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ISSN: 2007-7483 ©2018 Derechos Reservados www.revistadestiempos.com

ÍNDICE ARTÍCULOS Y RESEÑAS

EPINICIOS GRATULATORIOS AL CONDE DE GALVE: ENTRE ENCOMIOS DE DEPENDENCIA Y GLORIFICACIONES AMERICANAS Leonor Taiano

7

ADONIS Y VENUS COMO TEXTO ESPECTACULAR Víctor Alan Ávila

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DON QUIJOTE Y SANCHO: UN ASUNTO DE FE Verónica Cruz Vivanco

56

EN DEFENSA DE LA MUJER DOCTA: SUSANNAH CENTLIVRE Y LA EDUCACIÓN DE LA MUJER EN EL SIGLO XVIII Laura Martínez García

82

GIRONDO Y LANGE: EL INDISOCIABLE ENGARCE POÉTICO Omar Alejandro Ángel Cortés

102

LA INMINENCIA DE LA MUERTE EN “EL HOMBRE MUERTO”: DOS CUENTOS HOMÓNIMOS DE LEOPOLDO LUGONES Y HORACIO QUIROGA Elizabeth Castro Sandoval

111

LA POESÍA INDÍGENA DEL CHURQUI CHOQUE VILCA Alberto Julián Pérez

122

CREACIÓN LITERARIA

LA CITA Adrián Díaz Cárcamo

151

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ARTÍCULOS Y RESEÑAS

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DON QUIJOTE Y SANCHO: UN ASUNTO DE FE INTRODUCCIÓN Las aventuras del ingenioso hidalgo representan ―más que aventuras en sí― lances forzados por su mente

imaginativa, idealista, y alterada, que buscaba la gloria para los siglos venideros. Cada aventura forzada surge como fruto del desvarío de una cabeza febril que ve problemas donde no los hay y que, con su actuar, acaba originando auténticos malen-tendidos y desaguisados.

Lo que el Quijote toma como agravio o entuerto ―enredo― se resuelve muchas veces por medio de una batalla de la que suele salir maltrecho y magullado. En contraste, la mente de Sancho se muestra lúcida y precavida y sabe distinguir entre aventura y desventura, porque la primera acaba siempre en la segunda. Así, la mente realista y más desconfiada de Sancho se une a su aspecto físico. El choque ―y la complementaridad entre la mentalidad de ambos― se une y correlaciona con el aspecto físico de señor y escudero. Mientras que el hidalgo presenta un aspecto estilizado, enjuto y reseco en carnes, lo que enlaza con la espiritualidad y los ideales más elevados, su criado aparece con baja estatura y relleno en carnes, lo que conlleva a pensar en los placeres mundanos. La dualidad espíritu/carne se muestra en el físico de ambos que representa, a fin de cuentas, el doble rasero de cada ser humano: la lucha entre lo espiritual y lo carnal. De este modo, el físico entronca a la vez con la personalidad, dotando al enjuto de cualidades posi-tivas, y, al entrado en carnes, de características más bajas. Don Quijote tiene un amor romántico, idealizado e intangible, mientras que Sancho Panza, de quien incluso cuyo nombre es peyorativo ―por hacer alusión al mucho comer y a la distensión abdominal― tiene una esposa de carne y hueso y de nombre variable porque en la primera parte se llama Juana, y, en la segunda,

Verónica Cruz Vivanco Universidad Politécnica de Madrid Recepción: 21 de diciembre de 2017 Aprobación:05 de febrero de 2018

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Teresa, a pesar de tratarse de la misma persona (Rodríguez, 2010; De Diego, 2016).

El hidalgo y su escudero son antónimos tanto en físico como en personalidad. Don Quijote, hidalgo, culto y señor, y Sancho, escudero, iletrado y vasallo; Don Quijote, enjuto y consumido, y Sancho, regordete y barrigudo; Don Quijote, idealista e inocente y Sancho, realista, materialista y desconfiado; Don Quijote, irreflexivo, bravo y activo y Sancho, cauto, acobardado y pasivo. No caba duda de que ambas personalidades conviven en cada uno de nosotros, si bien siempre prima una más que otra. El Quijote simboliza, en reali-dad, el idealismo llevado a sus más altas conse-cuencias, porque lo que le importa es el futuro, la gloria venidera, mientras que Sancho es el realismo, el pragmatismo, el ser práctico en los dilemas del cada día, el querer el aquí-y-ahora de los placeres terrenales.

Pero, como sostiene Castaño (2004: 31) “Algunos dicen que el quijotismo es una actitud vital, imprescin-dible para ser feliz. Quizá, pienso, también el pancismo, dependiendo de tiempo y circunstancias.” Estamos plenamente de acuerdo con esta observación, porque no solo de ideales se vive, y, además, Don Quijote se le podía permitir porque tenía su hacienda más o menos resuelta, no así su escudero. Sancho tenía que preocu-parse de proveer sustento a su familia, y, la búsqueda de este le preocupaba. Sobre el tema de la felicidad, bien es cierto que hace falta combinar ambos aspectos porque una existencia sin ideales no es plena, pero hablamos en este caso de ideales intangibles relativos a un mundo etéreo, no a aspectos prensibles y mensurables como pueden ser las riquezas. Por ejem-plo, Vivar (2009: 66) sostiene que “En las danzas entre el Amor y el Interés para El Quijote prima lo primero, y, para Sancho, lo segundo, si bien se ve que estas están escritas posiblemente a instancias de Camacho para que Basilio no salga bien parado.” Un aspecto colateral del idealimos es el de la imaginación, en cuyo caso la de Sancho puede sobrepasar a la de su señor, como sucede, en las aventuras con Clavileño (Reichenberger, 2004: 43).

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Para Dotras (2008: 247), “el auténtico personaje no es el Quijote sino la unión entre Quijote y Sancho.” En efecto, de la interacción de estos dos polos opuestos podemos ver el enfrentamiento entre idealismo y realismo, y, su unión y simbiocización, porque El Quijote es una historia de compañerismo y de evo-lución, de mutación de un personaje por otro que alcanza su cúspide al final de la obra cuando el hidalgo sale del mundo etéreo y onírico en el que vivía, esca-pando de una realidad prosaica y anodina, para volver a esta, mientras que su fiel escudero ansía seguir las aventuras por mundos imaginarios. En realidad, en cada uno de nosotros habita un Quijote y un Sancho, aunque el peso se distribuya en diferente medida.

En las siguientes líneas vamos a ver cómo el hidalgo y su escudero muestran una perspectiva opues-ta en los avatares que sufren en las aventuras, agravios, afrentas, entuertos, batallas y hazañas que afrontan. Todos los términos objeto de estudio se enlazan entre sí puesto que las aventuras quijotescas buscan ser haza-ñas gloriosas que libren de supuestos agravios, afrentas y entuertos, en no pocas ocasiones, con la posible mediación de batallas. Dicho de otro modo, cada aventura es un agravio, una afrenta o un entuerto que resolver, con batalla quijotesca o sin ella, con el fin último de lograr una hazaña gloriosa. Dado que las aventuras de El Quijote muestran un cierto paralelismo con la predicación de Jesús y sus apóstoles, también se muestran semejanzas entre ambas obras y la fe de Sancho y sus discípulos en sus respectivos maestros. Otros trabajos anteriores que también relacionan la Biblia con El Quijote lo hacen desde una perspectiva diferente. Así, López Amate (2005) recoge las más de 200 citas de la Biblia que aparecen en el Quijote. Moreno (2007) sostiene que los ideales que el libro sagrado plantea al hombre coinciden con los que nos plantea Cervantes, quien, a través de la lectura de la Biblia en latín interiorizó una fe que también compor-taba críticas a la iglesia. Monroy (2005) analiza la dimensión espiritual que la lectura del libro sagrado dio al caballero andante.

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LAS AVENTURAS El DRAE en su primera entrada da a la palabra aventura un significado sinónimo del de “acae-cimiento, suceso o lance extraño”, que es lo que persigue el ingenioso hidalgo. Sin embargo, las aventuras que narra Cervantes responden a la tercera entrada del diccionario “empresa de resultado in-cierto o que presenta riesgos”, citando a continuación la expresión embarcarse en aventuras, que es real-mente lo que hace El Quijote. Así, la Parte 1, pg. 36 se refiere a “andar buscando las aventuras por peligrosas que fuesen”, porque era precisamente en la peligrosidad en lo que desembocaba la actuación del caballero an-dante. Tal búsqueda de aventuras se asemeja a la predicación de Jesús, acompañado de sus discípulos, lo que desembocaba en no pocas aventuras. Es decir, tanto Don Quijote como Jesús se muestran como actores desencadenantes de sus propias historias, como emprendedores que originan una aventura mara-villosa que narrar, y que, de no haber sido por ellos mismos, jamás se hubiera producido. No obstante, como sostiene la Biblia “ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lucas 4:24), por lo que las aventuras de Don Quijote suelen acabar mal.

En el acometer y buscar aventuras de El Quijote los calificativos que acompañan a dichas aventuras suelen ser: grandes, peligrosas, extrañas, buenas, raras, tenebrosas, hermosas, temerosas, altas, famosas, nuevas, agradables, graciosas, desgraciadas, notables, inauditas, inacabables, espantosas, desatinadas, dila-tadas, memorables, fabricadas e infinitas. Con esto apreciamos una alta polaridad en la adjetivación del término aventura, en la que el adjetivo temerosa es el único que, en principio, parece no casar con el término al que acompaña puesto que una aventura, en todo caso resulta más temible que temerosa, si bien el DRAE acoge en su tercera entrada la relación entre el adjetivo y el significado de su capacidad para infundir miedo. Por tanto, el adecuado uso de los vocablos que elige Cervantes y su sutileza resultan llamativos. Sin em-bargo, el uso de los adjetivos valorativos incide en el

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descenso de la neutralidad, lo que hace que el lector de una obra perciba el sustantivo que le acompaña con el ánimo que le dicta el escritor.

En la gradación de los adjetivos encontramos un rango que oscila del polo positivo (grandes, buenas, hermosas, altas, famosas, nuevas, agradables, gracio-sas, notables, inauditas, memorables) al negativo (peli-grosas, extrañas, raras, tenebrosas, temerosas, desgra-ciadas, espantosas, desatinadas, dilatadas, fabrica-das). Es decir, se incluyen adjetivos que otorgan al término aventura la cualidad respectivamente del tamaño, bondad, belleza, altura, grado de conoci-miento, novedad, gusto, gracia y valoración (notables, inauditas, memorables). En el extremo antónimo se encuentran las aventuras negativas/desventuras, calificadas respectivamente por su peligrosidad, rareza (extrañas, raras), tristeza, grado de miedo, carencia de suerte, temibilidad, cordura, duración o fabulación. Cabe decir que entre ambos extremos aparecen adje-tivos sinónimos que tratan de la duración de las aventuras, como son infinitas, inacabables y dilatadas. La interpretación de estos adjetivos es variable, pero, según el propósito de Don Quijote su deseo era encontrar cuantas más y mejores aventuras, lo que, en cierto sentido, implica su prolongación en el tiempo. Sin embargo, dentro de la sinonimia parcial (Fernández Lanza, 2001: 451-452), los dos primeros (infinitas e inacabables) parecen tener un tono más positivo que el de dilatadas, cuya extensión en el tiempo parece otorgar un cierto grado de pesadez. La gradación variable de ciertos términos usados en la novela parecen atribuir a cada sustantivo un cierto grado de asepsia que necesita resolverse con la calificación de un adjetivo que le dote de connotaciones positivas o negativas. Pero, sin lugar a dudas, en la mente del caballero andante cualquier tipo de aventura es buena, mientras que en el sentir de su fiel escudero, todo lance es malo y temible, porque Sancho, incluso más que representar el realismo, repre-senta la prudencia y la temerosidad, en contraste a la habitual temeridad libresca de Don Quijote. Por lo tanto, la apreciación de los sucesos que rodean al señor y al escudero se suele mostrar desde una perspectiva de

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polaridad antónima en la que un mismo hecho se ve magnificado hacia extremos de una escala opuesta. Sin embargo, la fe del escudero en su señor resulta indubitable puesto que le sigue como un discípulo fiel, porque Sancho, más que criado de su señor, se muestra a lo largo de las aventuras como amigo, compañero de fatigas y, en no pocas ocasiones, como también creyente en mundos imaginarios, cuyo grado de creencia oscila entre diferentes polos.

BUSCAR AVENTURAS Tanto Jesús como Don Quijote iniciaron su ruta de predicación/aventuras una vez obtenida la gracia para hacerlo: en el caso del primero, tras recibir el Bautismo de manos de su primo Juan el Bautista, y, en el caso del segundo, tras ser armado caballero en una venta. Como El Quijote es un libro en el que prima el sentido del humor, el propio lugar y circunstancias en que se le invistió caballero resultan cómicas, pero no a los ojos del propio interesado, quien da la ceremonia por válida. Cervantes da cuenta de cómo el Quijote, con la mente trastornada, dio por buena la idea de buscar aventuras al modo de los caballeros antiguos y llama la atención el uso del verbo buscar porque los caballeros de los libros de caballerías encontraban las aventuras, no las buscaban. Según atribuye la división de las aventuras de El Quijote en andantes o producto del azar, aventuras de villanos o molimientos, y, aventuras fingidas, las preparadas por una tercera parte (http://iesrsfra.educa.aragon.es/Archivos_Varios/Lengua/Cervantes/aventuras_DQuij). Sin embargo, bien se puede decir que el caballero buscaba aventuras puesto que se inmiscuía en cualquier asunto intrascendente que ocurría de modo natural delante de él. Es decir, en cierto modo, las aventuras le sobrevenían al caballero por una curiosidad natural que le hacía inmiscuirse en cualquier asunto y complicarlo, como producto de su mente imaginativa y algo desvariada. Lo que cualquier otra persona hubiese dejado pasar por alto, por ser asunto que no le atañía, era objeto de la atención y

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vigilancia del caballero, por lo que, en nuestra opinión, las aventuras sí se buscaban y no surgían al azar, porque, en muchos casos, el propio Quijote las origi-naba fruto de su visión distorsionada de la realidad. En cuanto a las aventuras de villanos, estas acaban en molimientos, pero no solo esas, sino muchas más, porque la de los molinos de viento también acabó en magulladura. El tercer tipo de aventuras, las prepa-radas, incluye a muchas más de lo que aparentan, por el motivo que hemos mencionado anteriormente: el propio Quijote las originaba debido a su distorsión de la realidad. Con este hecho, las aventuras de nuestro caballero se muestran mucho más reales que las de los libros de caballerías, perdidas en un universo imagina-rio, onírico, imposible y más literario y legendario que el del propio protagonista andante.

En contraste, Don Quijote vive en un mundo real, prosaico y anodino que él mismo salpimenta hasta convertirlo en un orbe de aventuras inacabables en el que él se erige en dios y héroe. Decimos dios porque se comporta como si tuviera derecho a indagar en cual-quier asunto de terceros, y, héroe porque el mismo caballero resuelve las aventuras conviertiéndolas no pocas veces en hazañas triunfantes que alivian los problemas de la humanidad. Pero, a diferencia de los libros de caballerías tradicionales, que siempre finalizan en la gloria del héroe, en no pocas aventuras-desventuras quijotescas, este acaba magullado y molido, y, si existe algo de gloria en el devenir de la aventura, esta solo se percibe en su mente desvariada y no en la del realista y pragmático Sancho.

Como señala Goldman (2008: 331), “la paradoja de Don Quijote consiste en que su vuelta al mundo de las caballerías de la época preimprenta da cuenta de su impulso de futuro hacia el nuevo universo de la extensión del alcance de los libros.” Porque el Quijote es un libro en el que, además, se trata de infinidad de libros. Sin embargo, la diferencia entre un mundo legendario e imaginario y los tiempos en que vivía el Quijote radica en que en estos había que ir en pos de las aventura porque estas ya no surgían por casualidad.

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Así el autor da muestras del resumen de las intenciones del hidalgo en la Parte 1, pg. 4

Irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabán-dolos, cobrase eterno nombre y fama.

Ante estos propósitos de gloria choca el escep-

ticismo de Sancho, que, en ocasiones, se erige como amo de su señor, lo que hace que este le llame al orden (Williamson, 2014: 105, 113-115). Asimismo, Cervan-tes, como narrador (Parte 1, pg. 7) dice que los autores de la época sostenían que para unos la primera aventura había sido la de Puerto Lápice, mientras que otros decían que había sido la de los molinos de viento, sin duda, la más memorable, pintoresca y visual. Entre las aventuras más famosas, Cervantes destaca en la Parte 2 el Capítulo 34 que trata del desencantamiento de Dulcinea del Toboso, lo que también produce un choque con Sancho quien, cansado de desvaríos, clama ser su propio señor en un alarde de libertad y autoridad personal (Williamson, 20154: 112).

Del mismo modo, el realismo de Sancho (Parte 1, pg. 79) da cuenta de que los hechos con los que se topan no suponen una aventura real: “Aún es temprano, respondió Sancho, porque no ha sino un mes que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea”. Un poco más adelante, en la Parte 1, pg. 91 el realismo del escudero vaticina que el resultado de la búsqueda de tanta aventura va a ser la desgracia “y lo que yo saco en limpio de todo esto, es que estas aventuras que andamos buscando, al cabo al cabo nos han de traer a tantas desventuras, que no sepamos cuál es nuestro pie derecho”

Otras frases de Sancho resumen el resultado de tanta aventura, como apreciamos en la Parte 1, pg. 98: “tan mal aventurados caballeros andantes, como vuestra merced es”, puesto que el antónimo de biena-

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venturado, término que hoy en día se halla prácti-camente circunscrito al ámbito religioso, es el que parece responder al Quijote, como sinónimo de desventurado. También en la Parte 2, pg. 35, de nuevo el realismo vuelve a brillar: “buscando esas que dicen que se llaman aventuras, a quien yo llamo desdichas”. Así, en la Parte 2, pg. 24 se relata la aventura sin ventura de los galeotes y en la pg. 126 también se habla de desventuradas aventuras, y, en la 83, se dice que “los que buscan aventuras no siempre las hallan buenas.” En resumen, Sancho da muestras continuas de falta de credulidad en el caballero andante, tal como hacían los discípulos con Jesús (Marcos 4: 40 y Mateo 17: 17), si bien todos seguían a su maestro.

DESHACER AGRAVIOS Parte de las aventuras consiste en deshacer agravios, acción que se muestra como la misión encomendada que alienta a Don Quijote. Así se presenta en la Parte 1, pg. 18 “yo soy el valeroso Don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones” y Parte 1, pg. 6: “según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer”. Pocos personajes se autodefinen en sus obras, con lo que, en este caso, volvemos a encontrar otro paralelismo bíblico con respecto a Jesús, quien declara ser el Hijo de Dios cuya misión es la salvación espiritual de la humanidad. En el caso de Don Quijote, el resolver agravios de tipo terrenal se muestra a la par con otras tareas de auxilio humano y ayuda a colectivos débiles: Parte 1, pg. 41 “el de desfacer agravios, socorrer viudas, amparar don-cellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle”. López Calle (2008: 1) indica que El Quijote desarrolla “episodios de los libros de caballerías centrados en la en la reparación de agravios ajenos y propios e instauración de la justicia y la paz.” De lo anterior se desprende que el caballero actúa siempre en pos del bien, más pensando en los

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demás, que en sí mismo. Por lo tanto, Bueno (2005: 5) señala que “El Quijote habrá de verse como símbolo del Hombre, del universal trascendente que en el Hombre actúa.” De esto se evidencia que el caballero andante va en pos de un bien, de un ideal universal e intangible que es trabajar por el bien de los demás y por el bien en sí mismo, más que por el bien propio. Este es su ideal si bien su visión desvariada hace que libere a presos de las galeras pensando que eran inocentes cautivos. Sin embargo, a pesar de esta vis cómica, presente a lo largo de toda la novela porque El Quijote es pura ironía, se muestra con total claridad el altruismo y la búsqueda de la justicia, centrado en la faceta de deshacer agravios causados por un tercero o acaecidos sin la intervención de una tercera persona.

En la Biblia Jesús también aparece en no pocas ocasiones como resolutor de agravios y salvador de los pecadores, como en el episodio de la mujer adúltera (Juan 8:1-11) a la que salva de la lapidación recordando al gentío que no están libres de pecado. En contraste, en El Quijote, por deshacer agravios también se entiende el vengarlos, aunque esta parezca una expresión más rencorosa, como se muestra en la Parte 1, g. 102, “o bien para vengaros del tuerto que vos ficieron” que, en realidad, no corresponde a la actitud y sensibilidad de nuestro héroe. También Don Quijote se ofrece ante el alcalde como vengador de los agravios que le hayan infligido, “Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recibido, y quedó obligadísimo a agradecéroslas todos los días de mi vida; si os las puedo pagar en haceros vengado de algún soberbio que os haya fecho algún agravio” (Parte 1, Pg. 88).

Se muestra el agravio como causante de peligros, por lo que se sobreentiende la valentía de El Quijote y, también su búsqueda de gloria y fama futura y presente: “los caballeros andantes se ejercitaban, des-haciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase éter-no nombre y fama.” (Parte 1, pg. 4). Sancho Panza, realista y práctico como nadie, deja pasar por alto los agravios pasados, presentes o futuros, con tal de no

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meterse en problemas porque tiene una familia que sustentar: así, en la Parte 1, pg. 76 dice:

Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimular cualquiera injuria, porque tengo mujer e hijos que sustentar y criar; así que séale a vuestra merced también de aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano, ni contra caballero, y que desde aquí para delante de Dios perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer, ora me los haya hecho o haga, o haya de hacer persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin exceptuar estado ni condición alguna.

En este mismo apartado, se procede a una división de clases sociales entre villanos o caballeros, persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o perchero. Llama la aten-ción que, en el primer grupo, Cervantes introduce en primer lugar el polo negativo, los villanos, para pasar, después, al positivo, los caballeros. Resulta lógico tal ordenación en este caso puesto que cualquiera hablaría en primer lugar de defenderse contra los villanos, sinónimo de malvados, antes que, de los caballeros, término cuajado de connotaciones positivas. En con-traste, los demás grupos se encabezan por el polo positivo (persona alta, rico, hidalgo) para finalizar en el negativo (persona baja, pobre, perchero). También el polo negativo queda representado en Marcos 2:16 en las figuras de escribas, fariseos, recaudadores y publi-canos, mientras que el polo positivo se refleja a lo largo de la Biblia en figuras tan dispares como el buen ladrón (Lucas 23: 39-43, las mujeres piadosas (Marcos 16:1-3), los mancos, cojos, ciegos, (Mateo 15:30) etc., porque el baremo espiritual es distinto del social.

Don Quijote siente que se agravia incluso a su caballo Rocinante golpeado primero por las yeguas y después por los arrieros: “dígolo, porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Roci-nante.” (Parte 1, pg. 74). Asimismo, Don Quijote consi-dera que también los burros sufren agravios, como es el caso del de Sancho Panza (Parte 2, Pg. 71): “A ti,

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Sancho, toca, si quieres tomar la venganza del agravio que a tu rucio se le ha hecho; que yo desde aquí te ayudaré con voces y advertimientos saludables.”

Dulcinea también infligía agravios a su enamora-do: Parte 1, pg. 7 Luego volvía diciendo, como si verda-deramente fuera enamorado: “¡Oh, princesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura.” Como elemento agraviador, se cita incluso al amor en la Parte 2, Pg. 154:

Teneos, señores, teneos, que no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace; y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sean en menoscabo y deshonra de la cosa amada.

En este mismo párrafo se considera al amor y la guerra como una misma entidad por ser ambos objetos de hechos agraviantes. Así, se justifican los ardides y es-tratagemas bélicas y se asimilan a las contiendas causadas por el amor, lo que acaba disculpando los embustes que persiguen el fin de conseguir a la persona amada, porque, “en el amor y la guerra, todo vale”, como sostiene el dicho popular que Cervantes parece hacer suyo. Sin embargo, lo que llama la atención del pasaje es la consideración sinónima de dos antónimos, el amor y la guerra.

Otros agravios, en cambio, no suponen una ofensa real, sino figurada, por estar la locura de Don Quijote más llena de encanto que cualquier pretendida cordura, como se ve en la Parte 2, Pg. 471: “¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos?”

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AGRAVIOS, AFRENTAS, DESAGUISADOS Y ENTUERTOS

En contraste, ni mujeres, ni niños, ni religiosos, por su propia naturaleza, pueden infligir o recibir agravio. Alega el andante caballero, en un alarde de locura, que niños y mujeres no sienten ni tienen capacidad de huir. De los clérigos también aduce que no pueden ofender o defenserse, pero, sin embargo, no les incluye en el grupo anterior, el de los que no tienen sentimientos. La extraña razón que alega Don Quijote consiste en que, al ser todos ellos seres indefensos, no reciben afrenta. Del mismo modo, este párrafo establece la diferencia entre agravio y afrenta. Según el DRAE, un agravio es una ofensa a la reputación, en la primera acepción, y un “Perjuicio que se hace a alguien en sus derechos e intereses”, en la segunda. Asimismo, este diccionario dice que una afrenta equivale, en la primera acepción, a vergüenza y deshonor, mientras que, en la tercera, se introducen los siguientes sinónimos: peligro, apuro, trance. El agravio equivale a ofensa o daño, mientras que la afrenta debe estar sustentada, como se muestra en la Parte 2, Pg. 229:

el que no puede ser agraviado no puede agraviar a nadie. Las mujeres, los niños y los eclesiásticos, como no pueden defenderse, aunque sean ofendidos, no pueden ser afrentados; porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor Vuestra Excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente.

Los Apóstoles también sufrieron afrentas, como

se relata en los Hechos de los Apóstoles (5:40-41), cuando les azotaron y les prohibieron hablar en nombre de Jesús, lo que ellos tomaron con alegría puesto que habían sufrido por el nombre de su maestro. En contraste, en El Quijote las afrentas se toman de modo diferente: como una ofensa, por parte del caballero, y, dejándolas pasar por alto, por parte de su escudero.

En la Parte 1, pg. 213 se dan como sinónimos los términos entuerto y agravio en la frase “tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho”. Sin embargo, suele

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existir una clara diferencia entre estos dos términos en la obra cervantina: agravio equivale a ofensa, mientras que un entuerto es un enredo sin más, es decir el primero puede hacerse con el ánimo de perjudicar a un tercero, mientras que los entuertos o tuertos pueden surgir sin más, como situaciones que ocurren fruto de la complejidad de un asunto.

El sentido del humor de Cervantes sale a relucir en el juego de palabras entre entuerto y tuerto (sinoni-mia causante de homonimia con respecto al significado de “carecer de un ojo”), puesto que el bachiller se queja de un mal físico causado por el enredo provocado por Don Quijote. Asimismo, la inclusión de una palabra en otra sigue propiciando el juego de palabras entre contrarios cuando el primero alega que el último le ha agraviado de por vida y que ha sido una desventura la aventura de toparse con el caballero andante, como se ve en la Parte 1, Pg. 103:

Y quiero que sepa vuestra reverencia, que soy un caballero de la Mancha, llamado Don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios. No sé cómo puede ser eso de enderezar tuertos, dijo el bachiller; pues a mí de derecho me habeis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de mi vida, y el agravio que en mí habeis deshecho ha sido dejarme agraviado de manera que me quedaré agraviado para siempre, y harta desven-tura ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras.

Los villanos pueden hacer fechorías y tuertos,

como es el caso del socarrón y vividor del ventero que en la Parte 1, pg. 12 alardea de hacer muchos tuertos y demás fechorías y darse a conocer por audiencias y tribunales de casi toda España. En contraste, deshacer entuertos y agravios se muestra como un don, cuando la heredera del reino de Micomicón le pide que le deshaga el mal que le ha hecho un gigante (Parte 1, Pg. 213).

Sin embargo, aunque se presente al ventero causando entuertos, Cervantes no apoya a ninguna

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clase social o estamento en su obra, que, más bien tiende a criticar a la nobleza por considerarla una parásita ociosa que vive a costa de los demás. Morcillo (167-182) alega que las únicas clases privilegiadas en esa época eran el clero y la nobleza y que la locura de El Quijote fue un recurso cervantino para hablar con total libertad, sin cortapisas, y poner el mundo al revés dándole el trasfondo moral que debería tener. Pero, en la Parte 2, pg. 37 la sobrina de Alonso Quijano alega que, dada la locura de su tío, este se cree un vigoroso caballero sin serlo en realidad. Es decir, el hidalgo no pertenecía más que al estamento más bajo de la nobleza, lo que, no obstante, le concede un cierto aura de misticismo, sobre todo frente al contrapunto que representa Sancho, que queda realzado por lo febril de su mente desvariada. Así, en la Parte 2, Pg. 59 se muestra una semejanza con la Biblia que recuerda a Mateo 25, 35 :“Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber”; en la enu-meración de las obras corporales de misericordia “caballero don Quijote de la Mancha, que desface los tuertos, y da de comer al que ha sed, y de beber al que ha hambre.” Tal proceder acerca al caballero a un mundo de ideales espirituales cuajados de bondad y caridad con el prójimo que le asemeja a Jesucristo.

BATALLAS La batalla suele ser una de las partes de las aventuras del caballero andante. La parte 1 ilustra en la pg. 3 cómo a Don Quijote se le llenó la cabeza de todo lo fantasioso que acontece en los libros de caballerías: “Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormen-tas y disparates imposibles”

Los adjetivos que acompañan al término batalla en la obra suelen ser los de singular, fiera, desigual, descomunal o brava, calificativos grandilocuentes sin lugar a dudas. Llama la atención el último adjetivo puesto que una batalla no debe conllevar el sentido

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opuesto al de la valentía, es decir, no puede o no debe ser cobarde, porque bravura es un calificativo inherente a las batallas. Sin embargo, en la parte 1, pg. 260 aparece la palabra en combinación con el adjetivo amorosa, en relación al episodio de Anselmo, Lotario y Camila “Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que nuestra amistad me asegura.” Una vez más, el amor se equipara con una batalla en una metáfora que se extiende durante siglos: el amor es la guerra. Como sostiene Nubiola (2000: 73-84), la metáfora es un recurso cognitivo que sirve para tratar las cuestiones lógicas, epistemológicas y ontológicas que definen la experiencia humana. Gutiérrez Pérez (2010: 76) va más allá y habla no solo de comprender la experiencia del amor como una guerra, sino percibir el amor como tal.

Sin embargo, en El Quijote, el sentido que suele recibir la palabra batalla es el de contienda de guerra, como apreciamos en la parte 1, pg. 23: “y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recibido en la batalla”. Pero el término batalla también refleja en el libro un sentido menos bélico que el relativo al estricto de la guerra. La palabra se usa como sinónimo de lucha o enfrentamiento, como se ve en la parte 1, pg. 39: “mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones, que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase.” Por lo tanto, el sentido del término se aborda desde una perspectiva amplia, que abarca lo bélico y más allá, como puede ser cualquier triunfo ante un contrario: “¿qué mayor contento puede haber en el mundo, o qué gusto puede igualarse al de vencer una batalla, y al de triunfar de su enemigo?” (Parte 1, pg. 92). Asimismo, el verbo batallar (parte 2, pg. 27) se da como sinónimo de apañárselas o bregar.

De todas las aventuras, la más conocida de El Quijote es la de los molinos de viento, que el percibe como gigantes a quien dar batalla (pg. 34 de la parte 1):

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“sacar los despojos de los molinos de viento: porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla”. En esta aventura se percibe la técnica, cuyos representantes son los molinos, como obra del mal, puesto que, a los ojos de Don Quijote, se muestran gigantes de cuya lucha sale magullado. Previamente su escudero le había avisado de que eran molinos, porque Sancho ve el mundo tal cual es, pero Don Quijote carece de ojos y oídos cuando va en pos de una aventura ante cualquier ente sobrenatural. El caballero confía en su pericia, en la ayuda de Dios, y, también en la parame-dicina y los remedios mágicos ante cualquier tipo de mal de cuerpo o alma. Así, Don Quijote, en su inocencia casi infantil, tiene fe ciega en cualquier tipo de remedios, brebajes y ungüentos que palian los males y achaques de la salud e imbuyen salud, fortaleza y vigor para emprender nuevas batallas: “y verdaderamente creyó que había acertado con el bálsamo de Fierabrás, y que con aquel remedio podía acometer desde allí adelante sin temor alguno cualesquiera riñas, batallas y pen-dencias, por peligrosas que fuesen.” (Parte 1, pg. 87). El caballero creía en un mundo mágico e ideal, fe ciega que contrasta con la de los Apóstoles, quienes dudaban del poder de Jesús a menudo como relata (Marcos 4:40) cuando la barca estaba a punto de hundirse y Jesús se despertó haciendo calmar la tormenta y recriminán-doles su falta de fe.

El realismo de Sancho ante cualquier lucha o batalla se hace evidente en la parte 1, pg. 92, porque alega que ni conoce lo que significa el placer de vencer al enemigo, y ni aun así merecen la pena tales batallas:

Jamás hemos vencido batalla alguna, si no fue la del vizcaíno, y aún de aquella salió vuestra merced con media oreja y media celada menos; que después acá todo ha sido palos y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento, y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, para saber hasta dónde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como vuestra merced dice.

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Cervantes da su opinión sobre las características del buen hacer en cada uno de los quehaceres de la vida (parte 1, pg. 407), de los que las batallas forman parte, y la duración de estas se percibe como un factor que va en su detrimento: “Fuera desto, son en el estilo duros; en las hazañas, increíbles; en los amores, lascivos; en las cortesías, mal mirados; largos en las batallas, necios en las razones, disparatados en los viajes, y, finalmente, ajenos de todo discreto artificio”. HAZAÑAS Los libros de caballerías se dan como sinónimo de libros de hazañas, porque los caballeros deben realizar tales proezas en pos de algún ideal encumbrado. Por lo tanto, el término hazaña se encuentra impregnado de conno-taciones positivas y Los adjetivos que lo acompañan son gran(de), valerosa o inaudita. Sin embargo, el signifi-cado de la propia palabra suele conllevar el sentido de grandeza, ya que el DRAE la define como: “Acción o hecho, y especialmente hecho ilustre, señalado y heroico”

La realización de hazañas parece ser el sueño del Quijote, pero, no sin más, porque estas, por su heroi-cidad, deben pasar a la gloria y a la posteridad como se aprecia en las siguientes líneas: "dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, escul-pirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro.” (Parte 1, pg. 7). En la Parte 2, pg. 266 Don Quijote sostiene abiertamente que procura hacer obras y hazañas para que otros las cuenten y las escriban, lo que llama la atención de modo notorio sobre la búsqueda de fama y gloria del hidalgo. Aún más, él percibe sus propias hazañas como superiores a las de cualquier otro ser: “y aún todos los nueve de la fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno de por sí hicieron, se aventajarán las mías.” (Parte 1, pg. 23).

Cervantes presenta las hazañas del Quijote en una balanza compensada con el gracejo del caballero.

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Así se ve en la parte 2, pg. 47: “que los letores de su agradable historia pueden hacer cuenta que desde este punto comienzan las hazañas y donaires de don Quijote y de su escudero”. Fuera de contexto, resultaría extraño que un término heroico se presentase a la par que otro que tiene que ver con la desenvoltura, pero en la máxima novela cervantina los actos heroicos del hidalgo no son más que sucesos graciosos en los que desemboca el comportamiento de una mente trastor-nada por los libros de caballerías. Se percibe así el cariño del autor por el personaje de su creación literaria.

Sin embargo, las hazañas también se pueden presentar como algo cruel, desde una perspectiva irónica, por mor del amor (pg. 70 de la parte 1) en boca de Ambrosio. Con esto vemos una vez más, como Cervantes concede nuevos sentidos a palabras que tenían un significado claro y delimitado hacia una escala positiva o negativa. El DRAE, hazaña define a una “acción o hecho, y especialmente hecho ilustre, señalado y heroico”, lo que conlleva una consideración siem-pre positiva de tal hecho. No obstante, Cervantes la deriva hacia una connotación negativa al ir acom-pañada del adjetivo cruel. También el término se acompaña del adjetivo cristiano (pg. 101, parte 2) porque, en un libro de caballerías, las hazañas deben tener religión y ser cristianas.

Asimismo, las hazañas en la novela cervantina también tienen distinción de clase social, como se ve en la parte 1, pg. 123 en boca de Sancho: “De las mías no digo nada, pues no han de salir de los límites escu-deriles; aunque sé decir que, sí se usa en la caballería escribir hazañas de escuderos”. De lo anterior se desprende que las hazañas de un escudero están de por sí en un umbral inferior a las de las clases más altas. Es decir, la hazaña se valora según el estamento al que se pertenezca, lo que apunta a una asociación de dos elementos, heroicidad y clase social, que nada tienen que ver entre sí y que solo estaba presente en los libros de caballerías y no en la vida real. Asimismo, el párrafo anterior muestra el pundonor de Sancho puesto que

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alega que también los humiles escuderos son hacedores de proezas y gestas, con lo que en este punto encon-tramos una similitud entre Quijote y Sancho, puesto que el último también percibe como un honor la atribución personal de ciertas proezas y gestas, por humildes que estas sean. Sin embargo, sabe de antemano que la pertenencia a una clase social dada resta magnificencia a las hazañas, del mismo modo que su señor sabe que el carecer del nombramiento de caballero resta legitimidad a las heroicidades. Así, en la Parte 1, pg. 11 Cervantes relata que al hidalgo le agobiaba la falta de legitimidad para acometer aven-turas sin estar nombrado caballero: “Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recibir la orden de caballería.”

Del mismo modo, en la Parte 2 pg. 17 se aprecia la polaridad de la escala de la valoración de las hazañas: las de caballero andante, de por sí encumbradas, y, las de vil escudero (con inclusión de tal adjetivo para hundir más aún la estima de tal profesión), que no merecen la pena de relatarse por escrito ni aunque existan:

Si amigo, para engrandecerlas y levantarlas sobre las más señaladas de caballero andante; si enemigo, para aniquilarlas y ponerlas debajo de las más viles que de algún vil escudero se hubiesen escrito, puesto ―decía entre sí― que nunca hazañas de escuderos se escribieron; y cuando fuese verdad que la tal historia hubiese, siendo de caballero andante, por fuerza había de ser grandílocua, alta, insigne, magnífica y verdadera.”

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CONCLUSIONES Don Quijote vive en un mundo imaginario e inexistente que convierte lo ordinario en extraordinario. Cada una de las experiencias cotidianas que vive (el avistamiento de unos molinos de viento, el encuentro con una comitiva, etc.) se convierte en una suceso extraordinario bajo su punto de vista. En los tiempos del hidalgo las aventuras ya no acechan a un héroe, sino que él debe ir a buscarlas (o propiciarlas), lo que convierte la palabra aventura en un hecho forzado por el puro carácter del caballero. Las aventuras serían inexistentes si cualquier otro se hubiese topado con los mismos hechos u objetos: encuentro con comitivas, molinos de viento, etc. Es el propio Quijote quien fuerza una realidad vulgar, cotidiana y apoética para salpimentarla y transformarla en acaecimientos ca-ballerescos. La obra no deja de tratar de experiencias cotidianas apercibidas de un modo diferente por la mente de un desvariado. El contraste lo marca Sancho, por cuya boca habla un Cervantes realista o cualquier otra persona con tino. Pero, también habla la faceta idealista de Cervantes cuando describe el pensamiento del hidalgo. El autor trata con un gran cariño y humanidad a su creación más ejemplar y ejempla-rizante, no obstante, haciendo uso de la ironía y el sentido del humor a lo largo de toda la obra. Decimos que trata con cariño al loco más cuerdo porque este destaca por su brillantez y en no pocos momentos desvela facetas ocultas de la realidad, apercibimientos que pasan desapercibidos al común de los mortales.

El Quijote muestra el espejismo de una menta idealista, espiritual, creativa y utópica, como contra-punto al realismo práctico del escudero. El devenir de la vida, de los hechos cotidianos, se convierten en una aventura singular y poética puesto que un caballero no debe pensar en fines prácticos y sí en los más encumbrados ideales. El cariño del autor hacia su per-sonaje más ilustre se percibe en que, cuando se acaba de leer la novela, uno se pregunta quién sale más ridiculizado, si el caballero de la triste figura o todos los demás personajes que han deambulado por ella y que

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nos vienen a la mente como caricaturas fantasma-góricas por sus comportamientos ruines: así, se ensalza al loco del que todos se reían, mientras que los que se mofaban de su actuar quedan ridiculizados.

El hallarse al margen de lo prosaico y cotidiano conduce a percibir cada hecho como una aventura continua en la que siempre hay algún entuerto que resolver por el bien de los demás y de la parte más débil. Así, cada aventura que se busca supone un agravio, afrenta o entuerto que resolver que, en ocasiones, puede dar lugar a una batalla, de la que el hidalgo suele acabar maltrecho. Don Quijote emprende él mismo empresas, entendidas como aventuras, que jamás se hubieran llegado a producir si no fuera por su propia voluntad, y, en esto, y a diferencia de otras narraciones, el caballero se asemeja a Jesús, precisamente en el carácter emprendedor de ambos para acometer anda-duras novedosas. Por otro lado, la fe del escudero en su señor resulta indubitable puesto que le sigue como un discípulo fiel, cuyo grado de creencia oscila entre diferentes polos, aunque sí le considera caballero ―o que otros hubiesen cuestionado―, y, por lo tanto, justificado para emprender aventuras. En esto preci-samente se asemeja Sancho a los discípulos, en la variabilidad, según el momento y la ocasión, del grado de fe en su señor, quien, en un nuevo paralelismo bíblico declara tener por misión salvar a los desvalidos. Así, en la Biblia Jesús también aparece en no pocas ocasiones como resolutor de agravios y salvador de los pecadores.

El agravio, si se responde a él, se presenta como causante de peligros, lo que implica la bravura del caballero andante. En contraste, el escudero, quizás por realismo, quizás por sentido práctico de no aumentar los problemas, quizás por saberse perteneciente a un estamento que siempre lleva las de perder, hace oídos sordos a cualquier trato despectivo que se le pueda infligir. Un agravio es tan solo una ofensa, sin más, pero un entuerto es un enredo, una situación compleja. Sin embargo, ambos pueden dar lugar a batallas, contien-das de guerra de las que Sancho trata de huir porque no las quiere ni aunque las gane. La victoria en una

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batalla, supone una hazaña, que es lo que persigue todo caballero andante: la gloria y la posteridad son sus mayores fines. Merece la pena señalar llegados a este punto, que, si bien Sancho, desconfiaba de la búsqueda de aventuras y procuraba ignorar las afrentas, por no meterse en problemas mayores o enredos, sí gustaba de la atribución de hazañas, aunque reconocía, con la mentalidad propia de la época, que las suyas estaban por debajo de las de su señor. Sin embargo, Don Quijote ni siquiera es caballero al uso, puesto que su nom-bramiento como tal es muy discutible. No obstante, si pertenece a la aristocracia, por más que sea al rango más bajo dentro de esta: tal pertenencia encumbraría sus hazañas más que las relativas a un escudero, puesto que estas conllevan una distinción de rango según el estamento del que procedan. El hecho de no ser armado caballero de modo legítimo nos conduce de nuevo al espejismo del mundo quijotesco: nada es lo que parece y ni siquiera las aventuras tienen la validez de su necesidad, sino de estar forzadas por una personalidad que las provoca.

A lo largo de la obra, Don Quijote y Sancho actúan como extremos opuestos que perciben la realidad de modo diametralmente contrario: búsqueda de aventu-ras por parte del señor y puesta en duda o rechazo por parte del escudero; agravios y afrentas a los que responder, por parte de Don Quijote, y que ignorar, por parte de Sancho; batallas que se buscaban, por parte del primero, y que se temían, por parte del segundo porque se habría de salir maltrecho de ellas. Sin embargo, el único aspecto en que ambos podían coincidir en cierta medida parece ser el gusto por la alabanza de gestas y proezas, puesto que para el primero suponen la consecución de sus objetivos de gloria, y, para el segundo, un acercamiento a las cualidades de los héroes, y, de la nobleza, por asimi-lación, aparte de los bienes materiales que estas pudieran devengar.

Si bien se trata de dos personalidades opuestas hasta en el físico y la formación, no cabe duda de que encajaban a la perfección y uno aprendía del otro, puesto que la paciencia de Sancho era loable, aunque

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alguna vez se quejara. Sin embargo, el interés materialista de Sancho en pos de promesas pecuniarias y de gobierno de ínsulas, parece irse deshaciendo a lo largo de la obra, y, de lo que no cabe duda es de que ambos forman el mejor equipo de viaje que uno se pueda imaginar, y, en esto, el mayor mérito es el de Sancho, puesto que su paciencia y fe solo tienen pa-rangón con la de los Apóstoles siguiendo a su maestro. Las aventuras de ambos supusieron la andadura de Sancho para convertirse en un aprendiz de Quijote, un nuevo Quijote, que propagara, al modo de los discí-pulos, los mundos maravillosos que habían recorrido y los entuertos que habían enderezado para el bien de la humanidad.

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