«LA SiLFIDA DEL ACUEDUCTO», UN EJEMPLO ROMÁNTICO DE LITERATURA COMPROMETIDA La fundación del Diario Mercantil de Valencia (1834) por José María Bonilla, Pascual Pérez y Juan Arolas es el resultado local de una serie de circunstancias políticas, literarias y sociológicas en el ám- bito nacional. El «golpe de estado de la Granja» (septiembre de 1832) dio fin al régimen fernandino y, al desaparecer la mordaza ideológica que había oprimido al país —desterrando a unos e intimidando a otros—, puso en movimiento el espíritu revolucionario iniciado en las Cortes gaditanas y dos veces frenado en los veinte años siguientes. Proclamada Reina Gobernadora María Cristina, una de sus pri- meras medidas conciliadoras fue un decreto de Amnistía (15 de oc- tubre de 1832) en favor de los emigrados políticos. Con ello se inicia la liberación del régimen, se abren las puertas de la patria a los exi- liados de 1823 y el Romanticismo irrumpe en la literatura española como una primavera mucho tiempo intimidada por el frío último del invierno. Pero al regeneracionismo liberal, expresión de una mentalidad burguesa, se opondrán los defensores del viejo régimen, personifi- cado en la figura del hermano del rey, y que cuentan con el apoyo del campesinado apegado a las formas de vida tradicionales. El con- flicto entre ambas tendencias no es más que la radicalización de las dos facciones que dividían al país desde el principio de siglo, agravada ahora por el enfrentamiento armado. Sino que el poder ha pasado a manos de los que hasta entonces habían sobrevivido precariamente en la clandestinidad. Si se hubiera de caracterizar con pocas palabras esta época, em- plearía la fórmula dinamismo de fuerzas opuestas. En política, la lu- cha entre cristinos o liberales y carlistas en una guerra civil que, curiosamente, abarca los arios combativos del Romanticismo. En litera- Universitas Tarraconensis. Revista de Filologia, núm. 2, 1977-1980 Publicacions Universitat Rovira i Virgili · ISSN 2604-3432 · https://revistes.urv.cat/index.php/utf
ROMÁNTICO DE LITERATURA COMPROMETIDA
La fundación del Diario Mercantil de Valencia (1834) por José María
Bonilla, Pascual Pérez y Juan Arolas es el resultado local de una
serie de circunstancias políticas, literarias y sociológicas en el
ám- bito nacional. El «golpe de estado de la Granja» (septiembre de
1832) dio fin al régimen fernandino y, al desaparecer la mordaza
ideológica que había oprimido al país —desterrando a unos e
intimidando a otros—, puso en movimiento el espíritu revolucionario
iniciado en las Cortes gaditanas y dos veces frenado en los veinte
años siguientes.
Proclamada Reina Gobernadora María Cristina, una de sus pri- meras
medidas conciliadoras fue un decreto de Amnistía (15 de oc- tubre
de 1832) en favor de los emigrados políticos. Con ello se inicia la
liberación del régimen, se abren las puertas de la patria a los
exi- liados de 1823 y el Romanticismo irrumpe en la literatura
española como una primavera mucho tiempo intimidada por el frío
último del invierno.
Pero al regeneracionismo liberal, expresión de una mentalidad
burguesa, se opondrán los defensores del viejo régimen, personifi-
cado en la figura del hermano del rey, y que cuentan con el apoyo
del campesinado apegado a las formas de vida tradicionales. El con-
flicto entre ambas tendencias no es más que la radicalización de
las dos facciones que dividían al país desde el principio de siglo,
agravada ahora por el enfrentamiento armado. Sino que el poder ha
pasado a manos de los que hasta entonces habían sobrevivido
precariamente en la clandestinidad.
Si se hubiera de caracterizar con pocas palabras esta época, em-
plearía la fórmula dinamismo de fuerzas opuestas. En política, la
lu- cha entre cristinos o liberales y carlistas en una guerra civil
que, curiosamente, abarca los arios combativos del Romanticismo. En
litera-
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tura. la contienda entre las nuevas generaciones y los últimos
defen- sores del academicismo dieciochesco. En cuanto a la
organización so- cial, la defensa de los principios de libertad,
igualdad y propiedad sobre los que se basaba la nueva sociedad,
estratificada en tres clases —ricos, pobres y clase media—, frente
a la organización estamental del Antiguo Régimen. En economía, «en
pocos años se pasa del in- movilismo a la más absoluta libertad
económica, de la amortización y vinculación de los patrimonios a
las fórmulas propias del mercado libre, e incluso se intentará
aplicarlas en las relaciones económicas exteriores» 1 .
En el plano religioso, el distanciamiento entre el Poder y la Igle-
sia, que venía manifestándose en los últimos años del reinado de
Fer- nando VII como consecuencia de la actitud de éste hacia los
libera- les, que las autoridades eclesiásticas consideraban
errónea, desembocó en una etapa de tensión máxima entre la Santa
Sede, que se abstuvo de reconocer la legitimdad de Isabel II, y el
Estado. «Tras diversas tentativas de acomodo, el ministerio de
Martínez de la Rosa se inclinó por la total ruptura diplomática. A
partir de este momento, las rela- ciones entre el estado liberal y
los cuadros eclesiásticos se vieron en- vueltos en un clima de
radicalismo, que abocaría finalmente a la más profunda
transformación estructural experimentada por la Iglesia es- pañola
contemporánea» 2.
La escisión que en el clero venía desarrollándose entre los parti-
darios de la potestad temporal y la religiosa se agudiza con las
me- didas desamortizadoras de los bienes eclesiásticos que el
gobierno li- beral puso en marcha. La exclaustración de los
miembros de las co- munidades regulares que estas medidas trajeron
consigo supuso la liberación de unos y la crisis de conciencia de
otros.
Natural era que toda esta problemática situación tuviera su ex-
presión literaria, en la que los acontecimientos se interpretaran
desde el punto de vista personal. Una literatura de compromiso, a
veces pan- fletaria. nacía como reflejo de la circunstancia
histórica. Desde el fo- lleto de Espronceda, El Ministerio
Mendizábal, hasta la visión hu- mana y sentimental del problema,
todavía vivo en la figura del hermano Gabriel, que aparece en las
páginas de La Gaviota, pasando por los
1. Miguel ARTOLA, La burguesía revolucionaria (1808-1869), en
Historia de España Alfaguara, Alianza Editorial-Alfaguara, Madrid,
1973. T. V (p. 59).
2. José Manuel CUENCA, «Iglesia y Estado en la España
contemporánea», en Estudios sobre la Iglesia española del XIX,
Ediciones Rialp, Madrid, 1973 (p. 69).
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artículos de Larra 3, sin olvidar la curiosa obra de Fernando
Patxot,
Las ruinas de mi convento, que publicada después de la novela
de
Fernán Caballero continuaba fiel a la tradición romántica 3
bis.
En este contexto hay que situar un período de la vida de Juan
Arolas interesante por varios conceptos. El joven presbítero se ve
en-
vuelto por la vorágine de los tiempos: cofundador del Diario
Mer-
cantil, colabora en sus columnas no sólo como redactor de
artículos
de fondo sino, sobre todo, como poeta. Abandona las corrientes
cla-
sicistas de sus primeros versos y sigue con interés los pasos del
nuevo
estilo, tratando de hacerlo suyo, poniendo tienda de romanticismo
en
las páginas del periódico recién fundado, en que publicó en tantas
oca-
siones, por primera vez, sus composiciones de asunto caballeresco
y
oriental. Resuelto liberal, a él se deben casi todas las poesías
ocasio-
nales dedicadas a María Cristina, a Isabel, a los acontecimientos
po-
líticos y militares de la época de que se hace eco el Diario.
Afiliado
así en la facción rebelde y revolucionaria, lleva casi hasta las
últimas
consecuencias su compromiso con el liberalismo progresista en
el
momento más agudo de las relaciones entre Iglesia y Estado, no
du-
dando en escribir una de las obras más curiosas del
Romanticismo
español en defensa de la desamortización de los bienes
eclesiásticos
y de la exclaustración de las comunidades religiosas.
Sorprende, en efecto, que La Sílf ida del Acueducto 4 fuera la
crea-
ción de un clérigo regular, quien no aprovechó, sin embargo, la
opor-
tunidad de exclaustrarse, como lo hicieron otros compañeros de
su
Orden 3. Su diatriba contra el poder eclesiástico, su crítica
exaltada y
un tanto irresponsable de la conducta y la vida monástica no
quedan
paliadas, por más que lo intentara. en la «Advertencia» antepuesta
a
unos de los capítulos que con más dureza los atacaba 6.
3. Vid. Carlos SECO SERRANO, «La crisis española del siglo xix a
través de la obra de Larra», en Obras de D. Mariano José de ... -
B.AA.EE., Madrid, 1960 (es-
pecialmente. T. I, p. LXIV). 3 bis. Sin olvidar El Señor de
Benbibre, de Enrique Gil. llamada acertadamente
«novela de la exclaustración» por el prof. PICOCHE (Vid. Un
romántico español: E. G. y C. (1815-1846), Gredos, Madrid,
1978).
4. La Sílfida / del Acueducto. / Poema romántico / en diferentes
cuadros / por / J. A. / (viñeta) /Valencia: /Imprenta de Jaime
Martínez. Año 1837, 225 págs. (Citaré siempre por esta edición,
conservando la ortografía).
5. Vicente Boix y Pascual Pérez, por ejemplo; muy vinculados ambos
al movi- miento romántico en Valencia.
6. En efecto, al principio de «La Inhumanidad», el autor reconoce
que «sabe apreciar aquellos monges (sic) que retirados del mundo se
dedicaron a una vida angelical y a las letras, y a cuyo esmerado
trabajo debe la antigüedad la conservación
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No obstante, con ser tan importante esta visión negativa del mo-
nacato, la intención de Arolas en su largo «poema romántico» es la
de escribir una apología de la libertad de la pasión amorosa aun
cuan- do el siervo de Eros se haya comprometido a ser siervo del
altar de Dics. Según esto. en La Salida del Acueducto coinciden dos
posturas que se comunican entre sí: una es la toma de posición ante
una cir- cunstancia político-social que afectó agudamente a la
realidad espa- ñola en los últimos arios treinta del siglo pasado;
otra cae dentro de lo estrictamente literario por cuanto fue tema
común de los románticos que desarrollaron su actividad en un marco
cultural católico.
Al margen de su calidad estética —escasa y desigual—, su estudio
aporta datos curiosos sobre la manera de interpretar un período
his- tórico por quien sufría en su propia carne el conflicto que
literati- zaba. El plano histórico-objetivo se entrecruza
continuamente con el individual-subjetivo en esta obra del poeta
escolapio que representa, por un lado, el cenit de su crisis
espiritual; por otro, el intento más ambicioso de su parte de
conectar con la nueva escuela. Por ello, el análisis de La
Sílfida... es útil para el filólogo como para el historiador.
Arolas situó su ficción narrativa en la Cartuja de Porta-Coeli. La
dimensión temporal del argumento se centra en torno a 1820, año en
que tuvo lugar la primera supresión efectiva de monaca- les, si
bien los hechos a que hace referencia el autor en los dos últimos
cantos de la obra ocurrieron realmente en 1835, cuando los monjes
fueron obligados a abandonar su cenobio definitivamente. En cambio,
las peripecias de los protagonistas parecen ser invención del
poeta. Ni Tarín y Juaneda ni Lluch Arnal 8, que se han ocupado del
tema, han podido encontrar datos que atestigüen la existencia de la
leyenda antes de su elaboración por Arolas 9. Este situó en un
lugar conocido
de las obras más apreciables» (p. 176). No demasiado alejadas en el
tiempo ni en la intención son las palabras que Espronceda añade
como nota al Canto V. Cuadro I, de El Diablo Mundo.
7. Francisco TARÍN Y JUANEDA. La Cartuja de Porta-Coeli (Valencia).
Apuntes históricos. Valencia. 1897, Establecimientos tipográficos
de Manuel Alpe (p. 112).
8. Emilio LLUCH ARNAL. «En torno a unas leyendas. Porta-Coeli, el
Padre luan Arolas y don Vicente Boix». en Anales del Centro de
Cultura Valenciana, XX (1952), núm. 29 (p. 36).
9. Es probable que nuestro poeta conociera diversas leyendas —o
episodios reales— en que aparecen los elementos básicos de su
creación: monje y/o mujer que viven el conflicto intimo entre la
pasión amorosa y el amor divino en un monasterio. Las combinaciones
posibles son muchas, pero en todos los casos la crisis surge
como
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—al menos para los valencianos—, de renovada actualidad por
haber
sufrido hacía poco las cosecuencias de la supresión de los
conventos,
una ficción que se avenía muy bien con el anticlericalismo
reinante
en 1837. La trágica muerte de los amantes y la apoteosis final
del
poema estaban en la línea de las novelas y dramas románticos.
La Sílf ida del Acueducto consta de dieciocho cantos en
versos
y estrofas diferentes que desarrollan la siguiente fábula:
Al morir su madre, Ricardo es obligado por su «fanático
padre»
(pág. 21) a que profese en un monasterio («Los Votos») para
rezar
el resto de sus días por la salvación de la que le «dio la vida con
do-
lores» (pág. 21). Pero obedecer supone renunciar al amor de
Ormesinda.
Queda planteado así desde el primer canto el conflicto en
torno
al cual gira el argumento. Ricardo duda, mas finalmente se
doblega
ante la voluntad paterna. Cuando se va a iniciar la ceremonia del
ju-
ramento ante !a comunidad, las fuerzas de la naturaleza se
desatan
para mostrar el desagrado con que el cielo contempla el acto. No
obs-
tante se lleva a cabo porque interesa al prior recibir la cuantiosa
dote
ofrecida por el padre del novicio.
Dejando a un lado lo fantástico y demagógico del relato de la
es-
cena, es evidente que se trata de la descripción de una
experiencia
vivida por el joven Arolas, cuando a sus diecisiete años profesó
en
consecuencia de una falsa vocación religiosa. Naturalmente, los
vestigios que se
hallan en las historias monacales que aludan a situaciones
parecidas son difusas y
recalcitrantemente escuetas, lo que no deja de ser muy
significativo. HERCULANO, en
el Prefacio de su Enrico el Presbitero (1843), justificaba su
tratamiento imaginativo
del tema con estas palabras: «Esa crónica de amarguras ya la busqué
yo por los mo-
nasterios, cuando éstos se desplomaban a impulso de nuestras
transformaciones poli-
ticas: mas era un buscar insensato: ni en los códices iluminados de
la Edad Media,
ni en los pálidos pergaminos de los archivos monásticos estaba
ella. Bajo las losas
de los sepulcros claustrales había, seguramente, muchos que la
sabían; pero las sepul-
turas de los monjes las hallé mudas. Algunos fragmentos sueltos,
que en mis indaga-
ciones encontré, eran apenas frases aisladas y oscuras de la
historia que buscaba en
balde: en balde, sí, porque a la pobre víctima, ya voluntaria, ya
forzada al sacrificio,
no le era lícito gemir, ni decir a los venideros: --¡sabed cuánto
he padecido!» (Cito
por la trad. española de Salustiano Rodríguez-Bermejo, Madrid,
1875, pp. 3-4). Lo
que el poeta portugués observaba en su país puede aplicarse también
al nuestro.
A modo de ejemplo, sirva el siguiente fragmento del Liber de
receptis del monasterio
de Poblet compuesto por el P. Joan Vallespinosa (m. c. 1638), que
se conserva en el
AHN (Sec. Clero, ms. 13821, p. 31): e1548/ recepti sunt ad
habitum./ fra Joan Bartholome de Vila-roja. / Estigué primer tres
anys a la boceria i sis messos ./ al
novitiat. Era fadrina donzella i descobri-s al / abad i després al
mestre, perqué no-s
pidia dissimular,/ en molts senyals. Ab molta honra la trageren de
casa. (Amen, amen,
amen ?). (Prepara su edición y estudio el P. Alejandro Masoliver.
Debo al P. A. Alti-
sent, O. Cist., esta información).
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la Orden de San José de Calasanz '0. En 1837, en plena crisis voca-
cional, literatizaba una vivencia que recordaba y pitaba con las
más negras tintas:
Con negra alfombra dejan bien cubierto A Ricardo infeliz ante las
aras Para indicar que al mundo estaba muerto, A la pompa del siglo,
á la grandeza Y á las delicias caras Con que brinda á los vivos la
belleza.
Comienza el canto fúnebre que hiela La sangre con sus ecos
funerales, La imagen del sepulcro desconsuela, Y el que yace en tan
triste compostura Duda en momentos tales Si su muerte es soñada, ó
si es segura.
(p. 29)
Al igual que Ricardo es forzado a renunciar a la pasión amorosa,
Ormesinda ha de rendirse a los ruegos de su padre para que se case
con el poeta Jaime Ortiz («El Cantor»), protegido por el tirano del
Turia, a despecho de los valencianos que luchan por la libertad
(«Los Libres»). La doncella renuncia a su felicidad movida por el
amor filial, ya que así salvará a Edelberto, su padre, de las iras
del tirano, que le ha amenazado de muerte si se niega a conceder la
mano de Orme- sinda a su candidato favorito. Pero cuando va a
celebrarse el matri- monio, irrumpen en la ceremonia seis
conjurados que dan muerte a Ortiz por traidor a la causa de sus
paisanos («Las Bodas sangrientas»). Edelberto es encarcelado,
sospechoso de conspirar contra su presunto yerno («El Calabozo»),
mientras Ormesinda encuentra el medio de volver a ver a su amante
por mediación de Mariposa («La Gitana») : acompañada de Elvira,
amiga más que camarera, es conducida por la gitana a la choza de un
ermitaño, retirado en las cercanías de la Cartuja. Roberto había
gozado en otro tiempo del amor correspon- dido de Elvira antes de
convertirse en anacoreta («El Ermitaño»). La oposición de los
padres de ambos le decidió a retirarse a aquellas abruptuosidades,
pero, ante la presencia de su amada, todo el edificio
10. Ramón CASTELLTORT, Sch. P., «El P. Arolas: Su recorrido humano
y el rastro de sus versos», en Analecta Calasanctiana, IV (1962),
núm. 7 (p. 136).
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«LA SÍLFIDA DEL ACUEDUCTO» 173
de su renuncia se derrumba y los amantes, otra vez juntos, renuevan
sus promesas.
Ricardo es amigo de Roberto. A veces da un paseo desde el mo-
nasterio hasta el refugio del eremita y desahoga con éste sus penas
de amor como lo haría el pastor de una égloga. También en esta
ocasión en que las dos amigas gozan de la hospitalidad de Roberto,
Ricardo repite la escena idílica de confidencias y lamentos. Su
estado religioso no aplaca la fuerza del amor que siente por su
perdida Ormesinda.
Compadecido por los sufrimientos de su amigo, Roberto descubre la
presencia de ésta, que se arroja en los brazos de su atormentado
amante. Y como momentos antes habían hecho el ex-ermitaño y
Elvira,
renuevan sus juramentos amorosos («La Cruz») ante una cruz
próxi-
ma, que se alza al pie de un sauce frondoso... Cae la tarde y
Ricardo
tiene que regresar al monasterio. Ormesinda no se resigna y decide
reunirse con él tras despedirse de Elvira («La Amistad»), a quien
deja
con Roberto. La audaz enamorada ingenia el descabellado plan
de
reunirse con su amante cruzando, en medio de una noche de
amena-
zadora tormenta, el acueducto que llega hasta la Cartuja («El
Acue-
ducto»). Cuando Ricardo ve aparecer a su amada en su celda, juzga
milagro
la hazaña insólita. La noche de nuevo encalmada, presidida por
el
«cándido semblante de la luna», es interpretada por los amantes
como
serial aprobatoria del cielo, y se entregan al goce tanto tiempo
retrasado
de su pasión. Sin embargo, las dificultades para la joven pareja
no
han terminado: seguirán siendo víctimas de la crueldad y la
incompren-
sión, encarnadas ahora en el prior —y no abad, como
inexactamente
le llama Arolas— de la comunidad a que pertenece Ricardo. Este
per-
sonaje, que verosímilmente podría ser una caricatura de alguien
real,
de mal recuerdo para el clérigo y poeta, resulta poco
convincente
—como lo son los demás personajes— e innecesariamente
inhumano.
A la mañana siguiente del dulce encuentro, un monje que cava
su
sepultura bajo la ventana de la celda del amor descubre la
radiante
hermosura de Ormesinda. Horrorizado por el sacrilegio que
certera-
mente sospecha se ha realizado, informa al Abad Arsenio de su
hallazgo
(«El Cementerio»), quien dictará ejemplar castigo para el que ha
trai-
cionado «el decoro y el respeto... a la túnica sagrada». Separados
los
amantes, son encarcelados en «mazmorras oscuras», después de
una
violenta discusión entre el abad y Ormesinda, que le vaticina días
tre-
mendos para los monjes:
174 LUIS DIAZ LARIOS
Los pueblos abatidos
Alzando sus gemidos,
Os llamarán traidores.
Y lobos disfrazados
Con pan alimantados
de agenos sinsabores.
(«La Inhumanidad», pp. 180-181)
En el capítulo siguiente («El Veneno»), un «verdugo con hábito
bendito» da a beber a la bella joven el líquido ponzoñoso que le
oca- siona la muerte, y cuando Arsenio, acompañado de los monjes,
se dirige en comitiva a darle sepultura, interrumpe la ceremonia
fúnebre Edelberto, quien ha sido liberado de su prisión tras el
triunfo revo- lucionaro («El año veinte»). Al ir al encuentro de su
hija no halla más que su cadáver y, presa del furor, hunde su
espada en el pecho del abad. Los demás monjes huyen despavoridos,
olvidados de Ricardo, que muere de hambre en su mazmorra. El
monasterio queda abando- nado por sus moradores y clausurado por
los «padres del pueblo» («La expulsión»). El «poema romántico»
termina con el entierro de los desgraciados amantes por Roberto y
Elvira («El Sepulcro»), no sin antes aclarar Arolas que fueron
recibidos en olor de santidad en un Olimpo pagano-cristiano:
A Ormesinda los dioses prepararon
Distinguido lugar y trono excelso
Debido a su hermosura y a la llama
Que alimentara en su sensible pecho;
Helena, hija de Jove, y Heloisa
Este supremo honor reconocieron
Cual justa recompensa a los dolores, Cual premio digno de esforzado
intento.
(pp. 216-217)
Por el resumen que acabo de exponer se advierte que La &l' ida
del Acueducto es un ejemplo más del viejo tema en la literatura
cris- tiana del conflicto entre el celibato y la pasión amorosa.
Con sensibles variaciones en el tratamiento, el «Debate de Elena y
María», algunos milagros de Berceo, ciertos cuentos de Boccaccio,
el «loco amor» del Arcipreste por doña Endrina, el locelyn de
Lamartine, Eurico o Pres- bytero y el Monge de Cister de Herculano
y la amplia representación
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que el asunto tiene en la novela realista-naturalista de la segunda
mitad del siglo XIX " están en la misma línea.
Arolas partía, pues, de una tradición para llevar a cabo la com-
posición de su novela versificada o poema novelado. Además contaba
con el hecho cierto de los amores de Abelardo y Eloísa, puestos
nueva- mente de moda desde el siglo anterior. Él mismo rindió
tributo al tema en más de una ocasión, bien tratándolo como asunto
principal del poe- ma, bien aludiendo a él. No cabe duda de que le
obsesionaba. El cariz polémico y agresivo de su actitud era de
palpitante actualidad.
La Salida del Acueducto tiene una estructura absolutamente no-
velesca, tal como se entendía entonces el género. Basándose en unos
datos de los que no puede dudarse, tales como la existecia misma de
la Cartuja de Porta-Coeli, el marco geográfico en donde ésta se en-
contraba y unos hechos históricos como son el gobierno de Valencia
por el general Ello durante el absolutismo fernandino, la
existencia de sociedades secretas, la revolución liberal de 1820 y
el proceso des- amortizador de los bienes eclesiásticos con la
consiguiente exclaus- tración de los miembros de las comunidades
religiosas, Arolas crea una ficción en que el plano
objetivo-histórico o colectivo coincide con el
subjetivo-individual, es decir, los amores de Ricardo y Ormesinda.
La relación entre los dos planos es continua, lo que redunda en la
ve- rosimilitud de lo puramente ficticio. De sobra es conocido que
esta técnica fue puesta en circulación europea por Walter Scott. El
gran novelista escocés situaba el desarropo de sus obras en
momentos crí- ticos de la historia de Inglaterra. Por medio de sus
personajes verda- deros y verosímiles llegaba a la síntesis genial
de la realidad histórica y la realidad verosímil que eran sus
novelas " b".
Sin alcanzar siempre los resultados de Scott, el esquema por él
inventado hizo furor en toda Europa y, con desviaciones mayores o
menores, todos los que ensayaron el género histórico-novelesco
tenían al autor de lvanhoe en la punta de los dedos. En España, el
scottismo cobró carta de naturaleza a partir de la publicación de
Los Bandos de Castilla o el Caballero del Cisne (1830), de Ramón
López Soler, edi-
11. Recuérdense, sólo a modo de ejemplos, La faute de l'abbé
Motzret, de Zola: O crime do Padre Amaro, de Eca de Queiroz; y.
entre los españoles, El doctor Cen- teno y Tormento, de Pérez
Galdós: La Regenta, de Clarín; Doña Luz, de Valera: La Fe, de
Palacio Valdés: etc.
11 bis. Sobre ésto, léanse las páginas dedicadas por LUKÁCS a W.
Scott en La novela histórica (trad. cast.), Edcs. Grijalbo,
Barcelona-Buenos Aires-México. 1976.
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176 LUIS F. DÍAZ LARIOS
tada por Cabrerizo en su famosa Colección. Allison Peers 12 ,
Church- mann 13, Zellars 14 y Núñez Arenas 15 han estudiado
minuciosamente los débitos de los españoles al creador de este
procedimiento. De to- dos los citados, es especialmente útil para
mi propósito el artículo del nombrado en penúltimo lugar, ya que
pone en evidencia las afinidades existentes entre los recursos de
la técnica de Scott para mantener la intriga novelesca y los
empleados por los escritores españoles. Que Arolas use de algunos
de ellos me parece más que sintomático para probar que tuvo
presente en la redacción de La Síltida... la técnica de la novela
histórica a la moda.
Uno de los recursos que Zellars destaca es introducir «astrólogos,
videntes y curanderos u hombres avezados en el uso de pociones me-
dicinales, en su mayor parte pertenecientes a una raza enemiga».
Pues bien, la gitana Mariposa es del mismo tipo de personajes. Sin
olvidar al abad Arsenio, cuyo nombre sugiere el del arsénico.
El ermitaño Roberto cabe dentro del apartado de «sostenimiento de
la intriga por medio de la identificación tardía de los
personajes», así como el patético encuentro de Edelberto con el
cadáver de su hija enlaza con el recurso de la «reaparición de
personajes que se supo- nían muertos».
Ormesinda aprovecha la noche para introducirse en el monasterio y,
aunque no va disfrazada, como es requisito inexcusable en esos
trances novelescos, a Ricardo, que contempla desde la ventana de su
celda la tormenta que se ha desencadenado, le parece una visión so-
brenatural. Finalmente, el personaje-bandido, protector de los
opri- midos y de los pobres y enemigo sin cuartel de tiranos y
ricos, está representado en La Sillida... por los «Libres», quienes
dan muerte al «apóstata vil» Jaime Ortiz, a punto de desposarse con
la heroina, que queda en libertad para acudir en busca de Ricardo,
cumpliéndose así el concepto de justicia poética del poema.
Sin embargo, todos estos rasgos scottianos se mezclan con otro tipo
o técnica novelesca, anterior al romanticismo propiamente dicho,
aunque diera sus mejores logros dentro de la plena sensibilidad
ro-
12. Emile ALLISON PEERS, «Studies in the influence of Sir Walter
Scott in Spain», en Revise Hispanique, LXVIII (1926).
13. Philip CHURCHMANN, Emile ALLISON PEERS, «A Survey ot the
influence of Sir Walter Scott in Spain», en Rey. Hisp., LV
(1922).
14. G. ZELLARS, «Influencia de Walter Scott en España». en Reo. de
Fil. Esp., XVIII (1931).
15. M. NÚÑEZ ARENAS, «Simples notas acerca de Walter Scott en
España». en Reo. Hisp., LXV (1925).
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'LA SÍLFIDA DEL ACUEDUCTO» 177
mántica. Me refiero a los contactos que La Salida del Acueducto
mantiene con la novela sentimental. En efecto, los rasgos
scottianos de la narración poética de Arolas pertenecen más a la
estructura ex- terna que a la interna. Ricardo y Ormesinda tienen
menos de la gran- deza épica que del lirismo sentimental de Atalá.
Herman und Dorothea, The Giaour o Parisina. Son víctimas de la
sociedad ante la que su- cumben pasivamente. No son sujetos de la
Historia, sino que por el contrario son arrollados por ella. El
talante combativo que se des- prende de la obra pertenece al
narrador, al margen del comportamiento de los protagonistas. Ello
da lugar a un desequilibrio que se mani- fiesta en la incoherencia
general del poema, debido en parte a la im- pericia del autor para
organizar los materiales con los que trabaja, y en parte debido a
que se trata de una obra transicional en que con- fluyen varios
géneros y varias corrientes literarias sin llegar a fundirse del
todo. Esta mezcla caótica no deja de ser, en fin, resultado del
desorden espiritual que a nivel colectivo e individual refleja esta
«no.. velita poética».
Naturalmente, el desorden al que he aludido da lugar a un estilo
ambigüo, en que las referencias paganas se confunden con las
cristia- nas, la adjetivación neoclásica con la romántica, lo
divino con lo humano ...
He aquí algunos ejemplos de muestra: 1. En la última cita de
páginas anteriores se ha podido compro-
bar cómo Helena y Heloísa conviven en un mismo paraíso presidido
por Jove.
Las citas mitológicas son abundantísimas: Venus, Cupido, Eos,
Titón, Neptuno, Febo, Psiquis, Juno, Marte, Ariadna, Baco... Arolas
utiliza la mitología como segundo término de comparación, como con-
junto de símbolos morales o estéticos, es decir, como un poeta
clásico.
Por el contrario, el Cielo cristiano tiene en el poema un sentido
eminentemente religioso y no sólo estético, aunque en ciertos
instantes traerlo a colación resulta poco ortodoxo cuando no
sacrílego. Choca, en efecto, que los protagonistas, siendo Ricardo
monje profeso, se juren amor eterno al pie de una cruz; o que éste
se postre de rodillas para dar gracias por el feliz término de la
aventura de aquella al cruzar el acueducto, y que los cielos
aplaquen su furor como prueba de que bendicen el reencuentro... El
Ser supremo que los monjes propician con sus oraciones hace
prodigios en favor de los amantes. Como tam- bién choca que se deje
oír una voz misteriosa de ultratumba, acusando al clérigo que
denuncia a los jóvenes ante el prior. Cuando Ormesinda
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178 LUIS F. DfAZ LARIOS
está a punto de morir, tras beber el veneno, el narrador no puede
evitar una imprecación al Todopoderoso, que ha permitido tan cruel
desen- lace para una criatura tan dulce y hermosa:
Eterno Ser, que en las terribles alas Del furioso aquilón sientas
tu trono, Y que con faz benigna cuando place A tu inmenso poder, en
fiel bonanza Mudas la tempestad que se deshace; Tú que eres de los
justos la esperanza, ¿Por qué, Señor, los ayes y gemidos De la
víctima triste no escuchabas? ¿Y por qué tus altares ofendidos Osó
pisar sacrílego tirano? Dios de la magestad, ¿en dónde estabas?
¿Quién pudo detener tu justa mano?
(pp. 194-195)
Pero Dios no permanecerá ajeno a este crimen perpetrado en su
nombre: para Arolas, la mano del Eterno causa las desgracias que se
abaten sobre la Cartuja en los capítulos siguientes por mediación
de los defensores de la Libertad. Ese es el sentido que tienen los
versos siguientes:
En el olimpo el Padre Omnipotente Mostró con ceño su divina frente.
Meditó la venganza en sus arcanos, El tiempo prefijó; del sacro
templo Temblaron las columnas elevadas, Y enseñando piedad a los
humanos Se apagaron las lámparas doradas.
(pp. 197-198)
Curiosa combinación de providencia y política, barroco dédalo de
los planos espiritual y temporal, como agudamente ha señalado
Cuenca Toribio refiriéndose a la política religiosa que por las
mismas fechas en que Arolas componía La Salida del Acueducto
legislaba el ministerio Calatrava 16.
Más tímida, pero también patente, es la combinación de lo cris-
tiano con lo oriental islámico, como en el verso:
Urí (sic) bella, ángel de amor. (p. 110)
16. José Manuel CUENCA. La Iglesia española ante la revolución
liberal. Edicio- nes Ríalo, Madrid, 1971 (Vid. especialmente pp.
38-48).
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«LA SÍLFIDA DEL ACUEDUCTO» 179
2. El carácter transicional clásico-romántico de La Silf ida... se
observa en el uso del epíteto. La adjetivación abusiva es una
carac- terística romántica y en esta composición de Arolas hay una
infinidad de ejemplos que avalan su filiación dentro de esa
escuela. Pero el adjetivo expresivo, más que ornamental, o epíteto
" tiene aquí una doble filiación, neoclásica y romántica. Es decir,
unos pertenecen todavía a los que son frecuentes entre los poetas
del setecientos, herederos a su vez de los tradicionales
renacentistas, mientras otros son ya de uso clara- mente
decimonónico. Esta confluencia de las dos corrientes estéticas es
frecuente en el estilo de los hombres de la generación del
escolapio. La retórica clásica pervive incluso en los más
característicos repre- sentantes de la rebelión romántica, tal es
el caso de Espronceda. En Arolas, en quien la rebelión no ocupa más
que un instante de su vida —precisamente el que tiene su plasmación
literaria en esta obra—, las dos tendencias no se funden en una
fórmula armónica, y de ahí los contrastes y altibajos de La Silf
ida..., que acaba por ser un fra- caso estético por su
incoherencia.
Entre los epítetos tradicionales, figuran en el poema los que
suelen acompañar al sol, a la luna y, en general, a los sustantivos
que ex- presan noción de luz, en sentido figurado o no:
La blanca luna despejada queda (p. 11) De la esplendente y sosegada
luna (p. 16) No volverá a la luz del claro día (p. 21) Cual busca
la ardiente pira (p. 33) La luna rutilante (p. 38) Yo soy la clara
estrella (p. 63) El puro rosicler de la alborada (p. 93) Que llegue
el rosado albor (p. 104) Veamos sin nieblas tu cándida luz (p.
212)
También la noche forma sintagmas con epítetos de tradición clá-
sica, lo mismo que otros sustantivos de equivalente carga
significativa:
Tú puedes dar (...) .Consuelo, noche umbría, (p. 11) Caen las
densas sombras de repente (P. 17) Cuando las negras sombras han
huido (p. 32) A buscar en noche oscura (p. 133)
17. Uso el término epíteto con el mismo sentido limitado y riguroso
que tiene en el utilísimo estudio de Gonzalo SOBEJANO El epíteto en
la lírica española (Ed. Gredos. B.R.H., Madrid. 19702) y no en el
sentido amplio con que lo utiliza Graves Baxter ROBERTS en The
Epithet in Spanish Poetry of the Romantic Period (University of
Ioura, 1936).
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Abundante representación tienen los epítetos con referencia a
brisas
y vientos:
Quema sus carnes el sirio ardiente (p. 45) Auras suaves (p.
76)
'Cuán frescos y regalados Los céfiros en sus alas (...)! • (p. 127)
Con los vientos bramadores (p. 136) Fluye con los sonoros aquilones
(p. 143) Con alas raudo viento (...) (p. 144)
El atrevido embate de los euros (p. 215)
El mar, del que Arolas había dado ya en las Cartas amatorias
"
una visión moderna, juvenil, casi actual, vuelve a ser considerado
como
símbolo clásico de lo inseguro:
Que como el ponto airado (p. 26) Del ponto turbulento y proceloso
(p. 37) Ni el proceloso mar, (...) (p. 51) Del anchuroso mar o los
luceros (p. 207)
Mientras que los ríos y lagos son calificados subrayando sus
trans-
parencias:
Tus aguas cristalinas, lago hermoso (p. 44) Al Tirano del Turia
cristalino (p. 50) Y entre menudas guijas clara fuente (p. 214) En
claras linfas de remansos frescos (p. 214)
La insistencia en el tópico del locus amoenus se encuentra
también
referido al campo:
Cual en los días de abril hermosos Se tiende por campiñas dilatadas
Enjambre de abejuelas susurrantes En busca de las flores Que
brindan con sus plácidos olores
(pp. 198-199)
18. Aunque obra primeriza, fueron publicadas por vez primera en
1843, incluidas Poesías de D. Juan Arolas (Imprenta de D. José
Mompié. Valencia, T. I).
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«LA SÍLFIDA DEL ACUEDUCTO» 181
poblado de una flora y una fauna clásicas:
Y un olivar fecundo renunciaba (p. 29) Dulces manzanas, ciprios
moscateles (p. 96) De los frondosos árboles que planta Rústica mano
de colono esperto (sic) (p. 165) Valle de mirtos cuya fresca sombra
Protege los narcisos duraderos (p. 216) Que con pausa arrastraron
bueyes lentos. (p. 216) Del ruiseñor canoro (p. 71)
y de esencias bucólicas:
Esencias olorosas De lirios y de rosas (p. 144) Nos ofrece el
cefirillo Blando aroma de tomillo (p. 157)
Finalmente, un número considerable de epítetos clásicos aplicados a
otros campos nocionales: duros males (p. 22), tierno amor (p. 22),
dulce encanto (p. 23), leve aliento (p. 25), tiernos abrazos (p.
30), de- licada tela (p. 33), sueño regalado (p. 37), dañina fiera
(p. 38), sensible Elvira (p. 39), amoroso pecho (p. 40), corazón
cuitado (p. 41), bruñida plata (p. 44), tigre fiero (p. 48), techo
pajizo (p. 48), sensible paloma (p. 52), plácida armonía (p. 54),
blando asiento (p. 55), esquivo due- ño (p. 56), gracioso encanto
(p. 59), etc.
El epíteto enfático, tan frecuente entre los románticos, que lo ha-
bían heredado de los últimos poetas del siglo anterior, tiene una
nu- trida representación en La Sílf ida del Acueducto, en su triple
valor positivo, intensificativo y negativo. A los primeros
pertenecen los que figuran en los sintagmas: blanca nube (p. 20),
altas bóvedas (p. 20), espaciosa sacristía (p. 20), venerables
monges (sic) (p. 20), hermosos ojos (p. 24), santos muros (p. 25),
místicos varones (p. 26), supremo Juez (p. 21), etc.
Entre los intensificativos pueden señalarse: duros eslabones (p.
24), negros carbones (p. 24), sepulcro eterno (p. 24), fatal
momento (p. 27), alto cielo (p. 27), triste desventura (p. 33),
cilicio duro (p. 41), hondas entrañas (p. 51), agudo puñal (p. 98),
relámpago fugaz (p. 206).
Igualmente, abundan los epítetos de signo negativo, casi siempre
contagiados de subjetivismo, con los anteriores, aunque predomina
su valor enfático: mísero caído (p. 26), vil simulación (p. 27),
mísero sayal (p. 35), vulgo necio (p. 47), miserable lodo (p. 97),
túmulo in- fausto (p. 217). Vil, mísero y miserable se repiten
hasta la saciedad.
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182 LUIS F. DÍAZ LARIOS
Junto a esta adjetivación de abolengo tradicional y
transicional,
los epítetos subjetivos propiamente románticos, «que vienen
motivados
por un sentimiento del alma del poeta, sentimiento que puede
coincidir
con la totalidad de la cualidad expresada por tal epíteto o no
coincidir
y ser puramente una efusión de la psique del poeta aplicada al
ob-
jeto» '9. Unos expresan sentimientos de tristeza y
melancolía:
Lánguido el cuerpo en triste compostura (p. 20)
Y con la vista errante y temerosa (p. 20) Mustio y sin vida en
aterido invierno (p. 20)
La que en estéril llanto te merece (p. 21)
Y libre de funestas tentaciones p. 22)
Mientras el joven agitado llora (p. 25)
Que en triste desventura (p. 33) Su cuerpo desmayado (p. 37)
Lastimeros gemidos y sollozos (p. 78)
En amargo desconsuelo (p. 115)
Otros, actitudes apasionadas, enérgicas, de odio, crueldad e
ira:
Que me mata Con su desprecio fatal (p. 34)
Y acero vibran vengador tus hijos (p. 51) Cólera dura (p. 52)
Ya sucumbió la infame tiranía (p. 201)
Como era de esperar en una obra que ponía el acento en su ca-
rácter romántico, el cementerio, el monasterio y, en general, los
loci
horribiles tienen que ser forzosamente escenarios de la acción. De
ahí
la abundancia de epítetos que insisten en el horror, en la
lobreguez
funeral y en lo macabro:
Ocupas este sitio pavoroso (p. 13) Y sólo ostenta funeral tristeza
(p. 13)
Y de su madre el lívido esqueleto (p. 24)
Cual fúnebres despojos (1,- 89) Del lóbrego y eterno calabozo (p.
100)
Hórrido vestido (p. 114)
Y búhos lloradores (p. 182) Tras su vuelo siniestro repetía (p.
190)
El sonido de lúgubre campana (p. 193)
En cambio, son escasísimos los epítetos que expresan
indetermi-
nación o vaguedad, sentimiento típicamente romántico. En
principio,
19. G. SOBEJANO, op. cit., 331.
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«LA SLFIDA DEL ACUEDUCTO» 183
podría pensarse que se debe al espíritu apasionado que campea en el
poema en las partes que no son de raíz neoclásica; pero se trata,
sin embargo, de una característica general de toda la obra poética
de Arolas que lo diferencia de sus contemporáneos 20 : apenas puede
ras- trearse media docena de estos epítetos en La Sillida...: furor
extraño (p. 86), mágicas delicias (p. 140), mágico torrente (p.
142), encanto feliz (p. 168 ) .
Para completar, en fin, este cuadro de aspectos léxicos en los que
se comprueba el valor transitorio del texto que zarandamos, cabe
se- ñalar aún dos rasgos más: uno, la persistencia de la flora
clásica jun- tamente con árboles-símbolo propios del Romanticismo:
ciprés y sauce; otro, también significativo, es la simultaneidad de
alusiones a instru- mentos musicales representativos de los dos
sistemas estético-cultu- rales que aquí se combinan: la cítara y el
laúd.
3. Menos obvia, aunque igualmente comprobable, es la carac-
terización transitoria de La Sílf ida del Acueducto desde el punto
de vista métrico. Una obra de tanta extensión —más de 4.000 versos—
daba pie a su autor para ensayar estrofas y metros variados. La
com- binación de lo narrativo con lo lírico permitía una riqueza
formal que, como era de esperar, muestra idéntica mezcla de
tendencias neoclásicas y románticas que creo haber señalado más
arriba.
A lo largo de los 18 cantos hay 6 tipos de versos —tetrasílabos,
pentasílabos, heptasílabos, octosílabos y endecasílabos— y 12
estrofas diferentes, alguna que otra con ciertas innovaciones
respecto a su pa- radigma, lo que puede interpretarse como síntoma
de originalidad romántica. Propio de este movimiento es el uso de
la redondilla («Las Dichas»), de los cuartetos alirados («Los
Cipreses» y «El Acueducto»), de los sextetos («Los Votos», «Las
Bodas sangrientas» y «El Cala- bozo») y de la seguidilla, en su
doble versión simple y compuesta («La Gitana»). La estrofa sáfica,
que es una pervivencia neoclásica en el Romanticismo, tiene su
lugar en una parte del capítulo titulado «Los Libres».
El romance heroico, forma métrica de las Cartas amatorias, es usado
ahora en cuatro ocasiones. Su empleo es más propio de la tra- gedia
clásica y del poema épico del siglo xvin que del Romanticismo y,
aunque algunos poetas lo usaron por entonces, sobre todo en
su
20. Según indicó ROBERTS, op. cit., p. 124.
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184 LUIS F. DÍAZ LARIOS
primera época, «ya no es el verso que predomina», escribe acertada-
mente Baehr 21 . Tampoco es propia del Romanticismo la silva, por
más
que se encuentren cultivadores de esta forma no estrófica entre los
contemporáneos de Arolas, quien en La la utilizó en las 15
se-
ries que constituyen el canto «El Veneno».
Sin embargo, a pesar de esta confusa mezcla «antico-moderna», la
narración en verso del escolapio tiene un talante romántico rebelde
y su valor histórico no puede pasarse por alto en manera
alguna.
Rebeldía en el tratamiento del problema amoroso que plantea y en la
actitud ante una cuestión que tan en lo hondo afectó a la Iglesia
española y a sus relaciones con el Estado durante la pasada
centuria. Hay que insistir enseguida que la peripecia argumental no
guarda ninguna relación con la vida del autor. Lo autobiográfico
del poema es, ante todo, la posición que adopta ante los
acontecimientos histó- ricos, ante el problema concreto de la
desamortización de los bienes eclesiásticos. Posición
contradictoria, sin embargo, con su voluntad de permanecer fiel al
compromiso de sus votos, mientras no se demues- tre lo contrario 21
bis. En mi opinión, este conflicto íntimo, del que no llegó a
liberarse al escribir este furibundo ataque, se debe a la
incidencia de su liberalismo sentimental más que razonado con su fe
cristiana y su vocación sacerdotal. La unión de ambas tendencias en
una mente clara hubiera dado lugar a un humanismo equilibrado y sin
exclusio- nes: pero en él fue causa de una tempestad que, si pasó
por períodos de calma, no llegó a despejar las amenazadoras nubes
de su horizonte espiritual, abocándole finalmente a la
locura.
Vagamente entrevió las bases de ese nuevo humanismo, aunque lo
expresara con dicción que recordaba cualquier drama del Siglo de
Oro:
21. Rudolf BAEHR, Manual de versificación española, Ed. Gredos.
B.R.H., Ma- drid. 1970 (p. 224).
21 bis. F. GRAS Y ELÍAS, en sus Siluetas de escriptors catalans del
sigle XIX. Seyuna séric (Barcelona, 1909), transcribe un diálogo
entre Boix y Arolas en que éste se niega a abandonar los hábitos
ante la insistencia del primero, que decidió exclaustrarse. Aunque
todos los que es han ocupado del «caso» Arolas dan por cierta la
continuidad de nuestro poeta en la vida conventual, Luis QUEROL
Roso, en su ar- ticulo «Vicente Boix, el historiador romántico de
Valencia» (Anales del Centro de Cultura Valenciana, XIX. 1951, p.
124), contradice, sin demostración alguna, esa creencia al afirmar
que también se exclaustró, aunque por breve tiempo.
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«LA SiLFIDA DEL ACUEDUCTO» 185
Somos los hombres al nacer iguales. Sólo el orgullo mísero inventó
Distinguir a los débiles mortales Por los dictados que el poder les
dio.
15)
Arolas, extraordinariamente receptivo, no fue impermeable a la
propaganda anticlerical que desde el ministerio del conde de Toreno
los gobiernos siguientes lanzaron sobre la nación, so pretexto de
re- solver problemas de índole socio-económica. Si a eso se añade
el males- tar personal debido a su desencanto de la vida monástica
y a un ex- ceso de actividades poco acordes con sus hábitos, lo que
probablemente provocó el recelo de sus superiores, podemos
establecer las coorde- nadas que explican el contenido ideológico
de La Síltida del Acueducto.
En efecto, el poema presenta la lucha entre el poder establecido
—económico, político, eclesiástico, moral—, es decir, la sociedad
tra- dicional, y el individuo libre de convencionalismos.
Naturalmente, en esta lucha desigual perece el hombre rebelado. Por
supuesto, el plan- teamiento del problema se hace desde una
perspectiva maniquea. Desde el punto de vista del autor, todo está
organizado para subrayar esa oposición a través de dos series de
palabras-símbolos con significados de sentido contrario.
Los votos de Ricardo son invalidados por el juramento de amor
eterno a Ormesinda, porque aquellos fueron aceptados bajo
coacción:
(...) al designio honroso El interés se opone del sonvento.
El padre de Ricardo prometía Cuantiosas SUIlldS en piadosa ofrenda
Legar al monasterio en este día,
(pp. 28-29)
mientras que los votos que se hacen los amantes al pie de la cruz
son el resultado de un sentimiento natural. (Obsérvese que esos
versos citados llevan implícita la condena a la costumbre de donar
riquezas a las ins- tituciones religiosas, lo que para Arolas podía
explicar que las des- viaran de sus fines espirituales) :
Y que cuando mil horrores Siembra doquier su fiereza, Vence la
naturaleza De los eternos amadores.
(p. 117)
186 LUIS F. DÍAZ LARIOS
Paralelamente, Roberto y Elvira, que en la ciudad habían sido víc-
timas de las rivalidades políticas de sus padres, triunfan y gozan
de su amor cuando se encuentran en el campo, lejos del medio
antinatural urbano.
Los conjurados luchan en defensa de la libertad contra la tiranía.
La referencia a las sociedades secretas que tanto abundaron en los
períodos absolutistas del reinado de Fernando VII queda de mani-
fiesto en el capítulo «Los Libres». Estos son contrapunto del feroz
tirano (=General Elio), de tan triste fama para los valencianos y a
cuya muerte durante el Trienio se alude en estos versos:
Y si bebe su sangre un tigre fiero, Pronto verás al tigre sucumbir
Del patíbulo vil sobre el madero Que ha causado otras veces su
reír.
(P. 48)
Por toda la obra menudean las alusiones a la tiranía, representada
por los poderes político, eclesiástico y familiar. Los epítetos que
acom- pañan a los personajes-símbolo tienen siempre un carácter
enfático escarnecedor: viles opresores (p. 116) se les llama en
conjunto; in- sensibles seres, también (p. 120). La oposición entre
opresión y sen- sibilidad es evidente.
El representante del absolutismo es llamado tirano del Turia, tigre
fiero, déspota sangriento, déspota feroz, sultán tirano. El abad es
hombre vil, sacrílego tirano, corazón villano y déspota sangriento,
exactamente igual que el general Elio. El padre de Ricardo es
fanático, bárbaro cruel, monstruo del Averno, padre despiadado, en
fin.
Por contra, los personajes que sufren en los tres niveles corres-
pondientes la autoridad de los anteriores son calificados siempre
con epítetos idealizadores (tierno y sensible son los más
abundantes) que señalan al lector cuál es el punto de vista del
autor.
Para Arolas, quienes gobiernan abusan de su autoridad moral. Esto
es evidente también, como es lógico, en las relaciones económicas
entre dirigentes y dirigidos. El pueblo (=campesinado) no es más
que ser- vidumbre de la gleba para quienes poseen la tierra:
Ciego el mortal sin disfrutar la lumbre Con que siempre le brinda
almo saber, Se habitúa a la infame servidumbre, Sus derechos y
honor sin conocer.
(p. 45)
«LA SILFIDA DEL ACUEDUCTO» 187
Ignorante de sus derechos humanos, privado de la libertad que da la
instrucción —obsérvese cuán dentro de la ideología liberal bur-
guesa están los versos citados—, su situación material no puede
ser
más precaria:
Yace casi desnudo en las heladas En intratable estera por colchón,
Cuando estufas y camas abrigadas Para los palaciegos poco
son.
(p. 46)
Algo del Meléndez Valdés de «La despedida del anciano» resuena en
ese cuarteto y en los siguientes del capítulo. Ahora bien, cuando
Arolas escribía La Sillida..., el proceso revolucionario estaba en
pleno desarrollo. Derrocado el absolutismo fernandino, los ataques
contra el poder político no tienen sentido si proceden de un
liberal identificado con los que gobiernan; en cambio, se mantiene
el poder de la Iglesia, que los distintos gabinetes ministeriales
de la regencia de María Cris-
tina tratarían de recortar, pretendiendo resolver el doble aspecto
—po- lítico y econémico— que la situación nacional tenía planteada.
Que- daba así la Iglesia española como una herencia del período
anterior, en que la alianza del Altar y el Trono, sobre todo en los
primeros años del reinado, había sido la base sobre que se asentaba
la política de la monarquía restaurada, la misma que ahora el
carlismo defendía con las armas al otro lado del Ebro.
El anticlericalismo más u menos latente desde principios de siglo
—y aún de más atrás— se manifiesta con toda violencia en el acto
ignominioso de la matanza de frailes del verano de 1834, acusados
de ser los causantes de envenenar las aguas potables de Madrid,
cuan- do lo que realmente provocaba la muerte de los madrileños era
la epi- demia de cólera que había irrumpido con toda virulencia en
el terri- torio nacional después de declararse en Francia. Pero por
lo que se refiere a la actuación legislativa del Gobierno —el
lamentable suceso ocurrió durante el ministerio de Martínez de la
Rosa—, no se llegó al grado que alcanzó en el ministerio siguiente.
En efecto, «el paso por el poder del conde de Toreno marca un jalón
de indudable relevancia en el desarticulamiento de las estructuras
religiosas del Antiguo Ré- gimen». Y más abajo, sigue escribiendo
José Manuel Cuenca: «Los decretos del equipo ministerial del conde
de Toreno abrirán un ciclo de persecución contra los miembros del
estamento eclesiástico sin pa-
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ralelo hasta entonces en la historia española» ". Por una Real
orden del 25 de julio de 1835 se decretaba la supresión de
monasterios y conventos que tuviesen menos de doce religiosos
profesos y que no llegaran a dos terceras partes los que fuesen de
coro. Se apoyaba esta decisión, según reza el escrito, en el
«aumento inconsiderado y pro- gresivo de monasterios y conventos,
el excesivo número de individuos de los unos y la cortedad del de
los otros, la relajación que era con- siguiente en la disciplina
regular, y los males que de aquí se seguían a la Religión y al
Estado» ". De esta orden se excluían las casas de los escolapios y
los colegios misioneros para las provincias asiáticas, pero se daba
toda clase de facilidades a aquéllos que voluntariamente quisieran
exclaustrarse, lo que aprovecharon Vicente Boix y Pascual Pérez,
ambos publicistas, poetas y amigos y compañeros de religión de
Arolas. Su profesión de liberalismo en momento tan crítico no sería
grata a las autoridades eclesiásticas de que dependían, y no parece
dudoso suponer que las ideas de aquéllos influyeran decisivamente
en la mentalidad de éste, más inclinado a ensoñaciones hasta enton-
ces inocuas, colocándole en difícil posición dentro de la
Orden.
Pero la escalada de la legislación eclesiástica llegó a su punto
culminante durante el ministerio de Mendizábal. El 11 de octubre,
cuando todavía no hacía un mes que el judío gaditano había sido
nom- brado primer ministro, emitía un Real decreto por el que se
suprimían «todos los monasterios de órdenes monacales». Se
exceptuaban pro- visionalmente algunos, si en ese momento
estuvieran abiertos.
De los cartujos, sólo quedaba fuera de la supresión el monasterio
del Paular. En Valencia, se cerraban los de Portacoeli, Benaguacil
y La Puebla. La fuerza revolucionaria en las provincias era tal
que, antes de que se publicara el decreto, la Cartuja en que Arolas
sitúa la acción de La Sílfida... había sido abandonada por los
monjes el 27 de agosto, «obligados por los revolucionarios jefes
políticos que gober- naban la provincia, quienes dieron sus órdenes
de supresión antici- pándose a la ley» 24.
El ambiente general de anticlericalismo es visible en la obra del
escolapio. Dentro de la línea de la legislación más reciente, se
acusa al clero de gozar dolosamente de los frutos del trabajo de
los demás:
22. J. M. CUENCA: La Iglesia española... (pp. 28 y 29). 23. Apud
CUENCA, La Iglesia española... (p. 29). 24. TARÍN Y JUANEDA, op.
cit., p. 112.
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«LA SiLFIDA DEL ACUEDUCTO» 189
¡Misero agricultor! tú has trabajado,
¿Quién recogió los frutos del sudor?
El limosnero humilde se ha llevado
Cuanto dejó el altar y tu señor.
A bandadas los legos mendicantes
Ofreciéndote gracia celestial
(p. 47)
Para salir de la postración se necesita dar al traste con este
abuso
a través de una revolución, la del año 20. (No se olvide que la
narra-
ción de los hechos se sitúa en esa fecha, aunque el espíritu que la
anima
sea el del liberalismo progresista de 1836) :
El despotismo muerde en su despecho
El suelo que infamó: como serpiente
Que pació mala yerba. torpe pecho
Arrastra en su martirio lentamente.
Se postran y fallecen a su lado
La hipocresía vil que su semblante
De máscara mentida ha despojado.
La ignorancia y el crimen arrogante.
(pp. 201-202)
Absolutismo y poder ek.lesiástico son vencidos por los hijos de la
li-
bertad:
Suben los nombres de Quiroga y Riego
Al alto Olimpo con alegres vivas.
(p. 202)
Escrita en 1837, La Sílf ida del Acueducto acentúa el
propósito
anticlerical, ya que el fantasma del absolutismo había quedado
des-
plazado en el campo isabelino a un enemigo concreto, el carlismo,
mien-
tras que el poder eclesiástico actuaba, según la opinión general
en-
tonces, como un enemigo oculto que favorecía a los partidarios
de-
clarados de don Carlos. Toda la legislación relativa a la fidelidad
del
clero a la causa de la Reina-niña no tenía otra intención. En esa
idea
abundan los versos siguientes:
190 LUIS F. DÍAZ LARIOS
Escondeos, que ya son conocidos El fin y los intentos Que de santa
apariencia revestidos Abrigan los conventos: Son la columna fuerte
Del duro despotismo, Son centro de egoísmo Y el caos de la
muerte.
(p. 181)
Por eso, la justicia poética (?) se cumple de igual modo para el
perscnaje que simboliza la jerarquía eclesiástica, el abad Arsenio,
que muere violentamente a manos de quien había sido perseguido por
el despotismo político —Edelberto—, que para el general Elio,
muerto en el cadalso por el mismo pueblo que oprimió. Las dos
formas de ti- ranía scn aniquiladas por quienes han luchado por la
Libertad. Cier- tamente, la actitud de Arolas es poco reflexiva y
sólo es explicable si se tiene en cuenta la época turbulenta en que
le tocó vivir.
La exclaustración de los monjes se convierte en el poema en el
símbolo de la nueva era:
O muros! ¡o claustros, moradas de muertos!... Ordenan los padres
del pueblo, y la ley, Que vuestros hogares se queden desiertos Sin
gefe tirano, sin mísera grey.
(p. 209)
A la tiranía ha sustituido el gobierno representativo de «los
padres del pueblo», que actúan de acuerdo con la ley.
Sin embargo, en el capítulo de «La Expulsión» hay una simpatía
abierta por los monjes ancianos, para los que la proscripción
suponía un verdadero trauma psicológico que Arolas adivina y
expresa con ternura:
Un tímido monge llamado Benito Más puro que lirios y blanco jazmín,
Paloma sin mancha del claustro bendito, Que vive en el suelo como
un serafín; Besando la tierra que vio tantos años Su místico celo,
su vida egemplar, Temiendo del mundo los pérfidos daños, Ya tiene
por suerte gemir y llorar.25
25. Que Arolas estaba bien informado de cómo sucedieron los
acontecimientos en la cartuja de Porta-Coeli lo demuestra, entre
otros detalles, esa viñeta del amonge Benito». TARÍN Y JUANEDA, op.
cit., p. 112, cuenta algo que se parece sustancialmente
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«LA SíLFIDA DEL ACUEDUCTO» 191
Plantea a grandes rasgos el doloroso aspecto que tendrá el mo-
nasterio abandonado, pero pasa por alto lo que de barbarie había
tam- bién en la expulsión y, sobre todo, en el modo de llevarla a
cabo. No interesaba para sus fines ocmbativos fijarse en los
aspectos repro- chables.
No obstante, el furor revolucionario que enardeció el ánimo na-
turalmente pacífico de Arolas duró tan sólo un instante. Lo
demuestra el hecho de que unos meses después publicaba en el Diario
Mercantil (8 de enero de 1838) «¡Fue un convento!». Debió de
sentirse anona- dado cuando la censura eclesiástica, como no podía
ser menos, prohi- bió la lectura de La Salida del Acueducto.
Incluso se ha dicho que, arrepentido de haber escrito este ataque
frontal, se afanó en destruir cuantos ejemplares pudo recuperar de
su «poema romántico». Lo que cobra visos de verosimilitud hoy al
comprobar qué difícil resulta dar con uno. Es un libro rarísimo y
ello explica que sea tan poco conocido, además de que Lomba y
Pedraja le colgó el sambenito de apoteosis del amor sacrílego 26,
sin reparar en que se trataba de la aportación española a un tema
que apasionó a los románticos europeos, siempre tan preocupados por
plantear el conflicto de época entre la realidad y el deseo.
Arolas, arrastrado por el sentimiento de culpabilidad que vivió
tras dar a la imprenta su obra y las reacciones que produjo en los
que respetaba y obedecía por encima de sus rabietas, volvió sobre
sus pasos: «¡Fue un convento!» era la autorréplica a todo lo que de
de- magogia había en La Síliida... Pasado el entusiasmo de los
primeros
momentos de la desamortización —ni Espronceda ni Larra fueron tan
ingenuos—, cuando sus defectos se hacían más evidentes, este
clérigo indeciso no pudo menos de sentir —ya que su capacidad de
argumen- tación no fue nunca extraordinaria— el daño que había
hecho a sí mismo y a la institución a que pertenecía con
atormentada vocación. La afición romántica por el paisaje de ruinas
aparecía en esta com- posición matizada por el sentimiento
religioso que lamentaba el aban- dono de un lugar consagrado a la
Divinidad:
a lo literatizado por el escolapio, haciendo referencia a «Uno de
los hermanos legos, que se había quedado como custodio, tuvo que
huir ante la actitud de las turbas».
26. José Ramón LOMBA Y PEDRAJA, El P. Arolas. Su vida y sus versos,
Madrid, 1898, Sucesores de Rivadeneyra (pp. 105-116).
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Era un convento, era un altar, Donde llora el desvalido, Yo lloré,
volví a pasar Y era polvo consumido. Que también me hizo
llorar.22
Hay muchos versos significativos en este último poema que ilus-
tran y confirman mi hipótesis:
El artifice construye La morada de Sión,
Llega el pueblo, y la destruye.
El tosco sayal fue un día Ropaje de honor y aprecio
Hoy lo fuera de desprecio Y el saco de la ironía.28
Todo lo santo y digno de devoción ha sido abandonado, arra- sado.
En pie queda una cruz, como símbolo de la fe duradera y tes-
timonio de los que por amor a Cristo renunciaron a los placeres del
mundo:
* * *
Para concluir, resumamos cuanto se ha ido exponieno hasta ahora. La
Salida del Acueducto es la expresión literaria de una crisis
nacional. En esta narración en verso alienta el espíritu de un
liberalismo pro- gresista que tuvo su momento álgido en la
revolución de 1836. El autor, que hizo profesión de liberalismo
durante toda su vida, como lo de- muestran las muchas composiciones
circunstanciales que publicó en el Diario Mercantil con motivo de
fastos políticos y militares, vivió esta crisis como suya. Pero fue
sólo un relámpago: después, arrepen- tido, trató de superarlo
evolucionando hacia un moderantismo acorde con los nuevos tiempos.
La brevedad estuvo en consonancia con la intensidad de su rebeldía,
que se demostró violentísima contra una clase social poderosa, de
la que al fin y al cabo formaba parte.
27. Poesías cabellerescas y orientales. Cabrerizo. Valencia, 1840
(p. 279). 28. lbidem, p. 279. 29. lbidem, p. 284.
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«LA SiLFIDA DEL ACUEDUCTO» 193
En el instante en que la Iglesia española declinaba, falta de la
auto- ridad moral e intelectual que en otras épocas había tenido,
debilitada además por las deserciones frecuentes de muchos de sus
miembros, precisamente aquellos que por su juventud podían
revivirla, La Salida del Acueducto era un ataque desde dentro. El
marcado acento liberal que tuvo el Romanticismo español se hace
palmario una vez más, y eso explica que la Iglesia de España no
pudiera valerse de dicho mo- vimiento como sí se aprovecharon de él
los católicos franceses 30.
Luis F. DÍAZ LAR1OS
30. Vid. R. CARR, España 1808-1939, Ariel, Esplugues de Llobregat
(Barcelona), 19702 (p. 177).
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