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¿Quién tiene la culpa?

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El perdón en la vida cotidiana

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Comunidad de Caresto

¿Quién tiene la culpa?El perdón en la vida cotidiana

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INTRODUCCIÓN

El objetivo del libro es presentar la necesidad del perdón en una familia que quiere ser un lugar de bien-estar, tanto para la pareja como para los hijos, y todo esto ampliado a los parientes, vecinos, amigos, mundo circundante.

La familia normal no es la perfecta, tal familia no existe; normal es la que conoce la fatiga cotidiana de vivir lo ordinario con sus altibajos; con sus dificultades y recursos, con sus sufrimientos y sus alegrías; con el alboroto de la incomprensión y el conflicto, pero también con la alegría profunda de la reconciliación.

Se presentan varios aspectos para vivir bien la relación conyugal, sobre todo en el momento de las dificultades.

Cada vez el lector encontrará una narración de vida vivida, escrita por la pluma de una colaboradora de Caresto.

¿A quién puede serle útil este trabajo?A las distintas familias, a las que desean ser ayudadas a

llevar la radicalidad del Evangelio en el más sencillo, cotidiano, concreto vivir de la familia, en sus ritmos caseros, con sus dificultades y con sus recursos específicos.

A los grupos familiares, que podrán encontrar en él ese estímulo inicial, a menudo tan necesario para animar una tarde y para involucrar luego a todos los presentes.

A cuantos son organizadores y animadores en la pastoral de la familia, para hacer propuestas semejantes en las actividades que están preparando.

Puede servir también a los párrocos o a los animadores que están comprometidos con las familias en encuentros o retiros;

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encontrarán aquí un práctico recurso para el buen éxito del grupo o de la iniciativa.

Un gracias enorme a Daniela Bocciardi.Es la narradora de las historias «verdaderas», incluidas en

los distintos capítulos. Madre de tres hijos, abuela de tres nie-tos, empresaria doméstica (o sea, ¡ama de casa!) y mujer de Rinaldo.

Cada uno de ellos colabora, con los diferentes talentos, a la buena marcha de la casa; él ciertamente más en el exterior, pero también dentro; ella es una creativa ama de casa, pero abierta también al exterior, como con el grupo del miércoles. Son además una pareja de «viejos amigos» de la comunidad de Caresto; durante los más de veinte años ha habido además de amistad, también colaboración en distintos niveles: por ejemplo, en el momento de preparar los libros.

Las historias que se cuentan son verdaderas, aunque ella, por respeto, ha cambiado los nombres y algunas referencias demasiado personales.

No hemos querido buscar hechos sensacionales y excep-cionales. Tal vez alguien puede sentirse decepcionado por leer relatos de vida normal y cotidiana, pero no era nuestra intención suscitar una aclamación para quien ha realizado tal vez un gesto excepcional que, precisamente por serlo, resultaría para el lector inimitable, distante; no hecho para él.

Daniela misma, al aceptar este servicio, nos ha explicado el motivo de este género literario.

¿Por qué historias?Porque entre el cielo y la tierra habita la historia: la mía, la

tuya, las historias de la gente común y algunas historias más especiales, originales.

Porque lo más hermoso que existe es la historia de la gente, comunicarla…

He aprendido que en cada historia humana hay siempre alguna pajita de oro, he aprendido que hay algo también para mí. Yo tengo que ver contigo, tú tienes que ver conmigo.

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Recuerdo hace muchos años en un retiro… Era la primera vez que oía juntar psicología, palabra de Dios, historias de hoy. No entendía; me parecía que mi historia no era como aquella de la que se hablaba en la dinámica como ejemplo. Mi hijo no era igual a aquel hijo y tampoco la suegra era así…; estaba tan concentrada en cómo resolver mis problemas, tomaba notas temiendo perderme algo, que no tenía tiempo para sor-prenderme, para dejarme «encantar»…

¿Qué podía hacer? Había detenido al ponente, él había escuchado con una gran sonrisa que era como un abrazo: «Usted está en Primaria… no tenga prisa, no pretenda entenderlo todo enseguida: entienda algo».

Pues bien, hoy cuando me acerco a las historias de los otros con un corazón libre, comprendo algo… No tengo muchos datos, pero puedo escuchar y dejar entrar algo.

Recuerdo a Inés que, con una fuerza y un entusiasmo extra-ordinarios, llevaba a Andrés, de treinta años, sobre la silla de ruedas en Val Badia, para ir a comer un strudel. Yo soy un poco perezosa y golosa; muchas veces, cansada, sin aliento mientras llevo la compra, encuentro bonita la historia de Inés y me digo: «Déjate de tonterías, si ella puede, ¡también puedes tú!».

Las historias de los otros nos tocan, nos interpelan, nos provocan, poco o mucho, pero es bonito pensar que todos nosotros estamos dentro de una trama sagrada, una Biblia viva: también hoy se escriben los hechos de los apóstoles; los hechos y no solo las doctrinas.

Aunque seamos muy diferentes, podemos encontrar en las historias de los demás un punto de vista para mirar el mundo, y desde allí sentirnos, tal vez solo por un momento, no solos, sino en compañía, en cordada.

Para conocer la Comunidad de Caresto, leer las últimas páginas del libro.

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CUANDO ME TOCA A MÍ

CONCEDER EL PERDÓN

Yo os digo: «Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen; orad por los que os calumnian. Al que te abofetea en una mejilla, ofrécele también la otra; a quien te quita el manto, dale también la túnica. Tratad a los hombres como queréis que ellos os traten a vosotros. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? También los pecadores aman a quienes los aman. Y si hacéis el bien a los que os lo hacen, ¿qué mérito tendréis? Los pecadores también lo hacen. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tendréis? También los pecadores prestan a los pecadores para re-cibir de ellos otro tanto. Pero vosotros amad a vuestros enemi-gos, haced el bien y prestad sin esperar remuneración; así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y con los malvados.Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,27-29.31-35).

El perdón no es un hecho espontáneo; no siempre es fácil como lo es, por ejemplo, el enamoramiento o el estar en grata compañía de amigos. Se necesita a menudo un gran amor y una gran voluntad para llegar a un verdadero perdón, a veces se necesita un verdadero esfuerzo. El perdón es algo divino. En el amor y en el perdón hay que aprender de Dios.

Pero no nos desanimemos pensando que estas lecturas son casi imposibles de realizar, porque nos vendrá la tentación

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de dejarlas enseguida. Estas indicaciones del Evangelio son como un ideal hacia el cual tender; como quien quiere hacer un largo viaje y recibe la indicación de un camino a seguir o de un horizonte hacia el cual dirigirse. No es en absoluto indispensable llegar al final del camino o alcanzar el horizonte (cosa imposible); lo importante es ponerse en movimiento hacia la meta.

«Sed buenos los unos con los otros, misericordiosos, per-donaos mutuamente como Dios os ha perdonado a vosotros en Cristo» (Ef 4,32).

El perdón es necesario, porque en cualquier grupo humano, grande o pequeño, y en cada persona hay lamentablemente equivocación, pecado, debilidad; también dentro de mí. Si quiero estar en compañía, tengo que aprender a perdonar. Si uno no quiere o no saber perdonar, es mejor que esté solo: debería igualmente aprender a perdonarse a sí mismo…, que a fin de cuentas ¡no es lo más fácil!

«Que no se ponga el sol sobre vuestro enojo» (Ef 4,26).Es un magnífico dicho del Antiguo Testamento retomado

por san Pablo en la carta a los Efesios y también por Santiago. Es una buena norma de familia, entre los esposos y entre padres e hijos. Hay esposos que no se van a dormir sin antes haber resuelto y clarificado lo que debe ser aclarado entre ellos, para no acumular en el futuro demasiados problemas por resolver. Con frecuencia no basta decirse «disculpa» o «excúsame»; es necesario llegar hasta el fondo para entender los motivos y tomar decisiones serias, para que no se dañen los sentimientos y las relaciones.

«No se puede permanecer prisioneros del pasado; es nece-sario para los individuos y para los pueblos una especie de purificación de la memoria, para que los males de ayer no vuelvan a producirse de nuevo», decía el papa Juan Pablo II.

El perdón produce la curación del espíritu, después de las heridas que los familiares, los otros, la vida nos han causado o

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que nosotros mismos nos hemos hecho. En realidad necesitamos también perdonarnos a nosotros mismos.

Después de la culpa del otro no es fácil dar el perdón o pedir perdón, es verdad, pero es siempre necesario para la super-vivencia.

Perdonar no hace solo bien al otro, sino que, sobre todo, me hace bien a mí mismo. No puedo estar en paz y verdaderamente alegre si no llego al auténtico perdón. Una dificultad para quien perdona es que puede mirar solo su sufrimiento. Entonces puede sentirse inclinado a replicar, a demorarse buscando razones y sinrazones, o pidiendo promesas y garantías antes de conceder el perdón.

Perdonar no es algo espontáneo, es una acción difícil que puede ser favorecida y ayudada por la gracia divina mediante la oración. Una buena reconciliación puede ser precedida perfectamente por la oración.

Dar el perdón (per-don)

Cuando es el otro quien me pide a mí perdón, yo puedo perdonar, o poner excusas para no hacerlo; también puedo poner por delante muchos impedimentos:

Lo que me ha hecho es demasiado grave; no puede ser perdonado; no sería justo; por mi perdón, él/ella pensaría que todavía puede aprovecharse;

- he sufrido y estoy sufriendo demasiado: no puedo digerirlo, no lo consigo;

- te perdonaré cuando hayas demostrado que has cambiado de vida: estaré esperando a ver si…, antes quiero estar seguro de que no me engañarás otra vez;

- por ahora te perdono, pero no olvido; estate atento la pró-xima vez;

- el vaso está reducido a migajas, no será ya como antes; ya no me fío de ti;

- concedo el perdón por partes, un poco cada vez…

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El perdón es divino, es un acto que implica un gran espíritu. Solo quien tiene un gran amor puede perdonar de verdad: un perdón que no sea un compromiso, un remiendo, o un «tragarse el sapo», abajar la cabeza y seguir adelante.

En aquellos momentos, si dejamos hablar a los sentimientos, buscaremos la venganza, querremos un castigo en lugar del perdón. El perdón no nos resulta natural. Es un fruto del espíritu, no de nuestro instinto: por eso decimos que el verdadero amor y el verdadero perdón es divino.

Es una acción que, como dice el nombre, es solo «don», es esencialmente don. No merecerías mi perdón porque me has ofendido y herido: pero quiero «donarte» el perdón. No te perdono como forma de negociación: como la otra vez también yo te la hice gorda, como tú me has perdonado… te perdono también yo.

No es solamente un dejar perder; no es un cálculo que remite a la próxima vez, cuando todo vuelva a su ser; es un don, un regalo gratuito. Yo doy el primer paso, sin saber qué sucederá después. Si me pongo a calcular quién peca más entre nosotros y quién perdona más, terminaremos por dejar de reconciliarnos. Quien da el perdón debería hacerlo «gratis», sin pretender nada, sin esperarse nada. No puedo poner condiciones; es un acto de pura generosidad: como hace Dios. Quien lo hace, es ciertamente magnánimo: es un alma grande.

El extraño perdón de María y Francisco

El invierno de 2009-2010 fue largo y frío. El oncólogo había aconsejado a María y Francisco que hicieran una vida normal dentro de lo posible, puesto que él, con lo que tenía, estaba respondiendo muy bien a la quimioterapia, pero «que procurase no enfermar». Ellos habían entendido que estuvieran en casa al resguardo, lo más posible, precisamente para evitar que él enfermase y hasta ahora había funcionado. El problema, uno de los problemas entre tantos ligados a la enfermedad y sus consecuencias, era la soledad.

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Al principio había parecido lo contrario. Demasiadas llamadas telefónicas, demasiado interés: ¿qué dicen los médicos? ¿Tenéis ya el parte médico? ¿Y el TAC? Luego, poco a poco, ya nadie se preocupa de lo que pasaba.

A veces, durante el día, algún vecino entraba apresurado, casi siempre una vecina. Nunca hombres. El domingo era el día más largo. Solo una hermana y un cuñado el sábado, eso sí. Y la hija. No es poco, se decían.

¿Pero los amigos? Los amigos de las partidas de petanca, ¿dónde estaban?

María hubiese dado cualquier cosa por ver algún amigo de las partidas de petanca venir a ver a su Francisco. Es verdad que él hablaba poco. Era así. Siempre había sido de pocas palabras, pero bueno; en el fondo había trabajado toda la vida por su familia, por sus hijos. A veces María pensaba con un poco de rencor que no merecía ser tratado así.

Un domingo de marzo, que parecía como los otros, ella había preparado unos dulces. «Nunca se sabe… si llega alguien», y hacia la una se había sentado en el sofá del salón junto a su Francisco. Él le acariciaba el brazo debajo la manta de lana, tan vieja como su matrimonio: cuarenta y cinco años. La televisión enfrente, siempre encendida, como siempre, nadie la escuchaba. Tal vez allí se necesitaría una chimenea, porque apagando la televisión, la pared estaba demasiado negra y en cambio la mirada busca la luz.

«Sabes, Francisco, pensaba… pensaba que si no viene na-die, en parte es culpa nuestra. ¿Te acuerdas cuando llegaba el domingo? ¡Qué contenta me sentía de estar sola! ¡Hacer finalmente lo que quería! Tú tenías tus partidos, tu diario; yo hacía mis cosas. Si alguna vez te proponía ir a visitar a tal persona que no estaba bien, tú me respondías: “¡No tengo ganas!” y yo me sentía tan contenta de tu respuesta, porque tampoco yo tenía ganas… Pienso que ahora nuestros amigos no es que quieran vengarse; es que nosotros no fuimos capaces de cultivar las amistades, de mantener las relaciones».

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Francisco había asentido prolongadamente y se habían entendido. Porque en ese código misterioso y único que une a dos en pareja, incluso un diálogo que parece «cojo» a la vista de los extraños, puede contener en sí trazos de paraíso.

María y Francisco habían «perdonado» a los amigos, los cuales, a decir verdad, tal vez no habían hecho un gran mal o puede que ni siquiera hubiesen sabido que habían sido perdonados. Pero el problema estaba dentro de ellos dos. Ellos se habían sentido (con razón o sin ella) ofendidos por el comportamiento de los amigos, y al final habían llegado a comprender y convertirse (o sea, ¡cambiar de ánimo!), con la consiguiente serenidad y paz que siempre recompensa a quienes, con el perdón, muestran toda su magnanimidad.

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ÍNDICE

Prefacio ............................................................................. 5Introducción ...................................................................... 9 1. El perdón como curación del espíritu ....................... 13 2. Cuando me toca a mí pedir perdón: ¿te pido disculpas o perdón? ......................................... 21 3. Cuando me toca a mí conceder el perdón ................. 27 4. No hay excusa religiosa, sino curación de las relaciones familiares y sociales .......................... 33 5. La palabra del hermano que se equivoca .................. 41 6. El hermano «bueno» ¡que no sabía amar! ................ 47 7. Cuando no consigo cambiarte ................................... 53 8. ¿Pecado o error? Relación con Dios ......................... 57 9. La conciencia del pecado .......................................... 61 10. El sacramento de la Reconciliación ........................ 67 11. Importancia de la reparación .................................. 73 12. La samaritana, pecadora y extranjera ..................... 79 13. En el momento crítico, ¡saber litigar bien! ............. 83 14. El conflicto puede llegar a ser incluso saludable .... 89 15. No ya un corazón de piedra, sino un corazón de carne .............................................. 95 16. ¿Se puede perdonar una traición? ........................... 101 17. Un nuevo comienzo ................................................ 107 18. Abrirse al futuro ...................................................... 113 19. La familia, lugar del perdón y de la fiesta .............. 119Apéndice ............................................................................ 127La comunidad de Caresto ................................................ 131