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REVISTA EUROPEA. NÚM. 34 1 8 DE OCTUBRE DE 1 8 7 4 . AÑO I. GRÚAS Y MONTA-CARGAS. 1. Objeto, Orfgen de la elevación de pesos. Máquinas sencillas y compuestas. Trabajo mecánico. Kilográmetro. Principio ge- nera! délas máquinas. II. Grúas. Tipos diversos. Pescante y mecanismo. Freno y aparato de pesar. Grúa ele doble pescante. ídem de carro ; su uso. IH. Grúas do vapor. Sistema general. Sistema Chretien; sus venta- jas. Apáralo deHague. IV. Monta-cargas hidráulico. Ascensores de las fondas. Empleo del agua comprimida. Sistema Armstiong. Aparato motor. V. Acumuladores. Bombas. Conjunto. Venlajas en la repartición. Riesgos de incendios. Aplicaciones varias. VI. Almacenes de Londres. Docks de Sania Catalina, Londres, In- dias y otros. Porvenir del agua comprimida. i. Desde el obrero que eleva la tierra con una es- puerta, hasta la máquina de vapor que asciende los minerales' de las entrañas de la tierra; desde el hombre que sube un fardo en sus espaldas, hasta la grúa que descarga un buque; desde el jornalero que saca agua de un pozo con un cubo, hasta las poderosas máquinas que elevan las car- gas á los docks de Liverpool y Londres, ó ascien- den las personas en los hoteles, todos estos y otros aparatos tienen por objeto efectuar el tra- bajo mecánico más sencillo posible en teoría, ven- cer la acción de la gravedad sobre los cuerpos. Las numerosas operaciones que la actividad hu- mana ejecuta en este punto son el objeto de este artículo. Descartaremos de él todo lo referente á eleva- ción de líquidos, reservando para otro sitio tratar este asunto, y nos limitaremos á los cuerpos só- lidos ó á los líquidos cuando éstos van encerrados en vasijas que los asimilan, para el caso de su ascensión, á los anteriores. Tampoco trataremos lo referente á ascensión en los pozos de minas, ó mejor dicho, á algunas disposiciones especiales que suelen adoptarse en este caso, para no tratar la cuestión sino bajo su punto de vista más ge- neral. El subir á hombros un objeto debió ser la pri- mera fase del problema; á éste siguió sin duda el atarlo con una cuerda, y tirar de ésta cuando las condiciones del terreno lo permitían. El uso de la polea flja ó garrucha debió continuar tras de éste. Con ella no se consigue favdrecer la potencia del obrero, sino hacerle trabajar en mejores condicio- TOMO II. nes, puesto que su peso ayuda á la elevación de la carga. Los polipastros y tróculas en que hay varias poleas móviles favorecen el esfuerzo del operario, y le permiten ascender cargas muy superiores á las que de otro modo podría elevar. Lo mismo decimos del torno y demás máquinas de muy ad- tiguo conocidas. Vamos, ante todo, á indiear sus condiciones mecánicas. Las máquinas llamadas sencillas son tres: la palanca, el torno y la cuña; de la primera se deri- van las balanzas, básculas y poleas; de la segunda las ruedas dentadas, ó sea engranajes, y el cabres- tante ; de la tercera el tornillo y la tuerca. La combinación de estas máquinas sencillas¿ en pro- porciones infinitas, constituyen las máquinas compuestas que se emplean en la industria y en las artes. Entre ellas se encuentran las grúas y los monta-cargas de todos géneros. Preside á todas las máquinas un principio ge- neral, cuya ignorancia es la causa de que algunos pierdan el tiempo en idear lo que suele llamarse el movimiento continuo. Para exponerle necesita- mos indicar primeramente que se llama trabajo mecánico el producto de una fuerza, expresada en kilogramos, por una distancia en la misma direc- ción expresada en metros. No hay trabajo si no se reúnen ambos elementos; así al elevar un peso, el producto de éste por la pltura es «1 trabajo me- cánico necesario ; al limar hierro, el producto de la resistencia que ofrece á la lima por el camino que recorre ésta, es el trabajo, y lo mismo en to- das las faenas industriales. Si uno de los ele- mentos es nulo, el trabajo es también nulo. Este producto se expresa en kilográmetros, para ciar idea de ambos factores. La unidad de trabajo, ó sea el kilográmetro, proviene de las unidades de fuerza y distancia; es, pues, el tra- bajo de un kilogramo elevado á. un metro de al- tura. La suma de 75 kilográmetros es lo que se llama un caballode vapor, que es la unidad con que se aprecia el trabajo de los motores. Así 20 kilogramos que están fijos no determi- nan trabajo alguno, pero si se dejan caer desde 5 metros de altura producen 100 kilográmetros, ó sea un caballo y tercio. Poca fuerza empleada en gran camino—y siempre en la dirección de éste— produce mucho trabajo, ó bien gran fuerza recor- riendo corto trayecto. La bala de fusil pesa poco 32

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 34 1 8 DE OCTUBRE DE 1 8 7 4 . AÑO I.

GRÚAS Y MONTA-CARGAS.

1. Objeto, Orfgen de la elevación de pesos. Máquinas sencillas ycompuestas. Trabajo mecánico. Kilográmetro. Principio ge-nera! délas máquinas.

II. Grúas. Tipos diversos. Pescante y mecanismo. Freno y aparatode pesar. Grúa ele doble pescante. ídem de carro ; su uso.

IH. Grúas do vapor. Sistema general. Sistema Chretien; sus venta-jas. Apáralo deHague.

IV. Monta-cargas hidráulico. Ascensores de las fondas. Empleo delagua comprimida. Sistema Armstiong. Aparato motor.

V. Acumuladores. Bombas. Conjunto. Venlajas en la repartición.Riesgos de incendios. Aplicaciones varias.

VI. Almacenes de Londres. Docks de Sania Catalina, Londres, In-dias y otros. Porvenir del agua comprimida.

i.

Desde el obrero que eleva la tierra con una es-puerta, hasta la máquina de vapor que asciendelos minerales' de las entrañas de la tierra; desdeel hombre que sube un fardo en sus espaldas,hasta la grúa que descarga un buque; desde eljornalero que saca agua de un pozo con un cubo,hasta las poderosas máquinas que elevan las car-gas á los docks de Liverpool y Londres, ó ascien-den las personas en los hoteles, todos estos yotros aparatos tienen por objeto efectuar el tra-bajo mecánico más sencillo posible en teoría, ven-cer la acción de la gravedad sobre los cuerpos.Las numerosas operaciones que la actividad hu-mana ejecuta en este punto son el objeto de esteartículo.

Descartaremos de él todo lo referente á eleva-ción de líquidos, reservando para otro sitio tratareste asunto, y nos limitaremos á los cuerpos só-lidos ó á los líquidos cuando éstos van encerradosen vasijas que los asimilan, para el caso de suascensión, á los anteriores. Tampoco trataremoslo referente á ascensión en los pozos de minas, ómejor dicho, á algunas disposiciones especialesque suelen adoptarse en este caso, para no tratarla cuestión sino bajo su punto de vista más ge-neral.

El subir á hombros un objeto debió ser la pri-mera fase del problema; á éste siguió sin duda elatarlo con una cuerda, y tirar de ésta cuando lascondiciones del terreno lo permitían. El uso de lapolea flja ó garrucha debió continuar tras de éste.Con ella no se consigue favdrecer la potencia delobrero, sino hacerle trabajar en mejores condicio-

TOMO II.

nes, puesto que su peso ayuda á la elevación dela carga.

Los polipastros y tróculas en que hay variaspoleas móviles favorecen el esfuerzo del operario,y le permiten ascender cargas muy superiores álas que de otro modo podría elevar. Lo mismodecimos del torno y demás máquinas de muy ad-tiguo conocidas. Vamos, ante todo, á indiear suscondiciones mecánicas.

Las máquinas llamadas sencillas son tres: lapalanca, el torno y la cuña; de la primera se deri-van las balanzas, básculas y poleas; de la segundalas ruedas dentadas, ó sea engranajes, y el cabres-tante ; de la tercera el tornillo y la tuerca. Lacombinación de estas máquinas sencillas¿ en pro-porciones infinitas, constituyen las máquinascompuestas que se emplean en la industria y enlas artes. Entre ellas se encuentran las grúas ylos monta-cargas de todos géneros.

Preside á todas las máquinas un principio ge-neral, cuya ignorancia es la causa de que algunospierdan el tiempo en idear lo que suele llamarseel movimiento continuo. Para exponerle necesita-mos indicar primeramente que se llama trabajomecánico el producto de una fuerza, expresada enkilogramos, por una distancia en la misma direc-ción expresada en metros. No hay trabajo si no sereúnen ambos elementos; así al elevar un peso,el producto de éste por la pltura es «1 trabajo me-cánico necesario ; al limar hierro, el producto dela resistencia que ofrece á la lima por el caminoque recorre ésta, es el trabajo, y lo mismo en to-das las faenas industriales. Si uno de los ele-mentos es nulo, el trabajo es también nulo.

Este producto se expresa en kilográmetros,para ciar idea de ambos factores. La unidad detrabajo, ó sea el kilográmetro, proviene de lasunidades de fuerza y distancia; es, pues, el tra-bajo de un kilogramo elevado á. un metro de al-tura. La suma de 75 kilográmetros es lo que sellama un caballo de vapor, que es la unidad conque se aprecia el trabajo de los motores.

Así 20 kilogramos que están fijos no determi-nan trabajo alguno, pero si se dejan caer desde 5metros de altura producen 100 kilográmetros, ósea un caballo y tercio. Poca fuerza empleada engran camino—y siempre en la dirección de éste—produce mucho trabajo, ó bien gran fuerza recor-riendo corto trayecto. La bala de fusil pesa poco

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y produce enorme trabajo, capaz de perforar untablón, gracias á su enorme velocidad, esto es,al mucho camino que recorre en breve tiempo,Un martillo pesado deforma una barra de hierrocayendo desde poca altura; otro menor necesitaandar gran camino para producir la misma labor.

Podemos ya enunciar el principio general delas máquinas: en éstas hay la potencia, ó seafuerza que se aplica en un punto, y la resistencia,ó sea la obra útil que se ejecuta en otro. El prin-cipio es que el trabajo de la potencia es siempreigual al de la resistencia, y esto en todo género demáquinas.

Así en un polipastro, si tira un hombre de lacuerda ejercitando una potencia de 10 kilogramosy recogiendo 1 metro de cuerda por segundo, estoes, produciendo un trabajo de 10 kilográmetros,y si en la resistencia hay una piedra que se elevade 80 kilogramos, quiere decir que ésta sólo po-drá elevarse por segundo Ii8 de metro, ó sea 125milímetros, para que el trabajo de la resistenciasea también de 10 kilográmetros por segundo.

Este principio suele enunciarse por algunos, di-ciendo que lo que se gana en fuerza se pierde entiempo, atendiendo á que, por ejemplo, en el casoactual necesitará el obrero ocho veces más tiempopara elevar el peso citado que si éste fuera de 10kilogramos. Es más exacto y de mayor aplica-ción el enunciar este fecundo principio general delas máquinas en la forma que lo hemos hecho,que es la aceptada por todos los mecánicos.

Esto es teóricamente, ó sea prescindiendo dé loque se llaman resistencias pasivas, ó sea roza-miento de unas piezas con otras y frotamientocontra el aire; estas consumen una parte del tra-bajo de la potencia, y de aquí que éste deba seralgo mayor. Este consumo aumentará á medidaque la máquina sea más complicada ó de piezasmás pesadas.

II.

Una grúa, ó machina, como se la llama ennuestros puert03 (si bien suele reservarse estenombre á la maza de clavar pilotea), es una má-quina compuesta, destinada á elevar cargas, yapara las obras de edificación ó construcción, yapara la descarga de los buques, carros ó wagones.Consta generalmente de un pescante ó pieza sa-liente, á cuyo extremo hay una polea fija; en éstava una cuerda ó cadena, que por uno de sus ex-tremos lleva la carga y por el otro se arrolla enun torno; éste se mueve directamente por doscigüeñas, ó bien por éstas con el intermedio deengranajes.

El pescante de la grúa va unido á una piezavertical que hace de eje, alrededor del cual puede

girar todo el aparato. Esto es lo que permite as-cender la carga y trasportarla después de elevada,describiendo un arco de círculo, al punto delmuelle, desembarcadero ú obra en que se deseadejarla;' basta para ello soltar el torno, y la cargadesciende. Hay, pues, en la grúa dos partes: elaparato de madera ó hierro que tiene por objetohacer que la polea fija esté bastante saliente, asícomo el árbol vertical giratorio, y la otra partees el mecanismo, fijo en dicho árbol, destinado áelevar las cargas.

La clasificación de las grúas suele verificarsepor la parte primera de las citadas. El árbol ver-tical puede ser fijo, lo cual es poco frecuente, ó

. bien gira sobre un quicio inferior y un eje supe-rior, ó bien tan sólo sobre un quicio. Las que semueven sobre un quicio y eje superior- sólo tie-nen lugar en sitios donde debe quedar colocadadefinitivamente una grúa, por ejemplo, en un al-macén ó dentro de un taller.

Generalmente no se puede disponer del puntode apoyo superior, y entonces es preciso acudir altercer tipo. Este exige sólidos cimientos y tienedos variantes, según que sea un verdadero quicio,aunque largo y fuerte, el que penetre en un cilin-dro fijo en los cimientos, ó bien que el eje vayaunido á éstos y entre en un hueco que tenga elárbol vertical de la grúa.

En todas estas máquinas el aparato elevatorioconsta de un torno, al cual se arrolla la cuerda ócadena de que cuelga la carga. El torno suelemoverse por un engranaje; para aumentar la ve-locidad de ascensión, cuando el peso es pequeño,lleva otro engranaje más sencillo, para lo quebasta hacer mover horizontalmente el árbol deltorno y desembragarle del mecanismo anterior.La potencia de estos engranajes hace que doshombres puedan elevar cargas muy considera-bles, aunque á expensas del tiempo; el trabajomecánico que ellos ejercen sobre las cigüeñas esigual al de elevación del fardo.

Además suele llevar una rueda de trinquete,para impedir el retroceso, y mejor un freno. Estese reduce á una patasca de madera, ó un collar dahierro, que puede apoyarse contra el torno pormedio de una-palanca. Apretando esta patasca ócollar, el frotamiento es considerable y basta parasostener la carga en el aire, sin necesidad decon-tener las cigüeñas; aflojando un poco y templandosiempre, se consigue dejar caer dicha carga conla velocidad que se desee, y sin que produzcagolpe alguno al tocar en el suelo.

Algunas de estas grúas tienen un aparato conel cual se pesan las cargas al mismo tiempo deelevarlas. Consiste e.a un juego de palancas, -quepermitehaoer que la carga levante una al extremo

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de la cual cuelga un platillo. Colocando en éstepesos pequeños se equilibra á los grandes quepueda haber al extremo del pescante. El apa-rato se halla perfectamente graduado y calculado.No impide la ascensión ni el movimiento girato-rio, de suerte que la operación de pesar no estorbaá las demás. Se ahorra así tiempo y se consi-gue tener una máquina muy útil en ciertos pa-rajes.

Las grúas se construyen, parte de madera y elresto de hierro, ó bien totalmente de hierro, en-trando algo de latón para los casquillos de losejes, y siendo de hierro dulce las.piezas que hande sufrir grandes esfuerzos, sobre todo de flexión,y de hierro colado las restantes. Se hacen de ma-dera sólo para aparatos toscos, ó bien para losque se destinan en los astilleros á alcanzar altu-ras muy grandes, como conviene para colocar losmástiles de los buques. Todas las piezas debenser muy sólidas.

A veces van estas grúas montadas sobre car-ros, que se mueven sobre dos carriles; entonceses preciso que dicho carro sea pesado y el vuelode la grúa no muy grande, para que no vuelquecon el peso. Para evitarlo, se carga bien dichocarro con piedras, cuando los pesos son notables.Si la grúa es fija y de quicio inferior, convieneque sus cimientos sean de grandes sillares, uni-dos entre sí por barras ó grapas.

Suelen hacerse también grúas de doble pes-cante, de suerte que, opuesto al que se utiliza,haya otro que sirva para equilibrar al primero;con ellas basta dar media vuelta al eje para quemientras se descarga uno de los pescantes puedaatarse la carga al otro. Lleva dos cadenas, quese arrollan en sentido inverso sobre un mismotorno.

En los grandes talleres y en las estaciones deferro-carriles suelen emplearse las grúas llama-das de carro, que difieren bastante de las anterio-res. Consisten en dos carriles muy separados, yacolocados en el suelo, ya en las paredes de un ta-ller; sobre estos carriles van unas piezas vertica-les unidas superiormente por dos grandes vigashorizontales. Toda esta armazón gira con ruede-citas sobre los dos earriles citados y recorre todoel taller, ó permite introducirse debajo los wago-nes ó carros cargados.

Encima de las dos vigas hay dos carriles, desuerte que éstos se hallan perpendiculares á losanteriores, pero mucho más altos que éstos. Porestos carriles puede correr un carrito, que es enel que va un torno con más ó menos engranajes ysu correspondiente freno. De la cadena de estetomo cuelga la carga.

El aparato funciona del modo siguiente: los

obreros empujan toda la armazón y la colocan en •el punto conveniente; allí se ata e) gancho de lacadena á ia carga, y otros obreros que hay encimala elevan. Hecho esto, mueven los primeros todala armazón, y la trasportan al punto conveniente,en cuyo caso se suelta el freno del torno y se dejacaerla carga; á veces conviene que, mientras losprimeros obreros trasportan la armazón, muevanlos otros el carro superior. Este juego de los dosmovimientos perpendiculares y simultáneos per-mite colocar los objetos en un punto cualquieradel rectángulo, abrazado entre los carriles anchosy las posiciones extremas de la grúa.

De esta suerte se llega á todos los puntos de untaller, y se pueden trasportar fácilmente las car-gas desde los wagones á los carros, ó recíproca-mente. A veces no es preciso que los obreros su-ban sobre las vigas, ni para mover el carro, nipara hacer girar el torno; todo esto se puede ve-rificar desde abajo, aunque complicando algo elaparato.

Diremos, por último, que la grúa más sencillade todas e.s la cabria, que es un torno montadoen dos maderos, que se unen por su parte supe-rior. El piano de ambos maderos no es vertical,sino que está inclinado para que la carga puedaoolar sobre un muelle ó edificio, Una cuerda óoiento atirauta la parte superior, para sujetar estainclinación, contra un punto fijo más ó menoslejano.

• Modernamente se usan en Inglaterra unas po-leas, que colgadas por un gancho de un pescantesirven por sí solaa para ascender los objetos. In-dicaremos uno de los tipos mejores de estas po-leas. Al exterior no se nota sino una muy gruesa,que conisfta de tres, cuyo eje es común, colocadasuna junta á otra. Una cadena sin fin pasa por laprimera de la derecha, y es la que mueve el hom-bre; otra, de la que cuelga la carga, pasa por unapolea suplementaria que hay en el eje común. Laspoleas segunda y tercera tienen ruedas dentadasinteriormente, con las'que engrana un mismo pi-ñón colocado en el eje: de las ruedas dentadas, lade la izquierda es móvil, tiene un diente más quela otra, la cual es fija á una armazón. Dandovueltas al eje, con la cadena sin fin, gira el piñón,se apoya en la rueda dentada fija, y mueve la mó-vil; supongamos que aquella tiene 16 dientes yésta 17, habrá que dar 17 vueltas á la polea pri-mera, ó sea al piñón, para que la tercera dé una.Oon fuerza como 1 se equilibrará otra como 17,salvo los frotamientos.

Estas poleas compuestas, de . poco volumen y1

fácil manejo, se van generalizando mueho; suelellamarse polea epicicloidal á este conjunto, porla curva que describe un punto del piñón.

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III.,Con arreglo al principio general de las máqui-

nas, que anteriormente hemos expuesto, claroes que para ascender cargas pesadas en tiem-pos no considerables, conviene aplicar varioshombres á las cigüeñas ó manubrios del torno.Pero pasando de cuatro .y á lo más ocho, éstos nooperan con comodidad, por lo cual se ha aplicadoá este uso un motor inanimado y poderoso. Estose ocurrió, sobre todo, en las fábricas donde se dis-pone de fuerza motriz, y en los buques en queabunda el vapor.

Comenzaremos por ocuparnos de las grúas devapor. Una de las más usuales, en los casos gene-rales, consiste en disponer una maquinita de va-por detrás del pescante , en la plataforma gene-ral, de suerte que sirva, al mismo tiempo paraequilibrar la carga. El vastago del cilindro motorva unido al manubrio del torno, y se emplea endar vueltas á éste. Este sistema puede aplicarsetambién á las grúas de carro, y con efecto seaplica frecuentemente.

En los buques y en las fábricas suele reducirseá reces el motor á la máquina, sin necesidad decalderita especial, trayendo el fluido por un tubodesde la general. Entonces, dicha máquina, sóloconsta del cilindro motor y de la caja de distribu-.cion, siendo todo ello pequeño y sencillo. Paramanejarla se abre'con una llave de palanca la en-trada del vapor,y esto permite ascender la carga;al llegar ésta al punto deseado, se cierra la en-trada del fluido; se empuja á mano an ciertos ca-sos, ó por medio de otra máquina, el pescante parahacerlo girar, y entonces se deja caer por mediode un freno en el torno, ó también cambiando lamarcha del vapor en el cilindro, lo cual se consi-gue fácilmente. En los buques no hay verdaderopescante, sino una garrucha fija en unos ma-deros.

Como se ve, en todo esto no hay simplificaciónni originalidad alguna; es aplicar una máquinade vapor á mover un torno, y nada más. Se hanideado grúas con mecanismos especiales, movi-dos por el fluido citado, é indicaremos algunas delas más notables.

Supongamos que el pescante de la grúa estáinclinado á unos 45", teniendo un tirante doble suextremo, como sucede en muchas grúas. Supon-gamos también que dicho pescante es un tubo dehierro colado de bastante diámetro, y que en sutercio inferior está alojado un émbolo, y tendre-mos la idea capital de la grúa de M. Chretien,que es una de las mejores. Dicho cilindro llevauna pequeña caja de distribución. Su émbolopuede aplicarse á mover directamente la cadena

de la grúa. La caldera va aparte, como en lasgrúas de vapor ordinarias.

En este caso sucederá que, al dar vapor al ci-lindro, éste empujará el émbolo hacia abajo, locual obligará á subir la carga; la altura de éstaserá exactamente igual á la carrera del émbolo.La máquina elevatoria se ha simplificado muchocon esto; no hay torno ni engranajes, esto es, nohay tantas pérdidas por frotamientos. Además, elvapor no obra sino al bajar el émbolo, de suerteque éste asciende por efecto de un peso que hayal extremo de la cadena, ahorrándose asi el fluidomotor.

Cuando la altura á que se va á elevar la cargaes considerable, no coiwiene hacer demasiadolarga la carrera del émbolo, y entonces se disponeun mecanismo que M. Chretien ha tomado delsistema Armstrong de agua comprimida, quemencionaremos más tarde. Consiste en terminarel extremo del vastago del émbolo por dos ó máspoleas iguales y con un eje común; sean tres, porejemplo: hay otras tres poleas exactamente igua-les á éstas, y situadas algo más arriba en el pes-cante; su eje común va fijo á éste. Entre las soispoleas corre una cadena, que tiene por lo tantoseis trozos paraletop; el último pasa por la poleafija, en la cúspide del montante, y de él cuelga lacargan

Con esta descripción sencilla se comprende que,al recorrer el émbolo un camino de 2 metros,se recoge exactamente igual extensión en cadauno de los seis trozos de la cadena, ó sea 12 me-tros de ésta. Resulta, pues, que con un émbolo,cuya carrera sea el primer número, se puedeascender verticalmente una carga 12 metros.Claro es que la relación de las fuerzas será in-versa; de suerte, que la presión que ejercerá en elémbolo el vapor, tendrá que ser seis- veces mayorque el peso elevado: esto se consigue fácilmenteaumentando la superficie de dicho émbolo.

Además de la ventaja de sencillez en el meca-nismo, tiene este sistema la de gran rapidez en laacción y hasta, la supresión del ruido molestoque ocasionan las numerosas emboladas de unagrúa ordinaria de vapor. La sencillez se traduceprácticamente por economía en el coste y aunen el gasto diario. Para elevar 1.000 kilogramosó sea una tonelada métrica, basta un solo minu-to, aunque la altura llegue k 10 metros.

El movimiento giratorio en estas grúas puedecomunicarse por un mecanismo especial; general-mente se hace á mano. También las hay que su-ministran el valor del peso que tiene la cargapor un sencillo mecanismo dinamométrico. Estasgrúas fueron las preferentemente usadas en laúltima Exposición universal de París. • '

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El primero que aplicó el vapor á las grúas, fueel inglés Mr. Hague, haciendo que aquel movieraun émbolo especial, con el cual se movia otro queverificaba un vacío y hacia que la presión delaire exterior obrara de un modo análogo al del cé-lebre ferro-carril atmosférico. Este sistema obtu-vo poco éxito, y no tardó en ser reemplazado porel empleo del vapor solo, cuando se construyeronmáquinas pequeñas movidas por este fluido.

Para ascender el mineral ó combustible á loshornos y aparatos metalúrgicos se usa, desdehace ya bastante años, planos inclinados por losque suben wagoncitos cargados, gracias á unacadena movida por una máquina de vapor. Otrasveces suben dichos wagones verticalmente en-ganchados á una cadena de eslabones muy gran-des que pasa por dos tambores, uno encima, otrodebajo: este último adquiere su movimiento poruna máquina motriz, y lo comunica á la cadena yésta al tambor superior. Los wagones se engan-chan abajo y se sueltan arriba, sin necesidad deque cese la cadena en su movimiento continuado.

IV.

El agua puede emplearse como agente motorpara elevar pesos. Uno de los medios más senci-llos consiste eu disponer una gran polea fija enun sitio alto; por ella pasa una cuerda ó cadena,de cuyos extremos penden dos cajones" cubiertoscon suelos. Dichos cajones son prismáticos y vandirigidos en su movimiento de ascenso ó descensopor cuatro maderos verticales que dejan entre síel espacio conveniente.

Si se llena de agua uno de estos cajones, bajaráy hará, por consiguiente, subir al otro, aunquesobre él se coloque una carga, contal de que pesemenos que el agua. Entonces se deja salir ésta poruna llave, y entre tanto se pone nueva carga sobreeste cajón que se vacia: al propio tiempo se llenael otro que ahora está en lo alto, y entonces éstebajará subiendo el primero. Se continúa así inde-finidamente. Un freno, ó unas piezas salientes, sir-ven para permitir la bajada en el momento quese desea.

Este es un aparato monta-cargas, tal como seviene empleando desde hace bastantes años endiversos usos, por ejemplo: en ascender el mineraly combustible á la boca de los hornos de granaltura que se usan en la metalurgia del hierro.Notemos que esto exige una bomba para ascen-der el agua, la cual consumirá un trabajo mecá-nico algo mayor del empleado en el aparato, ácausa de los frotamientos y demás resistenciaspasivas.

En algunas poblaciones que tienen aguas con lapresión suficiente para ascender á los últimos

pisos de sus casas, se ha aplicado este género demonta-cargas ea la construcción, de los edificios.Aquí no es preciso emplear bomba alguna; peroen cambio hay que pagar los gastos del agua, queno suelen ser exiguos. Cuando ésta se aprovechaen amasar cal ó en otras faenas, entonces se pue-de utilizar gratuitamente en la ascensión de losmateriales. No hemos visto nunca empleado esteingenioso sistema en Madrid, á pesar de la granpresión que tienen sus aguas del Lozoya, y de seréstas las que generalmente se emplean para todoslos usos de las obras.

Ya que hablamos de estos monta-cargas, indi-caremos que los de las fondas, almacenas, etc.,suelen ser análogos. Estos ascensores constan dedos tableros, uno en cada extremo de una grancuerda, y sirven para elevar las personas ó los'bultos á los distintos pisos de las construccionesm-uy altas. Se mueven por agua ó por el vapor, sieste fluido se utiliza para algún otro objeto en elmismo edificio, ó á mano, cuidando entonces deequilibrar los pesos que se suban con otros quesea preciso descender. En los Estados-Unidos seles llama «servidores mudos.» Se aplican en pe-queña escala, y movidos á mano, para subir losplatos cuando la cocina está bajo el comedor.

Se ha empleado también el agua como agentemotor de las grúas y monta-cargas, no ya obran-do por su propio peso como en el caso anterior,sino por la presión. Para ello se comprime estefluido á las enormes cargas de 50 y 60 atmós-feras: tal es el procedimiento que ha dado granfama y hecho la fortuna del célebre ingeniero in-glés A.rmstrong, más conocido entre nosotrospor su célebre cañón. De 1846 datan los primerosaparatare este sistema, y su generalización co-menzó hacia 1852. En Inglaterra los hay á cente-nares; en Francia son raros; en España no tene-mos noticia de que haya ninguno. •

El agua comprimida pasa á un cilindro cuyovastago termina con poleas, análogamente al quehemos indicado en los monta-cargas Chretien.Supongamos que se trata de elevar pesos de 100kilogramos á 24 metros de altura, bastará tenerun juego de doce poleas, seis fijas y seis móviles,con lo cual la carrera del émbolo será de 2 me-tros..El trabajo mecánico es de 2.400 kilográme-tros ; la presión del émbolo motpr será 1.200kilogramos.

Supongamos que el agua se comprime á 600libras inglesas sobre pulgada cuadrada, que cor-responden á unas 40 atmósferas; la presión deéstas sobre un centímetro cuadrado, es 41 kilo-gramos, luego el émbolo tendrá 29 centímetroscuadrados, ó sea un diámetro de poco más de 6centímetros.

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La caja de distribucioh de este cilindro es mássencilla que la de una máquina de vapor, sí,como sucede generalmente, es de simple efecto;de suerte qne el agua empuja sólo para hacer su-bir la carga, pero no para hacer bajar el ganchovacío. Se han hecho también de doble efecto, yentonces se parecen más á las máquinas motricesordinariamente usadas.

Supongamos, pues, uno de estos aparatos, y consólo su indicación comprenderemos su principalventaja, que es la rapidez en la operación. Unchico abre la llave ó válvula; ésta produce unfuerte choque y mueve el émbolo: la carga subecon rapidez; no bien se cierra la llavo ó válvula,cesa la ascensión en el punto deseado. Los in-convenientes son dos, uno la existencia de estoschoques al abrir ó cerrar las llaves que deterioranel aparato, otro, y es el principal, la necesidad degastar siempre la misma cantidad de fuerza mo-triz, sea grande ó Chico el peso elevado.

En efecto, la falta de elasticidad, ó sea de com-presibilidad del líquido, hace que éste obre sólopor presión, nunca por expansión como los gasesy vapores. De aquí resulta, que hay precisión ab-soluta de gastar el cilindro completo, lo mismopara subir el gancho de vacio, que para el máxi-mun de peso calculado, que en el ejemplo anteriorera de 100 kilogramos

El cilindro motor con su caja de distribución ysus poleas, puede ir agregado á una grúa, y gene-ralmente bajo el suelo de ésta: á veces se da elmovimiento oscilatorio á ésta por medio de aná-logos aparatos. Puede también ir colocado el ór-gano motor dentro de un almacén, y aunque seaen el piso más alto de éste, moviendo una cadenaque pase por una polea fija, bien en la fachada,bien en un hueco que haya en los suelos. En esteúltimo caso,tenemos un verdadero monta-cargas;el tablero elevado puede dejarse parar al nivel decualquiera de los pisos del almacén.

V.

Para dar la presión al agua comprimida se usaun sencillo aparato, llamado por Armstrong acu-mulador. Consiste en un cilindro vertical fijo;dentro de él entra un émbolo macizo y sobre éstecarga un enorme peso, capaz de suministrar alagua que haya en el cilindro la presión apetecida.Para 35 centímetros de diámetro es preciso que elpeso sea de casi 40 toneladas métricas. Este pesolo da una gran caja llena de lingotes de hierro yplomo. •

La carrera del émbolo del acumulador suele li-mitarse á cosa de 6 metros, y por tanto el vo-lumen en centímetros cúbicos es de 516.975, queequivalen á más de 3.000 caballos de vapor. Este

acumulador va encerrado en una torre, cuyo altoseria de unos 14 metros para el caso citado.

Para inyectar agua bajo el cilindro del acumu-lador hay una ó más poderosas bombas movidaspor una máquina de vapor. Esta máquina con lasbombas se hallan en un cuarto inmediato á latorre del acumulador.

Este sirve de regulador de la máquina, puescuando ha ascendido al extremo de su carrera, noconviene que ésta trabaje, porque arrojaría elémbolo de aquel fuera de su cilindro. Con esteobjeto hay un alambre que cierra la llave de en-,trada del vapor, no bien llegó'el émbolo citado altérmino de su carrera; entonces se para ía má-quina y queda cargado el acumulador. A. medidaque se va gastando, por las grúas ó monta-cargas,el agua de aquel baja y deja marchar la máquina,cuya bomba repone el agua gastada.

Consta, pues, el conjunto del sistema de treepartes: la primera formada por las grúas y mon-ta-cargas, que pueden astar repartidas en diver-sos, puntos; la segunda por el acumulador; latercera por la bomba aspirante-i mpelente, ó sóloimpelente, movida por una máquina de vapor. Elagua comprimida pasa por fuertes tubos desde labomba al acumulador, que es quien fija la pre-sión según su mayor ó menor carga, y de éste,por uno ó varios tubos resistentes, á las grúas yá los monta-cargas.

Desde luego se ocurre una objeción contra elsistema; hay en él las tres cosas citadas que con-sumen resistencias pasivas; ¿no seria mejor apli-car directamente la máquina de vapor á subir lascargas? Cierto que esto seria lo más racional si setratara de una sola grúa, ó aun de varias, cuandoéstas se hallaran reunidas. Pero es el caso quegeneralmente estarán repartidas en diversos pun-tos de un almacén, que distan entre sí á vecesmás de 500 metros, y entonces, ¿cómo trasmitirla acción del vapor? Si es en tubos , como fluido,se enfriará; si en árboles, ó aun en cables, comotrabajo, se perderá muchísimo en rozamientos yse entorpecerá el local.

Las ventajas del empleo del agua comprimidacomo fuerza motriz, están precisamente en laspocas pérdidas de trasmisión, comparadas conlas que habría por otro medio, cuando los puntosá que se quiere trasmitir dicha fuerza son variosy separados entre sí. Agregúese á esto que la in-termitencia en las funciones de las grúas y mon-ta-cargas abona también á favor de un sistemaen el que cerrando una válvula ó llave estamosseguros de que cesa la trasmisión.

Este compensa las pérdidas citadas. Para evi-tar que el agua se hiele en los tubos, convieneque éstos vayan enterrados, y forradas con paño

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las partes que forzosamente han de estar al airelibre.

Por otra parte, si se dispusiesen grúas de vaporen un gran almacén donde éstas se hallen distan-tes entre sí, seria preciso tener otras tantas má-quinas de vapor, ó sea otros tantos hogares; locual presentaría riesgos de incendios, especial-mente en las que se hallaran dentro de un almacénque contiene materias muy combustibles, comopetróleo, azúcar, algodón, alcohol, etc. Con elagua comprimida desaparece por completo esteriesgo, pues la poderosa máquina de vapor suelecolocarse en un rincón, y en edificio especial ais-lado de los demás.

Además, esta agua comprimida puede em-plearse en un momento de incendio para apagar-le: inyectada con la enorme presión «que trae, sualcance y acción son eficaces: basta dejar en lostubos de conducción bocas á propósito provistasde llaves. Es mejor, para aprovechar bien la enor-me potencia del agua, hacerla mover unas ma-quinitas de doble efecto y parecidas á las que an-tes indicábamos en las grúas, las que se aplica-rán á unas bombas de incendio ordinarias.

La potencia del agua comprimida en la tuberíasuele aprovecharse también en otras faenas quelas de elevar pesos: ya pasa á una prensa hidráu-lica para comprimir las pacas de algodón ó lascargas de forraje; ya á las compuertas de un diquepara abrirlas ó cerrarlas; ya á mover las grandesretortas y cazos, como sucede en la fabricacióndel acero por el sistema Bessemer. Es, en unapalabra, un fluido motor del que se dispone paracualquier trabajo mecánico, y entre ellos para eltípico, que es la elevación de cargas.

VI.

Para dar idea de las aplicaciones que han al-canzado en Inglaterra los monta-cargas y grúasmovidos por agua comprimida, indicaremos losde Londres, que es la población de mayores exis-tencias comerciales que hay en nuestro planeta.Existen en esta metrópoli numerosos almacenes,generalmente de muchos pisos, y varios docks, ósea diques, en que entran los buques, los cualesse hallan rodeados también de almacenes.

Éstos, construidas generalmente con suelos dehierro, escaleras de piedra para las personas, con

• puertas de hierro y numerosas grúas de pescantey monta-cargas en sus fachadas y aun en sU in-terior, sirven de depósito á los comerciantes de lapoblación, y en su seno se albergan, por variosaños aveces, cargamentos de grandes buques, yacon vinos, ya con azúcares, ya con algodón, yacon diversos otros géneros. Las grúas suelensacar las cargas, desde la bodega de los buques á

los salones del almacén, en uno de sus numero-sos pisos y cuevas.

El dock más próximo á la población es el lla-mado de Santa Catalina. En uno de sus rinconesestá el acumulador, y á un lado tres máquinasde vapor, una de 80 caballos, otra de 40 y otrade 12 (1); las dos primeras son horiíontales ymueven las bombas, que mandan el agua bajo elacumulador; la tercera tiene por objeto elevar elagua desde el rio á un depósito que hay en eltecho de este edificio, para que allí se reposeantes de ir á las bombas de compresión y á lascalderas, que son tres de hogar interior. Se mue-ven muchas grúas, las compuertas, puentes gira-torios, prensas para comprimir el algodón y bom-bas de incendio.

Los docks, llamados de Londres, que siguen áéstos en la orilla izquierda del rio, son mayoresque ellos, de modo que tienen cuatro grupos demáquinas motrices en otros tantos edificios ais-lados, con objeto de que el camino que siga elagua comprimida desde el acumulador al monta-cargas más lejano no pase de dos millas inglesas,ó sean tres kilómetros: con esto se disminuyenlos frotamientos, se ahorra el coste de tubos y sefacilita el examen de éstos en caso de un per-cance.

El primer grupo sirve para mover setenta apa-ratos, entre"grúas, compuertas, etc.: tiene dosacumuladores juntos, dos máquinas de vapor de60 caballos cada una, cuatro calderas y dos ma-quinitas para elevar el agua del rio. Este grupoestá en la parte más próxima á la poblaoion: enel centro de los docks hay otros dos grupos, unocon máquina horizontal de 40 caballos y su acu-mulador, otro con máquina Woolf, do 100 caba-llos. Al oXro extremo está el cuarto grupo, análo-go al primero.

Siguen á éstos los docks de las Indias occiden-tales (West-India-Docks), en los que no hayalmacenes tan vastos como en los anteriores, ycasi todos los aparatos son grúas de descarga.Tiene dos grupos, uno con dos máquinas de 60caballos cada una, otra de 40 y un acumulador;otro á dos kilómetros del anterior con máquinasde 50 caballos y bomba aspirante de 10.

En los docks de las Indias orientales (East-In-dia-Docks), más lejanos aún que los anteriores,hay una máquina motriz dé 60 caballos. En losde Victoria, que son los más apartados de la po-blación, hay dos de 60 con un solo acumulador.

^1) Estos (latos y los que siguen se refieren á 1864, y los tomó el'autor sobre el terreno, yendo repetidas veces á visitar y recorrerlosdocks: no le ha sido posible completarlos con oíros posteriores de refe-rencia, aunque hoy debe haber mayor Incremento en estos estableci-mientos.

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En los docks llamados comerciales, únicos sitúa- idos en la orilla derecha, se mueven las grúas ámano.

En varios almacenes, sin dique, de Londres haytambién aparatos Armstrong como los citados.En unos inmediatos al puente que lleva el nom-bre de la capital, orilla derecha, hay un acumula-dor impelido por una máquina de 50 caballos;otro igual hay en los almacenes inmediatos á laAduana, orilla izquierda.

La estación de mercancías del célebre ferro-carril construido por Brunnel con ancho excepcio-nal (el Great-Western), tiene aparatos en que seelevan verticalmente los wagones cargados de 18toneladas á cinco metros de altura, para salvarun desnivel entre la estación y la calle. Pay tam-bién cambios de vía que terminan en- una plata-forma, la cual gira por medio del agua compri-mida. Todo esto se ejecuta, gracias á un acumu-dor y su máquina motriz.

Diremos, aunque sea por digresión, que el sis-tema de agua comprimida permite aprovechar lascaidas de agua de las montañas y los agentes na-turales intermitentes, como el viento y las ma-reas; para ello se hará que estas caidas y estosagentes obren por el intermedio de ruedas, aspas,ó turbinas sobre unas poderosas bombas quecompriman el agua á gran presión bajo unacumulador. De allí se tomará y se' la llevará átres ó más kilómetros, para utilizarse como flui-do motor en cualquiera de las faenas indus-triales; moler trigo, serrar madera, tornear hier-ro, etc., por el intermedio de los artefactos conve-nientes.

Parece presentarse de este modo un porvenirimportante al uso del agua comprimida comofluido motor, que en ciertos casos aventajará aluso del aire comprimido ó á la trasmisión deltrabajo por medio de cables, tan á la moda hoyen ciertos puntos.

El dia en que el hombre utilice por este mediola acción de las mareas y del viento, habrá cen-tuplicado sus fuerzas y su poderío.

Con los saltos de los rios aprovecha parte de laacción solar, que evaporó las aguas, en la formainmediata de gravedad; con los vientos utilizaotra parte de esta misma acción, que mueve losvientos en forma de corrientes; con las mareaspondrá á su servicio la atracción planetaria reac-cionada por la de la tierra. Rey de la creación porla inteligencia, chispa emanada de la que lo essuprema, es el hombre por sus fuerzas físicas unátomo en el universo. Con ella sujeta y dominalos agentes naturales; Con ella pone á su serviciotodos los elementos, no sólo de la tierra, sinotambién, según acabamos de indicar, del sol

y de la luna. El espíritu triunfando déla mate-ria; el alma venciendo al cuerpo; Dios avasallan-do á Satán; he aquí la vida toda y la total exis-tencia.

G. "VICUÑA.

HISTORIADEL

MOVIMIENTO OBRERO EN EUROPA Y AMÉRICADURANTE EL SIGLO XIX.

CAPÍTULO VIII. *Marcha lenta de las clases obreras hacia la emancipación en todas las es-

feras de la vida.—Esfuerzos de las clases superiores por el bieneslar delas inferiores.—Consecuencias funestas que son inevitables en la vidadel trabajo.—Condición material de las clases obreras de Francia.—Mejoras introducidas en su habitación, alimentación y abrigo.—Con-dición moral.—Relaciones entre la pobreza y la ignorancia, el bienes-tar y la ilustración.—Reformas que en este sentido han llevado á caboel gobierno y la administración departamental y comunal.—Instruc-ción.—Progresos de la enseñanza primaria, elemental y superior

Escuelas municipales, profesionales, especiales, cursos públicos, con-ferencias populares, bibliotecas, asociaciones.—Resumen y considera-ciones. «

La lenta emancipación de las clases obreras por elprogreso económico, la moralidad y la instrucción,afirma cada dia mejor el cumplimiento de los desti-nos sociales de la humanidad. Resta mucho que hacer,no lo negamos; pero estableciendo comparacionesentre los tiempos pasados y presentes, consultandoimparcialmente la historia del movimiento social, aunsolamente dentro de este siglo, veremos cómo la evo-lución operada en los campos y en las ciudades, enlas fábricas y los talleres, en la industria y el comercio,se dirige siempre hacia el bienestar del obrero, lomismo bajo el punto de vista materia!, que moral éintelectual, lo mismo en sentido social quo político,religioso y científico.

En Francia, mejor que en otro país, se adelantamucho para mejorar la situación del obrero duranteel trabajo. "Ya en 1862, fuera de la clase jornalera,había quienes pedían reglamentos administrativosque rigiesen entre los manufactureros franceses, ócuando menos, que los tribunales aplicasen severa-mente el principio de responsabilidad sobre los pa-trones, maestros ó jefes de taller ó fábrica que- nocumplieran bien las prescripciones higiénicas y hu-manitarias que sus operarios reclamaban con mucharazón y sobrado derecho, para quedar al abrigo deinnumerables males. Sin embargo, por grandes quesean los cuidados en mantener la limpieza de talesestablecimientos y una comodidad relativa del obreroen las horas de trabajo, no pueden evitarse las conse-

* Véanse los números 19, 20,22, 24, 26, 27, 29, 32 y 33, pági-nas 17,33, 97,170, 233,271, 336,42& y 457,

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cuencias funestas que tarde ó temprano determinanciertos oficios, como por ejemplo, hiladores, tejedo-res , bruñidores, fundidores, serradores, segadores,mineros y otros, que son indispensables entre malosolores, miasmas pestilentes, excesivas temperaturas,complicadas maquinarias, tantos y tan v&riados acci-dentes que ponen en peligro continuo las vidas de lostrabajadores ú ocasionan lesiones que les imposibili-tan parcial ó totalmente para seguir trabajando, locual ya sabemos es causa principal de su indigencia ymiseria. Para prevenir este resultado fatal á los invá-lidos del trabajo, repetimos, nada más convenienteque las asociaciones de socorros mutuos y cajas deeconomías, a! lado de los asilos y hospitales dotadosó sostenidos decorosamente por el Estado ó las cor-poraciones populares.

Fuera de los talleres y las fábricas, de los grandesy pequeños centros de trabajo, lo mismo en Paris queen Lille, Rouen, Calais, Reinis, Lyon, Marseille, El-beuf, Mulhouse y demás ciudades industriales de Fran-cia, también ha mejorado considerablemente su condi-ción material, aunque no tanto ni tan de prisa como losobreros tienen derecho á exigir y la sociedad el deberde concedejj. Antes las habitaciones de obreros noexistían sino en barrios extremos, calles estrechas,casas sin luz ni aire, pisos bajos, frios y húmedos,cuartos donde vivían amontonados padres é hijos,hermanos y hermanas, formando un espectáculo defamilia repugnante y triste. Ahora se han construidomuchas casas expresamente para familias obreras, yno son pocas las que hay en vías de construcción, conbuenas condiciones sanitarias, patios anchos, escale-ras fijas y sólidas, pisos bajos, medios y altos, habita-ciones capaces y balcones ó ventanas en número su-ficiente para dar entrada á los agentes naturales de lavida. La ley Oe 13 de Abril de 1830 sobre habitacionesmalsanas, por un lado, los esfuerzos de I03 ayunta-mientos por otro, y además la plausible energía de al-gunos filántropos acaudalados, han contribuido á tansatisfactorios resultados.

Por algún tiempo ha venido disputándose entre losobreros si la vida en común es preferible á la vidaprivada, ó viceversa. Los que prefieren la primera ha-blan de las inmensas ventajas de reunir muchas fami-lias en edificios capaces para baños, lavaderos, coci-nas, salas de recreo, gabinetes de lectura, de cuyosdepartamentos puedan utilizarse todas ellas á la vez óseparadamente: no es necesario que insistamos nue-vamente en enumerar las dificultades y combatir lascondiciones de este sistema comunista al uso falans-teriano, que bajo el punto de vists moral, como bajosu aspecto político, no está en armonía con las verda-deras aspiraciones del espíritu moderno. Los obrerosque optan por la vida privada tienen á su favor el sa-grado del hogar, la reserva en las funciones de fami-lia, el casto recogimienlo de sus esposas é hijos, y, en

una palabra, la soberanía doméstica. Se han verifica-do en Francia no pocos ensayos de edificios paraobreros que adoptan la vida comunal, y sus resulta-dos han sido contradictorios. El bello ideal está indu-dablemente en que cada obrero y su familia vivan ensu propia casa, que sean propietarios de ella. A estepropósito debemos comunicar á nuestros lectores laorganización de las casas de obreros en Mulhouse, tanconocida de cuantos se ocupan de las cuestiones so-ciales, como muy acertadamente dice Emilio Laurenten su magnífica obra sobre el Pauperismo, de la cualextractamos los datos siguientes:

«La sociedad de casas para obreros en Mulhouse,fundóse en 1853 por iniciativa de M. Jean Dolfus ycon un capital de 300.000 francos, dividido en sesentaacciones lie B00 francos que se repartieron entre doceindividuos solamente. El Estado concedió á esta socie-dad otros 300.000 francos, á condición de que se ha-'bian de gastar en construcciones 900.000 francosmensuales. Al poco tiempo de la fundación contabaya con seiscientas treinta casas, de las cuales más dela mitad se vendieron y pagaron inmediatamente. To-das ellas tienen un jardin, y cada grupo de casas baño,lavadero, alumbrado de gas, aceras de piedra, pozosde agua limpia, alcantarillado para las aguas sucias,tahona, restaurant, etc. Estas casas valen de 2.680 á3.000 francos. Las adquiere al obrero solicitante ha-ciendo primeramente una imposición de 300 á 400francos, al que añade luego otra imposición mensualde 18 á 2S francos durante trece ó catorce años; todoesto á condición de que el comprador no puede reven-der ni alquilar la casa sin autorización de la sociedad,autorización que nunca se concede si ia reventa ó eíarrendamiento no tienen lugar en beneficio de otroobrero.»

En unos puntos de Francia (Lille, Bordeaux, Mons,Gand, env$l mismo Paris...) se han formado socieda-des sobre las bases semejantes á las de Mulhouse, conéxito lisonjero; en otros la fundación os toda sobre elprincipio vivificador del mutualismo. Al ilustrado pu-blicista Mr. Andiganne, autor de una obra muy reco-mendada sobre Las poblaciones obreras y las indus-trias de Francia, pertenece el honor de haber estu-diado con detenimiento y comprendido con acierto estacuestión importante de las casas de obreros por aplica-ciones de la idea mutualista. Funda su opinión el es-critor que mencionamos en la reciente organizaciónde las sociedades de socorros mutuos en Paris por bar-rios en vez de profesiones, en su formal administra-ción y serias garantías, y en la admisión de miembroshonorarios, que desecha temores referentes á la res-ponsabilidad de dichas sociedades. Entre tanto quellegan tiempos mejores en que las asociaciones de so-corros mutuos puedan construir casas para obrerospropietarios de ellas, cree Mr. Andiganne que hoydeben aspirar al arrendamiento; porque la especula-

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cion privada, que se encuentra en tal caso con un solodeudor de responsabilidad y crédito, entraría fácil-mente en este camino tan beneficioso á los obreroscomo á los capitalistas. Bajarían, pues, los alquileresde las habitaciones, y por su parte los caseros asegu-rarían los pagos sin riesgo alguno en sus intereses.

Lo que decimos de las habitaciones es pertinente álos alimentos y vestidos: aquí como allí la asociaciónes una fuerza inmensa, que en manos de las clasestrabajadoras hacen desaparezcan los elementos quehasta hoy venían explotándolas y oprimiéndolas paradeshonra de la sociedad pasada y vergüenza de la pre-sente. Comida, casa, abrigo, son las tres condicionesmateriales que el hombre necesita indispensablementepara vivir. ¡Cuántos siglos han pasado, y qué de hor-ribles vicisitudes ha sufrido el trabajador hasta asegu-rar por sí y para sí su existencia material!

Lo que hemos dicho de las sociedades cooperativasde consumo, nos dispensa de tratar extensamente elpunto relativo á la alimentación y ropa de los obre-ros. Su importancia y utilidad se demuestra bien pron-to con estas elocuentes cifras: 20, 30, 40, á veces 80por 100, es la diferencia que en ventaja suya encuen- •tran los obreros asociados para la compra en grandede co'mestibles ó artículos de primera necesidad y laventa al detalle. Aun sin establecer la cooperación, losobreros pueden asociarse con idénticas ventajas parael exclusivo objeto de su alimentación, como lo veri-fican, entre otras, la compañía de los ferrocarriles delMediodía que tien,e varios depósitos ó almacenes decomestibles, donde los obreros y empleados de la lí-nea pueden proveerse hasta el equivalente del jornalde una semana para los primeros, y del sueldo de unmes para los segundos; la sociedad de Grenoble, quedistribuye diariamente en el mercado y á domiciliomás de tres mil raciones de sopa, carne ó pescado,verdura, pan y vino, por 80 céntimos; la compañía deOrleans, que sirve iguales raciones por 68 céntimos, ytiene almacenes de géneros y depósitos de ropas parasu venta con un 30, 80 y hasta 100 por 100 de bene-ficio al comprador. Es muy rara la población francesaque hoy no cuenta con sociedades de esta clase.

Pasemos ya de la situación material de los obrerosfranceses á su condición moral ó intelectual.

Hay una estrecha relación entre la pobreza y laignorancia, entre el bienestar y la ilustración. Cuandoel hombre se encuentra desde sus primeros años conla miseria por herencia y el jornal como escasa retri-bución de su trabajo duro y constante, no hay quepedirle instrucción. Aquel que desde la cutía carecede un asiento en el banquete de la vida, se ve alejadode los goces sociales y á todas horas se siente humi-llado ó despreciado por un gran número de sus seme-jantes, lógico y natural es que emplee las horas quele permiten de descanso ó el tiempo que está sin tra-bajo, para discurrir solamente sobre las injusticias de

la humanidad, sobre Io3 males y vicios que le rodean,sobre las necesidades que le abruman, sobre las fati-gas con que lucha diariamente para llevar un bocadode pan á su familia, sobre los funestos accidentes ylas terribles vicisitudes que á todas horas le persiguencon la miseria y le amenazan con la muerte. Quienasí vive, si á esto se llama vivir, lo hace maldiciendosu existencia, y pensando más que en instruirse, paralo cual carece de tiempo y medios, en vengarse desus iguales privilegiados por la suerte ó lo's torpeselementos del organismo social. ¿Qué de extraño tieneque en tales condiciones el hombre trabajador seaexplotado hábilmente por los políticos de profesión yconspiradores de oficio para revoluciones destructo-ras y sangrientas, en las cuales aparece la fuerza comosolución de las cuestiones que más interesan á la pazde los pueblos y al derecho del individuo?

Por esto, desde el momento en que el progresobeneficia ó mejora la situación material del obrero, asíen lo relativo al alimento, la habitación y el abrigode su cuerpo, como en lo concerniente á una másjusta remuneración de su trabajo, á la vez tambiénel mismo progreso mejora ó beneficia su condiciónmoral é intelectual. Una larga y dolorosa experienciadice que la embriaguez en los hombres, la prostitu-ción en las mujeres, la ignorancia en los dos sexos,son tristes resultados de la mala condición materialen que las clases obreras se- han encontrado hastahace poco años, y aun hoy mismo se encuentran enciertas localidades de todos los países sin excepción.El que ahora estudiamos, presenta sus pueblos delNorte como victimas de tan tremendos males, si bienes cierto que las autoridades municipales y los dele-gados del gobierno ejercen una exquisita vigilanciapor desterrarlos ó contenerlos cuando menos. En Pa-rís y en los pueblos del Mediodía se ha conseguidoponer algún coto á vicios tan brutales y tan funestosen la sociedad, á fuerza de multas y castigos á losescandolosos y criminales de tabernas, á fuerza depenas muy severas á los agentes del tráfico inmoralsobre la mujer. Hoy las estadísticas no acusan unnúmero tan considerable de embriagados como enaños anteriores á 1848, niel libertinaje de las muje-res es tan excesivo desde que se va corrigiendo pocoá poco la fea costumbre de mezclar frecuentementelos dos sexos en' una misma fábrica ti en un mismotaller. Para explicar por qué crecen en ciertas ciuda-des con escandalosas proporciones los borrachos ylas prostitutas, es necesario salir de la clase obrera yentrar en otras clases y en otras consideraciones dis-tintas de las que ahora nos vamos ocupando; que noson ya responsables los obreros ni los pobres de vi-cios tan repugnantes como hoy se enseñorean de lasgrandes capitales.

El mismo Paris acude en justificación de esta creen-cia. Allí, desde 1848, los obreros tienen conciencia

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de su fuerza, idea de su trascendental misión en lasociedad, sentimiento de su dignidad personal, comohombres y como trabajadores. La miseria y el vicio de

'la gran ciudad son patrimonio distinto de otras clasesde las obreras y de otros individuos que no viven desu trabajo honrado. Los departamentos siguen en estoidéntico camino hacia el progreso que sus hermanosde la capital. En todas partes crece la afición á la lec-tura, el deseo de instruirse, el propósito de conocer yaprovechar los problemas políticos y económicos,para lo cual se sienten estimulados los obreros portodos los partidos que en ellos buscan las bases de supoder ó influencia, más especialmente desde que elsufragio universal es la única fuente de soberanía enla nación francesa.

Debemos hacer justicia á los esfuerzos laudablesdel gobierno y la administración en lo que toca á laemancipación de las clases obreras por la instrucción,así primaria, obligatoria y gratuita, como superior,profesional y especial, aunque es verdad que aquellosse encaminaron siempre en sentido de imponer lasideas ó doctrinas dominantes en las funciones del Es-tado, como vino á demostrarlo la ley de 14 de Juniode 1854, trasladando á un Consejo provincial las fun-ciones del Consejo académico, y dando al prefecto lasatribuciones concedidas hasta entonces al rector. Elprogreso de la instrucción pública ha mejorado visi-blemente cada dia, desde los asilos donde la infanciarecibe los rudimentos de la enseñanza, las escuelasprimarias, donde los niños aprenden primero á leer,escribir y contar, después algunas nociones de geo-grafía é historia, historia natural y física, hasta loscursos de adultos en las escuelas superiores, profesio-nales ó especiales, donde con gran extensión se ex-plican y aprenden las materias ya mencionadas, ó seenseñan fundamentalmente los distintos ramos delsaber humano en todas sus aplicaciones á la vidasocial.

Los quince primeros años, contando desde 1848,han sido suficientes para el gran desarrollo de la ins-trucción primaria en Francia, si bien es cierto que nientonces ni ahora ha logrado alcanzar el nivel de Ba-viera, Escocia, Bélgica, Suiza, Prusia, Estados scan-dinavos, Holanda, Inglaterra y Estados Unidos, paísesen los cuales hay una democracia verdaderamenteinstruida y en disposición de aplicar la ciencia, en sucarácter y vida propia, á la sociedad presente. Enaquellos quince años elevóse el número de escuelasprimarias desde 63.028 á 69.696, á las cuales con-currían diariamente 4.800.000 niños. Estaba reparti-do el servicio de esta enseñanza entre 40.000 maes-tros ó institutores, de carácter laico, 30.000 maestrasó institutrices, y unas 10.000 congregaciones religio-sas. Las casas de asilo para niños de ambos sexos,cuyo aumento es de suma utilidad para la familia y lasociedad, ascendían en 1862 á 3.162, y en ellas se

recogían, alimentaban y abrigaban 400.000 niños. Laley de 1880, aunque insuficiente bajo el punto de visíaliberal y democrático, excitó al clero para la enseñanza,registrándose en dicho año de 1862 hasta 10.000 her-manos de la doctrina cristiana, 13.000 religiosos y60.000 religiosas de distintas órdenes, más de 2.000escuelas protestantes, luteranas ó calvinistas. Es deadvertir que el Estado, el departamento ola provinciay el municipio ó la commune, cada cual en su esferay atribuciones, siempre contribuyeron con gran celoal desarrollo y prosperidad de todos los establecimien-tos de enseñanza, á la retribución del profesorado yal adelanto de los colegiales. París sólo gasta anual-mente en la enseñanza pública más de 600.000/ran-cos, y en toda Francia pasan de 60.000 000 los pre-supuestados para el sostenimiento y desarrollo de lainstrucción primaria. La mayoría de las poblacionesde alguna Importancia hacen obligatoria y gratuitadicha enseñanza.

Las escuelas superiores, profesionales y especialestambién han aumentado y progresado extraordinaria-mente á medida que lo reclamaban los servicios pú-blicos y las en cada dia más sentidas necesidades dela ciencia en sus múltiples aplicaciones. De París pode-mos enumerar la escuela politécnica, la de minas, lade caminos y canales, la central de artes y manufac-turas, la escuela profesional de maestros y maestras,el colegio Chaptal, la escuela Turgot, la superior deComercio, la de medicina y farmacia, la de derecho, yotras ciento, que testifican la casi plenitud científicade la sociedad parisiense por la época á que nos refe-rimos. En los departamentos existía la misma activi-dad; por ejemplo: la escuela central lyonesa, la escue-la de Tuy, la de fteims, la casa de aprendices enNancy, la profesional de Mulhouse, la de Montioiniers,las de Rouen, Havre y Orleans, las tres escuelas deartes y oficios en Chalons-sus-Marne, Angers y Aix,la de mineros en Saint-Etienne, la normal de Cluny,el colegio de Mont-de-Marsan, ó infinitos de este gé-r.ero que pasamos por alto á fin de no molestar laatención de nuestros lectores con repetidas estadís-ticas.

Otras instituciones que han levantado el nivel inte-lectual de Francia son las escuelas de adultos en nú-mero de 28.000 para 600.000 alumnos y 30.000 pro-fesores: los conservatorios de artes y oficios; lasasociaciones politécnica y filotécnica; las bibliotecaspopulares; las conferencias públicas, no solamentepara obreros, sino para literatos y científicos de pro-fesión. París, Bordeaux, Lille, Marseille, Lyon, Pau,Reims, Mulhouse, Rouen, Nantes, Nimes, Dieppe,Rochelle, Havre, Orleans, pueblos son cuya culturasupera la de los demás de Francia. Sobre todos,Mulhouse es de los que más adelantan en este mo-vimiento intelectual de asilos, escuelas, bibliotecas,conferencias, etc., siendo de notar que desde hace

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pocos años prefieren sus habitantes la lectura delibros impresos en alemán á los de lengua nacional,como previendo su destino histórico en la tremendalucha que había de entablarse para terror y admira-ción del mundo entre Prusia y Francia.

En resumen, las escuelas comunales con la condi-cion de obligación y gratuidad cumplen el derechoque la patria tiene sobre la familia, no sin conciliarcuanto les es posible el deber social y la libertad mo-ral; los cursos públicos, las conferencias y bibliotecaspopulares, las asociaciones y los conservatorios deartes y oficios, acreditan y afirman los fundamentosde una sociedad ¡lustrada; por último, las escuelassuperiores, profesionales y especiales, dirigen al hom-bre hacia la realización de su deslino social, según susituación, aptitud y necesidades, simplificando y ge-neralizando á la vez las fuentes de conocimiento, losmedios ó elementos de estudio teórico y práctico, losresultados de sus juicios y las investigaciones propiasó adquiridas sobre ciencia ó arte, industria ó comer-cio, etc., etc.

Sin desdeñar la acción importante del Estado, antesbien admitiéndola y eslimándola hasta aprovecharsede sus excelentes resultados, las sociedades obrerascumplen también con sus principios mutualistas elideal de emancipación del proletariado. En la instruc-ción profesional y especial, después de una buena or-ganización del aprendizaje, es donde las asociacionesde socorros mutuos manifiestan mayor empeño ysuma actividad.

Y se comprende bien el deseo de las clases obrerasen favorecer la instrucción profesional y especial. Elobrero que desde niño va á la escuela y recibe du-rante los años primeros la indispensable y conve-niente enseñanza primaria, es natural que vaya des-pués preparando su inteligencia para fines superiores,conforme á sus inclinaciones y necesidades. Llena,pues, aquellos y satisface éstas el cultivo de sus fuer-zas intelectuales y físicas, así en lo que se refiere a lapropia esfera de su trabajo, como á otra ú otras quele ponen en comunicación y conocimiento libres conDios y la naturaleza, el hombre y la sociedad.

Al lado de esa instrucción, y para desarrollarla enun sentido de verdadera cultura científica que con-serve, indague y exponga los conocimientos humanos,las asociaciones de socorros mutuos han creado nu-merosas bibliotecas; porque los libros son la relaciónmás firme entre el pasado y el presente do la huma-nidad, tesoro científico y literario de lo antiguo y lonuevo de la sociedad, «el íigno sensible de la civili-zación,» como oportuna y elocuentemente dice uno delos más ilustres escritores demócratas y republicanosde laFrancia contemporánea. Las bibliotecas popula-res, con sus colecciones de libros técnicos sobre los di-versos ramos de la industria, del arte y comercio, so-bre la ciencia en sus innumerables aplicaciones, sobre

la moral én sus relaciones con los deberes individua-les y sociales, sobre los grandes y heroicos aconteci-mientos de la historia universal, sobro cuestiones sa-nitarias y de economía social, sobre poesía nacional;las bibliotecas populares, repetimos, forman en elcuadro de las instituciones modernas un puesto depreferencia por su influjo directo é inmediato en el ca-rácter y condición de los pueblos que las poseen. Ad-mira este continuo y general movimiento literario deFrancia, donde gobernantes y gobernados, individuosy asociaciones, capitalistas y obreros, todos contribu-yen con igual entusiasmo y noble deseo al aumento debibliotecas nacionales, departamentales y comunales,especiales, administrativas, profesionales, industria-les, etc., etc., etc. ¡í sin embargo, cuánto aún distala Francia de poseer el número de bibliotecas exis-tentes en Inglaterra, Alemania, Suiza, Bélgica y losEstados Unidos!

JOAQUÍN MARTIN BE OLÍAS.

LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA

DE LAS IDEAS CIENTÍFICAS.(Conclusión.) •*

Noventa años después de Gassendi, la doctrina delos instrumentos corporales, que así puede llamársela;tuvo inmensa importancia en manos del obispo But-ler, que en su célebre Analogy of religión, desarrollóbajo su punto de vista y con sagacidad consumadauna idea análoga. Este obispo ejerce aún grande in-fluencia en ciertos talentos superiores, y es conve-niente detenerse un momento á estudiar sus miras.Estableció una distinción completa- entre nuestraspersonalidades y nuestros instrumentos corporales,según recuerdo, y no empleó la palabra alma, acasoporque estaba tan usada en su época como lo habiaestado en multitud de generaciones anteriores á lasuya; pero habla de poderes vivos, poderes percep-tivos ó percipientes, agentes motores, personalidadesintimas, absolutamente en el mismo sentido en queempleamos la palabra alma. Apoya su existencia en elhecho de que los miembros pueden ser suprimidos y lasenfermedades mortales atacar al cuerpo, mientras queel espíritu, ca¡ñ hasta el instante de la muerte, perma-nece límpido. Cita el sueño y el desmayo, como mo-mentos en que los poderes vivos están suspendidos yno destruidos. Considera tan fácil la concepción de unaexistencia fuera de nuestros cuerpos como la de unaexistencia inherente á ellos, y admite que podamosanimar una serie de cuerpos cuyas disoluciones suce-sivas no tienen tendencia á disolver nuestras persona-

Véase el número anterior, pág. 469.

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lidades reales, ó «á privarnos de las facultades de lavida (facultades de percepción y de acción) como á ladisolución de toda materia extraña, de la que poda-mos recibir impresiones ó usarla en las ocasiones co-munes de te vida.»

La clave del sistema del obispo consiste en quenuestros cuerpos organizados no forman parte denosotros mismos, sino como cualquier otra sustanciaque nos rodea. Como prueba, llama la atención sobreel uso de los anteojos que preparan los objetos parael poder percipiente, de igual modo que los ojos. Elojo por sí mismo no es más percipiente que el cristal,y uno y otro son igualmente instrumentos de la ver-dadera personalidad ó igualmente extraños á estamisma verdadera personalidad.

«Y si vemos con nuestros ojos de igual manera quevemos con los anteojos, se puede deducir la inversacon igual exactitud, basándose en el análisis de todosnuestros sentidos.»

Sabido es que Lucrecio llegó á una conclusión dia-metralmente opuesta,. y saria tan interesante comoprovechoso para nosotros estudiar las razones que elfilósofo hubiera podido dar contra los argumentos delobispo. Un rápido examen de la cuestión nos permi-tirá distinguir los puntos principales de este impor-tante debate. Supondré que un discípulo de Lucrecioprocura forzarla posición del obispo, y después daréla réplica del prolado con el intento de volver la difi-cultad contra Lucrecio. Cada cual defenderá su causacompleta y lealmenle, y el lector decidirá entre ambos.

El argumento pudiera formularse de este modo:«Sometidas á la prueba de la representación men-

tal (Vorstellung) vuestras miras, reverendísimo pre-lado, ofrecerían á más de un espíritu grandes, si noinsuperables dificultades. Habláis de poderes vivos, depoderes percipientes ó perceptivos, de personalidadesintimas, pero ¿sois capaz de presentaros intelectual-mente una sola de esas facultades aisladas del orga-nismo, por medio del cual suponéis que obra? Exami-naos sinceramente vos mismo y ved si poseéis unasola facultad que permita formar tal concepción. Laverdadera personalidad posee una habitación local encada uno de nosotros. Así localizada, ¿no debe suponeruna forma? ¿La habéis vosrealizado ni siquiera un mo-mento? Cuando se amputa una pierna se divide elcuerpo en dos partes. ¿En cuál de las dos existe lapersonalidad verdadera, ó se encuentra en ambas á lavez? Santo Tomás de Aquino respondería que en lasdos, pero vos no tenéis derecho á hacerlo, porquevuestra base consiste en que el don de la percepciónestá asociado á una de ambas partes, para probar quela otra es una materia extraña. ¿Es en este caso el donde la percepción un elemento extraño á la personali-dad verdadera? y si es así, ¿qué responderéis si elcuerpo entero queda privado de percepción? Suce-diendo de otro rao o ,¿en qué os apoyareis para negar

una parte cualquiera del don de percepción al miem-bro amputado? Parece singularísimo qu3 desde el prin-cipio hasta el fin de vuestro admirable libro (y nadieadmira más que yo vuestra poderosa concisión), ni unasola vez mencionéis el cerebro y el sistema nervioso.Comonzais por una extremidad del cuerpo y demos-tráis que sus partes pueden ser suprimidas sin que re-sulte perjuicio para el poder percipiente; pero ¿y siempezáis por la otra extremidad y suprimís el cerebroen vez de la pierna? El cuerpo está, como antes, divi-dido en dos partes, pero ambas se encuentran enton-ces en el mismo caso, y no podéis apelar á la una ni ála otra para probar que una de ellas es una materiaextraña. Y si no queréis llegar hasta el punto de su-primir el cerebro, quitadle una parte de su cubiertahuesosa y por intervalos regulares, comprimid y ce-sad de comprimir la sustancia blanda. A cada compre-sión «las facultades de percepción y de acción» des-aparecen, y renpareceti al dejar de comprimir. Du-rante los intervalos de presión, ¿dónde se encuentrael poder perceptible? Un dia recibí ¡npensadamente ladescarga de una batería eléctrica: nada sentí, perodurante un lapso de tiempo importante desapareció demí la existencia consciente. ¿Dónde se encontraba miverdadera personalidad durante este intervalo? Algu-gunas personas que han recobrado la salud despuésde haber sido heridas por el rayo, se han encontradomucho m᧠tiempo en la misma sutuacion, y la expe-riencia prueba que en los casos ordinarios de lesión delcerebro pueden trascurrir muchos dias, durante loscuales el don de la percepción no se manifiesta enmanera alguna. ¿Dónde se encuentra el hombre á símismo durante el período de insensibilidad? Me respon-deréis queal presentar esta cuestión admito que la per-sona ha sido inconsciente, cuando en realidad no lo hasido, olvidando tan sólo lo que le acontecía; pero á mivez con tejaré que no deben causar miedo alguno lasmás horribles torturas inventadas por la superstición,si de esta manera se las sufre y se las recuerda. Nocreo que vuestra teoría de los instrumentos toque ennada al fondo de la cuestión. Un empleado de telégra-fos posee instrumentos, por medio de los cuales con-versa con todo el mundo. Nuestros cuerpos poseen unsistema nervioso que desempeña igual papel relativa-mente al poder perceptor y á las cosas exteriores. Cor-tad los hilos del operador, romped sus bateríaseléctri-cas, retirad la imantación de su aguja magnética, y

'suprimiréis seguramente también sus comunicacionescon el mundo; pero como todos estos instrumentosson reales, su destrucción no afectará á la persona quelos usa. Et operador sobrevive y sabe que sobrevive.Ahora bien, ¿qué hay en el sistema humano correspon-diente á esta supervivencia consciente del operador,cuando la batería de su cerebro está bastante pertur-bada para que la insensibilidad sepreduzca, ó cuandoestá completamente destruida?

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Hay otra consideración que apreciareis poco impor-tante y que para mí tiene bastante fuerza. El cerebropuede pasar del estado de salud al estado de enfer-medad, y, por efecto de este cambio, el hombre decostumbres más ejemplares es susceptible de trocarseen un disipado ó un asesino. Mi nobilísimo y excelen-tísimo maestro, sintió, como sabéis, su cerebro ame-nazado de deseos de libertinaje, á causa de un filtroque cierto dia le administró su esposa, presa de celos;para no correr ni siquiera el riesgo de ceder á tan bajosimpulsos, se suicidó. ¿Cómo era posible que la manode Lucrecio se hubiera vuelto contra él si el verdaderoLucrecio hubiera permanecido tal y como era antes?¿Puede ó no puede el cerebro qbrar de un modo tanirregular sin que la razón inmortal intervenga? Si lopuede, es que existe un primer motor que sólo exige!a regulación de la salud, para darle por sí mismo elpoder de obrar razonablemente, sin necesidad algunaaparente de vuestra razón inmortal. Si no lo puede, larazón inmortal, por su actividad perniciosa, obrandosobre un instrumento roto ó desarreglado, se ve for-zosamente en el caso de cometer todas las extrava-gancias y crímenes imaginables. Permitidme deciros.que, en mi opinión, se van á deducir las consecuenciasmás graves de vuestra manera de estimar el cuerpo.Mirar al cerebro como a un palo ó á un par de ante-ojos» cerrar vuestros ojos a todos los misterios y á laperfecta correlación que reina entre su condición y elestado de nuestras percepciones, hasta el punto deque un ligero exceso ó una ligera falta de sangre quesobrevenga produce justamente ese desmayo á quealudíais; que relativamente á él, la comida, la bebida,el aire y el ejercicio que tomamos tienen un valor yuna signiflcion perfectamente" trascendental; olvidartodo esto, abre, en mi opinión, la puerta á innumera-bles errores en los hábitos de nuestra vida, y acasoen ciertos casos puede originar y desarrollar esa mis-ma enfermedad y la ruina mental que es su conse-cuencia. Tales desastres podrían evitarse con másatinada apreciación de este misterioso órgano.»

Figuróme que el obispo, después de escuchar estaargumentación, queda pensativo, no siendo hombrecapaz de mezclar la cólera á las consideraciones de unpunto de filosofía. Habiendo reflexionado bien, y afir-mándose en sus opiniones por esa honesta contempla-ción de los hechos que le es habitual y que comprendeel deseo de dar hasta á los hechos opuestos su verda-dero valor, supongo que el obispo tomará la palabraen estos términos: «Recordad que en el Analogy ofreligión, de que habéis hablado con tanta benevolen-cia, no he pretendido probar absolutamente nada, yque en numerosas ocasiones he reconocido é insistidoen la debilidad de nuestros conocimientos, ó mejor di-cho, en la profundidad de nuestra ignorancia, relati-vamente al conjunto del sistema del universo. Mi ob-jeto era demostrar á mis colegas en deísmo, que con

tanta elocuencia han proclamado la belleza y los be-neficios de la naturaleza y de. El que la arregla, queal despreciar lo que llamaban absurdos de la teo-ría cristiana no estaban, en realidad, en mejores con;

diciones que nosotros, y que, para cada dificultad queencontraban de nuestra parte, se podía hallar de lasuya otra igualmente importante. Con vuestro permi-so adoptaré ahora un procedimiento de argumentaciónanálogo. Sois discípulo de Lucrecio y deducís todas lascosas terrestres, comprendiendo las formas orgánicasy los fenómenos que ellas manifiestan, déla combina-ción y de la separación de los átomos. Os diré primerohasta dónde puedo seguiros. Admito que, por esta ac-ción de la fuerza molecular, podéis construir formascristalinas; que el diamante, la amatista, el copo donieve, son estructuras verdaderamente maravillosasproducidas de ese modo; más aún, reconozco quehasta un árbol y una flor puedan ser así organizados;que digo, si sois capaz de presentarme un animal sinsensación, os concederé que también pueda ser for-mado por un juego conveniente de fuerza molecular.»

«Hasta aquí nuestro camino está libre, pero ahoraaparece una dificultad/Vuestros átomos están indivi-dualmente privados de sensación y además desprovis-tos* de inteligencia. Procurad, pues, resolverme esteproblema. Tomad vuestros átomos muertos de hidró-geno, vuestros átomos muertos de oxígeno, vuestrosátomos muertos de carbono, vuestros átomos muertasde ázoe, vuestros átomos muertos de fósforo, y todoslos demás átomos, todos completamente inanimados,que constituyen el cerebro; suponedles separados yprivados de sensación, observadles mientras se agru-pan y forman todas las combinaciones imaginables.Todo ello, como fenómeno mecánico, es visible alespíritu. Sin embargo, ¿sois capaz de ver, de soñar,de imaginar de cualquier modo, cómo, por este actomecánico y por la acción de estos átomos individual-mente muertos, nacen la sensación, el pensamien-to y la emoción? Yo no estoy absolutamente despro-visto de ese Yorstellungs-Kraft da que habláis: puedoseguir una partícula de almizclehasta que llegue al ner-vio olfatorio, y las ondas sonoras hasta que sus vibra-ciones afecten las circunvoluciones del caracol y pon-gan en movimiento los otolitos y las fibras de Corti; soycapaz de figurarme las ondas de éter atravesando elojo é hiriendo la retina, y" si os empeñáis, seguiréhasta el órgano central el movimiento comunicado ála periferia, y veré espiritualmenle las moléculas delcerebro entrando en vibración. Mi vista interior al-canza estos fenómenos físicos; lo; que no alcanza, loque encuentro imposible de imaginar y superior átodas las facultades que poseo, y, permitidme que oslo diga, á todas las facultades que poseéis,.es la nocióndeque, de esas vibraciones físicas, podéis extraer cosasque les son completamente extrañas, como la sensa-eion, el pensamiento y la emoción.. Libre sois de peo-

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sar ó decir que esta emisión de percepción, proce-diendo del choque de los átomos, no es más inconse-cuente que el relámpago luminoso que acompaña launión del oxígeno y del hidrógeno; pero no opinocomo vos, y justamente la inconsecuencia del relám-pago es lo que someto á vuestro juicio. El relámpagoes asunto de percepción, y su contra-parte objetivaes una vibración. Sólo vuestra interpretación hace elrelámpago, y vos sois la causa de esta inconsecuen-cia aparente. No necesito recordaros que el gran Leib-nitz experimentó la misma dificultad que yo, y que, áfin de desembarazarse de esta deducción monstruosa,que hace derivar la vida de • la muerte, reemplazóvuestros átomos con sus mónadas, que eran espejosmás ó móiios pecfectos del universo á cuyas sumas óintegraciones atribuyó todos los fenómenos de la vidaque se refieren á la sensación, á la inteligencia y á laemoción.»

«Vuestra dificultad es tan grande como la mia, yos es imposible dar satisfacción al entendimiento hu-mano en sus demandas de continuidad lógica entrelos fenómenos moleculares y los de percepción íntima.Es esta una roca contra la cual el materialismo debeinevitablemente estrellarse cuantas veces pretenda seruna completa filosofía de la vida. ¿Qué es la moral,discípulo de Lucrecio? Pío es probable que entre nos-otros dos intervenga la cólera tratando de estos gran-des problemas en los que tanto espacio queda para lashonradas diferencias de opinión; pero de ambas par-tes hay gentes de menos talento ó de más fanatismo,dispuestas siempre á encolerizarse ó insultarse en ta-les discusiones. Existen hoy, por ejemplo, escritoresconocidos é influyentes, que no se avergüenzan desostener que el gran pecado personal de un gran ló-gico es la causa de su falta de fe en el dogma teológico:admiten otros que los que amamos nuestra Biblia, taly como ha entrado en la constitución de nuestros ante-pasados y nos ha sido legada, debemos necesaria-mente ser hipócritas ó carecer de sinceridad.Desauto-ricemos á estas gentes, quitémosles la máscara y con-servemos la fe inmutable de que lo bueno, en una úotra argumentación, sobrevivirá para el bien de lahumanidad, mientras que lo que sea, malo y fylsodesaparecerá.» . • : .

Conviene advertir que, bajo un punto de vista, elobispo fue producto de su época. Largo tiempo antesde él, la naturaleza del alma había sido objeto de dis--cusion tan generalmente apreciado, que, cuando losestudiantes de la universidad de París deseaban cono-cer las opiniones de.un nuevo profesor, pedíanle in-mediatamente que pronunciara una lección sobre elalma. .En la, época del obispo Bullir te cuestión, nosólo se discutía, sino que se extendía. Las personassagaces que habían entrado en esta arena vieron qaealgunos de sus argumentos se aplicaba igualmente álos animales y á los hombres. Los argumentos del

obispo tenían este carácter; lo vio, lo admitió, aceptóIa3 consecuencias y abrazó atrevidamente todo elreino animal en su sistema de inmortalidad.

El obispo Butler admitió también con inquebranta-ble fe la cronología del Antiguo Testamento y la des-cribió como «confirmaila por la historia natural ycivil del mundo, sacada de las historias ordinarias,del estado de la tierra y de los últimos descubrimien-tos en las artes y en las ciencias.» Estas palabras in-dican un progreso y deben parecer algo malsonantesá los oidos de los actuales sucesores del obispo (almenos á algunos, porque hay altos dignatarios de laIglesia que, aún hoy, hablan de la corteza pedregosade la tierra como de montones de piedra de construc-ción preparados para el hombre desde la creación, ytiempo es ya de que cese lenguaje tan inexacto). In-útil es decir que, posteriormente, el dominio del na-turalista se ha extendido inmensamente y que se hacreado toda la ciencia de la geología, con sus espan-tosas revelaciones respecto á la vida de la viejatierra.'La rigidez de las antiguas teorias se quebran-ta, y gradualmente se ve el espíritu público condu-cido á admitir que no hace seis mil años, ni sesentamil, ni seis mil millones, sino millares de millones desiglos en número imposible de enunciar, que estatierra ha sido campo de vida y muerte. El enigma delas rocas ha sido descifrado por 'los geólogos y lospaleontólogos desde las profundidades de las forma-ciones primitivas hasta los depósitos que «hoy se es-tán formando en el fondo de los mares. Sabido es queen las páginas de este libro de piedra hay escritoscaracteres más claros y ciertos que los trazados porla tinta de los historiadores, cuyo espíritu ha pe-netrado en los abismos del pasado, y en comparaciónde los cuales, los períodos que satisfacían al obispoButler, cesan de poseer ángulo visual. Todo el mundolo sabe ya, todo el mundo lo admite, y sin embargo,'cuando t a s verdades de la ciencia fueron enunciadaspor primera vez, encontraron ruidosos denunciadoresque proclamaron, no sólo su nulidad bajo el punto devista científico, sino su inmoralidad si se las conside-raba como cuestiones de ótica y de religión. El Géne-sis había establecido las cosas de distinta manera, yla ciencia debía necesariamente romperse en mil pe-dazos el día que chocara contra tal autoridad. Delmismo modo que la simiente del cardo produce elcardo'y no otra cosa, los aficionados á hacer objecio-nes esparcen á lo lejos su semilla y reproducen gen-tes de su especie dispuestas á desempeñar el papel -do .sus padres intelectuales y á emplearla misma viru-lencia, la misma ignorancia, para conseguir por. tiem-po dado el mismo éxito, y finalmente sufrir la mismainexorable derrota. Tiempo llegará, estamos seguros,en que toda la naturaleza humana, cuyas legítimas des-mandas no puede satisfacer la ciencia por si sola, en-contrará intérpretes y órganos de otra clase que el de

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esos seres groseros y mal informados que, de ante-mano, se manifestaban tan dispuestos á lanzarse con-tra toda nueva revelación científica, por temor de queponga en peligro lo que se complacen en considerarde su pertenencia.

Una vez encontrado eT filón del descubrimiento, semultiplicaron considerablemente las formas petrifica-das, en las cuales tuvo la,vida actividad durante algúntiempo y exigieron una clasificación. Fue entoncesevidente el hecho general de que ninguna forma devida, salvo las más sencillas, se encuentra en el lí-mite más bajo de la escala, y á medida que se asciendeen la serie da capas que se recubren, aparecen lasformas más perfectas. Sin embargo, el cambio deforma á forma no era continuo, procediendo por in-tervalos, unos pequeños y otros grandes. «Una sec-ción gruesa de cien pies, dice Mr. Huxley, mostrará ádiferentes alturas una docena de especies de amoni-tas, sin que cada cual de ellas traspase su zona es-pecial de caliza ó de arcilla, á zona superior ó infe-rior.» En vista de tales hechos era imposible evitar lacuestión siguiente. ¿Estas formas que, aun cuando enperíodos separados y á pesar de gran número de irre-gularidades, .presentan un progreso general induda-h\e, están sometidas á alguna ley continua de creci-miento 6 de variación? Si nuestra educación hubierasido puramente científica, si hubiese estado bastanteseparada de influencias que, aun cuando, ennoble-ciendo al hombre en otro orden de ideas, se han mos-trado siempre retrógradas y engañosas cuando selas ha introducido como factores en el dominio de laciencia de la naturaleza, nunca se hubiera detenidoel espiritu científico en su investigación de una ley dedesarrollo, ni se hubiera permitido aceptar el antro-pomorfismo que considera cada capa sucesiva comouna especie de taller de obrero, que sirve para fabricarhuevas especies, sin relación ninguna con las anti-guas.

Influida por su educación anterior, la gran ma-yoría de los naturalistas ha acudido á un acto crea-dor especial para explicarse la aparición de cadanuevo grupo de organismos. Habia seguramente mu-chos sabios cuyí inteligencia era bastante clara paraver que esta suposición no explicaba nada, y que, enresumen, al procurar resolver una dificultad, creabaotra mayor; pero como no pedían explicación Satis-factoria, todos guardaron silencio. Sin embargo, elpensamiento de las. personas formales daba, natural ynecesariamente, vueltas alrededor de la cuestión. DeMaillet, contemporáneo de Newton, ha sido citado porel profesor Huxley como hombre «que tenia nociónde la facultad de modificación de las formas vivas».En las frecuentes conversaciones que tuve con SirBenjamín Bródie, persona de elevado espíritu filosó-fico, llamaba con frecuencia mi atención sobre el he-cho de que, desde 1794, el abuelo de Darwin había

sido precursor de Carlos Darwin. En 1801 y en losaños siguientes, el célebre Lamarck, que produjotan profunda impresión en ol espíritu público, gracias ála vigorosa exposición de sus miras en los Vestigiosde la Creación, procuró explicar el desarrollo de lasespecies, como resultado de cambios en las costum-bres y de condiciones exteriores. En 1813 el doctorWells, fundador de nuestra teoría actual de üew,leyó ante la Sociedad Real una Memoria,,en la cual,usando de los términos de Mr. Darwin, «reconocíaclaramente el principio ile la selección natural, yeste es el primer reconocimiento que se indica». Laperfección y la habilidad, con las cuales Wells con-tinuó su obra, y la independencia conocida de su ca-rácter, le hicieron, después de largos años, mi amigopersonal, y tengo el más vivo placer al encontrarmede acuerdo con él en este nuevo testimonio de pene-tración. El profesor Grant, M. Patrick Matthew, deBucb, el autor de Los Vestigios, d'Halloy y otros (1)muchos, manifestando miras más ó menos claras ycorrectas, demuestran que la cuestión fermentabalargo tiempo antes de que, en 18K8, los señores Darwiny Wallace expresaran simultánea pero independien-temente uno de otro, sus miras, tan estrechamenteunidas sobre este asunto ante la Sociedad linniana.

A estas Memorias siguió" en 18S9 la publicación dela primera edición de The origin of species. Todaslas grandes cosas tienen larga gestación. Como anteshe dicho, Copérnico meditó su grande obra durantetreinta y tres años; Newton conservó en su espíritucerca de veinte años la idea de la gravitación, yse detuvo también durante largo tiempo en la teoría.de las fluxiones, que hubiera continuado haciéndolaobjeto de su pensamiento Recreto, á no saber queLeibnitz se encontraba en la misma vía. Darwin me-dita y aquilata durante veintidós años el problema delorigen de las especies, y hubiera continuado meditán-dolo á no saber que Wallace hacia lo mismo (2). Re-sultó de ello un resumen de sus obras, conciso, perovigoroso. Este libro es fácil de comprender, y de cadaveinte personas que lo hayan abierto, apenas habrá unaque haya leído todas sus páginas concienzudamente óque pueda comprender su significación, en el supuestode que las lea. No criticaré en este momento á algunossabios que habia enaquellá época, realmente eminen-tes, á quienes no afectaba la preocupación popular,'dis-puestos á aceptar las conclusiones que ofreciese laciencia á condición de que estuvieran debidamente apo-yadas por los hechos y por los argümentos,.yque, sinembargo, desconocieron por completo l9B miras de

\\) Eii 18S5MV. tfebert Spencer (Principies"oTpsVchoiog#,k segundaedición, vol. ir pag. Á1&) expresó la creencia.da que la vida; bajo todassus formas, tutbipi&ido producida por una evolución ,regular, y sirviéo-dose á guisa de instrumento de lo que se llama las causas naturales.

(2) TÉ1 modo de obrar en este punto de Mr. Wallace ha sido digní-simo. ' • • • • • • " . • •• ;'

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N.° 34 TYNDALL. LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS IDEAS CIENTÍFICAS. 505

Darwin. La obra necesitaba un vulgarizado!", y loencontró en la persona de Mr. Huxley. Como exposi-ción científica no conozco nada más admirable que losprimeros artículos que publicó sobre el origen de lasespecies. Hizo pasar la curva de la reflexión por suspuntos realmente significativos; enriqueció su expo-sición con ideas y reflexiones profundamente origina-les; reasumió, á veces en una sola frase, un argumenteque un talento menos conciso hubiera desarrolladoen muchas páginas. Sin embargo, el libro hace unaimpresión que no puede producir ninguna exposición,por luminosa que sea, y es la de la suma inmensa detrabajo, de observaciones y de pensamientos necesa-ria para su producción. Echemos una ojeada á estosprincipios.

Nadie niega la producción continua de lo que sellaman variedades, y la regla no tiene probablementeexcepción. No hay polluelo ni hijo que sea exacta-mente igual á su hermano ó hermana, y estas diferen-cias presentan justamente el ejemplo de los princi-pios de las variedades. Incapaces son los naturalistasde decir hasta dónde puede llegar esta variación, demodo que el mayor número de sabios sostiene que noha existido jamás ningún cambio ni ninguna mezclade cambios interiores ó exteriores bastante paraconstituir, entre los descendientes del mismo padre.,diferencias que permitan separarlos en especies dis-tintas. La empresa del filósofo experimentador con-siste en combinar las condiciones de la naturaleza yen producir los resultados á que ella ha llegado: talha sido el método de Darwin (1). Familiarizóse con losexperimentos que, sin dejar sombra de duda, pudie-ran ser hechos para producir variaciones. Se relacionócon los que criaban palomas, compró, pidió y con-servó cada variante que pudo obtener. Aunque proce-dentes de un mismo origen, las diversidades que pre-sentaban las palomas eran tales, «que hubiera podidoescogerse una veintena, las cuales, presentadas á unornitólogo diciendo que eran salvajes, las hubiera deseguro clasificado como especies bien definidas.»

El único principio que guia al que cria palomas úotros animales, es la selección de algunas variedadesque le agradan, y la propagación de estas variedadespor vía de herencia. Fija la mirada en la apariencia par-ticular que desea exagerar, la escoge cuando apareceen los productos sucesivos, y añade así aumento sobreaumento hasta que obtiene una suma increíble de di-vergencia del tipo primitivo. En este caso el hombreno produce los elementos de la variación, se limita áobservarlos y añadir por, la selección unos á otros,hasta obtener el resultado que desea. A ningún hom-bre, dice Darwin, le ha ocurrido la idea de hacer

(1) Hasta ahora sólo hemos dado el primer paso hacia la demostra-

ción experimental. Las experiencias que acaban de empezar podrán en

un par de siglos proporcionar datos de un valor incontestable, que ser-

virán de materiales á la ciencia del porvenir.

TOMO I I .

una paloma de coía de abanico, hasta que vio una pa-loma cuya cola había tomado un ligero desarrollo enesta forma inusitada; ni un pouter antes de haber ad-vertido una paloma con un buche de mayor dimensiónque la acostumbrada.» La naturaleza da, pues, la pri-mera idea, el hombre añade á ella, y por vía de he-rencia exagera la desviación.

Después de convencerse con hechos indudables deque la organización de un animal ó de una planta (porque á las plantas se aplica un procedimiento completa-mente idéntico) está dotada, hasta cierto punto, deplasticidad, el ilustre naturalista pasó del estudio delas variantes en estado doméstico, al estudio de lasvariantes en estado libre. Hasta entonces sólo se habiaverificado por la ailicion sucesiva de pequeños cambiosy por medio de la selección consciente del hombre;ahora bien: ¿la naturaleza puede operar esta selección?A esta pregunta responde Darwin con seguridad afir-mativamente. El número de seres vivos producidoses mucho mayor que el de los que pueden subsistir;por tanto, en un período cualquiera de su vidadebe haber una lucha por la existencia, ¿cuál es el re-sultado infalible en este caso? Si un organismo fueracopia perfecta de otro, bajo el punto de vista de lafuerza, de la destreza y do la agilidad, sólo las condi-ciones exteriores decidirían; pero no es este el caso.Nos encontramos ante variedades que se presentan porsí mismas á la naturaleza, como hace un momento de-ciamos que se presentaban al hombre, y las varieda-des que son menos competentes para luchar con lascondiciones exteriores, deberán infaliblemente cederel campo á las que son más competentes: empleandouna frase familiar puede decirse que el más débilserá arrojado á la calle. La fracción triunfante se de-dica entonces á la reproducción, y trasmite, aunqueen grados distintos, las cualidades que le han permi-tido subsistir. La lucha para la alimentación continua,y los animales que han recibido mejor la cualidad fa-vorable triunfarán indefectiblemente. Puede verse confacilidad que la adición de perfeccionamientos favora-bles al individuo, se verifica más rigurosamente en elestado libre que en el estado doméstico, porque lamisma naturaleza destruye los elementos ó individuosdesfavorables. Tal es la significación de lo que Darwinllama la selección natural, que obra por conserva-ción y acumulación de ligeras acumulaciones obteñirdas por la herencia, siendo cada cual de ellas fa-vorable al sor preservado. Con esta idea penetra yhace fermentar la vasta acumulación de hechos que ély otros han presentado. No podemos, sin cerrar losojos por temor ó por idea preconcebida, dejar de verque Darwin apela en este punto á causas no imagina-rias, sino verdaderas, siendo imposible no compren-der que la selección natural es susceptible de produ-cir inmensas modificaciones en períodos suficiente-mente largos. Cada modificación individual se parece

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á lo que los matemáticos llaman uña diferencial, esdecir, una cantidad infinitamente pequeña, y sin em-bargo, durante un tiempo prácticamente infinito, la in-tegración de estas cualidades infinitesimales puedeproducir cambios definidos y considerables.

Si Darwin, lo mismo que Giordano Bruno, rechazala noción de un poder creador, obrando á la manerahumana, no es seguramente porque ignore las innume-rables y exquisitas adaptaciones, en las cuales sefunda la doctrina del artesano sobrenatural. Sulibro está lleno de hechos sorprendentes: cita, porejemplo, la maravillosa observación debida al doctorCriiger. Ha notado éste que se forma en una orquídeauna especie de estanquito con una abertura en formade tubo de descarga; las abejas visitan la flor; en elardor con que buscan los materiales para construirsus panales, se empujan unas á otras y caen en el es-tanquito, escapando por el tubo, mojadas á causa deeste baño involuntario; al salir frotan su cuerpo con-tra los estigmas viscosos de la flor, que lo revistende una especie de cola, y en seguida contra las masasde polen que se fijan también al cuerpo de la abeja,siendo conducidas á largas distancias. •¡Cuando laabeja, así provista, vuela hacia otra flor y vuelve porsegunda vez á la anterior, es impulsada por sus com-pañeras al estanquillo, sale por el tubo, las masas po-línicas, pegadas á su cuerpo, se ponen necesariamenteen contacto con los estigmas viscosos, que se apo-deran del polen, y de esta suerte se fertiliza la or-quidea. Examinemos ahora el caso del Catasetum. Lasabejas visitan estas flores con objeto de roer el la-bellum, y al realizar dicho acto tocan inevitablementeuna larga proyección en forma de hilo y dolada desensibilidad. Esta trasmite inmediatamente una sen-sación ó vibración á cierta membrana que se desgarraen seguida, poniendo en libertad un resorte, por mediodel cual la masa polínica, lanzada como una flechaante sí, se adhiere por sus extremidades viscosas aldorso de la abeja.» De aquí resulta necesariamente ladispersión del polen fertilizante.

El ánimo más preocupado por las ideas teológicasrechaza la teología y procura atribuir estas maravillasá causas naturales. Estas causas, según Darwin, po-nen de manifiesto el método de la naturaleza y no lostalentos técnicos de un artesano, obrando á la maneradel hombre. La belleza de las flores es debida á laselección natural. Las que más se distinguen por elcontraste vivo de los colores sobre el fondo verde delss hojas que les rodean, tienen más probabilidades deser vistas y visitadas por los insectos y por tanto fer-tilizadas, resultando más favorecidas por la selecciónnatural. Las bayas coloreadas llaman fácilmente laatención de los pájaros y de los animales que con ellasse alimentan, y esparcen á lo lejos la simiente mezcla-da á sus excrementos, de modo que los árboles y ar-bustos que producen estas bayas tienen las mejores

condiciones de éxito en la lucha por la existencia.Darwin estudia con profunda habilidad, analítica

y sintética el instinto quo guia á la abeja en la cons-trucción de las celdas #de su colmena. La sucesiónde estos razonamientos dará idea perfecta del métododel sabio zoólogo. Partiendo del instinto más perfec-tamente desarrollado, viene á parar al menos perfecto,desde la abeja que construye una colmena, hasta laabeja solitaria que se sirve del alvéolo que construyepara depositar en él su miel; y pasando por las diver-sas clases de estos mismos insectos, cuya habilidad esintermedia, procura demostrar la gradación á quepuede llegarse desde el tipo más bajo al más elevado,El punto importante en la industria de las abejas es laeconomía de la cera. Se asegura que se necesitan doceó trece libras de azúcar seca para la secreción de unasola libra de cera, resultando que las cantidades denéctar necesarias para la cera son considerables, ycada perfeccionamiento en el instinto de construcción,dando una economía de cera, es un provecho directopara la vida del insecto. El tiempo que en el primercaso empleaban en formar cera, lo emplean despuésen recoger y almacenar la miel que debe servir paraalimento durante el invierno. Darwin pasa de laabeja solitaria con sus groseras celdas, á la Melipona,con sus celdas más artísticas, y á la abeja de las col-menas, con su sorprendente arquitectura. Las abejasse colocan á igual distancia unas de otras sobre lacera, y después ahuecan con las patas esferas igualesalrededor de puntos escogidos. Las esferas se en-cuentran , y los planos de intercesión son delgadasláminas; así se forman celdas exagonales. Este modode tratar tales cuestiones es puramente representativo.El autor pasa ordinariamente de lo que es más perfectoy más complejo á lo que es menos perfecto y mássencillo, y os trasporta con él á través de una serie defases de perfección; añade crecimiento á crecimiento,procediendo por fases infinitesimales, y de este mododestruye gradualmente la repugnancia del lector áadmitir que el punto más elevado del conjunto puedaser resultado de Releccion natural.

Darwin no esquiva ninguna dificultad, y despuésde haber saturado, por decirlo así, el asunto con suspropias ideas, debe haber conocido mejor que suscríticos las debilidades y la fuerza de su teoría. Todoello seria poco humilde si se propusiera tan sólo unavictoria dialéctica temporal en vez del establecimientode una verdad que desea fijar sobre bases eternas. Noprocura, sin embargo, disimular los puntos débilesque ha encontrado; al contrario, se esfuerza por sa-carlos á luz. Sus grandes recursos le permiten hacerfrente á las objeciones dirigidas por sí mismo ó porotros, de tal modo que la impresión final que queda enel ánimo del lector consiste en que si estas objecionesno están satisfactoriamente contestadas, tampoco pro-ducen la ruina de la teoría. Destruida así su fuerza ne-

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gativa, el lector se encuentra en plena libertad de de-jarse influir por la masa inmensa de ovidencias positivasque á 3U vista presenta.' Esta grandeza en los conoci-mientos y esta facilidad en los recursos, hacen de Dar-win el más terrible de todos los antagonistas. Algunosnaturalistas eminentes se han pronunciado contra éldirigiéndole críticas, no siempre con intención de apre-ciar, su teoría con desinterés, sino «en el deseo evi-dente de poner tan sólo de manifiesto sus puntos dé-biles: esto no le irrita, contestando á cada objeción«on una sobriedad de lenguaje y una suficiencia queenvidiaría el mismo obispo Butler, acompañando cadahecho de los detalles convenientes, y colocándolo ensu justa posición y dándole una significación que, mien-tras permanecía aislado, no parecía clara. Toda estapolémica la ha mantenido sin la menor señal de ira.Se dirige á su asunto con la potencia impasible de unahelera, y pudiera compararse al arrastre que éstahace de las rocas, la manera lógica con que pulveriza lacrítica. Pero si al tratar de este grandioso tema debeprescindirse de toda pasión, adviértese en el momentode la aparición de una nueva verdad, una emoción in-telectual que con frecuencia colora las páginas deDarwin. Su éxito ha sido grande, y este hechoprueba, no sólo la solidez de su obra, sino lo prepa-rado que estaba el espíritu público á esta revelación.A. este propósito citaré una observación de Agassizque me sorprendió profundamente. Este hombre emi-nente, que procedía de una familia de teólogos, com-batió hasta el último momento la teoría de la selecciónnatural. Una de las muchas veces que tuve ocasiónde verle durante mi permanencia en los Estados-Uni-dos, nos encontrábamos en la bella residencia deMr. Winthrop, en Brookline, cerca de Boston. Al aca-bar el almuerzo nos colocamos todos, como por co-mún impulso, frente á un balcón, continuando allí eldebate que teníamos en la mesa. El arce lucia su her-moso follaje de otoño, y la exquisita belleza del pai-saje que se extendía ante nosotros parecin mezclarsesin disonancia á las ideas que animaban nuestros es-píritus. De pronto, con emoción, casi tristemente, vol-vióse Agassiz, y dirigiéndose á las personas que le ro-deaban, pronunció estas palabras: «Confieso que noesperaba ver recibida esa teoría como lo ha sido porlos mayores talentos de nuestra época. Su éxito tras-pasa cuanto podía imaginar.»

Hoy se ha llegado á grandes generalizaciones. Lateoría del origen de las especies es sólo una de ellas.Otra generalización hay de más alcance, más ampliay de una significación más radical, cual es la doctrinade la conservación de la energía, cuyas últimas con-clusiones filosóficas apenas se advierten. Esta doctri-na «relaciona estrechamente la naturaleza á la fata-lidad.» En una extensión que hasta ahora no ha sidoreconocida, saca de cada antecedente una consecuen-cia equivalente, y trata los fenómenos vitales lo mismo

que los físicos, bajo el dominio de esta conexión ca-sual, que, en cuanto ha podido comprenderla hastaahora el entendimiento humano, se afirma por todaspartes en la naturaleza. Largo tiempo antes de todaexperiencia definida sobre este asunto, se habia afir-mado la constancia y la indestructibilidad de la ma-teria; ahora bien: toda experiencia subsiguiente justi-tifica .esta afirmación. Nuevos descubrimientos hanextendido forzosamente los atributos de la indestruc-tibilidad. Esta idea, aplicada primero á la naturalezainorgánica, abrazó rápidamente la naturaleza orgá-nica. Demostróse que el mundo vegetal, aunque sa-cando casi todo su alimento de fuerzas invisibles, eraincompetente para engendrar de nuevo ni la materia,ni la fuerza. La mayor parte de su materia es,el airetrasformado; su fuerza es la fuerza solar trasformada.Probóse también que el mundo animal estaba igual-mente desprovisto de la facultad creadora, y que to-das sus energías motrices se reducían ú la combus-tión de su alimento; la actividad de cada animal, apre-ciada en conjunto, se compone de actividades trasfe-ridas de sus moléculas. Los músculos son depósitosde fuerza mecánica, potencial hasta que los nerviosle dan el impulso; desde entónce3 se metamorfosea encontracciones musculares. Se ha determinado la velo-cidad con que estos mensajes vuelan y vuelven á lolargo de los nervios, y se ha visto que era, no comose habia previamente supuesto igual á la de la luz óde la electricidad, sino menor que la velocidad delvuelo del águila.

Todo esto fue obra de la física. En seguida llegaronlas conquistas de la anatomía y de la fisiología com-parada, que revelaron la estructura de cada'animal yla función de cada órgano en el conjunto de la seriebiológica, desde el último zoófilo hasta el hombre. Elsistema nervioso fue objeto de largo y profundo estu-dio; reconociéndose cada vez mejor el admirable po-der fiscalizador, y en el fo'ndo completamente miste-rioso, que ejerce en todo el organismo físico y mental.El pensamiento no podia apartarse de un asunto tanprofundamente incitante. Además de la vida física deque se ha ocupado Darwin, hay una vida psíqui-ca, representando grabaciones similares, que tambiénreclama una solución'. ¿Cómo podrá uno darse cuentade los grados y de los diferentes órdenes del espíri-tu? ¿Cuál es el principio de crecimiento de este mis-terioso poder que en nuestro planeta tiene su puntoculminante en la razón? Aunque sin imponerse contanta fuerza a la atención de la masa general del pú-blico, estas cuestiones no sólo habian ocupado á másde un talento serio, sino que alguno de ellos las había,ya enunciado antes de la aparición de El origen delas especies.

Provisto de la gran cantidad de materiales que lafísica y la fisiología proporcionaban, hace ya veinteaños que Hebert Spencer estableció sobre esta base

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un sistema de psicología, cuya segunda edición, muyaumentada, cuenta sólo dos años de fecha. Las per-sonas que se han ocupado de los bellos experimen-tos de Mr. Pateau, recordarán que cuando en unamezcla de alcohol y de agua, teniendo la misma den-sidad que el aceite de oliva, se ponen en contacto dosesferitas de aceite, éstas esferas no se reúnen inme-diatamente; fórmase una especie de película, alrede-dor de las gotas, que se rompen tan pronto como losdos glóbulos se reúnen en uno solo. Hay organismoscuyas acciones vitales son tan puramente físicas comolas de las dos gotas de aceite; se ponen en contactoy se fusionafTünos con otros. Spencer conduce suargumentación partiendo áe estos organismos y si-guiendo uña gradación siempre ascendente de ellos áotros, que sólo se diferencian de los precedentes endébil variación de perfeccionamiento. Evidentementehay aquí dos factores que deben tomarse en conside-ración; la criatura y el elemento ó medio en quevive, ó como con frecuencia se dice, el organismo ylo que le rodea. El principio fundamental de Spen-cer consiste en que, entre estos dos factores, existeuna incesante acción recíproca. El elemento obra so-bre el organismo, y éste se modifica de modo queresponda á las exigencias que le rodean. Define puesla vida «una adaptación continua de las relaciones in-ternas á las relaciones externas.»

En los organismos más inferiores encuéntrase unaespecie de sentido táctil repartido en la superficie detodo el cuerpo: posteriormente á causa de las impre-siones exteriores y de las adaptaciones que le corres-ponden , algunas partes especiales de la superficie delcuerpo son más sensibles que las demás á los estimu-lantes. Encuéntranse en ellos los sentidos en su estadonaciente, y su base común es el sencillo sentido deltacto, que el sabio Demócrito reconoció hace 2.300años como el origen de todos ellos. La acción de laluz en el reino animal parece ser una simple perturba--cionde naturaleza química, parecida á la que se efectúaen las hojas de las plantas. Por grados la acción seencuentra localizada en corto número de células pig-mentarias, más sensibles á la luz que el tejido que lasrodea. El ojo empieza y es al principio solo capaz derevelar las diferencias de luz y de sombra producidaspor cuerpos muy próximos. Como la intercesión de laluz casi siempre va seguida del cuerpo opaco adyacen-te, resulta que la vista viene á ser entonces una espe-cie de («cío anticipado. La adaptación continúa; so-breviene por encima de los granulos pigmentarios unaligera hinchazón de la epidermis, empezando á for-marse una lentecilla, y, gracias á la continuación inde-finida de adaptaciones, se llega á la perfección que ca-racteriza el ojo del halcón ó el del águila. Lo mismosucede con los demás sentidos; son diferencias espe-ciales de un tejido, que en su origen era vagamentesensible en toda la superficie.

Con el desarrollo de los sentidos, las-adaptacionesentre et organismo y lo que le rodea, se extiende gra-dualmente en el espacio, resultando una multiplicaciónde experiencias y una modificación correspondiente enla conducta. Las adaptaciones se extienden también enel tiempo, abrazando de continuo mayores intervalos.Al mismo tiempo que verifican esta extensión en elespacio y en el tiempo, aumentan también las adapta-ciones en especialidad y en complejidad, pasando pordiversos grados de la vida animal y prolongándoseen el dominio de la razón. Las observaciones de-Spencer, respecto á la influencia del sentido deltacto en el desarrollo de la inteligencia, son por de-mas sorprendentes. El tacto es, por decirlo así, lalengua madre de todos los sentidos, y en esta lenguadeben traducirse, para ser de alguna utilidad al or-ganismo. De aquí deriva su importancia El loro esel ave más inteligente, porque en él la potenciatáctil está más desarrollada. Por medio de este sen-tido gana conocimientos, imposibles para las demásaves que no pueden servirse de sus patas como demanos. El elefante es el más sagaz de los cuadrúpe-dos, y la base de esta sagacidad es la facultad y ladestreza táctiles, y por tanto, la multiplicación de ex-periencias que debe á su trompa, tan maravillosa-mente adaptable. Por igual causa, los animales de laraza felina son más inteligentes que los paquidermos,exceptuando el caballo, que posee labios prehensiles ysensibles. En los cuadrumanos, la inteligencia y losapéndices táctiles progresan de acuerdo. Entre losmás inteligentes monos antropoideos encontramos elsentido del tacto y su delicadeza muy aumentadas,abriéndose de este modo nuevas vías de conocimientoal animal. El hombre corona el edificio, no sólo porvirtud del poder de sus manos, sino gracias á la enor-me extensión de alcance de su experiencia por los ins-trumentos de precisión que inventa y que le sirven desentidos y miembros suplementarios. La acción recí-proca de éstos la estudia y describe hábilmente. Esta .emociou intelectual latente, de que he hablado, á pro-pósito de Darwin, también se advierte en Spencer.Sus ejemplos poseen á veces una vivacidad y una fuerzaexcesivas, y á juzgar por el estilo que emplea en talesocasiones, puede deducirse que los ganglios del Após-tol del Entendimiento son algunas veces sitio de un es-tremecimiento poético naciente.

Hecho de suprema importancia es el de que las ac-ciones, cuya realización exige primero un esfuerzo yuna deliberación penosa, pueden, por costumbre, lle-gar á ser automáticas. Como ejemplo, citaré la lenti-tud con que un niño aprende á deletrear, y la facilidadcon que el hombre lee y funde en una •percepciónúnica, instantánea, sin esfuerzo, cada grupo de letrasque forman una palabra. Puede mencionarse tambiénal jugador de billar, cuyos músculos de la mano y delojo están, cuando llega á la perfección de su arte, in-

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conscientemente coordinados; el músico, á quien lapráctica hace capaz de fundir multitud de arreglosdel oido, del tacto y de los músculos en un acto de ma-nipulación automática. Combinando tales hechos conla doctrina de la trasmisión hereditaria, llegamos á lateoría del instinlo. Un polluelo, al salir del huevo,toma una posición de equilibrio conveniente, corre ycoge su comida, mostrando así que posee el poder dedirigir sus movimientos con objetos determinados.¿Cómo ha aprendido e! polluelo esta coordinación tan.compleja de los ojos, los músculos y el pico? No se leha enseñado individualmente, y su experiencia es nula,pero goza la ventaja de la experiencia de sus ante-pasados. En su organización, que procede de la he-rencia, están comprendidos todos los poderes queejercita desde su nacimiento. Lo mismo sucede con elinstinto de la abeja que construye su colmena. La dis-tancia en que se colocan unos de otros los insectosque abren los emisferios y construyen las celdas, esorgánicamente rememoriada. El hombre tambiénlleva consigo la textura física de sus antepasados,como la inteligencia heredada que indisolublemente leva unida. Los defectos de inteligencia durante la in-fancia y la juventud se deben probablemente menos áfalta de experiencia individual que al hecho deque, en el principio de la vida, la organización cere-bral es todavía incompleta. El período necesario parael completo desarrollo, varía según la raza y el indivi-duo. Lo mismo que una bala redonda adelanta á unabala cónica al salir del cañón del fusil, de igual modo,durante la infancia, una raza inferior puede adelantará una raza superior; pero al poco tiempo, ésta la al-canza y la adelanta á su vez. En cuanto á los indivi-duos, no siempre se' encuentra que la precocidad dela juventud se prolongue en poder mental en la edadmadura, y algunas veces, el atraso en la infanciacontrasta vivamente con la energía intelectual en losaños que la sigen. Newton, cuando niño era enfermi-zo, y en la escuela no demostró ninguna aptitud espe-cial; pero á los diez y ocho años fue á Cambridge yadmiró á los maestros por la inteligencia con que re-solvia los problemas geométricos. Durante su tranqui-la juventud, su cerebro se preparaba lentamente áconvertirse en órgano de aquellas energías que des-pués manifestó.

La imagen y la suscricion del mundo exterior seimprimen como estados de percepción en el organismopor miles de millares de golpes (empleando una frasede Lucrecio), y la profundidad déla impresión depen-de del número de golpes. Cuando dos ó varios fenó-menos llegan invariablemente unidos, se imprimencon igual profundidad, con el mismo relieve y liga-dos de un modo indisoluble. Llegamos aquí al cfintelde una gran cuestión. Viendo que no podia en ma-nera alguna desembarazarse de la percepción del es-pacio y del tiempo, Kant pretendía que eran formas

del pensamiento necesarias, y que los moldes y lasformas donde son arrojadas nuestras intuiciQnes per-tenecen á nosotros mismos y no tienen existen-cia objetiva. Spencer apela, con un poder y unéxito inesperado, á la teoría de la experiencia he-reditaria , como la llama, para resolver la cuestión.«Si existen, dice, ciertas relaciones exteriores queson sensibles para todos los organismos en todoslos instantes de la vida, relaciones absolutamenteconstantes y universales, resultará si establecimientode relaciones interiores correspondientes, absoluta-mente constantes y universales. El espacio y el tiem-po ofrecen ejemplos de estas relacione^. Siendo sub-stratum de todas las demás relaciones del non yo,deben tener por compensación las concepciones, queson los substraía de todas las otras relaciones delyo; y siendo los elementos constantes é infinitamenterepetidos del pensamiento, deben convertirse en ele-mentos automáticos del pensamiento, elementos del-pensamiento que es imposible apartar de las formasde intuición.»

Al proceder á esta aplicación y á esta extensiónde «la ley de asociación inseparable,» Spencer semantiene en un terreno, completamente distinto delde Sluart Mili, que invoca las experiencias acumu-ladas de la raza en vez de las experiencias del indivi-duo. En mi opinión, cambia por completo la restric-ción de experiencia de Stuart Mili. Esta restricciónignora el poder de organizar la experiencia suminis-trada desde el principio á cada individuo; ignora losdiferentes grados de este poder, poseídos por distin-tas razas y los diversos individuos de la misma raza.Si no hubiera en el cerebro humano un poder antece-dente á toda experiencia, tan capaces de educacióncomo un hombre, seria un perro ó un gato. Estas rela-ciones interiores predeterminadas son independientesde la experiencia del individuo. El cerebro humano es«el regfttro organizado de experiencias infinitamentenumerosas, reeibidas durante la evolución de la vida,ó más bien, durante la evolución de esa serie de or-ganismos, por los cuales ha sido creado el. organismohumano. Los efectos más uniformes y más frecuenteshan sido sucesivamente legados, capital é intereses,y sucesivamente elevados á esa alta inteligencia queyace en estado latente en el cerebro del niño. Asísucede que el europeo hereda de veinte á treinta pul-gadas cúbicas de cerebro más que el Papou; que facul-tades como la de la música, que apenas existen en al-gunas razas inferiores, son ingénitas en las razassuperiores, y que de los salvajes, incapaces de contarel. número de sus dedos y hablan un lenguaje que

- sólo contiene nombre y verbos, acaban por resultarlos Newton y los Shakspeare.»

Al principio de este trabajo he dicho que las teoríasfísicas, situadas más allá de los límites de la experien-cia, provenían de la evidencia por un fenómeno de

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abstracción. Instructivo es advertir desde este puntode vista la introducción sucesiva de nuevos concep-tos. La idea de la atracción y de la gravitación fueprecedida por la observación de la atracción del hierropor el imán, y de la de los cuerpos ligeros por el ám-bar frotado. La polaridad del magnetismo y de laelectricidad, hablando á los sentidos, llegó á ser elsubstratum del concepto de que los átomos y las mo-léculas están dotados de polos definidos, atractivos6 repulsivos, bajo cuya influencia son producidas lasformas definidas de la estructura cristalina. De estemodo la fuerza molecular llega á ser estructural. Nose necesitaba pensamiento muy atrevido para exten-der su esfera de acción á la naturaleza orgánica ypara reconocer en la fuerza molecular el agente queconstruye las plantas y los animales. La experienciaproduce así conceptos que son completamente ultra-experimentales.

El origen de la vida es un punto que Darwin ySpencer han tocado ligeramente, si es que lo hantocado. Disminuyendo progresivamente el númerode padres, llega por fin Darwin á una forma pri-mordial; pero, si no recuerdo mal, no dice cómoél supone que ha sido producida esta forma. Citancon satisfacción las palabras de un célebre escritorteólogo, que, «gradualmente llegó á ver que la creen-cia de que la Divinidad ha creado corto número deformas originales capaces de desarrollarse por símismas, es un concepto tan justo y tan noble deElla, como el de creer que necesita un nuevo acto decreación para suplir los vacíos causados por la ac-ción de sus leyes.» Ignoro lo que piensa Darwinde esta opinión acerca de la producción de la vida, ysi introduce ó no su forma primordial por un actocreador. Es, sin embargo, inevitable la pregunta de«cómo ha llegado esta forma.»*La disminución de lasformas creadas no produce, en suma, gran ventaja, yel antropomorfismo, que al parecer desdeña Dar-win, se asocia con igual fuerza á la creación decorto número de formas que al de multitud de ellas.Conviene en este punto explicarse con claridad ypor completo. O que se nos deje abrir librementenuestra puerta á la concepción de los actos crea-dores, ó si los abandonamos, cambiemos radicalmentenuestras nociones acerca de la materia. Si consi-deramos la materia como la ha pintado Demócrito ycomo ha sido definida durante varias generaciones ennuestros libros científicos clásicos, la imposibilidadabsoluta de que provenga de ella alguna forma devida, bastará para que se prefiera cualquiera otra hi-pótesis; pero las definiciones de la materia que dabannuestros libros clásicos, sólo se referían á sus propie-dades puramente físicas y mecánicas. Acostumbradospor nuestra educación é considerar completas estasdefiniciones, rechazábamos natural y justamente lano«ion mostruosa de que pudiera provenir cualquiera

forma de vida de tal materia. ¿Pero las definicionesson completas? Todo depende de la respuesta que sedé á esta pregunta. Ascendiendo por la linea déla viday viéndola aproximarse cada vez más á lo que llama-mos la condición puramente física, concluiremos porllegar á los organismos que antes he comparado á go-tas de aceite dentro de una mezcla de alcohol y deagua; llegaremos á los prologenes de Haeckel, dondetenemos «un tipo que sólo se diferencia de un frag-mento de albúmina por su carácter finamente granu-loso.» ¿Nos detenemos aquí? Al quebrar un imán en-contramos los dos polos en cada uno de sus nuevosfragmentos, y si continuamos rompiéndolos, por pe-queños que ellos lleguen á ser, cada cual contendrá,aunque debilitada, la polaridad del conjunto. Cuandono se les pueda romper más, llevaremos la visión in-telectual hasta las moléculas polares, ¿no nos vemosimpulsados á obrar de igual modo en el caso de lavida, ni tenemos la tentación de llegar casi á la de-ducción de Lucrecio, cuando afirma que «se ve á lanaturaleza hacer las cosas espontáneamente por símisma, sin que para nada intervengan los dioses,» niá la de Giordano Bruno cuando declara que la materia«no es esa simple capacidad vacía que han descrito losfilósofos, sino la rnaiire universal que ha creado cadacosa como fruto de su propio seno?» Estas cuestionesson inevitables; se aproximan á nosotros con gran ve-locidad, y no es indiferente el recibirlas con reveren-cia ó con irreverencia. Sin fingimiento alguno deboconfesar que miro hacia atrás, que atravieso el límitede la evidencia experimental, y que discierno en esamateria que en nuestra ignorancia, y á pesar del res-peto que á su creador profesamos, hemos cubierto,hasta ahora, de oprobio la aurora y la potencia de to-das las cualidades de la vida.

El materialismo que aquí enunciamos puede serdistinto de lo que se supone, y por tanto reclamo algu-nos momentos de atención al lector. «La cuestión deun mundo exterior, dice Stuart Mili, es el gran campóde batalla déla metafísica (1).» El mismo Stuart Milireduce los fenómenos exteriores á posibilidades desensación. Hemos visto que Kant hace del tiempo y delespacio formas de nuestras propias intuiciones. Des-pués de haberse probado Fichte, por la inexorable ló-gica de su entendimiento, que él mismo sólo era unanillo de esa cadena de eterna causalidad que con tantarigidez se mantiene en la naturaleza, rompe violenta-mente esta cadena, haciendo de la naturaleza y decuanto hereda una aparición de su propio espíritu (2).No es fácil combatir tales nociones. En efecto, cuandoos digo que os veo y que no tengo la menor duda deello, se me contesta, que de lo que yo estoy realmentecierto es de una impresión de mi propia retina. Si

Exammation of HamilLon,i>ty. 154.Bestimmung den Memchen.

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N.° 34 TYKDALL. LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS IDEAS CIENTÍFICAS. 541

pretendo ratificar mi vista tocándoos, se me replicaque traspaso realmente los límites del hecho, porquede lo que yo soy en realidad consciente, no es de queestéis vos allí, sino de que los nervios de mi mano hansufrido un cambio. Cuanto oimos, vemos, tocamos,gastamos y olemos, sólo es, se me dirá, una serie desencillas variaciones de nuestra propia condición queno podemos traspasar, ni aun en el grueso de un ca-bello. Pensar que toda cosa que responde á nuestrasimpresiones existe fuera de nosotros, no es un hecho,sino una deducción, y un idealista, como Berkeley, óun escéptico como Hume, le negaría toda validez.Spencer sigue otra vía. A sus ojos, como á los delhombre sin instrucción, no puede haber cuestión niduda sobre la existencia de un mundo exterior, perodifiere del hombre sin instrucción que cree que elmundo es realmente tal y como sus sentidos se lo re-presentan. Nuestros estados de conciencia son senci-llos símbolos de una entidad exterior que los producey determina el orden de su sucesión, pero cuya na-turaleza real jamás podremos conocer (t). En resu-men, todo el fenómeno de la evolución está en la ma-nifestación de un poder absolutamente capaz de in-crustarse en la inteligencia del hombre. El hombrepor sus propias investigaciones no puede descubrireste poder, lo mismo ahora que en tiempo de Job.Considerando á fondo-la cuestión, se comprueba quela vida se desarrolla por la operación de un misterioinsoluble, que las especias se han diferenciado unasde otras, y que el espíritu, desembarazado de los ele-mentos que le oprimen, puede penetrar en el incon-mensurable pasado. No es éste, como se ve, un ma-terialismo excesivo.

La fuerza de la doctrina de la evolución consiste, noen una demostración experimental, porque el asuntoapenas es accesible á este modo de prueba, sino ensu armonín general con el método manifestado hastael presente por la naturaleza. Además, obtiene, delcontraste enorme, fuerza relativa; de una parte, te-nemos una teoría, si es permitido darle este nombre,derivada, como lo eran las teorías de que he hablado

(1) En una Memoria, á la vez popular y profunda, titulada ñecenls

VrogrH déla Theorie de la Vision, Helmholtz estudia el.simbolismo de

nuestros estados de conciencia. Las impresiones de los sentidos sólo son

iignos de cosas exteriores. En est» Memoria, Helinholtz se pronuncia

enérgicamente contra la opinión de que la conciencia del espacio es in-

nata, y pone evidentemente en duda la • facultad del polluelo á recoger

los granos de trigo sin haberrecibido algunas lecciones preliminares. Sos-

liene que en este asunto, es necesario hacer aún algunas experiencias.

Estas experiencias las ha hecho después Mr. Spalding, ayudado, según

creo, en algunas de sus observaciones, por lady Amberly, excelente se-

ñora, cuya pérdida tan amargamente deploramos, y por ellas se prueba,

al parecer, de una manera decisiva, que el poiluelono neces^a ni un sólo

momento de enseñanza para aprender a estar de pié, á correr, a gober-

nar los músculos de sus ojos y á coger el alimento. Sin embargo, Hul-

mholtz lucha contra la noción de una armonía preestablecida, y no co-

nozco sus miras sobre la organización de las experiencias que hay que

hacer en ¡as razas.

al principio de este discurso, no del estudio de la na-turaleza, sino de la observación de los hombres, unateoría que convierte el poder, cuya vestidura adverti-mos en el universo visible, en artesano creado con-forme á un modelo humano y obrando por esfuerzosinterrumpidos, como vemos que. á los hombres suce-de. De otra parte estamos en presencia de una con-cepción que establece, que todo lo que advertimos al-rededor de nosotros y cuanto sentimos dentro de nos-otros, los fenómenos de la naturaleza física y los del •espíritu humano, tienen raíces imposibles de encon-trar en una vida cósmica, si así puede llamarse, quesólo presenta á la investigación del hombre una ex-tensión infinitesimal. Esta misma extensión no puedeconocerse sino en parte. Podemos seguir el des-arrollo de un sistema nervioso y poner en selacioncon él los fenómenos paralelos de la sensación y delpensamiento, distinguiendo con certidumbre absolutaque marchan concurrentemente; pero al procurarcomprender el lazo que los une, intentamos elevarnosen el vacío.

Tenemos necesidad en este punto de una palancaque no está á disposición del espíritu humano, ycomo ha dicho uno de nuestros ilustres amigos, el es-fuerzo para resolver este problema es igual al delhombre que intenta levantarse á sí mismo, cogiéndosepor su propia cintura.

Cuanto se ha dicho del asunto, debe considerarserelacionado á esta verdad fundamental. Cuando se ha-bla de sentido en estado naciente y de las variacio-nes de un tejido, al principio sensible en toda su su-perficie , variaciones asociadas á la modificación de unorganismo pqr lo que le rodea, se admite la idea deigual paralelismo, sin contacto, ó aproximándose hastael contacto. No hay fusión posible entre las dos clasesde hechos, ni energía motriz en la inteligencia delhombre, capaz de llevar el paralelismo á esta fusión,sin que-s» produzca una ruptura lógica del uno al otro.

La doctrina de la evolución hace derivar al hombreen su totalidad de la acción mutua del organismo yde lo que le rodea, efectuándose durante las innume-rables edades del pasado. Asi, pues, el entendimientohumano, esa facultad alrededor de la cual Spen-cer ha girado tan hábilmente, apoyándose en sus pro-pios antecedentes, es resultado del juego entre el or-ganismo y lo que le rodea, durante los períodos cósmi-cos del tiempo. La prescripción en verdad nunca llegóá plantear pretensión tan irresistible, y ya en este ca-mino Spencer llega á convenir en que, además delentendimiento, el hombre tiene gran número de facul-tades, cuyos derechos prescriptivos son tan fijertescomo los del entendimiento mismo. Como resultadodel juego del organismo con lo que le rodea, es porejemplo el azúcar dulce y el áloe amargo, y el olordel beleño difiere del perfume de la rosa. Semejanteshechos de percepción (para los cuales ninguna razón

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adecuada se ha dado hasta ahora) son tan antiguoscomo el entendimiento mismo, y muchas otras cosaspretenden con derecho el mismo antiguo origen.

Spencer alude en uno de sus párrafos á la más po-tente de las pasiones, la de la amatividad; la citacomo siendo, cuando se presentador primera vez, an-tecedente á toda experiencia relativa, cualquiera quesea, y afirma que podemos admitir que sus necesida-des son por lo menos tan antiguas y tan válidas como

' las del mismo entendimiento. Pero hay además otrascosas en la contesturá del hombre, tales como el sen-timiento de la veneración, del respeto, de la admira-ción; y no sólo el amor sexual, al que acabamos dealudir, sino el amor de la belleza física y moral de lanaturaleza, la poesía y el arte; hay también, ese sen-timiento profundo que desde la primera aurora de lahistoria, y probablemente durante siglos anteriores átela historia, se ha incorporado en las religiones delmundo. Los que apartados de estas religiones se de-jan guiar por la brillante luz del entendimiento, pue-den reírse de ello, pero sólo se reirán de los acciden-tes de forma, sin tocar á la base inmutable del sen-timiento religioso, en la naturaleza emocional delhombre.

El problema de los problemas, hoy dia, es dar áestesentimiento una satisfacción razonable, y, por grotes-cas que hayan sido bajo el punto de vista de la cul-tura científica, las religiones del mundo en su mayoría,por peligrosas, que digo, por destructoras de los privi-legios más caros á los hombres libres que algunas deellas hayan sido, á pesar del mal que harían aún sipudieran, es prudente y atinado reconocerlas comoforma de una fuerza, perjudicial ú se las permite in-troducirse en la región del conocimiento, para lo cualno tienen derecho; pero capaces de ser guiadas por elpensamiento liberal hacia nobles fines en la región dela emoción, que es su propia esfera. Es pura vaciedadoponerse á esta fuerza con el designio de estirparla; álo que debemos oponernos, aun á costa de la vida sinecesario fuese, es á toda tentativa de basar eneste dato elemental de la naturaleza humana un sis-tema que ejerza autoridad despótica sobre la inte-ligencia. No temo este porvenir; la ciencia lia amino-rado ya el peligro, y lo aminorará cada dia más.Veo la plácida luz de la ciencia difundiéndose en losespiritus déla juventud irlandesa, y llegando gra-dualmente al brillante resplandor del dia, dique másfuerte que las leyes de los príncipes ó la espada delos emperadores, contra toda tiranía intelectual ó es-piritual que pueda amenazar esta isla. ¿Qué hay yatemible para nosotros? Hemos dado la batalla y al-canzado la victoria, aun en la Edad Media. ¿Por quéhemos de dudar hoy de la resolución del conflicto?

Con pocas palabras se describe la posición inexpug-nable de la ciencia. Todas las teorías, todos los pla-nes, todos los sistemas religiosos que abrazan nocio-

nes de cosmogonía ó que de cualquier manera entranen su dominio, deben someterse á la fiscalización dela ciencia y abandonar toda idea de fiscalizar á laciencia. Lá opuesta línea de conducta ha sido desas-trosa en lo pasado, y hoy es sencillamente absurda.Todo sistema que quiera evitar la suerte de un orga-nismo demasiado rígido para acomodarse á lo que lerodea, debe tener una plasticidad correspondiente álo que los conocimientos crecen. Cuando esta verdadsea -completamente admitida, la rigidez desaparecerá;disminuirá el exclusivismo; se abandonarán algunascosas consideradas hoy como esenciales, y serán asi-milados algunos elementos que hoy se rechazan.

El punto esencial consiste en elevar la vida, ymientras existan el dogmatismo, el fanatismo .y laintolerancia, podrán emplearse diversos medios paraelevar la vida á más alto nivel.

Sucede á veces que la misma ciencia produce unapotencia motriz de origen ultra-científico. Whewelldice que un temperamento entusiasta es un obstáculoá la ciencia, pero se refiere al entusiasmo de las ea-bezas débiles. Hay un entusiasmo fuerte y resueltoque es para la ciencia un aliado, y á su fuego menosardiente, mejor que á la disminución de conoci-mientos1 intelectuales, debe atribuirse la no fecundi-dad de los sabios en su edad madura.

Mr. Buckle comete grave error cuando intenta apar-tar las obras intelectuales de la fuerza moral, porquesin fuerza moral quelas excite, las obras de la in-teligencia serian verdaderamente muy pobres.

Dícese que la ciencia está divorciada de la literatu-ra. Esta opinión, como muchas otras, proviene defalta de conocimientos. Véanse los escritos menostécnicos de los maestros de la ciencia, de los Hel-mhollz y de los Huxley, de los Bois-Reymond, y seadvertirá la extensión de cultura intelectual que exigen.¿Qué escritores modernos pueden citarse superioresá ellos en claridad y en vigoroso estilo literario? Laciencia no desea aislarse, sino combinar librementetodos los esfuerzos encaminados á mejorar la suertedel hombre. Con sus propias manos y sostenida, nopor exterior simpatía, sino por su fuerza interior, halogrado construir, al menos, una gran parle de ese edi-ficio con tantas habitaciones, cuya totalidad reclamael hombre. Si los groseros muros y mal afirmadospostes indican que un lado del edificio es cún incom-pleto, sólo con la sabia combinación de las parles re-queridas, uniéndolas á lo que está ya irrevocablementeconstruido, podemos alimentar la esperanza de aca-barlo. No hay inconsecuencia necesaria entre lo hechoy lo que falta por hacer. La luz moral de Sócrates noera incompatible con la física de Anaxagoras, que tantodespreciaba y que no se atrevería á despreciar hoy.Acuerdóme de uno de nosotros, cuya voz profética,ronca, pero potente, más que ninguna otra voz de estaedad, quitó hace unos treinta años 3us cadenas á la vida

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y á la nobleza que gemian latentes en las capacidadesmejor dotadas; un hombre digno de sentarse al ladodn Sócrates y del Macabeo Eleazar; de atreverse á ha-cer y á sufrir cuanto estos osaron y sufrieron, digno,como lo dice él mismo, hablando de Fichte, «de habersido el maestro del Pórtico y de haber disertado so-bre la belleza y sobre la virtud en los jardines de Aca-demus. Poseyendo capacidad para comprender losprincipios físicos que su amigo Goethe no entendía, yque una falta absoluta de ejercicio no habia podidoatrofiar, ha sido gran pérdida para el mundo que enel vigor de sus años no haya dedicado sus talentos ysus simpatías á la ciencia, haciendo'de las conclusio-nes de ésta una parle de su mensaje á ia humanidad.Estando tan maravillosamente dotado, con un corazóny un entendimiento tan exquisitos, uno como otro,hubiera podido hacer mucho enseñándonos á ponerdo acuerdo sus protensiones respectivas, para que, enlos tiempos futuros, viviesen en paz, unidos por loslazos del espíritu.

Llegamos al fin de nuestro trabajo. Con más tiempoó mayor fuerza y saber, hubiese podido exponer me-jor lo que he dicho, tratando importantísimos puntosde un modo conveniente, pero no hubiese habido nin-gún cambio material en las ideas que he enunciado.Estas ideas no son para mí resultado de la reflexiónde un dia, y el lector debe conocer lo que, con ó sin suconsentimiento, le rodea rápidamente, obligando á ha-cer ciertas co'ncesiones. Un pensamiento de Ha mielnos enseña cómo pueden terminar las turbaciones dela vida ordinaria, y es muy posible psra todos com-piar la paz intelectual al precio de la muerte intelec-tual. No fallan en el mundo refugios de este género,y también es grande el número de personas que bus-can en ellos un abrigo y procuran persuadir á otrospara que les imiten. Yo os exhorto á rechazar ese abri-go y á despreciar tan vil reposo; si os veis obligados áelegir, aceptad el choque antes que la estagnación, elfuror del torrente, en vez de la inmovilidad del pan-tano. En lo primero, suceda lo que quiera, hay vida,y por tanto esperanza; en lo segundo no hay nada.He tocado cuestiones discutibles, conduciéndoos á unterreno peligroso. Lo he hecho para decir al mundoentero que la ciencia pretende tener un derecho deinvestigación ¡limitarlo, relativamente á estas cuestio-nes. No me convendrá decir que las miras de Lucre-cio, de Giordano Bruno, de Darwin y de Spencer pue-den ser malas, pero creo seguro que se modificaránestas miras. El punto importante consiste en que, ver-

• daderas ó falsas, queremos tener el derecho de discu-tirlas. EHerreno que ellas recorren es el de la ciencia,y el derecho que reclamamos, justificado por las tribu-aciones y las angustias impuestas y sufridas en épocasmás sombrías que la nuestra, ha acabado por conse-guir las inmortales victorias ganadas por la cienciapara la raza humana. Quisiera demostrar también

el avance inexorable del entendimiento del hombreen la senda del conocimiento, y los ardientes deseosde su naturaleza llena de emociones, que la cienciajamás podrá satisfacer. El mundo abraza, no sóloun Newton, sino un Shakspeare; no sólo un Boyle,sino un Rafael; no sólo un Kant, sino un Beelho-ven; no sólo un Darwin, sino un Carlyle, y la natu-raleza no se completa en cada uno de ellos, sino entodos ellos. No son opuestos, sino suplementarios; nose excluyen, se encadenan. Y si todavía no.satisfecho,el espíritu humano, parecido al peregrino que sus-pira por su lejano hogar, quiere volverse hacia elmisterio de que ha salido y procura modelarlo unien-do el pensamiento á la fe, mientras haga tales ten-tativas, no sólo sin intolerancia y sin gazmoñería,sino reconociendo de uu modo ilustrado que es impo-sible alcanzar aquí la última exactitud de concepción,y que cada edad que se sucede debe ser libre paraarreglar el misterio conforme á sus propias necesida-des; entonces, en contra de todas las restricciones delmaterialismo, afirmaré que existe un campo para elmás noble ejarcicio de lo que, por oposición con lasfacultades inteligentes, puede llamarse las facultadescreadoras del hombre.

Abandono un tema-demasiado vasto para ser desar-rollado por mí, pero que seguirán tratando los talentosmás ilustres largo tiempo después que nosotros ha-yamos desaparecido, como los nebulosos vapores de lamañana que se funden en el azul infinito del pasado (1).

JOHN TYHDALL,De la Sociedad Real de Londres,

CURIOSIDADES DE LA METEOROLOGÍA-

^ LA LLUVIA DK CRUCES.

Un gran número de cronistas de la Edad Mediarefloren fenómenos parecidos al que constituye elobjeto de esta noticia; pero la mayor parte perte-necen al dominio de la fábula.

Nos vemos, sin embargo, obligados á admitirla autenticidad de los fenómenos extraños queacompañaron á la erupción del Vesubio de 1660.Las cruces que cayeron entonces de las regionessuperiores del firmamento, fueron, en efecto, ob-servadas científicamente por el P. Kireher, físicomuy hábil.

La erupción de 1660 no dio lugar, según pa-rece, á temblores de tierra violentos, ni á la emi-sión de grandes columnas de lava. El volcan sedescargó principalmente, como otras veces, des-pués de un silencio prolongado, por la proyección

(1) En la primera parte de este trabajo, puhlicada en el número an-

terior, so ha llamado, por error, UMoria del maquiavelismo, á la obra

de Lange, Ululada Historia Ael materialismo.

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de abundantes cenizas, lanzadas en masas consi-derables, capaces de sepultar ciudades enteras.Esto es, como se sabe, lo que se sucedió en Pom-peya, en TÍ9, cuando el Vesubio, que se creiamuerto, se despertó de un modo tan abundante.Las cenizas iban acompañadas de gases no respi-rables, ó mofetas tan intensas, que Plinio el viejoquedó sofocado, aunque se hallaba todavía á grandistancia del cráter, pues apenas se habia sepa-rado de la orilla del mar en que acababa de des-embarcar.

Las cenizas del año 1660 tuvieron de particularque llegaron á Ñapóles arrojadas por aires violen-tos. Las que cayeron en el suelo se cubrieron rá-pidamente de eflorescencias que tenian emana-ciones de la misma naturaleza que las que ha-bian sido tan funestas al naturalista romano.Todos los gases que contenian, se exhalaron; enefecto, el ambiente estaba seco, porque corríanlos primeros dias del mes de Julio.

No es, pues, sorprendente que aquellos vapo-res que se depositaban en parte en la superficiede la ceniza, hubiesen dejado caer cristales sobretodos los objetos, en medio de los cuales se pro-yectaban las cenizas. El P. Kircher ha dejadouna serie de figuras destinadas á probar que lascruces no tienen nada de constante en sus di-mensiones, ni aun en su forma. "Varias de estascruces tienen más de dos brazos, y algunas tie-nen hasta cinco ó seis.

Estas señales nos demuestran que esas figuraseran producidas por una aglomeración irregularde cristales, procedentes del depósito rápido deuna sa.1 cristalizante en pequeños prismas, y enla cual se puede reconocer el clorhidrato de amo-niaco. Los dibujos del P. Kircher, por muy ordi-narios que sean, parecen indicar la forma particu-lar de esa sal, cuya producción es tan natural encircunstancias parecidas á las que describimos.

En efecto, las cenizas pueden estar saturadaspor los torrentes de ácido clorhídrico que pro-duce la erupción, y este ácido debe encontrar enel aire los compuestos amoniacales necesarios ála formación de agujas cristalizadas, cuya apari-ción sorprendió de tal manera á las poblacionesen que se produjeron.

Una de las circunstancias que contribuyeron áextender en Ñapóles una especie de terror, eraque las cruces parecía que se adherían con pre-ferencia á los vestidos de los hombres y las mu-jeres, como lo revela una sencilla figura que hayen la obra de Lycosthenes sobre estos prodigios.Pero el P. Kircher no ha tenido gran trabajo paracontestar á esta objeción. En efecto, las cruceseran de color gris, lo cual hacia que se las vieracon dificultad cuando caían en los suelos y pare-

des. Parecían tanto más numerosas, cuanto losobjetos se prestaban mejor á ponerlas en relieve.

No sabemos si será posible reproducir directa-mente en un laboratorio la formación de peque-ños cristales análogos á los que nos describe elP. Kircher. Pero esta prueba no debe ser consi-derada como necesaria. En efecto, nadie se niegaá creer que los copos de nieve son producidos porla congelación del agua, aunque no se puedanproducir en los laboratorios las formas extrañasque excitan siempre la sorpresa de los físicos.

El P. Kircher ha hecho observar igualmenteque las cruces no duraban todas el mismo tiempo,y que algunas parecían disolverse en el aire hú-medo, lo cual es fácil de comprender, pues su for-mación habia sido ayudada por la gran sequedaddel aire, puesto que la erupción habia tenido lu-gar en la canícula. Algunas dejaban sobre losvestidos manchas permanentes, como si estuvie-ran impregnadas de un líquido ácido.

W . DE FONVIELLE.(La Nature.)

LA MUJER PROPIA.L E Y E N D A D R A M Á T I C A D E L S I G L O X V I .

(Continuación.) *

PARTE TERCERA.LA CÁRCEL.

Habitación de paso en la prisión de Antonio Pérez.Puerta al foro, por la que se ve una galería, yotras dos á los lados: la de la derecha es del pa-sillo que va al cuarto de Pérez; la de la izquierdacomunica con las habitaciones interiores. Mesa ála izquierda con recado de escribir; junto a ellaun ancho sillón de baqueta.

ESCENA PRIMERA.VA.ZQUEZ entra por el fondo seguido de LEÓNLOBO; éste trae una lámpara, que deja luego sobre

la mesa.

VÁZQUEZ.

Venid digo.LEÓN.

Caballero,si no os bajáis el embozo,¡vive Dios, que soy capaz...

VÁZQUEZ.

Serénese, y hable un pocomás humilde el buen... ¿Cuál eavuestro nombre?

• Véanse los números 20, 21, 25, 24, 26, 27, 29, 51, 32 y 53, pá-ginus 54,84,154, 181, S¡39, 287,350, 414, 449 y 476.

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N.° 34 CARLOS COELI.O. LA MUJER PROPIA. 515

LEÓN.¡Hum!...—León Lobo.

VÁZQUEZ.

León Lobo... Si correspondenlos hechos al mote...

LEÓN.

iCóraomote? Nombre de bautismoy confirmación.

VÁZQUEZ.

¡Demonio!Bravo el obispo seriaque te pegó el soplamocos.

LEÓN.

¿Y cuál es el vuestro?VÁZQUEZ.

| Quítesela desvergüenza y el gorroel villano... ante el ministrode su Rey! *

(Se desemboza y deja ver en »u pecho la cruz (le S.intiago.)Caiga de hinojos

y pida perdón..." LEÓN.

(Con k voz más dulce, sobrecogido y coníuso.)Descúbrome...

y digo que soy un porro...y juro...

VÁZQUEZ.(Sentándose en el sillón.) B a s t a . (VeamOSsi es lo que parece el mozo;si puedo dejar seguroy tranquilo al buen Antoniocon su carcelero actual.)Amigo...

LEÓN.

(Acercándose con recelo.) ( A n l i g O ? * . . . )

VÁZQUEZ.

Ese rostro,esa mirada, esa voz,cuanto en vos descubro y noto...

LEOX.¡ Q u é ? . . . (Alarmado.)

VÁZQUEZ.

Dice que vuestros presostienen por guardián un monstruo...

LEÓN.(Con sencillez.)

¡Ca! No, señor. Yono soylo que parezco. Yo odioel rigor, y odio mi oficio;y en cuanto vois me deis otro,lo dejo.

* VÁZQUEZ.

(¿Finge ó...) ¡Si al punto...LEÓN.

Al punto, señor!

VÁZQUEZ.No logro

S a b e r q u i é n S O i s . . . (Mirándole «jámenle.)

LEÓN.

(Con aturdimiento é ingenuidad.) Y o U&CÍ

el once de Abril de...VÁZQUEZ.

(Levantándose impacientado.) ¡ V OtO

á...LEÓN.

Dia de San León.Mi padrino, que era un topo,no quiso hacerle un desaire...y por eso soy León Lobot¡Nombre espantable! calumnia,ruin, perenne bochorno,trasunto, extracto; compendiodel juicio ^contradictorioque entablan en la existenciade este desdichado prójimorealidades y aparienciashechos palpables y cómputos.Nací fuerte como un roble,fresco, colorado y gordoy al llegar á hacer pinitosme despampané el omóplatoy quedé en disposiciónde que me hilaran al torno.Desde mis primeros años.era yo el niño de coromás hábil, él ayudanteá misa más oficiosoque se hallaba en el concejoy diez leguas en redondo;y cuando me sonreíaun porvenir de canónigo,mi paítre me hizo trocaren arcabuz el hisopo,los maitines en dianasy en mandobles los responsos.Fui á la guerra y no corrí,y por eso no me corro,y por eso me zurraronturcos, flamencos y moros.Vine á la corte en demandade un empleo y no hubo modode que me diese una audienciael altivo Don AntonioPérez, á quien hoy la suertepone bajo mis cerrojos.Metióme aquí vuestro hermano:no era yo el más á propósitopara él cargo y lo toménaciendo esfuerzos heroicos.Déjeme crecer las barbas,hablé grueso, miré fosco

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é hice por ser insensibleá los males de mis prójimos;pues en romances é historias,desde tiempos muy remotos,los miseros carcelerosno son hombres, que son ogros,y yo, señor, soy asíporque... ó somos ó no somos.Y, la verdad, yo me tengocogido miedo á mí propio,y temo quedarme á solasconmigo, y si busco en otroagradable compañíase asusta y me deja solo.Y mi mujer me halla feoy me hace andar con cien ojos,y cuando lloran mis hijosno se llama nunca al coco,pues con decirles: «¡Que vienepadre!» se han callado todos.Trocadme, señor el cargo,yo á vuestras plantas lo imploro,y den fin mis desventuras,que finis coronal opus.

VÁZQUEZ.

¿Queréis dejar el empleo...LEÓN.

[Ah, señor!...VÁZQUEZ.

Pues... será pronto.

" ESCENA II.DICHOS y EL REY por el fondo,

LEÓN.

[ O h ! . . . (Yendo á besar la mano á Vázquez.)

REY.

¿Vázquez?...VÁZQUEZ.

(El Rey.) Salid!(A León Lobo, que se va por la derecha.)

Señor! ¿Aquí...REY.

¿Os causa asombroverme en tal sitio? Por qué?Pasan los dias. AntonioPérez va á declarar hoyen el proceso que formoal matador de Escobedo... (Sombrío)El no lo dice y yo ignorodónde para cierta ordenque pudiera ser su apoyo...jy mi deshonra!

VÁZQUEZ.

En hallarlamis cinco sentidos pongo,pero...

KEY.Y yo os quisiera menos

solícito... y más dichoso.Él la tiene y yo la busco:á él debo acudir; sonrojomás ó menos, ni yo mismoentre mis males lo noto.¿Habéis visto á Doña Juanahoy?

VÁZQUEZ.

Todos los dias... comoVuestra Majestad desea.

REY.

¿Siguetan fiel á su esposo...VÁZQUEZ.

¡Siempre, señor!REY.

¿Ha entregadotodos los papeles...

VÁZQUEZ.

Todos...—Ella es fiel al Rey también!

REY.

Temo que los más preciososhayan quedado con ella.

VÁZQUEZ.

No!REY.

Y si de ello me cercioro,[vive Dios que ese modelode esposas...

VÁZQUEZ.

(Tiemblo y zozobroá mi pesar.)

REY.

Que ej. Rey mismoadmira desde su trono,va á venir á acompañará su amantísimo esposo.

VÁZQUEZ.

(Con calor i interés.)

¡Señor'... Ella... Ella no puedever lo mismo que nosotros...Por más que el crimen la causerepugnancia... su decoro...y hasta el nombre de sus hijos...Mi opinión...

REY.

Ehl Yo no formomi opinión con las ajenas:tengo la mia... y la impongol—Llamad á Pérez.

V Á Z Q U E Z . •'

(Privanza,¡qué esqui lmada te reCOJo!... (Entra por la derecha.)

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N.° 34 CARLOS COELLO. LA MUJER PROPIA. 517

ESCENA III.EL REY.

Bien esta triste mansióncuadra á mi presente estado:el Rey en una prisión,iy en el pecho aprisionadoy roto su corazonlPequeño castigo a fede su culpa. Porque él fuequien tuvo la culpa: si!—á un hermano lo negué/y á un extraño se lo abrí.El uno aun puede en mi carahacer gala de su rarafortuna y de su osadía:el otro... |Dioslo separade quien no lo merecía!Don Juan... ¿qué mejor asientoque la tumba?... ¿qué hay que llenemejor al más avariento?¿Dónde estás, contentamiento?¿Quién te encuentra? ¿Quién te tiene?Lo que se debe entender,fortuna, de tu caudal,es que, siendo temporal,no puedes satisfaceral alma, que es inmortal.Tú me diste y me vas dandohonra y gloria y reino y mando,y... es tan poco cuanto dasque digo de cuando en cuando:«contentamiento, ¿dó estás?¿Estás entre los favores .de este mundo y sus floreos?¿En el fia de sus deseos?...¿En sus riquezas y amores?...¿En .victorias y trofeos?...»¡Ah! si los votos reúno,todos declaran que no;y entienda el vulgo importuno,pues que no te tengo yo,I que no te tiene ninguno!

ESCENA IV.EL REY y PÉREZ por la derecha. VÁZQUEZ sale

. detrás de él y se retira por el fondo.

PÉREZ.

¡El Rey! (En la puerta.)REY.

Ante él Rey estáis,no imaginéis que soñáis:yo sé que no estáis dormido.Oidle atento, que ha venidoel Rey ¡á que vos le oigáis!

PÉREZ.

Señor!...(Adelantándose con respeto y temor y yendo después á hincar una rodi-

lla en tierra.)

REY.

No hay señor aquíni vasal lo . . . ¡Alzaos! (Levantándole por un bmo.)

PÉREZ.

(Sonrojado.) ( O h ! . . . )

UEY.

]Que me humilla ver asíá quien me ha engañado... ¡á mí!y a quien necesito... |yo!Vuestra maldad es inmensay no hallo á vuestra maldadun castigo: renunciadpor inútil la defensa,que yo os doy la libertad.

PÉREZ.

¿La libertadl (Dudoso.)REY.

Del destierro.PÉREZ.

Ah!...REY.

Creo que en este asuntoesperar más fuera yerro.Conque, dad la orden... y al puntolibre saldréis del encierro.

PÉREZ.

¿Poaible.es que el Rey me désu perdón?

REY.

A él le interesatener la orden.

PÉREZ.

Pues dirédónde ?stá... al poner el piéen la raya aragonesa.

REY.

|De mi palabra realdudas, villano? ¡Oh baldón!

PÉREZ.

Señor, esta vida es tal,que un poco de precaución ten nadie parece mal.

REY.

¿Y no ves que si me llevala cólera hasta arrancarteviolentamente esa pruebaque nos une y que te elevasobre mí...

PÉREZ.

La tengo en partesegura. Un leal amigola guarda en su noble pecho.

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REY.

¡Es que hoy...PÉREZ.

Si hoy á mi juez digola verdad, á poco trechodel juez estará el testigo.

REY.

Mirad con calma que el bancopuede trasformarse en potro!

PÉREZ.

Mi amigo, señor, no es manco,y ha de mostrarse tan francoen un caso como en otro.

REY.

| E h I . . . (Con exlrafiez».)

PÉREZ.

(vivamenu..) Regís t renme!REY.

No.PÉREZ.

SilREY.

Nunca tan necio os creí:ya sé que la orden con vosno tenéis.

PÉREZ.

(¡Pues, vive Dios,por eso la t engo aquí!) (Señalando A pecho.)

ESCENA V.DICHOS y VÁZQUEZ por la izquierda.

VÁZQUEZ.

Señor, ahí está mi hermano <AI Rey.)Rodrigo.

REY.

¿Y el escribanoreal?

VÁZQUEZ.

Llegó hace un momento.REY.

Voy...(Da un paso y vuelve diciendo de modo que le oiga Per«z, el cual se

,, estremece^

Decid ámaese Adrianoque tenga listo el tormento.

VÁZQUEZ.

Ya hace rato que está listo.- REY.

B i e n ! (Se va por la izquierda.)

ESCENA- VI.VÁZQUEZ y PÉREZ.

VÁZQUEZ.

Se t r a t a por lo visto (Ent» dientes.)de que cante... Tendrá chistela letra...

PÉREZ.

(Volviendo la cabeza y mirándole con altivo desdéa.) *

Eli?...VÁZQUEZ.

Que me csutristoal encontraros tan triste. •Ante cuadro tan funestose ablanda el odio feroz...

PÉREZ.

|La desgracia...VÁZQUEZ.

Por supuesto:levanta.

P É R E Z .

(Volviendo la espalda á Vázquez y sentándose.)

Y levanta á un puesto .donde... ni oigo vuestra voz.

VÁZQUEZ.

(Con feroz ironta. Pérez permanece inmóvil y ungiendo no oírle.)

Bien... pero alzad la cabeza,como la alzabais el diaque empezó vuestra grandeza.¿Cuando la desgracia empiezaperdéis la sabiduría?¿Qué jugáis aquí? El pellejo;nada más: ¿y estáis perplejoen caso tan poco grave?Bien dicen que menos sabeel potro que el asno viejo.Vos bebisteis vuestra cienciaen los libros, ancha fuentede agua estancada... Inocente!Yo la bebí en la experienciamanantial fresco y corriente.Fue el maestro de mi vidael mundo, que enseña cruelá golpes que abren herida;

por eso no se olvidao que se aprende con él.

Aún me tiene en su tutela,y aún de todo me recelo,y un recelo me desvela...Pero, bah! al fin me consuelocontemplándoos en la escuela!

• ESCENA VII. 'PÉREZ, en seguida LA PRINCESA par el fondo;

trae manto y se descubre al entrar en escena.

PBREZ.

Tormento el soberano, el falso amigaburla cruel... ¿No hay otra después de esamerecida lección?

PRINCESA.

P é r e z ! (Saliendo y descuhtiéndoM.)

PÉREZ.

¡Princeaal

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N.° 34 CÁRf.OS COELLO. LA MUJER PROPIA. 519

¡Vos aquí!PRINCESA.

¿No consigo 'causaros más placer que la sorpresacon mi visita? Bien! (Quejosa.)

• PEREZ.

¡En el momentode mi prisión, señora...

PRINCESA.(Con caima.) Yo debiahaber mostrado pena y desaliento,complicidad con vos... con el intentode afirmar vuestra pérdida y la mia.

PEREZ.(Después de un momento de vacilación.)

¿Es verdad...PRINCESA .

¿Qué?PÉREZ.

¿Es verdad... que hay almas fielesá la desgracia?

PRINCESA.

¿No?PÉREZ.

Perdón, señora!PRINCESA.

Hoy vengo á veros porque sé que ahoraintenta la justiciabuscar en vuestra casa los papelesque teme que le oculte la maliciade Doña Juana, siempre cautelosa.

PÉREZ.

¿Pensáis vos1 que mi esposaunida está...

PRINCESA.

¿Con vuestros enemigos?Los cielos son testigosde que la juzgo noble y fiel y honrada.

PÉREZ.

¡Honrada!...PRINCESA.

Si: os lo puedoasegurar. Llamadaá declarar ayer sobre un billeteque halló, no sé si Vázquez ó un corchete,en el. pecho del mísero Escobedo,yo declaré y declaro que es el inismoque le escribió llamándole á la cortepara que presenciarasu profesión.

PÉREZ.¿Y vos... (Vos... ¡Oh!A. Me abismo

en mil dudas!...PRINCESA.

¿Dudáis que lo que importea la honra ajena, de mi bien avara,

confiese al mundo porque á vos os ame?¿Infame me juzgáis?...

PÉREZ.No os juzgo infame.

PRINCESA.No lo soy.

PEREZ.

No lo sois!PRINCESA.

(pausa.) Pues. . . es precisoque, con una señal por solo aviso,me entregue los papeles Doña Juanaque tiene en su poder. No es oportunodescuidarse. En mi casa de Pastranaseguros estarán; quemaré algunoque os comprometa... Y-esto á la ventura^deberé tras de angustias tan crueles:pagaros mal con bien.

PÉREZ.

|Noble criatura 1PRINCESA.

Noble... ¿Por qué?—Decidme... Lo impor-tante.. .

PÉREZ.

Está todo escondido en los armariosde la cámara azul.

PRINCESA.

Bien.PÉREZ.

Allí hay varioslegajos que es preciso que al instantese quemen... Uno de ellos sobre todome pudiera causar...

PRINCESA.

Yo necesito • *que me indiquéis de descubrirle modo...

>„•» PÉREZ.

Veréis en una tabla un cofrecito...PRINCESA.

¿El que yo os regalé? (con viveza.)PÉREZ.

Sí; donde guardolos billetes que vos me habéis escrito.

PRINCESA.¡Mis cartas!...

(Con alegría, echándose el manto y disponiéndose á salir.)

PÉREZ.

J u n t o á é l . . . (Deteniéndola.)

PRINCESA.

|No, no retardomásl... i Adiós!

PÉREZ.(Siguiéndola.) Aguardad...

PRINCESA.Voy diligente...

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PÉREZ.

Sabed...PRINCESA.

(Saliendo, con intención, y dirigiendo á Pérez una sarcáslica sonrisa.)No... ¡Si ya sé lo suficientel

ESCENA VIII.

PÉREZ; en seguida LEÓN LOBO , por la derecha;va a atravesar la escena en el momento en que Pcrezse arroja en el sillón con desaliento. El carcelero

trae una jarra en '

PÉREZ.

iTomé por caridad el egoísmo!¡Pobre de mí!

LEÓN.

(Si salgo de esta casano voy á conocerme ni yo mismo.)

PÉREZ.

¡Necio de mí!.LEÓN.

¿Quién es?... |Ah!(Reconociendo 4 Pérez y acercándose a él.) ¿ Q u é l e p a s a ? . . .

¿Duerme, habla solo ó llora?PÉREZ.

¡Ay! la sed me devora...V o y . . . LeOn a m i g O . . . (Reparando en él.)

LEÓN.

jjum! (Si algo se fraguacontra mi gravedad, todo se estrellaen mi rigor.)

PÉREZ.(Mirando el jarro con ojos codiciosos y yendo á cogerlo.)

¿Me dais un poco de agua?...LEÓN.

T e n d r é i s S e d . . . (Apartando suavemente el jarro.)

PÉREZ.

¡Mucha, sí!...LEÓN.

[COBVOI bronca.) Pues id por ella.PÉREZ.

(Insolente, .villano!LEÓN.

El villano insolentepretendió un tiempo del ministro en vano,y hoy el ministro es ya su pretendiente.

PÉREZ.

¿Tú!...LEÓN.

(En tono sentencioso.)Haced bien sin temor de que se pierda,

que el ruínenlos infiernos se chamusca;el bien se topa donde no se acuerda,y el mal se encuentra apenas se le busca.

(Sale pausadamente por la izquierda.)PÉREZ.

¿Qué faltaba á tus ansias, miserable?...¡El desprecio del ser más despreciable!

ESCENA IX.JEREZ.

Vuelva en sí el alma adormida;de sus pasadas memoriasse despierte,contemplando doloridaen lo que paran las gloriasde la suerte!¡Para esto, inquieta fortuna,con tus esperanzas subesnuestro vuelohasta el sol y hasta la luna;para echarnos de las nubeshasta el suelo!Pueblo que al mirar ayercómo de la nada hicemi grandeza,envidiabas mi poder...¡ven acá, y-mira, y bendicetu pobreza!Pueblo que ayer me aplaudíascuando encadenado estabasá mi yug'o,tu desgracia merecías:sí, puesto que soportabastu verdugo!Hoy que ruedo de la cumbre,por mí la estrechez padecesque padezcopor tí; que este ejemplo alumbrenuestra razón; me mereces:te merezco. •I Ahí no fue el mérito, no,lo que, colmando mi anhelo,me alzó arriba...La suerte me levantóy la justicia del cielome derriba.Alzase firme en la sierrael roble contra aquilonesdesatados,y á un soplo vienen á tierralos ruinosos paredones,desplomados.No acuse al amigo infielmi cólera, ni á la envidiami egoísmo;¿qué enemigo más crueltiene uno y de más perfidiaque uno mismo?Yo nada sentía... Nadal...De Dios la mano secretaviene y vacomo la mano callada

I del reloj... parece quieta...

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iN." 34 CAHLOS COELLO. LA MUJER PROPIA. 521

llega... ¡y da!Comencemos á aprender,á ver. Mas ¿qué luz adviertepor la tierra •nuestra vista? Cuando á verva la del cielo, ¡la muertenos la cierra!La muerte... Ya el alma avarala espera porque mitiguesu pesar.En la muerte todo para...Sí... para... y descansa... y siguesin parar.— ¡Juana, hijos!... No hallaron ecoa q u í . . • (Llevándose las manos al corazón.)

Yo les di congojaspor amores...Tronco carcomido y seco,él mismo suelta sus hojasy sus flores.Sufro y no lloro... |Ah, señor:ya ha adivinado tu infiernomi penar...¡Ayl |En él será el mayorsufrir un dolor eternosin llorar!

ESCENA X.PRREZ.e» seguida DOÑA JUANA por el fondo.

DOÑA JUANA.

¡Antonio!. . . (Dentro.)PEKEZ.

(Aliando la cabeza ) ¿Es i l u s i ó n d e HUS Sen t i dos? . . .DOÑA JUANA.

¡Al l tOnio! . . . (Más cerca.)PÉREZ.

¡No! Es su voz... ¡Juana!(Viéndola aparecer en la puerta y retrocediendo á medida que ella

avanza.

DOÑA JUANA.

(Deteniéndose con queja y carlBo.) T u e s p O S a

¿no merece más placida acogidahoy que dudar no puedes de su honra?Di!

PÉREZ.(Para st y esquivando las miradas de Juana.)

(Si cuantos están de mi quejososolvidan mi dolor ó de él se mofan,¿qué hará conmigo esta mujer?...

DOÑA JUANA.

| Antonio!...PÉREZ.

[Juana! . . . ¿A qué Vienes?... (Con vos destemplada.)DOÑA JUANA.

Vengo...TOMO II .

PÉREZ.

¿Quién se gozaen la desgracia ajena?... ¡Vete... vete!Déjame acá con mi couciencia á solas,que ella de tí me venga... |y de mí mismo!

DOÑA JUANA.

Conque... ¿hoy también tu corazón me ar-roja

de su lado?...PÉREZ.

¿Qué dices!...DOÑA JUANA.

¡Hoy que ^engoá recoger la parte que me tocade tu desgracia...

1EREZ.

Mas...DOÑA JUANA.

¡Parte que es mia,que me he ganado yo: qué tú me robassi me. la niegas.

PÉREZ.

Pero...DOÑA JUANA.

¡El egoístapensaba para sí guardarla toda!

(Alirazando ó Pérez.)

PÉREZ.

; Juana! ¿Tú vienes...DOÑA JUANA. .

A vivir contigo.PÉREZ.

¡En mi prisionlDOÑA JUANA.

La casa no es muy cómoda...(Mirando en torno de sí.)

¡Lo siento... por los dos! En fin, ¡paciencia!PÉREZ.

¿Tú encerrada conmigo?DOÑA JUAtA.

¿Qué te asombra?;..El hombre y la mujer cuando se casanes para vivir juntos. ¿Pudo en otraépoca separarnos la alegaría?No pudo, y la desgracia que eslabonay une las almas con amigo llanto,¡por una eternidad nos junta ahora!

PÉREZ.

( ¡ O h ! . . . ) (Bajándola cabeza avergonzado.)

DOÑA JUANA.(Mirándole lijamente: comprendiendo lo que pasa* por él y con marcada

intención.)

No te aflijas... Nuestros hijos quedan,seguros...

(Pérez se aparta sollozando de Juana, que le sigue y detiene.)

¡Sí... Bajo la fiel custodia34

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de la mujer de Gil, que con los suyoslos llevará á Aragón... Aquella atmósfera...y la vida del campo, á sus mejillasvolverán los colores de la rosay los harán más bellos... ¡aun más bellos!.Piensa en esto y repara cuanto importatener fuerza y valor... A eso he venido,á eso tan sólo... Si tu fe zozobraen el rudo combate que sostiene,la mia ni se rompe ni se doblapor nada,., jno, por nada; te lo juro!Pensando en mi Gonzalo, en tu Gregoriaque nos esperan, ¿decaerá el aliento? •Nuestros bienes se van... y luego tornan...que son gente extranjera y que se pierdede la vida en la senda tortuosa.Sigue á la risa el llanto como sigueal dia, ingrata y fiel, la noche lóbrega:tras de la luz, las fúnebres tinieblas...tras las tinieblas... [la esplendente aurora!

PÉREZ.

¡No!... Sino me convenzo!... Todos... todosme dejan y me insultan... |Y tú sola•vienes á consolarme!... A ver... Explícametú por qué es esto... Dime...

DOÑA JUANA.• ¿No es la cosa

más natural? Recuerda quién son ellos:quién soy yo. Son la turba que envidiosay avarienta ala vez, en tu fortunarondó tus pasos... como el perro rondala mesa del festín. Ve los manjares,no los puede alcanzar... Quiere los sobras.¿Caes? ¿No han de alegrarse? Tú lastimassus esperanzas si las tuyas logras,y ellos encuentran el ansiado triunfoaonde tú encuentras la mortal derrota.¿Y yo, quién soy?

PÉREZ.

¡Un angelí (Una santa!¡ U n a m á r t í r l (Mirándola con veneración.)

DOÑA JUANA.(Con sencillez.) Yo soy la mujer propia,unida á tí por los sagrados lazosdel amor y el deber; lazos que formael corazón y que la Iglesia anuda;el mundo los respeta; Dios los corta.Si mi alma es una parte de tu alma,reiré si ries, lloraré si lloras,que sentir el mal propio no es hazañaque merezca sorpresa ni lisonjas...á lo sumo es flaqueza disculpable...—Pero... ya basta... Hablemos de otra cosa.

PÉREZ.

¡Dios mío!... ¿Porqué al hombre que ha ne-(gado

la virtud, se la muestras? ¡No conozcanunca lo que negó! ¿qué más castigo?¡Mira! ¡Lágrimas! ¿Ves... ves cómo brotande 'mis ojos á mares? Desde niñosospecho que no he vuelto á verter otras.

DOÑA JUANA.

[Ellas te purifican, te engrandecen!(Rodeándole el cuello con los bracos.)

P É R E Z .

¡ A l a s e s i n o ! (Separándola con horror.)

DOÑA JUANA.

¡Calla!... ¡Dios perdona!PÉREZ.

¡Yo nó!DOÑA JUANA.

Los celos tu razón cegaron.¡Sí!.

PEH.EZ.

¡Si yo mismo confesé á mi esposaque no la amaba!

DOÑA JUANA.

Y yo pensé no amartemil veces... Y lo dije!... Si esta tonta

(Señalando primero la cabeza y luego el corazón.)

no sabe... Como está tan lejos de éste,habla de él... ¡pero siempre se equivoca!

PÉREZ.

Yo he querido arrojarte de mi lado.DOÑA JUANA.

Pues, ¿qué apostamos á que no me arrojas?PÉREZ.

¡Vete!• D O S A JUANA .

Por vanidad he de quedarme.PÉREZ.

Y déjame morir!DOÑA JUANA.¿Morir!

PÉREZ.

• S i .

DOÑA JUANA.

Oiga!—Antonio, en las ligeras desventuras,puede pasar esa flaqueza, impropiade nuestra situación: el alma debecrecer con el dolor; ser su señora!

PÉREZ.

Oh! Acaba de entenderlo! Es queme humillatu bondad: que me viene á la memoriael cuadro diferente que presentanmi vil conducta y tu conducta heroica.Yo te arranqué del venturoso claustro:¡tú en esta infame cárcel te aprisionasconmigo... y así acabas una vidade espantosos martirios!

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N.° 34 CORRESPONDENCIA DE BELLAS ARTES. 5 2 3

DOÑA JUANA.

Y de glorias!PÉREZ.

También de glorias!DOSA JUANA.

Pues ¿á quién las debo?PÉREZ.

A mí, es verdad!DOÑA JUANA.

(Arrepentida: asustada délo que ha dicho.)

No!PÉREZ.

Sí: yo soy lasombraque destaca tu luz: este es mi orgullo,y mi última ambición con él se forja.

DOÑA JUANA.

Otra hay mejor 1PÉREZ.

¿Cuál es?DOÑA JUANA.

La de ser buenoPÉREZ.

Ay!DOÑA JUANA.

Tu humilde ambición estaba todapuesta en la tierra: ¿la ambiciou del cielo,'uo es más pura, y más grande y más hermosa'

PÉREZ.(Con amargura y después de un momento.)

Acaso por lo nueva me seduce!DOÑA JUANA.

¡Cuántos por ignorancia no la logran![Cuántos no son virtuosos en la tierraporque el sabor de la virtud ignoran!Antonio, el que la gusta, de tal modoá sus fáciles goces se aficiona,que en la noble virtud se envicia el bueno.

PÉREZ.

¿Me hará pecar tan dura pecadora?—Selle un abrazo el pacto! (Con efusión.)

DOÑA JUANA.

Y que la muerteimagine romperlo... y no lo rompa!

(Se abracan y permanecen asi un momento.)

ESCENA XI.BICHOS y LEÓN LOBO, por la izquierda. Al ver áJuana y á Antonio abrazados, lanza una exclama-

ción de sorpresa: luego se repone y avanza.

Eh!...LEÓN.

DOÑA JUANA.

(Volviéndose asustada.)

PÉREZ.

La realidad.LEÓN.

(A Ya está, reunido

el tribunal: venios por si os tocael turno pronto.

DONA JUANA.

vApa«eá Leo»). (El tribunal! ¿Qué intentan?LEÓN.

Que declare.(Con voz más suave: contemplando respetuosamenteáDolía Juana.)

DOÑA JUANA.

Ah!...Nomás?... Decid...LEÓN. •

(Soikito.) ¿Señora . . .DOÑA JUANA.

¿Qué pensáis vos... Saldrá mi esposo libre?...LEÓN.

Yo pienso que le sueltan...DOÑA JUANA.

¿Si!...-LEÓN.

(O le ahorcan.)DOÑA JUANA.

¿Vos sabéis...LEÓN.

Todo.DOÑA JUANA

Hablad.LEÓN.

No.DONA JUANA.

Sed humano...Sed blando...

LEÓN.

¿Blando yo? Yo soy de roca.)(Recobrando su aspecto habitual.)

CARLOS COELLO.

(Concluirá.)

CORRESPONDENCIA DE BELLAS ARTES.

LA. villeggiatiira ARTÍSTICA.—RIBERA , PERALTA YVILLEGAS.

Rocía 25 de Setiembre de 1874.

Sr. Director de la REVISTA EUROPEA.Como el bello clima de Italia no lo es mucho

en los meses de estío, sobre todo en la CiudadEterna, donde c\calor es intolerable y el aire mal-sano, la mayor parte de nuestra colonia artística,huyendo de estas dos molestias, anda dispersaj>or diferentes puntos de esta península; unos,como Villegas, Heras y Campo, están en Venecia,donde pasa también el verano Martin Rico, el no-table paisista establecido en Paris; otros, comoFortuny, Valles, Ferrandiz, Agrasot y Tapiro,están en Ñapóles, y algunos en pueblecitos inme-diatos á Roma, como Albano, La Ricia, Portod'Anzio, etc., pueblecitos deliciosos, situados enalturas, desde las que se descubren pintorescospanoramas.

Nuestros artistas, que saben reunir el utiledulcí del poeta, eu estas expediciones veraniegas,

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ó villeggiatura, como aquí se dice, no solamentegozan de las frescas brisas del mar, ó del perfu-mado ambiente de las montañas, sino que acopianconsiderable cantidad de estudios que se con-vierten después en cuadros, ó al menos sirvencomo detalles en algunos, aprovechando así eltiempo que pasan fuera de su habitual residencia.

Es cosa curiosa ver el descanso de estos jóve-nes que pasan el invierno entre el estudio y la 'academia, trabajando sin cesar y disgustándoseprofundamente si la falta de luz en un dia nu-blado leS sujeta á forzosa ociosidad. Cualquieracreería que después de ocho ó nueve meses deincesante trabajo, desearían descansar algúntiempo, sobre todo cuando tan generalizada estáaún la idea de que los artistas no son grandementelaboriosos, y cuando todo el mundo comprendeque los trabajos en que hay incesante lucha, con-tinuas dificultades; en que no basta la práctica;en que es necesario pensar, discurrir, estudiar;en que hay que borrar hoy lo que ayer se hizo, ytal vez mañana habrá que repetir lo que ayer seborró; en una palabra, los trabajos que exigenatención continuada, en que la mano ha de obe-decer exactamente á la vista, y la vista á su vezha de obedecer exactamente al pensamiento, de-ben ser por necesidad sumamente fatigosos. Puesbien, el descanso de estos jóvenes que así pasanlos largos meses del invierno es... hacer lo mismoen el verano.

Gracioso es verles salir de Roma á pasar la tem-porada veraniega. El equipaje lo forman princi-palmente las cajas de colores, la silía de campo,*mazos de pinceles, lienzos, tablas, caballetes; y alver la cantidad en que llevan estos objetos, más deuno creeria que son los preparativos del ocioso eldia en que se cree con deseos de trabajar, que todole parece poco para dar expansión á la actividadde que se siente poseido, y después, todo quedaen preparativos. Alguien lo creeria así, y se en-gañaría quien lo creyese, porque aquellas ta-blas, aquellos lienzos, vuelven á Roma á fines deOctubre, convertidos en estudios más ó menosacabados, en fondos, en paisajes ó en copia dedetalles de tal ó cuál monumento notable. Y es dever cuando al regresar un artista, visitan los de-más su estudio, la premura con que le pregun-tan: «¿Qué has traido?» y desgraciado de él si losestudios que muestra n,o atestiguan su laborio-sidad, porque no le escasean las censuras y lasbromas agri-dulces.

Así viven nuestros pintores en Italia; nada tlevida bohemia, nada de holganza, nada de inútilespasatiempos; alguna noche de teatro es su únicadiversión Quizá haya quien crea que exagero, yla verdad es que es muy poco lo gue digo, porqueno todo puede decirse; jóvenes artistas hay cuyavida es una lucha que espanta, pero no desmayan,y con Semblante risueño y corazón confiado, si-,guen adelante por el difícil sendero que recorren,en el que algunos encuentran la gloria y el bien-estar material, pero en el que la mayor parte sólohallan privaciones, disgustos, fatigas, y rara vezla recompensa de sus constantes trabajos. ¡Quéfe tan grande necesita un joven para no desmayaren el camino del arte! Después de algunos a;ñosde estudio, piensa un cuadro; lo pinta, luchandocon mil dificultades; á veces se sujeta á penosasprivaciones; vive mal, se alimenta pedr; toda suactividad, todo su pensamiento, su existencia

entera, está reconcentrada en aquel lienzo, dondetiene todas sus ilusiones de joven, donde ve suporvenir de artista; y cuando el lienzo está pinta-do, cuando aquel trozo de tela representa largosmeses d3 desvelos y trabajos, en la exposiciónpasa inadvertido; el negociante lo ve, hace unaobservación, algunas veces estúpida, y no lo com-pra; ó el crítico le da el golpe de gracia con unaburlona sonrisa ó un chiste despiadado.

Pocos son los artistas á quienes no ha sucedidoalgo de esto en su carrera; y no solamente á losque desde luego se pueden considerar media-nías, sino á los más notables, á aquellos que hansido gloria del arte; los primeros años de la vidaartística del malogrado Rosales fueron una dolo-rosa epopeya.

Pero esta carta va tomando un giro que ño es,ciertamente, el que yo queria darle, y bueno seráponer punto final á estas reflexiones, ciñéndome,como de costumbre, á dar algunas noticias.

A pesar de la dispersión de nuestra colonia,algunos artistas permanecen en Roma, continuan-do cuadros empezados á fines de invierno, y queno han querido suspender. Entre éstos está elcatalán Román Ribera, autor del cuadro Los sal-timbanquis, primera obra de su pincel, rica decolor, notabilísima de verdad y expresión, ad-mirable de sentimiento, cuadro que vendió áM. Goupil, que éste traspasó, duplicando el pre-cio, á un negociante de Londres, quien á su vezlo vendió, realizando sabe Dios qué ganancia. Deeste cuadro de Ribera publicó un grabado el pe-riódico inglés The Grafio, después la Ilustraciónde Milán, y no sé si algún otro periódico.

Los periódicos ilustrados ingleses no publicangrabados de cuadros, como no sean notables, yel haber merecido esta distinción el de nuestrocompatriota, cuando su autor no tenia nombreaún en el mundo artístico, habla muy alto enfavor de su mérito.

Ribera es uno de los jóvenes que tienen másporvenir. Con mucho talento y mucho amor alarte; con un carácter bastante independiente, queno se deja influir por lo que otros hacen, siquieraestos otros sean los maestros más reputados, cu-yas obras alcanzan fabulosos precios; pinta losasuntos que siente, y los pinta como cree quedebe pintarlos; así es que lo que él hace tiene siem-pre marcado sello de originalidad, y sin dudaesta circunstancia hace más notables sus obras.Es muy correcto en el dibujo, muy concienzudoen los detalles, y como colorista está al nivel delos más distinguidos. A estas notables-cualidadesreúne muy buen gusto en la composición y mu-cha naturalidad en la colocación de las figuras.Sus composiciones rebosan sentimiento; aquellasfiguras del cuadro Los saltimbanquis, pobrementevestidas, cabizbajas, revelando el frió que sien-ten, tienen tal fondo de melancolía, que es impo-sible contemplar el cuadro sin admirar el talento 'del pintor y experimentar cierta penosa impre-sión ante la verdad con que está representado elasunto. El espectador compadece á aquellos sal-timbaquis pintados, como compadece á los sal-timbanquis vivos, cuando en crudo dia de invier-no les encuentra casi de nudos, ejecutando sussaltos en una plaza y recibiendo en recompensaalguna pobre*moneda de cobre. Las obras de Ri-bera son de las que hacen sentir; y en mi humil-de opinión, este es uno de los principales méritos

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N.° 34 CORRESPONDENCIA DE BELLAS ARTES. 5 2 5

de un cuadro. ¡Se-ven tantos que están muy bienpintados, pero que no dicen nada! Para muchos,lo principal es la manera de hacer, y les importapoco que el asunto no sea pictórico, no esté tra-tado con sujeción á la lógica, tenga detalles ana-crónicos; que esté bien pintado, y lo demás im-porta poco. Creo que esto es un error; los que asíjuzgan no echan de ver que existen tres ó cuatroartistas de reputación europea que son medianoscomo dibujantes, y menos que medianos como*coloristas, pero que tienen gran talento, piensanlos asuntos más poéticos ó más dramáticos, lospresentan con novedad, con sentimiento, y sobretodo con verdad; y los amantes del arte no hanpodido menos de celebrarlos, y la crítica ha pa-sado por alto sus delicadas exigencias sobre di-bujo y color, atendiendo al asunto y á la manera,de estar expresado. La reputación de estos artis-tas es justa, y sus obras se multiplican en graba-dos y fotografías, produciendo en todas partesigual admiración. Para que un cuadro consigacelebridad únicamente por la manera de estarpintado, es necesario que sea un prodigio; y sa-bido es que los prodigios son muy pocos los quepueden realizarlos.

El cuadro que en la actualidad pinta Ribera yaá formar su reputación artística, porque reúnecondiciones que pocas veces se encuentran juntasen un lienzo. El asunto es original y verídico; re-presenta las dependencias de un circo ecuestreen el momento en que entran en brazos á unaartista herida. El grupo princippJ formado porla artista desmayada, el clown que la sostienejor las piernas, el caballerizo que la sostiene poros brazos, el médico que se ¡«cerca, los artis-

tas que acuden vestidos con los brillantes tra-jes que han de ostentar en el .circo, los ele-gantes admiradores de la desgraciada joven, lafamilia de ésta, sencilla, casi pobremente vesti-da, está lleno de verdad, de gracia y sentimiento.Los contrastes en los trajes no pueden ser máspintorescos; el dibujante tiene campo para lucirsu habilidad en los desnudos, puesto que comodesnudas pueden considerarse las figuras que os-tentan sus fprmas bajo ligeras gasas ó sencillopantalón de punto; y el colorista desplega su ta-lento, tanto en los brillantes trajes de los acróba-tas, como en los más ó menos severos de la ac-tualidad.

Completan la composición de este precioso cua-dro algunas figuras separadas del grupo princi-pal; á lo lejos los caballos dispuestos para losejercicios y los mil objetos empleados en éstos,todo tan bien pensado, tan bien distribuido, tanartísticamente combinado, y al mismo tiempocon tanta verdad, que el espectador puede creer,sin hacerse violencia, que realmente está presen-ciando la escena representada en el lienzo.

Ló'que digo de este cuadro es muy poco paraformar idea de él; pero convencido de la imposi-bilidad de expresar con la pluma lo que hay enun lienzo, aligero cuanto puedo la descripción.

Este cuadro es mucho mayor que el que ante-riormente pintó Ribera; aquel tendría uno3 70centímetros de largo por 35 ó 40 de ancho, y ésteun metro 45 centímetros de largo por 80 ú 85 deancho. Casi todos los artistas de nuestra coloniamanifiestan tendencias a pintar lienzos más gran-des que hasta ahora, con lo cual ganarán muchosus obras» puesto que las figuras excesivamente

le

pequeñas, con auraa facilidad degeneran en mez-quinas, y muchas veces el efecto conseguido enellas no recompensa al inmenso trabajo empleadoen pintarlas. Hora seria ya, en beneficio del arte,de que la moda que está exigiendo pintura casimicroscópica, cambiase de rumbo y pidiese á losartistas lienzos más grandes, cuadros que, paraverlos, no hubiese necesidad de proveerse de len-tes de aumento.

El cuadro de Ribera está bastante adelantado,pero aún le queda trabajo para algún tiempo,porque lo pinta con tanto cuidado, con tal con-ciencia, que hasta el ipenor detalle está minucio -sámente concluido; y al decir minuciosamente,no se entienda que este artista lleve la conclusióná la nimiedad, cosa muy ajena á su talento, á suearácter y á su manera de considerar el arte. Ensus cuadros está todo hecho, pero artísticamentehecho. No pondrá jamás los agujeritos en los bo-tones de la camisas de una figura liliputiense,como suelen hacer algunos artistas para demos-trar que saben concluir.

Probablemente adquirirá este cuadro el nego-ciante inglés á quien fue á parar el anterior deeste artista, puesto que ya ha hecho indicacionespara ello, y no dudo que, si este joven puede pres-cindir por un momento de su natural modestia,el precio será el que merece su obra, atendidaslas circunstancias del mercado de Londres, dondetanto agrada la pintura de los artistas españoles.Este cuadro dará á su autor honra y provecho, yambas cosas merece el talento y la laboriosidadde nuestro compatriota.

Casi del mismo tamaño que el anterior, tieneen vías de conclusión un cuadro el pintor sevi-llano Francisco Peralta. Este lienzo representauna escuela de baile popular en Andalucía. Unagallarda andaluza, admirable de formas y de gra-cia, baila delante de unos viajeros ingleses que lacontemplan admirados, pero admirados con la-cómica gravedad de dos viajeros que han salido-de su país con el objeto de admirarse. Este tipono se ve con mucha frecuencia en España, peroaquí se encuentra á cada paso; no se visita gale-ría, museo ó monumento notable, donde no setropiece con alguno de ellos, la indispensable guiaen la jüano, boquiabierto, carilargo, como quienha encontrado una maravilla extraordinaria... y áveces lo que contempla nada tiene de maravillo-so. Estos tipos ofrecen continuo incentivo al buenhumor de nuestros artistas, que suelen descri-birlos de la manera más gráfica imaginable. Pe-ralta los ha retratado admirablemente; no son lasprincipales figuras del cuadro, y sin embargo,llaman desde luego la atención, excitando la risa,porque se leen las ideas.que cruzan por aquellascabezas al contemplar las mórbidas formas y vo-luptuosos movimientos de la graciosa bailarina.

Esta figura está pintada con la frescura de co-lor que tanto distingue á Peralta, siendo al mis-mo tiempo rica de expresión como todas las delcuadro. La composición la completan andalucesy andaluzas con trajes de actualidad, graciosa ynaturalmente agrupados.

Pintando Peralta una escena que habrá presen-ciado mil veces en su país, ha sabido darle colorlocal, venciendo á fuerza de trabajo, la no peque-ña dificultad que le ofrecen los modelos, que nosienten las figuras que ponen: ¡hay tanta distan-cia de una italiana a una andaluza! ¡son tan pe-

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sados, tan poco inteligentes los modelos de estepaís!... Peralta ha vencido esta dificultad, y na-die creería, á no saberlo, que el cuadro está pin-tado en Italia y con modelos italianos. Tal es suverdad y su expresión.

Como en otras ocasiones me he ocupado ya deeste artista, cuyos cuadros ocupan distinguidopuesto en varias galerías de Francia é Inglaterra,me limito hoy á dar estas ligeras noticias de sutrabajo actual, que creo está ya pedido por unrico aficionado, pagándolo al subido precio quese paga la pintura de Peralta.

Dentro de poco empezarán á regresar los artis-tas de nuestra colonia, que aún permanecen fuerade Roma, y hablaré de los trabajos que traigan.A algunos de ellos he visitado en Venecia, dondehe tenido ocasión de ver preciosos estudios de Vi-llegas, pintados como él sabe pintar, y destina-dos á un cuadro que ha de ser el capo laboro deeste distinguido artista.

A propósito de Villegas; su último cuadro, delque me ocupé hace algún tiempo, lo adquirióM. Goupil en veinte mil francos. Villegas ha es-tado modesto en el precio de este cuadro; todossus amigos esperaban que pidiese más, é indu-dablemente, M. Goupil, que pagó en el acto lacantidad pedida, habrá realizado considerable ga-nancia, porque la firma de Villegas es la másbuscada después de la de Fortuny, y es muy pro-bable que dentro de poco lo sea tanto como la deeste célebre artista.

Es curioso lo que está sucediendo en París;existe casi una. cruzada contra la pintura espa-ñola, sobre todo de los artistas que residen enRoma, y sin embargo, los cuadros de algunospintores de nuestra colonia son letras de cambioen aquella plaza.

Creo que muy pronto pedirá hospitalidad ensu acreditado periódico, alguna otra carta mia, yhasta entonces se despide su desaliñado revis-tero.

X.

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS,

Academia de Ciencias de París.5 OCTUBRE.

Ascensión aerostática Fenómeno., notable.—Opacidad y trasparen-

cia.—Los cuerpos explosivos.—La nitroglicerina..—Máquina para fa-

bricar frió.— Aire á cero.—Conservación de carnes.

Un viaje aéreo muy reciente de M. Tissandierha suministrado, entre otros resultados muy cu-riosos, una observación de óptica, sobre la cualllama la atención M. Dumas. El globo, al bajardespués de haber realizado su jornada, se encon-tró separado del suelo por una nube que le ocul-taba Completamente la tierra. Sin.embargo, 'esteobstáculo no era opaco para las personas situa-das debajo, las cuales veian perfectamente elglobo, y entablaron conversación con los aero-nautas, prestando, al mismo tiempo", útil auxiliopara el descenso. El hecho, muy fácil de explicar,rao habia sido observado en circunstancias tan no-t;ables, y recuerda el efecto de los cristales plati-cados que-se usan en las puertas, entre los loca-lies alumbrados y otros secundarios, como, porejemplo, entre una tienda y su trastienda; crista-

les opacos para el que está en la parte alumbra-da, . y trasparentes para el que se encuentradetras.

—MM. Roux y Sarraud presentan un estudiosobre el estallido de los cuerpos explosivos. Dis-tinguen dos órdenes de explosión de estos cuer-pos: el primero producido por la inflamación di-recta, y el segundo por la explosión anterior deun cuerpo simpático, si se puede decir, con elque se estudia. Este cuerpo, al que llaman explo-sor, varia con la materia explosiva. Para la nitro-glicerina es el fulminato de mercurio. Para lapólvora de cañón no basta un explosor, sino quese necesita la nitroglicerina puesta en conmo-ción por el fulminato. En este caso los efectos dela pólvora equivalen á cuatro veces los que seproducen á consecuencia de su inflamación puray simple.

—M. Bouley presenta una Memoria acerca deuna máquina para hacer frió, inventada porM. Ch. Tellier. El éter metálico es el agente fri-gorífico, y el principio de su acción recuerda,hasta cierto punto, el que sirve de base á la má-quina Carré. M. Tellier se sirve de la máquina es-pecialmente para producir aire á cero y arrojarloen una gran habitación, donde coloca las materiasque quiere enfriar, como carnes y otras sustan-cias alterables. Los efectos de conservación sonverdaderamente sorprendentes. La carne pierdeuna parte de su humedad y se cubre de una débilcapa, que es preciso quitar cuando se va á haceruso de ella, pero resiste completamente á la pu-trefacción por un tiempo indefinido.

Conservatorio de artes yde Madrid.

oñcios

LA EDUCACIÓN TÉCNICA POPULAR.En el solemne acto de la apertura del curso de

esta Escuela, ha leido el ilustrado catedrático dela misma Sr. Sáez Montoya, una extensa Memoriadestinada á encarecer la utilidad de la enseñanzatécnica á la clase obrera, por medio de estableci-mientos oficiales, ó por lo menos, .una escuelacentral organizaday sostenida por el Estado, comomodelo de las que los municipios y las provinciaspueden establecer.

El trabajo del Sr. Saez se divide en tres partes:la primera dedicada á examinar la clase y condi-ciones de los alumnos que asisten á las escuelastécnicas ó de artes y oficios; la segunda á indicarel estado de estas enseñanzas en los primerospaíses de Europa, y la tercera á manifestar suopinión respecto al modo y íormas con que debe-rían establecerse en España, dadas las condicio-nes de nuestros obreros, y dado el criterio liberalque respecto de esta clase de establecimientosdebe presidir.

La totalidad de los alumnos que constituyen laconcurrencia de estas escuelas, ya tengan carác-ter especial ó estén fundadas por la iniciativaparticular, puede considerarse dividida en dosgrandes grupos que se definen, no sólo por suedad y gerarquía, sino por sus simpatías y prefe-rencias, por las enseñanzas gráficas los unos, ypor su afición á las lecciones orales y conferen-cias los otros. Generalmente los alumnos que sematriculan en las asignaturas de dibujo y mode-lado, son jóvenes.de doce á diez y seis años,

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N.°- 34 C. SAEZ MONTOYA. LA EDUCACIÓN TÉCNICA POPULAR. 527

aprendices que por la mañana y por la tarde fre-cuentan el taller ó la fábrica, y por la noche vie-nen á adquirir nociones más ó menos extensas dedibujo geométrico, de adorno ó de figura, segúnlo exija el arte á que se dedican.

El otro grupo de más edad, constituido, no yapor aprendices, sino por obreros, prefieren laasistencia á las clases orales de ciencias y deidiomas, á las que concurren con una gran asi-duidad y un aprovechamiento sólo comparablecon la atención y compostura que observan.

Concurre también á esta Escuela una clase es-

Íiecial de discípulos que viene á adquirir en ellaos conocimientos científicos y de dibujo, como

preliminares para ingresar en. las de Bellas Artesy en otras especiales.

La concurrencia á estas Escuelas va indudable-mente en un progreso muy rápido, y es creíbleque éste será tanto mayor cuanto mayor sea elcarácter práctico de que se las revista. La asis-tencia obligatoria ofrece muchos inconvenientes,y sólo puede exigirse en las clases ó talleres enque cada alumno tiene sitio fijo.

La acción que el maestro ó patrón debiera ejer-cer sobre los aprendices, constituye una cuestiónmuy trascendental que en todas partes se ha es-tudiado, proponiéndose en Francia ó Inglaterrala adopción de dos sistemas: el primero está sos-tenido por los que pretenden que el taller sea laescuela, ó mejor aún, la escuela el taller; el se-gundo, principalmente sostenido por la escuelainglesa, llamado halft time, ó sea la mitad deltiempo, consiste en hacer que el aprendiz con-curra al taller por la mañana y á las escuelas porla tarde, y de no poder ser esto así, que las horasde la noche sean las que ocupe en la "escuela; enfavor de cuyo sistema se han creado las Nightclasses; pero en este caso debe ponerse el correc-tivo de que al aprendiz no se le dedique más queá trabajos que pueda desempeñar fácilmente y enarmonía con sus pocas fuerzas, recomendaciónque por desgracia se tiene bien poco en cuenta.

Hay otro sistema que es un término medio en-tre los dos, y que se practica en algunas locali-dades de Alemania y Suiza; se reduce á que elaprendiz concurra durante las horas de trabajoordinarias al taller,, que abandona más tempranoque los obreros ya formados, para entrar en laEscuela, donde la educación ss hace de un modocompletamente demostrativo, y versando espe-cialmente sobre las materias más análogas á suoficio. Este sistema ha sufrido en algunas partesla variación de dedicar tres dias al taller y tresdias á la Escuela, alternadamente.

Este método tiene el inconveniente de exigirnumerosos modelos y vastos locales donde puedatrabajar un número algo considerable de alum-nos. Los ingleses no hacen preceptiva la asisten-cia á las Escuelas de Artes y Oficios; se limi-tan á establecerlas bien, á hacer exposicionesfrecuentes, y á dar premios en metálico á losalumnos que se distinguen; tienen clases abier-tas de dia y de noche, en las que se dan todos losconocimientos bajo un punto de vista eminente-mente práctico, auxiliado con la exhibición deaparatos y modelos, ya dibujados, ya de bulto.

Este método les ha dado resultados excelentes,y de aquí el lujo con que han establecido las en-señanzas técnicas, tanto en su parte teórica comoen la de dibujo y modelado. La falta de talleres

que se observa en las Escuelas inglesas se com-prende perfectamenfe en un país donde existentantos y tan bien montados por los particulares,y que pueden constituir una verdadera Escuela.En Alemania y Francia los hay igualmente, perono en tan gran númoro, por cuya razón se pre-ocupan de establecerlos, de modo y forma quesirvan de modelo. En España la necesidad es im-periosísima, pues, salvas ligeras excepciones, lostalleres entre nosotros apenas merecen el nom-bre de tales; los de herreros, por ejemplo, se re-ducea á un local negro y sin luz, en cuyo fondo seconstruye una miserable forja, activada por unmás miserable y estropeado fuelle, un tomillo,un pequeño yunque y un juego de martillos, te-nazas y unas limas, que no bajan de tres, y ape-nas llegan á seis; de un valor total de 1.500á 2.000 rs. á lo sumo. Los talleres de los carpin-teros quizás no tengan tanta importancia comolos anteriores. ¿Qué se quiere que los jóvenesaprendan con semejantes elementos?

Ante este larguísimo examen—dice el Sr. Saez>Montoya al concluir la primera parte de su estu-dio,—nosotros creemos que el maestro y los pa-rientes del aprendiz, y aun del obrero ya formado,deben excitar y hasta obligar á sus subordinadosy á sus hijos respectivamente, á que concurran álas Escuelas de Artes y Oficios.

La seguuda parte es una magnífica exposicióncrítica del estado actual de la enseñanza técnicaen Europa, y sentimos que la falta de espacio nosimpida reproducir tan notable trabajo.

La enseñanza de artes y de oficios,—continua elSr. Saez en la tercera parte de su trabajo,—estáhoy, puede decirse, limitada en España á las Es-cuelas de Madrid y Barcelona; la primera, ademásdel Conservatorio de Artes de que forma parte, ydonde se explican las asignaturas de aritmética,álgebra, geometría, trigonometría, geometría des-criptiva, mecánica, física, química inorgánica yorgánica, economía popular y los idiomas fran-cés, inglés y alemán, tiene cinco secciones dis-tribuidas en varios barrios de Madrid, donde seenseña el dibujo geométrico ó lineal, el adorno defigura, el modelado, perspectiva y aplicacionesdel colo^do. La Escuela de Barcelona tiene unaorganización mónps completa; y por último, enalgunos institutos se explican, bajo el conceptode estudios de aplicación, algunas aplicacionesde la química y de la física á la industria.

Esta organización, que han determinado dife-rentes disposiciones oficiales, y que hace que laEscuela de Artes y Oficios, que podemos llamarcentral, establecida en Madrid, se haya fundidoen una con la que antes era elemental de BellasArtes, es, sin duda alguna, favorable, y_ los resul-tados lo están demostrando respecto á la ense-ñanza del dibujo en todas sus fases; pero es in-eficaz con relación á las demás enseñanzas orales,de tanto interés para el obrero, y cuya asistenciaá estas clases hay tanta necesidad de estimular,principalmente á las de química, física y mecá-nica, desprovistas, puede decirse, por completo,especialmente la primera, de los elementos prác-ticos y experimentales que tan amenas las hacen,y tanto facilitan la inteligencia de los hjehos yprincipios que se discuten.

Para mejorar, pues, la enseñanza de ltfs artes yde los oficios, el Sr. Saez propone que se haftáejecutivo el proyecto de reglamento que para las

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528 REVISTA EUROPKA.- -18 DE OCTUBRE DE 1874. N.° 34

Escuelas de esta clase formó una comisión nom-brada por el Sr. Ministro de Fomento en el cursodel 72 al 73, proyecto que se halla pendiente deaprobación, y en el cual están ampliamente indi-cadas las reformas necesarias, entre las que figurael establecimiento de talleres, como existen enlas Escuelas alemana y francesa, el orden gradualde asignaturas, y el mayor desarrollo que debe re-cibir la enseñanza del dibujo en todas sus acep-ciones.

Hecha esta reforma, ejecutiva con las modifi-caciones de detalle que su planteamiento puedahacer necesarias, debería por de pronto exigirseá cada profesor la redacción < et.J.lada del pro-grama de sus lecciones, y trascurrido algún pe-ríodo, la de un ligero tratado ó manual sobre suasignatura, incluso las cartillas de dibujo, y decuya publicación se ocuparía la Jíscuela, ven-diendo á coste y costas los ejemplares á los alum-nos. Esta disposición facilitaría extraordinaria-mente la asistencia á las enseñanzas orales y la

•presentación á los exámenes, acostumbrándoseal estudio que hoy no pueden hacer, por carecerde un texto que permita seguir las explicacionesdadas por el profesor. Al alumno de estas Escue-las hay que halagarle y facilitarle el camino si sequiere que se instruya; la menor traba le hace de-sistir, y esto debe evitarse á todo trance. La ins-trucción del obrero y del aprendiz es tan intere-sante , que de ellas depende la disminución pro-gresiva, y por último, la desaparición completadé eso que se llaman clases peligrosas; las socie-dades modernas están más interesadas de lo quecreen en que la instrucción bien entendida vayaextendiéndose.

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

El célebre Bohm, constructor de flautas y cla-rinetes, ha reformado su flauta en do, de madera,convirtiéndola en flauta-contralto en sol, con elmismo peso, pero de plata y con imitacionesde corno inglés, clarinete, fagot, armonium yvioloncello.

#* *Con el título de Revista de Andalucía ha em-

pezado á publicarse en Málaga, bajo la direccióndel distinguido escritor D. Antonio Luis Carrion,una revista quincenal de literatura, ciencias, po-lítica, etc., á la que saludamos afectuosamente,deseándole la mayor prosperidad.

En Italia se están preparando las siguientesóperas nuevas:

II Solitario, de Musone; Mattia Corvino, dePin-suti; Ricciarda di Bentivoglio, de Puccinelli;Qiovanna di Castiglia, de Magnanini; Lia y Selva-

ia, de Schira.

En 1873 el imperio alemán poseía 334 fábricasde azúcar, repartidas en esta forma: Prusia, 254;Anhalt, 35; Brunswich, 28; Wurtemberg, 6;Thuringia, 5; Baviera, 2; Luxemburgo, 2; Badén

y Mecklemburero, 2. La industria azucarera pru-siana es muy floreciente en la provincia de Sajo-nía, donde funcionan 149 fábricas. Además hay49 en Silesia; 19 en BrandeHurgo; 15 en Hannover,y 8 en las provircias rhenanas. En las citadasfábricas se han consumido más de 20 millones dequintales de remolacha, de cuya cantidad corres-ponde á Prusia unos 15 millones. En 1873 se es-tablecieron 11 fábricas nuevas, y se consumieron512.500 quintales de remolacha más que el añoanterior.

BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO.

Ensayo de %na introducción al estudio de la legisla*don comparaday y programa de esta asignatura^por D. Gumersindo de Azcárate, profesor de launiversidad de Madrid.—Un tomo en 4.°, 10reales. Medina y Navarro, Madrid, 1874.

Para formar una idea clara del estudio de una ciencia, de su extensióny límites, de las parles que comprende, del procedimiento para llevarloá debido termino, de les medios que se pueden utilizar, y del modo decomunicar el resultado de los esfuerzos hechos, es de rigor á todo estu-dio una introducción; y esto es lo que ha hecho elSr. Azcárate con estaobra acerca de Ja asignatura de legislación comparada, de la cual es ca-tedrático en la universidad de Madrid. La importancia, pues, de este li-bro ce comprende fácilmente, y su utilidad para los alumnos de la facul-tad de Derecho de las universidades es aún mayor que su importancia,que es cuanto se puede decir.

El Sr. Azcárate empieza determinando: primero, e\ objeto de la legis-lación comparada: segundo, las relaciones de la misma con las cienciasafines, y por lo tanto los límites entre unas y otras; tercero, elplan;cnarto, el método de investigación para el estudio; quinto, los mediosconducentes al objeto 'le la ciencia, 6 lo que es lo mismo las fuentes deconocimiento; y sexto, el modo de comunicar el resultado de la aplica-ción de tales medios, esto es, el método de enseñanza.

La obra del Sr. Azcárate lleva como complemento de gran utilidad elPrograma de la legislación comparada.

Almanaque de EL ORDEN, para 1875, publicado porD. A. Sánchez Pérez.—Un tomo en 8.°, de 96 tpáginas. Madrid, 1874.

Entre tos diferentes almanaques que todos los años se publican, mere-ce especial mención f' que acaba de ver la luz con artículos de Castelar,Celleruelo, Moreno Rodríguez, Pedregal, Manuel del Palacio, Vidart yotros distinguidos escritores. El bello sexo .tiene en él sU representaciónpor medio de la señorita Doña LeopoMa Gassó y Vida!, que publica unarticulo muy notable, titulado: Breves consideraciones sobre la leorindéla pintura y el realismo contemporáneo.

La lira del proscrito, por D. Tomás RodríguezPinilla.—Un tomo en 8.° mayor, 250 páginas.Madrid, 1874.

Emigrado en Portugal, algún tiempo antes de la revolución de 1868,el autor de este libro, bien conocido y apreciado en la repiiblica délasletras, entretuvo sus tristezas y sufrimientos en escalar las encrespadascuestas del Parnaso, como él mismo dice, sin más recomendaciones quelas de ser español y estar pobre.

Asaz modesto y por todo extremo desconfiado de su valer, se muestrael Sr. Rodríguez Pinilla al hacer tal declaración en el prólogo de su li-bro, pues, lejos de carecer de recomendaciones, se las dan y no vulgares,las diferentes composiciones poéticas que llenan las 250 páginas del ele-gante volumen que acaba de publicar, y en}re las cuales las hay tan ins-piradas y sentidas como las tituladas A mi patria, El proscrito, La li-bertad, Un sueño, La tempestad, A la memoria del malogrado generalPrim, y otras muchas. " „

Al final del tomo publica el Sr. Pinilla la fie! y elegante traducción dela parte primera del poema La muerte de Don Juan, del gran poeta lusi-tano Guerra Juuqueiro. Felicitamos al Sr. Rodríguez Pinilla, que ha deobtener por su libro mayores y más valiosos aplausos de los que nosotrospudiéramos tributarle.

Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, Rubio, 25 .