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analisis elena garro
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Hoyos 1
Jairo Hoyos
Escribiendo la Revolución Mexicana
25 Abril 2012
Notas sobre la violencia y el cuerpo inerte: “Es natural que ahora cuelguen ellos si antes
colgaron ustedes”
Su muerte no sólo era justa sino necesaria. Era culpable de la anarquía que había caído sobre el país.
Elena Garro, Recuerdos del porvenir
Para romper los días petrificados sólo me quedaba el espejismo ineficaz de la violencia
Elena Garro, Recuerdos del porvenir
En este comentario propongo algunas notas acerca de la figura del cuerpo inerte en Los
recuerdos del porvenir (1963) de Elena Garro. Mi lectura se enfoca en la relación que se
establece entre la violencia y la inercia (estatismo) de los cuerpos. En la novela, la voz narrativa
establece de manera explícita el origen de la violencia:
A los mestizos, el campo les producía miedo. Era su obra, la imagen de su pillaje.
Habían establecido la violencia y se sentían en una tierra hostil, rodeados de
fantasmas. El orden de terror establecido por ellos los había empobrecido. De ahí
provenía mi deterioro. “¡Ah, si pudiéramos exterminar a todos los indios! ¡Son la
vergüenza de México!” Los indios callaban. Por su culpa mi tiempo estaba inmóvil.
(26-7, los énfasis son míos)
De acuerdo con el narrador, el proyecto político y administrativo mestizo es un fracaso. Con base
en esto, quiero resaltar dos de las consecuencias del mismo: la primera es la instauración de la
violencia y de ‘un orden de terror’. La segunda es la inmovilización del tiempo en el pueblo de
Ixtepec. La relación entre violencia y quietud, entre violencia y estatismo temporal está presente
a lo largo de la novela. Por ejemplo, durante la fiesta de la señora Carmen B. de Arrieta, el
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narrador afirma que “El hombre acepta la violencia con la misma presteza que aceptan la
quietud” (213). En este momento, quiero proponer que la violencia e inercia no son resultados
del proyecto mestizo sino que, por el contrario, son sus condiciones de posibilidad. En otras
palabras, la violencia y el estatismo de la comunidad es lo que permite que este proyecto se lleve
a cabo: “La Iglesia y el Gobierno fabricaban una causa para ‘quemar’ a los campesinos
descontentos” (73).
En Los recuerdos del porvenir, encontramos numerosos actos de violencia: son
frecuentes los fragmentos en los que aparecen cuerpos colgados o ahorcados —en su mayoría
‘indios’ y ‘agraristas’ (16, 89, 99, 192, etc.). La violencia sistemática de este proyecto contra los
‘indios’ queda establecida como una continuidad y no como una excepcionalidad de la
administración del General Francisco Rosas. Esto queda explícito cuando Isabel narra una
historia acerca de la muerte del indio Sebastián a manos de Don Justino. Ante la supuesta
conclusión moralizante (si mientes te matan), Nicolás responde una incomoda verdad: “—Es
natural que ahora cuelguen ellos si antes colgaron ustedes” (104). Ante esto, uno de los presentes
contesta: “Somos pueblo joven, en plena ebullición, y todo esto es pasajero" (104). Contrario al
juicio anterior, en mi opinión, la violencia es propia de la constitución del gobierno mestizo y no
es un momento primitivo de su fundación. Así, en el caso de Ixtepec, la capacidad para fundar
gobierno exige un “orden de terror” en el que “la crueldad se [ejerza] con furor sobre las
mujeres, los perros callejeros y los indios” (69).
También, podemos analizar la inherente violencia del proyecto mestizo haciendo un
énfasis en el paródico personaje de Juan Cariño. ‘El Presidente’ sabe que las palabras hacen daño
y por eso todos “los días buscaba las palabras ahorcar y torturar y cuando se le escapaban volvía
derrotado, no cenaba y pasaba la noche en vela. Sabia que en la mañana habría colgados en las
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trancas de Cocula y se sentía el responsable” (61). Las palabras ‘ahorcar’ y ‘colgar’ no son
ajenas a la realidad de Ixtepec. Por el contrario, son fantasmas repitentes e incesantes. La
responsabilidad de Juan Cariño remite al conocimiento de la violencia de la palabra dentro del
proyecto moderno. ‘El presidente’ muestra la violencia que está detrás de las palabras “([Juan
Cariño] contestaría a la violencia [de Rosas] con la violencia” (87). La violencia está en la
fundación misma del proyecto del ‘hombre ilustrado’ (mestizo). En este sentido, la parodia
ocurre porque la violencia no está en las palabras sino en las acciones que las acompañan1.
Ahora, momentáneamente, Francisco Rosas controla la violencia del proyecto mestizo. Por eso,
en manos de Juan Cariño, las palabras son inútiles. Por el contrario, en las manos de Rosas,
tienen (en la mayoría de las ocasiones) todo su poder de acción: “cada vez que [Rosas] tiene un
disgusto… nos encarcela y nos ahorca” (60).
En Ixtepec, Francisco Rosas es la personificación de la violencia. El general es el
soberano, quien decide sobre la vida y la muerte. Sin embargo, el acto soberano de Rosas se
percibe, en varias oportunidades, trunco y carente de autoridad. En la primera parte, la causante
de esto será Julia; en la segunda parte, Isabel. En el capitulo XIV de la segunda parte, el juicio
soberano de Rosas encuentra su punto de quiebre: la respuesta de Nicolás a la decisión de Rosas
de perdonarlo. Contrariando a Rosas, Nicolás vuelve para ser fusilado y morir junto a los otros
rebeldes:
Francisco Rosas se volvió contrariado: había reconocido la voz. Nicolás
Moncada, muy pálido, avanzaba hacia él en línea recta. Desconsolado por la
presencia del joven, el general buscó a los oficiales y se encontró con sus caras
fatigadas de sangre. ‘No aceptó mi perdón…’ Palideció y se golpeó los muslos
con la palma de las manos (286).
1 “[Tomas Segovia] pensó en el nuevo idioma oficial en el que las palabras 'Justicia", "Zapata", "indio" y "agrarismo" servían para facilitar el despojo de tierras y el asesinato de los campesinos” (73).
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Ante un General sin soberanía, la violencia acaba con todo a su paso (incluso con el
mismísimo Francisco Rosas) y conserva el proyecto mestizo: “Vinieron otros militares a
regalarle tierras a Rodolfito y a repetir los ahorcados en un silencio diferente y en las ramas de
los mismos arboles, pero nadie, nunca mas, inventó una fiesta para rescatar fusilados” (292, el
énfasis es mío). La impersonalidad de la violencia de este proyecto sólo busca legitimarse e
impedir ante todo “el único punto que había… la repartición de las tierras” (153).
En síntesis, la violencia no es personal sino que irradia del sistema mismo de gobierno
nacional. Hacia el final de la novela, Isabel parece alcanzar ese ‘orden perfecto e inerte’ que
Dorotea percibía en esos primeros ahorcados al principio de la narración: “Los indios colgados
obedecían a un orden perfecto y estaban ya dentro del tiempo que ella nunca alcanzaría” (16). En
esos momentos, para Isabel, el futuro “no existía y el pasado desaparecía poco a poco” (289).
Según cuenta Gregoria, luego de esto, Isabel se convierte en una piedra inerte e estática a causa
de su traición. En la piedra, Gregoria graba una inscripción con la que termina Los Recuerdos del
Porvenir:
Soy Isabel Moncada, nacida de Martín Moncada y de Ana Cuétara de Moncada,
en el pueblo de Ixtepec el primero de diciembre de 1907. En piedra me convertí el
cinco de octubre de 1927 delante de los ojos espantados de Gregoria Juárez.
Causé la desdicha de mis padres y la muerte de mis hermanos Juan y Nicolás.
Cuando venía a pedirle a la Virgen que me curara del amor que tengo por el
general Francisco Rosas que mató a mis hermanos, me arrepentí y preferí el amor
del hombre que me perdió y perdió a mi familia. Aquí estaré con mi amor a solas
como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos. (292)
Esta inscripción funciona como una mitificación de la violencia contra los Moncada. Ahora bien,
cuando Isabel narraba la historia de Don Justino y Sebastián, ella proponía una reciprocidad
entre muerte y mentira que “justificaba” la violencia. De la misma manera, la inscripción en esta
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roca propone una extraña reciprocidad entre la muerte de los Moncada y la historia de traición y
romance de Isabel. No obstante, en mi opinión, lo que petrifica a Isabel no es la traición, como
señala Gregoria, sino la violencia contra su familia. Esa misma violencia que dejó inertes tanto a
sus hermanos como a un gran número de cuerpos que cuelgan a lo largo de Los Recuerdos.
Finalmente, aproximarnos a los cuerpos inertes nos permite empezar a entender dos aspectos de
la narración de Garro: el primero, la violencia es constitutiva del proyecto mestizo; el segundo, la
violencia se oculta y se legítima a través de un recuerdo moralizante que se inscribe y se graba
sobre los cuerpos que ella va dejando inertes. Llegado un punto, la violencia no discrimina y se
dirige a cualquiera. Así, parafraseando a Nicolás, es natural que la violencia ahora fusile a los
Moncada si antes colgaba a los indios.
Textos Citados
Garro, Elena. Los recuerdos del porvenir. México: Editorial Joaquín Mortiz, 2007.