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(…)Queremos en este número continuar (1) a estu- diar la figura de un Santo que Pio XII elevó a la hon- ra de los altares y que fue al mismo tiempo profeta del Reino de María y en cierto sentido mártir en pro de este Reino. Se trata de San Luis María Grignion de Montfort. El Reino de María será la realización de un mundo mejor “Catolicismo” No. 55, Julio de 1955. San Luis María Grignion de Montfort nació en 1673 y murió en 1716. Durante los 43 años de su existencia, Europa vivió la úl- tima fase de una de sus épocas más brillantes. El Ancien Régime atravesaba un período de grande estabilidad, que no se rompió sino en 1789 con la Revolución “brus- camente” deflagrada en Francia. Considerando las cosas única- mente en su superficie, dos fuer- zas parecían principalmente ase- guradas de un tranquilo y glorioso porvenir, la Religión y la Monar- quía, garantizadas una y otra por el pulso firme de los Borbones y de los Habsburg, grandes fami- lias que influían y gobernaban en- tonces casi todo el orbe católico. De esta sensación de esplendida seguridad, participaban no sola- mente Reyes, príncipes e hidal- gos, sino también muchos Obis- pos, teólogos y superiores religio- sos. Una atmosfera de distensión triunfante cubría sobre todo a Plinio Corrêa de Oliveira (1) El primer artículo de esta serie fue publicado en portugués en el periódico brasileño de la Diócesis de Campos Estado de Rio de Janeiro, “CATOLICISMO” el nº 53 de mayo de 1955, con el título de “Doctor, Profeta y Apóstol en la Crisis contemporánea”. Nº 40 Julio & Agosto - 2013

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(…)Queremos en este número continuar (1) a estu-diar la figura de un Santo que Pio XII elevó a la hon-ra de los altares y que fue al mismo tiempo profeta del Reino de María y en cierto sentido mártir en pro de este Reino. Se trata de San Luis María Grignion

de Montfort.

El Reino de María será la realización de un mundo mejor

“Catolicismo” No. 55, Julio de 1955.

San Luis María Grignion de Montfort nació en 1673 y murió en 1716. Durante los 43 años de su existencia, Europa vivió la úl-tima fase de una de sus épocas más brillantes. El Ancien Régime atravesaba un período de grande estabilidad, que no se rompió sino en 1789 con la Revolución “brus-camente” deflagrada en Francia. Considerando las cosas única-mente en su superficie, dos fuer-zas parecían principalmente ase-guradas de un tranquilo y glorioso porvenir, la Religión y la Monar-quía, garantizadas una y otra por el pulso firme de los Borbones y de los Habsburg, grandes fami-lias que influían y gobernaban en-tonces casi todo el orbe católico. De esta sensación de esplendida seguridad, participaban no sola-

mente Reyes, príncipes e hidal-gos, sino también muchos Obis-pos, teólogos y superiores religio-sos. Una atmosfera de distensión triunfante cubría sobre todo a

Plinio Corrêa de Oliveira

(1) El primer artículo de esta serie fue publicado en portugués en el periódico brasileño de la Diócesis de Campos Estado de Rio de Janeiro, “CATOLICISMO” el nº 53 de mayo de 1955, con el título de “Doctor, Profeta y Apóstol en la Crisis contemporánea”.

Nº 40

Julio & Agosto - 2013

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Francia, probada es cierto por los reveces militares del ocaso de Luis XIV, mas largamente compensada por la estabilidad de las institu-ciones, por la riqueza natural del

país, por el brillo de su atmosfera cultural y social, y por la “douceur de vivre” en que estaba como que sumergida la existencia cotidiana.

Es de imaginarse pues la sor-presa, el desconcierto y desprecio que ciertas altas personalidades

experimentaban al saber que en las profundidades de la Bretaña, del Poitou y del Aunis, un Sacer-dote oscuro, llamado Luis Grig-nion de Montfort de elocuencia arrebatadora pero popular, agita-ba las ciudades y los campos pre-diciendo para Francia un terrible y extraño porvenir. Eco expresivo de estas predicciones, lo encon-tramos en estas palabras de fuego de su oración pidiendo a Dios mi-sioneros para su Compañía:

“Vuestra divina Fé es transgre-dida; vuestro Evangelio desprecia-do; abandonada vuestra Religión; torrentes de iniquidad inundan toda la tierra, y arrastran incluso también a vuestros siervos; la tie-rra toda está desolada: Desolatio-ne desolata est omnis terra; la im-piedad está sobre un trono; vues-tro santuario es profanado, y la abominación entró hasta el lugar santo. Y así ¿dejareis todo aban-donado, justo Señor, Dios de las venganzas? ¿Se volverá todo final-mente como Sodoma y Gomorra? ¿Permanecerás callado?”

“Ved, Señor Dios de los ejér-citos, los capitanes que forman compañías completas, los poten-tados que juntan numerosos ejér-citos, los navegantes que reúnen flotas enteras, los mercadores que se congregan en grande número en los mercados y en las ferias! Cuantos bandidos, impíos, ebrios

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y libertinos se unen en masa con-tra Vos todos los días, y esto con tanta facilidad y prontitud! Bas-ta soltar un silbido, redoblar un tambor, mostrar la punta de una espada, prometer un ramo seco de laurel, ofrecer un pedazo de tierra amarilla o blanca; basta, en pocas palabras, una humarada de hon-ra, un interés de nada, un mez-quino placer animal que se tenga en vista, para al instante reunir los bandidos, juntar los soldados, congregar los batallones, convocar los mercadores, llenar las casas y los mercados, y cubrir la tierra y el mar de una multitud innume-rable de réprobos, que, aunque divididos todos entre sí, o por las distancias, o por la diversidad de los genios, o por sus propios inte-reses, se unen entretanto, y se li-gan hasta la muerte, para haceros Señor la guerra bajo el estandarte y el comando del demonio”.

“Ah! permitid que grite por toda parte: Fuego! fuego! fuego! Soco-rro! socorro! socorro! Fuego en la casa de Dios! fuego en las almas! fuego hasta en el santuario! Soco-rro, que asesinan a nuestros her-manos! socorro, que degüellan a nuestros hijos! socorro, que apu-ñalan a nuestro buen Padre”.Aho-ra bien, entre tantos estadistas triunfantes, entre tantos Prelados optimistas, nadie tuvo la clara y profunda visión de S. Luis María.

Por detrás de las apariencias de esplendida tranquilidad del mun-do de entonces, una sed de pla-cer devoradora, un naturalismo creciente, una tendencia cada vez más acentuada de dominio del Es-tado sobre la Iglesia, de lo profano sobre o religioso, la efervescencia del galicanismo, del jansenismo, la acción corrosiva del cartesia-nismo, preparaban los espíritus para inmensas transformaciones. Aún en vida de S. Luis María, Vol-taire y Rousseau nacieron. Antes de terminar el siglo, las Órdenes religiosas estaban cerradas en Francia, los Obispos fieles a Roma expulsados, una actriz era adora-da como la diosa Razón en No-tre Dame. En la guillotina, corría abundante sangre de mártires. Y si la Historia no puede dejar de ser severa con los que no previeron la tormenta, tampoco pode recusar su homenaje al hombre de Dios que tan clarividente se mostró.

¿Cuáles son las virtudes que es-tán en la base de una tan excep-cional clarividencia? Ante todo, un grande celo, un implacable amor a la verdad.

Cuando se ama la Fé, cuando se desea tener los dos pies bien puestos en la realidad objetiva, cuando se odian las ilusiones y las quimeras, la inteligencia no se satisface con ver las cosas super-

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ficialmente, o fragmentariamente, y la voluntad no se contenta con esfuerzos esporádicos en momen-tos de fervor. Un católico que ama verdaderamente la Iglesia quiere saber cuáles son los grandes inte-reses esenciales de esta, y los dis-tingue de los intereses secunda-rios. El nivel de la moral pública y privada, la conformidad de las leyes, instituciones y costumbres con la doctrina católica, las ten-dencias implícitas o explícitas del pensamiento en las varios estratos sociales y especialmente en la cla-se culta, la intensidad de la vida religiosa, la devoción de los fieles a la Sagrada Eucaristía, a Nues-tra Señora y al Papa, su amor a

la doctrina ortodoxa, su odio a las herejías, a las sectas, a todo cuanto de lejos pueda macular la pureza da Fé y de las costumbres, he ahí algunas de las cosas más esenciales para a vida religiosa de un pueblo. Para su vida religiosa y pues para a su vida moral. Para a su vida moral y en consecuencia para toda su vida temporal. Aho-ra bien, el progreso o declinación en estos asuntos raras veces se manifiesta por hechos muy per-ceptibles. En general, ello se ve por síntomas discretos pero típi-cos, que es preciso mucha aten-ción para percibir, mucho discer-nimiento para interpretar, mucho tacto para incentivar o reprimir.