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CRITICÓN, 65, 1995, pp. 5-15. Quintiliano, Virgilio y Horacio no son negocio. La imprenta española en el siglo xvi Carlos Clavería Barcelona Aduciré sólo, aunque hay más, el ejemplo de Poggio por lo representativa que me parece expresión tan exaltada en hombre tan cabal: Deflendum quippe est hanc urbem [Roma], tot quondam illustrium virorum atque imperatorum foetam, tôt du cum, tot principum excellentissimorum altricem, tot tantarumque virtutum parentem, tot bonarum artium procreatricem, ex qua rei militaris disciplina, morum, sanctimonia, & vitae legum sanctonnes virtutum omnium exempla et bene vivendi ratio defluxerunt... (Poggio Con ejemplos como éste no ha de resultar extraño que los historiadores vean en el gusto por la Antigüedad greco-romana una de las características principales del Renacimiento y aun del Humanismo, y que el «resurgir de la Antigüedad» sea una de las «media docena de fórmulas sugerentes» sobre las que se «vertebra la síntesis burckhardtiana» (Rico 1980:2). Así, desde 1860 con Burckhardt y el capítulo III de la tercera parte de su La cultura del Renacimiento en Italia titulado «Los autores antiguos», se ha seguido exponiendo que Importancia infinitamente mayor que los restos de construcciones y que los restos artísticos, en general, del mundo antiguo, tenían, naturalmente, los monumentos literarios, tanto griegos como latinos. Se les consideraba como fuentes de todo conocimiento, en sentido absoluto... Por muy grande que fuese el influjo de los autores antiguos en Italia desde hacía tiempo, y especialmente durante el siglo XIV, puede decirse, 1 «Llorada es esta ciudad madre y origen de tantos caballeros, príncipes y emperadores ilustres, nodriza de tantas buenas virtudes y benefactora de las bellas artes, de la cual surgieron la disciplina militar, la pureza de las costumbres, las leyes justas, ejemplos de todas las virtudes, y el modelo para un recto vivir...»

Quintiliano, Virgilio y Horacio no son negocio. La ... · tradición clásica que, empero, difería mucho de la que había hecho furor en los primeros años del humanismo italiano

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Page 1: Quintiliano, Virgilio y Horacio no son negocio. La ... · tradición clásica que, empero, difería mucho de la que había hecho furor en los primeros años del humanismo italiano

CRITICÓN, 65, 1995, pp. 5-15.

Quintiliano, Virgilio y Horacio no son negocio.La imprenta española en el siglo xvi

Carlos ClaveríaBarcelona

Aduciré sólo, aunque hay más, el ejemplo de Poggio por lo representativa queme parece expresión tan exaltada en hombre tan cabal:

Deflendum quippe est hanc urbem [Roma], tot quondam illustrium virorum atqueimperatorum foetam, tôt du cum, tot principum excellentissimorum altricem, tottantarumque virtutum parentem, tot bonarum artium procreatricem, ex qua rei militarisdisciplina, morum, sanctimonia, & vitae legum sanctonnes virtutum omnium exempla etbene vivendi ratio defluxerunt... (Poggio

Con ejemplos como éste no ha de resultar extraño que los historiadores vean enel gusto por la Antigüedad greco-romana una de las características principales delRenacimiento y aun del Humanismo, y que el «resurgir de la Antigüedad» sea unade las «media docena de fórmulas sugerentes» sobre las que se «vertebra la síntesisburckhardtiana» (Rico 1980:2). Así, desde 1860 con Burckhardt y el capítulo III dela tercera parte de su La cultura del Renacimiento en Italia titulado «Los autoresantiguos», se ha seguido exponiendo que

Importancia infinitamente mayor que los restos de construcciones y que los restosartísticos, en general, del mundo antiguo, tenían, naturalmente, los monumentosliterarios, tanto griegos como latinos. Se les consideraba como fuentes de todoconocimiento, en sentido absoluto... Por muy grande que fuese el influjo de los autoresantiguos en Italia desde hacía tiempo, y especialmente durante el siglo XIV, puede decirse,

1 «Llorada es esta ciudad madre y origen de tantos caballeros, príncipes y emperadores ilustres,nodriza de tantas buenas virtudes y benefactora de las bellas artes, de la cual surgieron la disciplinamilitar, la pureza de las costumbres, las leyes justas, ejemplos de todas las virtudes, y el modelo para unrecto vivir...»

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sin embargo, que tenía por causa antes la extensión de lo conocido a mayor número demanos que los nuevos descubrimientos. Los más conocidos poetas, historiadores,oradores y epistológrafos latinos, junto con cierto número de traducciones latinas dedeterminados escritos de Aristóteles, de Plutarco y algunos griegos más, constituíanesencialmente el acervo que tantos entusiastas despertara en la generación de Boccaccio yPetrarca. (Burckhardt 1985 1:150)

De esta larga cita me interesan ahora dos afirmaciones: a) la importancia de losmonumentos literarios; y b) la influencia de los autores antiguos que dependía másde una extensa difusión de las obras ya conocidas que no de nuevosdescubrimientos. Me interesa la importancia de los monumentos literarios porqueme propongo aquí ver hasta qué punto los autores antiguos circularon de primeramano por las imprentas españolas, y si esa circulación puede aportar datos paraacotar los gustos de los impresores, de los lectores y de los profesores quefrecuentaron el papel impreso en la España del Renacimiento. Una reflexión deFrancisco Rico me puso sobre una pista distinta, que me había de llevar a pensar quequizá, yendo a las modas de lo impreso, se podría interpretar por qué «en los tres(Budé, Erasmo y Vives) germinan semillas que Italia había sembrado en Francia, losPaíses Bajos, España, pero ninguno es el fruto normal del estado de las letras en supatria: han tenido que hacerse a sí mismos buscando libros y preceptores más allá delas fronteras y las tradiciones locales...» (Rico 1993:102).

Me dedicaré, claro, a la imprenta y a los libros clásicos en España para saber enqué estado de orfandad intelectual podían quedar los otros humanistas, artistas,profesores, literatos, lectores que siendo menos curiosos de lo que fueron Vives ylos otros hombres de primera magnitud que citaba Bell —esto es, Lebrija, Pérez deOliva, Vanegas, Luis de León, El Brócense, Arias Montano, Antonio Agustín, SimónAbril, Cano, como «Spanish scholars shared to some extent the manysidedcharacter of the writers and artists of the Italian Renaissance» (Bell 1930:357)— noacertaban sino a comprar lo que producía el mercado tipográfico hispano. Para queeste nuevo recorrido por algunas imprentas del siglo XVI sea representativo y puedair más allá de unos ridículos y macroestructurales porcentajes, he limitado asabiendas mis primeras intenciones, y las últimas han quedado reducidas a estudiarla obra de unos autores que pueden actuar como paradigma de las categorías antescitadas a partir de Burckhardt: «los más conocidos poetas, historiadores, oradores yepistológrafos latinos», esto es Horacio y Virgilio, Tito Livio y Lucano, Quintiliano,Plinio. Todos ellos son autores habituales en las imprentas europeas, pero queaparecen rara vez editados en Sevilla, Medina del Campo, Zaragoza, Barcelona,Toledo e incluso en los talleres tipográficos afines a nuestras más prestigiosasuniversidades, los de Alcalá y los de Salamanca. No me olvido de la tradición griega,y de manera paralela iremos viendo de qué modo el Renacimiento español, a pesarde polémicas concretas, fue admitiendo y desarrollando uno de los aspectosprohibidos, según Chastel citando a Bárbaro, en el Humanismo italiano: «Se tratabade no sustituir una autoridad por otra. Ciertamente, los dogmas se reformanconstantemente, y el academicismo es de ello buena prueba; pero los humanistasmás inteligentes y firmes no reconocían otro magisterio que la intransigencia crítica»

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(1962:26). Entre estos humanistas se encontraba Ermolao Bárbaro, quien al final desus Castigaciones plinianae escribe al lector que no permita que sus comentarios «seconviertan para él en un oráculo o un decreto, ni siquiera en una autoridad o untestimonio de peso especial». La Universidad y la Reforma hicieron de Aristóteles undogma y una ocasión al lucimiento de los comentaristas y al enriquecimiento de loseditores; veámoslo con más detalle.

La fascinación por Quintiliano une por igual, siquiera momentáneamente, a dosencarnizados enemigos como Lorenzo Valla y Poggio. Para el primero, el autor delas Institutiones oratoriae es dios porque «nadie, de no ser un dios... podría decirmás que él, ni con más contundente ingenio ni mayor elocuencia» (citado por Rico1993:62), a la vez que Bracciolini es el primero de los humanistas que se detiene acopiar íntegro un códice con la obra del orador latino (Sabbadini). Esa fascinaciónque desató Quintiliano en buena parte del humanismo europeo no parece quellegara vivísima a los lectores españoles, quienes no reclamaron apenas obras de sucompatriota. Así, aparte Nebrija, no sabemos de ningún editor español que prestarademasiada atención a las Institutiones. Quizá por eso queda relegado a puraanécdota el hecho de que Quintiliano no fuera editado aquí y en castellano hasta1799 gracias a la diligencia de los padres Ignacio Rodríguez y Pedro Sandier. Sólo elgran Nebrija se detuvo a conquistar el primer libro de las Institutiones para haceruna cartilla con los rudimentos de lo que puede suponer para la fonética suConclusio prima. Octo esse uocales apud latinos publicado (¿Salamanca, 1486?)como Repetitio secunda, luego reeditado en 1526 en la imprenta complutense deMiguel de Eguía. Sin embargo, la ausencia de libros editados con las Instituciones deQuintiliano no dejó el panorama educativo huérfano de intereses por la gramática, laretórica y la oratoria. La tradicional cartilla que suponían los auctores octo sereeditó continuamente y hasta bien entrado 1550 se pueden conseguir ejemplaresdel Floretus, del Catón, del Publiano, de la Chartula o de las Quinqué clavessapientiae preparados por el mismísimo Nebrija y editados por su sobrino Sancho deNebrija en Antequera. Pero a pesar de no compartir el furor por Quintiliano quellenaba la escuela de Guarino de Verona (Garín 1987: 123-125), los profesoresespañoles no se quedaron sólo en doctrinales como el de Villadei o en los diversostratados casi contemporáneos de Despauterio, sino que fueron muchas veces a unatradición clásica que, empero, difería mucho de la que había hecho furor en losprimeros años del humanismo italiano. De este modo, por mucho que Quintilianocircule frescamente por la Minerva de Sánchez de las Brozas, aparezca mediatizadoen la Rethórica en lengua castellana (1541) de Miguel de Salinas, o sea rastreable enla obra de García Matamoros o Cáscales y de que uno no esté en condiciones denegar el aserto de Miguel Periago (1990:223 «las fuentes de los preceptos de lostratadistas españoles se encuentran principalmente en Cicerón y Quintiliano...»),cierto es que el alumno y el lector español tuvieron no pocas dificultades para leerde primera mano a Quintiliano. Al menos muchas más que para acercarse a otrosretóricos y gramáticos, también clásicos, como Aftonio y sus Progymnasmata(editado por el Brócense en 1556, en Salamanca, a partir de la traducción deRodolfo Agrícola), o a las innumerables ediciones y comentarios de la Dialéctica ydel Periarmenias de Aristóteles, o el Isagoge de Porfirio, que triunfaron tanto, que

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obligaron al Brócense a estudiar el fenómeno en De nonnullis Porphyrii aliorumque¡n dialecticam erroribus scbolae dialecticae (Salamanca 1588 y 1597). Sea comofuera, parece que no triunfó cuanto «pretendía hacer [Valla] en sus Dialecticaedisputationes (1439), en que arremete contra la lógica aristotélica con ayuda deCicerón, Quintiliano...» (Gómez Moreno 1994:149), y que los secuaces deAristóteles dominaron el mercado comentando y reeditando más de una docena deveces (sólo en Salamanca y en Alcalá) sus tratados sobre dialéctica y sobreinterpretación «semántico-gramatical». Por mucho que en la ratio studiorum de losjesuítas (citado por Gil 1981:171-172) la quinta clase estuviera dedicada a la retóricay a Cicerón y a Quintiliano, éste último no supuso nunca para los editores españolesun motivo de inversión, con lo que los alumnos quedaron expuestos a utilizar algúncompendio —así el Arthes rhetoricae compendiosa coaptatio ex Aristotele, Ciceroneet Quintiliano de Nebrija—, o a comprar sus Institutiones en casa de algún libreroimportador como Benito Boyer (Bécares-Luis 1992:211), o acudir a Francia paracomprar alguna de las casi cincuenta ediciones de Quintiliano entre 1509 y 1600, o aItalia, que reprodujo más de treinta veces esta obra entre la primera de 1470 yfinales del siglo XVI.

Pero no es sólo el desinterés del editor español, como el del impresor o el dellector, por la obra de Quintiliano lo que más me llama la atención. Hay otra actitudque puede ayudar más a enmarcar el Renacimiento de algunas letras antiguas en laEuropa del Humanismo. Philippe Berger (1987:120-153) ha definido la tarea deleditor, y con ella encuentra la figura de quién en el mundo del libro tomaba lainiciativa y quién se asignó «un objetivo concreto y trató de cumplirlo reuniendo losmedios que se presentaban como necesarios». Cambiaré de autor para intentarexplicar qué diferencias de actitud hay entre los editores-libreros españoles y loseuropeos a la hora de editar, por ejemplo, a Horacio.

El «poeta lírico latino» tuvo ciertamente más fortuna entre los humanistasespañolas de la que sufrió Quintiliano; sin embargo, aparte traducciones aisladasrealizadas por alguna de las primeras figuras citadas arriba (así Fray Luis traduce enverso cuatro odas hacia 1570, y de Mateo Alemán se publican dos hacia 1598), laobra de Horacio sufrió casi el mismo desprecio por parte de los editores que la deQuintiliano. Es cierto que la influencia de ambos es fácilmente rastreable en la obrade muchos escritores del XVI, y es cierto que el poeta marcó de maneraconsiderable la poesía española desde Garcilaso hasta más allá de la Epístola morala Fabio, pero este valor de la poligénesis no hace sino ajustar en su mediocre valor laactividad editorial española. Un Horacio completo no se editó en España hasta 1599y en una traducción de dudoso valor, como ahora veremos. Antes, en 1580, se habíapublicado el Arte poética en traducción de Miguel Sánchez de Lima, en 1591 elBrócense hizo imprimir en Salamanca su De arte poética cum annotationibus, y en1592 se había publicado un Arte poética en una versión que ha sido juzgada como«pedestre» del poeta imperial Luis de Zapata. Frente a esta parquedad, Europanadaba en la abundancia horaciana que permitía el interés de decenas de editoresbuscadores de dinero y «cierto interés cultural» (Berger 1987) preparando unasobras de Horacio en verdad descomunales. Veámoslo con más detalle. No hacefalta rastrear mucho para encontrar dos docenas de ediciones de Horacio en la

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Europa del siglo XVI. De ellas tomaré una, por lo cercano, para compararla con laprimera edición castellana de Viedma, y esa una es la que se preparó en Veneciabajo el fantástico y programático frontispicio: Quinti Horatii Flaca poetae venusiniomnia poemata, cum ratione carminum & argumentis ubique insertis, interpretibusAcrone, Porphyrione, laño Parrhasio, Antonio Mancinello, necnon lodoco BadioAscensio, uiris eruditissimus. Scholiisque D. Erasnti Roterodami, Angelí Politiani, M.Antonii Sabellici, Ludouici Caelii Rodigini, Baptistae PU, Pétri Criniti, Aldi Manutii,Matthaei Bonfinis, & lacobi Bononiensis nuper adiunctus. His nos praetereaannotationes doctissimorum Antonii Thylesii Consentini, Francisci RobortelliVtinensis, atque Henrici Glareani opprime utiles addidimus. Nicolai Peroti Sipontinilibellus De Metris odarum, Auctoris vita ex Petro Crinito Florentino... Indexcopiosisimus omnium uocauulorum, quae in toto opere animaduersione digna sunt.Todo en Venecia en 1553 y en casa de Jerónimo Scoto. Esto es, un editor impresorrecoge cuanta información tiene sobre un autor, y compone un volumen que no sóloofrece un texto depurado, sino que agrupa la historia de los comentaristas desde losclásicos Porfirio o Acrón hasta los contemporáneos como Mancinello o Erasmo. Nohemos de creer, además, que esa recopilación es cosa sencilla, porque, en el caso deque no copie una edición anterior de similares características (una edición deHoracio con las notas de Mancinello, Badio y Británico se editó ya en Milán en1518), la búsqueda de esos escolios es muchas veces tarea laboriosa; así la queobliga a buscar entre los Adagia de Erasmo todos los que hacen referencia aHoracio. Este interés contrasta con la desidia (aparte el Brócense) con la queaparece editado en la edición de Sus obras con la declaración magistral en lenguacastellana. Por el doctor Villen de Biedma, publicadas por Sebastián de Mena enGranada en 1599. La desidia ha sido abonada por el traductor Javier de Burgosporque: «agregando las faltas contra la sintaxis castellana a las cometidas en lainteligencia del texto, se pueden contar por un cálculo moderado seis errores encada página». Si se compara este juicio con el que podía merecer, por ejemplo, laobra de otro editor europeo de aquellas fechas, Heinsio por ejemplo, la valoraciónglobal que ha de merecer nuestro Siglo de Oro puede variar, a la vez que elestudioso puede lamentar que no fuera alguno de aquellos comentaristas gloriososque tuvo nuestro Renacimiento quien se integrara en la corriente editora que queríarestaurar lo mejor de la tradición clásica: Quintiliano, Horacio o Virgilio.

La mención y el estudio de la fortuna de Virgilio en las galeras españolasconvierte la reflexión anterior en una exclamación acaso retórica, pues Virgilio sítuvo un comentarista de primera magnitud como Vives. Sin embargo, la ilusiónescoliasta de Vives no tuvo reflejo en los editores e impresores de España, pues lascinco ediciones que conocemos de sus comentarios a las Bucólicas de Virgilio seimprimieron en Basilea 1539, Milán 1539, Amberes 1543, Amberes 1544 y París1548, e incluso un impresor activo como Henricus Petrus en Basilea fue a buscarlospara una edición virgiliana colectiva con notas y escolios del mismo Vives y Probo,Beroaldo, Hartungo, Fabricio, Borlando... Con todo, la gloria de las edicionesespañolas de Virgilio la ofrece un impresor alemán afincado en Zaragoza, quienpone a sus órdenes al humanista aragonés Juan Sobrarias para publicar unos Omnia

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opera en Zaragoza en 1513 y en 1516. Este primer éxito no tuvo la continuidad quemerecía el esfuerzo, y así la tarea humanista de Coci, sobre todo, y la de Gabriel Pouen Barcelona (editando una Eneida latina en 1495) alcanzó hasta que en 1528Francisco de las Natas tradujo, ¡en verso de arte mayor!, el Segundo libro de lasEneydas del Virgilio que imprime en Salamanca Juan de Junta el año de 1528. Eseprimer éxito sigue vigente hasta que Gregorio Fernández de Velasco vierte en octavarima Los doze libros de la Eneida que ha de publicar en Amberes en 1555 y muerecuando sabemos que de las ocho veces que se reimprimirá en el siglo XVI cincollevarán pie de imprenta español y cuatro antuerpiense (Alcalá 1563, Amberes1566, Amberes 1572, Toledo 1574, Amberes 1575, Toledo 1577, Alcalá 1585,Zaragoza 1586). Fortuna semejante siguió el conjunto formado por Bucólicas yGeórgicas, que vieron en tinta el arranque espectacular que les propocionaron dosimpresores extranjeros afincados en España: los tres compañeros alemanes deSevilla (Pegnicer y Herbs en la cabeza) y Fadrique de Basilea en Burgos olieronnegocio en 1498 y 1499 poniendo a la venta sus Bucólicas y Geórgicas latinas.Negocio que en verdad no fue tal porque nadie en España se atrevió a reeditarlas,hasta que en 1574 Juan Fernández de Idiáquez intentó una traducción de Églogasque imprimió en Barcelona el librero Manescal. Y tras este intento, otro del mismotono y distinto tenor, que vio la tinta en Salamanca por industria de Juan Fernándezen 1586, para publicar la interpretación de Juan de Guzmán. El final de esta pocaluz virgiliana llegó con la relumbrante obra, cómo no, de Sánchez de las Brozas:Bucólica emmendata, Salamanca, Diego de Cursio, 1591. Tras esto, tampoco ha dequedar en sola anécdota que hasta 1601 no se publiquen unas obras completas deVirgilio en castellano, de la mano de Diego López y con el dinero de FranciscoFernández de Córdoba, en Valladolid. Y no es anecdótico porque desde los últimosaños incunables Virgilio se pasea por las imprentas y por los ojos europeos,arropado con las notas y comentarios de Servio, Probo, Donato, Domitio, Landino yMancinello, mientras que los lectores españoles no tuvieron nunca la suerte de veren la iniciativa semejante de un editor paisano una posibilidad barata e inmediata deleer un Virgilio propio de humanistas. Ante tal escasez, las muestras de literaturaclásica que se aprecian en el primer Renacimiento literario, y ante todo poético,castellano pueden ser valoradas como hijas del mucho interés de unos pocosescritores que van a la búsqueda de noticias (en esas buenas ediciones europeas quehemos visto o en centones, misceláneas y cornucopias) que, de la mano de Servio,de Valla o de Poliziano dignifiquen sus poemas con ecos de Virgilio, Quintiliano oHerodoto. A la vez, la escasez de libros cercanos ha de hacernos reflexionar sobrela agilidad del comercio del libro, el valor que tiene procurarse noticias y edicionesfiables, y el aspecto marginal que en el conjunto de los lectores españoles tuvieronalgunas obras clásicas. El gusto de los lectores, y ya no el gusto al que obligaba elprestigio, tal y como sucedía en el siglo XV, va a marcar los libros que comerciantescomo Timoneda o Boyer van a poner a la venta. Antes de volver a casa de Timonedadaré un paseo por la historia y por las obras de Lucano, de Tito Livio y de Plinio elnaturalista.

Una visita al inventario de los libros del condestable Pedro de Portugal (1429-1466) ofrece la conclusión fácil de ver en este coleccionista y en sus amigos (Carlos

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de Viana o el Marqués de Santillana) un gusto considerable por los historiadoresclásicos: las obras de Valerio Máximo, de Lucano2, de Tácito comparten estantescon Biblias, algún Virgilio o algún Boccaccio. Este rasgo, que parece paradigma delos gustos de nuestros autores del siglo XV, se prolonga hasta el siguiente, y así loseditores que ahora nos preocupan se harán eco de esas preferencias y dedicarán mástinta a Livio y a Lucano de la que dedicaron a Virgilio o a Horacio3. De este modo,Tito Livio se publica en castellano en 1497 en Salamanca, con lo que parece latraducción de Pero López de Ayala, y se reimprime en Burgos 1505, Toledo 1516 yZaragoza 1520, siendo ésta de Coci, con traducción de Pedro de la Vega, uno de loslibros más importantes en la historia de la imprenta en España. Livio se reeditó encastellano fuera de España en Amberes los años 1552, dos veces, y 1553. Sinembargo, aparte el refulgente éxito, me llama la atención una edición de Salamanca,en casa de Juan de Junta, el año 1553, impresa en latín con el título Ab urbe conditadecadis prime liber ¡, ad utilitatem studiosorum in formant enchiridionii redactus ypreparada por Nicolás Cleynaerts de Lovaina para la educación de Luis de Toledo.Y me llama la atención, primero, porque Tito Livio aparece con el mismo tonoeducador que había encandilado al leído Pedro de Portugal y, segundo, porqueparece que los impresores no encontraron ningún humanista prestigioso español quequisiera preparar una edición escolar de las historias de Livio. Nebrija se habíadedicado a Sedulio y a Mela o Diógenes Laercio, y Vives a San Agustín, pero pareceque Livio, que sí gozó del favor de los impresores, no mereció el esfuerzo de unescoliasta representativo, y mientras en Europa la edición aldina con más de 100folios de comentarios de Sigonio hacía fortuna, en España entre 1520 y 1600 sólo seimprimió a Livio en contadas ocasiones. El otro gran historiador latino que triunfóen el Renacimiento europeo fue Lucano: sin embargo, su Farsalia hubo de sereditada cuarenta veces, muchas veces con escolios que crearon escuela, en Europa,antes de que un editor en España, que no español, Jacobo Cromberger, se decidieraa editar un librito de bolsillo con las historias civiles del cordobés Lucano en 1528.Tras esta, tuvieron que pasar 50 años más hasta que un lector español pudieracomprar una Farsalia hecha en su país, pues si bien la mano de Laso de Oropesatradujo la obra al castellano, su versión se publicó primero en Amberes (1530) yluego en Lisboa (1541) antes de que otro editor extranjero, Felipe de Junta,decidiera darla a sus prensas en Burgos el año 1578. Tras ésta, el Lucano castellanovolvió a la gloria de Amberes, donde se coeditó en casa de Cordier y en casa deBellero, antes de volver a Burgos en 1588.

Semejantes vaivenes soportó la Historia natural de Plinio, quien tras unesperanzador aunque fragmentario comienzo con la Glossa litteralis in primum etsecundum naturalis historie libros, impreso por Eguía en Alcalá en 1524 con lasglosas de Francisco de Villalobos, vio unas importantes Observationes in loca

2 Puede sorpendcr ahora considerar a Lucano historiador, pero tanto en el siglo XV como en el XVIsu Farsalia era citada normalmente como una «historia que escrivió en latín el poeta Lucano» (así en laedición de Lisboa de 1541) o como «lo mejor que ay en lengua Latina, que sea historia verdadera yverso» (en la Vida que acompaña a la edición burgalesa de 1578).

3 Ver por ejemplo las tres ediciones incunables de Salustio en Valencia 1475, Zaragoza 1493 yBurgos 1500. Así el éxito relativo de Apiano, César, Falvio Josefo, Valerio Máximo y Jenofonte.

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obscura aut deprávala Historiae Naturalis Caii Plinii, cunt retractionibusquorumdam locorum Geographiae Pomponii Melae, que, a pesar de dedicarse a finelibri I usque ad finem libri XXXVI (1544-45), fueron recibidas con gran cariño porlos impresores extranjeros, que incorporaron estas observaciones de Hernán Núñezde Guzmán a las ediciones plinianas que realizaron Nució en Amberes 1547,Santandrea en Lyon 1582, o Commelino en Salestadi 1593. Plinio mereciócomentarios y ediciones de los principales editores europeos hasta la impresionanteedición de Froben, pero en castellano sólo se pudo leer completo (?) en 1624,cuando Gerónimo de Huerta acabó la obra que había comenzado en 1599, año enque dio la imprenta de Luis Sánchez en Madrid su Traducción de los libros de CaioPlinio Segundo, de la Historia natural de los animales, que no es más que una versiónde los libros VII y VIII; el mismo Huerta completará esta entrega en Madrid 1603,con la publicación del libro noveno en casa de Pedro Madrigal.

Por mucho que ampliara esta lista de ediciones, y algunos despropósitosquedaran curados con un mayor interés hacia Ovidio o César, Pomponio Mela,Luciano o Cicerón4, por ejemplo, los que ya he mencionado parecen irremediables,y quien más sabe podrá extraer conclusiones que quizá acerquen un tanto los límitesde un aspecto, el del resurgir de los autores antiguos, entre los gustos de nuestroslectores del siglo XVI. Para colaborar en esa redefinición acabaré con unacomparación que no ofrece dudas: Platón versus Aristóteles. Muy poco del amorpor Platón, que caracterizó al humanismo y que se aprecia recurrentemente enmuchas de nuestras obras literarias, llegó a las imprentas españolas. Sonexcepciones el oficio de escoliasta que demostró Vives con el De civitate Dei de sanAgustín (que por cierto sólo se publicó fuera de España) y la cabezonería deSebastián Fox Morcillo, quien vio sus comentarios al Timeo y al Conviviopublicados en Valencia por el oriundo Juan Mey Flandro (1547), y pudo ver de lejosun Simposio griego y latino en Salamanca por Portonaris, con edición de CornelioSchurero (1553), o en Zaragoza por Millán (1559). Sin embargo, Morcillo tuvo queir a Basilea (Oporino) para ver impresos sus comentarios a la República de Platón(1556), y viajar a Lovaina (Pedro Colonaeo 1554) para interceder en la polémica conel De naturae philosophi, seu de Platonis & Aristotelis consensione libri V. Por suparte, los impresores españoles no necesitaron ningún tipo de consenso: publicaroncuantos comentarios y ediciones de Aristóteles llegaban a sus manos y no sólo poraquel especial interés cultural, sino porque era el negocio más rentable entre loseditores universitarios. Se pueden encontrar fácilmente más de 50 ediciones de obrasde Aristóteles editadas y comentadas por sus secuaces Cardillo Villalpando,Martínez de Brea, Valles de Covarrubias, Francisco de Toledo, Pedro de Oña,Domingo de Soto, Miguel de Palacio, Sebastián Pérez... A la vez que nos abrumatanto éxito, el negocio que supone Aristóteles no va a hacer cambiar una opiniónque he expuesto antes. Si con las ediciones de Horacio antes descritas quedaba enevidencia la capacidad de trabajo de nuestros impresores, esa capacidad aumenta yse redime cuando se trata de buscar una traducción de Aristóteles para dar a la

4 También es cierto que en ese desierto imprime Portonaris en Salamanca (1554) un Suetonio editadopor Erasmo y Vives.

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imprenta una Dialéctica vertida por Boecio, argumentada por Poliziano y escoliadapor Gregorio de Asis Valentino: todo esto fue capaz de hacer Portonaris enSalamanca en 1554. Si no lo hicieron otros editores con otros autores, los límites delos gustos que estoy repasando se perfilan un punto más.

Con todo, quien quiera perfilar definitivamente la impronta de los clásicos en lasimprentas españolas acuda a la obra de Théodore S. Beardsley Jr. y compruebe quélibros, qué autores, que traductores y qué editores merecieron el esfuerzo denuestros impresores. Traducciones fragmentarias (la Ulixea traducida por GonzaloPérez), recopilaciones de dichos y hechos, autores de los llamados educativos,historiadores y moralistas creo que apenas pueden competir con los Herodotoeditados por Valla, con los Plinto impresos por Froben y comentadosapretadamente por Gelenio, los Plutarco traducidos y anotados por Xylandro paraun editor de Frankfurt, los Julio César comentados y añadidos por Hirtio... No sepiense tampoco y sin embargo que el editor y el impresor son los responsables delestado en que llegaban los clásicos a los estantes de las librerías. Los lectores tienenun gusto muy definido, que no atiende a «especiales intereses culturales» y quemarca el negocio de los libreros. Así, cuando antes de morir en 1506, Pere Posa(Madurell-Rubió 1955) hace inventario de su librería, sólo colaciona un Aulo Gelio,dos Plinio, tres Aristóteles, un Tibulo con Catulo y Propercio, unos Fastos deOvidio, un Horacio y un Salustio, esto es, nueve autores clásicos entre las doscientasveintiocho entradas que tiene una lista llena de oracionales, libros de medicina,comentarios de Lyra, breviarios, algún corbacho o un Petrarca, estatutos o padresde la Iglesia. En 1583 el panorama no es mucho más humanista: Juan de Timonedatenía a la venta en su librería, poco antes de celebrar un inventario pre-mortem: seisEsopo, cinco Salustio, un Ovidio en romance, unas Vidas de Plutarco, tres Virgilio,dos Valerio Máximo, un Cicerón, dos César, que compartían estantería con, porejemplo, ciento sesenta y tres comedias de Lope de Rueda, o quinientos cuarenta ydos Ternario sacramental; no era Timoneda hombre tan tonto que almacenaraobras que no se vendieran, y el caso del ternario se repite con libros de chistes y conun enorme montón de novelas de caballerías que dan razón al inapelable castigadorde excesos que fue Cervantes, quien por cierto nunca juzgó excesiva una bibliotecade clásicos.

Una opinión menos popular que la de Timoneda, amante de torroncillos, viñetasy chascarrillos, puede ofrecer la librería de un importador francés afincado enMedina del Campo y que ordena sus libros en 1593 de acuerdo con su procedencia:1.130 títulos de libros impresos en el extranjero (Francia, Flandes e Italia) y 610libros españoles. Entre los extranjeros hubo de reclutar Boyer los fondos de losAulo Gelio, Dion Casio, Catulo, Cornelio, Diógenes Laercio, Dionisio deHalicarnaso, Herodiano, Hesiodo, Horacio, Jenofonte, Macrobio, Píndaro, Platón,Plinio, Plutarco, Propercio, Quintiliano, Tibulo, Livio y Virgilio que quiso poner a laventa. En total, no más de dos docenas de autores clásicos (y muchos de elloshistoriadores), frente a más de 1.200 autores puestos en circulación en la feria deMedina. Que el número de ejemplares ofrezca resultados diferentes (5.879ejemplares extranjeros frente a 19.879) no hace sino contribuir a definir el gusto de

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los lectores españoles por sus novelas, comedias y poemas, doctrinas, y comentariosa Aristóteles.

Se podrá argüir que también Benito Boyer reunió para la venta doce Arthesrethoricae compendiosa coaptatio ex Aristotele, Cicerone et Quintiliano de Nebrija,u once De arte dicendi liber unus del Brócense, pero quiero recordar que no trato denegar el renacimiento de algunos clásicos, sino de revisar cuál fue, si la hubo, laaportación de los libreros y editores españoles que habían de competir con losgustos y los intereses de libreros, como aquel Jerónimo Scoto que buscaba ypublicaba un Horacio rodeado de escolios; sobre todo si sabemos que el dicho Scotohabía hecho lo propio con unas Instituciones (Venecia, 1546) de Quintiliano, a quienpule ad fidem uetustissimorum codicum y añade los argumentos de Pedro Gallando,las anotaciones de Pedro Moselano a los siete primeros libros, las de JoaquínCarnerario a los dos primeros y los comentarios de Antonio Pino al tercero.

He tratado, en definitiva: a) de aportar información editorial, para comprobarcon Rico [1993] que ni Vives ni Nebrija ni el Brócense son producto del estado de laindustria editorial de la España de su tiempo, y que su esfuerzo por mejorarla fuerecibido con más entusiasmo en Basilea, en Lovaina o en París; b) comprender quela relación entre humanismo y escolasticismo que estudiaba Joseph Pérez [1979]triunfa en las prensas con una reiterada edición de los tratados naturales deAristóteles y sus secuaces y con un éxito rotundo de sus comentaristas, aquellosscribas, non mosaica utique nec cristiana, sed aristotélica, ut sibi videntur, in legedoctissimos que ponían nervioso a Petrarca {De sui ipsius et multorum ignorantia),como recuerda acertadamente Ynduráin (1994:135); c) relatar que el entusiasmopor los clásicos greco-latinos que inundaba la vida de Poggio, Poliziano o Vallaapenas moja la vena curiosa del lector y del profesor español del siglo XVI y, portanto, d) que en Sevilla, Salamanca, Medina o Alcalá, Barcelona o Zaragoza, no eranegocio editar a Virgilio, a Horacio, a Quintiliano, a Tito Livio, a Plinio y a otros queformaban el núcleo de lo que en las grandes imprentas europeas (Lyon, Amberes,Basilea, Colonia, Venecia o Florencia) era un catálogo rentable, y que esa falta denegocio da una nueva dimensión a la búsqueda que tuvieron que desarrollar,además de los citados humanistas, los creadores de una literatura española que,trufada de clásicos, triunfaba en las librerías españolas y europeas.

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Resumen. Listando la edición que de algunos autores clásicos se hizo en las imprentas españolas del sigloXVI se puede observar que ni los editores, ni los impresores, ni los lectores españoles compartían con losde otros países europeos el interés por Quintiliano, Horacio, Virgilio o Plinio que desde el primerhumanismo italiano y a partir de 1480 era común en las imprentas de medio continente.

Resume. Au vu de la liste des éditions de quelques auteurs classiques sorties des presses espagnoles auXVIe siècle, force est de constater que ni les éditeurs, ni les imprimeurs, ni les lecteurs ne partagent, enEspagne, l'intérêt que d'autres pays avaient pour Quintilien, Horace, Virgile ou Pline, auteurscommunément répandus en Europe dès la première Renaissance italienne et particulièrement depuis1480.

Summary. From the listings of classical authors made by Spanish printers during the XVI century, one cannotice that neither editors, nor printers, nor Spanish readers were interested in Quintilianus, Horatius,Virgilius or Plinius as their european counterparts were since the first Italian Humanism and speciallysince 1480.

Palabras clave. Historia del libro. Imprenta. Humanismo. Escolasticismo. Quintiliano. Horacio. Virgilio.Plinio. Lucano.

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MONOGRAFÍAS DF. FILOLOGÍA GRIEGA - 6

JORGE BERGUA CAVERO

ESTUDIOS SOBRE LA TRADICIÓN DE PLUTARCO ENESPAÑA (SIGLOS XIII-XVII)

DEPARTAMENTO DE CIENCIAS DE LA ANTIGÜEDAD

UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

1995