atrevido dada la
situación pero lo bastante discreto como para no comprometer el respeto obsesivo de
Afrodita por los aspectos formales de la Orden.
Y luego sus ojos se prendieron en Shaka y la luz rojiza de sus pupilas brilló un único
momento antes de extinguirse.
Desvió la vista rápidamente al ver que el guardián de virgo abría los párpados. No se
sentía preparado para enfrentarse a él, así que se refugió en la parafernalia de la Orden,
terminando de recorrer la distancia que todavía le separaba del trono y plantándose con
la cabeza inclinada ante el Patriarca, aunque sin hincar la rodilla, gesto que siempre le
había parecido desagradable.
Durante todo el tiempo, Aioria estuvo observando los movimientos de cada uno de los
presentes y quedó cuanto menos asombrado. No era ningún secreto que DeathMask y
Afrodita fueron aliados en el pasado, pero la alegría con que se reencontraban le
chocaba. Aunque no tanto como la forma en que el italiano huía de forma descarada
ante los ojos de Shaka. Pero él no era nadie para juzgarle en ese sentido, no cuando él
mismo hacía hasta lo imposible por no estar cerca de Milo, el cual de momento parecía
haber desistido en sus intentos de acercársele y se limitaba a observarle desde su
posición.
La voz de Shion, profunda y grave, destilando seguridad en cada nota, se dejó escuchar
por fin. Las palabras que a continuación fueron dichas eran casi un calco de lo
escuchado en cada ocasión en que un nuevo caballero volvía al redil.
—Bienvenido, Cáncer, nos alegra tenerte de nuevo entre nosotros.
"Como mansos corderitos". Aioria no pudo evitar pensar aquello una vez más, como
tampoco le fue posible evitar que sus labios se frunciesen con incredulidad. DeathMask,
que era observado por todo el mundo, tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para que su
máscara impenetrable no se descompusiera en una mueca irónica.
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—La diosa está contenta con tu vuelta y así me ha pedido que te lo transmita. —Shion
se puso en pie y fue bajando los escalones que llevaban hasta el trono, llegó frente a
DeathMask y apoyó su mano izquierda en el hombro contrario del italiano de forma que
los corazones de ambos quedasen unidos mediante aquel simbólico gesto.— Dentro de
poco volveremos a formar una orden completa.
El resto de presentes tomaron aquellas palabras de formas muy diferentes, aunque
ninguno lo expresó exteriormente. El italiano miró largamente al mandatario antes de
responder, en tono tenue.
—Con todos los respetos, Patriarca, ésta nunca ha sido una orden completa.
No era necesario aludir a las desapariciones de Kanon y Aiolos; incluso entre los
supervivientes de aquella etapa, había habido brechas. El albino había pinchado en
hueso, y las reacciones de los presentes no se hicieron esperar. El aura escarlata de
Escorpión se dejó entrever un escaso segundo, durante el tiempo en que pensó que
Aioria se saltaría todo protocolo y, olvidando dónde se hallaban, caería con toda su ira
sobre Cáncer. Por suerte, la mano de Virgo sujetando el antebrazo del León resultó
suficiente para calmarle de momento. De no haberse controlado lo hubiesen hecho las
rosas que sutilmente aparecían en la palma de Piscis.
—Quizás por ello, —el tono de Shion era severo aunque no del todo seco; no se le
había escapado ni un solo detalle de la conmoción causada por las palabras de Máscara,
pero su deber era conseguir que se limaran asperezas, aunque fuese prácticamente
imposible a aquellas alturas— sea más importante aún que al fin encontremos esa
unión.
—Si tú lo crees posible, confiaré en tu criterio —repuso el italiano con calma,
ignorando a posta los alzamientos de cosmos a su espaldas.
El Patriarca le dirigió una mirada cálida; en ningún momento había esperado una
reacción conformista del más díscolo de sus Caballeros, y el que el albino hubiera
aceptado ceder en su habitual desconfianza era un paso adelante. Pequeño, pero certero.
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Le hizo un gesto de la mano al italiano para que se adelantara unos cuantos pasos y él
volvió al trono patriarcal, cediendo la palabra a sus Caballeros en el ritual que se había
venido repitiendo desde varios meses atrás con cada regreso, donde cada uno de los
integrantes de la orden daba su bienvenida personal al recién llegado, en orden inverso
al del Zodíaco para que los últimos signos no se sintieran discriminados.
Cuando Shion explicó toda aquella charada, DeathMask tuvo ganas de salir corriendo
de allí. Por suerte su mirada se encontró con la de Afrodita, y así reunió fuerzas para
mantenerse imperturbable. El sueco le sonrió por fin.
—Como siempre, desafiando el protocolo con tu sola presencia, además de con tus
actos y palabras —su tono afable suavizaba el reproche al tiempo que hacía desaparecer
las rosas convocadas momentos antes — Que tu sinceridad se dirija a buenos fines.
Espero verte pronto en la Casa de Piscis, que también es la tuya.
Por toda respuesta, DeathMask le dedicó una de sus inhabituales sonrisas auténticas.
El siguiente en acercarse fue Escorpio. Con su habitual habilidad para desenvolverse en
aquel tipo de situaciones, tan solo tuvo que poner una sonrisa diplomática sobre sus
labios para poder continuar la ceremonia. Imitando los gestos del Patriarca, Milo posó la
mano sobre el hombro del italiano. Solo que él no lo hizo sobre el corazón sino sobre el
contrario, dejando bien claro que mientras no demostrase lo contrario al albino seguía
sin merecer su perdón.
—Bienvenido. Esperemos que tal y como dice Shion, esta vez seamos capaces de
conformar una sola unidad.
“Porque si te atreves a traicionarnos de nuevo te clavaré la Escarlata en tu puto culo
desteñido“, pensó el griego.
DeathMask se limitó a inclinar la cabeza un par de veces en señal de aceptación ante el
gesto evidente del escorpión. No había esperado un recibimiento lleno de cariño y
buenos propósitos, así que su rechazo no le sorprendió en absoluto. De hecho, no podía
por menos que mostrarse de acuerdo con sus palabras.
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“Y aún puedo darme por afortunado. Este tío tiene la costumbre de poner a prueba la
autenticidad de los redimidos a golpe de aguja”
Su rostro no mostró nada al volverse hacia Shaka, a pesar de la tensión que le
embargaba; pero su máscara inescrutable se deshizo en una expresión atónita cuando el
sexto guardián abrió los ojos para mirarle directamente y le sonrió.
—Bienvenido, DeathMask. Espero que hayas aprendido que nadie tiene el poder de
destruir a otra persona, tampoco tú, y que la culpa deje de destrozarte en esta nueva
etapa. Por mi parte te agradezco que estuvieras a mi lado cuando lo hiciste. No tienes ni
idea de la cantidad de amor que tienes para ofrecer.
El león quedó tan atónito por las palabras de Virgo, que de no haberle tenido tan cerca
habría pensado que eran delirios suyos. Pero todos las habían oído y mientras Piscis no
mostraba sorpresa alguna, el rostro de Milo delataba su estupefacción. En cuanto al
italiano, ni siquiera acertó a responder nada, desarmado por completo. Quiso dar media
vuelta y buscar el refugio de su casa antes de que el hindú acabara de derrumbar sus
defensas, pero se quedó pegado al suelo como si lo hubieran clavado a él.
—Serás bienvenido en la Casa de Virgo. Ven a visitarme pronto, tenemos mucho de
que hablar, amigo mío.
Sin saber qué decir o cómo reaccionar, DeathMask se limitó a asentir en su dirección,
llevándose un puño al pecho en el habitual gesto de respeto de las legiones romanas.
Tres palmadas, fuertes y espaciadas entre ellas, fueron suficientes para romper el
emotivo encuentro en que se había convertido la reunión. El artífice de aquella
interrupción era Aioria que, recuperado de la sorpresa inicial, se acercaba ahora con
andar elegante y firme.
—Parece que es mi turno de darte la bienvenida. —Al igual que el resto hiciera antes
que él, se colocó frente al italiano fulminándole con la mirada, aunque desde el
momento en que sus ojos encontraron, no vio otra cosa más que su propio reflejo en las
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pupilas de Cáncer—, pero creo que no voy a hacerlo, en vez de eso te voy a regalar algo
mucho mejor: la jodida verdad.
Le dio la espalda para observar uno por uno a todos los presentes, encontrándose con la
mirada reprobadora de Shion.
— ¿Cuántas veces vamos a tener que pasar por esta mascarada? Podría haber
esperado tanta hipocresía del resto, pero tú, Milo… —Negó con la cabeza— Lo único
que se te da mejor que follar es joder a los demás.
—Aioria, detente.
Haciendo caso omiso de la orden del Patriarca el león continuó hablando, esta vez de
nuevo cara a cara con DeathMask.
—No me alegro de que estés vivo –Sentenció— No quiero formar una unidad contigo,
y te aseguro que si te acercas por mi espalda primero atacaré y luego preguntaré.
— ¡Leo! –Shion intentó acallarlo una vez más con escasos resultados; al contrario,
Aioria elevó el tono de su voz para no dejarse apabullar, testarudo como siempre que
comenzaba algo.
— ¿Es que ya lo habéis olvidado? –Su voz delataba la indignación de la que era presa.
— Es un maldito asesino. Que nos ayudase en la batalla contra Hades no fue más que
casualidad, porque pensó que eso le beneficiaría en el futuro de alguna forma. Y en
cualquier caso eso no le redime por sus anteriores faltas. –Con las pupilas reducidas a su
mínima expresión, los iris del león destacaban más que nunca. Y ahora descargaban
toda su furia en Cáncer sin darle tregua alguna mientras con el índice le señalaba
irrespetuosamente— Eres una amenaza latente para todos nosotros. Así que no. No me
alegro de que estés vivo.
El rostro del italiano no se alteró ante lo que consideró una rabieta de chiquillo, a pesar
de que Aioria no mentía. En realidad había esperado que alguno de los presentes sacara
a relucir su pasado y se negara a aceptarle; de hecho incluso había barajado la
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posibilidad de que alguien pidiera un consejo de guerra para él, así que las cosas no
pintaban tan mal como había predicho.
—El que Afrodita y yo fuéramos a interceptar a Radamanthys al Hades con el único
recurso que nos quedaba, que era la deshonra, fue lo único que permitió que Saga y sus
acompañantes llegaran hasta Pandora; de habernos unido a vosotros en vuestra heroica
batalla a las puertas del castillo, toda aquella historia hubiera derivado en un fracaso. No
voy a consentir que insultes a quien no lo merece —le espetó al león, señalando en
dirección al guardián de piscis. —En cuanto al resto, no busco redención por mis errores
y no creo que el pasado se pueda borrar, lo único que espero es no volver a cometerlos,
eso es suficiente para mí.
—Oh, claro. Se me había pasado por alto el interesante comentario de Virgo. Tienes
tanto amor que dar. –Aioria arrastraba las palabras con evidente sarcasmo. — Tú lo
único que puedes hacer es destruir todo lo que esté a tu alrededor, y las personas no son
una excepción.
Solo cuando terminó de vomitar sus acusaciones el león fue consciente de lo dicho, y
para alguien de su naturaleza aquello resultaba intolerable. No había sido provocado,
increpado o atacado de forma alguna, y aún así había alzado su poder descargándolo sin
piedad contra DeathMask. El albino retrocedió un paso; su cara se tensó durante una
fracción de segundo, como si el griego lo hubiera abofeteado, y por sus ojos cruzó una
expresión agónica que veló rápidamente cerrándolos. Se dio cuenta de que
definitivamente había subestimado al León; la muerte lo había cambiado, al parecer,
dotándole de un componente oscuro del que antes carecía, y el italiano comprendió que
acabaría herido con facilidad si bajaba la guardia ante él y lo veía como al crío que
había sido. Así permaneció durante unos momentos, los ojos cerrados, intentando
recuperar el control de sí mismo mientras las palabras de Aioria se le clavaban en el
alma con su carga innegable de verdad. Su cosmos, siempre encendido para suplir las
carencias de su visión de albino, parpadeó brevemente y se apagó. Cuando DeathMask
volvió a abrir los ojos, su mirada resbaló por encima del león como si no existiera para
ir a clavarse en Shion; en la sala se había hecho el más absoluto silencio.
—Quisiera retirarme ahora — solicitó, y su voz sonó extrañamente apagada.
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El Patriarca asintió con la cabeza y DeathMask dio media vuelta y salió de la sala,
caminando rígidamente.
El estómago del león se le había caído hasta los pies con la reacción de Cáncer, pero no
fue hasta sentir la voz de Shion intentando calmar los ánimos que terminó de ser
consciente de lo que acababa de hacer. No se reconocía a sí mismo desde que volvió,
aquella forma de atacar, de dañar, tan destructiva. Era innegable que el rencor volvía a
hacer mella en sus emociones marcando sus actos, y si en el pasado no le había llevado
por buen camino ahora tampoco lo haría.
—Podéis volver a vuestros templos. —De momento la única forma de evitar nuevos
altercados que se le ocurría al Patriarca era mantenerlos separados— Recibiréis órdenes
pronto, mientras tanto descansad.
En el momento en que Shion se retiró, Shaka se acercó al León, con los ojos ya cerrados
y aquella ligera sonrisa siempre presente en su boca.
—Todo el mundo tiene amor que dar, Aioria, lo parezca o no. Quien no lo sabe,
enferma, como DeathMask. Y tú, si te guardas todo ese resentimiento dentro de ti,
acabarás tan envenenado como él.
No había sombra de reproche en sus palabras, pero el león supo que su conducta
resultaba más que criticable. Sabía lo perdido que debía sentirse el italiano en aquellos
momentos, igual que se sentían él y el resto de dorados. Y por alguna razón la expresión
desolada de su rostro no se le iba de la cabeza.
—Resentimiento, orgullo, no hay demasiada diferencia. —Suspiró abatido— Sin
embargo, al menos no finjo como el resto que todo va bien, porque va de pena.
—Nadie finge, Aioria. Cada cual se comporta conforme a lo que desea. Intentamos
vivir la vida a la que aspiramos.
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La única respuesta fue el silencio por parte del griego. Necesitaba salir de allí y tomar
aire, huir antes de que Milo terminase de recorrer la distancia que les separaba y tal y
como intuía, intentase mantener una conversación con él. Así pues dio los primeros
pasos hacia la salida pero nuevamente la voz de Shion se dejó escuchar.
—Harás lo que debas para que la orden recupere la tranquilidad, león estelar. Y lo
harás pronto.
Con cada músculo de su cuerpo tenso, Aioria asintió antes de salir de allí buscando un
poco de paz para sí mismo. Afrodita lo miró retirarse, meneando la cabeza; la breve
conversación del león con Shaka le había resultado muy ilustrativa. Porque aunque el
guardián de Virgo no había rebatido el comentario del griego sobre la nula diferencia
entre resentimiento y orgullo, Afrodita la conocía. El orgullo era innato y vacuo; el
resentimiento, en cambio, indicaba algo más, algo inhabitual en el león: que algo le
dolía.
Hasta el punto de llegar a opacar su luz.
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