Resaca Nacional

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    RESACA NACIONALJos Jurado

    Septiembre - Noviembre 2015Espacio Iniciarte Crdoba

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    JUNTA DE ANDALUCA

    Consejera de Cultura

    Rosa Aguilar RiveroViceconsejera de CulturaMara del Mar Alfaro Garca

    Secretario General de CulturaEduardo Tamarit Pradas

    Director General de Innovacin Cultural y del LibroAntonio Jos Lucas Snchez

    Delegado Territorial de Cultura, Turismo y Deporte enCrdobaFrancisco Alcalde Moya

    PROGRAMA INICIARTE

    Agencia Andaluza de Instituciones Culturales

    Comisin de Valoracin de Proyectos en Crdoba:Sebastin Rueda Ruiz, Eva Gonzlez Lezcano, Carmen delCampo Romaguera, Pablo Garca Casado, Jacinto Lara

    Hidalgo, Pablo Rabasco Pozuelo e Hisae Yanase.

    EXPOSICINEspacio Iniciarte CrdobaDelegacin Territorial de Cultura, Turismo y Deporte

    PRODUCCINAgencia Andaluza de Instituciones CulturalesGerencia de Instituciones PatrimonialesManuela Pliego SnchezEva Gonzlez LezcanoEva Lpez Clavijo

    MONTAJEMANMAKU

    CATLOGO

    EDITA

    JUNTA DE ANDALUCA. Consejera de CulturaTEXTOSngel AteridoArtemio Baigorri

    TRADUCCINDeidre B. Jerry

    DISEOAgencia Andaluza de Instituciones Culturales

    Departamento grcoDISEO EDITORIALFrancisco Romero RomeroDISEO Y MAQUETACIN DEL CATLOGOMara Jos Rodrguez Bisquert

    PRODUCCINAgencia Andaluza de Instituciones CulturalesGerencia de Instituciones Patrimoniales

    FOTOGRAFAJos Jurado Gmez

    IMPRIMEServigraf Artes Grcas

    de los textos: sus autores de la edicin: JUNTA DE ANDALUCA. Consejera deCultura de las reproducciones: sus autores

    ISBN: 978-84-9959-199-5Depsito legal: 1162-2015

    reg. n.: 2015/94

    Impacto

    ambiental

    por productoimpreso

    % medio de unciudadano

    europeo por da

    por 100 g

    de producto

    Agotamiento derecursos fsiles

    Huella decarbono

    0,46 kg petrleo eq

    0,07 kg petrleo eq

    10,17 % 4,55 %

    1,4 Kg CO2eq

    0,22 Kg CO2eq

    Proyecto fnanciado por Ayudas Creacin Injuve

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    NDICE

    PresentacinRosa AguilarConsejera de Cultura 5

    DESENGAOS DEL MUNDO.IDA Y VUELTA DEL BODEGN EN EL ARTE ESPAOLngel Aterido 7 - 11

    ALGO MS QUE UN RITUAL DE PASO:UNA OBLIGACIN SOCIAL

    Artemio Baigorri 14 - 19

    Obras 21 - 55

    Biografa 57- 59

    Traducciones 61 - 71

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    Jos Jurado es un artista conceptual cordobs, sensible y crtico ante el entorno social de sugeneracin. De actividades sociales como el botelln hace una interesante propuesta creati-va, invitndonos a la reexin sobre este tipo de actos sociales tan comunes entre la juventud

    espaola. Fusiona los marcos de los bodegones barrocos del Siglo de Oro espaol con foto-grafas actuales de jvenes en distintas zonas de la geografa espaola participando de estetipo de eventos.

    El programa Iniciarte de la Junta de Andaluca facilita e impulsa la produccin y la innovacinartstica andaluza, apoyando el trabajo de investigacin y creacin joven. Adems, visibiliza lasdistintas propuestas de creacin mediante un programa expositivo y de actividades slido endiferentes sedes del territorio andaluz.

    Rosa AguilarConsejera de Cultura

    JUNTA DE ANDALUCIA

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    DESENGAOS DEL MUNDO. IDA Y VUELTA DEL BODEGN EN EL ARTE ESPAOLngel Aterido

    La esta termin. El desorden de copas vacasvolcadas, de migajas cadas de platos semia-montonados, de restos del banquete espar-cidos sobre la mesa lo indican. Ha pasado la

    alegra de la celebracin, viandas y bebidas hanpasado a mejores estmagos. Queda silencio yun galimatas de objetos. Estas frases podrandescribir una de las obras de Jos Jurado quecomponen esta exposicin, pero en realidadestn pensadas ante una naturaleza muerta deWillem Heda pintada en pleno siglo XVII. Unade las muchas mesas afterparty que se pusie-

    ron de moda en Holanda, pintadas por otrosartistas como Pieter Claesz o Jan Davidzs deHeem. Como se puede entender, el revuelo delfestn acabado no es un tema nuevo en Euro-pa, sino que surgi cuando el bodegn fue ungnero asentado, evolucion y se diversic.Aunque tal desorden no fue muy habitual enla pintura espaola de la Edad Moderna. Lo

    que en los Pases Bajos resultaba un caprichoevocador del lujo y el goce de vivir que esteproporciona, en la corte madrilea de los Habs-burgo no dejara de ser visto con extraeza. Ocuando menos con curiosidad.

    As, como un capricho, que no consideradocomo gran pintura, haba aparecido el gnerodel bodegn en el delta de dcadas entre los

    siglos XVI y XVIII. Fruterillos, cestas y orerosempezaron entonces a gurar en los inventa-rios de las colecciones artsticas de la nobleza,hacindose cada vez ms frecuentes conforme

    avanzaba la decimosptima centuria. Lo acce-sorio, es decir los objetos, frutos y animalesentendidos como complementarios del existircivilizado, empez a ser atendido en la pinturacomo tema en s. Su presencia haba sido ne-cesaria para componer escenarios, para am-bientar con realismo a veces extemporneola representacin ilusoria de historias sacras o

    profanas, as como de retratos. Para que la casade Nazareth pareciera un hogar, los bancos ymesas deban ser representados verazmente.Como los corderos o las cestas con aves queportaban los pastores en el Nacimiento de Je-ss; o el brillo metlico de las copas en las quelos Reyes Magos ofrecan al mismo Nio susregalos. El repertorio de tales aditamentos era

    tan variado como en la vida misma y los pinto-res se haban empeado en su representacinveraz, porque ms all de la simulacin mim-tica, las capacidades de conviccin por mediode los recursos del arte demostraban la calidadde su creador. Si Plinio el Viejo haba dejadomemoria en su Historia Naturalisde que Zeu-xis, Apeles o Piraikos descollaron en la antiguaGrecia por sus respectivas habilidades en imitar

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    frutas, animales e, incluso, cosas humildes,tal vez no fuera asuntos tan menores. Desdeluego en trminos artsticos eran verdaderosbanquetes para la vista. Ya para empezarlos opara saborearlos.

    Porque el gnero surgi precisamente por sucondicin artstica, sin condicionantes narrati-vos, por el gusto visual por los objetos, por suvolumen, su color, su calidad matrica... y porsu composicin; esto es, una armona entre el

    espacio y las masas. Esto fue primero entendi-ble por una elite culta y, poco a poco, fue en-contrando una demanda mayor por su aparen-te facilidad de comprensin. Algo ciertamenteparadjico, pero que se explica precisamentepor la familiaridad general de lo que se repre-senta. Su decorativisimo acab siendo valoradopor una sociedad ansiosa de nuevos asuntos,

    en la que las pinturas se coleccionaban, ya noeran exclusivas de templos o solemnes salas deun palacio. La oferta se abra, porque en todaEuropa la pintura se entenda como un smbolode un estatus. Segua siendo un privilegio, peroesos privilegiados cada vez fueron ms a partirde la dcada de 1620. Tanto en Espaa, comoen Italia, Flandes o Francia.

    Pero el juego de paradojas, como en las obrasde Jurado hoy, no se detuvo ah. Porque en al-gunas representaciones los objetos, incluso losanimales, acabaron por trascender su sicidadpara convertirse en smbolos sobre los que re-exionar. Y en esto intervena el contexto enel que se disponan o, incluso con ms fuerza,si las cosas se sacaban por completo del con-

    texto esperado. El hombre de la ciudad gusta-ba de ver en el orden de una mesa las oreso el precioso jarrn que las contena. Pero laanacrnica presencia de una calavera a su ladorompa el orden y abra una ventana a lo es-catolgico. De ser un orerillo pasaba a seruna Vanitas.

    Aunque el trmino de Vanitassurge dentro deuna clasicacin propia de la historia del arte,estas nacieron tempranamente. Lo cual tena

    toda lgica, porque lo que se preservaba en laeternidad del lienzo, o al menos en su presun-ta durabilidad, comparta su naturaleza pere-cedera. La lozana de las ores pasara, comola sazn de las frutas. Los metales refulgentesse cubriran de herrumbre. Y los porosos ca-charros de barro acabaran algn da hechosaicos. El hombre se rodea ya de una belleza

    natural, ya de otra creada por l, y ambas des-contextualizadas en el aislamiento del marcoinvitan a pensar que el nal es compartido. Dehecho, la terminologa generalizada en todo elmundo, la expresin naturaleza muerta (Naturamorta; still life) es ms el a ese espritu que elvocablo espaol de bodegn. Para una socie-dad eminentemente religiosa como la de hace

    cuatrocientos aos, en la que el ms all era tanimportante como el presente, y ms en el casoespaol con una tradicin mstica tan acendra-da y en el que ser cristiano viejo categorizabapositivamente, tales construcciones tuvieronde inmediato su pblico. Eso s, en la Espaadel Siglo de Oro nadie las llamara Vanitas, sinoque eran conocidas con el grco apelativo deDesengaos del mundo.

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    As pues, en un entrecruzado zigzag entre nue-vos usos sociales, trascendencia, banalizacin yretos artsticos convivieron prcticamente des-de el inicio del gnero ambas tendencias, dedistinta densidad semntica, pero con conven-ciones de representacin parejas. Aunque conel transcurrir del tiempo, a partir del siglo XVIII,el bodegn fue perdiendo en carga alegrica yacab por entrar en el canon acadmico. Comosi de una vanguardia asumida con el paso deltiempo, la naturaleza muerta entr en la acade-

    mia. Las radicales mesas de los naturalistas,cedieron a visiones aptas para los salones bur-gueses. Tambin la precisin descriptiva seraaprovechada por quienes buscaron retratar lasplantas y frutos del Nuevo Mundo; o las rique-zas naturales del antiguo. Pero las variedadesde melones o manzanas que Luis Melndez re-present en sus series para el gabinete del en-

    tonces Prncipe de Asturias no eran dispuestascon la asepsia de una clasicacin, sino arre-gladas en un entorno culinario que las hacadecorativas.

    Y as el gnero perdur hasta entrado el siglo XXcon mnimos cambios. Desde los especialistasencajonados en l, hasta los grandes nombres

    con intereses ms amplios, como Goya o Sorolla,todos tuvieron incursiones dentro de la tradicin.Aunque el zigzag volvera cuando el inamoviblecanon visual salt por los aires. En el caso espa-ol con nuevos contrasentidos, porque mientrasalgunos espaoles andaban enfrascados en elepicentro del cambio la trascendencia al sur delos Pirineos fue limitada. Porque para el cubismoel bodegn fue un campo de experimentacin

    inmejorable. Los cubistas se esmeraron en des-componer uno de los gneros paradigmticosdel arte burgus, porque sus posibilidades parael anlisis de formas, planos o geometras resul-tan innitas. Picasso o Gris tuvieron en las bote-llas de ans, en las mesas de caf con peridicosa medio leer, o en las manzanas que reposabanen los fruteros los mejores modelos para ser de-construidos, hurtar su naturaleza visible y recu-perar su esencia puramente artstica. Algo que,repito, est en el origen mismo del gnero: sacar

    las cosas de contexto.

    A partir de entonces, a lo largo del siglo XX lasdiferentes vanguardias no se resistieron a dar suversin. Mejor dicho, sus versiones, porque elmonolitismo pas a mejor vida. A la par, el len-guaje realista insisti una y otra vez en el gnero.Los realismos, resurgidos con fuerza en la segun-

    da mitad de la centuria y con especial ascendien-te en Espaa, exploraron una suerte de vuelta alos orgenes en las que se recuper en parte elsilencio. O la fotografa, que desde el siglo XIXcorre junto a la pintura, con planteamientos an-logos frecuentes. En la fotografa el artista puedecolocar los objetos signicndolos y jugando conel ingenio; o bien puede escoger un encuadre

    sobre lo encontrado. En ambos casos se vuelvea aislar, a encuadrar, a enmarcar. Porque el mar-co al contemplar un bodegn siempre es el in-eludible compaero metapictrico (habra queinventar la palabra metafotogrco?). Personal-mente, siempre me ha chocado ver los bodego-nes cubistas aprisionados entre rocallas de gustoneobarroco. Al nal el gusto establecido en elsiglo XIX tambin acab por rodearlos.

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    Esta historia de ida y vuelta, apresurada, sesgadaporque ando con los bodegones encontradosde Jos Jurado delante, ofrece singulares cone-xiones para esta exposicin. La evolucin del g-nero parti de la tensin entre lo nuevo y lo viejo;lo aceptado y lo que cuesta asumir; lo que tienealguna trascendencia para el que lo contempla;o lo que pasa desapercibido. Quienes dejan labotella de refresco a medio vaciar sobre un ban-co, con el casco vaco de un ron de marca blanca,los vasos volcados o las bolsas que los contenan

    seguramente no saben quien era Antonio de Pe-reda. Fue uno de los pintores barrocos que crealgunos de los Desengaos del mundoms ro-tundos. Pereda acumulaba objetos sobre mesasque, aunque dispuestos con intencin artstica,buscaban hacer creer al espectador que se fue-

    ron amontonando con el paso del tiempo. Aun-que el mecanismo es similar, no eran banquetessin recoger como pintaban los holandeses, sinoasombrosos despliegues de joyas, armas, ores,atributos de honores terrenos... que no valan denada al morir. Hoy es difcil ver en los restos deun botelln (cmo se parece a la palabra bode-gn) una reexin trascendente sobre el nal delos tiempos; aunque para algunos s es el nalde algo ms que una esta: de unos determina-dos valores sociales, de la consolidacin de cos-

    tumbres y formas de relacin, de un momentoconcreto de nuestro devenir como sociedad y,por tanto, siempre objeto de reexin artstica.Pero despus del botelln, con el da de resaca,con esa luz que no tiene piedad: quin se paraa pensar en todo esto?

    ngel Aterido (Madrid, 1969) Doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, donde ac-

    tualmente ejerce como Profesor Asociado. Desde 2002 es profesor de Historia del Arte en el Centro de EstudiosInternacionales de la Fundacin Ortega y Gasset-Maran en Toledo. Ha dedicado su labor investigadora a lapintura barroca en Espaa, con especial atencin a los aspectos sociales e iconogrcos, la tratadstica y el colec-cionismo en Madrid durante los siglos XVII y XVIII y al uso de la imagen en este periodo. Es autor de diversos libros,destacando El bodegn en la Espaa del Siglo de Oro (2002)y El fnal del siglo de oro. La pintura en Madrid en elcambio dinstico (1685-1726)(2015). Tambin ha comisariado las muestras sobre el bodegonista Juan Fernndez elLabrador (Museo del Prado, 2013) y la Coleccin Masaveu: del romnico a la Ilustracin. Imagen y materia (Madrid,Fundacin Mara Cristina Masaveu Peterson - Ayuntamiento de Madrid, Centro Cibeles, 2013-2014). Actualmenteprepara una nueva seleccin de fondos pictricos de la coleccin Masaveu para su exposicin temporal en el MuseuNacional de Arte Antiga de Lisboa.

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    Cada jueves, viernes y sbado, en las ciudadesespecialmente durante el curso escolar, y en lospueblos con ms intensidad en periodos vaca-cionales, los jvenes espaoles escogen, comoforma de pasar buena parte de la noche, unaactividad cuya denominacin empez siendo

    colorista, pero con los aos he venido adqui-riendo, para parte de la sociedad, connotacionesclaramente negativas: el botelln, que tiene de-nominaciones diversas segn la geografa (bote-lleolevantino, botellonaandaluza, katxivasco),el tipo de bebida (litronade cerveza, calimochode vino) o incluso la procedencias de la propiabebida (minisi es adquirida en un bar o pub).

    En el botelln los jvenes se encuentran con susamigos y amigas, intercambian inquietudes, ha-cen planes, se emparejan, pelean con su parejao se olvidan... Pero tambin, y en muchos casossobre todo, beben. Y despliegan a veces milesde watios de msicas variadas. Y gritan. Y dejan

    el que han marcado como suterritorio, cuandolo abandonan, lleno de basura y cristales. Y mu-chos, la mayora, fuman canutos. Y algunos, me-nos pero sumndolos tambin muchos, esnifancocana, y toman pastillasy otras drogas ilegales.

    Este fenmeno ha provocado conictos con elvecindario, que sufre los ruidos y la basura, y

    ALGO MS QUE UN RITUAL DE PASO: UNA OBLIGACIN SOCIAL

    Artemio Baigorri

    Los jvenes puede que ya no crean en la autoridad, pero tienen autntica f enla publicidad (...) Los hombres de negocios saben que sern grandes clientes si

    se les sabe inculcar desde la adolescencia buenas costumbres, y se les ensea agastar mucho

    (Vance Packard, The Waste Makers, 1962)

    Slo tienen puestas grandes esperanzas en los das de asueto quienes, comomuchos trabajadores y muchos nios de escuela, se aburren completamente con

    lo que tienen que hacer normalmente

    (David Riesman, Abundance, for What?, 1964)

    El capitalismo nos precisa puritanos de da, y hedonistas de noche

    (Daniel Bell, The Coming of Post-Industrial Society, 1973)

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    genera entre los mayores preocupacin por lapresencia de menores de edad y por las eleva-das tasas de consumo de alcohol y de drogasilegales; y ha llevado en ocasiones a los pro-pios jvenes a reivindicar espacios normaliza-dos para su prctica. Desde comienzos del sigloXXI se han realizado numerosas investigacionessobre el fenmeno, todas las cuales concluyenque los jvenes estn ah porque quieren estar;que el fenmeno es inseparable de la existen-cia de grandes centros comerciales y pequeos

    comercios de conveniencia y sin horario deni-do que incumplen la legislacin sobre venta dealcohol a menores; que en la base tambin estla tolerancia, cuando no mero desconocimiento,de las familias para con los hbitos de ocio noc-turno de sus hijos; que se trata de un fenmenoglobal en sus dimensiones ms bsicas (esto escomo forma de ocio juvenil nocturno autoges-

    tionado, en base a alcohol y en espacios no co-merciales, sean espacios pblicos o privados).

    Efectivamente no es, como algunos pretenden,netamente espaol -no, no se puede atribuirsu origen a Tierno Galvn- sino que respondea las tendencias que en el ocio nocturno pode-mos observar en el conjunto de Europa, y andel mundo desarrollado. En lugares muy dis-tantes geogrca y culturalmente se observanfenmenos similares, a veces imitando inclusola expresin espaola, como en Italia, Portugal,Francia, Suiza, Alemania, etc.

    Los jvenes ingleses, o los rusos, se renen abeber en las calles traseras del barrio, o en losparques, hasta perder la consciencia de s. En

    Australia o Tasmania lo hacen circulando en suscoches en torno a algunas manzanas emblem-ticas del pueblo o la ciudad. En los campus delos USA se juntan en apartamentos o edicioscomunitarios. En varios pases sudamericanoslos jvenes compran bebidas de alcohol duro ylas beben luego apoyados sobre una pared has-ta caer redondos. En el Sur de Italia se practicadesde ms de una dcada la movida(beber enla puerta de los bares) que tantos problemasgener en Espaa a principios de los aos no-

    venta. En la luterana Alemania las divergenciaspor el horario de cierre de las terrazas de veranoprovocaron en los primeros aos del siglo bata-llas campales. Digamos que todos los jvenesque se lo pueden permitir, esto es los jvenesglobalizados con algn dinero en el bolsillo,andan haciendo cosas parecidas, y es lgico,porque lo hacen en respuesta a un conjunto de

    tendencias asimismo globales.

    Una de las tendencias causales ms importanteses el advenimiento, como fruto de la SociedadTelemtica y la difusin de las nuevas Tecno-logas de la Informacin y la Comunicacin, deuna Sociedad de 24 horas, caracterizada porla ruptura de los ciclos temporales estandariza-dos, desdibujando la frontera entre da y noche.Los ciclos horarios, que se articularon -e hicie-ron posible la Sociedad Industrial- a partir de lainvencin del reloj con minutero, han estalladoen la naciente Sociedad Telemtica, en la que elujo planetario de capitales exige que los ope-radores no duerman nunca, porque cuando unabolsa se cierra en uno de los epicentros reticu-lares de la urbe global, otra se abre en otro. Esa

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    ruptura de los ciclos temporales estandarizadosconduce a la dilucin de la temporalidad de losindividuos: el calendario pierde signicado; el

    reloj es tan slo un cronmetro; la distincinentre das laborables y festivos poco a pocodesaparece; las estaciones meteorolgicas son,como las del tren que no se detiene, simple pai-saje; la frontera entre da y noche se diluye. Laciudad de las 24 horas est siempre dispuesta,nuestras mquinas estn listas para producir entodo momento, nuestros cerebros preparados

    para conectarse entre s a todas horas, nuestroscuerpos siempre dispuestos a consumir. El tiem-po existe, pero no cuenta.

    Clave es tambin la conversin del ocio en unsector fundamental de nuestras sociedades.Con el desarrollo de la Sociedad Industrial sehizo imprescindible el descanso semanal para

    soportar las largas jornadas de trabajo. Lue-go, el Estado del Bienestar har posible el nodedicar todo el tiempo a generar ingresos y alcuidado y sustento de la familia, pero a cambiode que el propio tiempo de ocio se conviertaen espacio productivo. As comienza a congu-rarse una nueva preocupacin del ser humano:cmo ocupar el tiempo en tareas que satisfaganel placer y el descanso, as como a las relacio-nes humanas, sociales e institucionales, pero sindetener la mquina econmica. El ocio impro-ductivo, no basado en el consumo, es inclusoestigmatizado. Cosa de raros o colgados.

    Y en esa nueva industria del ocio el alcohol esel combustible, tan importante como el petr-leo. De ah otra de las tendencias globales: el

    creciente poder de las multinacionales del alco-hol, hoy una de las locomotoras de la econo-ma mundial, cuyas inversiones publicitarias yesponsorizaciones permiten un masaje perma-nente de la poblacin joven, que ha pasado a sersu target bsico. Muchas de estas empresas sonmultisectoriales: la misma empresa que vendea los nios hamburguesas grasientas e hidro-genadas en el Burger les vende poco despusginebra, vodka y ron, as como el refresco paramezclar. Es decir, la facilidad con que en Espa-

    a se accede al alcohol, y la facilidad con quelas empresas fabricantes de alcohol fomentandirecta o subliminalmente su consumo, explicano el botelln en s mismo, pero s algunos delos autnticos problemas vinculados al mismo.

    Otra tendencia global no menos importante, ycuyos efectos se extienden a otros muchos m-

    bitos, es la formacin de lo que he teorizadocomo placenta social, lo que otros investiga-dores han confundido con la irrupcin de unaespecie de eterna juventudde los jvenes. Pen-semos que la juventud como concepto o gru-po social ni siquiera exista antes del siglo XX,antes de que la Sociedad Industrial precisaseuna fuerza de trabajo capacitada, escolarizada.Antes de eso se pasaba de nio a adulto sin so-lucin de continuidad, pero ahora la sociedadnecesita trabajadores cada vez ms capacitados(en este sentido el individuo es dependientedurante cada vez ms tiempo), y a la vez en lassociedades desarrolladas las familias no tienenla urgencia de que los hijos aporten rentas. Deah el retraso en el abandono del hogar familiar,lo que llevara a vivir lo que algunos moralistas

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    calican en sus homilias como de vida muelle,sin trabajo ni responsabilidades domsticas ypor lo tanto con ms tiempo libre a los jvenes,y durante ms tiempo de su trayectoria vital.

    Y, estrechamente relacionado con lo anterior te-nemos otro fenmeno generalizado en las so-ciedades occidentales contemporneas, al quetambin tuvimos que dar un nombre y deniroperativamente, por cuanto slo haba sido ma-nejado desde presupuestos morales, pero no

    cientcos: lo denominado dimisin parental,esto es, el acto de abandono por parte de lospadres de algunas de las funciones de controlque tradicionalmente han ejercido sobre los hi-

    jos hasta su mayora de edad legal.

    Pero an hay otro factor global que tambin in-uy primero en la aparicin del fenmeno, y

    luego en su extensin y pervivencia ya estruc-tural: la degradacin del Estado del Bienestar yel sistema de servicios pblicos que se ha pro-ducido en la ltima dcada del siglo XX no sloen Espaa, sino en buena parte de Occidente, loque conduce a la inexistencia de espacios pbli-cos propios para los jvenes.

    Al igual que el fenmeno responde a ciertastendencias globales, tambin se caracteriza porsu multidimensionalidad. El trinomio noche+-

    juventud+alcohol viene causando problemasen todo Occidente desde los aos 90. Es unproblema mundial, que preocupa a la ONU, laUNESCO y la OMS, y que en el caso del botellnse problematiza por vas diversas: en primer lu-gar, el ruido y los problemas de convivencia (fue

    justamente la protesta vecinal lo que permitien su momento perlar y construir socialmen-te el conicto), adems del impacto medioam-biental y la degradacin de los espacios pbli-cos; en segundo lugar, el elevado consumo dealcohol y drogas. Aunque el autntico problemano es que beban los jvenes (como adultos queson, bebern sea donde sea, y adems no hayforma de intervenir para que no lo hagan), sinoque beban los jvenes menores. Y los menores,aun siendo minoritarios, asisten en gran nme-

    ro. Nuestra investigacin en Extremadura entre2001 y 2003 sirvi para alertar a la poblacin engeneral, pero sobre todo a las Administraciones,de cul era la autntica dimensin del botellncomo problema: la socializacin inapropiada delos menores en el consumo de alcohol.

    Pero tampoco debemos dejarnos llevar por au-

    toengao del juvenalismo. Pues siendo ciertoque el trinomio juventud, noche y alcohol esfuente de problemas, todo esto no descansa enuna supuesta subcultura juvenil, que adems esrechazable como concepto cientco: los hbi-tos nocturnos de los jvenes occidentales, in-cluso en sus variaciones regionales/nacionales,no responden a una subcultura, sino a la cultura,esto es a la cultura dominante, la de los padres.

    Los adultos occidentales son quienes, sobretodo a partir de mediados del siglo XX, han ex-tendido urbi et orbiun modelo de ocio noctur-no que descansa en el alcohol, cuyo consumotradicional no haba sido ni tan intenso ni tanextendido como algunos creen/venden: es en-tre 1952 y 1972 cuando la tasa de consumo por

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    habitante se dispar en toda Europa, y el consu-mo -sobre todo el excesivo- se propag a sec-tores hasta entonces alejados de su consumo,

    como las mujeres y los jvenes.

    Asimismo, en ese periodo empez a gestarse, enel mundo de los adultos, la conuencia entre losestilos nrdico (consumo fuera de las comidas,con dosis concentradas de alcohol por el tipo debebida de alta graduacin) y mediterrneo (conconsumo diario en las comidas, fundamental-

    mente, basado en el vino). Norte y Sur no sustitu-yeron, sino que sumaron, los estilos forneos deconsumo de alcohol a los propios. La industria delalcohol estaba detrs, con una copa en la manode cada actor al inicio de casi cualquier escenacinematogrca, y un cigarrillo en la otra.

    Esos profundos cambios se aadieron a un cam-

    bio estructural que ya se haba dado durante elprimer tercio del siglo XX: la urbanizacin delalcoholismo, un hbito rural (donde cada cualfabricaba su alcohol, como vino o destilados)que progresivamente lleg a las ciudades a tra-vs de la clase obrera inmigrada.

    Teniendo presentes esos procesos, se entende-r mejor que no se bebe porque hay que ha-cerlo, porque lo mandeel grupo de iguales (los

    colegas), sino simplemente porque lo imponeel modelo cultural global dominante. De hecho,algunos estudios muestran cmo cuando la ex-periencia no es graticante, los propios jvenesse las arreglan para encontrar la causa del con-sumo insatisfactorio en otros factores ambien-tales, con el n de obligarsea volver a hacerlo.Es decir, no hay una simplista relacin de gra-

    ticacin en el consumo, sino que hay factoresculturales claros. Los jvenes beben porque hanaprendido que beber forma parte de la diver-sin y de la noche, a travs de sus familias y detodos los productos culturales con que la so-ciedad les transmite los valores en los que lessocializa.

    Hacen botelln porque las estructuras socialesles dicen, sin palabras pero con muchas imge-nes, e imaginarios, que deben hacerlo. As quede qu se quejan ustedes, adultos?.

    Artemio Baigorri (Malln, Zaragoza, 1956) vive en Badajoz desde 1986. Formado como periodista y como socilo-go, es Doctor en Sociologa y profesor titular en la Universidad de Extremadura. Ha investigado temticas diversas(medio ambiente, ruralidad, urbanismo, juventud, ocio nocturno, gnero, turismo, sociedad telemtica, etc), y en2001 dirigi la primera investigacin sociolgica sobre el botelln. Su libro Botelln. Un conicto postmoderno(Ed.Icaria, Barcelona, 2004) es un clsico sobre el tema.

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    OBRAS

    WORKS

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    Azca I, 2011Fotografa impresa sobre lienzo y marco de madera

    40 x 50 cmColeccin particular

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    Azca II, 2011Fotografa impresa sobre lienzo y marco de madera

    41,5 x 47 cmColeccin particular

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    Azca III , 2011Fotografa impresa sobre lienzo y marco de madera

    44 x 54,5 cmColeccin particular

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    Plaza de Castilla, 2012Fotografa impresa sobre lienzo y marco de madera

    22,5 x 28 cmColeccin particular

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    Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 2014Fotografa impresa sobre lienzo y marco tallado

    31 x 41 cm

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    Las Vistillas I, 2014Fotografa impresa sobre lienzo y marco tallado

    53 x 63,5 cm

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    Las Vistillas II, 2014Fotografa impresa sobre lienzo y marco de madera

    56 x 66 cm

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    Las Vistillas III, 2014Fotografa impresa sobre lienzo y marco de madera

    53,5 x 63 cm

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    Granada I, 2014Fotografa impresa sobre lienzo y marco tallado

    39 x 54 cm

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    Granada II , 2014Fotografa impresa sobre lienzo y marco de madera

    50,5 x 61 cm

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    Plaza de Espaa, 2014Fotografa impresa sobre lienzo y marco de madera

    54 x 64 cm

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    Crdoba I, 2015Fotografa impresa sobre lienzo y marco tallado

    44 x 54 cm

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    Crdoba II, 2015Fotografa impresa sobre lienzo y marco tallado

    41,5 x 51,5 cm

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    Crdoba III, 2015Fotografa impresa sobre lienzo y marco tallado

    41 x 51 cm

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    Francisco de Zurbarn, 2015Collage sobre postal del Museo del Prado

    10,5 x 15 cm

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    Juan van der Hamen, 2015Collage sobre postal del Museo del Prado

    10,5 x 15 cm

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    Juan Snchez Cotn, 2015Collage sobre postal del Museo del Prado

    10,5 x 15 cm

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    BIOGRAFA

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    Jose Jurado (Villanueva del Duque, Crdoba, 1984)

    Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Granada. Ha realizado el Master de FotografaProfesional y Reportaje Documental de EFTI. Master en Arte Creacin e Investigacin de la Fa-cultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid y MA Fine Art en la ManchesterMetropolitan University MMU (Inglaterra), bajo la tutora de Ian Rawlinson y Pavel Bchler.

    Artista multidisciplinar que trabaja con diversos medios y formatos mostrando especial intersen la sociedad que le rodea mediante proyectos de carcter social, crtico y participativo. Ha reci-bido becas y ayudas tanto de formacin (Iniciarte, Erasmus, Sneca) como para la produccin deproyectos artsticos (Iniciarte, ECAT de Toledo, Fundacin Provincial de Artes Plsticas Rafael Botde Crdoba, Matadero Madrid, Fundacin Bilbao Arte).

    Ha asistido a talleres con artistas como Carlos Garaicoa (Fundacin Botn, Santander), Mira Ber-nabeu (UGR), Xavier Ribas (CA2M), Manel Esclusa (Universitat de Lleida), Antoni Muntadas (UCM),Jeremy Deller (CA2M) y Santiago Cirugeda (UGR).

    Participacin en exposiciones tanto individuales como colectivas en espacios como la Sala delCanal de Isabel II de Madrid, Sala dArt Jove de Barcelona, Espacio ECAT de Toledo, Off LimitsMadrid, Galera Asm28 de Madrid, Matadero Madrid, Centro Andaluz de Arte ContemporneoCAAC de Sevilla, Sala Amads, Madrid, Villa Irs Fundacin Botn de Santander y Sala Puerta Nueva

    de Crdoba entre otros.www.josejurado.com

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    TRADUCCIONES

    TRANSLATIONS

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    CONTEMPTUS MUNDI: COMINGS AND GOINGS OF THE STILL LIFE IN SPANISH ARTngel Aterido

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    The party is over. The clutter of empty tipped-over glasses,crumbs trailing from haphazardly stacked dishes, and vestigesof the feast strewn across the table conrms it. The merryma-king, victuals and drinks have moved on to better stomachs.All that remains is silence and a chaotic cluster of objects. Thisdescription might easily apply to one of the works by Jos Jura-

    do featured in this exhibition, though in reality it refers to a stilllife painted in the mid-17th century by Willem Heda. For a timethese after-party table scenes were quite popular in the Ne-therlands and were depicted by other artists like Pieter Claeszand Jan Davidzs de Heem. The aftermath of the banquet is nota new motif in European art; it rst appeared centuries ago,when the still life had become an established genre and beganto evolve and diversify. However, such disorderly scenes werenot common in Spanish painting during the Early Modern Era.What artists in the Netherlands considered a whimsical fancyredolent of luxury and the joie de vivre it brings was viewedby the Habsburg court in Madrid as outlandish or, at the veryleast, peculiar.

    Yet the still life itself had initially emerged as a faddish fancy,considered far inferior to the great pictorial genres, betweenthe 16th and 18th centuries. Small fruit bowls, baskets andower vases began to appear in the inventories of the aris-tocracys art collections and became increasingly prevalent asthe 17th century wore on. Artists began to regard the acces-soryi.e., objects, fruit and animals considered complements

    to civilised livingas a pictorial theme in its own right. Hither-to such elements had been necessary only to compose sce-nes or add a touch of occasionally extemporaneous realism tothe illusory depiction of sacred or secular stories and portraits.In order for the house at Nazareth to look like a real home,the benches and tables had to be realistically rendered. Thesame was true of the lambs and baskets of fowl carried by theshepherds in Nativity scenes, and the metallic glint of the cha-lices in which the Wise Men presented their gifts to the Christ

    Child. The repertoire of such trappings in art was as varied asin real life, and painters strove to represent them accurately,an effort fuelled not so much by the desire for mimetic simu-lation as by the knowledge that their skill would be judged byhow convincingly they wielded their artistic resources. If Plinythe Elder felt it worth mentioning in his Natural History that

    Zeuxis, Apelles and Peiraikos were renowned in Ancient Greecefor their ability to imitate fruit, animals and even low things,respectively, perhaps accessories were not so insignicant afterall. From an artistic perspective they were certainly feasts forthe eyes, begging to be sampled and savoured.

    Indeed, the genre owes its very existence to its pure artisticquality, free of narrative constraints: it was a response to thevisual allure of objects, of their volume, colour and texture, andto the joy of composition, i.e. the harmonious arrangement ofbodies in space. This was rst grasped by the erudite elite, butthe genres popularity grew as people began to realise howmuch easier the still life was to understand than other types ofpaintingsomething that might seem paradoxical but can beexplained by the general familiarity of the subjects depicted.The decorativism of still lifes was soon coveted by a societyhungry for new themes, where private citizens collected pain-tings formerly found only in churches or solemn palatial halls.The supply increased, because all across Europe art had beco-me a status symbol. Owning paintings was still a privilege, butafter the 1620s the number of privileged people who could

    afford them grew steadily in Spain, Italy, Flanders, France andelsewhere.

    Yet the game of paradoxes, as in Jurados contemporary work,did not end there. In some paintings, objects and even animalstranscended their physicality and became symbols worthy ofthoughtful contemplation. Part of their symbolism stemmedfrom the setting in which they were arranged or, more power-fully, when things were taken completely out of their normal

    g

    context. City men found it pleasing to contemplate an order-ly table with a bouquet of owers or the lovely vase holdingthem, but the anachronistic presence of a skull beside them

    the cabinet of the then Prince of Asturias were not set out inthe aseptic manner of a scientic inventory but arranged in aculinary setting that made them seem decorative

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    them, but the anachronistic presence of a skull beside themshattered that semblance of order and opened the door to sca-tological meditation. It had gone from being a pretty ower

    picture to a vanitas.

    Although the term vanitasemerged as an independent cate-gory in art history, these types of paintings existed long beforethey were classied as such. This is only logical, because thething preserved in the eternity of the canvasor at least in itspresumed durabilityshared its perishable nature. The owers

    would lose their bloom, and the fruit would become dry andtasteless. The gleaming metal would inevitably grow rusty andtarnished. And the porous clay vessels would one day end up

    in pieces. People surrounded themselves with natural beautyand beauty of their own devising, and both, decontextualisedand isolated inside the picture frame, invited the beholder tocontemplate their shared fate. The terms by which this genreis universally known, natura mortadead natureor still life,are quite apt. In the fervently religious society of the 16th cen-tury, where the afterlife was just as important as this life, andespecially in Spain with its long tradition of mysticism, wherebeing an old Christian was a source of pride, such composi-tions immediately found a receptive audience. Of course, in theSpanish Golden Age no one called them vanitas; instead theyused the more colourful term desengaos del mundo, fromthe Latin contemptus mundimeaning contempt of the world,although the Spanish phrase can also be construed as disillu-sionments of the world.

    And so, swinging back and forth between new social customs,transcendence, triviality and artistic challenges, both tenden-cies coexisted practically from the moment of the genres in-ception, differing in their semantic gravity but similar in theirconventions of representation. However, over time the still life

    lost its allegorical vigour and in the 18th century ended up en-tering the academic canon. As if reluctantly accepting an ups-tart tendency that had proved its right to exist, the academyopened its doors to the genre. The radical table spreads ofthe naturalists gave way to scenes more suitable for bourgeoissalons. The descriptive precision of the still life was also usedby those eager to document the ora and fauna of the NewWorld or the natural wonders of the Old. Yet the varieties ofmelons and apples depicted by Luis Melndez in his series for

    culinary setting that made them seem decorative.

    And so the genre endured well into the 20th century, changing

    little over the years. From specialists who painted nothing butstill lifes to great masters like Goya and Sorolla with a broaderrange of interests, practically every artist dabbled in the tradi-tion at one time or another. But the pendulum began to swingwildly once again when the rmly xed canon of visual art wasblown to smithereens. In Spain this oscillation set more than afew on a collision course, for while some Spaniards positionedthemselves at the very heart of the hurricane of change, thosesouth of the Pyrenees only perceived it as a gentle breeze. Forthe Cubists, the still-life genre represented an incomparable

    opportunity for experimentation. They eagerly set about de-constructing one of the quintessential genres of bourgeois artbecause it offered innite possibilities for the analysis of forms,planes and geometries. For Picasso and Gris, bottles of aniset-te, coffee tables with half-read newspapers and apples restingin fruit bowls were the perfect models, objects they could breakdown in order to strip away their visible properties and recovertheir purely artistic essence. This idea of taking things out ofcontext was, after all, what inspired the genre in the rst place.

    After that point, the successive avant-garde movements of the20th century could not resist the temptation to come up withtheir own versionor, more accurately, their own versions, be-cause uniformity had gone on to a better life. Meanwhile, thelanguage of realism kept returning to the still life. The realistmovements that emerged with renewed vigour in the latterhalf of the 20th century, especially in Spain, embarked on a newreturn to their origins in which silence made a partial come-back. And, of course, there was photography, which had beenrunning parallel to painting since the 19th century and oftentook a similar approach. In photography artists could arrange

    objects to give them a certain meaning and create clever visualeffects, or they could choose how to frame an object withoutdisturbing it. In both cases, we nd the same familiar pattern:isolate, conne, frame, for when we look at a still life, the frameis always our inseparable metapictorial companion (or perhapswe need a new word: metaphotographic?). Personally, I have

    always found it jarring to see Cubist still lifes trapped insideneo-Baroque rocaille. Eventually, 19th-century tastes managedto encircle them as well.

    This history of comings and goingsunavoidably hasty andbiased because I am writing with Jos Jurados found still li-fes before meis connected to this exhibition in a number of

    his compositions were not the banquet aftermaths favouredby Netherlandish painters; they were dazzling arrays of jewe-llery, weapons, owers, symbols of earthly distinctions...all of

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    singular ways. The evolution of the genre has been marked bya tug-of-war between old and new, between what is accep-

    ted and what is hard to assimilate, between what has specialsignicance for the beholder and what goes unnoticed. The

    kids who go out drinking at night and leave their half-emptysoft drink containers on a park bench, alongside the hollowshell of a low-cost rum bottle, overturned cups and the bagsthey arrived in, probably have no idea who Antonio de Pere-da was. Pereda was a Baroque painter who created some ofthe most impressive contempts of the world. He covered ta-bles with objects which, though deliberately arranged with anartistic eye, attempted to give the impression that they had

    simply piled up over time. Although the mechanism is similar,

    y, p , , y ywhich would be worth nothing after death. Today it is difcult

    to see how the littered landscape that the mass outdoor binge

    drinking party known as the botellnleaves behind can inspiretranscendental meditations on the end of days. Yet for someit represents the end of more than just a party: it is the endof certain social values, of established customs and forms ofsocial interaction, of a particular era in our history as a societyand, as such, is always an object of artistic reection. But on the

    morning after the botelln, with a hangover made unbearableby the merciless light of a new dawn, who do we honestly thinkis going to stop and think about all this?

    Angel Aterido (Madrid, 1969) holds a PhD in art history, specializing in Spanish painting of the 17th and 18th centuries. Their investiga-tions have focused on the problems of origin and meaning of the work of art; the genera; collecting; and the social and professional aspectsof the painters in Madrid. He has published articles on artists such Alonso Cano, Pereda, Luca Giordano y Velzquez. He has published Elbodegn en la Espaa del siglo de Oro (2002) and, in collaboration, Inventarios de pinturas de Felipe V e Isabel Farnesio (2004). He hasbeen editor of the documentary corpus of Velzquez (2000) and Alonso Cano (2002); and Scientic Director of the Velzquez digital pro-

    ject, for CEEH (2011-2012). He is currently Associate Professor of the Universidad Complutense of Madrid and Professor of the Centro deEstudios Internacionales of Fundacin Ortega y Gasset in Toledo (Spain).

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    MORE THAN A RITE OF PASSAGE: A SOCIAL OBLIGATIONArtemio Baigorri

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    Every Thursday, Friday and Saturday, in the cities especiallyduring term time and more intensely in small towns duringthe holidays, young Spaniards choose to spend a large part oftheir evenings engaged in an activity whose colloquial nameoriginally sounded colourful but over the years has come tohave largely negative connotations in our society: the bote-lln, which goes by a range of aliases that vary dependingon the region (botelleo in the Spanish Levant, botellona inAndalusia,katxi in the Basque Country), the type of beverage(litronafor beer, calimochofor wine) and even the establish-ment where the drinks are purchased (mini if bought at a baror pub).

    At a botelln, young people gather in public places to hangout with friends of both sexes, share their concerns, makeplans, irt and pair off, quarrel with their partners or sim-ply forget themselves... but alsoand, in many cases, aboveallto drink. And sometimes they blast thousands of wattsof music in a cacophony of competing speakers. And theyyell. And when theyre done, they leave the public space thattheyve marked as their territory strewn with rubbish andbroken glass. And a lot of them, the majority, smoke spliffs.And some, not as many but quite a few, snort cocaine, poppills and take other illegal drugs.

    This phenomenon has led to clashes with the neighbours, whohave to put up with the noise and rubbish; adults are alarmedby the presence of underage participants and the high levels

    of alcohol and drug abuse; and in some cases the young peo-ple themselves have demanded that they be given ofciallysanctioned spaces to hold these events. Numerous studieshave been done of the botellnphenomenon since the early21st century, all of which conclude that the young people arethere because they want to be there; that the phenomenon isinextricably linked to the existence of large shopping centresand small convenience stores open at all hours with a blatantdisregard for the laws against selling alcohol to minors; thatpart of the cause is the fact that parents tolerate or, at the veryleast, are ignorant of their childrens nocturnal activities; andthat, at the most basic level, it is merely one form of the globalphenomenon of self-managed nocturnal recreation for youngpeople that revolves around alcohol and non-commercial spa-ces, whether public or private.

    Indeed, this is not, as some claim, an invention unique toSpainwe cant blame Tierno Galvn for starting itbut rathera reection of the general nightlife trends found throughoutEurope and the rest of the developed world. Places far remo-ved from Spain, both geographically and culturally, presentsimilar phenomena, and in some cases they even imitate theSpanish model, as we see in Italy, Portugal, France, Switzerland,Germany and other countries.

    English and Russian youth gather to drink in the back alleys oftheir neighbourhoods or in public parks until they pass out. InAustralia and Tasmania they do it while driving their cars in cir-

    [...] while teenagers might not believe in authority, they did believe in advertising. [...] Marketers wereadmonished to remember that all these millions of youngsters would one day marry and become reallybig spenders if properly nurtured. Catch them while their buying habits are forming!

    (Vance Packard, The Waste Makers, 1962)

    The high hopes of what a holiday may bring [are] to be found among those who, like many workers aswell as many school children, are thoroughly bored with what they normally do.

    (David Riesman, Abundance for What?, 1964)

    [In capitalism] one is to be straight by day and a swinger by night.

    (Daniel Bell, The Cultural Contradictions of Capitalism, 1976)

    cles round the main blocks of their city or town. On universitycampuses in the United States, they get together in apartmentsor dorm buildings. In several Latin American countries, youngpeople purchase hard liquor and drink it propped up against a

    bringing the economic machine to a halt. Unproductive lei-sure timetime not spent consumingis now stigmatised assomething only freaks and morons would want.

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    people purchase hard liquor and drink it propped up against awall until they topple over. In southern Italy, more than a deca-

    de has passed since young people began practising the movida(drinking just outside bar doors) that caused so many problemsin Spain in the early 1990s. In Lutheran Germany, differencesof opinion over the last call time that should be imposed forbeer gardens led to pitched battles in the early 2000s. It seemssafe to assume that every young person who can afford iti.e.,globalised youth with cash to spareis pretty much up to thesame thing, and this is only logical because they are all inuen-ced by a number of equally globalised trends.

    One of the most signicant causal trends is the appearance,

    spawned by the digital society and the spread of new informa-tion and communication technologies, of a 24-hour societythat has shattered traditional time cycles, erasing the divisionbetween night and day. The hourly schedules that made ourindustrial society possible, adopted following the invention ofclocks with minute hands, have disintegrated in this nascenttelematic society, where the endless worldwide ow of capi-tal demands that traders never sleep, because when a stockmarket closes in one of the nodal epicentres of the global me-tropolis, another opens somewhere else. This departure fromstandardised time cycles has diluted our individual notion of

    time. Calendars are rendered meaningless; a clock is merelya stopwatch; the distinction between business days and holi-days is slowly fading; the changing seasons are mere sceneryglimpsed through the windows of a speeding train; the boun-dary between day and night is vanishing. The 24-hour city isalways available, our machines are always ready to produce atany time, our brains are already prepared to connect with eachother, no matter the hour, and our bodies are always willing toconsume. Time exists, but it doesnt count.

    Another important fact is that leisure and recreational activitiesnow constitute a vital sector of our societies. With the rise ofthe industrial society, weekly rest became imperative in orderto recover from long hours of work. Later, the welfare statemade it unnecessary to dedicate every waking moment to ear-ning, caring and providing for ones family, but in exchangefor this gift, free time itself became a productive space. Andso human beings developed a new concern: how to ll theirtime with pursuits that satised the need for both pleasure andrest, as well as human, social and institutional relations, without

    And the fuel on which this new industry runs, every bit as im-

    portant as petrol, is alcohol, which explains another globaltrend: the growing power of multinational purveyors of alcoho-lic beverage, now a major driving force of the world economy,whose investments in advertising and sponsorships allow themto constantly massage the minds of the young people whohave become their main target audience. Many of these cor-porations are multi-sectoral: the same company that sells kidsgreasy, hydrogenated hamburgers today will be selling themgin, vodka and rumand soft drinks to mix them withtomo-rrow. In short, the ready availability of alcohol in Spain and theease with which the companies that make alcoholic beverages

    stimulate their consumption, whether overtly or subliminally,goes a long way towards explaining perhaps not the botellnitself, but certainly some of the serious problems associatedwith it.

    Another equally important global trend, whose effects extendfar beyond the botelln, is the formation of what I have positedas a social placenta, something other scholars have mistakenfor an outbreak of some kind of endless youth. We must re-member that youth as a social group or concept didnt evenexist prior to the 20th century, before the industrial society re-

    quired a skilled, educated workforce. In earlier centuries, thetransition from childhood to adulthood was abrupt and abso-lute, but nowadays society needs increasingly skilled workers(meaning that individuals must remain dependent on theirfamilies for increasingly long periods of time), and in develo-ped societies there is no longer an urgent need for childrento start working and contribute to the nancial sustenance oftheir families. As a result, adult children are delaying their de-parture from the family home and living what some moralistshave scathingly referred to as the life of Riley: with no job orhousehold responsibilities, young people now have more freetime and enjoy it for a longer period of their lives.

    This trend is closely related to another widespread pheno-menon in contemporary Western societies, which we havealso had to name and operatively dene in order to addressit based on scientic rather than exclusively moral premises:the abdication of parental responsibility, whereby parents re-linquish part of the authority and control they had over theirchildren until their coming of age.

    But there is yet another global factor that triggered the appea-rance of this phenomenon and later fuelled its spread and itsnow endemic persistence: the erosion of the welfare state andthe public services system in the nal decade of the 20th cen-

    point, alcohol consumption was neither as intense nor as wides-pread as some believe or have led us to believe: the per capitarate of alcohol consumption spiked dramatically between 1952and 1972 and the custom of drinkingespecially binge drin-

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    the public services system in the nal decade of the 20th cen-tury, in Spain and much of the Western world as well, resulting

    in a distinct lack of public spaces for young people to use.

    While this phenomenon is undoubtedly a product of certainglobal trends, it is also characterised by its multidimensionalnature. The triple threat of night+youth+alcohol has been cau-sing problems throughout the Western world since the 1990s.This global issue is a source of concern for the UN, the UNESCOand the WHO, and the specic case of the botellnpresents itsown particular set of problems: rstly, the noise and discour-teous behaviour of participants (in fact, the protests of affectedresidents were what rst inspired researchers to prole and so-

    cially construct the conict), not to mention the environmentalimpact and damage to public property; and secondly, the mas-sive consumption of alcohol and drugs. Yet the real problem isnot that young people are drinking (as adults, they will drinkwherever and whenever they please, and there is precious littleanyone can do to prevent it), but that young minors are drin-kingand, although they are in the minority, underage teensare by no means a rare sight at a botelln. Our research in Ex-tremadura between 2001 and 2003 served to alert the generalpopulation, and especially the authorities, to the magnitude ofthe real problem with the botelln: the inappropriate alcohol

    socialisation of minors.

    However, we mustnt deceive ourselves into thinking that thisis merely a juvenile issue. While it is true that the youth+nigh-t+alcohol combination causes problems, we cannot blame itall on a supposed youth subculture, which in any case is inad-missible as a scientic concept: the nocturnal habits of Westernyoung people, even in their regional/national variants, are notformed by a subculture but by a culturethe dominant cultu-re, that of their parents.

    It is Western adults who, particularly after the mid-20th century,popularised the notion of alcohol as the mainstay of nocturnalrecreation and exported it to the rest of the world. Before that

    and 1972, and the custom of drinkingespecially binge drin-kingspread to social groups whose alcohol intake had hitherto

    been very limited, such as women and young people.Moreover, that period marked the beginning, in the adultworld, of a convergence between northern habits (drinkinghard liquors with high alcohol content between or after meals)and Mediterranean traditions (drinking with meals on a dailybasis, primarily wine). Instead of replacing their own alcoholconsumption habits with imported customs, North and Southcombined the two. And behind the scenes the alcohol industrywas doing its best to promote this potent combination, makingsure that practically every movie scene opened on an actorwith a drink in one hand and a cigarette in the other.

    Those profound social changes were compounded by a struc-tural transformation that had begun in the rst third of the20th century: the urbanisation of alcohol, a habit formed inrural settings (where each man made his own wine or liquor)that gradually made its way to the cities as the working classabandoned the countryside.

    In light of all this, it seems clear that young people do not drinkbecause they have toi.e., because of peer pressurebut ra-ther because it is what they are expected to do in the prevailing

    global culture. In fact, some studies show that when alcohol useis not gratifying, young people nd a way of blaming other en-vironmental factors for the unsatisfactory experience in orderto forcethemselves to give it another try. Alcohol consumptionis therefore not merely a question of gratication, but a ritualclearly inuenced by cultural factors. Young people drink be-cause they have learned that drinking is part of having fun andgoing out at night, and they learn this from their families andall the cultural products through which society inculcates themwith socialising values.

    They go to botellonesbecause their social structures tell them,wordlessly but through countless images and imaginaries, thatthey must. So, grown-ups, what are you complaining about?

    Artemio Baigorri Agoiz (Malln, Zaragoza, 1956) has lived in Badajoz since 1986. Trained as a journalist and sociologist, he has a PhDin Sociology and is an associate professor at the University of Extremadura. He has investigated a wide variety of themes (the environment,the rural world, urban planning, youth, nightlife, gender, tourism, the telematic society, etc.), and in 2001 he led the rst sociological re -search project on the botelln phenomenon. His book Botelln. Un conicto postmoderno(Icaria, Barcelona, 2004) is a seminal work onthe subject.

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    Jos Jurado (Villanueva del Duque, Crdoba, 1984)

    After earning a BFA from the University of Granada (UGR), he went on to complete a masters course in Professional Photographyand Documentary Reportage at the EFTI Photography and Film School, an MFA in Art, Creativity and Research at the ComplutenseUniversity of Madrid (UCM), and an MFA at Manchester Metropolitan University (MMU) in England, where his academic adviserswere Ian Rawlinson and Pavel Bchler.

    This multidisciplinary artist works with a variety of media and formats, creating social, critical, participatory projects that reecthis particular interest in the society around him. He has received scholarships and nancial aid for both his education (Iniciarte,Erasmus and Seneca) and the production of his art projects (Iniciarte, ECAT Toledo, Fundacin Provincial de Artes Plsticas RafaelBot in Crdoba and Matadero Madrid).

    He has also attended workshops given by artists like Carlos Garaicoa (Fundacin Botn, Santander), Mira Bernabeu (UGR), XavierRibas (CA2M), Manel Esclusa (University of Lleida), Antoni Muntadas (UCM), Jeremy Deller (CA2M) and Santiago Cirugeda (UGR).

    Jurado has held solo and group exhibitions at various venues, including Sala del Canal de Isabel II (Madrid), Sala dArt Jove (Barce-lona), Espacio ECAT (Toledo), Off Limits Madrid, Galera Asm28 (Madrid), Matadero Madrid, Centro Andaluz de Arte Contempor-neo (Seville), Sala Amads (Madrid), Villa Irs Fundacin Botn (Santander) and Sala Puerta Nueva (Crdoba).

    www.josejurado.com

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    ISBN

    978-84-9959-199-5