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10 UNIVERSIDAD DE MEXICO
pensar en la gran cantidad de ancianos,niños, cortos de vista, analfabetas y extranjeros para los que el sistema era deimprescindible importancia. Nunca logró publicar nada.
Algún tiempo después, se lI11ClO contimidez la censura teatral. La. Celestil/O fue prohibida, y permitida al finante el escándalo que la medida provocó. Se veía que una fuerza nueva, sinembargo, tra taba de apoderarse de losespectáculos, ya que los periódicos hablaban de moralización y elogiaban unacensura sin base constitucional, una censura clerical ejercicla por un gobiernolaico, una censura que ahora frena lospecados de la carne, y que tal vez luegoprohiba obras sobre la gula o la envidia. ;Y no recordaba esto la moralización je Alemania en los aiíos dc treinlay lantos?
Llegamos al final del s'exellio pasado,y un gran número espectacular estabaya prevenido y fue lanzado sorpresivamente: j nuevos decorados para el Zócalo! i Disfraces coloniales para todos losedificios! ¡Grandes atracciones! El jardín se convirtió en una gran pista de
. patinar, tal y como el ',ingenio popularlo descubrió inmediatamente. (Porcierto, en una sola noche y tal como en lasmil y una, fue picado el cemento hastadejarle esa rugosida~. actual que impo-
EN UN TERRENO lDEAL, las profesiones~ de gobernallle y escritor se iden
tifican en varios rasgos comunes.Ambas deben tener como fondo unanhelo de servir al público; ambas requieren de la humildad ante el propiotrabajo, como virtud b;ísica para realizarse; las dos provocan graves deformaciones de la personalidad en quien lasejerce, aislamiento de la gente común,voracidad para recibir elogios, repugnancia y aun odio a la crítica honrada;y en una y otra es necesario oir conslalllemente la voz del público, si es queel profesionista desea conservar algunade las virtudes (lue tener pueda.
Este artículo pretende mostrar, a tra\'és de algunos ejemplos, una situaciónen que se encuentran los gobernantes,los escritures y e! pueblo de México. Laspcculiaridades de ésta son tan especiales que a nadie podr;í sorprender el tema, sino el hecho ele verlo cn letras (lemolde.
Hacia 195;), hubo un episodio lamentable en la recién hermoseada AlamedaCentral. Los fotógrafos que todos est<Íbamos acostumbrados a ver, con susantigt:as cámaras y sus trapos negros,listos para captar y perpetuar los amores de! soldado y la criada o la bellezade los niños provincianos, los fotógrafos fueron arrojados violentamente desus sitios. La diligencia de los agentesllegó a romper algunas cámaras, trasde golpear a los propietarios. Y es queel gobernador de la ciudad había ordenado retirarlos de ahí (parece que yahan v~elto) y la orden se cumplía conUIl estilo que pronto habríamos de reconocer como característico.~Por qué ,se. les retiraba? Según el pú
bhco eran utIles, representaban ademásuna tradición simpática, su presenciarespondía a aspectos auténticos de nuestra psicología nacional. Pues se les eliminaba, se supo, por razones de buengusto, tal y como se tiran los mueblesviejos al redecorar una casa; esos ciudadanos "no iban" con la bonita y flamante Alameda.
Quien esto escribe, decidió publicarsu opinión sobre e! asunto (y no erasólo suya) en el periódico donde colaboraba por ese tiempo. Así aprendióquc no es fácil tratar de cumplir conllna de las obligaciones del oficio, hacerque la voz pública llegue a oídos delgobernante. El artículo no fue publicado.
Vino poco después la redecoraciónde los camiones urbanos. Todos recordamos con nostalgia el útil y cómodosistema segú n el cual cada ruta teníasu propia combinación de colores, y asía la mayor distancia o aun en la penumbra, podía uno identificar su vehín¡Jo. Esto era útil y era hermoso, daba un ~cllo único y alegre a nuestroslransportes. Ahora bien, lantos coloressueltos por la ciudad parecieron de malgusto a alguien que no viajaba en camión y, por lo tanto, no podía entendersu utilidad. Los camiones fueron uniformados ¡tille los rugidos furiosos deuna enorme opinión pública que nuncaencontre'> cabida ,en los ,periódicos. Se habló de concesioncs jugosas a alguna compañía productora de pintura, hubo lamentaciones, en todos los tonos: nadase reflejó en la prensa. Ésta, cn cambio,
si?ilit~ el deporte). ~o hay ya por qué(!lscuur esa patológica estética de launi.f~rmil~ad y lo amplio, ni hay ya porque llnag1l1arse lo que haría el licencia.do Uruchurtu si le dieran poder en Roma, o ante la Plaza Roja o la de SanMarcos. Lo que. ,debe considerarse: queesa transformaclOn del Zócalo fue una()port~lH.idad única para que el pueblod; ~IexICo recul~erara los tesoros arqucologlcos que estan ahí enterrados, y elgobcrnante no permitió que se hicierala menor búsqueda, porque, evidel1le.mel1le, la !i~lalidad de todo aquello noera el. serVICIO q u.e la. obra pudiera preslar, S1/10 la aparIenCIa de gran eficaciay poder con que el funcionario iba acubrirse. Ya para entonces los periódicos habían encontrado un ridículo motepara el dueño (~e estas actitudes, aunquelo usaban perfectamente en serio: "elregente de hierro" se le llamaba a diesu-.a y siniestra, con gran tino, ya que elluen:o ~o. puede escuchar la voz pública 111 diSCierne con tanta claridad comola carne y el hueso.
Cuando el actual presidente de lIues·tra República (mía, suya, de usted, detodos y de c~da uno) ocupó su cargo,los que trabapmos en el teatro sufrimosun verdadera" colapso, al ver que, contra toda la, tradición de nuestra democracia postrevolucionaria, un importante funcionario continuaba en su mismopuesto. Quien esto escribe cree estar encontacto con la voz pública, ya que e';maestro de escuela, viaja en camión yen tranvía, va a veces a los mercado:;,hace antesalas y usa los coches "de ~I
peso". y la voz pública dijo textualmellte "que el licenciado Uruchurtu habbquerido ser presidente, pero que no sehabía podido, y por eso se le conservabaen el puesto, para que pudiera serlo enel próximo sexenio". ¿No va a ser enemigo del teatro quien teme verlo recoger estas voces, y lanzarlas desde el foro,tal y como lo ha hecho El gesticuladorde Usigli?
De cualquier modo, en el medio teatral predijimos que el pavoroso fénixacabaría con nuestra fuente de trabajoen menos de tres años, y hemos podidover que teníamos razón: ya casi lo halogrado. Su primer paso fue colocar unseílor que recibiera las bofetadas, y balllizarlo como licenciado Pereda. En él sedescargó la furia que cada atropellolluevo ha provocado, y así han podidoser clasurados 5, o 6 o más teatros, gracias a mitológicas fallas arquitectónicas.Se impidió nuevamente el estreno detextos inofensivos, algunos inmortales yotros no, del teatro universal. Se prohibió dar funciones en restoranes, porquequien cena puede morir ardido o aplastado si le place, pero quien ve teatro no.Mientras el costo de la vida subía, v sube, se prohibió a los empresarios' elevar el precio de los boletos, y se (i jó elprecio general de .~12, sin cOllSiderarlIunca el costo del espectáculo. Se prohibió lIue\'amenle La Ce/estil/a, al fincon éxito, y ahora ya en casi tallos losperiódicos hubo un aplauso para laprohibición, y cronistas y periodistaspor los que uno sentía un vago respetodcmostraron no ser inaccesibles a la venalidad o al miedo.
Este miedo" por cierto, no obedece acausas' concretas. Hay diferentes y nebulosas versiones de que quien escriba laverdad sobre los actos del Regente serácastigado con la c,írcel,y otros dicen que
Por Emilio CARBALLIDO
GOBERNANTES,y.
o·, ,
ponderó lo alinado de la medida, elbuen aspecto lle la ciudad y el buengusto del gobernante. Quien esto escribe trate'> de publicar al menos moderadas ubservaciones, diciendo que el buengusto de lo uniforme sólo cs indisculible en los regímenes totalitarios, quevarios pin tores extranjeros habían elogiado calurmamente nuestro inteligente y original sistema; trató de hacer
"[as obms públicas se hacen COII/O /JlIiía[adasde pícal'O"
DETRATAQUE
UNIVERSIDAD DE MEXICO 11
"los fOlrígrnfos (UPrOI) IIT¡'Oiarlos lIiolpl1lnl1lPl1lp rlp Sil' silins"
"No 11fI)' ya r¡ue discutir esta /Hltollígicl/. eSi<'lira rli' 111 uniformidad )' lo (¡m/Jlio"
sed golpeado cruelment: por algunosdesconocidos, o que sufrir:l un casualaccidente ele automóvil. Todo esto yaparece inverosímil, o francamente truculento al menos. Podemos estar segurosde que el callar y el alabar son simplemente coslllmbres de la venalidad codificada, y aun aut(l111,itica adubciún a menudo no recompensada; son nada músel trato acostumbrado y Lícito Inraquienes escin en el podcr, son I:ts noformuladas leycs del "así debc cscribirse" y el "eslo no pucde decirsc", quepor razones de emu]aciún eSlilística Sl'exacerban 111,is y lII,is, y ahondan cadavez la distancia cntrc nosotros, el Pueblo, y nuestros servidores, el (;o1Jierno.
Todo lo antcrior l'S gra\'Ísilllo si pcnsamos <¡ue el poder cxcesi,'o encegucn:,ensordece, descolllponc la psicolog-ía dequien lo disfl'llta. El go1Jcmar por demasiado tiempo pucde haccmos olvidarque somos los humildcs sirvicntes dequienes gobernamos, n unel sus amos.Para algunas personas, seis aiíos resultan ya excesivos. Y cs cllh vcz m,is claroquc todo mundo va olvidando la verdad: que el licenciado Lúpcz Matcos, ellicenciado Uruchurtu, los sccretarios deEstado, hasta la misma policía, trabajan para servirme, y para scrvirlo a usted, y a todos nosotros. Por eso es quedebemos conocer sus plancs de trabajocon cierta anticipaciúll, a fin de quepodamos opinar sobre ellos. ¿Y no esrealmente gravc que no teng~imos casidonde hacerlo?
y aún así, no habiendo casi modo dehacernos oir, por las dudas tal vez, lasobras públicas en la ciudad de Méxicose hacen "como pufíalada de pícaro",no vaya a ser que ocurra lo que hemosvisto con el proyectado derrumbe denuestra más valiosa zona histórica: elatropello iba a ser excesivo y la opinión pública gritó, y hasta a través delos periódicos logró hacerse oir. U nasección de la prensa continuó su cántico ele elogios a pesar de todo, y donAntonio Castro Leal, al querer defender los intereses del pueblo que constitucionalmen te represen ta, fue ridiculizado, agredido e insultado, por su audacia ele oponerse a un proyecto oficial.
No son ahora estos ejemplos los queimportan esencialmente, sino las gravesconclusiones a que dan origen. Hemosvisto que la cobardía de nuestro gremios teatrales, la debilidad de todasnuestras asociacioncs, el servilisl1lo y lavenalidad de la prcnsa diaria, la indiferencia del ciudadano COlllLIll, hallcreado un tipo de funcionario totalitario quc hace mucho no padedamos.Hemos visto quc el D. F., se convirtióen un feuelo, gobern'lIlo por un podercasi absoluto al que da p;'¡nÍco oponerse.~Y cómo valllO~; :1 IOi~Tar que este, o¿'ualguier otro fUIHionario, puelh volver al buen camillo? ¿CÓI1l0 V,I ;1 realIzarse la cOl1lulliGlIil'm entre los queservimos al pueblo eS<Tibiendo y quienes lo sirven goberllando? ~En qui: I>:'l:nsa, en qué radio, en qué: lclcvisi¡')1l V:1ll10S
a ejercer nuestro derccho COIlSU tuClona lde crítica?
y si es delibcr<ldo, cOllscicnl(' y oficial el obst;kulo para nuestl'<1 VOl., ysi el siempre naciente Teatro ;\:lexicalloest<'t siendo <Isesillado porque tIelle unaVOl. difícil de mallejar o silenciar, ¿qUl:se pretende que llosoLrm lo,'i del pucblo hagamos? Dirijo e,;t<¡ preg'unta "todos los funciollarios que se suponcnos sirven desde sus jJlles(o'i.
"'l1ntos colores sueltos /Jor fa ciudad l}({rccieroll dE' mol p;lIsto ti "¡gllicn qlie l/O 7Jiaj(/l}(1 l'1I ("(u/lidll"