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Katherine Coffaro - Promesas Rotas 1 Katherine Coffaro Katherine Coffaro PROMESAS ROTAS El le prometió El le prometió amor amor eterno... pero rompió eterno... pero rompió Su Su Promesa Promesa ARGUMENTO: ARGUMENTO: El hombre al que todo el mundo consideraba El hombre al que todo el mundo consideraba un director de cine genial, Darío Napoli, un director de cine genial, Darío Napoli, había había sido el marido de Eliza Rothcart sido el marido de Eliza Rothcart durante una durante una semana. Su colaboración en semana. Su colaboración en Rothcart Productions Rothcart Productions suponía una gran suponía una gran ventaja para la serie ventaja para la serie Más allá Más allá del del mañana, pero también un problema para Eliza. Su mañana, pero también un problema para Eliza. Su presencia hizo resurgir los sentimientos de presencia hizo resurgir los sentimientos de Eliza con Eliza con la misma fuerza de quince años la misma fuerza de quince años atrás: el anhelo atrás: el anhelo por sus miradas, por sus por sus miradas, por sus caricias... y el terrible caricias... y el terrible dolor que le había dolor que le había causado su traición. Ella le causado su traición. Ella le perdonaba por perdonaba por todo aquel sufrimiento, pero Darío todo aquel sufrimiento, pero Darío quería más. quería más. El quería empezar de El quería empezar de nuevo. nuevo.

Promesas Rotas

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Katherine Coffaro - Promesas Rotas 1

Katherine CoffaroKatherine Coffaro

PROMESAS ROTAS

El le prometió El le prometió amor amor eterno... peroeterno... pero rompió rompió Su Su PromesaPromesa

ARGUMENTO:ARGUMENTO:

El hombre al que todo el mundoEl hombre al que todo el mundo consideraba consideraba un director de cine genial,un director de cine genial,

Darío Napoli, Darío Napoli, había sido el marido de Elizahabía sido el marido de Eliza Rothcart Rothcart durante una semana. Sudurante una semana. Su

colaboración en colaboración en Rothcart ProductionsRothcart Productions suponía una gran suponía una gran ventaja para la serie ventaja para la serie MásMás

allá allá del del mañana, pero también un problemamañana, pero también un problema para Eliza. Su para Eliza. Su presencia hizo resurgir lospresencia hizo resurgir los

sentimientos de sentimientos de Eliza con la misma fuerza deEliza con la misma fuerza de quince años quince años atrás: el anhelo por susatrás: el anhelo por sus

miradas, por sus miradas, por sus caricias... y el terrible dolorcaricias... y el terrible dolor que le había que le había causado su traición. Ella lecausado su traición. Ella le

perdonaba por perdonaba por todo aquel sufrimiento, perotodo aquel sufrimiento, pero Darío quería más.Darío quería más.

El quería empezar de El quería empezar de nuevo.nuevo.

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Capítulo Uno

Eliza Rothcart reconoció al hombre que estaba dirigiendo a sus actores en el plató tres en una fracción de segundo; sin embargo, le pareció que transcurría una eternidad. Era Darío Napoli. Había envejecido bastante en esos quince años. En su pelo, el más negro que ella había visto nunca, habían aparecido ya algunas canas, sobre todo por la parte de las sienes. Las brillantes luces del estudio le conferían a su cabello un aspecto atrayente y misterioso, como el de una bahía en la que se reflejara el brillo de la luna llena. Sí, había envejecido un tanto prematuramente, pero seguía siendo muy atractivo.

Al ver que él levantaba los ojos del guión, y dirigía la mirada hacia donde estaba ella, Eliza se ocultó detrás de un árbol artificial que iban a utilizar esa tarde para rodar una escena «exterior» de la serie diaria. Una rama le rozó la cara y ella la apartó con impaciencia.

Era otoño en la ciudad imaginaria de Beacon Heigths, igual que en la auténtica ciudad de Nueva York, donde se hallaba situado el estudio. Eliza consideró la ironía de tener que esconderse en su propia productora, pero no quería que Darío la viera hasta que le hubiera dado tiempo a recobrarse dé la sorpresa de encontrarse con el hombre que ella había amado tanto y con el que había estado casada tan poco tiempo, hacía quince años.

Durante los dos o tres años posteriores al divorcio, ella solía imaginarse los distintos escenarios en los que volverían a encontrarse, pero hacía tiempo que había abandonado esos sueños. La vida, que en un principio dejó de tener sentido para la joven de dieciocho años que entonces era Eliza, había continuado su curso. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Darío, pero si se le hubiera ocurrido situar la escena del encuentro, habría sido allí, en sus dominios, en Rothcart Productions Incorporated. Eliza se sentía segura allí.

Él se había quedado mirando la zona oscura que había más allá del plató tres unos segundos y en ese momento volvía su atención al grupo que estaba en escena. Tenía el ceño fruncido, y los miembros de la compañía tampoco parecía que estuvieran muy contentos. Eso hizo qué Eliza sintiera un impulso de protección casi maternal hacia el equipo.

Cuando había conocido a Darío, era el director más exigente. Desde luego, hacía años de eso, pero los comentarios que había oído desde entonces indicaban que seguía igual. Había dirigido varias películas en Europa antes de volver a California para trabajar en la televisión y, por lo que ella sabía, le faltaba experiencia en ese tipo de trabajo rutinario. No le parecía que fuera el hombre adecuado para dirigir uná serie diaria, donde la perfección, principal objetivo de Darío, era una meta inalcanzable.

Y, simplemente, no había tiempo ni dinero suficiente para hacer las cosas como él quería, aunque, para los medios que tenían, ya lo hacían demasiado bien.

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Siguió observándole un rato más. Llevaba unos pantalones de pana de color azul marino y un jersey gris, lo que le, hacía encajar perfectamente dentro del equipo y los actores. Ofrecía un contraste enorme con el joven que ella había conocido, quien vestía con traje y chaleco y fumaba en pipa, aunque no le gustaba, para parecer mayor.

Darío había.sido una especie de niño prodigio. Había entrado a la universidad muy joven y muy pronto había comenzado a.dirigir películas. Cuando le conoció, ella no supo valorar la tensión que suponía alcanzar el éxito a tan temprana edad. Pero con el paso de los años no sólo había comprendido sino que también le había perdonado los pecados que había cometido contra ella, al ver su comportamiento desde una perspectiva que sólo daba la madurez.

Ya era hora de dejar de jugar al escondite en su propio estudio y averiguar qué estaba haciendo Darío allí. Aprovechando que estaba de espaldas a ella, Eliza se dirigió al despacho que había al fondo del estudio. Pero no pudo resistir la tentación de echar una ojeada cuando pasó por el plató. Fue un error. Darío se había apartado de los actores y observaba cómo se dirigía a las oficinas.

Ella quería ignorarle, no reconocer su presencia hasta no saber exactamente qué estaba haciendo allí, pero le resultó imposible continuar adelante sin mirarle. Vio la expresión de confusión que había en sus ojos y movió ligeramente la cabeza, esperando el inevitable destello que indicaría que la había reconocido. Pero él no le devolvió el saludo, ni pareció reconocerla en absoluto. Apartó la mirada y se levantó para hacer un gesto que quería que hiciera uno de los actores en la escena siguiente.

Le parecía imposible que la hubiera olvidado, pero no había nada en su expresión que revelara otra cosa. Libre por fin de la fuerza magnética de esos ojos, continuó su camino. Eliza se quedó mirando su reflejo en la puerta de cristal de la oficina, mientras apoyaba la mano en el picaporte de bronce. ¿Había cambiado en esos quince años hasta el punto de ser irreconocible? Su pelo tenía el mismo tono castaño oscuro de antes, casi negro según la luz que le diera; su piel seguía siendo morena, del color de la miel; sus ojos, tan brillantes y negros como siempre; su peso, aproximadamente el mismo.

Considerándolo todo, había pasado la transición de su adolescencia tardía a la plena madurez de sus treinta y tres años con el mismo aspecto prácticamente. Sin embargo, la imagen que veía en el cristal no era la de aquella muchacha con la que Darío se había casado hacía quince años. Aquella Eliza rara vez llevaba algo más sofisticado que una falda de algodón y una blusa blanca, mientras que la Eliza actual era una ejecutiva de los pies a la cabeza, vestida con un elegante traje sastre, adquirido en una de las mejores tiendas de Manahattan. Era lógico que Darío no la hubiera reconocido.

—Buenos días —dijo su secretaria cuando entró en la oficina—. ¿Quiere una taza de café, señorita Rothcart?

Eliza movió la cabeza negativamente y sonrió. Si no le había dicho cien veces a Beverly Sampson que simplemente la llamara Eliza, no se lo había dicho ninguna; pero era difícil romper una vieja costumbre.

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—Beverly; ¿dónde está Jared? Quiero verle inmediatamente.—¿Te parece bien ahora? —preguntó Jared Vernon mientras abría la puerta.Le guiñó el ojo y luego le dio un beso en la mejilla, lo que provocó una

tosecilla de disgusto por parte de Beverly. —Tengo que hablar contigo, Jared —dijo Eliza, cogiéndole del brazo y

llevándole al despacho interior.

En cuanto cerró la puerta, él se acomodó en una silla:—Muy bien. Eliza, ¿por qué sigues teniendo a esa secretaria tan estirada?

¿Has visto cómo nos ha mirado?—Claro que lo he visto. Y tengo la impresión de que me has besado a

propósito para provocarla. Ya sabes lo recta que es. ¿No tienes otra forma de divertirte más que haciendo que le suba la tensión a la pobre mujer?

—No, ella también procura fastidiarme. Además, no le gusta nuestra serie. Dice que hay demasiado sexo y violencia. Hasta se atreve a ver los programas de la competencia en una televisión portátil durante la hora de la comida. Deberías despedirla por deslealtad.

—Siempre he dicho que a cada uno lo suyo. Y Beverly es una secretaria muy buena.

—Supongo que sí —concedió Jared, frunciendo el ceño. Inmediatamente, su, rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras se pasaba la mano por su largo pelo rubio—. Por cierto, ¿has visto a nuestro nuevo director? ¡Ese hombre es una maravilla! Las películas que hizo en Italia han —llegado a ser clásicos. Nunca entendí por qué dejó el cine para hacer televisión, pero bueno, lo que se pierde el cine lo ganaremos nosotros. Desde pequeño soñaba con. trabajar con Darío Napoli, pero jamás me imaginé que yo sería quien le pidiera que trabajara para mí algún día, y mucho menos que aceptara.

—Sí, ya le he visto. De eso es de lo que quería hablarte. ¿De dónde ha salido?—¿Qué quieres decir con que de dónde.ha salido? —exclamó Jared, perplejo

por su falta de entusiasmo—. Yo le contraté mientras tú estabas en Hollywood. Me dijiste que le diera prioridad al asunto de encontrar otro director, ¿no te acuerdas?

—Sí, Jared, eso ya lo sé. Lo que quiero saber es por qué le has contratado a. él. Darío Napoli no es el hombre adecuado para el puesto.

Jared llevaba trabajando con Eliza unos cinco años, desde el comienzo de la serie diaria de media hora que ella había creado, organizado y vendido a Home Entertainment Incorporated, una cadena de televisión. Como su productor, él tenía plenos poderes para tomar decisiones en asuntos de contratación, aunque los contratos no eran legales hasta que ella los firmaba. De todas formas, nunca habían estado de acuerdo en esas cuestiones. Ella le había encargado que buscara un director mientras iba a Hollywood a tratar de la creación de otra serie con ABC, porque la directora que tenían había dejado la productora al recibir una oferta mejor de NBC.

—¿Que no es el hombre adecuado? ¿Por qué dices eso, Eliza? Es un genio. Todo lo que toca se convierte en oro. Creí que te gustaría. Los de HEI están deslumbrados. Van a intentar convencerle de que dirija también algunas de sus propias producciones. Si tú les ayudas a persuadir a Napoli, estoy seguro de que podremos contar con HEI para que haga algo por nosotros.

Ese último comentario hizo que Eliza se parara a pensar. Realmente le hacía falta toda la buena voluntad de que pudiera disponer para tratar con HEI. Llevaba

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cerca de.un año luchando por el control de su programa. HEI quería colocar a algunos de sus propios empleados en puestos clave de la compañía de ella para ir haciéndose con parte de ese control, pero Eliza se había opuesto terminantemente a ello. Eso no figuraba en el contrato, y ella no estaba dispuesta a contratar a esas personas. Según el acuerdo inicial, el cual todavía se mantenía, a Rothcart Productions le pertenecía la serie Más allá del mañana y tenía el control sobre la idea, los productores, directores, actores y escritores. HEI suministraba el estudio, las cámaras, los decorados y vestuario, todo lo cual funcionaba bajo los auspicios de Rothcart Productions.

Puesto que HEI era una cadena independiente y no tenía que responder ante ninguna censura, sus representantes habían acosado a Eliza para que hiciera el programa más atrevido, sobre todo en las escenas amorosas. Querían que Más allá del mañanaempezara donde otras series terminaban, allí donde la cámara se oscurecía cuando una pareja de enamorados se acercaban a la cama. Ella se había negado rotundamente a darle ese formato a su programa y no había cedido ni un ápice, aunque se había visto obligada a hacer otras concesiones a HEI, sobre todo en lo que se refería a los cambios de argumento. Eliza temía las reuniones mensuales en las que se discutían el argumento y los personajes del programa. El trasfondo de la cuestión era que ellos controlaban el presupuesto anual de la serie y que, siempre que Eliza se oponía a sus deseos, se le recordaba sutilmente que aquél sería recortado al año siguiente si era nnecesario.

—Ese hombre no ha hecho nunca una serie para televisión, Jared, por lo menos que yo sepa —dijo ella para defender su postura, sin añadir que la perspectiva de trabajar con su ex—marido la hacía sentirse un poco incómoda, aunque no sabía por qué era así a esas alturas. Ella no le guardaba ningún rencor por el pasado y, desde luego, no seguía enamorada de Darío. Eliza pensaba que sólo un tonto conservaría el amor durante quince años, después de una traición como la de él, y ella era cualquier quier cosa menos tonta.

—No es la primera persona que tenemos aquí que no ha trabajado en una serie. Un hombre de su talento puede dirigi~ cualquier cosa, Eliza. Me sorprende tu rechazo Jared hizo una pausa y chasqueó los dedos, como si acabara de descubrir la causa de su recelo—. Si te preocupa que pueda ser un hombre de HEI, olvídalo. Nadie puede decirle a Darío Napoli lo que tiene que hacer. Él es su propio dueño y hará lo que considere mejor para el programa.

—No, no creo que Darío sea un espía de HEI.Tiene mucha clase para eso. De hecho, estoy sorprendida de que haya

querido trabajar aquí. Lo que me preocupa es su independencia. Yo necesito un director que haga lo que yo le diga, no uno que siga sus impulsos artísticos. Va a ser difícil convencerme para que firme ese contrato.

Jared frunció el ceño y se levantó. No era propio de Eliza ser tan cerrada respecto a algo. Durante el tiempo que llevaba con ella, siempre la había visto dispuesta a darle una oportunidad a cualquiera que tuviera posibilidades, y si alguien tenía posibilidades como director de una serie, ése era Darío Napoli. Sospechó que podía haber otros motivos aparte del que le había dicho.

—No sé por qué me parece que vosotros dos os conocéis —dijo después de una breve pausa—. ¿Qué es, Eliza? ¿Un antiguo amante?

Su capacidad de percepción no dejaba de asombrarla, pero esa era la primera

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vez que Eliza había deseado que su buen amigo no fuera tan intuitivo. Jugueteó con el montón de papeles que tenía encima del escritorio y decidió decirle la verdad. Él iba a enterarse de todos modos. Como en cualquier otra empresa, se hacían comentarios sobre las personas que la integraban. Eliza sabía que todos ellos averigüarían de una forma u otra que Darío y ella habían estado casados; lo que no sabía era por qué la molestaba tanto que se hiciera público.

Aunque tenía varios amigos en el estudio, además de Jared, Eliza era muy reservada respecto a su vida privada. jamás había comentado su desastroso matrimonio con nadie, excepto con su mejor amiga: Bárbara Hesse. Pero ya era hora de decirle a Jared la verdad, antes de que se la contaran algunos de los actores que habían trabajado en películas extranjeras y que seguramente conocían a Darío personalmente.

Ella suspiró y le miró a los ojos. —Estuvimos casados, Jared, hace mucho tiempo. No sé si podré trabajar con

él.—¿Tú y Darío Napoli? ¡No puedo creerlo! Por alguna razón eso le parecía muy

divertido a Jared, quien se echó a reír, frotándose la barba con una mano.—Por lo visto Darío tampoco podía creerlo. Sólo estuvimos juntos una semana

repuso ella, sintiéndose incómoda.—No sabía que habías estado casada, Eliza. Sé que lo pensaste varias veces

cuando salías con ese médico, pero no diste el paso final. ¿Cuándo os casasteis Napoli y tú?

—El primer año que fui a la universidad, en Los Ángeles. Darío ya había terminado. Yo fui a una de sus clases, y una cosa llevó a la otra.

Era una forma de, resumir que una taza de café en el despacho de Darío les había conducido a una cena romántica en su apartamento, la cual les había llevado a la cama y a un apasionado romance de un mes de duración, que terminaría con una proposición de matrimonio. Eliza sólo tenía diecisiete años, y sus padres se habían negado a dar el consentimiento para que se casaran, pero sólo habían tenido que esperar unos meses, hasta que cumpliera los dieciocho; entonces pudieron casarse sin el permiso paterno.

—¿Y sólo duró una semana? Podíais haberos dado un mes por lo menos —comentó él, haciéndola sonreír ligeramente.

—A Darío le propusieron dirigir una película en Italia inesperadamente. Era una oportunidad demasiado buena para rechazarla y, por otra parte, yo. tenía una beca que iba a perder si no terminaba el semestre. Iba a reunirme con él eni cuanto me fuera posible, pero...

—¿Cuál de los dos conoció a otra persona?—Darío —contestó sin más explicaciones.Le parecía tan lejano su matrimonio que, cuando pensaba en él, era como si

estuviera recordando una escena que hubiera escrito para uno de los personajes de Más allá del mañana en vez de un acontecimiento de su propio pasado. El descubrimiento de su infidelidad la había destrozado entonces, pero en ese momento Eliza contemplaba aquel hecho con la objetividad que le había proporcionado el paso de los años.

—Lo siento, Eliza.—No seas tonto. Eso pasó hace mucho tiempo —se rió ella.—No has tenido mucha suerte con los hombres, ¿verdad? 'Tu marido se va con

otra cuando debía estar de luna de miel, y luego Leonard y tú no llegáis a un

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acuerdo. Hace varios meses que no le ves, ¿no?—No, hemos roto:No se molestó en decirle que había sido ella la que había terminado aquella

relación, a pesar de las protestas de Leonard James.—Qué pena. Las rupturas siempre son dolorosas.—Podía haber sido peor para los dos. Pero volvamos a nuestro asunto. ¿Cómo

es que a Darío se le ha ocurrido solicitar el puesto? Un director de su categoría debe tener ofertas mejores. Esas miniseries que escribió y dirigió para ABC el año pasado rebasaron todos los récords de audiencia.

—Él no lo solicitó, Eliza. Darío ha venido a Nueva York a dar un curso en Columbia. Yo estaba en el comité que le contrató. Cuando mencionó que estaba escribiendo un libro sobre la historia de la televisión en América, le convencí de que debía adquirir experiencia en el trabajo diario. Accedió a hacerlo hasta que podamos contratar a alguien. Por supuesto, lo que yo espero es que se interese por la serie y se quede. No dijo nada de que hubierais estado casados o de que te conociera. Eliza, si prefieres no verle por aquí, lo entiendo. De hecho —sonrió, llevándose su mano a los labios— es un placer ver que la mujer de negocios reconoce que tiene sentimientos humanos. Estaba empezando a crer que eras de piedra.

—Vamos, Jared —exclamó, soltándose la mano—. Eso es lo que dices de toda mujer que no cae rendida a tus pies a los cinco minutos de conocerte. Mis motivos son estrictamente profesionales, no personales.

—Ya. ¿Quieres que le despache yo o prefieres hacerlo tú misma? Dicen que la venganza es dulce. Sería la ocasión ideal para desquitarse.

Eliza tamborileó con los dedos sobre la mesa mientras consideraba la situación. Pensó que había llegado demasiado lejos en la vida como para dejarse llevar por los nervios por la aparición inesperada de Darío. Podría controlar las cosas. Además, necesitaba hacerse con todos los triunfos posibles para tratar con HEI, y últimamente los niveles de audiencia de su programa habían bajado unos cuantos puntos. El talento de Darío era indiscutible. Él podría darle a la serie el empuje que le hacía falta; por otra parte, no tenía que hablar con él directamente. Jared podría hacerlo por ella.

—No, no le digas que se vaya ahora. Vamos a ver cómo trabaja con el resto de la compañía.

—Yo he aprendido todo lo que sé de cine de sus películas y de sus libros, Eliza. Me alegro de que estés dispuesta a darle una oportunidad. ¿Cómo era cuando le conociste?

—Muy joven y ambicioso. Todos le conocían en la Universidad.Y ella le había amado con todo su corazón, y él había traicionado ese amor.—Vamos a ver, si tú tenías dieciocho años, él tendría veintiuno, ¿no? No sé

dónde leí que había entrado en la Universidad a los quince años y se había doctorado seis años después.

—Así es.—Háblame más de él.—Prefiero no hacerlo, Jared. Si quieres saber más, pregúntale a él. Le encanta

hablar de sí mismo. A mí me preocupa más cómo va a desenvolverse en el plató

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que cómo era ese prodigio en ciernes hace quince años.

—¿Crees de verdad que va a ser tan difícil trabajar con él?Eliza presentía que si era el mismo Darío que había conocido hacía quince

años, habría problemas. Tenía mucho temperamento y, además, estaba convencido de que sólo había dos maneras de hacer las cosas: su manera y la manera equivocada.

—Sí. En primer lugar él está acostumbrado a hacer cine, incluso dentro de la televisión. Y en segundo lugar está su método de trabajo; exige perfección en todo, y tiene sus propias ideas respecto a lo que es la perfección. Va a destrozar los nervios de muchos actores.

En ese momento sonó el interfono y Eliza contestó.—El señor Napoli desea verla, señorita Rothcart.Mientras ella le decía a Beverly que le hiciera entrar, Jared manifestó sus

intenciones de dejarles a solas.—No es necesario —repuso Eliza.—Tengo trabajo que hacer. Esta tarde vamos a rodar unas escenas en Central

Park. ¿Vas a venir? Últimamente Laura y Joanie están ocasionando problemas, y parece que responden mejor contigo.

En el reparto había cinco niños cuyas edades iban de los seis meses a los doce años. A Eliza le gustaba trabajar con ellos. Tres de los niños llevaban con ella cinco años y solían ir a su casa a menudo. Ella había pensado que hacia los treinta años estaría en condiciones de reducir sus actividades profesionales y formar su propia familia, pero eso no había podido ser a causa de la falta de un elemento esencial:

el hombre adecuado para compartir su vida y sus sueños.—Haré todo lo posible por ir. Si no, cuida de mis niños, ¿eh? Invitaré a Laura y

a Joanie a que vengan a casa dentro de poco, para que me cuenten cuál es el problema. Seguramente sólo se tratará de celos profesionales. Las dos tienen unas madres muy pesadas.

Jared salió del despacho y, mientras cruzaba unas palabras con Darío, Eliza respiró profundamente tratando de serenarse. Por lo que oía de la conversación, Jared le decía a Darío que ella había aprobado el contrato. Podía decirle también quién era ella y ahorrarle el momento en que él la reconociera. Eliza sabía que lo haría en él instar~te en que la viera cara a cara y se preguntó cuáles serían sus primeras palabras. Con los ojos cerrados, se imaginó unas cuantas frases, cada una más melodramática que la anterior. Abrió los ojos cuando Dárío irrumpió bruscamente en el despacho y arrojó el guión sobre la mesa.

—Liza, ¿quién escribe esta basura? —le preguntó mientras se sentaba en el borde del escritorio.

Darío era la única persona que la había llamado Liza.—Yo la escribo, y por favor no té sientes en mi mesa. ' Ah, y no me llames

Liza. Mi nombre es Eliza, ¿entendido?—Lo siento. ¿Puedo coger una silla? Por cierto, también tengo que

disculparme por no haberte hablado cuando has pasado por el plató. Estaba intentando salvar una escena horrible —mientras hablaba, había llevado una silla hasta el escritorio y se había sentado poniendo el respaldo frente a ella—. Lee este diálogo. Es increíble.

—No tengo que leerlo, Darío. Yo lo he escrito. —No lo creo. Escribías cosas

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mucho mejores cuando estabas en mi clase. Es la mayor sarta de tonterías que he visto en mi vida.

—Ya te acostumbrarás. Has sacado las, escenas de su contexto. Dentro de la historia a los espectadores les parecerá perfecta.

Eliza le observaba mientras él leía. Estaba más atractivo que hacía quince años. Entonces era demasiado delgado; ahora había ganado peso de forma que su cuerpo tenía un aspecto más musculoso y sus hombros eran bastante más anchos.

—¿Quieres decir que esta serie tiene audiencia? —preguntó, pasando bruscamente dos hojas—. Suponía que la cadena la utilizaba como un medio para pagar menos impuestos. Oh, por amor de Dios, no me extraña que esos payasos que llamáis actores sean tan malos. Ningún artista medianamente digno haría esto.

—¿Es eso lo que has venido a decirme, Darío? —dijo ella secamente—. No creo que vayamos a llevarnos muy bien.

—Eso está por verse.Por debajo del escritorio, las rodillas de Darío quedaban a pocos centímetros

de las de ella, quien se levantó y retrocedió hasta la pared sin apartar los ojos de su expresión enigmática. Intuía que iba a iniciar una conversación más personal, que no iba a contentarse con interpretar el papel de un desconocido engreído que veía a su impresario por primera vez. Él miró intensamente los ojos de Eliza antes de hablar:

—¿Cuándo averiguaste que me había contratado ese Gerald o como se llame?—Se llama Jared —le corrigió bruscamente para dar un tono más impersonal a

la conversación—. Me he enterado cuando te he visto en el plató. ¿Cuándo supiste que yo era tu jefe?

—En cuanto oí que Gene Stone pronunciaba tu nombre.Volver a encontrarla en HEI no era el resultado de una coincidencia. Él sabía

dónde vivía en Manhattan y pensaba visitarla, así que la oferta de trabajo de Jared le había venido de perlas. El libro le daba igual, él sólo quería volver a verla después de todos esos años. Quizá de esa manera podría alejarla de su merite de una vez por todas, demostrarse a sí mismo que era una mujer como cualquier otra, que sus recuerdos no eran más que tonterías románticas de un hombre que pensaba en el primer amor perdido de su juventud.

—¿Así que lo sabías? Creía que no me había,: reconocido cuando he pasado por el plató.

Darío levantó la mirada del gulón. Stis ojos seguían siendo del color castaño más cálido que Eliza había visto en su vida; suaves y Fávos, con unos encantadores reflejos dorados.

—¿Creías que te había olvidado? Nunca, Eliza. Además, ya sabía que tenías tu propia productora y que hacías una serie.

—¿Cómo sabías todo eso?—Me lo contó Peter Mendoza en París hace unos años. ¿Te acuerdas de él?—Claro. Era el protagonista masculino de la serie hace tres años. Peter dejó

más de un corazón destrozado cuando se marchó a Hollywood..

—¿Ah, sí? ¿Estaba el tuyo entre ellos, Liza? Quiero decir, Eliza.Parecía que Darío. quería volver el —reloj atrás, adoptar un tono de

familiaridad con ella. para el que Eliza no estaba preparada., Aunque habían compartido una época de su vida, él era un desconocido en muchos aspectos, y

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ella no se relacionaba fácilmente con los desconocidos. Le costaba hacer'amigos, incluso con gente que no le había hecho daño anteriormente. No sabía si Darío y ella podrían ser amigos pero, en todd caso, eso llevaría su tiempo.

—Me refería a .las admiradoras. Peter tenía todo un séquito entonces. Ahora, ¿puedes ir al grano, Darío? Aquí no tenemos mucho tiempo para charlar entre escena y escena.

' Mientras hablaba, se puso a alisarse la parte delantera de la falda. Cuando sus ojos volvieron á encontrarse con los de Darío, vio que él había seguido con la mirada el recorrido de sus manos. Eliza dio media vuelta y miró por la ventana, proporcionándole a Darío la visión de la parte posterior de lo que había estado admirando.

—Estás muy bien, Eliza —murmuró con el tono suave que utilizaría un enamorado—. Muy bien. Eres más atractiva ahora que cuando eras una muchacha.

Su comentario le hizo perder la peciencia..—¿Has venido para decirme eso? —estalló, volviéndose hacia él. Darío se

balanceaba en la silla, en la que seguía sentado a horcajadas, y le sonreía.—No. Quería hablarte de esos carteles que tienes en los, platós con el texto

del guión. Fomentan malas técnicas de interpretación, sobre todo con ese Dawson. No puede recordar dos líneas sin mirar el cartel. Y yo 'quiero que en la escena del cementerio haya contacto visual entre los personajes. No puedo hacer nada si ese tipo se pasa mirando hacia otro lado el noventa por ciento del tiempo.

—Si vuelves a ver las últimas grabaciones, te darás cuenta de que al final no se nota. Rob Dawson sólo lee el cartel cuando la cámara se dirige a otros actores.

—Me he dado cuenta de que intenta hacer eso, pero no siempre lo consigue. Hoy ha estado horrible, Eliza. Te lo digo en serio: haz que se aprenda su parte o consigue a otra persona que actúe en su lugar.

—¡Realmente, tienes mucho que aprender, Darío! —exclamó ella, asombrada de su ignorancia respecto a la mecánica de producir una serie diaria—. ¡Tienes tan poca idea que no sé por dónde empezar contigo!

En vez de ofenderse, Darío sonrió y se levantó de la silla.—Bueno, he venido a aprender. Enséñame todo lo que sabes sobre dirigir una

serie diaria.Ella se encontró aprisionada entre la ventana y el cuerpo de él y retrocedió

hasta el alféizar.—Eso va a suponer un gran esfuerzo. Tengo. entendido que no vas a estar con

nosotros mucho tiempo.Sintió el calor de su aliento en la frente y le pareció que la temperatura de su

cuerpo aumentaba.

—No estoy muy seguro. Este trabajo cada vez parece más interesante.Estaba a punto de poner las manos en los hombros de Eliza cuando ésta se

alejó de la ventana.—Entonces deberías ir y hacerlo. ¿Quieres hablar de alguna otra cosa aparte

de los carteles?Mantener la compostura en esas circunstancias representaba un gran desafío

para la fría y serena mujer de negocios en que se había convertido. Eliza había pensado mucho en él, pero jamás se había imaginado la posibilidad de encontrarle tan atractivo después de todos esos años.

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—Sí. ¿Puedes venir a cenar conmigo esta noche? Hablaríamos de los buenos días del pasado.

—¿Los buenos días del pasado? Yo prefiero olvidarlos, Darío.Todo estaba volviendo a la superficie: la amargura, el dolor, la rabia... cuando

Eliza creía que aquello lo tenía muerto y enterrado. Tal vez había sido el sobresalto de ver a Darío en el estudio lo que había hecho brotar sus emociones. Su presencia era el recuerdo vivo de los días más dolorosos de su vida. Y de los más felices. Tampoco quería pensar en eso, en ese momento no. Necesitaba más tiempo para asimilar los acontecimientos.

—¿Todos ellos? —le preguntó él suavemente.Darío se acercó a ella y le hizo volver la cara hacia él. No obstante, Eliza no se

atrevía a mirarle a los ojos y se quedó observando fijamente sus pies.—No, pero recuerdo con más facilidad lo malo que lo bueno.La expresión sonriente de los ojos de Darío se desvaneció para dar paso a otra

mucho más seria.—La mente humana tiende a funcionar de esa manera a veces —dijo él

reflexivamente y soltó su rostro—. Mira, Eliza, tal vez sería mejor que reconsiderásemos esta situación. Acepté este trabajo porque me hacía falta experiencia en la rutina de un programa diario de televisión para mi libro y porque...

—¿Por qué más? —le animó ella, llevada de una poderosa curiosidad, al ver que él se dirigía a la ventana y contemplaba el puente de Brooklyn.

—Porque no creo que haya pasado un solo día de los últimos quince años en que no haya pensado en ti, en que no me haya preguntado cómo estabas, qué hacías, si habías vuelto a casarte, si tenías hijos... Ya sabes, esa clase de cosas. A lo mejor estaba equivocado. Tal vez hay demasiado resentimiento entre nosotros. ¿Por qué no rompemos el contrato y lo olvidamos?

—¿Por qué dices eso, Darío? A mí no me importa trabajar contigo mientras hagas tu trabajo y no intentes revolverlo todo. Tienes que darte cuenta de que tenemos nuestros métodos de trabajo y que un recién llegado tiene que tener cierta cautela al principio.

—Sobre todo un recién llegado con historia.—No digas bobadas. Eso fue hace mucho tiempo, y no te guardo ningún

resentimiento por el pasado. Simplemente no me apetece hablar de ello. Haremos como si no hubiera ocurrido nada, ¿de acuerdo?

—Yo no puedo hacer eso, Eliza. Me refiero a olvidarlo. Pero intentaré no hablar de ello —hizo una breve pausa y continuó—: ¿Puedo hacerte una sola pregunta? Hay algo que no he sido capaz de entender nunca.

Ella dudó un momento, debatiéndose entre la curiosidad y el temor a que le preguntara algo que ella prefiriera no recordar.

—Muy bien, Darío, sólo una pregunta. Aunque no te prometo que vaya a contestarla.

—¿Por qué no respondiste ninguna de las cartas que te escribí desde Italia?Eliza sabía que se refería a las cartas que le había escrito después del viaje

sorpresa que ella había hecho a Roma en Navidad. En vez de encontrar a su marido en el hotel donde le había dicho que residía, se enteró de que se había trasladado a una lujosa villa de las afueras de la ciudad con una mujer mayor, la estrella de la película que estaba dirigiendo.

—Contesté algunas.

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—Sabes que me refiero a las que te escribí después.—Porque no las leí hasta seis años después de que me las escribieras —

suspiró ella—. Mis padres me las escondieron. Cuando murió mi madre, mi padre me pidió que revisara sus cosas y entonces las encontré.

—¿Qué has dicho que hicieron tus padres? —Ya me has oído. Escondieron las cartas.

—Bueno, supongo que se divertirían mucho leyendo mis pensamientos más íntimos —dijo con amargura mientras se sentaba en el escritorio. Esas cartas contenían las frases más eróticas que él había escrito en su vida.

—Todas estaban sin abrir, Darío.Las veinticinco cartas que la habían hecho llorar aunque habían sido escritas

años antes y otro hombre había entrado en su vida.—¿Por qué diablos hicieron eso?—Para protegerme. Ya sabes que ellos no aprobaban nuestro matrimonio.

Cuando les conté dónde vivías en Roma, se convencieron de que aquello debía acabar.

—Me pregunto por qué no tiraron las cartas sin más.—Yo también me lo he preguntado, pero no he conseguido averiguarlo.

Supongo que mi madre pensaba dármelas algún día y que se olvidó de que estaban en un armario viejo del garaje.

Ya le había dicho más de lo que pensaba, así que para disimular su turbación se pasó las manos por el moño y se ajustó innecesariamente unas horquillas.

—¿Me habrías perdonado si no te hubieran escondido las cartas, Liza?El tono apremiante de su voz la sorprendió.—No puedo contestar a esa pregunta. No pude entonces y tampoco ahora.

Darío, todo esto me está poniendo nerviosa. Vamos a olvidarlo y a hablar del trabajo. Estabas criticando nuestros guiones hace un momento. ¿Tienes ideas mejores? Las líneas generales del argumento suelen venir de la gente que trabaja en el rograma.

—No puedo concentrarme en eso ahora, Eliza.—Nunca se me ha dado tan bien como a ti ocultar mis emociones. Este

reencuentro no ha sido como yo esperaba. Será mejor que vuelva al trabajo. Ya hablaremos después.

Salió de la habitación sin despedirse.

Capítulo Dos

A medida que transcurría la mañana, Eliza iba., arrepintiéndose más de haberle contado lo de las' cartas a Darío, de haberle permitido que hablara del pasado. Debía haber sido más fría, más distante, la profesional serena que llevaba siendo tanto tiempo. Tal vez debía haber aceptado su propuesta de dimisión. De todas formas, aquello sólo era temporal, ral, y.ella no tenía la menor duda de que muy pronto, todas las productoras de series de Manhattan estarían llamando a Darío para contratarle.

Aquel hombre la ponía nerviosa, y no sólo por los recuerdos desagradables del pasado. También le evocaba todo lo que ella identificaba como sensual, desde su

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manera de andar con las manos en los bolsillos y un ligero balanceo, hasta su costumbre de sentarse en las sillas al revés, con sus largas piernas extendidas a cada lado del respaldo. Y sus ojos. No había olvidado su color castaño dorado.

Aunque había pasado mucho tiempo, no se había apagado el fuego juvenil de sus ojos. Darío todavía tenía aquel brillo temerario en su mirada, lo que le indicaba a Eliza que se había hecho mayor sin envejecer en muchos aspectos. La fascinaba tanto como lo había hecho cuando era una muchacha inocente.

Hasta el momento en que él había entrado en su despacho, Eliza había tenido la certeza de que tenía a Darío relegado en el terreno de los viejos recuerdos. Se daba cuenta de que había estado equivocada, pero no sabía si loo que la desconcertaba más era la rapidez con que había vuelto a su mente la pasión que había sentido, o el hecho de encontrarle tan atractivo. Si hubiera entrado en su despacho como un total desconocido, se habría sentido irremediablemente atraída hacia él. Pero no era un desconocido, y ella ni siquiera sabía si podría olvidar el pasado.

Eliza miró el montón de papeles que había encima de su escritorio y suspiró. Ese era un día en el que le gustaría irse a casa y meterse en la cama, pero no podía hacerlo. El viaje a Hollywood había durado dos días más de lo previsto, por lo que se le había acumulado el trabajo. Aunque sabía que dejaba Rothcart Productions en buenas manos, a Eliza le gustaba estar al tanto de todo y empezó a revisar cuidadosamente las sugerencias presupuestarias que había hecho Jared durante la semana anterior. Rechazó la propuesta de ampliar los vestuarios. No había dinero suficiente en esos momentos, y aunque ella quería complacer a los actores, tenía otras prioridades. Por ejemplo: rodar más en exteriores. Las escenas que se hacían fuera del estudio exigían un gasto mucho mayor, pero Eliza creía que eran necesarias para mantener los niveles de audiencia, ya que proporcionaba a los espectadores un cambio gratificante respecto a los cuatro platós que utilizaban ¡a mayor parte del tiempo, decorándolos continuamente para que lo que había sido el vestíbulo de un hospital el lunes se transformara en una habitación de hotel el martes.

Eliza apartó el presupuesto y se dedicó a mirar el guión del mes siguiente. Aunque ella había escrito la línea argumental, el diálogo lo completaban dos co—guionistas. Se desesperó al ver que uno de ellos se había tomado tales libertades que la escena había quedado irreconocible. Cogió el bolígrafo rojo y empezó a hacer cambios; se detuvo cuando llamaron a la puerta.

—Adelante —dijo, preguntándose por qué Beverly no la habría avisado por el interfono.

Era Bárbara Hesse, una de las protagonistas más conocidas de la serie y amiga íntima de Eliza. Aunque se llevaba bien con la mayoría de los actores, Eliza había visto que los conflictos que se creaban entre su actuación como productora ejecutiva y los deseos de los actores eran un impedimento para las relaciones de amistad. Frecuentemente ellos le pedían más de lo que podía darles, y eso conducía a problemas de índole personal. Bárbara había demostrado que era una notable excepción, lo que Eliza apreciaba.

—Hola. Beverly no estaba fuera. ¿Te importa que haya entrado así?—Claro que no. Ya lo sabes, Bárbara. Siéntate. ¿Cómo van las cosas en el

plató esta mañana?

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—Ahora bastante mejor que en el ensayo general. Darío intentaba hacer una obra de arte de una sola escena. Habríamos seguido aquí hasta medianoche si no hubiera recapacitado. ¿Le echaste un rapapolvo cuando vino a hablar contigo, Eliza? Por suerte para nosotros se ha quedado ahí sentado, sin decir apenas una palabra y dejándonos hacer la escena a nuestro modo.

Bárbara se sentó y continuó hablando, pero la mente de Eliza estaba a cientos de millas de distancia. El Darío que ella había conocido era demasiado obstinado para dejarse persuadir por su breve conversación de que cambiara sus técnicas de dirección. Sólo con el tiempo conseguiría aprender que los métodos tradicionales no funcionaban a la hora de hacer un serial, por cuestiones de tiempo y presupuesto.

Debía estar muy preocupado para no poder concentrarse en el trabajo; seguramente, pensaba en las cartas que no le habían permitido ver. Eliza se preguntó si Darío estaría dándole vueltas a la posibilidad de que ella le hubiera aceptado o no si hubiera leído esas cartas cuando fueron escritas. De una forma inexplicable, esas cartas habían hecho que Eliza comprendiera lo incomprensible, que empezara a perdonar lo imperdonable, pero las había leído demasiado tarde.

Sus pensamientos volvieron al ayer. Eliza no llegó a ver a Darío en Roma cuando fue allí para darle una sorpresa. Al llegar, se encontró con que en la habitación que ocupaba Darío desde su llegada de California vivía un amigo de los dos. No había allí ninguna de sus pertenencias, excepto unas cartas suyas sin abrir, y ella comprendió, por la forma de hablar de su amigo, que Darío vivía en una villa de las afueras... y que no vivía solo. Eliza volvió inmediatamente a Santa Mónica, a la casa de sus padres, y presentó la solicitud de divorcio a la semana siguiente, esperando secretamente que Darío le diera alguna clase de explicación. Ésta no le llegó jamás y Eliza interpretó que su silencio significaba que Darío se alegraba de que ella hubiera solicitado el divorcio, que se alegraba de librarse tan fácilmente de su joven e inexperta esposa.

Seis años después, tras la muerte de su madre , Eliza se enteró por fin del infierno por el que había pasado él... Pero era demasiado tarde. Ya estaba ablando de matrimonio con Leonard entonces y, aunque no se trataba precisamente del más apasionado de los romances, pues los dos estaban inmersos en sus respectivas profesiones, ella no podía salir repentinamente de su vida para buscar el pasado. Aparte de que las cartas eran tan viejas para Darío como nuevas para ella.

—Eliza, ¿te encuentras bien? Estás tan despistada como nuestro nuevo director. ¿Qué te parece?

—¿Qué me parece qué?—Lo que acabo de decirte. Me han pedido que haga una gira de promoción

para la serie. Haré apariciones en público con personajes de otras series. Vamos a recorrer dieciséis ciudades por todo el país. Más allá del mañana es el único programa de una cadena por cable que estará representado, y yo creo que la publicidad nos vendrá muy bien. El único problema es que tendré que estar fuera dos semanas.

—¡Bárbara! ¡Eso es maravilloso! Llevo intentando que los relaciones públicas consiguieran algo así para nuestros actores años y años. Nos costará algo de trabajo volver a escribir tus escenas, pero podemos hacerlo. ¿Cuándo tienes que

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marcharte?—En febrero.—Febrero, ¿eh? —Eliza recorrió mentalmente la planificación semestral del

programa, tratando de recordar lo que Sabra Boshe, el personaje que Bárbara interpretaba, hacía durante los cuatro meses siguientes—. Es una buena época, Bárbara —dijo, recordando que Sabra iba a casarse con un personaje que todavía no había entrado en la serie y al que estaban buscando Eliza y Jared.

—¿Sí? ¿Voy a volver a estar en él hospital muriéndome de algo?Lo normal era que los actores no supieran cómo i iban a desenvolverse sus

personajes hasta que les daban los guiones, una semana antes del rodaje. Así será más fácil para todos, ya que eximía a los miembros de la compañía de contestar a las preguntas de los curiosos.

—No. ¿Qué es lo que te ha hecho pensar eso? —Oh, estos síntomas que estoy teniendo. ¿ Estoy embarazada?

—Como no sea por intervención divina... Sabra no ha tenido ningún amante hace un año, desde que Ted murió.

—Cosas más raras han pasado en esta serie. Bueno, no te haré más preguntas sobre los sufrimientos y tribulaciones de Sabra. Gracias por el permiso. Estoy deseando hacer ese viaje.

—Gracias a ti. Estoy segura de que atraerás más espectadores a nuestro programa. Por cierto, Bárbara —añadió, al recordar una llamada telefónica que le había hecho su amiga mientras ella estaba en Hollywood, para decirle muy emocionada que había conocido al último de la larga cadena de pretendientes que había tenido— ¿qué ha ocurrido con el hombre del que me hablaste? ¿Sigues viéndole?

—De vez en cuando —contestó con vaguedad.En ese momento sonó el teléfono. Era Jared, que la llamaba desde el plató.—Eliza, ven aquí en seguida. Napoli y Rob están creando problemas. Si no

haces algo, no me sorprendería ver a Dawson rompiendo el contrato y marchándose de aquí hoy mismo.

—¿No puedes arreglarlo tú, Jared? Estoy ocupada.—No. Aparte de coger un foco y golpear a Napoli en la cabeza con él, no sé

qué hacer.—Está bien. Ahora voy —dijo Eliza, suponiendo que lo que le impedía a Jared

actuar con la eficacia de otras veces era el temor respetuoso que le inspiraba Darío.

—¿Hay problemas en el plató? —le preguntó Bárbara.—Sí, era Jared. Parece que Darío y Rob están al borde del homicidio.—No me extraña —comentó su amiga mientras la seguía—. Han estado

discutiendo toda la mañana. Darío no soporta los carteles. He oído que le decía a Rob que iba a hacer que los regidores los quitaran antes del rodaje final.

Cuando Eliza llegó, se encontró a los miembros del equipo sentados por el plató, desesperados, mientras Darío y Rob discutían. Al verla, Rob se dirigió precipitadamente a ella:

—¡O se va él o me voy yo! No sólo quita el cartel, sino que se queja porque dejo partes del guión repartidas por el plató.

Ella miró de reojo a Darío, quien la observaba con interés, sin duda preguntándose de qué lado iba a ponerse. Eliza sabía que si le desautorizaba delante de los actores, éstos perderían el respeto a su nuevo director; sin

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embargo, por otra parte, tampoco podía dejarle que trastornara a todo el estudio en su primer día de trabajo.

—Rob, ¿cuánto tiempo vas a estar con esa obra fuera de Broadway?Él estaba trabajando en un teatro, lo que le impedía memorizar su texto de

Más allá del mañana. Eliza y Jared le habían permitido que se ayudara con los carteles y con las notas que esparcían en diversos sitios del plató porque era muy popular entre los espectadores y no convenía hacerle desaparecer de la serie durante un mes.

—No lo sé. Está teniendo tan buenas críticas que puede que sigamos otro mes.

Eliza se volvió hacia el plató y vio que Darío había organizado a los actores para hacer la escena sin Rob, sustituyéndole por otro actor. Ella cogió del brazo a Rob cuando éste hizo mención de volver al plató.

—Déjalo por ahora. Ya hablaré yo con Darío. —¿Así que dices que la obra podría durar otro mes? No sé si podremos permitir que esto continúe así tanto tiempo, Rob. Sigues recibiendo más cartas de admiradoras que nadie, pero algunos espectadores están empezando a hacerse preguntas respecto a ti. —¿ Viste la carta de esa señora que creía que el doctor Willensky debía tener un tumor cerebral? Trataba de explicarse a sí misma por qué te quedabas callado de repente y mirabas más allá de la cámara o a tus pies. O encuentras la manera de hacer tu trabajo bien aquí, o tendremos que enviar al buen doctor a una convención de médicos.

—Necesito el dinero de los dos trabajos —gruñó Rob.—Entonces, haz bien tu trabajo.—¿Puedo marcharme hoy?—Sí. Ve a casa y apréndete el guión. ¿De acuerdo, Rob?Cuando él se marchó, Eliza se sentó detrás de Darío y observó cómo dirigía la

escena. Su habilidad como director era indiscutible, tanto como su instinto al elegir a uno de los extras para que se pusiera la bata verde del cirujano y terminara la cena.

—Buen trabajo —dijo Darío, estrechando la mano del hombre cuando acabó.Eliza se estremeció al pensar en el gasto en que había incurrido Darío por su

negativa a trabajar con Rob.—Darío, deja que se haga cargo el ayudante de dirección. Tengo que hablar

contigo.—Muy bien. Íbamos a descansar para salir en seguida a los exteriores. Estoy

deseando ir, Li... Eliza. Llevo cerca de tres semanas en Manhattan y no he tenido tiempo de ver Central Park. Me alegro de que los niños estén en esa escena. Me encanta trabajar con ellos por su espontaneidad y alegría. Siempre he lamentado no haber sentado la cabeza y tener los míos propios.

Eliza procuró ignorar ese último comentario. Le hizo una seña para que la siguiera a un rincón tranquilo del estudio.

—Darío, no quiero que sigas dirigiendo en Cen tral Park. Ya me has costado bastante dinero por esta mañana, y trabajar fuera del estudio cuesta por lo menos cinco veces más. No podemos permitirnos más gastos de momento. Puedes ir y mirar si quieres, pero nada más.

Eliza sabía que Darío estaba acostumbrado a tener el control total de las películas que dirigía y que no iba a aceptar fácilmente sus órdenes. También era

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sabido de todos que su machismo no le permitía trabajar bien con mujeres que estuvieran en puestos directivos; opinaba que estaban bien para trabajar delante de las cámaras, pero que las cuestiones técnicas les correspondían a los hombres. Ella se dispuso a aguantar su estallido de ira.

Sin embargo, él pareció aceptar sus comentarios con la mayor tranquilidad. Estaban junto a un decorado que se utilizaba para las escenas de restaurantes, y Darío le indicó con una mano que se sentara.

—Lo siento muchísimo. ¿Qué he hecho mal, Eliza?Ella se sentó en un taburete, preguntándose de dónde sacaba la habilidad

para hacerla sentirse como una visitante en su propia productora.—Tú le has dado el papel por hoy a ese extra. Eso no figura en su contrato, y

ahora vamos a tener que pagarle. A Rob ya le hemos pagado por la escena y, según su contrato, hay que seguir pagándole tanto si hace su trabajo como si no.

—Eso ya lo sabía, Eliza, pero no puede suponer más que unos pocos cientos, ¿no? ¿Qué es eso?

—Para nuestro presupuesto es mucho. Mira, Darío, te acostumbrarás con el tiempo a cómo se hacen las cosas aquí. No tenemos el tiempo ni el dinero necesarios para alcanzar la perfección que exiges.

—Yo no exijo perfección. Sólo la más elemental competencia —Darío estiró sus largas piernas y rozó las de ella, quien las retiró inmediatamente —Lo siento.

—No importa —murmuró ella, sintiéndose un poco tonta por reaccionar como lo había hecho—. Generalmente Rob es bastante competente, más que competente, pero ahora está haciendo una obra fuera de Broadway y no tiene tiempo suficiente para prepararse el papel.

—¿Fuera de Broadway? —repitió Darío—. ¿A qué distancia de Broadway? ¿Más allá del río Hudson, hacia Hoboken?

Eliza no pudo evitar echarse a reír. Darío siempre había conseguido hacerla reír de ese modo, incluso en situaciones que no tenían nada de divertido.

—No, no tan lejos. Está haciendo La compañía de Harrison.—¿La obra de Joyce Ashley? He oído hablar bastante bien de ella.—Yo también.—Me cuesta creer que Rob Dawson pueda actuar. Gibson es el director, ¿no?—Sí, y por lo que he oído, Rob lo hace bastante bien. Tan bien que no creo

que continúe con nosotros cuando se acabe el contrato. ¿Por qué no vas a verlo por ti mismo?

—¿Vendrás conmigo?Era la segunda vez que le pedía que saliera con él, pero algo le impedía

aceptar su invitación. Eliza creía que no estaba preparada para volver a entablar una relación personal con Darío.

—No, tengo mucho trabajo atrasado, Darío. He estado fuera unas semanas, y aún tengo que negociar varios arreglos para los programas nuevos. Los niveles de audiencia de Más allá del mañana an bajado un poco, así que también he de buscar los medios para que suba unos puntos.

—Por Dios, Eliza, hablas como uno de esos hombres de negocios que antes nos caían, tan mal. ¿No piensas en nada más que en el trabajo y en los niveles de audiencia?

—Da la casualidad de que me gusta mi trabajo.—¿Y qué es lo que haces para pasártelo también? —le preguntó, mirándola

con una expresión sonriente.

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Eliza rehuyó su mirada, inquieta por esos ojos que parecían ver a través de ella. Era consciente de lo ridículo que resultaba aquello. Ya no era como antes, cuando estaban enamorados y podían leer sus mentes mutuamente. Eliza se reprendió a sí misma por no distinguir entre el pasado y el presente.

—No es asunto tuyo — contestó con brusquedad — Darío, como has visto, he hablado con Rob. Yo tenía entendido que él no trabajaría en esa obra más que un mes, pero parece que puede alargarse más. Si su interpretación no tiene un mínimo de calidad durante ese tiempo, volveré a escribir su parte o le daré permiso un mes. Mientras tanto, te agradecería que hicieras todo lo posible para llevarte bien con el equipo y tener en consideración nuestro presupuesto.

—Lo haré. ¿Tiene el director la posibilidad de intervenir en los guiones?—¿Crees que puedes mejorarlos?—Sí.—Entonces escribe tus sugerencias y yo las leeré.—Eso es lo que haré. Algunos de los guiones son demasiado melodramáticos y

a veces rozan lo increíble.Se había puesto de pie al ver que Eliza se levantaba. En ese momento se

acercaban unos hombres empujando una parte del decorado de la escena del hospital, y Darío atrajo a Eliza hacia sí para qúe no chocara con ellos.

—Cuidado, Liza.Apretada contra su pecho, ella percibió sobre todo dos cosas. Que Darío la

había llamado por el antiguo nombre otra vez, y que la había abrazado de forma que su cuerpo estaba en contacto con el de ella casi desde los pies a la cabeza. Instintivamente, Eliza cerró los ojos; cuando los abrió, un segundo después, vio alrededor de su cuello la cadena de plata de la medalla de San Cristóbal que ella le había dado un poco antes de que se marchara a Roma. ¿La había llevado durante todos esos años? Eliza alzó la mano para tocar la cadena, que descansaba entre el vello negro y blanco de su pecho, pero al ir a hacerlo, Darío la soltó.

—Cuidado, Eliza —repitió él, cogiéndola por los hombros y apartándola suavemente.

Eliza esperaba que a él le hubiera conmovido tanto como a ella aquel abrazo repentino, pero era evidente que a Darío no le había causado la menor impresión. La soltó y retrocedió sin mirarla, obser vando a los hombres que estaban levantando los decorados para el día siguiente.

Darío sonreía suavemente, y Eliza no pudo evitar preguntarle en qué estaba pensando, aunque lo hizo de una manera indirecta:

—¿Todavía estás preocupado por los problemas que has tenido con Rob?—¿Rób? No, estaba pensando en las críticas que he hecho de tus guiones. Ya

sabes, cuando he dicho que eran irreales y artificiosos. Bueno...Darío hizo una pausa y se sentó en un sofá de cuero rojo.—¿Sí? —dijo Eliza, sentándose a su lado. —Oh, nada. Era una tontería.—Dímelo. A lo mejor podemos utilizarlo en el programa. Procuramos intercalar

escenas frívolas siempre que es posible.—¿Sí? Hasta ahora, lo único que he visto son las lágrimas y los lamentos.Mientras hablaba, sacó un cigarrillo de la camisa que llevaba debajo del

jersey.—Darío, por favor, hay un letrero que prohibe fumar en el estudio. Si quieres

hacerlo, sal a la terraza o al vestíbulo.—Lo siento —repuso Darío, volviendo a meter el cigarrillo en el paquete—.

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Pero volviendo al guión, ahora que lo pienso, parte de él no es tan absurdo como parece a primera vista.

—¿Cómo es eso?—Fíjate en nosotros. Nuestro matrimonio parece sacado de uno de tus

guiones. Las cartas escondidas, la tontería que hice en Roma, la manera de volver a encontrarnos, todo...

A Eliza le cogió desprevenida su candor, el giro íntimo que le había dado a la conversación, e intentó alterar aquel tono.

—Comprendo tu punto de vista, Darío, pero esto no es una serie de televisión. Si lo fuera, descubrirías a la semana siguiente que habíamos tenido un niño, el cual fue vendido o adoptado, o que por alguna causa no se cumplimentaron todos los trámites del divorcio y todavía estamos casados.

—¿Sabes? Eso no estaría mal —se rió Darío— descubrir que todavía estaba casado con una dama tan encantadora como tú tendría muchas ventajas.

Los ojos de él sonreían mientras se clavaban en los suyos, y Eliza deseó no haber dicho aquello.

—Si no quieres hablar de nada más, vuelvo a mi trabajo —dijo ella, levantándose.

—Sólo me queda una pregunta más. ¿Cuál es la recompensa que recibe una dama por contratar a un ex—marido que odia?

La pregunta la cogió por sorpresa, pero aún así hizo un esfuerzo por mantener la calma.

—Darío, yo no te odio. Ya no. Antes sí, pero de eso hace mucho tiempo. Mi mayor preocupación es — tu falta de experiencia en este tipo de trabajo.

—Bueno, yo aprendo deprisa y no me gusta edarme en un sitio mucho tiempo.—Nunca lo has hecho —replicó ella.—No, supongo que no. Y tú todavía no me has dicho para qué haces esto. Una

ligera idea de cómo va este negocio me dice que esperas conseguir algo de HEI teniéndome a mí aquí.

—No es para mí, es para la compañía. Espero conseguir una hora, entre otras cosas.

—¿Una hora de qué? Sea lo que sea, debe ser un material bastante bueno, si no, no estarías dispuesta a aguantarme para conseguirlo. Percibo en ti cierta hostilidad hacia mi persona.

—Quiero ampliar el programa a un formato de una hora. Y no soy hostil. Vosotros, los artistas, tenéis demasiada imaginación.

—Tú eres la que escribe los guiones, no yo. —Mira, Eliza, no te digo que no tengas derecho a ser hostil. Me lo merezco.

—No. Todo sucedió hace mucho tiempo, y yo he llegado a entender tu comportamiento con el paso de los años. Ahora, ¿te importa que dejemos de hablar de esto?

—¿En otra ocasión?Eliza no comprendía muy bien su deseo de volver a sacar a relucir el pasado,

pero presentía que estaba pidiéndole perdón.—Tal vez.Mientras andaban en silencio por el pasillo, Eliza sintió la necesidad imperiosa

de decir algo. No era un silencio agradable.—¿Has visto nuestro programa? —le preguntó ella.—No.

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—Puedes llevarte a casa una de las cintas de vídeo y verla allí si no te da tiempo a hacerlo aquí. Cuanto más sepas del programa, mejor para todos. —¿Dónde vives?

—En la casa que tiene un amigo en el East Village —contestó él. Era una de las zonas más bohemias de Manhattan—. Sean se olvidó de decirme que le daba la llave a cualquier persona del cine y la televisión que esté de paso en la ciudad. Hay actores, bailarines y gente como yo yendo y viniendo a todas las horas del día y de la noche.

—Es más o menos la vida que solías llevar hace quince años.—¿Dónde vives tú, Eliza?—En Gramercy Park.—¿Con fachada neoclásica y todo?—Con fachada neoclásica y ladrillos rojos —sonrió Eliza.—Has progresado —dijo Darío y se detuvo cuando llegaron a la puerta de su

despacho—. El éxito siempre significó mucho para ti. Me alegro de verdad de que hayas conseguido todo lo que querías de la vida.

El tono de su voz era afectado, pero ella sabía que le hablaba sinceramente.—Gracias.—Bueno, será mejor que vuelva al trabajo. Hasta luego y gracias por dejarme

seguir en tu productora.—El gusto es mío —repuso ella automáticamente, sin darle un significado

especial a las palabras.—No por lo que he visto, pero puede que aún haya esperanzas para nosotros,

Eliza —dijo enigmáticamente y la dejó reflexionando en sus palabras mientras se marchaba.

Capítulo Tres

Durante las dos semanas siguientes Eliza estuvo muy ocupada. Las negociaciones para crear una serie nueva para una cadena importante de televisión se habían concretado, y ella tenía menos de un mes para escribir diez guiones de una hora de duración. Hasta el momento, Eliza les había presentado a los ejecutivos de la cadena lo que es conocido como «La Biblia» en el mundo del espectáculo, una larga descripción de cada uno de los personajes que intervenían en la serie propuesta, explicando parte de sus pasados para dar al lector una idea de sus motivaciones y metas en la vida, junto con una información general sobre la ciudad ficticia donde iba a tener lugar la acción. Sólo le quedaba dar vida a esos personajes por medio del diálogo, convertirlos en personas de carne y hueso a los que los espectadores podrían admirar o rechazar.

Como resultado de su preocupación por el programa nuevo, Eliza había confiado una vez más Más allá del mañana, a Jared. Había veces en que se preguntaba si no se sentía aliviada en el fondo por tener que dedicarse a esa otra serie: Eso la mantenía apartada de Darío y de la confusión que provocaba en ella con esa sonrisa indolente y el brillo de sus dorados ojos castaños. Eliza se pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en casa, así que la sonrisa se mantenía fuera de su vista, aunque no muy lejos de sus pensamientos.

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Después de los breves momentos de conversación que habían tenido en el estudio, no se habían visto mucho durante las dos semanas siguientes.

Cuando se cruzaban en los pasillos, él la trataba con una cortesía indiferente, lo que en definitiva Eliza suponía que era lo mejor. Aunque la atraía poderosamente, ella procuraba evitarle y no observarle cuando tenía que ir a la sala de control o a los platós.

Apenas hablaban, ya que le había dejado a Jared la tarea de adoctrinar a Darío en el arte de dirigir la serie. Le había sorprendido oír que, a pesar de sus comienzos poco propicios, él se adaptaba rápidamente y hacía el trabajo bien. A unos pocos actores incluso les gustaba Darío, aunque a la mayoría les intimidaba.

Esa mañana Eliza se levantó temprano y estuvo unas horas escribiendo a máquina. Después, se duchó y se vistió para ir a la comida de trabajo mensual que tenía con los ejecutivos de HEI en el Club Veintiuno. Era algo habitual, pero esta vez tenía un significado especial para ella; Darío y ella iban a comer juntos por primera vez después de quince años. Se puso un traje azul y una blusa de color crema que le sentaban bien a su tez aceitunada. El tono bronceado oscuro de su piel lo había heredado de su madre, una mujer de ascendencia mejicana.

La familia de su padre procedía de Inglaterra, pero ella se parecía tan poco a él que la gente solía sor prenderse al enterarse de que eran padre e hija. Iba en un taxi por Madison Avenue cuando vio a Darío. que iba andando con las dos manos en los bolsillos de su cazadora marrón y una cartera oscura Bajo el brazo. Le faltaban catorce manzanas para llegar a la calle 52, así que Eliza le dijo al conductor que parara.

—Darío: —gritó después de bajar la ventanilla.—¡Darío!Cuando por fin pudo hacerse oír entre el ruido del trafico. él se volvió y,

sonriendo, se dirigió al taxi.—Gracias. Eliza. Me había olvidado de lo lejos que está Manhattan, sobre todo

cuando se tiene Prisa.

Abrió la portezuela y se sentó a su lado. —Supongo que no has venido andando desde tu casa de East Village. Eso está lejísimos.

Su fresco aroma masculino consiguió anular el viciado olor a tabaco del taxi. Ella también advirtió que el aire otoñal había pintado un color sonrosado en sus mejillas morenas. La piel de Darío era más oscura que la de la mayoría de la gente de ascendencia italiana de hecho, cuando Eliza le había conocido, se había imaginado que procedía de mejicanos Como ella.

—No, no he pasado la noche en casa. Por cierto,¿ dónde te has metido. Eliza? Te he visto muy poco estos últimos días.

Eliza se preguntó dónde y con quién habría pasado la noche, pero no pensaba preguntárselo a él. No era asunto suyo_ El hecho de que Darío ya hubiera encontrado una amiga, cuando ni siquiera Llevaba un mes en la ciudad, no debería molestarla; pero la realidad era que sí. —He estado trabajando en casa.

—Me han dicho que, habían aceptado tu propuesta de crear una serie nueva. Enhorabuena. Debes estar entusiasmada.

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—Sí y no.—¿Cómo es eso? Creía que hacer un programa para una cadena importante

era el sueño de una mujer con tu talento y ambición.Ella percibió la inflexión sarcástica de su voz y frunció el ceño. De todas

formas, no estaba dispuesta a ponerse nerviosa por las provocaciones de Darío.—No es la primera vez que creo un programa, Darío. Ya he hecho tres.—¿Sí? Debes haber amasado una fortuna con los derechos de autor.—No te creas. Hacer que funcione una serie nueva es una de las cosas más

difíciles en televisión. Los espectadores suelen ser fieles a las que ya se transmiten a la misma hora, así que lleva bastante tiempo hacerse una audiencia. Mientras tanto, la cadena pierde dinero.

—Supongo que sí. Bueno, te deseo que tengas éxito, Eliza.—Gracias.Eliza desvió la atención hacia las manos de Darío, las cuales estaban cruzadas

sobre la cartera. Tenía dos cicatrices entre el pulgar y el índice a causa de un accidente que había sufrido con una sierra eléctrica, cuando había intentado poner unas estanterías en el dormitorio, unos pocos días después de su matrimonio. Eliza se había olvidado completamente del incidente hasta ese momento. Aquel mismo día él había recibido la oferta de dirigir una película en Italia y, la noche siguiente, ella le había regalado la medalla de San Cristóbal. Inconscientemente, fijó los ojos en su cuello.

Él siguió la dirección de su mirada y sacó la medalla de debajo de su camisa.—¿Es esto lo que estás buscando? —Sí.—Te molesta que la lleve todavía?—No, simplemente me sorprende —contestó, sintiéndose incómoda por el giro

personal que había tomado la conversación—. ¿Todo preparado para tu primera reunión con la gente de HEI? —dijo, cambiando de tema.

Darío se alegró también del cambio de conversación.

No sabía muy bien lo que ocurría entre Eliza y él, pero fuera lo que fuera, era mucho más fuerte que los intentos de comportarse con indiferencia por parte de ambos y que podía brotar en cualquier momento si no dominaban sus emociones. A pesar de lo que ella decía, Darío notaba que Eliza le odiaba, y creía que tenía derecho a odiarle, aunque en cierto modo nunca la había perdonado por no darle la oportunidad de intentar arreglar las cosas después de su viaje a Roma. Sí, ahora sabía por qué no había contestado sus cartas, pero eso no servía de mucho para aliviar las viejas heridas.

Darío estaba empezando a pensar que lo mejor iba a ser marcharse de Nueva York cuanto antes. Había sido un tonto al pensar que podría tratar con ella después de todos esos años como si no hubiera pasado nada, como si fueran un par de amigos de la infancia que habían compartido lo bueno y lo malo, pero que lo recordaban todo con cariño. Era evidente que Eliza no le había perdonado, y eso le causaba un profundo dolor, ya que él se encontraba a punto de volver a enamorarse de ella. Era algo con lo que no había contado cuando había decidido verla de nuevo. Se suponía que iba a convencerse de que no era más que una mujer como cualquier otra, no a enamorarse por segunda vez.

Él ignoró la pregunta sobre la reunión.—Eliza, ¿te has enterado de la oferta de trabajo que me han hecho de

Hollywood? Mi programa de conferencias en Columbia acaba dentro de un mes y

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como, por otra parte, creo que ya he aprendido todo lo necesario sobre las series diarias de televisión, estoy considerando seriamente la posibilidad de marcharme.

A Eliza le dio un vuelco el corazón. Aunque deseaba sinceramente que Darío no hubiera vuelto a entrar en su vida, ahora que estaba allí no quería que se fuera.

—No, no me había enterado. ¿Qué clase de oferta es?Ya habían llegado a su destino. Cuando ella hizo un movimiento para abrir el

bolso, él puso su mano sobre la suya.—Yo pagaré.Así lo hizo y luego salió del taxi. Sonrió cuando, al ayudarla a salir del coche,

se le subió la falda por encima de las rodillas. Seguían siendo las piernas más bonitas que había visto en su vida.

—Ponlo en la cuenta como gasto de negocios —dijo Eliza, apresurándose a bajarse la falda. —Eso es lo que pensaba hacer.

Eliza se dio cuenta de que todavía iba cogida de su mano y se soltó.—¿Por qué haces eso siempre que te toco, Eliza?—Es evidente que porque no quiero que me toques. .—Bueno, recuérdame que no te pida que te sientes en mis rodillas durante la

reunión —dijo él secamente.Darío estaba cada vez más convencido de que Eliza y él no podían trabajar

juntos. El pasado seguía interponiéndose entre ellos.—Lo haré.Todavía sentía en su mano el calor de la de él, lo que hacía que sus sentidos

se deleitaran ante la idea de que ella hubiera retenido su mano en lugar de soltarla como si fuera un objeto prohibido.

Darío asintió sin decir nada más, mientras entraban en el restaurante. Allí los condujeron a la mesa que había reservado Eliza a su nombre. Habían llegado temprano, y ninguno de los hombres de HEI estaba presente.

Eliza miró a ver si Jared estaba por allí, pero tampoco aparecía. Estaba sola con Darío. Ella pidió una copa de vino y volvió a preguntarle por la oferta que había recibido de Hollywood.

—Se trata de dirigir una película con Antonio Fanucchi —respondió él, refiriéndose a un productor que contaba con varios éxitos de taquilla recientes.

—Vaya, estoy impresionada. —Pues yo, desde luego, no.—Pero yo creía que era la oferta que estabas esperando.Eliza había dejado a propósito una silla vacía entre ellos y tenía que volverse

para mirarle mientras hablaban.—No, yo quería otra, no la de Fanucchi. Nunca me han interesado demasiado

sus películas. La mayoría sólo buscan el éxito comercial.—Por lo menos te pagarán bien. Fanucchi nunca trabaja con un presupuesto

menor de veinticinco millones de dólares.—¿Es eso en lo único que piensas, Eliza? —sonrió él—. ¿En grandes

presupuestos y dinero?Darío estaba acusándola de ser más materialista de lo que era en realidad,

pero se obligó a tomarse su comentario con calma.—El dinero ayuda a que el mundo gire. Es bastante difícil arreglárselas sin él.—Bueno, yo aprendí hace bastante tiempo que hacia falta algo más que

dinero y éxitos comerciales para hacer que mi mundo girara.

Deseaba que dejara de mirarla con esa expresión acusadora, con la que

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parecía decirle que vendería a su mejor amigo al mejor postor. Ella no era así. Ella nunca había perseguido el éxito y la riqueza como fines en sí mismos, aunque no negaba que disfrutaba de ambos. Eran simplemente el fruto de realizar el trabajo que le gustaba y hacerlo bien.

—Estupendo, Darío. ¿Dónde iría el mundo sin artistas sacrificados como tú?—Eliza, no te pongas a la defensiva. No era mi intención criticar tus éxitos. Te

admiro por ellos.Se detuvo bruscamente cuando ella se puso un dedo en los labios.—Shh —susurró, moviendo una mano hacia los hombres que se acercaban—.

Aquí están Gene Stone y Donald Kennedy.Los ejecutivos de HEI saludaron a Eliza y a Darío y se sentaron a la mesa,

después de explicar que Bud Talbort, el vicepresidente, no podía acudir por un problema inesperado que había surgido en las oficinas de la cadena.

—Lo siento —murmuró Eliza aunque en su interior se alegraba extraordinariamente de que Bud no fuera. Era un estúpido presumido y dominante, que ponía a prueba su paciencia cada vez que estaba con ella más de sesenta segundos.

Como de costumbre, Gene y Donald no hablaron casi nada mientras comían el primer plato. Siempre hacían eso, y a Eliza cada vez la ponía más nerviosa su tendencia a andarse con rodeos durante cerca de una hora antes de hablar de negocios. Jared tampoco soportaba aquello, por lo que los últimos tres meses se había presentado tarde, dejándole a ella la tarea de resistir durante la demora. Aquella vez, sin embargo, era más fácil estando con Darío.

Por fin, cuando les hubieron servido el segundo plato, Gene mencionó el programa. Con un cronometraje perfecto, Jared llegó medio minuto después y se sentó en la silla vacía que había entre Darío y Eliza.

—Siento mucho la tardanza. Había un problema con el equipo de sonido, y me ha llevado toda la mañana arreglarlo. ¿Me he perdido algo importante? —preguntó Jared, sabiendo perfectamente que no era así.

Gene dijo que no y empezó a sacar papeles de su cartera.—Mirad estas estadísticas. Han bajado un punto desde la última reunión que

tuvimos. Eliza, ¿qué te parecería introducir un cambio en Más allá del mañana en vez de ampliar el programa a una hora?

—Yo prefiero añadir más personajes y desarrollar la línea argumental.—Yo también —dijo Jared.—¿Y tú, Darío? —preguntó Donald—. Un hombre de tu experiencia en cine y

televisión tendrá alguna opinión sobre esto.Eliza observó cómo Darío tomaba un sorbo de agua mineral antes de

contestar. Donald Kennedy tenía una manera muy fastidiosa de preguntar, como si sus interlocutores tuvieran cinco años, y ella se preguntó cómo reaccionaría Darío ante esa actitud dominante.

—No conozco este programa tan bien como para inclinarme por una idea o por otra, Don —contestó él con bastante calma, aunque Eliza advirtió por el gesto de su barbilla que Darío se había dado cuenta de que el otro hombre le había hablado con altivez.

Donald encontró cierto alivio al pensar que tenía un posible aliado en Darío.—Entonces voy a explicarte por qué un cambio sería mejor que un programa

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más largo, Darío. Estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo.—Te escucho.Empezó a exponer su propuesta, diciendo exactamente lo que Eliza temía. Un

cambio sin que ella controlara la producción. Ésa era la única forma de que HEI capitalizara la audiencia que Más allá del mañana había adquirido durante los cinco años últimos, y de que consiguiera hacer el programa sensacionalista que siempre había querido hacer. Cuando Donald terminó, Gene tomó su lugar:

—Comprendes nuestro punto de vista, ¿no, Darío? HEI tiene que llegar a una audiencia más joven que quiere ver la misma clase de emociones fuertes que ve en otras películas. ¿Qué crees tú?

—Creo que los espectadores que ven Más allá del mañana lo hacen porque les gusta lo que ven. Un cambio drástico desilusionaría a los seguidores actuales. Sería mejor hacer un programa completamente nuevo.

—Me parece que has dado en el clavo —repuso Gene—. Tenemos otra serie en perspectiva, pero no quiero que salga de momento. Esperaba que Eliza cambiara de opinión respecto al control creativo de Más allá del mañana. Creo que puede mejorarse. ¿Has repasado las ideas que te enviamos la semana pasada? —le preguntó a Eliza.

—Sí, y no veo cómo podría encajarlas en la trama actual, pero las tendré en cuenta para próximos episodios.

—Al diablo con que las tendrás en cuenta —dijo Donald con una voz tan alta que más de una cabeza se volvió hacia su mesa—. Ya estoy harto de tu obstinación, Eliza. Reconócelo, no tienes la menor intención de aceptar ninguna de nuestras ideas. —Pero, Donald, si repasas los guiones de los cinco años últimos, verás que se han hecho varios cambios de acuerdo con los deseos de HEI –replicó ella con un tono tranquilo, aunque la tensión le impedía comer.

—¡Mentira! No has hecho más que las menores concesiones, Eliza, y tú lo sabes. ¿Qué hay de malo en poner algo más de sexo en el programa? ¿Qué eres, una solterona puritana o algo así? Puestos a pensar en ello, no te has casado — nunca, ¿no?

Donald había bebido bastante, así que Eliza sabía que era inútil tratar de razonar con él. Como el maitre lanzaba miradas de inquietud hacia su mesa, ella hizo un movimiento para marcharse, incapaz de soportar aquella situación. Pero la perspectiva de quedarse solo en aquella confrontación no le atraía demasiado a Jared, quien alargó la mano para tocar la rodilla de Eliza y así detenerla, aunque se equivocó de dirección.

—Acaricia otra rodilla, Jared —dijo Darío secamente—. No vas a sacar nada de mí.

Eliza oyó el comentario y le entraron ganas de reírse a pesar de la seriedad de la conversación. Miró a Jared, que tenía la cara roja de vergüenza, y tuvo más ganas de reír. Mientras tanto, Gene había convencido a Donald de que se fuera al bar y volvió a dirigirse a Eliza:

—¿Cuánto costarían los derechos de tu serie? Tengo entendido que estás haciendo algo para ABC. Esta sería una buena ocasión para trasladarte a Hollywood y dejar Más allá del mañana.

Darío volvió la cabeza hacia Eliza. La idea de que ella y él acabaran en el mismo sitio después de encontrarse en Nueva York no se le había pasado por la mente, aunque Eliza siempre había estado con él en espíritu durante todos esos

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años. Actualmente no sabía qué era lo que le atraía más: el recuerdo de la muchacha de dieciocho años que él había amado más que a su propia vida, a pesar de haberla traicionado, o la mujer madura y dinámica que mantenía aquella dura negociación.

—Si alguna vez dejo el programa, Gene, me temo que no lo haré en tus manos —dijo ella resueltamente.

—¿Dejarías que desapareciera completamente? Eso desilusionaría a mucha gente, ¿no?

—No tendría por qué desaparecer. Me hicieron una oferta cuando estuve en Hollywood. A ABC le interesaría hacerse cargo cuando el contrato con HEI expire.

Hubo un completo silencio durante unos minutos.—¿Qué les dijiste? —le preguntó Gene.—Les dije que de momento no me interesaba, pero que tal vez en el futuro sí.—Ellos también te exigirían que renunciaras, Eliza.—Sí, pero ellos no cambiarían el programa de la manera que queréis hacerlo

vosotros.—Creo que será mejor hablar de esto en la próxima reunión —sugirió Gene—.

Aquí está Don. Haré que se tome una taza de café y le llevaré a casa. ¿Aceptas mis disculpas por lo que te ha dicho, Eliza?

—Por supuesto.Eliza se levantó cuando Darío le retiró la silla y se despidió de los dos hombres

y de Jared. Sabía que este último quería quedarse un poco más y tomar otra copa con los ejecutivos de HEI, ya que consideraba que tenía más futuro con la gran cadena que con ella, cosa que Eliza comprendía perfectamente. Siguió a Darío a la calle sin prestarle ninguna atención hasta que éste volvió a hablar.

—¿Qué has dicho? —preguntó ella mientras sacaba unas gafas oscuras del bolso para evitar el sol intenso de media tarde.

—Te he dicho que si querías que te pidiera un taxi, Eliza —repitió Darío.Sus pensamientos estaban en otro sitio, en la reunión que había tenido con los

hombres de HEI y en el destino incierto de Más allá del mañana, pero cuando se volvió hacia Darío, él fue lo único que ocupó su mente.

—¿Un taxi? —dijo distraídamente.—Sí, Eliza, un taxi —sonrió Darío—. Esas cosas amarillas y negras con cuatro

ruedas y un contador. ¿Quieres uno?—No, voy a dar un paseo. Tengo a cuarenta personajes dando vueltas dentro

de mi cabeza hace .un mes y me hace falta un poco de aire fresco.—¿Quieres que te acompañe?Eliza dudó. Por un lado tenía miedo de revivir un pasado que estaba mejor

olvidado; sin embargo, durante las dos semanas siguientes a su encuentro ella había llegado a la conclusión de que no le guardaba rencor a Darío por aquella historia pasada. Se había dicho a sí misma que el pasado estaba muerto cuando le había visto en el plató; no obstante, cinco minutos después de entrar en el despacho, se había dado cuenta de que seguía atrayéndola. Tal vez debería evitarle todo lo posible hasta haber analizado sus sentimientos, pero el hombre que estaba a su lado era demasiado atractivo y Eliza no quería separarse de él.

Darío percibió el sentimiento contradictorio que había provocado su sugerencia y miró su reloj.

—Es más tarde de lo que pensaba, Eliza. Debería volver al trabajo. Estoy escribiendo unos argumentos nuevos para tu programa. Con un poco de suerte a lo

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mejor puedo quitarte de la cabeza a algunos de esos cuarenta personajes.—Me gustaría —sonrió ella—. También me gustaría que me acompañaras.Él suspiró, aliviado.—Muy bien. ¿Quieres que te lleve la cartera? —No, gracias. ¿Quieres que te

lleve la tuya? —bromeó ella.Darío había crecido en el barrio italiano de San Francisco. Era hijo de unos

inmigrantes sicilianos que no hablaban más que unas pocas palabras de inglés cuando ella les había conocido, aunque sus cinco hijos habían nacido en California. Darío tenía un encanto de los tiempos antiguos que siempre la había atraído, menos cuando adoptaba una actitud machista y dominante respecto a las mujeres.

—No, gracias. Oye, ¿tienes que aguantar muy a menudo a esos pesados de HEI? —preguntó Darío. Un coche pasó a toda velocidad cuando bajaban del bordillo, y él cogió a Eliza del brazo al tiempo que lanzaba una maldición—. El tráfico de Manhattan es el único que he visto peor que el de Roma.

—Te acostumbrarás.—La verdad es que lo dudo —repuso, mientras cruzaban la calle. Cuando

llegaron a la otra acera, le soltó el brazo, lo que la desilusionó.—Nunca has sido un gran amante de Nueva York, ¿verdad, Darío?—No, realmente no. Tú siempre... —estaba a punto de recordarle una de las

muchas conversaciones que habían tenido hacía quince años, sobre el deseo de ella de vivir en Nueva York, pero no terminó la frase. No era el momento de compartir recuerdos—. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?

—Unos diez años. Me encanta esta ciudad.—Yo no la soporto.—Entonces, ¿por qué has venido?—He venido por las conferencias de Columbia.—¿Sobre qué tratan?—Hay variedad de temas. Es parte del programa del curso semestral del

departamento de Arte. Puedes ir a oírme si quieres.Eliza pensó en la última vez que había asistido a una de las clase dé Darío y se

rió. Parecía imposible que aquella adolescente deslumbrada y ella fueran la misma persona. Todavía sonreía cuando Darío la miró de reojo.

—Me alegro de que la idea de acudir a mis clases te parezca tan divertida. Te aseguro que ahora soy mucho mejor profesor que cuando me conociste.

—OH, eras muy bueno entonces, Darío. Estaba pensando en otra cosa.—Eres muy amable, Eliza. Pero yo estaba muerto de miedo cada vez que

entraba en esa aula. Había tal cantidad de gente en la Quinta Avenida que Darío pasó un brazo por

los hombros de ella para que la multitud no los separara, pero bajó la mano cuando Eliza se puso rígida.

—¿De verdad? Nunca me dijiste eso.—Un joven no suele confesarle esa clase de cosas a la chica que quiere

impresionar —replicó Darío, molesto tanto por la imposibilidad de reprimir el deseo de tocarla como por los rechazos de Eliza.

—Pues lo hiciste muy bien —le tranquilizó ella—. Nadie se dio cuenta de que estabas nervioso.

—Pero lo estaba. Excepto unos pocos alumnos, entre los que estabas tú, la mayoría de la clase era mayor que yo. ¿Te acuerdas? Sólo tenía veintiún años cuando empezó el semestre.

—Sí, me acuerdo.

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Darío la hizo volverse hacia él y cogió su rostro entre las manos. Se quedaron parados unos segundos entre el mar de gente.

—Eliza, me arrepiento de lo que hice mucho más de lo que puedas imaginarte.—Lo sé. Aquello pasó hace mucho tiempo, así que vamos a olvidarlo, ¿de

acuerdo?Darío se quedó callado, sin contestar a su pregunta. Eliza siguió su ejemplo, y

continuaron paseando en silencio. Cuando llegaron a la esquina de la calle 57, ella volvió a hablar:

—Gracias por venir a la reunión. Has sido una ayuda.—¿Yo? —preguntó él, sorprendido—. ¿En qué he ayudado?—Simplemente estando allí.—Nunca sabrás las ganas que tenía de darle un puñetazo en la cara a ese

Donald cuando se ha puesto tan grosero.—Me alegro de que no lo hicieras —sonrió Eliza—. Eso habría empeorado las

cosas.—Lo sé —repuso él con su sonrisa encantadora. Se puso una mano como

visera sobre los ojos para que no le deslumbrara el sol y alzó la vista hacia el Hotel Plaza—. ¿Todavía sigue esto aquí?

—Ya lo creo. ¿Cuánto tiempo hacía que no venías a Nueva York?—Unos diez años. Rodamos unas cuantas escenas aquí para una película que

hice con un estudio de Roma.Eliza vio un banco vacío alrededor de la Fuente Pulitzer y le sugirió que se

sentaran.—¿Qué película era? —Se titulaba Por un pelo. —No la he oído nunca.—No me extraña. No se ha estrenado en este país.—¿No era buena?—No era demasiado mala, teniendo en cuenta el presupuesto con el que

trabajábamos.—Eso me suena. ¿Qué clase de película era?—Una de intriga. No creo que hubieras ido a verla. No se me olvidará nunca

que una vez te quedaste dormida durante aquel festival de cine de Hitchcock.—A mí tampoco. Eso fue cuando tuve los exámenes finales, ¿no? Creo que no

dormí nada esa semana.—Sí, fue entonces. Yo tampoco dormí mucho esa semana. Tenía tanto

exámenes que corregir... Te dije alguna vez cómo me rompió el corazón tener que suspenderte?

Darío había apoyado el codo en el respaldo del banco y movió la mano hacia el cuello de ella, para acariciarlo ligeramente. Como ella no dijo nada, Darío pensó que le estaba dando permiso para tocarla v él aprovechó la ocasión.

—Sí, muchas veces —se rió Eliza—. Yo debía haber dejado aquella clase, porque era muy difícil concentrarse —reconoció al recordar las emociones que la invadían cada vez que entraba en su clase. Eliza había estado tan locamente enamorada de su oven profesor que había sido incapaz de hacer otra cosa— más que mirarle con una expresión embobada y soñar despierta durante el examen final, pensando en la fuga que Darío y ella habían planeado para el fin de semana siguiente.

—Me lo figuro. A mí también me resultaba difícil concentrarme entonces.

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—Bueno, por lo menos no estabas tan distraído como para no ver un mal examen como el mío —comentó Eliza mientras apoyaba la cabeza en su brazo—. OH, Darío, éramos tan niños entonces, ¿Verdad?.

—Sí, lo éramos.—Creía que tú eras mucho más duro que yo, ' pero al fin y al cabo sólo tenías

veintiún años. Nada más que un niño.—Sí, hice muchas tonterías entonces —dijo él tristemente—. Liza, eras tan

maravillosa... Jamás he amado a otra mujer como te amé a ti. He lamentado...—Shh —le interrumpió ella, poniendo un dedo sobre sus labios—. No quiero oír

más disculpas.En ese momento Eliza sabía con toda certeza que le había perdonado

completamente. Cuando alzó los ojos, había un brillo de deseo en los ojos de Darío que le indicó a Eliza que deseaba besarla.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó ella.—Creo que ya lo sabes. ¿Puedo?—Eso depende de a quién quieras besar: a mí o a la chica que conociste hace

quince años. Siempre has sido muy romántico en lo que se refería al primer amor.—Reconozco que eso es verdad, pero en este momento sólo sé una cosa:

quiero besarte, Eliza.—Entonces, sí.Él movió la mano desde su cuello hasta, su cara, inclinándole la cabeza

ligeramente hacia atrás mientras ponía sus labios sobre los de ella.Todo el ruido de la gran ciudad se desvaneció cuando Eliza abrió la boca como

respuesta a su dulce persuasión. Apoyó las manos en sus hombros y le atrajo más cerca de sí.

Darío subió la otra mano hasta su rostro, después la bajó a su hombro y se detuvo cuando alcanzó su seno.

El beso se prolongaba entre el fragor de actividad de Manhattan. Eliza movió las manos hasta el cuello de la camisa, metiendo los dedos por debajo hasta tocar la cadena de plata. Darío suspiró y se incorporó.

—Esto es lo único que puedo hacer en un lugar público, nena.—Vamos, Darío. Solíamos besarnos durante horas en los bancos de Los

Ángeles.—Tal vez, pero ese parque no estaba en el centro de la ciudad, y yo era muy

tímido para pedirte que vinieras a mi apartamento —dijo él mientras cogía su mano y le besaba la palma—. Ahora ya no lo soy. ¿Quieres venir a mi apartamento?

Eliza movió la cabeza negativamente. Darío estaba yendo muy deprisa, y a ella le hacía falta más tiempo para analizar sus emociones. El hecho de que le hubiera perdonado no quería decir que quisiera tener una aventura con él inmediatamente.

—No, Darío, tengo que pensarlo un poco más.—¿Pensarlo más? Llevamos separados quince años, Liza, y la última vez que

te vi, sin contar ésta de Nueva York, eras mi esposa. ¿No ha pasado el tiempo suficiente para saber lo que quieres?

Ella alzó las manos hasta su cara y recorrió con los dedos sus sienes plateadas.

—Siempre has sido un romántico sin remedio, Darío. Haber estado separados tanto tiempo no significa nada ahora. Uno no puede llevarse a la cama un viejo recuerdo. Dime una cosa, Darío: ¿con quién quieres acostarte? ¿Conmigo o con la

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chica de entonces? ¿O quizá con alguien que has creado en tu mente durante estos años?

—Contigo —respondió él sin vacilar.—¿Como soy ahora o como era entonces? —insistió ella.—Contigo, ahora y entonces. Hay ciertos aspectos que son inseparables en mi

mente, Liza.—Tal vez debieras separar algunas cosas, Darío. O puede que al despertarte

por la mañana te encuentres en la cama con una desconocida que no te gusta. Has de saber que he cambiado.

—Correré el riesgo. Ven a mi apartamento, Liza. He deseado hacer el amor contigo desde el momento en que te vi.

—Apenas me has hablado estas dos últimas semanas.El sol empezaba a descender y Eliza se estremeció. Él la atrajo más cerca de

su cuerpo, rodeando su cintura con los brazos.—Lo sé, Liza. Tenía unas cuantas cosas que pensar. Nunca imaginé que

volviera a sentirme tan atraído hacia ti.—Yo sentí lo mismo —reconoció ella sin vacilar.Darío le acarició los labios con los dedos y la besó suavemente, Cuando Eliza

abrió los ojos después, observó por encima del hombro de Darío los reflejos del sol en la estatua de bronce que adornaba la fuente. Le contestó a Darío que le parecía muy hermosa.

—Sí, es preciosa. Se parece a una fuente que hay en Milán. ¿Has estado alguna vez allí, Liza?

—No. Oye, está empezando, a hacer frío aquí. Vamos a andar un poco.—¿Quieres comer algo? He visto que apenas probabas la comida de

restaurante.—Sí, me apetecería. Esa gente de HEI no suele estimular mi apetito. Por

cierto, ¿conoces mucho a Gene Stone?—Le conocí bastante bien hace unos años, en Roma. Volví a encontrarme con

él poco después de aceptar el cursillo de Columbia.—¿Eso fue aquí o en Roma?—En Londres.—Ah, sí, me acuerdo que fue allí en mayo. ¿Sabías la relación que había entre

su empresa y mi productora?—Al principio no. ¿Dónde quieres comer? Eliza olfateó el aire.—Huelo a perritos calientes.—Yo también. ¿Es eso lo que quieres? —Sí.Darío adquirió uno en el puesto ambulante y se lo dio a Eliza.—¿Quieres algo más?—No, gracias.Eliza iba comiendo mientras se dirigían paseando hacia Columbus Circle. Se

preguntó si volvería a pedirle que fuera a su apartamento y, en el caso de que así fuera, si su respuesta iba a seguir siendo negativa. La mano de Darío, que descansaba sobre su hombro era una caricia incitante, y cuando sus muslos se rozaban por casualidad al andar, un escalofrío la recorría de arriba abajo. Sí, deseaba a Darío, deseaba la plenitud que le había prometido con ese beso, deseaba pasar la noche en sus brazos.

Darío y Eliza no hablaban durante el paseo, pero de vez en cuando se dirigían sonrisas que la llenaban de contento. Cuando dieron la vuelta a la esquina de

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Broadway, Darío le preguntó que hasta dónde quería ir. Ella tenía las mejillas sonrosadas por el aire y el ejercicio, y varios mechones de pelo se habían soltado del moño para caerle sobre los hombros.

—OH, no lo sé. ¿Quieres ir a Times Square? —Eliza, ¿sabes lo lejos que está eso? –gruñó Darío.

—No está tan lejos —se rió ella—. Pero, bueno, ¿dónde quieres ir tú?—Ya te lo he dicho, Liza. El porqué una mujer quiere recorrer una calle llena

de teatros porno y otras cosas peores cuando podría estar en mi cama es algo que escapa a mi razón —añadió con tristeza—. Debo estar perdiendo mi encanto con las mujeres.

Eliza volvió a reírse.—Por lo que me has dicho de tu apartamento, me parece que es algo así como

la Estación Central. No sé si podría estar entre ese barullo después de un largo día de trabajo. Quiero decir, en caso de que quisiera ir —se apresuró a añadir.

—Entonces, vamos a tu casa. Vives sola, ¿no?Ella dudó un momento.—Darío, lo único que te ofrezco es una copa de vino y un poco de hospitalidad.—Eso es lo único que pido de momento, Eliza.—Muy bien, entonces, vamos y te presentaré a Tim y a Eh.—Mi única esperanza es que Tim y Eli tengan cuatro patas.—Así es.—¿Son gatos o perros?—Un conejo y un perro. Darío, llama a ese taxi. Iremos a mi casa y los

conocerás.

Capítulo Cuatro

En el taxi, Darío empezó a pensar que tal vez se había precipitado un poco al proponerle que fueran a su casa. Aunque deseaba que ella volviera a formar parte de su vida, temía estar obligándola a hacer algo para lo que no estaba preparada. Eliza había mencionado la posibilidad de que se despertara a la mañana siguiente con alguien que no le gustara, pero él no lo creía. Si bien se había reconocido culpable de albergar cierto sentimentalismo respecto al tema del primer amor, Darío no quería retroceder en el tiempo, revivir los momentos en que había sido el primer amante de una muchacha de diecisiete años. Sabía que Eliza había cambiado, y le gustaba lo que veía, pero no podía soportar la idea de que surgieran los viejos resentimientos.

Aunque ella aseguraba que todo aquello pertenecía al pasado, Darío no acababa de creerla. Una parte de ella siempre le odiaría, igual que una parte de él siempre la amaría.

—¿Por qué estás tan callado? —le preguntó Eliza, poniendo una mano en su pierna.

Una oleada de deseo recorrió su cuerpo con esa ligera caricia, y él puso una mano sobre la de ella.

—OH, sólo estaba pensando en que no puede, quedarme mucho rato en tu casa, Eliza. Tengo que preparar la clase de mañana.

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Ella se dio cuenta de que estaba inventándose una excusa para escapar, pero le comprendió. Eliza compartía la misma duda respecto a sus relaciones.

—Bueno, a lo mejor puedes quedarte un poco más otra vez. Yo también tengo que trabajar esta noche. Al estudio de Hollywoo. le gustaría estrenar el programa en enero —dijo, siguiendo las tácticas de Darío de dejar una puerta abierta por si la velada se ponía demasiado tensa.

—No tienes mucho tiempo. ¿Por qué quieres tenerlo tan pronto?—Una cadena de televisión de la competencia va a interrumpir la emisión de

todos sus seriales esa semana por los acontecimientos deportivos, así que piensan aprovechar la ocasión para atraerse al público que no le gusta el deporte.

El taxi paró frente a su casa, y Eliza le pagó al conductor a pesar de las protestas de Darío.

—Debías haberme dejado pagar, a mí —se quejó él.—¿Por qué?—Es una cuestión de cortesía, Eliza.—OH, Darío, estás tan anticuado... Estoy segura de que te desmayarías si yo

pagara la cuenta en un restaurante —se burló, alzando sus ojos chispeantes hacia él. A la débil luz de la calle, sus profundos ojos castaños parecían tan oscuros como el cielo, en una noche sin estrellas.

—Probablemente —asintió él y acarició su pelo negro. Eliza siempre había insistido en que el color de su pelo era castaño oscuro, no negro, pero él no lo había aceptado nunca. Para Darío era del color del ébano, sobre todo a la luz de la luna—. ¿Quieres que probemos? ¿Vienes a cenar conmigo mañana?

—No sé. Tendría que mirar mi agenda. Además, ¿no has dicho que tenías una clase mañana?

—Pero no dura toda la noche —repuso él al tiempo que contemplaba el edificio de ladrillo rojo que se alzaba frente a ellos—. La casa es encantadora, Eliza. Esta parte de Nueva York siempre me ha recordado Londres.

Ella metió la llave en la cerradura. Inmediatamente el perro se puso a ladrar y Eliza le dijo que se estuviera quieto.

—Sí. Rodamos unas escenas que transcurrían en Londres aquí.—Tranquilo, chico —dijo Darío, al ver que el perro pastor de Eliza le enseñaba

los colmillos—. No vengo a llevarme las joyas de la familia.—Seguramente te guiaría hasta ellas si le ofrecieras un perrito caliente —se

rió Eliza—. Ven, Darío, entra.La casa tenía cuatro pisos. Eliza le condujo al tercero, que era donde trabajaba

y pasaba la mayor parte del tiempo. El perro los guió.—¿Qué quieres tomar?—Ahora nada, gracias —Darío se dirigió a la ventana y apartó las cortinas—.

Desde luego, es el lugar ideal para rodar como si fuera Londres.—Sí, sólo se enteraron de que no lo era los vecinos del barrio. Era lo mejor que

podíamos hacer con nuestro presupuesto. A mí me encantaría rodar exteriores en Europa algún día, pero no creo que los de HEI estén muy dispuestos. Sin embargo, es probable que hagamos unos cuantos programas en una isla del Caribe.

—Yo hice una película hace dos años en una isla privada del Caribe. El dueño es uno de mis socios. Creo que podría conseguir que te la facilitara.

—¡Darío, eso sería maravilloso!—Podíamos ir allí un fin de semana para que la vieras —sugirió él sin dejar de

mirar por la ventana—. Es un sitio precioso. Creo que te gustaría. Los colores del

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mar son más intensos que los que he visto en ninguna otra costa, y la temperatura es tan agradable que se puede estar desnudo por allí en pleno diciembre.

Eliza no supo qué contestar a su comentario, pero la idea de estar desnuda en una isla tropical con Darío la hizo ruborizarse. Se preguntó si tal vez le estaba sugiriendo más un viaje de placer que uno de negocios para inspeccionar la zona.

—Quizá —respondió ella evasivamente—. Jared suele hacer esa clase de cosas en mi lugar.

—Bueno, de lo que ya no estoy tan seguro es de si me va a apetecer pasar un fin de semana de acampada con él.

—¿No hay viviendas allí?—No, sólo unas cuantas cabañas primitivas.—¿Qué película hiciste allí? ¿Una de Tarzán?—No, era una película de espías.—Tú y tus películas de espías. ¿No has tratado ningún otro tema aparte de las

películas de intriga?—Sí, una vez escribí otro tipo de guión, pero no ha llegado a realizarse.No le dijo que era un guión autobiográfico, inspirado en la relación que había

mantenido con ella.—¿De qué trataba?—Te lo contaré en otra ocasión —Darío permaneció callado un momento

mientras seguía mirando por la ventana. Eliza se sentó en un sillón y le observó, preguntándose qué estaría pasando por su cabeza—. Pensándolo mejor, voy a tomar algo, Eliza.

—¿Qué quieres?—¿Qué tienes?—Pide lo que quieras y seguro que lo tengo. Mi casa sirve también de sede de

mi productora, así que tengo que abastecer de bebida al personal durante las reuniones que celebramos aquí. El bar está en el primer piso, pero espera un minuto.

A Eliza le dolían los pies por el largo paseo, de modo que se quitó los zapatos y la chaqueta. Cuando levantó la cabeza, vio que Darío la contemplaba con una sonrisa en los labios, no se atrevió a preguntarle en qué estaba pensando.

—¿Ya estás más cómoda? —le preguntó él. Por su mente pasaron aquellas noches en que la había observado desvestirse en su pequeño apartamento de Los Ángeles.

—Mucho más.—Le importa que me quite los zapatos yo también?—Claro que no.El perro cogió uno de los zapatos en el momento en que él los dejó debajo de

la mesita, y Eliza se lo quitó de la boca.—¡Eli, suelta eso! —le regañó. El perro agitó la cola alegremente y los siguió al

primer piso.—¿Te sigue a todas partes? —dijo Darío.—Siempre que puede. Cuando ella encendió la luz, Darío miró a su alrededor. Un mostrador enorme

ocupaba toda la pared de la izquierda; las estanterías que había detrás estaban llenas de toda clase de bebidas alcohólicas.

—Vaya, esto sí que es un auténtico bar.—Ya te lo he dicho —sonrió al ver su expresión de asombro—. ¿Qué quieres?

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—Con todo lo que hay aquí, debería pedir algo muy rebuscado, pero lo único que me apetece es una copa de jerez.

Él continuó mirando la habitación, sorprendido. Jamás había visto algo así en una casa particular. Frente a la barra había varios asientos forrados de cuero marrón y, en el centro, una mesa grande.

—Este sitio es increíble, Eliza, pero no me parece que sea un lugar que te corresponda a ti. Es como un bar público, y tú siempre has preferido los ambientes más íntimos y cálidos —comentó él mientras se acomodaba en un taburete y cogía la copa que le ofrecía ella—. Claro que eso era hace mucho tiempo.

—Mis gustos no han cambiado tanto, Darío. La habitación ya estaba cuando yo me trasladé aquí. Al principio, pensé cambiarla cuando tuviera tiempo y dinero, pero todavía no se ha dado la ocasión y, además, es bastante útil para las reuniones de negocios. A lo mejor la dejo tal como está.

—¿Tú no tomas nada?—No, todavía tengo que trabajar y, si bebo algo, me quedaré dormida.—¿Te importa que vayamos arriba? Aquí no me siento en tu casa, Liza, sino en

un Púb.—Yo iba a proponerte lo mismo, pero antes quiero enseñarte algo ven.Ella salió de detrás de la barra y le llevó a la puerta que conducía al jardín. Al

abrirla, les envolvió el denso perfume de las rosas.—Mira, éstas son las que me gustan más.Eliza le señaló un arbusto de rosas de color rojo oscuro. En la oscuridad de la

noche casi parecían negras, hasta que Darío se apartó de la puerta y el reflejo de la luz de la habitación las iluminó.

—Son encantadoras, Eliza. Creo que no he visto nunca rosas tan oscuras como éstas. Y mira aquéllas —murmuró mientras acariciaba una rosa amarilla con los bordes carmesí—. Yo también tenía un jardín de rosas en Roma. Escribí un guión entero en ese jardín.

—Ah, ¿ése del que me has hablado antes? ¿Has escrito más guiones?—No, sólo ése. A Fanucchi le interesaba producirlo, pero quería hacer muchos

cambios con los que yo no estaba de acuerdo y lo dejamos. Ahora lo están leyendo en MGM.

—¿Con qué cambios no estabas de acuerdo? —Por ejemplo, quería que tuviera un final feliz. —¿Un final feliz? A mí sí me parece bien que haya un final feliz. Háblame de ese guión.

Darío no quería estropear la velada hablando del pasado, así que eludió la pregunta. —Trata sobre dos personas.

—Tampoco es que me hayas aclarado gran cosa —se rió Eliza.Él enrolló un mechón de su pelo en un dedo. El viento de esa tarde le había

deshecho el moño, y Darío deseaba quitarle las últimas horquillas.—Te he dado una pista. No habrá que gastarse miles de dólares en el reparto

si alguna vez se produce, Liza.—Muy bien, por lo menos ya sé que no se trata de una película histórica con

escenas de grandes batallas.La mano de Darío estaba tan cerca de su cara que ella podía sentir su calor.

Dejó la copa en el borde de una fuente y le pasó un brazo por la cintura.—Efectivamente, no es una película histórica.—¿Transcurre en la época actual?—No, ¿es esto un interrogatorio?Eliza se preguntaba por qué no querría hablar de su guión.

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—Si eso es lo que hace falta para averiguar el argumento de tu película... ¿Por qué estás tan misterioso, Darío?

Él había inclinado la cabeza y besaba su frente. Ella apoyó las manos en su pecho; sentía los latidos de su corazón fuertes y rítmicos bajo los dedos.

—Es mi carácter.Cuando Darío movió las manos por su espalda, apretándola contra su cuerpo,

Eliza cerró los ojos y aspiró el aroma del jardín y del hombre que la estrechaba entre sus brazos.

—Sí, supongo que sí —murmuró, mientras él volvía a besarla en la frente.—¿Liza?—¿Humm?—Nena, podría estarme aquí toda la vida, abrazándote en este precioso jardín,

si no fuera por una cosa.—¿Por qué?—Se me están quedando los pies fríos.Los dos se habían quitado los zapatos, y el camino de piedra del jardín estaba

húmedo. Eliza se echó a reír, apoyada en su pecho; ella también tenía los pies helados, pero hasta ese momento no se había dado cuenta.

—Y eso destroza un gran momento romántico. Vamos adentro, Darío.—Bueno, podía haber sido peor —sonrió él también, soltándola y cogiéndola

de la mano. —¿Cómo?—Uno de nosotros podía haber resbalado y haberse caído en ese charco de

barro —contestó al tiempo que le señalaba una zona que ella había preparado para plantar lirios.

—Tienes razón, anoche llovió. Espera, te dejas el jerez.Volvió a la fuente y cogió la copa.—¿Quieres más? —le ofreció ella.—Ya me serviré yo. Tú cierra la puerta con llave antes de que se te olvide. ¿No

te, preocupa vivir sola en una ciudad como ésta?—No. Ya procuro tener cuidado.Cuando volvieron al tercer piso, Darío chasqueó los dedos.—¿Puedo llamar por teléfono? Acabo de recordar que me esperaban para

cenar esta noche.—Desde luego. Espero no estar impidiéndote acudir a alguna cita importante.Eliza acababa de recordar que Darío no había pasado la noche en su

apartamento y se preguntó si la cita para cenar sería con la misma persona con la que había estado. Sintió un extraño malestar en el estómago.

—No, no era importante.Darío marcó el número y se puso a hablar en italiano, de modo que Eliza no

pudo enterarse ni de dónde había estado ni de dónde pensaba ir esa noche.—Hablando de cenar, Darío, ¿tienes hambre?—No quiero molestarte. Ya tomaré cualquier cosa en el camino a casa.—No es ninguna molestia. Yo también voy teniendo hambre. Puedo recalentar

lo que tenga por ahí en el microondas.—Gracias, me gustaría. ¿Dónde está la cocina?—En el piso de abajo.Una vez allí, ella examinó el contenido del frigorífico.—¿Te ayudo a algo? —le preguntó Darío.

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—¿Por qué no haces una ensalada? —le sugirió, alargándole una lechuga y varios tomates—. ¿Qué te apetece? Tengo los restos de un guisado de carne y un poco de lasaña.

—Cualquier cosa menos la lasaña, Eliza. He tomado durante las dos semanas últimas comida italiana suficiente para toda una vida.

Ella sacó el guisado del frigorífico y lo metió en el microondas.—¿Tienes un amigo italiano en Nueva York? —le preguntó Eliza

cautelosamente.—Sí, varios. Seguramente en Manhattan hay más italianos que rascacielos.—¿Estuviste con algún pariente anoche? —Sí. ¿Por qué? ¿Me llamaste a mi

casa? —No, sólo era una pregunta.Una oleada de alivio la recorrió. ¡Darío no había pasado la noche en la cama

de otra mujer!—¿Dónde está el cubo de la basura? —dijo él, al quitar las hojas de fuera de la

lechuga.—Al lado de la despensa, pero no tires la lechuga. Dásela a Tim.—¿El conejo? ¿Dónde está?—En la terraza del cuarto piso, aunque en realidad considera que toda la

planta es dominio suyo. Debo advertirte que es bastante nervioso y que tiene tendencia a morder a los desconocidos.

—Ya veo. Bueno, quizá sea mejor que vayas tú a darle de comer.—¡Mi héroe! —se burló ella.—Muy bien, Eliza, si hace falta entendérselas con un conejo asesino para

impresionarte, lo haré.¿Baja alguna vez a los pisos de abajo? —No, no puede subir ni bajar escaleras.

—Eso es tranquilizador.Se disponían a cenar en el salón estudio del tercer piso, cuando sonó el

teléfono. Era Jared y parecía que estaba muy nervioso.—Eliza, tengo que hablar contigo. ¿Puedo ir a tu casa?—Tengo un invitado a cenar. ¿Qué es eso tan importante?—Prefiero contártelo en persona. —Puedes decírmelo mañana.—No quiero esperar hasta mañana. ¿Cuándo se va a marchar tu invitado?Eliza miró a Darío y sonrió. Podía marcharse después de quince minutos o a la

mañana siguiente.—No lo sé. Vamos, Jared, date prisa. ¿Qué pasa?Él no parecía dispuesto a darle más información, pero ella ya suponía cuál era

el motivo de su agitación.—Los de HEI te han ofrecido un trabajo mejor y vas a dejarme, ¿no es eso,

Jared?Era algo que llevaba esperando bastante tiempo y se consideraba afortunada

por haber tenido a Jared a su lado durante tantos años.—¿Cómo lo sabes?—Sabía que los de HEI estaban interesados por ti, y suponía que ahora que las

diferencias sobre el control creativo de Más allá del mañana han aumentado, ellos harían algo para conseguirte. No te sientas mal por eso. Has tomado una buena decisión; yo habría hecho lo mismo en tu lugar. Has progresado todo lo que podías en mi productora. La posibilidad de ascender en una cadena de cobertura nacional como HEI es mucho mejor que cualquier cosa que yo pueda ofrecerte.

—Me quedaré si tú me dices que lo haga —replicó él con tristeza.

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—No, yo no puedo hacer eso, Jared. Tienes que tomar tus propias decisiones y, como te he dicho, has tomado la correcta. ¿Sabes a quién más han tratado de conseguir?

—A todo el mundo, en cuanto terminen sus contratos. Están dispuestos a ejercer toda la presión posible para obligarte a vender el programa, y eso significa que van a jugar sucio. Eliza, HEI va a iniciar una serie que es una copia exacta de Más allá del mañana con nombres diferentes para los personajes, pero que es lo mismo. Todavía no es demasiado tarde para que les vendas la serie. Nadie va a quererla después de que ellos se queden con el equipo y amplíen el argumento.

—Nunca —replicó ella con firmeza—. Acabamos de renovar los contratos de la mayoría del personal, y aún queda mucho tiempo para que venzan de nuevo, además si HEI va a llevar su serie del mismo modo que quiere llevar la mía, al cabo de unos pocos programas no va a tener ningún parecido con el original. ¿Qué te han ofrecido?

—Ahora soy el jefe de programación diaria —contestó sin ningún entusiasmo.—Enhorabuena. Te lo mereces. Mira, Jared, hablaremos mañana. Se me está

enfriando la cena —Eliza se despidió y colgó el teléfono bruscamente—. Esos canallas... —murmuró mientras volvía a la mesa y se sentaba—. ¿Lo has oído?

—Sí. Lo siento, Liza. No te preocupes, encontrarás otro productor.—Esto me viene en un momento muy malo. Jared es la única persona que sé

que es capaz de llevar todo el programa sin mí. Tengo un mes para preparar los guiones de la serie nueva, y ahora tendré que pasar más tiempo con la antigua hasta que encuentre otro productor. ¡Maldita sea!

—¿No puedes hacer que Jared se quede otro mes?—Estoy segura de que él no podrá. Sin duda la dimisión inmediata será parte

del trato. Así es como trabaja HEI. Llevo con ellos más de cinco años y los conozco.—Bueno, esto no dice mucho en favor de Jared, ¿no?—Los negocios son los negocios, y Jared tiene demasiado talento para pasarse

el resto de su vida en una empresa pequeña como la mía. Es natural que cuando la gente adquiera experiencia quiera ampliar su campo de acción. Bárbara es la única que lleva conmigo estos cinco años.

—¿Bárbara Hesse?—Sí, es maravillosa, ¿verdad?—Realmente sí. Es muy guapa y una de las mejores actrices que tienes. ¿No

ha tenido nunca la tentación de dejar la serie?—A veces. La razón principal por la que lleva conmigo tanto tiempo son sus

hijos. Ella quiere que vivan cerca de su ex—marido, que está en Manhattan, y le gusta el horario flexible que tiene aquí. La primavera pasada le di un mes de permiso cuando su hija tuvo un accidente de automóvil, y ella sabe que no tendría esta clase de facilidades si estuviera haciendo películas.

—Yo conozco a la niña —dijo Darío—. Advertí que tenía una ligera cojera. ¿Es del accidente?

A Eliza le sorprendió que conociera a la niña, puesto que Bárbara rara vez llevaba a sus hijos al estudio.

—Sí.—Pobre niña. ¿Se recuperará?—Hay esperanzas —Eliza se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación

—. ¡Maldita sea! —repitió después de cavilar unos minutos sobre sus problemas profesionales.

—Eliza, me estás poniendo nervioso con tus paseos. Vuelve aquí y termina de

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cenar.Al ver que ella no parecía dispuesta a obedecerle, él retiró su plato, se puso

de pie y la hizo sentarse a su lado en el sofá.—Las clases que doy en Columbia no me quitan mucho tiempo. Me encantaría

ayudarte, si fuera posible.—Gracias. Eres muy amable, Darío. Pero tú no sabes mucho de producir un

programa diario —repuso ella, esperando no ofenderle.—Probablemente se me daría mejor producir uno que dirigirlo. Algunas de las

películas que he hecho en Roma tenían un presupuesto tan bajo que requerían que casi todo el trabajo lo hiciera uno solo. Yo incluso he actuado en unas cuantas películas para ahorrar dinero.

—¿Sí? ¿Qué papeles has hecho?—Los que requieren menos diálogo. Ya sabes, un vagabundo durmiendo en un

banco del parque... y cosas así.—No puedo imaginarte en ese papel, Darío —Eliza sonrió, aunque su sonrisa

se desvaneció al volver a considerar el destino de su programa—. Sabía que HEI haría algo para obligarme a darles más control creativo, pero nunca pensé que sacrificarían la popularidad de Más allá del mañana.

—Bueno, a veces esas decisiones no están inspiradas por la reflexión, Eliza. Puede que haya sido una cuestión de cabezonería por tu actitud intransigente en la comida de hoy. No me sorprendería que los de HEI dieran marcha atrás a ese proyecto de serie nueva después de haberte trastornado un poco.

—Sí, supongo que sí. Pero mientras tanto yo he perdido a Jared y seguramente a dos primeros actores.

—¿Quiénes?—Sam Norval y Elliot Marath. A los dos se les acaba el contrato a fin de mes.

He hecho todo lo posible para que lo renovaran por lo menos otro año, pero ellos han ido dándome largas, tanto como medida de fuerza para conseguir un incremento salarial como para tener la posibilidad de acceder a algo mejor. Estoy segura de que HEI les ha ofrecido un trato mucho mejor de lo que yo podría permitirme.

—Es una pena. Por Marath no me importa, exagera demasiado su papel, pero Sam es bueno. De todos modos, se puede aprovechar su marcha para hacer una gran escena —sugirió él—. Uno puede retar al otro a duelo por acostarse con la mujer de la que están enamorados los dos, y acabar matándose entre ellos.

Eliza se quitó las horquillas medio caídas del pelo y se rió.—¿Sabes? No está nada mal, Darío. Me gusta esa idea. Los espectadores no se

esperarán un resultado así. Nunca hemos presentado un asesinato doble.Darío contempló cómo le caía el pelo sobre los hombros. Estaba revuelto por

el aire, y ella parecía que acababa de levantarse de la cama.—Iba a hacerlo yo —dijo él lentamente.—¿El qué? ¿Escribir un asesinato doble en el guión?—No, quitarte las horquillas del pelo.—Estoy hecha un adefesio —comentó al mirarse en el espejo que había

encima de la chimenea.—No —murmuró Darío, abrazándola—. Estás preciosa.—Cuanto más pienso en tu idea, más me gusta —reflexionó ella en voz alta—.

Un asesinato doble haría subir los niveles de audiencia. Los personajes que interpretan Sam y Elliot están enemistados desde el principio de la serie. ¿Cómo lo haríamos? El personaje de Sam, Sal, desafía al de Elliot a duelo en Central Park.

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Podíamos rodarlo en exteriores en menos de un día.Ella tenía la cabeza apoyada en su pecho y él sonreía escuchándola.—¿Y si Sal y Brad se tiran flechas desde las torres paralelas de World Trade

Center? —preguntó Darío burlonamente.—Vamos, ponte serio. ¿Y si la esposa de Sal intenta matarle de un tiro y acaba

matando a Brad en su lugar, y entonces mata a Sal porque ha presenciado el crimen?

—¿Y si un gorila gigante se lleva a los tres a lo alto del Empire State y los tira por allí?

Darío le cogió una mano y se la besó mientras ella se reía.—No, tu idea original es la mejor. Haremos que se maten mutuamente en un

duelo.—Muy bien —suspiró él, atrayéndola más hacia su cuerpo—. Ahora tengo otra

gran idea.Ella sabía lo que iba a decir, y le acarició el labio inferior con el dedo índice.—¿Cuál es?—¿Y si Eliza le pregunta a Darío si va a pasar la noche en su casa?—Todavía es muy pronto para tomar una decisión tan importante.De pronto, Eliza se dio cuenta de que ésas eran las mismas palabras que le

había dicho hacía quince años cuando Darío le había pedido que hiciera el amor con él por primera vez. Darío percibió el estremecimiento que sacudió el cuerpo de ella y supo lo que pensaba.

—Lo sé, nena. Lo sé. Toda la noche llevo diciéndome que debo irme a casa y escribir esa maldita conferencia, pero cada vez que te miro mis propósitos se van al diablo. Será mejor que me vaya ahora.

La soltó y se puso a buscar sus zapatos.Eliza no dijo nada. Ella le había amado demasiado para decir que no dos

veces, quince años atrás; pero aunque ya no le amaba, le deseaba más en ese momento que la primera vez. Antes era tímida y se había sentido asustada de lo que podría encontrar en sus brazos. Ya no era tímida y sabía exactamente lo que encontraría allí.

Darío encontró uno de sus zapatos debajo de la' mesita, pero no podía localizar el otro.

—No encuentro mi zapato. ¿No se lo habrá comido El¡?—No sería raro. Pero mira debajo del sofá; es su escondite preferido.Eliza se sintió incómoda cuando Darío metió la mano debajo del sofá y sacó un

zapato de hombre que no era el suyo. Le pertenecía a Leonard, el hombre con el que hacía años que había salido y al que había dejado unos meses antes. Darío levantó la cabeza bruscamente. Había una expresión interrogativa en sus ojos, pero no le preguntó nada.

—No es mi número —dijo sarcásticamente mientras volvía a dejarlo debajo del sofá y seguía buscándolo—. Ah, aquí está.

Ella sabía que él tenía curiosidad por saber quién era el dueño del zapato, pero no creería ninguna explicación a ese respecto.

—Te acompañaré a la puerta.—Gracias, Eliza. ¿Te importa si salgo por el jardín de atrás? Da a un callejón

que sale a la calle, ¿no?—Sí, pero ¿por qué quieres salir por el jardín?—Porque es el sitio más bonito que he visto desde que he venido a Nueva

York.

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Mientras él se ponía el jersey, Eliza se quedó mirando la anchura flexible de su pecho; suspiró y pensó que la vida de una profesional soltera y con éxito no era tan envidiable como solía decirse. Ese era uno de los momentos en los que anhelaba tener un marido y unos hijos que llenaran su vida.

—Gracias. No sabes la cantidad de gente que pasa por mi jardín de rosas y ni siquiera lo ve. Oye, tengo una idea. ¿Por qué no vienes por la mañana y tomamos el desayuno en el jardín?

—Me, encantaría. ¿A qué hora?—¿Puedes venir a las siete?—Claro que puedo. Tenemos que ir a trabajar temprano para arreglar ese

jaleo de Jared y los dos actores que se marchan.—Eso es exactamente lo que yo pensaba.Eliza se puso también los zapatos y acompañó a Darío al jardín. Sabía que sólo

tenía que decir una palabra para retenerle allí esa noche, pero no iba a pronunciarla. No por timidez, sino por temor a que pudieran hacerse daño. Ya se habían lastimado bastante en el pasado.

Él le acarició una mejilla con la mano y se dispuso a marcharse.—Buenas noches, Liza.Ella había esperado que Darío la besara, por lo que le miró con una expresión

triste cuando no lo hizo.—¿Qué pasa? —preguntó él al ver aquella mirada.—Esperaba un beso de buenas noches —contestó, sonriendo débilmente.Se parecía tanto en ese momento a la muchacha que había amado cuando era

un joven de veintiún años... Darío estaba demasiado conmovido para actuar o hablar; sin embargo, Eliza interpretó su silencio como que él simplemente prefería prescindir del beso de despedida.

—Hasta mañana a la hora del desayuno. Buenas noches, Darío. Será mejor que entre...

Antes de que terminara la frase, él la cogió por los hombros y la atrajo ligeramente hacia sí. No se tocaban, excepto allí donde Darío había, apoyado las manos, pero ella sentía el calor de su cuerpo y percibía su olor masculino, mucho más dulce que cualquier otro aroma del jardín.

Darío la besó con una dulzura que estuvo a punto de hacerla llorar. Eliza notaba cómo reprimía el deseo de hacerla suya y casi se odió a sí misma por negarse.

—¿Sirve éste? —dijo él después, con los labios apoyados en su desordenado pelo. —Sí, ya lo creo.

Ella apenas podía sostenerse cuando Darío la soltó y sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa. —Buenas noches, Eliza. Hasta mañana. —Hasta mañana.

Eliza se entretuvo un poco más en el jardín. Supo, al oír que se detenían sus pasos y al ver un resplandor al otro lado del seto, que él se había parado a encender el cigarrillo, y se quedó observando sus esfuerzos contra el aire nocturno mientras éste apagaba repetidamente las cerillas.

Cuando se volvió para entrar en la casa, se encontró cara a cara con Leonard James.

Darío también había oído los pasos de una persona que entraba en el jardín y apagó rápidamente el cigarrillo. Se puso a escuchar, esperando a ver si era un intruso para acudir inmediatamente en defensa de Eliza.

—¡Leonard! ¡Por amor de Dios! ¡Me has dado un susto de muerte!Darío siguió escuchando y esperando. Era evidente que ella conocía a ese

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hombre, pero cabía la posibilidad de que fuera un empleado disgustado o quizá alguien con quien hubiera salido una vez. Él sabía que la mayoría de los ataques que sufrían las mujeres los cometían hombres que ya conocían de antes.

—Lo siento, cariño. Como no contestabas, he abierto con mi llave. Eliza, sé que debía haber llamado antes, pero tenía que hablar contigo inmediatamente. No podía esperar más. He reflexionado mucho durante nuestra separación y he llegado a una conclusión. Quiero casarme contigo. Pon la fecha, cariño. Incluso he aceptado tus ideas respecto al asunto de los niños. OH, Eliza, nunca sabrás cuánto te he echado de menos...

Fue a abrazarla, pero ella retrocedió y echó una ojeada hacia la puerta de hierro forjado que daba acceso al jardín; aunque no le podía ver, sabía que Darío aún se encontraba allí.

—Tenemos que hablar, Leonard. Vamos dentro —dijo sombríamente.—Para eso he venido. Por cierto, estoy de servicio, así que he dejado tu

número de teléfono y puede que tenga que salir corriendo a media noche.Darío ya había oído bastante y se marchó silenciosamente antes de que Eliza

le dijera a Leonard que no podía pasar la noche con ella.Leonard se quitó la chaqueta y se sentó en el bar. Mientras se servía un coñac

doble, le preguntó:—¿Qué quieres decir con que no puedo quedarme?—Nada más que eso. Leonard, estás dando por supuestas muchas cosas. Ya

te dije que no se trataba de una separación temporal, sino para siempre. No vamos a volver.

Los dos oyeron los pasos de Darío por la ventana que daba al callejón. Leonard saltó del taburete.

—¿Quién diablos anda ahí? —exclamó mientras sacaba la pistola. Leonard era médico y, como a menudo llevaba narcóticos, tenía licencia de armas.

—¡OH, por Dios santo, Leonard! ¡Guarda eso! Es un amigo mío. Acababa de salir por la puerta del jardín cuando tú has entrado.

—¿Un amigo? Me parece que empiezo a comprender por qué no quieres reanudar nuestras relaciones. ¿Cuándo has encontrado a ese compañero de juegos nuevo? ¿Qué es, uno de esos jovencitos que van detrás de ti para que les des un papel en el programa? —cogió el vaso y se tomó el resto del coñac de un trago.

Eliza sabía lo desagradable que podía ponerse cuando bebía. Durante los primeros años no bebía más que en las reuniones sociales, pero últimamente había aumentado su consumo del alcohol hasta llegar a ese punto confuso en que no se sabía si era un bebedor con problemas o si ya había traspasado la barrera del alcoholismo.

—Vamos arriba, Leonard. Aquí hace frío. —Primero háblame de ese amigo.—Era mi ex—marido, Darío Napoli. Leonard, deja esa botella. Pueden llamarte

en cualquier momento.—Me encargaré de eso —repuso él e hizo una llamada telefónica para

convencer a uno de sus colegas de que tomara su puesto—. ¿Satisfecha?=No, Leonard, ¿no ves que tus compañeros ya no se creen tus cuentos de

dolores de cabeza o cualquier otra excusa que te inventas para dejar el trabajo cuando quieres beber? Van a perderte totalmente el respeto.

—Al diablo con ellos. Tenemos cosas más importantes de que hablar. ¿Estás diciéndome que vas a terminar nuestras relaciones y que no quieres casarte conmigo porque vas a volver con tu ex—marido? ¿Con el tipo que tuvo una aventura con otra mujer casi inmediatamente después de casarse contigo? ¡Es el

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colmo!—No, yo no he dicho nada de eso. Ven arriba. Él la siguió con la botella debajo

del brazo.—Entonces, ¿qué es lo que estás diciendo? —le preguntó mientras se sentaba

en el sofá del tercer piso.Eliza se sentó en un sillón, enfrente de él. Al mirar a Leonard, le pareció raro

que ella hubiera podido tener relaciones con él durante cerca de ocho años y que incluso hubiera estado a punto de casarse.

—Lo mismo que te dije hace seis meses: lo nuestro se ha acabado. Y lo decía completamente en serio. Lo tenía decidido antes de volver a ver a Darío.

—No lo entiendo. Yo creía que tus objeciones se basaban en que no estaba muy dispuesto a casarme y a tener familia. Ahora estoy decidido a hacer lo que tú quieres, Eliza. ¿Eso no significa nada para ti?

—No, Leonard. Creo que cuando dos personas dicen que no se casan porque se lo impide la dedicación al trabajo, no es más que una excusa para encubrir la falta de interés. Nadie está tan ocupado por su carrera profesional. Si aparece la persona adecuada, no se duda ni un segundo en ir al matrimonio.

Él ya se había bebido medio litro de coñac y empezaba a caer en una de sus borracheras sentimentales.

—¿Estás diciendo que nunca me has querido, Eliza?—Te quise en cierto sentido, Leonard.En realidad nunca le había amado de la manera que una mujer ama a un

hombre con el que quiere pasar el resto de su vida, aunque hubo un tiempo en que se engañó a sí misma creyendo que sí. No tuvo valor para decirle que él nunca la había excitado físicamente, que un simple beso de Darío había despertado más deseos en su cuerpo que todas las noches que había pasado en los brazos de Leonard.

—¿En qué sentido? Yo creía que éramos buenos el uno para el otro.—Lo fuimos una vez, Lenny, pero hace mucho tiempo. Siempre fuiste muy

amable y me apoyaste en mi carrera. Hubo momentos malos de los que no habría podido salir sin tu amistad y ayuda, como cuando cancelaron uno de mis programas y parecía que no iba a volver a trabajar en esto. Cuando murió mi madre también estuviste a mi lado, incluso me ayudaste a recobrarme cuando encontré aquellas cartas de Darío. Pero...

—Pero una mujer no se casa con su mejor amigo, ¿no?—No. Una mujer debe considerar a su marido su mejor amigo, pero tiene que

haber otras cosas. Leonard, ven a la habitación de huéspedes. Me parece que debes irte a dormir —añadió Eliza, al ver que la botella estaba ya casi vacía.

—Muy bien, pero quiero que sepas que no voy a renunciar a ti todavía. Una vez que te canses de esa aventura romántica, volverás a mí. Lo sé porque yo siempre he vuelto a ti después de acostarme con otras mujeres.

Ella le ayudó a bajar al segundo piso, donde estaba el cuarto de huéspedes. Su confesión de haber estado con otras mujeres no la sorprendía; lo había sospechado más de una vez aunque Leonard siempre lo había negado.

—¿Quieres que te ayude a desnudarte?—No estoy tan borracho como para no poder quitarme estos malditos

pantalones —respondió él, derrumbándose en la cama, vestido y todo.Se quedó dormido al instante, lo que le indicó a Eliza que ya había bebido

antes de ir a su casa. Le quitó los zapatos y le tapó.Estuvo considerando la situación mientras se daba un baño. No podía tener un

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desayuno romántico con Darío en el jardín de rosas estando Leonard allí. También cabía la posibilidad de que Darío no se presentase, ya que era evidente que le había oído a Leonard expresar su deseo de casarse con ella. Se puso en el lugar de Darío y se dio cuenta de que ella vacilaría a la hora de ir a la casa de un hombre sabiendo que probablemente su novia había pasado la noche allí.

Cuando acabó de bañarse fue al ordenador que tenía conectado con el del estudio y obtuvo el número de teléfono de Darío de los archivos de Personal.

—¿Darío? Soy Eliza.—No esperaba oírte tan pronto —contestó él con un tono que le resultó

imposible descifrar—.Pero puedo adivinar por qué me llamas. No hay desayuno mañana, ¿no?

—Darío, sé lo que debe parecerte esto, pero puedo explicártelo.—Claro que puedes —repuso él secamente—. Contéstame sólo a una

pregunta: ¿va a pasar la noche ahí?—Darío, no es lo que...—Sí o no, Eliza —la interrumpió. —Sí.—Bien —se rió sarcásticamente—, tenías razón en una cosa. Si hubiera ido a

la cama contigo, me habría despertado con algo que no me hubiera gustado.—¿En qué estás pensando, Darío? —replicó, ofendida por su hostilidad y por

no dejarla explicarse—. ¿En un ménage á trois? No tienes que preocuparte por eso. Leonard está en el cuarto de huéspedes.

—No, no era eso lo que quería decir. Me refería a una mujer mentirosa y vengativa. ¿Por qué demonios no me dijiste que estabas comprometida? Yo creo haberte expuesto muy claramente mis sentimientos.

—¡Oh; Darío! ¿Crees que he hecho esto a propósito para hacerte daño? ¿Cómo has podido imaginar una cosa así?

—Porque eso es lo que parece.—Pues estás equivocado. Oh, Darío —repitió—, yo no estoy comprometida con

Leonard. Ni siquiera estoy enamorada de él. Salimos juntos unos años, y ahora no se le mete en la cabeza que todo ha terminado.

Hubo una larga pausa antes de que él volviera a hablar.—¿Qué hace en el cuarto de huéspedes?—Se ha bebido una botella de coñac. Vive con sus hijos y no me gustaba la

idea de mandarle a casa en esas condiciones.—Eliza, ¿estás segura de todo esto?—¡Claro que estoy segura, maldita sea! —estalló por fin.—De acuerdo, de acuerdo, nena. Cálmate. Oye, Eliza, siento mucho no haber

dejado que te explicaras., Cuando he oído lo que decía ese hombre de que tenía la llave de tu casa y de que quería casarse contigo, he supuesto que era tu prometido.

—Seguramente yo habría pensado lo mismo si hubiera estado en tu lugar.—Quizá, pero tú habrías tenido paciencia y me habrías dejado hablar en vez

de precipitarte como yo. ¿Todavía puedo ir a desayunar a tu jardín?—Ya sabes que puedes. Cualquier día menos mañana.—Gracias, Liza. ¿Suele ir muy a menudo ese tipo a tu casa a emborracharse?—No muy a menudo, y ya no volverá a hacerlo. Hemos tenido una

conversación y, como le conozco, sé que mañana estará terriblemente avergonzado. Voy a pedirle que me devuelva la llave, por cierto.

—¿Puedo tenerla yo? —le preguntó él rápidamente.—¿Por qué?

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—¿Por qué demonios crees tú? ¿No ves lo que siento por ti?—Darío, cariño, yo no le doy la llave de mi casa a todos los hombres que

quieren acostarse conmigo.—¿Se la darías a un hombre enamorado de ti? —murmuró Darío con un tono

seductor que la emocionó.—Tal vez, si yo también estuviera enamorada de él, y todo lo demás marchara

bien. —¿No puedes ser más concreta?—Ahora no, Darío. No puedo.—Muy bien, entonces hablaremos de esto en otro momento. ¿Necesitas ayuda

con Leonard?—No, él dormirá profundamente, luego se levantará, se duchará y se irá a su

despacho sobre las nueve. Oh, oh —exclamó de pronto, al recordar que le había dejado la funda con la pistola. ¿Y si se disparaba accidentalmente?—. Darío, ¿las pistolas pueden dispararse solas?

—Eliza, ¿qué estás diciendo? ¿Es que ese hombre lleva un arma?—Sí. Es médico, psiquiatra concretamente; a veces tiene que acudir a las

casas de los pacientes para atenderles, en caso de crisis con un suministro de narcóticos. Como en una ocasión le asaltaron, sacó la licencia de armas. No la ha usado nunca...

—Ahora mismo voy allí —la interrumpió.A Eliza le sorprendieron sus palabras y su forma de hablar, como si su vida

estuviera en peligro. —¿De qué estás hablando.?—¿Crees que voy a dejar que estés en casa sola con un borracho armado?

¿Sobre todo teniendo en cuenta que acabas de romper con él? ¿Tienes idea de lo que puede ocurrir si se despierta y empieza a beber de nuevo?

—¡Oh, por Dios, Darío! Conozco a Leonard hace años; es la persona más inofensiva y amable que he visto. Quédate donde estás.

—Nada de eso. El vecino tiene un coche. Dentro de cinco o diez minutos estoy ahí.

—¡Darío, no!La idea de que el hombre que había sido su compañero durante tantos años

fuera un criminal violento, le resultaba totalmente ridícula a Eliza. Pero, por lo visto, no había manera de convencer a Darío de eso, así que decidió tranquilizarle de otra forma.

—Escúchame, le quitaré la pistola y la esconderé. Pero, por favor, no vuelvas esta noche. Eso sólo complicaría las cosas.

Hubo otra larga pausa.—De acuerdo, Liza, pero prométeme que te cerrarás con cerrojo en tu

dormitorio y que dormirás con el perro.—Prometido.—Gracias. ¿Me prometes llamarme si necesitas algo?—Sí, por supuesto. Oye, tengo una idea. ¿Puedo ir a tu casa a desayunar

mañana por la mañana?—¿Lo dices en serio?—Claro. ¿Por qué no?—Ven aquí siempre que quieras —murmuró suavemente.—Te veré a las siete y media, Darío. Buenas noches, y que duermas bien.—Buenas noches, cariño, que duermas bien.Ninguno de los dos durmió mucho esa noche.

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Capítulo Cinco

Darío estaba esperando enfrente del restaurante italiano cuando el taxi de Eliza se detuvo junto al bordillo a la mañana siguiente. Aunque habían acordado desayunar en su apartamento, él la había llamado en el último momento para decirle que uno de los que vivían con él había celebrado una fiesta la noche anterior y que la casa estaba hecha un desastre. El cambio de planes había desilusionado ligeramente a Eliza, quien hubiera preferido conocer el lugar donde vivía, ver la habitación donde dormía. Pero tendría que esperar a otra ocasión.

Al llegar, se dio cuenta de que era el restaurante al que Bárbara la había llevado unas cuantas veces. Era un sitio encantador en el que las dos mujeres habían compartido largas y tranquilas cenas, pero por lo que Eliza sabía, en el restaurante no se servían desayunos.

—Buenos días, Eliza —dijo él después de ayudarla a salir—. ¿Cómo fue todo anoche?

La rodeó con sus brazos, como si fuera un soldado que recibiera a su amor largamente esperado, y le dio dos besos sonoros en las mejillas. Aquella pasión a una hora tan temprana de la mañana cogió a Eliza por sorpresa.

—Bien, Darío. No había nada de qué preocuparse.Todavía aprisionada por su abrazo, él la llevó al interior del restaurante. Allí,

Darío la soltó para atarse un delantal blanco en la cintura. La decoración era la típica en esa clase de ambientes: cada mesa estaba cubierta con un mantel de cuadros rojos y blancos y adornados con un candelabro hecho con una botella de vino. Eliza vio que había una vela encendida en la mesa más cercana a la cocina.

—No sabía que tenías negocios de restaurantes, Darío.—Todavía no has descubierto ni la mitad de mis aptitudes, querida Liza.—Estoy empezando a darme cuenta de eso. ¿Quieres que te ayude a hacer el

desayuno?—No, yo me encargo de todo. Siéntate y yo te serviré.Darío la acomodó en la silla y besó su cuello. No fue un beso prolongado, pero

el calor que provocó recorrió todo su cuerpo.—He venido a cenar aquí unas cuantas veces, Darío —murmuró ella con un

tono soñador—. No recuerdo que los camareros fueran ni la mitad de amables.—Es mejor así. Si alguno de mis primos hace alguna vez lo que yo acabo de

hacer, haré que la parte de la familia perteneciente a la mafia se encargue de él.—¿Así que este restaurante es de tu familia?Darío asintió mientras entraba en la cocina. Volvió en seguida con el desayuno

que había preparado antes.—Espero que te gusten las tortillas de queso. —Me encantan.—Bien. Adelante.Pasaron los quince minutos siguientes comiendo, mirándose a los ojos e

intercambiando bromas, hasta que Darío cambió de tema bruscamente:—Háblame de ese psiquiatra, Liza.Observó que la sonrisa de Eliza se desvanecía. Esa no había sido su intención

al formular la pregunta, pero Darío quería saber más de ese hombre, saber si Leonard significaba más para ella de lo que estaba dispuesta a reconocer.

—Es un tema muy amplio. ¿Por dónde quieres que empiece?

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—Por la noche pasada. ¿Te causó algún problema? Nunca sabrás lo tentado que estuve de ignorar tu petición de que me quedara en casa. Me parecía que debía estar allí por si me necesitabas.

—Oh, Darío. Conozco a ese hombre hace años. Yo no estaba preocupada en absoluto, y tú tampoco tenías que haberlo estado.

—Es posible, pero no me gustan los borrachos, sobre todo los que llevan armas. ¿Se despertó durante la noche?

—No, no se movió.—¿No? —preguntó él recelosamente.—Quiero decir que lo supongo. —¿ Cómo empezaste a salir con ese tipo? —

Pues como empiezan a salir dos personas normalmente. Teníamos gustos similares, estábamos bien juntos... La impresión que tú tienes de Leonard no es imparcial. Él no suele ser así. Si le hubieras conocido en otras circunstancias, te gustaría.

—Lo dudo, Eliza. ¿Sabes? he descubierto que me disgustan todos los hombres con los que has tenido relaciones después de mí, aunque, en realidad, ya — estaba enterado de tus relaciones con Leonard antes de anoche —reconoció finalmente.

—¿Sí? ¿Cómo?—Oh, durante estos años me he encontrado con bastante gente que te

conocía o había oído hablar de ti. Nos movemos dentro de un mundo muy pequeño. Cuando estaba trabajando en Roma también iba allí gente de Nueva York o de Hollywood, entre ellos muchos actores que habían trabajado contigo. No me costaba más de cinco minutos llevar la conversación al terreno de tu vida personal.

—Yo hacía lo mismo —le confesó Eliza—. Si no te he preguntado nada sobre tu vida personal después de nuestro matrimonio, es porque ya estaba al corriente de lo que habías hecho. Siempre me sorprendió que no volvieras a casarte.

—A mí también me sorprendió que tú no lo hicieras. Por lo que me contaron hace tres años, estaba seguro de que ibas a casarte con el médico con el que salías. Era Leonard James, ¿no?

—Sí. Yo también creía que íbamos a casarnos.—¿Qué ocurrió?—No lo sé. Hay veces en que no se puede decir qué va mal entre dos

personas. No se trata de una cosa que pueda describirse en una o dos palabras, las relaciones humanas son algo muy complejo.

—Supongo que sí —asintió él melancólicamente—. Aunque a veces sí que se trata de una cosa que puede describirse con una sola palabra; por ejemplo: infidelidad.

—Esa es una palabra muy dura —murmuró ella, con la boca seca.—Sí, lo suficientemente dura como para destruir nuestra relación, ¿no?Eliza abrió la boca para decirle que ella se había precipitado al dejarle hacía

quince años, pero se dio cuenta de que no podía. Valoraba la fidelidad en el matrimonio en ese momento tanto como hacía años, aunque una parte de ella siempre se había preguntado si habrían podido resolver los problemas y tener un matrimonio satisfactorio a pesar de lo que él había hecho. Con el paso de los años, había aprendido a juzgar de forma diferente la conducta de Darío. Pero había algo que no podía cambiar, por mucho tiempo que transcurriese. Él era su primer amor y la había traicionado.

—Sí. ¿Has pensado alguna vez en cómo habrías reaccionado si la situación hubiera sido al revés?

—Muchas veces. Habría matado al hijo de perra que se hubiera acostado con

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mi mujer.—No es eso lo que te he preguntado, Darío. ¿Me habrías perdonado?—Durante un tiempo no, pero tampoco te habría dejado. ¿Te has arrepentido

tú de haberte marchado de Roma sin hablar conmigo?—Muchas, muchas veces.—Fui un estúpido. Ni siquiera me di cuenta de lo que esa mujer pretendía

cuando sugirió que yo estaría más cómodo en su villa que en el hotel. Liza, había más gente allí. Puede que te parezca una forma de vida poco corriente, pero hacíamos esas cosas cuando rodábamos una película. Era como una fiesta continua que duraba meses, y la gente me trataba de un modo muy diferente de como lo hacían en California. Ya no era una persona rara, el adolescente genial al que nadie entendía. Era parte del equipo, y si el resto del equipo organizaba una orgía yo también tenía que participar. Me odiaba a mí mismo mientras lo hacía, pero lo hacía de todas formas...

—Darío, por favor, no sigas reprochándote lo que hiciste hace tanto tiempo. Aquello ya pasó. No quiero hablar más de eso. ¿Podemos dejarlo?

—Claro. Lo siento. ¿Te importa si hablamos más de Leonard?—¿Qué hay que decir, Darío? Estuvimos saliendo unos años juntos, hablamos

de matrimonio unas cuantas veces, pero en el fondo ninguno de los dos nos sentíamos bastante comprometidos como para dar el paso final. Le echábamos la culpa de nuestra desgana a nuestras profesiones, porque nos absorbían demasiado tiempo, y sinceramente eso es lo que yo creía; sin embargo, yo estoy convencida de que no era así.

—Oí lo que dijo anoche Leonard respecto a tener niños. Supongo que ése debe haber sido uno de vuestros mayores desacuerdos.

—Sí, pero creo que si yo le hubiera amado de verdad, no me habría importado. Podía haber aceptado su opinión.

Era curioso, pensó Eliza. Le resultaba tan fácil confiarse a ese hombre como a su amiga Bárbara.

—Comprendo que una profesional como tú ha alcanzado el éxito no quiera abandonarlo todo para tener niños, Eliza.

—Estás completamente equivocado, Darío. Yo siempre he deseado formar una familia. Mi idea era ascender en mi profesión hasta un punto en que pudiera retirarme una temporada, aproximadamente a los treinta, y tener a mis hijos.

Darío estaba asombrado; sus palabras eran música para sus oídos. A cada momento que pasaba estaba más seguro de su amor por Eliza. Nada podría hacerle más feliz que establecerse con ella y ser el padre de sus hijos, pero sabía que no podía esperar tanto. Ella no le había perdonado nunca a pesar de lo que decía.

—¿Por qué pareces tan sorprendido?—Porque creía que estabas totalmente dedicada a tu productora.—Oh, lo estoy. No iba a abandonarla, sólo a reducir un poco el ritmo de

trabajo. Podría escribir los guiones en casa y llevar bastante parte del trabajo. Una vez que hubiera acabado de pagar la hipoteca el año que viene, incluso podría permitirme buscar a alguien que me ayudara con la casa y el niño cuando tuviera que ir al estudio —añadió, con los ojos brillantes.

Él deseaba que esa luz permaneciera allí siempre. ¿Podría confiar en él y volver a amarle?

—Lo tienes todo planeado, ¿verdad?—preguntó Darío, sonriendo suavemente.—No exactamente. Verás, mi plan de vida no ha salido como yo quería debido

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a la falta de un solo ingrediente.—¿Cuál?—El hombre adecuado.—A veces la persona adecuada surge en los sitios más inesperados.Se inclinó hacia ella, le quitó la taza de la mano y se llevó su palma a los

labios. Sus rodillas se tocaban por debajo de la mesa.—Por ejemplo, ¿dónde?—Por ejemplo, en restaurantes italianos cerrados. Liza, vamos a casarnos y a

tener hijos.A lo mejor ella le había perdonado y podía volver a enamorarse de él. Se

producía una corriente de atracción física entre ellos. Lo había sentido la noche anterior cuando Liza se había aferrado a ese beso de buenas noches, y volvía a experimentarlo en ese momento, mientras le miraba con esos profundos ojos oscuros.

—¡Estás loco! —se rió ella—. Ni siquiera tenemos una aventura.—Eso puede solucionarse en seguida —repuso Darío, acariciándole la rodilla—.

Hay un apartamento vacío arriba.—¿Está amueblado?—Con lo esencial.Ella apenas podía creer que todo estuviera sucediendo tan deprisa. Sabía, por

supuesto, que él no le hacía en serio la proposición, pero la noche anterior Darío le había dicho que estaba enamorado de ella. ¿Se lo había dicho de verdad? Y, lo más importante, ¿quería ella que fuera de verdad?

—Creo que será mejor que vayamos a trabajar.Darío apartó la mano de su rodilla y se levantó.—Se me ocurren cosas mejores que hacer que ir a trabajar, pero vamos, Eliza.Mientras entraban en el estudio de Brooklyn, Darío le preguntó si quería ir a

comer con él.—No puedo, voy a comer con Bárbara. Tenemos que hacer planes para el

viaje que vamos a hacer dentro de unas semanas.—Ah, ¿dónde vais?—Vamos a ir a la vieja granja que tienen sus abuelos en el interior.—Entonces, ¿qué te parece cenar conmigo? —Yo... Oh, oh...Desde donde estaban parados hablando, Eliza veía la entrada del edificio, por

lo que fue la primera en ver llegar a Leonard. Estaba recién afeitado y llevaba un traje impecable de lana gris; no se parecía en absoluto al hombre bebido que se había derrumbado en el cuarto de huéspedes la noche anterior. Su aspecto elegante y reposado no sorprendió tanto a Eliza como su llegada al estudio. Ella sabía que no había dejado de atender nunca el consultorio que tenía con otros tres médicos en Manhattan.

—¿Qué quieres decir con «oh, oh», Eliza? ¿Sí o no? —inquirió él. Notó entonces que ella tenía los ojos fijos en la puerta y miró hacia allí—. Vaya, parece que el buen doctor se ha recuperado maravillosamente.

—¡Buenos días a todo el mundo! —saludó Leonard alegremente. El aspecto típicamente italiano del acompañante de Eliza le indicó quién era éste y Leonard tendió su mano con un gesto amistoso—. Usted es Darío Napoli, ¿verdad? Eliza mencionó anoche que estaba en Nueva York.

Eliza hizo las presentaciones precipitadamente y observó con nerviosismo cómo se intercambiaban saludos, como dos enemigos dispuestos a comenzar una pelea. Darío estrechó la mano del hombre mientras le examinaba de arriba abajo.

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Ese individuo, sereno y seguro de sí mismo, no se correspondía con el borracho del que Eliza le había hablado la noche anterior. La idea de que ella le hubiera mentido y que hubiera dormido con Leonard pasó por su mente e hizo que su sangre se encendiera. Miró a Eliza, y lo que vio en sus ojos hizo que se avergonzara de haber dudado de ella. Eliza había hablado en serio cuando le había dicho que había acabado con Leonard, pero era evidente que Leonard no consideraba terminadas sus relaciones con ella.

—Encantado de conocerle, doctor James —dijo Darío y luego se volvió hacia ella—. Voy al plató para discutir los cambios de reparto con los actores.

—¿Trabaja usted aquí? —preguntó Leonard, sonriendo forzadamente.—Sólo temporalmente.—Vaya —repuso el médico cuando él se marchó—. ¿Para qué le has

contratado, Eliza? ¿Para tenerle siempre a mano?—Tranquilo, Leonard. No tienes ningún derecho a hablarme así. ¿Qué haces

aquí?—Vamos a hablar a tu despacho, ¿de acuerdo?—Bueno, pero no tengo mucho tiempo.Beverly sonrió y les saludó efusivamente cuando entraron en las oficinas. El

encantador doctor James era una de sus personas preferidas, y además Leonard se detuvo un momento para preguntarle por sus nietos antes de seguir a Eliza al despacho.

Las palabras de Leonard la dejaron asombrada:—Voy a tomar seis meses de excedencia, Eliza.

Quiero que tú hagas lo mismo y vengas a hacer un largo viaje conmigo. ¿Qué te parece un recorrido por Europa? Hemos hablado muchas veces de hacerlo y nunca hemos tenido tiempo. Llevo pensando mucho en nuestras relaciones últimamente; he comprendido que no nos hemos dado el tiempo que necesitábamos. De repente me he dado cuenta de que voy a cumplir cincuenta años y de que ha llegado el momento de volver a considerar mis metas en la vida. Eso significa que lo que más me importa es pasar más tiempo contigo. Quiero casarme en cuanto...

—Oh, Leonard, no —le interrumpió—. Se acabó lo que había entre nosotros. ¿No ves que eso ya no va a funcionar? Además, yo no podría dejar mi trabajo precisamente ahora aunque quisiera. HEI está atacándome por todos los lados, y tengo que hacer el programa para el estudio de Hollywood.

—Déjalo todo por una temporada, por favor. Si yo estoy dispuesto a hacerlo por ti, puedes hacer por lo menos ese pequeño esfuerzo, Eliza. Es lo único que te pido.

—No puedo —repitió ella enfáticamente—. Es más, no quiero. Leonard, por favor, no me lo pongas más difícil. Mantuvimos una buena relación en muchos aspectos, pero ya se ha terminado.

—Gracias a ese gigoló que ha aparecido de repente —objetó él con amargura.—No, ya había acabado mucho antes de que él volviera. Llevamos seis meses

sin vernos. ¿Es que eso no significa nada para ti?—Sí, significa que los dos teníamos que pensar en nuestras relaciones. Yo lo

hice y quiero casarme contigo. Incluso estoy dispuesto a tener hijos ahora. Me quedaré en casa y los cuidaré si es eso lo que quieres de mí. ¿Qué más puedo decirte, Eliza? Haré todo lo que tú quieras.

—Pero yo no quiero nada de ti —replicó con tristeza, preguntándose cómo

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podría hacerle comprender.—Bueno, entonces, tendré que tener paciencia y esperar a que cambies de

opinión. Aplazaré el viaje, así tendré más tiempo para trabajar con mi grupo.—Leonard —suspiró Eliza—, no voy a cambiar de opinión. Tardé bastante

tiempo en... en darme cuenta de que nuestra relación estaba condenada al fracaso, y no voy a volverme atrás. A todo esto, ¿de qué grupo estás hablando?

—Me he inscrito esta mañana en un grupo de terapia para médicos que tienen problemas de alcoholismo. Es algo que debía haber hecho hace unos años, además de casarme contigo, pero ya conoces el dicho, Eliza: Más vale tarde que nunca.

—Oh, Leonard, es maravilloso. Estoy orgullosa de ti. Eres un médico demasiado bueno para desperdiciar tu carrera por culpa del alcohol. Háblame más de ese grupo.

Siguieron charlando hasta que Eliza tuvo que excusarse para empezar su trabajo. Leonard no perdió la esperanza de que ella volviera a él, aunque Eliza rechazó su invitación a cenar. De mala gana, ella accedió a ir a comer con él un día de la semana siguiente. Después de todo, eran amigos hacía mucho tiempo, así que a Eliza no le importaba estar en su compañía ocasionalmente, siempre y cuando él dejara de presionarla para retomar la relación romántica inicial. Aparte de eso, quería hacer todo lo posible para animarle a participar en aquel grupo en que se había inscrito.

Se concentró en su trabajo el resto de la mañana, supervisando la multitud de tareas que constituían la rutina diaria de llevar una productora. Estaba deseando que llegara la hora de la comida para estar con Bárbara, ya que las exigencias de trabajo de las últimas semanas habían privado a las dos mujeres de las conversaciones íntimas que tanto les gustaban. Eliza todavía no conocía al nuevo hombre que había entrado en la vida de su amiga; sonrió al recordar la llamada telefónica de Bárbara que había recibido hacía unas semanas en su hotel de Hollywod:

—¡OH, Eliza! ¡Por fin he encontrado al hombre ideal! —le había dicho con todo el entusiasmo de una adolescente dispuesta a acudir a su primera cita.

—Eso me suena, Babs —se había reído Eliza —. Creo que debes haber encontrado una docena durante el año pasado. ¿Dónde has conocido a éste?

—Jared nos presentó. Oh, Eliza, es amor verdadero por fin.—Quieres decir deseo sexual.—Eso también. Espera a ver a ese hombre. Todavía no he podido llevarle a la

cama, pero creo que esta noche lo lograré. Si todo va bien, me lo llevaré a una isla tropical y me lo guardaré allí para siempre.

—Oh, Babs, te cansarías de él antes de un mes. Siempre te pasa lo mismo.—Porque nunca me había encontrado con un italiano tan moreno y magnífico.

Pero no me hagas más preguntas ahora. Vas a tener que verlo para creerlo.Bárbara no había vuelto a mencionar a su nuevo novio, por lo que Eliza

suponía que ya había terminado la aventura, pero eso no lo podría saber con seguridad hasta que no hablara con su amiga.

Eliza llamó al plató para que avisaran a Bárbara y recordarle sus planes para comer juntas. Tardó bastante en ponerse al teléfono, pero lo que más sorprendió a Eliza fue la actitud de su amiga. Quería cancelar la cita; sin embargo, no era eso lo sorprendente, ya que en otras ocasiones habían tenido que cambiar de planes por un motivo u otro, sino el tono de resentimiento e incluso de enfado, que había en su voz.

—Bárbara, ¿qué pasa? —le preguntó Eliza, puesto que ni siquiera le había

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'ofrecido una excusa.—Simplemente no me apetece comer contigo, eso es lo que pasa. Tengo que

irme ahora. Estoy repasando mi papel con Fred.Colgó sin esperar la respuesta de Eliza, quien observó anonadada el auricular.

¿Qué había hecho para ofender a Bárbara de ese modo? Había accedido a todos los deseos de su amiga en el terreno laboral, y si Bárbara tenía un problema profesional, no solía pagarlo con los demás. Lo mejor era hablar con ella cara a cara; la actriz era demasiado sincera para mentirle cuando hablaban directamente.

Salió del despacho y se dirigió al equipo. Darío estaba manejando la jirafa y dirigiendo al mismo tiempo. La saludó desde arriba. Eliza sonrió y le devolvió el saludo, mientras buscaba a Bárbara con la mirada. La vio sentada un poco más allá del plató, repasando su parte con otro miembro de la compañía. Bárbara alzó la cabeza y frunció el ceño al ver que Eliza se acercaba a ellos, confirmando las sospechas de esta última de que algo malo debía haber ocurrido. Tenía que tratarse de un malentendido, y Eliza estaba decidida a aclararlo.

El hombre que ensayaba con Bárbara saludó a Eliza afectuosamente:—Me alegro de volver a verte por el estudio. Me han dicho que has estado

trabajando en casa estos días.—Sí. He estado preparando los guiones para el programa nuevo.—Ya me enteré de eso. Enhorabuena. —Gracias. Freddy, ¿te importa si te

quito un momento a Bárbara? Tengo que hablar con ella. —No hay problema. Ya hemos ensayado todo el texto.

Cuando Fred se marchó, Eliza se sentó y volvió a preguntarle a su amiga qué pasaba. Bárbara jugueteó con el guión antes de mirar fijamente a los ojos de Eliza.

—¿Quieres decir que no tienes idea de lo que pasa? No empeores la situación mintiéndome, Eliza.

—Lo siento, Babs, no sé de qué estás hablando —repuso Eliza, aturdida por el tono acusador con que se dirigía a ella—. Dime qué he hecho para que actúes de esta manera.

Bárbara sacó un cigarrillo del bolso, y Eliza no se molestó en recordarle que estaba prohibido fumar.

—Entonces te daré una pista. Verás, es un viejo tópico que hemos utilizado varias veces en la serie. ¿Te acuerdas de la historia de Jill y Carol el año pasado?

Eliza recordó inmediatamente esa parte del argumento y se estremeció. Era la historia de dos buenas amigas que se enemistaban al enamorarse del mismo hombre.

—OH, no, Babs. Te refieres a Darío, ¿verdad?—¡Claro que sí! —exclamó Bárbara, furiosa—. ¡Es evidente que no se trata de

Leonard!—¡OH, Babs!Todo adquiría sentido entonces. Cuando Bárbara la había llamado a Hollywood

y le había hablado del nuevo hombre de su vida era cuando Darío había empezado a trabajar en el estudio. También comprendía por qué conocía Darío a su hija.

—La cuestión es que él prácticamente se deshizo de mí en cuanto tú le diste alas. ¿Por qué no me dijisteis ninguno que habíais estado casados y que todavía estabais enamorados? Por lo menos me habría puesto en guardia en vez de haberme ocupado de llenar su tiempo libre hasta que tú estuvieras lista para irte a la cama con él.

—No sabes lo que estás diciendo, Babs: Además, yo te conté que estuve casada con un director de cine americano de ascendencia italiana.

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—¿Cómo diablos iba a saber que era Darío? —replicó, al borde de las lágrimas.—¿Y cómo iba a saber yo que él vendría aquí y que tú te enamorarías de él? —inquirió Eliza, esforzándose por no alzar la voz.—Cuando volvió no me dijiste que era tu exmarido. Podías habérmelo dicho.

—Yo no supe que Jared le había contratado hasta que volví de California, Babs, de verdad. Y tú tampoco me dijiste cómo se llamaba el hombre que habías conocido cuando me llamaste a Hollywood. Te lo habría dicho entonces.

—Seguramente —dijo Bárbara con amargura—. ¿Y por qué Darío tampoco me contó nada?

—No puedo responder por Darío —contestó ella mientras se preguntaba por qué no le habría comentado Darío sus relaciones con su mejor amiga—. Él no me ha hablado de ti, quiero decir en ese sentido. Sólo hemos hablado de tu trabajo en la serie. Tiene muy buena opinión de ti como actriz.

—Pero no tanta como mujer. Creo que me consideró una mujer fácil en el instante en que me conoció.

La idea de que Darío estuviera durmiendo con otra mujer mientras le aseguraba que estaba interesado por ella, hirió profundamente a Eliza. ¿Qué clase de juego se traía entre manos?

—OH, Babs, no digas eso, por favor. Si Darío... se ha interesado por ti' estoy segura de que ha sido porque te respeta como persona. Él no es de esa clase de hombres. .

En el fondo se preguntaba qué clase de hombre había que ser para tratar de hacer el amor a una mujer después de haber tenido una aventura con su mejor amiga.

—Al diablo con que no lo es. Él me utilizó, Eliza. Yo creía que lo nuestro marchaba bien, pero cuando le invité a ir a la granja el fin de semana, me dijo que no podía y que ya no iba a salir más conmigo a causa de lo que sentía por ti. Me pregunto si ese hombre tiene escrúpulos, aunque si no le importó acostarse con otras mujeres cuando estabais casados, ¿por qué iba a importarle ahora?

—Vamos, Babs. Yo no mantengo lo que se dice una relación con Darío, pero si hubiera sabido que salías con él, no habría dejado que sucediera nada de esto.

Uno de los ayudantes del director llamó a Bárbara. Eliza la cogió por el brazo cuando ella se levantó para marcharse.

—Babs, tenemos que seguir hablando de esto.—No tengo nada más que decirte. Déjame en paz.Eliza observó en silencio cómo Bárbara se dirigía al plató tres. Poco rato

después, ella también se encaminó allí y, sentada en la silla vacante del director, vio algo que probablemente no advertía nadie más que las partes implicadas. Vio el dolor que se reflejaba en los ojos de su amiga siempre que no la enfocaba la cámara y la ansiedad con que miraba a Darío, quien continuaba dirigiendo desde lo alto de la jirafa. Incluso se imaginó que Darío era consciente de la sutil corriente de tensión. Estuvo segura de esto último cuando él se dio cuenta de que ella estaba en su silla y le pidió al ayudante que tomara su lugar. Eliza trató de evitarle, abandonando el plató, pero él la alcanzó.

—No vas a huir de mí esta vez, Liza.—No sé, de qué estás hablando, Darío. He venido un momento a ver cómo

hacíais la escena y ahora tengo que volver a trabajar.

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Eliza no había tenido tiempo de asimilar todo lo que le había dicho su amiga y, por otra parte, tampoco quería entablar conversación con él estando a unos pasos de Bárbara.

—Te he visto hablar con Bárbara hace un momento.—¿Y qué? Bárbara es amiga mía. Siempre hablamos en el estudio.—¿Y todas vuestras conversaciones son tan interesantes?—A veces.—Tenemos que hablar, Liza.—Ahora no. Tengo trabajo que hacer. —Entonces, ¿quedamos para cenar?—Creo que no voy a poder.—Está bien, Liza, si vas a seguir poniendo dificultades, di tú el sitio y la hora.

Estoy a tu disposición.—Será mejor que te avise más tarde.Él la cogió de la muñeca y la llevó al fondo del estudio. Como no quería hacer

una escena, Eliza se dejó llevar. Darío no habló hasta que no se hubieron sentado.—La última vez que esperé a que me avisaras tardamos quince años en volver

a vernos. No voy a dejarte marchar ahora que parece que hay un malentendido entre nosotros.

—No hay ningún malentendido, Darío. Simplemente tenías una aventura con mi mejor amiga mientras estabas conmigo y no dijiste nada.

Darío lanzó una maldición entre dientes en italiano, pero ella pudo adivinar su significado.

—`Es eso lo que crees?—¡Claro que es eso lo que creo! —exclamó ella e hizo una pausa para

serenarse—. Pero no me interpretes mal. Tú y yo no teníamos ninguna clase de compromiso, así que lo que hagas con otras personas es asunto tuyo.

—¿Que nosotros no...? Entonces, ¿por qué estás disgustada?—Estoy disgustada porque me has dejado en una posición muy incómoda con

Bárbara. Tú sabías que era mi mejor amiga y nunca me dijiste una palabra sobre ella. Ahora ella cree que los dos estábamos confabulados en su contra.

—Yo no soy responsable de la paranoica de Bárbara —repuso él secamente.—¡OH, Darío! ¡No has cambiado nada! ¡Eres la misma persona desleal, egoísta

e inmadura de hace quince años! Haces lo que quieres sin tener en consideración los sentimientos de los demás.

Eso no era lo que ella pensaba decir, no quería echarle en cara el pasado a cuenta de lo que había sucedido, pero estaba demasiado dolida para separar los acontecimientos recientes de aquellos que habían transcurrido años atrás. Y quizá estaban relacionados, pensó. Sólo que esa vez él no podía poner como excusa de su falta de sensatez la poca edad. Algunos hombres nacían mujeriegos, totalmente incapaces de guardarle fidelidad a una sola mujer, y ella empezaba a creer que Darío era de esa clase de hombres.

Se convenció de ello cuando él no hizo ningún esfuerzo por defenderse. Permaneció sentado mientras ella se levantaba para irse.

—Bien, ¿no tienes nada que decir?

—No, Eliza, creo que tú lo has dicho todo —murmuró Darío lentamente—. Hasta luego.

Darío se quedó allí largo rato después de que Eliza se fuera, mirando fijamente la mesa. Parecía que tenía la virtud de trastornar la vida de esa mujer. Sólo llevaba un mes allí y ya había conseguido que su mejor amiga la odiara,

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aparte de que estaba eliminando las posibilidades que pudiera haber de que se reconciliara con ese médico. No es que le gustara la idea de verla con otro hombre, pero por lo menos Leonard había estado a su lado durante años mientras él permanecía ausente. Tal vez ahora que Leonard se daba cuenta de lo que tenía en Eliza, se amoldaría, se casaría con ella y le daría la estabilidad y la familia que ella deseaba. Cada vez era más evidente que él no podía darle lo que ella necesitaba.

Había llegado el momento de dejar de persuadirla. Esperaba que esta vez no le costara mucho hacerse a la idea de que su amor era imposible. Quizá le resultara más fácil en esta segunda ocasión, pensó mientras volvía al plató.

Capítulo Seis

—Bueno, esto demuestra lo que me decía mi madre, Eliza. Dos mujeres no deben reñir nunca por un hombre. Los hombres vienen y van, pero la amistad permanece —dijo Bárbara. Hacía un calor poco habitual para un día de otoño y ella se desabrochó el abrigo—. ¿No te he contado nunca que cuando tenía quince años mi mejor amiga y yo nos enzarzamos en una pelea por un chico de nuestra clase de Geometría? Él había demostrado un ligero interés por las dos y luego terminó con una de las típicas niñas bien. Ninguna de las dos conseguimos atraparle.

—¿Crees que Darío está saliendo con alguna niña bien? —se rió Eliza, siguiendo el ejemplo de Bárbara y quitándose el abrigo.

—No, seguramente está con una de esas admiradoras que siempre tiene alrededor, o con alguna actriz joven que quiere un papel en su próxima película.

—No me sorprendería. Ya ha salido algunas veces en las revistas del corazón con alguna admiradora embobada a su lado. Cuando estábamos en la universidad, todas las chicas de la clase estábamos locas por él.

Hacía dos semanas hubiera parecido imposible que Bárbara y ella volvieran a hablar, y mucho menos de Darío, así que Eliza sentía un inmenso alivio de ver su amistad restablecida. Bárbara la había llamado el día siguiente al de la conversación que habían tenido sobre Darío en el estudio y le había pedido perdón, lo que había hecho que se calmaran bastante los ánimos. Desde entonces habían estado muy ocupadas para hablar de sus sentimientos por Darío en profundidad y de cómo aquello había afectado a su amistad, pero habían vuelto a tratarse con la cordialidad anterior.

—Y tú fuiste la única mujer que eligió para casarse, Eliza. Eso debe significar algo. Yo traté de hacerle hablar una noche sobre su matrimonio, pero era muy reservado respecto a ese tema, como si le doliera todavía pensar en ello después de todos esos años. ¿Habéis hablado del pasado Darío y tú?

—No mucho. En realidad, no había mucho que decir, Babs. Darío se vio atrapado en una situación que no pudo controlar debido a su inmadurez, mantuvo relaciones con otra mujer y eso acabó con nuestro matrimonio. Dios mío, aunque viviera cien años, nada podría hacerme tanto daño como eso. Cuando pienso en el estado de ánimo que tenía entonces, me, parece un milagro que fuera capaz de llegar al aeropuerto y volver a casa. Me sentía medio muerta, en una especie de trance, y pensé que no volvería a ser la misma.

—Y así debió ser —sugirió Bárbara—. De todas las mujeres que he conocido, tú eres la más fría y distante respecto a los hombres. Nunca te has comprometido

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por completo con ninguno. ¿Has pensado alguna vez que quizá Darío te hizo tanto daño que ahora tienes miedo de volver a amar?

—¡OH, no, Babs! No tengo miedo de enamorarme. Reconozco que me dedico a mi profesión más que la mayoría de las mujeres, pero ya era así antes de casarme con Darío. Nuestro gran sueño era trabajar juntos, conquistar el mundo del cine. Íbamos a tener nuestra propia productora. Darío iba a dirigir las películas y yo iba a producirlas. Íbamos a ser ricos y famosos y a vivir llenos de felicidad —recordó con una sonrisa melancólica.

—Bueno, parte de ese sueño se ha hecho realidad. Tú tienes una productora y Darío ha dirigido varias películas importantes.

—Sí, pero no ha sucedido tal y como lo habíamos planeado. Se suponía que íbamos a trabajar juntos, no con el océano Atlántico por medio.

—Todavía puede arreglarse esa separación. Sé que Darío te ha estado evitando estos últimos días, pero tengo la impresión de que siente un interés auténtico por ti.

—No, no lo creo. Le entregó su dimisión a Jared ayer.—Sí, y rechazó mi invitación a venir aquí al saber que ibas a estar tú. Todavía

no puedo creer que hiciéramos esa escena hace dos semanas. Sé que me has perdonado, pero me avergüenzo cuando pienso en las cosas que dije.

_No te preocupes. Comprendo cómo debiste sentirte al enterarte de que Darío era mi ex—marido y de que estábamos volviendo a tratarnos –dijo Eliza e hizo una pausa, ya que quería dejar el tema de conversación de Darío—. Humm, es maravilloso estar aquí, lejos del estudio. Hace tiempo que estoy pensando en comprar una casita en el campo. Lo haré cuando haya pagado la casa de Manhattan; sólo me queda un año para hacerlo.

—Sí, ya lo sé. Eliza, eres la mujer más adicta al trabajo que he conocido en mi vida. Incluso diría que utilizas el trabajo como excusa para limitar tus relaciones con los hombres.

—Oh, vamos —se rió Eliza—. Tú trabajas tanto como yo.Estaban sentadas en unas sillas plegables al lado del lago que había enfrente

de la granja de los abuelos de Bárbara, mirando a los niños, que jugaban a tirar piedras al agua. Los árboles lucían todas las tonalidades del rojo y el naranja, y el aire era limpio y fresco. Manhattan parecía que estaba a un millón de millas de distancia.

—Es cierto que trabajo mucho, pero también me divierto. Por cierto, ¿dónde crees que irá Darío después de dejar nuestra serie?

—No lo sé. En una ocasión habló de dirigir una película de Fanucchi en Hollywood, pero no estaba muy entusiasmado con el proyecto. Creo que estaba esperando que le saliera otra cosa, pero no me enteré de qué era.

—Oh, sí, ahora me acuerdo. Quería hacer otra película en Roma. Una de espías, me parece —Bárbara se levantó y gritó al ver que sus hijos se disponían a quitarse los zapatos—. ¡Eh, vosotros dos, os he dicho que nada de chapotear! Hace frío, y todavía estáis recuperándoos del dolor de garganta.

—El médico dijo que la hidroterapia era buena para mi pierna —replicó Pammie, la niña de diez

años, y siguió quitándose los zapatos. Su hermano de ocho años, Peter, era más obediente; se ató los cordones del zapato y se apartó de la orilla.

—Él no habló nada de agua helada —repuso Bárbara.Eliza siguió a su amiga a la orilla. La niña tenía el pelo revuelto porque se

había negado a peinarse esa mañana; dos lagrimones le corrían por las mejillas.

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—Vamos, cariño, yo te ayudaré con los zapatos —dijo Eliza.Iba a agacharse para hacerlo, pero Bárbara la detuvo poniendo una mano en

su hombro.—No, Eliza, por favor. Pammie ya es bastante mayor para ponerse los zapatos

sola.—¡Estoy aburriéndome mucho aquí! ¡Quiero ir a casa! Tú nos prometiste que

Darío iba a venir y que montaría a caballo con nosotros, y ni siquiera está aquí —gritó Pammie.

Bárbara palideció al oír las palabras de su hija.—¡Pammie, ponte los zapatos ahora mismo! Ya te dije hace tiempo que Darío

no podía venir. Es un hombre muy ocupado.Pammie cogió los zapatos y se fue corriendo hacia la casa.—No sabía que tus hijos le tenían tanto cariño a Darío —comentó Eliza.

Pammie y Peter no habían demostrado nunca demasiado afecto por los pretendientes de su madre.

—Sólo es Pammie —suspiró Bárbara, dejándose caer en la silla—. A Peter le gustaba Darío, pero no ha preguntado por él desde que dejé de verle. Creo que mi hija debe estar pasando por su primer amor de preadolescente. Ha estado imposible últimamente. Lo siento si te he ofendido por no dejarte ayudarla con los zapatos, pero todo el mundo la ha mimado tanto desde el accidente que me preocupa que eso tenga un efecto negativo en ella. Lo único que tiene es una ligera cojera que mejorará con el tiempo, no una incapacidad, y aunque la tuviera, yo insistiría en que se pusiera los zapatos siempre que fuera posible.

—No debí haberme ofrecido a ayudarla —admitió Eliza—: Soy más culpable que nadie de mimarla, pero es que es una niña tan adorable... Todavía me acuerdo de cuando cumplió cinco años.

Cada año Eliza organizaba las fiestas de cumpleaños de los hijos de Bárbara y de los niños que trabajaban en la serie. Sin importarle lo ocupada que estuviera, ella no se olvidaba de la fiesta de cumpleaños de ningún niño.

—Puedes quedártela —se burló Bárbara. —¡Vendida! Me la quedaré.—¿Vendida? Puedes quedártela por nada. De hecho, hay días en que daría

dinero por que se la llevara alguien.El abuelo de Bárbara salió para decirles que iba a llevar a los niños al pueblo a

hacer unas compras. Les preguntó si querían algo y, cuando ellas le contestaron que no, se marchó con un nieto cogido de cada mano.

—Tus abuelos son muy agradables, Babs.—Sí. Son unas personas muy activas para la edad que tienen.—Ya lo he visto.Los abuelos de Bárbara habían adquirido aquella casa de estilo colonial, de

ciento cincuenta años de antigüedad, cuando se habían jubilado y se habían dedicado a restaurarla. Eliza había seguido su trabajo con interés, puesto que a ella también le gustaba hacer obras en su casa de Manhattan. Muchas de las técnicas de restauración las había aprendido en esa granja de Cortland.

—Babs, vuelve a ponerte el sombrero. Te estás poniendo morena, y la semana que viene tienes que tener un aspecto pálido y enfermizo en el plató.

—Bueno, me daré crema de zapatos blanca en la cara.—He dicho enfermiza, no muerta.Las dos mujeres siguieron charlando hasta que llegó la hora de entrar en la

casa.—¿En qué podemos ayudarla? —le preguntó Eliza a la señora Philips.

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—En nada —contestó la anciana mientras seguía amasando el pan—. Id a la sala y sentaos al lado del fuego. Todo está preparado para cuando lleguen Paw y los niños.

—OH, abuela, trabajas demasiado. Deja que Eliza y yo te ayudemos —exclamó Bárbara—. Por lo menos a poner la mesa.

—Ya está puesta. Vamos, niñas, idos de aquí. —De acuerdo, abuela, tú ganas, pero después fregaremos los platos.

Mientras Eliza se acomodaba, Bárbara añadió unos cuantos leños más al fuego.

—Bárbara, ¿tú crees que cuando seamos mayores llamaremos «niñas» a las mujeres maduras como nosotras?

—A mí no me importa que nos llame así. Cada vez que me miro en el espejo me veo mayor. Dentro de poco tendré que interpretar un papel de abuela en Más allá del mañana. Y todavía no tengo cuarenta años. ¿Por qué me diste el papel de una madre adolescente que ahora tiene una hija adolescente?

—Ya sabes que en todo programa tiene que haber una «mala». Por cierto, ¿cómo está tu pierna?

Bárbara llevaba haciendo el papel de «mala» en la película cinco años, y la semana anterior había sufrido el ataque de una airada seguidora del programa que no había sido capaz de diferenciar al personaje de ficción de la verdadera Bárbara Hesse. Después de reconocerla, la mujer le había dado una patada en la espinilla.

—Todavía tengo el cardenal —contestó mientras se subía la pernera del pantalón—. Menos mal que había un policía allí cerca o si no esa mujer me hubiera matado. Te lo aseguro, Eliza, estaba fuera de sí. Yo iba tan tranquila leyendo en el Metro y de pronto empezó a acusarme de haber raptado a un niño. Inmediatamente me dio una patada —Bárbara se echó a reír—. El policía era encantador, pero no me reconoció y pensó que podía haber raptado de verdad al hijo de aquella mujer. Eso fue lo más divertido.

—Y supongo que se lo explicaste todo mientras tomabais una copa.—Eso hubiera querido yo, pero resultó que estaba casado. No sólo casado,

sino muy enamorado. Me dijo que a su mujer le gustaban los seriales y que podía quedar con ella alguna vez.

—Qué pena —la consoló Eliza—. A lo mejor el próximo caballero que te rescate está soltero. ¿Te conté lo de aquella vez que Jared y yo estábamos en un restaurante hablando de cuál era la manera mejor de matar a uno de los personajes que iba a marcharse del programa, y en la mesa de al lado estaban comiendo unos agentes del FBI? Nos oyeron por casualidad y creyeron que se trataba de un asesinato real.

—Jared me lo contó. Mira, Eliza, hay, veces en que no cambiaría mi trabajo en Más allá de mañana por nada del mundo.

—¿Aunque te den patadas en la espinilla?—Aún así. Ahora me reconocen en casi todos los sitios. El otro día una señora

me paró en la calle para preguntarme si Pammie era otra de mis hijas ilegítimas.—A ti te toca lo más divertido, pero yo lo único que recibo son cartas y

llamadas fastidiosas.Las llamaron a cenar unos minutos más tarde. Parecía que Pammie ya se

había olvidado de su deseo de volver a casa cuanto antes y se pasó todo el rato hasta la hora de dormir tratando de convencer a Eliza de que le diera un papel en Más allá del mañana.

—NO es a mí a quien tienes que pedirle eso, cariño —le dijo Eliza por décima

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vez mientras arropaba a la niña en la cama—. No podemos hacer pruebas a ningún niño sin el consentimiento de sus padres, así que lo primero que necesitas es el permiso de tu madre.

—¡Ella no va a dármelo! —lloriqueó Pammie—. Yo quiero trabajar con hombres interesantes como Darío y ser una estrella, pero ella no me deja.

Eliza reprimió una sonrisa. ¿Hombres interesantes como Darío? ¿De dónde sacaba una niña de diez años esas frases? Concluyó que indudablemente procedían de su madre.

—Darío no es un actor, Pammie. Él dirige.—Ya lo sé. Pero me gustaría trabajar con él.—En Más allá del mañana no. Él va a marcharse a dirigir una película —le

explicó Eliza pacientemente. Bárbara había entrado en la habitación y las observaba desde la puerta con el ceño fruncido—. Además, nunca he visto niñas en sus películas. A lo mejor, si estudias interpretación, cuando seas mayor, podrás trabajar con él. Buenas noches.

Eliza le dio un beso y bajó la escalera con su amiga. Los abuelos de Bárbara ya se habían retirado, y parecía que Peter ya estaba dormido en uno de los dormitorios del ático. Las dos decidieron quedarse un rato más tomando una copa frente a la chimenea.

—No sabía que Pammie quería ser actriz, Babs. La última vez que la vi quería ser médico.

—Sí, ya sabes cómo son los niños. Quería ser médico justo después del accidente porque estaba impresionada por el doctor Goodmen, y ahora quiere actuar porque está encaprichada con Darío.

—Bueno, si tú quieres, podíamos hacer algo. Ya sabes, un papelito de figurante al principio para ver cómo responde ante la cámara —sugirió Eliza—. Los padres de Joannie han dicho que van a trasladarse a Hollywood este verano, así que necesitaré a otra niña para interpretar su papel.

—Nada de eso. No quiero que mis hijos entren en el inundo del espectáculo a esta edad. Yo he pasado por eso, Eliza, ya que empecé a los cinco años y es duro. Perdí gran parte de mi infancia y tuve que aprender a soportar unas presiones que nadie debería aguantar antes de tener veintiún años.

—Lo sé, Babs, pero tú eres muy diferente de tu madre. Tú no intentarías dirigir la carrera de Pammie y empujarla continuamente al éxito de la manera que Michelle lo hizo contigo.

—Desde luego. Michelle es algo fuera de serie. Me llamó desde París la semana pasada para preguntarme que si aún continúo trabajando en la televisión. ¿Te imaginas? Llevo actuando veinte años y ella todavía espera mi presentación estelar.

—La verdad es que has tenido bastantes ofertas. Siempre me sorprende que no hayas aceptado ninguna, pero comprendo tu postura debido a los niños. Te admiro por eso.

—Gracias, me alegro de que alguien lo haga. ¿Quieres otra copa? —le preguntó Bárbara mientras se servía la tercera. Momentos después, bajó la voz y se acercó más a Eliza—. Eliza, ¿te importa que te haga una pregunta personal?

—¿Desde cuándo empiezas preguntando si puedes preguntar? —se rió ella—. Claro, pregunta lo que quieras.

—¿Qué tal es Darío en la cama?—Bastante malo, a decir verdad. Tenía tan poca experiencia como yo, pero yo

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era demasiado ingenua para conocer nada mejor entonces. Has de tener en cuenta que cuando nos casamos él no tenía más que veintiún años. Era nuestro primer amor.

—No, yo me refiero a ahora, no hace quince años.—¿Ahora? ¿Cómo voy a saber qué tal es ahora? No me he acostado con él.

¿Por qué no me lo cuentas tú? Tú eras la que tenía una aventura con él, no yo.—Yo no me he acostado nunca con él, Eliza.—Pero tú me diste a entender que así era. Y ahora que lo pienso, Darío

también —añadió, al recordar la reacción de él cuando le había acusado de tener una aventura con su mejor amiga.

—¿Él te dijo que se había acostado conmigo? ¡Qué engreído!—Pero, Babs, tú misma dijiste que él te había utilizado, que te deseaba porque

eras... eras...—¿Fácil? —terminó Bárbara por ella.—Sí, recuerda que esas fueron tus palabras.—Bueno, eso es lo que pensaba —se encogió de hombros y cerró los ojos un

momento—. Quiero decir al principio. Eso es lo que quieren la mayoría de los hombres, ¿no?

—Supongo que muchos sí. La cuestión es que tanto uno como otro me disteis la impresión de que habíais tenido relaciones íntimas.

Bárbara se levantó, echó otro leño al fuego y luego se volvió lentamente.—Tal vez es porque yo quise darte esa impresión, Eliza.—¿Por qué, Babs? No lo comprendo.—OH, Eliza, para ser una profesional que se dedica a escribir esos dramas que

encogen el corazón de todo el mundo eres muy ingenua. Quería hacerte daño porque tú me habías hecho daño a mí. Es así de sencillo. No sabes lo avergonzada que estoy ahora, pero antes estaba enfadada porque no me habíais dicho que estuvisteis casados y porque él rompió conmigo. Sabía que si tú pensabas que Darío se acostaba conmigo, seguramente dejarías de verle, por lo menos una temporada.

—¿Y creías que él volvería a interesarse por ti?—Más o menos, lo que era absurdo porque él nunca estuvo muy interesado

por mí. Como de costumbre, en el momento en que puse mis ojos en él le perseguí por el estudio hasta que se cansó de huir y accedió a salir conmigo. Después de la primera cita, creo que volvió principalmente porque Pammie se lo pidió; es un hombre demasiado dulce para rechazar a un niño.

Bárbara estaba tan turbada que Eliza se apresuró a tranquilizarla:—Babs, todo eso ya pasó. No me debes ninguna explicación. Mi única

preocupación consistía en que tú creyeras que yo te había engañado deliberadamente sobre mi pasado y mi relación actual con Darío. Ahora que ya está todo aclarado, no tenemos que hablar más de ello. Venga, vamos a cambiar de tema. Háblame de ese nuevo hombre de tu vida. Le vi en el estudio la semana pasada. ¿No ha intervenido en una serie de NBC?

—Sí, pero no quiero hablar de él ahora. Todavía no he terminado con lo de Darío. Si no hubiera sido por mí, seguiríais juntos. Él está muy interesado por ti, Eliza.

—Lo dudo, la verdad. Hace dos semanas que no me dirige la palabra.—Hay un motivo para eso. Está enamorado de ti, y tú rompiste con él por

lealtad a una amiga. Seguro que no le dejaste explicarte lo que había en sus pensamientos. Por lo menos, debían quedar como amigos.

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Le encontró en el plató con la nueva directora que Jared acababa de contratar. Como Jared al principio, .la joven estaba demasiado impresionada por la presencia de un director tan famoso como Darío para concentrarse en la explicación que le estaban dando de las tareas que le correspondían.

—¡Eliza! —la saludó Jared al verla acercarse—. Ya conoces a Paula, ¿verdad?—No, pero he oído hablar muy bien de ella —contestó Eliza, estrechando la

mano de Paula—. Encantada de tenerte con nosotros.—Gracias. Yo estoy más que encantada, señorita Rothcart. Queda trabajar en

series de televisión desde que tenía edad suficiente para encender el televisor —dijo la joven con entusiasmo.

—Entonces ésta es tu oportunidad. Verás que el único misterio que hay es trabajo, trabajo y más trabajo.

Hasta entonces había evitado mirar directamente a Darío, y él no había dicho una palabra. Ella se volvió bruscamente cuando le oyó hablar:

—¿Me disculpáis? Es hora de empezar a hacer la escena final.—Darío, ¿te importaría que Paula se hiciera cargo un momento? Me gustaría

hablar contigo. —Bueno. ¿Vamos a tu despacho?Empleaba un tono que subrayaba la relación empleado-empresario, la cual no

era la que Eliza quería que se estableciera en ese momento. Ella miró el reloj de la pared.

—¿Ya has cenado?—Sí, pero no me importa tomar otra taza de café.—Bien. Entonces, vamos a O'Leary's.Eliza deseaba que él dijera algo, cualquier cosa, —durante los cinco minutos

que tardaron en llegar a la cafetería, pero Darío permaneció en silencio hasta que se sentaron.

—Voy a echar en falta trabajar en tu productora, Eliza. He aprendido a respetar las series diarias y a la gente que las hace. Estos últimos meses he recopilado mucho material para el libro que estoy escribiendo. Muchas gracias por darme esta oportunidad.

Ella se preguntó si no había un cierto sarcasmo en sus palabras, pero decidió que debían ser imaginaciones suyas.

—De nada, Darío. Los niveles de audiencia han vuelto a subir durante las seis semanas últimas. Son los más altos que hemos alcanzado, y estoy convencida de que el motivo eres tú. Has sido una fuente de inspiración para toda la compañía. Así que ahora vas a Roma...

La camarera tomó nota del emparedado de jamón y queso que quería Eliza y del café de Darío.

—¿Estás seguro de que no quieres nada más?—No, gracias, Eliza.Cada vez que decía su nombre, ella pensaba en que antes él era incapaz de

reprimirse y la llamaba Liza. El nombre completo surgía ahora con tanta espontaneidad de sus labios como el diminutivo antes.

—Háblame de ese proyecto de Roma.—Es lo habitual: otra película de intriga. Esta es un poco diferente porque

transcurre en el futuro, pero se trata básicamente de la misma fórmula.—¿Con platillos volantes en vez de coches deportivos?—Algo así —sonrió Darío—. He oído que tu nuevo programa también marcha

bien.—Sí, estoy a punto de acabar los diez guiones que querían —Eliza hizo una

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breve pausa—. Darío, no quería hablar contigo de asuntos profesionales. —Eso me parecía —replicó él.

Mientras se esforzaba por pensar qué decir, Eliza fijó su atención en su rebelde pelo canoso. Aparentemente no se lo había cortado desde que había ido a Manhattan, hacía unos dos meses, y casi le rozaba el hombro por el lado hacia donde inclinaba la cabeza.

—Te hace falta un afeitado y un corte de pelo, Darío —dijo ella por fin.Él se echó a reír y le cogió una mano.—Eliza, hace mucho tiempo que un empresario no me reconvenía por llevar el

pelo largo y barba.El calor de su mano hizo que sus mejillas se colorearan suavemente, y luego

un poco más cuando Darío entrelazó sus dedos con los suyos. También ella acarició su mano, haciendo que se aceleraran los latidos del corazón de Darío. Este todavía consideraba un milagro no haber cedido a los impulsos irrefrenables de llamarla durante las dos últimas semanas. Sí, había guardado la distancia, pero debido a que la amaba demasiado para hacerle daño. Y aunque ésa no era su intención en absoluto, había visto que ése era el resultado que se producía inevitablemente.

Eliza observó el ceño fruncido de Darío, turbada, pensando que estaba poniéndose en evidencia al flirtear con un hombre que no se sentía atraído hacia ella, un hombre a quien ya no le importaba si ella confiaba en él o no.

—Quería decirte algo, Darío: He sido injusta contigo.Ya estaba. Por fin había conseguido pronunciar la disculpa que le debía. Darío

sonrió y se llevó su mano a los labios. La dulzura que veía en los dorados ojos castaños la tranquilizó un poco.

—Sigue.—No me lo estás poniendo muy fácil —le regañó ella suavemente. Eliza tenía

el presentimiento de que Darío sabía exactamente lo que ella quería decirle y que quería oírlo sílaba a sílaba.

—No, Liza. Llevo mucho tiempo esperando oírte decir que mi comportamiento merece tu confianza. Y ahora quiero que lo digas.

—De acuerdo. Fui una idiota al creer que te acostabas con Bárbara al mismo tiempo que nosotros... nosotros estábamos...

—¿Pensando en acostarnos? —sugirió él con una sonrisa que la embelesó—. Liza, yo he pensado en eso día y noche. Y sigo haciéndolo.

—Ya he notado el toque apasionado que les has dado a todas las escenas de amor —murmuró ella.

—Te aseguro que no era ahí donde quería poner mi toque apasionado.—Darío...—Sigue.—Debía haber dejado que te explicaras en vez de precipitarme a sacar

conclusiones. Lo siento. ¿Me perdonas?—Por supuesto. Tengo que reconocer que yo también tuve la culpa. Debía

haberte dicho que tu amiga creía que había algo entre nosotros que en realidad sólo existía en su imaginación. La verdad es que tardé en darme cuenta de lo que Bárbara sentía por mí —le confesó, un poco avergonzado por revelar ese dato de admiración femenina hacia sí mismo—. Eliza, ¿te importa que te pregunte por tus relaciones con Leonard? He visto que va casi todos los días al estudio.

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—No, no me importa. Se trata únicamente de una relación de amistad. Si paso más tiempo con él, es porque quiero animarle a continuar en el grupo en que se ha inscrito. ¿Te conté que está en un grupo de ayuda a médicos con problemas de alcoholismo? Leonard no ha tomado una copa desde que asiste a esas reuniones.

—No, no me lo habías dicho, pero me parece bien. Aunque él tendría que hacerlo por sí mismo, no para impresionarte.

—Leonard no hace esto por mí. Está muy preocupado por su carrera.—Eso espero. ¿Nos vamos?—Sí. Ya debería estar en casa trabajando. Tengo que escribir el proyecto de

guión para los seis meses siguientes de Más allá del mañana.—Yo también tengo algunas ideas. Llévame a tu casa y te las explicaré.—¿Ideas para el argumento?Él le rodeó la cintura con un brazo mientras salían de la cafetería.—¿Me resultaría más fácil conseguir una invitación para ir a tu casa si te

mintiera y te dijera que sí?—No, para mí la sinceridad es la mejor táctica.—Me quedan tres días y dos noches antes de irme a Roma. ¿Qué posibilidades

tengo de pasar por lo menos una de esas noches contigo?—Bastantes —murmuró Eliza mientras se sentaba en el asiento trasero de un

taxi; junto a él.

Capítulo Siete

El perro recibió a Darío como si fueran viejos amigos, moviendo la cola alegremente y apoyando sus enormes patas delanteras en el pecho de él.

El comportamiento del perro sorprendió a Eliza.—Dicen que los niños y los animales son los que mejor juzgan a las personas.

Ya me he enterado de que Pammie te tiene mucho cariño, y es evidente que Eli te quiere.

—Yo también quiero a Pammie, Eliza. Siento no haber tenido la oportunidad de verla más. ¿Cómo está?

—No muy bien. La pierna no evoluciona como decía, y dentro de unas semanas van a volver a intervenirla. ¿Qué quieres beber?

—Una copa de coñac. Siento lo de Pammie. ¿Por qué no la llevamos los dos a algún sitio antes de irme 'de Manhattan?

—Me encantaría pasar una tarde con Pammie, pero tengo mucho trabajo que hacer esta semana. De todas formas, puedes llamar a Bárbara y decirle que quieres llevarte a Pammie un rato. Está saliendo con otro hombre, así que no creo que siga interesada por ti.

—Ah, qué pronto olvidan:.. —suspiró mientras cogía la copa que le ofrecía—. Gracias. Bueno, haré lo que has dicho.

Mientras bebía, Darío oyó un ruido en el piso de arriba.—¿Hay ratones?—Es Tim, el conejo. Tendría que ser un ratón enorme para hacer ese ruido.—Vamos a verle.—¿Estás seguro de que no es una excusa para estar más cerca de mi

dormitorio?

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—No, no estoy seguro.—No olvides que ese conejo muerde:—No lo haré. Vamos a ver —dijo, subiendo la escalera con ella—, ¿dónde está

ese terrible conejo? —Está acercándose a nosotros. Efectivamente, el animal corría por el pasillo y se detuvo a unos pasos de ellos.

—No parece tan feroz —comentó Darío al tiempo que le acariciaba una larga oreja blanca.

—En este momento no, pero tiene muy mal genio.—¿Cuánto hace que lo tienes?—Desde junio. Lo encontré comiéndose mis petunias en el jardín y lo traje

aquí. Busqué a su dueño, pero no tuve suerte. Vaya, ya está sonando el teléfono. Disculpa.

Fue a contestar el teléfono a su dormitorio y Darío la siguió. Mientras hablaba, él permaneció de pie mirando por la ventana.

—¿Asuntos de trabajo? —le preguntó él cuando colgó.—Era Beverly. Ha dicho que es necesario que vaya al estudio mañana. Han

pasado muchas cosas. ¿Te habías enterado de que el programa piloto de la serie nueva de HEI ha resultado un desastre? Lo han presentado a varios grupos de espectadores esta semana y no le ha gustado a nadie.

—Sí. Vi a Gene Stone el otro día. Parece que en HEI se ha decidido dejarte llevar Más allá del mañana a tu manera.

—Y lo más importante: nos asignarán más dinero, con lo que podremos hacer más escenas en exteriores.

—También me he enterado de eso. Don Kennedy ya me ha pedido que llegue a un acuerdo con ese amigo mío que tiene una isla en el Caribe. Te hablé de él, ¿no te acuerdas? —dijo Darío distraídamente, preguntándose cómo era posible que estuvieran hablando de negocios en un momento como ese en el que él era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera en hacerle el amor.

—Sí.Eliza recordó que Darío le había propuesto que visitasen juntos la isla. Sus

pensamientos eran similares a los de él: estaban en su dormitorio y Darío todavía no la había besado, no la había estrechado entre sus brazos.

—Es estupendo. Una vez escribimos una historia que transcurría en una isla tropical, pero tuvimos que olvidarnos de ella porque lo único que podíamos hacer era echar montones de arena en el plató. ¿Vas a ir a la isla con nosotros?

—Eso depende.—¿De qué?—De varias cosas en las que no quiero pensar ahora.Parecía que se sentía incómodo en su habitación, y Eliza deseó haber

contestado el teléfono en cualquier otro lugar. Iba a preguntarle qué le pasaba cuando volvió a sonar el teléfono.

—Dígame —dijo Eliza sin apartar los ojos del rostro de Darío.Era una de las actrices, que quería rescindir el contrato ya que había recibido

una oferta mejor de HEI.—Lo siento, Joan, ahora no puedo —le contestó Eliza.—Pero si sólo me quedan seis meses. Por favor, Eliza. El otro programa es por

la noche, y me hace falta darme a conocer.—No puedo, Joan. Voy a quedarme por lo menos sin dos personas este mes.Siguieron hablando unos cinco minutos más hasta que Eliza se despidió. El

teléfono sonó nada más colgar, pero ella puso en marcha el contestador

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automático.—Así está mejor. Si no, iban a tenerme toda la noche atendiendo —a la gente

que quiere rescindir el contrato y a la que quiere ocupar los puestos que quedan vacantes. La verdad, Darío —añadió mientras ponía las piernas sobre la cama y apoyaba la espalda en la almohada—, a veces me encuentro, entre la espada y la pared.

Darío sonrió. Así era cómo se sentía él también, aunque en su caso no tenía nada que ver con el mundo de los negocios. La quería, pero en el fondo sabía que sus relaciones no iban a llegar a marchar bien porque la desconfianza de Eliza hacia él estaba profundamente enraizada. A pesar de que ya había comprendido lo que había ocurrido con Bárbara, estaba seguro de que surgiría cualquier otro problema.

—Siéntate en la cama y dime en qué estás pensando, Darío. Seguramente, no tiene nada que ver con mis preocupaciones laborales.

—No olvides que tengo que marcharme de Manhattan dentro de unos días, Eliza.

Darío pensaba en ese momento tanto en la vulnerabilidad de ella como en la suya propia. Aun así, se acercó a la cama y le cogió la mano.

—¿Es una manera de decirme que esto es una relación sin futuro?—No son las palabras que yo habría empleado, pero supongo que puede

decirse eso.—¿Por qué decir nada? No soy una jovencita inexperta. Ya no tengo diecisiete

años. No voy a echarme a llorar y a pedirte que señales la fecha de la boda.—Me ha parecido que debía advertirte –sonrió él por el recuerdo que ella

había evocado. —¿Siempre eres tan considerado con las mujeres con las que vas a hacer el amor?

—No, pero tú eres especial, Liza. Siempre lo has sido y siempre lo serás.—Tú también.—Gracias.Darío le soltó el lazo de la blusa y empezó a desabrocharle los botones

superiores, descubriendo la curva de sus senos. Eliza le rodeó el cuello con los brazos, atrayéndole a su cuerpo, mientras él seguía desabrochando la blusa. Cuando terminó, se la abrió y capturó sus senos con las manos.

La mirada de Darío se detuvo allí brevemente, hasta que Eliza alzó la cabeza y cubrió su boca con la suya. La echó sobre la cama y se reclinó ligeramente sobre ella sin separar sus labios.

Eliza suspiró cuando él deslizó las manos debajo del sujetador para acariciar los oscuros pezones. Las manos de Eliza recorrían su espalda, pero cuando intentó meterlas por su cuello, la ropa que llevaba se lo impidió. Ella apartó la cara y, al instante, la boca de Darío descendió hasta la hondonada que separaba sus senos. Las sensaciones que provocaban en ella la caricia de su mano en el muslo y el roce de su cara sin afeitar en el pecho la hicieron suspirar de nuevo.

—Maldita sea —murmuró al oír la llamada del teléfono y le apartó—. Tengo que contestar.

Él, que había estado con los ojos cerrados, parpadeó por la luz intensa de la habitación cuando se incorporó.

—¿No habías puesto el contestador automático? Es como en Más allá del mañana. O suena el teléfono o alguien llama a la puerta en el momento en que una pareja se dispone a hacer el amor.

—Tengo dos líneas telefónicas. He quitado la normal —le explicó, saltando de

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la cama—. Ésta es la línea roja. Muy poca gente sabe el número.Darío la siguió al estudio del piso de abajo.—¿La línea roja? Bueno, dale recuerdos a la Casa Blanca. Dile al Presidente

que haga algo para solucionar la inflación y bajar los impuestos.Eliza sonrió por su comentario mientras contestaba. Era Jared, y la sonrisa de

Eliza se desvaneció al oír lo que tenía que decirle. Su operador de cámara, Bobby Márquez, y uno de los actores, Dolph Peterson, habían tenido un accidente de tráfico.

—Dios mío, ¿cómo están?—No es nada grave, pero no podrán trabajar durante una temporada.—Maldita sea —exclamó, aunque mentalmente se reprendió por pensar más

en las repercusiones que aquello podía tener en el programa que en la situación de los pobres hombres—. ¿Tienes idea de cuánto tiempo? ¿Cómo se encuentran exactamente?

—Bobby tiene una ligera conmoción cerebral, dos costillas rotas y fractura de fémur. Dolph está un poco mejor y puede que salga del hospital mañana. Tiene herido el hombro derecho y varias magulladuras en el pecho y en la cara. Supongo que se habrá recuperado dentro de una semana y que Bobby tardará por lo menos un mes.

—Bueno, ya veremos cómo lo solucionamos. ¿Dónde están? Les llamaré por la mañana.

—Dolph tenía que hacer unas escenas muy importantes mañana —le recordó Jared después de darle el nombre del hospital—. Me preocupa dejarte en un momento como éste.

—Tú tranquilo, ya se me ocurrirá algo. Gracias por llamarme —colgó y se volvió hacia Darío, quien se había acomodado en el sofá—. Bobby Márquez y Dolph Peterson han tenido un accidente de tráfico.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó, aunque toda su atención se centraba en sus senos descubiertos. —Todavía no lo sé.

Eliza se dio cuenta entonces de que estaba con la blusa desabrochada y se precipitó a cubrirse.

—No lo hagas por mí. Me gustaba tu blusa desabrochada.—Darío...—Muy bien, como quieras —suspiró él cariñosamente—. Yo sé manejar

bastante bien una cámara, Liza. Como te dije en una ocasión, algunas de las películas que he hecho en Roma eran el trabajo de un solo hombre. Yo puedo manejar una cámara y dirigir al mismo tiempo, así que no te preocupes por Márquez, por lo menos estos primeros días. Lo de Dolph ya es otra cuestión.

—Ya lo creo. Mañana era el día en que tenía que hacer esa escena tan importante con Dora. Ya sabes, ésa en la que se enfrenta a ella por tener una aventura con el doctor Parker. Podemos hacer que le sustituya otro actor, pero no me gusta introducir un cambio tan brusco en un punto crítico como éste. ¿Qué crees tú, Darío?

Ella sacó una copia del guión de su cartera y empezó a revisar la parte de Dolph.

—¿De verdad quieres saber lo que creo?—Claro —murmuró, con los ojos fijos en los papeles.—Creo que nuestros padres fueron muy inteligentes al casarse con mujeres de

su casa. Hace unos minutos yo estaba en la cama desnudándote, y ahora tú te pones a rescribir una escena.

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Eliza frunció el ceño, aunque al alzar la vista vio la expresión sonriente de sus dorados ojos castaños.

—Bueno, puedes marcharte cuando quieras.—No, voy a quedarme aquí a ayudarte a revisar el guión. Ya tengo una idea.—Puedo arreglármelas sola —repuso bruscamente, todavía molesta por su

comentario sobre las mujeres de su casa.—OH, vamos, deja ese aire de suficiencia. Siéntate a mi lado y escucha lo que

tengo que decirte sobre la escena de Dolph.—Te oigo bien desde aquí. Bueno, ¿qué sugieres para la escena?—Estoy de acuerdo contigo en no sustituir a Dolph. Confundiría a los

espectadores, sobre todo en una escena tan importante. Así que una solución sería que el personaje de Dolph llamara a Dora por teléfono y le dijera que había descubierto su aventura y que se había marchado de la ciudad una temporada para analizar sus sentimientos.

—Lo mismo se me ha ocurrido a mí nada más colgar el teléfono, pero ese tipo de reacción no se adapta a la personalidad del juez Goldberg. No me resulta fácil imaginar al equilibrado personaje de Dolph huyendo, abandonando su trabajo y su familia porque ha descubierto que su mujer tiene una aventura. Eso no encaja, Darío.

—No es tan inverosímil, Liza —murmuró mientras se levantaba del sofá y se acercaba a ella para acariciar sus hombros—. A veces la gente actúa de una manera inesperada cuando se enfrenta a una situación extrema —Darío besó su cuello después de apartarle el pelo—. Creo que estarías más cómoda en el sofá.

—Eso es lo que temo, Darío —suspiró Eliza, embelesada por sus caricias—. Tengo que elaborar esa escena esta noche.

—Lo haremos, nena. ¿Qué te parece si dejamos descansar al buen juez un rato?

Eliza se dejó llevar hasta el sofá.—Cuanto más lo pienso, mejor me parece, Darío. Además a Dolph le gustará

esa solución. Me ha dicho en varias ocasiones que debía cambiar un poco su personaje, darle más dinamismo para que él pueda demostrar sus dotes de actor. Seguramente a los espectadores también les gustará ver más matices en su papel.

—Incluso podemos transformarle en un «malo» auténtico. Cuando vuelva de donde se haya marchado puede condenar al amante de su mujer a trabajos forzados por una infracción de tráfico.

—Eso es un poco exagerado —se rió Eliza—, pero no tenemos que inventarnos un nuevo personaje esta noche, sólo tenemos que resolver el problema más inmediato.

Él cogió su mano y besó seductoramente la piel suave de su muñeca.—Vamos a hacerlo.—Darío, ¿por qué tengo la impresión de que estamos hablando de problemas

inmediatos distintos?—Porque eres una mujer muy perspicaz. Liza... ¿Y si retrasamos el reloj y

empezamos de nuevo?—¿Retrasar el reloj?—Sí, como una media hora. ¿Recuerdas dónde estábamos antes de que

sonara el teléfono rojo?—Lo recuerdo perfectamente —suspiró ella— pero de verdad, Darío, tengo

que volver a escribir la escena.—Lo haremos mientras desayunamos. Yo trabajo muy deprisa.

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—Ya lo veo.Darío se rió al tiempo que le quitaba una a una las horquillas y soltaba su

pelo.—Si hubiera ido deprisa en este asunto, habríamos estado en esta

situación .hace semanas en vez de esperar hasta ahora.El fuego que Darío sentía en su interior no iba a apagarse hasta estar con ella

una vez más, hasta hacerle el amor como lo había hecho años atrás cuando apenas era una mujer, una muchacha temblorosa entre sus brazos. Eliza le miró a los ojos, y el deseo que vio reflejado en ellos le hizo olvidar todo lo demás.

—Vamos —susurró y le llevó de nuevo a su dormitorio—. Quítate la ropa, Darío.

Su atrevimiento le sorprendió y a la vez encendió más su pasión. Darío pensaba que una mujer no le hablaba así a un hombre, a no ser que tuviera bastante experiencia en la cama. Supuso que Eliza había tenido muchos amantes durante esos años, y esa idea le entristeció a pesar de que racionalmente comprendía que era lógico. Era una mujer hermosa, dinámica, libre y triunfadora, de modo que no podía imaginar que cualquier hombre en su sano juicio no la deseara. Lo que más le dolía era pensar que si él no se hubiera comportado como un adolescente idiota, ningún otro hombre la habría tenido.

Ella no comprendía por qué tenía una expresión tan triste.—Darío, ¿has cambiado de opinión respecto a hacerme el amor?—No. ¿Por qué lo preguntas?—No parece que estés muy contento. ¿En qué piensas?—En que desearía que no te hubiera tocado nadie más que yo.—Yo también lo he deseado varias veces durante estos años, pero no quiero

pensar en eso ahora.Eliza comenzó a desabrocharse los botones de la camisa.—Déjame a mí —dijo Darío, impaciente por satisfacer su deseo.Se apartó de ella para terminar de desnudarse, consciente de que los ojos de

Eliza estaban fijos en su cuerpo. Todas las luces de la habitación estaban encendidas: la lámpara de doce luces que colgaba del techo y la pequeña pantalla que había al lado de la cama, pero ninguno se molestó en apagarlas.

—Eres maravilloso, Darío —murmuró mientras le hacía sentarse en la cama y acariciaba el vello de su pecho—. Siempre me he preguntado qué aspecto tendrías cuando maduraras.

Darío estaba demasiado ensimismado en la tarea de desnudarla para decir algo inmediatamente. Contuvo la respiración al liberar sus senos del delicado tejido del sujetador y recibirlos en sus manos anhelantes.

—Espero que no te sientas decepcionada —consiguió decir por fin cuando le hubo quitado toda la ropa.

—No. Al contrario. Eres muy atractivo.—Tú también. Más atractiva de lo que recordaba. He pensado tanto en ti...Darío admiró la visión de su cuerpo desnudo breves momentos, luego se echó

a su lado en la cama y puso la colcha encima de ellos. Después de atraerla hacia su pecho, la besó tiernamente. Cuando abandonó su boca para acariciar su cuello con los labios, deslizó la mano entre sus piernas.

Ella cogió la medalla de San Cristóbal y la sostuvo en su mano. Iba a darle la vuelta para leer la inscripción, pero no pudo hacerlo.

Darío se quitó la cadena de plata.—No debería llevar esto, Liza. Parece que te molesta.

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—No, no me molesta. No tenías que...—Shh, nena. Hablaremos de esto más tarde —susurró, estrechándola más

contra su cuerpo—. Quiero hacerte muy feliz en este momento. No me importa nada más.

—Soy feliz, Darío.Era feliz porque se daba cuenta de que le estaba sucediendo algo que no le

sucedía desde que era una muchacha. Se estaba enamorando. Y el sentimiento era tan embriagador como lo había sido antes, aunque sintió una punzada de dolor cuando pensó que pronto volvería a perderle. Pero no iba a pensar en eso. En ese momento no.

El la miró a los ojos y luego la besó, muy suavemente al principio, hasta que la pasión brotó entre ellos. Darío gimió y la colocó encima de su cuerpo. Sus manos recorrían lentamente la piel ardiente de Eliza, deleitándose en el anhelo con que respondía a sus caricias. La colcha se había convertido en un montón informe al pie de la cama.

Todas las luces de la habitación seguían encendidas, de manera que siempre que Eliza abría los ojos la cegaba tanto la luz deslumbrante como la belleza de su cuerpo junto al de ella. Los movimientos de Darío eran lentos y sensuales, hacían crecer su deseo a pasos agigantados hasta el momento culminante en que tomó plena posesión de ella. Eliza supo en ese momento que nunca volvería a ser la que era antes de que él entrara en su vida de nuevo.

Darío levantó la cabeza de su hombro y parpadeó, deslumbrado por la intensa luz. Le besó la frente y volvió a cerrar los ojos.

—La próxima vez puedes poner unas cuantas velas —le sugirió, sonriente—. OH, Liza, ha sido maravilloso.

—Sí. ¿Te acuerdas de la primera vez, Darío?—No era muy buen amante, ¿verdad? —se rió suavemente.—Bueno, yo tampoco era muy apetecible.Él la hizo callar y volvieron a hacer el amor.Darío se sorprendió cuando vio que ella se disponía a levantarse.—¿No vamos a dormir ahora?—¿Dormir antes de las nueve? No lo he hecho nunca. Además, tengo mucho

trabajo que hacer ahora.—¿Ahora mismo? ¿Vas a levantarte y trabajar?—Ahora mismo no, pero en seguida.—¿Y vas a dejarme solo?—Te mandaré al perro para que te acompañe.Vamos, muévete —dijo al ver que no se decidía a quitarse de encima de ella.—Creía que habíamos quedado en revisar el guión mañana —replicó él,

soltándola a regañadientes.—Sí, pero tengo más cosas que hacer. Seguramente no podré dormir hasta

Navidad. Debo levantarme ahora, aunque me resulta muy difícil.—Yo tampoco estoy muriéndome de ganas por levantarme y trabajar en mi

conferencia, pero si tú vas a trabajar, me animaré.—¿De qué vas a hablar?—De algunas películas rodadas por directores americanos en París a finales de

los años veinte.—No sabía que hubo directores americanos en París en esa época.—Hicieron un trabajo poco conocido pero muy interesante. ¿Te gustaría venir

a oír la clase? Es la última de la serie.

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—Me encantaría, pero ahora estoy muy ocupada. ¿Qué te parecería darme una conferencia particular en otra ocasión?

—Muy bien —contestó Darío mientras la veía ponerse un kimono de seda roja.—Voy a hacer café. ¿Quieres una taza? —Sí.La siguió al piso de abajo y esperó escribiendo en el estudio a que volviera de

la cocina.—¿Cómo puedes escribir una conferencia sin ningún libro de referencia? —le

preguntó ella cuando entró en la habitación.—Ya he dado esta varias veces, Liza. —¿Dónde has hablado anteriormente?—OH, en varios sitios. Me han invitado a ir a nuestra universidad en bastantes

ocasiones. Una vez hasta me tropecé con tus padres.—¿Cuándo fue eso? Ellos nunca me dijeron nada.—Ya me lo suponía. Fue tres años después de nuestra separación. Me los

encontré en la cafetería.—Qué raro. Mi madre no solía ir al campus.—Ya sé que a tu padre le gustaba retenerla en la cocina, pero parece que

había una conferencia sobre Méjico.—Me acuerdo de que mi madre me escribió hablándome de esa conferencia.

Tienes razón, a mi padre no le gustaba que ella se dedicara a otra cosa más que a la casa. ¿Te hablaron?

—No. Creo que tu madre lo hubiera hecho, pero tu padre no parecía dispuesto a dejarla. Te lo aseguro, Liza, si las miradas mataran, yo no estaría aquí ahora. ¿Cómo está tu padre, por cierto? ¿Sigue dirigiendo el departamento de Física?

—Supongo que sí. Mi padre y yo no tenemos mucho trato. Le he visto muy pocas veces desde que murió mi madre.

—Me parece advertir un tono de amargura —murmuró él, acariciándole un brazo.

—Porque lo hay. Yo quiero a mi padre, pero no me gusta. Hizo todo lo posible para evitar nuestro matrimonio, no me ha apoyado en ningún momento en mi profesión y, como ya te conté, me escondió tus cartas. Dominó a mi madre y le amargó la existencia durante la mayor parte de su vida.

—Bueno, a lo mejor no ha sido todo tan malo como tú crees. Los hijos no son los mejores jueces del matrimonio de sus padres, y él sólo hizo lo que creía que era mejor para ti. Tú eras muy joven.

—Parece que estás disculpándole —le acusó, sorprendida de la defensa que hacía de su padre.

—En cierto sentido sí. Él tuvo razón en una cosa. Yo era demasiado joven e inmaduro para contraer matrimonio, y acabé haciéndote daño.

—No comprendo cómo puedes defenderle, Darío. ¿No te acuerdas de que amenazó con llevarte a los tribunales por seducir a una menor?

—¿Cómo iba a olvidarlo? Acudió al decano de la Facultad, y yo estuve a punto de perder el puesto de profesor y la beca.

—¡Nunca me dijiste eso! —exclamó Eliza, indignada por todo aquello igual que en el pasado.

—No vi razón para preocuparte. Ya era bastante desagradable la situación en la Universidad. Josh, el decano, se encontraba en una posición muy embarazosa. El argumento de tu padre era incuestionable. Tú eras menor de edad cuando hicimos el amor por primera vez. Podían haberme procesado por estupro.

Eliza se levantó del sofá y se puso a andar arriba y abajo. Le molestaba lo que parecía una connivencia entre los dos hombres. El también se puso de pie.

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—No te disgustes tanto por cosas que no ocurrieron ayer, nena. Yo también pensaba mal de él entonces, pero con el paso de los años he llegado a comprender su actitud. Si yo tuviera una hija jovencita, lo último que desearía para ella sería que se fugara para casarse con el adolescente idiota que yo era entonces.

—Bueno, puede que tengas razón, aunque algunas cosas son difíciles de olvidar. ¿Qué dijo decano?

—Yo le expliqué que ibas a cumplir en seguida los dieciocho y que íbamos a casarnos el día de cumpleaños. Él le aseguró a tu padre que se encargaría del asunto, pero lo dejó correr sin intención de hacer nada. Después de la boda, hasta tu padre se dio cuenta de que no tenía objeto seguir p siguiéndonos.

No le dijo a Eliza que el profesor Rothcart había figurado en seguida cómo pensaba encarga del asunto el decano y que también se había dirigido al rector. Darío deslizó su kimono por sus hombros y empezó a besarle el cuello.

—Por lo menos esta vez eres mayor de edad.—Cariño, tenemos que trabajar —le recordó ella.—¿Estás segura? —susurró Darío junto al lóbulo de su oreja.—Me temo que sí.Hizo un supremo esfuerzo para soltarse de sus brazos y volvió a sentarse en el

sofá. Apoyó espalda en el brazo y estiró las piernas a lo lar del asiento antes de ponerse a escribir en un cuaderno. Darío se sentó en el otro extremo y apoyo las piernas de ella en sus rodillas para luego traba también en su conferencia.

Escribieron en silencio durante una hora hasta que Darío terminó y dejó sus notas en la mesita Entonces se fijó en que allí estaba también el esquema del programa nuevo y le pidió permiso a Eli para leerlo. Ella asintió.

—Es mucho más sensacionalista que Más allá del mañana —comentó después de leer durante una media hora.

—Sí, pero haría falta que estuviera más organizado —repuso ella, bostezando—. Diez guiones de una hora es demasiado trabajo para que lo haga una sola persona en menos de un mes, aunque estoy a punto de acabar —Eliza estaba agotada y sabía que no podría irse a la cama antes de las dos o las tres de la mañana—. ¡Maldita sea! Ojalá Jared no se fuera. Es una gran ayuda en estos casos.

Darío se puso de cuclillas a su lado y le cogió las manos.—No puedes seguir a este ritmo, nena.—Lo sé, Darío, pero sólo será un poco más. Otro mes o así.—De acuerdo. De todas formas, trata de encontrar tiempo para mí. No olvides

que tengo que marcharme el sábado.—Como si pudiera olvidarme de eso... ¿Qué te parece el programa nuevo?—Es bastante bueno —contestó después de sentarse de nuevo en el sofá.—Mentiroso —se rió ella—. A ti no te gustan las series diarias. Reconócelo,

Darío.—Yo no diría eso, Liza. Simplemente no me entusiasman tanto como a los que

trabajáis en ellas, pero desde que las conozco por dentro las respeto. Mucho más. ¿Te gustaban a ti antes de empezar?

—OH, sí. Estaba interesada hacía mucho tiempo. Por eso le propuse eso a HEI. Trabajé para Burbank en varios programas antes de hacer el mío.

—Bueno, date prisa y acaba lo que estás haciendo para que podamos irnos a la cama.

—No tienes que quedarte conmigo, Darío. Vete a la cama si estás cansado.—No, yo no suelo acostarme antes de las dos. Voy a terminar de leer tu

esquema.

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Cerca de las dos Eliza sugirió que podían ver el último vídeo de Más allá del mañana. Darío accedió.

—No he tenido tiempo de verlo en el estudio. ¿Dónde está el vídeo?—En el dormitorio.—Vamos —la apresuró él, con una amplia sonrisa.Darío puso el vídeo y luego Eliza y él se metieron en la cama.—¿Ves las cintas cada día?—Sí, calla.—Mira, mi nombre aparece en los titulares. ¿No puedo utilizar un seudónimo

por si alguien que me conoce viera el programa?—Calla, Darío —le interrumpió, dándole un codazo. Él la abrazaba por la

cintura y ella apoyó la cabeza en su hombro—. No quiero perderme esta parte.—¿Estás segura? —murmuró mientras empezaba la escena. Era una que

habían rodado en el Central Park con los niños del reparto—. La fotografía no es mala, después de todo.

—Oh, vamos. Deja de hacerte el indiferente. El equipo hizo un buen trabajo y tú lo sabes.

—Adecuado. Simplemente adecuado —la contradijo.—Bueno, con nuestro presupuesto ya es bastante. Oh, Darío, mira al pequeño

Tommy en el tobogán. ¿No está precioso?—¿De quién es ese niño, a todo esto? Quiero decir en la serie. Ya sé que en la

realidad es el hijo de la señora del guardarropa.—Puede ser de Brad, de Paul o de Jerry, y todavía no está claro quién es su

madre.—¿No hay nadie con un origen claro en estas series? —se rió Darío.Recorrió con las manos su cuerpo, lo que hizo que a Eliza le resultara casi

imposible concentrarse en el vídeo.—Liza, ¿tenemos que estar en la cama viendo a ese niño subir y bajar del

tobogán a cámara lenta durante la próxima media hora? —le preguntó al cabo de unos minutos e inmediatamente empezó a besarla.

—Oh, está bien. Apaga el vídeo y haz lo que quieras.Él respondió con una sonrisa indolente, le besó la palma de la mano y apagó

el equipo de vídeo.Cuando Darío regresó a la cama, Eliza le recibió con los brazos abiertos.

Capítulo Ocho

Eliza se desenredó de los brazos de Darío cuando sonó el despertador a las cuatro de la mañana. Había conectado la alarma de su reloj de pulsera para no despertarle, y efectivamente él siguió durmiendo mientras ella se escurría de la cama. Antes de coger la bata, se detuvo para darle un beso en la frente.

Eso fue un error. Darío abrió un ojo y la agarró por la muñeca, volviendo a echar a Eliza en la cama.

—Nena, es noche cerrada. ¿Dónde vas? —le preguntó al tiempo que se incorporaba lo suficiente para ver el reloj—. ¿Las cuatro de la mañana? Estás loca, Liza. Sé una buena chica y vuelve a la cama.

—Ojalá pudiera —susurró junto a su pechó antes de soltarse—. Pero tengo que

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trabajar, cariño. Siento haberte despertado. Vuelve a dormirte, ¿eh?—Duerme conmigo —murmuró con voz ronca.—Ahora no puedo, cariño.—Dios nos libre de las mujeres trabajadoras —suspiró él—. ¿Quieres que me

levante contigo?—Claro que no. Anda, no me entretengas más y vuelve a dormirte —dijo,

arropándole cariñosamente.—¿A qué hora vas a ir al estudio?—Sobre las nueve.—Despiértame a las siete y media. Iré a casa a cambiarme y luego volveré

aquí para acompañarte. ¿De acuerdo?—De acuerdo.Eliza trabajó durante dos horas. Hacia las seis de la mañana, Darío entró en el

estudio.—¿Qué haces aquí? —le preguntó Eliza mientras Darío se inclinaba para

besarla:—He pasado la noche aquí, ¿te acuerdas?—Ya lo creo. Quiero decir que qué haces levantado tan temprano.—Me he despertado hace unos minutos y no' podía volver a dormirme. ¿Cómo

va el trabajo? —Muy bien.—¿Qué estás haciendo ahora?Eliza apagó la máquina de escribir eléctrica. Había estado allí cerca de dos

horas y podía tomarse un descanso; además, no podía pensar en un descanso más agradable que el que podía compartir en ese momento con Darío. Se levantó y se sentó junto a él en el sofá.

—El programa nuevo.—¿Cómo se llama?—La verdad es que no lo sé. Yo lo había llamado Una parte del paraíso, pero al

productor no le gustó. Cambié el título y entonces no le gustó al jefe de la programación diaria. Cada vez que hablo con ellos, me dicen un título diferente.

—te importa cómo lo llamen?—No, me da igual.—¿Vas a tener que ir con mucha frecuencia a rodar a la Costa Oeste?—Por lo menos una vez al mes. Darío, ¿has descartado definitivamente la

película de Fanucchi? , ¿Hay alguna posibilidad de que vayas a California después de acabar la película de Roma?

—Es posible. Lo que me gustaría de verdad es volver a trabajar en Nueva York. Puede que nos viéramos algo más.

—Sí —asintió ella con un tono indiferente al ver el poco entusiasmo con que había hablado él.

Darío se levantó para servirse una taza de café de la cafetera eléctrica y darle otra a Eliza; luego, se dirigió a la ventana y contempló las calles desiertas. Su relación con Eliza se estaba haciendo más complicada de lo que él había pensado, aunque al menos su falta de confianza en él ya no parecía preocuparle tanto. Lo que más le dolía a Darío era que estaba convencido de que Eliza no correspondía a su amor.

Él no se había molestado en pasarse un peine por su pelo indomable. Despeinado como estaba y sin afeitar, Eliza le encontraba increíblemente atractivo. Veía cómo el sol, que se elevaba entonces en el horizonte, ponía sombras en su rostro. Su piel tenía el color del bronce dorado mientras permanecía

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a la luz de la aurora. Haciendo un gran esfuerzo, ella volvió a la máquina de escribir.

—De vuelta al trabajo —suspiró Eliza.—Ella asintió en silencio y salió de la habitación.Cuando llegó al estudio, se enfrascó en su trabajo para alejar a Darío de sus

pensamientos, aunque no lo consiguió más que a medias. A lo largo de toda la mañana esperó ansiosamente su llegada. Como a mediodía vio que aún no había aparecido, preguntó por él.

—¿El señor Napoli? —dijo Beverly en respuesta a la pregunta de Eliza—. Está arriba, haciendo las pruebas a los sustitutos de Sam y de Elliot.

—Ah, es verdad. Eso era lo que corría más prisa.Eliza le pidió a Beverly que le llevara la comida de una cafetería cercana a su

despacho. Mientras comía, leyó el guión de Darío.La decisión de devolvérselo la había tomado antes incluso de que el taxi

llegara al puente de Brooklyn. Si, en efecto, Darío había confiado en su buena fe para que no se lo quedara, entonces él había ganado. Aunque a ella personalmente le avergonzara que se hiciera esa película, sabía que no tenía derecho a controlar su trabajo. El guión le pertenecía a Darío, no a ella, y pensaba devolvérselo en la primera oportunidad que tuviera.

Había lágrimas en sus ojos cuando terminó de `leer. Darío había escrito un guión precioso, conmovedor, y aunque le evocaba muchas cosas que Eliza quería olvidar, comprendía que no podía privar al público de aquella obra de arte. Tenía razón en que no era tan autobiográfico como parecía a primera vista. Se describían emociones y sentimientos que evidentemente no eran únicos. Cualquier pareja que experimentara la dicha y el descubrimiento del amor por primera vez habría sentido el mismo éxtasis y se habría hundido en el mismo infierno al ver sus sueños destrozados. Darío había contado una historia muy antigua y la había contado bien.

Eliza le pidió a su secretaria que localizara a Darío una vez más después de comer.

—Ya veo —respondió cuando Beverly le dijo que estaba ocupado—. Inténtalo dentro de un rato.

Jared entró en su despacho sin llamar e, indudablemente, desoyendo las protestas de Beverly. Eliza guardó rápidamente el guión en el cajón de su mesa y le indicó que se sentara. Al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos, él sonrió.

—¿Estás escribiendo otro melodrama enternecedor? Debe ser muy bueno. Nunca te había visto tan conmovida por tus propios guiones.

—Estaba leyendo otra cosa. Pero ¿qué te trae por aquí? Creía que empezabas inmediatamente con HEI.

—He cambiado de opinión y he rechazado su oferta. Te llamé varias veces anoche y no contestabas. ¿No has oído las grabaciones de tu contestador automático?

—No, me he figurado que no habría más que llamadas de negocios y que podrían esperar. No comprendo por qué has cambiado de opinión. ¿Por qué has rechazado la oportunidad de hacer programación nocturna con HEI? Sobre todo, después de haber aceptado el puesto.

—Por lealtad.Ella se reclinó en su silla y le sonrió.—¿Estás seguro de que no estás haciendo una tontería?—¿tienes una copia del guión de hoy? Tengo que leerlo. ¿Has hecho ya los

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cambios?—No. Deberíamos hacerlos ahora.—Déjame que haga yo eso. Tú estás muy ocupada con el otro programa.—Darío, eres mi salvación. Gracias —dijo mientras le daba una copia del

guión. Ella continuó con su trabajo, que se desarrolló asombrosamente bien. Hacia las siete y media Eliza terminaba el último guión de una hora—. Y entonces la escena se difumina con una pistola humeante, sostenida por una mano enguantada y anónima —concluyó en voz alta.

—¿Ya está? Has ido muy deprisa. —Sí, no suele salir tan bien.—Será que tienes cerca algo que te inspira. Ella se acercó al sofá y le rodeó el

cuello con los brazos.—Eso debe ser. Darío, ¿puedes volver a pasar la noche conmigo aquí?—No lo sé, nena. Tengo que dar esa clase en Columbia esta noche. Dura hasta

las diez y luego suelo quedarme un rato hablando con los estudiantes.—Está bien. Ven cuando puedas. Yo estaré trabajando hasta tarde. Me

apetece dar un paseo después de estar con la máquina de escribir toda la mañana. ¿Puedo acompañarte a tu casa?

—Claro que sí, si no vas a escandalizarte al ver a actores y bailarines durmiendo por el salón; te advierto que algunos van sin ropa.

—¿Cómo puedes aguantarlo? A mí no me gustaría vivir con un montón de gente desconocida.

—Bah, no está tan mal.Eliza se arregló en seguida y luego se dirigieron a la casa de Darío dando un

paseo. Era una estimulante mañana de otoño; el aire fresco agitaba el pelo de Darío y ponía color en las mejillas de Eliza. Pasearon sin hablar, intercambiándose sonrisas a lo largo del camino, hasta que llegaron frente a la casa.

—Bueno, aquí es. ¿Qué te parece?—No es gran cosa —contestó ella, mirando el viejo edificio, que había

conocido días mejores.—Vamos, Eliza, no seas tan dura con mi humilde alojamiento. Tiene su

encanto.Subieron las escaleras despacio y entre risas. Cuando él metió la llave en la

cerradura de su puerta, se llevó un dedo a los labios.—Shh, hay que entrar en silencio. Seguro que hay alguien durmiendo.—No pensaba entrar dirigiendo una banda —repuso ella, sofocando la risa.Él la condujo a su habitación, pasando de puntillas junto a un hombre que

dormía en el sofá. Eliza miró a su alrededor. Había guiones y libros por todas partes y una maleta abierta al pie de la cama.

—No tardaré. Mira, he escrito unas cuantas ideas para la serie que me gustaría que vieras. Puedes leerlas mientras me ducho, si quieres.

—¿Dónde están? —le preguntó mientras él entraba en el cuarto de baño.—En el escritorio, el cajón de la derecha.Cuando abrió el cajón, hubo otra cosa que atrajo su atención. Era el guión de

una película, escrito por Darío. El título de la película era « Eliza». Sacó el manuscrito del cajón y se sentó en la cama.

A medida que pasaba las páginas, sus ojos recorrían líneas de diálogo que le resultaban familiares. Eliza se dio cuenta en seguida de que le resultaban familiares porque eran cosas que Darío y ella se habían dicho hacía mucho tiempo, frases que había olvidado hasta ese momento en que veía parte de sus vidas reflejada en esas páginas. Se iba sintiendo cada vez más ofendida por lo que

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consideraba una exposición pública de su vida privada. Eliza tiró el guión al suelo cuando llegó a la escena en que la chica de diecisiete años en la película hacía el amor por primera vez.

Darío salió del cuarto de baño a tiempo de verlo allí tirado.—Tan mal está, ¿eh?Estaba recién afeitado y se había puesto unos pantalones de lana gris y una

chaqueta azul marino con parches de cuero en los codos.—Oh, Darío, ¿cómo has podido?—¿Qué ocurre? Sólo son unas cuantas ideas para tu serie. Si no te gustan, no

las utilices. No pretendo que me den el Oscar por ellas.Eliza se levantó de un salto de la cama cuando Darío se sentó para ponerse

los zapatos. —¡Maldita sea! Me moriría de vergüenza si algo de esto se filmara.—Pues ya te he dicho que no lo utilices, cariño. Francamente, no creo que mis

ideas sean tan malas. A Jared le gustaron la mayoría.—¿Le enseñaste este guión a Jared? ¡Cómo has podido!—¿A qué viene todo esto, Eliza? No comprendo... —empezó a decir,

sorprendido de su reacción, pero se interrumpió bruscamente al ver el guión que estaba en el suelo. Recogió el manuscrito y volvió a guardarlo en el cajón, furioso—. No tenías derecho a curiosear en mi escritorio.

—Tú mismo me has dicho que abriera el cajón de la derecha.—Ahí no era donde estaba el guión. —Sí estaba ahí.Darío reflexionó unos segundos. Ahí, desde luego, no era donde él lo había

dejado; de pronto recordó que le había dado permiso a uno de sus compañeros de piso, un director joven que trabajaba en un teatro, para leerlo.

—Supongo que Ted lo dejó ahí. —¿Quién demonios es Ted? —Un amigo mío.—Oh, estupendo. ¿Le enseñaste también las cartas que te escribí?—Claro que no. Jamás se las he enseñado a nadie. No haría nunca una cosa

así.—¿Por qué no? Si estás tan dispuesto a exhibir nuestro matrimonio delante de

todo el mundo, ¿qué importancia tienen unas cartas?—Liza, entiéndelo, por favor. Sé que no has tenido tiempo de leer el guión

entero porque yo no he tardado mucho en el cuarto de baño.—He leído lo suficiente para saber que trata de nosotros.—Es menos autobiográfico de lo que parece a primera vista.—He leído la escena en que hacen el amor por primera vez. No puede

resultarme más familiar.Incluso has puesto que el chico enjuga las lágrimas de la chica con sus besos.—¿Y cuántas maneras diferentes crees que hay de que haga el amor por

primera vez una pareja joven? No creo que fuéramos muy originales.—No me refiero a eso, y tú lo sabes. No quiero que hagas esa película, Darío.—No te das cuenta de lo que me pides. He invertido un año entero de mi vida

en ese guión, y es bueno. Sé que lo es.—¡No me importa cuánto has tardado en escribirlo! No quiero que se

represente mi vida privada públicamente.Él vio la angustia que se reflejaba en sus ojos y decidió hacer lo que ella

quería. Le había hecho daño en el pasado y había jurado no volver a lastimarla.—De acuerdo, Liza. Llévate el guión. Es tuyo.Sólo prométeme que lo leerás alguna vez.Darío abrió el cajón del escritorio y le dio el manuscrito. Ella todavía no sabía

si creerle o no. —Seguramente tienes más de una copia. —Claro, tengo tres.

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—¿Cómo sé que tú no irás adelante con el proyecto?—No lo sé. Supongo que tendrás que confiar en mí.—¿Confiar en ti? Qué gracia. ¿Cuándo he podido confiar en ti? —estalló ella sin

pensar e inmediatamente se arrepintió de lo que había dicho—. Darío, retiro lo dicho. No quería decir eso.

Ella había expresado lo que Darío temía más: su desconfianza en él, ese lento e inevitable veneno que destruía todo lo que había entre ellos.

—Supongo que nunca, Liza. Pero espera, te daré algo en lo que puedes confiar —él volvió al escritorio y sacó un contrato—. Éste es el contrato estándar que les enseño a los chicos en la clase —firmó el documento y se lo dio—. Delego todos los derechos de la película en ti.

—¿Cómo sé que esto es legal? —dijo Eliza, pensando que estaba fanfarroneando y decidida a seguirle el juego.

—Habla con tu abogado.—Lo haré.—Bueno. Hay un teléfono en la habitación de al lado.—No, esperaré a llegar a mi despacho. No quiero despertar al durmiente que

hay fuera.Eliza guardó el guión y el contrato en su cartera. Tenía la impresión de que

Darío esperaba que ella se arrepintiera más tarde de su actitud y pensó que si era así, estaba muy equivocado.

—Supongo que sabes a qué te expones si le presentas a algún productor este guión.

—Eliza, llevo demasiado tiempo en este negocio para no saber a qué me expongo. No te preocupes.

Volvía a ser Eliza para él, después de una larga noche de amor y de oírle llamarla por su diminutivo. Oh, bueno, de todas formas ella no había esperado que aquello durara mucho.

—Bien, procura no olvidarlo.La idea de ir al estudio con Darío le parecía ridícula, dadas las circunstancias,

y Eliza pensó que lo mejor que podía hacer era coger un taxi sola. El vio la expresión de su rostro y comprendió lo que quería. Como la ventana de su dormitorio daba a la calle, Darío se asomó para ver si había algún taxi en la parada.

—Hay un taxi abajo. Yo tengo un poco de trabajo aquí. Iré algo más tarde.

Ella asintió en silencio y salió de la habitación.Cuando llegó al estudio, se enfrascó en su trabajo para alejar a Darío de sus

pensamientos, aunque no lo consiguió más que a medias. A lo largo de toda la mañana esperó ansiosamente su llegada. Como a mediodía vio que aún no había aparecido, preguntó por él.

—¿El señor Napoli? —dijo Beverly en respuesta a la pregunta de Eliza—. Está arriba, haciendo las pruebas a los sustitutos de Sam y de Elliot.

—Ah, es verdad. Eso era lo que corría más prisa.Eliza le pidió a Beverly que le llevara la comida de una cafetería cercana a su

despacho. Mientras comía, leyó el guión de Darío.La decisión de devolvérselo la había tomado antes incluso de que el taxi

llegara al puente de Brooklyn. Si, en efecto, Darío había confiado en su buena fe para que no se lo quedara, entonces él había ganado. Aunque a ella personalmente le avergonzara que se hiciera esa película, sabía que no tenía

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derecho a controlar su trabajo. El guión le pertenecía a Darío, no a ella, y pensaba devolvérselo en la primera oportunidad que tuviera.

Había lágrimas en sus ojos cuando terminó de `leer. Darío había escrito un guión precioso, conmovedor, y aunque le evocaba muchas cosas que Eliza quería olvidar, comprendía que no podía privar al público de aquella obra de arte. Tenía razón en que no era tan autobiográfico como parecía a primera vista. Se describían emociones y sentimientos que evidentemente no eran únicos. Cualquier pareja que experimentara la dicha y el descubrimiento del amor por primera vez habría sentido el mismo éxtasis y se habría hundido en el mismo infierno al ver sus sueños destrozados. Darío había contado una historia muy antigua y la había contado bien.

Eliza le pidió a su secretaria que localizara a Darío una vez más después de comer.

—Ya veo —respondió cuando Beverly le dijo que estaba ocupado—. Inténtalo dentro de un rato.

Jared entró en su despacho sin llamar e, indudablemente, desoyendo las protestas de Beverly. Eliza guardó rápidamente el guión en el cajón de su mesa y le indicó que se sentara. Al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos, él sonrió.

—¿Estás escribiendo otro melodrama enternecedor? Debe ser muy bueno. Nunca te había visto tan conmovida por tus propios guiones.

—Estaba leyendo otra cosa. Pero ¿qué te trae por aquí? Creía que empezabas inmediatamente con HEI.

—He cambiado de opinión y he rechazado su oferta. Te llamé varias veces anoche y no contestabas. ¿No has oído las grabaciones de tu contestador automático?

—No, me he figurado que no habría más que llamadas de negocios y que podrían esperar. No comprendo por qué has cambiado de opinión. ¿Por qué has rechazado la oportunidad de hacer programación nocturna con HEI? Sobre todo, después de haber aceptado el puesto.

—Por lealtad.Ella se reclinó en su silla y le sonrió.—¿Estás seguro de que no estás haciendo una tontería?—Ellos sólo me ofrecieron el trabajo para presionarte... y yo te debo mucho.

Sé que van a ampliar el presupuesto porque el programa piloto de su serie nueva fue un desastre, pero Donald Kennedy todavía quiere conseguir más control creativo en Más allá del mañana, y yo no puedo unirme al enemigo en el momento en que me pongan unos billetes en la mano. Cuanto más lo pensaba, más me parecía que era una canallada. Si HEI quiere que trabaje con ellos de verdad, pueden hacerme otra proposición. A lo mejor acepto o a lo mejor no, pero cuando lo haga será después de haberte avisado con tiempo y de haber puesto al corriente a la persona que me sustituya.

—No sabes cuánto aprecio lo que me dices, pero ¿estás seguro? No me gustaría que perdieras una buena oportunidad.

—Sí, estoy seguro. Mira —añadió, abriendo una libreta que llevaba en la mano—, he hecho una lista de los actores que van a dejar el programa y de cuándo se marchan. Puede ayudarte a adaptar los guiones. Y aquí tengo otra cosa que seguramente te gustará:

Le tendió una carpeta azul que ella reconoció al instante como una de las que había en el escritorio de Darío, la de las sugerencias que le había pedido que leyera antes de que ella encontrara el guión.

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—¿Te ha dado esto Darío?—Sí. ¿Cómo lo sabías?—Oh, me lo comentó en una ocasión —contestó evasivamente—. ¿Has leído

sus ideas? —Sí, y creo que te gustarán. Darío escribe muy bien. ¿Lo sabías?—Sí. Hace poco he leído una cosa de él.—¿Más sugerencias para Más allá del mañana?—No, algo completamente diferente. ¿Ha habido algún problema en el plató

esta mañana? —preguntó Eliza para cambiar de tema—. He tenido una larga conversación con Elliot antes de comer. No quiere hacer de ninguna manera la escena del duelo en el parque.

—Lo sé. Darío y yo también hemos hablado con él. No sé qué le pasa. Si de todas maneras se va a marchar del programa, ¿qué más le da cómo va a desaparecer? ¿Qué vamos a hacer con él?

—No lo sé. Ya sabes lo terco que es cuando quiere. La última vez que le obligamos a hacer una escena que no le gustaba convirtió mi tragedia en una bufonada. Creo que lo que quiere es dejar una puerta abierta a su personaje por si le falla el proyecto nuevo. Yo preferiría que el personaje muriera y ya está, pero tal vez debamos hacer que entre en coma o algo así hasta el momento en que decidamos resucitarle o dejarle morir de una vez. ¿Qué te parece a ti?

—Es casi lo mismo que hicimos cuando Terry Burnes dejó el programa hace tres años. No me gusta esa solución.

— A mí tampoco, pero no puedo dedicarme en exclusiva a escribir una escena que le guste a Elliot. Sólo quedan unos pocos días para que se acabe su contrato, así que vamos a tener que inventar algo rápidamente.

—A lo mejor a Darío se le ocurre algo. Parece que tiene talento para estas cosas.

Jared se marchó y Eliza volvió a su trabajo después de pedirle a Beverly que volviera a intentar ponerse en comunicación con Darío. Todavía estaba ocupado, y así siguió el resto del día.

La idea de que Darío la evitaba a propósito cruzó por su mente más de una vez. Aunque ella no tenía ningún deseo de imponer su compañía, estaba convencida de que debía devolver el guión personalmente y disculparse por habérselo cogido. Trabajó hasta cerca de las nueve y media y luego fue en taxi a la Universidad de Columbia, pensando reunirse con Darío cuando acabara su clase.

Cuando llegó eran las diez y cuarto. La clase debía haber terminado, pero Darío había dicho que solía quedarse un rato más con los estudiantes. Eliza no tenía idea de cuánto podría ser pero, no queriendo arriesgarse a perderle, fue directamente al aula. La puerta estaba abierta. Darío estaba sentado en la mesa, rodeado de varios alumnos.

Las preguntas que le hacían los chicos podían oírse desde donde ella estaba, y Eliza sonrió al comprobar que su clase estaba mucho más interesada por Más allá del mañana que por los directores de cine americanos en París. El contestaba sus preguntas pacientemente hasta que alzó la cabeza y vio a Eliza en la puerta.

—Tengo que irme, chicos. Han venido a buscarme.Una muchacha rubia protestó mientras las cabezas de sus compañeros se

volvían hacia la puerta, observando a Eliza con curiosidad.—Pero, señor Napoli, yo quería hablar unos minutos a solas con usted. Es muy

importante —se quejó la chica.—Lo siento, Laura, tendrá que ser en otra ocasión. Mi amiga es una mujer muy

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ocupada, así que tenemos que marcharnos ahora. Buenas noches a todos. Espero que vayáis a ver la película que os he dicho; está considerada como un clásico en su género.

Cerró su cartera y, después de coger a Eliza del brazo, la llevó a toda prisa por el pasillo. Ella se sorprendió al ver que él la saludaba como si no hubiera pasado nada.

—He intentado ponerme en comunicación contigo todo el día —dijo ella.—Lo siento, pero he tenido muchísimo trabajo. Gracias por rescatarme de

esos muchachos. Nunca adivinarás lo que quiere esa rubia.—Creo que tengo una ligera idea —se rió Eliza—. Me acuerdo de lo que quería

yo cuando iba a tus clases y tenía su edad. Eres un hombre muy atractivo.—Bueno, gracias, pero no es eso —murmuró, un poco turbado—. Ha estado

persiguiéndome toda la semana para conseguir un papel en tu programa. Han visto mi nombre en los titulares del principio, y ya no hay forma de hablar de otra cosa. Ven la serie siempre que pueden.

—Eso no me sorprende. A los jóvenes les gustan esas series. Recibimos muchas cartas de ellos.

—Bueno, yo creía que esas tonterías no les interesaban a los jóvenes.—Eh, cuidado con lo que dices de mi programa —le regañó cariñosamente—.

¿Qué le has dicho a la chica?—Que te llamara —a ti al trabajo.—Eso está bien, cualquier persona puede hacerlo. ¿Sabe actuar?—¿Cómo voy a saberlo? Desde luego, si actúa igual que escribe, no. Su primer

examen fue horrible. Aunque constancia no le falta; aparece por mi casa cuando menos se la espera.

—¿Y qué hace un profesor y director de cine cuando una jovencita atractiva se presenta en su casa? —preguntó Eliza.

—Le pido a la primera persona disponible que haya por allí que le diga que no estoy en casa.

—Buen chico. Sigue haciéndolo así.—No te preocupes, Liza —sonrió él mientras le abría la puerta—. Hace quince

años que no me atraen las adolescentes. ¿Dónde vamos?—Tengo que hablar contigo —dijo Eliza muy seria, abriendo la cartera—.

Tengo algo que te pertenece.—No. Guarda el guión. No pienso utilizarlo.—Por favor, Darío, creo que deberías intentar que produzcan la película que

has escrito. Es un guión bueno. Muy bueno. No sé qué ha pasado por mi cabeza esta mañana cuando te lo he cogido y te he hecho firmar los derechos. Toma, te lo devuelvo todo.

—No lo quiero. Cuando he visto la expresión de tus ojos después de haber leído unas cuantas escenas, he comprendido que no podía utilizar ese material. Escribí el guión hace cinco años. Entonces no tenía idea de que íbamos a volver a encontrarnos, no tenía idea de... de muchas cosas de las que no quiero hablar ahora.

—Darío, no quiero ser la responsable de que el público se vea privado de una película tan buena. Por lo menos, deja que te devuelva el contrato.

—No, no es necesario, Liza.—Pero ¿y si cambias de opinión dentro de cinco años y quieres venderlo?—No lo haré. Y en el caso de que así fuera, el contrato no tendría importancia.

Tú me has dado autorización verbalmente, y yo confío en ti porque nunca has

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faltado a tu palabra y sé que nunca lo harás. Eso es lo que nos diferencia. Ninguna relación puede durar sin confianza. Por eso sería mejor que no nos viéramos más que en el trabajo hasta que me marche el sábado.

—¿No quieres venir a mi casa para ver si puedo convencerte?Darío dudó un momento, pero la tentación era demasiado fuerte. La abrazó y

la besó en la frente.—No tienen razón los que hablan de la inconstancia de las mujeres. Ya he

cambiado de opinión.—¿Vas a hacer que alguien produzca tu película? —preguntó ella,

entusiasmada.—No, voy a ir a tu casa.

Capítulo Nueve

Eliza apoyó la cabeza en el hombro de Darío y trató de hacerle cambiar de parecer respecto al guión, mientras el taxi se dirigía a Gramercy Park. El la escuchó sonriendo cariñosamente y luego la hizo callar con un beso.

—He tomado una decisión y no tengo intenciones de cambiar.—Tienes que hacerlo. Hazlo por mí.—No. A decir verdad, empecé a reconsiderar el asunto del guión poco después

de volver a encontrarnos. Llamé a mi agente de Hollywood y le pedí que no se lo enseñara a nadie más hasta que yo no le avisara.

—¿No dijiste que lo estaban leyendo en MGM?—Sí, pero ellos no pueden hacer nada si no hay un contrato firmado. Todo

está parado desde que, al volver a verte, la situación adquirió una perspectiva. Completamente diferente.

—¿Por qué? —insistió ella, sin prestar atención a su gesto de cansancio con el que le rogaba que dejara el tema.

Darío frunció el ceño y estuvo a punto de negarse a contestar, pero también sentía que le debía una explicación aunque no fuera más que para que Eliza olvidara el guión.

—Es difícil de explicar. En el momento en que lo escribí no pensaba que fuera a volver a verte, así que consideraba el guión más objetivamente. Cuando nos encontramos, se convirtió en un asunto más personal. No esperaba sentirme tan atraído hacia ti, y eso me obligó a tener en cuenta tus sentimientos respecto al guión. También comprendí que, aunque no se hubiera producido esa atracción, tú tenías derecho a que se respetara tu vida privada. Había pensado hablar del guión contigo, pero cada vez que me acordaba no parecía que fuera el momento oportuno para volver al pasado. ¿Entendido?

—Más o menos, pero te advierto que no voy a renunciar a animarte a que hagas esa película.

—A menos que pienses utilizar el estímulo de tu cuerpo, ¿te importaría hacerlo en otra ocasión?

—No pensaba en ese medio, sino en algo mucho mejor.—No se me ocurre nada mejor. ¿En qué pensabas?—En una proposición de negocios.—Debía haberme figurado que sería algo así, tratándose de ti —suspiró Darío

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exageradamente.—Lo tomaré como un cumplido. Ahora, en serio, tengo una amiga que es

productora en Hollywood. Puedo darle el guión para que lo lea la próxima vez que vaya allí y luego las dos buscaríamos inversores para empezar el proyecto. Nosotras podíamos colaborar en él.

—¿Nosotras?Seguiría siendo su esposa. Ninguna de las cosas a las que había aspirado

cuando era un joven le había resultado tan dulce desde que había perdido a Eliza.—Sí, supongo que tienes razón —replicó ella melancólicamente.Sus pensamientos corrían paralelos a los de él. Se había precipitado al

marcharse de Roma sin hablar con Darío, pero como él había dicho, no se podía retroceder en el tiempo. Aquello ya había pasado.

—Tengo algo aquí que te va a gustar —dijo él mientras abría la cartera y sacaba una cinta de vídeo.

—¿Qué es esto?—Lee la etiqueta.—¿Escena final del tiroteo entre Elliot y Sam? ¿Cómo le has convencido?

Cuando he hablado con Elliot esta mañana, se negaba rotundamente a hacer la escena a nuestra manera.

—Todavía se niega. Él no sabe nada de esto.—Entonces, ¿qué has hecho? ¿Hipnotizarle y rodar la escena mientras estaba

en trance?—Mucho mejor que eso —se rió Darío—. He utilizado escenas de las cintas

antiguas. ¿Te acuerdas de un episodio de hace cuatro años en que Elliot perseguía a unos gángster y le disparaban?

—Sí, las historias de gángster estaban de moda ese año.—He unido unas escenas de ahí con otras de otros programas. Necesitaremos

un doble para ciertas partes, pero eso no será problema.—¡Eso es estupendo! Hicimos cosas parecidas otras veces, pero no había

pensado en eso ahora. Elliot se va a poner furioso.—Déjale. He estado hablando dos horas con él esta tarde y no he llegado a

ninguna parte. Me alegro de librarme de él de una vez por todas.—Yo también. Beverly me ha dicho que has estado haciendo pruebas a sus

sustitutos esta tarde. ¿Ha habido suerte?—Todavía no estoy seguro. Me gustaría probar a más candidatos mañana. Ah,

ya hemos llegado.Él le pagó al taxista y luego cogió la cartera de Eliza junto con la suya.Cuando Eliza abrió la puerta, Eli dio un salto y apoyó las patas delanteras en el

pecho de Darío.—Abajo, Eli —le ordenó Eliza—. ¿Te preparo algo de comer?—No, gracias. He cenado antes de ir a clase. Aunque no me importaría tomar

una taza de café.—A mí tampoco.Eliza puso el agua a hervir y se reunió con Darío en la mesa de la cocina. Abrió

su cartera y sacó una copia del guión del día siguiente.—No has revisado esto, ¿verdad?—No, he estado ocupado todo el rato con la escena de Elliot.—Bien, puedes hacerlo mientras yo trabajo en el programa nuevo.—¿Estás diciendo que me has invitado a venir aquí para trabajar? Sabes cómo

hacer que un hombre pase un buen rato, ¿verdad? —dijo irónicamente.

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Eliza no contestó; sólo sonrió ampliamente y, cogiéndole de la mano, le llevó al estudio. Después de dejarle en el sofá, se acomodó ante la máquina de escribir.

—Está bien —suspiró Darío—. Por lo menos, te estaré viendo ahí delante mientras trabajo. ¿Cuánto tiempo piensas dedicarle a eso?

—Unas cuantas horas.Ella metió una hoja de papel en la máquina de escribir y empezó el diálogo,

utilizando el esquema como guía.—¡Maldita sea! Me he olvidado de decirle a Jared lo que hemos decidido sobre

la escena de Elliot. ¿Le has dicho tú que has unido trozos de cintas antiguas?—No veía ninguna razón para decírselo.—Entonces será mejor que le llame: Seguramente está en su casa,

devanándose los sesos para encontrar una solución.—Así que Jared ha decidido volver. Me alegro; ahora le necesitas. ¿Qué es lo

que le ha hecho cambiar de opinión?—La lealtad —respondió ella—. Jared pensaba que era una canallada dejarme

después de todas las cosas que hemos pasado juntos.—¿Qué cosas? =preguntó él, frunciendo el ceño.Eliza pensó divertirse a costa de los celos de Darío.—Oh, por ejemplo, el viaje que hicimos a Río un verano, la vez que nos

escapamos a una isla tropical para pasar el invierno y nos quedamos hasta el verano siguiente, y luego aquellas vacaciones tan románticas en los Alpes suizos —bromeó mientras marcaba su número de teléfono—. Eso sin contar todos los fines de semana salvajes en París.

—Parece que os habéis divertido —repuso Darío, preguntándose si la exageración no sería una táctica evasiva.

Ella le explicó a Jared lo que habían planeado y le encargó que se pusiera en contacto con el resto de los miembros del equipo que tuvieran relación con la escena; luego, se sentó junto a Darío en el sofá.

—¿Sabes una cosa? Todo lo que te he dicho antes es mentira.—¿Intentabas ponerme celoso?—No, sólo divertirme un poco contigo.Él sonrió, inclinó la cabeza y la besó. Sus manos apretaron sus firmes senos.—Y ¿sería posible que yo me divirtiera un poco contigo?—Depende de cómo —susurró ella junto a su cuello—, y cuándo.—Así —respondió Darío y volvió a besarla—. Y siempre que tú digas.El teléfono sonó cuando sus bocas se unían. Los dos murmuraron una

maldición al tiempo.—¿Es ése el teléfono rojo o el que puede esperar?—Es el que no puede esperar. Muévete, cariño.Darío echó la cabeza hacia atrás, gruñendo, mientras ella contestaba. Era

Talbort, el vicepresidente de HEI, quien rara vez llamaba a no ser que tuviera una queja.

—Me he enterado de que dos personas de tu equipo han tenido un accidente hace poco.

Eliza estaba segura de que no la llamaba únicamente para ofrecerle sus condolencias.

—Sí. Afortunadamente, no están heridos de gravedad y volverán al trabajo pronto.

—Me alegro, Eliza. Llevo pensando en llamarte varios días y disculparme por no haber acudido a la reunión de hace unas semanas. Me resultó imposible dejar

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unas negociaciones de última hora. Ya sabes cómo son estas cosas.Ella hizo una mueca y se sentó en una mesilla mirando a Darío, quien se había

puesto a encender el fuego.—Sí, ya sé cómo son.Mientras él hablaba un rato más de asuntos intrascendentes, Eliza se decía

que no debía haberle dado nunca el número de su teléfono privado a Bud Talbort. Por fin, éste se decidió a ir al grano:

—Tengo entendido que estás en contra del cambio del programa.—Así es. Me opongo totalmente a vuestra manera de llevar el programa, Bud.

—¿Estás segura?—Sí.—Bueno, Eliza, puesto que no vas a darnos los derechos para hacer la versión

nueva, ¿por qué no la haces tú? Tendrás el control creativo completo del programa nuevo, desde luego, y la opción de trabajar en nuestros estudios de Nueva York o de Hollywood. ¿Qué te parece?

—De momento me parece bien. ¿Con qué presupuesto contaría?—Eso está todavía en el aire, pero te puedo adelantar que será bastante

mayor que el de Más allá del mañana.Eliza habría preferido que parte de ese presupuesto se destinase a la serie

que ya estaba en marcha, pero sabía que respecto a esa sugerencia los de HEI serían inflexibles. Ellos se mantenían firmes en su idea de que dos series diarias les proporcionaban más beneficios que una más elaborada.

—¿Qué tal si hacemos una serie semanal? —propuso ella.—Es posible, Eliza. Es una buena manera de atraer espectadores que no

suelen ver las series diarias. ¿Cuándo puedes tener preparada la adaptación?Ella estaba a punto de responder que la tendría preparada al final de la

semana cuando recordó que Darío se marchaba a Roma entonces y que no tenía idea de cuándo iban a volver a reunirse. El no estaba muy entusiasmado con el proyecto de colaborar en la producción de su guión con Joyce y con ella, pero lo que Eliza no sabía era si aquello se debía a que no quería trabajar con ella o a su deseo de no rodar la película.

—¿Oye? —insistió Bud con impaciencia al ver que Eliza no contestaba—. Sé que ya tienes algunas propuestas esbozadas porque hemos hablado de esta posibilidad antes. ¿Puedes llamarme el sábado? Tengo prisa por ver en marcha esto porque nuestro programa piloto fue un desastre y ya les hemos anunciado a los espectadores que va a empezar una serie nueva.

—¿Qué te parece si te llamo a mediados de la semana que viene? Voy a estar muy ocupada toda esta semana.

—Muy bien. ¿Tenéis ya preparado el viaje a las islas para fin de mes?—Sí, ya está todo listo.—Estupendo. No me gusta meterte tanta prisa, Eliza, pero temo que los

niveles de audiencia de Más allá del mañana bajen por la marcha de algunos de los actores... Eliza, me están llamando por la otra línea. Llámame en cuanto puedas, ¿de acuerdo?

Ella colgó el teléfono con una sonrisa victoriosa y corrió al lado de Darío. Él estaba tumbado boca arriba frente al fuego.

—¿Sabes una cosa? —preguntó Eliza entusiasmada, inclinándose hacia él.—HEI te ha ofrecido que hagas otro programa —contestó Darío mientras

empezaba a quitarle las horquillas del pelo hasta soltarlo y dejar caer la melena negra sobre su pecho—. Va a ser una versión de Más allá del mañana y tú tendrás

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todo el control creativo. Incluso puedes presentarlo como un programa semanal.—Exacto. O tienes una bola de cristal o eres adivino.—Si yo tuviera una bola de cristal, le preguntaría que a qué planes te referías

cuando le has dicho a Bud que ibas a estar muy ocupada para trabajar en el programa nuevo durante el resto de la semana.

Eliza miró fijamente sus dorados ojos castaños, deleitándose en el resplandor ardiente que emanaba de ellos. Jamás había imaginado que aquello pudiera sucederle. Se había enamorado de su primer amor una vez más, después de los años de angustia sufridos por sus pecados de juventud.

Mientras continuaba contemplándole en silencio, pensó que era curioso que no hubiera considerado nunca la posibilidad de volver a amarle. En ese momento le resultaba imposible imaginar que no le amaba.

—¿De verdad quieres saber lo que pienso hacer los próximos días? —susurró Eliza.

—Más que nada en el mundo.—Te daré una pista: va a sorprender a todo el mundo de Rothcart Productions,

Incorpórate.Darío bajó la cremallera de su vestido y lo deslizó por sus hombros.—Sigue.—Voy a tomar unas vacaciones. Ni siquiera voy a pensar en el programa.—¿Vas a algún sitio en particular?—Donde tú vayas los próximos días, Darío, hasta que te lleve al aeropuerto el

sábado.—Humm, me gusta. Me gusta mucho. Pero tengo una idea mejor.La hizo tumbarse boca arriba, derramando una lluvia de besos por sus

hombros. Ella atrajo su cabeza hacia su seno.—¿Cuál? No puedo imaginarme nada mejor que pasar el resto del tiempo que

vas a estar en Manhattan juntos.—Coge el avión y ven a Roma conmigo, Liza. Déjalo todo una temporada y

dale a nuestra relación la oportunidad de prosperar.—No puedo.Darío no le había dicho ni una vez que la amaba, por lo tanto le sorprendió

que le pidiera que abandonara una carrera a la que había dedicado tanto esfuerzo por una aventura sentimental.

—No puedo, Darío, pero sería maravilloso.Evidentemente, Eliza no le amaba, nunca volvería a amarle. Su profesión era

lo único que significaba algo para ella.Eliza percibió su cambio de humor. Le besó la frente y luego acarició su rostro.—Entiendes por qué no puedo dejarlo todo e ir contigo, ¿verdad?—Sí, lo entiendo.—¿Hay alguna posibilidad de que vayas a la isla? Jared y yo hemos estado

estudiando los mapas esta mañana. Parece imposible localizar los caminos, así que nos vendría muy bien tener a alguien que conociera la zona.

Darío se echó a reír.—Pequeña bruja... Y pensar que yo me estaba creyendo que me querías tener

allí para disponer de mi cuerpo en una playa bañada por la luz de la luna... Lo único que quieres es alguien que os ayude a no perderos en la isla.

—Ese era un motivo secundario, tonto. Trataba de ser sutil.—No me gusta que seas sutil. Hace' que me sienta inseguro.—Mentiroso. Sabías desde el principio por qué quería que fueras allí.

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—Demuéstramelo —susurró, acariciándola por debajo de la ropa.Se desnudaron uno al otro frente al fuego, y Eliza se maravilló del resplandor

dulce que transfiguraba la mirada de él cada vez que la miraba. Era como si la amara, pensó ella, casi desesperada porque él no le había dicho esas palabras desde hacía quince años. Su desesperación, no obstante, se transformó en embeleso cuando juntos, alcanzaron la cima del éxtasis.

Capítulo Diez

—¿Desayuno en la cama? —preguntó Eliza cuando le vio llegar con una bandeja—. Eres muy amable. ¿A qué debo este honor? Hasta ella llegaba el aroma del café recién hecho junto con el de'—la rosa cortada de su jardín. Cada visión, olor y sonido que percibían sus sentidos esa mañana la envolvían en un placer y una serenidad que eran reflejo del amor que sentía por Darío. —Digamos que quiero que repongas tus fuerzas. Darío le puso la servilleta alrededor del cuello, cogió una silla y se sentó al lado de la cama.

—¿No desayunas tú? —Ya lo he hecho. Casi es mediodía.—¡Oh, Dios mío! Nunca he dormido hasta tan tarde. Y en un día laborable,

además —exclamó, haciendo un movimiento para apartar la bandeja. Darío se lo impidió.

—Tranquila. El cielo no va a caerse simplemente porque Eliza Rothcart duerma una hermosa mañana en otoño. Y por una buena razón, diría yo. —Humm, la mejor de las razones. ¿Cuándo te has levantado? —le preguntó mientras untaba un Croissant con mantequilla y mermelada de fresas.

—Sobre las diez, cuando ha sonado el timbre de la puerta.—¿Has abierto?—Sí, han llamado más de una vez, y yo no quería que te despertaras. Además,

no podía hacer que el perro dejara de ladrar.—Me parece increíble que no me haya despertado con todo ese jaleo. ¿Quién

era? —Leonard james.Eliza se turbó ante la idea de que su antiguo compañero pasara por su casa

cuando ella estaba con su nuevo amor.—Lo siento, Darío. ¿Ha dicho lo que quería?—No ha dado muchas explicaciones; sólo quería hablar contigo sobre tu

padre. Ha dicho que era muy importante y que le llamaras en cuanto te levantaras. Puedes llamarle después de desayunar. Iba a estar en su consulta de Manhattan.

La sonrisa de Eliza se desvaneció.—¿Por qué tan triste?—Oh, no lo sé —se encogió de hombros.—Sí, tú lo sabes. Todavía estás peleada con el viejo y no quieres oír hablar de

él. Pero creo que deberías llamar a Leonard de todos modos y enterarte de qué pasa. Parecía que era importante.

—Lo haré —accedió con desgana—. Una de las grandes metas de Leonard en la vida era reconciliarme con mi padre. Siempre que él viene a la Costa Este para un seminario o algo así, Leonard trata de que nos reunamos. Estoy segura de que se ha enterado de que mi padre está en la ciudad y quiere que le vea.

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_ ¿Cuánto hace que no le ves?—La última vez fue en Navidad. No me quedaron ganas de repetir la

experiencia. Se pasó todo el rato poniéndome a mi madre como ejemplo y preguntándose que por qué no estaba casada y tenía seis hijos por lo menos. Por supuesto, consiguió contarle a mi prima de diecisiete años la desgraciada historia de nuestro matrimonio para convencerla de que deje a su novio actual.

—No ha cambiado mucho, ¿eh? —sonrió él—. Pero es tu padre, Eliza, y tú eres lo único que le queda en el mundo desde la muerte de tu madre. Vamos, llámale ahora.

Eliza ya había terminado el desayuno, y él le quitó la bandeja.—Lo haré más tarde. Oh, Darío, debías haberme llamado antes. Quiero hacer

tantas cosas contigo antes de que te vayas a Roma...Le rodeó con sus brazos cuando ella se levantó de la mesa.—¿Qué cosas?—Vamos a recorrer la ciudad como si fuéramos turistas. Iremos en un ferry

hasta la Estatua de la Libertad, subiremos a lo alto del Empire State y cogeremos un coche de caballitos en Central Park.

Después de eso iremos...—Calma, calma, Eliza. Lo único que quiero ver de esta ciudad está entre estas

cuatro paredes. No vas a convertirme en un amante de Nueva York —al ver su expresión de abatimiento, Darío cedió—. Bueno, de acuerdo, haremos turismo. Pero antes hazme un favor: llama a tu padre.

—Si insistes...Darío le alargó el teléfono y ella llamó a la consulta de Leonard. La secretaria

la puso en comunicación con él inmediatamente.—Eliza, ¿cómo estás?—Bien, Leonard. ¿Y tú?—No muy bien. Cariño, tengo malas noticias. Se trata de tu padre.—¿Le pasa algo? —preguntó, asustada. Leonard no era una persona alarmista.—Me temo que sí. Fui a Los Ángeles la semana pasada a una conferencia en la

Facultad de Medicina y me encontré con Sheila Polasky. ¿Te acuerdas de ella? La conociste en una fiesta de Hollywood.

Eliza la recordaba muy bien. Era médico, especialista en quimioterapia, y le había servido de gran ayuda al proporcionarle toda la información necesaria sobre los tratamientos del cáncer para una de las historias de Más allá del mañana.

—¿Tiene cáncer mi padre?—Sí. Hace un año, Eliza.—¡Un año! Y no me ha dicho nada en todo este tiempo.Tuvo que sentarse en la cama porque las piernas no la sostenían. Darío le

cogió una mano.—No creo que se lo haya dicho a nadie. A Sheila le disgusta revelar un secreto

profesional, pero le parecía que debía saberlo alguien.—¿Está muy mal? —murmuró ella, temblando. Darío apretó su mano con más

fuerza.—El cáncer está bastante extendido. Tu padre sigue el mismo tratamiento que

siguió ese. Personaje de tu serie el año pasado. Creo recordar que consultaste con Sheila para escribir el guión.

Ella vio un rayo de esperanza. Basándose en casos reales, su personaje se había recuperado.

—Entonces es posible la curación, ¿no?

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—Todo es posible, Eliza, pero no cuentes con ello. La última curación de que he tenido noticia en un caso como el de tu padre ha sido la de esa serie tuya. En realidad, no deberías presentar en televisión cosas como ésa. Le da a la gente falsas esperanzas.

Eliza sabía que la curación casi había sido milagrosa, debido a que sus guionistas y ella habían cedido a las peticiones de los espectadores, quienes le habían escrito numerosas cartas diciendo que el personaje, un protagonista muy popular, debía recuperarse y vivir. «Si fuera tan fácil arreglarlo en la vida real... » pensó con tristeza.

—Tal vez, pero nosotros jamás habríamos hecho que se recuperara si Sheila no nos hubiera dicho que era posible. Ella conocía casos parecidos —replicó Eliza, aferrándose tenazmente a la esperanza.

—No olvides que Sheila lleva practicando la medicina cerca de cuarenta años... Algún caso increíble habrá visto en todo ese tiempo. Mira, creo que deberías ir a ver a tu padre, naturalmente, fingiendo ante él que no sabes nada. ¿Quieres que vaya contigo?

—No, no es necesario, pero gracias, Leonard. ¿Está en el hospital?—No, sigue dando clases en la Universidad. Eliza, ¿estás segura de que no

quieres que te acompañe?—Sí, estoy segura, pero gracias de todos modos. Adiós, Leonard.Colgó y se derrumbó en los brazos de Darío. Él la estrechó contra su pecho,

meciéndola, mientras sollozos convulsivos sacudían su cuerpo. Cuando Eliza se calmó lo suficiente para incorporarse y poder hablar, Darío le dio un pañuelo.

—Pensarías que soy una hipócrita si te dijera cuánto quiero a ese viejo cabezota ahora, ¿verdad? —murmuró, secándose las lágrimas.

—No, cariño, pero supongo que sería mejor que se lo dijeras a él. ¿Cuándo vas a marcharte?

—Cuando salga el primer vuelo.—Haré las reservas mientras te arreglas.—¿Vas a venir conmigo?—Por supuesto. Habíamos llegado al acuerdo de ser inseparables estos dos

días.—Sí, pero era para poder pasar unas vacaciones —repuso ella, conmovida—.

No tienes por qué venir.—Claro que sí. Esto no es lo que habíamos planeado, pero, por lo que a mí se

refiere, el acuerdo vale tanto para lo bueno como para lo malo.Ella empezó a hacer la maleta mientras él reservaba los billetes y se

informaba de los vuelos que había de Los Ángeles para Roma.—No hay prisa —dijo Darío, después de colgar el teléfono—. El primer avión

sale a las cinco debido a los retrasos que hay por la niebla. No me sorprendería que tuviésemos que esperar en Denver. No he podido conseguir un vuelo directo.

Darío estaba a punto de decirle cuánto la amaba cuando ella se dirigió a la ducha con un gesto de desilusión por lo que le había dicho del vuelo a California. Lentamente, terminó de meterle la ropa que había dejado sobre la cómoda en la maleta.

El viaje fue largo y pesado. Como habían temido, el mal tiempo retrasó el vuelo de conexión por lo que tuvieron que esperar doce horas en el aeropuerto. Cuando por fin salieron de Denver, los nervios ni siquiera les habían permitido dormir.

—Ahora tenemos que despedirnos por un rato, cariño —dijo Darío cuando el

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taxi se acercaba a la casa de su padre, en Santa Mónica—. Voy a buscar una habitación en algún hotel que haya cerca del campus, así podré visitar a algunos amigos mientras estás con tu padre. Te llamaré por la noche y te diré dónde estoy.

—Pero Darío, yo creía que ibas a estar en casa conmigo.—No, Liza. Ya sabes lo que piensa tu padre de mí; no le gustaría tenerme

cerca.—Mi padre nos espera a los dos.—¿Cómo es eso?—Le he llamado desde Denver. ¿No te lo he dicho?—No. ¿Le has contado todo lo nuestro?—Todo no. Le he dicho que trabajabas para mí y que hemos venido a hablar

de un programa nuevo para ABC.—Habrá sospechado cuando le hayas dicho que íbamos a quedarnos en su

casa.—Simplemente le he dicho que pasaríamos por aquí cuando llegásemos a la

ciudad.—Todavía no son las ocho. ¿Y si está en la cama?—Tiene un ama de llaves. Ella nos dejará entrar.Fue la señora O'Riley, la mujer que cuidaba la casa del profesor Rothcart

desde que murió su esposa, quien salió a abrirles. Llevaba años con los Rothcart, ya que desde que Eliza era pequeña iba tres mañanas a la semana para ayudar en las tareas de casa. Cuando murió la señora Rothcart el profesor la contrató como ama de llaves.

—Oh, Eliza, cuánto me alegro de verte.—Yo también —contestó ella, abrazándola—. ¿Se ha levantado mi padre?—Se ha levantado hace dos horas y ya se ha ido a la Universidad. Ya conoces

a tu padre y su precioso laboratorio. Ese hombre trabajará hasta el día que se muera.

Parecía ser que su padre había guardado el secreto de su enfermedad también con su ama de llaves, quien continuó alabándole hasta que se fijó en que Darío despedía al taxi.

—¿Va a quedarse? —preguntó con un tono tan poco amigable que Darío comprendió que le conocía por comentarios de la familia, y que no le gustaba lo que había oído—. El profesor se sorprendió cuando Eliza le dijo que venía con usted. No puede decirse que le gustara mucho la idea.

La señora O'Riléy nunca se había distinguido por ser una persona diplomática.—Lo siento _ dijo Darío—. ¿Cómo está el doctor Rothcart?Ella contestó a la pregunta, pero dirigiéndose exclusivamente a Eliza.—Tu padre ya no es tan joven. A veces me preocupa. Creo que trabaja

demasiado para la edad que tiene. Algunos días llega tan cansado que me parece que no va a tener fuerzas para levantarse, pero él lo hace de todos modos, se va a su despacho o a su laboratorio y no vuelve hasta la noche.

Eliza hizo un esfuerzo para contener las lágrimas. Tenía el presentimiento de que su padre pasaba gran parte de esos largos días de trabajo en el departamento de quimioterapia de la Facultad de Medicina en vez de en su despacho.

Darío adivinó lo que estaba pensando e intervino para cambiar de conversación:

—Señora O'Riley, la comida del avión era espantosa. ¿Le importaría preparar algo para Eliza? No ha probado bocado desde que salimos de Nueva York.

—¿Va a quedarse? —insistió la mujer tenazmente.

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—Sí, va a quedarse —respondió Eliza con un tono que no admitía réplica antes de que Darío pudiera decir nada.

Mientras Eliza se daba una ducha, Darío se ofreció a ayudar al ama de llaves a preparar el desayuno. Pero cuanto más amable intentaba mostrarse, menos le gustaba a ella. Quince minutos más tarde, después de haberse agotado su repertorio de anécdotas divertidas y sonrisas seductoras, Darío se rindió y se fue al comedor a esperar a Eliza. Cuando la señora O'Riley entró unos instantes después y dejó de golpe los platos en la mesa, sobresaltándole, él levantó la cabeza.

—¿Por qué no le gusto, señora O'Riley? —preguntó con su voz más dulce.—Porque ya le ha hecho bastante daño a esa niña —contestó la mujer

apasionadamente, apoyando las manos en las caderas—. Ha venido diciendo que esto era un viaje de negocios, pero yo sé que hay algo más que negocios por la forma como le mira Eliza. Así que más vale que la quiera de verdad o que se vaya.

El ama de llaves salió tan bruscamente del comedor que estuvo a punto de chocar con Eliza. Ésta —había oído las voces de la mujer y estaba pálida.

—No hagas caso, Darío. Es casi peor que mi padre cuando se trata de casarme.

—Y supongo que yo soy el candidato con menos posibilidades, ¿no? —murmuró, como si estuviera hablando consigo mismo.

«Maldita sea, si por lo menos el ama de llaves tuviera razón y Eliza estuviera enamorada de mí... » —Para su manera de pensar, sí.

«Pero no para la mía», pensó Eliza. Si la amara tanto como le amaba ella a él...

—Bueno, tenemos que estudiar esto detenidamente, Liza. Va a parecer muy sospechoso que nos quedemos los dos aquí. Siéntate a desayunar y mientras decidiremos qué vamos a hacer.

Al final Eliza le dio la razón a Darío, ya que se dio cuenta de que había sido el cansancio y la desesperación del largo viaje lo que la había impulsado a pedirle que se quedara en casa. Después de desayunar, cogieron el coche de la señora O'Riley y se dirigieron a la zona de la Universidad. Una vez que reservaron una habitación para él en un hotel cercano, fueron a la Universidad. Antes de bajarse del coche, Eliza le invitó a ir a su casa a cenar.

—Creo que se producirá una situación un tanto embarazosa.—Él sabe que hemos venido juntos. Quizá, sería más embarazoso si no

aparecieras por allí. Por favor, ven.—¿Por qué me resulta siempre imposible decirte; que no? —sonrió él

segundos antes de besar su boca.—Será por el mismo motivo por el: que a mí nunca se me ha dado muy bien

decirte que no —repuso Eliza mientras abría la puerta del coche—. ¿Qué vas a hacer esta tarde?

—Tengo que llamar a la casa donde he estado en Nueva York para que alguien me envíe el equipaje a Roma. Nos marchamos tan deprisa que no tuve tiempo para hacerlo.

—Ojalá no tuvieras que irte ahora... Pero ya sé que esa película es muy importante para ti —añadió rápidamente, pensando que era una actitud egoísta por su parte querer quitarle más tiempo después de lo que había hecho por ella—. Por cierto, no es necesario que vayas a la isla. Jared y yo podemos arreglarnos.

—¡Pero si yo siempre he soñado con naufragar y quedarme en una isla tropical con una mujer hermosa!

—No será una isla desierta precisamente. Jared, el equipo técnico y los dos

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muchachos que hemos contratado para los papeles nuevos estarán allí.—Liza —dijo él en voz baja—, creo que ese señor que viene por allí es tu

padre.Ella se volvió.—Lo es. Dios mío, parece mucho mayor. Inconscientemente, Eliza buscó la

mano de Darío. Su padre había visto el coche de su ama de llaves antes de advertir quiénes estaban junto a él y se acercó al vehículo.

—Buenos días —dijo cuando vio quiénes eran.—Hola, padre —le saludó ella, sin saber muy bien qué decirle. Los ojos de su

padre se fijaron en su mano, que todavía seguía unida a la de Darío, y Eliza se soltó al recordar sus reconvenciones de años atrás. Entonces le había desafiado; en ese momento no pensaba hacerlo—. ¿Cómo. estás?

—Muy bien, gracias. ¿Qué proyecto es ese que os ha traído a los dos a Los Ángeles?

—Vamos a realizar una película en colaboración —contestó Darío, tendiéndole una mano. El profesor Rothcart se la estrechó.

—Muy bien. ¿De qué se trata?Como no podía decirle que había escrito un guión sobre su matrimonio con

Eliza, intentó definirlo sin profundizar:—Es un drama actual.—Eso quiere decir que no hay argumento pero sí mucho sexo: No me gusta

cómo se hacen las películas hoy en día. Bueno, ¿queréis tomar un café o tenéis mucha prisa por ir a los estudios? Podemos ir a la cafetería de la Facultad.

Tanto Liza como Darío habían notado que su padre se apoyaba en el coche mientras hablaba y que su piel tenía un tono amarillento.

—¿Por qué no vamos en el coche a algún sitio? —sugirió ella.—Todavía no estoy muerto. Puedo andar —replicó bruscamente.—Está bien, de acuerdo.—Perdonad, pero yo voy a volver al hotel —dijo Darío—. Tengo que hacer los

preparativos para el viaje a Roma.—No te olvides de la cena —le recordó Eliza; luego cogió a su padre del brazo

para dirigirse a la cafetería—. He invitado a Darío a cenar. Espero que no te importe.

—¿Desde cuándo se ha tenido en cuenta mi opinión en lo que respecta a Darío y a ti?

—Oh, papá, no empieces con eso, por favor. Han pasado quince años.—¿Cómo habéis vuelto a encontraros?La respiración de su padre se iba acelerando a medida que avanzaban por el

sendero.—En realidad, no me apetece el café —comentó ella—. Vamos a sentarnos en

aquel banco de allí. No he pegado ojo en toda la noche y estoy cansada.Una vez que estuvieron sentados, Eliza le contó cómo se habían encontrado

de nuevo.—Nunca me gustó ese hombre, Eliza. Sigue sin gustarme.—Lo sé. No debía haberle invitado a cenar, pero puedo llamarle y decirle que

no venga.—NO, puede venir. Tienes derecho a elegir a tus amigos, aunque tengas una

habilidad especial para escoger los que no te convienen. Bueno, ¿quién te lo ha dicho?

—¿El qué?

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—Que tengo cáncer.Eliza dudó un momento, pero sabía que ya no tenía objeto mentir.—Uno de los médicos de UCLA se lo dijo a Leonard, y el me llamó a mí.—¡Maldita sea! ¿Es que un hombre no tiene derecho a su intimidad?—Oh, papá, lo siento tanto...A pesar de sus propósitos de ser valiente y darle ánimos, Eliza se echó a

llorar.—No tienes por qué. Tengo cerca de setenta años y he vivido plena y

satisfactoriamente. He estado casado durante cuarenta años con la mujer más maravillosa del mundo; incluso he vivido lo suficiente para ver a mi hija enamorarse del mismo idiota dos veces. ¿Quién podría pedir más?

Eliza alzó la cabeza y vio la expresión sonriente de sus ojos.—Darío no es un idiota, papá.—Tú me lo dijiste hace quince años.—Sigue marchándose a Roma cuando le necesitas, ¿no?—Los negocios son los negocios. Él tiene que ir a hacer esa película. Además,

yo ya soy mayor y no necesito a Darío para que me lleve de la mano. Yo también tengo que atender mi trabajo: el programa nuevo que presentará NBC dentro de unos meses, la otra serie que estoy preparando para HEI y el largometraje que a lo mejor realizamos Darío y yo.

—Eliza, ¿te he dicho alguna vez lo orgulloso que estoy de ti? ¿Lo orgulloso que he estado siempre?

—No, siempre he creído que tú querías un chico que se dedicara a la ciencia, no una chica que trabajara en la televisión —confesó ella, con un nudo en la garganta.

—¡Yo no he dicho nunca tal cosa! Tu madre y tú siempre poníais palabras en mi boca que jamás habían pasado por mi imaginación. No te cambiaría por dos docenas de chicos. Estoy muy orgulloso de ti y de los trabajos que has hecho.

—Gracias, padre.Eliza llevaba mucho tiempo esperando oír esas palabras.

Capítulo Once

—Esa chica se mueve con la gracia de un toro en una cristalería, Eliza —gruñó Jared por décima vez en menos de una hora—. ¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé. Podemos hacer tomas del paisaje ahora y volver con otra actriz en otra ocasión —Eliza se protegió los ojos con la mano y contempló el horizonte—. Dios mío, Jared, ¿no es una maravilla esta isla? No había visto nada semejante en mi vida. La arena es tan blanca... Y mira el color del agua.

El mar del Caribe brillaba bajo el sol, exponiendo todas las tonalidades del verde y el azul. Eliza y su equipo llevaban allí cerca de una semana, rodando y volviendo a rodar las mismas escenas.

—Sí, está bien —asintió Jared sin el menor entusiasmo—. Ojalá pudiera decir lo mismo de la chica. Volver aquí con otra actriz va a salirnos muy caro. No lo comprendo; hizo la prueba tan bien... —arrojó el guión a la arena y se encaminó a la orilla—. Tengo que alejarme de aquí unos minutos. Voy a volverme loco tratando de encontrar una solución.

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—Llamaré a Bárbara para hablar de esto.Eliza cogió el megáfono para anunciar un descanso de media hora y luego le

hizo señas a Bárbara para que se acercara. Su amiga no intervenía en el reparto de las escenas de la isla, pero llevaba mucho tiempo queriendo dirigir algunos episodios y había convencido a Eliza para que las llevara a ella y a sus dos hijas a la pequeña isla de las Antillas.

—Soy una directora malísima, ¿verdad? —comentó Bárbara desesperadamente cuando se reunió con Jared y Eliza.

—No es culpa tuya —la tranquilizó Jared—. De donde no hay, no se puede sacar.

—He visto a buenos directores ayudar a chicas asustadas como ésta a tener confianza en sí mismas. Seguro que Darío podría hacerlo.

Iba a extenderse más en el talento de Darío como director, pero al ver el ceño fruncido de Eliza se calló. Desde que había vuelto de California, hacía dos semanas, Eliza no había hablado una palabra sobre Darío. Aun así, todo el equipo se había enterado de que él la había acompañado a Los Ángeles, Bárbara suponía que la relación no —había marchado bien y que Eliza estaba tratando de olvidarle.

—Dudo mucho que Darío pudiera hacer algo. Jared y yo también hemos hablado con la chica. La pobre se pone en tensión cuando la enfoca la cámara. Sin embargo, su currículum era tan bueno... Ha estado en los escenarios desde que tenía cinco o seis años. Ya sé que es muy diferente actuar delante de una cámara a hacerlo ante el público, pero creía que Mary Kaye no tendría problemas. Hizo la prueba muy bien.

Eliza le sonrió a Bárbara y le dio una palmadita cariñosa en el hombro. Era evidente que su amiga se sentía mal por el fracaso de las escenas de la joven actriz, en las que ella había intervenido como directora, pero también por haber mencionado a Darío. El resto del equipo la había tratado del mismo modo desde que había regresado de California, evitando cualquier referencia a Darío y mirándola con la compasión reservada generalmente a las viudas recientes y a los huérfanos.

Desde luego, la reserva de Eliza respecto a la enfermedad de su padre, ya que nadie sabía que ése había sido el motivo de su marcha a Los Ángeles, favorecía la interpretación que le habían dado sus compañeros a su preocupación. Padre e hija se habían reconciliado por fin, pero tanto su enfermedad como su acercamiento eran cosas que Eliza sólo había sido capaz de compartir con Darío.

—Sé que hizo la prueba bien —asintió Bárbara—. He visto las cintas. Pero lo malo es que HEI quiere hacerlo todo tan deprisa. Debían habernos dado tiempo para trabajar con la chica antes de venir aquí. ¿Qué vamos a hacer?

—Tengo unas cuantas ideas —dijo Eliza—. Podemos intercambiar los papeles de la chica y el chico, o también rodar sólo los paisajes y sustituir a Mary Kaye en una fecha posterior.

—¿Quieres decir que sea la chica la que venga navegando de San Juan y naufrague en la costa de la isla? Eso podría resultar. Lo único que tendría que hacer Mary sería yacer inconsciente en los primeros episodios.

—Dudo hasta que sea capaz de eso —intervino Jared—. Se pondrá nerviosa y empezará a reírse cuando tenga que estar a las puertas de la muerte.

—Oh, no lo creo —repuso Eliza.—¿Y qué haremos cuando ella tenga que recobrar el conocimiento y huir con

el chico? —preguntó Bárbara.—Supongo que tendrá que morir, o nosotros tendremos que buscar una actriz

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que se le parezca... a menos que mejore, claro.—Vaya una solución para la historia romántica del siglo. La chica muere antes

de que el chico sepa su nombre. No me gusta nada, Eliza —dijo Bárbara—. Me parece mejor rodar ahora sólo el paisaje y... ¡Eh, ya lo tengo! —exclamó de pronto—. ¡Sé cómo puedes rodar ahora todas las escenas de la isla y tener también una gran historia de amor!

—Casi me da miedo preguntarte cómo —sonrió Eliza.—¡Déjame hacer el papel de Mary Kaye!—¡Eso es absurdo! —replicó Jared entre risas—. Bárbara tienes edad suficiente

para ser su madre.—¿Y qué? El año pasado pusimos la historia de un hombre de cuarenta años

que se enamoraba de una adolescente.—Sí, pero eso era diferente —respondió Eliza. Los espectadores más jóvenes

llevaban meses pidiéndome una historia de amor. entre dos adolescentes, así que no tenía objeto presentarles la aventura amorosa de una mujer dos veces mayor que el joven. Eliza no tenía nada en contra de ese tipo de relaciones, pero ese no era el momento.

—¡Diferente! Eres tan mala como Jared, Eliza. Yo creí que estabas de mi parte.—Oh, Bárbara, si estás tan entusiasmada por tener una aventura con un

hombre más joven en la serie, escribiremos una para ti. Pero ahora no puede ser. Se están pasando los episodios en que Sabra está escondida en Maine con el niño que ha secuestrado. ¿Cómo vamos a hacer que aparezcas de repente en una isla del Caribe?

—Bueno, puedo vender el niño por veinticinco mil dólares a un matrimonio de millonarios sin hijos e ir a la isla porque tengo miedo de que me detengan.

Jared y Eliza se miraron y se echaron a reír. —Y esa iba a ser la heroína de un idílico romance —se burló Jared—, una secuestradora que vende niños en el mercado negro.

—¡Oh, vete al diablo, Jared! Sólo trataba de ayudar. Los de HEI se pondrán furiosos si volvemos del viaje sin nada.

—Entonces, piensa en soluciones razonables, Babs —dijo Jared, dándole una palmada en el trasero.

—De acuerdo, lo haré. Pero será más fácil que venga la inspiración si tú desapareces, mi querido Jared. Da de comer a mis hijos y empieza a rodar las escenas de Greg. No creo que de momento se pueda hacer nada más con Mary Kaye. Si le decimos algo, se echará a llorar.

—Pobre chica. Lo peor de todo es que se esfuerza al máximo para hacerlo bien.

—Eso es parte del problema —asintió Eliza—. Se esfuerza demasiado.—Venga, Jared, vete —repitió Bárbara. —Dime una razón por la que deba

marcharme. —Eliza y yo vamos a quitarnos toda la ropa para tomar baños de sol —repuso Bárbara, sonriendo con picardía.

—¡Babs! —gritó Eliza.—Razón de más para quedarme —bromeó Jared mientras abrazaba a las dos

mujeres.Eliza se soltó de su abrazo, momento que aprovechó Jared para darle un beso

en la boca a Bárbara y despedirse apresuradamente.—Hasta luego. Divertíos.—¿Adivinas quién entró en mi tienda anoche? —dijo Bárbara cuando él ya se

hubo alejado.

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—Me lo figuro. Vosotros dos os habéis hecho inseparables desde que salimos de San Juan. ¿Va en serio esta vez?

—Como siempre.—Me lo temía. Bueno, procura no romper el corazón de Jared. ¿Qué ha sido del

tipo aquel con el que estabas saliendo hace unas semanas?—Está rodando en Brasil.—¿Y qué posibilidades tendrá Jared cuando vuelva?—Sólo el tiempo puede decirlo. Pero dejemos eso ahora. Estoy harta de verte

tan abatida desde que volviste de California. Cuando Darío se fue contigo a ese viaje de negocios, pensé que todo marcharía bien entre vosotros. ¿Qué ha ocurrido?

—No era un viaje de negocios, Babs —suspiró Eliza, tumbándose en la arena. Bárbara hizo lo mismo—. Ojalá lo hubiera sido.

—¿Por qué fuisteis allí entonces?—Mi padre se está muriendo. Le queda un año de vida como mucho.—Oh, Eliza, no tenía idea. Todos creíamos que al estar enamorada, el

operador de cámara intentaba flirtear con la encargada de sonido y Eliza, la mujer que él amaba, estaba enamorada de todos ellos.

Si había una mujer en su elemento, esa era Eliza cuando trabajaba con su equipo. ¿Por qué no parecía un poco abatida, como si le hubiera echado de menos? Sólo Dios sabía cuánto la había echado en falta él allí en Roma. Había empezado a dirigir esa película como un principiante recién salido de la Facultad porque le resultaba imposible concentrarse y por fin se había despedido antes de que el productor le pidiera que se marchara. Se había pasado todo el tiempo pensando que hacía quince años se había marchado a Roma y luego se había pasado la década y media siguiente preguntándose qué habría sucedido si no la hubiera dejado. No pensaba pasarse los próximos quince años de su vida preguntándose qué habría ocurrido si se hubiera quedado esta vez. Un hombre no podía pasar por esa clase de tortura dos veces.

La melodía de su risa le hizo prestar atención a sus palabras.—Por última vez, Mary Kaye, yo no he hecho nada. Tú eres quien lo ha hecho.

Eres una actriz con mucho talento.—Oh, Eliza, he estado horrible hasta que tú me has ayudado hoy. No habría

podido meterme en el papel si no hubieras cambiado el orden de las escenas para animarme.

—Vamos, no he sido yo quien te ha animado en la playa.—Díselo, jefa —intervino Greg—. Ha sido mi encanto personal lo que ha hecho

resurgir su talento, ¿verdad?—Eso creo yo —asintió Eliza.La joven pareja se despidió y se alejó por la playa. El resto del equipo empezó

a dispersarse. Jared y Bárbara también se despidieron. Eliza pensó que se quedaría un rato más. Debía ser precioso ver amanecer en la isla.

De pronto, oyó que Bárbara daba un gritito al llegar a la duna, pero cuando se volvió ya se habían ido. Supuso que Jared y ella iban jugueteando; había sido un grito de alegría.

Bárbara y Jared se habían tropezado con Darío, quien les había pedido que guardaran silencio para no advertir a Eliza. El estuvo contemplándola unos momentos y luego abandonó su escondite. Cuando Eliza oyó ruido de pasos, no se alarmó. Pensó que algún miembro del equipo había decidido disfrutar de la belleza del amanecer tropical con ella.

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Darío nunca olvidaría la expresión del rostro de Eliza cuando le vio. Era una expresión de alegría indescriptible, la misma que debía reflejarse en los ojos de él.

—Hola —dijo él suavemente. El débil resplandor de la arena ponía en su pelo las mismas sombras irreales que las luces del estudio aquella primera vez que ella le vio en el plató—. ¿Es una fiesta privada o puede unirse cualquiera?

Eliza alargó una mano, intentando convencerse de que aquello no era un sueño, y él se sentó en la arena, a su lado.

—Es una fiesta muy privada y sólo tú puedes unirte a ella —susurró Eliza—. ¿Qué te trae por aquí, Darío?

—¿Creerías que he ido componiendo cientos de frases grandiosas en el avión y que ahora no me acuerdo de ninguna?

—Di lo que estás pensando. ¿Por qué estás aquí? —Por ti. Te amo, Liza.—¡Oh, Darío! —se arrojó a sus brazos para besar la piel que dejaba al

descubierto su camisa desabrochada. Sabía a sal marina, y había granitos de arena entre el áspero vello blanco y negro—. Creía que sólo tenías lástima de mí.

—¿Lástima de una mujer que lo tiene todo?—Creía que habías ido conmigo a California porque pensabas que me debías

un favor por lo que había ocurrido hacía tantos años. Como un acto de constricción. Pensé que no volverías porque yo me estaba tomando muy en serio nuestras relaciones.

—Pues estabas equivocada —murmuró, abrazándola con pasión—. Dime una cosa, nena, ¿es verdad que tomas en serio nuestra relación?

—Sí, Darío. Te amo. Mucho más que cuando tenía diecisiete años, y tú sabes cuánto te amaba entonces.

—Sí, nena. Por eso voy a volver a Manhattan contigo. No voy a abandonar la mejor relación de mi vida dos veces.

—¿Y la película de Roma?—Al diablo con ella. Sólo es una película. ¿Tienes idea de cuántas me ofrecen

al año? Sin embargo, buenas relaciones sólo se me ha presentado una, la única que me importa.

—Tú eres también lo único que me importa.¿Dónde vas a vivir en Nueva York? ¿Y qué vas a hacer?—Todavía no lo he decidido. Aunque la casa del Village está descartada. Voy a

dedicarme a mi libro una temporada, y allí hay mucho jaleo. ¿Comprendes?—Creo que sí —respondió Eliza, adivinando sus intenciones.—Necesito un lugar un poco más tranquilo.—¿Qué tienes pensado exactamente? —Bueno... algo muy selecto. Un barrio

elegante, una casa antigua y grande en la que quizá podría vivir con otra persona...

—¿Tal vez en Gramercy Park?—Tal vez. También me gustaría que tuviera un jardín de rosas.—Darío, yo conozco ese lugar.—¿Sí?—Sí. Vente a vivir conmigo.—Ese es mi mayor deseo, Liza.Su mayor deseo era pedirle que se casara con él, pero en ese momento no

podía hacerlo. Hacía mucho tiempo, él había prometido hacerla feliz toda la vida y después no había cumplido sus promesas. Tenía que probar a Eliza que había cambiado; por eso, la mejor manera de hacerlo era vivir con ella hasta que creyera en su amor.

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—Entonces, bienvenido a mi casa, mi amor.Eliza pensaba darle de una semana a diez días de plazo para que se

convenciera de que el pasado ya estaba olvidado, y después quizá unos pocos días más para volver a ser marido y mujer.

—¿Y esa sonrisa misteriosa? —preguntó él mientras la hacía levantarse.—Algún día te lo contaré. ¿Dónde me llevas?—A un sitio donde podamos tener intimidad.Cogidos de la mano, subieron por las dunas de la playa y caminaron hasta

llegar a un plató abandonado. Lo único que quedaba era una cabaña sin techo, lo cual permitió que los primeros rayos del sol iluminaran los cuerpos de los dos amantes.

—Jamás podré saciarme de ti, Liza, —murmuró Darío, al tiempo que su boca buscaba los dulces lugares secretos de ella.

—¿Ni siquiera si te doy toda una vida para hacerlo?—Jamás, aunque viviéramos juntos mil años...

Capítulo Doce

El bebé de seis meses que Darío tenía sobre su rodilla izquierda alargó la mano hacia el periódico que leía su padre y consiguió romperlo por el centro.

—No te gusta el artículo, ¿eh? Bueno, la criatura podía haber sido más generosa, pero viniendo de Wilson Dupont no está mal. Vamos a ver qué dicen de la película de tu mamá y tu papá en el Times. A lo mejor ésta te gusta más.

La niña empezó a moverse y se echó a llorar antes de que él pudiera encontrar la sección de espectáculos en el periódico.

—¿Tiene hambre la nena? —la meció suavemente. Se quedó quieta unos segundos, pero en seguida volvió a llorar—. Eso quiere decir que sí, ¿verdad?

Se acercó con la niña hasta el sofá donde estaba sentada su madre.—¿Lista para cambiar de niño, Liza?—Sí. Christopher ya está casi dormido. ¿Por qué no le llevas a la cuna, cariño?Se quitó al niño del pecho y se lo dio a Darío, quien, después de secarle unas

gotas de leche de los labios con el babero, dejó a su hermana en los brazos de Eliza.

—Todavía no quiero llevarlo a la cuna. He estado fuera todo el día y no he tenido tiempo de jugar con él —sonrió cuando su hija se apoderó con avidez del seno de su madre—. ¿Te importa que me siente aquí y le tenga en brazos mientras tú le das el pecho a Ángela?

—Pero tienes que prometerme que no vas a despertarle —Eliza inclinó la cabeza y besó el sedoso pelo negro de la niña—. Oh, Darío, ¿has visto alguna vez una niña tan bonita? Mira qué pequeña y perfecta es.

—Como este otro. Tú debías ser como Ángela cuando eras pequeña, Liza.—Sí. ¿Viste las fotografías antiguas que nos envió mi padre antes de que

nacieran los niños?—Sí, él te tenía en brazos con una expresión de orgullo. Siento que no viviera

lo suficiente para ver a sus nietos. Los habría adorado.—Papá estaba encantado con la idea de que tuviéramos gemelos.Habían pasado casi seis meses desde la muerte de su padre. El profesor

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Rothcart había vivido más tiempo de lo que habían pensado en principio y había fallecido mientras dormía, sin sufrir en ningún momento.

—Era de lo único que hablaba cuando estuvimos en Italia.—No sabes cuánto te agradecí que accedieras a dejarle ir de viaje con

nosotros.Estuvieron contemplando a la pequeña mientras comía hasta quedar

satisfecha; luego subieron las escaleras con ellos en brazos para acostarlos.—¿Hay que cambiarlos? —preguntó Darío.—Mira a ver, pero creo que no. La señora O'Riley los ha bañado y los ha

cambiado antes de dármelos para que comieran.—Están secos —dijo Darío, al tiempo que los metía en sus cunas—. ¿Quién

crees que se parece más a mí? ¿Christopher o Ángela?—Ninguno, los dos se parecen a mí. ¿No ves que no tienen barba ni canas?—Ya verás a mi chico con el tiempo. ¿Te diste cuenta de que eran los niños

más guapos del hospital?—Oh, Darío. Todos los padres pensaban que sus hijos eran los más guapos del

hospital.—Bueno, pero los míos lo eran. El hijo de tu amiga tenía la cara roja y era

pelón. Los nuestros, sin embargo, tenían su pelito negro y la tez morena.—Venga, vámonos. Quiero darme un baño antes de acostarme.—¿Quieres que te lea las últimas críticas mientras te bañas?—Sí, pero sólo las buenas.—Todas son buenas, mi amor. Voy abajo a coger los periódicos. Me los ha

dado Jared cuando he pasado por el estudio.Después de besar a los niños, salieron de puntillas de la habitación. Cuando

Darío subió con los periódicos, Eliza ya estaba en la bañera y él tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar los ojos del cuerpo de su esposa y empezar a leer:

—«La nueva película de Rothcart—Napoli Productions, Promesas rotas, se ha estrenado en trescientas salas del país esta semana». Oye, ¿no se suponía que era Napoli—Rothcart Productions?

—Gané yo cuando lanzamos la moneda, ¿no te acuerdas?—¿Cuando dijiste que si salía cara ganabas tú y si salía cruz perdía yo?—Exactamente. Sigue, Darío.—«La opinión de los espectadores se dividió... » —¿Se dividió? Oh, Darío, creía

que le había gustado a todo el mundo.—Espera, cariño. «La opinión de los espectadores se dividió entre los que

simplemente disfrutaron de la película y los que, al salir de la sala, compraron otra entrada para la sesión siguiente».

—Oh, ¿no es maravilloso? ¿Qué más dicen?—Vamos a ver. Hay un resumen de la película, que no hace falta que te lea, y

luego hablan de los actores. Todos coinciden en que Mary Kaye y Greg hacen una interpretación excelente en su primera película., ¿Quieres que te lea esa parte?

—Sí.Darío le leyó los párrafos más importantes del artículo hasta que llegó al final.—Escucha esto: «Atención a los amantes de finales felices: Aunque el señor y

la señora Napoli nunca han reconocido públicamente que este guión, el cual ha catapultado al estrellato a dos jóvenes actores de color, está basado en su primer matrimonio, este crítico se ha enterado por fuentes dignas de toda confianza de que la película es efectivamente autobiográfica en gran medida. Aunque en la película la joven pareja tiene un final desgraciado, ese no ha sido el caso de las

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Katherine Coffaro - Promesas Rotas 98

personas reales en las que se basaban. Los Napoli han vuelto a casarse después de una larga separación y recientemente han sido padres de un precioso par de gemelos. Han fijado su residencia en Manhattan... etc., etc., etc.»

—¿Qué es el etc.? —preguntó Eliza mientras salía de la bañera y él la envolvía en una toalla.

—Son las alabanzas que dedican a tu labor en las series diarias de televisión en vez de hablar de las películas que he hecho yo —contestó Darío, secándola lenta y seductoramente.

—¿Celoso?—¿Quién crees que fue la fuente digna de toda confianza que le facilitó la

información a ese crítico? —Eres un encanto, Darío. Vamos a la cama ahora, mi amor. Te deseo tanto... —Yo te deseo mucho más.

—Imposible. Ah, Darío, ¿qué hay en esas cajitas que has traído esta noche? Has dicho que era algo para los niños, ¿no? —dijo Eliza cuando él se disponía a apagar la luz y meterse en la cama con ella.

—Te lo enseñaré.Sacó dos cajitas forradas de terciopelo del cajón de la cómoda y se las dio a

Eliza. Ella contuvo la respiración al abrirlas y ver dos medallitas de San Cristóbal. Le dio la vuelta a una para leer la inscripción aunque ya adivinaba lo que ponía.

—No olvides el camino de regreso a casa —murmuró. Eso era lo que ella había grabado en la medalla que le había dado a su marido dieciséis años atrás—. Oh, mi vida, ¿cómo se te ha ocurrido?

—Al pasar por una joyería de la Quinta Avenida me han entrado ganas de comprarlas. Liza —susurró después de quitarle las cajas de la mano—,ven aquí. Tenemos que hacer algo muy importante.

—¿El qué?—Buscar otra parejita.—Estás loco.—Sí, loco por ti.Ella abrió la boca para darle las gracias por el regalo de su amor, que había

transformado su vida en algo maravilloso; pero Darío cubrió sus labios, impidiéndole hablar.

No importaba. No hacían falta las palabras. Su marido por fin estaba en casa.