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Nora Cortiñas PERFIL DE LUCHADORA Cuestión de género LA MUJER QUE NOS VENDEN LAS VIDRIERAS Mónica Alegre HISTORIA DE UNA MADRE QUE NO ARRUGA Trapitos en la Capital LA LEY DE NUNCA ACABAR Cartoneros “LEs ENSEÑAMOS A LOS GOBIERNOS CÓMO SE DEBÍA RECICLAR” COLECTIVO PERIODÍSTICO DE ETER EN LA CALLE ESTÁ LA POSTA EN LA CALLE ESTÁ LA POSTA

Revista BONDI

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Nora Cort iñas PERFIL DE LUCHADORA

Cuest ión de género L A MUJER QUE NOS VENDEN L AS VIDRIERAS

Mónica Alegre HISTORIA DE UNA MADRE QUE NO ARRUGA

Trapitos en la Capital L A LEY DE NUNCA ACABAR

Cartoneros “LEs ENSEÑAMOS A LOS GOBIERNOS CÓMO SE DEBÍA RECICL AR”

COLECTIVO PERIODÍSTICO DE ETER

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SalIr Del SeDeNtarISmO

SumarIO

Editorial

Por Adrián Figueroa Díaz La comodidad del teléfono, la dependencia del mail, la apatía del inbox, el supuesto inmediatismo del DM y la rutina del escritorio afofan el ejercicio del periodismo. Dinamizan la búsqueda de datos y fuentes, sí. Pero encorsetan la práctica en una redacción, cuando no al living de la casa de quien cree que de ese modo se puede ser “profesional”.El oficio es otra cosa. O sería bueno que lo sea. O que sea lo que fue, pero en términos de investigación, de calidad de producción, de pericia entrevistadora, de interpretación de datos, de chequeo información y de buena de escritura.A ese periodismo que nos gusta se lo hace callejeando. Por eso, en este primer número de Bondi trabajamos con una premisa: que los alumnos de ETER (re)encuentren el oficio en la calle.Bondi es un trabajo colectivo de cuatro comisiones del segundo año de la carrera de Periodismo. Las notas fueron parte de una consigna para la materia Técnica Periodística II y, como tal, la pedagogía atravesó tanto la presentación del sumario, como la producción, escritura y edición de cada artículo.Bondi hizo que el periodismo hecho por alumnos ruede en las calles, porque el oficio que queremos está en la verdad relativa del asfalto o del barrial. Ahí están las denuncias, las historias, las noticias. No podemos hacer crónicas por teléfono desde una redacción. O sí, pero no es lo que queremos. Lo que sí queremos es mirar, oler, tocar y oír lo que miran, huelen, tocan y oyen nuestras fuentes.La calle nos interpela y nos talla como comunicadores. Hasta pone en tela de juicio los criterios periodísticos que nos enseñaron. La formación está en las aulas, el aprendizaje del oficio está ahí afuera.Y hay que salir a buscarlo.

03 Trapitos en la Capital, la ley de nunca acabar 06 Una tropa de luz frente al río 07 Género: la mujer que no somos 08 Cartoneros: “Enseñamos a reciclar” 10 Nora Cortiñas: todas las luchas son la suya 12 Gapra: refugio para perros 13 Qué ves cuando no ves 15 Inmigrantes africanos en Buenos Aires 16 La historia de Mónica, mamá de Luciano Arruga 18 Crónica de un viaje en La 60 20 El periodismo que no es fácil

BONDI es una publicación de la carrera de Periodismo de ETER

Consejo editorial: Adrián Figueroa Díaz (coordinador editorial), Cecilia Alemano, Luis Gruss, Alfredo Ves Losada, India Molina

Arte de tapa y diseño: Adrián Mauas

Fotografía: Malena Adandía, Blas Dios, Carolina Pierri, Micaela Arbio Grattone y curso Fotoperiodismo ETER. Gentilezas: José Luis Meirás / Arde! Arte, Claudio Santamaría y Julieta Colomer

Redacción: estudiantes de segundo año de la carrera Periodismo ETER

ETER –Escuela de Comunicación- Dirección general: Eduardo Aliverti, Pablo Milstein, Javier Rubel, Agustín Tealdo Dirección Periodismo: India Molina Coordinación Periodismo: Silvina Morvillo

Staff

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Por Nilda Villagra Pérez y Federico Sereno Trapitos, cuidacoches y hasta mercaderes del espacio público, diferentes nombres para la misma actividad a la cual los porteños ya están acostumbrados. Son consecuencia de una sociedad en la que hay falta de acceso y oportunidades, y también desempleo; don-de hay que reinventar maneras de subsistir. Una rea-lidad de la que hay que hacerse cargo.En Montevideo, Uruguay, la actividad está reglamen-tada desde 1933, existe un registro y el cobro por cuidar los coches estacionados en la vía pública es “a voluntad”. En la Argentina, los trapitos se dividen en dos grandes grupos: los que están a favor de la regula-rización y los que están en contra. Actualmente, exis-ten ciudades en que la actividad medida y regulada por el Estado funciona muy bien, pero ¿qué sucede en la Ciudad de Buenos Aires? ¿Por qué es tan difícil ponerle reglas?

LA EXPERIENCIA MUNICIPALEn la ciudad de San Carlos de Bariloche, provincia de Río Negro, se estableció un Sistema de Estaciona-miento Medido y Solidario (SEMS), que contempla el orden vehicular y la generación de fuentes de in-gresos. En la actualidad hay 140 operadores que for-man parte de cinco cooperativas que tienen contrato con la Municipalidad. La iniciativa buscó “ordenar el tránsito y generar fuentes de trabajo para personas en situación de calle”. De lo que se recauda, el 70 por ciento es para los sueldos de los operadores y el 30 restante para la Municipalidad, que lo reinvierte en obras viales, según afirma.En Mendoza capital se incorporaron al programa

de “Estacionamiento Medido” las personas que ya realizaban la actividad en la calle. Impulsado por el gobierno de esa ciudad, se implementó un registro único de beneficiarios que priorizó a las personas socioeconómicamente más vulnerables. El sueldo de los tarjeteros oficiales proviene del 50 por ciento de lo racaudado por la venta de las tarjetas de estaciona-miento.

UNA EXPERIENCIA QUE NO ARRANCAEn el artículo 79 del Código Contravencional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que refiere al “uso de espacio público y privado”, establece como contra-vención la práctica de “exigir retribución” por el cui-dado de un vehículo, aunque no así recibir dinero en forma voluntaria.En 2011, la Legislatura porteña aprobó una ley que regulaba la actividad y creaba un registro de “cuidado-res de vehículos” a cargo del Ministerio de Ambiente y Espacio Público. Estableció que la retribución sería siempre de “carácter voluntario”. En el 2012, el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, la vetó.La presidenta del bloque del Frente para la Victoria, Gabriela Alegre, y su par legisladora Claudia Neira presentaron en abril de 2014 un proyecto de Ley de Registro de Cuidadores de Vehículos. No prosperó.El PRO también tuvo una ini-ciativa a cargo de los diputados porteños Cristian Ritondo y Roberto Quattromano.

trapItOS al SOlEn el país hay dos ciudades en que la actividad de cuidacoches es regulada por el Estado. En la Capital Federal, el tema está entrampado en un ida y vuelta de proyectos y leyes que no avanzan o que fueron vetadas. El trasfondo ideológico y político de una actividad que podría dar trabajo formal a quienes no lo tienen.

En Bariloche, la iniciativa buscó “ordenar el tránsito y generar fuentes de trabajo para personas en situación de calle”.

En Mendoza se implementó un registro único de beneficiarios que priorizó a las personas socioeconó-micamente más vulnerables.

Estacionamiento medido en #LaCalle

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Propusieron la reforma del Código Contravencional para “prohibir la actividad de cuidacoches y de lim-piavidrios sin autorización legal”, con sanciones de 500 a 5000 pesos, y hasta cinco días de arresto para quienes ejerzan la actividad. Tampoco consiguió los votos necesarios para ser aprobado.“Los cuidacoches son personas que se adueñaron del espacio público y los vecinos no pueden ser extor-sionados si quieren estacionar el auto en cualquier lugar que esté habilitado. Esta conducta produce una sensación de impunidad, porque si no le pagan, la integridad del coche corre riesgo”, comentó en re-ferencia al viejo proyecto el diputado Roberto Quat-tromano.Actualmente, la diputada Neira busca la creación de

un “Registro de Cuidadores de Vehículos” que funcione en el ámbito de la Subsecretaría de Uso del Espacio Público. Para inscribirse, los interesados de-berán tener más de 16 años y

se dará prioridad a jubilados y discapacitados. La re-tribución de los cuidacoches siempre será de carácter voluntario.Por el contrario, el diputado del PRO Juan Pablo Arenaza ya lanzó un proyecto de sistema de obleas y grúas medidas que está en licitación. Argumentó

que, “en ciudades grandes como Buenos Aires, no se puede implementar un sistema de estacionamiento medido porque es muy difícil de controlar” ya que “los barrios se convirtieron en estacionamientos gi-gantes”. Además, comparó que, en ciudades chicas

En 2011, la Legislatura porteña aprobó una ley que regulaba la acti-vidad y creaba un registro de “cuida-dores de vehículos”. Macri la vetó.

Foto: Micaela Arbio Grattone

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Una noche, Cristina se hizo amiga del cura después de llegar a la cuadra golpeada por su ex marido. “Ahí me di cuenta que este lugar no era sólo un trabajo, era una casa.”

como Bariloche, los cuidadores son “personas con necesidad social”, sin embargo “en Buenos Aires el 80 por ciento son mafias”.

MATERIAS PENDIENTESOtro tema preocupante y diferente es el “negocio” que se genera en la cercanía de los estadios de fútbol y que está al frente de integrantes de las barras bravas de clubes de fútbol. Según un informe realizado por la ONG Defendamos Buenos Aires, durante las ac-tividades que se realizan en las canchas se recaudan 12 millones de pesos mensuales por “cuidar coches”.

Para esto tampoco hay consenso ni solución.“El PRO se la pasó haciendo fuegos de artificio levan-tando un proyecto de prohibición que es inaplicable, pero cuando quisimos discutir la prohibición de los cuidacoches en los espectáculos masivos, que clara-mente son mafias con nombre y apellido, dejaron de hablar del tema y se olvidaron de los trapitos -critica Neira-. Al PRO le preocupa más el jubilado que pide monedas en una esquina de barrio que la ‘mafia de cuidacoches’ en la cancha de Boca.”Cuatro años sin acuerdos. Una problemática que va en ascenso y que tiene un futuro incierto.

Cada tanto pasa alguno que quiere meterse en su cuadra, pero no hace falta que nadie haga nada, con sólo ver a “Cris” siguen de largo.

la vIDa eN uNa cuaDraHistoria en #LaCalle

Por Micaela Arbio Grattone Se levanta del cordón de la vereda, se sube un poco el pantalón y se limpia las migas del pebete que comía. Camina dos pasos sobre la calle y, como si lo hubiese previsto, advierte un Fiat Uno bordó que viene de frente. Escucha un motor a varios metros de distancia con el oído perfectamente entrenado y espera a tenerlo cerca para indicarle con un trapito naranja en la mano dónde tiene lugar. Pero el conductor acelera, no se detiene y casi la pisa. Ella, con los la-bios pintados de rosa y sus rulos canosos sueltos, aprieta los dientes, mira la patente y se come las ganas de insultarlo. “A los hermanos hay que tratarlos bien. Si no, no te dejan guita.”Maria Cristina Ismael trabaja hace veinte años en Ciudad de la Paz entre Olazabal y Blanco Encalada, frente a la iglesia evangé-lica “Rey de Reyes”. Esa cuadra es su territorio. La mayoría de los “hermanitos” que esperan el culto ya la conocen, la saludan, le dan charla. La llaman “Cris” y es la trapito más vieja de la zona.Los sábados duerme en la pizzería “San Cayetano” porque tie-ne buena onda con Andrés, el dueño, que le da lugar para que no vuelva a casa tan tarde. Ella afirma que Belgrano es un barrio jodido y que hay de todo, gente que trabaja como ella y otra que lo hace para pagarse los “vicios”.Cristina llegó a ese lugar por Norberto, su ex marido, que trabaja a unas cuadras. “Antes limpiaba casas, pero estaba cansada. Además, Norber era muy celoso y prefería tenerme cerca.” Una noche, Cristina se hizo amiga del cura después de llegar a la cuadra golpeada por su ex. “Ahí me di cuenta que este lugar no era sólo un trabajo, era una casa. Todos me conocen y me siento cuidada. Si tengo algún problema, que es muy raro, le aviso a los hermanos de la iglesia o a los del kiosco, y listo.”

Son las ocho de la noche y la fila para entrar a la celebración da vuelta la esquina. Analía, una creyente, se para al lado de Cris-tina y le cuenta que se fracturó la mano. Le pide si no le puede cuidar unas bolsas y le deja 15 pesos. Le agradece y se va.Con 61 años, cuatro hijos y dos ex maridos golpeadores, a Cris-tina se la ve contenta. Le gusta ir al Tigre y darse ciertos gustos: salir a comer, comprase algo para la casa y tomar unos mates al

río. Las marcas y las arrugas impregnadas en su piel muestran que la vida le dejó ci-catrices. La calma en su respiración y la paciencia de sus palabras impactan con un mensaje de tranquilidad inusual.Cada tanto pasa alguno que quiere me-terse en su cuadra, pero no hace falta que

nadie haga nada, con sólo ver a Cristina siguen de largo. Ella no despega los ojos de los autos en ningún momento. Está de miércoles a domingos. Se levanta temprano, desayuna y sale. A veces reza un rato. A todos les dice “mi amor”, “cariño” o “her-mano”, y se sonroja cuando le dedican un piropo. Vive en Villa Pueyrredón y se jubiló hace poco. Con eso vive. Confiada, dice que no la pasa mal. Se hacen las nueve y un Corsa gris asoma por Olazabal. Ella se

para y con el trapito le hace señas de que hay lugar. El auto estaciona y el conductor y una mujer se bajan. Cristina les pregunta si quieren que les cuide el vehículo y él le dice que no, que no se haga problema, que van y vuelven. Ella responde que igual-

mente se lo mira. “No me cuesta nada”, dice en tono picarón. Se sienta en la esquina y espera que el tiempo se pase para volver a casa. A los diez minutos regresa el conductor y le deja veinte pesos. Cristina le agradece y lo saluda hasta la próxima.“Varias veces me pegaron en el pecho, pero nada me saca las ganas de ser feliz. El trabajo me mantiene parada, mi vida está en esta cuadra”, dice Cristina, atenta a algún motor de auto.

Cris es la trapito más antigua de Belgrano, lleva 20 años en la zona. “Varias veces me pegaron en el pecho, pero nada me saca las ganas de ser feliz.”

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Por Emiliano Biani En medio del ruido de los autos que circulan por la avenida Lugones, que se mezcla con el del ferrocarril Belgrano Norte y las turbinas de los aviones del Ae-roparque Jorge Newbery, se puede encontrar la tran-quilidad. A escasos metros del Pabellón 3 de Ciudad Universitaria, y a través de un camino de tierra que sigue más allá del amplio estacionamiento, se llega a la comunidad Velatropa, un autodenominado Cen-tro Experimental Interdisciplinario donde habitan unas veinte personas que se consideran “protectores de la tierra”.La aldea tiene unas diez casas hechas con madera, adobe, piedras y barro, una cocina donde se abas-tecen a diario y “El círculo”, lugar donde se juntan todos los días para la toma de decisiones. “Acá no hay un líder ni dirigentes, la que manda es la natura-leza”, cuenta Maxi, un joven tandilense que vive en Velatropa hace seis meses.Las reuniones en “El círculo” se dan a diario, aunque para distribuir las tareas existe un espíritu libertario. Uno de los lemas es: “Si hay una tarea, hacela. Mejor

arrepentirse que no hacer nada por la tierra”. Las decisiones más importantes se toman en las “Reuniones de luna”; se rigen por el calendario maya y

cada cambio de luna les indica cuándo sembrar. Lo que genera la siembra se vende en el Mercado de Liniers, aunque los aldeanos no viven de ello. Varios tienen sus trabajos o estudian.Existen otros espacios de recreación como “La alfom-bra voladora”, una esterilla sujetada entre dos árbo-

les hecha con alambres, hilos y pasto sintético. También hay un lugar exclusivo para la músi-ca y donde improvisan bajo el sol con guitarras y un saxofón. Existe, además, “El mirador”, un lugar con vista al Río de La

Plata y donde se planea hacer el “Puerto aldeano”, un espacio para el acceso libre a la navegación.Los carteles que indican el camino hacia la aldea di-cen Pasa nomás, Copate y No tengas miedo. Vela-tropa (Tropa de luz) es parte de un sistema de más

de 300 ecoaldeas que existen en Sudamérica. Por este motivo es reconocida en el país y da hospedaje a muchas personas de cualquier parte del mundo que están de paso por la Ciudad de Buenos Aires.No obstante, los terrenos donde se sitúa Velatropa pertenecen a la Universidad de Buenos Aires y están en disputa. Hace veinte años que los aldeanos vienen recuperando ese lugar que había quedado abando-nado durante la última dictadura, cuando se paralizó la construcción de los pabellones 4 y 5 de Ciudad Universitaria. Durante la década del noventa hubo algunos asentamientos y luego se formó un basural. Entonces, los aldeanos comenzaron a limpiar y sa-near el lugar, y se conformaron formalmente como comunidad en 2007. Sin apoyo estatal lograron reser-var el espacio y ahora procuran cuidarlo de la UBA, que intenta construir allí un estacionamiento y los acusa de ser “ocupas”.“No somos ocupas, somos protectores”, aclara un integrante de la comunidad desde hace ocho años. “Nos están cercando y nadie hace nada –dice una joven que prefiere no revelar su nombre-. Vivimos con cuidado de que no entre ningún intruso que intente destruir lo que hicimos y aguantamos para cuidar el lugar.”En junio pasado, el Rectorado de la UBA intentó desalojarlos con personal de seguridad privada de la empresa High Security, pero los aldeanos, que de-nunciaron “represión” con complicidad de la Policía Federal, impidieron el avance. Desde ese entonces viven en alerta e implementaron varios sistemas de seguridad. Cada vez que escuchan un sonido o ven a alguien sospechoso, uno de ellos grita “cucui” y el otro debe responder con el mismo grito para avisar que todo está en orden.Durante el año se realizan varios talleres, desde tea-tro hasta lucha greco romana, cocina, circo y huerta. Por el predio circulan muchos ciclistas y por eso tam-bién se hacen bicicleteadas en un circuito hecho en el territorio. También organizan festivales y en junio celebran el aniversario de la aldea. Todos son bien-venidos, como define Maxi: “Velatropa simplemente es un lugar hermoso”.

uNa trOpa De luz freNte al ríOVelatropa es una de las 300 ecoaldeas que existen en Sudamérica. Está en Ciudad Universi-taria y resiste un intento de desalojo. “No somos ocupas, somos protectores”, dicen.

Uno de sus lemas es: “Si hay una tarea, hacela. Mejor arrepentirse que no hacer nada por la tierra”.

Desde que intentaron desalojarlos, los aldeanos implementaron siste-mas de seguridad propios: cuando ven algo sospechoso gritan “cucui” y los demás deben responder.

Antisistema en #LaCalle

Fotos: Malena Adandía

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Por Laura Guarinoni y Sofía Villagra “Conviértete en princesa”, dice un blister de maqui-llajes en la vidriera de una juguetería de avenida Riva-davia. Más arriba, un cartel sugiere la relación entre la cerveza y cinco mujeres de mirada decidida y voraz que posan en traje de baño. Enfrente, un local de len-cería exhibe una gráfica con adolescentes jugando a la guerra de almohadas en ropa interior. Una promoto-ra de Volkswagen hipermaquillada y en calzas reparte folletos por Florida. Detrás de ella flamea una guir-nalda de cartelitos de oferta sexual. No dicen todos lo mismo pero tienen la misma tipografía, formato, papel: “Adicta al sexo cumple tus fantasías”, dicen que dice Jésica, la de la foto bicolor. Los maniquís de enfrente se parecen a esa Jésica inexistente, en talla, en pose, en tamaño, en distribución de voluptuosi-dad. Y no se parecen a las otras mujeres, a las reales que circulan por la escena callejera contradiciendo los estereotipos. Gordas, gorditas, flacas, muy flacas, cargadas, cansadas, sobrias, desprolijas, despeinadas, ojerosas, sonrientes, agotadas. Una llora hablando por teléfono. ¿Qué mujer dicen que somos? ¿Con qué imaginarios se nos representa en los mensajes de la calle?Mejor empezar por el principio: la infancia. A la hora de comprar un juguete, un pantaloncito y hasta un huevo Kinder hay que definir antes si el destinatario será niño o niña. Recién cuando se define el géne-ro se abren las opciones de juego, de posibilidades y de gustos. ¿Dónde empiezan estas construcciones? ¿Desde qué dispositivos e instituciones se reprodu-cen y se instalan?Claudia Laudano dice que la diferencia sexual se marca desde el comienzo de nuestras vidas. Ella es profesora titular e investigadora en Comunicación y Género de las universidades de La Plata y Entre Ríos. “En la escuela, por ejemplo, se presenta el universo de las nenas diferenciado del de los varones, y eso ha-bilita algunas cosas y prohíbe otras, y también figura una construcción de debilidad de lo femenino”, dice y agrega: “Esto es muy definitorio en la construcción de la subjetividad de las mujeres”.La propuesta de “princesa”, a simple vista, parece proponer una idea de mujer que debe ser bella, sua-ve, femenina, pulcra. Pero, ¿para quién debemos ser princesas? Laudano lo explica: “La princesa es para ser mirada por otros, es la mirada varonil la que la va a poner ahí. Esto aporta a la construcción de una representación pasiva de la mujer”.La violencia suele ser vista como mero golpe y, sin embargo, ese daño parece ser la expresión visible y materializada de otras violencias, la última instancia

de un encadenamiento de significados sobre el “ser mujer”, esos que se ven en cada esquina, vidriera, cartel de la calle. “La violencia simbólica es aquella que a través de patrones estereotipados transmite y reproduce dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordina-ción de la mujer”, explica Laudano.Este tipo de violencia está citada en la Ley 26.485 de Protección Integral de la Mujer que, a pesar de pre-ver multas por la publicación o difusión de mensajes e imágenes que ejercen violencia simbólica, todavía está lejos de lograr un cambio significativo.

En la calle Florida, atrás de la promotora aparecen dos pibes que pegan más cartelitos. Mu-chísimos. Uno al lado y arriba del otro. Los pegan sin escati-mar. No los dosifican, no los distribuyen, no eligen dónde: toldos, persianas, co-lumnas, puertas, canteros o paradas de transporte.Según Lucía Nuñez Lodwick, socióloga de la Univer-sidad de San Martín y miembro del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), la presencia de volantes de oferta sexual en la vía pública “creció a partir de la sanción del Decreto 936/2011 que prohibió la oferta sexual en medios gráficos”.Al parecer, falta mucho para arrinconar a quienes están de-trás de estos papelitos, todo indica que son personas invo-lucradas en la cadena de la trata y explotación sexual. No publican más en el Rubro 59 pero abrieron otros canales de difusión. Su creatividad parece ser más rá-pida que la aplicación de las leyes y sus multas.“Ezequiel, te digo que estuve en lo de mi mamá, lla-mala y preguntale”, se escucha que dice la que llora al teléfono. Esto pasa en la misma calle que muestra a una mujer que se puede obtener tomando la marca adecuada de cerveza o que se puede ser comprando un set de maquillajes, o la que puede atraer compra-dores de autos o aquella que se puede consumir a cambio de dinero. Mujer como objeto, propiedad, producto: una lanza de sentido que atraviesa la socie-dad y se expresa en la calle, que es también la misma calle en la que ocurren los femicidios que horrorizan a la opinión pública. Todo indica que no surgen de la nada, se asientan sobre la base de todas estas cons-trucciones y mensajes que representan, enuncian y figuran esa mujer, la mujer que no somos.

la mujer que NO SOmOSComo objeto, propiedad, producto. Cuál es la mujer que nos muestra el lugar donde ocurren los femicidios. Una lanza de sentido que atraviesa la sociedad y se expresa en la calle.

“En la escuela, por ejemplo, se presenta el universo de las nenas diferenciado del de los varones, y eso habilita algunas cosas y prohíbe otras.”

¿Para quién debemos ser prince-sas? Laudano lo explica: “La prin-cesa es para ser mirada por otros, es la mirada varonil la que se va a poner ahí.”

Estereotipos en #LaCalle

Foto: Caro Pierri

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Por Sebastián Weber“Todos hacen algo persiguiendo la felicidad y un bienestar: yo reciclo para darle de comer a mi fami-lia”, dice Antonio Varela, un hombre de 50 años que hace 19 que es cartonero. Trabajaba para una empre-sa pero no lo satisfacía tener que obedecer a un jefe

ni poder pasar tiempo con las personas que amaba.Antonio vive con su esposa y sus dos hijas en la localidad bonaerense de Matheu. Todos los días hábiles, a las 11, un

transporte lo pasa a buscar al igual que a ocho de sus compañeros recicladores para llevarlos al barrio por-teño de Saavedra. Al llegar, todos ayudan a descargar los carros en un camión que espera en la esquina de avenida San Isidro Labrador y las calles Ciudad de la Paz y Vilela. Cuando están listos, comienzan a cami-

nar. Cada uno por su lado, pero ninguno antes que otro.Existen tres tipos de cartoneros en la Capital: los que trabajan a sueldo para las cooperativas de reciclado porteñas, los que ganan de la venta de lo que acu-mulan en un día de trabajo -y que además cobran un subsidio de 2500 pesos del gobierno nacional- y los que son completamente independientes. Estos últi-mos se llevan a sus casas todo lo que juntan y se lo entregan en mano a las papeleras o las empresas que más plata le ofrezcan. De este grupo forma parte An-tonio, que antes de empezar a andar se ata con fuerza los cordones de las zapatillas.Su carro es verde y lleva bolsas de nylon donde va acumulando lo que recolecta. Lo tira en la dirección que van los autos, y cuando tiene que parar busca un lugar donde no moleste o lo deja en una esquina. Atado a los fierros de donde se agarra para empujar,

“leS eNSeñamOS a lOS gOBIerNOS cómO Se DeBía recIclar”Antonio tiene 50 años y desde hace 19 es cartonero. Recorre la zona norte de la Capital. De trabajador en relación de dependencia a cuentapropista de su historia.

Antonio no sabe si mañana va a haber servicio de camiones o si van a parar, y un día sin trabajo es menos comida.

Trabajar en #LaCalle

Foto: Blas Dios

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Existen tres tipos de cartoneros en la Capital: los que trabajan para coo-perativas, los que reciben subsidios y los independientes.

tiene un cajón de plástico amarillo en el que guar-da cosas pequeñas de valor o que le hayan gustado. Cuando abre los contenedores deja un objeto grande en el borde para que no se le cierre la tapa y pueda agarrar lo que necesita. “Algunos se meten adentro de los tachos para detectar los materiales más duros y ver qué hay adentro, pero yo solo levanto cartón, papel blanco o de diario y plástico de sillas o mesas de jardín”, explica mientras pisa un cartón que alguna vez contuvo un par de zapatos.Las zonas en que recolecta son Nuñez, Saavedra y partes de Belgrano y Colegiales. Los cartoneros in-dependientes no van todos los días por las mismas calles sino que se cruzan y van eligiendo distintos caminos. Antonio, sin embargo, cada quince días vi-sita a una familia que tiene una empresa mediana de computación sobre la avenida Ricardo Balbín, que lo espera para entregarle un paquete de papel blanco y algunas cosas más, como un colchón.En estos barrios también trabaja Madreselvas, una de las doce cooperativas integradas al Servicio Público de Higiene Urbana de la Ciudad de Buenos Aires desde 2002. Los miembros de esta organización no tiran carros sino que se encargan de pasar a buscar los residuos por determinadas casas o negocios, para luego llevarlos a los centros de clasificación y enfarda-do, para su posterior venta. “Siempre explicamos que la prioridad para levantar los desechos la tienen los que todavía tiran carretas”, declara Mónica Maidana, una de las coordinadoras de la cooperativa. (Ver re-cuadro)“Fuimos catalogados como personas ‘invisibles’ y ‘no gratas’, pero le enseñamos a los gobiernos de la Ciu-dad y de la Nación cómo se debía reciclar”, señala

Antonio mientras prende un cigarrillo y se acomoda la visera que lo resguarda del sol. Lleva una remera y un pantalón azul con bandas fosforescentes, como las que usan los recolectores de basura. Ya tiene seis fardos de cartón atados a su carro con soga, y cada vez que lo mueve respira fuerte y transpira.Tiene que llegar a las 16.30 al mismo lugar donde los dejó el camión para emprender la vuelta, pero también quie-re recolectar la mayor cantidad de material posible. Es que no sabe si mañana va a haber servicio de ca-miones o si van a parar, y un día sin trabajo es menos comida. Es que desde que en 2007 dejó de funcionar el Tren Blanco, existe el servicio de camiones, cuyos trabajadores están exigiendo mejoras en los vehículos y aumento de salarios. Cuando le falta una cuadra por llegar, Antonio trasta-billa con un adoquín y se le cae el carro en el medio de la calle, con todo lo que recolectó. Corta el tránsito y cuatro de sus compañeros lo ayudan a reunir y atar con so-gas lo que había juntado para que no se vuelva a desplo-mar. Mientras, se escuchan bocinas, gritos de los conductores y el ruido de los motores de los colectivos que circulan por el Metro-bús de la avenida Cabildo. Él mira para otro lado. Comenta que con el nuevo colchón que consiguió sus hijas van dormir más cómodas. Y no hace caso a los insultos. Nunca le gustó que le digan lo que tiene que hacer.

Desde que en 2007 dejó de funcio-nar el Tren Blanco, existe el servi-cio de camiones, cuyos trabajado-res exigen mejoras en los vehículos y aumento de salarios.

maDreSelvaS, uNa OpcIóN cOOperatIva

Cooperar en #LaCalle

Por SW Madreselvas es una de las doce cooperativas que trabajan en la Ciudad de Buenos Aires acopladas al Servicio Público de Higiene Urbana desde 2002. Estas organizaciones se ocupan de la reco-lección, clasificación, enfardado y venta de los materiales recicla-bles de grandes generadores de basura, negocios y lo que las per-sonas dejan en las “campanas verdes” de la Capital. A cada una le corresponde una zona y Madreselvas trabaja en el Bajo Núñez, Belgrano y partes de Saavedra y Colegiales, donde los mayores generadores de residuos son Ciudad Universitaria, mercados y empresas grandes.Las cooperativas administran un lugar de selección y recuperación

de la basura, donde trabajan los recicladores urbanos. A menos de cien metros de la avenida Lugones y del Circulo de la Policía Federal se encuentra el Centro Verde de Núñez, en el cual están los empleados de Madreselvas. Allí, a la noche, los camiones salen con quienes van a recolectar a la calle. Trabaja una persona cada cuatro cuadras; cada grupo va dejando lo recolectado en un bolsón donde los dejó el transporte, que es el mismo punto por el que los van a pasar a buscar para la vuelta. Al otro día, el turno de la mañana se encarga de la clasificación final de los elementos reciclables y de armar los fardos, que son cubos de basura para su posterior venta. Intentan vender todo al final de la semana para que no se acopie, debido a que a veces llegan a acumular 50 tone-ladas solamente de cartón. La venta se hace con los comprado-res en el lugar y negocian con el mejor postor. El que ofrece más plata se lleva los materiales.

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Por Agustina ValleApenas llega al metro cuarenta, tiene una nube de pelo gris y la contextura física de una muñeca. No lleva puesto su pañuelo blanco ni tampoco una gota de maquillaje. La miro. Sólo estamos ella, yo y las cientos de caras de desaparecidos que miran desde las paredes de la sala. Una de las miradas es la de Gustavo, su hijo.

Abril de 1977. Catorce muje-res. Una caminata alrededor de la Plaza de Mayo. Así empezó todo. Hoy revela que la presen-cia de las Madres en un juicio puede provocar un cambio de carátula. Ellas son la lucha de

los derechos humanos en carne y hueso. El tiempo y algunos desencuentros las dividieron. Nora forma parte de la Línea Fundadora, que surgió en 1986 por diferencias con la conducción de Hebe Bonafini. Se caracterizan por tener una estructura horizontal y por no ser partidistas. Y por tener las convicciones intactas.

Tienen diferente metodología y diferente lenguaje. Sus pañuelos blancos no tienen precio y la posibi-lidad de entablar amistad con el represor no existe. “Hebe Bonafini se abrazó con (César) Milani, ex jefe del Ejército acusado por delitos de lesa humanidad; le dio un pañuelo a Aníbal Fernández, pero no me representa a mí ni a los 30 mil desaparecidos. Es un sacrilegio, el pañuelo es de todas, es un gesto de gran hipocresía”, sentencia Nora y agrega: “La desapari-ción es el crimen de crímenes. No es posible recon-ciliarse con los genocidas”.

-¿La ruptura debilitó la lucha?- No, mirá, para entrar en una madera un clavo hace fuerza. Si le das dos golpes entra mejor.No hay tema que a Nora se le escape, no hay con-memoración ni marcha en la que no esté. Todas las luchas son la suya. Cromañón, tragedia de Once, los movimientos indígenas, la toma de fábricas, el Con-greso de la FUBA y más. Por eso, cuando la llaman y

tODaS laS luchaS SON la SuyaUna tarde junto a Nora Cortiñas, la referente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. De la desaparición de su hijo hasta la tragedia de Once o los estragos agroquímicos de Monsanto. Una incansable compañera de las luchas populares.

El domingo estuvo en Salta, el lunes en Catamarca, hoy marchando en el Obelisco y mañana quién sabe. La búsqueda de su hijo Gustavo, ince-sante, lo atraviesa todo.

Resistir en #LaCalle

Foto: José Luis Meirás - Arde! Arte

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Nora tiene una familia grande espar-cida por todo el país. Va y viene sola sin pedirle favores a nadie, más bien los demás le piden a ella

le dicen que la esperan en el Obelisco para marchar contra Monsanto, la empresa multinacional de agro-químicos acusada de daños ambientales, ella contesta sin rezongar que ahora va. Había estado pensando todo el día en volver a casa, allá por Castelar. Pero después de nuestra charla se iba a tomar el subte para luego subirse al tren, y horas más tarde volver a la casa baja con patio trasero y delantero donde sus plantas esperan que llueva. El domingo estaba en Salta, el lunes en Catamarca, hoy marchando en el Obelisco y mañana quién sabe. La búsqueda de su hijo Gustavo, incesante, lo atraviesa todo.Cuando le pregunto cómo es un día en su vida, ríe. Después de conocerla un poco, la pregunta pierde validez. Ninguno de sus días se parece al anterior. Tal vez algunos domingos cuando se reúne con sus cuatro hermanas y el resto de su familia. “Llego a mi casa, escucho el contestador y veo la computadora, y ya hay para mañana lo que no llegué a hacer hoy”, explica.Nora, que empezó como profesora de costura, sabe y mucho. Da charlas e investiga sobre la deuda externa. Desde 1998 es titular de la cátedra Poder Económico y Derechos Humanos en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Hace unos cuantos años se recibió de psicóloga social y desde entonces va por el mundo te-jiendo relaciones con otras personas, como ella dice, “interaccionando”.Hoy la tragedia de Once tiene un lugar especial en su vida. “Ese día tenía que tomar ese tren pero a último momento me pasaron a buscar unos amigos. Había apagado el celular y cuando lo prendí estaba lleno de mensajes, mi familia me buscaba ahí”, cuenta y agre-ga: “Más de una vez los he preocupado, fui muchas veces presa, amenazada”. Pero no se arrepiente de ni una de esas cosas.Nora tiene una familia grande esparcida por todo el país. Va y viene sola sin pedirle favores a nadie, más bien los demás le piden a ella que por favor se cuide, que se quede en la casa. Recuerda que por entonces “no se podía parar, había que seguir”, su lema hasta hoy. Define a su marido como el que más acompañó la lucha de las Madres, su lucha, hasta que falleció hace algunos años. Del ojo izquierdo de Nora cae una lágrima que se confunde con la emoción, aunque más tarde dirá que tiene un problema de lagrimales.Me pide que la espere, que va al baño. Pasa por la cocina y se mete en una sala que no alcanzo a ver. Creo que no cierra la puerta. Sale lista: cartera gran-de, bolsa en la mano y sobretodo puesto. Cuenta que no le da miedo andar de noche sola y que casi nunca toma taxi.Recuerda el día que murió el dictador Jorge R. Vi-dela. Estaba sola en su casa escuchando la radio y no le produjo alegría sino conformidad. “Murió como tenía que morir, solo y encerrado. Estas cosas hacen que la lucha de tanto años valga la pena”, expresa.

Cuando salieron las leyes de Punto Final y Obedien-cia debida sintió tristeza, después lo que hizo Néstor Kirchner fue “lo que se tenía que hacer”, porque “el único éxito hubiera sido abra-zarnos con nuestro hijos, los demás son logros”. Nora cree en Dios, le da gra-cias y le pide. Recuerda la tar-de de sábado en que su nieto de cinco años, entró con ella a la iglesia de Castelar. “¿Dónde está Dios?”, preguntó después de recorrer el lugar. “Él está en todas partes”, le dijo su abuela. “Si existiera mi papá no estaría desaparecido”, re-flexionó el pequeño. Su nieto Damián, que tenía dos años cuando su padre fue secuestrado, creció en un ambiente donde no se le podía ocultar nada.

-¿Cómo entiende Damián su lucha política?- No me atrevo a preguntarle. Todos esos años no se podía parar porque eso era lo que querían. Las pintadas en mi casa, las llamadas telefónicas, todo eso le tocó fuerte a la familia y mi nieto creció en medio de eso, donde veía que la abuela entra-ba y salía.Ya de grande nunca se sintió atraído por la militancia ni par-ticipó de H.I.J.O.S. “Sus hijas preguntan poco sobre lo que pasó, pero cuando hay una fecha importante él las lleva a la orilla del río y tiran flores”, cuenta Nora.Piedras 153, una de esas callecitas angostas del cen-tro. Allí se encuentra la oficina de Madres de Pla-za de Mayo Línea Fundadora. El 1ºA está lleno de afiches y panfletos. Un cartel ruega no fumar y otro exclama “Ni una menos”. En otra de las paredes, un retrato de Azucena Villaflor, la madre que empezó todo y que fue secuestrada por la misma dictadura que se llevó a sus hijos. En el centro de una mesita un cuadro del pañuelo blanco, ese que alguna vez fue un pañal de bebé representando la bús-queda de unos hijos. Salimos juntas y nos cruzamos con una madre y una hija que nos abren la puerta. Me explica el cami-no pero después recuerda que vamos para el mismo lado. Esta vez, Nora me acompaña a mí.En dirección a Corrientes, Nora Cortiñas me indica cómo llegar al subte B y, a paso lento, esquivamos cada uno de los obstáculos que aparecen: adoqui-nes, basura, arena, escombros. Su destino: Plaza de Mayo, aquella que recorrió tantas veces buscando respuestas, aunque sea otra razón la que la convoca. “¿Cómo no sabés qué es Monsanto?”, se sorprende y asegura que sus favoritas son las causas que el Estado desatiende, esas que parecen perdidas.

“Videla murió como tenía que morir, solo y encerrado. Estas cosas hacen que la lucha de tanto años valga la pena.”

La presencia de las Madres en un juicio puede provocar un cambio de carátula. Ellas son la lucha de los derechos humanos en carne y hueso.

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Por Damián Stazzone La torre del Parque de la Ciudad funciona como un faro que ayuda a llegar al refugio para perros. Es que Gapra no tiene una dirección exacta. Hay que bor-dear un extenso alambrado que delimita el predio hasta la entrada y luego atravesar un estacionamiento vacío, que en la época de auge del parque solía estar lleno. Allí se empiezan a escuchar los primeros ladri-dos y unos metros más adelante se divisa el pequeño edificio de cemento.“Me acuerdo de una tarde que estaba yendo del re-fugio y al llegar a la puerta vi un perro blanco que lo habían dejado en una caja de cartón –cuenta Graciela Aurora, coordinadora del refugio-. Cuando me acer-qué me gruñó mostrándome los dientes. Era chico pero tenía mucho carácter, y sangre en una oreja y una pata. Fui a buscar un hueso que nos donan las veterinarias y me senté al lado de él casi durante una hora, hasta que se tranquilizó y me dejó agarrarlo. Ese día llegué a mi casa cuando mis hijos ya estaban dormidos y mi marido con una cara que no reflejaba mucha felicidad.”El terreno fue cedido por el Gobierno, que también

se encargó de la construcción de los caniles. El lugar no recibe ningún subsidio oficial, se mantiene con donaciones de personas, empresas, veterinarias y con rifas que se organizan los fines de semana. Graciela sale del trabajo y va directo hacia Gapra. Sa-luda a los voluntarios, toma unos mates y empieza la recorrida. Se agacha y acaricia a cada uno de los perros que, actualmente, son 68. Entra a los caniles, ayuda a limpiar, revisa que todos tengan agua y comi-da, reemplaza las mantas que están muy sucias y hace el relevamiento de los que tienen alguna enfermedad o dolencia. Ese informe es el que reciben los veteri-narios, que colaboran sin recibir dinero y pasan una o dos veces a la semana para hacer un diagnóstico más preciso. De las heridas o los problemas leves se encargan los coordinadores y voluntarios.“Muchas veces la gente nos trae perros que encon-traron en la calle con alguna herida y los veterinarios no están; en ese caso los atienden los voluntarios”, explica. “Lo principal para ser parte de Gapra es te-ner amor y tiempo para dedicarles. Además de agua y comida necesitan caricias y jugar.”De lunes a viernes son los mismos quienes reparten su tiempo para que no falte nada. Los sábados, cual-quiera pude acercarse. Ese día los perros son atados a unas estacas que están distribuidas por el inmenso parque y se permite que los visitantes agarren una co-rrea, elijan uno y se lo lleven a pasear.“Es el único día que sacamos a todos los perros de los caniles para que caminen o corran por el pasto. Se puede venir a pasar el día. Hay familias que vie-nen con el mate y se quedan disfrutando al aire libre mientras le hacen compañía a alguno de los perros”, cuenta. Además de coordinadores, voluntarios y visi-tantes, existen los padrinos.“Hay personas que quieren tener un perro pero no pueden porque viven en un departamento o no están en todo el día. Tuvimos la idea de que las personas en esa situación apadrinen a uno del refugio, lo ven-gan a visitar cuando quieran y aporten un dinero fijo por mes para cubrir los gastos”, explica. En Grapa no hay excepciones. Reciben perros que fueron maltratados, atropellados o abandonados. Los rehabilitan o simplemente les dan un hogar hasta que alguien se acerque y elija. Graciela cuenta que constantemente intentan concientizar y difundir su trabajo para que la gente se acerque al lugar con el plan de adoptar a una de esas hermosas bestias. Y todos contentos.

uN refugIO que NO laDra y ayuDaGapra es un hogar que recibe perros maltratados o abandonados y que una vez a la semana abre sus puertas para que quien quiera los lleve a su casa o a pasear.

Perros de #LaCalle bajo techo

Foto: Micaela Arbio Grattone

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Por Noralía Salvio Balbuena, Johanna Sierra, Agustina Lanza y Jorge CareaYa habían pasado 15 minutos de su horario de en-sayo habitual con el coro de la Iglesia del Salvador, en Callao y Tucumán. Sabía que era tarde y que lo estaban esperando para comenzar. Por eso decidió apurar el paso. Corrió como pudo hasta que logró sortear los molinetes de la estación Medrano de la Línea B. Antes de que comenzara el ensordecedor aviso de cierre de puertas, avanzó sobre el andén y trató su subir a la formación, hasta que su bastón blanco le advirtió que entre los vagones de subte no hay puertas sino un camino directo a las vías. Cuando advirtió el error de cálculo, era tarde: cayó en medio de los dos coches, sobre las piedras que cubren los durmientes. Frío y sereno como siempre, a pesar de todo, rodó despacio hacia el hueco que existe deba-jo del andén. Ese fue su refugio, y desde ahí podía oír los gritos de los otros pasajeros, en la superficie. Podía escuchar la desesperación de los demás. Pero él sabía que si el tren arrancaba iba a poder salir sin más que unos moretones. Se acomodó en el hueco y escuchó el cierre de puertas, el arranque del tren, el camino libre. Entonces salió de su madriguera im-provisada. Trepó el andén con ayuda de los policías

que se acercaron a auxiliarlo, se sacudió el polvillo, se acomodó el abrigo y confió en que el próximo subte lo acercaría finalmente a su destino. Aunque han pasado algunos años ya, Rubén Carrera tiene presente aquel accidente. Por eso ahora toma mayores recaudos para llegar a todos lados con tiem-po, sin apuros. Son las cinco y media de la tarde de un jueves en Rivadavia y Bolívar, pleno microcentro porteño. Los primeros oficinistas se prestan en masa para volver a casa. A la izquier-da de la salida noroeste de la estación Perú de la Línea A, este pianista de 67 años acari-cia las agujas de su reloj con la sensibilidad de las yemas de sus dedos. Rubén lee la hora con su mano derecha. Luego, utiliza la ventaja del sistema de audiodescripción en su celular y en-vía un mensaje para indicar que ya está en el lugar pactado.El viento sopla con ganas y comienza a garuar finito, aunque eso no parece molestarle. Cruza pidiendo ayuda por la senda peatonal siempre caótica y po-cas veces respetada. Y se sienta en uno de los bancos típicos de los alimentadores de palomas de la Plaza de Mayo. “La desventaja de los espacios abiertos es que no tienen refe-rencias acústicas que me sirvan de guía”, explica. En los espa-cios más reducidos, dice, es diferente, porque se pue-de utilizar el rebote del sonido en las paredes como un lazarillo. “De estar solo, aquí, correría el riesgo de perderme. Por eso elijo no arriesgarme y venir sólo cuando es menester”, dice a metros de la Casa Rosada.Tropezar en un andén, perderse en el microcentro, marearse por el nivel de ruidos, son opciones que figuran en el manual de imprevistos de cualquiera que pise la Ciudad de Buenos Aires. Pero para algu-nas de las millones de personas que circulan a diario por este monstruo hipnótico que nunca duerme, las chances son mayores.

MAPAS MENTALESRubén es ciego de nacimiento y no conoce exacta-mente cómo es un mapa. Pero le encantan la preci-sión, los puntos cardinales y las brújulas. El orden es su herramienta de supervivencia. Es el capitán de su propio barco en alta mar, día tras día.Su propio mapa mental incluye las 169 avenidas de la Ciudad y varios cientos de calles, alturas, y manos de

qué veS cuaNDO NO veSRubén tiene 67 años y un mundo extra de sentidos potenciados porque es ciego. El orden es su herramienta de supervivencia en una ciudad que no está preparada para hacerle la vida más cómoda.

Una 123 mil personas ciegas habitan la Ciudad de Buenos Aires, según el censo del INDEC de 2010.

“Mi cerebro solo combina la infor-mación con la que interactúa, no inventa nueva.”

#LaCalle desde otra perspectiva

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circulación. Puede recitarlas sin repetir y sin soplar, una por una, de norte a sur y de este a oeste. Y esto sólo para empezar. Fanático de los autos, sabe también de mecánica y puede resolver con astucia y frialdad los accidentes domésticos que requieren de cierto cálculo y destreza para salir ileso. Por ejemplo, recuerda con orgullo haber podido enfrentar a la inminente explosión de un calefón viejo. Entonces, medio dormido, pudo re-conocer el olor del escape de gas –“el mercaptán”, dice– del artefacto. En lugar de huir, calculó dónde se encontraba la válvula de cierre y pudo felicitarse por necesitar la mínima e indispensable ayuda de otros para sobrevivir.Rubén es una de las más de 123 mil personas ciegas que habitan la Ciudad de Buenos Aires, según el úl-timo censo del INDEC realizado en 2010. Cuenta

que su cerebro desconoce la representación de imágenes: “Mi cerebro solo combina la información con la que interac-túa, no inventa nueva. Por eso no puedo soñar con colores, porque no los vi nunca”. Sin

embargo, sabe que jamás se pondría un pantalón fuc-sia, para evitar las bromas de sus amigos. Aunque no los pueda ver, en cada viaje que realiza o en recorridas por la ciudad le pide a sus acompañan-tes que le ayuden a enfocar con su cámara los mo-numentos típicos, las plazas, los museos que visita, para compartirlos con los que más quiere; esa lista la encabezan su hija y su nieta, que ven perfectamente aunque su ex esposa –que falleció el año pasado– también era ciega.

Rubén cuenta que tiene los mis-mos inconvenientes que cual-quier vecino para circular por la ciudad, y también algunas di-ficultades extra. Una de las más grandes es que las empresas de

servicios que realizan arreglos en las veredas falten con los plazos previstos de finalización. Este detalle que parece menor, en casos como el suyo distorsiona la información con la que debe calcular por dónde puede circular o no sin riesgos.Mientras camina por Plaza de Mayo en dirección al bar más cercano, dice que si bien considera que los semáforos con asistencia para ciegos son una buena idea, son pocos y contaminan su guía auditiva, por-que suenan permanentemente. Cree que son más úti-les sistemas como el de España, país que visitó hace poco menos de un año, ya que los semáforos per-manecen en silencio hasta que el usuario lo necesita. Explica que las personas tienen un control remoto para activarlos y apagarlos al terminar de cruzar. Lo mismo sucede en el subterráneo, en donde hay que apretar un botón para que suene la máquina expen-dedora de pasaje y entonces pueden pagar su trans-

porte como cualquier otro pasajero. Rubén lamenta que Buenos Aires sea una ciudad su-cia. En su andar se encuentra, sin querer, botellas, bolsas y demás residuos. Percibe y padece, sobre todo, los olores de las bolsas rotas al costado de los contenedores y más allá.Moverse por Buenos Aires significa, también, tra-tar de escapar de los engaños que no entienden de discapacidades. Con los años ha desarrollado una estrategia para prevenirse: ordenar los billetes en lu-gares particulares de la billetera. Los de 100 pesos van enteros contra una de sus paredes, los de 50 le siguen doblados por la mitad en uno de los peque-ños bolsillos, los de 20 tienen una punta que toca su base como intentando armar el ala de un avioncito de papel, y los de 5 dibujan otra ala, más pequeña. “El resto –dice mientras cae la tarde sobre Buenos Aires– es confianza ciega.”

Tropezar en un andén, perderse en el microcentro o marearse por el nivel de ruidos son opciones que figuran en el manual de imprevis-tos porteños.

Rubén nunca vio los colores, pero sabe que jamás se pondría un pan-talón fucsia, para evitar las bromas de sus amigos.

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Por Delfina Casaretto y Walter StrengEn agosto pasado, unos 200 inmigrantes africanos se concentraron frente al Congreso Nacional para marchar hasta la Legislatura porteña en reclamo por su seguridad, su trabajo y la paz. Nengumbi Celestín Sakuma, congoleño y ex refugiado, llegó a la Argen-tina en 1995 perseguido por la dictadura en su país. Luego de una difícil adaptación, en 2007 fundó el Instituto Argentino para la Igualdad, Diversidad e Integración (IARPIDI) con el objetivo de facilitar la integración de africanos. No obstante, esos objetivos tienen obstáculos día tras día por prácticas discrimi-natorias en el campo laboral, en el de la salud y en la educación.

-¿Cómo surgió la idea de fundar IARPIDI?-El instituto nació a fines de 2007 como una respues-ta a la violación de los derechos humanos de los refu-giados, solicitantes de refugio, inmigrantes y afrodes-cendientes en Argentina. En 2005 hice el cambio de ciudadanía y recibí la argentina, lo que me permitió tener mayor participación política. Al año siguiente, un grupo de africanos nos autoconvocamos y fun-damos el Foro de Refugiados, fui electo presidente y comenzamos a realizar un trabajo de concientiza-ción para que el Estado tome cartas en el asunto e implemente políticas de integración, algo que no ha ocurrido en su totalidad. Finalmente en 2007 fundé IARPIDI.

-¿Cuáles son las principales inquietudes con que los africanos llegan a la institución?-La principal inquietud es conseguir la documenta-ción, además de poder acceder a un trabajo decente. La discriminación, el racismo, el hostigamiento po-licial en la calle, además del acceso a una educación formal y a la salud son otros de los temas recurrentes de consulta en la asociación.El puntapié que desencadenó la movilización frente al Congreso ocurrió el 6 de agosto, cuando la fiscalía porteña le ordenó a la Policía Metropolitana allanar un domicilio del barrio de Once, donde vivían resi-dentes de origen senegalés. Los agentes irrumpieron a los golpes y secuestraron la mercadería con que los inmigrantes trabajaban día tras día en la calle. “La Metropolitana nos hostiga en forma cotidiana, con violencia, amenazas y acusaciones falsas”, de-nunciaron públicamente. El planteo de IARPIDI es que no hay ningún hecho ilegal en las actividades la-borales de los africanos. Ante esta dura situación, “el sueño de todo exiliado es poder volver” a su país.

-¿Creés que la gente discrimina por igno-rancia o por miedo al otro?-Nunca se discrimina ni por ignorancia ni por miedo al otro. Se discrimina porque el europeo instaló la teoría de la superioridad racial. Quien discrimina lo hace porque se siente bien considerando que es me-jor. Al otro no hay que darle la dignidad humana, en-tonces, por no darle la dignidad, no hay que facilitarle el acceso o el bienestar socioeconómico, porque el racismo pasa por la economía.

-¿De qué países provie-nen los inmigrantes afri-canos que arriban a Ar-gentina?-Fue variando. La última ten-dencia, de 2002 en adelante, es de Senegal. Antes lle-gaban desde Nigeria, Liberia y Malí. Los que somos pocos y estamos dispersos somos los congoleños, que no llegamos a ser 30. Pero los senegaleses llegan a 3500 y la tendencia es que cada miem-bro de la comunidad se agrupe, como una forma de cuidarse de los abusos; de fortalecerse. Los últimos que arribaron al país provienen de Gha-na y de Costa de Marfil.

-¿Cómo se financia la asociación?-No recibimos ayuda económica, salvo un proyecto audiovisual que presentamos al Gobierno porteño y ganamos el año pasado, pero sólo fue destinado a ese fin. Entonces, las pocas personas que somos aporta-mos 30 pesos por mes, solventamos gastos menores y realizamos el trabajo desde mi casa.

llegar cON el SueñO De vOlverInmigrantes africanos en Argentina denunciaron maltratos de la Policía Metropolitana. El presidente del Foro de Refugiados que los agrupa denuncia que las políticas de integración “no se aplican en su totalidad”.

“La discriminación, el racismo, el hostigamiento policial en la calle, el acceso a una educación formal y a la salud son temas recurrentes de consulta.”

“Los que somos pocos y estamos dispersos somos los congoleños, que no llegamos a ser 30. Pero los senegaleses llegan a 3500.”

Entrevista en #LaCalle

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Por Rosaura BarlettaEn la silla al lado de la ventana, Mónica Alegre toma mate y mira la calle. Murió Frida, la perra que la acompañó durante casi siete años a todos lados. Si estuviera aquí, la tendría tirada entre las piernas. Se repiten las anécdotas en las que, queriendo acompa-ñarla hasta el último centímetro, se enredó con ca-bles de audio debajo de algún panel y dejó sin sonido a una actividad entera. Puede ser que en la calle haya comido algo que no es comida y se haya pescado una

bacteria que la intoxicó. O que las garrapatas le chuparan la sangre y los glóbulos rojos, lo que la debilitó y terminó con su vida. La perra murió un día

antes de que ella volviera de viaje. Mónica Alegre es la mamá de Luciano Arruga, el chico secuestrado y desaparecido por la Policía Bonaerense el 31 de ene-ro de 2009.En Jujuy participó del encuentro anual de la Red Na-cional de Medios Alternativos y acompañó el juicio de un caso de gatillo fácil. Como no la querían dejar entrar a las audiencias, recurrió a una respuesta que aprendió de su hija Vanesa Orieta: “Quiero hablar con personal jerárquico, ¡este juicio es oral y públi-co!”. Era el caso de Gonzalo Calderón y Pablo Obi-ña, de 15 y 16 años, asesinados a quemarropa en una supuesta persecución. La policía asegura que los dos murieron por la misma bala, pero la pericia indica que, para embestir a ambos, el proyectil tuvo que gi-rar en una curva.

Mónica se presenta al final. Comenzó a hacerlo en enero de 2014, en el festival organizado por familia-res y amigos a cinco años sin Luciano, donde leyó una carta. Se disponía a dar un discurso ordenado y premeditado en público. “Durante dos años dañé sin querer. Yo perdí a un hijo. Mis hijos perdieron a un hermano y perdieron a su madre. Quizás fui egoísta. Resta reparar ese daño”, leía, se desafiaba, se imponía un reto.Se quedó sola con tres cachorros: Mauro tenía me-ses; Mario, dos años; Luciano, seis. Durmieron en la calle, en hoteles y pensiones, en terrenos fiscales y fueron a parar, pocos años antes de que secuestraran y desaparecieran al mayor, al barrio 12 de Octubre, en Lomas del Mirador. La algidez empieza mucho antes del asesinato de Luciano, tiene un anecdotario demasiado extenso y a ella misma le cuesta recons-truirlo. Quiere hacer un taller sobre violencia de gé-nero, un encuentro de mates y charla con las mujeres del barrio. Apuesta que su vivencia con el papá de los chicos sirvió para algo: “Estuve diez años con un golpeador y cuatro años más atrás de él. Yo le rogaba y creía que la otra mujer con la que él salía estaba

“SOy móNIca”, uNa maDre que NO arrugaLa historia de la mamá de Luciano Arruga, el joven desaparecido en 2009 y hallado muerto hace un año atrás. “Parí un argentino negro que no quiso robar para la policía y estoy orgullosa de eso.”

“Me dicen ¡te felicito por la lucha!, y es como si me felicitaran porque no lo tengo.”

Un reclamo de justicia en #LaCalle

Fotos: Julieta Colomer

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Teje y vende sus muñecos en la feria de San Telmo: “Es una cuestión de autoestima, no es que tiro manteca al techo, pero me la gano yo”.

destruyendo una familia”.Para hablar de Luciano se le serena la expresión y las líneas de la cara empiezan a responder a la gravedad. El chico era protector. Una vez se subió con ella al colectivo para encargarle al chofer que la cuide. Tam-bién iba a buscar a la parada a Vanesa, de 26 años, cuando volvía tarde de la facultad.Instalados en La Matanza, Luciano empezó la secun-daria en la 86, pero la dejó poco después para traba-jar. En 2007 se inauguró el destacamento de Lomas del Mirador y empezó la cuenta regresiva. Algunos chicos se involucraron rápidamente en el negocio clandestino: la policía les daba un arma, les liberaba una zona y les marcaba qué casa tenían que robar. Después, era la promesa, compartían el botín. Lucia-no no quiso entrar. Tenía muchos motivos, pero se permitió elegir. La pobreza extrema no podía reem-plazarse con la esclavitud perpetua. El ofrecimiento se materializó y el pibe dijo “no”.El 22 de septiembre de 2008 la familia entera enten-dió todo. Hubo cacería en el barrio. Diez horas bajo tortura en la cocina del destacamento le explicaron el futuro. “Yo estaba ahí, pero no tenía idea de que a un menor no se lo podía tener incomunicado o que había que dar intervención a un juez de menores”, dice Mónica. En mayo de 2015 se condenó por la detención a diez años de prisión a Julio Diego To-rales por torturas. Se acreditó que “Luciano sufrió incertidumbre por no saber, angustia e indefensión por el encierro, dolor físico y psíquico por la tortura. Bronca y desesperación por la impunidad, irritabili-dad y pérdida de ánimo como secuela. El silencio, el enojo, el llanto, la depresión, la tristeza, la inse-guridad y el miedo”. Esto, en palabras del abogado del CELS Maximiliano Medina. En palabras de su hermana Vanesa, “le quebraron la vida”.El 31 de enero de 2009, madre e hijo se despidieron cerca de la medianoche. “Como a las tres de la ma-ñana no aguanté más y fui al destacamento”, Mónica dio el primer paso de la búsqueda. Más tarde lo bus-có su hermana con una amiga. El oficial a cargo les puso un arma arriba de la mesa. Mónica mira por la ventana y ve unas rejas, y adelante otras más que pu-sieron hace poco alrededor de la casa porque inten-taron prenderla fuego. La causa está signada por mar-chas, protestas, festivales y todo tipo de actividades. En Jujuy hay paredes escritas: Luciano presente o Sin Luciano no hay justicia. “Me dicen: ‘Sos la mamá de Luciano Arruga, ¡te felicito por la lucha!’, y es como

si me felicitaran porque no lo tengo”.Mónica se siente traicionada por los que comenzaron la lucha junto a ella y “se fueron acomodando” según el devenir de las propuestas electorales del Gobierno. Perdió contacto con muchos y conserva como gestante a las decenas de chicos que le ocu-pan la vida para acompañar-la. Teje y vende sus muñecos en la feria de San Telmo: “Es una cuestión de autoestima, no es que tiro manteca al techo, pero me la gano yo”. Cambió el espíritu y las necesidades para bancarse la lucha. Después de dos años sumida en la depresión, le pudo dar otro sentido al sufrimiento. La ayudó su psicóloga Rosa Díaz Giménez, del CELS. Antes, con los periodistas, Vanesa le salvaba las papas, ella sólo decía: “Quiero encontrar a mi hijo”. “Lo único que sabía hacer era llorar”, se ríe.El hallazgo del cuerpo de Lu-ciano enterrado como NN en Chacarita no modificó el deli-to comprobado: desaparición forzada. Es lesa humanidad, crimen del Estado. El chico co-rría con ropa que no era suya por la avenida General Paz cuando fue atropellado por un auto. Un testigo asegura que en colectora, lado Provincia, había un patrullero de la Bonarense con las luces bajas. El joven que lo embistió declaró que Luciano “corría desesperado, como escapando de algo”. Fue trasladado al hospital Santojanni, y Mó-nica y Vanesa lo fueron a buscar ahí dos veces al día siguiente. La respuesta fue que ningún NN coincidía con la descripción que daban. Falta reconstruir la no-che de su asesinato y juzgar a los responsables.Luciano pasó meses en la Morgue Judicial y fue ente-rrado como NN en mayo de 2009. El 17 de octubre de 2014, el juez Salas ordenó reabrir los archivos de la Policía Científica para volver a cotejar las huellas. Esta vez, no antes, coincidie-ron. Luciano fue velado y llevado al cementerio de San Justo, a unas quince cuadras de la casa de Mónica, la misma de siempre, en Lomas del Mirador. “Me da bronca ir a ver una tumba.” Le hizo una placa con una foto suya y, de fondo, el mar que soñaba con conocer y nunca pudo. El orfebrero se dio cuenta de que era “el chico de las noticias”. La felicitó por su coraje y le regaló una placa con el escudo de River, Luciano era fanático.“Hago las cosas que quiero. Amo mi libertad, que es lo que me da luchar.” Se presenta al final, así: “Soy Mónica Raquel Alegre, madre de Luciano Nahuel Arruga. Vivo en una villa. Parí un argenti-no negro que no quiso robar para la policía y estoy orgullosa de eso.”

Mónica se siente traicionada por los que comenzaron la lucha junto a ella y “se fueron acomodando” según el devenir de las propuestas electorales.

Luciano era protector. Una vez se subió con ella al colectivo para encargarle al chofer que la cuide.

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Por Milagros Moreni, Mariano Cervini y Matías Rodríguez Fernández“Todos mis días son distintos, pero siempre em-piezan igual: tomando la línea 60.” La que habla es Candelaria, una estudiante de 22 años que mientras apoya un pie en el escalón cambia de brazo sus apun-tes y busca la SUBE en su cartera. Como todas las mañanas a las 7, va de Belgrano a la Facultad de Inge-niería de la UBA. El recorrido de la línea más famosa de Buenos Aires recién empieza.A esa hora, el ómnibus ya está lleno. Conseguir un asiento es el entretenimiento de algunos y la batalla de otros. Día tras día, millones de personas cumplen

el mismo ritual.Desde arriba del colectivo, la mañana porteña se ve distinta: sólo capots de autos y multitu-des como hormigas que van y vienen. El inicio es vertiginoso.

La gente espera, los choferes pasan. El “Rápido” a la provincia de Buenos Aires es el más buscado. La hora pico es apenas el inicio de un viaje que parece no tener fin.

LA TARDE DESDE EL PASAMANOSEl bocinazo de un auto hace que varios de los pasaje-ros de la fila saquen la vista de sus teléfonos. Son más de las cinco de la tarde y en Ayacucho y Santa Fe, en el centro de la Ciudad, no más de diez personas levantan su brazo derecho y extienden la mano para parar al colectivo que los llevará de vuelta a casa.

-¡Arriba! ¿Va a pagar con monedas?-Con SUBE.-Apoye acá.

Mocasines negros, medias de nylon azul marino, jeans gastados, un suéter bordó a rayas y una camisa celeste, visten al conductor. Calvo, de frente arruga-da, logra ver gracias a unos anteojos grandes. Muy charlatán, trata de ayudar a cada pasajero indeciso que sube y no sabe cómo pagar. Y busca hacerse no-tar ante los que no le hablan por culpa del celular o la música: “¡Cuidado con la puerta!”, se le escucha decir en cada parada. Es su latiguillo.En el par de asientos reservados para personas con movilidad reducida viajan, mirando hacia atrás, dos señoras canosas y bien vestidas. Una de ellas le cuen-ta orgullosa a la otra el viaje que está haciendo su hijo por Alemania, recorriendo Europa. “Allá no es como acá. Allá todo funciona mejor, todo es más lim-pio”, dice resignada.El colectivo tiene los vidrios tan sucios que se vuelve difícil ver los edificios de la acomodada avenida Las Heras. El semáforo se pone en rojo y una mujer pide bajar por adelante.-¿El señor no sube? -pregunta la dama refiriéndose a un hombre que pretende subir en esa esquina.-Sí –contesta el chofer-, pero no puede subir acá. Es-pere que se vaya y le abro. ¡Y preste atención cuando baje, que después me la llevan puesta y ando rene-gando con usted!Con la mano abierta para tapar el sol palermitano que

uN muNDO De 24 aSIeNtOSUn viaje de punta a punta por la mítica Línea 60, la decana de los colectivos. Sus colores, sus olores, los personajes, la historia. Una crónica que recorre lo cotidiano.

La música inunda el colectivo. Hay clima de boliche móvil con soledades apretujadas volviendo a sus casas.

En #LaCalle, en un bondi

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El chofer tiene un abridor de oro en la oreja, claritos, tatuaje en el ante-brazo que dice “mis hijos”, chomba celeste con el cuello levantado y una inscripción bordada en blanco: MONSA.

Conseguir un asiento es el entrete-nimiento de algunos y la batalla de otros. Día tras día, millones de per-sonas cumplen el mismo ritual.

le impide ver bien el camino, el colectivero maneja rápido con una banda sonora de fondo compuesta por el repiqueteo de la vieja expendedora de boletos con monedas y el coro de silbidos de los frenos de aire comprimido.A la tarde, el tiempo corre. Debajo del Puente Pacífi-co, por donde corre el Ferrocarril General San Mar-tín, el 60 tiene la parada más poblada de la hora pico. El inspector de la línea mira su reloj y anota. Llega un colectivo atrás de otro. En sus ratos libres, el hombre conversa y hace chistes con un vendedor de garrapi-ñadas y tutucas apostado sobre avenida Santa Fe.Con el dedo índice y el pulgar de su mano derecha, el inspector se aprieta los labios y chifla. “¡Dale, metele que lo tenés adelante al otro!”, le dice al chofer y hace señas con el brazo izquierdo. Prende un cigarrillo. Camina. Y se va.Cuando ya casi no hay sol, la fila que empieza en esa parada es tan larga que se mete debajo del puente. Aún así, son tantos los colectivos que vienen que la rotación de personas es permanente.

LA NOCHE A BORDOEl ramal Panamericana va por esa autovía y llega has-ta Tigre. Al menos, eso dice el cartel luminoso del interno 152. El chofer maneja y se pelea solo: “Los taxistas son pelotudos, les falla la cabeza”, dice y vo-lantea al ritmo de una cumbia suave de Los Tekis. Después mira por uno de los millones de espejos que tiene el colectivo que maneja y le hace gestos al taxista que quedó clavado en el semáforo de atrás.Son las nueve de la noche de un martes y a los pa-sajeros parece no molestarles la música que inunda el colectivo. Hay clima de boliche móvil con soleda-des apretujadas volviendo a sus casas. A esta hora, la gente parece resignada. Viaja en un miasma de can-sancio, alterado por la sonrisa de algún pasajero que recuerda en silencio algo que a nadie le importa.“¿Bajás?”, le pregunta una chica de ojos verdes y fle-quillo desparejo a otra de anteojos grandes y cara de zombie.Cada vez que el colectivo arranca, un vaho de gasoil caliente impregna el aire. Todos los asientos van ocu-pados y el pasillo acumula cuerpos que se bambolean en el andar cargado de avenida Las Heras. El frío se hace sentir y los pasajeros suben con camperas y gorros de lana.“Tres con veinticinco”, canta un hombre enorme con una campera Nike al que se le ocurrió subir con un televisor de tubo, que deja en el medio del pasillo. La mayoría de los pasajeros llevan auriculares y ce-lular. Una señora de aros infinitos se aplasta contra un asiento y espía de reojo la conversación que su compañero de asiento mantiene por Whatsapp.El chofer parece salido de la cueva de lugares comu-nes del universo: abridor de oro en la oreja, claritos en el pelo, un tatuaje en el antebrazo que dice “mis hijos”, chomba celeste con el cuello levantado y una

inscripción bordada en blanco: MONSA, la sigla de Microomnibus del Norte S.A., empresa que desde 1931 brinda el servicio y hoy cuenta con una flota de 400 vehículos, entre comunes, diferenciales y de turismo.El colectivo pasa Las Heras y, a pesar del horario, va repleto. Llegando a Belgrano, un pibe flaco con cara de cantante de videoclip le pide “el face” a una chica que sonríe detrás de un asiento individual. Un cincuen-tón de pelo largo y barba candado canta la famosa frase: “No empujen, atrás hay lugar”. Pero atrás no hay lugar. Hay una sola puerta para bajar ubicada en la mitad del colectivo y la gente se amontona ahí, como si inconscientemente quisieran bajarse todos en cualquier parada y así terminar el viaje de una vez por todas.Las ventanillas sucias de tierra y smog dejan una fina capa que polariza la visión hacia el afuera. El 60 es un espectáculo por dentro y por fuera. Hasta cuando la ciudad se va apagando y necesita de las luces del alumbrado público para seguir viviendo un poco más. El bólido amarillo continúa sin pausa su recorrido.

UNA HISTORIA CON MÍSTICALa línea 60 siempre tuvo mística. Marcelo Tinelli abrió uno de sus programas manejando un colectivo de esta línea para “cumplir el sueño del pibe”, y Jor-ge Porcel lo decía en uno de sus sketchs: “Me lleva el 60, me lleva”. Pero la gran historia fue “Un mun-do de 20 asientos”, la telenovela protagonizada por Claudio Levrino y Gabriela Gili que en 1978 marcó un hito en su género.Los trayectos de la 60 van desde Constitución has-ta Tigre o hasta Escobar, en la provincia de Buenos Aires. Eso la hace diferente. Y por la gran cantidad de puntos a los que llega se lo conoce irónicamente también como de “el internacional”. Su destino más popular no es el microcentro ni otras zonas comerciales, sino Tigre. Y los días en los que via-jan más pasajeros son los lunes y los viernes.La línea inició sus actividades en el año 1931 con 82 vehículos y con un concepto innovador para la época: prestar los servicios a fre-cuencia estable, durante las 24 horas, con personal de conducción uniformado. Hoy quintuplicó la can-tidad de coches amarillo, rojo y negro; y actualmente cubre veinte recorridos identificados internamente con letras, que van desde la A hasta la S.

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Por India Molina *Mientras los diarios impresos lloran su caída de ventas y a los manotazos intentan afianzarse en el mundo digital, todos los años -sólo en ETER- se recibe una centena de periodistas.¿Por qué elegimos esta profesión aún cuando sabemos que se precarizó, que los medios son empresas concen-tradas en pocas manos y que el “periodismo ciudada-no” nos pisa los talones? Porque somos tenaces cuando no porfiados. No nos conforman los discursos fáciles, los comunicados oficiales, el dato suelto, las cifras frías, lo que los portadores de voz tienen para decir. En cam-bio, sabemos que la verdadera esencia del periodismo es buscar hasta encontrar, dar la palabra, escuchar, tran-sitar caminos paralelos, navegar la incertidumbre y no ser cómplices de intereses ajenos sino fieles a nuestras convicciones. ¿Es posible? Sí. ¿Es fácil? No. Si lo fuera, no nos esforzaríamos por aprender a hacerlo bien. Hacer un periodismo en el que las ideas resurjan y no solo se reproduzcan. Un tipo de periodismo que cuenta historias, que abre caminos y busca a los verdade-ros protagonistas para amplificarles la voz, esa que le si-lencian los medios tradicionales -que a esta altura podría-mos llamar convencionales.- Un periodismo hecho de lecturas y más escritura, de paisajes, de voces, de tropie-zos, de cine, de bares, de dedos golpeando el teclado.A los nuevos periodistas, el mundo digital nos da más posibilidades que temor. Esas nuevas herramientas nos permiten llegar a más lugares, a más personas, a otros relatos. Nos dicen que no hay espacio en los grandes medios, que no hay dinero para proyectos, que no hay lectores para notas de largo aliento y lo contrastamos día a día con la aparición de revistas, narraciones trans-media, blogs colectivos, tele a demanda, podcast, perio-dismo en viñetas y decenas de nuevos formatos. Quizás crean que como el dato crudo ahora está en Twitter, ya no hay necesidad de interpretarlo. Pero ¿quién se lo contará a las millones de personas exclui-das -no sólo de las redes sociales- sino un periodista? ¿Quién analizará, sino un periodista, cuáles de ellos son verdaderamente relevantes?Tal como están las cosas, corremos el riesgo de morir de desinformación por un virus llamado “saturación de noticias”. Entonces, allí donde los medios convencio-nales obstruyen, cada año muchos de los nuestros se introducen en sus grietas con dos armas poderosísimas: la capacidad de observación y una nueva historia que contar bajo la manga.

* Directora de la carrera de Periodismo en ETER

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