23
REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXV, No. 70. Lima-Hanover, 2º Semestre de 2009, pp. 125-147 LA FICCIÓN GARCILASISTA: EL INCA GARCILASO DE LA VEGA EN LA NARRATIVA PERUANA Enrique Cortez Georgetown University Entre las largas listas bibliográficas que Seymour Menton presen- ta sobre la novela histórica y lo que él denomina Nueva Novela Histórica destaca, sin duda, la ausencia del Inca Garcilaso de la Ve- ga como objeto de representación literaria. Esta ausencia en la nove- la se explica relativamente en el hecho de que la presencia del Inca Garcilaso en la narrativa peruana se plantea en términos de ficción breve, o si se quiere de relato o cuento, más que entre las huidizas fronteras del género novelístico, acaso como un reto para la reduc- ción genérica. Pero digo relativamente, porque a la lista de novelas históricas de Menton habría que agregar la novela biográfica de Luis Alberto Sánchez, Garcilaso Inca de la Vega: primer criollo, que, des- de su publicación en 1939, ha tenido varias reediciones. Mi lista de ficción garcilasista 1 , que no pretende estar cerrada, se completa con un texto de Luis Loayza, aparecido en el primer número de la revista Literatura de 1958, “Retrato de Garcilaso”; y con dos ficciones publi- cadas en 1996: Diario del Inca Garcilaso (1562-1616) de Francisco Carrillo Espejo y Poderes secretos de Miguel Gutiérrez 2 . Este carácter genéricamente problemático de la ficción garcila- sista, como elemento más visible del corpus existente, es bastante claro en los tres últimos textos. El de Loayza, por ejemplo, explora las posibilidades del retrato literario, género que le permite una pro- fundización psicológica en el personaje del Inca, ausente del todo en el texto de Sánchez; el texto de Carrillo, por su parte, lleva la explo- ración psicológica al máximo, precisamente gracias a las posibilida- des de la dicción autobiográfica del diario; mientras que la metafic- ción de Gutiérrez pone al límite una noción tradicional de novela en su revisión de la representación histórica del Inca y sus posibilidades de representación literaria. No obstante, lo que todas estas ficciones tienen en común es su dependencia con la investigación biográfica,

REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año … · revista de crÍtica literaria latinoamericana año xxxv, no. 70. lima-hanover, 2º semestre de 2009, pp. 125-147 la ficciÓn

Embed Size (px)

Citation preview

REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXV, No. 70. Lima-Hanover, 2º Semestre de 2009, pp. 125-147

LA FICCIÓN GARCILASISTA: EL INCA GARCILASO DE LA VEGA

EN LA NARRATIVA PERUANA

Enrique Cortez Georgetown University

Entre las largas listas bibliográficas que Seymour Menton presen-ta sobre la novela histórica y lo que él denomina Nueva Novela Histórica destaca, sin duda, la ausencia del Inca Garcilaso de la Ve-ga como objeto de representación literaria. Esta ausencia en la nove-la se explica relativamente en el hecho de que la presencia del Inca Garcilaso en la narrativa peruana se plantea en términos de ficción breve, o si se quiere de relato o cuento, más que entre las huidizas fronteras del género novelístico, acaso como un reto para la reduc-ción genérica. Pero digo relativamente, porque a la lista de novelas históricas de Menton habría que agregar la novela biográfica de Luis Alberto Sánchez, Garcilaso Inca de la Vega: primer criollo, que, des-de su publicación en 1939, ha tenido varias reediciones. Mi lista de ficción garcilasista1, que no pretende estar cerrada, se completa con un texto de Luis Loayza, aparecido en el primer número de la revista Literatura de 1958, “Retrato de Garcilaso”; y con dos ficciones publi-cadas en 1996: Diario del Inca Garcilaso (1562-1616) de Francisco Carrillo Espejo y Poderes secretos de Miguel Gutiérrez2.

Este carácter genéricamente problemático de la ficción garcila-sista, como elemento más visible del corpus existente, es bastante claro en los tres últimos textos. El de Loayza, por ejemplo, explora las posibilidades del retrato literario, género que le permite una pro-fundización psicológica en el personaje del Inca, ausente del todo en el texto de Sánchez; el texto de Carrillo, por su parte, lleva la explo-ración psicológica al máximo, precisamente gracias a las posibilida-des de la dicción autobiográfica del diario; mientras que la metafic-ción de Gutiérrez pone al límite una noción tradicional de novela en su revisión de la representación histórica del Inca y sus posibilidades de representación literaria. No obstante, lo que todas estas ficciones tienen en común es su dependencia con la investigación biográfica,

ENRIQUE CORTEZ 126

realizada desde la historia y sus metodologías entre 1906 y el final de la década de 19503. La ficción garcilasista, en este sentido, al tiempo que acusa lugares oscuros en la biografía se apoya lo sufi-cientemente en ella, delimitando la exploración ficcional sobre el In-ca a los marcos que la investigación biográfica ya ha trazado. Esto último explica que los primeros años del Inca y su relación con su familia materna estén poco desarrollados en la ficción, a no ser co-mo referencias anecdóticas a los pocos lugares estudiados por los biógrafos, lugares donde la propia narración del Inca Garcilaso se erige como fuente principal. Al contrario, los textos ficcionales se ubican en la etapa española del Inca, para lo cual han resultado fun-damentales los documentos publicados por el historiador peruano Raúl Porras Barrenechea en El Inca Garcilaso en Montilla (1561-1614) y los documentos correspondientes a los últimos años del Inca en Córdoba, El Inca Garcilaso de la Vega. Nueva documentación, re-cogidos por el filólogo español José de la Torre y del Cerro.

Exploro, en el presente artículo, la relación que la ficción garcila-sista establece con la investigación biográfica. Es cierto que desde una perspectiva limitada al carácter estético de los textos podría ar-gumentarse la autonomía de la ficción frente al discurso histórico; pero, me parece claro también, que en el caso de la ficción garcila-sista, precisamente esa relación con la historia es fundamental para la construcción y el significado de los textos. Con el objetivo de cali-brar los alcances de esa relación, propondré una cronología de la investigación biográfica, marco crítico desde el cual es posible anali-zar los problemas que estas ficciones ubican y usan como base fic-cional. Una de esas problemáticas es la cuestión del mestizaje que el Inca Garcilaso representa para la investigación histórica y que plan-tearé como una discusión de historia intelectual entre las ficciones –fundamentalmente las aparecidas en la década de 1990– y el trabajo historiográfico de la primera mitad del siglo XX. Es frente a esta dis-cusión sobre el mestizaje del Inca, donde estas ficciones tienen mu-cho que decir: sea como una posibilidad personal y existencial en el caso de Carrillo, o como un comentario frontalmente crítico en la fic-ción de Gutiérrez.

La investigación biográfica

El interés por el estudio de la biografía del Inca Garcilaso de la Vega se remonta a la primera década del siglo XX. En 1906, según consigna Porras Barrenechea, el historiador José Toribio Polo trazó “la pauta biográfica, hilvanando textos y fechas y hasta intentando revelar la imagen física del Inca” (IV). Se trata de un inicio, ausente todavía de documentación de archivo, que se complementará con el

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 127

hallazgo que, dos años después, Manuel González de la Rosa hará del testamento y los codicilos del Inca. Al lado de este auspicioso comienzo documental, González de la Rosa dará también apertura, por oposición, a toda una orientación pro garcilasista y a una batalla por la significación del lugar del cronista cuzqueño en la historiograf-ía peruana. En efecto, en 1907 la figura del Inca cobra decidida im-portancia: es el año en que González de la Rosa sostiene que el pa-dre jesuita Blas Valera era el verdadero autor de los Comentarios re-ales. La respuesta no se hará esperar mucho y al año siguiente el jo-ven historiador José de la Riva Agüero inicia un debate con el vete-rano historiador en defensa del valor histórico del Inca. En 1912 se entablará un nuevo intercambio, que concluye de alguna manera en 1916 con el famoso “Elogio del Inca Garcilaso”, discurso que Riva Agüero pronunció por el tercer centenario de la muerte del Inca. El lugar rutilante que Riva Agüero ocupará no sólo en la historiografía sobre el Inca, sino también en la peruana en general, tiene en su vic-toria sobre el viejo historiador un signo generacional que no sólo se limita al caso peruano; de hecho, la respuesta a González de la Rosa forma parte de una polémica de más largo alcance frente al proyecto restaurador de Marcelino Menéndez Pelayo, y contra el cual el pe-ruano disputará el lugar del Inca Garcilaso en la historiografía de la época.

Para entender el alcance de la intervención de Riva Agüero será necesario, en primer lugar, situar la gravedad del proyecto restaura-dor de Menéndez Pelayo. En “Hispanismo y guerra”, una de las me-jores historias del hispanismo que se han escrito en los últimos años, Arcadio Díaz Quiñones analiza las pretensiones monumentales de constituir una historia oficial, por parte de Menéndez Pelayo, definida como una religión del hispanismo y en la cual “resuenan ecos de discursos ‘poscoloniales’ de exaltación de la ‘raza latina’” (123), en la línea de una suerte de utopía armónica de las relaciones entre la Co-lonia y la Metrópoli. La obra del filólogo español, dice Díaz Quiñones, nos sitúa en el comienzo del hispanismo como la posibilidad de un nuevo comienzo imperial para España, silenciando momentos incon-venientes como la Conquista, el aniquilamiento de la población indí-gena o las diversas resistencias que se han desarrollado a lo largo de todas las Américas como procesos de transculturación. Se trata de un comienzo que se juega por entero en el campo de la cultura, espacio donde tiene sentido volver a contar la historia desplazando el significado de las obras y sus autores. Es precisamente, en la pri-mera edición de su Historia de la poesía hispano-americana (1893), que Menéndez Pelayo descalificará la obra del Inca Garcilaso como historia y la reclasificará como una novela utópica, en la línea de

ENRIQUE CORTEZ 128

Tomás Moro y Campanella4. Walter Mignolo ha interpretado tal re-clasificación como síntoma del carácter cientificista que la historio-grafía sufrió en la época (358). En consecuencia, la defensa del Inca por parte de Riva Agüero se dará en los términos de los nuevos re-quisitos de una moderna concepción de la historiografía, valorando el aporte de su información histórica en contra de las opiniones ad-versas que se habían generado en la historiografía decimonónica, entre ellas las de William H. Prescott, a quien Riva Agüero exhibirá equivocado a lo largo de su análisis de la obra del mestizo en La his-toria en el Perú: “Prescott afirma erróneamente”; “las fechas que da Prescott están equivocadas” (La historia 39). Esta defensa del Inca tendrá un efecto inmediato en la obra del filólogo español, quien moderará su opinión sobre el Inca reconociendo el aporte del joven historiador limeño en la sucesiva edición de su Historia y en la parte dedicada al Inca de la segunda edición de su Orígenes de la novela. Dice en la edición definitiva de la Historia: “lo mejor que sobre Garci-laso y, en general sobre la historiografía del Perú conocemos, es el erudito e ingenioso libro del ya citado Doctor Riva-Agüero […] y allí están cuantos argumentos pueden alegarse en pro de la veracidad de los argumentos del cronista de los Incas, a quien es hoy de moda desestimar, así como antes se le concedía ilimitada confianza” (76). No es difícil imaginar el espaldarazo que tal opinión generó en la ca-rrera del joven Riva Agüero, quien en su “Elogio del Inca Garcilaso” recuerda no solo la moderación de la opinión del crítico, sino una carta de rectificación que el español le envió antes de morir y que el peruano se encargó de difundir en la prensa en 1912 (“Elogio” 46). En consecuencia, la defensa del Inca, que se emprendió como un gesto de independencia epistemológica en relación con la academia española, pronto se volvió una forma de autorización cultural.

Después del “Elogio” de Riva Agüero, nada nuevo se dijo sobre la vida del Inca por lo menos hasta 1929, aunque Porras Barrenechea considera importantes un recuento bibliográfico de los escritores de Córdova donde se menciona a Garcilaso, preparado por Rafael Ramírez de Arellano, y un informe sobre la tumba de Garcilaso en la catedral de esa misma ciudad, escrito por Rómulo Cúneo Vidal (297). Pero 1929 es significativo porque Miguel Lasso de la Vega, también conocido como el Marqués del Saltillo, publica un estudio genealó-gico sobre “El Inca Garcilaso y los Garci Lasso de la historia”. A este artículo sustenta un anexo, “La relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas”, texto que veintidós años después divulgará Porras Barrenechea en una edición más autorizada, y es precisamente la edición que circula entre los especialistas. Como broche de esta parte de la investigación biográfica, denominada por Porras Barre-

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 129

nechea “cordobesa”, no podemos olvidar 1935, año en que José de la Torre y del Cerro presentó en el Congreso de Americanistas de Sevilla una amplia documentación sobre la vida de Garcilaso en Córdoba entre 1591 y 1616, año en que muere, y que se publicó con el título de El Inca Garcilaso de la Vega. Nueva documentación. Además de diversas actividades comerciales, como poderes para la impresión de sus libros, esta colección documental incluye el testa-mento de Alonso de Vargas, tío del Inca Garcilaso, quien nombró al Inca su heredero y patrono de la capellanía que fundaba con parte de su herencia en la iglesia de Santiago en Montilla (1-8), así como el testamento del Inca y el inventario de sus bienes (182-246). A partir de este último documento, el inventario, José Durand, a quien vol-veré más adelante, pudo reconstruir su biblioteca.

Hasta aquí toda la indagación acerca de la obra del cronista se había dado a partir de la figura paterna. Por fortuna, en 1945, Aurelio Miró Quesada Sosa, que junto a Porras es el otro garcilasista perua-no que más aportes documentales ha hecho a la investigación bio-gráfica, halló en el archivo notarial de Don Oscar Zambrano Cova-rrubias, en el Cuzco, el testamento de la madre del Inca, la Palla Chimpu Ocllo, conocida también con el nombre de Isabel Suárez. La información que hallamos en este testamento permite aclarar en algo el tipo de relación que el Inca tuvo con su madre, además de echar luz sobre la relación entre esta y el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega. Gracias a este documento, Miró Quesada ha estudiado algu-nos aspectos de la familia cuzqueña del Inca, pero en general el lado materno es el lado más problemático en la construcción de la bio-grafía y existen muchas conjeturas que llenan el relato de vida de la época juvenil.

Sin embargo, Porras Barrenechea habría de encontrar, algunos años después, documentos valiosos en Montilla, redondeándonos la trayectoria vital del Inca en España. En efecto, gracias a una investi-gación que inició en los archivos de Montilla en 1949, aquel enton-ces en calidad de Embajador del Perú en España, y que continuó una vez cesado su cargo ese mismo año, este historiador dio con abundante documentación que confirma que el Inca vivió casi treinta años en esta apacible villa de régimen feudal. En Montilla, al lado de su tío Alonso de Vargas, hermano de su padre y del que fue luego su heredero, pudo consolidar la formación humanista que resalta en su obra. Pero en estos años también construyó una honra como hidal-go, situación que estuvo en duda a su llegada, y una pequeña fortu-na que le permitió vivir su vejez en relativa calma. En apoyo de esta documentación presentada por Porras, en 1958 también se dieron a conocer los aportes de Guillermo Lohmann Villena sobre la genea-

ENRIQUE CORTEZ 130

logía del Inca, fundamentales para la reconstrucción de la significa-ción de la familia española del cronista. Más recientemente, en 1967, se destacan los “Documentos inéditos sobre el Inca Garcilaso y su familia”, presentado por Juan Bautista Avalle Arce, una documenta-ción que informa sobre la familia paterna de Garcilaso desde 1482 y confirma algunos detalles de la vida del Inca en Montilla.

El trabajo de José Durand da comienzo a otra etapa para el garci-lasismo en la primera mitad del siglo XX, pues desde 1947 abordó de manera ejemplar la significación de la obra del Inca, situándolo en el proceso de la historia de las ideas. Su tarea estuvo orientada a re-saltar la formación renacentista del Inca y en ese sentido destaca su principal aporte a la biografía intelectual del cronista, al reconstruir la biblioteca del Inca a partir de información suelta que otros investiga-dores hicieron en esta línea, principalmente De la Torre y del Cerro, quien publicó el inventario de los bienes del Inca, pero “sin aclarar los títulos de los libros” (“La biblioteca” 239). A la construcción de la biografía intelectual del Inca, que tanto ha aportado Durand con este y otros estudios, podemos sumar un par de cartas de Garcilaso, halladas por Eugenio Asensio en 1954, y que nos permiten recons-truir las relaciones intelectuales que el Inca sostenía, específicamen-te con Ambrosio de Morales, el gran historiador de las antiguallas de España, y de la cual Asensio desprende la influencia de la literatura anticuaria en la obra del Inca: “Garcilaso pudo aprender en la Cróni-ca de su protector la importancia que tenía, para un aspirante a his-toriador, el estudio de las instituciones, la economía, la topografía” (592). El gran legado de Durand, sin embargo, quien para José Anto-nio Mazzotti “pudo identificar numerosos elementos que tenían co-rrespondencia con la tradición filológica, la literatura de los anticua-rios, los tratados neoplatónicos renacentistas, la filosofía política ne-otomista, la literatura, la prosa historiográfica y otros sectores de la producción cultural europea hasta entonces apenas vislumbrados” (“El garcilasismo” 15) nos vincula con los trabajos más actuales so-bre la obra del Inca Garcilaso que, en cierto sentido, pueden califi-carse como investigaciones de biografía intelectual. Para el caso pe-ruano, que es el espacio intelectual en donde la ficción garcilasista se ha producido, la biografía que mejor recoge todos los aportes an-teriores es la de Miró Quesada5.

La ficción garcilasista

Entre las numerosas ediciones que preparó Ventura García Cal-derón para divulgar la cultura peruana desde París, destaca Anécdo-tas escogidas de Garcilaso de la Vega, texto publicado en 1925 y que reúne fragmentos de La Florida del Inca. En esas páginas el Inca

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 131

Garcilaso es presentado más como narrador que como historiador, ejemplificado en su propia obra. En relación con los cronistas con-temporáneos del Inca, García Calderón sostiene en el prólogo de su selección que en ninguno de los cronistas hallamos como en el Inca, “el entusiasmo sin jactancia, la curiosidad por la anécdota pintores-ca y precisa, la amenidad de ‘coronista’. La ‘epopeya en prosa’ que imaginó y defendió Cervantes la lleva a cabo un indio del Perú” (102)6. Esta conexión con Cervantes es muy clara para el igualmente narrador García Calderón, porque “el poeta épico es también a ratos un novelista moderno, enamorado del detalle expresivo” (102). Gra-cias a su escritura, también con valor histórico para García Calderón, “sabemos si eran negro el jubón y blancas las botas de don Francis-co Pizarro cuando jugaba a la pelota” (102-103). Esta presentación de Garcilaso, el poeta épico que a ratos es novelista moderno, se inscribe de lleno en la línea abierta décadas atrás por Menéndez Pe-layo cuando en su Historia, como lo he señalado líneas arriba, sostu-vo que los Comentarios no eran historia sino novela utópica: “Así se formó en el espíritu del Inca Garcilaso lo que pudiéramos llamar la novela peruana o la leyenda incásica, que ciertamente otros habían comenzado a inventar, pero que sólo de sus manos recibió forma definitiva […] Los Comentarios reales no son texto histórico; son una novela utópica, como la de Tomás Moro, como la Ciudad de Dios de Campanella” (75-76). A diferencia de la posición de Menéndez Pela-yo, la presentación que del Inca hace García Calderón no es exclu-yente de las calidades de historiador del mestizo, porque en “las páginas del primer cronista de América, está explicada, anticipada-mente, la historia de varios siglos peruanos: el quechua triste y apá-tico, el indio experto en derrotas que se enamora de la ardentía es-pañola, pero que dulcifica ya el desorbitado querer con no sé qué sonrisa criolla…” (104). Desde una perspectiva peruana, por lo me-nos desde 1925, la ficción garcilasista es, en primer lugar, ficción escrita por el propio Inca. Sin embargo, cuando el Inca sea el perso-naje, la narración explorará ese “no sé qué” de su sonrisa criolla, tan sintomáticamente captada por García Calderón.

Podemos asociar ese criollismo a los dos primeros momentos, previos a la década de 1990, que el Inca tiene lugar en la narrativa peruana como personaje de ficción. El primero se lo debemos al se-minal crítico e historiador literario Luis Alberto Sánchez, quien pu-blicó en Chile en 1939 una novela biográfica sobre el Inca. En diálo-go no tan casual con García Calderón, el texto de Sánchez tiene un subtítulo que adjetiva al Inca como criollo. No tan casual, enfatizo, porque la idea de mestizaje propuesto por la Generación del Nove-cientos tiene el sentido de la afirmación criolla, más que ser una real

ENRIQUE CORTEZ 132

exploración del mestizaje como la posibilidad de un nosotros diver-so. Para la composición de su Garcilaso Inca de la Vega: primer crio-llo, Sánchez tuvo a su disposición, entre otros textos, los escritos de Riva Agüero, la Genealogía de Garci Pérez de Vargas publicada por el Marqués del Saltillo en 1929 y, fundamentalmente, los documen-tos dados a conocer por De la Torre y del Cerro en 1935. A esto de-ben añadirse, por supuesto, las propias noticias que el Inca ofrece sobre sí mismo, además de obras de reconstrucción histórica que daban cuenta de la época, incluyendo otras crónicas. Lo que tene-mos en el libro de Sánchez es una narración que va desde el conflic-to entre Huáscar y Atahualpa, pasando por la llegada de los españo-les, el encuentro de los padres del Inca, el traslado del Inca a Espa-ña, su época de escritor, hasta –en una suerte de epílogo– la presen-tación de la lectura de los Comentarios al final del siglo XVIII por Túpac Amaru II, los independentistas y Voltaire. Este punto de llega-da, como fuente de la ilustración, argumenta en la línea abierta por Riva-Agüero de una periferia ilustrada, políticamente independiente (porque el Perú es una república “soberana”), pero culturalmente afi-liada a lo más representativo de Europa.

Casi veinte años después del trabajo de Sánchez, el escritor li-meño Luis Loayza publicó su “Retrato de Garcilaso”, recogido final-mente en la tercera edición de su colección de cuentos, El avaro y otros textos en 1974. Con menos pretensiones históricas que el tex-to de Sánchez, el Inca Garcilaso de Loayza, que tiene a su disposi-ción lo más importante ya de la investigación biográfica, nos ofrece una indagación más psicológica de los beginnings del Inca Garcilaso como escritor mestizo. La narración, explora sobre todo los años en Montilla, renunciando a imaginarlo históricamente más allá de los datos del discurso historiográfico de la biografía. El retrato de Garci-laso aparece así como la narración de un artista adolescente, enfati-zando su trabajo con la traducción de León Hebreo, en el umbral de la propia obra. Y si por un lado este Inca se hace portavoz de una idea de mestizaje con sentido aristocrático, como define Riva Agüero el mestizaje del Inca, por otro lado Garcilaso vive el conflicto de sus dos mundos culturales y su situación de exilio. Al final, sin embargo, el Garcilaso de Loayza logra armonizarse y “se acepta a sí mismo, acepta su alma que es extranjera en todas partes porque es una no-vedad, una aventura, y se llena de alegría y de terror, como en un sueño” (85-86). Una vez en paz consigo mismo, el Inca podrá escri-bir sus Comentarios como “primer peruano” (86), calificativo que re-toma la lectura de Riva Agüero sobre el cuzqueño. En el caso de Lo-ayza, su presentación de Garcilaso no responde a una lectura poco crítica de los autores de la Generación del Novecientos; al contrario,

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 133

Loayza, quien en la década de 1950 fue asistente de Porras Barre-nechea, junto con Mario Vargas Llosa, Pablo Macera y otros, tuvo una especial filiación con el pensamiento del Novecientos y es uno de los principales difusores del trabajo de esa generación, elocuen-temente expresado en su libro La generación del 900.

Estos dos momentos de Garcilaso personaje ficcional, que son antecedentes directos de los textos de la década de 1990 que me propongo analizar en las siguientes páginas, tienen en común el in-terés por la historia y la literatura de sus autores. La obra de historia-dor de la literatura de Sánchez puede que sea la más conocida; pero también se encuentra muy bien considerado por la crítica el trabajo ensayístico de Loayza, así como sus ficciones7.

Diario del Inca Garcilaso (1562-1616)

No es posible entender el alcance del diario ficcional escrito por Francisco Carrillo sin trazar una línea de continuidad entre su pro-yecto y el de Loayza. El Diario, en el camino abierto por el “Retrato” literario de Loayza, es una indagación personal, intimista, pero fun-damentalmente existencial, reforzada por la dicción autobiográfica (primera persona), que revisa aspectos diversos de la situación bio-gráfica del Inca. Como Loayza, Carrillo hace del Inca un personaje literario que vive para su escritura, marcado fuertemente por las con-tradicciones de su época. La cuestión del mestizaje, aparecerá en la primera línea de este libro, pero a diferencia de Loayza, quien enfati-za el sentido aristocrático de su origen, la afirmación como mestizo del cuzqueño se contrasta en la escritura de Carrillo con la suerte de otros mestizos de su época.

La condición mestiza del Inca, también exaltada en términos aris-tocráticos en la primera página del Diario de Carrillo por un persona-je con dimensión histórica como Gonzalo Silvestre, cederá su lugar a la reflexión en la narración del personaje Garcilaso, siendo el terreno del mestizaje un espacio movedizo. Al final, sin embargo, Garcilaso se afirmará como mestizo. Lo importante aquí es seguir el proceso, la identificación como proceso: “¿Soy indio? ¿Soy mestizo? ¿Soy español?” (13), señala el narrador en el primer apunte del Diario. En la corte, refiere, algunos lo llamaron español; otros murmuraron que era indio; él se llama a sí mismo mestizo, porque Silvestre se lo plan-teó así: “Tú eres mestizo. Tu padre, un grande del Perú; tu madre, noble inca. Y tú eres el mejor mestizo de las Indias” (13). Esta narra-ción aristocrática –Silvestre le dice que es el fruto excelso del en-cuentro de dos mundos– tiene su contrapeso líneas más adelante cuando, a partir del acto reflexivo, el Inca Garcilaso de Carrillo ex-presa la otra dimensión de ser mestizo en su época: “Si creyera en

ENRIQUE CORTEZ 134

los malos pasos de las estrellas, yo estaría destinado para la ignomi-nia. Mestizo y bastardo, dos manchas para los que medran en la corte” (16). Esta línea reflexiva le hace preguntarse cuál fue la inten-ción de su padre al enviarlo a estudiar a España: “¿Quiso mi padre limpiarme de mi sangre india?” (17).

En Madrid, 1562 y 1563, tiempo al que corresponden estos pri-meros apuntes del Diario, una figura se tornará modélica para el jo-ven Garcilaso: el soldado Silvestre. En él tiene un interlocutor que le propone una definición de su condición histórica, como hemos visto al plantearle su mestizaje aristocrático, pero también ve en él un des-tino truncado –como hijo de conquistador– que le hará buscar otras posibilidades que sólo le mostrarán la poca fortuna de ser mestizo: “Silvestre habla en voz alta. No teme los oídos cortesanos […] Nadie se burla de su cojera… herida y cojeras ganadas en las guerras. Pe-ro se alejan de él” (19). En un intento de evitar esta exclusión, que le ofrece el modelo de conquistador, Garcilaso optará por la carrera eclesiástica, pero “los mestizos no son bienvenidos en la Iglesia” (21). En este punto, Carrillo, quien fue un gran conocedor del periodo colonial, sitúa a su personaje en el contexto de la época. Es cierto que 1563 no fue el momento más duro contra los mestizos de prime-ra época, pero es un tiempo en proceso de endurecimiento de las políticas metropolitanas contra los conquistadores, sus hijos mesti-zos y sus derechos ganados. La cédula de Felipe II de 1578 que suspendía la ordenación de mestizos en la estructura eclesiástica será el momento oficial de la tensa relación entre Metrópoli e Indias, aunque en el terreno eclesiástico cada orden tendrá una diferente historicidad. Por ello, a modo de ejemplo, cuando un mestizo o nue-vo converso era hostigado en la Compañía de Jesús, una de sus op-ciones era pasarse a la orden franciscana (Borja de Medina 245-46). Como explica Francisco Borja de Medina, este tipo de medidas sólo cobra sentido en un contexto más amplio: la polémica en torno a los nuevos cristianos, moros y judíos, y el establecimiento de un estatu-to de limpieza de sangre. Este estatuto finalmente triunfó, para el ca-so de la Compañía de Jesús, en el Congreso General V (1593-1594), donde se acordó la expulsión de la Orden de los nuevos cristianos de origen judío, musulmán y, por supuesto, indígena (230).

En su Diario, el personaje Garcilaso afirma: “Ni mestizos ni indi-os… todavía… –me dijeron los padres mercedarios. Los ayudé en algo dando a las autoridades ciertos informes a su favor, pero así me respondieron” (21). Esta queja, en la que el Inca acusa poca recipro-cidad por parte de los padres mercedarios, indica el carácter férreo de la política contra los mestizos; el sino de la ley no contempla la buena disposición individual y actúa sobre los individuos como una

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 135

fatalidad. En consecuencia, ser mestizo se vuelve también un pro-blema para lograr algún tipo de prestigio social, aunque esto no im-plique un lugar directivo, dentro de una institución eclesiástica. La queja del Inca vendrá acompañada de una afirmación entre parénte-sis, como un murmullo, una palabra encarcelada, surgida desde los márgenes de la ley: “(Creo a veces que los mestizos antárquicos nunca fueron mirados por Dios)” (21). Pero el término mestizo en el Inca de Carrillo es una palabra afirmativa, aunque eso suponga un destino social marcado por la fatalidad. Lejos de Madrid, el lugar de la ley, Garcilaso puede reconstruirse como sujeto: “Casi nunca se oye la palabra ‘mestizo’ en Montilla. Yo la menciono para explicar a los que voy conociendo quién soy o qué soy” (42). En ese aparente lugar ameno, como se ha construido desde la investigación biográfi-ca los años de Montilla (y que Loayza desarrolla en su ficción con acierto), Carrillo introduce la visita de un compañero de estudios del Inca en el Cuzco, Juan Arias Maldonado. Mestizo como él, Arias Maldonado tuvo una vida mucho más intensa que el Inca. En el Capítulo XVII del Libro VIII de la Segunda Parte de los Comentarios reales, el Inca Garcilaso registra la visita que su ex condiscípulo y amigo le hizo en Montilla. Miró Quesada dice en condicional, porque también está conjeturando, que “en el suave reposo de la serena tie-rra cordobesa, los dos amigos recordarían los días de la infancia y discutirían los problemas comunes que se les planteaban a los mes-tizos” (125). Esa conversación es la que ficcionaliza Carrillo y resulta importante para evaluar el posicionamiento de su personaje en torno al mestizaje porque introduce una variación: la suerte del mestizo en España era mejor que la suerte del mestizo en el Cuzco: “mejor ser mestizo en España que en Perú, me dijo, los ojos encendidos. En el Cuzco, en la Ciudad de los Reyes, el mestizo es perseguido. No puede ser nada. Hasta se le prohíbe llevar armas para su defensa. Dicen los españoles que somos de mala inclinación, que nacimos con el alma torcida” (63). A modo de explicación, Carrillo, fiel a la biografía escrita por Miró Quesada, introduce un punto central en el relato de vida de Arias Maldonado: “Juan Arias organizó una rebelión contra España. Más de mil mestizos se le unieron. Y se le unieron los Incas encolerizados. Su padre, que fue el alcalde del Cuzco y el hombre más rico del Perú, se enfermó de pena al conocer la rebelión de su hijo” (63). Como precisa Miró Quesada, Diego de Maldonado el Rico, padre del amigo del Inca, al enterarse que su hijo había sido tomado prisionero y conducido hasta Lima, emprendió el viaje para interceder por él: “Lo más que logró fue una libertad provisional y que se suspendiera la orden, dada ya por García de Castro, de que se le enviara preso a España con los demás amotinados. Poco des-

ENRIQUE CORTEZ 136

pués, Maldonado el Rico falleció en la villa de Valverde, en camino hacia el Cuzco, dejando como heredero de sus cuantiosos bienes en el Perú a su hijo mestizo” (124). En Madrid, ya que al morir el padre la orden se reactivó, Arias Maldonado estuvo aproximadamente 12 años. Finalmente logró que la Corona le diera licencia para volver al Perú a recoger su hacienda, y Garcilaso escribe que Arias Maldona-do, al llegar a Paita, “de puro contento y regocijo de verse en su tie-rra, espiró dentro de tres días” (Segunda Parte 1202).

La anécdota de Arias Maldonado permite introducir una nueva valorización a la idea de mestizo con que el Inca de Carrillo se afir-ma. Al lado de la definición de Silvestre, que es la idea de mestizaje circulada por la Generación del Novecientos y que el personaje de Carrillo también asume, coexisten otras narrativas asociadas a la idea de mestizo: la del fracaso como actor social y la agenda de re-belde en contra de las instituciones que condicionan ese fracaso. El mestizo de Carrillo existe en esas coordenadas; y si bien su perso-naje tiene en la práctica de la escritura su más importante tarea (una actividad que lo distancia del mundo) las narrativas asociadas a su condición de mestizo siempre trabajarán su reflexión: “Mestizo, cas-ta torpe y sin destino. Tengo corrupciones en la piel, facciones inde-cisas. San Agustín se hería, se llagaba. Honesta herida. Mis llagas nacieron con mis primeros latidos. Antes de que yo naciera” (Carrillo 105). Se trata de una reflexión angustiada, que poco a poco ha ido desplazando el lugar exaltado de lo mestizo propuesto por Silvestre. Lo que ofrece el Inca de Carrillo son preguntas, por supuesto filosó-ficas, acerca del ser en la historia y del ser en un futuro histórico. Es-tas preguntas se expresan en relación a su hijo, casi al final del Dia-rio: “¿Querré a mi hijo? ¿Querré a mi hijo, mestizo, peor que indio, apenas encima del esclavo? Si no lo amo ahora ¿podré amarlo des-pués? ¿Cuál será el destino de mi hijo mestizo, y mestizo nacido en España?” (162). Más adelante, al observar a su niño dirá: “Me siento oprimido. Llevo en mis ojos el regazo de Beatriz y al niño ansioso e inocente […] ¿Cómo es posible que en el rostro de mi hijo esté todo el Cuzco que recuerdo?” (163 y 164). La angustiosa condición de ser mestizo, circunstancia a la vez de un tipo de pensamiento in-between como diría Homi Bhabha, “proveen el terreno para elaborar estrategias de identidad [selfhood] (singular o comunitaria) que ini-cian nuevos signos de identidad, y sitios innovadores de colabora-ción y cuestionamiento, en el acto mismo de definir la idea misma de sociedad” (18). Con este Garcilaso, corroído por su situación históri-ca, Carrillo presenta la emergencia de un intersticio: el simbolismo del Inca como un espacio que está en proceso y no felizmente de-terminado como querían los hispanistas; espacio donde, si seguimos

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 137

a Bhabha, “se negocian las experiencias intersubjetivas y colectivas de la nacionalidad [nationness], interés comunitario o valor cultural” (18). Más adelante Bhabha pregunta por cómo se forman los sujetos in-between. Creo que el libro de Carrillo es una buena respuesta a esa pregunta, porque nos presenta la subjetivización de un persona-je en proceso. Recuperar la figura del Inca como personaje de fic-ción señala, desde la perspectiva de Carrillo, que la discusión sobre el mestizaje no está cerrada y sigue siendo actual para la vida pe-ruana.

Poderes secretos

Frente al Inca de Carrillo, análisis existencial que se limita a su circunstancia biográfica más personal y se ajusta a la cronología es-pañola que va de 1562 a 1617, la propuesta de Gutiérrez en Poderes secretos destaca por revisar las redes intelectuales y sociales en que emerge la figura del Inca. Este entramado reúne a su vez tramas de recepción como de producción. En un movimiento en reversa al ope-rado por la historiografía biográfica, la figura del Inca aparece prime-ro en la escritura de Gutiérrez como un elemento de lectura, espacio de interpretación de tendencias antagónicas en la intelectualidad pe-ruana del siglo XX y, al mismo tiempo, posibilidad de arriesgar el propio análisis. El propio análisis será una escritura ficcional, que el autor decidirá llamar novela (a juzgar por sus paratextos), pero que presenta una escritura que reta la noción misma de novela al reunir en una misma textualidad un ensayo acerca de las relaciones entre la novela y la historia y una narración metaficcional acerca de cómo desarrollar un argumento novelesco. La propuesta novelesca, se-gunda parte de la novela, se sitúa en dos momentos: en el siglo XVII y en el siglo XX, y desarrolla una hipótesis de producción acerca de la escritura de los Comentarios. De esta manera, Gutiérrez cuadra el círculo iniciado con su revisión de la lectura del Inca en el siglo XX, al actualizar con su lectura, la primera lectura polémica del siglo XX con que surge la crítica garcilasista, a saber, la del historiador Ma-nuel González de la Rosa, según la cual el verdadero autor de los Comentarios no es el Inca Garcilaso, sino el jesuita mestizo Blas Va-lera.

En este punto es interesante anotar, como se ha visto en la revi-sión de la investigación biográfica, que lo presentado por el narrador de Poderes secretos como el “paradigma garcilasista” surgió por oposición. La reivindicación de la figura del Inca por parte de Riva Agüero es un intento de desautorizar en la academia peruana a la lectura de González de la Rosa y en el mundo hispano a la de Menéndez Pelayo. El Inca Garcilaso, en consecuencia, emerge en el

ENRIQUE CORTEZ 138

siglo XX como el producto de un conflicto de interpretaciones que el narrador no hará más que traer de vuelta, en clave novelesca, pues a este conflicto el narrador añade dosis de intriga propias de la novela policial figurando un enigma, Blas Valera, y conjeturando la existen-cia de una logia, en este caso garcilasista, lo suficientemente letal al proteger un rumbo del saber y un tipo de escritura de la historia.

El cuestionamiento de la escritura de la historia, como la política del texto de Gutiérrez, ha sido enfatizado por las lecturas que tanto Víctor Vich como Verónica Salles-Reese ofrecen de la novela8. Asi-mismo, la exploración de la figura de Santiago Osambella y su signi-ficación en el contexto de una logia garcilasista es uno de los aspec-tos más interesantes del texto, que estos críticos analizan con acier-to. En mi análisis, me interesa enfocar la ficcionalización en torno a Blas Valera, el punto central de las operaciones críticas del texto de Gutiérrez en contra de la historia oficial peruana. Dice el narrador que Carlos Araníbar, en las notas a su edición a los Comentarios, desarrolla una tesis “implícita o finalmente sugerida” (20) de la rela-ción entre el Inca Garcilaso y la Compañía de Jesús. No se trataría de una amistad, sino de una “discreta tutoría y aún más discreta su-pervisión de sus escritos” (20) por parte de la Orden. En sus “brillan-tes Notas” (sic), según califica el narrador al trabajo de Araníbar, éste plantea una conclusión: a través de la obra de Garcilaso la Orden pudo “expresar su pensamiento político pedagógico que en última instancia tenía que ver con la dominación de los indios” (20). ¿Cuál es el alcance de la imaginación novelesca del narrador de Gutiérrez? Por lo menos, no está en la relación del Inca con la Compañía de Jesús y en las consecuencias que de allí se derivan en torno a Blas Valera. Y si bien dice, con ánimo retórico, que expone con “dema-siada crudeza y tal vez con excesiva libertad” la tesis de Araníbar, lo cierto es que este último es también bastante explícito:

[…] La muerte de Valera en 1598 anuló cualquier proyecto y la Orden, siempre celosa con sus documentos, cedió los documentos del chacha-poyano [Valera] a Garcilaso, con los que pudo dar mano a su proyecto de componer una historia de los Incas […] a juzgar por el trato que dispensa a la Compañía de Jesús es de presumir que el cronista aceptó, junto con los papeles rotos de Valera, el consejo prudente y la guía de algunos mento-res jesuitas. Y que entre estos y Garcilaso había convergencias ideológi-cas de fondo que hicieron posible incluir mucho de la óptica y pedagogía política de la Compañía en la acabada creación literaria que son los Co-mentarios reales (786).

Aparte de algunas marcas gramaticales que aseguran una narra-ción condicional, las notas de Araníbar no soslayan para nada una tesis, sino, al contrario, la presentan de manera explícita. Consciente

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 139

de este desarrollo, el mismo Araníbar, añade: “A estas alturas, al lec-tor paciente y crítico pueden haberle hastiado tanta conjetura, tantos ‘quizás’ […] Deséchelos sin más, porque no han afectado para nada la fidelidad en la presentación del texto de los Comentarios reales” (786). Ahora bien, si seguimos la clasificación que Araníbar hace de los Comentarios –los llama “acabada creación literaria”, haciendo eco también de Menéndez Pelayo–, la presencia de Blas Valera co-mo verdadero autor no tiene la contundencia que podría tener como crítica si consideremos a los Comentarios un texto literario. En el te-rreno literario, las prácticas intertextuales, así como el palimpsesto son elementos comunes en la configuración de la textualidad nove-lesca desde el nacimiento del género. La condición para una de-construcción de la historia y sus mitos es que los Comentarios se continúen manteniendo en el terreno de la historia y de sus prácticas disciplinarias. Para poder cuestionar la historia, la discusión sobre Garcilaso debe situarse en la historia más que en la literatura. Con ese objetivo, Gutiérrez enuncia el campo interpretativo en que se ubica la obra del Inca, pero sin abandonar su posición de novelista que lo cubre como un paraguas. Por ejemplo, al referirse al tema Blas Valera, dirá que no retoma la postura de González de la Rosa contra Riva Agüero, sino se basa en las conjeturas de Araníbar. Pero si bien la “tesis” de Araníbar no es tan gruesa como la del historiador de comienzos del siglo XX, su propuesta se inscribe como parte de una polémica iniciada por González de la Rosa dentro del campo hispanista. Araníbar no considera para nada el subtexto andino, que Mazzotti ha identificado muy bien en los Comentarios, sino sitúa su discusión dentro del “paradigma garcilasista”, mostrando una va-riante que quizá podríamos considerar herética, pero determinada por las coordenadas interpretativas del campo de los historiadores. De esta forma, Poderes secretos asegura su discusión con la histo-ria, aunque a la vez pide ser llamada literatura. Una forma de asegu-rar su lugar en la literatura es a través del rótulo “novela” y de la re-flexión metaficcional acerca de la novela: “Como es usual en las no-velas de suspenso he empezado con las circunstancias que configu-ran un enigma: la pérdida de un manuscrito […] Ahora se impone saber algo del remoto Blas Valera” (Gutiérrez 27-28)9. Revisemos el caso del “remoto” Blas Valera.

Una de las partes más flojas, en términos de esa discusión con la historia, pero fundamental para construir el enigma de la novela de Gutiérrez es la correspondiente a la biografía del mestizo jesuita Blas Valera. Cuestión que se explica, si consideramos que el artículo bio-gráfico de Borja de Medina sobre Blas Valera recién se publica en 1999 y la biografía de Sabine Hyland, The Jesuit and the Incas: The

ENRIQUE CORTEZ 140

Extraordinary Life of Padre Blas Valera, S.J., se publicó en 200310. A la luz de ambos textos la reconstrucción ficcional de Gutiérrez plan-tea algunos problemas por considerar. En primer lugar, la época del nacimiento del jesuita es imprecisa, entre 1545-1550 indica el narra-dor, y la muerte ofrece igual imprecisión, Málaga o Valladolid, 1597 o 1598. La fuente de esta cronología biográfica es Araníbar otra vez, de modo que las “brillantes Notas” alejan, en este caso, al novelista del acierto cronológico. Sin embargo, por la época en que Araníbar publica su edición, acompañado de su glosario conspiratorio, circu-laba el artículo de Enrique Fernández García “Blas Valera es el ‘Je-suita anónimo’”, con importantes noticias sobre su biografía11. Este tema, sin embargo, es el de menos importancia. El mestizo que na-ció en San Juan de la Frontera de Chachapoyas en 1545 y murió en Málaga el 2 de abril de 1597 (Borja Medina 232 y 262), es presenta-do en Poderes secretos como víctima de los prejuicios y humillacio-nes de su época, porque entonces “empezando por el virrey Toledo y el propio P. Acosta de la Orden jesuita, había oposición a admitir el ordenamiento de sacerdotes indios y mestizos” (Gutiérrez 28). Esta afirmación, que asegura el contexto de época de la narración ficcio-nal, no es muy exacta. Como explica Borja Medina es recién a partir de 1583 que empieza el acoso contra Blas Valera por parte de los rectores de Potosí, Juan Sebastián de la Parra y, de Lima, Juan de Atienza. La razón por la que se le disciplina según algunos informes es por su conducta en materia de honestidad (237). Esta sanción co-incide con una etapa de endurecimiento de las políticas de la Orden en relación a los mestizos y los nuevos conversos, judíos y moros, que caracterizó el generalato de Claudio Acquaviva, entre 1581 y 1615 (229). En este contexto, el “caso Blas Valera se puede inscribir, a mi juicio, en la compleja problemática, ajena al espíritu y la letra de Ignacio de Loyola, que se desarrolló en el seno de la Compañía de Jesús durante el dilatado generalato de Acquaviva” (Borja de Medina 230). Al contrario, durante el generalato anterior, correspondiente al General Everardo Mercurián, la suerte de Valera fue otra y se expre-sa de manera inmejorable en la relación epistolar que tuvo Valera con el General de la Orden, donde el jesuita mestizo informó a la au-toridad sobre sus trabajos históricos y la evangelización de los indi-os. Borja de Medina, recoge una carta, fechada en Roma el 25 de febrero de 1580, donde Mercurián alienta el trabajo de Valera: “Heme alegrado con las buenas nuevas que V.R. me escribe de todo lo que ha visto en la residencia de Juli, y la aplicación que los Nues-tros tienen a deprender las lenguas, siendo cosa tan necessaria para alcanzar el fin que la Compañía pretende en esas partes […] Serme ha muy grata la relación que V.R. escribe está haziendo del sucesso

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 141

de la predicación evangélica en essos Reinos y la aguardo con mu-cho deseo” (235).

Con esta misiva no pretendo negar que hubiera políticas exclu-yentes contra los indios y sus descendientes durante la época en que Blas Valera se hizo sacerdote, pero sí quiero matizar que dentro de la misma Orden hubo tensiones y polémicas sobre este tema que explican el hecho de que una vez que el mestizo estuvo en España, como documenta Borja Medina, el provincial Cristóbal Méndez sus-pendió la orden de prisión en su contra y le encargó la enseñanza de las clases de humanidades en el Colegio de Cádiz (257). La zona an-daluza, además, dada su composición cultural, fue la más reacia a poner en práctica las duras medidas que Acquaviva había dispuesto contra los cristianos problemáticos y, en específico, contra Valera (255-56).

Gutiérrez, asimismo, afirma que la oposición a admitir mestizos en la estructura clerical provino también del autor de la Historia natu-ral y moral de las Indias, José de Acosta. Se trata de otro dato inex-acto porque, al contrario, fue Acosta quien abogó en 1578 ante el General Mercurián para que no se traslade a Valera del Cuzco a Po-tosí, ya que los indígenas lo reclamaban y se sentían cómodos con él (Borja de Medina 237) y es también, el mismo Acosta, que en el año 1583, dirá en un informe judicial sobre la posibilidad de admitir mestizos en el sacerdocio:

[…] aunque en algunos ha visto algunas malas costumbres e siniestros, en otros ha hallado mucha virtud, y en especial ser muy útiles para doctrinar a los indios por saber muy bien su lengua, e que los indios les dan mucho crédito e les tienen affición […] algunos de los dichos mestizos sacerdotes an ayudado muy bien e con su diligencia an hecho muy buenas traduccio-nes en las lenguas del Cusco e aymara, y dellos son dos de la Compañía de Jesús, que son los padres Blas Balera y Bartolomé Santiago (citado por Borja de Medina 240).

Me detengo en este punto porque, en caso contrario, la revisión de los datos con los que Gutiérrez construye una narrativa biográfica para Blas Valera se extendería demasiado. Creo que el primer pro-blema a la hora de figurar una conspiración por parte de la Compañía de Jesús en relación a sus presuntos escribas, que tanto Araníbar como Gutiérrez formulan, es imaginarle una unidad ideológica que, por lo menos en la época de Blas Valera y el Inca Garcilaso, la Com-pañía nunca tuvo. De hecho, al hablar de las políticas de la Orden conviene hacerlo en términos de heterogeneidad, tensión y polémi-ca. Paradójicamente, lo que tenemos con los “datos” que Gutiérrez toma de Araníbar, es un resultado inverso a sus objetivos: en lugar de consolidar una figura de contrapeso al Inca Garcilaso, estos da-

ENRIQUE CORTEZ 142

tos deconstruyen la figura misma de Blas Valera, quedando de este modo Poderes secretos sin ofrecer un real elemento desmitificador de la historiografía peruana que hace del Inca Garcilaso su símbolo más notable.

¿Qué nos queda entonces? La ficción de una desmitificación. Pe-ro tal ficción no es poco; es, de hecho, un camino que desde la lite-ratura muestra cómo es posible desarrollar una narrativa crítica para la historia, en los términos de una metodología para la lectura. Nos queda también una ficción lograda que hace del juego metatextual un ejercicio saludable de reflexión sobre el campo intelectual y sus “secretos” de reproducción del poder. Permanece, asimismo, una reflexión sobre el mestizaje conducida por la figura de Blas Valera desde la perspectiva de la victimización que contrasta de manera frontal con el Inca, escritor exitoso, de la Generación del Novecien-tos. Gutiérrez, en una lectura atenta de la problemática del mestizaje, ha situado la discusión sobre lo mestizo en la primera parte de su novela, en los términos del tratamiento que Cornejo Polar ofrece so-bre el tema. Para Cornejo Polar el uso de Garcilaso como divisa ide-ológica del hispanismo supuso “imaginar la nación armónica”, a par-tir de una concepción de homogeneidad cultural en la sociedad y cultura peruana, y que en el caso de su mestizaje no sólo insiste “en la convergencia pacífica y constructiva de las dos ‘razas’ que entra-ron en contacto con la Conquista, sino que sustituye el significado bélico de esta palabra para expresar con ella la fusión amorosa de ambas” (104). El cuestionamiento de esta idea de mestizaje, que el crítico califica como aristócrata, conducirá tanto a un rechazo de la noción de mestizaje en su trabajo como a la propuesta de nuevas categorías para pensar la producción cultural andina, como ocurre en la noción de un sujeto migrante que se construye en la heteroge-neidad cultural12. Por su parte, Gutiérrez, igualmente denuncia este mestizaje y su texto enfatiza el carácter tenso y conflictivo entre dis-cursos aparentemente inamovibles en un espacio intelectual. De cierto modo, gracias a su desinformación biográfica sobre Blas Vale-ra, Gutiérrez logra construir un enigma que le permite atisbar la ma-nera en que se construyen los imaginarios nacionales. A diferencia del Inca, donde la sobreabundancia de documentación, según apun-ta el novelista, conspira contra la imaginación del escritor, en el caso de Valera la escasez de ésta conspira contra el alcance de la inter-vención del texto en su diálogo con la historia. Con todo, el rótulo de novela salva el esfuerzo de Gutiérrez dentro de las seguridades inte-lectuales de la figuración literaria, sea esta metafórica o alegórica, aun cuando en cierto sentido el intento de Poderes secretos haya sido proponer un argumento con validez histórica.

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 143

Reflexiones finales

Quiero volver otra vez, al final de estas páginas, a la importancia del diálogo entre la investigación biográfica y la producción del cor-pus garcilasista brevemente analizado en este artículo. Creo que una de las conclusiones más obvias tiene que ver con el alcance de la imaginación literaria en el caso de Inca Garcilaso, delimitada más de lo que uno podría pensar a los marcos de la investigación biográfica. Esta constatación, invita a pensar en el significado de una recepción biográfica sobre el mestizo cuzqueño, como un espacio en proceso y disputa a lo largo del siglo XX. Uno de los ejes para recorrer ese campo de investigación y escritura, sea literaria o histórica, es el mestizaje. La vida del Inca aparece de esta forma como una idea histórica, en donde volver a organizar los datos existentes sobre su vida tiene el sentido de una intervención en la vida cultural y política actual del intérprete. Esta intervención se muestra clara sobre todo en las ficciones tanto de Carrillo como de Gutiérrez, donde abordar la cuestión del mestizaje permite al primero recuperar la experiencia mestiza del Inca como un momento inadecuadamente clausurado bajo la perspectiva armónica y aristocrática de la Generación del Novecientos. El Inca de Carrillo vuelve a plantear la experiencia histórica del mestizo cuzqueño como un espacio insuficientemente teorizado y menos narrado, donde es posible situar preguntas no re-sueltas por los proyectos de historia y literatura nacionales. Por su parte, el texto de Gutiérrez enfrenta el modelo de mestizaje presti-giado de Garcilaso con una versión victimizada que encarna en su narración biográfica de Blas Valera. Lo cierto es que mientras Carrillo ficcionaliza lugares seguros de la investigación biográfica, el texto de Gutiérrez pretende entrar en una discusión más en el terreno de la historia, cuestionando la validez de los datos y el sentido de su in-vestigación. El resultado, que el escritor denomina novela, se me plantea bastante ambiguo porque al tiempo que traza de manera im-pecable el sentido conflictivo de un campo intelectual, se apoya en datos historiográficos no muy confiables, desfigurando la construc-ción de un mestizaje victimizado que logre imponerse al simbolismo del Inca como renacentista y primer peruano. Sin embargo, lo impor-tante está en el trayecto deconstructivo que Gutiérrez traza en su texto. Poderes secretos, a través de un camino también marcada-mente biográfico como es narrar la vida del otro cronista mestizo, expone una opción, antes que histórica, tropológica. Esta versión contrasta con la figuración exitosa del mestizo cuzqueño y permite pensar en el sentido complejo y heterogéneo de la experiencia mes-tiza.

ENRIQUE CORTEZ 144

NOTAS:

1. Una primera versión de este texto formó parte de la mesa de homenaje por los 400 años de los Comentarios reales en el XXVIII Congreso de LASA en Rio de Janeiro, 2009. Agradezco a José Antonio Mazzotti, quien organizó la mesa so-bre el Inca, por aceptar la entonces ponencia, y a los asistentes por sus co-mentarios y observaciones. Igualmente, quiero agradecer a Verónica Salles-Reese por la primera lectura de este texto y sus precisas observaciones, varias de ellas recogidas en esta versión final.

2. La ficción garcilasista se plantea, en mi lectura, como un fenómeno situado a lo largo del siglo XX peruano y en discusión con algunos planteamientos cen-trales sobre la identidad y la nación peruana en este lapso, como lo mostraré a lo largo de este artículo. Esto, sin embargo, no significa que se trate de una temática concluida. Al contrario, como lo documenta, el cuento publicado en 2007 por Selenco Vega Jácome (“El mestizo de las Alpujarras”), la ficción gar-cilasista se muestra saludable y en expansión, pero el eje continúa siendo (por lo menos en este cuento) la discusión con algunos aspectos de la investiga-ción biográfica.

3. La primera psicobiografía, Memoria del bien perdido. Conflicto, identidad y nostalgia en el Inca Garcilaso de la Vega de Max Hernández, recién vio luz en 1991. En 1939 encontramos ya un Garcilaso-Inka. 12 de abril de 1539 – 24 de abril de 1616 (ensayo sico-histórico) de Carlos Daniel Valcárcel, que a pesar del título no tiene nada de psicología ni psicoanálisis y más bien es un texto bastante apegado al discurso histórico.

4. La Historia de la poesía hispano-americana fue organizada con todos los tex-tos introductorios a los autores seleccionados para la Antología de poetas his-pano-americanos que Menéndez Pelayo preparó para la Real Academia Espa-ñola ese mismo año de 1893. De manera que lo que tenemos realmente es una duplicación de los textos de Menéndez Pelayo, de modo que cuando me refiera a la Historia me estaré refiriendo igualmente a la Antología. Este carác-ter repetitivo marca las opiniones del filólogo español sobre el Inca: así las páginas dedicadas a Garcilaso en la primera edición de los Orígenes de la no-vela de 1905 son idénticas en contenido de la redacción de la Historia de 1893. Los cambios introducidos para la edición de la Historia de 1913, donde modera su opinión sobre el valor histórico del Inca Garcilaso y reconoce el aporte de Riva Agüero, es un agregado en la redacción de 1893, bajo la forma de un nuevo párrafo y un pie de página. Estos cambios también serán inclui-dos desde la segunda edición de los Orígenes.

5. Se trata de una biografía que se hizo en el camino: publicada por primera vez en Lima en 1945 (hay una edición madrileña de este texto de 1948), fue reelaborada del todo para la segunda edición que apareció en Madrid 1971. Esta edición se ha mejorado para la última y definitiva que apareció en Lima en 1994. En el mundo anglosajón, circula mejor la excelente biografía de John Grier Varner, El Inca. The Life and Times of Garcilaso de la Vega, texto difícilmente consultado por Carrillo o Gutiérrez.

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 145

6. Todas mis citas de García Calderón corresponden a la introducción de dicha

selección, publicada por separado en un volumen editado por César Toro Montalvo en 1989, Los garcilasistas.

7. Sobre Loayza ver el número especial dedicado por el suplemento Identidades 56: http://www.elperuano.com.pe/identidades/56/indice.asp

8. Para Vich, Poderes secretos “deconstruye sin piedad los métodos tradi-cionales para escribir la historia” (146). Esta deconstrucción tiene varios frentes: en relación con la historiografía, el narrador presenta una noción de historia que actúa en el presente, reproduciendo formas de dominación. Ya no se trata de un saber; la historia es poder. Gutiérrez, para Vich, propondrá a la imaginación, esto es, a la literatura, tanto sustituto de la historia como su más plena realización (146), tema que hace eco de la oposición aristotélica entre poesía e historia. Desde una perspectiva latinoamericana, para Salles-Reese, Poderes secretos es una respuesta a una crisis de los imaginarios nacionales “que nace del fracaso de ficciones nacionales ya insostenibles a fines del siglo XX […] llenando a través de ficciones aquellos silencios y vacíos que se encuentran en la historia oficial y otras apuntando el carácter ficticio de la historia, cuestionándole sus pretensiones de objetividad y verdad” (142). Poderes secretos, aparece así como una ficción antifundacional y es clasificada dentro de la Novísima Novela Histórica (entendida por la autora en oposición a la Nueva Novela Histórica de Menton) porque “paradójicamente es no-histórica y es precisamente en ello en lo que radica su importancia y vitalidad” (142).

9. Vich, atento al carácter fronterizo del texto de Gutiérrez, prefiere un término como “trabajo” en lugar de novela: “Utilizo la palabra ‘trabajo’ para designar el mencionado libro puesto que resulta difícil decidir si estamos (o no) frente a un texto concluido, o si se trata (o no) de una novela en el sentido más conven-cional de la palabra” (142). En cambio, Salles-Reese, no duda en llamar novela a este texto, pero reconociendo la potencialidad del proyecto que “arrasa con todas las fronteras genéricas canónicas: su texto es simultáneamente ensayo, novela, testimonio, poética, crítica literaria y, al mismo tiempo, parodia de to-dos estos géneros” (147). En mi lectura, lejos de resolver ese enigma, asumo la ambigüedad genérica del texto de Gutiérrez como un hecho que le permite desarrollar un argumento de discusión histórica (con resultados poco auspi-ciosos en términos de las exigencias de la historia), pero sin perder los benefi-cios de la licencia poética.

10. Esta reciente biografía no ofrece muy serios resultados, en la medida en que la autora sostiene sus hipótesis en el polémico Manuscrito de Nápoles. Al res-pecto, Pedro Guíbovich en una reseña aparecida en Hispanic American Histo-rical Review ha mostrado lo falaz de apoyar un acercamiento crítico en docu-mentos cuestionados.

11. Gutiérrez, por su parte, pudo tener a su disposición la introducción de Henri-que Urbano a la edición de la Relación de las costumbres antiguas de los natu-rales del Perú, aparecida en 1992, donde hay noticias más confiables sobre Blas Valera que en el glosario de Araníbar.

ENRIQUE CORTEZ 146

12. Para una lectura amplia de la crítica de Cornejo Polar al mestizaje como divisa

ideológica de la Generación del Novecientos ver mi artículo “Writing the Mesti-zo: José María Arguedas as Ethnographer”.

BIBLIOGRAFÍA:

Avalle Arce, Juan Bautista. “Introducción”. El Inca Garcilaso en sus Comentarios. Antología vivida. Madrid: Gredos, 1964. 7-33.

---. “La familia del Inca Garcilaso: nuevos documentos”. Caravelle. Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Brasilien 8 (1967): 137-145.

Araníbar, Carlos. “Índice analítico y glosario”. Comentarios reales de los Incas. Tomo II. Inca Garcilaso de la Vega. México: FCE, 1991. Vol 2, 649-879.

Bhabha, Homi K. El lugar de la cultura. Trad. César Aira. Buenos Aires: Manantial, 2002.

Borja de Medina, Francisco. “Blas Valera y la dialéctica ‘exclusión-integración del otro’”. Archivum Historicum Societatis Iesu 68, 136 (1999): 229-67.

Carrillo, Francisco. El diario del Inca Garcilaso. Lima: Horizonte, 1996. Cornejo Polar, Antonio. Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-

cultural en las literaturas andinas. Lima: Horizonte, 1994. Cortez, Enrique. “Writing the Mestizo: José María Arguedas as Ethnographer”. La-

tin American & Caribbean Ethnic Studies 4, 2 (2009): 171-189. Díaz Quiñones, Arcadio. Sobre los principios. Los intelectuales caribeños y la tradi-

ción. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2006. Durand, José. “La biblioteca del Inca”. Nueva Revista de Filología Hispánica 2

(1948): 239-264. ---. El Inca Garcilaso, clásico de América. México: SepSetentas, 1976. Fernández García, Enrique. “Blas Valera es el ‘Jesuita anónimo’, autor de la Rela-

ción de las costumbres antiguas del Perú”. En La evangelización del Perú: si-glos XVI-XVII. Actas del primer congreso peruano de Historia Eclesiástica. Are-quipa: Arzobispado de Arequipa, 1990. 217-232.

García Calderón, Ventura. “El Inca Garcilaso de la Vega”. Los garcilasistas. César Toro Montalvo, ed. Lima: Concitec, 1989. 102-104.

Guíbovich, Pedro. Review The Jesuit and the Incas: The Extraordinary Life of Padre Blas Valera S.J. Hispanic American Historical Review 85, 1 (2005): 147-49.

Gutiérrez, Miguel. Poderes secretos. Lima: Campodónico, 1976. Lasso de la Vega, Miguel (Marqués del Saltillo). “El Inca Garcilaso y los Garci Las-

so de la historia”. Revista de historia y de genealogía española III, 16 (1929): 289-307. Incluye la “Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas”.

Lohmann Villena, Guillermo. “La ascendencia española del Inca Garcilaso de la Vega (I)”. Hidalguía. La revista de genealogía, nobleza y armas VI, 28 (mayo-junio 1958): 369–384.

---. “La ascendencia española del Inca Garcilaso de la Vega (II)”. Hidalguía. La revista de genealogía, nobleza y armas VI, 29 (julio-agosto 1958): 681-700.

Hernández, Max. Memoria del bien perdido. Conflicto, identidad y nostalgia en el Inca Garcilaso de la Vega. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, [1991] 1993.

Hyland, Sabine. The Jesuit and the Incas: The Extraordinary Life of Padre Blas Va-lera S.J. Ann Arbor: U of Michigan P, 2003.

Loayza, Luis. El avaro y otros textos. Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1974. ---. Sobre el Novecientos. Lima: Mosca Azul Editores, 1990.

LA FICCION GARCILASISTA: EL INCA EN LA NARRATIVA PERUANA 147

Mazzotti, José Antonio. Coros mestizos del Inca Garcilaso: resonancias andinas.

Lima: Fondo de Cultura Económica, 1996. ---. “Garcilasismo en la era de la globalización” Identidades 68 (Lima, 6 de setiem-

bre de 2004): 13-15. Menéndez Pelayo, Marcelino. Historia de la poesía hispano-americana. Edición

Nacional de Obras Completas de Menéndez Pelayo. Santander: Consejo de In-vestigaciones Científicas, 1948. Vol. 28.

---. Orígenes de la novela. Edición Nacional de Obras Completas de Menéndez Pelayo. Tomos XIII-XVI. Santander: Consejo de Investigaciones Científicas, 1943.

Menton, Seymour. Novela histórica de la América Latina, 1979-1992. México: Fon-do de Cultura Económica, 1993.

Mignolo, Walter. “El metatexto historiográfico y la historiografía indiana”. MLN 96, 2 (1981): 358-402.

Miró Quesada, Aurelio. El Inca Garcilaso. 3a. ed. Lima: Fondo Editorial de la Ponti-ficia Universidad Católica del Perú, 1994.

Porras Barrenechea, Raúl. El Inca Garcilaso en Montilla (1561-1614). Lima: Editorial San Marcos, 1955.

Riva-Agüero y Osma, José de la. “Elogio del Inca Garcilaso”. En Del Inca Garcilaso a Eguren. Estudios de literatura peruana. Obras completas. Lima: PUCP, 1962. Vol. 2.

---. La historia en el Perú. Obras completas. Lima: PUCP, 1965. Vol. 4. Salles-Reese, Verónica. “Colonizando la colonia: versiones poscoloniales de las

crónicas”. Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 26, 1-2 (Otoño/Invierno 2001-2002): 141-53.

Sánchez, Luis Alberto. Garcilaso Inca de la Vega, primer criollo. Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, 1939.

Torre y del Cerro, José de la. El Inca Garcilaso de la Vega. Nueva documentación. Madrid: Imprenta de José Murillo, 1935.

Valcárcel, Carlos Daniel. Garcilazo-Inka. 12 de abril de 1539–24 de abril de 1616 (ensayo sico-histórico). Lima: Compañía de Impresiones y Publicidad, 1939.

Varner, John Grier. El Inca. The Life and Times of Garcilaso de la Vega. Austin y Londres: University of Texas Press, 1968.

Vega, Inca Garcilaso de la. Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas [1596]. Lima: Ediciones del Instituto de Historia, 1951. Reproducción facsimilar y transcripción del manuscrito original, con un prólogo por Raúl Porras Barre-nechea.

---. Comentarios reales de los Incas. Prólogo de Aurelio Miró Quesada. Lima: Bi-blioteca Clásicos del Perú, Ediciones del Centenario del Banco de Crédito del Perú, 1985.

---. Segunda Parte de los Comentarios reales. Lima: Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2008. 2 vols.

Vega, Selenco. “El mestizo de Las Alpujarras” y los cuentos ganadores y finalistas de la XIV Bienal de Cuento “Premio Copé 2006”. Lima: Ediciones Copé, 2007.

Vich, Víctor. “El secreto poder del discurso: Notas sobre Miguel Gutiérrez (y sobre el Inca Garcilaso)”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 26, 51 (2000): 141-53.