1
Al volver a presentarme a Juana, me di cuenta que la paciente sentía ansiedad al tener que explicar sus necesidades a otra persona. Al recordar cómo le gustaba a Juana hacer las cosas a su manera, la tranquilicé antes en el sentido de que pondría el máximo cuidado para seguir sus deseos. Durante los días siguientes recordé la manera en que la paciente prefería ser cuidada, debido a que sabía que llegaría un momento en que ella no podría ni siquiera comunicar sus deseos. Algunos compañeros de enfermería señalaron que Juana era muy exigente. Después de todo, en los hospitales funcionamos con rutinas y con tiempos establecidos para todo: cuándo se debe levantar el paciente, cuándo debe comer, cuándo debe salir de la cama… Sin embargo, Juana no quería saber nada de todo ello. Permanecía dormida y sólo se despertaba durante breves momentos para tomar zumo o medicación. A las 10 de la mañana, su atento marido llegó con un café, una magdalena y el periódico matutino. Charlaron hasta que se sirvió el almuerzo. Juana tomó con displicencia uno o dos bocados, aunque tenía poco apetito. Aproximadamente, a las 13:30 me avisaba para que realizara el cuidado de la colostomía. En ese momento no me iba bien, pero me di cuenta de que ésta era una de las pocas cosas que Juana todavía podía controlar. Cuando terminaba, la paciente solicitaba rociar la habitación con un pulverizador de aroma de rosas. A medida que transcurrieron las semanas, el espíritu de Juana se fue apagando y la paciente entró en coma. Aunque ella ya no podía solicitarlo, me ocupé de que hubiera un aroma de rosas en su habitación en todo momento. Yo sabía que la paciente estaba cerca del final y quería estar con ella, pero Juana tenía otros planes. Falleció una madrugada, mientras yo no estaba trabajando. Dejó su huella Tras conocer su muerte a la mañana siguiente, acudí de manera inmediata a su habitación; no sé por qué la habitación estaba vacía y estéril, y el aroma de las rosas había sido barrido por el desinfectante hospitalario. Me senté y lloré la pérdida de Juana, una mujer cuya dignidad y espíritu me dejaron una impresión profunda. Maria G. Barreiro es profesional de enfermería en el Huggins Hospital en Wolfeboro, N.H. Nursing 2004, Octubre 27 Enfermeríahospitalaria N Recordando a la Sra. Juana Cada vez que aspiro el aroma de las rosas, me acuerdo de esta paciente tan especial. Maria G. Barreiro, LPN A pesar de haber sido intervenida mediante una colostomía de urgencia para eliminar la obstrucción causada por un tumor de colon maligno, Juana mantenía una actitud de nobleza y dignidad. Cuando me fue asignada como paciente, ella sólo había tenido una semana para “digerir” el diagnóstico. Cuando entré en su habitación del hospital por primera vez, me impactó el intenso olor a rosas. Por todas partes había ramos de flores. Yo sabía que a menudo los pacientes con una colostomía se rodean de fragancias intensas para cubrir cualquier olor que pueda proceder de la bolsa de colostomía, de manera que no hice ningún comentario. En vez de ello, me presenté y le expliqué a la paciente que tenía que cambiarle el apósito y realizar la cura de su colostomía. Mi paciente era una mujer nada sencilla y sorprendente, con el pelo entrecano y ojos de un gris intenso. Estaba perfectamente peinada y hermosamente vestida con un bonito camisón y una bata. De manera muy educada, me dijo que le podía cambiar el apósito pero que no tenía ninguna intención de aprender a cuidar la colostomía. “Mis hijas lo harán”, dijo firmemente. En cualquier caso, la animé a que observara. Mientras le cambiaba el apósito, le expliqué cada paso. Sin embargo, Juana no quiso mirar ni siquiera la herida. Repetí esta enseñanza ritual todos los días de esa semana, pero Juana nunca prestó atención. Afortunadamente, sus hijas sí lo hicieron. Cuando transcurrió la semana, sabían muy bien cómo cuidar a su madre y cambiar el apósito de la herida. Bajo sus atentos cuidados, Juana estuvo pronto preparada para volver a su domicilio y comenzar la radioterapia y la quimioterapia de manera ambulatoria. Un nuevo encuentro Un año después, Juana fue hospitalizada de nuevo en mi unidad debido a una infección grave. Supe que la radioterapia y la quimioterapia no habían dado buenos resultados; ahora, la paciente presentaba metástasis óseas y pulmonares, y su pronóstico era muy malo. Cuando entré en su habitación reconocí de manera inmediata el aroma de las rosas, pero no habría reconocido a Juana. Ya no tenía ese aspecto radiante sino que mostraba un aspecto frágil y consumido, y sus ojos estaban apagados.

Recordando a la Sra. Juana

  • Upload
    maria-g

  • View
    213

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Recordando a la Sra. Juana

Al volver a presentarme a Juana, me di cuenta que la paciente sentía ansiedad al tener que explicar susnecesidades a otra persona. Al recordar cómo le gustabaa Juana hacer las cosas a su manera, la tranquilicé antesen el sentido de que pondría el máximo cuidado paraseguir sus deseos. Durante los días siguientes recordé la manera en que la paciente prefería ser cuidada,debido a que sabía que llegaría un momento en que ella no podría ni siquiera comunicar sus deseos.

Algunos compañeros de enfermería señalaron queJuana era muy exigente. Después de todo, en loshospitales funcionamos con rutinas y con tiemposestablecidos para todo: cuándo se debe levantar elpaciente, cuándo debe comer, cuándo debe salir de lacama… Sin embargo, Juana no quería saber nada de todoello. Permanecía dormida y sólo se despertaba durantebreves momentos para tomar zumo o medicación. A las10 de la mañana, su atento marido llegó con un café, unamagdalena y el periódico matutino. Charlaron hasta quese sirvió el almuerzo. Juana tomó con displicencia uno o dos bocados, aunque tenía poco apetito.

Aproximadamente, a las 13:30 me avisaba para querealizara el cuidado de la colostomía. En ese momentono me iba bien, pero me di cuenta de que ésta era unade las pocas cosas que Juana todavía podía controlar.Cuando terminaba, la paciente solicitaba rociar lahabitación con un pulverizador de aroma de rosas.

A medida que transcurrieron las semanas, el espíritude Juana se fue apagando y la paciente entró en coma.Aunque ella ya no podía solicitarlo, me ocupé de quehubiera un aroma de rosas en su habitación en todomomento.

Yo sabía que la paciente estaba cerca del final y queríaestar con ella, pero Juana tenía otros planes. Falleció unamadrugada, mientras yo no estaba trabajando.

Dejó su huellaTras conocer su muerte a la mañana siguiente, acudí demanera inmediata a su habitación; no sé por qué lahabitación estaba vacía y estéril, y el aroma de las rosashabía sido barrido por el desinfectante hospitalario. Mesenté y lloré la pérdida de Juana, una mujer cuya dignidady espíritu me dejaron una impresión profunda.

Maria G. Barreiro es profesional de enfermería en el Huggins Hospital enWolfeboro, N.H.

Nursing 2004, Octubre 27

Enfermeríahospitalaria

N

Recordando a la Sra. JuanaCada vez que aspiro el aroma de las rosas, me acuerdo de esta paciente tan especial.Maria G. Barreiro, LPN

Apesar de haber sido intervenida mediante unacolostomía de urgencia para eliminar laobstrucción causada por un tumor de colon

maligno, Juana mantenía una actitud de nobleza ydignidad. Cuando me fue asignada como paciente, ellasólo había tenido una semana para “digerir” el diagnóstico.

Cuando entré en su habitación del hospital porprimera vez, me impactó el intenso olor a rosas. Portodas partes había ramos de flores. Yo sabía que amenudo los pacientes con una colostomía se rodean defragancias intensas para cubrir cualquier olor que puedaproceder de la bolsa de colostomía, de manera que nohice ningún comentario. En vez de ello, me presenté y le expliqué a la paciente que tenía que cambiarle el apósito y realizar la cura de su colostomía.

Mi paciente era una mujer nada sencilla ysorprendente, con el pelo entrecano y ojos de un grisintenso. Estaba perfectamente peinada y hermosamentevestida con un bonito camisón y una bata. De maneramuy educada, me dijo que le podía cambiar el apósitopero que no tenía ninguna intención de aprender acuidar la colostomía. “Mis hijas lo harán”, dijofirmemente.

En cualquier caso, la animé a que observara. Mientrasle cambiaba el apósito, le expliqué cada paso. Sinembargo, Juana no quiso mirar ni siquiera la herida.Repetí esta enseñanza ritual todos los días de esasemana, pero Juana nunca prestó atención.

Afortunadamente, sus hijas sí lo hicieron. Cuandotranscurrió la semana, sabían muy bien cómo cuidar a su madre y cambiar el apósito de la herida. Bajo susatentos cuidados, Juana estuvo pronto preparada para volver a su domicilio y comenzar la radioterapia y la quimioterapia de manera ambulatoria.

Un nuevo encuentroUn año después, Juana fue hospitalizada de nuevo enmi unidad debido a una infección grave. Supe que laradioterapia y la quimioterapia no habían dado buenosresultados; ahora, la paciente presentaba metástasisóseas y pulmonares, y su pronóstico era muy malo.

Cuando entré en su habitación reconocí de manerainmediata el aroma de las rosas, pero no habríareconocido a Juana. Ya no tenía ese aspecto radiantesino que mostraba un aspecto frágil y consumido, y sus ojos estaban apagados.

21-27 Enferm Hosp 16/9/04 15:31 Página 27