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PROLOGO as memorables imágenes que traen el recuerdo de nuestra vida, son el mágico postigo “abierto al pasado”, por donde se escurren los sueños del mismo, anunciando hechos que creíamos perdidos. Cada imagen nos sale al paso para hablarnos con la eterna novedad de su ancianidad, mientras nos invade un extraño sentimiento de respeto por lo que cada una representa, como testimonio de la actividad espiritual de las generaciones que se fueron. ¡Qué mundo de evocaciones nos sugiere cada relato! Es fascinante poder sentirnos en mitad de historias leídas y moldear la atmósfera en que se desarrollan. Los relatos aquí se van desarrollando según los recuerdos que se despiertan; por esto no siguen un orden determinado, tampoco sugieren recuerdos novelados, y sólo en uno de ellos se hace referencia a la génesis familiar. El propósito que me ha guiado es el de resaltar aquellos sucesos, que de alguna manera han permanecido en la memoria a través del tiempo, que es el que puede dibujar la vida de una persona que desea que la recuerden. He tratado que estos relatos no sean aburridos y que cada uno de ellos deje alguna experiencia para quien lo lea, o lo divierta aunque sea un momento, recordando sus propias vivencias. Debo pedir perdón por el estilo de la narración, que nunca fue mi fuerte; pero lo que sí puedo afirmar es que me ha guiado en estos escritos el ser yo mismo en lo posible. Por último debo agradecer a mi señora por la crítica certera, a mis hijos por permitirme poner aquí algo de sus pensamientos y a María de los Angeles por su paciencia de pasar los escritos en la P.C. 1 L

Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

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Comprende relatos de la vida del primer presidente del Rotary Club de Tolosa, Ricardo Ortiz Pedernera.

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Page 1: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

PROLOGO

as memorables imágenes que traen el recuerdo de nuestra

vida, son el mágico postigo “abierto al pasado”, por donde

se escurren los sueños del mismo, anunciando hechos que

creíamos perdidos. Cada imagen nos sale al paso para hablarnos

con la eterna novedad de su ancianidad, mientras nos invade un

extraño sentimiento de respeto por lo que cada una representa,

como testimonio de la actividad espiritual de las generaciones

que se fueron.

¡Qué mundo de evocaciones nos sugiere cada relato! Es

fascinante poder sentirnos en mitad de historias leídas y

moldear la atmósfera en que se desarrollan. Los relatos aquí se

van desarrollando según los recuerdos que se despiertan; por

esto no siguen un orden determinado, tampoco sugieren

recuerdos novelados, y sólo en uno de ellos se hace referencia a

la génesis familiar.

El propósito que me ha guiado es el de resaltar aquellos

sucesos, que de alguna manera han permanecido en la memoria

a través del tiempo, que es el que puede dibujar la vida de una

persona que desea que la recuerden. He tratado que estos relatos

no sean aburridos y que cada uno de ellos deje alguna

experiencia para quien lo lea, o lo divierta aunque sea un

momento, recordando sus propias vivencias.

Debo pedir perdón por el estilo de la narración, que nunca fue

mi fuerte; pero lo que sí puedo afirmar es que me ha guiado en

estos escritos el ser yo mismo en lo posible.

Por último debo agradecer a mi señora por la crítica certera, a

mis hijos por permitirme poner aquí algo de sus pensamientos y

a María de los Angeles por su paciencia de pasar los escritos en

la P.C.

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Page 2: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

... Me sorprendió tu nueva mirada al pasado. Me refiero a tu interés en poner por escrito algunos episodios de tu vida. No es extraña tu manera de ordenar esos hechos pertenecientes a tu épica más íntima. Creo que todos con el tiempo vamos ordenando lo vivido en una forma narrativa, acercándonos al pasado como buscando descubrir un propósito, una suerte de hilo conductor que en tu caso permitiría unir las calles de Villa Iris en 1928 con las tardes del verano del 2002 en Tolosa. Y desde ya que los episodios elegidos suponen descubrir los infinitos momentos que nuestra memoria no ha guardado, los que forman ahora parte del olvido. De modo que el relato de nuestra propia vida resulta necesariamente una operación literaria de rescate selectivo, tendiente a garantizar como balance la presencia de cierto orden, de cierta voluntad subyacente que habría determinado en cada encrucijada los pasos a seguir. Y aquí se abre a mi juicio otra posibilidad encerrada en esta pregunta: ¿Dónde quedan los días olvidados, los que alguna vez fueron nuestros? ¿Hacia dónde partieron las mañanas lluviosas de todos los otoños que tuvieron a Ricardo Ortiz como testigo?

Mauricio

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Page 3: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

GENESIS

odos alguna vez nos hemos preguntado: - ¿Cuál ha sido mi

origen? ¿Cuáles fueron mis ancestros? ¿Dónde vivieron?

¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos a lo largo de los

años, para que hoy yo sea lo que soy? -.

Esta preocupación ha llevado a algunos mucho tiempo, dinero y

viajes, o bien han contratado compañías especialistas, que se

dedican a estas tareas. Actualmente por medio de Internet

muchas personas buscan su origen, y algunas consiguen entrar

profundamente en ese árbol genealógico que todos tenemos,

hasta el homo sapiens. Yo no pretendo tanto, sólo quiero

conocer los primeros metros del fratal genealógico que nos ha

tocado.

Hace unos años tuve la suerte de conocer a uno escritor

platense, el señor Luis Horacio Velázquez, cuando yo buscaba

datos de mi origen. Al tener conocimiento de que él era el autor

del libro “Vida de un Héroe”, donde se refería a la vida del

Brigadier General Juan Esteban Pedernera, uno de mis

apellidos; me puse en contacto con él, que tuvo la bondad de

visitarme en mi domicilio y desde entonces somos amigos.

Me contaba Horacio que cuando él era joven y trabajaba en

tribunales, fue a una casa en La Plata, a llevar una cédula a un

señor que tenía un gran cuadro de un militar en su living, cuya

pintura lo cautivó y quiso saber algo del hombre retratado. El

dueño de casa, que era admirador del General, le contó algunas

hazañas de Pedernera. Así empezó su curiosidad por este

militar y dedicó mucho tiempo para escribir su libro.

Es posible, aunque no con certeza, que el matrimonio con que

se inicia el relato de Velázquez, fuese el origen de la familia

Ortiz-Pedernera; ya que estos nacieron en San Luis, lugar

donde se supone que se radicó definitivamente el matrimonio

peninsular, al que se hace referencia en el libro citado.

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Page 4: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Expresa en su libro Velázquez: ...“En un rincón de España,

donde confluyen los ríos Pisuerga y Esgueva; vive sus glorias

seculares la ciudad de Valladolid”...

En ella existe una biblioteca de provincia, custodiada

religiosamente por la Universidad, en mérito a los curiosos

documentos que atesora y la pretérito de su fundación, que se

extravía en la penumbra de la Edad Media, pues se remonta

más allá del año 1260.

En los vetustos anaqueles, entre añejos legajos, se conserva un

infolio muy singular; manuscrito en fuertes hojas de pergamino,

cuyas tapas de historiadas letras góticas, con mayúsculas

miniadas, dejan leer: “Libro de caballeros que emigran a

América”. No se han borrado aún los rasgos que hablan de

misioneros y conquistadores.

El investigador curioseando los folios polvorientos, al llegar

justamente a la página 142, podrá sin duda enterarse de cómo

un valiente hidalgo de treinta y cuatro años, oriundo de Castilla

la Vieja; buscaba en la aventura un nuevo curso a sus días,

hasta entonces sosegados, de la vida peninsular. Después de

cumplir un retiro espiritual que duró tres días y luego de recibir

los santos sacramentos, obteniendo los permisos del caso y los

documentos de limpieza de sangre y honradez; transfiere sus

bienes a su hermano mayor, se desposa con una mujer

vallesoletana y juntos parten rumbo a América, a su viaje de

odisea y peligro, el que se inicia aquel 26 de Agosto del lejano

1644.

Este castellano llamábase Juan Cruz Pedernera, su esposa María

del Carmen Ortiz. De ellos jamás se obtuvieron otras

novedades. Al pie de la página del infolio, con tinta y una

anotación, nos hace saber: ...“Han pasado cinco años y meses,

sin recibir comunicación alguna de Juan Cruz Pedernera y de su

mujer. Se teme que hayan sido muertos por los indios que,

según noticias, son feroces en esas tierras. Sólo se ha sabido

que el barco que los conducía llegó felizmente a Santa María de

los Buenos Aires”...

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Page 5: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Siguiendo ahora el relato de Velázquez, parece ser cierto que el

matrimonio peninsular se afincara en la provincia de San Luis,

en las cercanías de la localidad hoy llamada “El Morro”. Desde

allí se irradiaría el apellido Pedernera a gran parte de la

provincia de San Luis.

Sin duda alguna, el General Juan Esteban Pedernera fue parte

de esa extensión. No se puede negar que este apellido pertenece

a San Luis; esto lo confirma el importante departamento que

lleva hoy su nombre.

Es muy posible que mi bisabuelo Pedernera perteneciera a la

rama genealógica del General. De ahí llegamos a mi abuelo

Juan Pedernera, quien se casó con Romualda Garro;

matrimonio que da lugar al nacimiento de mis tíos: Manuel,

Baltasar, Juan, Ramona, Griselda y Elisa, que era mi madre.

En particular Don Juan Pedernera, abuelo por parte de mi

madre, fue el dueño de las tierras que se llaman “Ensenada del

Carmen” y “Los Comederos”; que se extienden desde la

cumbre de la sierra de San Luis, hasta el valle que conforma

con las sierras “El Gigante”, que están más al oeste. Estos

campos se encuentran en el Departamento Pedernera, a treinta

kilómetros de la ciudad de San Luis, al norte; y son fáciles de

ubicar, pues se distingue en ellos a simple vista, una gran

mancha roja sobre la falda de la sierra, que recibe el nombre de

“Tierra Colorada”; que no es otra cosa que un yacimiento de

arcilla que allí existe.

Así se establecieron mis abuelos maternos, en los campos de mi

bisabuelo, alrededor del año 1875.

Sobre el apellido de mi padre, es poco lo que puedo decir. No

he podido conseguir noticias de sus antepasados. Sólo puedo

decir que el apellido Ortiz es muy común en San Luis, pues hay

muchos que lo tienen; pero si existe algún parentesco debe ser

muy lejano. Mi padre fue hijo único del matrimonio de mi

abuela Bernardina Orozco y de mi abuelo Laureano Ortiz; nació

en un campo cercano al Río Quinto, en San Luis.

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Page 6: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Mi abuelo paterno muere cuando mi padre era muy joven, y mi

abuela al poco tiempo contrae matrimonio con un vecino del

lugar, llamado Javier Miranda, que era viudo también, el cual

tenía hijos de su matrimonio anterior, llamados: Tomás,

Francisca, Florencio, Calistra y Aniceta. Más tarde, mi abuela

con Miranda tiene otros hijos, que resultan ser hermanos de mi

padre por parte de madre, ellos son: María, Angela, Eduarda y

los mellizos Javier y Toribio.

El 15 de Agosto de 1914, se casa mi padre con Elisa Pedernera.

En ese entonces él trabajaba como abastecedor de carne en el

mercado de la ciudad de San Luis. Al poco tiempo quiere

probar fortuna en los ferrocarriles, que tenían un buen

desarrollo y el pago era bueno. Así fue como trabajó en el

ferrocarril Pacífico, en la construcción del ramal Bahía Blanca-

Huinca Renancó, estableciéndose en Villa Iris en el año 1917,

para trabajar en el ferrocarril Bahía Blanca Noroeste.

El matrimonio Ortiz Pedernera tuvo cinco hijos, sobreviviendo

solamente Ricardo, que nació en Villa Iris, el 23 de Julio del

año1919; época en que la mortalidad infantil era muy

importante y significativa. Todos mis hermanos murieron al

nacer, con la única excepción de Ramón, que falleció a los dos

años.

Para ubicarnos en el tiempo, diremos que Ricardo nació al

terminar la primera guerra mundial; año que se recuerda en

nuestro país por los hechos ocurridos en Buenos Aires,

denominados “La Semana Trágica”. También en este año viene

a nuestro país, como embajador de México, el poeta Amado

Nervo; y como otro hecho sobresaliente, en ese mismo año, se

establece por primera vez el correo aéreo con Chile. Además

tiene lugar el primer vuelo sin escala entre América y Europa,

realizado por los pilotos Alcock y Brown.

Mis primeros años transcurren en Villa Iris. Este pueblo nace

con el ferrocarril Bahía Blanca Noroeste, concentrándose en él

la producción agrícola y ganadera de la región; el mismo se

encuentra situado a 110 km al suroeste de Bahía Blanca, justo

en el límite con La Pampa.

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Page 7: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En 1928, la familia se traslada a Hucal, un pueblo creado

exclusivamente para ferroviarios, ubicado en un pozo, entre

médanos y colinas de La Pampa. Allí el niño Ricardo terminó

de crecer.

Al pasar los años, Ricardo también hizo su aporte a la

ramificación de este árbol genealógico, aumentándolo con sus

dos hijos Mauricio y Marcelo, los cuales han continuado

enriqueciéndolo con los nietos y bisnietos. Esperamos que este

árbol se multiplique y sigan creciendo sus ramas...

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Page 8: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

LA PRIMERA ESCUELA

os primeros años de mi vida transcurrieron en un pueblo de

la provincia de Buenos Aires, situado al noroeste de Bahía

Blanca, a 110 km, que se llama Villa Iris y está a sólo una legua

del límite con la provincia de La Pampa. Estos primeros años

comprenden el período desde mi nacimiento, en 1919, hasta

aproximadamente el año 1926. Mi apellido es Ortiz-Pedernera y

su génesis proviene de España, pero este tema lo desarrollaré en

otro relato.

Es bueno situar en la historia los acontecimientos ocurridos en

el año 1919. Había finalizado recién la primera guerra mundial,

no obstante todavía quedaban la pesada carga del odio que aún

no se había apagado, tan fue así, que el premio Nobel de la Paz

se declaró desierto. También se conoce ese año en nuestro país

por los incidentes sociales que se llamaron genéricamente la

“semana trágica de Enero”. No puedo con mi genio de poner

una referencia aeronáutica; ese año también, el Teniente

Locatelli cumple el raid de unir las capitales de Chile y la

Argentina.

Según me contaron mis padres, mi nacimiento ocurrió el día 23

de Julio a las 3 de la mañana; mi madre fue atendida por el

único médico que tenía el pueblo, cuyo nombre era Ricardo,

razón por la cual me pusieron ese nombre, pues si hubieran

usado el nombre de santo que correspondía al día de

nacimiento, como se acostumbraba en esa época, éste hubiera

sido Apolinario, lo cual en el futuro no me hubiese hecho

ninguna gracia. Mi padre estaba ansioso por tener un hijo, ya

que poca suerte tuvo con los anteriores, Manuel y José, quienes

murieron antes de mi nacimiento. En esa época la muerte

infantil era muy común, por las condiciones sanitarias y por

falta de la medicina científica, que hoy tenemos a nuestra

disposición; era esa la razón de las familias numerosas, que a la

postre se veía diezmada por epidemias y las enfermedades

comunes de la infancia, la tasa de natalidad en la Argentina

para ese entonces era de 32 por mil.

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Page 9: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Así mis padres tuvieron después de mi nacimiento, dos hijos

mellizos que murieron al poco de nacer, por lo cual resulté el

hijo único de la familia, no por eso me salvé de contraer todas

las enfermedades de ese tiempo, pero por suerte conseguí pasar

los exámenes.

Volviendo a la noche de mi nacimiento; mi padre regresaba esa

madrugada en un tren carguero desde Hucal y tuvo el primer

aviso al ver luz en su casa, que desde la locomotora divisaba

con comodidad, pues el pueblo era pequeño, formado por casas

bajas.

En esa ocasión, y a pesar de que él pertenecía al personal

estable del galpón de máquinas de Villa Iris, a veces cuando era

necesario realizaba las funciones de “pasa leña” en algunos

trenes locales, y de esa manera fue que, parado sobre la carga

de leña en el tender de la locomotora que entraba al pueblo,

pudo tener la certeza de que había nacido su hijo tan esperado.

Los primeros recuerdos que vienen a mi mente pertenecen a lo

acontecido durante los 4 ó 5 años iniciales de mi vida, donde mi

padre me enseñaba las primeras letras, lo que me permitió

poder leer a esa edad los titulares del diario “La Prensa”.

Mi padre no tuvo mayormente escuela, pero tenía muy claro el

concepto de la educación como un aporte indispensable del

hombre para desarrollarse en la vida, fue así como tuvo gran

influencia en la educación de sus hermanos, y sobre todo en la

hermana menor (Por parte de madre, ya que él era hijo único

del primer matrimonio de mi abuela) de nombre Eduarda, que

la apoyó hasta que fue maestra y luego le consiguió trabajo en

Villa Iris.

Es así como puso todo su empeño para que su hijo fuese a la

escuela lo antes posible, mientras tanto le enseñaba lo mucho o

poco que sabía, de manera que cuando ingresé a la escuela

primaria yo sabía leer, escribir y contar más allá de 100 a los

seis años.

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Page 10: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

De aquellos años quiero destacar dos aspectos que ponen en

relieve esta regresión estática de mi vida, relacionados con mi

primera escuela. Uno de ellos ocurrió al ingreso de la misma,

que de alguna manera señaló mi comportamiento futuro del

aprendizaje de las ciencias.

A los primeros días de mi ingreso a la escuela, que ocupaba la

esquina próxima a mi casa, la maestra quiso diferenciar a los

alumnos dentro del aula por los conocimientos que traían de sus

hogares; para lo cual dividió al salón a lo largo en dos zonas, a

la izquierda los que no sabían contar y a la derecha los que

sabían contar hasta diez; los de la izquierda representarían al

primer grado y los de la derecha al primer grado superior; para

esto hizo parar a cada alumno para responder a la pregunta si

sabía contar, y si así respondía, le pedía para certificar su

conocimiento, que contara hasta diez.

A los que contaron bien los hacía sentarse en el lado derecho

(Yo estaba sentado en el izquierdo), cuando me tocó mi turno

empecé a contar en voz alta, pero para demostrar que sabía más

de diez, cuando llegué a ese número seguí contando, y sólo paré

de hacerlo cuando la maestra disgustada dijo: -¡Basta!- varias

veces, y para demostrar su enojo me dijo: -¡Quédese sentado en

su banco!-. De esta manera me condenaba a estar entre los que

no sabían contar, sin embargo como me asistía el derecho de

saber contar por lo menos hasta diez, cuando la maestra no se

dio cuenta, ocupé un banco de la derecha y de esa manera logré

mi primera promoción educativa.

En primer grado superior me destaqué por los conocimientos

que me había dado mi padre y por lo gritón, pues por cualquier

inconveniente saltaba con el grito: -¡Señorita, señorita!- y este

proceder ponía tan mal a la maestra, que terminaba de plantón

en un rincón del aula o demorado después de clase. El segundo

aspecto que recuerdo es el que señala la preocupación,

dedicación y responsabilidad del cuerpo docente de esa época,

en cuya escuela, alejada de todo centro cultural, trataban se

suplir su ausencia con su imaginación, a fin de orientar al

alumno en el conocimiento de lo que ocurría fuera del ámbito

pueblerino.

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Page 11: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Así fue como, con el conocimiento de la Directora, imaginaron

todas las alternativas de un viaje virtual a la ciudad de Buenos

Aires con la participación de todos los alumnos.

Cada maestra en su aula, y eligiendo el pizarrón como tela de

un gran cuadro, dibujaba aspectos de la ciudad elegida, es

interesante destacar la maestría que demostraban al reproducir

con tizas de color todos los elementos que intervienen en un

viaje, para luego hablar sobre ellos. Debemos recordar que en

ese tiempo las escuelas no contaban con material didáctico, y

hasta los mapas se dibujaban en el pizarrón.

Se puso el plan en ejecución, solicitando el permiso de los

padres para que pudieran viajar los chicos, esto revolucionó al

pueblo, pues muchos creyeron que era verdad lo del viaje. De

esta manera también participaron los padres en este seudo viaje

y le permitió a las maestras tratar temas que iban desde la ropa

que debían llevar, hasta cómo comportarse en el tren y en todo

el transporte de la ciudad, la visita a los museos y lugares de

esparcimiento; todo esto con la historia de los pueblos que iban

pasando durante el viaje. Por un tiempo largo no había otro

tema en la escuela. No hay duda de que los alumnos

aprendieron mucho y que valió el engaño.

Claro, que en un momento hubo que confesar que el viaje no se

hacía y los motivos dados, ahora no los recuerdo, pero sí todos

quedaron satisfechos, la imaginación voló en cada niño; la idea

había resultado excelente...

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Page 12: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

HUCAL UN PUEBLO FERROVIARIO

n 1927 fuimos a vivir a Hucal, este lugar era un “Centro

Ferroviario” como el que existía en Toay, con la diferencia

que éste último estaba dentro de un pueblo, que si bien gran

parte lo formaban los ferroviarios, no por eso dejaba de tener

vida propia, lo cual no ocurría en Hucal. Este era un pueblo

exclusivamente de ferroviarios y se intercalaba entre dos

cabeceras: una norte Toay y la otra al sur, llamada Maldonado

(Bahía Blanca), esta última no solo comandaba los talleres de

los “Centros”, sino también que regulaba el tránsito ferroviario

tanto de pasajeros, como la carga de cereales y animales en pie

dentro de toda esa región pampeana.

El grueso de la producción era el trigo y animales vacunos que

producía esa zona con grandes rendimientos; basta recordar que

por muchos años, un pueblo cercano llamado Alpachiri, por el

año 14, había logrado el record de la cosecha nacional. Tan

importante como el trigo era el transporte de hacienda, que en

su gran mayoría se enviaba para los frigoríficos de Bahía

Blanca (Cuatreros).

Este apoyo logístico para el movimiento de trenes, cerealeros

en su mayoría, permitían asegurar el flujo de cargas, sin

mayores inconvenientes, sobre todo para la época de cosechas,

hacia el puerto marítimo mas cercano y de gran tráfico, que

representaba la salida para las exportaciones a Europa, me

refiero al puerto de Ingeniero White (Bahía Blanca).

Por esta razón Hucal, que se encontraba más o menos en el

punto centro entre Santa Rosa (Toay ) y Bahía Blanca

representaba, desde el punto de vista ferroviario, un lugar

importante de apoyo para asegurar que los cereales y el traslado

de hacienda estuviera perfectamente asegurado.

La organización ferroviaria de esa época contemplaba dos

grandes sectores: “Tráfico” y “Tracción”.

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Page 13: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

El tráfico gobernaba el movimiento de los trenes, era

responsable de cumplir los horarios de salida y llegada; también

manejaba las cargas, almacenándolas en galpones

transitoriamente y luego las embarcaba en vagones para formar

nuevos trenes de carga.

Era el ente ferroviario que estaba en contacto con el exterior del

ferrocarril, y el que representaba en esta tarea, como así el

responsable, era el llamado “Jefe de Estación”, que además

tenía, como tarea auxiliar, el cargo del personal de guardas, de

auxiliares de estación, cambistas, peones y la cuadrilla de

reparación de vías; estos últimos recibían el apodo de “Los

Catangos”, nombre de un coleóptero muy común de la pampa.

La sección de Tracción era la encargada de los talleres de

mantenimiento y reparaciones de la Planta de Movimiento, es

decir las locomotoras. Existía una relación funcional con

Tráfico, que dependía de una Superintendencia que se

encontraba en Maldonado ó Ingeniero White, quienes

manejaban todo el movimiento de esa región.

El jefe de la sección Tracción podía tomar decisiones, pero

dentro de su área, sin modificar los programas de recorrido y

horarios de los trenes, que los ingleses llamaban “Diagram”.

El jefe de esta sección comúnmente se llamaba Encargado

General, el cual cumplía su misión con tres encargados de turno

(12 a 20, 20 a 4, 4 a 12 horas); uno de estos encargados de turno

era mi padre. El personal que tenía a cargo directo eran los

ajustadores, caldereros, mecánicos, bomberos que cargaban de

agua a las locomotoras, peones pasa leñas, llamadores y

aspirantes; además con cargo indirecto estaba el personal de

conducción formado por la “yunta”, foguista y maquinista.

Es interesante detenernos un poco para comentar la tarea de la

“yunta” de locomoción. El foguista y maquinista recibían la

locomotora que conduciría un tren formado que disponía

Tráfico.

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Page 14: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Recibían la locomotora del Encargado de Turno, y antes de

retirarla de la órbita de Tracción, debían revisarla para dar su

aprobación y además aceitarla; trabajo éste último que estaba a

cargo exclusivo del foguista; el maquinista como era

responsable del tren, una vez en camino era muy exigente, y si

todo no estaba en orden después de la inspección minuciosa que

hacía de todos los mecanismos y dispositivos de la máquina, no

la recibía, en este caso hacía un “report” (Informe) al

encargado, por escrito para deslindar toda responsabilidad por

el atraso que podía sufrir un tren determinado.

Una vez recibida la locomotora, la “yunta” se presentaba a

Tracción y quedaba a las órdenes del Jefe de Estación, para

luego, cuando éste le daba salida, quedar a cargo absoluto del

tren y todo lo que podía ocurrir desde ese momento era de su

total responsabilidad frente a la superintendencia de Maldonado

ó Ingeniero Withe, según fuera el caso.

La yunta de locomoción trabajaba según lo establecido en el

diagrama confeccionado por la inspección general, de manera

que su horario era por demás variado y se cumplía durante

cualquier momento del día. Además según como se distribuyera

el tráfico, había días que la yunta estaba a “orden”, no podía

alejarse de sus casas, por si la necesitaban para formar un tren

en el cual no se había presentado la yunta que le correspondía

por alguna causa, todo está dispuesto para asegurar que se

cumpla el “diagram”.

Tan es así que para evitar los olvidos o quedarse dormido si les

toca trabajar de noche, existía la figura de “llamador”, que tenía

la tarea de concurrir al domicilio del foguista y del maquinista,

para despertarlos y comunicarles la hora en que debían

presentarse, todo amparado por una “foja de servicio” que les

entregaba por orden del Encargado de Turno.

A veces la “yunta” era acompañada por otro obrero que recibía

el nombre de “pasaleña”, esto ocurrió en las épocas que las

locomotoras usaban como combustible leña, la cual se

transportaba en el “tender de la máquina” y además en un

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Page 15: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

vagón adosado en la parte trasera de la misma, de manera y

cuando era necesario; durante la marcha el pasaleña tenía la

misión de pasar los trozos de leña que se encontraban en el

vagón al tender, para que el foguista, desde el último depósito

alimentara el hogar de la caldera, y de esta manera mantenían el

fuego a la temperatura adecuada, para que la presión de vapor

fuese lo suficientemente alta como para lograr la potencia

necesaria en la máquina de vapor, con el objeto de “tirar” la

ristra de vagones cargados.

Entre el personal de locomoción se establecía una carrera

dentro del escalafón del personal ferroviario, que se iniciaba

por el aspirante a foguista, personal este que en un principio

estaba a las órdenes del en cargado, para luego cuando se le

asignaba a una “yunta”, quedaba en manos de la misma.

Dentro del ferrocarril, la carrera de maquinista como se la

llamaba, era importante, pues podía llegar hasta el cargo

máximo, “Inspector de Máquinas”, donde el sueldo era

importante, por esta razón muchos elegían esta carrera y

aceptaban las condiciones que eran bastante rígidas, las cuales

se ponían a prueba en exámenes periódicos al pasar de una

categoría a otra, exámenes serios y rigurosos, de los cuales

tenían dos oportunidades para seguir adelante, en caso contrario

debían permanecer en la clase que se encontraban resultando su

posición en la empresa, de esa manera muy débil, lo que iba de

acuerdo con su calificación anual.

El ferrocarril tenía una organización de trabajo, que para esa

época era única en el país, y sirvió de base para otras empresas

en el futuro. También esta organización de la empresa

ferroviaria condujo a la primera organización obrera, que

adquirió suma importancia y sirvió también como ejemplo para

otros obreros de otras fábricas, para crear sindicatos que

regulaban las relaciones Empresa-Obrero.

Recuerdo que contaba mi padre, que cuando se estaba

instalando la línea ferroviaria Bahía Blanca-Justo Darac, se

inició una huelga general que paralizó completamente los

trabajos.

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Page 16: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Los ingleses, dueños en ese entonces de los ferrocarriles,

quisieron “romper” la huelga, y para ello trajeron obreros

hindúes, los cuales eran transportados hasta llegar al lugar de la

obra en vagones cerrados, al llegar a la misma se abrían estos,

salían los hindúes corriendo y confusos, por el modo como

habían sido transportados y donde los desembarcaban. Los

hindúes volvieron a sus campamentos en Rosario, donde

residían. Estos habían sido traídos por los ingleses para trabajar

en los ferrocarriles del norte.

Muchas anécdotas se pueden contar sobre la vida ferroviaria,

sobre todo la forma en que vivían sus actores, en general

aislados en “campamentos”, pues esos pueblos como Hucal no

eran otra cosa; los incidentes “sociales”, que a menudo ocurrían

en general por la convivencia de casados y solteros, a pesar que

el ferrocarril teniendo en cuenta este problema, construía

colonias para casados y bien separadas colonias para solteros.

Estos hechos eran más frecuentes en el gremio de los

maquinistas casados que se ausentaban de sus esposas, las

cuales aprovechaban esta circunstancia para flirtear con algún

joven aspirante cuya edad estaba entre los 19 y 20 años.

En otro de mis relatos me referiré a la vida social de ese centro

ferroviario donde pasé parte de mi adolescencia y juventud.

Ahora quiero referirme a esa figura ferroviaria que se llamaba

aspirante a foguista, o como más comúnmente se lo designaba,

es decir “aspirante”.

Para ingresar a la carrera de maquinista era necesario tener 18

años, y preferencialmente ser hijo de ferroviario, tener los

estudios primarios terminados y luego pasar por una revisión

médica corriente.

Generalmente todos los hijos de ferroviarios con cargo, eran

llamados cuando cumplían sus 18 años; si el número era menor

que las necesidades de la empresa, se seguía citando a los

demás, incluso a los que no pertenecían a la familia del riel.

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Page 17: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Se los citaba al corazón del ferrocarril (En ese caso Ferrocarril

Sud), en los Talleres de Remedios de Escalada, allí eran

entrevistados y procedían a cumplir los requisitos solicitados.

Una vez ingresados eran destinados a los principales centros

ferroviarios con “Talleres de Máquinas”; uno de esos lugares

era Hucal, no el mejor, pero sí de mucha actividad, donde

debían permanecer 2 años como mínimo para tener licencia, era

un lugar de los no recomendados, como podría serlo Remedios

de Escalada mismo, Tolosa ó Bahía Blanca.

No sé cómo se hacía esa selección, pero muy posible que a

Hucal no llegaban los mejores, y es así que estos jóvenes

apartados de sus familias, de una ciudad o pueblo importante, y

digamos, lanzados al “pozo” de Hucal, no representaban un

grupo de estudiantes religiosos, todo lo contrario, cuando no

trabajaban trataban de buscar tareas que los divirtieran y los

hicieran olvidar dónde se encontraban.

Vivían en general en colonias separadas y eran los

emprendedores de todas aquellas actividades, que de algún

modo los divirtieran y distraían, como una manera de olvidar lo

que habían dejado; asistían a todo baile que existiera en el

pueblo o en las chacras vecinas, eran cazadores, y sobre todo

jugadores de fútbol, bochas, tabas y principalmente los naipes.

Enamoraban cuantas chicas conocían y era famoso su andar en

este terreno, que no faltará ocasión de referirme a estos hechos;

ahora quiero contar especialmente la acción del juego de

naipes, que casi todas las noches ejercitaban en una casilla

especial que poseía el ferrocarril, que se usaba para las

reuniones del gremio ferroviario.

Siempre recuerdo la casilla de los juegos de naipes; era de

madera y tendría 10 m de ancho por 20 de largo, no deja de ser

un galpón más, pero tenía una característica, estaba pintada de

color negro, posiblemente con aceite de petróleo para que

durara más, en el centro había una gran mesa, donde se reunían

los ferroviarios no sólo para discutir sus problemas gremiales,

sino para impartir docencia, pues como para pasar de una

categoría a otra en la carrera de maquinista, era necesario pasar

17

Page 18: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

un exámen bastante riguroso; los mismos maquinistas de

experiencia daban clases a los aspirantes, a los foguistas y a los

que aspiraban a la categoría de maquinistas de carga. En esa

casilla donde se impartía docencia y se discutían problemas

serios de trabajo, de noche se convertía en un garito.

Como recuerdo final de esta historia, tengo presente cuando una

noche uno de los jugadores, que ya era un “viejo”aspirante, que

se llamaba Festa, jugando al “tute”, cada vez que cantaban las

cuarenta, sacaba un revólver y disparaba al techo de chapa, y

como esa noche tuvo mucha suerte, como testigo dejó varios

agujeros. Por cierto, eso le trajo problemas. Fue suspendido y

debió arreglar los daños ocasionados.

Aquí terminamos por ahora este Relato Ferroviario.

18

Page 19: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

UNA ESCUELA EN LA PAMPA

uando me refiero a La Pampa, pienso en el pueblito

ferroviario llamado Hucal, que si nos ajustamos a la

etimología de la palabra deberíamos decir Ucal, pues se

cometió una equivocación cuando se pusieron los nombres a los

Departamentos de la región. En realidad el término proviene de

ucalm, voz india que significa paraje fuera de la vista, es decir,

a trasmano, otros lo llaman el Pozo, y aún cuando este nombre

no tenga raíz histórica, es acertado pues es un pozo, nunca está

a la vista. La vía ferroviaria que une Bahía Blanca con Toay

cruza al pueblo entrando en un verdadero pozo de un largo

aproximado de 3 a 4 km, donde los bordes del bajo estaban

formados por pequeñas elevaciones que nosotros llamamos

lomas.

La estación del ferrocarril Bahía Blanca Noroeste en un

principio se llamaba Ramón Blanco, todavía en el año 1929 se

leía aunque algo borroso ese nombre, que según los viejos del

pueblo, había sido el dueño de todos los campos de la zona

antes que la familia del que fue presidente de la nación, Don

Marcelo Torcuato de Alvear, los comprara y construyera una

estancia importante, que estaba formada por un casco principal

con todas las construcciones auxiliares de una gran estancia de

esa época, rodeada en toda su periferia de varios bungalow para

los invitados de Buenos Aires que, concurrían en sus

vacaciones en tren especial que despachaba el ferrocarril para

esta tarea también especial. Para nosotros que éramos chicos,

representaba todo un espectáculo ver llegar a todas esas señoras

con sus respectivos acompañantes, sus valijas y sus mascotas;

ya no faltará oportunidad de hablar sobre este tema con más

detalle.

Terminaba de formar el pueblo: la iglesia, la comisaría – en

realidad era sólo un destacamento -, las colonias ferroviarias y

la escuela con grados primero y segundo superior, llamado así

por lo adelantado de los temas que enseñaba, ya que la mayoría

de los alumnos terminaban allí su escolaridad, y solo a 80 km,

existía la posibilidad de seguir estudiando.

19

C

Page 20: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

La escuela la dirigía una directora, maestra matriculada,

teniendo como ayudante docente una maestra sin título, que en

esa época se reconocían y las cuales se desempeñaban muy bien

en general y contribuían a resolver un problema educativo muy

serio, gracias a esas realmente maestras, que el país algún día

deberá reconocer.

La escuela era una casa de campo, colocada en el medio de una

chacra que se extendía entre el predio que ocupaba la estancia y

la única calle paralela a la vía ferroviaria que servía como

entrada al pueblo. No había a su alrededor ninguna otra casa, de

manera que ésta se destacaba perfectamente por su construcción

de material pintada, de blanco, con un molino de viento y los

álamos que la rodeaban junto a un pequeño corral que servía

para los animales que poseía la escuela y para desensillar y

soltar los caballos que tiraban los sulky donde venían los

alumnos de los puestos vecinos a la estancia, como también

aquellos otros que sólo venían montados.

Esto me recuerda una carrera que le propuse a uno de esos

chicos que venían a caballo, el asunto estaba en quién recorría

más rápido la distancia entre dos árboles de caldén que se

levantaban en la citada calle, para lo cual el jinete me daba algo

así como 20 metros de ventaja, ya que yo corría a pie. No

recuerdo cual era el premio, pero lo cierto es que yo, a pesar de

ser un buen corredor nunca podría ganar, sin embargo como no

habíamos establecido reglas sobre el desarrollo de la corrida,

sólo el inicio y el final de la misma, se me ocurrió una treta para

ganarle, aunque ésta no era tan original como la paradoja de

“Aquiles y la tortuga”. La misma consistía que en el momento

que el caballo estuviera por pasarme, yo me plantaba en el

medio de la calle, y levantando los brazos al mismo tiempo que

gritaba, hacía que el caballo se asustara y por lo tanto se

detenía, empezaba a brincar con el riesgo de que el jinete diera

por el suelo. Esta manera de proceder trajo gritos de aprobación

y de disgusto entre todos los alumnos que hacían de

espectadores de esta singular carrera, lo que se tradujo en un

gran alboroto que hizo que muchos se fueran a las manos y

otros dispararan a sus casas, entre los cuales me encontraba yo.

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Page 21: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

No sabemos cómo, pero este incidente llegó a los oídos de la

maestra, a pesar de que el mismo había ocurrido al finalizar las

clases y fuera del territorio de la escuela, sin embargo, en esa

época las maestras se consideraban responsables de la conducta

de sus alumnos, no solo en el ámbito de la escuela, sino

también fuera de ella, de manera que al otro día al entrar al

aula, lo primero que la maestra hizo fue hacernos parar frente a

los demás compañeros, a los dos corredores del día anterior,

poniéndonos como muestra de lo que no debe hacerse,

acompañando esta acción con una lección de urbanidad y de

corrección de los alumnos, aún fuera de la escuela. Allí no paró

el asunto, los dos culpables directos tuvimos que escribir

después de clase, cien veces “no debemos comportarnos mal, ni

fuera ni dentro de la escuela”, claro que generalmente nosotros

disminuíamos la tarea, pues usábamos dos lápices

simultáneamente; la maestra sabía de esta chicana, y según el

día, nos perdonaba o nos aumentaba el castigo.

Existen muchos recuerdos del tiempo que pasé por esta escuela.

Pero los dejaremos para otra ocasión, donde aprovecharemos

para contar otras anécdotas donde se mezclan también otros

protagonistas.

21

Page 22: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

UN VIAJE FRUSTRADO

n otros relatos he dado una descripción del pueblo

pampeano Hucal, donde pasé parte de mi infancia y

juventud. A ese lugar muchos llaman “el Pozo” pues está

rodeado de lomas, lo suficientemente altas como para

representar un inconveniente importante para el tráfico

ferroviario, sobre todo hacia la salida para Bahía Blanca.

Esta ciudad significaba para Hucal “La punta de riel”, pues

allí terminan por lo general los viajes que hacían los

lugareños pampeanos.

Esa ciudad no sólo era la meta viajera donde iban de

compras, hacer negocios, contraer matrimonio o pasar sus

vacaciones, sino que significaba algo muy especial que

todos algún día soñaban ir a conocer; de manera que aquel,

que por alguna razón se proponía hacer el viaje, lo

anunciaba con antelación suficiente para que todo el pueblo

se enterara y lo comentara. Por lo tanto no era raro que en

cualquier reunión soltaran la pregunta para iniciar la

conversación sobre la suerte que le tocaba al viajero: ...-

¿Así que el mes próximo se va “Juan” a Bahía?...Esto me

permite recordar otros viajes, como aquel de aquella maestra

que cuando viajaba lo hacía en primera clase, sólo al

comienzo y al final del viaje, puesto que tenía boleto de

segunda, para evitar “lo que dirán”, pero lo que ella no sabía

era que el guarda del tren se encargaba de desparramar la

actitud de la maestra, ni bien se le presentaba la oportunidad

en cualquier reunión del pueblo.

En el período de transición del viaje, el pasajero en ciernes,

se sentía orgulloso y no dejaba de comentarle a nadie lo que

iba a hacer cuando llegara a Bahía, sobre todo si era soltero,

por supuesto que en este viaje participaba todo el pueblo, ya

dándole consejos, recomendaciones, encargándole alguna

compra y en algunos casos hasta lo despedían con una

reunión donde no faltaba el asado, vino, juego de naipes y

taba.

22

E

Page 23: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A fin fue el día de Juan, llegó a la estación con sus valijas

antes que todos los demás, aquí debo recordar que la llegada

y partida de un tren de pasajeros era todo un espectáculo,

donde concurrían los viajeros y los que algo tenían que

hacer, como también los jóvenes, algunos con sus mejores

galas, ya que este acontecimiento adquiría la importancia de

una reunión social. No debemos de olvidar que el tren era el

único medio de comunicación del pueblo con su exterior, ya

que en esa época no se contaba con teléfono, radio y solo

llegaban con el tren los diarios, con días de atraso, y el

correo. Si bien es cierto que el ferrocarril poseía telégrafo

para su uso y también para particulares, éste no se usaba

mucho, pues en general sólo servía para traer malas noticias

y muchas personas temblaban cuando recibían un telegrama;

mi madre era una de ellas.

Bueno, llegó el momento de la partida, y Juan, que ya ha

colocado sus valijas dentro del tren, se dispone a subir al

mismo, pero sólo lo hace cuando el tren inicia su marcha

con la última señal del guarda, pero elige el balcón del

último vagón para poder seguir despidiéndose, dejando de

agitar su mano cuando ya todos se retiran de la estación.

Como dije al principio, no era fácil salir de Hucal, pues el

tren debía superar la pendiente de salida, para lo cual el

maquinista iniciaba la marcha a todo vapor, no obstante, a

pesar de la velocidad inicial que le fuera dada a la formación

de vagones, ésta al llegar a la altura de la señal de distancia,

empezaba a disminuir su marcha hasta alcanzar la

correspondiente al paso de un hombre en el momento de

alcanzar la cumbre. Para dar una idea de este problema vial,

cuando se trataba de un tren de carga, era necesario

colocarle dos máquinas a vapor, para así superar la loma de

salida. Logrado esto, una de ellas volvía al galpón de

máquinas. También estas lomas provocaban otros

inconvenientes, y algunos graves, sobre todo cuando se

cortaba el tren por una rotura de sus enganches y si esto

ocurría al culminar la cuesta, la parte trasera al quedar suelta

tomaba la velocidad de caída libre chocándolo, con el

resultado de un descarrilamiento seguro.

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Page 24: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Así ocurrió una vez en la bajada de Cotita, una parada

próxima a Hucal, donde al volcar uno de los vagones con un

cargamento que llevaba en su mayoría juguetes, estos

quedaron todos desparramados en el campo, para

satisfacción de los chicos de Hucal, que hacían excursiones

para tratar de conseguir algunos.

Volviendo a nuestro relato, cuando el tren llegó a la loma,

allí Juan terminó su viaje, quien primero tiró sus valijas y

luego saltó del tren e inició el retorno con paso cansino. Así

lo vieron llegar sus amigos, con cara de resignación y con

mucha rabia, pues el olvido de su cartera con el dinero y sus

pasajes, que los había dejado en su casa, le impidieron

realizar su sueño a pesar de todos los días que tuvo para

preparar su aventura.

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Page 25: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

EN LOS CAMPOS DE SAN LUIS

nos de mis mejores recuerdos de San Luis fueron los

tiempos que permanecí en la estancia de mis abuelos. El

lugar se llamaba “La Ensenada del Carmen”, se encuentra a 30

Km hacia el norte de la ciudad en el camino que une a ésta con

San Francisco.

En la época que fui por primera vez, en el año1926 (27),

hicimos el viaje con mi madre desde Villa Iris, donde mi padre

se quedó trabajando. El motivo principal para realizar el mismo

fue la salud de mi madre.

Todo el recuerdo que tengo del viaje en tren es que tuvimos que

hacerlo en dos etapas, primero tomamos un local que iba a

López Lecube, donde debíamos esperar el tren que venía de

Bahía Blanca; por la vía Bahía Blanca Noroeste con destino a

Mendoza. Llegamos a López Lecube, un pequeño pueblo que

servía de empalme para varios lugares.

Mi memoria dibuja a una señora delgada con vestimenta gris y

sombrero, en la persona de mi madre, sentada con un chico en

un banco de la estación y al lado una valija; no puedo menos

que hacer una asociación entre esta postal y el cuadro de la

joven que espera el tren de Rockwell, cuadro que adorna mi

actual dormitorio. Frente al banco donde nos encontrábamos se

extendía la playa de maniobras, y más allá se detectaba la

iglesia del pueblo; era una tardecita fría. De ahí en adelante sólo

recuerdo un enjambre de libélulas, tan grande que el tren

patinaba, impidiendo su movimiento, a pesar que el maquinista,

sin duda alguna, habría abierto sus areneras para aumentar la

fricción en las vías; eran tantos los insectos, que los pasajeros

debían cerrar las ventanillas.

Otra particularidad de ese viaje fue cuando llegamos a la

estación Cumbre, ésta se encuentra en un nivel superior a la

vías, ya que está sobre un cerrito, hasta allí se extiende el

Cordón de Sierras que va de San Luis al norte.

25

U

Page 26: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

La ciudad de San Luis en esa época era muy pequeña, recién en

algunas calles se empezaba a hacer el pavimento, la mayoría era

de tierra, mejor dicho, de arena como resultado de la

proximidad de la montaña.

El primer mes estuvimos en la casa de los padrinos de

casamiento de mi madre. Era una casa típica de esa época; tenía

un gran portal por donde entraban las visitas, los carros y el

sulky del dueño de casa. La edificación era del siglo XIX y

estaba constituída por dos construcciones, una frente a la otra,

separadas por el callejón de entrada, eran una sucesión de

piezas con galería al frente. En el ala izquierda vivían los

peones y sirvientes, en la derecha estaban propiamente las

habitaciones de la casa.

Me llamaba la atención el lavadero que se encontraba al fondo,

a la derecha, donde había un hormo, en el cual se hervía la ropa

como uno de los procesos de lavado; al lado del lavadero existía

un galpón donde se guardaban todos los enseres de embastar y

ensillar los animales, pero estos últimos los traían de otro lugar,

pues allí no había lugar para animales.

En ese galpón había un archivo de papeles y viejos libros,

siempre recuerdo uno de ellos, de formato común, pero de tapas

duras, donde aparecían relatos religiosos, versos y dichos, pero

lo curioso para mí era que estaba escrito a mano cada parte o

capítulo con distintos tipos de letra y caligrafía; para mí era una

novedad encontrar un libro de esas características, pues lo poco

que conocía era el libro de lectura de la escuela “El niño”, que

estaba editado en imprenta por una vieja editorial que ahora no

recuerdo.

En mis primeros años de la Facultad, tuve prestado como una

reliquia de valor, un libro escrito a mano de “Mecánica

General” de un famoso profesor del Politécnico de Milán, el

Dr.Pezzanni, de principios del siglo pasado.

El tiempo que pasamos en la ciudad de San Luis, sirvió para

que mi madre visitara a su hermana Griselda, que tenía, no

26

Page 27: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

recuerdo bien, dos ó tres hijos y estaba muy bien casada con un

alto empleado del Correo Nacional, también conocí la Catedral,

sobre todo la iglesia Santo Domingo, donde mi madre conocía

al Párroco, y se comprometió a que yo tomara la Primera

Comunión para cuando viniera el Obispo desde Mendoza; me

gustaba ir a ese templo, pues uno de los curas me dejaba tocar

la campana del campanario.

Los padres y los hermanos de mi madre vivían en el campo, en

la estancia y puestos. Tía Griselda, mi madre y el hijo mayor de

mis abuelos, el tío Manuel, que se ganaba la vida como

“Guarda hilo” del Telégrafo Nacional, eran los únicos que

emigraron del hogar materno, por razones que nunca supe bien,

pero había un distanciamiento que se reflejaba en su

comportamiento, y esto se derivó siempre en dos grupos. Por un

lado estaba tía Griselda, tío Manuel y mi madre, que se casó a

disgusto de mis abuelos, lo mismo ocurrió con tía Griselda. Por

otro lado estaban mis abuelos Juan Pedernera y Romualda

Garro, y sus hijos Baltazar, Juanito (Mi padrino de

confirmación), tía Ramona y tía Charito, además de mi prima

Filomena, hija de Manuel. El tío Baltazar estaba casado y tenía

a su cargo el puesto de la “Tierra Colorada”, en la falda de la

sierra. En la estancia vivían entonces mis abuelos, tío Juan, tía

Ramona, mi prima Filomena (Que prácticamente la crió mi

abuela) y Charito, hija adoptiva de mis abuelos, que en ese

entonces era costumbre que familias adoptaran “de palabra” a

un chico, y a éste se lo trataba igual que a los demás hijos. Mi

tía Charito, cuyo nombre oficial nunca conocí, era muy

religiosa y muy educada, de un carácter corto, pero muy

agradable; tengo un gran recuerdo de ella.

Llegó el día de ir al campo, para eso esperábamos al tío Juanito

que vendría de la estancia a realizar trámites y compras en la

ciudad con un charret, ya que por ese entonces los autos eran

escasos, y los caminos no eran apropiados para ese tránsito que

sólo se veía en la ciudad escasamente, pues allí el transporte era

el famoso “coche de a caballo”, tan característico ahora en los

centros de turismo para recorrer las ciudades con los turistas.

27

Page 28: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A los dos días de la llegada de Juanito, nos preparamos para

hacer el viaje a la estancia. La actividad de los viajeros, como

de los que se quedaban, era grande; ningún detalle se dejaba de

lado, además de acomodar las valijas y bultos, se prestaba

mucha atención a las vituallas para el viaje, pues durante el

mismo no encontrarían lugar donde comer.

En aquella época existía un solo camino ancho, que iba por el

bajo, paralelo a la sierra hasta San Francisco, se llamaba

“camino real”; separado de la cima del cordón de la montaña,

más o menos diez kilómetros. Por él transitaban los carros,

tirados por yuntas de mulas, con las distintas cargas que

representaban el comercio de ese entonces. El tránsito era

importante, y tramo a tramo se oía el grito de los carreros

azuzando a sus yuntas de mulas. Algunos carros iban

acompañados de algún jinete, sobre todo cuando llevaban

también hacienda, tanto para San Luis como para San

Francisco.

Para mí fue y es todavía, un espectáculo ir al lado de la

montaña observando todo su diseño natural, que se dibuja

contra el cielo azul de esos lugares, el verde en la falda, de los

algarrobos, de los retamos de las jarillas, de algunos quebrachos

blancos y del amarillo del chañar; salpicados de trecho en

trecho por una mancha de verde intenso, con el perfil de álamos

que señalaban algún puesto de las estancias del lugar; cuando

esto ocurría, mi tío Juan comentaba: ...- Allá viven los Orozco,

los Miranda, los..., y así iba nombrando y comentando con mi

madre las noticias de los lugares que íbamos pasando.

De San Luis calculo que hemos salido a las nueve de la

mañana; nos esperaban alrededor de siete horas de viaje, por lo

que a eso del mediodía hicimos una parada para tomar mate y

almorzar con todo los manjares que nos habían preparado los

padrinos de mi madre, que se habían esmerado mucho para

agasajarnos. Mientras mi madre preparaba la comida y cebaba

el mate, el tío Juan se encargó de dar de beber a los caballos y

dejarlos atados para pastar alrededor del lugar donde hicimos el

alto para comer.

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Page 29: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Luego de haber descansado, una hora por lo menos,

reanudamos el viaje hasta la estafeta “El Milagro”, que queda a

treinta kilómetros aproximadamente, hacia el norte de San

Luis; allí mi padrino dejó algo que la señora encargada del

correo le había encargado y levantó la correspondencia de la

estancia. Desde ese lugar se entraba a la estancia de mis

abuelos, y se extendía hasta la cumbre de las sierras,

aproximadamente cuatro leguas, y por un ancho de diez

kilómetros. El camino se hizo más dificultoso, no sólo por ser

un camino interno de la estancia, sino que al aproximarnos a la

sierra, existían quebradas y lechos de arroyos secos que bajaban

de las laderas, por otro lado el monte se hizo más espeso, y por

lo tanto, el viaje se hizo más lento. Desde la estafeta “El

Milagro” hasta la estancia, mi madre medió consejos sobre

cómo debía portarme con mi nueva familia, y por supuesto

debía pedir la bendición a todos, una costumbre de los católicos

de las provincias, sobre todo los de Cuyo.

Llegamos alrededor de las cuatro de la tarde, y desde que

entramos al descampado, aparecieron de golpe las “casas”;

después de pasar la tranquera blanca , custodiada por un

hermoso y grande quebracho blanco, apareció a la izquierda la

“represa grande”, rodeada de álamos, donde habían animales; a

continuación a la derecha, se encontraba la edificación que

consistía en un rancho de adobes amplio, de dos aguas, cuyo

frente este, que daba a la montaña, se utilizaba para la

talabartería de la estancia, y su lado oeste era la vivienda y

lugar de estar; a su lado seguía el rancho, donde se ubicaba la

cocina y despensa.

Frente al rancho grande se encontraban otras habitaciones, con

un patio entre ellas, donde existía un gran parral. En la parte

norte de este rancho había una buena construcción de material,

con una linda galería que constituía el dormitorio de mis

abuelos y el comedor principal de la casa, las habitaciones

tenían sendas ventanas mirando hacia las sierras y las puertas

hacia la galería. Además existían otras construcciones menores

para usos diversos, había otra buena construcción de material,

también con galería, que servía de dormitorio e iglesia.

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Page 30: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Un domingo cada mes, venía un cura de San Francisco o de

San Luis, para dar misa a los habitantes de la estancia y a todas

las personas de los campos vecinos, éstos últimos llegaban a

caballo o en sulky, y con ese motivo se realizaba una reunión

social, que terminaba con una comida en general, siempre

preparada con un asado de alguna vaquillona o algunos

cabritos. La campana para llamar a misa estaba formada por un

riel de un metro, que colgaba en una de las galerías, la cual

emitía un sonido “cristalino”, que se escuchaba desde muy

lejos, tal vez por el lugar especial de la montaña.

Para terminar esta descripción de las “casas”, diré que hacia el

norte, a pocos pasos, se encontraban los corrales de los grandes

animales, y más lejos el corral de las ovejas y cabras; hacia el

bajo, o sea, para el oeste, se encontraba la quinta donde se

cosechaba la verdura para abastecer la casa.

Todo el casco de la estancia estaba sobre un terreno arenoso,

típico de la montaña, y en una pendiente suave, que permitía

ver desde la galería todo el bajo; la vista era extensa y

terminaba con la silueta de la sierra de “Los Gigantes”, paralela

al cordón de San Luis, también se podía ver una franja más

verde, que era el bosque de retamos, que cuando había viento se

oían bramar en el silencio del paisaje montañés.

El retamo es una especie arbórea de madera dura, sus troncos

presentan vetas verdes y amarillas, lo que las hace lucir muy

vistosas. Las tornerías de madera que existían en la ciudad de

San Luis, la utilizaban para hacer jarrones, floreros, mates y

todo tipo de adorno torneado, lo que terminó con ese bosque

que hoy evoca mi recuerdo.

Volviendo al encuentro con la familia de mi madre; desde el

momento que llegamos, hasta nuestro regreso, todo lo que

recibimos fueron agasajos y cariños. Los puntanos son muy

efusivos y cariñosos, además de ser muy buenos anfitriones;

todos querían de alguna manera agasajarnos, sobre todo mis

tíos, pues mis abuelos eran muy serios.

30

Page 31: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

La estancia de mis abuelos tenía una cantidad importante de

animales, que eran distribuidos en tres lugares: la estancia

propiamente dicha, los puestos de “tierra colorada” y “los

comederos”. La hacienda estaba formada por vacas, caballos,

mulas, burros, cabras y ovejas, los cuales disponían de

“cuadros”, donde podían pastar libremente, realmente era un

espectáculo ver la hacienda cuando abrían los cuadros para que

fueran a beber agua en las represas, cosa que se hacía un día por

semana para cada especie.

El puesto “tierra colorada” se llamaba así porque sobre la falda

del cordón de sierras, que va de sur a norte, desde la propia

capital a San Francisco, a eso de unos 35 km de la “Punta de

San Luis” (Por eso los habitantes se llaman puntanos), se

observa una gran mancha roja, formada por arcilla. Este lugar

es muy hermoso y en el vivía la familia de mi tío Baltasar. En

cambio, el puesto “Los comederos” quedaba al sur del campo,

lo ocupaba un sobrino de mi abuelo con su familia. No recuerdo

su nombre, pero sí ha quedado grabado en mi recuerdo un

paisano típico de la zona, que casi todas las tardecitas llegaba a

la estancia montado en una mula, con sus piernas largas que

poco faltaba para que tocaran el suelo, para informar a mi

abuelo o a mis tíos de las novedades del puesto. Este lugar se

denominaba como “los comederos”, pues allí habían terrenos

salitrosos, en las barrancas, donde iban los animales a comer

sal. A veces mi abuela, a quien recuerdo con gran cariño como

una mujer dulce, seria y muy religiosa; quien ordenaba y dirigía

la ceremonia de rezar el rosario por las noches en las fechas

religiosas, solía visitar a la familia del puestero de “los

comederos”. Para ello desde temprano hacía ensillar su caballo

y me llevaba de compañía, montado en un viejo petiso bayo

muy mansito.

Con el correr del tiempo este puesto me tocó como herencia de

los campos de los Pedernera; y sucesos que serían largos de

contar, en los que se encierran la envidia y otros

comportamientos propios de la ignorancia de los hombres,

hicieron que perdiera ese derecho, y hoy sólo me queda la

nostalgia del dueño de ese lugar que no puedo olvidar.

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Page 32: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Cierro estos recuerdos señalando, que el título de este relato, es

copia del que tiene el libro de Benito Lynch, llamado “En los

campos Porteños”, pues allí hay relatos sobre el

comportamiento de un niño en el campo y algunos me traen

estos recuerdos...

32

Page 33: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

EL REGALO DE MI ABUELO

l recuerdo que allá a lo lejos tengo de mi abuelo materno,

es de un señor serio, ya casi anciano, pero que conservaba

la característica de un hombre joven, en cuanto a su actividad

física al mando y conducción de todas las tareas de la estancia,

como la influencia que tenía sobre su familia, mereciendo el

respeto de todos ellos.

Tenía muchos nietos de sus hijos casados: Griselda, Manuel y

Baltazar, pero solo estaba en contacto casi a diario con los de

Baltazar, que residían en el campo.

Sin embargo, dado su carácter y el respeto que irradiaba, éstos,

si bien eran cariñosos con él y no dejaban de pedir a diario: “la

bendición abuelito”, recibiendo la respuesta característica:

“Dios lo haga un buen chico”; no era en el trato con ellos lo que

generalmente se espera de la imagen clásica de un abuelo.

Conmigo no ocurría así, tal vez por ser hijo único y vivir lejos

del hogar de los Pedernera, pienso también que en el

acercamiento influía mi madre, no sólo porque estaba enferma,

sino por ser de algún modo la predilecta.

De esta manera, muchas horas del día estaba a su lado, ya sea

cuando lo acompañaba a los corrales de los animales, a la

chacra. Pero donde me gustaba más era cuando me sentaba a su

lado y mientras me contaba alguna historia del campo.

Solía construir un carrito con la caja interna de fósforos

“Victoria”, de cera de esa época, a la cual ataba un escarabajo

que allí llamaban “Torito”, para así lograr la tracción necesaria

para llevar como carga pequeñas piedritas, y de esa forma me

entretenía mientras él seguía con sus labores del campo; en

especial con el trabajo de talabartería, donde era un verdadero

artesano de todos los enseres que se usaban para el tratamiento

de la hacienda.

33

E

Page 34: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Lo que más me gustaba era cuando preparaba los tientos para la

confección de lazos, maneras, cabestros y demás elementos que

se necesitan para ensillar un caballo.

El taller de talabartería estaba en un extremo de la casa,

mirando al este y cerca de la represa donde la mayoría de la

hacienda venía a beber; además de allí podía ver lo que ocurría,

no sólo en las cercanías de la estancia, sino también hasta el fin

de sus tierras, que se extendían hasta la cumbre de las sierras de

San Luis.

Uno podría pensar que era poco lo que su vista le informaba,

pero debemos pensar que el hombre de campo tiene un especial

conocimiento del paisaje, no sólo por los cambios que éste

sufría al correr el día, sino también por como se comportaban.

El desplazamiento de la hacienda y la modificación de los

colores, el vuelo alto de los jotes y el movimiento de algún

punto oscuro que anunciaba que alguno bajaba desde los altos;

si a esto se le suma los cambios del cielo, le permitía tener la

suficiente información para sorprender a sus hijos al regresar de

recorrer los campos, con preguntas precisas de algunos hechos

o accidentes que él ya había conocido.

Debo recordar que esos campos habían sido recorridos tantas

veces por él y sus antecesores, la gran familia Pedernera, a la

cual pertenecieron los mismos, por más de cien años.

Actualmente uno de los departamentos más grandes de la

provincia lleva el nombre de Pedernera, y como héroe eterno,

se lo recuerda a Juan Esteban Pedernera, que fue General de la

Nación, y más tarde Presidente de la misma, recordado por ser

un hombre del General Lavalle, el cual fue muerto por las

huestes de Rosas, y para que éste no se apoderara del cuerpo del

General Lavalle, Pedernera llevó su cabeza hasta Bolivia; pero

ésta es historia conocida y sólo diremos que mi abuelo

descendía de esa gloria nacional como un primo nieto lejano.

34

Page 35: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Como una forma de expresar el cariño a su nieto, mi abuelo

hizo preparar un recado completo para ensillar una burra que se

utilizaba para los pequeños trabajos de la casa, y así poder

regalármela. De ahí en adelante me dediqué a la equitación con

mi burra, pero ésta, acostumbrada a estar atada al palenque de

las casas, resultaba difícil para mí, que poco sabía de usar un

animal, poderla sacar de las casas, por más que me esmeraba y

seguía los consejos de mis tíos, y sobre todo de una prima

mayor, que era muy de andar a caballo, por lo cual no era raro

verla como montaba y guiaba al toro inmenso de raza fina que

tenía la estancia para la cría de ganado vacuno.

Tanto hice con la burra, que al fin encontré un método que me

demandaba mucha energía, pero era exitoso. El procedimiento

consistía en llevarla tirando de las riendas lo más lejos posible y

allí montarla, que ni bien sentía el peso sobre su grupa, iniciaba

el retorno a su palenque a todo galope.

Entre las tareas que hacían mis tías para la casa, estaba la

provisión de leña para usar como combustible en la cocina. Para

esta tarea periódica se utilizaba la burra que mi abuelo me había

regalado, de manera que desde ese momento yo también era de

la partida; para este viaje a los montes cercanos se preparaba

con una montura especial, que permitía una carga importante de

leña, que duraba una quincena aproximadamente. En ocasiones

acompañaba a mis tías a buscar leña para las “casas” en los

potreros cercanos, que poseían plantaciones naturales de: molle,

algarrobos, quebrachos, espinillos, piquillines, jarillas, etc.,de

los cuales el tiempo iba depositando el ramaje seco en el suelo.

En una oportunidad, iban en la excursión de la media tarde tía

Ramona, Charito y la prima Filomena; como transporte de

carga llevábamos con nosotros a mi burra que iba embastada

con los arneses apropiados para traer leña. El lugar al cual nos

dirigíamos quedaría a unas diez o quince cuadras de las casas,

mientras, recorríamos el camino hacia el bajo, pues no

olvidemos que estaban en el pie de la sierra. Allí existían

muchos cañadones y lechos de arroyos secos, cubiertos con una

vegetación tal, que sólo se veía a los costados del camino un

horizonte, de no más de veinte metros.

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Page 36: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A poco de andar, empezamos a escuchar que los animales:

caballos, mulas, cabras, y también los pájaros, se encontraban

inquietos y algunos echaron a correr. Notamos una rara muestra

de comportamiento animal en la burra de carga, ya que no

estaba muy tranquila y costaba llevarla al tranco.

Recuerdo que mis tías, conocedoras del monte y la sierra,

dijeron que posiblemente había un puma cerca, que debíamos

apurarnos cargando la leña y volver a las casas. Así lo hicimos,

y muy pronto estuvo completamente cargada con la leña,

nuestra burra, que habían atado a un árbol por lo inquieta que

estaba.

En ese momento, ya prontos para el regreso, mis tías me

mandaron a traer el hacha que habían dejado al lado de un

arbusto, mientras ellas aseguraban la carga. Al ir en busca de la

herramienta, debí caminar unos pocos pasos para entrar en el

bosque, formado por especies aparrogadas de jarillas, perdiendo

de vista al camino y a mis compañeras de viaje. Cuando de

pronto levanté el hacha del suelo del lugar donde se había

quedado, vi pasar corriendo acompasado a un gran perro

amarillo que se dirigía hacia el bajo.

Al volver sobre mis pasos hacia el camino, encontré a la burra,

que encabritada rompió la riendas que la tenían sujeta, y se

disparó hacia las casas, mientras que con su andar desesperado

iba perdiendo toda la leña.

Al contar a mis tías lo que había visto, y observando éstas el

comportamiento del animal de carga, comprendieron lo

ocurrido y sólo atinaron a tomarme de la mano y correr juntos

hasta llegar a las casas; mientras veíamos en el camino a los

animales más cercanos ya no tan nerviosos, pero sí corriendo

todo lo que podían. Así llegamos a las casas, sin leña. Nuestra

burra estaba detenida en los palenques de atar que se

encuentran frente a las mismas, pues según el criterio del

animal, ese era el lugar donde se encontraba más segura. Buen

susto tuve cuando tomé conciencia, que lo que había visto era

un puma verdadero.

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Page 37: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Al enterarse los hombres (Mis tíos), salieron montando sus

caballos, con rifles, para tratar de matar al puma que tanto daño

hacía a la hacienda, pero después de recorrer una legua entre

quebradas y cañadones, no pudieron dar con el animal, a pesar

de ir acompañados por los perros de la estancia.

Como ya conté anteriormente, la burra “leñera” se usaba para

estos menesteres en las casas. Después de haber ocurrido toda

esta aventura, como ya sabía que mi abuelo me la había

regalado con montura y todo, cuando la encontraba ensillada en

el palenque a la mañana, sabía que podía montarla, aunque

seguí usando mi método agotador, pero exitoso...

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Page 38: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

CAZA DE GUANACOS

uando pasaba mis vacaciones en Hucal, centro ferroviario

del cual he hablado en otras narraciones, tenía amigos, con

los cuales me integraba ni bien llegaba. Eran jóvenes de mi

edad, que vivían y trabajaban en ese lugar. Generalmente cada

año aparecía uno nuevo, que se había afincado en el pueblo, y

otros ya no estaban porque los habían destinado a otros lugares,

ya que todos eran ferroviarios o hijos de ferroviarios; pero

existían tres que formaban el núcleo de mis amigos

vacacionales.

Dos de ellos eran hermanos, Lulo y Chiquito, hijos del

encargado general de la parte de tracción ferroviaria, y el

tercero, Luisito, que si bien no era ferroviario, hacía changas

para las tareas colaterales del ferrocarril, ya sea descargando

vagones de carbón, leña o trabajando de changarín en los

galpones, donde permanecían transitoriamente los cereales

antes de ser embarcados en los vagones, también muchas veces

era contratado para trabajar en la Estancia de los Alvear.

Luisito era un joven muy trabajador y cuando no conseguía

nada para hacer, se dedicaba a ir como ayudante de su hermano,

que era empleado del correo rural, estaba a su cargo distribuir y

recibir la correspondencia que los distintos puestos de las

estancias tenían distribuidos en una amplia zona pampeana.

Todas las semanas este hermano que era mayor que Luis,

iniciaba la gira por el campo en una chata tirada por cuatro

caballos, donde acomodaba su carga que consistía, no sólo de

cartas, sino también de encomiendas, diarios y revistas, y a

veces algunas mercaderías que sus clientes de los puestos y

parajes, donde hacía escala, le habían encargado en su último

viaje. Este viaje le llevaba alrededor de cuatro días, donde

visitaba varios puestos de la Estancia, entre ellos: “El Mirador”,

“El Lucero de Murillo” y otros, para alcanzar su destino final

en el lugar que se conocía como “Hucal Chico”, que era un

puesto importante de la Estancia citada .

38

C

Page 39: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Está de más decir que el día anterior a su salida, nosotros

aprovechábamos para leer las principales revistas que llevaba;

entre ellas recuerdo “La Chacra”, “El Gráfico” y otras, pero

siempre con cuidado, pues el hermano de Luis era el empleado

responsable de la carga a distribuir por el Correo Nacional.

En la época que estoy recordando, mi familia en Hucal la

formaba mi padre solamente, ya que mi madre había fallecido;

en algunas vacaciones solía venir de San Luis mi abuela

paterna, entonces ella manejaba la casa donde vivíamos. De

manera que yo pasaba la mayor parte mi tiempo en la casa de

mis amigos Lulo y Chiquito, que junto con sus hermanas

gemelas, Chiche y Porota, formaban con sus padres un lindo

hogar, donde me consideraban un hijo más.

De esta manera, en el pueblo andábamos juntos con Lulo,

Chiquito, y a veces con Luis, cuando éste no trabajaba.

Con respecto a la tarea de los hermanos Lulo y Chiquito, ésta

también se desenvolvía en el ferrocarril, pues Lulo, el mayor,

estaba como ayudante de auxiliar en la Estación Ferroviaria, y

Chiquito sólo hacía changas.

No había mucha diversión para nosotros, en general nuestras

aventuras eran de caza, ya fuera con hondas, rifles, escopetas o

carabinas. Fuera de esta actividad, dedicábamos el tiempo a

jugar al fútbol en una cancha que había al lado de la Estación, o

ver jugar a las bochas a los viejos ferroviarios (Guardas,

cambistas, aspirantes, etc.) y algunos otros habitantes, como los

empleados del Almacén de Ramos Generales, bar y hospedaje

del lugar.

A veces también jugábamos a las bochas, pero en una cancha

no reglamentaria, que teníamos en la casa de los hermanos, bajo

la sombra de unos lindos paraísos, durante las tardecitas de

verano. Además habíamos construido un“sapo” con cajones de

embalar y las fichas eran arandelas que sacábamos del pañol del

galpón de máquinas, con ese juego hacíamos campeonatos que

nos divertían mucho.

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Page 40: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Para la caza con honda, preparábamos los proyectiles con

plomo que se usaba para construir cojinetes del tren de rueda de

los vagones, plomo que fundíamos en un cucharón y luego lo

volcábamos sobre maderas duras, agujereadas previamente con

mechas de hierro, para así lograr unos “balines”, que eran

especiales para cazar martinetas y perdices.

La característica del suelo en la zona de Hucal era accidentada,

formada por lomas, médanos y amplios valles cubiertos por

árboles autóctonos, agrupados en pequeños bosques de

caldenes, algarrobos, jarillas, chañares, piquillines, sombra del

toro, espinillo y otras especies propias del lugar, que se

adaptaban muy bien a ese suelo semidesértico, ya que no

existían ríos, ni arroyos, siendo raro encontrar una laguna, por

el contrario, nos encontrábamos a veces con grandes

extensiones de salinas, que pintaban el paisaje de blanco en

contraste con el verde oscuro de la superficie que se encontraba

cubierta de pastos duros, extensos pajonales, cardos y el típico

“cardo ruso”, que al secarse formaba una perfecta esfera de un

metro de diámetro aproximadamente, que con el viento

rodaban hasta encontrar un obstáculo, como un alambrado por

ejemplo, y allí se apilaban hasta formar una verdadera pared.

Este tipo de terreno se prestaba para que en el mismo existiera

una variada fauna, así había: ñandúes (Nosotros las llamábamos

avestruces), martinetas, perdices chicas, perdices coloradas,

palomas grandes, torcazas, cardenales amarillos y otros pájaros

como: tordos, loros, cotorras, tijeretas, zorzales, lechuzas,

búhos, ratoneras, etc. También abundaban animales pequeños

como: cuises, vizcachas, gatos monteses, zorros, liebres,

quirquinchos, mulitas, etc.

Como caza mayor teníamos el guanaco y el puma, aún cuando

éste último no abundara tanto como el primero. Es significativo

aquí hacer un descanso y recordar qué importante sería la caza

del guanaco, que siendo Presidente de la Nación el General

Roca, fue invitado a la Estancia de Hucal para participar en este

deporte.

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Page 41: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En época reciente se han sumado los jabalíes, pero estos

animales fueron traídos desde Bariloche a una estancia de la

zona, para mejorar la cría de cerdos. En la actualidad se han

transformado en una “peste”, pues habitan en estado salvaje por

haberse escapado oportunamente de algunas estancias, por lo

que abundan ahora en esa zona.

Así fue como en una ocasión, Luisito se enteró que a tres leguas

de Hucal, donde existía una pequeña laguna, iba a la mañana

temprano a beber agua, una manada de guanacos. De inmediato

surgió en nosotros la idea de la caza de ese animal, y desde el

momento que tomamos esa decisión, empezamos a preparar la

excursión a la laguna de los guanacos, como algunos la

llamaban.

En esta ocasión, el grupo de amigos no contaba con Lulo

porque tenía que trabajar, pues además, la aventura nos llevaría

por lo menos dos días. Por supuesto que nosotros averiguamos

qué camino era mejor y lo que necesitábamos llevar; de esa

manera se enteró toda la colonia ferroviaria, el núcleo del

almacén general y anexos, así cada uno daba su opinión y

consejo, sobre todo abundaban las bromas sobre los leones

pumas, que según ellos, existían en ese lugar, y las alimañas, de

las cuales debíamos tener cuidado, ya que al dormir en el

descampado era muy posible que nos encontraríamos con

alguna sorpresa.

Llegó así el día de nuestra partida. Salimos al amanecer,

llevando nuestras armas de largo alcance y los enseres propios

de una excursión; cargamos éstos últimos en la cabalgadura de

una yegua que tenía Luis, que cuando trotaba anunciaba nuestra

presencia por el ruido de las cacerolas y jarros, al golpear unos

con otros, a pesar de que el animal lo había ensillado un

paisano, como era Luis. Sin embargo, eran tantas las cosas que

transportábamos, que no podíamos evitar el ruido y el

aflojamiento de la montura, la cual tuvimos que ajustar

repetidas veces.

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Page 42: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Entre las cosas que cargaba el animal, iban dos “hamacas

paraguayas”, donde Chiquito y yo íbamos a dormir, pues Luis

que era más hombre de campo que nosotros, dormiría en el

suelo, sobre el recado del caballo.

Luego de hacer un alto sobre el mediodía para comer algo,

seguimos camino y llegamos a eso de las cinco de la tarde al

lugar previsto para hacer campamento, donde había un bosque

de caldenes y una aguada abastecida por un molino con su

tanque australiano correspondiente.

La caminata en pleno verano, nos había cansado y acalorado,

por lo que de inmediato, después de desensillar al animal y

acomodar todas las vituallas a la sombra de los caldenes, nos

bañamos en el tanque, lo cual nos sentó muy bien, y luego,

después de hacer fuego, nos pusimos a tomar mate. Como ya he

dicho, existía mucha caza, de manera que a la tardecita, que es

el momento en que suelen salir las martinetas, cazamos dos

para el asado que cocinaríamos a la noche.

Después del asado, alumbrados por un “farol de noche”, como

es costumbre llamar a los faroles que funcionan con alcohol y

una mecha de iluminación, formada por una malla ó “camisa”,

fabricado con material incandescente, que proyectan una buena

luz blanca; nos pusimos a preparar los elementos para dormir.

Así Chiquito y yo encontramos los árboles adecuados para

colgar nuestras hamacas, mientras que Luis arreglaba con su

recado y las mantas, su cama en el suelo.

Antes de dormir cambiamos bromas sobre la ventaja de hacerlo

en las hamacas, y no en el suelo, expuesto a cualquier

inconveniente, recordándole a Luis los pumas de la región. Cuál

no sería la sorpresa de Chiquito y mía, al despertarnos los gritos

asustados de Luisito, diciéndonos que un puma había cruzado a

través de nuestro campamento.

Esa noche había luna y suficiente luz, como para ver que los

restos de comida estaban todos desparramados y por lo tanto,

no había duda de que un animal estuvo allí, pero el misterio

sólo se iba a descubrir al otro día.

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Page 43: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Ni bien empezó a clarear el día, nos levantamos para ir a la

laguna de los guanacos, que se encontraba a un kilómetro más o

menos de nuestro vivac, sin embargo se nos presentó el primer

inconveniente, ya que el baño en el tanque australiano del día

anterior, de alguna manera no me había hecho bien, pues me

sentía bastante mal y con mucha fiebre, por lo que se descartó

mi presencia en la caza programada. Al no poder formar parte

en la partida, mis compañeros no querían ir, también porque

me veían bastante mal y no querían dejarme solo, pero ante mis

argumentos de que me encontraría bien si tomaba algunos

mates, me dejaron sentado en un tronco de árbol, al lado del

fuego y los elementos de mate, como también mi rifle al

alcance de la mano. Realmente me encontraba mareado, y

después de dar una vuelta alrededor de la fogata, me di cuenta

que debía acostarme o sentarme, así estuve no sé qué rato, pues

la fiebre no me permitía valorar el tiempo.

En mi vida, en tres ocasiones (Esta iba a ser la primera) tuve la

certeza de la muerte, y en el período trascurrido en ese lapso,

uno siente una paz y resignación tal, que su comportamiento es

tranquilo y sólo se apena por dejar esta tierra.

Recuerdo que mientras estaba sentado en el tronco, podía ver el

horizonte a lo lejos, donde existía una loma, que de improviso

parecía como que se cubría lentamente con una niebla que iba

borrándola, y el horizonte empezó a correr hacia mí, de manera

que cada vez veía a éste más cerca, mientras iban

desapareciendo paulatinamente todos los accidentes que tenía al

frente; así vi como se borraba un alambrado cercano, y la línea

de mi horizonte se acercaba inexorablemente, sobrepasando

todos los obstáculos para seguir su curso...

Mientras tanto, yo pensaba que al llegar el horizonte a donde

me encontraba, se acabaría mi vida..., esto no ocurrió, sino que

perdí la visión y quedé totalmente ciego, por unos instantes,

segundos o minutos, no lo sé, pues el tiempo no se puede medir

sin tener referencias de hechos repetitivos o destacados. Al

cabo de ese espacio vivido, recobré la visión y con ello la

alegría de estar vivo.

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Page 44: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

No pasó mucho tiempo, cuando vi que mis amigos regresaban

de su cacería sin ninguna pieza de caza. Lo que había ocurrido

era que los guanacos no habían concurrido a tomar agua ese

día, ya sea porque no lo hacían diariamente o porque habían

olfateado a los cazadores, de modo que tratarían de volver al

día siguiente, tomando todos los cuidados necesarios. Habían

estado tirados en el suelo húmedo de la laguna por más de dos

horas, en contra del viento, para no espantar la llegada de la

tropilla de guanacos.

Estos animales no son fáciles de cazar; recuerdo que cuando

tenía ocho años aproximadamente, acompañaba a mi padre a la

caza del guanaco. Este animal es muy vistoso, y su cuerpo

estilizado le permite rápidamente tomar carrera y desaparecer

del alcance de tiro. Ellos generalmente se destacan bien en las

lomas, siempre van en manadas de seis a siete; mi tarea en ese

entonces era intrigarlos, usando una rama en cuya punta

atábamos un trapo rojo, ya que son muy curiosos, y cuando ven

algo inusual en el campo, levantan bien la cabeza, girándola

como olfateando lo extraño, de este modo era posible acercarse

a 400 ó 500 metros, sin que desaparecieran. Así recuerdo que

una vez mi padre cobró una pieza, con el uso de su Winchester

y su buena puntería, luego lo cuereó, y con el cuero en el

morral, nos dimos por satisfechos y volvimos a casa.

Al regresar los muchachos de la laguna, se encontraron con un

campamento de carros laneros, que la noche anterior habían

acampado en otro bosquecito próximo al nuestro. La Pampa en

ese entonces formaba parte de la Patagonia Lanera, y por lo

tanto era necesario transportar la lana de los distintos puestos de

las estancias, donde se realizaba la tradicional esquila de las

ovejas.

Si bien el ferrocarril era la vía más rápida y cómoda para llegar

a los puertos marítimos, desde donde se enviaban a Europa para

su transformación industrial, el acopio en los centros

ferroviarios más cercanos se hacía utilizando unos carros

especiales, de una sola y gran rueda, que se llamaban “carros

laneros”.

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Page 45: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Como el problema era el de transportar grandes volúmenes,

más que peso, estos carros tenían grandes ruedas para poder

salvar las irregularidades de los caminos improvisados, para

cruzar La Pampa; con superficies de grandes extensiones de

pajonales, salitrales y arenales; llevando sobre el eje del carro,

un recipiente de madera, como si fuera un cesto de geometría

trapezoidal, donde se almacenaban una gran cantidad de bultos

esféricos de lana, cubierta por un paño de aspillera con juntas

atadas, de manera que estos bultos fueran “fácilmente”

manejados por los peones, aún cuando estos pesaran alrededor

de cincuenta kilogramos.

El conductor del carro estaba sentado en lo alto y de allí

dominaba, no sólo el camino, sino a la tropilla que tiraba al

vehículo. Debajo del carro iban los cajones donde los laneros

llevaban sus vituallas para el viaje, que a veces les llevaba

varios días. En general el transporte se hacía a través de una

caravana de carros, de manera que existía un capataz que

conducía la misma.

Una de esas caravanas que llegaban a Hucal, era conducida por

un paisano muy pintoresco, buen verseador y bailarín, que

gustaba mucho a las mujeres del pueblo; cuando él llegaba

siempre se realizaban bailes para recibir y despedir a los

laneros; pero de estos personajes típicos de Hucal, nos

ocuparemos oportunamente.

Así fue como el tan mentado puma, que atravesó la cama de

Luis, no fue otro que uno de los perros que acompañaban a los

laneros, que de noche, y con la idea presente de los pumas, hizo

que Luis confundiera un perro grande y lanudo con un puma.

Esta equivocación sirvió para que como anécdota graciosa se

comentara en el pueblo, a costa del orgullo de Luisito.

Después del fracaso en la laguna con la caza de guanacos, se

pensó volver al día siguiente, sin embargo, como yo me sentía

bastante mal, se decidió dar por terminada la excursión e

iniciamos el regreso; éste fue accidentado, pues en mi caso, al

no poder caminar, ya que me cansaba mucho, debí regresar en

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Page 46: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

el lomo de la yegua, y de ese modo compartir el lugar con los

tachos, cacerolas y demás embastos que habíamos llevado, lo

cual hacía que nos detuviéramos varias veces para descansar,

pues cada vez me sentía peor; así llegamos al pueblo al caer el

sol.

Esto terminó con tres días de cama y con pocas ganas de

intentar de nuevo, otra cacería de guanacos...

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Page 47: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

EL SERVICIO MILITAR DE LOS ESTUDIANTES

n la década del 30 yo me encontraba realizando mis

estudios secundarios, y por esa época entre los alumnos se

comentaba muy firmemente, que el estudiante en el próximo

llamado del Ejército para hacer el servicio militar debería

cumplir un año, cuando hasta esa fecha, el mismo tenía una

duración de solo tres meses, el cual tenía lugar en las

vacaciones de verano, de manera que no perturbaban tanto el

estudio.

Para el estudiantado cumplir con el servicio militar,

representaba un grave inconveniente, pues en muchos casos

interrumpía su carrera y algunos otros era motivo de abandono

del estudio; que ocurriera esta posibilidad no estaba muy lejos

de la verdad, ya que había que cumplir con ciertos requisitos

previos, que si no se aprobaban, el servicio se extendía desde

tres meses a un año.

Cuando el plazo era de un año, el conscripto entraba en el grupo

general de soldados de todo el país, por lo cual se le podía

asignar un cuartel tan alejado del lugar de sus estudios, que

aunque hiciera lo que hiciera, al desvincularlo geográficamente

de su escuela ó universidad, no le dejaba ninguna posibilidad,

aunque sea para dar algún examen libre o realizar cualquier

trámite que le permitiera seguir como alumno durante ese año,

aún cuando la concurrencia no fuera regular.

Si tres meses ya afectaban el estudio, imagínense ustedes qué

representaría un año, y en algunos casos más de ese tiempo si

no se había seguido una “buena conducta militar”, o bien el

ingreso de los nuevos soldados, por falta de presupuesto, se

prolongaba algunos meses más. Todo esto sumado a que existía

conciencia entre el alumnado, que nada podría aprender un

estudiante durante ese período, que mejorara su formación para

encarar la vida, sólo el hecho de saber disparar un arma, hacía

que el servicio militar se viera como un escollo serio, que

cuando más pronto se lo pasara, más beneficio obtendría.

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E

Page 48: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Entre las pocas prerrogativas que tenía el estudiante de esa

época, era que ese escollo lo podía adelantar o posponer un año

a la fecha oficial que le correspondía (20 años en ese tiempo).

Es así como pedí adelantarme, pues era cosa certera que el

próximo llamado sería de un año. No ocurrió así; el año que yo

debía hacer el servicio no se llamó a los estudiantes y esto

siguió por tres años más, según se decía, por falta de

presupuesto. De esta manera, no sólo hice tres meses por

haberme anticipado, sino que luego de cuatro años fui

incorporado obligatoriamente como reservista, debido a la

situación política especial que vivía el país, esto sumó casi un

año de servicio militar; bien se dice: “que por mucho madrugar

no amanece más temprano”. En esta ocasión me encontraba

realizando mis estudios universitarios, y a pesar de que el lugar

donde serví era La Plata, lo mismo perdí un año de estudio.

Dos años después, encontrándome todavía en la facultad y

trabajando en la Secretaría Aeronáutica Militar, como inspector

de habilitación de aviones civiles, ya que la Dirección

Aeronáutica Civil, que dependía del Ministerio del Interior,

donde yo trabajaba, fue incorporada a la Dirección del Material

Aeronáutico; fui de nuevo invitado a incorporarme a las filas

militares, ¡Y todo esto por adelantar en un año mi servicio

militar!

Los estudiantes que habían hecho el servicio militar más tarde

fueron incorporados como oficial o suboficial de reserva, por lo

tanto recibimos una nueva cédula de llamado, pero con un

aditamento curioso, pues se nos preguntaba en la misma si

deseábamos volver a incorporarnos transitoriamente a las

fuerzas armadas o no.

Entre los estudiantes corría la voz que aquellos que decían que

no, era justamente a los que llamaban, ese era nuestro dilema;

en mi caso, siguiendo el consejo estudiantil dije que sí, además

porque como yo ya trabajaba para ellos, pensaba que iba a ser

sólo un trámite administrativo y continuaría como inspector,

solamente que llevaría uniforme.

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Page 49: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Así lo hice, fui llamado, pasé la revisión médica y luego todo

terminó; no fui incorporado, en cambio otros estudiantes sí

fueron por tercera vez ingresados al cuerpo militar.

Tenía un compañero que poseía una pequeña empresa de

construcciones bien montada y no le iba mal, lo que le permitió

estudiar para ingeniero civil, y ante la tercera convocatoria, no

podía menos que lamentarse, pues perdía la empresa y el

estudio temporalmente. Como hecho anecdótico recuerdo que a

la salida de la facultad había en esa época una palmera, y él

abrazado a la misma, con lágrimas en los ojos me contaba su

desgracia.

Esta introducción a la vida militar me permite contar una

anécdota militar, que refleja el trato y poco criterio que tenían

aquellos suboficiales que nos daban instrucciones, creyendo

que así nos educaban.

El servicio militar que recibía el nombre de Aspirante de

Oficial de Reserva (AOR), se inició un 2 de Enero y terminó el

31 de Marzo, nos ubicaron en un vivac formado por carpas,

donde en cada una de ellas podía vivir una sección (15 hombres

aproximadamente).

El asentamiento estaba situado en un “parque” que hoy se llama

San Martín y de allí partía la calle 25, que era una avenida de

tierra que se extendía hasta los límites de la ciudad, franqueado

a ambos lados de la misma por casas comunes y casas

precarias, habitadas en general por familias obreras y algunos

empleados provinciales, que al caer la tarde tenían la costumbre

de salir a la puerta de la calle, sentarse a tomar mate y de paso

presenciaban nuestro regreso al vivac, cargados de armas y

enseres militares, de vuelta de las tantas salidas que

realizábamos para efectuar en campaña, lo que los militares

llaman “orden abierto”.

La larga fila en marcha, sin marcar el compás que nos exigían

al salir a las mañanas del vivac, al caer la tarde, y por esa calle

polvorienta, parecía un ejército derrotado, con soldados todos

transpirados, cansados, que sólo deseaban llegar a su destino,

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Page 50: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

para bañarse y cambiarse de ropa, para poder descansar un

breve tiempo antes de que nos llamaran a cenar, para luego ir a

dormir. La columna en cierta forma desfilaba para los

habitantes que se apostaban en sus veredas, como lo hacen los

tordos que se paran en línea sobre los alambrados de los

campos al caer la tarde, cuchicheando entre ellas.

A medida que caminábamos a lo largo de esa avenida, se

levantaba una polvareda que anticipaba nuestra llegada, como

lo hacían los indios en sus malones, y además la columna era

cada vez más larga, ya que la distancia entre soldado y soldado

aumentaba, y los que cerraban la caminata cada vez se

distanciaban más de la cabecera, esto permitía a los

espectadores gozar más del espectáculo y lo cual les inducía a

mayores comentarios, en su mayoría contrarios a nuestra

condición de estudiantes, que lo expresaban generalmente a

viva voz para que nosotros nos diéramos cuenta que no

gozábamos de su simpatía. En esa época, y aún hoy, hay cierto

sector de la población que no simpatiza con los estudiantes,

pues considera que son privilegiados y que tienen todos los

vicios de la juventud, que provienen de gente acaudalada, que

jamás trabajan, sólo se divierten y pasan buena vida; por eso

para ellos en estos momentos que nos veían cansados, sucios y

decaídos por todos los trajines de los ejercicios militares que

habíamos hecho, pensaban que esto era justo, así aprendíamos

lo que era el sudor de los trabajadores. Lo que se atrevían a

gritarnos, sobre todo a la parte más alejada de los oficiales que

iban a la cabeza de la columna, eran palabras que iban desde

“pitucos” a otras mayores.

Había en nuestro grupo un aspirante (AOR), que su contextura

física no era para el trato forzado a que sometían a los soldados,

de manera que varias veces cayó desmayado del esfuerzo; yo

me había hecho amigo de él y al verlo muy cansado,

arrastrando los pies en una de estas vueltas al cuartel, le pedí su

fusil y enseres militares consistentes en caramañola llena de

agua, cinturón con cartucheras, mochila con todos los

elementos de comida, etc., que pesaba lo suficiente y

representaban una carga dura para llevar durante la marcha.

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Page 51: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Toda esta carga adicional, de la cual me hice cargo, la llevé en

una mula que cargaba el “ajuste”, que era un trípode de hierro

donde se ajustaba el fusil ametrallador, conjuntamente con otros

aditamentos de guerra, los arneses y monturas correspondientes.

Bien al llegar al vivac, mi compañero se fue a bañar y

descansar, que por cierto, le hacía falta; mientras yo

desensillaba la mula y colocaba todos los enseres de la montura

en una carpa especial que se habilitaba para el depósito de todo

lo referente a las mulas y caballos que utilizaba la compañía de

AOR. Antes de acomodar todo, había dejado a un costado los

elementos de mi amigo para después llevárselos a su carpa,

pero el deseo de terminar pronto, como las ganas de bañarme y

descansar que tenía eran tan grandes, que me olvidé de hacerlo,

dejándolo al lado de la carpa sin entregárselo a mi amigo.

Ni el dueño ni yo nos acordamos más de estos elementos, que

para un militar es de la mayor importancia; lo primero que nos

enseñaban era que nunca debíamos abandonar las armas,

cuidarlas más que a uno mismo; por lo tanto al otro día al

formar toda la compañía para iniciar otra fagina militar, el

Sargento que tenía en ese momento a cargo la compañía,

empezó a hacer un largo discurso sobre la responsabilidad del

soldado con sus enseres militares y además destacando la poca

solidaridad con un compañero de armas, hoy en el hospital, que

no había sido capaz de llevar a buen destino los elementos del

soldado y había dejado todo abandonado, sin importarle para

nada las consecuencias que podía tener para el compañero

enfermo.

Así siguió su perorata y preguntándose a cada momento, qué

aspirante había sido tan displicente y tan poco compañero.

Mientras hablaba, yo nada recordaba del día anterior, pensaba:

...“pobre el soldado que olvidó las armas en la carpa”..., sin

pensar en ningún momento que el “culpable” era yo mismo.

Cuando fui señalado, de nada valieron mis disculpas ni las

razones por las cuales había ocurrido ese hecho; no sólo fue el

escarmiento ante toda la compañía de mal amigo, sino que fui

castigado por una semana, sin salir, haciendo la limpieza todos

los días del vivac.

51

Page 52: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En el ejército, es tremendo el poder del que manda más, sus

conclusiones no se discuten, se aceptan, y este poder tremendo

en general lo ejercen más los de menor grado. El poder es un

elemento muy crítico, se lo debe usar con criterio, justicia y

equilibrio, en caso contrario, es un arma poderosa que puede

llegar a los extremos más lejanos. No hay duda que los

militares no han leído a Bertrand Russell, cuando habla del

poder en los hombres. Por suerte hoy ya no existe el servicio

militar para los estudiantes. Antes de abandonar este tema, creo

conveniente referirme a los hechos ocurridos en mi segunda

incorporación.

En el año 1942, la situación política de nuestro país era

inestable, y por lo tanto se estaba gestando la revolución del

año 43, causa suficiente para que los militares justificaran

llamar a los reservistas estudiantiles, a fin de reforzar a sus

cuadros militares. Así es como convocó una célula militar a

todos los que fueron aspirantes a Oficial de Reserva (AOR),

para ingresarlo por un tiempo indefinido.

Fui incorporado como sargento y con destino al Regimiento de

Infantería con asiento en la ciudad de La Plata. Debemos pensar

que para esa época casi todos los estudiantes en su primera

incorporación eran de secundario, ahora eran universitarios, o

bien algunos, como los industriales, ejercían ya su profesión.

Tanto unos como los otros se vieron muy perjudicados, ya sea

en sus estudios superiores o en su trabajo.

En mi caso me encontraba cursando el tercer año de Ingeniería

y pensé que como vivía en La Plata, tal vez podría arreglarme

con algún permiso y poder cursar alguna materia. Así fue como

tuve la suerte de conseguir un permiso especial para estar libre

una tarde en la semana para concurrir a la Facultad. Todo

andaba muy bien hasta que un día, a causa de que el

Regimiento no había desfilado en el bosque, lo suficientemente

bien según el criterio del Coronel, a cuyo cargo estaba la

preparación del desfile militar histórico que se realizaba todos

los años para el 25 de Mayo, me anuló el permiso, como una

satisfacción personal de su carácter.

52

Page 53: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Por esta razón no pude cursar el año universitario, y en

consecuencia retrasé mis estudios. Inútiles fueron las razones

que expuse, no sólo al Capitán Jefe de mi compañía, sino

también hasta al Director del Regimiento.

El año 42 fue malo para todos los soldados, ya que el invierno

fue muy duro como no recordaban otro en La Plata; tan es así

que en una salida con el Regimiento para realizar “orden

abierto”, desfilando por la calle 7, al llegar a la altura de la calle

80, eran tantos los soldados que caían desmayados, que el

Coronel dio órdenes de regresar a los cuarteles del Regimiento.

Tan crudo fue ese invierno, que la enfermería estaba repleta de

soldados enfermos, pues por razones presupuestarias los

mismos no iban bien abrigados. Era una pena verlos dormir en

esos galpones fríos, tapados con una colcha de verano, tan

delgada por el uso que parecía una sábana.

Una noche muy fría, escuché a eso de las 3 de la madrugada

gritos y órdenes que me despertaron; al ver que provenían de la

“cuadra” donde dormían los soldados de nuestra compañía me

dirigí a ella, cuál no sería mi sorpresa ver a todos los soldados

en paños menores haciendo ejercicios al lado de la cama, bajo

las órdenes de un cabo primero que los dirigía; mientras él

estaba bien abrigado con su uniforme completo, hasta llevaba

su capote puesto. Al ver tal demostración de poder frente a

esos jóvenes, no pude menos que intervenir y grité: - ¡La

compañía a mis órdenes! ¡Y usted, cabo primero se retira

castigado a su dormitorio!-

Todos los soldados volvieron a sus camas y se taparon como

podían, algunos se vistieron para dormir mejor; muchos de ellos

habían cortado el colchón al medio y a lo largo para poderse

cubrir con la lana que éstos tenían; todo para poder

resguardarse del frío.

De esta manera, y cuando podía, utilizaba mi poder como

suboficial para beneficiar en algo la vida de los jóvenes

soldados.

53

Page 54: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En otra oportunidad durante un fin de semana largo, en el cual

todo el Regimiento gozaba de un permiso, que le permitía a los

que vivían alrededor de La Plata visitar a sus padres, me

encontré con la novedad que el Furriel, que por orden superior

preparaba la lista de los que debían quedarse para las guardias

de esos días, colocaba a los soldados que precisamente vivían

fuera de la ciudad, en los pueblos vecinos, y de esta manera les

anulaba la única vez que podían ver a su familia; favoreciendo a

los de la ciudad, que prácticamente visitaban a sus padres todas

las semanas. Ante este proceder, utilicé mi cargo para revertir la

disposición y así permitir que el soldado del campo pudiera ir

de vez en cuando a su casa. Ya que tenía que cumplir con la

incorporación, me había propuesto hacer más llevadera la vida

del soldado, utilizando el poco poder que me daba el grado con

el que fui incorporado.

Como lo expresara anteriormente, ese año fue uno de los más

fríos que tuvo que soportar la ciudad, por lo tanto hasta yo caí

enfermo con una gripe muy fuerte que me atacó hasta el sistema

pulmonar, tuve que pasar en la enfermería más de un mes. Al

cabo de ese tiempo me dieron el alta, pero me sentía muy débil

para incorporarme a las tareas propias del Regimiento. Estando

en la enfermería me había hecho muy amigo de un soldado, que

gozaba de algunas franquicias, pues era el campeón argentino

de la carrera de 100 metros pedestre. Este joven se ofreció a

interceder frente al Jefe de Regimiento para que me dieran una

tarea de oficina, para así no incorporarme a las tareas de la

compañía y poder restablecerme rápidamente. Así fue como fui

asignado a la oficina de Reclutamiento, en la cual se

confeccionaba cada cuatro años el plan de reserva activa para

casos de conflicto. Esta oficina tenía como jefe a un Capitán,

como ayudante de la jefatura y responsable de la confección

práctica del plan de movilización a un suboficial principal, y

por lo tanto era el jefe directo de los escribientes a máquina,

que eran un soldado y un sargento (El que suscribe).

Para mostrar como el “poder” está sobre todas las reglas, leyes

y demás directivas, aún cuando estas representan las

disposiciones de la Real Academia del Idioma, relataré, no sólo

cómo influye el poder, sino también la ignorancia de ciertos

militares y su tozudez.

54

Page 55: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

El Capitán todas las mañanas se acercaba a la oficina a dar

algunas órdenes y luego controlaba la escritura que en ese

momento se hacía del Plan. De este modo varias veces corregía

las supuestas faltas de ortografía de los empleados. Recuerdo

que acercándose me ordenó que una palabra escrita con “s”

debía ser con “c”. A pesar de que yo le advertía su error, él

ordenaba por ser Capitán, que se escribiera con “c”.

En esa época no existían las PC, donde la corrección es muy

fácil. Debíamos en ese entonces proceder a borrar con goma

especial el original y la copia que se obtenía con papel

carbónico; por más cuidado que se pusiera en la corrección, la

hoja no quedaba bien como para integrar el Plan.

Después que había hecho lo ordenado, seguía escribiendo y

mientras tanto el suboficial se acercaba como al pasar, para ver

el supuesto error. Después, cuando él creía que nadie lo miraba

le decía en el oído al Capitán que estaba equivocado; éste

luego se acercaba al escribiente y le decía: - Corrija de nuevo.

Así lo hice varias veces, pero como él seguía con esa costumbre

de utilizar el poder para corregir, se me ocurrió realizar la

primera corrección golpeando la tecla de tal manera que la letra

enmendada casi cortaba el papel. De esta manera como el

Capitán ordenaba de nuevo la corrección, yo le contestaba que

no podía, al insistir, de un golpe sacaba el original y la copia de

la máquina, lo hacía un bollo y lo tiraba al canasto, volvía a

colocar papel y carbónico para hacer nuevamente la hoja. Esto

bastó para que el oficial no me corrigiera más.

Esta actitud demostrada a sus subordinados, es generalmente la

que se utiliza con los civiles en su trato diario; llevado por la

educación militar que han recibido y porque saben que tienen

poder, sin embargo ese poder está limitado por la cadena de

mando, lo que los lleva a obedecer sin discusión alguna,

siempre que la orden provenga de un estamento superior.

Hemos dicho en otra oportunidad, que el poder es un arma

peligrosa, y sólo debe ser manejado por aquellas personas

sensatas de criterio amplio, y no aquellas que tienden a

aniquilar la razón por el poder mismo.

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Page 56: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

uando ingresé a la Facultad de Ciencias Físico-

Matemáticas de la U.N.L.P, lo hice becado, por haber sido

el mejor alumno de la promoción de la Escuela Industrial

Superior de la Nación, de la ciudad de La Plata.

Hoy la Facultad se conoce como la de Ingeniería, pues cuando

tuvimos un Arquitecto como Rector de la U.N.L.P, tuvo la feliz

idea de modificar la estructura de la universidad, fundando

según él, dos facultades, la de Ingeniería y la de Ciencias, como

existen en la actualidad.

Recuerdo que con motivo de este suceso, el diario “La Prensa”

dijo en su editorial que no se habían creado dos facultades en

La Plata, sino que se había cerrado una de gran prestigio, que

nació con la Universidad misma como resultado de la idea

creadora de Joaquín V. González.

Volviendo a mi condición de becado, situación que no podía

perder, si realmente deseaba seguir estudiando, ya que en la

misma caducaba el primer aplazado de la carrera; esta

condición me obligaba a ir muy bien preparado a los exámenes,

que con ayuda a veces de un poco de suerte supe terminar mi

carrera, sin perder la beca. Esta situación me conducía a ser

muy cuidadoso con las decisiones que podía tomar al cursar la

carrera, de manera que cuando se presentó la oportunidad de

cambiar de estudios de la Ingeniería Mecánica (Donde estaba

inscripto) por la carrera de Ingeniería Aeronáutica de reciente

creación, me resultó difícil hacerlo.

La carrera me atraía, pues siempre me gustaron los aviones, mi

casa estaba frente al Aeroclub del Dique y donde desde muy

chico me entretenía en verlos decolar, volar y aterrizar a los

aeroplanos de esa época; talvez recordando los vuelos de las

grandes aves que habían en el campo de la Pampa como las

águilas, los jotes y las palomas monteras.

56

MALAS PALABRAS

C

Page 57: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Lo cierto es que después de buscar consejos de varios

profesores, dos amigos y yo nos inscribimos en la nueva

carrera, cuyo currículum era muy superior a la de Mecánica. Se

puede decir que con las nuevas materias y lo excelente de los

profesores que las dictaban, la Facultad de Ciencias Físicas-

Matemáticas, se renovó totalmente, y si algo le faltaba a nuestra

Facultad, era justamente el dictado de nuevas disciplinas

científicas y técnicas que ya eran corrientes en otros países

como los de Europa y los Estados Unidos.

Tuvimos profesores invitados, especialmente italianos,

franceses, belgas y rusos, que no sólo prestigiaron la carrera

aeronáutica del país (Recuérdese que en la Universidad de

Córdoba no se dictaba específicamente aeronáutica, solamente

un híbrido mecánico-aeronáutico, de manera que los primeros

alumnos en estudiar esta especialidad en el país fuimos

nosotros), sino que permitieron que otras cátedras de la

Facultad hicieran una revisión de sus temas de enseñanza e

incluso se crearon otras disciplinas de estudio.

Nosotros que ingresamos en esa época al estudio de

aeronáutica, creíamos que ésta tendría en la parte civil un gran

porvenir, ya que terminada la segunda guerra mundial y

teniendo en cuenta la enorme extensión de nuestro país, no era

menos pensar que las comunicaciones se realizarían a través de

la aviación. Desgraciadamente no ocurrió así por el control que

ejercía la aeronáutica militar sobre el desarrollo de la

aeronáutica civil de nuestro país; una decisión desafortunada,

que atrasó en muchos años el desarrollo civil de esta actividad.

Una vez ya decidido a estudiar aeronáutica, pensé que lo mejor

era someterme de lleno a esa disciplina, complementando el

estudio con un trabajo relacionado con el vuelo. Así fue como

ingresé a trabajar como ayudante inspector en la Dirección de

Aeronáutica Civil de la Nación, que en esa época se encontraba

en la ciudad de Buenos Aires, situada en una casa muy señorial

de la avenida Quintana; esto me obligó a viajar todos los días,

lo que dificultó el estudio de mi carrera, indudablemente se hizo

más larga.

57

Page 58: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes, el balance que

hice de esta nueva situación era favorable, no sólo ganaba un

sueldo adecuado, sino que me interiorizaba en lo que ocurría en

el mundo aeronáutico. Pertenecía a la División Inspección que

tenía por misión otorgar los certificados de navegabilidad a

todos los aviones que operaban con matrícula del país. Sin este

certificado, que respaldaba la seguridad del avión propiamente

dicho y de su planta motora, que otorgaba provisoriamente el

Inspector y luego confirmaba la Dirección de Aeronáutica Civil

del Ministerio de Interior, los aviones no podían despegar. De

manera que nuestro trabajo no sólo se limitaba a la inspección

en tierra y en aire del aeroplano en cuestión, sino también a la

habilitación e inspección periódica de los talleres que se

dedicaban a la reparación de aviones, talleres civiles que en esa

época no eran muchos, sólo se destacaban como importantes los

de Morón y del Tigre, que estaban habilitados para reparaciones

generales; además habían talleres pequeños de mantenimiento

en los Aeroclubs del país, que también eran rigurosamente

controlados por nuestra oficina. De manera que los inspectores

aeronáuticos tenían zonas del país, donde ellos eran la autoridad

aeronáutica que permitía volar o no a los aviones.

Yo tuve la suerte de ser ayudante de grandes inspectores que

conocían muy bien su trabajo, y aún cuando no eran buenos

docentes, mi curiosidad a través de mis preguntas, no sólo a

ellos, sino a los pilotos, mecánicos, etc., me permitieron en

poco tiempo estar cómodo en mi trabajo y al cabo de un año ya

hacía algunas inspecciones solo. Además aprendí el trabajo de

oficina y el manejo de expedientes e informes, cosa totalmente

desconocida para mí. A propósito, recuerdo mi primer contacto

con los expedientes que no fue muy placentero.

En la oficina trabajaba un ingeniero que había sido Suboficial

del Ejército, que estudió y se recibió en la Universidad de

Córdoba, era un hombre con conocimientos firmes, pero no era

muy bien visto por los militares, puesto que a pesar de que la

oficina donde trabajamos, pertenecía a la aeronáutica civil y por

lo tanto dependía del Ministerio del Interior, el Director era un

militar, y éstos no veían con buenos ojos a los subalternos, aún

cuando fueran universitarios.

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Page 59: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A este ingeniero le gustaba resolver problemas aeronáuticos, y

los de administración (Si bien estaban relacionados con el

mismo tema) trataba de dejarlos a un lado; así se fueron

acumulando tantos expedientes que la altura promedio, sin

exagerar, era más de metro y medio. Un día me llamó y me

dijo: ...- ¿Ves esa pila de expedientes?, los estudias y los

resuelves por ti mismo, si tienes alguna duda, consulta con el

Jefe Administrativo...-; éste era un excelente empleado con

mucha experiencia, y en una palabra, era un archivo vivo; era

de aquellos empleados imprescindibles, todos lo consultaban y

a todos les daba respuestas inmediatas y precisas, sin consultar

ningún papel. De esta manera aprendí a estudiar un expediente

y comprender el asunto de que trataba sin leerlo a fondo, esta

experiencia me sirvió más tarde cuando era Gerente de Vialidad

y debía resolver muchos y serios problemas que tramitaban

expedientes “gordos”.

Todo fue bien con los expedientes que me dejó de herencia el

ingeniero, a poco de trabajar con ellos, ya hacía informes

correctos que aprobaba el Jefe Administrativo. Sin embargo,

tuve mi primer problema en un pedido que hacía el Director de

una Escuela de Morón, de partes de avión para un museo que

estaban armando; como lo solicitado era material de rezago, yo

redacté la Resolución, por la cual el Director de Aeronáutica

disponía su entrega.

Unos días más tarde vino la resolución aprobada y se ordenaba

la entrega; cuál no sería mi sorpresa cuando hablé a los

hangares que teníamos en Morón, para proceder a la entrega, y

me comunicaron que esos materiales hacía más de un mes que

se habían entregado a otra repartición.

Frente a este hecho sólo me quedó la consulta al Jefe

Administrativo, quien me retó y me dijo que nunca hiciera algo

sin comprobarlo previamente; no obstante él iba a dar solución

a mi problema, y abriendo el último cajón de su escritorio,

archivó el expediente para la eternidad; otra cosa hubiese sido

comunicar lo ocurrido al Director, con la correspondiente

sanción, cosa que yo no deseaba.

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Page 60: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A pesar de la recomendación de mi jefe, años más tarde

cometería el mismo error, aunque este mucho más grave, pero

eso será tema de otro relato.

En la oficina de inspección existían dos momentos, de los

cuales todos estábamos pendientes: uno era el espectáculo que

tenía por marco la ventana del edificio que se encontraba frente

a nuestras oficinas, allí todas las mañanas alrededor de las

nueve horas, éste se iniciaba junto con la apertura de la

persiana, aquellas figuras que acompañan el abandono de la

cama del despertar de una linda joven. Comenzaba entonces así

un verdadero “Reality Show” como los que se ven hoy en

televisión, el cual terminaba bruscamente al aparecer nuestro

jefe administrativo.

El otro momento es el que dio origen a todas estas

disquisiciones aeronáuticas; diré que al lado de nuestra oficina

se encontraba el Laboratorio Psico-Técnico, donde se

realizaban todas las revisaciones médicas y los tests, que en esa

época debían pasar todos los pilotos antes de renovar o sacar

por primera vez sus licencias de vuelo. Entre todos los tests que

debían pasar los postulantes existía uno, cuya aplicación era

muy graciosa y esperada por todos los que lo conocíamos, de

manera que cuando por primera vez debía pasarlo un aspirante

a piloto aeronáutico, el ayudante del médico que asistía la

prueba, nos llamaba para que lo presenciáramos e hiciéramos

coro de risas al final del mismo.

La prueba consistía en un aparato parecido a una perinola, que

giraba, mostrando en cada cara una letra, el que se sometía al

test debía pronunciar una palabra con la letra que aparecía en

cada giro, todo iba muy bien mientras la velocidad con que

aparecían las letras era baja, pero a medida que se aumentaba la

velocidad, el sujeto elegía palabras groseras, terminando con las

más malas palabras que conocía para poder cumplir con el test.

Esto siempre nos causaba gracia y terminábamos todos riendo a

carcajadas. Es posible que un Psicólogo pueda explicar esto,

pero a mí me parece que es una consecuencia lógica de nuestra

idiosincrasia ciudadana.

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Page 61: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

UNA LECCIÓN DE VIDA

iertos hechos en la vida, repartidos en el tiempo suelen

tener el carácter de normas, que aplicadas en el momento

correcto permiten salir de una situación embarazosa en el trato

diario con las personas que nos toca convivir.

Así viene ahora a mi memoria el recuerdo de un señor que llegó

con nosotros al pueblo de Plaza Huincul, centro petrolero que

se encuentra a 1300 km de Buenos Aires, para trabajar en el

yacimiento que aún hoy existe, digo con nosotros pues éramos

tres jóvenes recién recibidos de Técnicos Industriales y nuestro

primer trabajo profesional lo iniciamos en dicho pueblo. La

compañía que nos contrató era estatal y para entusiasmarnos

nos prometió una serie de ventajas, entre ellas vivienda, cosa

que no ocurrió por lo que tuvimos que alojarnos en el único

hotel que estaba ubicado frente a la estación de ferrocarril.

El hotel estaba ubicado en un viejo edificio, por supuesto, de

una planta, construido en una esquina y ocupando un cuarto de

manzana, al entrar uno se encontraba con un gran comedor y al

fondo, detrás de un mostrador estaba el bar y recepción de los

pasajeros y clientes, a un costado se encontraba una ancha

puerta que comunicaba con la cocina y en la mitad de la otra

pared se ubicaba un pórtico cerrado con dos amplias puertas

vaivén adornadas con gruesos vidrios biselados que daban paso

a un gran patio cerrado por varias piezas que representaban los

alojamientos que poseía el hotel.

Cada pieza tenía dos camas de manera que se nos asignó dos

habitaciones y por consecuencia uno de nosotros debía dormir

con el cuarto hombre, cosa que a ninguno nos hacía gracia, por

lo tanto decidimos quién debía dormir en la segunda pieza

jugando a las barajas, me tocó de esa manera ser el compañero

de cuarto.

Para comprender la reticencia de dormir con un desconocido

debemos decir que este señor era muy particular, tendría unos

cincuenta años, tal vez menos, pero su extrema delgadez y su

61

C

Page 62: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

cara a medio afeitar, detalles que unidos a su declaración de ser

vegetariano – habíamos cenado en la misma mesa – lo

describían como un personaje curioso y algo misterioso, por lo

que ninguno de nosotros quería compartir nada con él.

Cuando fui a la pieza para dormir, lo encontré ya durmiendo,

traté de no hacer ruido que podría molestarlo, así transcurrió la

noche, hasta que a la madrugada siento ruidos y me incorporo

en la cama creyendo que ya era hora de levantarse cuando lo

encuentro al compañero de pieza en calzoncillos y camiseta

haciendo unos ejercicios raros en el medio del cuarto.

Al preguntarle si no era muy temprano para levantarse y

además para entregarse a esos ritos gimnásticos me contestó

que él profesaba una religión que lo obligaba diariamente y

antes que saliera el sol, encomendarse a los dioses y realizar

ciertos y determinados ejercicios espirituales a fin de asegurarse

un buen día.

Iniciada la conversación ésta continuó por parte de él

explicando las diferencias que existían con otras creencias, y

para ser claro con respecto a los creyentes católicos me dio un

ejemplo: ...“nosotros no hacemos como Jesucristo que cuando

se nos pega en una mejilla ofrecemos la otra en señal de que no

tenemos ningún rencor con el que nos ha injuriado, sino por el

contrario, tratamos de hacerle comprender que con esa

cachetada nos ha hecho un gran favor puesto que con su acción,

por ejemplo, nos mató un mosquito portador de malaria y le

quedamos agradecidos eternamente, de esta manera dejamos

confundido a nuestro enemigo y para nosotros representa una

forma de vengarnos al dar vuelta el concepto del agravio”...

Esta manera de reaccionar frente a una situación injusta y

agraviante cuando ha ocurrido un hecho que en ningún

momento estuvo en nuestra mente la idea de provocarlo, me ha

permitido salir, no digo airoso, sino resolver un problema cuyas

consecuencias finales uno no siempre conoce y confieso que en

muchas oportunidades he usado este procedimiento de revertir

el significado de algún exabrupto que uno suele recibir en la

vida.

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Page 63: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Recuerdo cuando regresaba a mi casa, en ese entonces en

Ringuelet, lo hacía muchas veces en los ómnibus que iban

desde La Plata a Buenos Aires, para lo cual debía sacar el

boleto sobre el mismo vehículo y este se pedía por el valor que

representaba el viaje, de esta manera pedí uno de $A. El

conductor, y boletero a la vez, entendió mal y cortó uno de

mucho mayor valor, en ese momento arrancó el ómnibus y el

nivel de ruido se incrementó obligándome a levantar la voz para

decirle:

- Le pedí de $A

De inmediato me contestó de muy mala manera diciéndome:

- ¿Qué hago yo ahora, quiere que me coma el boleto cortado?

- No, hacemos ahora algo mejor – le contesté, tomé el boleto

de mayor valor, lo rompí y lo tiré por la ventanilla y luego le

pagué el valor de los dos boletos.

De esta manera desarmé al chofer que no dijo ni una palabra y

el incidente terminó ahí, claro está que el viaje me resultó caro.

Aquella conversación el hotel Plaza Huincul a la madrugada

supo tener otras derivaciones, mejor sería decir, otras

aplicaciones que la buena educación a veces no nos muestra.

En la oportunidad que me desempeñaba como inspector de

aduana en materiales de uso aeronáutico, mis oficinas se

encontraban ubicadas en las calles Uruguay y Tucumán en la

ciudad de Buenos Aires, lugar de mucho tráfico, sobre todo al

mediodía, hora que correspondía a la salida del personal de

oficinas, justamente a esa hora terminaba mi tarea, con más

certeza a las 13 horas, mi preocupación era estar desocupado,

pues si llegaba algún trabajo a último momento, mi tarea se

prolongaba en la tarde privándome salir a tiempo para tomar el

tren a La Plata y poder asistir a las clases que se dictaban en la

Facultad de Ingeniería. A pesar de mi preocupación por

terminar a tiempo todos mis informes, un día alrededor de las

12 horas me llamó mi jefe para encargarme la inspección de un

cargamento de repuesto para una de las principales compañías

de transporte aéreo internacional, haciendo hincapié de la

premura que tenía la compañía para habilitar los vuelos del día

siguiente, de esta manera frenó todo intento de dejar todo para

el próximo día.

63

Page 64: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Tomé el expediente y salí corriendo para tomar un taxi e ir al

puerto donde me esperaba el despachante de aduana de la

compañía, pero como lo dije anteriormente a esa hora los taxis

iban ocupados, de manera que cuando pude conseguir uno lo

tomé por una manija y exclamé: - ¡Este auto es mío!, solo que

en ese momento advierto que del otro lado abría la puerta un

señor de edad muy bien puesto antes que yo, a pesar de esto

seguí gritando y dispuesto a todo para conseguir el vehículo

que tal vez me permitiera todavía llegar a tiempo a mis clases

de tarde en la Facultad.

El señor me preguntó para dónde iba, al responderle que mi

destino era la dársena del puerto frente a Retiro me contestó

que él tenía el mismo rumbo, por lo tanto podríamos ir juntos,

todo esto lo expresó en forma pausada y correcta que de

inmediato me puso en mi lugar y sin palabra alguna subí al

coche aceptando su idea, de ahí para adelante todo se

desarrolló en silencio, sólo interrumpido por el señor, que al

llegar a Retiro se bajó agradeciéndome haberle permitido el

viaje y pagando el taxi generosamente hasta mi destino; yo me

acordé de nuevo del hombre de Plaza Huincul, pensando qué

lección de vida me había dado este señor...

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Page 65: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

UNA VISITA INESPERADA

ntre los trabajos extra-universitarios que he realizado,

estaban los que me permitían desempeñarme como Gerente

Técnico de una empresa en La Plata, que se dedicaba a los

servicios de microfilmación y computación para empresas.

Como resultado de nuestra actividad era frecuente que nuestro

Gerente General y dueño de la empresa, se ausentara para viajar

a los Estados Unidos para cumplir con algunos compromisos

que teníamos con compañías de ese país, de las cuales éramos

representantes de algunos de sus productos.

Cuando Rodolfo (así se llamaba) viajaba, toda la oficina estaba

atareada preparando los detalles de la actividad que

desempeñaría en el país del norte; en una de esas oportunidades

Rodolfo estaba tan atareado, que no podía acompañar a su

esposa a la modista para dejarle un tapado que necesitaba un

arreglo menor, que llevaría en el viaje, ya que ella acompañaba

a su esposo en esta ocasión. Por esta razón me preguntó si yo

podía llevarla a la modista en viaje a casa, puesto que ya era

tarde y la tarea de la oficina no había terminado aún.

Ese día mi señora Celina había salido de compras, y quedamos

que me pasaba a buscar por la oficina para irnos juntos a casa

en el auto que tenía en el estacionamiento, de manera que ante

el pedido de Rodolfo solo tuve que invitar a su esposa Elina que

viniera con nosotros.

La casa de la modista quedaba en la periferia de la ciudad, y a

escasos metros de la esquina, donde yo recordaba, vivía un

ayudante del Laboratorio Universitario que trabajaba conmigo.

Serían las ocho de la noche cuando golpeamos Elina y yo en la

casa de la modista, Celina mi esposa, se había quedado en el

auto esperándonos; por más que llamamos no nos atendían, y

era evidente que no había nadie en la casa, pues no se veía

ninguna luz.

65

E

Page 66: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Mientras esperábamos Elina se quejaba, pues si no le dejaba esa

noche el tapado, no le hacía el arreglo y no podría ir al otro día

a los Estados Unidos con su esposo. En ese momento me

acordé que en la casa de la esquina vivía el laboratorista, y por

lo tanto le sugerí a ella que podríamos dejar el tapado, que iba

envuelto en una gran paquete, bien acondicionado, y más tarde

cuando regresara la modista, él podría dárselo, de esa manera se

lograba lo que allí fuimos a hacer.

La casa de la esquina estaba construida sobre la calle y en la

ochava presentaba la puerta de entrada principal, de manera que

nos dirigimos a ella y golpeamos, para ser atendidos por el

propio laboratorista, quien exclamó: -¡Ingeniero, qué grata

sorpresa y qué atención de acordarse de nuestro aniversario!-.

Al abrirse la puerta vimos que daba la entrada a un largo y gran

comedor, totalmente iluminado, con una mesa tendida y lista

para recibir a los invitados que irían a festejar el 40 aniversario

de casados.

El señor de la casa nos recibió con los brazos abiertos y

llamando a su esposa, diciéndole que el ingeniero (Yo era su

jefe), había tenido la delicadeza de visitarlo con su esposa, y

mirando el paquete (Que él creía un regalo), nos invitaba a

pasar y tomar unas copas. ¡Qué tremendo papelón pasamos! Yo

tratando de explicar lo inexplicable y Elina diciendo: - Yo no

soy la esposa, soy una amiga...-. Después de haber aclarado

toda la confusión, le planteamos el motivo de nuestra breve

visita, así logramos cumplir con el objetivo de dejarle la

encomienda a la modista.

La visita fue realmente inesperada. Al retirarnos, al principio

nos sentimos muy avergonzados por el error, y luego al

acercarnos al auto, no pudimos menos que reírnos ante el

suceso tan curioso que nos ocurrió. De más está decir que la

esposa de Rodolfo, al fin pudo viajar con él a los Estados

Unidos, gracias al arreglo que se le hizo a tiempo al tapado.

66

Page 67: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

EL FÚTBOL COMO SOLUCION

n la época que trabajaba como Gerente Técnico de una

empresa de informática, se nos presentó un trabajo muy

importante, relacionado con el censo de armas de fuego que

puso en marcha la Provincia. El censo era obligatorio, cada

ciudadano de la provincia que tuviera un arma debía

denunciarla, para lo cual debía llenar un formulario ad hoc que

proporcionaba la policía, por intermedio de sus comisarías.

Por cada arma debía llenarse un formulario, de manera que,

como el censo arrojó aproximadamente tres millones de armas

(Año 1980), el cúmulo de papeles como resultado de las

concentraciones de denuncias se iba amontonando en la Casa

Central de Policía, y ya ocupaban una habitación de gran

tamaño. Estos formularios venían de las comisarías en paquetes

de diversos tamaños y atados con hilo, realmente no venían

bien acondicionados, el continuo traslado y la humedad

perjudicaba las solicitudes.

Cuando las autoridades se encontraron frente a este cúmulo de

información soportada por esa gran cantidad de paquetes sucios

y sin clasificar, entendieron que sólo contratando los servicios

de aquellas compañías que tratan con la información, podían

resolver el problema de clasificación, de estadística y de

emisión de boletas, que enviadas a los declarantes, pudieran

obtener un beneficio (Un impuesto más por única vez), que las

rentara lo suficiente para cubrir los gastos del censo y otras

tareas.

El trabajo nuestro consistió en microfilmar todas las solicitudes,

con el fin de reducir los tamaños de archivo y facilitar el

manejo de la consulta de información a través de máquinas

lectoras automáticas. Además paralelamente se grabó la

información y se archivó en cintas magnéticas que podía

manejar un sistema de computación,; se hicieron programas

para cada una de las inquietudes de la policía y entre ellas el

programa que permitía imprimir lo tres millones de boletas, que

se enviarían por correo a los denunciantes de armas.

67

E

Page 68: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Estas boletas tenían el aspecto de las que utiliza la Provincia

para cobrar sus impuestos, de manera que el ciudadano que

había denunciado un arma, recibía por intermedio del correo la

boleta por cada arma, que contenía como toda boleta de

impuesto tres partes: una para el banco donde se pagaba, otra

para el cliente y otra para la policía. Las boletas como

comprobante de pago que llegaban de los bancos de toda la

provincia a la policía, se grababan y a través de un programa se

confeccionaban las credenciales del REPAR (Registro de

Armas), que por último retiraban los interesados en cada

comisaría, y que le servía para justificar la posesión de un arma

frente a las autoridades policiales.

Las boletas de pago (Del mismo tipo que las de impuesto), se

enviaban por correo como ya hemos dicho, pero como éstas

eran aproximadamente tres millones, para el Correo Central de

La Plata, que debía realizar esta tarea, resultaba un problema de

entrega, que se sumaba a las boletas de impuesto de los

organismos de la Provincia, que realizaba mensualmente. Por

esta razón fui al correo para hablar con el encargado que tenía

la tarea de envío de tal correspondencia, indicándome que

llevara ésta a la tarde de determinados días, donde la tarea no

era tan pesada para él, y así como al pasar me dijo: ...- No

olviden que deben poner el número de cuenta de la policía en

las boletas, que en este caso es el número tal ...

Los ministerios y algunas importantes reparticiones

provinciales tenían una cuenta corriente con el Correo Central

de la Nación para el envío de correspondencia, y de esta manera

se evitaban el estampillado.

Luego de conversar con el encargado del correo, me fui a la

oficina caminando, pensando en el número de cuenta, ya que

según mi recuerdo, no era precisamente el que habíamos

colocado en las boletas, ¡Qué error si así hubiera ocurrido!,

¿Cómo cambiar el número por el verdadero en tres millones de

boletas?, ni pensar hacer de nuevo el trabajo; la pérdida de

dinero era tan grande, pues hacía como quince días que

trabajaba un equipo para la confección de las mismas .

68

Page 69: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Apuré el paso y al llegar a la oficina pedí una boleta cualquiera

y busqué el número de cuenta, efectivamente, no coincidía con

el que expresara el encargado del correo. Yo era el responsable

de toda la tarea, de modo que un sudor frío corría por mi cuerpo

con solo pensar en lo que había ocurrido.

Lo primero que hice fue llamar al Analista que había diseñado

la boleta y le pregunté de dónde había sacado ese número de

registro, este muchacho sólo atinó a decir que le había

preguntado a alguien que no recuerda, y lo colocó sin el mayor

cuidado. Mientras me explicaba temblaba, pues comprendió el

gran error cometido, lo que sin duda alguna le costaría el

puesto; luego de retarlo le dije que volviera a su trabajo, que no

hablara del error, que yo trataría de encontrarle alguna solución.

Si el número de registro de la cuenta no era el de la policía, me

pregunté a qué repartición correspondía. Pregunté por teléfono

a una oficina de contaduría de la Provincia y me respondieron

que ese número correspondía al Ministerio de Asuntos

Agrarios, y por tanto, el envío que íbamos a hacer sería

descontado a esa repartición y no a la de la policía, esto

complicaba más el problema, pensé que lo mejor era analizar

con calma el problema, alguna solución se me iba a ocurrir.

Luego de tomar un café para calmarme y no pensar en las

consecuencias del error cometido, decidí que lo mejor sería

conocer a fondo cómo era la metodología de la policía al enviar

correspondencia y cómo pagaba el estampillado. Así me enteré

que todo se reducía a la gestión de un empleado que llevaba la

correspondencia, que entregaba en la oficina de recepción del

correo; y como remito se usaba una libreta donde se asentaba lo

que se enviaba y la cantidad, presentando esta al correo; que

firmaba y sellaba el conforme, quedando una copia para el

correo, ya que la libreta era con duplicado. Luego esa libreta

servía para que la Contaduría hiciera el cheque mensual que se

enviaba al correo por parte de la policía. Una vez conocida la

mecánica pude ver la solución, siempre y cuando el correo no

se fijara en las boletas y se rigiera por la famosa “libreta

remito”.

69

Page 70: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Las boletas se enviaban encerradas dentro de una bolsa de

plástico con una tarjeta, donde solo se mencionaba el nombre

de la localidad a que pertenecían los denunciantes de armas, y

cada vez que íbamos al correo se llevaban varias bolsas, de

manera que éstas junto con tres empleados nuestros, hacían el

lío necesario para distraer al encargado e impedirle que por

curiosidad sacara alguna boleta y la leyera; ése era nuestro

problema, cómo distraer al encargado, ya que las bolsas

directamente se cargaban en un camión que estaba preparado

para salir a Buenos Aires; la cuestión era llegar en el horario

preciso y lograr entretenerlo.

Antes de iniciar la operación por primera vez, mandé con varias

excusas a dos empleados muy despiertos que tenía, para darle

conversación al encargado y ver cómo lo íbamos a entretener el

día de las entregas.

Estos jóvenes enseguida encontraron la forma de tratarlo, le

gustaba fumar y era hincha fanático del equipo de fútbol San

Lorenzo; entonces mientras dos empleados hacían bromas con

los paquetes y los cargaban al camión, sin ninguna supervisión

por parte del viejo empleado de correos; el tercero lo convidaba

con cigarrillos y le hablaba de San Lorenzo, para lo cual iba

muy bien documentado sobre la performance del Club, y a

veces discutían más de la cuenta. Mientras como quien quiere la

cosa, le presentaba la libreta; la cual firmaba y sellaba sin

mayor verificación.

De esta manera, y apoyado en el entusiasmo de hablar de fútbol

y del cuadro de sus amores; el viejo empleado nos dejaba cargar

las bolsas sin hacer ninguna inspección.

Como la expedición de estas bolsas la pagaba la policía en la

cuenta correspondiente, nada ocurrió. Sólo me quedó la duda, si

algún denunciante de armas casualmente era empleado del

Ministerio de Asuntos Agrarios; al recibir la boleta se

preguntaría: - ¿Y nosotros por qué pagamos el envío de este

impuesto de policía?...

70

Page 71: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

VIAJES ACCIDENTADOS

e comentado en otro relato, sobre la obligación de todos

los talleres que se dedicaban a la reparación de aviones, de

tener una autorización oficial de la Dirección Nacional

Aeronáutica, y dentro de esta obligación estaba, no sólo cumplir

con todos los boletines técnicos de la empresa constructora de

los aviones, si no también con las disposiciones emanadas del

cuerpo técnico de la Dirección citada. Por supuesto que dentro

de estas obligaciones estaba el aviso previo a cualquier

reparación o modificación, que sobre las máquinas aeronáutica

se pudieran hacer.

En ese entonces las reparaciones y modificaciones se

realizaban, casi con exclusividad en los aviones de poca

potencia; las máquinas más importantes se reparaban en

grandes talleres que la compañía de aviación tenía en su país de

origen. No obstante, algunos aviones de línea que operaban casi

con exclusividad en nuestro país, podían hacerlo en los grandes

talleres de Morón o San Fernando que existían en esa época;

siempre refiriéndonos a la Flota Civil Aeronáutica.

Los problemas que se producían por incumplimiento de las

reglas señaladas, se presentaban con mayor frecuencia en los

talleres pertenecientes a los Aero-Clubes, los cuales carecían de

medios y repuestos en general; por esta razón los inspectores,

que eran los agentes de la autoridad civil de la Aeronáutica,

eran muy cuidadosos y precavidos con su trabajo, con la

seriedad que requería el cargo. Por estas razones, cuando

ocurría un accidente aéreo, toda la oficina de inspección se

ponía alerta, y cada inspector rogaba que la máquina caída no

estuviera bajo su responsabilidad.

Los accidentes de aviación que sucedían en ese entonces, eran

más frecuentes en los aviones que utilizaban los Aero-Clubes; y

cosa curiosa, solían ocurrir después de un lindo fin de semana,

donde su actividad era importante.

71

H

Page 72: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En general había dos tipos de accidentes que eran comunes: uno

era ocasionado por los que iban a saludar a la novia en los

picnic, volando a baja altura y algunos haciendo vuelos

acrobáticos; los otros tipos de accidentes, también similares,

eran los provocados por aquellos pilotos que les gustaba saludar

a su familia, dando vueltas alrededor de sus hogares a baja

altura. Tanto un proceder como el otro estaban prohibidos en

los reglamentos de vuelo.

Había todavía algunos pilotos que se guiaban por reglas tan

viejas como imprudentes, como que se viajaba más seguro,

cuando se hacía a poca velocidad y baja altura, además en ese

tiempo muchos desconocían en gran parte las leyes de

navegación aérea.

No digo que el vuelo fuese un riesgo permanente, pero era

necesario conocer tanto al piloto como al acompañante; sobre

todo porque este último iba solo en la cabina posterior, y como

los movimientos de los comandos traseros eran manejados por

cables en esos aeroplanos, fáciles de trabar, no era raro que

ocurrieran accidentes, sobre todo en los vuelos de bautismo,

que acostumbraban hacer los Aero-Clubes.

Mi primer contratiempo lo tuve, al unirse mi falta de

experiencia, la juventud y la confianza que había depositado en

un buen y viejo mecánico de un Aero-Club. Se trataba de dar el

visto bueno de la reparación que habían realizado sobre un

motor Continental de un Piper Cub.

Llegué y encontré el motor “cerrado”, al decirle que cómo

había hecho eso, me respondió que ya había probado el motor,

pero le hice hincapié en un boletín de fábrica, donde aquellos

motores que estuvieran comprendidos entre una serie

determinada y otra, el cigüeñal no podía ser rectificado; él me

juró que el mismo no había sido tocado.

Así, creyendo en su palabra y pensando que abrir el motor para

sacar el cigüeñal y medirlo, le costaría trabajo y dinero;

entonces acepté y le di el certificado aprobándolo.

72

Page 73: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Cuál sería mi sorpresa, que a los pocos días, el avión al cual fue

colocado el motor, se había accidentado; por suerte sin

desgracias personales, ocasionado por la rotura del cigüeñal,

que había sido rectificado. Pasé varios días pensando en el

sumario del accidente y las consecuencias que eso me traería

(No era para menos, pues esto ocurría en mis primeros tiempos

de inspección).

El avión de referencia era el producto de un negocio entre dos

Aero-Clubes, venta en la cual cada uno engañó al otro. Esta

circunstancia hizo que las cosas se resolvieran entre ambos y

quedó como un accidente más, con un informe técnico que ellos

confeccionaron. Este hecho me indicó, que en estas cosas serias

donde se juega la vida, no se debe confiar nunca, y así lo hice

en el futuro, “ver para creer”.

Hablando de accidentes, sólo tuve uno con un avión Curtiss

Robin viejo, que me tocó inspeccionar; el problema fue causado

también por el motor, si bien yo lo había revisado y presenciado

la prueba en banco, pero sin carga (En esa época los clubes no

tenían banco de prueba, ni creo que ahora tengan bancos de

prueba en carga). La reparación había sido completa, y en ese

caso la prueba final se hacía con el avión en vuelo. El piloto de

prueba me preguntó si la hacíamos a 1500 metros o a ras de

tierra. Yo le dije que primero lo hiciéramos en altura.

El lugar donde se haría esta prueba era La Plata, y el Aero-Club

era el del Dique, el avión era un Curtiss Robin, monoalar, de ala

alta, y su performance era baja; de manera que le costaba

despegar y se asemejaba al vuelo de una gallina, pero así

mismo llegamos a los 1500 metros.

Cuando estábamos sobre el Hospital Español, ocurrió la falla.

De repente al acelerar al máximo, vi con espanto que la hélice

se plantaba (No era para menos, en los principios como

inspector) y en ese momento pensé: ¡Qué lástima, morir tan

joven!, pues al instante veo que el avión sale de su vuelo

horizontal, para emprender una tremenda picada.

73

Page 74: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Esta maniobra es la que correspondía, estaba en mano de un

piloto experimentado, pero yo lo ignoraba, de ahí mi gran susto.

Recobramos la horizontal y la sustentación al lograr gran

velocidad, ésta estabilizó al avión lo que facilitó el aterrizaje,

pero claro que al borde final del campo del club. Allí ya nos

habían ido a buscar y no fue más que un susto, que yo no

demostré para esconder mi ignorancia y no bajar el concepto

que tenían de mí.

Después de dejar el Curtiss en el hangar, el piloto me invitó

para hacer otra inspección en vuelo, a lo cual yo acepté como si

nada hubiera ocurrido. Pero ese día era mi suerte, el avión era

un Fleet al que yo tenía mucha confianza por su característica

de vuelo, muy distinta al Curtiss Robin, que parecía que nunca

iba a tomar vuelo; sin embargo debo reconocer de este último,

que al tener una sola ala de gran superficie, permitió que volara

como un planeador (Ya que el motor no funcionaba), nos llevó

al campo de aterrizaje sin inconveniente alguno.

Volviendo al Fleet, al carretear y adquirir velocidad para

elevarnos, de pronto, el motor “tosió” y se paró, menos mal que

no habíamos despegado; de nuevo el personal de tierra nos

había defraudado, pues dejó cerrada las llaves del tanque de

nafta. La situación a que pudo llevarnos ese error, si eso hubiera

ocurrido en el decolaje, hubiera tenido un resultado muy

peligroso. Corregido el error, se hizo el vuelo de prueba

normalmente. Creo que ese día fue mi bautismo de fuego.

Como el tema de este relato se refiere a accidentes sobre

máquinas en movimiento, creo oportuno referirme a dos

importantes que me han ocurrido, pero en el campo

automovilístico.

En el año 1966, una mañana me encontraba trabajando en el

Laboratorio de Máquinas Térmicas, en la Facultad de

Ingeniería; cuando recibí un mensaje telefónico de mi señora,

que me comunicaba que mi padre se encontraba muy mal de

salud. De inmediato resolvimos ir a General Alvear, Mendoza,

donde él vivía.

74

Page 75: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Sólo tuve tiempo de cargar nafta al FIAT 1100 que teníamos en

esa época, y habiendo dejado los chicos en casa de una familia

amiga, tratamos de salir lo más rápido posible, pues era mi

intención llegar ese día, a pesar de que el viaje era largo (1300

km), antes de la noche. Como manejaba solo, ya que mi señora

no sabía conducir, un “amigo”, me dio unas pastillas para que

no fuera a dormirme y al mismo tiempo me relajaran en el

viaje.

Todo fue bien hasta llegar casi a la intercepción de la ruta 188 y

35, donde me sentía con fuertes dolores de espalda, al ir tan

tenso, no sólo por el manejo, sino por la noticia de mi padre.

Entonces recordé las pastillas de mi amigo y me tomé una en la

próxima estación de servicio, donde cargamos nafta y aceite. A

los pocos minutos de reiniciar el viaje, y ya sobre la ruta 188,

que nos llevaba directamente a General Alvear; empecé a

sentirme muy bien, se me fue el dolor, y el conducir no

representó ningún inconveniente, pues iba relajado y suelto. Así

llegamos a General Alvear cerca de las 21 horas.

Estuvimos una semana tratando de influir en la mejoría de mi

padre, al dejarlo, no muy bien, pero sí fuera de peligro, aunque

no por mucho tiempo; decidimos regresar.

A la vuelta decidimos hacer escala en Santa Rosa, la Pampa,

pues así el viaje nos resultaba menos agotador. Cuando

llegamos a la altura de Castex, dijimos: - ¿Por qué no tomarnos

una de esas pastillas, que tan bien nos habían hecho en el viaje

de ida? - Así que tanto Celina como yo, tomamos las pastillas,

llegando bien a Santa Rosa.

Luego de ubicarnos en el hotel fuimos al comedor y por fin nos

retiramos a descansar. A medida que transcurría la noche se fue

desarrollando nuestro insomnio, no pudimos dormir, de manera

que resolvimos de inmediato iniciar el regreso a eso de las

cinco de la mañana. Así habían actuado las pastillas, que no

eran otra cosa que anfetaminas.

75

Page 76: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Fue un error haber tomado esas pastillas, como iniciar el viaje

sin dormir, estado que provocó sin duda el accidente que

tuvimos al pasar unas vías de ferrocarril, en el paraje llamado

“La Zanja”. Pocos kilómetros antes habíamos parado, y

recuerdo haber tomado una taza grande de café para

reanimarme; me sentía cansado, pero sin sueño.

Eran las nueve de la mañana de un lindo día con gran

visibilidad, pero recién se había levantado la niebla del camino,

y por lo tanto existían algunos charcos de agua en el mismo; al

cruzar las vías y pisar un espejo de agua, el rozamiento no fue

igual en las dos ruedas delanteras y el coche fue lanzado hacia

la izquierda, que por suerte no venía un vehículo por esa mano.

No era la primera vez que salvé una situación así, de modo que

pensé que lograría estabilizar el auto, pero al tocar el volante

salió lanzado a la derecha, después de vuelta a la izquierda,

hasta que se salió del camino y cayó volcándose en un préstamo

de dos metros por lo menos. Lo que había ocurrido era, que

cuando yo corregía la dirección, creía que lo hacía bien, pero

posiblemente exageraba la acción por el estado que las pastillas

me habían producido.

Dimos dos o tres vueltas y el coche quedó con el motor en

marcha, pero con las ruedas hacia arriba; yo atiné de inmediato

a apagar el motor y buscar a Celina, que se encontraba en la

parte trasera, entre unas damajuanas de vino de Mendoza. El

parabrisas saltó a lo lejos, las puertas se trabaron, de manera

que tuvimos que salir por el frente, ayudados por unos obreros

de Vialidad que venían en un camión, por el camino hacia

nosotros.

Sólo fue un susto, por suerte no sufrimos ninguna fractura o

golpe fuerte, y con la ayuda de la cuadrilla de Vialidad,

pudimos poner el auto en posición normal y subirlo al camino.

El auto tenía los vidrios rotos y el techo aplastado, pero andaba.

Así fuimos hasta el Trenque Lauquen, que estaba a 10 km

aproximadamente, donde un chapista nos puso el parabrisas,

cubrimos con nylon la luneta trasera y emprendimos muy

despacio los 500 km que todavía nos quedaban para llegar a La

Plata.

76

Page 77: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Nunca hice un viaje peor y tan agotador, tampoco nunca

olvidamos el accidente que había ocurrido en el pueblito “La

Zanja” (Famosa Zanja de Alsina).

El segundo accidente automovilístico tuvo lugar en un pueblito

de la selva venezolana, llamado Ospino, y como consecuencia

tuve una fractura importante en la rodilla izquierda.

En el año 1985, siendo Secretario General de la Gobernación

del Distrito 4910, tuve la misión de ser el Jefe de grupo de unos

becarios de la Fundación Rotaria; con ese motivo recorrimos

Venezuela en toda su extensión, visitando industrias, obras

hidráulicas, puertos, fundiciones de hierro y aluminio,

universidades, etc., pues el motivo principal era el intercambio

de jóvenes profesionales para conocer el país, culturalmente en

todos sus aspectos. Nos encontrábamos en el último tramo de

nuestro recorrido, que era el oeste del país, pues el centro y el

este ya lo habíamos visitado. El traslado se hacía en avión y en

autos que ponían los rotarios venezolanos a nuestra disposición.

Para los que no conocen Rotary tengo que decir que el trato y la

amistad que nos brindaron, es el reflejo de los sentimientos con

que se tratan todos los rotarios del mundo; es una organización

mundial, donde después de la acción para mejorar el mundo,

está la amistad entre sus integrantes.

Iniciamos uno de los últimos tramos del viaje, desde la ciudad

de Acarigua hasta la ciudad de Guanare, a eso de las ocho de la

mañana; después de andar más de una hora llegamos al lugar

del accidente.

Íbamos en dos autos, uno de ellos era un auto pesado y grande,

donde iba yo como acompañante del chofer, que era un rotario

de la zona.

Cuando al llegar a una curva, a la izquierda, veo que de una

larga fila salía un coche a gran velocidad, con la intención de

adelantarse; lo que provocó de mi parte la exclamación: -

¡Chocamos! -.

77

Page 78: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A pesar de que mi compañero se tiró todo lo que pudo a la

derecha, pues estábamos viajando al lado de un barranco de

varios metros, que le impedía ganar más terreno; no pudo evitar

el choque de frente.

Como resultado, uno de los jóvenes que viajaban atrás recibió

un golpe en la cara, el chofer con algunos cortes nada serios en

la cara y yo con la rodilla rota.

Estábamos en la época de las lluvias, de manera que llovía

torrencialmente por espacio de minutos y luego volvía a salir el

sol, de manera que esto complicó más el poderme trasladar con

el otro auto hasta Ospino, un pueblo miserable donde la unidad

sanitaria era una casa vieja con galería, donde acercamos el

auto; llovía tanto que fue un martirio sacarme del auto y

depositarme en una camilla, donde permanecí una hora para

evitar el shock del accidente, mientras uno de los jóvenes iba a

comprar una inyección que me colocaron, pues allí había una

doctora que hacía lo que podía.

Después me trasladaron a la ciudad de Guanare, allí me

atendieron en un hospital muy bueno, donde me sacaron

radiografías y me enyesaron todo el pie izquierdo.

Al otro día tuvimos que volar de Guanare a Maiquetía, que es el

aeropuerto de Caracas. Fue un suplicio subir en el avión de

Guanare en una sola pierna y a saltitos, pero yo pensaba que lo

peor sería al llegar al aeropuerto internacional, donde no tenía

quien me ayudara, de manera que llamé a la azafata y le dije

que pidiera una ambulancia por radio; pero me tranquilizó, pues

me dijo que todo ya estaba previsto.

Efectivamente, al llegar el avión y al terminar de bajar los

pasajeros, aparecieron dos negritos flacos que traían una silla de

ruedas, haciéndome sentar la llevaron por sus hombros y

bajamos del avión; pese a que yo pensaba que no serían capaces

de aguantar tanto peso. Se ve que eran resistentes. Allí me

esperó un auto que me llevó a Caracas, donde se hicieron

consultas y determinaron que lo más recomendable era que me

operaran en la Argentina.

78

Page 79: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Al otro día me llevaron al aeropuerto y me embarcaron con

destino a Buenos Aires. Nunca hice un vuelo tan penoso como

ese, y para colmo tuvimos que esperar dos horas en Río de

Janeiro, por un desperfecto de la máquina.

A pesar del accidente, el plan de visita se cumplió, pues sólo

dos becados viajaron de vuelta conmigo; los otros continuaron

su itinerario, que ya estaba prácticamente en su fin.

Lo que lamenté fue no haber conocido el oeste montañoso de

Venezuela, donde los montañeses habían sido unos importantes

protagonistas en la política de Venezuela.

79

Page 80: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

ENCUENTROS

uántas veces en nuestras vidas nos cruzamos con personas

conocidas, con información deseada, con llamadas místicas

ó con todo lo contrario a lo antes mencionado; o quizás con

sucesos que de alguna manera modifican nuestro destino,

inducen a pensar distinto o nos invitan a recorrer caminos

inimaginables que cambian nuestro futuro.

El hombre conoce su origen y su fin, pero entre un punto y otro

existen diversas trayectorias, que son modificadas por esos

encuentros que aparecen al azar sin ley alguna, o sí.

Cuando trabajé en Vialidad, una vez al regresar de Santa Rosa,

en la Pampa; decidí bajar a Bahía Blanca por la ruta 35, pues de

esa manera podía pasar por los parajes que recorría en mi

infancia y al mismo tiempo podía realizar un deseo tan viejo,

tan guardado dentro de los sentimientos, como podía ser visitar

la sepultura de mi madre.

Mi madre murió en 1933, en Hucal, estando yo estudiando en

La Plata; la noticia llegó a través de un telegrama de mi padre,

dirigido a mi tía María, en cuya casa yo vivía en ese entonces.

En esa época los telegramas nunca traían buenas noticias, por

eso ver llorando a mi tía cuando lo leyó no me extrañó, pensé

que eran noticias de mi tío Ramón, su esposo, que se

encontraba navegando en los mares del sur y sus escasas

noticias siempre hacían llorar a la tía.

El telegrama decía que hiciera lo posible por mandarme en tren

a Bernasconi, donde tendría lugar el entierro el próximo día,

después de la llegada del tren de Buenos Aires.

Desafortunadamente el telegrama llegó cuando era imposible

tomar ese tren, de manera que mi tía sólo atinó a llorar y no

comunicarme nada en ese momento; sólo me dijo que eran

noticias del tío Ramón, que le decía que el viaje se demoraría

un tiempo más.

80

C

Page 81: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Así pasaron unos dos días sin que nadie se animara a

manifestarme la mala noticia. Llegó el domingo, donde en el

almuerzo solían reunirse varios primos de San Luis, que venían

de visita ese día, pues los días entre semana lo pasaban

trabajando fuera de La Plata.

Uno de ellos, al llegar temprano y conocer la noticia, no quiso

ser portador de la misma; pero no tuvo mejor idea que escribir

una carta a sus parientes de San Luis, comunicándoles lo

ocurrido a mi madre, justo en el comedor principal; dejando la

carta a la vista de todos.

Cuando nos llamaron a almorzar en el comedor diario, la tía me

mandó a traer una silla más del comedor principal; al llegar ahí

y ver en la carta a medio hacer, el nombre Elisa, el de mi

madre, fui atraído a leer y enterarme así de un hecho tan

doloroso para un chico.

No sé cómo llevé la silla, sólo esperaba a cada momento que

me fuera dada la noticia; pero esto no ocurrió hasta cinco días

después, un viernes en que mi tío Javier me invitó a ver la casa

que se estaba construyendo para su casamiento, y en ese viaje

inició la conversación, hablando de la salud de mi madre.

No fue necesario que terminara la frase, cuando rompí a llorar,

diciendo que desde el domingo yo lo sabía. Pero fue el peor

daño el que me hicieron al esconder la noticia.

Durante cinco días estuve asistiendo a la escuela sin derramar

ninguna lágrima y rogando que la noticia no fuera cierta; la que

al parecer era así al ver como pasaban los días y seguían con

ese silencio; alentando las esperanzas de un niño, por eso la

noticia fue cruel.

Este fue el primer encuentro con la muerte, y el que determinó

que siguiera en La Plata para continuar mis estudios. Este

estado mental se mantuvo por tanto tiempo, que el tema nunca

lo traté con mi padre, tampoco quería ir a Bernasconi para no

ver la sepultura de mi madre.

81

Page 82: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Sin embargo en ese viaje de Santa Rosa me propuse cumplir

con mi madre, después de veintisiete años, visitando su tumba.

Llegué así al cementerio que está afuera del pueblo, en un

terreno de no más de una hectárea, con cipreses y un molino de

campo con su correspondiente tanque australiano.

Iba acompañado por Ulises, el empleado que hacía la tarea de

chofer de la camioneta que usaba para el traslado. El lugar

permanecía abierto, sin cerradura, pero sí tenía una buena

tranquera para evitar que entraran los animales. Tanto Ulises

como yo, recorrimos el pequeño cementerio sin encontrar la

tumba de mi madre, por lo que decidí irme sin encontrar lo

buscado.

Inicié mi retiro caminando desde el molino, por una amplia

calle central, hacia el portón de salida. Ulises me decía: -

Busquemos otro poco más - a pesar del fuerte sol del mediodía;

yo le agradecí pero seguí mi camino, cuando al iniciar la

marcha, sentí como si alguien me llamara y decidí volver.

Cuál sería mi sorpresa cuando descubrí que allí, tres metros

atrás, se encontraba la tumba de mi madre, como si nunca

hubiera pasado por allí, sabiendo que habíamos recorrido ese

lugar por lo menos dos veces. Esto resultó otro encuentro.

Desde entonces, todas las veces que puedo, voy a dejar flores al

lugar donde descansa mi madre.

Hablando de encuentros, voy a referir uno que tuvo lugar entre

mi esposa y yo, una noche en tranvía. Tanto Celina como yo,

cuando estábamos en el centro de la ciudad, volvíamos a casa

en el tranvía 15.

Una vez yo venía sentado solo en un banco, leyendo un trabajo

de investigación que había copiado fotográficamente (En ese

entonces no existían las fotocopiadoras y debíamos recurrir a la

fotografía si deseábamos tener alguna copia de algún escrito de

libros que no podíamos sacar de las bibliotecas), sin

preocuparme de los pasajeros que podían subir o bajar del

tranvía.

82

Page 83: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En un momento dado, subió una señorita que se sentó a mi

lado; luego de pagar su boleto al guarda que iba al encuentro de

los pasajeros, permaneció en silencio por varias cuadras,

observando de reojo al joven que iba sentado al lado de la

ventanilla, que leía unas fotocopias muy parecidas a las que

utilizaba su esposo para sus clases, además vestía con un piloto

del mismo tipo que usaba él; así fue levantando la vista hasta

exclamar: - ¿Qué haces tú aquí? - Fue mirarnos y soltar la

carcajada simultáneamente, así seguimos un largo rato

riéndonos por el hecho de haber viajado varias cuadras sin

reconocernos.

Cómo sería nuestro comportamiento en el tranvía, que días

después, una amiga de Celina le preguntó: - ¿Con quién te

encontraste las otras noches en el tranvía que reías tanto? - No

podía creer que dos esposos, pudieran festejar así el encuentro

casual de dos personas que vivían juntas. Pero esta amiga

ignoraba los amargos desencantos que la vida les había

deparado, años atrás, cuando les era imposible estar sentados

juntos en un viejo tranvía; pero este es tema de otro relato.

Los encuentros pueden traer también recuerdos de amor y

nostalgia de las cosas, nos permiten acercarnos a un viejo

amigo, aunque éste sea sólo una cosa; eso mismo, una cosa.

Habían pasado muchos años, desde cuando era soltero y volaba,

por razones de trabajo, un viejo aeroplano Fleet, cuya matrícula

todavía recuerdo: LV-VBA; éste viejo avión servía para

entrenamiento de los nuevos pilotos de un Aero-Club, tenía

como motor propulsor un viejo K5 radial, sin ningún carenado,

lo que dejaba al aire libre las cubetas de los balancines. Estas

cubetas se cargaban de grasa para lubricar el juego de varillas y

balancines, pues en esa época la lubricación forzada no llegaba

a esos lugares; y cuando la tapa de esas cubetas no estaban bien

cerradas, o sus juntas estaban rotas, durante el vuelo e

impulsado por el chorro de aire de la hélice y el calor del motor,

se derretía la grasa y la pulverizaban hacia la cabeza de los

pilotos; por eso no era raro ver al piloto, al terminar el vuelo,

con el cabello engrasado como si usara fijador para el mismo.

83

Page 84: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

El VBA al cual me refiero, era de dos asientos, uno detrás del

otro, dejando prácticamente medio cuerpo fuera de la

estructura; lo que hacía más deportista el vuelo y más

emocionante, cuando al hacer alguna acrobacia como un

“tourner”, que era un giro sobre sí mismo, uno sentía cómo el

cinturón se apretaba contra su cuerpo, que quedaba

prácticamente colgado de él.

El Fleet era un aeroplano de vuelo sencillo y siempre volaba,

algunos decían que era el Ford T de la aviación. Siempre estaba

dispuesto para remontarse en los aires y por mucho tiempo

prestó sus servicios en el Aero-Club.

Ya casado y con hijos, un domingo se me ocurrió visitar al Club

de Planeadores, pues sus autoridades me habían invitado

muchas veces, de este modo querían agasajarme por algunas

gestiones que llevé con buen éxito, para que el gobierno les

facilitara un pequeño tractor para arreglar el campo de

aterrizaje.

Caminando entre planeadores y conversando con el presidente

del club, sobre las cualidades de sus máquinas, me había

apoyado en un viejo avión. Cuál no sería mi sorpresa al

reconocer a un amigo; ahí estaba, viejo, pero todavía seguía

sirviendo de carreteo y remolque de los modernos planeadores;

a mi gran amigo el Fleet VBA de mis años de juventud.

Es imposible describir la emoción que recorrió mi cuerpo y los

recuerdos de viejos tiempos que me trajo de golpe este

encuentro, con el amigo y compañero de vuelo. También las

cosas pueden emocionarnos. Sí, así es...

84

Page 85: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

UN CASO MISTICO

ienso que a la par que se creaba la Dirección de Vialidad de

la Provincia de Buenos Aires, se fundaron los Talleres de

Vialidad, supongo que eso habrá ocurrido por el año 1920.

Estos que en un principio se llamaron Talleres y Equipos, se

establecieron en un edificio construido para ese fin en el barrio

de la ciudad de La Plata, que se llama El Dique, y ocupaban una

manzana sobre la cual se edificó un gran galpón de material, de

aspecto imponente, como se acostumbraba a construir las

fábricas de esa época, que generalmente tendían a copiar la

arquitectura alemana.

El Dique era un barrio muy especial, que se encontraba

separado del ejido de la ciudad por el ferrocarril, que tenía en

ese lugar una gran playa de maniobras, con galpones para el

movimiento de carpas y además se prolongaba hasta la estación

de Río Santiago, desde donde se podía acceder por agua a la

Base Naval del mismo nombre.

Los habitantes del barrio citado, en esa época eran en la

mayoría obreros y empleados de cuatro grandes fuentes de

trabajo: el Hospital Naval, la Fábrica de Sombreros, los Talleres

de Vialidad y el Puerto Arenero asentado en un canal del río,

que terminaba en la “cabecera del Dique”, al cual llegaban las

chatas areneras del Uruguay y abastecían de arena a todas las

empresas constructoras de la zona .

En la cabecera del dique, formando una V se asentaban las

grúas accionadas con máquinas de vapor, que transferían la

arena de las barcazas a los carros y algunos camiones de esa

época.

El Dique tiene para mí un recuerdo grato, ya que al venir a

estudiar desde la Pampa a la ciudad de La Plata, fue el lugar

donde viví por espacio de dieciocho años. En este tiempo

muchas cosas me ocurrieron; en su momento volveré a

referirme al Dique, ahora solo lo menciono como para ubicar el

origen de los Talleres de Vialidad.

85

P

Page 86: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Estos talleres se dedicaban a la reparación de todas las

máquinas y automotores que poseía Vialidad, también a la

fabricación de piezas de repuesto y algunos equipos especiales

para el mantenimiento de los caminos.

Por los años 50 estos talleres se independizaron de la Dirección

de Vialidad y formaron por sí mismos una Dirección de

Equipos y Talleres, que contrataba sus servicios, tanto de

reparación y mantenimiento, como de todos los equipos viales

que pasaron a su gestión; sin embargo este estado no duró

mucho, por la presión que hacían los jefes de zonas de la

Provincia, que se veían privados de autoridad, en la

disponibilidad de los equipos para el mantenimiento de los

caminos a su cargo.

En el año 1957, la Dirección de Vialidad inicia un plan

importante de construcción de caminos y mejoramiento de la

red vial, esto significaba tener un apoyo serio e importante de

sus equipos; por lo que al mismo tiempo que se ordenaba el

traslado de los talleres a otro lugar, Tolosa.

Simultáneamente se pensaba organizarlos y ponerlos en

condiciones de apoyar el plan vial, que pretendía construir 1000

Km de camino por año. Así fue como se trasladaron los talleres

a Tolosa, y se pensó en su organización.

Así nace la Comisión 1009, llamada así por el número de la

Resolución del Director de Vialidad que la creó,

encomendándole a la misma, que confeccionara un plan de

reorganización con una estructura moderna de manejo

industrial. De este modo, por el espacio de diez años, no

consecutivos, estuve a cargo de la tarea de organizar la puesta

en marcha y la dirección de los nuevos talleres como Gerente

General.

Esta nueva estructura, no sólo tenía a su cargo las grandes

reparaciones de motores de las máquinas y equipos de Vialidad

(Unas 3000 unidades), sino también los talleres que habían en

cada zona (Eran 12), distribuidas en todo el ámbito vial de la

Provincia de Buenos Aires.

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Page 87: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

El cargo era muy importante y de gran responsabilidad. Aquí

realizábamos la aplicación de técnicas modernas de

mantenimiento y también de gran trabajo. Prácticamente en esa

época vivía en Vialidad, esa fue la razón para que me mudara

con mi familia, de la ciudad de La Plata al pueblo de Tolosa.

Creo que es hora de hablar del caso místico que encabeza este

relato. Pues bien, estando trabajando una tarde en mi oficina,

recibí una llamada telefónica urgente de mi esposa, todavía

vivíamos en La Plata, donde me comunicaba que la casa que

ocupábamos, había sido tiroteada cuando pasaba un Jeep y

había roto un vidrio del escritorio que daba a la calle.

En los talleres teníamos un servicio de vigilancia que

controlaba la entrada y salida de personal y vehículos, que por

cierto, era de un flujo importante, cuyo jefe era un Comisario

jubilado, con gran espíritu y buen criterio para resolver los

problemas que a diario se presentaban en un establecimiento,

donde trabajaban 650 personas entre obreros y empleados.

Enseguida pensé en él y lo invité a ir hasta casa, para ver qué

había sucedido, o lo que podía ocurrir, ya que en esos

momentos teníamos en forma particular, una fábrica de

carrocerías y estábamos en conflicto gremial con los obreros,

por lo cual yo temía que podía ser un atentado.

Al llegar a casa con el Comisario, a quien mi esposa conocía,

ésta se calmó, pues estaba muy nerviosa, sobre todo por los

chicos, que en ese entonces teníamos ya, a los cuales no los

dejó salir a la calle desde el momento que ocurrió el suceso.

Mi esposa todavía preocupada, le explicó al Comisario como

había ocurrido el hecho; ella había sentido una explosión al

momento que pasaba un Jeep por la calle y de súbito ocurrió el

impacto sobre el vidrio, que dejó un agujero como de bala. Al

analizar la rotura del vidrio, inmediatamente se corroboró, que

el sentido del proyectil fue desde la calle hacia dentro del

escritorio, por lo que el Comisario dijo que si así había

ocurrido, el proyectil debía estar dentro de la habitación.

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Page 88: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

De inmediato procedimos a buscarlo y también se encontró

rápidamente, no una bala, como era la creencia que se tenía

desde el comienzo, asociando el hecho con la situación gremial

de nuestra fábrica, sino que lo único que podía haber causado el

agujero en el vidrio, era un trocito de baldosa (de 2 x 1 cm) que

encontramos en el piso, y en la dirección de la trayectoria

imaginaria del proyectil.

Bueno, la explicación dada por el Comisario fue: que el Jeep al

pasar por la calle pisó ese trozo de baldosa, y lo despidió con tal

fuerza, que ocasionó la rotura del vidrio. Habiendo encontrado

una explicación razonable al hecho, todos nos tranquilizamos y

pensamos en seguir con nuestra rutina de trabajo; el Comisario

volvió al taller de Vialidad, mi esposa aprovechó ese día para

tomar el té conmigo, ya que por la hora no volvería a la oficina,

además yo debía dar clase en la universidad a las 19 horas.

Cuando llegó el momento de ir a la Facultad, me despedí de mi

señora y me encaminé a tomar un tranvía que me dejaba en la

puerta de la Universidad, donde desarrollaba mi tarea docente,

trabajo éste que nunca dejé de ejercerlo, aún cuando la tarea de

Gerente era muy absorbente. Para tomar el tranvía, debía

caminar dos cuadras y media en forma recta por la calle que

pasaba frente a mi casa, y luego doblando una cuadra más podía

encontrar la parada.

Mientras caminaba por la calle citada, iba pensando en lo que

había pasado, mientras jugaba con la mano en el bolsillo de mi

perramus, con el pedazo de baldosa que habíamos encontrado

en el escritorio, miraba mientras tanto la vereda, y casi al llegar

al término de mi caminata en forma recta, observo algo en el

piso que me llamó la atención y me hace exclamar: ...-¡Qué

piedra parecida a la que me rompió el vidrio en casa!-... Todo

fue muy rápido, al agacharme, recoger esa piedra, sacar la otra

del bolsillo y compararlas. Cuál no sería mi sorpresa, cuando al

juntarlas, éstas hermanaban perfectamente, las dos de tamaño

parecido, pertenecían a un todo, no había duda alguna. ¿Como

había ocurrido esto? Debemos pensar que ambos trozos estaban

separados entre sí, por más de 250 metros.

88

Page 89: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

¡Qué casualidad que yo pasara por ese lugar, ya que mi

trayectoria habitual para tomar el tranvía era otra! Estas

interrogantes no las puedo explicar, y sólo al recordar los

hechos todavía me dejan la sensación de haber entrado en un

universo desconocido...

89

Page 90: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

OTRO CASO MISTICO

onsidero oportuno ampliar lo dicho en uno de mis relatos,

referente a la creación, puesta en marcha y conducción

posterior de los Talleres Centrales de Vialidad de la Provincia

de Buenos Aires.

Como ya he explicado, los talleres en el pueblo de Tolosa (Para

el apoyo de un serio Plan Vial de la Provincia), fueron el fruto

de un estudio previo, no sólo de su ubicación y la construcción

de edificios adecuados, sino de una nueva concepción de

talleres de reparación de máquinas. Así se abandonaron las

viejas técnicas de trabajo que se realizaban en el antiguo

emplazamiento del Dique, para utilizar técnicas modernas del

mantenimiento preventivo y predictivo, a través de un sistema

que privilegiaba a las inspecciones periódicas de máquinas,

para terminar en la organización de los trabajos de grandes

reparaciones, tratando a estos como verdaderos procesos de

fabricación.

Para dar una idea de los buenos resultados que dio este nuevo

enfoque, de un problema tan importante como lo es el uso de

estas nuevas técnicas de mantenimiento, en el apoyo de

cualquier planta industrial, que utiliza un parque importante de

máquinas de producción, haré referencia a mi visita a los

talleres del municipio de la ciudad de New York, encargados de

todos los equipos mecánicos de transporte en la ciudad, como lo

eran las líneas de ómnibus y la red de subterráneos; estableceré

un paralelismo de trabajo, en lo que se refiere a la reparación de

motores Diesel.

En efecto, lograron una producción total diaria de seis motores

Diesel reparados, alcanzando el mismo número que nosotros en

Tolosa, con la salvedad que en nuestro caso, los repuestos que

se utilizaban en ese tipo de trabajo, eran totalmente importados,

además existía una diversidad de marcas, mientras que ellos

usaban una sola marca y los repuestos los conseguían con sólo

cruzar la calle.

90

C

Page 91: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Para alcanzar esta producción fue necesario dar cursos

intensivos a nuestros obreros, y en muchos casos, enviarlos al

interior y fuera del país, para recibir enseñanza, por los mismos

fabricantes o representantes de equipos viales. Así fuimos

organizando sección por sección, dejando para lo último la

organización de algunas oficinas administrativas, que a pesar de

ser importantes, no incidían prácticamente en el sector

productivo.

Una de esas oficinas, era la que manejaba el archivo de todos

los antecedentes del personal que trabajaba ó trabajó desde el

nacimiento de estos talleres en el Dique, por el año 1920 si mal

no recuerdo; por lo tanto, para ese entonces, los archivos

seguían en el Dique, y cuando se necesitaba recurrir a ellos, era

preciso trasladarse desde Tolosa al barrio El Dique,

perteneciente a la ciudad de Ensenada.

Era común recibir pedidos de información, de datos de obreros

que habían trabajado en los Talleres del Dique, 30 o 40 años

antes, a los fines de tramitar su jubilación, solicitando datos de

su actuación, y sobre todo, los cargos y sueldos que habían

percibido a los efectos de calcular el monto jubilatorio, por

parte de las autoridades de personal de la Dirección de

Vialidad.

En esa época yo era joven, y no comprendía la desesperación y

angustia que sufrían los que deseaban jubilarse. Solían estos

viejos servidores del estado, pedirme entrevista, para rogarme

que pusiera todo mi empeño para lograr recolectar todos los

antecedentes que justificaran sus servicios, como así, los cargos

que habían ocupado, pues el monto de su haber jubilatorio,

dependía de esos papeles, que ellos recordaban, pero no tenían

en su poder. A muchos se les caían las lágrimas al recordar sus

trabajos, sus compañeros y el banco mismo donde guardaban

las herramientas, que utilizaban para reparar las máquinas.

Recordando a mi padre, que también fue obrero del riel, y el

orgullo que sentía al haber pertenecido al gremio ferroviario; no

dejaba de conmoverme lo que sentían con tanto dolor estas

personas, que se retiraban de la vida activa, al dejar algo muy

querido.

91

Page 92: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Ahora yo también soy retirado, y al ver los recuerdos que

caminan hacia mí, éstos me permiten comprender los

sentimientos que van despertándose, a medida que el tiempo

transcurre.

Así ocurrió con un viejito mecánico, que no podía terminar su

trámite jubilatorio, por no poseer los primeros antecedentes de

cuando trabajaba en el Dique, en lo que se llamaba en ese

entonces Dirección de Puentes y Caminos, por el año1920; por

lo que me propuse poner todo mi empeño de buscar esos

antecedentes.

Para dar una idea de lo difícil que era la tarea de encontrar

antecedentes tan antiguos, guardados en carpetas, que el tiempo

y el maltrato, las había reducido a papeles viejos y sucios, debo

decir que a raíz del traslado de los talleres a Tolosa, las

autoridades de ese entonces, no pusieron el cuidado que debía

recibir tal información, que era historia viva de la gente que

trabajó en este lugar; y sin ninguna clasificación, los

amontonaron en dos cuartos, de 4 x 4 m, tirados en el suelo; y

ocupando todo el espacio disponible, con una altura aproximada

de un metro; lugar en el cual vivían todo tipo de insectos,

pulgas, garrapatas y ratones; que junto con la tierra acumulada

por largos años, hacían de ese sector un lugar sucio, que nadie

tenía ganas de tomarse la tarea de clasificarlo y ordenarlo.

Más tarde, un equipo de nuestro personal, tuvo que trabajar con

esa información y formar así, una oficina de archivo en Tolosa,

con todas las nuevas técnicas que se usan hoy en día, en el

tratamiento de la información.

Volviendo al caso en cuestión; se presentó a verme el Jefe

Administrativo, para comunicarme que era imposible buscar

esos datos; primero por el tiempo transcurrido, por la

inseguridad de su existencia, y por último, si éstos existían,

debían estar en la montaña de papeles que se encontraban en el

Dique; sugiriéndome que esperáramos hasta que llegara el

momento de dedicarnos a su clasificación y organización, en

los nuevos talleres de Tolosa.

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Page 93: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Como dentro del plan de tareas que estábamos realizando,

faltaba por lo menos un año para que pudiéramos dedicarnos a

esta labor administrativa, le contesté que de ninguna manera

podíamos esperar ese tiempo, frente al pedido solicitado

angustiosamente, le dije: - Hagamos todo lo que está en

nuestras manos para resolver este problema y si no logramos

conseguirlo, por lo menos podemos tener la justificación que lo

hemos intentado -. Seguí con mi orden: - Usted vaya al Dique,

y ruegue a Dios que nos ayude a encontrar la carpeta que

necesitamos-.

El Jefe Administrativo era un señor muy serio, que vestía

elegantemente, y con sólo pensar que tenía que revisar esa

caterbada de papeles sucios, no le agradó mi idea, pero como

era también un empleado responsable, yo estaba seguro que

cumpliría mi orden.

Pasó una hora o algo más; cuando regresó y al entrar a mi

oficina, me dice: -¿Sabe lo que me pasó?, pues llegué a los

cuartos donde está el “archivo” y me costó poder entrar, pues

no podía abrir, dado que los papeles hacían de soporte interior,

después de un esfuerzo logré vencer la puerta, y como pude me

subí a la pila de papeles, me paré en el centro mismo de la

habitación, resongando contra usted, mientras me decía: ...Este

Ingeniero cree que con sólo agacharme y recoger una de las

carpetas allí estará lo que busco...; pues en el momento que así

me expresaba, también accioné y creerá que la primera carpeta

que saqué del montón ¡era la que buscaba!, Dios mío – pensé –

este Ingeniero es brujo-.

Estos hechos se pueden calificar como un milagro, no sé qué

fue, pero alguien o algo, condujo la mano, para que el viejito

mecánico se jubilara...

93

Page 94: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

CELINA

a vida es una sucesión de hechos circunstanciales, que

generalmente no están relacionados por ninguna ley o

hipótesis a la cual debe responder, pero a veces ocurren

fenómenos que lo hacen pensar a uno si no ha cruzado en algún

momento el umbral de lo desconocido, para llevarlo por

caminos nunca imaginados.

Dos personas que nacen cercanas en el tiempo y en el espacio,

nunca se encuentran en los primeros años de sus vidas, para

sólo entrecruzarse en otro lejano tiempo y espacio, signados por

un destino común; así fue el encuentro de larga vida entre

Celina y Ricardo.

En efecto, sobre la vía ferroviaria que une Bahía Blanca con

Santa Rosa de Toay, existe un pueblo, a unos quince kilómetros

de Bahía y casi sobre el límite de la provincia Buenos Aires con

la provincia de La Pampa, que se llama Villa Iris; el mismo

comenzó su desarrollo desde finales del siglo XIX, con la

actividad agroganadera y el ferrocarril. Pues en ese lugar, un 23

de Julio de 1919, nació Ricardo, hijo único de María Elisa

Pedernera y José Ortiz. Pocos años más tarde, el 3 de Octubre

de 1924, nacía Celina, también hija única de Celina Pachano y

Arturo Blanche, en una estancia llamada “La Tigra”, que se

encuentra a unos quince kilómetros sobre la ruta que une Villa

Iris con Adela Saénz, otro pueblito agropecuario.

Habiendo transcurrido diecinueve años, nos encontramos en la

ciudad de La Plata por primera vez. En la época de estudiante

universitario, y antes de ingresar a trabajar en la aeronáutica,

mis ingresos dependían de los trabajos que podía conseguir

como instalador eléctrico y la enseñanza a los alumnos

secundarios, de materias técnicas. Estos trabajos me permitían

soportar los gastos menores y comunes que la vida austera le

impone a los estudiantes. Casa y comida, eran los gastos con

que mis tíos me apoyaban para poder estudiar, cuya ayuda

nunca dejaré de reconocer, ya que con la misma ellos

contribuían a que yo tuviera un futuro mejor.

94

L

Page 95: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

La enseñanza la desarrollé en una academia que se llamaba

“Ciencias y Letras”, y cuya característica, por la cual sobresalía

en la ciudad era “por cada alumno, un profesor universitario”.

La directora era una joven emprendedora de mucho empuje y

muy simpática, que además era la hermana de uno de los

jóvenes que formaban “la barra”, a la cual pertenecíamos.

En una oportunidad me llamó María Ester, que así se llamaba la

directora, y me dijo: - Tengo una alumna para usted, ella es

maestra y debe rendir examen de equivalencias para ser

bachiller; y por lo tanto poder ingresar a la Facultad de

Abogacía-.

De entrada esto no me gustaba, pues en esa época yo tenía

cierta aversión injustificada hacia las maestras, además debía

enseñar “Cosmografía”, que si bien me gustaba todo lo

referente al cosmos, y todavía hoy me gusta; en ese entonces mi

único acercamiento a esa área del conocimiento era, que entre

mis trabajos era el “diariero” del Observatorio Astronómico de

La Plata; éste trabajo me permitía contar todos los días con un

diario como era “El Mundo”, lujo que pocos estudiantes tenían.

A pesar de mi negativa, al final, debí aceptar, pues no había

otro profesor libre y con ganas de enseñar esa materia. Así fue

como un 7 de Junio de 1944, conocí a una señorita muy

simpática, rubia y de baja estatura, que muy pronto dio

muestras de inteligencia y deseos de aprender para lograr su

objetivo, que era entrar en la universidad.

No sé cómo ni cuando ocurrió, pero pronto impartir esa clase se

convirtió en una satisfacción, al saber que iba a estar junto a

Celina. Así pasó el tiempo; entre clase y clase, crecía mi interés

y también veía que el mismo parecía ser correspondido por mi

alumna. Yo fui muy cuidadoso desde temprano en la relación

entre alumna y profesor, y supe, creo que nunca pasé a través

del trato esa barrera, además en este caso existía la ética, que

me ha inspirado siempre la enseñanza con otras relaciones. Tan

es así, que sólo me atreví a acompañarla cuando ya no existía

vínculo docente entre nosotros.

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Page 96: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Desde el comienzo de nuestra relación, ya no como profesor,

sino como simpatizante, entreví que nuestros encuentros

tropezaban con inconvenientes de su familia, la cual estaba

formada por su padre viudo y dos señoras que eran hermanas

que vivían con él, una de ellas ocupaba el lugar de dueña de

casa y se hacía valer con el apoyo de mi futuro suegro.

Por suerte tuvimos la ayuda de la hermana menor, sin la cual

hubiesen sido muy difíciles nuestras entrevistas.

La familia por parte de madre de Celina, pertenecía a una escala

alta de la sociedad en La Plata, era la familia Pachano;

posiblemente ésta era una de las razones por las cuales mi

suegro tenía poco trato con ella, dada su vida irregular (Para ese

entonces) de vivir en pareja. Este hecho que ocultaban mi

suegro y su seudo familia, incidió en la irregular relación con

Celina.

Nos veíamos sólo una vez a la semana, cuando Celina y Edith

(Así se llamaba la menor de las hermanas) iban a la iglesia bien

temprano, a la misa de las ocho de la mañana. Nuestro paseo

era a lo largo de la calle 39, desde la calle 11 hasta la 7, y

duraba lo que dura una misa.

A pesar de los recelos que tenía “Chiquita” (Así era su

sobrenombre) con respecto a la reacción del padre frente a

nuestro noviazgo, decidimos que yo lo visitaría en su trabajo

para solicitarle permiso para visitar a su hija en su casa.

Recuerdo que al decidir este procedimiento, Chiquita me

preguntó - ¿Y si él se niega?- Yo rápidamente le contesté -

Entonces nos casamos -. Tan sorprendida quedó ella como yo

mismo, pero esa fue una declaración de amor, no convencional,

pero que aceptamos de todo corazón.

Para ese entonces ya me había recibido de Ingeniero y trabajaba

como docente auxiliar en la Facultad de Ciencias Físico-

Matemáticas, de manera que no veíamos razón para que el

pedido fuera rechazado, sin embargo así ocurrió.

96

Page 97: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

El padre de Celina, Arturo Blanche, trabajaba como asistente de

obras de Arquitectura; el Jefe de Sección era un ingeniero

amigo, de manera que cuando aparecí en la oficina y al conocer

el tema de mi entrevista con uno de sus empleados, me cedió su

despacho para realizar mi pedido.

Siempre que hago una entrevista trato de dejar una “puerta”

abierta, por las dudas de que mi pedido no sea bien recibido, de

manera que trato de reunir más argumentos para una próxima

visita; así procedí en esta oportunidad y conseguí que me diera

una respuesta en los próximos quince días.

Creo que jamás pensó cual era la razón por la cual yo solicitaba

verlo (No nos conocíamos de antemano), de manera que lo

encontré desarmado, y cada razón negativa no tenía asidero, por

lo cual me era fácil rebatirla, así obtuve por lo menos la

promesa de que el tema lo trataríamos otro día.

Ni bien llegó a su casa, junto con Dora (Así se llamaba la

señora con la cual vivía), discutieron el tema y de inmediato

tomaron resoluciones drásticas; desde ese momento se le

prohibió a Celina salir de su casa, y si fuera necesario hacerlo,

debía ser acompañada. De este modo Celina estuvo “presa” en

su propia casa, durante seis meses hasta nuestro casamiento.

Llegó así el día que debía recibir la respuesta, que fue

totalmente negativa, sin algún serio argumento que explicara la

razón por la cual se negaban a nuestro noviazgo.

Pero lo que no sabía Blanche es que esto ya lo habíamos

previsto, desarrollando un plan para cumplir nuestros

propósitos; con la ayuda, desde adentro a través de Edith y de

afuera con mis amigos y amigas de Celina, para llegar a nuestro

objetivo.

En ese entonces Edith tenía que llevar a la escuela a una

sobrinita, durante el recorrido que hacía, yo me ponía en

contacto con ella, le entregaba y recibía a la vez cartas de

Celina, de este modo nos comunicábamos.

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Page 98: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Así llegó el momento de nuestro casamiento, el 23 de Octubre

de 1948. Nos casamos en la Sección Primera, zona donde yo

había designado mi domicilio, y la ceremonia religiosa la

realizamos en la iglesia de Tolosa.

Elegimos esta iglesia porque el párroco era amigo nuestro y se

comprometió a no dar las incumbencias obligatorias de la

iglesia, por temor de que se enterara algún amigo de mi suegro.

También había hablado con el Comisario de la Sección

Segunda, que correspondía a la zona donde vivía Celina, por el

caso de que al no encontrarse en su casa, el padre hiciera alguna

denuncia contra su hija, y nuestro casamiento no pudiera tener

lugar.

Creo oportuno que Celina cuente todas las emociones y

nerviosismos que sufrió días antes del casamiento, hasta que

éste se concretó; y nada mejor que inicie su relato desde el 18

de Octubre, día que festejaba su cumpleaños, que había sido el

3 de ese mismo mes, al cual asistían sus amigas a saludarla.

... “Ese día, alrededor de las 18 horas llegaron mis amigas:

Monona, Coca Busto y Lala Errecarte, porque el día de mi

cumpleaños no habían podido venir a saludarme.

Recién en esa visita pude comunicarle a mis amigas que me

casaba el sábado siguiente. Estas se sorprendieron, y sólo

atinaron a felicitarme, prometiéndome no decir nada a nadie,

asegurándome asistir a la ceremonia civil y religiosa.

Los días que siguieron fueron de extrema nerviosidad, pues

tenía que proceder con toda normalidad, como si nada tan

grande fuera a suceder en tan pocos días.

El día del casamiento me levanté más temprano, pues era

imposible mantenerme en la cama; trataba de no pensar en lo

que iba a ser el día, sino que me concentraba en la tarea

rutinaria de todos los días para así permanecer tranquila, cosa

que no conseguía.

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Page 99: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Cuando escuché el ruido de la puerta de la calle, supe que debía

irme, pues sabía que Edith ya había salido para la escuela y en

cualquier momento se levantaría Dora.

Tomé los pequeños recuerdos de mi madre, que consistían en

unas joyas, y abandoné la casa, no mi hogar; hogar sería el que

desde ese momento yo iba a construir con Ricardo.

La casa quedaba a mitad de cuadra, y sólo sabía que al llegar a

la esquina, a una cuadra, debía esperarme Ricardo; esos

cuarenta metros fueron los más largos de mi vida. De repente

pensé: - ¿Y si Ricardo no está esperándome?-, pues hay que

recordar que hacía seis meses que no nos veíamos; pero allí

estaba, haciéndome señas para que apurara mi paso, mis piernas

junto con mi nerviosismo no me permitían avanzar con más

rapidez.

De pronto me encontré en los brazos de mi amor, de ahí en

adelante poco recuerdo, sólo sé que un amigo de Ricardo estaba

ansioso en su auto, esperándonos en la esquina para llevarnos

directamente a una zapatería para comprarme zapatos; recuerdo

que al probarme los primeros Ricardo me dijo: -Estos están

bien. Vámonos que todavía falta mucho por hacer – Los dos

ansiábamos tener en nuestras manos el certificado de

casamiento.

Fuimos a la casa de un amigo, donde la señora madre me había

comprado la ropa de casamiento, resulta que nos habíamos

equivocado de medida, pero con unos arreglos de apuro que le

hizo la señora, que era modista; estuve al poco tiempo lista para

la ceremonia del civil, la oficina quedaba sólo a dos cuadras,

allí me esperaban mis amigas, donde unas de ellas saldrían de

testigo.

Debemos situarnos en el tiempo y pensar que mi casamiento

fue una aventura de la cual no me arrepiento, pues en la vida

junto a Ricardo han pasado momentos difíciles, por ser la vida

misma, pero también logré alcanzar la felicidad y tener mi casa

¡Mi hogar!

99

Page 100: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Luego fuimos a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en

Tolosa y allí terminó la ceremonia del casamiento. Más tarde,

después de un almuerzo íntimo, entre los amigos de Ricardo y

míos, junto al matrimonio de sus tíos, el tío Javier y la tía

Juanita; tomamos el tren para Buenos Aires, y de allí, al otro

día nos fuimos para La Falda, en Córdoba, donde pasamos la

luna de miel”...

Es bueno agregar aquí, que pese al noviazgo accidentado,

Celina tuvo la valentía y el empeño para defender su amor ante

el egoísmo del padre; que para mantener él una situación

irregular, ponía en peligro su felicidad futura.

Debo decir por último, que durante tantos años juntos, Celina

ha demostrado con su trato y cariño para su familia, y para mí

en particular, las virtudes de una gran mujer, virtudes que

pueden ser igualadas, pero nunca superadas.

- Gracias por todos estos años, en los que he tenido el privilegio

de compartir contigo tantos momentos de felicidad, como

aquellos que la vida nos suele dar para poner a prueba nuestro

amor -.

100

Page 101: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

ALLÉE - ALLÉE

iempre tuve deseos de conocer Europa, creo que todo

argentino sueña con llegar alguna vez a la tierra de sus

ancestros, pues como sabemos, nuestro pueblo se formó por la

inmigración de los europeos, en su gran mayoría por españoles

e italianos.

Cuando uno observa el planisferio del mundo, recién empieza a

tener conciencia de lo lejos, y tan abajo, que la Argentina se

sitúa geográficamente; digo abajo pues los mapas señalan

siempre el sur en su parte inferior, esto se debe a que los mapas

nacieron en el hemisferio norte.

Siempre me causó gracia al ver un mapa del mundo hecho por

la Marina de nuestro país, donde situaba el Polo Sur en la parte

superior; creo que fue una manera de exteriorizar el

nacionalismo que llevamos adentro. De cualquier manera,

desde chicos, tenemos la sensación de estar parados sobre

nuestro país y para mirar a Europa debemos levantar los ojos

hacia arriba; esta sensación no es sólo geográfica, sino que

también lo es cultural.

Europa nos ha legado sus costumbres, sus conocimientos y todo

el acerbo cultural de varios siglos. Esto trae a mi recuerdo lo

que un holandés nos dijo, en una bonita taberna de Volendam,

cuando al reconocernos como argentinos, nos indicó con

grandes ademanes nuestra ubicación en el mundo, con una

sonrisa en sus labios, que nunca supimos su significado al

decirnos: ...“Argentina grande y allá abajo, Holanda chica y

arriba”...

Mi primer viaje a Europa lo hice con un grupo de alumnos del

último año de Ingeniería Mecánica de la UNLP, como

culminación de su carrera, así por cuatro meses visitamos toda

la Europa occidental, que nos permitió ver en cada país sus

industrias principales y tener una imagen real del mundo, de

gran ayuda para los alumnos, que pronto serían profesionales.

Desafortunadamente estos viajes últimamente no se realizan.

101

S

Page 102: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Posteriormente con mi señora hemos vuelto a Europa; en este

relato me propongo hablar de parte de uno de ellos.

En el año 1982 nos encontrábamos en el mes de Abril, en

Zurich, al levantarnos y abrir una de las ventanas del dormitorio

de uno de los hoteles, que está próximo a la estación de

ferrocarril, vimos los autos estacionados, cubiertos de una capa

de tres centímetros de nieve; nos llamó mucho la atención, ya

que estábamos en primavera y no creíamos que ya nevara.

Además le había comentado a mi esposa, que en 1969, cuando

estuve en esta ciudad, y me hospedé en ese mismo hotel, al

abrir la ventana del dormitorio, también en esa época, los autos

estaban cubiertos de nieve, yo diría totalmente; pero eso se

justificaba, pues era en el mes de Febrero, pleno invierno

septentrional.

Festejábamos la coincidencia con Celina, mientras

observábamos cómo un agente de tránsito, obligaba al dueño de

un automóvil, que acababa de estacionar, limpiar la nieve de la

luneta trasera, a pesar de que un hijo del mismo lloraba, pues

para él era una aventura.

No obstante el policía permaneció al lado del auto hasta que

éste estuviera limpio de nieve, no sólo en la luneta, sino

también en los demás vidrios. Mientras el conductor limpiaba

los vidrios, el agente de tránsito le hablaba; nosotros pensamos

que le reprochaba su acción, que podría traer un accidente como

consecuencia. Todo fue una prevención, y no una sanción,

como suele ocurrir en nuestro país.

Si bien Celina y yo estábamos paseando por Europa, yo tenía

un compromiso con la UNLP, para visitar una fábrica de

equipos de conservación y refrigeración de cereales, que era

una dependencia de las industrias de Sulzer, de Suiza, que se

encontraba en un pueblo cercano a Alemania, Lindau, a orillas

del lago Constanza; de manera que fue necesario disponer, de

un día de nuestras vacaciones, para una tarea oficial.

102

Page 103: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

El día que habíamos dispuesto para realizar esta tarea,

tomamos a la mañana el tren que nos conduciría a Lindau, y

como el mismo en su trayecto rodeaba al lago, nos resultó un

viaje placentero, al poder apreciar el paisaje de sierra y agua, en

plena primavera, con un aviso del pasado invierno a través de la

nevisca que caía y los claros blancos de nieve que se

observaban.

El viaje fue corto, y al mediodía entraba el tren eléctrico a la

estación de Lindau. Allí nos esperaba un Ingeniero de la firma

Sulzer, para llevarnos a la fábrica. A pesar de que el profesional

era alemán, hablaba un inglés simple, que nos permitió

comunicarnos bastante bien. Nos llevó directamente a la

Gerencia, donde conocimos al Gerente, que inmediatamente

nos llevó al comedor general de la fábrica, donde nos sirvieron

un buen almuerzo, que fue ameno, a pesar del inconveniente de

los idiomas que hablábamos.

Frente a Celina se sentó un cura que le permitió comunicarse en

francés, y tratar temas un poco más variados, que los que

intercambiamos en inglés, por nuestro pobre conocimiento de

ese idioma, que si bien nos servía para viajar, nos impedía

mantener una conversación fluída, de tantos temas interesantes

que existen en la convivencia diaria.

Celina tiene una predisposición muy buena para los idiomas

como el francés, ya que ella proviene de familia francesa por

vía paterna, pues su apellido es Blanche; también para el inglés

y el italiano, lo que unido a su proverbial deseo de comunicarse

y a su cualidad de conversadora, le permite gozar en sus viajes

a través de las conversaciones que se le presentan.

Después del almuerzo, el ingeniero que nos había recibido,

creyó conveniente, antes de visitar la fábrica, tener una charla

específica sobre el uso de las máquinas que ellos producían

para la conservación de los cereales; explicando con datos

técnicos, las bondades de sus sistemas de almacenamiento y

eliminación de insectos, que tanto daño hacen en los depósitos

de cereales.

103

Page 104: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En esta conversación y cambio de información, se encontraba

una señorita que hacía de intérprete entre el idioma alemán y el

castellano, ya que al tratar temas tan especiales, el ingeniero se

vio obligado a expresarse en su idioma.

Pese a que la conversación era técnica, mi señora, que no puede

con su genio cuando de hablar se trata, intervenía en la

conversación con bastante frecuencia, por lo que me permitió

decirle al ingeniero, que si mi señora permanecía un mes en

Lindau, terminaría hablando alemán; éste señor riéndose

respondió, que no sólo hablaría en alemán, si no que hasta

máquinas vendería.

Luego de recibir bibliografía técnica de los equipos que esta

fábrica vendía a Europa, Australia y la propia Argentina, nos

invitó a visitar la fábrica y presenciar un ensayo en banco de un

equipo frigorífico, del mismo tipo que se ofrecía a nuestro país.

Más tarde, el ingeniero alemán y su traductora, nos

acompañaron a la estación y así regresamos a Zurich. Después

de visitar la ciudad por tres días, nos dispusimos a viajar a

Viena.

En nuestro viaje por Europa, para trasladarnos, usamos siempre

el ferrocarril eléctrico, tan difundido, y tan cómodo, como

barato, lo mejor de todo era su organización; ésta manera de

movernos es digna de ser recomendada, frente al automóvil ó el

avión.

Al salir de Zurich hacia Austria, pasamos por una de las

regiones de mayor belleza natural, la cual fue acompañada por

el clima tan especial que nos tocó apreciar, a pesar de estar en

primavera, no dejaba de nevar, lo que ponía más belleza a la

montaña, a los lagos y a los bosques.

Tuvimos así la oportunidad en este viaje de ver toda la belleza

de la región del Tirol, donde la montaña, los ríos y el verde

intenso de la vegetación que cubría los campos; dibujaban un

paisaje, cuya imagen salpicada por las casas blancas y de techo

bajo, sobrepasaban los recuerdos de lo bello.

104

Page 105: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

El tren iba cubriendo la zona, serpenteando los obstáculos

naturales y penetrando en esa región de maravilla; mientras

nosotros ocupábamos un compartimiento, que previamente

habíamos reservado en Zurich, el cual compartíamos con una

familia francesa, que en un momento dado, abrió una canasta y

comenzó a tomar un almuerzo ligero. Mientras esto ocurría,

entró una empleada de servicio y procedió a la tarea de repasar

el lugar, cuidando que éste no tuviera ni una porción de tierra y

menos que alguna miga dejada por los franceses. A nosotros

nos llamó la atención tal prolijidad, que comentamos como algo

curioso del viaje, sin pensar que este proceder tenía que ver con

lo que ocurriría más adelante.

Al poco rato, antes de llegar a Innsbruck, apareció un inspector

o guarda del ferrocarril y expresó algunas palabras que

realmente no entendíamos, sólo le escuchamos decir: ...-

Allée, allée, isí monsieur le president - ...; yo pensé que nos

comunicaba que en el tren iba el Presidente de los Ferrocarriles

y deseaba que los pasajeros estuvieran bien atendidos, pero los

franceses, que bien entendieron, se aprestaron a abandonar el

compartimiento. Nosotros seguimos ocupando el

compartimiento, al mismo tiempo que nos preguntábamos por

qué debíamos abandonarlo si habíamos hecho nuestra

reservación como correspondía. Sin embargo al poco rato

volvió a aparecer el inspector ferroviario, y no solamente volvía

a repetir ...allée, allée..., sino que tomando nuestro equipaje se

dirigió resueltamente al próximo coche, donde dejando nuestras

valijas, nos indicó dos asientos vacíos en el nuevo

compartimiento, pero que se encontraban separados; mientras

tanto el tren entraba a Innsbruck.

De aquí en adelante nuestro viaje no fue muy placentero, ya que

no podíamos comunicarnos, y por la ubicación de los asientos

que ocupábamos, no podíamos contemplar mucho el paisaje

exterior. Hay que decir que los coches para pasajeros, en casi

todos los trenes de Europa, están divididos en compartimientos

para seis personas, tres y tres enfrentados, poseen una sola

ventanilla al exterior, ya que la otra ventana lateral da al pasillo,

que sirve de comunicación entre coche y coche.

105

Page 106: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A todo esto llegamos a Viena, mientras nos dirigíamos

caminando por el andén, paralelamente al tren, escuchamos

atrás nuestro, aplausos y saludos a dos personas, que habiendo

bajado del tren, recorrían el andén igual que todos, pero más

rápido, pues todos les cedían ceremoniosamente el paso.

Una de las personas vestía elegantemente y llevaba un

portafolios en la mano, el otro, que era militar, hacía de

acompañante. Celina encontró de inmediato quien le

respondiera su pregunta: - ¿Quiénes son esos señores?- Le

respondieron con orgullo: - Es nuestro Presidente, el Presidente

de Austria, monsieur Dr.Rudolf Kirschlagüer -. Así que en el

futuro podíamos decir que habíamos viajado en el

compartimiento ¡del Presidente de Austria!, el 30 de Abril de

1982.

Como el gobierno era socialista, los festejos del 1º de Mayo

eran importantes, y éstos se habían iniciado el día anterior con

un acto en la ciudad de Innsbruck, con la asistencia del

Presidente, el cual había viajado en helicóptero, y volvía como

un ciudadano cualquiera en tren a Viena. ¿¡Qué contraste con

los viajes de nuestros presidentes!?

Viena es la ciudad de la música, del vals; tiene el parque de

Strauss, y muchos otros lugares, que transforma en deleite el

caminar por esa ciudad que contiene tantos recuerdos del arte.

Como hecho curioso debo decir, que al terminar la segunda

guerra mundial, Viena quedó transitoriamente bajo el mando

ruso, y éstos para dejar su recuerdo en la ciudad, levantaron un

feo monumento al soldado ruso caído en la guerra.

Los austríacos no pudieron negar que el monumento, que nada

representa para ellos, fuera colocado en un lugar destacado,

pero se las ingeniaron tapando la vista, construyendo una

conveniente fuente de agua, cuyo chorro central es lo

suficientemente alto, como para desdibujar el monumento, y de

esta manera, sin molestar a los rusos, eliminaron de la vista el

monumento impuesto.

106

Page 107: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

HECHOS RECURRENTES

ntre mis recuerdos a veces asocio algunos hechos de mi

vida, que además de pertenecer a temas muy distintos,

separados por el tiempo y el espacio, pero que suelen tener algo

en común, me resultan como ciclos del destino que estamos

obligados a recorrer.

Por ejemplo, cuando era Gerente de los Talleres Centrales de

Vialidad, era común que por razones comerciales debiera asistir

a comidas que organizaban las industrias de venta de equipos y

automotores de las grandes firmas que fabricaban estos

productos, y que la mayoría eran subsidiarias de empresas del

mismo nombre extranjero. Así fue que para visitar los talleres

de fabricación de camiones y camionetas que tenía General

Motors en Avellaneda, fuimos agasajados con un almuerzo al

término de esta. En esa oportunidad el Gerente General en

Buenos Aires de la empresa citada, ocupaba a mi lado la

cabecera de la gran mesa que se había preparado para los

asistentes, que de alguna manera estaban relacionados con las

ventas y el conocimiento de los productos que la fábrica

pensaba ofrecer próximamente en una gran licitación pública,

que Vialidad preparaba. Al observar la mesa, como así a sus

concurrentes, manifesté - Qué distinto trato tiene la firma para

las mismas personas, que en otras ocasiones ocupaban distintas

posiciones en el mercado laboral, a los que se acercaban a la

firma anfitriona en esta oportunidad.- Mi observación causó de

inmediato curiosidad y sorpresa, pues mi tono y la manera de

expresarme quería señalarle que a pesar de este recibimiento,

esto no iba a incidir de ninguna manera en el resultado de la

posible venta futura.

Es curioso que yo afirme esto aquí, pero sé que muchos

pensaron en los métodos de venta que se usaban en el estado, y

permitía a muchas personas lograr ventajas y comisiones en

tales situaciones. También es posible pensar que mi actitud

respondía a ese propósito; sin embargo algo que me enorgullece

en mi vida es que nunca entré en este campo de deslealtad al

estado, al cual representaba.

107

E

Page 108: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Pasado el momento del desconcierto y sorpresa de mi

manifestación, me pidieron la explicación de la misma. Les

conté que cuando me recibí de Técnico Mecánico en la Escuela

Industrial de La Plata, fui uno de los postulantes que hizo cola

de más de una cuadra para lograr la posibilidad de trabajar en

esos talleres; después de más de una hora, al ser recibido por un

capataz fui rechazado en la primera pregunta - ¿Tiene cédula

Federal? – Al responder que sí tenía, pero de la Provincia; fui

separado de la fila para atender al siguiente técnico.

En ese momento quién iba a pensar que después de mucho

tiempo, podría contar esta anécdota, nada menos que el Gerente

de la General Motors en el mismos lugar. ¿Será la vida cíclica?

En uno de los años en que dictaba clase en el Instituto

Tecnológico de Bahía Blanca, que más tarde se convirtiera en la

hoy llamada Universidad del Sur, los alumnos pertenecían a la

carrera de Ingeniería Mecánica, y el año que cursaban era el

quinto.

Por los jóvenes que formaban el aula, mujeres y hombres, tenía

a mi entender que debían tener la suficiente personalidad para

llegar a hacer interactivas las clases. Esto no ocurría,

permanecían callados, silenciosos e imperturbables a cualquier

hecho que ocurriera en clase; era inútil preguntar si habían

entendido un tema, permanecían mudos, y si la pregunta la

hacía directamente a un alumno, éste se contentaba con bajar la

cabeza y seguir con su mutismo.

Como esta actitud se repetía clase tras clase, consulté con otros

profesores que tenían también a esos jóvenes como alumnos y

todos me respondieron que no me preocupara, pues con ellos la

actitud era la misma.

En una palabra, estaban “muertos”, como así los definía un

profesor que acostumbraba a dar conferencias en distintos

lugares y se entretenía en observar a su audiencia antes de

iniciar la charla, me comentaba que siempre eran más los

muertos que los vivos, por lo tanto daba su discurso solamente

para los vivos.

108

Page 109: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Para dar una idea de este conjunto de jóvenes, diré que el aula

contaba con un largo pizarrón que iba de pared a pared, pero no

ocurría así con la longitud de la tarima donde el profesor se

desplazaba durante la clase, faltándole un metro del extremo

derecho; de manera que cuando desarrollaba un tema que

requería la escritura de largas ecuaciones, no faltaba la vez que

al terminar la tarima, el profesor sufría una caída de la misma al

piso del aula, unos 40 cm más o menos. Estas caídas como

pueden imaginar, eran graciosas, y en un aula normal se

escucharía como coro final una gran carcajada de los

estudiantes, pero esto no ocurría, seguían como si nada pasara;

de manera que mis clases eran de profesor a pizarrón, lo cual

me ponía mal, pues mis clases eran de enseñanza, y no de

dictados de clases magistrales.

Así las cosas transcurrían, cuando una tarde se empezaron a

sentir ruidos, gritos y conversaciones fuertes que provenían de

la calle, sobre la cual daba uno de los costados del aula. Por

supuesto que los alumnos parecían sordos, pero yo tuve que

dejar de dar clase porque el ruido y el murmullo de mucha

gente me impedía ser escuchado.

Di una orden y al mismo tiempo procedí a abrir una de las

ventanas para observar qué ocurría, y cuál no sería mi sorpresa,

cuando uno de los alumnos, obedeciendo la orden, procedió a la

apertura de otra ventana que daba luz al aula.

Había conseguido sacar del mutismo a un alumno, que al

observar lo ocurrido me aclaró que enfrente a la Facultad vivía

una familia que poseía un automóvil Mercedes Benz ,de los

años veinte; tan cuidado como si recién hubiera salido de

fábrica, que sólo sacaban para los carnavales, para integrar las

caravanas de los corsos, y que en este momento lo estaban

cargando en un carretón para llevarlo al Museo de la Mercedes

Benz, para su colección, que había sido destruida en la última

guerra mundial; recibiendo la familia a cambio, un automóvil

Mercedes, último modelo. Así pude saber que existía un “vivo”

en mi clase. Esto ocurrió en 1954.

109

Page 110: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Quince años más tarde tuve oportunidad de visitar el Museo de

la Mercedes Benz, que se encuentra cercano a la ciudad

alemana Munich; donde al recorrer los modelos antiguos de

automóvil, dispuestos en un gran salón con amplias paredes de

vidrio, mientras caía una tenue nevada, me sorprendió la

procedencia de uno de los vehículos que decía “Bahía Blanca”;

aquí el ciclo requirió sólo quince años.

Cuando fue fundado el Rotary Club de Tolosa y reconocido por

Rotary International, fui su primer presidente, y como tal, me

propuse impulsar una tarea que no sólo llenara el año de mi

actividad, si no que ésta sobrepasara ese período en su

desarrollo y además estuviera de alguna manera relacionado

con el pueblo de Tolosa.

Nada mejor que propiciar e impulsar la historia de Tolosa, para

lo cual se me ocurrió formar una “Comisión Histórica de

Tolosa”, formada por algunos rotarios como representantes del

Club y otras personalidades afines al acervo cultural de la

ciudad, entre ellas estaban el Director de Cultura de la

Provincia, de la Municipalidad de La Plata, el Director del

Archivo Histórico de la Provincia, un viejo periodista de la

zona y un historiador. En esa ocasión creí oportuno invitar a un

familiar del fundador de Tolosa, Don Martín Iraola. Uno de

nuestros socios solía jugar al golf en el Club de Raneland con

José Pereyra Iraola, sobrino nieto del fundador, para que

integrara la comisión propuesta.

Como el tiempo pasaba, y el socio que se comprometió en traer

a esta persona no le había dicho nada, además la fecha de la

reunión constitutiva histórica estaba próxima; decidí desechar

ese contacto y traté de hacerlo yo directamente con un simple

llamado telefónico a Buenos Aires, usando la guía y buscando

al tanteo algún pariente de Pereyra Iraola. Tuve la suerte de

comunicarme con dos viejitas, que eran las tías, y enteradas del

propósito que me guiaba, se comprometieron hablar con José

como ellas le llamaban; el caso es que éste accedió siempre y

cuando pusiéramos un auto con chofer para su traslado a La

Plata.

110

Page 111: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Así llegó la noche de la reunión de nuestro Club, que se

realizaba en esa época en el Club Universitario de Gonnet;

luego de las presentaciones protocolares y el inicio de la

reunión que consistió en una cena, yo expuse como presidente,

mi idea y el deseo de que allí mismo se formara la comisión;

nombrándose como Presidente de la misma al Dr. Francisco

Laborde y como Presidente Honorario al Dr. José Pereyra

Iraola; estableciéndose hasta los días y lugares de reunión.

Había conseguido esa noche, no sólo la formación de la

“Comisión Histórica de Tolosa”, sino también mis principales

objetivos a cumplir, como así el compromiso por parte de las

autoridades de la Provincia, la publicación de la misma en la

imprenta oficial y su distribución.

Es costumbre de Rotary fundar instituciones que beneficien a

una comunidad en cualquier campo cultural, y una vez apoyada,

dejarla libre y constituida para toda su vida, integrada por

hombres no rotarios.

Las cosas fueron muy bien al principio, pero al discutirse la

fecha real de fundación del pueblo de Tolosa, surgieron

opiniones encontradas en dos bandos importantes de la

comisión. Fueron dos fechas las que estaban en discusión: el 7

de Julio y el 20 de Diciembre; las posiciones eran

irreconciliables y por lo tanto se esperó a que se cumplieran los

cincuenta años de la fundación, esperando encontrar

documentos que avalaran una fecha u otra.

Desafortunadamente la cripta donde estaban guardados estos

documentos había sido enterrada y se encontraba llena de agua,

por lo tanto los mismos que podrían dar por terminada la

discusión, estaban en tales condiciones, que de ellos nada se

pudo sacar.

A pesar del fracaso de este hecho, la discrepancia tomó estado

público, y el diario “El Día”, el más importante de La Plata;

publicó en varias ocasiones las posiciones de ambos bandos,

pero sin llegar a un acuerdo.

111

Page 112: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Esto fue resuelto por una resolución de la Dirección de Cultura

de la Provincia, donde se daban pruebas avaladas por

documentación de planos y otros documentos; por lo que se

estableció el día 20 de Diciembre como fecha oficial; aunque

hasta ahora algunos vecinos conmemoran el 7 de Julio como

fecha de fundación.

Volviendo a la noche en que se constituyó la Comisión

Histórica. Me encontraba sentado al lado del Dr. José Pereyra

Iraola, quien era uno de los dueños, que según se dice, tienen a

su cargo cien estancias en el país; por esa razón, y sabiendo que

tenía campos en La Pampa, se me ocurrió preguntarle si Hucal

era uno de ellos; me respondió que sí, pero que en ese momento

estaba dedicado a levantar Hucal Chico.

Cuando supo que yo había vivido en Hucal, la conversación

tomó un ritmo fascinante y surgieron temas muy interesantes de

los cuales podíamos hablar. Me dijo que en ese entonces él iba

poco por su salud, por lo cual el campo estaba a cargo de sus

hijos; pero no dejaba de reconocer aquellos viajes que hacía

cuando era joven, a la estancia de Hucal; cuando llegaba en tren

especial desde Buenos Aires toda la familia del Presidente y sus

invitados, recordábamos cómo iban vestidos y acompañados

por sus mascotas para pasar las vacaciones de verano en un

verdadero campo.

En ese entonces venía con frecuencia a la estancia de Hucal,

una joven llamada Cotita Alvear, que era famosa por su andar a

caballo y el uso de las armas de fuego; tanto se destacó, que una

parada ferroviaria que existe entre Hucal y Perú, sobre la línea

ferroviaria de Bahía a Toay todavía conserva su nombre. Al

preguntarle qué fue de su vida, me contestó que como resultado

de su vida agitada, terminó vieja y enferma en un convento de

Buenos Aires.

Me comentaba que la estancia de los Alvear en Hucal, ya no era

la misma, ni se hacían las grandes fiestas a las que concurrían

las familias de Buenos Aires, que ahora preferían ir a Mar del

Plata.

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Page 113: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

La estancia poseía unos bungalows para los invitados y una

iglesia que contaba con un cura; también había pileta de

natación, canchas de tenis y todo lo necesario para hacer

placentera la vida de los invitados. Tenía una herrería muy

grande, donde se reparaban los carros y todo tipo de carruajes,

entallaban ruedas y la fragua estaba todo el día prendidas. El

taller de talabartería también tenía operarios que hacía toda la

clase de lazos, cabestros, botones con tientos y todos los

enseres para los animales de la estancia.

Estos ciclos de encuentros me inducen a pensar, si la vida

misma no es un círculo, como en cierta manera se planteaba

Aristóteles. ¿Qué podría pensar aquel chiquillo, que parado en

la estación, veía llegar un tren especial, proveniente de Buenos

Aires, a ese pueblo perdido en La Pampa; para traer ese

conjunto de personas tan elegantes, que hasta mascotas traían;

que a lo largo del tiempo estaría sentado al lado de uno de los

personajes que hacían esas visitas a los campos de los indios

pampeanos?...

113

Page 114: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

SUEÑO DE UNA ALUMNA

n mi larga carrera de docente tuve la oportunidad de dictar

clase en la Facultad de Agronomía, de U.N.L.P. La cátedra

se llamaba Mecánica aplicada y en ella se daban los temas

teóricos básicos de mecánica analítica general, aplicada a las

máquinas agrícolas.

Esta cátedra no era del agrado de la mayoría de los alumnos,

pues no se dedicaba específicamente a los temas agronómicos;

ellos olvidaban que de la Facultad salían con el título

universitario de ingenieros, donde la mecánica ocupa un lugar

muy especial, que no puede dejarse a un lado en ninguna

carrera de ingeniería. Generalmente los alumnos en esa época, y

creo que todavía es así, no tenían una idea clara de las

posibilidades que brinda un título universitario, y que en el

mismo se encierra un caudal de conocimientos, que forman a

todo profesional, para poder comprender y entender (En

muchos casos), los fenómenos naturales, y tener a su vez una

cultura y criterio amplio como para poder ocupar un lugar

destacado en la sociedad.

Entre los temas que se dictaban en la cátedra, aparecían los

conceptos de energía, lo que me permitía hacer referencia a

muchos fenómenos de la naturaleza, que encierran los misterios

de nuestro Universo. Así aquellos estudiantes que no asistían a

las clases teóricas (Recuérdese que en general esas clases no

eran obligatorias para cursar la materia), les resultaban más

difíciles los exámenes finales; por lo tanto la asistencia les

facilitaba poder entender a través de la comunicación

interactiva entre profesor-alumno, aquellos conceptos que se

exigían en los exámenes; dando esto por resultado que mis

clases fueran muy concurridas, lo que por otro lado hacía difícil

mantener la atención y el silencio en el aula. Desde que

comencé a enseñar (Año 1937), siempre me preocupé que mis

alumnos me atendieran, si así no ocurría, dejaba súbitamente de

hablar, esto resultaba una señal para que volvieran a prestar

atención.

114

E

Page 115: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Este modo de proceder, es una costumbre tan arraigada que la

empleo en cualquier circunstancia, aún cuando sea una

conversación (Me ocurre en las reuniones de Rotary), por lo

tanto en la universidad no comenzaba la clase sino existía un

perfecto silencio; si esto no ocurría (Como es natural en toda

aula donde hay alumnos), golpeaba con la tiza en el escritorio,

hasta que el murmullo iba descendiendo, hasta que terminaba

con un completo silencio.

Explico todo esto para poder comprender lo molesto que me

resultaba escuchar cualquier ruido o actitud, que de alguna

manera distrajera la atención de mi clase. Así fue como observé

en una de mis exposiciones, que una señorita dormía

profundamente, a pesar de que era mi costumbre cambiar el

tono de mi voz, para mantener a todos los alumnos atentos.

Verla dormir me molestaba, pues me desconcentraba de las

ideas que exponía y varias veces tuve que detenerme para poder

volver a la explicación del tema que estaba tratando; así pasó

ese día, sin que nada ocurriera, ella dormía y yo me confundía,

pensé que mi dictado ese día no era de lo mejor, y el tema

podría haber resultado aburrido. De manera que me prometí a

mi mismo, que para la próxima clase, trataría de intercalar

temas variados y de especial interés, para evitar que la señorita

citada, volviera a dormirse.

En la próxima clase, a pesar de mis esfuerzos para hacer mi

exposición más amena, volví a ver al poco rato, dormir de

nuevo a la alumna, y no pudiendo con mi genio, la interpelé

casi gritando: -¿Porqué dormía? Ya que si no le importaba la

clase, bien podía retirarse y no perturbar al profesor en su

exposición-.

No acababa de terminar mi interrogatorio, cuando toda la clase

estalló en una carcajada, lo cual de inmediato me dejó

profundamente preocupado, pues es muy difícil hacer volver a

la normalidad a una clase numerosa, cuando ésta ha perdido el

control, lo que deja en muy mala posición al profesor; en una

palabra, la clase se me había ido de las manos.

115

Page 116: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A propósito de esta situación, y antes de terminar mi relato de

la oyente que se dormía, es bueno recordar otro suceso que me

ocurrió en esa misma aula, y que muestra el desastre que puede

ocurrir en una clase, si el profesor no tiene en sus manos la

atención de sus alumnos.

El aula donde daba clases a los estudiantes de agronomía era un

viejo galpón, que en sus orígenes había sido depósito del

Ministerio de la Marina, el mismo estaba en la proximidad del

edificio de la Facultad, pero al lado de un campo de siembra de

la cátedra de cereales, de manera que el aula era “agronómica”,

ya que parecía un viejo galpón de campo donde se guardan las

cosechas.

Dábamos clase en ese lugar, pues las aulas del edificio de la

facultad estaban todas ocupadas, y además permitía en un

anexo, guardar las máquinas agrícolas que se usaban para las

cátedras de máquinas; digo esto, pues el edificio principal de la

facultad, es uno de los tradicionales de la ciudad La Plata, muy

bello, y su arquitectura, de principios de siglo, es digna de

admirarse.

Volviendo al suceso, en el cual arriesgué el control de los

alumnos. Diré que esto ocurrió cuando un día en plena clase

entró un perro a la misma, el cual empezó a ir de banco en

banco para que los alumnos lo palmearan, y de esa manera

distrajo a todos. Ante tal situación volvió a aparecer mi genio,

ordené muy serio a un alumno que tomara al animal y lo llevara

fuera del aula. Apenas terminé de dar mi orden, cuando pensé:

...¿Y si el alumno no obedece o el perro no se deja agarrar?...,

en qué posición más delicada me había puesto; por suerte el

alumno obedeció y cumplió a la perfección la orden, y la

atención del alumnado volvió a ser normal.

Ante hechos así imprevistos, que suelen suceder en toda aula, el

profesor debe tener tal equilibrio en su accionar, como para

anticiparse a cualquier hecho disciplinario que lo ponga frente a

sus alumnos, si así no hiciera, perdería el respeto de ellos y sus

clases se convertirían en un caos permanente.

116

Page 117: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Algunos profesores prescinden de esta actitud y dan sus

lecciones únicamente para el pizarrón, así creen ellos que

enseñan y educan, creyendo cumplir con sus obligaciones,

afortunadamente no todos son así, nuestra Universidad ha

contado y cuenta con serios profesores, muchos de los cuales

han sobresalido del ámbito universitario, para ser tenidos en

cuenta como ejemplos en otros ámbitos de la sociedad.

Ya es hora de regresar al relato de la alumna que se dormía

durante el desarrollo de mi clase.

Terminado el alboroto que causó mi interpelación, un alumno

me explicó la actitud de la señorita, planteándome que ella no

era alumna de mi clase, sino sólo la novia de uno de mis

alumnos, el cual le había prometido casarse con ella, ni bien

obtuviera el título de Ingeniero, y como conocía su parsimonia

para cursar las materias, la concurrencia de ella a sus clases, lo

obligaba de alguna manera a no atrasarse en sus estudios y de

este modo acortar el plazo de su promesa de casamiento.

Ante la risa de todo el alumnado, la autoricé a seguir en la

clase, aún cuando se durmiera de esa forma.

Seguí teniendo el control de la atención de los estudiantes, aún

cuando para uno de ellos yo no resultaba simpático.

117

Page 118: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

ALGUNOS CONSEJOS

esde que nace el ser humano empieza a recorrer una vida,

donde recibe ayuda a cada momento; así comienza su

aprendizaje para transitar un camino que el destino le ha

trazado. Podríamos decir sin equivocarnos, que ese camino que

se apresta a transitar en esta tierra, es de puro aprender hasta su

muerte. Esa persona se irá formando bajo ese techo, donde irá

incorporando a su experiencia los conocimientos que a cada

momento le imparte el ambiente en que se desenvuelve, y las

cualidades que irá desarrollando son el producto de la “suerte”

de los maestros que le van tocando.

El aprendizaje es un fenómeno continuo, el conocimiento está

ahí, es necesario sólo tomarlo y usarlo convenientemente. Entre

las fuentes de conocimiento de que se dispone, están los

“maestros” que se manifiestan por su sola presencia y los que

han nacido con el don de volcar su saber a los que caminan tras

su destino. Entre éstos últimos están los docentes, que a medida

que aprenden, enseñan sin egoísmo alguno; para esto no

necesitan títulos, ellos transfieren conocimientos que la vida les

ha dado, sin esperar recompensa alguna; sólo los anima el hacer

más fácil la vida de sus semejantes. Siempre será poco lo que

de ellos se pueda decir, escribir u homenajear.

He creído conveniente intercalar entre estos relatos, algunos

que se refieren a la forma en que se imparten o se adquieren los

conocimientos.

Recuerdo que cuando trabajé en Plaza Huincul como técnico,

tenía título, pero me faltaba el “knowhow” (El cómo saber), por

consiguiente trataba por todos los medios de ponerme al tanto

de la tarea que me habían asignado, que era la de ayudante de

un ingeniero. Este señor era muy serio y no era fácil de abordar

con preguntas, y si éstas era preciso hacerlas, entonces trataba

que las mismas no fueran necesariamente del conocimiento de

un técnico, pues no me gustaba que desde el comienzo se me

calificara mal.

118

D

Page 119: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Sin embargo pronto me sacó esa incertidumbre, pues me dio un

problema, que hasta el momento ninguno lo había resuelto o lo

había encarado en serio.

En ese entonces existían en el yacimiento, dos sectores de

trabajo: Producción y Perforación, yo pertenecía al de

producción, por lo tanto debíamos suministrar los motores a los

de perforación. Uno de los motores Diesel tenía un regulador de

la parte eléctrica, que se “quemaba” frecuentemente y había

llegado al extremo que ya no existía en “almacenes”, para poder

cambiarlos. Tengo que aclarar que estos dispositivos eran

bastante complicados para mis conocimientos, y por supuesto,

jamás había visto uno en la escuela.

Me puse a la tarea con el manual del equipo, que era un libro

completo sobre el dispositivo en estudio, y traté de ver dónde

estaba la falla. Pronto llegué a la conclusión de que era muy

simple, la conexión se hacía mal. Cuando di mi veredicto no

estaba muy seguro, pues no podía creer que con tantos motores,

mecánicos, técnicos e ingenieros no se hubiesen dado cuenta de

tal error. El ingeniero me dijo: - Si usted está seguro, ordene

que de ahora en adelante se cambie el modo de conexión -.

El mecánico electricista que me tocó era un viejo obrero, que

estaba cansado de hacer este tipo de trabajo, por lo tanto, ni

bien le ordené modificar la conexión, me contestó que él hacía

veinte años que realizaba ese trabajo; yo con mis pocos años le

contesté: - Hace veinte años que los conecta mal -. El

resultado fue que los reguladores de tensión no se quemaron

más, yo gané puntos como técnico y me ubicaron en la sección

Motores, que era donde yo quería estar. Allí aprendí mucho,

sobre todo de un ingeniero alemán y un capataz checoslovaco,

que era el jefe de Motores. Este señor sabía mucho de motores,

pero no le gustaba enseñar, por el contrario; lo poco o mucho

que podía saber, lo escondía. En cambio, conmigo demostró

una simpatía tal, que me enseñó como se ponían a punto los

motores, cosa que nadie sabía bien; él para mantener su

primacía en estas cuestiones, cuando iba a trabajar en esa tarea,

encerraba el motor bajo una carpa y sólo él podía entrar a la

misma; sin embargo yo era el único que dejaba entrar.

119

Page 120: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Este tipo de personas, que hacen un misterio de su profesión, y

esta manera de proceder en forma tan egoísta, es una costumbre

(Por lo menos en esa época) de aquellos obreros y profesionales

de procedencia extranjera, como un seguro de sus

conocimientos, a fin de ser en ciertos aspectos el hombre

imprescindible, que no se le puede dejar cesante. Esta

costumbre es una cualidad que le enseña la vida para así vivir

sin sobresaltos; sin embargo cuando se aplica en universidades

es sinónimo de aquel que sabe poco y lo que busca por un lado,

lo pierde por otro. ¡Qué generoso y conocedor de su quehacer

es aquel que da y enseña todo lo que sabe!

Después de la última guerra llegaron al país muchos “operarios

especializados” y profesores universitarios, con conocimientos

y carpetas bajo el brazo, de cuya procedencia se hacían autores;

aunque más tarde esto salió a la luz, y lo que parecía un

descubrimiento propio, no era otra cosa que un método ya

conocido y aplicado en Europa.

Siempre aconsejaba a mis alumnos, que ante una pregunta de la

que no se sabía su respuesta; era más leal decir que en la

próxima clase, previo su estudio, iba a contestar. Esta manera

de proceder, era todo lo contrario cuando la pregunta se

derivaba en una fábrica o establecimiento, de un obrero o de

una persona que estaba a las órdenes de un profesional, pues el

resultado podía ser fatal para éste último.

Cuando se trata de alumnos, éstos deben ser los encargados de

hacer las preguntas, deben hacerlas, pues están estudiando y sus

profesores deben dar respuesta cierta a las mismas. Pero el

problema sufriría un vuelco de 180º cuando ya se era

profesional.

En mi carrera profesional he tenido profesores excelentes, pero

mi recuerdo se quedará siempre con el Dr. Pasqualini. A él

siempre se le encontraba cuando no daba clase, en su despacho,

rodeado de libros y papeles; pero no obstante tenía tiempo para

atender a su reciente ex alumno y subordinado, ya que en esa

época yo era ingeniero asistente, del departamento del cual él

era director.

120

Page 121: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

El problema sobre el que iba a pedir ayuda, era uno de los que

el Ministerio de la Marina nos encomendaba para su solución.

Le expuse el problema, y después de escucharme muy

atentamente me comentó: - No olvide que usted ya es ingeniero

-. La respuesta me dejó perturbado, me recordó el lugar que

ocupaba y mi responsabilidad. Lo saludé y caminé hacia la

puerta. No había hecho ni dos pasos, cuando me llamó y en

pocas palabras me ubicó en el problema. Así era el Dr.

Pasqualini.

Frente a quien era bien conocido, no quedé mal para el futuro;

sin embargo creó en mí una ley: “nunca preguntes algo que

debes saber, pues el interlocutor pensará desde ese momento

que esta persona no sabe nada y así te conseguirás un mal

concepto profesional”.

Desde entonces le recomendaba a mis alumnos, que cuando

fueran profesionales, nunca admitieran desconocer una

pregunta básica de su trabajo, pues serían mal catalogados;

mejor responder con una salida elegante y en la primera

oportunidad que se presente, dar una clase sobre el tema. Que

aprovecharan entonces ese momento, que eran alumnos y

preguntaran todas sus dudas.

Recuerdo también, que teniendo a mi cargo el mantenimiento

de los hidroaviones Sunderland (Que llamábamos botes

voladores); encontrándose uno de ellos en dique seco para su

reparación, y ante la necesidad de disponer del mismo

urgentemente; se me ordenó que hiciera todo lo posible para

poner a la máquina en vuelo. Ante el requerimiento de mis

jefes, controlé ese día el trabajo de mantenimiento que

hacíamos; así fue como llamando al capataz de la obra, le

pregunté qué era lo que faltaba para poner en servicio el

hidroavión.

Este señor era un italiano, no muy lúcido, pero sí muy dispuesto

para solucionar problemas; de manera que me contestó: - Si

usted me trae hoy los espaguetis, mañana mismo estará en

vuelo -.

121

Page 122: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Ante esta respuesta me quedé sin palabras, pues no sabía yo qué

eran los espaguetis y tampoco le iba a preguntar. Los espaguetis

que conocía eran los fideos y también unas vainas o camisas de

plástico que en esa época se usaban para forrar varios cables

eléctricos, a fin de conducirlos todos juntos, y en el único lugar

que se podían usar, era en los motores o en algún comando

eléctrico.

Por lo tanto dije de inmediato: - Vamos a hacer una recorrida a

toda la máquina para ver si falta algo más y así estamos seguros

de que mañana podrá volar -. Dicho y hecho, palmo a palmo

recorrimos todo el avión; y en aquellos lugares que me parecía

que podían usarse espaguetis, mi inspección y preguntas eran

mayores, pero los famosos espaguetis no aparecían.

El hidroavión de referencia tenía capacidad para cuarenta y

ocho pasajeros, hacía los viajes a Asunción del Paraguay y

Montevideo en esa época. Era de dos pisos, en el inferior iba el

pasaje, y en el superior existía un lugar de fumar y un pequeño

bar, con sillones tapizados en cuero, muy cómodos.

Sólo faltaba inspeccionar el piso superior, yo a esa altura ya

desesperaba, y veía que debía preguntarle directamente qué

eran los espaguetis que necesitaba tan urgentemente.

Fue cosa de subir la escalera que nos conducía al bar, cuando el

italiano me dice: - Ve ingeniero, sólo faltan los espaguetis de

los sillones -. Se observaba que en el tapizado de los mismos,

sólo faltaban las tachas o tachuelas, que dan forma al tapizado.

Recién comprendí lo que el italiano me pedía. Entonces

respondí: - Ahora mismo las pido por teléfono y usted las

tendrá dentro de media hora, a lo sumo -.

Luego, al pensar de dónde había sacado, que esos clavos de

tapicero se llamaban espaguetis; pienso que como los

hidroaviones eran parientes de los barcos, se usaban en su

descripción muchos términos marinos; entre esto y su

nacionalidad, habíamos llegado a los espaguetis. Pero siguiendo

con mi ley, no expresé mi ignorancia.

122

Page 123: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En otra oportunidad me ocurrió algo similar, siendo en ese

entonces gerente de los talleres de Vialidad. Recibo una orden

por teléfono, también urgente, de mandar a un municipio de la

provincia una máquina, que en la jerga vial se le decía “La

Mixi”. El compromiso lo había asumido el propio Gobernador,

quien había dado su palabra, que esa máquina iba a estar al día

siguiente en esa localidad. Por supuesto, como era un asunto

político, mi respuesta fue que de inmediato saldría.

Yo hacía poco que me había hecho cargo de la gerencia y no

podía ignorar el nombre de una máquina, a pesar de que

Vialidad tenía más de tres mil equipos funcionando, y por otro

lado tampoco podía preguntar a nadie, pues todo el personal me

era desconocido. Me puse a pensar cómo solucionar el

problema hasta que me acordé de los espaguetis del hidroavión

y resolví emplear el mismo método de solución. Era mi

costumbre visitar semanalmente los talleres, para verificar el

estado de los trabajos, las necesidades y problemas que se

podían presentar; para cumplir con los compromisos que yo

había tomado de responsabilidad sobre las fechas de entrega, de

manera que a nadie le llamó la atención que, acompañado de mi

secretario, quien iba tomando notas de las novedades, hiciera

una recorrida general por los talleres. Por supuesto, cada taller

tenía un jefe, que enseguida me recibía, y en general se ponía a

dar información de sus responsabilidades e inconvenientes que

surgían en los trabajos, sobre los cuales tenían

responsabilidades.

Así comenzó el recorrido, con la idea de la individualización de

la famosa “Mixi”, ya había perdido la esperanza de encontrarla,

cuando al salir de uno de los talleres, el capataz que me

acompañaba en ese tramo de mi visita, me señala la máquina

buscada; ahí estaba la Mixi, ocupando la mayor parte de uno de

los patios, donde se estacionaban las máquinas para ser

reparadas: - Ve usted como no funciona la oficina de

inspección, pues hace dos días que ha terminado su reparación

y todavía no le han dado destino -. Se le daba el nombre de “La

Mixi” a un equipo completo de construir caminos de hormigón,

y por lo tanto era de tal dimensión, que nadie podía ignorar su

existencia.

123

Page 124: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Ver la máquina y ordenar de inmediato que se pusiera sobre un

carretón para enviarla al municipio que la solicitó, fue cuestión

de segundos, y recalcar que la misma debía llegar mañana, aún

cuando tuvieran que viajar parte de la noche.

De no haber resuelto este sencillo problema, mi posición (Que

era muy discutida, pues yo estaba llevando a cabo una completa

organización, y por lo tanto “molestaba” al estado estático de la

repartición), no era muy cómoda, y de inmediato se me iba a

catalogar entre los malos profesionales.

Por esta razón siempre he aconsejado a mis alumnos que sí

pregunten, pero mientras sean estudiantes, no cuando son

profesionales...

124

Page 125: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

EL TANQUE

n los años 60 yo estaba contratado por la dirección de

Vialidad Provincial, para el apoyo logístico, al aportar toda

la maquinaria en condiciones de operar, para así cumplir el Plan

de Pavimentación que el gobierno había iniciado. Para ello

debimos construir (Más que reconstruir) los talleres viejos del

Dique, que realizaban como podían las reparaciones y

mantenimiento de las maquinarias viales; con ese motivo se

creó una comisión de profesionales, para llevar a cabo esta obra

de gran magnitud; estableciéndose los nuevos talleres en

Tolosa, con los cuales llegamos a dar trabajo a más de 600

familias de la zona.

La tarea que iniciamos fue ardua, pues mientras se preparaban

los obreros, técnicos e ingenieros, para transformar métodos de

reparación en verdaderos sistemas de cadenas de fabricación;

tuvimos que recurrir como primera medida a la preparación del

personal en el conocimiento del nuevo sistema; luego de haber

definido la organización de tal institución, y bajo sus premisas

ir introduciendo el nuevo proceso de procedimiento en el

sistema creado. Para esto tomábamos un sector, y utilizando el

mismo personal del que disponíamos, le dábamos clases e

instrucciones. Recién en el nuevo lugar, con directivas

totalmente modernas; se iniciaba ese sector en un día

determinado, y procediéndose a cerrar definitivamente la tarea

que se reemplazaba. Así fuimos logrando poco a poco la

transformación, sin despido de ningún obrero, sino

capacitándolos para el nuevo trabajo. Se iniciaron nuevos

servicios y se pusieron en condiciones de operar eficientemente

a otros.

Uno de los servicios era el agua industrial y de uso corriente,

que en esos talleres representaba un caudal importante; por lo

tanto pensamos en proveer a los talleres de un tanque elevado

de doscientos a doscientos cincuenta mil litros, entonces se hizo

el proyecto y se puso a consideración de las autoridades la

autorización para su construcción.

125

E

Page 126: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Aquí empezó nuestro primer inconveniente. La Provincia no

tenía presupuesto para ese gasto, por lo tanto su construcción y

puesta en marcha nos llevaría por lo menos un año; tiempo

demasiado extenso para poderlo intercalar en el sistema sin

hacer modificación que alterara la continuidad del mismo.

En esa época la ciudad de La Plata estaba abandonando el uso

de la provisión de agua a través de pozos y bombeo a tanques

elevados; de manera que habían ya varios tanques que no se

utilizaban, reemplazando a estos por la provisión de agua del

Río de La Plata. Así me acordé de un tanque que estaba situado

en el bosque, cercano a la Escuela Industrial, donde nosotros

jugábamos a ver quién subía más rápido.

Ese tanque esférico tenía una capacidad de doscientos mil

litros, estaba en buenas condiciones como para repararlo y

usarlo inmediatamente; de manera que solicité que ese bien de

la Provincia pasara a Vialidad, a fin de usarlo en los nuevos

talleres de Tolosa. De ese modo no sólo resolvíamos un

problema nosotros, sino también asegurábamos la presión del

agua en el barrio que circunscribía las instalaciones de

Vialidad.

De esta forma se inició el trámite administrativo, y por esas

cosas del azar, en poco menos de un mes tuve la autorización en

mi escritorio, firmada por el Gobernador. Fue entonces que

aparecieron los problemas de desarme-traslado-armado; para

ello hicimos una maqueta del mismo y estudiamos por

intermedio de nuestra oficina técnica, los distintos procesos

para lograr la nueva instalación. Fue preciso conseguir una

pluma de más de veinte metros, que por suerte la obtuvimos en

YPF, además de disponer de dos tractores y varios camiones

“Mack” para manejar las riendas que permitieron elevar la

pluma.

El proceso en pocas palabras era: desmontar la esfera del

tanque, elevándola de la torre-base y luego volcar la torre, para

colocar ésta y la esfera en dos carretones que harían de

transporte.

126

Page 127: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En ese entonces existía un médico, que fuera de su profesión,

era un tenaz guardabosques y no permitía que nada dañara

ninguna especie forestal que formara el bosque de La Plata; un

paseo tradicional y además un verdadero pulmón que oxigenaba

la ciudad, que también permitía disminuir la inversión de las

grandes ciudades; rodeada de un cordón industrial como lo está

la ciudad de La Plata.

Este profesional, el Dr. Nicodemo Scena, ya fallecido; siempre

será recordado por el empeño que puso toda su vida, para

detener el deterioro del parche verde de la ciudad; tan castigado

a través del tiempo, que hoy peligra por su poco cuidado y el

deterioro normal del tiempo, y la no reposición de las especies

perdidas.

El Dr. Scena, ante el peligro que veía venir con el traslado de

semejante artefacto, llevó su queja al Gobernador; quien ordenó

suspender la obra. Fue entonces cuando comenzó el trato

político de la cuestión, donde el ecologista desde el principio,

superaba cualquier razonamiento.

Pese a esto llegamos a un acuerdo, en cual Vialidad se

comprometía, no sólo a reponer las especies arbóreas que

podrían perderse, sino también a la reconstrucción de la gruta

del bosque y otros adelantos, como el emplazamiento de

algunos bustos de personas prominentes de la ciudad.

Se cumplió con creces lo pedido, y no recuerdo nunca más

haber visto tan linda la gruta como esa vez.

Solucionado este inconveniente, se nos presentaba el traslado.

Se estudiaron las rutas posibles y se eligió la más conveniente,

donde existían calles anchas y donde menos cables debíamos

cortar, pues estaban los cables de corriente eléctrica de los

tranvías, del telégrafo de la Provincia, la Nación y del

ferrocarril; además de la red eléctrica de la ciudad. Tratar que

todas las reparticiones se pusieran de acuerdo, para que un día y

hora determinados, estuvieran las camionetas y su personal para

cortar y volver a unir los cables.

127

Page 128: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Era tarea imposible, por lo tanto opté por disponer yo el día y

hora; y si no estaban las camionetas de los interesados, nuestros

obreros harían el trabajo; cargando yo con toda la

responsabilidad de cualquier dificultad que pudiera surgir. No

tenía otra salida y así se realizó en aquellos casos en que llegó

tarde algún interesado.

Por fin después de tres días llegó el tanque a Tolosa. Su

recorrido había sido seguido por el diario “El Día”, que se

encargaba de anunciar el lugar alcanzado diariamente. El día de

llegada coincidió con el 5 de Octubre, día del camino, y el

arribo se festejó como correspondía.

Dentro del personal había algunos que vaticinaban que nunca

llegaría el tanque a Tolosa, y menos todavía que se pudiera

instalar. Sin embargo, hasta hoy se eleva como algo distintivo;

donde existió un establecimiento moderno de trabajo, que daba

de comer a más de seiscientas personas. Desgraciadamente hoy

no es así, pues en la época de los militares, razones políticas

(...) lo destruyeron; siendo ahora un lugar propio de rezagos.

El tanque se instaló y lo reparamos, dejándolo como nuevo,

pues fue metalizado con zinc para preservarlo de la oxidación.

Cuando estábamos colocándolo había gente del barrio

rodeándolo. Entre ellos se encontraba un viejito; que muy

emocionado contaba que él conocía ese tanque, ya que había

trabajado en la cuadrilla, que en 1914 lo había instalado en el

bosque.

128

Page 129: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

RECONOCIMIENTOS

oy, después de haber pasado el umbral de los ochenta

años, si se me preguntara en qué ambientes he

desarrollado mi vida, la respuesta sería inmediata y casi sin

pensarlo: entre alumnos y obreros; por lo tanto podría contar

entre estos recuerdos que trato de agrupar en “Relatos”, muchos

casos que se destacan por el reconocimiento que en algún

momento he recibido por parte de alumnos u obreros.

Son muchos, pero aquí sólo contaré tres, dentro del grupo de

obreros, que tienen un origen común; mi preocupación por

mejorar la situación laboral y social de los dos extremos de la

vida, los jóvenes y los viejos.

En una época, durante los primeros años del ejercicio de mi

profesión, fui uno de los dueños de un taller de carrocerías para

la industria automotriz. Esta actividad, más propiamente de los

ingenieros mecánicos, la adopté después de probar las

posibilidades del desarrollo de la industria aeronáutica en

nuestro país; la política del estado en ese entonces no era

propicia, ya que su futuro estaba bajo su duro control; y pensar

en poder construir algo aeronáutico era algo prohibitivo para los

civiles.

Siempre recuerdo que cuando era técnico y trabajaba en la

aeronáutica militar, tenía un compañero de trabajo y de estudio,

al que yo le reprochaba el por qué seguía la carrera de

Ingeniería Mecánica y no se había inscripto en Aeronáutica,

carrera que se había puesto en marcha en ese momento en

nuestra Facultad; y él me contestaba: - Porque la aeronáutica

civil en este país no tiene futuro -. Yo argumentaba que eso no

ocurriría, ya que al terminar la guerra en Europa; la actividad

civil aeronáutica en un país como el nuestro, de larga extensión,

iba a ser importante; y esta opinión la afirmaba con el ejemplo

de esta industria en el mundo. Desafortunadamente yo no tenía

razón, y la aeronáutica civil en la Argentina estuvo paralizada

por varios años.

129

H

Page 130: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En nuestro taller, podíamos decir “artesanal”, usábamos muchas

chapas para cumplir con el diseño curvilíneo de las carrocerías

de esa época. Por ese entonces carrozábamos chasis Skoda, que

habían entrado muchos al país; su carrocería era muy

complicada por sus líneas aerodinámicas.

Necesitábamos de mucho trabajo, no sólo de conformar las

chapas, si no el diseño del dibujo sobre la misma, que

reproducía un obrero que estaba especializado en esto, y cuyo

oficio era el de “trazador”, el cual debía tener algunos

conocimientos de geometría por lo menos.

Entre los aprendices había un joven que se destacaba por su

conducta y deseos de trabajar; muy pronto sobresalió, entendí

que era digno de aprender las bases de un oficio, para sacarlo de

la limpieza y los mandados.

Así fue como, dos horas por día, me ocupaba de enseñarle la

geometría básica, para que pudiera desenvolverse como

aprendiz trazador. Como el joven era inteligente y tenía ideas

de progreso, muy pronto ya sabía trazar algunas piezas por sí

solo.

Este mismo trabajo, casi artesanal, lo realizaba la fábrica

inglesa, mundialmente conocida “Austin Martins”, que

producía autos de calidad y de precios altos; en cambio

nosotros apenas podíamos subsistir. El famoso auto de James

Bond (“Agente 007”), fue fabricado por ellos, y yo tuve la

oportunidad de estar frente a él.

En uno de mis viajes de regreso de las clases que impartía en

Mar del Plata, después de muchos años, mientras esperaba el

micro que me llevaría a La Plata; me encontré con un señor

bien vestido, que me preguntaba: - ¿Ya me olvidó?- ¡Qué

sorpresa me llevé!¡Era el aprendiz a quien años atrás le había

enseñado a trazar! Gracias a ese conocimiento adquirido, hoy

era Jefe Trazador de una importante fábrica de aluminio, en

Mar del Plata.

130

Page 131: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Me llevó a una de las salidas de la Estación del automotor de

micros, y señalándome unas casas-departamentos nuevos y de

buena calidad; donde él como propietario, vivía en el cuarto

piso con su señora y un hijo, felices de tener trabajo. Me quería

agasajar a toda costa, incluso me invitó a cenar, pero tuve que

agradecer su atención, pues no podía perder mi ómnibus de

regreso, ya que al otro día debía dar clases en La Plata. Durante

el regreso me encontraba feliz de haber sido guía y apoyo para

ese joven, al haber podido ayudarlo a salir de su trabajo de peón

y convertirlo en obrero calificado.

Algo parecido me ocurrió años después, con otro joven que

pertenecía al sector de mantenimiento de los Talleres Centrales

de Tolosa, en Vialidad. Como Gerente de los mismos, me

gustaba visitar a los obreros en su puesto de trabajo, por lo

menos una vez por semana, acompañado por mi secretario o de

algún ingeniero, para ver la marcha del trabajo, y para ver si

éstos cumplían con los diagramas de elaboración. De esta

manera podía conversar con los obreros, y ver en sí todos los

procesos y los inconvenientes que a veces retardaban la

producción planificada.

En uno de mis recorridos encontré a un joven robusto con una

escoba, limpiando uno de los talleres; lo llamé y le pregunté si

no quería aprender un oficio que tuviera más futuro, que el de

peón de limpieza; como los talleres eran de reparaciones

generales, existían suficientes secciones con distintas

disciplinas de trabajo como para elegir; entonces me manifestó

su predilección por las tareas eléctricas, fue así que a los pocos

días, la sección de electricidad contaba con un nuevo aprendiz;

hablándole al encargado de esa sección y expresándole mis

deseos de que ese joven adquiriera un oficio, para que dejara de

ser peón de limpieza.

Da la casualidad de que aquel joven, hoy ya es un hombre

jubilado; se ganó y gana la vida aún, con lo que aprendió en los

Talleres de Vialidad. Vive cerca de mi casa y no deja de

contarle a cada vecino lo agradecido que está por haberle

cambiado la vida, al permitirle adquirir un oficio.

131

Page 132: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Siguiendo con mi actividad vial, mi responsabilidad llegaba a

incluir a los talleres de mantenimiento de las zonas viales que

componían la provincia de Buenos Aires, y que tenía su

cabecera en ciudades importantes. Así cuando le llegó el turno a

la organización de esos talleres, a uno de ellos prácticamente

tuvimos que hacerlo de nuevo desde sus edificios, a la

preparación del personal. Con este motivo, la parte constructiva

fue confiada a un ingeniero de mi staff y los obreros los

contratamos en el lugar, que era Azul. En una oportunidad

debía viajar a esa ciudad, para ver cómo iban las

construcciones; el contador, que era el encargado de hacer los

pagos a los trabajadores de la construcción, tuvo un

inconveniente y me pidió, si yo podía controlar el pago de los

obreros, ya que él iba a enviar a un empleado para esa tarea. Al

llegar este empleado procedió a realizar el pago de sueldos,

mientras yo, con mi presencia ponía seguridad respecto a la

tarea.

Entre los obreros había un viejito que no sabía escribir, y para

firmar el recibo debía usar la impresión digital; esto dio lugar a

bromas de algunos de sus compañeros, que como a buenos

paisanos, esta situación les causaba gracia, no viendo el daño

que le causaban al viejito, que agachaba la cabeza y sonreía

lastimeramente. Al finalizar el pago, llamé aparte a Don Julián,

que era como se llamaba, y le expliqué que la firma, de ninguna

manera tenía que ser la fiel escritura de su nombre, sino más

bien una figura, que la única condición que se exigía cuando se

usaba, era que su repetición fuese siempre igual. De este modo

le expliqué y le demostré con varios documentos que llevaba en

mi portafolios; ahí le hice tomar un lápiz y empezó a ensayar

“garabatos”, elegimos uno que le resultaba más fácil,

recomendándole que practicara en su casa el dibujo, tantas

veces hasta sentirse seguro de que siempre lo hiciera igual.

Pasaron varios meses para la inauguración de los talleres de

Azul, a la que concurrí, pues se festejaría con un regio asado.

Cuál no fue mi sorpresa, cuando al verme el viejito Julián, me

dijo contento: - Ingeniero, ya sé firmar - y no necesito más

poner el dedo; además mi hija me está enseñando a leer, y al

decirme esto se le caían las lágrimas...

132

Page 133: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

RELATOS FERROVIARIOS

iempre he tenido un gusto especial por los ferrocarriles y los

aeropuertos; los primeros porque fueron los lugares de mi

primera infancia, los segundos por mi vocación por el vuelo.

Nuestro país llegó a tener una red ferroviaria de comunicación

muy importante, no sólo por su extensión, sino por su servicio;

nadie duda del impulso que esta vía de comunicación le dio al

país para llevar sus productos a los puntos de exportación, lo

que permitió la rápida evolución industrial que tuvo al final del

siglo XIX y en la mitad del siglo XX; luego ésta fue adquirida

por el estado, iniciando así su decadencia, hasta el estado

actual, donde de ellos sólo queda su historia y los pueblos que

agonizan, que en una época eran los que servían de nudos a los

distintos tramos de vías.

Los ferrocarriles, casi en su totalidad, eran de procedencia

inglesa, y así como se copió su organización, también copiamos

sus estructuras y edificaciones; tan es así, que los galpones de

máquinas, playas de maniobras y sistemas de señalización eran

idénticos a los de Inglaterra.

Sólo aquel que conoce hoy los ferrocarriles ingleses, puede

tener una idea de lo eficientes que eran nuestros ferrocarriles;

todavía existen viejos ferroviarios jubilados, que añoran la

“época de los ingleses”, como ellos la llaman.

Al poco tiempo de pertenecer éstos al estado, comenzó el

abandono de la disciplina, de la responsabilidad de cumplir

horarios y el trato de los pasajeros; hasta llegar al día de hoy,

que nada de esto se respeta, y sólo la necesidad hace que una

persona tome el tren para trasladarse cuando no tiene otro

medio que lo reemplace.

Esta situación se vio agraviada por el avance de la construcción

de caminos, y la flota de camiones y ómnibus que amenazaron

con reemplazar las comunicaciones.

133

S

Page 134: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En los años cincuenta ya los ferrocarriles iniciaron su

degradación, que empezó no sólo en la falta de repuestos para

su plantel de coches, vagones y máquinas, sino también en el

trato con los clientes. En ese entonces viajaba semanalmente a

la ciudad de Bahía Blanca, donde iba a la universidad, que en

esa época se hallaba en formación, recibiendo un apoyo docente

desde la universidad de La Plata y la de Buenos Aires; lo que

hacía que un grupo importante de profesores universitarios, se

vieran obligados a dictar clases en esa ciudad del sur. El viaje lo

hacíamos de noche en coche dormitorio, salía un tren a las 21

horas de Constitución, para llegar a Bahía a las 8 horas del otro

día; lo mismo ocurría al regreso, lo que nos permitía aprovechar

el día, sin descuidar nuestras tareas de la UNLP, o de Buenos

Aires, para los profesores de ese origen.

Esos viajes semanales representaban un cambio de ambiente,

que nos ayudaba a aliviar nuestras responsabilidades en las

bases. Lo que no era satisfactorio era el hecho de dejar nuestra

familia sola, una o dos noches; lo que era mi caso, que vivía en

Ringuelet. Este pueblo tenía pocas construcciones en esa

época, y Celina quedaba sólo con dos criaturas y sin teléfono.

Durante cinco años hice esos viajes, si bien los primeros años el

contrato compensaba todos los inconvenientes citados, no

ocurrió así los dos últimos, y si a esto le sumamos que los

inviernos fueron muy crudos, se podrá tener una idea de nuestra

preocupación por calefaccionar los coches dormitorios. El

sistema era eléctrico y casi nunca funcionaba por el pésimo

mantenimiento que recibía, por ese motivo siempre llevábamos

un equipo de herramientas, y al subir al coche dormitorio lo

primero que hacíamos era reparar la calefacción; cosa que por

suerte conseguíamos y así nos asegurábamos una buena noche

de sueño.

A veces en el regreso resultaba más difícil conseguir cama, por

lo tanto, todo quedaba en la esperanza de que a último

momento algún pasajero se borrara. Si así no ocurría, existía un

método que difícilmente fracasaba, éste consistía en recorrer

todo el tren y hablar con todos los camareros, el guarda y el

inspector, solicitándole cama, prometiéndole implícitamente

una propina.

134

Page 135: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Recuerdo una noche, que estando el comedor cerrando y no

teniendo cama, vi venir al guarda, quien me pidió el boleto y

siguió sin dar ninguna señal; sin embargo no perdía la

esperanza de conseguir cama. Como último recurso, me doy

vuelta, el guarda al cerrar la puerta del coche comedor, hizo una

señal imperceptible; me levanté de la mesa y lo seguí, de

inmediato conseguí cama, previo pago de un “plus” del costo

del viaje.

A medida que pasaron los años, cada vez era más difícil viajar

cómodamente en los trenes, sobre todo en los de larga distancia.

Solíamos ir con mi señora y los chicos a visitar a mi padre, que

vivía en General Alvear, Mendoza; era un viaje de muchas

horas, pues además de la distancia, era común que el tren se

atrasara, durando alrededor de veinte horas.

El viaje significaba atravesar toda la provincia de Buenos Aires,

La Pampa, San Luis y después entraba a Mendoza. En este

largo camino, a partir de La Pampa, el viaje se complicaba,

pues el tramo era desértico, y los coches se llenaban de tierra,

así agregaban más suciedad que la que ya tenían al salir de

Buenos Aires.

Ni bien subíamos al tren, nos encerrábamos en el coche

dormitorio y comenzábamos a poner burletes, llevados de ex

profeso, que sujetábamos con chinches ó clavitos a la madera

del marco de las ventanas, periódicamente manteníamos estos

burletes totalmente húmedos para evitar que entrara tierra.

Celina previamente limpiaba y desinfectaba todo el

compartimiento, pues en el ferrocarril no se limpiaban los

trenes antes de salir. De esta manera, aún soportando el calor,

podíamos ir cómodamente en lo limpio y asegurarnos de que

nuestros hijos podían jugar en su interior sin ensuciarse.

Para ver el estado del tren bastaba salir al pasillo para cubrirse

de polvo y tierra, a pesar de ello a veces teníamos que hacerlo

porque eran muchas horas de encierro.

135

Page 136: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En una de esas salidas, en uno de esos viajes, me entretuve en

leer varias disposiciones del ferrocarril, donde daban ciertas

recomendaciones para los pasajeros; así pude leer el ucase que

en una de ellas existía para el personal de guardas y camareros,

donde se les exigía cumplir con todas las reglas para el buen

servicio, así también como, las penas rigurosas que se les

aplicarían si no las hicieran cumplir.

Esto para mí era una novedad, conociendo cómo eran esos

viajes, de manera que sospeché que algo grave debió ocurrir

para que las autoridades tomara estas medidas tan fuertes,

cuando nunca se ocupaban del pasajero. Al encontrarme con el

camarero le hice la observación:

-¡Cómo los tienen cortitos sus jefes!

- Calle usted - contestó – no sabe lo que aquí pasaba, fue tan

grave que castigaron con despido a los Jefes de Estación,

Guardas y Camareros.

Lo que había ocurrido era que durante la noche, varios coche-

camas hacían las veces de hotel de alojamiento, con un

conjunto de chicas que suministraba una organización para tal

fin, cobrando un buen precio a los clientes. De esta manera

mantuvieron por mucho tiempo, un prostíbulo móvil entre

pueblos y pueblos.

Este hecho sólo podía ocurrir por la situación denigrante que

habían alcanzado algunos servicios en nuestro país.

Han pasado muchos años, y en lugar de mejorar este servicio,

casi ha desaparecido. Los pocos kilómetros que recorren, lo

hacen trenes viejos, y para que puedan prestar algún servicio,

deben ser subsidiados por el estado.

136

Page 137: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

LOS PERROS

ntre todos los problemas que existen en este planeta, y que

incide con mayor o menor intensidad, son los perros que

viven en las grandes ciudades del mundo. Estos perros de raza,

tamaño, forma y pelaje, de distintos orígenes que les

identifican; todavía podrían dividirse en dos grandes grupos.

Un grupo lo forman aquellos que tienen dueños y están

registrados en los municipios, de manera que están controlados

bajo distintos aspectos como: salud, alimentación y bienestar en

general. El segundo grupo lo constituyen aquellos parias

vagabundos, que asolan la ciudad en busca de alimentos y algún

lugar para dormir.

Se supone que el primer grupo no trae mayores problemas para

el municipio, pues tienen dueños responsables; sin embargo, el

gran número que representan junto a las viviendas,

generalmente departamentos; señalan su gran preocupación,

que es la limpieza, ya que puede hacer que fracase el turismo de

una ciudad, y por consiguiente disminuyen sus entradas.

Se remonta a mucho tiempo atrás (10000 años AC), cuando este

animal dejó su cueva y pasó a ser el acompañante del hombre,

por su fidelidad e inteligencia. Es el Annabis de los egipcios y

el Aresdes de Grecia. Se observa con frecuencia en las pinturas

de Jan Steen, por los años 1600, que están acompañadas por un

perro aquellas que representan costumbres de familia.

Creo recordar haber leído en un periódico de Francia, un

artículo que trataba de la enorme cantidad de perros que tenía la

ciudad y los trastornos que este número traía. En Venecia

tuvieron que tomar medidas graves, pues se había advertido que

el turismo había disminuido por los perros presentes en las

calles. De cualquier manera tengo que agregar, que sea cual sea

la situación de los perros en la ciudad de La Plata, éstos ya

constituyen una plaga difícil de erradicar, dadas las

circunstancias políticas por las que atraviesa, desde hace varias

décadas nuestro país.

137

E

Page 138: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Así a las familias, ya les resulta peligroso ir a las plazas o

parques a pasear con sus chicos, por lo que puedan hacer estos

animales, que en algunos casos pueden clasificarse como

cimarrones.

En una oportunidad, cuando en nuestro país reinaban los

extremistas y el caos, sufrí un episodio, relativo a los perros,

que es digno de contarse.

Como de costumbre, nos reuníamos una vez por semana los

socios de Rotary Club de Tolosa, en una ocasión lo hicimos en

un club que hay frente a la plaza principal. Las reuniones

terminan por programa a las 22:30 horas; sin embargo esa

noche tuvimos un buen conferenciante, y la misma recién

finalizó a las once de la noche.

Al retirarnos, uno de los socios que era médico, se ofreció a

llevarme a casa en su automóvil, pues vivíamos muy cerca; yo

me rehusé porque deseaba caminar, además no estaba lejos de

casa. Para esto debía cruzar la plaza, al llegar al centro, donde

hay un busto de su fundador, noté a un joven con dos perros;

uno era un ovejero alemán y el otro un ovejero belga negro, que

estaban atados por una corta cadena que sujetaba el individuo.

Cuando llegué al monumento, el joven que tenía los perros se

encontraba detrás del mismo, se le escaparon y de inmediato me

atacaron. Pronto estuvimos los perros y yo sumergidos en una

lucha, éstos querían morderme en la garganta por los saltos que

pegaban, yo sólo atinaba a defenderme dando brincos y

protegiéndome con los brazos, mientras el joven llamaba a los

perros y los trataba de agarrar; pero como las cadenas eran

cortas no le resultaba fácil, cuando conseguía sujetar a uno, el

otro se le escapaba; les llamaba por sus nombres pero no le

hacían caso.

Yo sólo le decía: - Agarre a esos perros que me van a lastimar -,

así las cosas no sé cuánto duraron, si fueron segundos o

minutos; lo cierto fue que cuando el sujeto me avisó que ya

tenía el control de los animales, éstos ya me habían mordido en

varias partes.

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Page 139: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Cuando terminó la pelea, el joven con sus perros bien sujetos,

pero mostrando todavía los dientes, me preguntó: - ¿Le

mordieron los perros, señor? -. Yo le contesté que no sabía, que

iba a ver a un médico, y luego si fuera necesario, lo iba a

molestar para llevar a los animales a la inspección en el

Instituto Antirrábico para su estudio, por lo tanto necesitaba su

dirección. Al escuchar estas palabras, el individuo cambió

completamente el trato y cambió su actitud, ya no me trataba de

“señor”, pues empezó con la amenaza de soltar a los perros.

Viendo que estaba frente a un desequilibrado, lo traté como tal;

le ofrecí dinero y empecé a retroceder despacio mientras le

hablaba, pues así parecía que se tranquilizaba, no me animaba a

correr pues la carrera sería perdida y él soltaría a los perros.

Así, conversándole y él insultándome, jurándome que soltaría

los perros, pues temía que yo lo denunciara. Siempre hablando

y tratando de que no desatara a los animales llegué a la esquina

de la plaza, donde existía un paso a nivel del ferrocarril que une

Buenos Aires con La Plata, donde había una garita para el

guarda barrera; mientras tanto observaba las casas de los

alrededores, para ver si alguien podía darme refugio, todas

estaban oscuras y bien cerradas, ya que la gente en ese tiempo

tenía miedo por las cosas que pasaban; en un momento pensé

refugiarme en la garita, pero aparte de ser pequeña, les sería

más fácil dañarme.

En ese momento, al mirar a la calle del paso a nivel, vi un

automóvil Falcon con una pareja, que parecía despedirse de

alguien de una casa, ya que de una de las ventanas de la misma

salía luz; allí sí corrí, acercándome a la ventanilla del

acompañante, que era una mujer, le golpeé el vidrio y les pedí

por favor, que me dejaran entrar, pues un loco me perseguía con

unos perros. La pareja se quedó estática, muertos de miedo,

pues no comprendían lo que pasaba; además debe recordarse el

estado latente de miedo y terror que tenía la gente en esa época.

No entiendo por qué el hombre no soltó los perros, si no que los

azuzaba y corría con ellos. Fue llegar al auto y empezar a dar

vueltas alrededor del mismo, mientras me insultaba y profería

amenazas por si llegaba a denunciarlo.

139

Page 140: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En tantas cosas que dijo, se presentó como policía; yo le seguía

conversando y rogando a la pareja que me protegieran dentro

del auto.

En un momento dado, como el coche estaba en marcha, el

conductor puso primera y arrastrando cubiertas, saltó

prácticamente el paso a nivel. Quedamos frente a frente sin

resguardo ninguno, pero previendo este resultado, yo ya había

ganado terreno hacia la calle paralela a las vías, donde sabía

que estaba la Comisaría de Tolosa; el muchacho prevenido

también, se alejaba en sentido contrario, pero no por ello dejaba

de insultarme. Así paso a paso me acerqué a la Comisaría, pero

entonces recordé la hora y la situación que existía en el país,

que había obligado a éstos ser verdaderos “bunker” por temor a

los atentados que a diario ocurrían.

Levantando los brazos y gritando quién era, solicité permiso

para acercarme y entrar, con precaución me lo permitieron. Allí

comenzó otra odisea, primero la identificación, luego el

interrogatorio que duró como veinte minutos, para luego

esperar solo en una habitación hasta confirmar los datos sobre

mi persona, y ver aparecer otro oficial para ser nuevamente

interrogado.

Mientras tanto yo les decía, que si se apuraban iban a encontrar

al joven de los perros; pero los minutos pasaban y el trámite se

desarrollaba tan lento como ellos deseaban. Pienso que ellos

también temían que fuera una trampa de los extremistas, y

procedían en consecuencia. Después de casi cuarenta minutos,

aceptaron mi denuncia y se ofrecieron para acompañarme a

casa, cosa a la que me negué, pues sinceramente estaba

disgustado con el trato.

Mi señora, que conocía la hora corriente de mi regreso, estaba

preocupada. Cuando le conté lo ocurrido, me preguntó si me

habían lastimado los perros; yo hacía un gesto común de

levantar el saco de una punta y mostraba que el pantalón en la

zona de la cintura no estaba roto, a pesar de que yo había

sentido mordiscos en esa parte.

140

Page 141: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Al otro día fui a ver al médico que se ofreció a traerme de

Rotary, en broma me decía que eso era un castigo por no haber

aceptado el ofrecimiento; le conté entonces lo que me había

sucedido. Le pregunté si no sería necesario ponerme en

tratamiento, volví a hacer el gesto de levantarme el saco y

mostrar las señales en el pantalón; pero él creía que no hacía

falta recurrir al tratamiento, pues lo peligroso son las

mordeduras, y si éstas no habían ocurrido, como parecía por el

aspecto del pantalón, sólo habrían sido manotazos lo que me

propinaron los animales.

Si hubieran existido mordeduras el género estaría desgarrado,

cosa que no ocurría. De manera que me retiré tranquilo y

concurrí a mis clases nocturnas en la Facultad Tecnológica. Al

regresar a las doce de la noche, mi señora me preguntó qué me

había pasado en la parte trasera del saco, que estaba toda

desgarrada. Comprendí entonces que los perros me habían

mordido, en lugar de arañar con sus patas.

Al otro día, ya más preocupado, me propuse buscar a los perros;

para eso consulté con otro amigo médico de la policía, quien

me dijo que lo que más convenía era tratar de encontrarlos; para

lo cual me dio una recomendación para la Comisaría donde yo

había hecho la denuncia. Al recibir la recomendación, se

movilizó toda la Comisaría y se puso a mi disposición un Jeep

con un Sargento, para que recorriera todo el barrio a fin de

lograr el objetivo. Enseguida empezaron a conocerse quiénes

podían tener ese tipo de perros, así molestamos a muchas

personas, pese a que mi presencia quitaba lo áspero del mando

policial. No obstante tuve que consolar a una viejita, que la

pobre, sólo tenía dos perritos que eran su vida.

Lo curioso fue con el párroco de la iglesia de Tolosa, quien sí

tenía dos perros de ese tipo, y que su sacristán sacaba a pasear

todas las noches. Aquí terminamos peleados con el cura, pues

no quiso mostrar sus perros, y así seguimos hasta la inspección

de la Sección Perros de la policía, que se encontraba en Tolosa,

pero tampoco eran de allí, pues nunca salía un agente sin

uniforme y con dos perros, como me lo mostraron

fehacientemente.

141

Page 142: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Un rotario amigo hizo una investigación por su parte, pero a

pesar de ver a un individuo con dos perros parecidos, cuando

salimos a buscarlo, nunca lo hallamos.

Como caso final y curioso, me preocupé de visitar la casa

donde esa noche estaba parado el Falcon. Me atendió muy bien

una señora mayor, que cuando se enteró de mi misión exclamó:

- ¿Entonces fue usted? No sabe el susto que se llevaron mi

yerno y mi hija, pues no entendían nada y sólo atinaron a

disparar, mientras yo cerraba la casa con gran preocupación -.

De esto han pasado muchos años y nunca supe nada, sólo que

ahora ya no soy amigo de los perros y trato de evitarlos...

142

Page 143: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

NOMBRES Y CONFUSIONES

l registrar en las oficinas del Registro Nacional de las

Personas, el nacimiento de un niño, se acostumbra a

ponerle dos nombres y el apellido del padre para su

identificación; no así el apellido materno por lo general. Sin

embargo el doble apellido es también usado. Esta costumbre

viene de España, según tengo entendido, de esa manera se

certifica que el niño tiene padre y madre reconocidos.

He observado que el doble apellido es poco usado en nuestro

país, cosa que no ocurre en el resto de América Latina. De

cualquier manera es recomendable, según mi opinión, el uso de

los dos apellidos, a fin de evitar confusiones al repetirse en otra

persona; cosa que muy bien puede ocurrir, dado el número

importante de la población actual.

El tener un solo nombre y un apellido, me ha traído

inconvenientes; por esta razón mis hijos tienen dos nombres y

dos apellidos, para evitar situaciones que pudieran traerles

trastornos durante su vida, como me ha ocurrido en varias

oportunidades.

Existió un ingeniero, militante activo del Partido Comunista,

cuyo nombre era Ricardo Manuel Ortiz; al cual en varias

oportunidades se lo ha confundido con mi persona, a pesar de la

marcada diferencia de edad que existía entre los dos.

Estando trabajando en Plaza Huincul y residiendo mi padre en

Bahía Blanca, éste escuchó en la radio una noticia que lo puso

alerta y le hizo pasar un mal momento. Como en el instante de

propagar una emisora local, las noticias del día, y al no estar

totalmente concentrado en lo que el locutor decía; él recibió dos

noticias de hechos diferentes, que al unirlas dibujó en su mente

un acontecimiento preocupante de mi estadía en Plaza Huincul.

Esta senda noticia, que no pudo confirmarla ni desecharla; le

hizo pasar una mala noche y sólo atinó durante la misma un

telegrama urgente, donde pedía noticias sobre mi salud.

143

A

Page 144: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Sólo quedó tranquilo cuando al otro día bien temprano, recibió

el diario y se dio cuenta de su error; además le fue confirmado

más tarde por otro lado, al recibir la respuesta urgente que yo le

enviara desde Plaza Huincul, donde le comunicaba que me

encontraba perfectamente.

El relacionó la noticia, de que había llegado a Bahía Blanca el

Ingeniero Ricardo M. Ortiz, para dar una conferencia de su

especialidad, con otra que informaba la desgracia ocurrida en

Plaza Huincul; de tres profesionales de la Universidad de La

Plata, que al cruzar el río Neuquén en balsa, ésta se volcó y a

consecuencia de este accidente, uno de ellos había muerto

ahogado. Esta última noticia tenía un parecido con la realidad,

pues éramos tres los profesionales que habíamos ido a Plaza

Huincul, y también eran tres los profesionales de La Plata, que

estaban visitando las instalaciones petroleras de Plaza Huincul.

Pasaron varios años para volver a protagonizar una confusión

de personalidad. En los años sesenta del pasado siglo, fui

nombrado Jefe del Departamento de Mecánica en la Facultad de

Ingeniería de la UNLP. Lo que dio lugar a un artículo en un

diario estudiantil de esa época, llamado Azul y Blanco; donde

se criticaba esta decisión de las autoridades universitarias, al

nombrar a un comunista reconocido, a un cargo tan importante

para la conducción de un departamento universitario. De nuevo

aparece el ingeniero comunista, pues este señor había sido

profesor del departamento, pero muchos años atrás. Hay que

recordar que en esos años, no era bien visto ser comunista.

También en esos años se llama a licitación para la instalación y

explotación de un canal de televisión, en la ciudad de La Plata.

En esa oportunidad varios profesores de la UNLP, fuimos

invitados para incorporarnos como asesores, para darle un

aspecto cultural al nuevo canal y crear programas con temas

universitarios; ya que este canal se instalaba en una ciudad

universitaria, como es La Plata. La firma que se crea para la

presentación se llamaba “La Huella”, y era apoyada por la

experiencia del canal nueve de esa época. Todos los integrantes

debían pasar por el visto bueno del SIDE, según la ley de

entonces.

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Page 145: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Por razones de la lucha lógica entre los participantes de la

licitación, no faltó quien nos denunciara por distintos motivos;

a fin de eliminarnos y evitar la participación de una empresa

con muchos argumentos para ganar el llamado, ya que en la

presentación se incorporaban varias ideas originales; como era

crear una junta de profesores universitarios, para dar al canal

una orientación moderna, donde prevalecía la acción cultural.

En mi caso particular, fui acusado de ser comunista y de haber

viajado a Rusia en Julio del año 1960. Al ser tildado de

comunista o de cualquier otra orientación política, era difícil de

demostrar lo contrario. Sin embargo yo podía demostrar que

jamás estuve en Rusia, y menos en Julio de 1960; pues a pesar

de que en ese mes no se dictan clases en la universidad, por una

razón especial tuve que dictar una materia de un profesor que

debió viajar a Europa. Para no perder el año, los alumnos

solicitaron que se les diera clases en Julio. De manera que el

propio Decano de esa época, certifica que el profesor, que era

yo; durante el mes de Julio concurrió a la Facultad, como

consta en las planillas de asistencia; a las cuales él en su

carácter de Decano podía afirmar. Con este documento, y otros

que certificaban que quien había viajado a Rusia era Ricardo M.

Ortiz, y no el suscrito; le envié una nota bastante fuerte, al que

en ese entonces era Jefe del SIDE, que era un militar de alta

graduación.

En los años ochenta, trabajaba en una empresa que se dedicaba

a Microfilmación y Microcomputadoras, entre las tareas que

desarrollaba estaba el estudio y organización de archivos, por lo

tanto ofrecíamos nuestro servicio a las reparticiones del estado;

lugares donde existían grandes archivos, que era necesario

conservar, pues en su mayoría eran activos y de manejo

permanente. Por esta razón tuve una entrevista con el

intendente de una Municipalidad del Gran Buenos Aires, para

ofrecerle nuestros servicios. En esa oportunidad me encontré en

una gran sala donde se reunía el consejo deliberante, a la espera

de que el Intendente se desocupara para tratar el tema de los

archivos. En un momento dado entra a la sala una señora, para

ver también al Intendente, la cual se presenta como Concejal.

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Page 146: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Como para iniciar una conversación mientras esperábamos, le

pregunté: - ¿Y cómo anda la Intendencia? -. Esta me contestó: -

Ahora muy bien, desde que echamos al hijo de ...., del Dr.

Ricardo Ortiz; que sólo se dedicaba a hacer política -, y siguió

insultándolo.

Me dejó helado, pues era mi nombre. ¿Cómo decirle que yo

nada tenía que ver con ese señor, que no era otro que el hijo de

Ricardo M. Ortiz? Por suerte alguien la llamó y no tuve que

presentarme; pues en ese mismo instante me recibió el

Intendente.

Este fue el último encuentro que tuve con el nombre del

ingeniero, que para esa fecha ya había fallecido.

146

Page 147: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

PREJUICIOS

o que voy a relatar, puede resultar intrascendente y pueril

para aquellas personas, que no se ubican en el tiempo y el

lugar en que los hechos acontecieron; pero para los

protagonistas de esta historia no fue así, ya que desataron los

sentimientos propios del machismo del siglo XIX; y sólo dieron

como resultado sentimientos de impotencia, odio y

resentimientos de largo alcance.

En la época de mis abuelos era costumbre, ya sea por piedad,

simpatía u otro motivo posible; que una familia incorporara a la

rueda de sus hijos, una persona más que llamaban “hijo de

crianza”; que según las circunstancias éstos eran tratados como

verdaderos descendientes, o en muchos otros casos como un

sirvientito apañado por la bondad de su amo. Así mi abuela

tuvo su hija de crianza, a pesar del gran número de hijos que

tuvo. Esta se llamaba Eclira y estuvo casi toda su vida a su lado

y cuidado. Dentro de sus posibilidades, mi abuela le dio

educación; y ésta sirvió de dama de compañía, cuando los hijos

ya eran mayores. Fue tratada con cariño, no sólo por mi abuela,

sino por toda la familia Miranda. Ella resulta ser una

protagonista de este relato.

Entre los hijos que aportó el segundo esposo de mi abuela,

Miranda; estaba el mayor que se llamaba Florencio. Este señor

gozaba de gran respeto por parte de sus hermanos y demás

integrantes de la familia, de manera que era frecuentemente

invitado por alguno de ellos; así fue como conoció Villa Iris,

donde fue a visitar a mi padre y a la su hermana Eduarda; pero

donde iba más seguido desde su ciudad natal, era a La Plata, a

la casa de mi tío Ramón Oviedo Chávez, casado con una de sus

hermanas por parte de padre, María Miranda.

Mi tío Ramón formalizó matrimonio en San Luis con María

Miranda, y se trasladó a La Plata, donde inició su carrera de

marino; además por su carácter, si bien serio, pero con gran

corazón; al sentar plaza en la ciudad de las diagonales, convirtió

su casa en la posta obligada de todo “puntano” que intentaba

otro destino fuera de San Luis.

147

L

Page 148: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Era común que siempre en su casa viviera algún conocido o

pariente de San Luis, provisoriamente hasta que se instalara con

trabajo en algún lugar. Fueron muchos los que tuvieron este

privilegio; entre ellos yo fui uno de los beneficiados por el

espíritu de anfitrión y solidaridad que tenía el matrimonio

María-Ramón.

Así llegué un día a su casa para iniciar mis estudios, y encontré

en esa oportunidad a Florencio, que estaba pasando un tiempo

en La Plata; pues él no trabajaba, ya que vivía de la renta de

algunas casas que tenía en San Luis.

Después de varios intentos para ingresar en alguna escuela en la

ciudad, y al no poder hacerlo por haber llegado un poco

después del comienzo del año escolar, tuve que ir a la escuela

del Dique. Allí al primer día no más, un chico que se sentaba

detrás de mí, tocándome el hombro me preguntó: - ¿Vos qué

sos, tripero o pincharrata? -, yo no supe qué contestarle, pero él

insistió en que yo debía decidirme.

Al llegar a casa de mis tíos lo primero que comenté fue la

pregunta que me hiciera el compañero de escuela; de inmediato

el tío Florencio me puso al tanto, que esos apodos eran de los

dos cuadros de fútbol que habían el La Plata. Como el próximo

domingo se jugaba el clásico, me propuso llevarme a verlo, el

que ganara sería mi elección. Así es como hoy soy pincharrata.

En una época, cuando tenía que hacer su servicio militar,

también vino el tío Javier a La Plata, y por supuesto hizo su

parada en casa del tío Ramón. Más adelante, cuando ya había

cumplido sus obligaciones militares como soldado en el

Regimiento 7 de esta ciudad; comenzó a trabajar en el Hospital

Naval como empleado administrativo.

Es entonces cuando cree conveniente traer a mi abuela

acompañada de Eclira, para vivir juntos en una casa alquilada

del barrio “El Dique”, de La Plata. Así es como Eclira va a la

escuela de ese barrio y supo granjearse la simpatía y el recuerdo

de las maestras que le enseñaron, hasta terminar sus estudios

primarios.

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Page 149: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Para ese entonces mi tía Eduarda ya había terminado el curso de

maestra que hizo en San Luis, y vino a vivir con mi abuela

Bernardina, para así estudiar y hacer la equivalencia del título

de maestra, para poder ejercer en la provincia de Buenos Aires.

Más tarde, mi padre le consigue un cargo de maestra en Villa

Iris, y ésta viaja a ese pueblo a ejercer la docencia, viviendo en

un principio en mi casa; para luego, junto con otras maestras,

vivir en una pensión para señoritas que había en ese pueblo.

En 1929, mi abuela regresa a San Luis a vivir con Eclira a

pedido de su otro hijo, Toribio, uno de los mellizos. Aquí es

cuando se inicia uno de los hechos penosos para esa época, en

el seno de la familia de mi abuela. Su esposo, Miranda, hacía ya

varios años que había fallecido, y ésta ejercía de cabeza de la

familia Miranda.

No sé cómo ocurrieron los hechos, pero al año siguiente se

recibió noticias de San Luis, en las que se anunciaba que Eclira

iba a tener un hijo de Florencio. Esto fue una bomba. Este había

defraudado la confianza y el respeto que por él tenía la familia

de La Plata, y no sólo eso; de inmediato se puso en

conocimiento de mi padre, que por ser el mayor ejercía gran

influencia en la familia; esperando su consejo y cómo proceder

en esta situación.

Para comprender lo que aquí refiero, es necesario conocer la

idiosincrasia de los puntanos, y tal vez de muchos provincianos

que llevaban todavía la cultura española, de que la mujer que

tenía un desliz en su vida era “La Letra Escarlata”, de Nathaniel

Hawthorne. Lo curioso era que el hombre podía tener todas las

amantes que quisiera, pero a la mujer nada se le perdonaba en

estos casos.

Recuerdo que una vez en una comida del Club de los 99, en La

Plata, me tocó sentarme al lado del Jefe del Regimiento 7, de

apellido Pedernera; al comentarle que podíamos ser parientes

me contestó: - Es muy posible, pues el General Juan Esteban ha

sembrado hijo por toda la república; se le comparaba a Urquiza,

que también fue un poblador del país -.

149

Page 150: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Volviendo al tema que nos trae. Desde el momento que se

conoció la noticia, Florencio fue excluido de la familia y se

borró su existencia. Toda fotografía en la que él aparecía fue

mutilada, separando su figura, no se lo podía nombrar en

cualquier reunión; tan es así que recuerdo que habiendo pasado

muchos años, mi abuela para comunicarme que Florencio había

fallecido, lo hizo con todo disimulo en una reunión familiar;

apartándome y expresando la noticia de forma apenas audible

en mi oído. El que más deseaba tomar una acción más directa

fue Javier, quien estando en La Plata compró boletos de

ferrocarril para ir a increparlo personalmente. Afortunadamente

intervinieron Ramón y tía María, quienes lo convencieron de su

error.

En una ocasión estando en la casa de tía Eduarda, en Mendoza,

después de haber pasado treinta años; yo me entretenía viendo

fotografías viejas de familia. Cuando encontraba alguna donde

habían usado tijera para desaparecer alguna persona no deseada,

le preguntaba a la tía, quién ocupaba ese espacio que lo querían

borrar del recuerdo, ya que lo habían desaparecido de la foto.

Ella me contestaba muy socarrona que no lo sabía, pues ella

también había sido víctima, de proceder de borrar en vida a una

persona; lo que me hacía recordar algunos pasajes de “El

Ministerio del Miedo”, del escritor inglés Orwell. Precisamente,

y como complemento de esta manera de ver ciertas acciones de

las mujeres, en su relación con los hombres de épocas pasadas;

me traen los recuerdos de una injusticia que sufrió la tía

Eduarda, por esta manera de pensar la sociedad de esa época.

Cuando Eduarda estaba de maestra en Villa Iris, y mi familia se

había establecido en el pueblo ferroviario Hucal, a pocos

kilómetros; en las vacaciones de Julio la tía decidió ir a pasar

unos días en mi casa, para visitar a su hermano José, por quien

tenía adoración, que por otro lado era correspondida por mi

padre. Como la tía Eduarda era la menor, siempre fue la

regalona de mi padre; tan es así que él la hizo estudiar de

maestra en San Luis y le consiguió trabajo en la escuela de

Villa Iris.

150

Page 151: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En la época que Eduarda fue a Hucal de visita, el Encargado

General de Tracción era un señor divorciado o separado; no

recuerdo bien su estado civil, como así su apellido. Este vivía al

lado de casa; por otro lado era el jefe directo de mi padre, pues

él se desempeñaba como Encargado de Turno. Este señor era de

Buenos Aires, y justamente por ese tropiezo familiar había ido a

parar a Hucal; pueblo que parecía para los condenados del

ferrocarril, por estar aislado y en el medio de La Pampa, en su

zona más agreste.

Era muy educado y elegante, de ascendencia alemana; por él

aprendí varias cosas y la existencia de otras. Recuerdo que él

fue el primero en darme algunas lecciones de música, y por él

supe lo que era una ópera, hasta conocí el tema “La Tosca”, de

Puccini. Era todo un señor, y más en ese pueblito ferrocarrilero.

Ni bien fue presentado a mi tía, una muchacha joven, y fácil de

deslumbrar por un hombre de la ciudad de Buenos Aires y por

sus conocimientos sociales; se hizo compañera de él en sus

caminatas, pues no había ninguna otra distracción en ese lugar.

La estadía de mi tía en Hucal duró una semana, a lo sumo; pero

en ese pueblo tan chico, y de todos conocido, sólo bastarían

unas horas para generar todo tipo de comentarios, buenos y

malos.

Mi padre había hablado a mi madre respecto a este asunto, y yo

me convertí en el “chaperón” mientras la pareja hacía sus

caminatas. Recuerdo que mi padre me interrogaba, si alguna

vez los había dejado solos; vaya a saber qué comentarios

interesados habrían llegado a sus oídos.

Yo sólo recuerdo que a eso de las tres de la tarde de un día

soleado, hicieron una caminata desde la estación hasta el portón

de la Estancia de los Alvear, que no alcanzan las diez cuadras;

aproximadamente en la mitad, está el almacén de ramos

generales; y cuando llegamos al mismo, me mandaron a

comprar caramelos, con el único fin de estar solos. Este fue el

único momento que no estuvieron bajo mi “custodia”, y eso

será, digo yo, lo que llamó la atención y dio lugar a comentarios

del paseo de un hombre casado, con una señorita, sin compañía

alguna.

151

Page 152: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Lo cierto es que mi padre puso el grito en el cielo y le

comunicó a mi tía, a través de mi madre, que debía irse lo antes

posible. Como él tenía turno de trabajo de noche, ni la despidió;

no permitiéndole a mi tía que se justificara.

Cómo habrá sido el golpe emocional que sufrió Eduarda, que ni

bien llegó a Villa Iris; al otro día volvió en el tren de la mañana,

para volverse en el de la tarde; sin poder ver a mi padre, pues él

le mandó a decir que ya no tenía hermana. Pobre Eduarda,

volvió a su escuela con mucha tristeza, y ni bien pudo, se fue a

San Luis de vuelta.

Después de haber pasado más de treinta años, viviendo mi

padre en General Alvear, en Mendoza; muy enfermo, permitió

que tía Eduarda lo visitara de nuevo, cuando ella ya estaba

casada y con hijos mayores.

Mi padre en ese entonces, le escribió a toda la familia y la

trataron casi como a Florencio; menos mal que debido a la

influencia de tía María eso no trascendió. Sólo quedó el

disgusto de mi padre, el cual me prohibió escribirle a Eduarda,

a pesar de las cartas que ella me envió en esos treinta años.

Ya casado y dueño de mis actos, resolví por mi cuenta visitar a

la tía en Mendoza, la cual me recibió con el mismo cariño que

me brindó cuando yo era pequeño.

La tía Eduarda se dedicó a la enseñanza y se casó con un

director de escuela. Tuvo dos hijas, de las cuales una fue

maestra, y un varón que también fue docente. Ella ha dejado un

recuerdo muy profundo en mí, por su carácter y su bondad...

152

Page 153: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

HOMENAJE

os tres últimos años de mis estudios primarios los hice en

La Plata, de manera que compartía el año entre esta ciudad,

estudiando, y mis vacaciones en Hucal. A pesar de que vivía

con mis tíos durante el período escolar, extrañaba mucho a mis

padres, y no veía el día que terminaran las clases para ir a La

Pampa. Tanto era así, que en las vacaciones del quinto grado,

no quise volver a La Plata; lo que obligó a mi padre a pensar en

mi futuro. Creyó conveniente que yo practicara en el ferrocarril,

como auxiliar telegrafista en la estación; hasta tanto cumpliera

los años necesarios para el ingreso oficial, para lo cual era

bueno que aprendiera el alfabeto Morse que utilizaba el

ferrocarril en sus comunicaciones a través del telégrafo. Así fue

como en Hucal aprendí a transmitir palabras en el alfabeto

Morse, y aún hoy puedo recordar la mecánica de ese oficio.

De haber seguido en Hucal, hoy sería un jubilado ferroviario;

pero mi padre a la larga me convenció, con la ayuda de mi

madre, a pesar de su condición delicada de salud, por lo que me

quería tener a su lado; de volver a La Plata para así completar

aunque sea mis estudios primarios. Pero el fallecimiento de mi

madre, mientras cursaba el sexto grado (último de la primaria),

cambió las cosas. Ese año no volví a Hucal en mis vacaciones

de verano, sino que me preparé para el examen de ingreso, que

en esa época se exigía para entrar en el secundario; pues mis

tíos platenses me ofrecieron su ayuda para que yo pudiera

continuar mis estudios.

Es bueno aquí dar una idea de cómo se desarrollaban los

exámenes de ingreso a las escuelas industriales. El examen

tenía lugar a las ocho de la mañana. A esa hora los alumnos que

se presentaban al mismo estaban sentados en el aula, pues el

que llegaba fuera de hora ya no podía entrar y perdía el derecho

a realizarlo. Además los temas del cuestionario venían del

Ministerio de Educación, en un sobre cerrado y lacrado, de

manera que estos se conocían cuando en el aula ya estaban

todos los alumnos y los profesores encargados de tomar el

examen.

153

L

Page 154: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Esta costumbre era la misma que se realizaba en el Politécnico

de París. Así me lo contó el profesor francés Georges M. J.

Dedebant; pues él, que era de las provincias, el día del examen

se extravió en París y llegó unos minutos tarde, sólo después de

rogar y rogar lo dejaron entrar, pero sin prometerle nada; y sólo

aprobó el examen por haber aplicado en la solución de los

problemas, un teorema suyo, que se le ocurrió en esos

momentos.

Quiero que se conozca este hecho para comparar los exámenes

de ingreso actuales, tan discutidos en nuestro país; donde se

persiguen otros fines, que la excelencia de los conocimientos.

El resultado de mi examen logró el segundo puntaje más alto;

habiendo resultado primero, el astrónomo del Observatorio de

La Plata y amigo, Carlos Hernández. Así inicié mis estudios

secundarios en la Escuela Industrial, para también recibirme

con el puntaje más alto de toda la escuela y con eso logré

obtener una beca para mis estudios universitarios; que de otra

manera me hubiese resultado muy difícil seguirlos, pues en esa

época se pagaba una cuota importante para estudiar. Debo

destacar la importancia que mis tíos Ramón y Javier tuvieron en

mi carrera, que siempre me apoyaron; no sólo con sus consejos,

sino también financieramente, acogiéndome en sus hogares

como un hijo más.

Quiero dejar aquí escrito un homenaje para ellos. Primero para

Ramón Oviedo, del que ya mencioné su espíritu benefactor y

desinteresado para todos los que se acercaban a su hogar;

resultando éste el primer apoyo que recibían para iniciar sus

vidas en esta parte del país. Segundo para el tío Javier Miranda,

cuyo recuerdo no podré olvidar; pues a pesar de no ser un

hombre ilustrado, conocía bastante la vida y sabía dar un

consejo oportuno; y más todavía, era un maestro.

El me enseñó un oficio noble y bíblico, como es la carpintería.

Trabajando en esta tarea le hacía de ayudante y al mismo

tiempo iba adquiriendo los conocimientos de un obrero

carpintero en el banco de trabajo, como de ayudante para

cualquier trabajo donde prevaleciera la madera.

154

Page 155: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Recuerdo que una vez tuvimos que construir el techo del patio

de un restaurante, con cubierta de alambre mosquitero. Yo fui

el encargado de tomar las medidas; como en ese entonces

estudiaba en la Escuela Industrial, me esmeré y puse todas las

medidas hasta en milímetros.

Lo cierto es que algo ocurrió; tal vez una coma se corrió y dio

como resultado, que cuando llegamos con los marcos

construidos definitivamente, estos resultaron más largos de lo

necesario; como no era posible regresarlos al taller, tuvimos

que hacer los cortes en la misma obra. Con lo que quise quedar

bien con mi maestro carpintero, fue un fracaso. Sin embargo mi

tío, si bien al principio no le gustó nada el sobreesfuerzo que

eso significaba, después se reía y me hacía bromas sobre la

metrología de los técnicos.

También aprendí a construir casillas de madera; tan es así, que

años más tarde construí una por mi cuenta en la casa de un

amigo, la cual nos sirvió como centro de estudio hasta que nos

recibimos de ingenieros.

El olor a madera recién cortada, como el olor de los

ferrocarriles o aeropuertos; señalan mi vida con gratos

recuerdos, en los lugares que me ha tocado trabajar.

Así como aquí dejo el recuerdo de mis tíos Ramón y Javier, no

sería justo, ni consecuente con el trato que en esos hogares he

recibido, si no recordaba a mi tía María, esposa de Ramón y a

tía Juanita, esposa de Javier.

La tía María, como era costumbre llamarla, fue mi segunda

madre, pues estuve a su lado en mis primeros años; era una

mujer seria, pero muy justa. Luego cuando ya estaba en el

secundario, mi tío Javier se casó con Juana Churrut; una linda

mujer; que aunque de carácter introvertido, no por eso dejó de

ser un lindo recuerdo en mi vida...

155

Page 156: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

UN DIA DESAFORTUNADO

l llamado bosque en la ciudad de La Plata ocupaba en su

origen una gran extensión que cubría toda la parte noreste.

Pero la falta de ordenanzas y un plan regulador de la ciudad,

permitió que gran parte del mismo fuese sustituido por

entidades y construcciones; que en la mayoría de las veces

pidieron ocupar otros lugares, y de esta manera el bosque dejó

de ser un importante sector dentro de los espacios típicos de la

ciudad.

En los albores de La Plata, el bosque no sólo representaba un

lugar de esparcimiento, de paseo y caminatas de sus habitantes;

sino que este manchón verde mantenía saludable a la ciudad,

protegiéndola de los cambios bruscos del clima, y sobre todo de

los inconvenientes que son comunes encontrar en las grandes

ciudades, como los industriales; de ese techo que los humos

provocan cuando ocurre el fenómeno de inversión, que

contribuye a favorecer la polución del aire, trayendo problemas

graves sobre la salud de las personas. A medida que la ciudad

crecía se fue rodeando de generadores de humo, tales como el

crecimiento del parque automotor y las plantas industriales del

proceso del petróleo, mientras el área del bosque se reducía, por

lo que hoy nos encontramos con una ciudad techada por el

fenómeno de inversión, que si éste permanece no resulta nada

grato vivir en ella.

Todos recordamos lo que ocurrió en los años 50 del siglo

pasado en Londres, donde una inversión provocó la muerte de

animales de corral y enfermedades pulmonares en las personas.

Este desastre y otros ocurridos en el mundo por este motivo,

alarmó al hombre y desde entonces la polución es un tema

internacional que preocupa a los humanos, pues la atmósfera

cada vez es más sucia.

La Plata tenía su bosque y la barrera del parque Pereira, que por

muchos años garantizó su atmósfera limpia y desconocía la

inversión.

156

E

Page 157: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En el año 59, viniendo en un avión pequeño desde el sur de

Mendoza, el piloto conociendo mi gusto por la aviación, me

permitió conducir en los últimos tramos del viaje. Serían

alrededor de las cuatro de la tarde cuando me pide el comando,

diciéndome que ya debía hacer las maniobras de acercamiento

para aterrizar en el aeropuerto de La Plata. ¿Dónde está la

ciudad? - Le pregunté y su respuesta fue - Allí, debajo de la

capa de inversión. De nuevo le pregunté - ¿Cómo La Plata tiene

capa de inversión? – Me respondió: - Si hace ya varios años que

ese fenómeno se manifiesta en esta zona.

Yo recordaba cuando volaba frecuentemente en los años 40,

desde Morón a La Plata, que al llegar a Berazategui la capa de

inversión desaparecía por la proximidad de los bosques de

Pereyra. Fue para mí una sorpresa que ya tuviéramos

contaminada nuestra atmósfera.

He creído oportuno referirme al bosque de esta ciudad, pues

representa un factor importante para mejorar y preservar el

ambiente, haciendo la vida más placentera para los ciudadanos

que viven en esta zona.

El Dr. Nicodemo Scena, ya nombrado y gran defensor de

nuestro bosque, tenía muy claro la función que cumplían los

árboles en el mantenimiento de una atmósfera limpia, por lo

tanto se preocupaba de que ningún área arbolada se perdiera,

además contribuía con su población renovando árboles y

plantando nuevos.

Todo esto es de mi conocimiento y por lo tanto nunca se me

hubiese ocurrido destruir ningún árbol, por lo que considero

que lo sucedido en una oportunidad que concurría a las clases

de talleres que se impartían por la tarde en la Escuela Industrial,

iba a resultarme “un día desafortunado”.

La Escuela Industrial donde yo cursaba mis estudios

secundarios, se encuentra en uno de los extremos del bosque.

Por las tardes debía concurrir para realizar los trabajos prácticos

de los diferentes talleres, que eran parte de la enseñanza técnica

que allí se dictaba.

157

Page 158: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

La escuela está próxima al lago artificial que completa la región

boscosa, representando un lugar de descanso y esparcimiento

para los habitantes de la ciudad, y también para los alumnos

que aprovechaban sus instalaciones para practicar remo y

sentarse en algunos de los bancos que había allí para descanso

de los caminantes.

Muchas veces aprovechaban para estudiar o dar una última

leída a sus lecciones. Además, por razones de que en esa época

la escuela estaba en proceso de construcción y refacción, pues

las instalaciones que ocupaba anteriormente habían pertenecido

al Regimiento 6 de Infantería; no representaban un lugar muy

apropiado para establecer una escuela. En razón de ello, el lugar

de entrada provisorio era un portón que prácticamente daba al

bosque por la calle 57. Por esta razón siempre había alumnos en

las cercanías del lago del bosque.

Algunos para pasar el rato utilizaban los botes que alquilaba un

viejo, nada amable, que era dueño y señor del lago. Entre sus

tareas tenía la obligación de cuidar el lugar, para lo cual tenía

herramientas apropiadas que guardaba en un pequeño galpón

que hacía de pañol, el cual cerraba con un candado cuando

dejaba de trabajar.

En varias oportunidades, algunos alumnos se entretenían en

fastidiar al botero, rompiendo el candado y lanzándole las

herramientas al lago y mil diabluras más; como cuando dejaron

a un alumno de sexto año, aislado en una pequeña isla que

existía en el centro del lago. Al oír los gritos de éste, el botero

tuvo que ir a salvarlo; después de haber estado casi una hora

pidiendo ayuda. En fin, todos estos hechos que no voy a contar,

pues eran muchos; provocaron la mala disposición que tenía

este señor encargado con cualquier estudiante de cualquier

escuela. Su genio era tremendo, pero la agilidad de los jóvenes

era mayor y por lo tanto nunca pudo vengarse de las fechorías

estudiantiles.

En una oportunidad debía concurrir a las clases de taller; como

vivía en el Dique, para llegar a la escuela tenía que atravesar

todo el bosque.

158

Page 159: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Generalmente llegaba temprano para la hora de entrada, por lo

que solía sentarme en un banco para repasar alguna clase o sólo

descansaba de mi caminata mientras me permitía gozar del aire

puro y perfumado de los árboles, observando también lo que

ocurría a mi alrededor.

Así fue como vi que en la orilla del lago que daba hacia la

escuela, se habían plantado varios árboles con sus

correspondientes tutores, y por lo tanto también estaban bajo la

jurisdicción del viejo botero.

En un momento observé a dos compañeros que vivían fuera de

la ciudad y por tanto debían quedarse entre las clases de la

mañana y la tarde. No sé por qué se les ocurrió poseer uno de

los tutores que resguardaban a los árboles recién plantados;

ellos estaban como a 50 m de mi banco. Al reconocerlos me

levanté y me acerqué a ellos, cuando siento los insultos del

botero, que desde la otra orilla los instaba a que se fueran o

llamaría a la policía.

Dicho y hecho, apareció no sé de dónde, un oficial de la

Comisaría del lugar, que pronto escuchó las quejas del viejo y

se aprestó a detenerlos. Así las, cosas el viejo vio que yo me

acercaba y me incluyó a mí también en su denuncia. Por

supuesto, fueron varias mis excusas, pero de nada sirvieron, y

de esa manera fuimos a parar a la Comisaría los tres

“delincuentes”.

Ni bien llegamos, eran casi las dos de la tarde, fuimos

encerrados en un calabozo; incomunicados con el medio

exterior. Allí pasamos varias horas, mientras escuchaban

nuestros gritos pidiendo que nos permitieran llamar a nuestras

familias por teléfono.

A las seis de la tarde aproximadamente, le permitieron irse a

uno de los alumnos que vivía en Quilmes; un poco más tarde le

tocó al otro que había participado en la tarea de arrancar el

árbol para obtener su tutor. Y yo tuve que esperar alrededor de

media hora más para tener noticias de que mis familiares habían

ido a buscarme.

159

Page 160: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

No puedo menos que decir el susto tan grande que tenía

mientras me encontré solo, pues pensaba que tendría que pasar

en el calabozo toda la noche, ya que desconocía lo que había

pasado con los otros compañeros, y por qué a ellos se les dejaba

libres y a mí no.

Cuando vinieron a buscarme para llevarme a la oficina de

guardia, grande fue la sorpresa y vergüenza que pasé al

encontrarme que un tío y mi padre eran los familiares que

habían ido a buscarme.

Digo vergüenza y sorpresa porque mi padre había llegado de

Hucal, el pueblo de La Pampa donde trabajaba, a visitar a mis

tíos sin avisarles y de paso para estar con su hijo, sobre quien

recibía siempre informes que eran muy buenos. ¿Cómo

explicarle a mi padre que yo era inocente de todos los cargos

que el botero había denunciado?

Por fortuna tuve el apoyo de mis tíos, ya que ellos creyeron de

entrada que había sido una equivocación al ir preso. De todas

maneras creo que mi padre no quedó muy conforme. Realmente

es para decir que había pasado “un día desafortunado”.

160

Page 161: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

ENFOQUES DISTINTOS

l hombre, a medida que va transcurriendo su vida, desde la

edad donde el mundo le atrapa a través de sus fenómenos

externos y la interpretación que de los mismos se hace, va

construyendo un patrón interpretativo de aquello que para él es

la verdad.

Si este hombre es reflexivo y curioso, observa los distintos

modos de procedimiento que va tomando a lo largo de su vida

para hechos o circunstancias similares; de cualquier manera

todo este conjunto de sucesos y causas, al tiempo, constituyen

una forma de interpretar la vida, y el resultado se agrupa en una

zona donde crecen sus pensamientos y opiniones, los cuales son

guiados y personales; formando su criterio más destacado, pero

sin dejar de ser por sí mismo un hecho típico que lo define en la

vida y que con ese cúmulo de experiencias le permite juzgar al

prójimo.

Entre las distintas tareas que debía realizar en el campo

docente de la Facultad de Ingeniería, me llevó en varias

oportunidades formar parte del Consejo Docente. Éramos con el

Decano, que actuaba como presidente, un total aproximado de

diez personas; todas vinculadas al quehacer universitario, como

lo eran los jefes de los distintos departamentos de estudio e

investigación. Las reuniones del consejo eran periódicas con

intervalos variados según la actividad docente, en las cuales se

tomaban resoluciones sobre pedidos que hacía el alumnado, y

también se trataban algunos problemas de administración como

eran el presupuesto y los convenios vigentes con otros centros

de estudios externos con que se desenvolvía la Facultad.

Las reuniones tenían lugar en una sala ad-hoc que era cubierta

por una larga mesa, donde la cabecera era ocupada por el

Decano y su secretario al lado con la pila de carpetas y

expedientes que ese día debían tratarse, y resolverse si era

posible los problemas presentados. La mecánica era la clásica

en estas reuniones, donde no faltaba el café y la charla

circunstancial al comienzo de la reunión.

161

E

Page 162: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Todos esperábamos al Decano para sentarnos cada uno en “su

sillón”; lo expreso así, pues la fuerza de costumbre nos llevaba

a utilizar siempre el mismo sitio, como si el lugar tuviera un

destino predeterminado. No sólo cada uno se ubicaba en su

lugar, sino también parecía que el criterio y los fundamentos

con los cuales apoyaban sus opiniones sobre los diferentes

temas igualmente ocupaba un espacio en la metodología del

tratamiento. De manera tal, que cuando un consejero iba a

exponer su criterio para tratar el problema (que el secretario

después de tomar el primer expediente de la pila procedía a su

lectura en voz alta y concisa); cada uno de los presentes conocía

casi con certeza la posición que éste iba a indicar y recomendar

que tomara el cuerpo colegiado frente al tema presentado.

La manera de pensar sobre los distintos asuntos universitarios

que se pusieran a consideración del consejo, era tan conocida

por el secretario, que éste muchas veces ordenaba los

expedientes en un orden tal que facilitara el proceso, y de esa

manera, la tarea no sólo se simplificaba, sino que también la

sesión era más corta.

En un momento dado, perdimos un consejero y tuvo que ser

sustituido. La elección cayó en un ingeniero joven, de destacada

actuación en nuestra Facultad. De esta forma se sumó un nuevo

integrante al consejo. La primera reunión en la cual él

concurrió, por razones tal vez del azar, pues nadie lo había

dispuesto así, le tocó de último dar su opinión sobre el tema que

el secretario había puesto en consideración de la mesa. Pues

como dijera anteriormente, todos habíamos dado ya nuestra

opinión y recomendando la acción a tomar, de manera que

todos creíamos que sólo faltaba, por cortesía, que el nuevo

integrante diera su opinión, pero dentro del juego de opiniones

que los demás consejeros habían dado. Cuál sería nuestra

sorpresa, cuando este joven empezó el análisis del problema, de

puntos y conceptos totalmente distintos a los que el consejo

estaba acostumbrado a escuchar. Tan buenas y claras fueron sus

palabras, que todo el consejo debió reconsiderar su anticipada

resolución, por los conceptos y los distintos aspectos que

expuso el nuevo consejero.

162

Page 163: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Terminada la reunión, yendo en auto a casa, me puse a pensar

en los cuerpos colegiados, que si no se renuevan estos, se

comportan con un todo, y de esa manera proponen también

resoluciones que responden a una línea determinada del

pensamiento, encasillando así su tarea; que resulta, no el libre

pensamiento de un conjunto de personas, sino la expresión de

un bloque determinado, y de este modo defraudando el

principio resultante que surge de la exposición de distintas

ideas.

¡Qué bueno es entonces para la misión de un Consejo, cuando

periódicamente se renueva y gente joven puede ingresar al

mismo!

Para terminar diremos, como lo hace Einstein cuando expresó:

“...es más fácil desintegrar un átomo que un pre-concepto...”.

163

Page 164: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

EL CASO FILLER

uando se creó la Universidad de Mar del Plata, fue en la

época en que el país reconoce la necesidad de llevar los

estudios universitarios a todo el país. Pero lo que no tuvo en

cuenta el gobierno de esa época, fue el déficit de profesores

para cubrir los cargos docentes. En muchos lugares

consiguieron ocupar algunos cargos con profesionales que

trabajaban en el lugar, pero que jamás habían sido docentes. De

manera que el problema debió ser solucionado con la

importación de profesores de aquellas universidades que fueron

señeras en el ámbito universitario, como la de Buenos Aires y

La Plata.

Así fue como en la década del 60 al 70, muchos profesores

fueron contratados por esas universidades para suplir

provisoriamente este problema, hasta tanto se formaran las

cátedras con docentes del lugar, aprovechando la experiencia de

profesores viajeros.

En mi caso particular, empecé a viajar por primera vez a Bahía

Blanca, durante los años del 52 al 55, una vez por semana.

Quedándome los primeros años dos días, para luego hacerlo

sólo un día por semana.

Los títulos eran refrendados por la Universidad de La Plata, de

esa manera se convalidaban los conocimientos y la capacidad

de sus egresados.

En otras universidades como la de Santa Rosa, en La Pampa,

sólo los profesores asistían como veedores en los exámenes

finales, de manera que el viaje ya no era semanal, sino

únicamente en los turnos de exámenes.

En el caso de la Universidad de Mar del Plata, desde un

principio otorgó por sí misma sus títulos, aún cuando debió

extender, por invitación a la UNLP para lograr obtener por

concurso, varios profesores de los últimos años de ciertas

carreras técnicas.

164

C

Page 165: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Habiéndome presentado y ganado por concurso una cátedra de

la Facultad de Ingeniería, tuve que viajar a esa ciudad entre los

años 71 y 75. Durante esos años utilicé varios tipos de

transporte como: auto, avión, tren y ómnibus; pero en general el

viaje lo hacía en tren a la ida para regresar en ómnibus a la

noche. Mi traslado lo realizaba todos los lunes en el tren de las

13 horas, y volvía en ómnibus el martes a las 5 de la mañana.

La clase la dictaba desde las 20 hasta las 22 horas. Luego

cenaba en un restaurante próximo a la estación de ómnibus, que

partía a las 23:50 horas.

A partir del año 73, el país entró en un estado lábil. Los actos

políticos acaparaban todas las actividades públicas, y en

especial las universidades vivieron un clima revolucionario.

Los grupos políticos eran de todos los colores y en general

querían imponer sus ideas con la violencia; realmente era difícil

permanecer ajeno a esta situación. Particularmente en Mar del

Plata el ambiente era virulento. Siempre los profesores que

viajábamos esperábamos encontrarnos con una situación difícil,

con un resultado incierto.

Para dar sólo una idea de los métodos que utilizaban esos

grupos, recuerdo que una noche, al entrar en la Facultad de

Ingeniería para dar mis clases, me encontré con un espectáculo

dantesco. Todo el hall de entrada estaba cubierto desde el piso,

techo y paredes por carteles colgados donde decía las

barbaridades más grandes e insultos para el secretario de la

Facultad, quien no le resultaba simpático al grupo sedicioso que

controlaba la Facultad.

Cuando llegó el secretario y vio ese recibimiento escrito, se dio

media vuelta y nunca más apareció por la Facultad. De esta

manera estos señores se deshacían de hombres de honor que

ellos no conocían.

En este clima, todos esperábamos que un día entrara un grupo

armado con ametralladoras para arengar a los alumnos que

estaban en clase; de ocurrir así, yo también me tenía que

despedir de esa casa de estudios.

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Page 166: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

No quiero ahondar más sobre esta situación tan conocida para

los que vivieron en este país en esa época, pues no es mi

intención introducir dicho tema en este libro de relatos; pero

para saber lo ocurrido en el caso Filler es necesario que se

conozca, aunque sea un poco del clima que se vivía para

entender lo que relataré en adelante.

El edificio de la Universidad de Mar del Plata queda en pleno

centro de la ciudad, y allí se realizaban las frecuentes asambleas

de los alumnos en esos tiempos. Uno de esos días, en el

momento que tenía lugar una de ellas, un exaltado disparó un

tiro que provocó la muerte de una alumna de primer año, que

por curiosear entraba al salón y que por lo tanto, era ajena a lo

que allí se discutía.

La muerte de una alumna en la casa universitaria provocó el

repudio de todo Mar del Plata, así que de inmediato se le dio un

carácter político y sirvió de base para castigar de algún modo a

las autoridades legítimas que gobernaban todavía la

Universidad. De inmediato se trasladó la responsabilidad de

tamaña barbaridad, no al autor, sino que se le dio un carácter

político al suceso, a través de un ordenanza del consejo

superior; creando un Tribunal Académico a efectos de deslindar

responsabilidades del Presidente de la Universidad.

Según lo establecía el estatuto de la Universidad y la ley

universitaria, este tribunal debía estar formado por tres

profesores de la casa. Así fue como un día al llegar a la

Facultad para dar clase, fui llamado por el Decano.

Cuál no sería mi sorpresa cuando me invitó a presenciar como

testigo, el sorteo de los tres profesores que integrarían el

tribunal. A medida que el bolillero rodaba, sólo pensaba en que

mi nombre no saliera, para no verme envuelto en semejante

problema; que a todas luces se había iniciado con el único

objeto de obtener un resultado político. Pero la suerte no me

ayudó, pues la tercera bolilla señaló mi nombre. De ese modo

allí mismo se constituyó el tribunal con otros dos profesores, de

los cuales conocía muy bien a uno, pues era mi amigo de

muchos años.

166

Page 167: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Recibimos un expediente voluminoso, que era resultado de la

acusación, y el sumario ad-hoc que se había construido.

No era fácil para el tribunal llegar a una conclusión y

recomendación justa, pues la instrucción sumarial no era

objetiva, además se apoyaba en razones difíciles de discutir, y

por lo tanto sacar conclusiones imparciales de los hechos.

Pasaban las semanas y no encontrábamos el camino para llegar

a un informe coherente, imparcial e indiscutible, que no diera

lugar a una acción que pudiera perjudicarnos en nuestra

condición de profesores. Cada semana que llegábamos a Mar

del Plata, esperábamos ver empapelada la ciudad con carteles

en contra nuestra por demorar el informe con la recomendación

pertinente.

A pesar de las dificultades que el propio sumario nos

presentaba por estar mal hecho y sumado a las referencias, que

con frecuencia se hacía en él con contenido ambiguo y no

cierto; pudimos llegar a un informe coherente y lo

suficientemente fundado como para llegar a la conclusión de

que todos los antecedentes que se nos habían entregado, no eran

suficientes para afirmar las razones que llevaran a un juicio

académico.

Nuestro dictamen en líneas generales terminaba con:

1. Desestimar por improcedentes las conclusiones del

señor Instructor Sumariante.

2. Aconsejar la absolución del profesor licenciado C.D.P

con la expresa indicación de que todo lo actuado no

afecta su buen nombre y honor.

3. Dar inmediato traslado del presente dictamen al Decano

de la Facultad de Ingeniería, en ausencia del Consejo

Académico, a los efectos que corresponda.

Este dictamen fue entregado personalmente por la comisión al

señor Decano de la Facultad de Ingeniería de ese entonces,

quien con cara de disgusto tiró las actuaciones sobre el

escritorio, después de haber leído el resultado.

167

Page 168: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Todos pensamos que allí no terminaría este episodio, sin

embargo, así fue ya que era muy difícil transformar las

actuaciones de los fundamentos que apoyaron nuestra decisión.

No conozco el final de este hecho aberrante, pero es posible que

se haya diluido con el tiempo. Es así como terminaban estos

episodios de la política universitaria en esa época triste de este

país.

Page 169: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

168

UN VERDADERO MAESTRO

uchos fueron los profesores que participaron en mi

educación. Debo reconocer que cada uno se destacaba en

alguna faceta necesaria para la formación de un joven

estudiante, que nunca he podido olvidar; guiando así mi vida

como hombre y profesional. Sin embargo, tengo que admitir

que uno de ellos se destacó de sobre manera, y por lo tanto es

mi deseo recordarlo en mis relatos.

Hablar de la carrera de Ingeniería Aeronáutica en la

Universidad de La Plata, es simbolizar la figura del

Dr.Pascualini, como el virtual creador de esa disciplina dentro

del ámbito civil, y además el que supo dirigir y acompañar su

brillante desarrollo durante sus primeros años. Si bien es cierto

que en esa época existía la atmósfera o clima para crear un

centro de estudios de Aeronáutica Civil, finalizaba la segunda

guerra mundial y la participación de las aeronaves había sido un

hecho de gran importancia para su desarrollo; nuestro país ya

vislumbraba la conquista del espacio a través de la aeronáutica.

Sin embargo, el Aeroclub Argentino ya había organizado un

plan nacional para lograr la formación de 5000 pilotos, con la

colaboración de las instituciones civiles y militares más

importantes del país. La creación de una nueva carrera

universitaria no hubiera tenido éxito ni hubiera sido una idea

acertada, si no hubiese enriquecido a la entonces Facultad de

Ciencias Físico-Matemáticas, al introducir cambios de suma

importancia a la currícula de algunas materias afines con la

ingeniería, y sobre todo por haber creado nuevas cátedras como

Hidrodinámica y Aerodinámica, Termodinámica Técnica,

Estática y Resistencia aplicada a las máquinas, Matemáticas

Especiales, Elasticidad, Plasticidad, etc.

La actuación como profesional docente e investigador

universitario del Dr.Pascualini, que había cumplido hasta el

momento de la creación de la nueva carrera de Ingeniería en la

Universidad de La Plata; se vio coronada por la designación

M

Page 170: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

como Director del nuevo organismo docente y de investigación

como lo fue y lo es el Instituto de Aeronáutica.

169

El Instituto de Aeronáutica fue creado por Decreto Nacional el

26 de marzo de 1943, como consecuencia de la aprobación por

el Gobierno Nacional, de las consideraciones fundadas por

Ordenanza previa de nuestra Universidad.

Es de justicia recordar los nombres de los funcionarios que

intervinieron en todo este proceso como el Presidente de la

UNLP, Dr.Alfredo Palacios; el Decano de la Facultad de

Ciencias Físico-matemáticas, Ing. Julio Castiñeiras; los

Consejeros Académicos, Ingenieros Enrique Humet, Eugenio

Alcaraz y el Dr.Alberto Sagastume Berra, y los diputados

nacionales, Justo V. Rocha, Raúl Díaz y Benito de Miguel.

Habiendo expresado hasta aquí, un pequeño resumen del origen

y formación del centro donde comienza el desarrollo

aeronáutico, de ahora en adelante trataremos de dibujar la

actuación del Dr.Pascualini como científico y como hombre.

Nace en Narmi (Termi, Italia), el 30 de Junio de 1891, y muere

en el mismo lugar a los 83 años.

Se recibe como Doctor en Ingeniería Industrial Mecánica, en el

Politécnico de Turín. Allí nace su inquietud por la docencia en

la Universidad de Génova y de la Real Escuela de Turín, para

luego volcar todos sus conocimientos y experiencia en la

Argentina. Ingresa como asesor contratado en el Instituto

Superior Aerotécnico de Córdoba, lo que le permite participar

de los proyectos aeronáuticos de ese Instituto, teniendo una

actuación relevante en el área aerodinámica.

Fue profesor en la Universidad de Córdoba, en la Escuela

Técnica del Ejército, En la Escuela Superior de Aeronáutica y

en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la UNLP.

En toda su tarea profesional desarrollada en distintos Institutos

y Centros de Estudios, como en los cargos directivos y de

Page 171: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

asesoramiento que ocupó, es importante destacar su labor

docente, que siempre fue su meta preferida.

170

Solía contar el Dr.Pascualini, que el día que tuvo el título

profesional en sus manos su padre le ofreció un cargo en la

Fábrica FIAT, nada despreciable para un recién recibido; pero

él sin pensarlo mucho le contestó que tenía decidido dedicarse a

la docencia, lo cual originó una rápida respuesta de su padre: -

“Entonces tendré que alimentarte toda la vida”. Ya en esa época

la enseñanza era una vocación, no una tarea rentable.

Así era el Dr.Pascualini, dedicaba su tiempo a transmitir

conocimientos a sus alumnos, y no sólo sobre la materia

específica que dictaba, sino en muchos otros campos de la

ciencia y la cultura.

Tal vez sea oportuno poner de relieve las condiciones como

educador del Dr.Pascualini. Cuando enseñaba ponía todo su

conocimiento al servicio del alumno y jamás lo dejaba con

alguna duda. No importaba si la pregunta era o no específica

del tema que estaba tratando, su formación cultural era tan

amplia que dejaba siempre satisfecho al que escuchaba. Era un

verdadero maestro. No sólo con los alumnos, sino con los

profesionales que buscábamos en él su consejo y

asesoramiento.

Aún cuando ya he destacado en otro relato esta circunstancia,

creo oportuno volverlo a mencionar. Así diré que en la época

que era Asistente del Instituto (El Dr.Pascualini era su

Director), recurrí a su consulta para resolver un problema con

un trabajo que el Instituto realizaba para el Ministerio de

Marina.

Como siempre, el Dr.Pascualini se encontraba trabajando en su

despacho, rodeado de sus libros y papeles, pero no obstante

tuvo tiempo para atender a su ex alumno. Le expuse el

problema y luego de escucharme atentamente, me contestó: -

“No olvide que usted ya es Ingeniero”.

Page 172: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

La respuesta me dejó perturbado; me recordó el lugar que

ocupaba y mi responsabilidad. Lo saludé y caminé hacia la

puerta. No había hecho ni dos pasos cuando me llamó y me

ubicó en el problema.

171

El Dr.Pasculini había señalado a su ex alumno y subordinado el

lugar en que debe colocarse un profesional, pero no por eso

dejó de dar su consejo y apoyo. Así era el Dr.Pascualini, un

maestro y formador de la personalidad de sus alumnos. Fue

realmente un privilegio ser alumno de tal profesor.

El Dr.Pascualini recibió por su labor en el campo de la

enseñanza el premio Guggenenheim por su trabajo “Sul Ala

Deformabili” (1928); su nombramiento como miembro de la

Academia de Ingeniería; el título de “Líbero Docente de

Aerodinámica” a través del Ministerio de Educación de Italia y

la designación de Profesor Emérito de la UNLP.

Con esta apretada síntesis de su labor docente y de

investigación, no soy totalmente justo; pero sí creo que basta

para situarlo entre los grandes profesores que han pasado por

nuestra Facultad.

Page 173: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

172

ALGO MAS DE HUCAL

asta 1930 permanecí en Hucal, en ese año mi padre quiso

que siguiera estudiando en la ciudad de La Plata, donde

vivía la familia Chávez, un Suboficial de la Marina casado con

una hermana de mi padre, la tía María.

Me costó mucho separarme de mi familia, a pesar de que mis

tíos eran buenas personas. Pero yo no dejaba de ser uno más de

afuera y debí adaptarme, no sólo a la modalidad de sus vidas,

sino también a la vida de ciudad, tan distinta al libre albedrío de

un pueblo tan especial como Hucal.. Además pesaba

enormemente el trato cariñoso de único hijo que me dispensaba

mi madre, quien tenía una salud muy delicada. Para ella

representó un golpe desprenderse de mí y solo pensaba en los

peligros de una gran ciudad. Recuerdo siempre las

recomendaciones sobre los tranvías, pues en esa época los

automóviles eran escasos y poco peligro representaban en el

tránsito de las ciudades.

Yo era en ese entonces un chico, más bien tímido o mejor

dicho, temeroso de no cumplir con los consejos de mi padre,

que eran tan claros y viriles, y los de mi madre que eran de

protección; tan es así que su principal recomendación era el

cuidado que debía tener con los tranvías. Todo en La Plata me

resultaba curioso y novedoso; porque eso sí, era muy curioso,

deseaba conocer todo y leer todo lo que caía en mis manos.

Siempre he pensado que tal vez si Hucal hubiese poseído una

biblioteca o la iglesia hubiese tenido un cura efectivo, mucho

podría haber aprendido, pues me gustaba la lectura, pero lo que

tenía a mi alcance en Hucal no era muy edificante. Para dar una

idea de la biblioteca que consultaba, era la colección de revistas

“no recomendadas”, que tenían los obreros de “vías y obras”,

que como expresara en otro relato, los llamaban “Catangos”.

H

Page 174: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Estas revistas se llamaban “Media Noche”, y su contenido en su

mayoría eran chicas semidesnudas, que servían para empapelar

las piezas donde vivían estos jóvenes ferroviarios.

173

Sin embargo, mis lecturas predilectas la constituían las novelas

de aventuras y las historietas de las revistas de esa época

llamadas “El Tit-bit” y “El Tony”, que si mal no recuerdo, su

origen eran inglés y norteamericano. Mi padre como buen

obrero ferroviario de los ingleses, les había hecho boicot a las

publicaciones de origen inglés y si me encontraba una revista,

no sólo me retaba (Nunca me pegó), sino que la rompía.

No era fácil comprar cualquier revista, pues a pesar de que

costaba cinco centavos, para mí era mucho, y menos si era para

comprar una de las revistas que estaban en el índex de los

ferroviarios.

Hucal estaba comunicado por el mundo a través de los diarios y

revistas que venían desde Bahía Blanca en el tren de pasajeros,

los días Lunes, Miércoles y Viernes. En esos trenes de

pasajeros viajaba siempre un personaje característico en los

ferrocarriles de esa época, que era el “Comisionista”, éste se

encargaba no sólo de la venta de diarios y revistas, sino de

satisfacer todas las pequeñas compras que habitualmente le

encargaban los del pueblo, para que estas fueran hechas en la

ciudad cabecera, en este caso Bahía Blanca.

Está de más decir que para Hucal “ir al tren” era un paseo

obligado, no sólo de los que esperaban familiares y amigos,

correspondencia, bultos, encomiendas, etc, sino también de

todos los curiosos, entre ellos los jóvenes y algunas chicas que

se vestían con lo mejor para pasear en el andén mientras el tren

permanecía estacionado, para abastecer de agua a la caldera de

la locomotora, para incorporar algún coche a la línea del tren,

para que el “revisador” comprobara que los cojinetes que

soportaban los ejes de los vagones estaban bien, también

estaban los que recibían y despachaban correo y encomiendas.

Esta parada duraba en algunas estaciones hasta 30 minutos,

sobre todo en Hucal.

Page 175: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Al volver a iniciar el viaje el tren procedente de Bahía Blanca,

se dispersaban todas las personas que habían ido a “esperar el

tren”, y parte de ellas iniciaba una caminata obligada detrás del

empleado que había recibido el correo.

174

Iban encolumnados en tres o cuatro filas, conversando a lo

largo de la calle ancha que llegaba a la estación, desde la

entrada a la Estancia de los Alvear. Esta era, digamos, la calle

principal y única del ejido público del pueblo.

La columna que se dirigía al almacén de “ramos generales”, que

hacía también de Agencia Nacional de Correos, tenía que

recorrer alrededor de 100 metros para llegar a una playa de

estacionamiento de vehículos (Sulkys y caballos atados al

palenque) frente a la cual se levantaba una construcción de

material que constituía el negocio principal de Hucal.

Encabezaba esta caminata el empleado de correo, el oficial de

policía, el administrador de la estancia, el Sr.Toft; algunos

paisanos y ferroviarios que iban a recoger la correspondencia.

Volviendo a la caravana que conducía el empleado del correo.

Esta se arremolinaba alrededor de un rincón del almacén donde

se ubicaba la oficina de correos. Allí el empleado clasificaba la

correspondencia, y luego de una corta espera procedía a la

entrega de la misma a los que lo habían acompañado desde la

estación, llamándolos por sus nombres.

Realmente esto representaba una ceremonia, donde algunos se

retiraban con caras largas por no haber recibido ninguna carta, y

por lo tanto, tampoco noticias, que en su mayoría eran de

familiares que vivían en las ciudades donde ellos pertenecían, y

que por razones de trabajo debieron dejar para caer en un

pueblo como Hucal, donde el desarraigo era muy pesado de

llevar, sobre todo para los más jóvenes que no habían ido con

su familia.

Conocí Hucal en 1928, pues mi padre que trabajaba en Villa

Iris, fue trasladado como Jefe de Turno en los talleres de esa

localidad. Los ferroviarios vivían en grupos de viviendas de

material y otras de chapas, las ocupaban generalmente por

categorías. Así por ejemplo, donde nos tocó vivir había un

Page 176: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

conjunto de casas típicas inglesas, de material de ladrillo a la

vista y muy bien construidas.

175

El predio donde se levantaba este grupo de casas, estaba

representado por un gran rectángulo donde se alojaban seis

casas, formando un block y rodeadas por un alambre tejido, con

un portón cada casa y un alambrado divisorio entre casa y casa.

En este alambrado existía un aljibe muy bien construido que

permitía proveerse de agua a dos casas simultáneamente.

Estos aljibes se llenaban con agua de lluvia que recogían por un

sistema adecuado de canaletas; de esta manera cada familia

poseía agua dulce, limpia y fresca; que permitía utilizarlo como

heladera en verano, bajando en el balde correspondiente, las

bebidas y algunos alimentos que se deseaba que estuvieran

fríos. El alambrado de malla que bordeaba las casas, estaba

retirado de ellas como a diez metros, lo que permitía a cada

morador poseer un jardín o una huerta.

En el grupo de casas que describo, vivían los jefes de talleres y

maquinistas. En otras vivían guardas de trenes, foguistas,

aspirantes a maquinistas, auxiliares de tráfico, peones, etc.

La estación del ferrocarril constituía otro edificio importante,

donde existía alojamiento para la familia del Jefe de Estación.

También otro edificio de buena construcción y del tipo de

arquitectura inglesa, era el comedor, cocina y dormitorios para

todo el personal soltero o transitorio.

Adquiría importancia por su uso el Taller de Vías y Obras, con

la casa de su jefe incluida; el tanque de agua y la casa del

bombero, que juntamente con el galpón de máquinas y talleres

conformaban el resto de los edificios de la colonia. Todas las

edificaciones estaban de un lado (Al Suroeste), de una gran

playa de maniobras; sólo la estación, los talleres de vías y

obras, y la bomba de agua ocupaban el lado opuesto.

El “pueblo” que no pertenecía a la colonia ferroviaria, se

extendía del lado de la Estación (Al Noreste), después de un

Page 177: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

terreno de 80 metros aproximadamente, donde existía una

cancha de fútbol y una de bochas, que permitía hacer deportes a

los jóvenes y a los chicos de mi edad.

176

Más allá del “Centro Deportivo” comenzaba el pueblo, el cual

estaba constituido por dos amplias construcciones, separado por

una calle ancha de tierra, la cual se extendía a lo largo hasta

terminar en un amplio portón que pertenecía a la Estancia de los

Alvear. Las construcciones a ambos lados del camino a la

Estancia, contenían el llamado hotel (pensión), panadería,

peluquería y un bar. Al frente, del otro lado, se levantaba el

almacén de ramos generales, en el cual estaba también la

oficina del correo.

Afuera del pueblo en dirección a Toay, existía un aserradero

para madera de caldén, árbol que poblaba la zona. Estos árboles

todavía son característicos en La Pampa y pertenecen a la flora

autóctona del lugar. Su madera es semi-dura y hoy se emplea

para hacer muebles; pero en esa época se utilizaba como leña,

sobre todo durante la primera guerra mundial, para hacer

funcionar las locomotoras.

Frente al aserradero existían algunas casas precarias, donde

vivían algunos obreros del mismo aserradero, y se encontraban

junto al Destacamento de Policía, formado por un oficial y un

gendarme.

Hasta aquí he dado una imagen de lo que era Hucal, sólo me

resta decir cómo se recreaban las personas de esta colonia.

Fuera de los partidos de fútbol que se organizaban y los

campeonatos de bochas, juegos de tabas y naipes, etc; las otras

diversiones “sociales” estaban representadas por los bailes, que

generalmente se hacían en los galpones de cereales o en la

Estancia.

También representaba un acontecimiento, cuando aparecían los

músicos y se realizaban obras de teatro, cosa que se hacía de

vez en cuando por grupos de “artistas” que viajaban por los

pueblos de esa zona. Estas presentaciones tenían lugar en el bar,

donde se improvisaba un escenario adecuado a las

Page 178: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

circunstancias. Estos espectáculos se anunciaban con

anticipación de días y permitía llenar el bar, donde mientras

esto ocurría, se bebía vino y cerveza.

177

Un deporte importante para algunos, y necesidad para otros

representaba la caza de animales, pero ya de esto hemos

hablado en otro relato.

Actualmente Hucal ya no es un centro ferroviario, sólo es un

pueblo que muere lentamente, como muchos de otras

localidades que eran eslabones de las redes ferroviarias, hoy

abandonadas y superadas por el transporte automotor; solución

ésta, que los países desarrollados comparten con la red

ferroviaria de alta velocidad. De esta manera tienen una red

mixta del transporte, con todas las ventajas que esto brinda.

Aquí nosotros nos hemos deshecho de algo tan útil como lo fue

el ferrocarril, que permitió el progreso del país en el siglo

pasado. Lo que sí hemos logrado un semillero de pueblos

fantasmas, como lo es hoy Hucal.

Page 179: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

178

JUEGOS INFANTILES

n la misma línea ferroviaria que une a Bahía Blanca con

Hucal, se encuentra el pueblo de Villa Iris. Este está

situado en una llanura fértil y sirve como frontera, no sólo de la

Provincia de Buenos Aires con La Pampa, sino también con la

llamada Pampa húmeda. De allí en adelante el terreno se hace

más tosco, y aún cuando hasta Abramo sigue en la planicie,

después cambia notablemente el paisaje; empezando a verse las

lomas y el bosque achaparrado de espinillos, sombra del toro,

chañares, jarillas, piquillines, y sobre todo los caldenes,

característicos de esa zona de Hucal.

Volviendo a Villa Iris, donde nací y pasé mis primeros años. A

principios del siglo XX estaba poblado por un grupo importante

de habitantes; y ya en ese entonces poseía luz eléctrica, Banco

de la Nación, hoteles, cooperativas agrícolas, escuelas primarias

estatales y particulares, oficina de correo y una comisaría

importante. Mis recuerdos no son muchos como para dar una

imagen certera de esa época; sin embargo tengo algunos

sucesos grabados de mi niñez, que vale la pena escribir.

Entre los recuerdos de esa época, aparece en mi mente un

regalo de mi padre. Una noche durante la cena, mi padre me

sorprende con las siguientes palabras: - “Tengo un regalo para

vos en el galpón de máquinas, pero para ser acreedor del mismo

debes ir a buscarlo ahora”. El siempre tenía la costumbre de

sorprender, y si le era posible, ponerlo a uno frente a un

compromiso para probarlo.

El galpón de máquinas quedaba a dos cuadras de casa y en el

mismo no había luz eléctrica. La luz era de un farol de kerosene

o un candil, por lo cual la oscuridad prevalecía sobre las zonas

iluminadas y para un chico de 5 ó 6 años, hacer una visita a

estos lugares resultaba tremendo.

E

Page 180: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Mi curiosidad y mis deseos de conocer el regalo podían más

que el miedo que tenía, y ya me aprestaba a ir cuando intervino

mi madre, que se opuso a lo propuesto.

179

Sin embargo lo dicho por él era sólo una broma que lo hacía

divertirse, entre mis deseos de conseguir el regalo y el miedo de

ir a buscarlo. De manera que poniéndose el saco, me acompañó.

Cuál no sería mi sorpresa y alegría al ver el regalo, que estaba

bien guardado en un cajón de embalar, y darme cuenta de que

era un “charito” (Como llamaban al polluelo de “avestruz” o

ñandú). Esa noche me costó dormir pensando en mi mascota y

cómo iba a jugar con ella al día siguiente; habiéndome

prometido mi padre que le construiría un corralito para que

viviera, y de esta manera no se me escapaba.

Me levanté temprano y ya mi padre había construido el lugar

para soltar al charito. Luego de verlo y sentirme orgulloso, pues

otros chicos no tenían un pichón de “avestruz”; sólo pensé en

hacer partícipe al hijo de mi padrino, llamado Carlitos. Así fue

que de inmediato fui a buscarlo y entre los dos nos

entreteníamos viendo al animalito como corría y saltaba

buscando la salida. Ese día era domingo, el clima era templado

y había sol. El pueblo gozaba de su día de descanso, y poca era

la gente que circulaba por las calles, por lo tanto no se veían

chicos fuera de sus casas.

No sé lo que ocurrió, si fueron los deseos de participar a todos

que “yo” tenía un charito, pero el resultado fue que éste se

escapó y salió corriendo por las calles de Villa Iris. Tanto

Carlitos como yo, entre gritos y llantos, pretendíamos que la

poca gente que se encontraba levantada nos ayudara a

recuperarlo. Creo que nunca corrimos y gritamos tanto, pero el

charito nos llevaba cada vez más ventaja, hasta que encontró

una calle que lo llevaba al campo directamente; éste se perdió

entre los pajonales que existían alrededor del pueblo.

Tanto mi amigo como yo, volvimos tristes y desilusionados por

la pérdida, nada ni nadie nos podía consolar. Tal vez esto no se

comprenda, pero eran tan pocos los juguetes y juegos que en

ese entonces tenían a disposición los chicos de un pueblo, que

Page 181: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

tener un charito era algo especial. Creo oportuno, como apoyo a

lo dicho, comentar cuáles eran los juegos infantiles de esa

época.

180

Hablando de juegos infantiles en ese entonces. Los chicos

apreciaban el juego de bolitas en los diferentes modos, ya sea al

“hoyo bolita”, “triángulo”, “arrimo pared” y otros modos que

inventaban los mismos jugadores con reglas propias.

Las bolitas de mejor calidad eran esferas de vidrio, de 1 cm

aproximado de diámetro, de diversos colores y algunas, ya sea

por su dibujo o por la preferencia del jugador, las llamaban

“ojitos”; éstas eran muy cotizadas. También existían otras de

mayor tamaño, pero éstas tenían poco uso. Las bolitas de los

más pobres eran de barro cocido, de color terracota;

comúnmente se les llamaba “barritos”

Mi primer juego de bolita fue en un recreo de mi primera

escuela, como no era muy ducho, por supuesto lo perdí; pero no

quería perder mi bolita, de manera que salí corriendo y detrás

de mí el ganador gritando. Como consecuencia intervino la

maestra que cuidaba a los niños en el recreo y me castigó,

dejándome después de hora; castigo que me dolía mucho, pues

como al salir siempre acompañaba a mi tía Eduarda, que era

maestra de esa escuela, también recibía el reto de ella y por lo

tanto se enteraban mis padres. Tengo que reconocer que tener

una tía maestra me obligaba a observar buena conducta, pues no

se me perdonaba la menor falta.

Al terminar las clases, que eran matinales, siempre se quedaban

algunos alumnos después de hora por su mala conducta; este

período duraba el tiempo que empleaban las maestras para

preparar sus libros y papeles en la Dirección, y la charla

obligada de fin de clases del día; de manera que si bien yo no

estaba castigado, debía esperar a mi tía en la Dirección.

Esta habitación se encontraba al lado del aula de castigo, donde

los niños permanecían de pie con la cara hacia la pared. Por las

hendijas de la puerta que comunicaba la Dirección con el aula

me entretenía haciéndole burlas a los que se quedaban después

Page 182: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

de hora; pero a veces me pescaba mi tía y el castigo era ir a

hacerles compañía a los demorados, hasta tanto ella disponía

retirarse de la escuela.

181

A pesar de que la tía Eduarda era muy rigurosa en la escuela,

me quería mucho en casa y me ayudaba a hacer los deberes

después de comer, pues ella almorzaba con nosotros, a pesar de

que vivía con unas compañeras en una pensión cercana

Otro juego muy apreciado era el aro. Este juego consistía en

manejar un arco de hierro, de sección rectangular o esférica de

30 a 60 cm de diámetro, con un alambre grueso y resistente de

un largo aproximado de 70 cm, que tenía en un extremo un

triángulo formado por el mismo alambre para ser sostenido por

la mano y en el otro una horqueta que permitía dirigir e

impulsar el aro. Manejar el arco (o aro), hacer piruetas, hacer

carreras y saltar obstáculos sin perder su conducción, era la

costumbre de los chicos que probaban su destreza y

performances más apreciados. El arco más cotizado era aquel

que se obtenía de la circunferencia de hierro acerado que

sujetaba las patas de las sillas vienesas que se acostumbraba ver

en los bares de esa época.

Frente a casa vivía la Directora de la escuela, la cual tenía un

hijo de mi edad, y que por ser hijo de una persona de escala

social más alta que mi padre, que era obrero, tenía juguetes

comprados que no compartía con ningún chico del lugar. Por

esta razón, cuando me invitó un día a su casa para jugar con sus

juguetes, fue para mí un momento de alegría y curiosidad. De

todos los juegos que tenía uno me llamó la atención, no sólo

porque no lo conocía, sino porque ponía en juego la

observación y la imaginación. Esto era un rompecabezas de

vistosos colores, con un dibujo de castillos y la campiña que los

rodeaba, en una amplia cartulina. Creo que mi interés de poder

encontrar las formas que coincidieran antes que el dueño del

juego, hizo que esa fuera la única y última vez que me invitara.

Otro juego muy preferido era lo que llamábamos el camioncito

“Internacional”; este juguete lo construía cada uno con un palo

de escoba, donde en un extremo se le clavaba otro trozo del

Page 183: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

mismo palo, de manera que formara una “T” y en cuyos

extremos se le colocaban dos ruedas que consistían en cajas

grandes de pomada de zapatos, marca Nuguett o Cobra.

182

En la mitad del palo más largo y conductor del imaginario

camión se clavaba una lata de sardinas que representaba la caja

del camión. Yo solía tener como amigo de correrías a Carlitos

Cocaro, hijo del encargado del galpón de máquinas y además

mi padrino; con él rivalizábamos por quien tenía el mejor

camión.

Para esta época ya tenía siete años y nuestros juegos eran más

atrevidos. Solíamos subirnos en algún vagón de cola donde iban

los guardas de los trenes de carga y aprovechábamos las

maniobras que se hacían para formar los trenes, para pasear un

poco, hasta que nos descubría el cambista que enganchaba los

vagones y nos corría. Claro está que esto pronto lo sabía mi

padre, cuyo carácter era fuerte y me retaba lo suficiente para no

hacer esto por varios días. Un domingo que no circulaban

trenes, con Carlitos sacamos una zorra que usaban los

“catangos” para arreglar las vías, y nos fuimos por la vía

principal desde el galpón de máquinas hasta la señal de

distancia, que quedaba aproximadamente a un kilómetro del

pueblo. Ese día recibimos un reto bastante serio.

Quiero destacar que en todos los pueblos que tenían ferrocarril,

a la entrada y a la salida existían dos señales para guiar el

tráfico de los trenes. A unos quince metros de la estación se

colocaban las señales de “corta distancia” y a un kilómetro las

de “larga distancia”, las cuales se manejaban desde la estación

con un conjunto de palancas que transmitían los movimientos

de las señales a través de cables guiados con roldanas de 5 cm

de diámetro aproximadamente. Estas roldanas eran muy

apreciadas para construir carritos.

Sin duda alguna ya existía el fútbol o juego de pelota con el pie.

En la mayoría de los casos se jugaba con pelotas de trapo, y a

veces algún chico traía una pelota de goma que le había

regalado su padre, o bien sustraído del almacén de un turco que

solía descuidar la vigilancia de su mercadería. En uno de los

Page 184: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

viajes que mi padre hacía a la ciudad de La Plata para visitar a

su madre y hermanas que estaban radicadas en esa ciudad,

provenientes de San Luis; su cuñado, casado con la tía María,

me envió de regalo un fútbol No. 4.

183

Ese regalo cambió mi vida, pues por lo general yo era centro de

las burlas de mis compañeros por ser un negrito mal trazado y

llorón. Desde ese momento pasé a ser el compañero mimado de

la barra; todo por el fútbol, y muchas veces venía mi madre ya

de noche a buscarme, pues seguíamos jugando en la calle,

apenas iluminada por un farol de electricidad (Villa Iris tenía

una usina que proveía de electricidad continua hasta las diez de

la noche).

De esa época recuerdo también las fuertes tormentas que

azotaban las zonas de Villa Iris que pertenecen a una región

donde las condiciones atmosféricas, sobre todo en verano, son

propicias para ser barridas por fuertes vientos que muchas veces

terminan en casi tornados.

Estos meteoros son aislados, pero cuando azotan la región, poco

dejan a su paso y es necesario tomar precauciones, sobre todo

cuando aparecen lo grandes cúmulos negros que se mueven a

gran velocidad.

Cada vez que se aproximaba una tempestad, mi madre

aseguraba todas las puertas y ventanas, tapaba los espejos y

guardaba todos los utensilios de metal, pues según una creencia,

atraía a los rayos y centellas. Además se hincaba y rezaba el

rosario pidiendo a Dios que nos protegiera de la tormenta.

Estando en una ocasión mirando por la ventana (Que no tenía

postigo), divisaba una fila aislada de vagones del ferrocarril que

estaban frente a mi casa; los vi pendular transversalmente hasta

que se volcaron. Esto da una idea de la furia del huracán.

En otra oportunidad se formó rápidamente una tormenta que

presagiaba el origen de fuertes vientos, yo me encontraba en el

correo, tan pronto el estafetero vio la tormenta, empezó a

colocar los postigos de sacar y poner sobre las ventanas,

asegurándolos con tornillos como se usaban en ese entonces.

Page 185: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Simultáneamente me tomó de un brazo y me dijo: - De aquí no

te movés -, hasta que pasó la tormenta, a pesar de mi llanto y

deseos de volver a casa.

184

Muchos años después, al ir a visitar a mis hijos, que viven en la

provincia de Neuquén, yendo en automóvil de Río Colorado a

Choele-Choel, donde se extiende una zona árida y plana,

cubierta con pastos duros y pequeños espinillos, se formaban

tormentas de negros nubarrones que nos acompañaban en el

viaje. Mi señora Celina, que hacía siempre de copiloto, era la

encargada de calcular la velocidad de desplazamiento y la

dirección del meteoro. Este fenómeno era una preocupación en

el viaje y al mismo tiempo un motivo de conversación, tanto

Celina como yo esperábamos llegar lo antes posible a un

refugio seguro, pero desgraciadamente esto sólo podíamos

lograrlo cuando llegáramos a Choele-Choel. En una

oportunidad logramos refugiarnos en el ACA de Choele-Choel,

donde nos alcanzó el vendaval.

Para Celina era casi imposible despegar la vista del espectáculo

que es una tormenta a lo lejos. Los continuos relámpagos, rayos

y truenos nos señalan la pequeñez del ser humano frente a los

fenómenos de la naturaleza y nos hace pensar en Dios. Los

escandinavos pensaban que las tormentas representaban la ira

del Dios Thor. Los estragos que ocasionan estas tormentas de

verano, muestran señales que cuesta creer por los signos de

violencia que dejan a su paso. En una ocasión viajando en tren

desde la Plata a Bahía Blanca, para dictar clases en la

Universidad, pude ver los desastres que una tormenta había

dejado. Un edificio aislado, que se destacaba en Grünbein,

pueblo que queda antes de llegar a Bahía Blanca, que servía de

escuela, había quedado sin techo, el cual era de tejas, y varios

“palos” del telégrafo ferroviario, que son fabricados de rieles de

vías, estaban torcidos en forma de tirabuzones.

Volviendo a la época de mi infancia. Al finalizar las clases en la

escuela se solía hacer una pequeña fiesta de fin de curso, donde

participaban no sólo los alumnos, sino también los familiares.

Así en un terreno amplio en los bordes del pueblo, se

organizaban distintos juegos para los chicos como carreras de

Page 186: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

embolsados y de zancos, y otros para las niñas que no recuerdo

bien. También participaban los grandes con un partido de

fútbol, juegos de bochas, tabas, etc.

185

Esta reunión servía no sólo para divertir a los pobladores, sino

que en cierta forma representaba una feria rural, pues se veían

competir animales de raza fina de las distintas chacras de los

alrededores. Un hecho que todos esperaban eran las carreras de

caballos y de sortijas con premios. Recuerdo en una de esas

fiestas la presencia de un aeroplano que vino de Bahía Blanca,

siendo éste mi primer contacto con la aeronáutica.

He tratado aquí de dar una idea de los juegos de los niños en

aquella época y en un pueblo apartado de las grandes ciudades.

Cuando vine a La Plata, los chicos jugaban de otra manera y

con otros medios que disponían por ser ciudadanos de una gran

ciudad, en plena evolución.

Page 187: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

186

PLAZA HUINCUL

l terminar la escuela secundaria, era mi propósito seguir

estudiando ingeniería, como también mi intención de

conseguir un trabajo como técnico; título obtenido en la Escuela

Industrial. Así fue como traté de hacerlo en General Motors,

como lo contara en otro relato; pero además con otros

compañeros dimos exámenes para ingresar en la Unión

Telefónica y en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). En

esta última empresa logramos nuestro propósito, junto con dos

compañeros más.

Recuerdo que dimos exámenes en el edificio central de YPF,

del Diagonal Norte de la Capital Federal, donde nos habían

citado, llevándonos a la Sala de Proyectos, lugar del examen.

Un ingeniero que nos iba a tomar examen, nos ubicó en sendas

mesas de dibujo. Al sentarme en una de ellas, posiblemente por

el susto que teníamos, o por no conocer las sillas altas con

resortes que se usaban en ese entonces, me ocurrió un percance.

Al recostarme en una silla, que como es lógico, el resorte cedió,

y creyendo que me caía creo haber gritado y pegado un salto.

Esto provocó carcajada de todos los proyectistas y dibujantes de

la sala, que estaban observando a los futuros empleados. A

pesar de este comienzo desafortunado, salí muy bien en el

examen, junto con mis compañeros D‟Torre y Cechini. En ese

momento nos ofrecieron trabajo en los Yacimientos Petrolíferos

de Salta, Mendoza, Comodoro Rivadavia ó Plaza Huincul.

Al salir bien del examen, todos los empleados de la oficina de

Proyectos nos recomendaban lugares, pero a nadie se le ocurrió

mencionar Plaza Huincul; de manera que cuando nosotros nos

decidimos por ese lugar, se quedaron sorprendidos, pues era un

yacimiento no productivo, y por lo tanto pronto lo abandonaría

YPF. Por otro lado no era el mejor lugar para iniciar una carrera

exitosa en la Repartición. Lo que ellos no sabían que nuestro

A

Page 188: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

propósito era seguir estudiando en La Plata (Con la ayuda de

otros compañeros), y éste era el único Yacimiento que tenía un

transporte directo y rápido como era el ferrocarril de esa época.

187

De esta manera, un día al caer la tarde, desembarcábamos de un

tren en el pueblo de Plaza Huincul; después de haber recorrido

aproximadamente 2000 Km.

Este pueblo se formó a la par del yacimiento, con una sola calle

(Que era la ruta), frente a la estación del ferrocarril, donde se

agrupaban los pocos negocios que había y algunas casas donde

vivían algunos empleados de YPF, junto con un hospital,

comisaría, almacén de ramos generales y un hotel. A este hotel

fuimos a parar, pues a pesar de que en Buenos Aires nos habían

afirmado que el Yacimiento nos proveería de casa, no ocurrió

así por un mes.

El Yacimiento se había iniciado (en Octubre de 1918) con la

perforación de un pozo en un cerro cercano, alrededor del cual

se construyó el barrio primitivo llamado Pozo No. 1, que

contaba con una Proveeduría, un Club, una escuelita, un cine,

una cancha de pelota a paleta y varias colonias para personal

casado y soltero.

Luego de mucho pelear conseguimos irnos del hotel a una pieza

de madera y cinc, perteneciente a un block de casas de solteros

que había, digamos en la seudo-falda del cerro, junto a otras dos

barracas más del mismo material.

En el bajo que se extendía hacia el pueblo, se encontraban las

instalaciones de una Destilería, y casi al llegar al pueblo se

encontraban los talleres de mantenimiento del Yacimiento,

donde fuimos a trabajar.

Quiero aclarar que esto hoy prácticamente no ha variado, sólo

se observan las callejuelas del cerro pavimentadas, y la calle

única y principal de Plaza Huincul, que forma la ruta 22 del

camino nacional. Sólo la Destilería ha adquirido más

importancia, por el gran número de pozos descubiertos y por

haber mejorado los procesos, hasta convertirse en una refinería.

Page 189: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Hoy puede observarse, al continuar sobre la ruta 22, una ciudad

pegada casi a la “calle pueblo”, llamada Plaza Huincul, que se

formó progresivamente para ubicar a los empleados y obreros

de YPF, que deseaban construir su casa propia, en los años 40.

188

Esta ciudad, que por importancia ocupa hoy el segundo lugar

con la provincia de Neuquen, se llama Cutralcó . En los años

40, las tierras eran nacionales y pertenecían a lo que se conocía

como Territorios. Aquellos terrenos donde YPF desarrollaba su

actividad, eran gobernados “prácticamente” por los gerentes de

los Yacimientos, a pesar que este territorio tenía un gobierno

nacional. En estos lugares no se podían construir edificios

particulares, por este motivo nace Cutralcó, que se levantó

sobre los territorios donde no ejercía influencia YPF.

Muchas anécdotas se pueden contar, que ocurrieron en el

tiempo que allí trabajamos (Casi un año). Sin embargo, sólo

deseo contar algo ocurrido en el cine, como un relato más de

este libro.

Dentro de los pocos esparcimientos que existían en Plaza

Huincul, se encontraba una sala de cine, que se habilitaba los

sábados a la noche en el cerro, el cual tenía una sola máquina

de proyección, por lo que tenía que parar la película por cada

rollo que se cambiaba. Esto la hacía única, si uno recordaba las

salas de La Plata. Todos los sábados, cerca de las doce horas se

oía el murmullo de los espectadores, que al terminar el cine

bajaban el cerro para ir a sus casas; de manera que este

fenómeno nos anunciaba a nosotros, que vivíamos en una

casilla casi al pie del cerro, el fin de las películas.

No íbamos seguido al cine, pues las películas eran viejas y ya

las habíamos visto. Sin embargo una noche que daban “Canal

de Suez”, nos pareció interesante y concurrimos; sobre todo

porque el que manejaba el proyector era un empleado francés

que trabajaba con nosotros y nos recomendaba las películas

buenas.

El que haya visto esta película recordará la tragedia que sufrió

el obrador del Ingeniero Lesseps, quien construyó el canal,

provocado por uno de los terribles huracanes llamado Monzón.

Page 190: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En la zona de Plaza Huincul los vientos huracanados son

comunes, aún ahora, y de tal velocidad, que con seguridad se

aproxima a un Monzón.

189

Pues bien, al salir esa noche del cine, azotaba al cerro un

verdadero huracán, que la realidad sobrepasaba a la ficción de

lo que habíamos visto en el cine. La arena nos golpeaba la cara

provocándonos dolor y no nos permitía respirar normalmente,

al mismo tiempo nos desequilibraba, que si no fuera por las

casas, a las cuales íbamos pegados para aprovechar la zona de

capa límite, nos hubiese arrastrado, rodando hasta nuestra pieza.

Nunca nos habíamos encontrado en una situación tan peligrosa

y difícil de sortear. Recuerdo que al abandonar el refugio de

una construcción, debíamos esperar una calma del viento para

correr hasta la próxima construcción para conseguir protección.

De esa manera llegamos a nuestra casa, donde al abrir la puerta,

encontramos que todo era arena; así comprendimos más lo que

ocurrió en la película.

Como dije anteriormente, era fácil saber cuando terminaba una

sesión de película, por el murmullo que parecía caminar entre

las casas de la colonia, cuando se aproximaban los que habían

asistido a ver una película. Este hecho nos sugirió una idea para

divertirnos un sábado.

Los solteros vivíamos en tres grupos de construcciones de

chapa de cinc, forrados con madera en su interior. Dos de ellas

estaban en una línea y la tercera formaba una L, nosotros

vivíamos en el centro de las que estaban en línea, y la pieza

daba directamente al cerro, en cambio, las otras construcciones

tenían protegidas sus salidas con una galería.

Volviendo al sábado, se nos ocurrió divertirnos a costa de los

que asistieran al cine esa noche. Para esto nos proveímos de

muchas piedras, que por otro lado era fácil encontrar, ya que

estábamos al lado de un cerro. Dichas piedras las amontonamos

dentro de la pieza, al lado de la puerta.

Page 191: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

A la hora del cine vimos como varios empleados de la

construcción que estaba a nuestra izquierda, junto con los de la

construcción que hacía una L, se preparaban para ir al

cinematógrafo; no había ninguna duda de que así lo harían y

que así también regresarían juntos.

190

No hay que olvidar lo dicho anteriormente y además para todo

aquel que ha vivido en las sierras, sabe que las voces se

amplifican y se oyen desde lejos.

Permanecimos en nuestra pieza hasta la hora de salida del cine;

luego apagamos las luces y esperamos hasta que llegaran a sus

casas el grupo que fue al cine. Una vez que escuchamos los

saludos que se intercambiaba el grupo de la izquierda con el de

la L y que se golpearon las puertas, lo que nos aseguró que

todos habían entrado; abrimos nuestra puerta y arrojamos las

piedras a la izquierda y a la derecha. Cada vez que una de ellas

golpeaba en la chapa, era como una explosión. Luego volvimos

a la pieza y cerramos cuidadosamente la puerta. ¿Qué ocurrió?

El grupo de la izquierda salió simultáneamente con el grupo de

la derecha y ambos expresaron: - ¡Basta muchachos! Que

tenemos que dormir-. Ni bien volvieron a cerrar sus puertas,

volvimos a actuar nosotros, sin hacer ruido. De nuevo volvieron

a salir los dos grupos, pero ya enojados decían: - ¡Basta con la

broma, eh!-. Sin embargo, al volverse hacer el silencio,

volvimos a actuar nosotros y con toda rapidez nos escondimos

en nuestra pieza.

Luego ocurrió lo que buscábamos. Los insultos salieron a

relucir y casi hubo una pelea, pero alguien que pensó más, se

imaginó que la broma partía de otro lado; es decir, del grupo de

la habitación del centro. Así fue como el conjunto de las dos

barracas empezaron con los insultos y amenazas, invitando a

los graciosos que salieran.

Esto duró varios minutos y nosotros muy callados, no nos

dimos por enterados; aún cuando nos costaba retener la risa.

Siempre sospecharon de nosotros, pero nada pudieron hacer

porque no estaban seguros..

Page 192: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

De esta manera nos entreteníamos en Plaza Huincul.

191

Y6B

l aproximarse el año 2000, todos habíamos tomado a este

año como un hito, que alcanzado el mismo nuestra vida

iba a cambiar. Esto es común en el hombre, que siempre fija un

lugar en el tiempo o en el espacio, como meta inicial para

cambiar su vida y por eso a través de ese límite sueña muchas

cosas, que si no las cumple o no ocurren no importa; él

consiguió vivir con una esperanza que tenía un lugar

determinado, el fin era llegar a éste.

A veces lo que se pronosticaba no eran buenos sucesos; no

obstante lo mismo se esperaban y uno se preparaba para ello.

Por eso no sorprendió que al aproximarse el año 2000, y como

se quiera, el inicio de un nuevo siglo, muchos señalaron hechos

que iban a ocurrir y entre ellos figuró uno que tuvo un alcance

mundial, el cual iba a ocurrir en las redes de computación. Las

razones eran muchas, y no quiero aquí destacar, sino

recordarles, que todos los que de alguna manera manejaban

esos equipos que controlaban nuestras vidas empezamos a

preocuparnos, y no sólo eso, sino a prepararnos para poder

pasar el año 2000 sin mayores inconvenientes. Mucho dinero se

dispuso para el estudio con indicaciones de hechos y

recomendaciones, para que “el nuevo siglo” no perturbara la

dirección y manejo de tantas industrias, centros económicos y

tendencias ya estudiadas, que pondrían en peligro la buena

marcha de las relaciones internacionales.

Así nacieron las siglas tan conocidas como Y2K, que

encerraban este problema. Mucho se habló sobre cómo estar

preparado para el Y2K y los posibles caminos que debían

seguirse para poder anular y amortiguar los efectos del

fenómeno Y2K. Sin embargo, no es mi propósito aquí hablarles

de este fenómeno, sino de otro muchísimo más serio y

A

Page 193: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

peligroso, que podemos llamarlo Y6B; que si bien tiene su

origen desde que el hombre es hombre, este último muchos lo

han considerado como un verdadero peligro y piensan que el

tiempo y los fenómenos naturales se encargarán de él.

192

Por eso muchas personas se han preocupado en destacarlo,

desde Malthus, Coontz, hasta otros como Asimov, Sagan, el

Club de Roma, etc.; el peligro que para la humanidad significa

el aumento discriminado de la Población Mundial.

Todos los procesos acumulativos muy pronto sufren

aceleraciones; la población es uno de ellos, y no sólo por su

estado intrínseco, propio del mismo, sino que al desarrollarse ha

creado condiciones especiales, que aparecieron a medida que el

hombre pasó por las eras de la agricultura, de la

industrialización, y hoy de la comunicación; fue provocando

alteraciones del fenómeno acelerativo.

Ya en un artículo de Isaac Asimov en el año 1969, en que se

calculaba la población mundial en 3000 millones de habitantes;

predecía para el año 2000, que ya existiría hambruna en algunas

regiones como la India e Indonesia.

Mi propósito al tratar este tema es de advertir al hombre, que

“ya” es necesario tratar este tema y formular planes para futuras

soluciones. No es mi intención entrar en discusiones de como se

planteará este tema con el correr de los años, esto ya lo han

hecho muchos, con más antecedentes que lo que yo poseo; sin

embargo, a pesar de las reuniones internacionales, como la

última que tuvo lugar en la ciudad El Cairo, en Septiembre de

1994; sólo se trató este tema por arriba y toda la discusión se

distrajo en el tema del aborto.

En Octubre del año 1999, nació el niño que llevó a la población

mundial al fantástico número de 6000 millones, y este número

se compensa con el que dio Asimov en 1969.

La población se duplicó en 30 años (1999 – 1969); por esta

razón el problema del que les he prometido hablar aquí lo he

llamado Y6B (Pues los norteamericanos llaman un billón a

Page 194: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

1000 millones, y además Y representa «years», que significa

años en inglés) de manera que la población en el año 2000 se le

puede considerar con 6 billones de años.

193

Lo grave no es que la población en 30 años se haya duplicado,

sino que ese período de duplicación, a medida que transcurre el

tiempo, es cada vez menor. Podemos garantizar esto,

recordando que el aumento poblacional es una función

potencial.

Todos recuerdan aquel cuento del Rey Persa que recibió una

propuesta de uno de sus súbditos, de cambiarle un tablero de

ajedrez muy valioso, si solamente el Rey le pagaba con granos

de arroz, colocando un grano de arroz en el primer cuadrado del

tablero, dos en el segundo, cuatro en el tercero, y así duplicando

la cantidad hasta llegar al cuadro 64, que es el último.

Con gran sorpresa del rey, que en principio había aceptado,

enseguida comprobó que rápidamente se iba quedando sin su

stock de arroz. Así ocurre en todos los fenómenos que siguen

una ley exponencial; primero adquieren valores pequeños para

llegar luego a cifras inconmensurables.

No trataré aquí dar una clase de funciones potenciales, pero

debo dar alguna idea para que se comprenda el fenómeno que

tratamos de exponer. Todos entendemos que el hombre nace y

muere, por lo tanto existirá una tasa de crecimiento y de

muerte; según sean estas tasas la población crecerá o disminuirá

con el tiempo.

A pesar de los cataclismos, enfermedades y guerras, esta tasa de

crecimiento siempre ha sido positiva, puesto que la ciencia y los

descubrimientos siempre han sobrepasado los inconvenientes

sobre la duración de la vida y así seguirá ocurriendo.

Esta tasa no sólo es positiva, sino que ha ido aumentando y hoy

por hoy podemos considerarla en δ = 0,2 %, y con un poco de

buena voluntad, también constante.

Page 195: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

De ser así, la población actual si es p, la población al cabo de t

(años) se puede expresar con P, resultando así:

1) P = p ( 1 + δ )t

194

Si quisiéramos calcular el tiempo necesario para que la

población se duplique, tendría:

2) P = 2p

Igualando (1) con (2) puedo calcular el tiempo (t) que necesita

una población para duplicarse, resultando:

t = ___lg 2___

lg (1+δ %)

Pero para que el lector no se complique, podemos usar una

fórmula aproximada y muy sencilla. Basta dividir por la tasa el

número 70, de manera que:

t = 70 = 70 = 35 años

δ 2

35 años sería el tiempo que debe transcurrir para que la

población se duplique, siempre y cuando δ permaneciera

constante.

Supongamos que δ se mantiene en 2% durante 100 años ¿Qué

ocurriría?

Año Población (En Millones)

2000 6000 M

2035 12000 M

2070 24000 M

2105 50000 M

Esto significa que en sólo un siglo más hemos llegado a 50 000

millones de personas en la tierra. Hemos partido de un dato del

100 Años (1 Siglo)

Page 196: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

12 de Octubre de 1999, dado por el FNUAP (Fondo de las

Naciones Unidas para la Población).

195

Frente a esta realidad de 50 000 millones de personas en el

próximo siglo, el hombre debería poner fin a las guerras,

establecer la paz mundial e inducir a la ciencia a utilizar abonos

con inteligencia, usar con eficacia los océanos como fuente de

alimento, agua dulce y minerales; desarrollar la energía de

fusión, aprovechar la energía solar...; esto sería utopía, como lo

es los que piensan emigrar de la tierra a otros planetas del

universo en los próximos 100 años.

Debemos disminuir ya la tasa de crecimiento, y no esperar 100

años; como dice el premio Nobel, Dr. Henry Kendall del MIT:

“... Si no estabilizamos a la población con justicia, con

humanidad y con compasión, entonces la NATURALEZA lo

hará por nosotros y lo hará brutalmente y sin piedad alguna ...”.

Este fenómeno del aumento exponencial de la población

mundial es muy viejo, se puede decir que nace cuando las

aurigas de los hicsos conquistaron Egipto, cruzando el desierto

de Sinaí en los años 1500 A.C, sin embargo hay muchos que no

lo admiten.

En el día 15 de Septiembre de 1999, hablé en una charla del

Rotary de Tolosa, al que pertenezco, sobre el peligro del Y6B;

todos me aplaudieron, pero al terminar la conferencia, sus

comentarios parecían de personas que pertenecían a otra

galaxia.

Page 197: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

196

TURISMO VIRTUAL

stamos acostumbrados a realizar turismo en la playa, en la

montaña o en el campo, es decir, variando el espacio entre

el lugar habitual de residencia a otro transitorio, que suponemos

más atractivo, ya que en esos lugares damos rienda suelta a

nuestro libre albedrío, rompiendo así la rutina diaria, y de

alguna manera ponernos, o así lo creemos, un fin a nuestra vida

anterior.

De esta manera nos convencemos que de ahí en adelante

podemos prepararnos, al sentirnos con nuevas disposiciones, a

caminar por nuevos rumbos y lograr lo que antes no habíamos

logrado, pero que sí habíamos soñado. La experiencia nos dice

que pocos son los que consiguen desde ese nuevo punto de

partida modificar su vida, y así volvemos con una nueva

esperanza perdida.

¿Pero qué ocurriría si en lugar de viajar por el espacio, lo

hiciéramos en el tiempo? Ya las cosas no serían tan sencillas

como ir a una agencia de viajes y solicitar un tour. Debemos

primero tener una idea más o menos clara de cómo nos subimos

a un ente que continuamente está pasando a nuestro lado a

velocidad desconocida y de dirección discutida, a pesar de las

tan conocidas “flechas del tiempo”, del astrónomo inglés Arthur

Eddington, y sobre todo si tenemos en cuenta lo que ya en el

siglo V nos decía San Agustín:

“...¿Qué es el tiempo?

Si nadie me lo pregunta lo sé,

pero si trato de explicárselo

a quien me pregunta, no lo sé...”

E

Page 198: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Hacer turismo viajando en el tiempo requiere del viajero

inteligencia e imaginación, si no cuenta con ese capital, no

podrá ni siquiera intentarlo. En principio diremos que sólo tiene

dos destinos para elegir: el pasado o el futuro. Por supuesto que

no soy el primero en pensar en esta idea.

197

Desde que el hombre existe soñó con volver al pasado o

ingresar al futuro desconocido que le proporciona su

imaginación, y lo sustenta las proyecciones de la física

moderna.

¿Quién no ha soñado con volver al pasado para ser más joven,

enmendar hechos o transformarlos para tener un presente

mejor? O bien incursionar en la fantasía de visitar mundos

mejores en el espacio misterioso, entre nebulosas galaxias y

agujeros negros.

Desde que el escritor norteamericano Hugo G. Wells creó en su

imaginación “La Máquina del Tiempo” y los innumerables

libros sobre la llamada “Ciencia Ficción”, existe tal juego de

mundos sociales donde se desarrollan hechos que necesitan una

mente abierta a todo concepto que la ciencia y la tecnología van

creando a medida que la flecha del tiempo sigue su camino.

No es fácil ser un turista virtual, sin embargo es bueno

intentarlo. Imagine estar sentado en un cómodo sillón en un

living, descansando y predispuesto para iniciar un viaje en el

tiempo, por ejemplo: ver un hecho que ocurrió en una ciudad

dos meses atrás y que la noticia del mismo ha llegado a sus

manos a través de un chasqui montado a caballo.

Para usted, en el momento que abre la carta, en la cual se relata

lo ocurrido meses atrás, es como si retrocediera en el pasado

para situarse en el lugar del hecho.

Aquí usted se ayuda para realizar este viaje al pasado,

apoyándose en la noticia recibida y en la velocidad del

transporte de la misma. De esta manera puede ver el pasado

cómodamente sentado en su living, sin utilizar ninguna

máquina del tiempo. Claro, que aquí usted introduce un

Page 199: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

concepto nuevo en el viaje a través del tiempo, comunicación y

velocidad de transmisión. Es posible que alguien le diga que no

es así y le ponga como ejemplo los “E-mail” que utilizan como

chasqui a una onda electrónica que viaja a la velocidad de la

luz.

198

Pero esto se suplanta pensando en lugares remotos, tales que la

velocidad de emisión no sea determinante. Por ejemplo: si en

un momento dado se apagara la luz que emite el sol, los

terrestres seguirían percibiendo su luz durante 8 minutos, esto

es así por la distancia que tiene el sol con respecto a la tierra,

aproximadamente 144 millones de kilómetros.

Razonando de esta manera, nosotros podemos ver el pasado de

acontecimiento que en el universo hayan ocurrido cientos ó

millones de años luz (Un año luz equivale al espacio recorrido

por la luz en un año, 10 billones de kilómetros). Es así como

muchas de las estrellas que vemos en el cielo ya no existen, han

colapsado.

Utilizando esta manera de razonar y con mucha imaginación,

podemos viajar en el pasado. El físico, premio Nobel Paul

Davies, escribió un interesante artículo: “Plan de Evasión”,

donde desarrolla este tema con mayor peso que mi opinión en

los viajes en el tiempo, sin recurrir a la teoría especial de la

relatividad, que por otro lado no es mi propósito aquí hablar de

la naturaleza del tiempo, si éste es elástico o no, la idea es hacer

un ejercicio de imaginación.

Si quisiéramos ahora viajar en el futuro sin dejar el cómodo

sillón del living, deberíamos poner un límite al alcance de

nuestro viaje. Por ejemplo: si este límite fuese hasta el fin de la

existencia del hombre en La Tierra, tendríamos que jugar con el

porvenir de La Tierra, imaginarnos la destrucción gradual del

planeta, provocado por la pobreza, la desocupación, la

drogadicción, el aumento exponencial de la población, etc., es

decir, los jinetes del Apocalipsis y nos bastaría con leer la

literatura futuróloga.

Page 200: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Pero si usted es optimista puede suponer que nada de lo anterior

ocurrirá, y la evolución progresiva de las ciencias y tecnología,

le permitirá al hombre a medida que uno se introduce en el

tiempo del futuro, ver que han conseguido, no sólo mejorar las

condiciones de vida en el planeta, sino que el sistema solar ha

sido conquistado y habitado.

199

Si pensáramos ir más lejos en el tiempo, todavía podemos

incursionar en la vasta literatura de ciencia ficción y visitar

algunas galaxias cercanas, siempre con la disposición de una

imaginación abierta y presta a aceptar situaciones no previstas,

ni por aquellos soñadores más persistentes.

Por otro lado no hay duda de que el futuro para el hombre

depende de su historia pasada, pues si bien hoy estamos en el

presente, esto significa el futuro anterior y ¿Qué habría ocurrido

en este momento, si ayer ,por ejemplo, hubiese iniciado una

guerra atómica? De la misma manera ahora podemos influir en

el futuro con las acciones a largo plazo que podemos tomar.

Entonces con una buena imaginación estaríamos viajando en el

futuro, a pesar de que éste no está escrito.

Así el señor que está soñando en su sillón, se despierta, y con

sus 89 años, quiere ir al baño y en ese acto se da cuenta que su

artritis le impide dar un paso, su sueño del turismo virtual se ha

desvanecido...

Page 201: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

200

LA LUZ MALA

n las primeras épocas del hombre, en que lucha contra el

medio que vivía para poder sobrevivir, se dio cuenta que

debía de alguna manera encontrar respuestas a tantos

interrogatorios que le planteaba el exterior de su yo, para

adaptarse a esos fenómenos y poder seguir adelante.

La naturaleza le había provisto de los medios que le permitían

establecer una comunicación con el exterior y el uso continuo e

intenso de los mismos le permitió dibujar un entorno que le

mostrara los peligros y las acciones para eludirlos. De esta

manera, lo que fue para ellos un misterio y fenómenos que no

comprendían, ni podían modificar, los aceptaron y al mismo

tiempo fueron creando una filosofía (A lo largo de muchos

siglos) para interpretarlos y adecuarlos a la vida que llevaron y

como tal actuaron.

La curiosidad de los hechos repetitivos y el interés de

explicarlos dio origen, primero a las imágenes de todo tipo, que

sólo la ignorancia y el miedo a lo desconocido pudo llevarlos.

Pero el tiempo transcurrió y con ello se desarrolló la curiosidad

minuciosa que en conjunto con el estudio persistente de los

fenómenos que a diario ocurrían a su alrededor, les permitió ir

atando cabos y desarrollar primitivas teorías que confirmaban

su anhelo de explicar todo.

Cuando estas teorías eran convalidadas por la experiencia se

aceptaban como leyes, y lo demás que no comprendían seguía

perteneciendo al basto conjunto de su ignorancia. Este campo

era muy extenso y por lo tanto permitía justificar los

E

Page 202: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

fenómenos, creando mitos y leyendas que a lo largo de los

siglos, transmitidas de boca en boca sufrían deformaciones

diversas. Así aparecían los demonios, las brujas, los aparecidos,

diferentes religiones y los dones especiales que algunos se

atribuían, logrando crear a su alrededor un conjunto de

seguidores de sus doctrinas.

201

Si bien es cierto que hoy el hombre ha llegado a explicarse

muchos de los misterios que le muestra el universo en que vive,

al haber logrado con el tiempo y la tenacidad que le ha

permitido crear las ciencias, y con ellas llegar a conclusiones

que puede verificar con el auxilio de nuevas tecnologías, que él

mismo ha creado, todo, todavía le queda un largo camino para

que pueda ser explicado, no sólo por qué él está aquí, sino por

los fenómenos que lo rodean.

También debemos reconocer que fuera del campo de ciencias

existen creencias, algunas muy antiguas que explican como es

el camino que falta recorrer. Algunas de esas teorías basadas en

mitologías y hechos antiguos de los cuales muchas sociedades

no han podido desprenderse, no debemos descartarlas, pues es

otra manera que el hombre ha enfocado a los sucesos ignorados.

Es muy posible que algo de verdad tengan, ya que para muchos

estudiosos y científicos tienen importancia y no dejan de

tenerlos en cuenta; y sólo los dejarán a un lado cuando la

ciencia los descubra y comprenda. Así podemos entender

aquellos hechos misteriosos que se han desentrañado en

muchos casos (Sin comprenderlo), pero la verdad presente nos

señala; me refiero por ejemplo: al Rastreador de Sarmiento o

algunos hechos relatados por el científico Carl Sagan, donde

nos dice: ...“El que busca una huella (rastreador), emplea una

minuciosidad de observación y una precisión, acompañada con

el razonamiento inductivo y deductivo”...

Para finalizar esta seudo-disquisición de lo desconocido, y que

sólo tiene explicación en la ignorancia que vivimos, relataré

algo que mi padre solía contarme, de lo fácil que es crear

misterios como consecuencia de hechos verdaderos.

Page 203: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Cuando mi padre era joven vivía en los campos de San Luis, se

ganaba la vida como abastecedor de carne para el mercado de la

ciudad. En una oportunidad estando en casa de mi abuela, ésta

se descompuso, pues estaba de parto y era necesario buscar una

“comadrona”, que vivía a tres leguas entre las sierras, para que

la asistiera.

202

Era de noche y tarde, pero mi padre no dudó en ensillar su

caballo y partió al galope a través de la serranía, en esa noche

sin luna y sólo bajo la luz de las estrellas.

Cuando iba en camino empezó a recordar los cuentos de fogón,

comunes en esa época, de aparecidos como la viuda negra, la

luz mala etc. Cuál no sería su sorpresa que al poco de andar y

habiéndose introducido en un cañadón, sitio que los gauchos

señalaban como lugar embrujado, vio sobre una ladera cercana

una gran luz intermitente que se asemejaba a una esfera de un

diámetro aproximado a un metro. De inmediato pensó: “esa

debe ser la luz mala” de que tanto hablan los paisanos.

Debemos pensar que en ese tiempo, a fines del siglo XIX, no

existía la iluminación eléctrica ni la de gas en esas regiones, por

lo tanto el fenómeno parecía pertenecer a algo sobrenatural.

Ya muy próximo al lugar desde provenía la luz intermitente,

pudo comprobar que el “fenómeno” no era otra cosa que un

enorme “cardo ruso” seco, iluminado por un “bicho de luz”, es

decir, una luciérnaga. La estructura esferoidal del cardo y su

color amarillo representaba múltiples reflejos que a lo lejos se

observaba como un poderoso reflector de luz, que se prendía y

apagaba.

Este fenómeno tuvo una explicación lógica, que de no haber

sido por la curiosidad de mi padre, hubieses sido una

confirmación de que en ese lugar apareció una luz mala.

En el ejemplo anterior hemos podido encontrar una explicación

natural a un fenómeno, que a primera vista pertenecía a lo

desconocido, pero en otros casos (Ver Casos Místicos) no

existe explicación alguna; nos quedamos sorprendidos y sólo

Page 204: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

atinamos a justificarlo como uno de los tantos fenómenos

sobrenaturales que todavía ignoramos.

203

LA CAZA, UN DEPORTE

ara hablar de mi participación activa en el deporte de la

caza, debo pensar en Hucal, pues la estadía en Villa iris

(Pueblo donde nací) sólo me permitió ser acompañante de mi

padre en sus cacerías dada mi edad. Sin embargo, es bueno

recordar los momentos que pasé con él durante los encuentros

de cacería que transcurrimos juntos. Mis recuerdos me ven en la

parte trasera de un camión “Internacional” donde mi padre, con

varios cazadores más, nos desplazábamos por los campos

cercanos al pueblo, cuando de pronto en lo alto del cielo se ve

volar un águila. De inmediato todos querían tirar, pero mi padre

que poseía un rifle Remington de mayor alcance, apuntó y de

un solo tiro dio por tierra al águila pampeana. Es interesante

recordar la puntería de mi padre. El nunca erraba el “primer

tiro”, era una condición „sine qua non‟ de la cual se

enorgullecía.

Continuando penetrando en el pasado de los recuerdos, también

salíamos a cazar en un sulky, en el que generalmente iba solo

con él, y cuando éste veía un campo con rastrojo, lugar de las

martinetas, detenía el vehículo, que dejaba a mi cargo y bajaba

a cazarlas. Luego que lograba sus presas me llamaba, para que

yo manejando el sulky, me aproximara al lugar que él había

alcanzado al ir en pos de las aves. Así ocurrió que la primera

vez que tuve que manejar el sulky y dar una vuelta, no sabía

como hacerlo, pero siguiendo las indicaciones que a los gritos

me indicaba mi padre, logré lo propuesto sintiéndome

orgulloso, por haber manejado el sulky sin ninguna ayuda; así

fue como se lo conté luego a mi madre al regresar a las casas.

P

Page 205: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Algunos domingos la cacería era “familiar” y organizada, pues

ocupaba todo el día, y en ella participaba no sólo mi madre,

sino también la tía maestra Eduarda de la cual he hablado en

otros relatos. En estos casos era necesario llevar las vituallas

necesarias para pasar un día de campo. Generalmente íbamos a

una laguna que estaba en el límite con La Pampa, pues allí

además de las especies terrestres que existían para la caza,

frecuentaban patos y otras aves acuáticas.

204

En estas circunstancias no olvidábamos llevar la trampera para

cazar “cardenales amarillos”, un pájaro muy cantor y bonito

con un copete que lo distinguía desde lejos.

Cuando llegábamos a la orilla de la laguna buscábamos un

grupo de árboles para asegurarnos la sombra, donde mi madre y

tía ubicaban todo lo que habían llevado para pasar un buen día

en el campo: el asado, el mate..., y se dedicaban a la tarea de

acondicionar el lugar para mayor comodidad.

Mientras tanto mi padre y yo nos ocupábamos del sulky y del

caballo, que una vez que tenía colocada su “manera” pastaba en

un lugar cercano. Claro está que mi padre no olvidaba colocar

en otro montecito, lo suficientemente alejado de nuestro

campamento, la trampera para la captura de los cardenales. En

una de esas oportunidades en que visitamos la laguna, mi padre

cazó un joven ñandú, que comúnmente llamábamos avestruz,

del cual él aprovechaba la plumas largas para uso casero y para

comer sólo elegía los aletones y la parte del cuello que llamaba

“picana”, si mal no recuerdo.

Para hablar, ya no como acompañante, sino como participante

en el deporte de caza, debemos trasladarnos al pueblo

ferroviario de Hucal. Pero antes quisiera hacer una reseña sobre

la caza desde los tiempos remotos.

Creo que la caza se inicia cuando el hombre se incorpora y

camina, liberando sus brazos. De esto han transcurrido miles de

años, es entonces cuando recoge una rama para defenderse y al

atacar comprueba que puede conseguir más fácilmente su

comida, con sólo utilizar el mismo palo como arma; más

adelante aprenderá a construir un armas más poderosas como lo

Page 206: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

fueron: el hacha de silex, la lanza, el garrote, el arco, las

flechas, etc.

Dos millones de años antes de Cristo, el “homo habilis” había

comenzado a cazar pequeños animales y de esta manera dejó de

ser recolector de plantas y carroñero de animales muertos que

habían sido presa de los grandes carnívoros, para utilizar luego,

a 15 000 años A.C, al perro como auxiliar de caza.

205

Desde el comienzo se establecen los roles entre el hombre y la

mujer, ella era la recolectora de fruta y pequeños animales, en

cambio, el rol del hombre fue la caza mayor.

Puede decirse de una manera general que en cada niño late el

espíritu de un cazador. No importa el clima, el hombre caza

cuando llueve, cuando nieva, no importa, basta caminar tras su

presa; la persecución y el deseo, junto con las dificultades que

debe vencer; lo importante es disfrutar de la naturaleza, sentirse

libre en el lugar que sea: el bosque, el desierto, la montaña

sombría, los pantanos silenciosos, etc, y así alejarse por un

tiempo de las áreas de hormigón, donde la sociedad moderna lo

obliga a vivir.

En mis inicios empecé a cazar con honda, la cual fabricábamos

con una horqueta de alambre y tiras de goma que cortábamos de

las cubiertas viejas de los automóviles. También usaba la

“honda gallega” que consistía en un trozo de cuero con dos

agujeros, donde se ataban dos hilos de aproximadamente un

metro, lo suficientemente gruesos para que no se cortaran. En el

cuero (Rectángulo de 6x15 cm) se colocaba el proyectil, que era

una piedra. La caza con honda, ya sea de horqueta o gallega, se

usaba para cazar palomas o perdices, pero para ello había que

tener buena puntería, cosa que no ocurría en mi caso.

En cuanto al uso de la honda gallega, poco la usé, pues había

que ser muy diestro, caso contrario podía tener problemas,

como me ocurrió una vez en el patio de mi casa, que para

probarla sólo conseguí casi romperle una pierna a una chica que

ayudaba a mi madre en sus tareas hogareñas. La honda gallega

es muy peligrosa por la velocidad que toma la piedra al ser

Page 207: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

impulsada por la fuerza centrífuga, cuando ésta se revolea para

lograr la caza.

En realidad tuve el bautismo de fuego cuando al cumplir los 12

años, mi padre me regaló un rifle belga calibre 9 que cargaba

cartuchos o balines, y que utilicé para cazar palomas monteras,

algunas martinetas y perdices, que solía llevar a la casa para

disgusto de la chica que debía pelarlas y prepararlas para la

comida.

206

Mi padre me enseñó a cazar la perdiz de vuelo corto. Una vez

que se topaba con ellas, iniciaban su vuelo y uno debía prestar

atención donde aterrizaban y no dejar de mirar ese punto

(previamente lo asociaba con algún accidente del terreno) e

iniciar un acercamiento muy despacio, tratando de aproximarse

a la pieza en forma de espiral, hasta que alcanzara a verla

echada y a distancia suficiente para el alcance de mi rifle.

Desde el momento que el cazador ve a su pieza, los ojos del

mismo con los de la perdiz, eran virtualmente los puntos

extremos de una recta que rotaba alrededor de ella, hasta el

momento del fogonazo.

Los cazadores profesionales generalmente cazan la perdiz con

perros, estos originan el levantamiento del vuelo del ave y la

caza se llama “tirar al vuelo”, pero eso se hace con escopeta o

rifle 12, no calibre 9 como el mío. Muchos años después con un

rifle 22 me gustaba cazar patos al vuelo, y en este caso era mi

señora quien protestaba por pelarlos. En esa época cazaba con

calibre 22, pues era más deportivo que utilizar una escopeta a

munición.

Antes de terminar con estos recuerdos de caza, debo advertir el

cuidado que su manejo exige si no se quiere tener un disgusto

que pueda ser tremendo si cuesta una vida. Tuve la fortuna de

tener un instructor como mi padre, sus recomendaciones eran

muchas sobre el buen uso de un arma, que jamás debía ser

usada si no era como deporte. A pesar de esas recomendaciones

tuve mi primer inconveniente al poco tiempo de tener el rifle.

Un día salimos de caza con mis amigos inseparables, los

hermanos Lulo y Chiquito, sobre ellos me he referido en otro

Page 208: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

momento con más extensión; pero ahora sólo les contaré un

episodio que se relaciona con el uso de las armas, mejor dicho:

con el mal uso. Lulo llevaba una escopeta 16 y Chiquito un rifle

12, yo tenía mi rifle 9. En el campo donde nos encontrábamos

había muchas perdices y martinetas; íbamos los tres juntos,

pero caminando en abanico, en el momento que salió entre el

pajonal una martineta; como estas corren antes de volar, pues

son pesadas, hay tiempo para apuntar y hacer un buen tiro.

207

Era costumbre que en esta situación el que disparaba primero

era el quien tenía el arma de menor calibre, que en este caso era

yo. Así ocurrió, pero con tan mala suerte que le erré y perdimos

la pieza; Lulo me reprochó mi mala puntería, de inmediato le

contesté como había apuntado y tirado, pues exclamé: -¡Yo hice

así!-, y cuál no sería la sorpresa de todos cuando mi rifle

disparó de nuevo. Seguro que el lector estará pensando que mi

arma era de doble caño, pues no, era de uno solo. Por suerte

ninguno salió herido, pero el susto fue grande, Lo que había

ocurrido era, que instintivamente yo había cargado de nuevo el

rifle sin darme cuenta.

Esto confirma el dicho tan popular: “que las armas las carga el

diablo”. Ese accidente no sólo le dio razón a los consejos de mi

padre, sino que desde ese entonces tengo un gran respeto por

las armas de fuego.

Lo que estamos contando ocurría en los años 30, hoy estamos

en el 2008, es decir, hemos ingresado en un nuevo siglo, el

XXI; desde esa época la ciencia y tecnología ha tenido un

desarrollo extraordinario y por lo tanto era de esperar que las

armas también fueran perfeccionadas. Desgraciadamente esto

no sólo ocurrió para las armas deportistas, sino para las que se

utilizaban en la guerra y dentro del campo de la delincuencia.

En este último aspecto, la sociedad se “ha armado” y las armas

ya no son exclusivas de los cazadores, ni de las fuerzas de

seguridad, ahora las poseen los delincuentes de cualquier edad;

y no las usan sólo para amedrentar a las víctimas, sino que

llegan hasta a matarlas.

Page 209: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Algunos ciudadanos se han armado para la defensa personal,

pero lo que ellos no han pensado que frente a una situación de

peligro, deberán matar si quieren seguir viviendo, y en un

instante, de víctima, se pueden convertir en asesinos.

Lo aconsejable es no tener armas en su casa, existen otros

medios que se pueden utilizar sin infringir las leyes, y

permanecer con la conciencia tranquila.

208

MIS ESTUDIOS SECUNDARIOS

abiendo fallecido mi madre, en Hucal sólo quedó mi

padre, que me pidió que no fuera en las vacaciones de ese

año, pero en cambio me prometió venir a buscarme para ir a

San Luis y visitar a mi abuela en la “Ensenada del Carmen”, los

campos de mis abuelos maternos. Al no volver a Hucal, mi

futuro quedó sin rumbo, pues siempre había pensado volver allí

y seguir estudiando telegrafía para entrar en el ferrocarril, como

hacían todos los hijos de los ferroviarios (Todavía recuerdo

algo del alfabeto Morse), y de esa manera vivir junto a mis

padres. Tal como se presentaban las cosas, mi tío Javier

propuso ayudarme y me invitó a vivir con él, de esa manera

podía seguir estudiando. Como había terminado los estudios

primarios tenía que pensar qué camino debía seguir en el campo

secundario. En ese entonces había sólo dos posibilidades:

estudiar bachillerato en el Colegio nacional de la Universidad o

bien en la Escuela Industrial de la nación.

En el último año del primario solía ir a la Escuela No.37 de La

Plata, situada en Diagonal 80, esquina 2, y para ello todos los

días recorría la calle 50 acompañado de algunos jóvenes que

estudiaban en el Nacional o en el Industrial; entre ellos había

uno que le gustaba mucho el fútbol y me recomendaba que

fuera al Industrial pues allí se jugaba mucho en los recreos. Así

fue cómo este consejo futbolero me llevó a decidir mi futuro,

claro está que también de alguna manera influyó el recuerdo de

la mecánica ferroviaria que desarrolló mi padre y la posibilidad

de lograr un título de técnico al terminar los estudios

secundarios, y tener así más posibilidades de trabajo que ser un

H

Page 210: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

bachiller, que si bien se preparaba para seguir una carrera

universitaria, desde el punto laboral no era un “background”

para un empleo bien rentado.

Creo oportuno aquí destacar el lugar importante que las

escuelas industriales han ocupado en la vida del país

preparando jóvenes que sirvieron de apoyo a la industria

incipiente que en ese momento se iniciaba en el país.

209

A pesar de haber sido docente en el área técnica, tanto en los

estudios secundarios como universitarios por muchos años, no

creo tener toda la información necesaria para hacer un análisis

crítico del lugar que ocuparon las escuelas industriales en el

desarrollo tecnológico de nuestro país. Sí me animo a relatar la

experiencia que logré a través de esos años, como protagonista

en esa área. Me atrevo a decir que la creación de las escuelas

industriales, como así su desarrollo en los primeros años, fue un

acierto y una necesidad.

El país necesitaba crear técnicos para servir de puente entre la

actividad obrera y la función de los ingenieros, en una industria

que ya evolucionaba con velocidad tal, que muchos apoyaban

para que el país agrícola-ganadero de ese entonces, se

transformara de un país generador de materia prima, en un

productor de elementos terminados, con tecnología agregada.

En los primeros años del 20 al 60, los técnicos egresados salían

con los conocimientos que la industria necesitaba, pero luego el

paralelismo entre la oferta y la necesidad de la demanda se

rompe, iniciándose una brecha cada vez mayor, dejando así de

ser un eslabón importante el técnico en la industria. Las causas

que motivaron este distanciamiento fueron provocadas por el

estancamiento de sus programas, la no renovación de sus

talleres y la política educacional, acentuándose por la

incorporación del uso de la computación en la programación de

las nuevas maquinarias de la industria en la informática. Hoy

las escuelas industriales prácticamente no existen y las grandes

industrias preparan su personal, o bien lo importan, lo que hace

difícil que éstas sobrevivan.

Page 211: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En la época de mi ingreso a la Escuela Industrial, existía un

riguroso examen de ingreso, por esta razón, después de mi

regreso de San Luis, con un compañero nos pusimos a estudiar

para tal fin.

El día del examen a las 8 de la mañana nos hicieron ingresar en

un aula, y luego de pasar lista se cerró la puerta con llave,

dejando dentro a los alumnos y a los profesores que presidieron

el examen.

210

Los temas del examen llegaron en sobres sellados y lacrados

del Ministerio de Educación de la Nación; se abrieron en

presencia de los aspirantes, desde ese momento nadie más

ingresó al aula.

Este método era similar al que se utilizaba en el Politécnico de

París, según me contaba años después un profesor universitario

francés, el Dr.Dedebant, un verdadero sabio que tuve la fortuna

de conocer en el Instituto de Aeronáutica. Me contó que cuando

rindió examen de ingreso al Politécnico llegó 10 minutos tarde,

pues él era de las provincias y no conocía París, eso motivó

que no llegara antes de que el aula cerrara. Por supuesto no lo

dejaron entrar, pero tanto rogó que uno de los profesores se

apiadó de él y le permitió rendir, eso sí, lo hizo sentar aislado

en el fondo de la clase. - ¿Sabe cómo me permitieron aprobar

mi examen? Porque en una de las preguntas contesté creando

un teorema propio y de esa manera no sólo mostraba que era

acreedor del ingreso, sino que además demostraba qué alumno

destacado iba a ser.

Hoy ni en las universidades argentinas se usa este método de

ingreso, y grandes movimientos de alumnos piden el ingreso

irrestricto , el resultado es el gran número de estudiantes que

abandonan antes de hacer el primer año de estudio,

perjudicándolos, pues pierden un año ó más, desilusionan a sus

padres y muchas veces el alumno fracasa en su vida, o bien

pierde años en otra carrera universitaria que podrían iniciar y

donde sus condiciones se adaptarían más que la primera a la

que ingresaron sin mostrar los conocimientos necesarios.

Page 212: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

En esa época la Escuela Industrial requería para lograr el título

de técnico, haber cursado seis años de estudios, de los cuales

los primeros cuatro años se impartían conocimientos generales

de ciencias y cultura general, y los dos últimos años la

enseñanza era especializada dentro de la carrera elegida, ya sea

Mecánica-Electricidad, Maestro Mayor de Obras o Química.

Mi preferencia fue para la carrera que otorgaba el título de

Técnico Electro-mecánico.

211

Durante los seis años que transcurrieron en mis estudios

secundarios, fui recibiendo conocimientos superiores

impartidos por profesores excelentes, no sólo en su parte

humana sino de su altura técnico-cultural, de manera que al

terminar éstos, los alumnos se retiraban llevando los últimos

conocimientos de la carrera elegida.

En el transcurso de esos años fui adquiriendo conocimientos

tales, que me permitieron a los pocos años ser el mejor alumno

de la escuela, y así fui premiado al recibirme por el Ministerio

de Educación de la Nación, con medalla y un pergamino, a lo

que se sumó una beca para estudiar Ingeniería en la

Universidad Nacional de La Plata. Estos premios fueron

entregados en un acto que tuvo lugar en el Pasaje Dardo Rocha

de la ciudad. En ese acto se entregaron también los premios

para los mejores alumnos de la Escuela Comercial, Escuela

Técnica del Hogar y Escuela Normal Nacional “Mary

O‟Graham”.

No recuerdo bien qué día fue del mes de Marzo de 1940 cuando

se realizó el acto con todas las escuelas formadas y las

autoridades presentes, entre las cuales se encontraba un nieto

del fundador de la ciudad, Dardo Rocha, que procedieron en su

momento a la entrega de los premios. Así fue como cada

alumno fue llamado e invitado a subir al estrado a recibir los

premios de manos de las autoridades.

Cada alumno luego de recibir las felicitaciones que se

acostumbraba en estos casos, por las autoridades y el aplauso de

los alumnos de todas las escuelas presentes, eran abrazados por

Page 213: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

sus familiares, que subían al estrado para tal fin, de manera que

cada uno de ellos se vio rodeado por familiares que se

congratulaban por la distinción que habían recibido. En mi caso

no ocurrió así, pues nadie había ido a la ceremonia, mis tíos

todos trabajaban y no podían asistir. Al verme solo y todos

abrazándose a mi alrededor, la profesora de matemática, señora

de Krause, subió al escenario y me felicitó dándome un fuerte

abrazo. Este gesto no lo he olvidado y en él concentro todos mis

gratos recuerdos de la Escuela Secundaria.

212

La educación en nuestro país sufre desde muchos años atrás de

una degradación progresiva, principalmente por motivos

políticos y cuando ésta se manifiesta en el ámbito de la

juventud, los resultados son terribles, pues su corrección llevan

dos o tres generaciones para recuperarse, y el país no puede

perder estos años, cuando ve al mundo que avanza con

movimiento acelerado, alejándonos cada vez más de los países

que se encuentran en pleno desarrollo científico y tecnológico.

En el estudio no caben los razonamientos ideológicos, éste

requiere trabajo y dedicación plena, si deseamos que el país

recobre sus años de firme progreso. Es necesario rápidamente

recuperar el tiempo perdido en discusiones y tentativas erradas,

cambiando ya el rumbo para pensar en un futuro firme, y para

ello son necesarios nuevos planes de estudios, desde los niños

hasta los universitarios, y un apoyo total a la investigación que

nos acerque al mundo actual.

Para cerrar este comentario de la educación en nuestro país,

creo conveniente expresar parte de las ideas que sobre este tema

nos da en uno de sus libros el brillante profesor universitario

bahiense Vicente Massot: “Hace mucho tiempo que, más allá

de las promesas electorales de uno

y otro signo, se ha dejado de privilegiar

en la Argentina la investigación.

Desatendiendo hasta límites inconcebibles

el campo del conocimiento, en lugar

ha echado raíces una cultura facilista

en donde el saber importa poco.

Las escuelas transformadas en

Page 214: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

guarderías o comedores y las

universidades convertidas en

expendedoras de títulos, transparentan

hoy – salvo casos excepcionales – una

realidad que hubiese escandalizado

a la Argentina de la primera mitad

del siglo XX.”

213

EL DESPEGUE

uando vine a la ciudad de La Plata para estudiar, fui a

parar a la casa de unos tíos que vivían en el barrio llamado

“Dique” (En realidad su nombre oficial es Dique No.1

Arenero), lugar situado al noreste de la ciudad. Este barrio en

1930 se extendía entre las calles 52 a 43 y de 122 a 130,

ocupando unas cien manzanas, edificadas por algunas casas de

material, y la mayoría por casas de chapa y madera, que en

cierta forma se asemejaban a las construcciones portuarias de

esa época. Estaba conectado por un gran canal que terminaba en

122 y 48, con un ramal importante por 129 frente al Hospital

Naval, este último servía para comunicar fluvialmente a la Base

Naval de Río Santiago con el hospital.

El Dique se comunicaba con la ciudad de La Plata a través de

las prolongaciones de la calle 50 desde la calle 1 hasta 126,

donde terminaba contra el canal ya citado que iba al hospital.

Esta calle estaba empedrada en toda su extensión, y desde la

calle 1 sus márgenes estaban formados por los terrenos del

Colegio Nacional y de la Facultad de Ciencias Físico-

Matemáticas, la Escuela Anexa y la zona de deportes de la

Universidad, por un lado, por el otro se extendía parte del

bosque de la ciudad e instalaciones del Club Hípico.

Esta calle era el verdadero cordón umbilical; por ella

transitaban los medios de locomoción (En ese entonces: carros

y algún camión Ford T) y los ciudadanos del Dique que iban a

C

Page 215: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

la capital caminando, y en ciertos momentos era una corriente

de personas hacia uno y otro lado.

La calle 50 no sólo estaba adoquinada, sino que también era

arbolada y con una vereda amplia de baldosas que realmente

invitaba a su tránsito. Por supuesto, ésta era la calle principal

del Dique y el “centro” comercial se encontraba entre las calles

122 y 126. Contaba con una estafeta de correos frente a la cual

estaba la casa de mis tíos, donde yo fui a vivir.

214

La población (Como ya dije en otro relato) de este lugar se

componía de familias obreras, empleadas en varios centros

importantes de trabajo. Uno de ellos, la fábrica de sombreros,

cuyo personal estaba formado por mujeres y hombres, era

importante no sólo en la región, sino en el país; se hacía notar

pues el horario que los operarios debían cumplir se los

recordaba con un estridente silbido que anunciaba la entrada en

dos oportunidades, con un intervalo de 15 minutos, y con uno

solo a la salida; lo que significaba para la población un

verdadero reloj despertador. También estaba la fábrica de gas

pobre, característica por sus grandes gasómetros y su

construcción de ladrillo a la vista de una arquitectura que

recordaba a las fábricas inglesas. Luego estaba el Hospital

Naval, muy importante, con varios pabellones muy bien

construidos, aislados y proyectados con la idea arquitectónica

de la época; que necesitaba no sólo personal especializado, sino

también un numeroso personal de servicio y mantenimiento, su

dirección era totalmente militar. Otra fuente importante estaba

representada por los Talleres de Puentes y Caminos de Vialidad

de la Provincia. Esta institución fue muy importante para la

época, pero al transcurrir el tiempo este centro de trabajo no

acompañó al desarrollo vial y a la nueva tecnología que

necesitaba Vialidad para su cometido, y así fue que en 1959

estos talleres se trasladaron a Tolosa.

Siguiendo con los centros de trabajo que ocupaba a la población

del Dique, pueden citarse algunos comercios que permitían a

los vecinos abastecerse de lo más necesario para la vida diaria,

pues cuando necesitaban recurrir a otras compras importantes,

Page 216: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

éstas las hacían en la ciudad de La Plata, utilizando la calle 50

para llegar a ella o tomando un tranvía que unía la Ensenada

con La Plata pasando por el Dique. Este medio de transporte era

único y los vecinos lo utilizaban poco, preferían caminar.

Recién al finalizar la década del 30, apareció un ómnibus que se

sumó al transporte tranviario.

Frente a la Fábrica de Gas, en la calle 126 entre 46 y 47 se

levantaba la escuela primaria, donde continué mis estudios

iniciados en La Pampa.

215

Mis tíos deseaban que estudiara en la escuela anexa de la

Universidad, pues su enseñanza era superior a las escuelas

comunes de la Provincia, pero como ya habían empezado las

clases, no fue posible inscribirme y sólo encontré lugar en la

escuela del Dique, donde me colocaron en el tercer grado. Al

poco tiempo yo era el mejor alumno, pues había llegado con

vastos conocimientos que la maestra de la escuela de La Pampa

supo darme, y creo que ello fue una consecuencia de que allá

sólo se dictaba primer y segundo grado, y las maestras trataban

de dar un cúmulo de conocimiento importante, ya que se

pensaba que pocos chicos podrían seguir estudiando, pues era

necesario, si se deseaba continuar los estudios, trasladarse a

General Acha donde existía un buen colegio religioso salesiano,

que por supuesto era pago, y eran muy pocos los padres que

podían costear los estudios de sus hijos.

Al llegar a la escuela un chico de La Pampa, no fui bien

recibido por mis nuevos compañeros; esto se complicó más

tarde al ocupar un lugar de privilegio por los conocimientos

superiores que traía y además por una ley natural filosófica, que

se cumple siempre que se pretende alterar un estado

determinado. En la física existen varias leyes que ponen esto en

evidencia. Así que fui molestado desde el comienzo y debí

probar que podía pertenecer al grupo diquense; esta prueba

consistía en una pelea con el chico que lideraba el grupo

escolar.

Nunca me gustó pelear, siempre que podía eludía la

confrontación, tal vez por miedo o timidez. Mi padre me

Page 217: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

aconsejaba para estas circunstancias diciéndome: “El que pega

primero, pega dos veces”, y así ocurrió. Ni bien el grupo dio la

orden, empezó la pelea con el líder, muchacho fornido y

dispuesto a ganarme, sin embargo, recordando los consejos de

mi padre, me abalancé rápidamente y con todas mis fuerzas le

pegué una trompada, que la fortuna me acompañó, derribándole

y antes de darme cuenta estuve yo pegándole como pude, ante

la sorpresa del líder éste no atinó a nada, solamente exigió que

empezáramos de nuevo, a lo cual yo protesté y di por terminado

el combate.

216

Como las opiniones eran diversas conseguí mi propósito, y

rápidamente me retiré para casa. Así fue como fui aceptado

como un componente más del grupo, sin embargo todavía

quedaba por llenar otro requisito, contestar la pregunta obligada

de los platenses: -¿Sos pincha o tripero?, pero de esto ya hablé

en otro relato.

Más tarde, en el año 1933, se casó tío Javier y fue a vivir a la

casa que se había construido en 124 y 46. Al poco tiempo él me

invitó a vivir en su nueva casa, en ella había construido también

un galpón que daba por 124, y a través de su portón se podía

ver hasta más allá de 126, donde no existían casas y sólo era

campo. Precisamente en este campo, en el año 1933, se fundó el

Aero Club La Plata, que lindaba con los terrenos de la Fábrica

de Gas, la calle 126, la calle 43 y el campo que se extendía

hacia Ensenada.

Que se pudiera observar desde el galpón de 124 la actividad que

se desarrollaba en el Aero Club, como así también el destino

que tío Javier le dio a su galpón como taller de carpintería,

fueron hitos que con el tiempo iban a signar mi futuro.

En efecto, al vivir con el tío Javier, cuyo oficio era la

carpintería (Era ayudante del carpintero oficial de la Base

Naval, un buen jornalero que había aprendido en su tierra natal,

Alemania, el arte de la carpintería) En mi tiempo libre me

convertí en su ayudante, y después de unos años llegué a ser un

buen artesano; esto me permitió construir la mayoría de los

muebles y carpintería de obra de mi casa, donde vivo y poseo

Page 218: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

un pequeño taller que representó mi hobby hasta que, por

razones de edad, debí abandonar con gran pesar.

Por otro lado, al tener el Aero Club tan cercano a casa, no podía

ignorar su actividad, puesto que cada despegue o aterrizaje de

los aeroplanos de esa época se hacía utilizando la zona sobre el

techo de mi casa como corredor aéreo. Con el tiempo, y siendo

alumno de Ingeniería Aeronáutica, fui por una temporada el

Inspector Aeronáutico del Aero Club del Dique, como lo he

expresado en otro relato.

217

En esa circunstancia conocí un piloto muy ligado a la historia

del Club del Dique, el comisario inspector de aviación policial

José Elverdin, ciudadano platense e integrante de una familia

muy conocida en la ciudad.

Tengo un recuerdo suyo, de cuando él ya estaba en retiro de la

aviación, volando en un Waco durante una inspección, el ruido

monótono del motor lo adormilaba. Elverdin voló por mucho

tiempo en un viejo Curtiss J.N (Llamado Jeny), con motor 0.x 5

de 90 HP; este aeroplano del año 1919, voló hasta 1945 con

permiso muy especial y en atención al piloto señero del Club

del Dique.

Así fue como desde el Dique llegué a ser Ingeniero Aeronáutico

y llegué a tener como hobby la carpintería.

Page 219: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

218

SITUACIONES DIFÍCILES

s común que en la vida del hombre se le presenten

situaciones en las cuales debe tomar una decisión en

contados segundos ante varias alternativas, y si la elección es

acertada puede resolver un problema grave; para que esto

ocurra debe proceder con tranquilidad y no mostrar dudas sobre

lo que se resuelve o expresa. Durante tantos años de docente,

tratando con jóvenes de distintas edades, y en establecimientos

educativos diversos, no puedo decir que nunca he estado en

alguna situación comprometida, pero sólo recordaré aquí dos

episodios ocurridos en la Facultad de Agronomía de la UNLP.

Como ya lo dijera en uno de mis relatos anteriores, en ese

entonces dictaba la materia Mecánica Aplicada, que servía de

apoyo a otra cátedra donde se enseñaba Maquinarias Agrícolas.

Nuestra cátedra tenía problemas, pues los alumnos no la

consideraban necesaria, pero ellos recibían un título de

Ingeniero Agrónomo y los conocimientos de mecánica no

puede ignorarlos ningún ingeniero; distinto sería si el título

fuese Licenciado en Agronomía. Al salir un día de una reunión

del consejo de la Facultad, en el cual se trató la enseñanza de

Mecánica, me esperaba en la puerta un grupo importante de

alumnos, descontentos, y sobre todo resaltaba un activista

estudiantil que apoyaba su opinión con su fuerte voz, quien me

pedía respuestas de inmediato. Pensé: - Debo contestar

rápidamente y de manera tal que lo desautorizara ante sus

compañeros. Recordé que este señor era un alumno viejo, de

E

Page 220: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

esos que “viven” en la Facultad y que varias veces había

desaprobado la materia; entonces mi respuesta se inició con una

pregunta: - ¿Qué edad tiene usted?- con ella lo desarmé; luego

de titubear tuvo que reconocerlo: - 30 años – respondió, y de

inmediato otra pregunta: - ¿Y cuántos años lleva usted en la

Facultad?- de nuevo tuvo que reconocer: - 6 años- Entonces le

dije: - Usted es el menos indicado para interrogarme sobre un

problema curricular- y acto seguido me retiré, desarmándose el

grupo inmediatamente, y yo salí de la situación molesta frente a

este importante grupo de alumnos.

219

En otra ocasión volví a ser molestado en clase por otro alumno,

que hacía su ejercicio de activista político en las Facultades. El

tema que presentó el alumno fue desde el inicio de la clase,

reprochándome que la cátedra no cumplía con el plan de

estudios, pues dictábamos más de 4 horas teóricas semanales

como lo disponía el Digesto de la Facultad, y por lo tanto

denunciaría que yo no cumplía con lo dispuesto

reglamentariamente. Lo que ocurría era que siendo el programa

bastante largo, a fin de dictar todos los temas y para mejor

entendimiento de los alumnos, nos dividíamos el curso entre

dos profesores en distintos días. De esa manera, en lugar de 4

horas teóricas, dábamos 6, por lo tanto el alumno tenía razón;

pero lo que nos proponíamos era tomarnos el tiempo necesario

para que el alumno entendiera aquellos temas, que por no estar

dentro de los conocimientos agronómicos comunes que a diario

trataban, les resultaba más difícil asimilarlos.

En general a las clases concurría un gran número de alumnos,

no exagero, eran alrededor de 80, de manera que el aula (Que

era un galpón viejo) estaba colmada esa tarde.

Lo planteado por el alumno oficialmente era cierto, debía

responder de inmediato y de forma concreta. Se me ocurrió

rápidamente la respuesta, dije: - En efecto, lo manifestado por

el alumno es cierto, yo no estoy cumpliendo con las

disposiciones vigentes de esta Facultad, y por lo tanto, desde

este momento empezaré a cumplirlos -. Debemos tener en

cuenta que no había comenzado todavía a exponer mi clase, y

expresé: - Como yo soy Profesor Asociado, debo cumplir en el

Page 221: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

año dos clases teóricas según las disposiciones y reglamento de

la Facultad, por lo tanto, ya mismo dejo la tiza y me retiro de la

clase, ya que este año llevo mucho más de dos clases dictadas -,

dije: “buenas tardes” y me retiré a la oficina de profesores.

Poco rato después vino el ordenanza a comentarme que los

alumnos deseaban que yo siguiera dictándoles clases,

contándome que una vez que me retiré, los alumnos habían

hecho tal tumulto, que lo expulsaron al estudiante que deseaba

denunciarme al Decanato por abuso de clases.

220

En otra oportunidad cuando estábamos construyendo la casa

donde vivo hoy, había contratado a un cuidador que resultó ser

un viejo borracho, y por lo tanto su tarea dejaba mucho que

desear, pues mientras él dormía en un altillo, los ladrones del

momento se robaban los materiales. Por este motivo cuando

podía, tomaba el auto para comprobar si estaba o no en la obra,

así un día acompañado de mi hijo menor fuimos a la casa en

construcción, y por supuesto, el cuidador no estaba. Nos

quedamos en el auto unos minutos esperando que regresara.

Apareció, lo vimos aproximarse al auto de manera que sólo su

andar nos decía que venía de copas. Cuando llegó frente a la

ventanilla lo increpé, no sólo porque no estaba en su lugar, sino

por el estado en que se encontraba. Ya que este señor estaba

atravesando el período más peligroso que tienen los bebedores;

se puso furioso y extrajo dentro de sus ropas un revolver y me

encañonó con el arma; pensé lo peor, ahora lo que le diga puede

ser crucial (además no podía tratar de sacarle el arma por la

posición que ocupaba frente al volante y él parado en la calle),

así que dándole una voz de mando militar le dije: - Guarde esa

arma antes de que usted se lastime. Vaya, vaya a dormir que le

hace falta...- y dio resultado.

Recuerdo que siendo Asistente del Departamento de

Aeronáutica en la Facultad de Ingeniería de la UNLP, tenía a

mi cargo, entre otras tareas, el resguardo del combustible que

utilizábamos para las pruebas en banco de los motores

aeronáuticos, como práctica para los alumnos. El combustible

de alto número de octano, se guardaba en un depósito especial y

alejado de toda construcción y con las medidas de seguridad

Page 222: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

que dictan las disposiciones aeronáuticas para tales casos, por

lo tanto las llaves de tal depósito estaban en mi poder.

Para comprender bien lo que ocurría en nuestro país en esa

época, hay que pensar que muchas de nuestras libertades habían

sido anuladas por la política; basta acordarse de que nuestra

universidad estaba intervenida, y por lo tanto el Decanato de la

Facultad lo ejercía un ingeniero con mucho poder, del que hacía

uso frecuentemente. Este señor se sentía tan identificado con la

política reinante, que hacía alardes de poseer un auto

importado, regalo de la esposa del Presidente de la Nación.

221

En ese entonces los automóviles eran de marca nacional y no

necesitaban combustibles especiales, como los que necesitaban

los autos importados. El combustible utilizado en la aeronáutica

servía muy bien para el coche del Interventor, y por lo tanto un

día llegó su chofer a pedirme, que por orden del señor

Interventor debía llenarle el tanque a su automóvil. - Dígale al

Interventor que el combustible que nos provee Y.P.F debe

destinarse al uso de la docencia únicamente, y por lo tanto no

puedo satisfacer su pedido -. El chofer era un hombre grandote,

hosco, que se retiró sin decir una palabra, pero su cara

expresaba lo que pensaba.

Como era mediodía me retiré, y sólo pensaba lo que podría

ocurrir al día siguiente. Efectivamente, eran escasamente las 8

de la mañana cuando suena el teléfono en la oficina y el

secretario de la Facultad me comunica que el Interventor desea

verme. Desde el Departamento de Aeronáutica al Decanato

distan no mucho más de 100 metros, durante el recorrido sólo

pensaba que ese paseo sería el último en la Facultad. El Decano

me recibió muy bien, no cabe duda que era muy político. Habló

primero del mejor alumno que había tenido en la Escuela

Industrial (Se refería a mí, por supuesto), y luego como al pasar

me dijo: ¿Cómo no me da nafta para mi auto? Usted sabe que el

auto que me regaló la señora del presidente no puede funcionar

con nafta común ¿No? A lo que contesté: Nuestro departamento

no puede usar el combustible que nos regala Y.P.F, pues su uso

está restringido; si no es para la docencia, según el convenio

que oportunamente hemos firmado. Pero usted que es el

Decano sí puede solicitar combustible para la Facultad; Y.P.F

Page 223: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

no se lo negará, y yo me comprometo a facilitarle parte de

nuestras instalaciones para su guarda, de esa manera usted no

me pone en compromiso por no respetar el convenio y usted

tiene todo el combustible que necesita para su auto,

perfectamente guardado y custodiado por nosotros.

No sé si lo encontré en un buen día o realmente le agradó la

salida que yo le proponía. Salí del Decanato, supe así que me

había salvado y podría continuar en mi trabajo. Más adelante y

en otra circunstancia de la vuelta de la misma política, pero más

dura, no pude salvarme; pero esa es otra historia.

222

Por último contaré el caso que me ocurrió siendo gerente de los

Talleres de Vialidad, con un obrero que despedí.

Un día a la mañana mi secretaria me comunica por el

intercomunicador que se encontraba en la secretaría el obrero

que yo había despedido, furioso, que deseaba verme y temía por

mi seguridad. Me preguntó si llama a la guardia de seguridad,

mi respuesta fue: - No, déjelo pasar, pero antes pídame dos

cafés. Previendo una reacción como la que estaba por

presentarse, me había preparado con todos los antecedentes de

ese obrero para tener apoyo en mi respuesta.

Entró como un tiro, realmente no me agradó su cara, creí que

no iba a poder frenarlo cuando lo dejara hablar, así que me

adelanté, lo invité a sentarse y a tomar un café juntos mientras

hablábamos.

Durante el café le fui enumerando todas las acciones negativas

que tuvo su conducta en el trabajo, y en especial le recordé

cuando me pidió unos días de licencia, pues había muerto su

madre (Cosa cierta, pero ya hacía varios años que había

ocurrido) y yo le perdoné esa falta ante su rogativa; y lo

tomamos como una broma a la gerencia; - pero usted puede

comprender que su comportamiento no da para más.- Lo

convencí y se retiró sin ningún problema. Pasaron los años y un

día llegó a mi casa con un señor que traía un presente de un

amigo desde Mar del Plata; le agradecí la atención y en un

momento dado, este señor me preguntó si no lo recordaba: -

Francamente no, le contesté; pues bien, esa persona era el

Page 224: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

obrero que años atrás había despedido de Vialidad. Me

agradeció ese hecho, pues el mismo lo había llevado a Mar del

Plata, donde trabajó muy bien y hoy disfrutaba ese cambio de

vida. Sólo al despedirse me dijo: - Las cosas que hace la

juventud. Gracias

223

UN AMIGO INOLVIDABLE

o conocí cuando tuve que dar examen de “Mecánica

Racional”, era en esa época Jefe de Trabajos Prácticos y el

profesor titular de la materia. Me refiero al ingeniero Pedro

Lombardi, una verdadera personalidad, no sólo en su profesión,

sino como persona, que con el tiempo tuve el orgullo de ser su

amigo.

Cuando me presenté a examen de “Mecánica”, estuve

prácticamente estudiando un año, por cierto, la materia es

clásica en cualquier carrera de ingeniería, y en mi caso por estar

becado no podía salir mal, por tanto cada vez que rendía debía

tener la máxima seguridad de aprobar, de manera que iba bien

preparado, pero muy nervioso. La modalidad de este examen

comenzaba con el desarrollo de un ejercicio teórico-práctico

que se elegía de los realizados en el año de cursada la materia.

La elección era al azar según hojeara la carpeta el Jefe de

Trabajos Prácticos, así que una vez fijado el mismo, el

ingeniero Lombardi sólo observaba cómo el alumno planteaba

y desarrollaba el trabajo.

Al comenzar el mismo, a pesar de que yo lo sabía bien, estaba

tan nervioso que de entrada rompí con el lápiz la hoja de

examen, eso sirvió para que Lombardi se pusiera a reír por mi

estado y tratara de calmarme con alguna de sus salidas

graciosas; sin embargo pude recuperarme y en no más de dos

L

Page 225: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

minutos me dijo basta, está bien, pasándome a dar el examen

teórico con el profesor.

Cuando contesté bien y rápido la primera pregunta, ya

Lombardi se acercaba al profesor para decirle – “éste sabe

mucho”, lo cual dio por terminado mi examen con un

sobresaliente. Todos decíamos: aprobar Mecánica significa ser

medio ingeniero, de manera que me sentí muy bien y así conocí

al amigo. Luego más tarde lo encontré en el Instituto de

Aeronáutica como asistente del Director del departamento de

Aeronáutica.

224

El ingeniero Lombardi era el verdadero ingeniero, aquel que

frente al problema que se le presentara rápidamente lo

comprendía y sabía encontrar el camino del resultado correcto.

Además de ser muy estudioso, tenía la particularidad de no ser

mezquino con sus conocimientos, era un maestro en el mejor

sentido de la palabra, todo esto lo conjugaba con la amistad

sincera, su proceder correcto y justo, y cerraba este ámbito de

buenas cualidades con un carácter jovial y gracioso; le gustaba

hacer bromas que a veces no caían bien, pero eran geniales, por

lo cual se las perdonaban.

En una época que trabajaba en un gran laboratorio de la

Provincia, de gran prestigio por las normas que dictaba para los

equipos y maquinarias que compraba la Repartición; el cuerpo

de técnicos y profesionales hacían frecuentes almuerzos para

festejar algunos de los éxitos obtenidos, en ese caso la fiesta era

para los hombres, y por esta razón las señoras de aquellos que

estaban casados no participaban y permanecían en sus

domicilios.

Unos minutos después de la hora que se anunciaba la comida,

Lombardi elegía dos o tres profesionales casados y llamaba por

teléfono a las señoras, preguntando por sus esposos que no

habían concurrido y lo esperaban.

Page 226: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Alguna esposas que ya lo conocían no reaccionaban, pero otras

no y lo ponían a su esposo en el apuro de explicar su presencia

en la comida.

Sus bromas a medida que el tiempo transcurría iban siendo

conocidas, y tan es así que algunos no lo estimaban y otros

decían que era loco; por desgracia esto no lo identificaba y para

aquellos que no lo conocían resultaba un mal antecedente.

Era muy inteligente y rápido para pensar y resolver un

problema o alguna situación; cuando conversaba podía hablar

de dos temas difíciles y simultáneo, y sólo aquel que hubiera

trabajado con él lo entendía y podía mantener la conversación.

225

Así ocurrió una vez que nos encontramos con un agrimensor

para tratar varios temas importantes de vialidad, que era

necesario resolverlos; recuerdo que en un momento dado dejó

de hablar de un tema para continuar con otro con el mismo

énfasis que el primero, yo que lo conocía bien seguí su

pensamiento, por lo tanto el intercambio de ideas; pero el

agrimensor quedó perdido y tuvo que preguntar, pues no

entendía nada y aquí salió el espíritu jocoso de Lombardi al

decir: - mejor seguimos nosotros con el problema, pues éste no

entiende nada -, el agrimensor murmuró algo y se retiró

enojado. Yo le reproché su manera de ser y le recordé que de

ese modo sólo él se perjudicaba y perdía oportunidades para

mejorar su posición profesional.

Por su manera de ser no podía conducir un equipo de trabajo,

así perdió oportunidades muy buenas; sin embargo era un

ingeniero para enseñar, para tratar de resolver problemas que

otros le planteaban y que él sólo los podía desarrollar. Teniendo

en cuenta estas cualidades, cuando yo me hice cargo del

mantenimiento y reparación de más de 3000 máquinas en

Vialidad Provincial vino a trabajar conmigo, su primer trabajo

fue organizar una oficina de estadística y logramos tener un

equipo IBM de computación por primera vez en Vialidad, con

el cual empezamos a controlar los almacenes de repuestos y

calcular la vida media de las piezas que más salida tenían.

Desde ese momento las grandes licitaciones de máquinas y

Page 227: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

automotores iban acompañadas de modernos pliegos técnicos

con respaldo estadístico, que exigíamos cumplir a los

proveedores. Este hecho fue uno de los principales que nos

permitió lograr un centro de mantenimiento de equipos viales,

que fue único en Sudamérica. Pero quiero recordar más la

faceta de un hombre bueno que le gustaba hacer bromas.

Como dije anteriormente, él pertenecía a la cátedra de

Mecánica de la Facultad de Ingeniería de la UNLP, y luego de

jubilarse el profesor Lombardi, por concurso ganó el cargo de la

cátedra. Su clase era muy concurrida, no sólo por la

importancia de la materia, sino por el dictado tan serio y

didáctico que permitía al alumno entender una materia tan

importante en la carrera.

226

Como es casi costumbre en nuestro país, imperaban las

situaciones políticas, y los estudiantes siempre han sido

protagonistas importantes en estas circunstancias, como lo son

en todos los países, de manera que los servicios de inteligencia

siempre estaban atentos a los que ellos pensaban y hacían. Así

es que había seudo-alumnos (policías) que asistían a clase por

los motivos que ustedes pueden imaginar. Estos “señores” eran

fáciles de distinguir, aún cuando trataban de pasar

desapercibidos en el conjunto de una clase numerosa, de

manera que Lombardi rápidamente se le ocurrió dejarlos mal

parados, y es así como al terminar de explicar un tema

importante, dijo que para mejor comprensión del mismo iba a

invitar a un alumno, para que pasando al frente resolviera un

ejemplo de lo enseñado. Por supuesto que designó a uno de los

policías para que pasara al frente, diciéndole que él le ayudaría

a resolver el ejercicio y que no tuviera miedo al pizarrón.. Decir

eso y estallar una carcajada de todo el curso, acompañada de un

apuro de tres personas que prácticamente huyeron del aula, fue

algo que siempre se recuerda.

Ya jubilado, pasó sus últimos años como asesor del equipo

contable de la caja de Ingeniería, a la cual nuestra empresa

hacía el servicio de computación, de la cual en ese entonces yo

era gerente técnico, por razones de trabajo todas las semanas lo

visitaba para tomar un café y conversar sobre los problemas que

se presentaban periódicamente en los programas.

Page 228: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

Una mañana recibo una llamada telefónica del contador de la

caja, comunicándome que el ingeniero Lombardi estaba

internado muy mal en un sanatorio, que si quería verlo debía

visitarlo de inmediato. Fue una mala noticia, aún cuando yo

sospechaba que estaba enfermo, él no lo manifestaba. Por

supuesto, salí rápidamente para visitarlo, pero al llegar me

encontré con la señora en la puerta de la habitación; me dijo

que él no quería ver a nadie, sin embargo al oír mi voz escuché:

- Déjalo pasar. Así pude despedirme con un abrazo y con sus

últimas palabras: - “negro, de esto no me salvo”, y lloramos

juntos, costándome despegarme de su abrazo. Perdía a un gran

amigo.

227

...Los recuerdos son como son (...) son imágenes con todos aquellos olores, ruidos y sensaciones. Pero sobre todo lo táctil, que a mi entender juega un papel importante, quizá el mayor en toda la vida del hombre.

...Los recuerdos aparecen en distintos momentos; cuando quiero acordarme o en forma imprevista. Los recuerdos poseen un mecanismo de “censura”, algo entre el consciente y el inconsciente, como una barrera que no permite retenerlo en el presente pero sí varios días después. ...Los recuerdos hablan de un día a la tarde, en la casa de 2bis. Yo tenía 13 años y mi padre hablaba con mi madre, sobre su renuncia a Vialidad. Recuerdo estar en la puerta de casa, junto a mis padres estaba también un amigo...Ellos hablaban y yo, como siempre, me encontraba en el lugar equivocado. Me pidieron que me fuera porque ellos tenían que hablar. Tengo todavía muy presente el rostro de mi hermano que sí entendía lo que pasaba. ...La memoria sigue viviendo. Aún tengo presente mi deseo de ponerme un pantalón vaquero, que en esa

Page 229: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

época usaban todos mis amigos; pero siempre un pantalón había...

...Por más simple que sean, hay situaciones que quedan marcadas a fuego. Vivirlas intensamente es lo que les trasmito a mis hijos y ahora a mis nietas. La enseñanza de mis padres continúa proyectándose en mi familia.

Marcelo

228

RELATOS

Page 230: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

ORTIZ – PEDERNERA

2008

INDICE

PROLOGO ................................................................................ 1

REFLEXIONES I ........................................................................ 2

1. Génesis ............................................................................... 3

2. La primera escuela .............................................................. 8

3. Hucal un pueblo ferroviario ............................................... 12

4. Una escuela en la Pampa .................................................... 19

5. Un viaje frustrado ............................................................... 22

6. En los campos de San Luis ................................................. 25

7. El regalo de mi abuelo ........................................................ 33

8. Caza de guanacos ................................................................ 38

9. El servicio militar de los estudiantes .................................. 47

10. Malas palabras ..................................................................... 56

11. Una lección de vida ............................................................. 61

12. Una visita inesperada .......................................................... 65

13. El fútbol como solución ...................................................... 67

14. Viajes accidentados ............................................................. 71

15. Encuentros .......................................................................... 80

16. Un caso místico ................................................................... 85

17. Otro caso místico ................................................................ 90

18. Celina ................................................................................... 94

19. Allée – Allée ........................................................................ 101

20. Hechos recurrentes .............................................................. 107

21. Sueño de una alumna ........................................................... 114

22. Algunos consejos ................................................................. 118

23. El tanque .............................................................................. 125

Page 231: Relatos de Ricardo Ortiz Pedernera

24. Reconocimientos ................................................................. 129

25. Relatos ferroviarios ............................................................. 133

26. Los perros ........................................................................... 137

27. Nombres y confusiones ...................................................... 143

28. Prejuicios ............................................................................ 147

29. Homenaje ............................................................................ 153

30. Un día desafortunado .......................................................... 156

31. Enfoques distintos .............................................................. 161

32. El caso Filler ....................................................................... 164

33. Un verdadero maestro ........................................................ 169

34. Algo más de Hucal ............................................................. 173

35. Juegos infantiles ................................................................. 179

36. Plaza Huincul ..................................................................... 187

37. YGB ................................................................................... 192

38. Turismo virtual .................................................................. 197

39. La luz mala ........................................................................ 201

40. La caza ................................................................................ 204

41. Mis estudios secundarios ................................................... 209

42. El despegue ........................................................................ 214

43. Situaciones difíciles ........................................................... 219

44. Un amigo inolvidable ........................................................ 224

REFLEXIONES II .................................................................... 228