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1 Robert Walser (1878-1956): El paseo Comenzó siendo un secreto apenas divulgado, hacia 1910. Luego devino un “escritor de escritores”, pasada la primera Gran Guerra. Después se hundió en el olvido casi total, y fue paulatinamente redescubierto durante la década del ’60 (una década de agitación social, con la cual su estilo y su obra nada tienen que ver, dicho sea de paso). Hoy Robert Walser es un escritor de culto, leído con devoción por una minoría selecta (o que quiere sentirse tal: de ahí acaso las ediciones generalmente costosas y lujosas de sus obras). Empezando por Kafka, a quien en cierto momento hasta le recomendaron que dejara de imitarlo, y siguiendo por Robert Musil, Walter Benjamin, Kurt Tucholsky, Hermann Hesse, Elias Canetti, antes de la Segunda Guerra, y Martin Walser (no emparentado con él, vale la pena aclararlo, puesto que le dedicó muchas páginas), Peter Handke, Elfriede Jelinek y W. G. Sebald –entre muchos otros- ya pasada la Guerra, lo tuvieron por un alto referente, sino directamente por un favorito. Fuera del ámbito germano parlante, hoy le tributan veneración algunos de los escritores vivos más prestigiosos del mundo, tales como Calasso y Coetzee. Su desembarco en habla hispana también fue muy tardío, en parte también debido a que la mayoría de su obra en alemán recién fue editada en forma definitiva y confiable a partir de los años 70, debido a su escritura

R. Walser

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Robert Walser (1878-1956): El paseo

Comenz siendo un secreto apenas divulgado, hacia 1910. Luego devino un escritor de escritores, pasada la primera Gran Guerra. Despus se hundi en el olvido casi total, y fue paulatinamente redescubierto durante la dcada del 60 (una dcada de agitacin social, con la cual su estilo y su obra nada tienen que ver, dicho sea de paso). Hoy Robert Walser es un escritor de culto, ledo con devocin por una minora selecta (o que quiere sentirse tal: de ah acaso las ediciones generalmente costosas y lujosas de sus obras). Empezando por Kafka, a quien en cierto momento hasta le recomendaron que dejara de imitarlo, y siguiendo por Robert Musil, Walter Benjamin, Kurt Tucholsky, Hermann Hesse, Elias Canetti, antes de la Segunda Guerra, y Martin Walser (no emparentado con l, vale la pena aclararlo, puesto que le dedic muchas pginas), Peter Handke, Elfriede Jelinek y W. G. Sebald entre muchos otros- ya pasada la Guerra, lo tuvieron por un alto referente, sino directamente por un favorito. Fuera del mbito germano parlante, hoy le tributan veneracin algunos de los escritores vivos ms prestigiosos del mundo, tales como Calasso y Coetzee. Su desembarco en habla hispana tambin fue muy tardo, en parte tambin debido a que la mayora de su obra en alemn recin fue editada en forma definitiva y confiable a partir de los aos 70, debido a su escritura encriptada, sumada de por s a su tortuosa caligrafa, y su natural errante, que lo llev a diseminar escritos ilegibles por distintos lugares de Suiza y Alemania, los pases donde residi, sin domicilio fijo jams. En 1974, cuando una segunda oleada de crticos y escritores alemanes ya empezaba a colocar la olvidada figura de Walser en el panten, la editorial Barral public la novela Jakob von Gunten. En la actualidad, Doctor Pasavento, la novela del cataln Vila-Matas, que tematiza experiencias biogrficas traumticas de Robert Walser en forma de meta-ficcin, de alguna manera da cuenta de la consolidacin del impacto de este escritor en nuestra lengua.El erudito y mecenas Carl Seelig, el clebre bigrafo y amigo de Einstein, haba comenzado a visitarlo antes de la Segunda Guerra Mundial, por puro inters literario, cuando el paciente Robert Otto Walser (qu mal le sienta ese Otto, tan germnico), con claros sntomas de esquizofrenia y por ende incapaz de valerse por s solo, haba sido trasladado del asilo de Waldau e internado compulsivamente en la clnica psiquitrica de Herisau (el ltimo de los varios institutos mentales donde estuvo recluido, a veces incluso motu proprio, y donde pasara ms de 20 aos de vida). Valindose del rgimen abierto del instituto psiquitrico, que permita que sus pacientes salieran de da, Seelig pasaba a buscar a Walser y lo acompaaba a dar vueltas por los alrededores e incluso lo llevaba a su casa, por lo que con el tiempo se hicieron muy amigos. Complacido, Seelig advirti que estos paseos no slo le sentaban bien al paciente, sino que adems lo incentivaban a escribir (que era en ltima instancia la razn por la que haba surgido esa extraa relacin: la admiracin de Seelig por los textos de Walser); en su libro el filntropo dice de hecho que Lo ms fructfero resultaron ser los paseos por las calles y las largas caminatas por los alrededores de la ciudad, cuya cosecha intelectual llevaba al papel al volver a casa. Seelig comprob prontamente los dones teraputicos y en todo caso artsticos de esos recorridos junto a su admirado Robert Walser y pas a visitarlo durante muchos aos, funcionando como compaero de excursiones y como interlocutor privilegiado. No sorprende que Seelig a la larga terminara siendo el tutor legal y el albacea de Walser, dado que todos los hermanos del escritor fueron muriendo antes que l (algunos de ellos tambin insanos, o suicidas, siguiendo la impronta de su madre, una aguda manaco-depresiva). Fallecido el longevo Robert Walser por causas naturales, Seelig public al ao siguiente del deceso un libro de Paseos con Robert Walser, bastante similar a las conversaciones de Goethe con Eckermann (en el que se inspir), y que permiti que la Europa de post-guerra recordara la existencia de esta pluma, por entonces al borde del completo olvido (como lo reconoce Sebald en su bello ensayo, que recalca el rol decisivo de Seelig en el rescate de Walser, y como el propio Walser lo profetiza en dichas conversaciones con Seelig, cuando confiesa que En Herisau no he escrito nada ms. Para qu? Mi mundo fue destruido por los nazis. Los peridicos para los que escriba han desaparecido; sus redactores fueron perseguidos o han muerto. Me he convertido casi en una estatua). Ms importante que ese tomo de charlas, el pudiente Carl Seelig se ocup personalmente, con sus recursos financieros, de que se reunieran y preservaran los escritos de Robert Walser en archivos confiables, logrando as que los fillogos pudieran acudir a ellos y revisarlos en el curso del tiempo. Esta iniciativa prosper luego entre inversores privados, instituciones estatales suizas y algn familiar que quedaba con vida, y toda esa red de inversores y sponsors han sostenido hasta hoy el archivo y la sociedad especialmente dedicados a Walser, en un caso de amorosa proteccin de un legado artstico que tiene ribetes heroicos. Y centenares de hojas magistrales se salvaron as de ir a la basura, por ser obra de un pobre deficiente mental...Descifrar los denominados microgramas walserianos, escritos con lpiz, en letra minscula e ilegible, con cdigos personales, insumi dcadas de trabajo colectivo, hasta que al final esos manuscritos a veces redactados en el reverso de papeles usados para otras cosas- revelaron contener obras enteras (como la novela El bandido, hoy considerada una pieza clave). A mediados de la dcada de 1970, la editorial Suhrkamp termin de publicar las supuestas obras completas en edicin de bolsillo, en doce tomos, relanzando oficialmente el nombre del escritor; poco despus, Susan Sontag lo bendijo por as decirlo- para el mundo anglosajn con un emotivo estudio. Por aquellos aos, ser publicado por Suhrkamp era en el mbito alemn prcticamente lo mismo que ser prologado por Sontag en lengua inglesa: la mejor carta de recomendacin para la alta cultura. Curiosamente, pese al prolongado olvido y pese a la cualidad que grosso modo podramos llamar experimental de sus relatos, muchos de ellos han llegado al cine desde la dcada del 70; la novela Jakob von Gunten, de hecho, dos veces (la ltima de la mano de los hermanos Quay, en Institute Benjamenta, or this dream people call human life, de 1995, un film del que puede decirse que al menos capta el clima onrico y el tono cuasi-esttico de esta obra de Walser en particular).Por los mritos inherentes de sus textos vamos a preguntarnos ms adelante, pero en principio constatemos ahora un rasgo biogrfico que hace de Walser un ser nico, un sujeto singular: vivi en el despojamiento ms absoluto y pas las ltimas dcadas de su vida recluido al principio, voluntariamente y por un acuerdo con su hermana- en un asilo mental. Esas particularidades, meros datos que no debieran ni avalar ni desacreditar exgenamente su obra, a los ojos de muchos parecen conferirle sin embargo la dimensin de un poeta vates, de un visionario y un iluminado, de un artista exquisito y diferente, que estaba ms all de lo material y lo racional: ms all del mundo ordinario. La profesionalizacin del escritor y la mercantilizacin de los textos han dejado poco o ningn lugar para autores as en el siglo XX, y los lectores, especializados o no, siempre se sienten seducidos por alguien con calificaciones excepcionales siquiera en el plano biogrfico. A menudo el solo hecho de haber padecido en un campo de concentracin o incluso haber cometido un crimen por no mencionar a los que terminaron en el suicidio o en la locura- suscitan inicialmente un cierto inters en el pblico y la academia, y no es infrecuente que la crtica literaria se proponga ms o menos sistemticamente leer la obra del autor en cuestin a la luz de ese hecho particular, incurriendo incluso en la morbosidad, cual si fuera preciso detectar una causalidad casi lineal entre lo vivido y lo escrito. Y si el propio autor escribi sobre el asunto, aunque sea unos pocos versos o pginas (pienso en Celan y su Todesfuge), el enfoque que afectar a toda su escritura ya estar fatdicamente determinado y se requerir mucho esfuerzo terico para destejer ciertos frreos presupuestos en torno a su obra. En el caso de la literatura alemana, por ejemplo, la discusin sobre la demencia de Hlderlin ha sido un tpico desde el Romanticismo, y no pocas veces la aceptacin cabal de la insania llev a leer toda la poesa hlderliniana retrospectivamente como un anuncio del enloquecimiento final, casi siempre concediendo, claro, que un poeta loco ve ms y mejor que uno cuerdo y sobrio (se sabe que en el campo artstico la locura normalmente pasa por ser una virtud).La veneracin que intelectuales y escritores contemporneos le rinden a Robert Walser en su mayora parece obedecer, as, a la admiracin que provoca su atormentada vida y el goce que provoca su rara produccin literaria en partes iguales, al punto de que una y otra aparecen como una unidad indisoluble, segn la cual este autor vivi como escribi y escribi sobre lo que toc vivir. Por cierto, gran responsabilidad de esto le cabe al propio Carl Seelig, que con su recopilacin de dilogos nos dej una vvida imagen de Walser como un personaje errabundo, melanclico, a veces resignado, a veces proftico, siempre preocupado por la poesa, cual un sacerdote desterrado o un rey destronado; qu distinto habra sido todo, pensemos, si Walser hubiese sido redescubierto por un crtico rebelde de los 60, que nos proyectara una imagen heroica, resistiendo tenazmente contra el mundo y contra la locura. No es que las declaraciones de Walser en este sentido abundaran, suponemos, pero a fin de cuentas ese volumen que es casi una hagiografa, parta qu negarlo- se compone de comentarios de Seelig y de alocuciones de Walser recogidas por Seelig, as que es posible que el Walser que hoy conocemos pudiera ser muy distinto si Seelig hubiera tomado otras decisiones al respecto.En 1975, la revista Text und Kritik (por lejos la publicacin literaria ms relevante en lengua alemana del siglo XX) dedic su nmero monogrfico a Robert Walser, lo que implicaba toda una seal de incipiente canonizacin, ahora a manos de la segunda oleada. Las contribuciones incluidas incurren en la lectura en clave biogrfica, que por entonces comenzaba a imponerse como una matriz hermenutica casi excluyente, porque a la vez que se redescubran los textos del autor, tras dcadas de marginacin, se descubra su extraa vida, sin casa, sin matrimonio, sin profesin, y al final, sin razn ni esperanza. En su artculo, Werner Kraft sintetiza en un breve sintagma el lema de esa oleada: El arte de Walser es sobre todo un arte de la desaparicin en lo insignificante; el autor quera desvanecerse, se postula, y qu otra cosa podran querer sus personajes, de qu otra forma leer su lrica y su prosa que no sea como un intento de autodestruirse o en todo caso de fabricarse un pequeo lugar confortable desde donde ver pasar el mundo sin intervenir en l... Desde la dcada de 1970 todo ha sido distinto con este escritor al borde de la extincin, entonces. En 1929, Benjamin haba publicado en una revista su breve opsculo sobre Walser (Sontag lamenta que dicho artculo no haya sido ms extenso por lo revelador que hubiera sido, dadas ciertas afinidades entre el crtico y el autor). All el berlins arrancaba afirmando resignadamente que De Robert Walser pueden leerse muchas cosas, pero sobre l nada de nada (por cierto, s haba qu leer al respecto, como por ejemplo una pequea recensin autobiogrfica del propio Walser publicada en 1920, pero eso circulaba en reducidos medios suizos y Benjamin no poda acceder). En los ltimos aos, como vemos, ante todo el libro de Seelig y la fundacin por l mismo creada para albergar y preservar el legado walseriano cambiaron radicalmente ese estado de cosas, y hoy casi que podramos decir que de este escritor sabemos demasiado como para resistir la tentacin de rastrear su biografa en sus escritos. Ms aun: en fecha reciente hasta han circulado testimonios de los enfermeros que lo atendieron durante sus ltimos aos, que incluso contradicen lo dicho por el propio autor a su tutor! Ms datos biogrficos todava para contribuir a la leyendaTomemos dos instancias notorias y recientes de esa postulacin de la unidad vida/obra walseriana en los respectivos ensayos del gran germanista italiano Claudio Magris y de W. G. Sebald, acaso el ms relevante autor de la lengua alemana de fines del siglo XX. Ambos expresan su reconocimiento de la maestra potica de nuestro autor, pero dejan constancia de la pareja atraccin que les suscita su biografa (una especie de no-biografa, en todo caso, pues conforme a la imagen que ofrecen sta consistira puramente en rechazos, fracasos, ausencias y carencias). Lo que inevitablemente surge de esta postura es el hallazgo, forzado o no, de que los factores que determinaron la existencia de Walser son tambin los que definen a su escritura: el desarraigo, la pobreza, y de ah la necesaria itinerancia, el vagabundeo, junto a la preferencia de la sumisin y el vasallaje antes que de la rebelin y el herosmo, como gestos de quien capitula ante un mundo en el que no puede ms que sobrevivir, sin mayor dignidad. Pero, se est hablando del sujeto histrico Robert Walser, o de sus muchos escritos, que incluyen poemas, ensayos, y narraciones breves, medianas y extensas? Y cul es la lgica que se oculta detrs de la presuncin romntica de que un poeta escribe como vive y vive como escribe?Como casi siempre suele hacerlo en sus textos, Sebald, el errabundo, el archi-melanclico (como se lo ha llamado), relaciona a Walser consigo mismo, pretextando ante todo la figura de su abuelo (los abuelos cumplen el papel simblico de enlazarnos con el pasado y en la literatura alemana son tiles para repensar las catstrofes que cortaron la vida familiar y la memoria nacional). El seguimiento de los lugares por los que el escritor suizo pas y los dismiles rostros que tuvo con el correr del tiempo le permiten a Sebald describir una trayectoria elusiva, signada por una voluntad que paradjicamente se propona auto-extinguirse, anularse. Una no-identidad, diramos, digna de compasin por su vida,y de admiracin por su obra.Magris sita a nuestro autor en el contexto del modernismo, a principios del siglo XX, y no hay duda de que el estilo de Walser se presta paradigmticamente a esto, ante todo por sus narradores disolventes, digresivos, ostensiblemente incapaces de componer una narracin ordenada y progresiva, y que pierden el foco en detalles y personajes secundarios todo el tiempo; aunque tambin por los temas y personajes que el escritor gusta abordar, que podramos sintetizar como un culto a lo minsculo, lo irrisorio, lo fragmentario, lo efmero. Como sea, Magris empieza hablando del carcter o mejor dicho, de la falta de carcter- del hroe walseriano para pasar a hablar, sin solucin de continuidad, del propio autor, que no habra hecho ms que expresarse atomizadamente en sus personajes. Por supuesto, como dijo Albert Camus, todo buen novelista es de por s un abogado de sus personajes; pero con Robert Walser suele suceder que la crtica de la segunda oleada, es decir, la de la posguerra, ms que ficciones con algunos componentes personales o emanaciones indirectas, como mucho, ve representaciones directas del escritor en sus personajes. Para la crtica walseriana, la ficcin de Robert Walser es siempre una mera autobiografa indisimulada. Si los dos protagonistas ms famosos del corpus walseriano, Joseph Marti y Jakob von Gunten (ntese que von unten significa de abajo), no tienen ni hogar ni identidad, es porque no son otra cosa que Robert Walsers traspolados. Con esto no quiero decir, por cierto, que el autor no haya ficcionalizado su vida en algunas de sus pginas. Sabemos, por ejemplo, que de muy joven, tras abandonar la escuela y la casa paterna, Walser trabaj espordicamente como escribiente en una oficina (lo que simptica y algo peyorativamente en alemn se llama Kommi), y de esa vivencia se nutri el captulo sobre los dependientes burocrticos en su primera obra extensa, Los apuntes de Fritz Kocher (publicado en Buenos Aires en el ao 2000 por Eudeba, una editorial que alguna vez fue realmente til para las Humanidades en el mundo acadmico argentino). Sabemos que durante su larga estada en Berln, Walser asisti a un curso para mayordomos y personal de servicio, gracias a lo cual consigui un empleo temporario como valet, y es evidente que ese episodio inspir directamente Jakob von Gunten y oblicuamente El ayudante (ttulo muy bien traducido al ingls como The factotum), novelas que constituyen minuciosos estudios de cmo una persona puede devenir un sirviente, un criado, un agente secundario en el mundo y a la vez un factor fundamental para una vida ajena. Sabemos, tambin, que Walser sala a hacer largusimas caminatas, a veces de muchos kilmetros, por prados, pueblos y montaas, y esto sin duda hace a la materia de muchas de sus prosas, e incluso de sus versos de juventud. Pero es preciso atender a las tradiciones genricas tanto lricas como picas- de las que se vale y en las que se instala como creador, es preciso catalogar su lxico y sus temas, antes que buscar correlatos lineales entre los hechos de su existencia y su plasmacin literaria. Cuando en su artculo periodstico bajo el sugestivo ttulo de The Genius of Robert Walser (en The New York Review of Books, 2000), J. M. Coetzee declara que Todo lo que Walser escribi fue extrado del material de su propia experiencia de vida, yo sugerira precaucin y distancia crtica. El trmino ficcin deriva del latn fingere, fingir; que un autor haya efectivamente vivido en carne propia aquello sobre lo que escribe no mejora ni empeora su producto desde el punto de vista literario (aunque s en todo caso desde el punto de vista testimonial o documental), y el literato es un artesano de la ilusin lingstica.Advirtamos, de paso, que otra clave interpretativa que suele aquejar a las lecturas crticas de la obra walseriana, para bien o para mal, es la dimensin eminente si no excluyente- que a la larga alcanz Franz Kafka, su devoto lector. En su momento, hubo quienes leyeron a Kafka mediado por Walser; tras la guerra mundial y la consagracin del corpus kafkiano, es imposible no leer a Walser mediado por quien en realidad inicialmente fue su seguidor y admirador. En este sentido ha dicho bellamente Canetti que de todos sus contemporneos, Robert Walser se ha convertido a mis ojos exceptuando a Kafka, que no existira sin l en el ms importante. Este punto de partida redunda en la aplicacin eventual del aparato crtico elaborado ad hoc para Kafka a los textos de Walser, que ms all del orden cronolgico (los hay previos, los hay coetneos, los hay posteriores a los de Kafka), son necesariamente distintos. El trasplante de un corpus crtico no puede hacerse de forma lineal, por supuesto, pero dicho traslado es un atajo tentador, y en ms de una ocasin puede verse cmo en Walser aparecera el devenir animal o el extrao kafkiano, cual si los existencialistas o los deleuzianos hubiesen creado una semntica igualmente vlida para el suizo y el checo. Las afinidades son manifiestas, y de hecho fueron oportunamente reconocidas por el propio Kafka y su amigo Max Brod, pero tambin hay marcadas divergencias y por ende es recomendable no abusar de la kafkianizacin de Walser. No casualmente, apuntemos, muchos de quienes escribieron sobre uno tambin escribieron sobre el otro. Walter Benjamin, que hacia los aos 20 lea asiduamente a los dos y que jams terminara de reconciliarse con sus respectivas obras, les dedic comentarios a ambos, siquiera para manifestar una cierta sorpresa o incomodidad. Marthe Robert, que tanto y tan bien se avoc a Kafka estudindolo y traducindolo, ha sido asimismo la traductora oficial de Walser al francs, apoyndose en el reconocido aire de familia entre los dos escritores.Ya que menciono a Benjamin agrego al pasar que no pocas veces tambin se cuela la estereotipada figura del flneur a la hora de analizar ciertos narradores y personajes de Robert Walser (en el artculo de Magris, sin ir ms lejos, el narrador de El paseo es calificado redonda e irnicamente de flneur profesional). Toda vez que el propio Benjamin escribi sobre Walser, la idea podra no ser mala, siempre que no se invoque la categora acuada para un poeta maldito de Pars a mediados del siglo XIX a un extraviado escritor de un cantn suizo a comienzos del siglo XX. El texto que hoy analizaremos, El paseo (1917), es ms que propicio para discutir el tema del vagabundeo en la textualidad de Robert Walser y repasar los procedimientos formales con que este asunto es utilizado, y por qu no decirlo, explotado. Pero su narrador no es el protagonista de Amrica de Kafka, ni el yo lrico de las Flores del mal, y ni siquiera es -ay!- un obvio alter ego de Robert Walser: es, sencillamente, un focalizador narrativo, articulado con algunos recursos ms o menos originales. La tarda recepcin de Walser aconseja esperar a que la teora literaria pueda procesar la potica walseriana en toda su autntica especificidad, sin trasposiciones directas de aparatos ajenos o de datos biogrficos. Por lo menos hay que intentarlo.

El paseo El paseo fue escrito y publicado por Robert Walser en 1917, o sea, en plena Primera Guerra Mundial, si bien no hay ni el menor indicio de ello en el texto, que en lo que hace a su referente representado podra haber sido escrito en 1870 o en 1950, en Portugal o en Bulgaria. Entre las muchas rarezas de Walser como escritor, una es que en toda su obra casi no hay alusin al conflicto blico, a la poltica internacional, a los choques ideolgicos y nacionales que podran haber partido su vida en dos. Tras una larga estancia en la capital alemana, el escritor retorn a su pas natal en 1913, tan pobre como se haba ido, y el gen de la neutralidad helvtica se mantuvo imperturbable. El treintaero ciudadano suizo se sustrajo al asunto ms importante de la historia, sencillamente, como si fuera un santo, un ermitao, o propiamente un loco. Slo le preocupaban los destinos individuales, y casi cualquier categora macro-social ha escapado a su campo de atencin. Ms o menos de la misma poca, existe tambin una pieza en prosa (los ms enfticos podran calificarla de poema en prosa) llamada casi igual (Spaziergang, Paseo), con la que no hay que confundir el texto que nos ocupa. Muy resumidamente, se trata de cuatro carillas en las que un narrador en primera persona nos refiere que ha realizado un agradable, corto y apetitoso paseo (en ningn otro escritor aparece tanto el adjetivo appetitlich, que vale por apetitoso, en especial cuando los personajes viajan, lo que lleva a pensar que para el autor el desplazamiento y la alimentacin estaban indisolublemente ligados). Nos cuenta algo de lo que vio con cierta minuciosidad, y promete volver; ms que un relato es, en efecto, una descripcin evocativa, en la que la vida de los campesinos queda retratada idlicamente al final.Lo cierto es que en esos momentos, durante la Gran Guerra, a su vida errante y pauprrima, que lo tena viviendo de prestado en lo de sus hermanos o conchabado en algn empleo a destajo, se le haba sumado el problema acuciante del espasmo nervioso de su mano diestra (probablemente un trastorno psicosomtico), que haba comenzado a hacerse ostensible y que paulatinamente lo llevara, siempre segn sus propias declaraciones, a tener que utilizar el lpiz, en un desarrollo de una caligrafa que pronto devendra verdadera escritura cifrada e ilegible. Casi seguramente, El paseo no fue escrito ya con esa tcnica microgrfica, pero muestra indicios formales de ese proceso irreversible pasado 1920- por la disolucin del hilo narrativo y la yuxtaposicin de fragmentos algo inconexos, ms producto de estados anmicos irregulares que de una argumentacin continua. Escribiendo con lpiz a mano alzada, en un gesto rtmico y acompasado, Walser podr proseguir su descendente carrera como autor al menos unos quince aos ms (si creemos cuando dice que dej de escribir hacia 1933, porque las opiniones son divergentes y sus enfermeros dirn haberlo visto escribiendo bastante despus de esa fecha). En sus palabras, tras la crisis de la pluma, que le haca dificultosa la operatoria de escribir porque lo obligaba a movimientos ampulosos y a la recarga de tinta, recuper el placer de escribir; el lpiz le proporcionaba una manera ms soadora, ms sosegada de redactar, haciendo ms fluida la relacin entre lo pensado y lo escrito (al punto de que el Robert Walser maduro ya prcticamente no correga y escriba todo de un tirn, en un mismo tamao y en la mnima cantidad de papel posible). En ese anhelo parecera ocultarse quizs tambin algo de rechazo por la tcnica del pintor; se sabe que Robert siempre admir a su hermano Karl, que en su momento lleg a ser un reconocido artista plstico, y que convivi con l por aos, vindolo trabajar asiduamente. (Karl haba ilustrado el primer libro de Robert, los Apuntes de Fritz Kocher.) En fin, hay muchas teoras sobre el por qu del desarrollo de una forma de escritura propia, tanto en lo instrumental como en lo lingstico (lpiz, letra minscula, cdigo personal de abreviaturas y palabras, etc.): se ha especulado tanto en el plano de lo neurolgico como en el de lo artstico. Baste decir que el dato es revelador para muchos intrpretes porque, como antes sealamos, anunciara una personalidad singular, un artesano, un genio incomprendido Un artista sin vida exterior y con tan rica interioridad debi haber estado dotado de un espritu nico e incognoscible, parecieran creer muchos de sus fieles seguidores. Pero lo ms importante es la repercusin estilstica de esas maniobras grficas, de lo cual sin duda lo ms relevante es que hacia la poca de El paseo comienza la ltima etapa de Walser prosista, caracterizada por su voluntad de no narrar propiamente ms nada, sino entregarse a la auto-reflexin y la irona a menudo aun bajo formatos picos; el estro novelstico ms o menos tradicional despuntaba en Jakob von Gunten, en Los Hermanos Tanner, y sobre todo en El ayudante, sus tres novelas largas compuestas antes de 1910, pero el Walser de madurez se entregar a confeccionar aforismos, vietas, reflexiones y relatos digresivos (de lo cual El bandido constituir el caso paradigmtico por su longitud: una obra muy extensa, pero hecha de retazos y circunloquios, como si Walser an quisiera ensayar la novela en sus tiempos ms difciles). No s si algn especialista advirti ya que cuanto ms velocidad Walser buscaba para escribir, menos veloces y fluidos se volvan sus supuestos relatos (a los que esta calificacin les queda corta, ya que no mal); mi impresin es que Walser necesitaba redactar rpido y con ritmo estable para jugar placenteramente con su propia interioridad, olvidando que escriba y olvidando el mundo en el que escriba. El lpiz, que lo dejaba escribir sin interrupciones y sin siquiera levantar la vista hacia el tintero, se fue transformando en el sismgrafo de su alma, deliberadamente aislada. Al final, todo era prrafos sueltos, desgajados, como astillas de una totalidad perdida: el arte de escribir con fluidez fsica pero sin cohesin mental ni sintctica. (Un dato casi bizarro, al margen: un tren rpido de los ferrocarriles suizos lleva hoy su nombre [!], cual si un vehculo moderno y veloz estuviera calificado para representarlo; y es que hay que reconocer que Robert Walser ha escrito algunas bellas pginas sobre sus paseos en tren, que tanto lo relajaban y entretenan.)Todava en 1920, como sea, Walser reescribira ntegramente el texto de El paseo, mitigando sus excesos (como dijo Borges al corregir su poesa de juventud), y elaborando por ende una segunda versin algo ms sucinta y menos florida y reflexiva. Es interesante que el propio autor decidiera esfumar lo ms posible aquello que hace tan singular a la obra, como si pretendiera anular incluso sus rasgos cualitativos y distintivos como autor. Al mismo tiempo, todo cuanto estaba escribiendo con lpiz para entonces adoleca de los supuestos defectos que trat de corregir en esa segunda versin, en una especie de lucha contra s mismo. En ingls, dado que este relato haba sido traducido an en vida de Walser por el poeta Christopher Middleton tomando la primera versin (bajo el ttulo de The Walk), recientemente apareci una reedicin corregida que se apoya en la segunda. La nica versin espaola disponible afortunadamente recoge el texto original de 1917, ms barroco y sobrecargado, donde el caminar y el escribir posterior estn ms disociados y donde las digresiones y los circunloquios e incluso las adjetivaciones y las sub-oraciones son mucho ms abundantes. (Digo afortunadamente no slo por gusto personal, sino porque adems resultara fcil tachar lo sobrante, si uno quisiera producir un texto acorde a la segunda versin, que es bsicamente una versin acortada y remendada para que los cortes pasen inadvertidos.) En alemn, la casa Suhrkamp hoy ofrece tan slo la ltima versin autorizada por Walser, que con buena razn considera definitiva (pues el propio autor as parece haberlo querido), y hay que esforzarse para conseguir la primera, que sin embargo circula regularmente en espaol y en ingls, por esas maravillas del mundo editorial. La cuestin filolgica de qu versin de un texto tomar se vuelve ms escabrosa, apuntemos, en el caso de un escritor declarado insano. La demencia del autor de alguna manera nos autoriza a elegir ms libremente que en otros casos, como si importara menos que al escoger, pongamos por ejemplo, entre dos versiones de un texto de Goethe?Escrito sui generis, al que slo por mor de clasificacin morfolgica se lo ubicara como relato, e incluso, en algunas osadas acometidas tericas, como novela corta, El paseo es un paradigma de la denominada escritura del yo como puro registro mental y sensorial, como mero protocolo de las percepciones y pensamientos recogidos y elaborados por una subjetividad a lo largo de un trayecto que al principio, por lo menos, se define categricamente como carente de toda meta o destino (luego ir apareciendo un punto de arribo, bastante trivial, que lo pone todo en cuestin en este sentido: una casa donde almorzar decentemente, un destino al que se le irn sumando gestiones comerciales y trmites burocrticos). Pues un paseo (Spaziergang en alemn), como su nombre lo indica, no es un viaje: teleolgicamente, su nica finalidad es distraer o divertir respecto de alguna actividad previa o posterior, acaso ms importante, o bien acompaar en simultneo otra actividad (una discusin, un cortejo amoroso, etc.). Se tratara, entonces, si tomamos en serio su ttulo, de una coleccin de impresiones azarosas, la crnica de un acto puramente recreativo, realizado sin otros objetivos especficos ms que distraer la mente y activar el cuerpo cansado y los sentidos embotados. Qu tipo de obra literaria es sta, que rinde culto a lo irrelevante y lo casual? En qu tradicin se inserta?Prospectivamente, desde Walser hacia la posteridad, es fcil identificar La tarde de un escritor (1987) de Peter Handke como producto directamente influido por este relato en prosa, El paseo: Handke nos ofrece una descripcin al estilo de crnica de una caminata vespertina que debe realizar un escritor para por as decirlo desintoxicarse del oficio literario y reactivarse, re-motivarse, o siquiera sencillamente distenderse. En el relato del austriaco un narrador omnisciente intermedia entre el protagonista y el lector, y sa sera la mayor diferencia. Con una pizca de mala conciencia, dicho narrador nos dice del protagonista de esa minscula expedicin por el barrio que, por ejemplo, ms de una vez haba levantado la vista del papel para mirar a los trabajadores y haba procurado encontrar una armona entre su quehacer y el trabajo de ellos, tan apacible, de efectuar una cosa despus de otra; la ligazn con el texto de Walser es obvia no slo a nivel estructural (la idea y la trama son prcticamente iguales), sino aun en este pequeo detalle, como lo muestra este fragmento del Paseo: Una fundicin llena de trabajadores y de trabajo produce aqu a la izquierda del camino llamativo estrpito. Con ocasin de ello, me avergenzo sinceramente de no hacer ms que pasear mientras tantos otros se desloman y trabajan. En ambos relatos se trata, pues, de tematizar el en apariencia descansado subsistir de los escritores para ironizar sobre su particular situacin en el mundo burgus, donde la gente normal trabaja con las manos y en un horario acotado, mientras que el poeta pareciera estar siempre en el ejercicio de su profesin, aunque nadie lo vea jams hacer nada, ni de noche ni de da. La renuncia al argumento narrativo y el sostenimiento a cualquier precio de la forma de la ficcin en prosa prcticamente obligan a los dos, a Walser y a Handke, a abusar de la catlisis en desmedro de la digesis, generando la sensacin de un tiempo detenido, en el cual se yuxtaponen pensamientos y percepciones, frente a una vida urbana ajetreada, en la que pareciera pasar un poco de todo y en la que los dems estn ocupados. Volveremos sobre este tema, fundamental en este texto que nos ocupa y en toda la obra walseriana.Pero cules son las posibles influencias del Paseo considerado retrospectivamente, en qu tradicin pudo haberse apoyado Robert Walser? Calificarlo de prosa modernista (subrayando la cualidad reflexiva de la narracin) o impresionista (por ejemplo tomando la invocacin del incendio del instante como un lema esttico y catalogando las sensaciones fugaces) no es ms que ponerlo epocalmente donde corresponde, o sea en el horizonte finisecular, en la transicin del siglo XIX al XX, pero en la serie literaria esos conceptos siempre son demasiado vagos y antojadizos...En la ilustre progenie de antecesores de este raro texto walseriano habra que sealar, por el lado alemn, aquel curioso texto de Karl Gottlob Schelle sobre el paseo y el arte de pasear (1802). Con propsitos mixtos de moralista y de erudito, pese a su actividad en tiempos de pleno fervor romntico, Schelle propone pensar filosficamente la actividad de salir a caminar o a pasear, en general desdeada por la gente, y as taxonomiza las formas, los momentos y los lugares de paseo, ilustrando profusamente con ejemplos literarios e histricos de grandes reflexiones sobre el paseo o grandes descripciones de caminatas (donde predeciblemente no falta Rousseau). Resulta interesante la oposicin que hace entre el fanfarrn que se pasea por la ciudad para que lo vean y el hombre de mente sombra que pasea por el campo para no ver a nadie: Schelle proyecta dos tipos sociales, el narcisista y el misntropo, en dos tipos de paseante, para tratar de posicionarse aristotlicamente en un punto medio, como aquel hombre sobrio y sano que sabe ver lo natural aun en medio de lo social. Para el anlisis del Paseo de Walser puede resultar esclarecedor contraponer estas polaridades: ntese que el narrador sale de su casa, atraviesa la ciudad (una mezcla de Berln y de Berna, digamos, que seran las referencias posibles para Walser), y finalmente llega a la campia suburbana, donde se desmorona fsica y anmicamente. Al contrario de lo que suceda con el autor, que prefera andar a campo traviesa (de hecho su cadver fue hallado en medio de los montes, tirado en la nieve, en la Navidad del 56, en una escena que el propio autor haba descripto 50 aos antes en su novela Los hermanos Tanner), este narrador peripattico parece disfrutar ms el recorrido urbano (las calles, las vas del tren, los vidrieras de los negocios, las instituciones), y al final, si bien no sabemos si es porque cae la tarde o porque ha llegado a la periferia, recae en un modo sombro.Ms lejos en el tiempo y el espacio en busca de precursores para nuestro texto, se contaran sin dudas los Viajes alrededor de mi cuarto de Xavier de Maistre. En 1790, de Maistre haba padecido un arresto domiciliario en Italia por batirse en duelo, y elabor un intenso relato de esos das encerrado a la fuerza en su recmara, cuando slo poda tratar con su perro y su criado: las cosas que ve y los recuerdos que le sobrevienen se entremezclan a lo largo de ms de un mes, y las descripciones y las microhistorias se suceden unas a otras sin arreglo a un fin (la idea gust tanto que el autor escribi una segunda parte aos despus). Yendo incluso un poco ms hacia atrs, en el origen mismo de esta forma literaria, donde la crnica de un periplo azaroso aunque nada riesgoso se combina con evocaciones y elucubraciones, encontramos los viajes sentimentales de Lawrence Sterne (una deuda reconocida explcitamente por el narrador demaistreano), a su vez tambin imitados por otros novelistas ingleses del momento (como Tobias Smollett). Frente al tradicional gnero de las aventuras, largos recuentos de sucesos extraordinarios e intensos, en el siglo XVIII emergieron las crnicas de viajes discretos, interiores, en los que no sucede gran cosa externa, sino ms bien procesos intelectuales dignos de registro, suscitados a lo largo de un trayecto cualquiera por la ciudad, por el exterior, por donde sea- que aparece ms como una excusa para hilvanar el texto que como un objeto en s. La subjetividad y la intimidad, ya plasmadas por los ensayos de Montaigne y consagradas por Rousseau, se transforman finalmente en un objeto de estudio literario y adquieren la forma de la pica en prosa, de inmensa popularidad por su doble cualidad prosaica y progresiva, capaz de atraer a la masa de lectores que la imprenta haba hecho posible pero que an no haba sido explotada. Los formatos de los diarios personales y los epistolarios ofrecern una plataforma ptima para este nuevo tipo de escritura intimista e introspectiva. Adems de su Sentimental Journey, Lawrence Sterne aqu viene a cuento tambin por su novela ms famosa, el Life and Opinions of Tristram Shandy, obra maestra de la novela antinovelstica, narrada por un narrador intruso e incompetente que pierde la ilacin, se contradice, olvida, bromea, y al cabo, cuando se haba propuesto narrar una vida entera, abandona al protagonista con apenas 4 aos de edad, tras 500 pginas llenas de digresiones y circunloquios. En lengua alemana, este tipo de procedimientos narrativos seran divulgados ante todo por Jean Paul Richter, un escritor tremendamente popular a fines del siglo XVIII, y se haran muy utilizados y acreditados por la Escuela Romntica y su estela. Como qued dicho, la novela de Robert Walser El bandido, recin reconstruida en 1972, tras un verdadero trabajo de ingeniera filolgica, guarda un parentesco notable con esta rica tradicin, incluso por el personaje epnimo, un pcaro arribista; pero prcticamente toda la narrativa en prosa de Walser est sanamente contaminada por estos recursos pardicos, que a su vez abrevan del Quijote, que a su vez abreva de las novelas de caballera, y as hasta perderse en la tradicin antigua, en los romances medievales y la novela bizantina.Un frecuente tpico de la crtica walseriana es el de la irona, insistiendo en que este recurso carece en Walser de la tpica acidez corrosiva que le es inherente de suyo (pues el enunciador y el destinatario modelo compartiran una complicidad que los pone por encima de lo representado). Y por cierto, hay mucha irona en Walser, si por ello entendemos la tcnica invertida cuando un narrador dice algo para que el lector asuma o deduzca lo opuesto a lo dicho y tambin una narracin que continuamente muestra que las cosas suelen ser casi lo inverso de lo que se dice de ellas. Se trata de un procedimiento irnico tanto en el plano retrico como en el plano argumental, y si se quiere, ideolgico, que requiere precisamente el tipo de narradores caros a la tradicin novelstica pardica y satrica dieciochesca. No en vano Wayne Booth se especializ en la irona y la ficcin del siglo XVIII como dispositivo fundacional de la literatura moderna, reparando en novelas como Tristran Shandy y Tom Jones: el encanto de estas obras estriba en no atrapar al lector por el asombro, o sea por la distancia, sino por la identificacin, o sea por la cercana, y no por la identificacin con el personaje, sino con el narrador, que cuanto ms torpe es, ms simptico resulta, y cuanto ms disolvente es respecto de lo narrado, ms interesante hace su propia subjetividad como narrador. Las teoras clsicas de la novela (Lukcs, Bajtn) se enfocan en los personajes, y ms aun, en el protagonista, que a menudo es el hroe epnimo del relato (Tom Jones, Wilhelm Meister, Oliver Twist). Pero Booth hace notar que quizs a menudo el verdadero hroe de la novela moderna sea el narrador, o al menos un coprotagonista, un silent partner (que no suele ser permanecer en silencio ni pasa desapercibido, por cierto).En suma, de las dos grandes lneas de crisis de la pica larga en prosa, a saber, la que pone al narrador por encima de todo (ms fuerte en el siglo XVIII: Sterne, Diderot, Jean Paul) y la que trata de abolirlo (ms propia del siglo XX, con Joyce o con Puig), el Robert Walser del Paseo y del Bandido se alinea cada vez ms con la primera, que apuesta a que el lector confraternice con quien cuenta el cuento antes que interesarse vivamente por el cuento en s. Yo sintetizara esta propuesta esttica sealando un cambio en la serie histrica del gnero pico (entendiendo por tal a la narrativa en general, en verso o en prosa): de Aquiles y de Ulises se es un admirador, mientras que del Quijote y de Sancho Panza se es un amigo, y ms aun del maoso narrador (y por extensin emptica, del autor real, en este caso Cervantes). En esta lnea hay que colocar los relatos del ltimo Robert Walser. Cuando Robert Musil rese una compilacin de relatos del autor, ya antes de la Guerra, not muy lcidamente que Walser era excelente en sus descripciones por la vivacidad con la que representaba las cosas, pero a la vez, curiosamente, se las ingeniaba para hacer explcito el artificio literario, en un doble movimiento de epoj fenomenolgica (mostrar la cosa tal cual es) y perspectivismo manierista (mostrar todo deformado por la mirada del narrador): las cosas son en Walser objetos reales y a la vez algo que est escrito en papel, deca Musil, con cierto asombro y fastidio.De aqu esa idea de que la escritura walseriana es una especie de ejercicio de estilo que nos hace disfrutar cada frase y de inmediato olvidarla al adentrarnos en la siguiente, una idea que Sebald enuncia primero en su ensayo como propia y que luego, un par de pginas adelante, reconoce haber tomado de Benjamin. En efecto, dice Benjamin que lo propio de Walser es el pudor de los campesinos al hablar. () En cuanto Walser toma la pluma, se desespera. Todo le parece estar perdido, y se desata un torrente de palabras en el que cada frase tiene solamente la tarea de hacer que se olvide la anterior. ste es el bello parloteo infinito del que a menudo habla la crtica: enorme estilista, pero vidente de lo pequeo, Walser refiere sucesos minsculos sobre personajes irrelevantes, intercalando pensamientos profundos pero sin la condensacin propia de un aforismo memorable, y as nos va llevando a los lectores a una plcida fluidez, casi hipntica. De la obra walseriana es muy difcil tomar una cita que tenga la forma de una frase compacta e impactante. Quien hizo ese trabajo de condensacin fue Seelig, en cuyo libro hay algn que otro dictum memorable del poeta si es que hemos de creer que l lo formul as y que no fue Seelig quien le dio el redondeo final.Como ya dijimos: nuestro texto, El paseo, ciertamente no aspira a tener un tema ni un hilo conductor, y se propone como la enumeracin sucesiva de lo que ve y piensa un narrador ambulante que sale a caminar, en principio espontneamente. Al comienzo, pues, slo se nos dice de qu pareciera estar huyendo este hroe (o anti-hroe), y no para qu, o siquiera hacia dnde. Y as el protagonista declara que una maana le vino en gana dar un paseo, por lo que abandona su estudio, que irnicamente designa cuarto de los escritos o de los espritus, y sale a la calle abierta, luminosa y alegre, en un estado de nimo romntico-extravagante (el original alemn dice romntico-aventurero; me parece bueno observarlo porque sera un nimo deseoso de emociones y aventuras). Pocos renglones ms adelante el introspectivo narrador, hroe y protagonista a la vez confiesa: El mundo matinal que se extenda ante mis ojos me pareca tan bello como si lo viera por primera vez. Todo lo que vea me daba la agradable impresin de cordialidad, bondad y juventud. Olvid con rapidez que arriba en mi cuarto haba estado haca un momento incubando, sombro, sobre una hoja de papel en blanco. Toda la tristeza, todo el dolor y todos los graves pensamientos se haban esfumado, aunque an senta vivamente delante y detrs de m el eco de una cierta seriedad. Por cierto, textualmente no se establece una causalidad lineal entre la opresin del cuarto donde escribe y la necesidad de salir a pasear un rato, sino que en todo caso la inferimos por contigidad: el narrador reconoce que tuvo un arrebato de deseos de salir, y luego, de inmediato, nos describe muy sombramente de qu circunstancias sali y qu bello panorama encontr fuera de su domicilio. Deducimos que si no escap porque, al menos escap de, y con eso basta; quizs la diferencia estribara en si lo hizo conscientemente (como si dijera tuve que salir a ventilarme porque no poda seguir intentando escribir) o sin conciencia (alegando que estaba intentando escribir y entonces sal a caminar). Digo intentar escribir, usando esas formas verbales complejas tan tpicas de Walser y que tanto le gustan a Sebald, porque l mismo nos refiere que estaba incubando, sombro, sobre una hoja en blanco. Como mnimo, estaba frustrado y bloqueado, como se dice en la jerga; es la angustia de la hoja en blanco lo que lo habra lanzado a las calles, casi como un desesperado.Este comienzo pareciera inscribir de lleno a esta pieza en prosa en la famosa dialctica de la libertad y la opresin, que segn la crtica especializada sera una marca distintiva de toda la obra walseriana. Dicha dialctica, esquemticamente, consiste en que los personajes de sus textos anhelan la tranquilidad, el contentamiento, y por ende se ponen al servicio de una persona o de una institucin que los recibe y les asigna una funcin concreta en la vida; la dicha del sujeto est en anularse como tal y adoptar la sumisin, el vasallaje. El narrador del Paseo guardara una relacin semejante con la que reconoce como su abnegada profesin, la escritura: una relacin de ambivalencia. La siente como una carga de la que librarse, y sin embargo vuelve fatdicamente a ellaEstamos as ante un conocido tpico literario, paradjicamente: la oposicin entre vida real y literatura. Independientemente de qu partido se tome, el del mundo o el de los libros, este contraste es recurrente en la poesa como problema reflexivo y como mecanismo ms o menos sutil de legitimacin discursiva. En el caso que nos ocupa, los opuestos no podran ser ms claros: penumbra versus luminosidad, parlisis versus fluidez, soledad versus compaa. Este narrador walseriano en principio parece suscribir a una denuncia enftica segn la cual la literatura es pesadumbre, estancamiento, encierro, y la vida es bella y est ah afuera, en el movimiento de la gente. La hoja en blanco tendra que llenarse con las propias maquinaciones del escritor, pero stas se devalan frente a lo que sucede fuera de la mente del escritor; la realidad externa sera ms valiosa que la imaginacin del poeta. Diramos, en suma, que el ttulo y la primera carilla de nuestro relato presentan a la vida real como una superacin de la vida contemplativa. Y esta contraposicin inicial permite, claro, que la trillada hermandad entre escritura y melancola asome su fea cabeza (por valerse de una expresin inglesa). Porque ms all de que la caminata que define a esta pieza como lo anuncia su solo ttulo- parece inmotivada, al principio tenemos buenas razones para sospechar que el protagonista ha apelado a ella para nada menos que revivir y respirar, es decir, para escapar de la literatura en tanto produccin de un sentido determinado y apuesta por un cierto efecto dentro de un mbito cerrado, lo que slo redundara para l en una tristeza insoportable. Para nuestro cronista, aunque dicho trnsito aparece introducido un poco a la ligera, como un capricho, el pasaje del escritorio a la calle parece ser una necesidad profesional y quizs vital, si no una salvacin del alma: el paso de la enfermedad a la salud, de la oscuridad a la luz. El descenso es en verdad un ascenso a un mundo aparentemente mejor: la maana es bella, la calle es atractiva. Todo luce casi ptimo para el que sale del encierro, como si fuera un condenado o un recluso.Conforme avanza el texto, no obstante, podemos notar una gruesa irona subyacente: la denuncia de la literatura como muerte en vida no viene rubricada por un abandono de la escritura, cual si en un poema o en una breve prosa se nos describiera esa renuncia, sino por una esmerada y preciosista crnica de todo lo sucedido tras esa terrible constatacin. Si fue un sntoma de un malestar profundo o una ocurrencia fugaz, nunca lo sabremos, pero el paseo no habra mitigado o acabado, sino que habra potenciado la entrega del narrador a la escritura, porque ahora ste nos cuenta lo ocurrido con fruicin. La intimidatoria hoja en blanco al final parece haberse llenado con las experiencias que se obtuvieron al huir justamente de la hoja en blanco. El escritor no puede dejar de escribir, y cuando ale a pasear porque no se le ocurre qu decir, termina escribiendo que sali a pasear porque no se le ocurra qu decir, en un claro efecto circular de feedback. Esta presuncin ir creciendo a medida que el narrador confiese su agobio por su dedicacin a la escritura y revele cunto le preocupa la empata del eventual lector: es un obsesivo, un reflexivo en estado puro, y las supuestas vivencias emocionantes en el exterior son bsicamente excusas para hablar de s mismo y tratar de atrapar retricamente a su pblico eventual. La oposicin entre la vida exterior y la interior parece invertirse. Quiz nunca un autor haya pensado en el lector, de manera constante, tan tierna y gentilmente como yo, dir hacia el final. La poesa, es una enfermedad que slo se cura con ms poesa, como alguna vez dijo Vincente Minelli del cine (film is a disease and the only cure is more film)? Este carcter de algo que ha pasado y que se ha recompuesto se conecta, por cierto, con aquello que Benjamin detecta en los personajes walserianos, cuando dice que se trata de personajes que llevan y que tienen tras de s la locura; y por eso resultan de tan desgarradora, inhumana e impertrrita superficialidad. Si se quiere nombrar con muy pocas palabras lo dichoso e inquietante que hay en ellos, podra decirse: todos estn curados. Aunque, por supuesto, tampoco conocemos el proceso de esa curacin. En efecto: es posible pensar en el narrador itinerante del Paseo como alguien que atraves una aguda crisis y ahora, tiempo despus, sentado en su escritorio, la rememora, casi con jactancia, o en todo caso sin modestia. El poeta bloqueado se ha curado gracias a que puede poetizar a posteriori sobre su bloqueo, salvo eso s- que ahora es un narrador que no narra articuladamente, sino que slo comenta sobre s mismo y se pierde en circunloquios, como en una escritura automtica e infinita. En este sentido redondea Benjamin esta idea al decir que las historias de Robert Walser son inslitamente delicadas, como puede verlo todo el mundo. Pero no todo el mundo ve que lo que hay en ellas no es la tensin nerviosa propia de la vida decadente, sino el estado de nimo ya puro y despierto propio de la vida del convaleciente. () Los hroes de Walser quieren, en efecto, disfrutar de s mismos; y para eso tienen un talento que no resulta nada habitual. Y poseen tambin una nobleza que no es habitual en absoluto. Y adems, para eso, a su vez detentan un derecho que no es tampoco habitual. Porque nadie disfruta ms que el convaleciente. Todo lo orgistico se le hace ajeno. Nuestro narrador, que un da abandon su cuarto porque estaba bloqueado, ahora nos cuenta ese episodio con lujo de detalles, como dice benjamn, disfrutando de s mismo; sali en busca de aventuras y las encontr, aunque en realidad no le sucedi nada memorable, nada digno de un relato del tipo escuchad lo que me pas aquella vez que dej de escribir y sal a la calle. Simplemente, tiempo despus de aquello no se nos dice cunto pas- lo rememora y nos describe lo que fue viendo y lo que fue pensando, intercalando lo que piensa ahora, desde el contexto de enunciacin. Como si fuera poco con estas consideraciones sobre la gozosa enunciacin desde la que parece estrsenos refiriendo la historia para pensar que aquel paseo ms que cancelar la escritura, la retroaliment, y ms que desalentar al escritor, lo motiv y hasta le provey material, podemos echar un vistazo al melanclico final. En un bosquecillo junto a un lago, en una idlica escena rousseauniana, el narrador, con un integral agotamiento (pasear tambin cansa), confiesa que sent la necesidad de tumbarme en algn sitio () me vino el doloroso e irremisible pensamiento de que era un pobre preso entre el cielo y la tierra, que todos los humanos ramos de este modo mseros presos. Tras lo cual se entrega a lgubres meditaciones sobre sus culpas personales (habla de autoacusaciones) y sobre la imposibilidad del amor y la felicidad, inspirndose en algunas personas que ve por all y que lo llevan a evocar recuerdos sombros. Ya era tarde, y todo estaba oscuro, concluye diciendo, con una nota claramente amarga y resignada. (En la segunda versin, la de 1920, el final es idntico, vale la pena aclararlo.) Esto indica que aquel paseo, presuntamente salutfero, haba dejado al narrador sumido en el cansancio y el vaco existencial; parece que al fin y al cabo, evadirse de la hoja en blanco solamente le haba permitido almorzar y hacer trmites. Es lcito imaginar que aquella tarde volvi a su casa y se puso a escribir Quizs hasta escribi esto que estamos leyendo ahora! Aqu chocan las afirmaciones que toman linealmente las declaraciones walserianas a favor de pasear en contextos rurales, su mentado amor a la naturaleza y la soledad: en El paseo el final es agobiante y empero tiene lugar en un bosque de las afueras de la ciudad, tras una larga caminata. Por supuesto que no es el entorno sino el proceso intelectual del hroe itinerante lo que determina esa recada anmica, pero no hay un providencialismo de la madre natura que entre en accin para redimir al personaje. Otro final posible, y casi esperable, sera el de que el narrador llega al bosque, ve el lago, se echa en el suelo, y se amiga con el mundo, alejando de s todos los pensamientos tristes. Pero sucede lo opuesto: el atardecer y la detencin parecen predisponerlo a un rebrote melanclico. A lo sumo, podramos sospechar que la angustia de la maana reapareci al atardecer, y el paseo fue por usar una figura lingstica- un mero parntesis.Por otra parte, con el correr de las pginas el lector est invitado a sospechar que lo que surgi como una caminata ante la falta de inspiracin y la opresin propia de un escritor sin inspiracin termina como un desplazamiento en pos de hacer trmites varios (postales, municipales, bancarios, personales) y nada menos que llegar a un lugar donde poder comer (la escritura no slo entristece, sino que tambin puede matar de hambre...). Me refiero al momento en que se introduce un dato clave, que nos obliga a sospechar de la honestidad con que se emprendi el paseo supuestamente desinteresado: Quiero y puedo, y espero que se me permita (ya que en este momento no se me ocurre nada nuevo e inteligente) aadir que llevaba en el bolsillo una corts y estimulante invitacin de la seora Aebi. La tarjeta me requera afectuosamente y me animaba a comparecer a las doce y media en punto para tomar una modesta comida. Me propuse con firmeza obedecer al requerimiento y presentarme puntualmente a la hora indicada en casa de la estimable persona en cuestin. Lo sugestivo es que esta invitacin, mencionada aqu por primera vez, es invocada pretextando no tener nada mejor que decir; luego, como sabemos, la proximidad de ese almuerzo ir imponiendo una especie de suspense en la narracin, tras lo cual el relato continuar encadenando pequeos episodios y digresiones, a tono con la digestin del protagonista, que come suculentamente. Que el verdadero propsito del paseo de entrada era almorzar y hacer trmites en negocios y oficinas, un vergonzante dato que permanece oculto durante los primeros prrafos, pareciera confirmarlo adems el breve y equvoco episodio inicial en el que el paseante y narrador se topa en la escalera con una mujer latina a la que atribuye las ms diversas nacionalidades (espaola, peruana, criolla, brasilea); literalmente se prohbe detenerse en ello, para no desperdiciar ni espacio ni tiempo, y resulta llamativo que se autocensure ese momento, potencialmente ertico, en tanto dice haberle reconocido cierta majestad (recurdese que en el contexto helvtico-germnico de Walser, una mujer latina es extica y atractiva, a la inversa de lo que sucedera en nuestro mbito si un narrador describiera un encuentro con una mujer nrdica o una rubia esbelta). Es contradictorio que alguien que alega salir a caminar con nimo romntico-aventurero haga caso omiso de semejante tentacin femenina, a la que sin embargo no deja de referirse, equvocamente, s, pero abundantemente, envolvindola en un aura de misterio. Luego, el paseante tampoco prestar mayor atencin a las mujeres con que se topa en tanto mujeres (ni siquiera la Seora Aebi, con la que la situacin del almuerzo, cuando ella se burla de l y a la vez lo agasaja con creces, parece prestarse a todo tipo de equvocos y suspicacias).Es hora, entonces, de hablar de las miserias terrenales de nuestro hroe Sabemos que stas no incluyen al menos la concupiscencia, pues lo femenino o lo ertico en general, para no ser tan sexistas- no le produce mayor inters. Pero este hombre tiene que alimentarse, claro, y tiene que ir al Banco y al correo, como cualquiera, y de paso aprovechar el periplo para hojear novedades en una librera o reclamar en una sastrera. Ya al mencionar la obra de Peter Handke me refer de pasada a la cuestin de lo profesional y la conciencia desdichada o culposa del escritor en el mundo actual. El paseo es, entre otras cosas, una reivindicacin jocosa y excntrica de las dos ocupaciones de Robert Walser en tanto autor: pasear y escribir. En este sentido, el texto podra operar casi como un manifiesto potico, si no fuera por su falta de conviccin y hasta de ilacin argumentativa. Se trata de dos ocupaciones poco rentables, por cierto, que hacen que no se pueda quitar la vista del dinero y de la comida, dos bienes imprescindibles para cualquiera y frecuentemente inaccesibles para un poeta. Reparemos en esta cita: Hacia las doce y media, como es sabido, el seor autor comer, se regalar y alimentar en el palazzo o casa de la seora Aebi, en recompensa a sus mltiples fatigas. Hasta entonces an dejar atrs un tramo considerable de camino, y tendr que escribir algunas lneas ms. Pero ya se sabe de sobra que pasea tan a gusto como escribe; esto ltimo en todo caso quiz un punto menos a gusto que lo primero. El narrador, sin cejar en su auto-referencialidad, tematiza mediante una anticipacin un dato tan bsico como lo es el de que ha de alimentarse, e incluso deja entrever que pase para esperar la comida, para ir en busca de ella, as como ahora escribe slo para contarnos esos hechos, minsculos y personales. La prospeccin, en futuro, deviene confesin en presente, y de hecho confesin sobreaclarada: del har tal cosa al me gusta tal cosa, y luego, en realidad me gusta ms tal cosa que otra. El itinerario del paseo no es tanto geogrfico como mental: como lectores, paseamos con l ms por su mente que por la ciudad por la que l dice haber paseado. Ms adelante, este narrador ultra-subjetivo y petulante se autodefine con clichs romnticos: un buen haragn, fino vagabundo y holgazn o derrochador de tiempo y trotamundos, haciendo evidente su (mala?) conciencia de su rol social. Es el tpico poeta tunante del Romanticismo, que holgazanea mientras los otros trabajan, con un agregado: no tiene aventuras que contarnos, sino slo sus regodeos y elucubraciones. En este sentido podemos encadenar frases que se van interpolando en passant, tales como El continuo escribir cansa como el trabajo en la tierra (un parangn que puede interpretarse irnicamente o no, pues en efecto eso puede ser muy cierto, aunque no lo pareciera viniendo de este narrador, del que lo nico que sabemos es que pasea y que escribe). Se trata de una mala conciencia o de una genuina reivindicacin profesional? Cmo puede acreditar su trabajo alguien que trabaja con el intelecto? Altamente sugestivo es este prrafo: Se ve cunto tengo que hacer y cmo este en apariencia tan holgazn y agradable paseo est lleno de ocupaciones prcticas profesionales, y por eso se tendr sin duda la bondad de disculpar las demoras, aceptar los retrasos y dar por buenas las interminables discusiones con profesionales y burcratas, saludndolas incluso como bienvenidas aadiduras y aportaciones el entretenimiento. Por todas las prolongaciones, amplitudes y latitudes que de aqu surjan, pido de antemano como es debido bondadosas disculpas. Ha sido jams un autor de provincias o de la capital ms tmido y corts con el crculo de sus lectores? Creo que no, y por eso, con la conciencia tranquila en extremo, prosigo mi relato. Aqu, el narrador reconoce que sali a pasear y de paso aprovech para hacer algunas otras cosas de la vida diaria; hasta el ms desinteresado de los hombres tiene que incurrir en ciertas cuestiones instrumentales, a fin de cuentas. Por bohemios que sean, los poetas tambin comen y pagan impuestos.Luego, al reproche de que siempre se lo ve paseando que le espeta un funcionario fiscal (nada menos), objeta: Pasear me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podra escribir. Para rematar diciendo: me gano el pan de cada da pensando, cavilando, hurgando, excavando, meditando, inventando, analizando, investigando y paseando tana disgusto como el que ms. Dice Magris de los personajes protagnicos de la narrativa de Walser: El hroe de Walser es un criado o bien un vagabundo. En ambos casos se trata de un trnsfuga, de un nmada que yerra entre los bosques y ciudades del mundo o bien entre los aposentos de una casa enigmtica y dominante. () Ora lleve librea de criado, ora se arrope en el abrigo ajado del vagabundo, el caminante es decir el hombre consciente de ser una chaqueta provisional- quiere transformarse en los objetos, huir hacia lo mudable y diverso y desvanecerse en las apariencias de lo mltiple, evitando as ser aprehendido y hecho prisionero por la religio social. Me resulta forzada la homologacin de quien da vueltas por los bosques y ciudades cual vagabundo y quien recorre una casa cual sirviente, como si el enclaustramiento en un domicilio no fuese una diferencia radical, pero ms all de eso, cabe confrontar este esquema con el narrador del Paseo. Se aplica en este caso? Creo que el factor clave es que dicho narrador enuncia en primera persona y a la vez es el hroe de turno, pero sobre todo, se reconoce y reivindica como escritor. En principio parecera asimilable a la hueste de personajes walserianos que quieren anularse, perderse, miniaturizarse, pero hay una diferencia: ste escribe, al punto de que el texto no es sino su recuerdo de un paseo intrascendente. Ser escritor y hacer gala de ello es lo contrario a desear desvanecerse, esfumarse. La tpica modestia -incluso al extremo del servilismo- que determina al elenco de hroes walserianos aqu resulta cuestionable, porque este narrador enuncia con orgullo: no slo con la modesta dicha de existir, sino con la jactancia del escritor que persiste en su carrera. No es casual que apenas se echa a andar, pase por una librera y se burle del nuevo best-seller: su mundo es la poesa, no el mercado editorial, por eso siempre ser pobre, pero siempre ser poeta. El paseo puede considerarse el testimonio ms elocuente, sino el nico, del orgullo de ser escritor en toda la obra de Robert Walser. Pero como todo en este autor, esto debe ser dicho con sordina, con atenuantesPara comprender cabalmente la propuesta esttica de El paseo, por ltimo, es crucial advertir el idiosincrsico manejo del espacio-tiempo, que el narrador comprime y descomprime a su antojo y segn su conveniencia. Susan Sontag, en una recopilacin de relatos traducidos al ingls, supo definir alguna vez a Robert Walser como un Paul Klee de la prosa, apelando a una comparacin con el artista plstico suizo que ya era comn en la crtica literaria, partiendo del mero dato fctico de que Walser y Klee haban nacido muy cerca uno del otro en tiempo y lugar y que haban emprendido una labor de modernizacin consciente de sus respectivas artes, ante todo procurando configurar nuevas percepciones del espacio-tiempo. (Hay indicios de que Klee fue incluso un candidato posible para ilustrar el primer libro de Walser, aunque luego la tarea le fuera asignada a su hermano Karl, que realiz unos grabados de estilo naiv que pueden verse en cualquier edicin de Fritz Kocher.)Aunque lo referido se nos presenta como acaecido en un pasado (el narrador dice apenas comienza hasta donde puedo acordarme hoy, cuando escribo todo esto), hay que subrayar la estrategia ubicua de presentizar los hechos, ante todo apelando a cambios de tiempo verbal y a ciertas construcciones a nivel de oracin o de frase (motivo por el que aqu me refiero al relato cual si estuviera en tiempo presente, hacindome cargo del efecto de lectura). Los casos en que el relato pasa al tiempo presente no de la enunciacin, sino de lo recontado, son numerosos, y no atentan mayormente contra la cohesin textual dada la naturaleza digresiva, auto-reflexiva y disolvente del singular narrador-focalizador. Como sea, el esfuerzo por traer al presente lo pasado le quita sustancia pica al texto y lo transforma en un dispositivo de tipo impresionista, donde lo importante es el eterno presente en el que narrador y lector se encuentran al actualizar lo escrito con cada lectura. Aqu se demuestra que con toda su conciencia culposa y con todo lo que el oficio parece pesarle, el narrador sigue gozando de la escritura, o al menos sigue obsesionado con ella. Quiere interesarnos retricamente por lo que le sucedi aquella vez que trat de dejar de escribir, siquiera por un rato, y presentiza el pasado de dos formas: actualizando y evidenciando el presente desde el que est refiriendo ahora los hechos (por ejemplo, con apelaciones al lector o referencias a su actualidad), y dotando de cualidad presente lo que vio y pens en aquella ocasin, transgrediendo el tiempo verbal. Estos saltos de tiempo casi equivalentes a saltos de continuidad cinematogrfica- no slo se dan entre un episodio y otro, sino incluso en el contexto de un mismo hecho.Las operaciones con lo espacial, por otro lado, son igualmente arbitrarias, y grosso modo yo las resumira por contraste con la reconfiguracin temporal: si en el eje del tiempo El paseo aspira a la totalidad de un presente continuo, que es el de la interioridad del narrador, donde el pasado de los hechos referidos y el presente del comentario conviven, en el eje espacial podra decirse que predomina la fragmentacin, la atomizacin, y los lugares aparecen y desaparecen sin que el lector pueda recomponer un mapa de la locacin (ni siquiera hay datos fehacientes acerca de en qu ciudad o pueblo se emplaza este relato, y asumimos que tendra lugar en Suiza porque se habla de la moneda en francos). Es privilegio del personaje focalizador el irnos revelando datos de lugar a medida que se desplaza, y as como hay sitios que aparecen de pronto (como el bosque de alisos del final, del que tampoco sabemos si estaba fijado como meta al inicio de la caminata), otros lugares son anticipados y demorados como excusa para introducir comentarios (como el paso a nivel o la sastrera). Interesante, en cuanto a la supuesta jerarqua de los emplazamientos urbanos y rurales, es que en El paseo el narrador camina por la ciudad; en un momento ingresa a un bosque de abetos, ms para escapar del cruce con un sujeto corpulento y desagradable que por placer, y del que sale rpidamente, y al final acaba en el bosque de alisos, junto al lago. Y las descripciones no son valorativas a favor de los bosques. Estos no son parasos, y ni siquiera remansos: forman parte de la ciudad, aunque en ambos casos se seala que estn al borde, en el margen. Pasear de por s no cura de nada, y tampoco pasear por entornos agrestes.En sntesis: El paseo es un texto singularsimo por donde se lo mire, incluso a la luz de las nociones y categoras que suelen aplicrsele al autor, a veces tomadas en prstamo de otros escritores ms prestigiosos, a veces construidas desde un conocimiento muy parcial de su vasta y excntrica obra. El culto de la naturaleza y la exaltacin de la servidumbre como claves de una cierta dicha en la vida terrenal, que son lo primero que un crtico dira para enmarcar a este autor, no parecen apropiados como factores para guiar el anlisis de esta pieza puntual, compuesta hacia la poca en que lamentablemente la esquizofrenia empez a dominarlo. En todo caso, el texto -relato?- se enfoca en autoanalizar irnicamente la escritura como una actividad patolgica y salvfica a la vez, y en ltima instancia, inevitable para quien ha cado bajo su influjo. Como dice el Eclesiasts, hacer libros no tiene fin, y estudiarlos fatiga. Walser tematiz muchas veces esta maldicin con sutileza, no slo en El paseo (ha escrito mucho sobre vidas de poetas y escritores ficcionales), y lleg a ser, como dijo Sontag, una especie de Samuel Beckett con buen humor.

Bibliografa secundaria utlizada:Arnold, H. L. (ed.), Text und Kritik, 12/12a. Munich, 2004 (4 ed.).Benjamin, Walter, Robert Walser, en Obras, II/1. Trad. J. Navarro Prez. Madrid, Abada, 2007. Cifre Wibrow, Patricia, Robert Walser. Madrid, Ediciones del Orto, 2006.COETZEE, J. M., The genius of Robert Walser. En The New York Review of Books, vol. 47, N 17, noviembre, 2000.Handke, Peter, La tarde de un escritor. Trad. I. Garca-Wetzler. Madrid, Alfaguara, 1990. Magris, Claudio, En las regiones inferiores: Robert Walser, en El anillo de Clarisse. Trad. P. Estelrich i Arce. Baraain (Navarra), EUNSA, 2012.Naguib, Nagi, Robert Walser. Entwurf einer Bewutseinsstruktur. Munich, Fink, 1970.Sebald, W. G., El paseante solitario. Trad. C. Fortea. Madrid, Siruela, 2008.SEELIG, Carl, Paseos con Robert Walser. Trad. C. Fortea. Madrid, Siruela, 2000.Sontag, Susan, Foreword, en R. Walser, Selected Stories. New York, Farrar, Straus and Giroux, 2012 (reed.).Wgenbaur, Thomas, Robert Walsers Geste des Schreibens und die Komik des "interface", en MLN, vol. 115, N 3, abril, 2000.