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Universidad del Zulia Facultad de Humanidades y Educación / Centro de Estudios Históricos Año II 2 Enero/diciembre 2010

Revista Historia Año II N° 2. Enero - Diciembre 2010

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Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación / Centro de Estudios Históricos

Año II Nº 2 Enero/diciembre 2010

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La Revista Historia es un espacio abierto a los investigadores en las áreas de las ciencias sociales, principalmente para las propuestas historiográficas que se llevan a cabo en la Universidad del Zulia. Sin embargo, está abierta a todos aquellos centros de investigación del país y del mundo, así como a investigadores independientes que deseen exponer sus aportes y preocupaciones científicas, sin ninguna otra limitación que el cumplimiento de los requisitos convencionalmente exigidos para la presentación de trabajos en publicaciones académicas indizadas y/o catalogadas electrónicamente.

La Revista Historia es una publicación patrocinada por la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia.

Revista Historia Universidad del ZuliaUniversidad del Zulia Avenida 4 Bella Vista Facultad de Humanidades Edificio Fundaluz, piso 6y Educación Centro de Estudios HistóricosCentro de Estudios Históricos Teléfono: +58 261 7596835ISSN: 3506-980X [email protected]ósito legal pp 02284408ZU35

Diseño de portada: Nubardo CoyDiagramación: Lilia Aguirre R.

Impresión: Impresos Grafifor, c.a.Telf. 0267-7886306-7885672. E-mail: [email protected]

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ISSN:3506-980X / Depósito legal pp 02284408ZU35Año II. Nº 2. Enero-diciembre, 2010

CONTENIDO Pág.PresentaciónÁngel R. Lombardi B.La rebelión de los historiadores ........................................ 7

Historia y cineEmperatriz ArreazaReflexiones en torno al cine y la historia .......................... 9

Historia y deporteEloy Altuve MejíaDeporte, sociedad e historia ............................................. 13

Historia y heterodoxiaCarlos MedinaEl dogma de la realidad vs. el dogma de la teoría:Historia y heterodoxia ....................................................... 23

Historia y transdisciplinaridadJohnny Alarcón PuentesHistoria, ciencia del presente ............................................ 29

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Historia e Historia inmediataRoberto López SánchezLa historia inmediata como herramienta de luchapopular .............................................................................. 33

Historia e indigenismoJosé María González M.Bicentenario de América y resistencia con silueta indígena 41

Historia y literaturaNorberto José OlivarEl miedo de los historiadores ............................................ 49

Historia y medios audiovisualesNilda BermúdezMedios audiovisuales-historia: una relación controversial 61

Historia y radioAlexander HernándezLa radio educativa en Venezuela ..................................... . 77

Historia e internetCarlos RondónLa investigación en los nuevos escenarios de lastecnologías web ................................................................. 83

Historia y museologíaEdwin ChacónMuseología e historia: un campo del conocimiento ......... 93

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Historia y religiónCarmen CarrasquelTeología de la Liberación en América Latina:la Compañía de Jesús en Venezuela y la teologíacomo instrumento de libertad y no de dominación ............. 97

Historia y sociologíaMiguel Ángel CamposAugusto Mijares: sociología e historia ............................. 103

Historia e ideologíaJ.L MonzantgEl Marx de Bolívar: Marx y Bolívar en el pensamiento colonial europeo ............................................................... 109

Historia y filosofíaGabriel AndradeTánatos y filosofía ............................................................. 119

Historia y bicentenariosReyber ParraRafael María Baralt, historiador ...................................... 125

Historia e independenciaÁngel R. Lombardi B.A propósito de la conmemoración del bicentenario del 19 de Abril de 1810 ........................................................... 133

RESEÑAS

El pasajero de Truman, de Francisco SuniagaÁngel Rafael Lombardi B.

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Conspiración de Maracaibo, 1799, de Ángel Rafael Lombardi BoscánCarlos Medina

Europa ante el espejo, de Josep FontanaCarlos Medina

El protagonismo popular en la historia de Venezuela, de Roberto López SánchezJ.L Monzantg

La conversión de K. La diatriba ideológica del poder,de J.L MonzantgDaynú Acosta

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Presentación

La rebelión de los historiadores

En el pasado más remoto, los antiguos historiadores, en reali-dad, fabuladores, iban de pueblo en pueblo, contando cuentos para entretener y levantar los alicaídos egos de los tiranos del momento. De esta manera se ganaban la vida. Lo que no sabían, lo inventaban y hacían creer que el pasado era un relato basado en las maravillas al estilo de Marco Polo. Ya en un tiempo más reciente, los intelec-tuales e historiadores se hacían apadrinar por el poderoso de turno y desarrollaban relatos justificadores de los mismos. Poco interesaba la independencia intelectual, la probidad de los hechos y los recur-sos profesionales acompañados por una solvente actitud ética. El método crítico, obviamente, hacía agua por todos los costados bajo la imposición de los discursos partidistas y excesivamente ideolo- gizados.

A Gómez, un tirano liberal muy nuestro, le acompañó lo mejor de la intelectualidad del país, la cual supo vender sus luces a cambio de embajadas, ministerios y las prebendas usuales que se otorgan a quienes se encuentren muy cerca del poder. La Historia se convirtió en propaganda, una moral y cívica de discurso demagógico, y sobre todo, en un cuento chino alrededor del mito fundacional de la Patria. Mito que convirtió a Bolívar en un perfecto comodín hecho a la me-dida de las aspiraciones del caudillo o militar de turno.

Hoy día, bajo la impronta militar, bárbara y pre-moderna, un grupo de historiadores, formados bajo los valores de la autonomía universitaria, los principios democráticos y una sólida formación profesional, se rebelan en contra de una historia adocenada y servil. Llevan a la práctica lo inimaginable: presentan caras, hacen públi-co, y resisten, a través de su pensamiento. Lucidez y razón junto a un compromiso militante por un país moderno, de ciudadanos y de libertades plenas, en especial la del libre pensamiento. Combaten por la Historia y por las mejores causas humanas. Representan un

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saludable incordio a un poder que aplasta y que aspira a la mentira y manipulación del pasado. Manuel Caballero, Inés Quintero, Germán Carrera Damas, Ángel Lombardi, Tomás Straka, Manuel Rodríguez Campos, Elías Pino Iturrieta, Guillermo Morón y tantos otros, re-presentan hoy en día a una intelectualidad comprometida con una Venezuela libre y una historia al servicio de una comprensión justa y profesional de nuestro pasado. Mis respetos y homenaje a todos ellos.

Este nuevo número, el segundo, de la Revista Historia, está de-dicado a la Historia y las Ciencias Sociales. Fernand Braudel (1902- 1985), desde la Escuela de los Annales, propuso un tipo de historia multidisciplinaria e interdisciplinaria para abordar la totalidad hu-mana. La propuesta como tal, mantiene una gran vigencia, y noso-tros hemos querido resaltar sus bondades a través de sendas colabo-raciones que ponen en evidencia la complejidad de la Historia como “ciencia madre”. Es común que el enunciado de lo multidisciplina- rio quede en un amago, ya que son pocos los que llevan a la práctica una propuesta que amerite el diálogo epistemológico y conceptual mas allá de las estrecheces de los particulares campos de estudio. La amplitud de miras, y la curiosidad intelectual, deben encontrar en la especialización un punto de encuentro y equilibrio.

La presente Revista Historia del Centro de Estudios Históricos de LUZ, es igualmente un homenaje a queridos profesores nuestros como Juan María Echeverría, María Gamero, Antonio Soto y Anto- nio Pérez Estévez, todos ellos ejemplos de vida.

La Revista Historia, en este nuevo período, pasa a tener una pe-riodicidad anual, bajo el entendido, que representa un proyecto edi-torial de largo aliento bajo el impulso de la Universidad del Zulia y con una filosofía de participación amplia sobre cualquier temática histórica/historiográfica a tratar.

Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán

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Historia y cineReflexiones en torno al cine y la historia

Emperatriz Arreaza Camero

Universidad del [email protected]

Cuando se habla del cine en relación con la Historia, la primera reflexión que aparece en el estudio sistemático sobre el tema es la realizada, hace más de tres décadas, por Pierre Sorlin en su libro The film in history (1980), donde a través del análisis de varias películas recorre la historia de Europa durante varios siglos. Intentos similares se han realizado en Venezuela, en las cátedras de Historia y Cine de la UCV y LUZ, cuando se ha estudiado la Historia de Venezuela a tra-vés de las películas de Michael New, Jacobo Penzo, Manuel de Pedro, Carlos Oteiza, Luis Alberto Lamata, Diego Rísquez, Iván Feo, Román Chalbaud, entre otros cineastas venezolanos —especialmente a partir de la década de los setenta—, quie-nes han realizado sus (re)interpretaciones audiovisuales sobre personajes y/o hechos históricos que se ubican desde la época de la Conquista y Colonización, pasando por la guerra de la independencia o la guerra federal, hasta el Caracazo en 1989 o hechos más recientes acaecidos en la primera década del siglo XXI.

Por ello, con mucha precisión, Sorlin, ha señalado que cada película histórica es un indicador de la cultura histórica básica de una nación, porque cuando es filmada una película sobre un hecho o personaje histórico determinado, la visión o perspectiva que se logra proyectar es la del realizador del siglo XX o XXI, quien a su vez muestra la perspectiva de la

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cultura de esa nación en ese momento preciso: es decir, es la re-interpretación del hecho histórico desde el punto de vista del realizador, como parte de un colectivo nacional.

Por otra parte, al estudiar la Historia del Cine es impres-cindible hacer referencia a las historias de las ideas, de las co-rrientes, de las escuelas y/o movimientos que definieron mo-mentos claves dentro del arte y la industria cinematográfica: las hazañas de los hermanos Lumière y de Méliès en Francia, fueron el inicio del surgimiento de los géneros documental y de ficción, respectivamente, lo cual ha permitido a su vez teo-rizar sobre los alcances y proyección del cine como arte formal (según los formalistas Eisenstein o Arheim) o como retrato o reflejo de la realidad (según los realistas Bazin o Kracauer), entre otras corrientes de principios y mediados del siglo XX que han intentado brindar los conceptos básicos de las teorías fílmicas.

A su vez, visualizar las filmografías básicas nacionales también ubica al espectador frente a los hechos históricos que dieron origen a los principales movimientos y escuelas cine-matográficas en los últimos 115 años, desde que se exhibieron las primeras películas en París (diciembre de 1895): el surrea-lismo de principios de siglo XX, el expresionismo alemán de la década de los veinte, el realismo soviético que se debatía entre el formalismo de Eisenstein y el realismo de Vertog, el surgimiento del cine como industria y de la narrativa fílmica según los primeros realizadores de Estados Unidos, tales como Griffith o Wells, la propaganda cinematográfica de los alia-dos o de los nazis a través del cine de la década de los treinta y cuarenta, el retrato de la realidad a través de la ficción del neo-realismo italiano, las propuestas estéticas y filosóficas del cine escandinavo, la nueva mirada y la nueva narrativa del cine francés de los años cincuenta, el relato fílmico del franquismo

EMPERATRIZ ARREAZA CAMERO

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y del surgimiento de la democracia a través del cine español, las alternativas ideológicas, políticas y culturales a partir de las propuestas fílmicas del cine independiente norteamericano o del cine canadiense, el movimiento del nuevo cine latinoame-ricano o del tercer cine realizado en los países llamados sub- desarrollados o periféricos por el centro capitalista: América Latina, Asia, África, como productores de contenido híbrido, mestizo, transnacional y multicultural, y finalmente —hasta ahora— las nuevas propuestas surgidas a partir de la democra-tización de la producción audiovisual, gracias a las nuevas tec-nologías, que revierten los contenidos y se sitúan en la nueva era digital: surrealista y postmoderna.

Frente a la historia oficial de las cinematografías nacio-nales, han surgido en años recientes, gracias a la nueva his-toriografía, las historias regionales del cine: por ejemplo, el cine zuliano como parte o contraparte del cine venezolano; el cine indígena (de denuncia o de defensa de sus derechos) como respuesta de los nuevos directores indígenas, frente al cine etnográfico, antropológico e indigenista realizado ante-riormente por cineastas occidentales; el cine realizado por mu-jeres contando las historias íntimas, de pareja, de familia, con estructuras narrativas diferentes y audaces al compararlas con las películas de guerras y héroes públicos de otros cineastas; el cine producido por minorías étnicas, exiliados o diaspóri- cos, en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI, donde los realizadores muestran, (re)interpretan y reflejan los procesos de adaptación e integración y/o aislamiento y nostal-gia de estos inmigrantes globalizados, en las nuevas tierras de acogida.

Estas últimas producciones, asimismo, subvierten las antiguas categorías que definían al arte y a la industria cine-matográfica: primer cine, para definir al cine producido por

REFLEXIONES EN TORNO AL CINE Y LA HISTORIA

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la industria comercial: con todo el sistema de estrellas, fran-quicias, estudios y producción en serie que ha caracterizado a Hollywood; segundo cine, o cine de autor, según las categorías manejadas por Cashiers du Cinema y las realizaciones produ-cidas en los países europeos principalmente; tercer cine o cine imperfecto, de acuerdo con los manifiestos del nuevo cine lati-noamericano, en los años sesenta, que daría inicio a la Escuela de Cine Tricontinental (América Latina, Asia y África) de San Antonio de los Baños, en Cuba, cuyas principales caracterís-ticas se basan en la cámara en mano, los escenarios naturales, los actores no profesionales y el mensaje de denuncia y de defensa de los derechos humanos de las minorías.

Actualmente, dadas las condiciones de la economía globa- lizada, el poder hegemónico y homogeneizante que pretendía la industria del cine comercial, Hollywood, desde comienzos del siglo XX, ha sido y es contrarrestado en los propios paí-ses capitalistas, con la producción alternativa, independiente, diaspórica y multicultural de los realizadores provenientes del llamado tercer mundo, y ahora residentes —legales o ilega-les— en estos países de acogida.

Por ello, la definición de identidad cultural nacional está en revisión permanente, como también lo está la nueva historia del cine y la re-visión de la Historia a través del cine, porque así como la historia, que antes era contada por los vencedores, ahora es contrarrestada con la versión de los vencidos, a través de nuevas fuentes historiográficas, así el cine, como documen-to histórico contemporáneo, cuenta nuevas historias a través de nuevas miradas, nuevas narrativas y nuevas perspectivas multiculturales y pluriétnicas.

EMPERATRIZ ARREAZA CAMERO

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Historia y deporteDeporte, sociedad e historia

Eloy Altuve Mejía

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

Departamento de Educación Fí[email protected]

Comúnmente se explica, se cree y se asume que el depor-te, en general, es un fenómeno natural, intrínseco a la natura-leza humana. Particularmente, se concibe el deporte moderno como una creación individual, producto del esfuerzo, voluntad, sacrificio y trabajo de Pierre de Coubertin, quien en 1896 hizo posible la restauración de los Juegos Olímpicos Modernos. También es generalizada la convicción de que dichos juegos son una derivación cuasi-automática de los Juegos Olímpicos Antiguos, y que sólo existen ligeras diferencias entre ambos eventos.

Frente a este criterio ahistórico, individualista y reduccio-nista, se pretende demostrar que el deporte es un fenómeno social gestado, creado y conformado en un momento del desa-rrollo de la sociedad, que se transforma al mismo ritmo que lo hace ésta a través de la historia, formando parte e incidiendo en ese proceso general de transformación. Es un fenómeno so-cial que responde a intereses sociales, de clase, muy específi-cos, que cumple determinadas funciones en los distintos mo-mentos históricos y, por lo tanto, ha tenido y tiene relaciones e implicaciones políticas, económicas, sociales, culturales... El deporte es una esfera de poder y como tal debe asumirse.

Lo inherente al ser humano, lo propio de la condición hu-mana, es el movimiento. El movimiento es intrínseco al ser

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humano. Existe una dimensión fisiológica y biomecánica del movimiento y una dimensión propiamente cultural que abar-ca los significados y sentidos involucrados en la vida motriz cotidiana de una sociedad, en un momento determinado de su historia. Lo fisiológico y lo biomecánico son una constante histórica, más o menos semejante. Su especificidad, a través del tiempo y en las distintas culturas, está determinada por el significado, sentido y valor social asignado a cada función fi-siológica y biomecánica en un momento histórico concreto. Lo cultural, entendido como esa gama de significados, sentidos y valores que la sociedad le otorga al movimiento en un período determinado, impregna, recorre y matiza lo fisiológico y bio-mecánico. La forma de moverse en la cotidianidad y el signi-ficado de ese movimiento, fotografía la esencia del funciona-miento de una sociedad en una fase de su desarrollo histórico.

El deporte nace cuando una parte del movimiento se con-vierte —en un momento del desarrollo histórico de la socie-dad— en una competencia institucionalizada de mucha im-portancia y significación social, y cuyo objetivo es comparar esfuerzos físicos para designar ganadores o campeones.

El deporte surge en la sociedad esclavista griega y se ins-titucionaliza con los Juegos Olímpicos Antiguos (en adelante JOA), iniciados por los años 884 a. de C-776 a. de C. (López von Vriessen: 1992; Gillet: 1971). El objetivo de los juegos olímpicos griegos era comparar esfuerzos individuales para destacar o realzar la victoria de un competidor, el campeón, sobre los demás. Lo fundamental para los atletas griegos era la gloria cualitativa, la hazaña personal concreta y no la abs-tracción matemática cuantificable en el récord o registro. El adversario por vencer no era un símbolo abstracto, cronome-trado o medido (el récord o registro), sino un contrincante de carne y hueso: el rival directo.

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El deporte antiguo es un producto gestado y creado en el proceso de conformación y desarrollo de la sociedad esclavista griega, con dos funciones sociales delimitadas:

1. Como institución productora de la ideología domi­nante, fue un espacio de producción y reproducción ideo­lógica porque: a) Reprodujo en el formato de participación en las com-

petencias, la idea de diferenciación (base de existencia del esclavismo) social, económica, política... existente en la sociedad: sólo participaban en los JOA los ciuda-danos griegos, los hombres libres con derechos políti-cos, bienes de fortuna (propietarios de tierras y escla-vos) y tiempo libre.

b) Era un vehículo de producción, transmisión y difusión de la religión, la cual estaba presente en todo el desa-rrollo de los juegos y, además, era una institución fun-damental de producción ideológica que en su estructu-ra misma establecía la diferenciación.

c) En cada competencia, la idea de polis como la única y posible organización político-territorial (donde los ciudadanos eran los únicos que ejercían derechos polí-ticos) salía fortalecida, ampliamente reforzada social- mente, cuando los ganadores obtenían prestigio y reco-nocimiento social para sí mismos y para la ciudad que representaban.

2. Contribuyó con la función de la institución militarComo la guerra era una necesidad constante en la sociedad

esclavista, se requería un ejército preparado de manera per-manente. Particularmente, en Grecia, en su estructuración y

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configuración eran decisivos los ciudadanos, quienes además de ser soldados eran participantes-competidores en los juegos. Los JOA contribuyen, de manera indirecta, con la función del ejército, porque la preparación física de los participantes para la competencia constituye —de alguna manera, al menos parcialmente— una fase o un adelanto de su preparación para desempeñarse como componente del ejército. Una parte de los ciudadanos eran soldados del ejército y competidores de los JOA: su preparación para los juegos les servía para su función militar y viceversa.

En definitiva, el deporte antiguo constituye un elemen-to fundamental, un soporte principal del modelo de hombre (atleta-guerrero-ciudadano) del esclavismo griego porque es el escenario social que sintetiza, en buena medida, los máximos logros alcanzados en el ámbito deportivo por la sociedad, con-tribuye con la preparación del guerrero y refuerza la identifica-ción social con la condición y función del ciudadano.

La irrupción de Roma como potencia esclavista única en elmundo occidental significó el descenso de la importancia so-cial del deporte antiguo, hecho que se da de manera simultánea con la transformación de su orientación y sentido originales: los JOA se realizan en el centro del imperio (Roma) y por esta época, siglos II-III a. de C., comenzaron a practicarse los com-bates entre gladiadores y combates de hombres con fieras.

Estos cambios en el deporte antiguo están asociados con las transformaciones que ha sufrido la sociedad esclavista ro-mana. Organizada en un vasto y complejo imperio con pro-vincias sin autonomía y dotada de una institución militar con dinámica de funcionamiento propia (altamente especializada y formada por soldados profesionales que perciben una paga por su trabajo), necesita una práctica deportiva que cumpla bá-sicamente la función ideológica de entretener a la población,

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“pan y circo”, al tiempo que muestra y ratifica el poder del imperio, identificando, cohesionando, a la población en tor-no de los ideales imperiales. La idea de un imperio esclavista como forma de organización político-territorial de Roma, se produce y reproduce en la naturaleza de los participantes y de las competencias (gladiadores y fieras provenientes de lugares distantes de Roma).

El deporte antiguo desaparece cuando está liquidada la so-ciedad esclavista que lo creó y se abre paso la nueva sociedad feudal, la cual perduró durante casi 1.300 años (del 884 a. de C. hasta el 393 d. de C.). En el feudalismo, el deporte no existe porque no tiene ninguna función social que cumplir, no tiene cabida. La sociedad feudal crea otras instituciones para reali-zar las funciones sociales que el deporte antiguo desempeña-ba en la sociedad esclavista: la Iglesia es el centro de la vida social y monopoliza la función ideológica, la caballería es la institución militar por excelencia y el feudo es la base de la organización político-territorial.

En definitiva, así como la sociedad esclavista gestó, creó y modificó el deporte antiguo, en la misma medida en que se de-sarrolló y transformó, asignándole y reasignándole funciones sociales específicas, la sociedad feudal lo eliminó porque no lo necesitaba para su desarrollo, creando sus propias institu-ciones sociales que cumplieron las funciones que realizaba el deporte antiguo en el esclavismo.

El deporte moderno, iniciado con la restauración de los Juegos Olímpicos Modernos en 1896, es el resultado de un proceso donde se concatenaron factores económicos, políti-cos y sociales que tienen como referencia el renacimiento de la cultura física en el siglo XVIII, respondiendo a las exigen-cias de surgimiento y conformación de la sociedad capitalista industrial, simultáneo con la desintegración del feudalismo.

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Obviamente, el esfuerzo, voluntad e intereses individuales forman parte de este proceso, aprovechando y nutriéndose de la experiencia del deporte antiguo, de donde se toman algunos elementos importantes que son readecuados, reformulados y transformados, dotándose de otros contenidos y significacio-nes para producir un fenómeno sustancialmente diferente.

El deporte moderno, concebido como sistema institucio-nalizado de prácticas competitivas con predominio del aspec-to físico, delimitadas, reguladas, codificadas y reglamentadas convencionalmente, es un producto del mundo capitalista industrial cuyo objetivo es comparar rendimientos corpora-les para registrar la mejor actuación (el récord, la marca) y designar el campeón (Brohme: 1982, pp. 429). Se estructu-ra orgánica e institucionalmente con una dimensión mundial desde mediados del siglo XX, cuando ya todo el planeta está incorporado, por vía directa e indirecta, a la dinámica de fun-cionamiento del capitalismo industrial. Es un producto de la sociedad donde —por primera vez en la historia humana— el rendimiento (producir más a menor costo y en menor tiempo) se convierte en la categoría central, en el concepto que orien-ta, organiza, determina y sirve de referencia para el funciona-miento de todas las instituciones sociales.

La función social fundamental con la que nace el deporte moderno en la sociedad capitalista es ideológica, pues produce y reproduce, en su dinámica y orientación, la idea de rendi- miento-productividad-rentabilidad-progreso lineal e infinito, idea-base de la sociedad capitalista industrial: desde la orga-nización de una competencia hasta el resultado, toda la insti- tucionalidad deportiva (campeones, récords, jueces, árbitros, normas, símbolos, iconos...), produce y reproduce —de ma-nera permanente— la idea de rendimiento y categorías tales como jerarquía, diferenciación...

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La idea de Estado-Nación como la forma de organización político-territorial en la sociedad capitalista industrial, se produ-ce en la organización de la participación y en el resultado de las competencias: los participantes-competidores representan a su país y los ganadores, además de obtener individualmente presti-gio y reconocimiento social, también lo alcanzan para su país.

Precisamente, el deporte moderno nace presentándose como un espacio social democrático, de igualdad, fraternidad, lucha noble, en oposición a los conflictos, enfrentamientos a muerte librados entre las potencias capitalistas que —como es conocido— desembocaron en las dos guerras mundiales del siglo XX (Altuve: 2002).

Con la intervención de los medios de comunicación, la función ideológica del deporte se ha perfeccionado, produ-ciendo y difundiendo la idea (legitimada institucionalmente y socialmente aceptada en todo el mundo) de que es un espacio social universal de igualitarismo absoluto, en contrapartida a las aberrantes diferencias en producción, consumo y disfrute de bienes existentes entre las naciones y entre las clases socia-les, y sirviendo de justificación de tales desigualdades.

La función económica del deporte, fundamental en el si-glo XXI, comenzó en la década de los 70 del siglo XX. Hoy, el deporte es la cuarta industria en el mundo contemporáneo, después del petróleo, las comunicaciones y los vehículos: so-lamente el fútbol movilizó 800 mil millones de dólares en el 2000. Se ha convertido en una atípica empresa transnacional que tiene como objetivo fundamental producir un espectáculo- entretenimiento cotidiano, contemplado masivamente (direc-tamente en los estadios e indirectamente a través de la tele-visión) y crecientemente rentable; ostenta el monopolio ex-clusivo de la producción del espectáculo deportivo porque noexisten dos o más versiones del mismo evento deportivo en

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la misma época; y su área de influencia es el mundo entero, porque todos los países cuentan con su organización deportiva y contemplan los espectáculos. (Por ejemplo, la Federación In-ternacional de Fútbol Asociado, FIFA, ha llegado a tener más países afiliados que la ONU).

A la tradicional función política de contribuir con la legiti-midad de un régimen político (todos los Estados convierten los triunfos deportivos nacionales de sus atletas y la organización de un evento importante, en éxitos de su gestión gubernamen-tal, y —en un momento determinado— difunden intensiva y extensivamente los éxitos deportivos para minimizar proble-mas o conflictos que afectan a la sociedad). A ello se le agrega la creciente importancia del deporte en el intento de ejercicio directo del poder político por grupos transnacionales industria-les-financieros-comunicacionales (Altuve: 2007).

Conclusiones

1.- El deporte es un fenómeno histórico y social que ha exis-tido en dos momentos y sociedades diferentes: del 884 al 393 a. de C., en el esclavismo; y desde 1896 hasta hoy, en el capitalismo industrial. En ambos casos, es una compe-tencia cuyo objetivo es buscar un campeón o ganador, pero, en el capitalismo, alcanzar o implantar una marca o récord (registro) es tanto o más importante que la obtención del campeón: más que ganar lo que interesa es con cuánto se gana. También es muy diferente la significación social y la institucionalidad deportiva; basta con mencionar que en el esclavismo el llamado deporte antiguo se circunscribía a los Juegos Olímpicos Antiguos, mientras que en el ca-pitalismo, en el deporte moderno, los Juegos Olímpicos son sólo un componente muy importante de una cadena

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de competencias que comprende los juegos olímpicos, campeonatos mundiales (de fútbol, atletismo, baloncesto, voleibol, béisbol...), fórmula 1, abiertos de tenis, tours de ciclismo, campeonatos mundiales inter-clubes de fútbol... Como todo fenómeno social, el deporte nace, crece, des-aparece, resurge con otros contenidos. La sociedad fun-cionó sin deporte hasta la irrupción del deporte antiguo, que tuvo una duración máxima de 1.277 años; luego, la sociedad funcionó perfectamente 1.503 años sin deporte, y hoy tenemos 114 años de deporte moderno.

2.- Es evidente el desconocimiento generalizado del fenóme-no deportivo. En la academia universitaria es marcada la subestimación de su análisis desde la perspectiva socio- histórica, centrándose los estudios e investigaciones en los aspectos técnicos, estadísticos y físicos. La compren-sión de uno de los fenómenos sociales más importantes del mundo contemporáneo, por su cotidianidad, capacidad movilizadora y por ser un elemento fundamental de la cul-tura de masas, demanda la profundización de su estudio e investigación desde la óptica socio-histórica.

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DEPORTE, SOCIEDAD E HISTORIA

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ELOY ALTUVE MEJÍA

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Historia y heterodoxiaEl dogma de la realidad vs. el dogmade la teoría: Historia y heterodoxia

Carlos Medina

Universidad del [email protected]

El núcleo duro del antidogmatismo de Karl Marx consistió en su sencilla y clara recomendación a los investigadores de lo social, de no imponer una teoría a la realidad, sino por el contrario, la de abordar la realidad para descubrir cómo fun-ciona y tener así una preclara teoría. A partir de esa premisa, Marx estableció un principio para hacer ciencia y sentó las bases para que sus descubrimientos no se convirtiesen en una inamovible doctrina y sus verdades en una nueva religión, es decir, Marx indicó con firmeza y convicción que el desarrollo que él imprimió al conocimiento no debería dar pie a la crea-ción del marxismo. Este pensador crítico fue, en ese sentido, el primer antimarxista; es célebre su frase: “Yo no soy marxista”. Y quienes siguieron su simple y luminosa recomendación y la pusieron, en consecuencia, en luminosa práctica, felizmente fundaron lo que se ha venido denominando como el pensa-miento marxiano.

Sirva esta introducción para entender por qué el oficio de hacer historia es un compromiso con la heterodoxia. La tarea del historiador, como la de cualquier otro investigador, es la de dejarse atrapar por la curiosidad y el escepticismo; en otras palabras, contemplar la realidad desde el universo de ideas en el que habita y tener la capacidad, a partir de sus conocimien-tos, de asombrarse, porque lo que percibe en ella le plantea

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serios interrogantes a su cosmovisión. Es un hecho, pues, que le lleva en medio de su estupor, a una permanente revisión de su mundo teórico y a conseguir en el universo de ideas que otros hombres construyen, motivos para avivar su curiosidad y su escepticismo. Debemos, pues, por principios, mantenernos permeables a otros saberes, lo que significa algo muy impor-tante, porque es la única manera de mantenernos de pie como intelectuales éticos.

Dentro de ese orden de ideas deseo realizar un acercamien-to a la propuesta historiográfica del historiador Ángel Rafael Lombardi Boscán expuesta en Banderas del Rey, libro con el cual rompió varios moldes.

Durante el siglo veinte la historiografía venezolana fue so-metida a un severo análisis por parte de Germán Carrera Da-mas. Josep Fontana (Fontana, 2002: 179) citando a este autor y refiriéndose a la historiografía que abarca ese período dice:

Ha sido necesario (...) reconstruir la historia colonial y profundizar en la de las sociedades nacionales surgidas de la emancipación, superando la épica de la independencia y la fal-sa ruptura radical que suponía que había entre la época anterior y la posterior a ésta, para alcanzar una visión que no se limi-te, como ha denunciado Germán Carrera Damas, a mostrarnos una historia vista exclusivamente a través de la mentalidad criolla, decididamente eurocéntrica, sino que establezca una nueva valoración que incluya «su rico patrimonio indígena y africano».

Vamos a valernos de esta referencia a Carrera Damas para destacar lo que la militante transgresión de Lombardi Boscán hace en Banderas del Rey. Este historiador, desde la mismísima partida, hace caso omiso de esa sugerencia de Carrera Damas de incluir el rico patrimonio indígena y africano y toma por

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ruta lo que Carrera Damas sugiere abandonar (!) y, en conse-cuencia, va mostrar una historia vista a través de la mentalidad de los sectores dominantes de la sociedad colonial venezolana, y lo hace como nunca antes se había hecho. Tal inteligencia lanza de entrada a Lombardi Boscán sobre unas fuentes docu-mentales extraordinariamente ricas, y entra a explotar un filón de documentos donde las vetas abren interesantes sendas te-máticas, y por otra parte, al ejecutar su plan de investigación, se lanza sobre el terreno que Carrera Damas quería evitar, por los peligrosos filos que arroja ese fragoso camino, es decir, se atreve a incluir en ese período de la historia venezolana, con voz propia, al sector social partidario de la monarquía. Lom-bardi Boscán, al tomar esa ruta, según nuestro criterio, sienta un precedente en la hermosa y compleja tarea de la reconstruc-ción de la historia nacional, porque poner como compañero de ruta en esta aventura historiográfica al bando defensor de las jerarquías imperiales fue, es y será algo temerario, no sólo por-que con ese derecho a voz que Lombardi concede a ese sector levantó el tabú que impone la historia a los “vencidos”, sino porque al hacerlo permite establecer el vínculo político que existe entre amplios sectores sociales de la actualidad venezo-lana con aquellos de la época colonial hispánica, ya que ambos comparten un universo de ideas conservadoras que desde su origen constituyen un proyecto histórico.

Banderas del Rey coloca al lector con tanta o mayor pasión de la que ya sentía cuando devoraba la historia escrita “agarra-da de la cola del caballo blanco de Simón Bolívar”, porque este trabajo nos introduce en un mundo alucinante desde sus primeras hasta sus últimas páginas; allí van apareciendo temas como el de la contrarrevolución, que echa a rodar diferen-tes y variados episodios de aquel proceso que cobra realidad histórica, puesto que con anterioridad los temas tratados sólo

EL DOGMA DE LA REALIDAD VS. EL DOGMA DE LA TEORíA: HISTORIA Y HETERODOXIA

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degeneraban en un mundo de mitos. Por esta ruta incomodí- sima, pues, de pronto, tenemos una historia real, una historia ampliada, donde una clase social aristocrática, ilustrada, oli-gárquica y conservadora, se fractura, y donde cada bando, al definirse, se disputa la protagonización del proceso histórico desatado, y donde el poder de esa clase social es capaz de mo-torizar una guerrodiversidad, la cual Lombardi Boscán lista para sus lectores ávidos de novedades.

Sobre ese mundo alucinante y sobre la contrarrevolución dejo a los lectocuriosos descubrir motu proprio ese entramado del relato literario lombardiano; en cuanto a la guerrodiversi-dad, es una tentación ineludible transcribir ese aspecto multi- facético a esta apretada reseña bibliográfica. Lombardi Boscán es explícito al calificar este período como una «Historia vio-lencia» impulsada por los sectores sociales, los cuales apelan a ese último recurso para dirimir la supremacía de sus intereses en pugna (Lombardi, 2006: 1), donde con pasmosa ingenuidad las minorías que lideraron el inicio de ese proceso supusieron que la transición del viejo régimen a la modernidad se pudiese dar sin violencia (id. 332), y sin prever que el odio transfor-maría aquella contienda en una locura colectiva (id. 339). Fue una guerra con significados diversos (id. 332) a favor de la libertad y a favor de la monarquía (id. 1), guerra de conquis-ta (id. 106), guerra social, guerra civil, guerra interprovincial, conflicto intercolonial, guerra de liberación (id. 2), guerra con-tra rebeldes (id. 333), guerra de exterminio, guerra extrema, guerra “informal”, guerra de guerrillas (id. 139), guerra cruel (id. 156), “Guerra a Muerte” (id. 142), guerra oficial (id. 146), guerra regular (id. 149) guerra de propaganda (id. 62), guerra “popular”, guerra “irregular”, guerra “internacional” (id. 60).

Estas guerras plurales —uno entre otros arbitrios que utiliza Lombardi Boscán para elaborar su discurso histórico— permiti-

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rán a este acucioso investigador poner en marcha un relato que da cuenta de lo cruenta y nefasta que fue esa vía que tomó la confrontación entre todos los involucrados, ruta en la cual este estudioso aprovecha el tránsito para revisar, asunto por asunto, lo que señalaba la historiografía tradicional, tarea que lleva a cabo de un modo sistemático en cada capítulo, sección, página, línea, frase, categoría y concepto que va escribiendo. Esa intensa revi-sión, como es obvio, evidencia el propósito del autor de acome-ter la reconstrucción de la historia nacional, a la cual, en nuestra opinión, Banderas del Rey contribuye de un modo significativo. Esta obra, en ese sentido, debe ser indexada como uno de los pocos trabajos que en nuestra historiografía están haciendo rea-lidad la nueva historia que se anhelaba tener en Venezuela.

No nos puede dejar de llamar la atención el hecho de que alguien rompiese, sin el menor miramiento, la acendrada tra-dición venezolanista de elaborar los discursos históricos desde la perspectiva única y exclusiva de los libertadores. La gran pregunta que aflora es, ¿por qué aparece en la historiografía venezolana, a comienzos del siglo XXI, una historia escrita que incluye, con voz propia, a los partidarios de la monarquía en la época independentista? Creemos que la historia tradicional estaba en plena decadencia, puesto que venía recibiendo, en el siglo veinte, acres críticas desde diversos sectores del pensa-miento; con pausado paso, entre otras, una historiografía mar- xista ofrecía trabajos interesantes que no giraban en torno a los libertadores, sino que mostraban a otros actores sociales, como los esclavos negros, lo cual llevaba de un modo ineludible a la decepción generalizada por la mediocre Historia oficial vigen-te. Con Carrera Damas, en la segunda mitad de ese siglo, ese proceso declinante de la vieja historia se agudiza, porque este autor muestra de una forma irreverente los flagrantes errores en que se venía incurriendo al investigar nuestro pasado. Pero a

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pesar de todo este esfuerzo reformador-actualizador, el contex-to histórico por el que se encauzaba el país permanecía incólu-me, y es entonces cuando se entrevé que las investigaciones que se efectuaban no eran capaces de ir más allá de ciertos límites que los propios historiadores se autoimponían, obedeciendo a tabúes muy profundos que desde el inconsciente actuaban re-primiendo a estos estudiosos a ocupar ciertos “espacios”. ¿Qué hace añicos esos tabúes? Suponemos que fue necesario que esa situación de estabilidad —contexto histórico incólume— su-friera un serio percance, lo cual acontece cuando algunos de los fundamentos y/o elementos esenciales de la Historia oficial son rechazados por quienes empezaron a detentar el poder a partir del año 1999, es pues en esas especialísimas circunstancias de resquebrajamiento de lo establecido —se declara, por ejemplo, traidor a Páez— que se abre una brecha en la producción his- toriográfica, lo que hace impostergable la reconstrucción de la historia venezolana sin cortapisas desde todos los ángulos doc-trinales, ocurriendo lo que denominaremos como la definitiva emergencia de la nueva historia nacional.

Banderas del Rey aparece en ese interregno favorable, donde la heterodoxia se hace posible y deseable, permitien-do que desde diferentes frentes tengamos la convergencia de diversas perspectivas que acuden a construir el núcleo duro de la nueva historia nacional. El aporte de Lombardi Boscán para ese núcleo, además de lo ya expresado, es el de ofrecer una inagotable profusión de acontecimientos alucinantes, don-de la poética bachelardiana se hace realidad. Impacta, pues, con todo el terreno donde hoy se libra la batalla de las ideas que sacude a la nación y, tiene la virtud de practicar el dogma —¡feliz paradoja!— de acercarnos a la realidad y, a partir de ella, dar respuestas a los nudos de la historiografía venezolana y perspectiva a los conflictos e incertidumbres del presente.

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Historia y transdisciplinaridadHistoria, ciencia del presente

Johnny Alarcón Puentes

Universidad del ZuliaFacultad Experimental de Ciencias

Departamento de Ciencias HumanasUnidad de Antropología

[email protected]

Reivindicamos una visión histórica que tome en cuenta los múltiples enfoques renovados que, desde una perspectiva de los excluidos, están naciendo en la periferia (América del Sur, Asia, África). Una historia que siente sus bases en el pasado, pero que se retrotraiga a la cotidianidad presente de los pue-blos es vital para la memoria colectiva de nuestra América.

Muchos historiadores denigran de la Historia inmediata por considerarla mero material sociológico-periodístico. Esta visión estructural-funcionalista considera que todo intento por interpretar la realidad inmediata es pura especulación y no es digna de ser tomada en cuenta.

¿Por qué no aprovechar los aportes de otras ciencias y po-sibilitar la transdisciplinariedad?, ¿o es que se piensa que la Historia es la ciencia madre que conduce a la preciada objeti-vidad social y, por ello, a las otras ciencias se les clasifica de auxiliares? Esta visión —muy extendida en la actualidad— es contraria a las nuevas tendencias que nacen a la luz de las crí-ticas al proyecto moderno. Al parecer, muchos historiadores, en su celo por la disciplina, pensaron que al compartir saberes, conocimientos, conceptos, teorías con otras ciencias, se per-día la originalidad y especificidad de la Historia. Claro está, se trata de una postura irreflexiva, acrítica, acientífica, pues la

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Historia siempre tendrá su sello personal que la delimita y la diferencia de otras ciencias. La manera como la Historia abor-da a los sujetos de investigación, siempre tendrá un principio diferenciador que lo dan el análisis y la interpretación.

La Historia no puede caer en versiones univocistas, unidi-reccionales, unilineales; por el contrario, debe partir de múl-tiples interpretaciones, de relaciones transdisciplinarias y de las transubjetividades emanadas de la realidad; una Historia contada desde varias perspectivas. Todo esto sin avalar el ideal posmoderno de que todas las versiones son igual de válidas: tanto las del oprimido como las del opresor, pues con eso se justifica la manipulación y tergiversación de la Historia por parte de aquellos que, interesadamente, se pliegan a una visión múltiple de ella, pero falaz.

Es precisamente lo que pretendemos evitar, la construc-ción de verdades históricas que conduzcan a instituir un mo-delo sobre el acontecimiento. Lo novedoso sería construir un discurso histórico sobre la base de la contextualización de las transubjetividades, con lo cual se dé una perspectiva amplia del hecho histórico.

Por otro lado, no creemos que tengamos que asumir el análisis de lo local o microhistoria de manera aislada, descon- textualizada de la realidad mundial. Quienes así piensan, cir-cunscriben el hecho histórico a un espacio desconectado del resto de los complejos societarios y desconocen que el hecho histórico único, específico e irrepetible de una región o loca-lidad, nos da la plataforma para ir más allá; para buscar las interrelaciones con aspectos a escala mundial o establecer la interconexión con otras microhistorias. Es evidente que ningu-na comunidad, por remota que sea, se encuentra del todo aisla-da, menos aún hoy con el fenómeno comunicacional de largo alcance. Por tanto, la reproducción de capitales, la tecnología,

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la división mundial del trabajo, la discriminación, las enferme-dades, los avances en salud, son ejemplos de lo relacionados que se encuentran los espacios.

Otro aspecto que parece un tanto absurdo es postular el fin de la Historia. La imposibilidad de llevar a cabo un discurso unitario, evolutivo, unilineal, unívoco, no implica que la His-toria, como dinámica, como práctica, haya concluido y se pa-raliza en un determinado modelo socioeconómico, tal como lo planteó Francis Fukuyama. Esto sólo nos muestra la crisis de los metarrelatos y la irrupción de las múltiples microhistorias que habían sido negadas desde la Historia eurocéntrica.

En el actual marco de crisis paradigmática, la Historia adquiere vital relevancia. Lo primordial hoy es el barrio, la ciudad, la etnia, las minorías, el lenguaje, la memoria, los sen-timientos, las costumbres, las leyes, entre otras unidades más o menos autónomas que son objeto de análisis pormenorizado desde una perspectiva tanto diacrónica como sincrónica; pero sin perder la perspectiva del todo y de sus múltiples interrela- ciones y articulaciones a escala mundial.

Creemos que toda esta dinámica suscitada con el desen-mascaramiento de los ideales de una determinada moderni-dad postulada por Occidente, es un elemento teórico que ha permitido entender los múltiples desarrollos culturales de los pueblos a los cuales se les había negado el derecho a la dife-rencia. Es necesario superar algunos de los criterios modernos que mueven el planeta desde hace más de doscientos años y que nos han traído a este mundo laberíntico y globalizado, en el cual no encontramos el camino para construir una nueva sociedad que se asiente en la participación y la organización alternativas. El análisis histórico que se debe asumir es aquel que nos permita repensar y recrear las esperanzas en un mundo diverso y más justo.

HISTORIA, CIENCIA DEL PRESENTE

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Historia e Historia inmediataLa historia inmediata

como herramienta de lucha popularRoberto López Sánchez

Universidad del ZuliaFacultad Experimental de Ciencias

Departamento de Ciencias HumanasUnidad de Antropología

[email protected]

IntroducciónEl estudio de la historia ha tenido siempre una relevancia

fundamental para las sociedades, particularmente por las re-percusiones de sus análisis e interpretaciones en el momento presente, en la realidad inmediata de cada una de esas socie-dades. Si alguna pertinencia han tenido los estudios históricos, se debe precisamente a que los mismos han servido para ex-traer enseñanzas del pasado, aplicables a situaciones presentes y futuras. A consecuencia de ello, el estudio histórico de los acontecimientos recientes, lo que se ha dado en llamar “His-toria inmediata”, tiene una importancia fundamental debido a su estrecha vinculación con los procesos políticos y conflictos sociales que están en pleno desarrollo en cualquier rincón del planeta.

Pero el desarrollo académico de los estudios históricos co-menzó, desde hace bastante tiempo, a generar una tendencia que nosotros calificaríamos de antihistórica, la cual sostiene que la historia sólo puede ser estudiada a la distancia, luego de varias décadas de por medio entre los acontecimientos y los historiadores. La historia de los “académicos” favorece la

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ausencia de compromiso de los investigadores, y facilita con-clusiones que no afectan intereses actuales. La consigna de es-tos historiadores parece ser: “Mientras más lejos en el tiempo esté el hecho estudiado, menos problemas nos causará y más fácilmente podremos hablar del mismo”.

Por ello pensamos que reivindicar la Historia inmediata equivale a enfatizar el compromiso social de los historiadores. Pretendemos profundizar en este debate, aportando ideas en pro de la Historia inmediata.

La historia vista desde lejosNos referimos a la lejanía en el tiempo, y no en el espa-

cio. Los “académicos” sostienen que deben pasar una buena cantidad de décadas, y esperar a tener acceso a documentos oficiales (los cuales son abiertos al conocimiento público lue-go de 40-50 años) para poder estudiar un hecho histórico en particular.

Usando estos argumentos, se niegan a realizar análisis históricos sobre la realidad actual del país, y se refugian en investigaciones sobre hechos muy distantes en el tiempo. Esta conducta les permite analizar circunstancias de las cuales se tiene muy poca información, que interesan a muy pocos y en donde se puede llegar a cualquier conclusión sin que corra el riesgo de ser cuestionada por alguien.

Ciertamente se puede argumentar, en sentido contrario, que estas investigaciones lejanas en el tiempo cuentan con unas fuentes documentales muy valiosas, que no se tienen en la Historia inmediata. Sin embargo, por lo menos aquí en Ve-nezuela, las fuentes documentales oficiales no son muy exten-didas como para que las mismas cubran un amplio espectro de información sobre hechos históricos del pasado. Además,

ROBERTO LÓPEZ SÁNCHEZ

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hay otro tipo de fuentes que no pueden ser usadas en este caso, como son las fuentes orales, pues ya los protagonistas y sus descendientes inmediatos han fallecido.

No solamente han fallecido los protagonistas. También los intereses políticos y socioeconómicos involucrados se han mo-dificado, o han desaparecido por completo (y han sido sustitui-dos por otros). Esto facilita que se puedan sacar conclusiones que ocultan o dificultan precisar los intereses sociales en con-flicto. Desde esta perspectiva no existe la historia militante, no hay cabida para el historiador comprometido explícitamente con determinados intereses en pugna. Es posible aquí el ideal del positivismo, la historia neutral, el investigador incoloro, inodoro e insípido, el sujeto desligado completamente del ob-jeto estudiado. El científico social neutro, el historiador con bata blanca que combina elementos químicos en un laborato-rio, como si la historia fuera una ciencia exacta.

Es cierto que los estudios históricos son pertinentes para las sociedades actuales, sea cual sea la época que se analice. Es importante estudiar el siglo XVIII, tanto como el siglo XIV prehispánico, o el actual siglo XXI. Pero precisamente, en la historia actual, donde están las diferencias que sostenemos con la “historia oficial” o “académica”.

Hay hechos históricos del pasado lejano que aún no han sido suficientemente estudiados, y que ameritan su jerarqui- zación en las líneas de investigación universitarias, pues con-tribuirían a explicar procesos que conservan plena actualidad. Pero también es cierto que los acontecimientos más cercanos en el tiempo son los que despiertan más interés por su influen-cia en los procesos sociopolíticos actuales.

No considerar la Historia inmediata como una esfera de trabajo de los historiadores, es renunciar a la función social de

LA HISTORIA INMEDIATA COMO HERRAMIENTA DE LUCHA POPULAR

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la historia como tal. Sin historia inmediata, sin historia actual, los historiadores terminan practicando un pasatiempo, un ho- bby, como me lo manifestó en una oportunidad una reconocida historiadora de LUZ: “Yo soy historiadora porque me permi-te abstraerme de la realidad”. A confesión de parte, relevo de pruebas.

Pertinencia de la Historia inmediataLa Historia inmediata es fundamental para dar explica-

ciones de los acontecimientos que ocurren en el presente. Un ejemplo es la realidad venezolana actual. Una buena parte de los historiadores venezolanos han asumido la Historia inme-diata como una actividad propia de los estudios históricos. Esto ha sido así tanto para los historiadores que cuestionan rabiosamente el proceso de cambios liderado por el presidente Chávez, como para los historiadores que de diversas formas se identifican con la revolución bolivariana. Sólo un pequeño grupo de académicos, entre los que destacan muchos integran-tes del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia, han quedado al margen de los debates, refugiándose en las ya mencionadas argumentaciones de que hay que esperar 50 años para opinar sobre este proceso bolivariano.

La historia es una ciencia social, y como tal busca dar ex-plicaciones sobre los procesos de cambio que atraviesan las sociedades, vinculando circunstancias históricas del pasado con la realidad política, económica, social y cultural actual. Ésta es la tarea más relevante de los estudios históricos: ex-plicar el origen, las causas, de los acontecimientos actuales. Muchas veces estas causas permanecen ocultas, bien porque son desaparecidas de los análisis de manera intencional, o por-que simplemente la precariedad de las investigaciones realiza-das no les ha permitido considerarlas hasta ahora. Pero ningún

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acontecimiento actual ocurre sin tener sus raíces en el pasado. Nada cae del cielo, como bendición o maldición divina. Todo hecho histórico se enlaza con hechos históricos anteriores, y el papel de los historiadores es, precisamente, el determinar y explicar adecuadamente esta vinculación.

Las versiones tradicionales de los estudios históricos enfa- tizan en los procesos políticos y económicos “oficiales”, dejan-do de lado el impacto de los conflictos sociales que involucran diversas manifestaciones de la lucha popular. Hemos conocido la historia de los vencedores, y pocas veces se considera la his-toria de los vencidos. Pero resulta que en esas luchas populares del pasado, sea éste remoto o reciente, se encuentran muchas explicaciones referidas a los acontecimientos actuales de Ve-nezuela. Nuestro país tiene una larga tradición de rebeliones populares desde los tiempos coloniales, realidad histórica que generalmente ha sido soslayada por la historia tradicional.

Esto ha permitido que los historiadores que hacen opo-sición a Chávez intenten presentar a la revolución bolivaria- na como un fenómeno sin precedentes en nuestra historia. “Chávez ha dividido a la sociedad venezolana”, dicen estos historiadores, dejando de mencionar intencionadamente que nuestro desenvolvimiento como república ha tenido como constante las revoluciones populares cada 40 ó 50 años. La sociedad venezolana siempre ha estado profundamente divi-dida, y estos antagonismos sociales han generado conflictos destacados desde la misma época colonial.

Un elemento relevante de la historia de las luchas popu-lares, es que apenas aparecen mencionadas en los documen-tos gubernamentales. Generalmente son ignoradas o tergiver-sadas sus motivaciones y manifestaciones específicas. El estudio histórico que considere a las luchas sociales debe ir mucho más allá de la revisión de documentos oficiales. Esta

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documentación gubernamental no sólo no es, en casi ningún caso, un criterio de “verdad”, sino que por el contrario, cons-tituye, generalmente, una versión tergiversada de las luchas populares.

La incidencia posterior de estas luchas sociales tampoco es algo que pueda desprenderse de la revisión de documen-tos oficiales. Circunstancias actuales, como la conformación democrática de las fuerzas armadas, responden a una historia que comenzó a construirse en la misma guerra de independen-cia. Hechos como las rebeliones militares de 1992 tienen sus antecedentes en las rebeliones cívico-militares del 7 abril de 1928, del 18 de octubre de 1945, las ocurridas en 1952 con-tra la dictadura militar, la del 1.º y 22-23 de enero de 1958, y las rebeliones de Campano y Puerto Cabello en 1962. Una rebelión social tan significativa como la ocurrida el 27-28 de febrero de 1989 tiene, a su vez, antecedentes recientes en la rebelión popular del 14 de febrero de 1936 y en la insurrección del pueblo caraqueño el 23 de enero de 1958.

De igual manera, estos acontecimientos del siglo XX tie-nen sus raíces muy cercanas en la historia de los conflictos so-ciales acontecidos durante el siglo XIX. Toda la historia repu-blicana de Venezuela es la sucesión de revoluciones populares. A la profunda conmoción social generada a lo largo de la inde-pendencia le sucedió la gran insurrección campesina conocida como la guerra federal entre 1859 y 1863, sin dejar de men-cionar que en el intermedio ocurrió otra rebelión campesina, que finalmente fue derrotada, en 1846-1847. Los federalistas en el poder (1863-1899) fueron a su vez desplazados por otra revolución popular encabezada por Cipriano Castro, la cual introdujo a los andinos en el poder durante casi cincuenta años (1899-1945). A los andinos les llegó su hora el 18 de octubre de 1945, aunque Acción Democrática tendría que esperar hasta

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1958 para instaurar el período de la democracia representativa o del Pacto de Punto Fijo (1958-1998). Y la última década ha presenciado el proceso de la revolución bolivariana, la cual tal vez sea, hasta ahora, la que más transformaciones ha intro-ducido en la sociedad venezolana, sin dejar de mencionar sus relevantes repercusiones en los procesos políticos de toda la América Latina.

Sin Historia inmediata no se puede explicar lo que es Ve-nezuela hoy. Sin Historia inmediata no existe pueblo en los estudios históricos, porque los pueblos no generan con sus lu-chas documentos oficiales de relevancia, más allá de los infor-mes policiales. Hacer la historia sólo con documentos oficiales es presentar una parcialidad de los procesos estudiados. La otra porción de la verdad hay que buscarla en los documentos clandestinos de las organizaciones revolucionarias, en las pro-clamas de los movimientos populares, en las noticias que frag-mentariamente recogen los medios de la época, en los testimo-nios orales de los sobrevivientes y testigos de las rebeliones.

La Historia inmediata es una reconstrucción laboriosa que los investigadores deben realizar recurriendo a herramientas teóricas de la sociología, la antropología, la economía, la poli- tología y otras disciplinas que generalmente se utilizan para el estudio del tiempo presente. La Historia inmediata es, funda-mentalmente, una tarea transdisciplinaria (sin negar que otros estudios históricos también puedan serlo).

Conclusiones 1. La historia inmediata permite dar respuestas a las ne-

cesidades e interrogantes de la sociedad presente, refe-ridas al origen de los procesos sociales en pleno desa-rrollo.

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2. La Historia inmediata sirve para mantener la memoria de las luchas populares, engarzando los conflictos so-ciales del pasado con la realidad actual, fortaleciendo la perspectiva de la corriente histórico-social latinoa-mericana, la resistencia y lucha de los pueblos y nacio-nes por alcanzar la libertad, la igualdad y la autodeter-minación.

3. La Historia inmediata, fundamentada en la transdisci- plinariedad, contribuye a delinear los programas po-líticos de transformación social que enarbolan actual-mente los movimientos sociales y los gobiernos de los países latinoamericanos, recuperando las experiencias de lucha del pasado reciente, y facilitando la labor pros-pectiva de la actual corriente de cambio que estremece a toda la América Latina.

ROBERTO LÓPEZ SÁNCHEZ

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Historia e indigenismoBicentenario de América

y resistencia con silueta indígenaJosé María González M.

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

Centro de Estudios Histó[email protected]

El Zulia es una región de una significativa población indí-gena dedicada a la caza, pesca, artesanía, agricultura y cría de ganado, ubicada en las áreas adyacentes al lago de Maracaibo y en la península de la Guajira; tal como lo registra el etnólo-go Miguel Acosta Saignes1 al distinguir el área de la Guajira y del lago de Maracaibo, en la que aparecieron sólo grupos de cazadores-recolectores y pescadores en el siglo XVI; mien-tras que para finales del siglo XVIII esta zona nor-occidental de Venezuela estaba ocupada por “diecisiete naciones indias” (Jahn, 1973: 125), pertenecientes a las familias lingüísticas ca-ribe, chibcha y arawak2.

1 Desde el punto de vista de la agrupación lingüística, el etnólogo Miguel Acosta Saignes distinguió 10 áreas que aquí se resumen: área de la costa caribe, desde Paria hasta Borbu- rata, comprende tres subáreas: de los cumanagotos, los palenques y los caracas; área de los ciparicotos, que aparecen como una inclusión entre pueblos caquetíos; área de los arawakos occidentales, comprende los caquetíos (estados de Falcón, Lara y Yaracuy, y los llanos de Apure); área de los jirajaras, comprende a los jirajaras, ayamanes, axaguas y gayones; área de la Guajira y del lago de Maracaibo, en la que aparecieron sólo grupos de cazadores-recolectores y pescadores en el siglo XVI; área de los caribes occidentales, comprende a los pemones, bobures y motilones; área de los Andes venezolanos, comprende a los timoto- cuicas; área de los recolectores, incluye a los actuales guaraúnos del delta del Orinoco y a los cazadores-recolectores y pescadores de los Llanos hasta los estados de Portuguesa y Lara; área de los otomacos, incluye a los otomacos, guamos, taparitas y yaruros; área de Guayana, engloba todo el territorio al sur del Orinoco.

2 En la distribución geográfica al norte del Zulia se ubica la cordillera de los Andes, territorio de los indígenas timotes y cuicas. Y como vecinos más cercanos al oeste la sierra de Perijá,

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La familia arawak que se radicó en la península de la Gua-jira desarrolló contactos con el hombre no indígena (alijuna), por cuanto “desde el segundo cuarto del siglo XVII, Holanda, Francia, Inglaterra y con posterioridad Dinamarca, ocuparon permanentemente algunos territorios en Hispanoamérica que España tenía en relativo abandono, ya porque fueran terrenos inhóspitos o estériles, o porque sus belicosos habitantes no los dejaban poblar” (Polo, 2005: 27), como fue el caso de la Gua-jira, donde sus pobladores enfrentaron toda clase de penetra-ción colonizadora. Sin embargo, lograron entablar relaciones de intercambio comercial con Holanda, Francia, Inglaterra y las islas del Caribe, enfrentado a las autoridades monárquicas durante el siglo XVIII, quienes, según Carmen Laura Paz, para “contrarrestar las pretensiones de avance y conquista por parte de los españoles en la península de la Guajira, se valieron de las armas y otros elementos bélicos, muchos de ellos suminis-trados por ingleses y españoles”3.

Desde la Guajira se desarrollaba un intenso comercio ile-gal de importación y exportación hacia Curazao, controlado por los holandeses y los jamaiquinos, convertidos éstos en gran depósito de productos ingleses en busca de oportunidades de venta. Rumbo a Jamaica “fueron llevadas las muías criadas en la Guajira, las perlas y los esclavos indígenas wayuu captu-rados en la Península. Tal actividad requirió el envío de emi-sarios comerciales desde y hacia Riohacha” (Polo, 2005: 29). Las acciones comerciales realizadas “sin interrupciones desde fines del siglo XVII bajo las formas de comercio lícito e ilíci-to, según denominación dada por la administración colonial al comercio de contrabando” (Socorro, 1982: 10).

hábitat de las sociedades originarias (indígenas) barí, japreria y yukpa, extendiéndose dicho territorio hasta los Montes de Oca.

3 Identidad y resistencia de los wayuu ante el estado español y republicano. Carmen Laura Paz Reverol y otros (2005). En Antropología, Cultural e Identidad, p. 152. Ediluz.

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Los wayuu, originariamente cazadores, recolectores y pes-cadores marinos, “al convertirse en una sociedad pastoril, alre-dedor de los siglos XVII o XVIII, desarrollan igualmente una personalidad belicosa y violenta, integrada en base a sus pro-pios valores y tradiciones culturales, cerrada a todo extranjero o alijuna. Para aquel entonces, la estructura política y social de los goajiros, existía sin la interferencia de los criollos” (Sanoja y Vargas, 1974: 256). No obstante, para garantizar su estabi-lidad, autonomía política y económica, los wayuu “aceptaron selectivamente el proceso de transculturación post-colonial to-mando de la cultura hispánica y luego de los criollos (alijuna), aquellos elementos tecnológicos que les permitían explotar mejor los pobres recursos naturales que ofrecía el desértico territorio de la península y que al mismo tiempo reforzaban las posibilidades de defender y mantener su integridad como grupo cultural independiente” (Sanoja y Vargas, 1974: 256).

Para la historiografía colombiana, a finales del siglo XVI los wayuu se hallaban habitando la península de la Guajira; conjuntamente con los macuira, anates, cocinas4 o tiznados

4 Cocina o kusina: grupo social indígena habitante de la península de la Guajira. Identificados por Sanoja y Vargas, citando a Loukoka como indígenas de filiación lingüística arawak (p.204). Los cocina, sector marginal de la comunidad indígena, quienes no se dedicaban al comercio y subsistían gracias a las prácticas de ciertas acciones perjudiciales para los pobladores y para los mismos wayuu (Carmen Laura Paz, 2001, p. 400). En relación con los indígenas denominados cocinas, el historiador José de Oviedo y Baños, en la obra Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela (2004), refiere que la expedición española integrada por Cristóbal Guerra, prosiguiendo viaje por las costas abajo hacia el poniente, descubrió unas playas, habitadas por más de dos mil indios, que armados de arcos y flechas, manifestaban, en su modo, el poco deseo, que tenían de admitir en sus tierras gen-te extraña. Considera el cronista que “según el paraje, fueron sin duda alguna los cocinas, gente cruel, bárbara y traidora, que hasta el día de hoy se mantiene con su fiereza incontras-table ocupando la costa, que corre desde Maracaibo al Río de la Hacha”, p. 26, cap. II. Por su parte, el antropólogo wayuu Weilder Guerra Cúrvelo (1993), en el ensayo El poblamien- to del territorio, considera que “con excepción de los cocina, los gentilicios dados por las fuentes históricas hispanas a los nativos macuira, anates, cocinas, guanebucanes, cuanaos y guanebucanes y eneales, indígenas de la península de la Guajira desaparecen a lo largo del siglo XVII para denominarlos a todos ellos con el término de guajiros”, pp. 52- 53.

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(utilizaban pintura facial), guanebucanes (orfebres), cuanaos y eneales. Al mismo tiempo, el territorio de la Guajira fue dis-putado entre las gobernaciones de Santa Marta y Maracaibo por las riquezas perlíferas, existentes en las costas marítimas. El te-rritorio colombiano en la península de la Guajira perteneció ad-ministrativamente a la provincia del Magdalena hasta 1871, año en el que se transformó en territorio nacional. En 1898 se creó la intendencia de la Guajira y, en 1911, la comisaría especial de la Guajira, con capital en Guaraguarí; mientras el espacio correspondiente al territorio venezolano en la Guajira, adminis-trativamente estaba vinculado con la provincia de Maracaibo.

Los nativos de la Guajira se sublevaron firmemente fren-te a las tentativas del imperio español de controlar el territo-rio peninsular, practicando persistentes acciones de reproches contra el salvajismo de los colonizadores españoles, haciendo frente al proceso de fundación y desarrollo de asentamientos de origen hispano en las costas marítimas e interior de la pe-nínsula de la Guajira entre 1499 y 15245. La primera capitu-lación dada por el Estado español a un particular que incor-pora a la península de la Guajira, fue firmada el 8 de junio de 1501 con el navegante Alonso de Ojeda6, nombrado también,

5 Weildler Guerra Cúrvelo (1993), El poblamiento del territorio”. En: Vivienda Guajira, p. 54. En ese ensayo el autor identifica como “Período de contacto inicial” al lapso correspon-diente a los años de 1499 hasta 1524, basado en el fundamento jurídico de los procesos de poblamiento en la península de la Guajira a principios del siglo XVI que se afianzaba en las llamadas Capitulaciones. Jurídicamente, los establecimientos poblacionales europeos se sustentaban en contratos entre la corona española y particulares con la finalidad de descu-brir y explotar determinado territorio en los que se estipulaban ciertos deberes y derechos por parte del particular. Contratos entre la Corona española y un particular para explorar y explotar riquezas en territorios del nuevo Continente americano.

6 Alonso de Ojeda, navegante y conquistador español, nacido en Cuenca entre 1466 y 1470, fue protegido del obispo Juan Rodríguez de Fonseca, por cuya mediación logró embarcar-se a finales de 1493 con Cristóbal Colón en su segundo viaje. La primera expedición de Ojeda, tras formar sociedad con Juan de la Cosa y Amerigo Vespucci, zarpó del puerto de Santa María el 18 de mayo de 1499. Siguieron la ruta del tercer viaje colombino: Trinidad, Margarita —costa de las Perlas—, Curaçao y península de Coquibacoa o Guajira. La expe-

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gobernador de Coquibacoa7, espacio geoestratégico, rico en bancos de perlas e importante ruta de intercambio comercial entre indígenas wayuu y alijunas. El proyecto encomendado al navegante Alonso de Ojeda, para promover “la creación de la Gobernación del Coquivacoa se da en el marco de una política real que apunta a desconocer el poder político concedido al na-vegante Cristóbal Colón para el Gobierno de las Indias desde la isla Española” (Guerra, 1993: 54).

La compañía comandada por el capitán Alonso de Ojeda introduce el mürülü (ganado)8 y paa’a (vacuno), ama (caba-llar), aneerü (ovejuno) y püliikü (asnal); al llegar a las riberas de la comarca Guajira. Una vez en territorio wayuu, proceden a fundar, el 2 de marzo de 1501, un fortín militar y el pobla-do denominado Santa Cruz de Cocinetas, la primera ciudad de origen hispano en territorio de la península de la Guajira, que por “hostilidad de los wayuu, logró una efímera vigencia hasta septiembre de 1502”9. El capitán Alonso de Ojeda, du-rante su permanencia en las costas de la Guajira, desarrolló actividades de pesquería de perlas “reduciendo a los guajiros a esclavitud, luego dados en encomienda a los pobladores de Sinamaica y Río de la Hacha (Riohacha)10, la violencia del

dición estaba de regreso en Cádiz un año después y resultó poco rentable. Para una segunda expedición a la misma zona, Ojeda firmó una nueva capitulación con los reyes el 8 de junio de 1501 y fue nombrado gobernador de Coquibacoa. Formó compañía con Juan de Vergara y García de Campos y fletaron cuatro carabelas...

7 Coquivacoa significa en lengua caribe “tierra donde llueve mucho”.8 Nina S. de Friedemann y Jaime Arocha (1982): En la península de la Guajira, señalan que

el ganado se convirtió en el soporte del sistema social y de valores de los wayuu. Vacas, toros, caballos, mulas, cabras, ovejas, se constituyeron en fuentes de riquezas como en la única base de seguridad económica para grupos familiares. El ganado enmarcó el prestigio de los e’irukuu (clan) y delineó sus jerarquías, p. 308.

9 Carmen Paz Reverol (2001), La sociedad wayuu: identidad y resistencia (siglo XVIII - me-diados del siglo XIX, p. 15.

10 Según las crónicas, Riohacha se conoce con la toponimia Calancala, Ranchería, Seturma y Nuestra Señora de los Remedios del Río de la Hacha, mientras que para los wayuu es Sü- chimma. Riohacha: ciudad y capital del departamento colombiano de la Guajira, situada en

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descubridor —conquistador— origina las continuas rebeliones de los wayuu contra los ibéricos de la Villa de San Bartolomé de Sinamaica y Riohacha”.

Esta dinámica de los naturales, entendida como una cuali-dad de resguardar mecanismos existenciales que se afirmaban en sus prácticas culturales originarias y en la evocación de sus antepasados, impulsó su apego al territorio ancestral. La inte-gración compleja y dinámica de los indígenas wayuu a la red de comercio con ingleses, franceses, alemanes, holandeses, comerciantes lícitos, piratas o traficantes de mar, interesados en las perlas u otros metales preciosos, constituyó un factor de supervivencia y de reafirmación de la identidad; mientras que las fundaciones de poblados de origen hispano en la penínsu la de la Guajira, garantizaron una relativa presencia del Esta-do español. Los exploradores tenían dos opciones: enfrentar a los nativos o establecer alianzas con los mismos, pues en la mayoría de los casos fue necesaria la ayuda del aborigen para avanzar en dichos espacios. Por otro lado, “la fundación efectiva de asentamientos hispanos fue obstaculizada por la resistencia indígena en defensa de sus territorios y cultura. Incluso Maracaibo tuvo que ser fundada tres veces debido a esta causa, una en 1529, otra en 1569 por Alonso Pacheco y

la margen occidental de la desembocadura del río Ranchería en el mar Caribe. Se extiende al este de la Sierra Nevada de Santa Marta. Véase: Benjamín Ezpeleta Ariza (2000), en La verdadera historia de Riohacha, sostiene que: “el topónimo Río de la Hacha perdió con los siglos su escritura original. Sufrió lo que en gramática se llama síncopa, metaplasmo que permite la eliminación de letras o sílabas en medio de vocablos. A Río de la Hacha suprimiéronse, por fuerza de la costumbre y por localismo, la preposición y el artículo de-terminado “la”, quedando en definitiva Riohacha (p. 124). La evidencia histórica radica en que los fundadores designaron su caserío de las márgenes del río Ranchería con el estirado nombre de Nuestra Señora de los remedios de Río de la Hacha, con el correr del tiempo se le quitó lo religioso y sólo subsistió el referente a la corriente de agua. Más tarde el Río de la Hacha, de igual modo, se condensó en Riohacha (p. 124). El autor afirma que el alemán Nicolás de Federmann no fundó a Riohacha. Los auténticos pobladores: los pescadores de perlas de Cubagua, Margarita, Venezuela.

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en 1574 por Pedro de Maldonado” (Paz, 2000: 37). Desde los inicios de la llamada “conquista” y “colonización”11, los nati-vos de la península de la Guajira: wayuu, macuira, anates, co-cinas, guanebucanes, cuanaos y eneales, se manifestaron en contra de la política expoliadora llevada a cabo por el imperio español en América. El no admitir establecimientos españo-les en la península —sobre todo en las últimas décadas del siglo XVII y principios del siglo XVIII—, es un aspecto que caracterizó la defensa del territorio, convirtiendo al poblador autóctono en un guerrero experimentado y victorioso, que ha-bía demostrado el control de las costas marítimas y fronteras de su territorio ancestral defendidas con marcado éxito. Cir-cunstancias que obligaron al Estado español a aplicar nuevas estrategias colonizadoras, al comprender la fortaleza política, administrativa y social de los nativos para defender y afianzar su autonomía y soberanía territorial, aspecto reforzado cultu- ralmente por la continuidad de su patrimonio cosmogónico y lingüístico, después de dos siglos de la emancipación de la corona española.

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11 El entrecomillado es nuestro para manifestar el desacuerdo con la categoría. Durante la presencia del europeo en este continente se dio una invasión y no una “conquista”. Propo-nemos continuar debatiendo acerca de la llamada “conquista” y “descubrimiento” por parte del imperio español a partir de 1492 en territorio de Abya Yala. Con el término Abya Yala los indígenas tule-kuna de Panamá y occidente de Colombia identificaban su territorio an-cestral, y el mismo significa “Tierra en plena madurez”, “Tierra de sangre vital” y se utiliza desde el mundo indígena para nombrar a todo el continente de América. Miguel Ángel Ló-pez Hernández - Malohe (2004). Encuentros en los senderos de Abya Yala. Docutech, Quito, Ecuador, p. 4.

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Historia y literaturaEl miedo de los historiadores1

Norberto José Olivar

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

Departamento de Sociología y Antropologí[email protected]

I«La historia como la novela es hija de la mitología», esta

afirmación de Fernando Aínsa me gusta mucho para empezar mi intervención de esta tarde. Y diciendo que «la historia como la novela es hija de la mitología» se me vino a la cabeza el tra-bajo de la doctora Luz Marina Rivas, La novela intrahistórica, que inicia contándonos como Heinrich Schliemann, en 1876, ha puesto en jaque todo este embrollo que supone las relacio-nes o los límites entre historia y literatura, cuando, guiándose por las descripciones geográficas de un poema considerado mitología pura, encontró el emplazamiento de la Troya lejana de Príamo en el Asia Menor, la Micenas de Agamenón y su tesoro de máscaras de oro y otras maravillas más que antes suponíamos meras invenciones literarias.

Ahora estoy pensando en John Berger, quien asegura que el relato, la novela, es un llamado a la historia, que no hay manera de novelar sobre la nada, porque aun inventando ciu-dades –como gustan los novelistas modernos–, esas ciudades son construidas sobre un modelo, que igual va para los perso-najes y las anécdotas, porque la esencia del novelista es captar,

1 FILU-2009 / Mérida, junio 8, 2009.

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aprehender y reproducir vidas ajenas. Y como explica Hayden White, la narratividad de lo histórico se vale de las mismas figuras literarias de lo ficcional. «Lo curioso –habla Fernan-do Picó– es que después de usar todos estos recursos todavía insistamos en negar que la historia es un género literario». Y aún más divertido me parece Noé Jitrik, cuando afirma, cate-górico, que la imaginación es el instrumento común entre los novelistas y los historiadores. En esto coinciden, como algo fundamental, Darwin y Einstein, quienes dijeron que todo se lo deben a la potencia de su imaginación y sentido común, parece que sin imaginación no vamos a ninguna parte, o que la imaginación es el verdadero motor de la historia.

Que la historia sea hija de la mitología, o un género lite-rario, no me sorprende en absoluto, porque la historia es un enigma, una mentira, como dice Gaoxing-Sjian. En todo caso, he notado que los buenos historiadores pasan momentos muy embarazosos cuando se les pide una definición de la historia, mientras que los mediocres, en cambio, tienen varios concep-tos a mano y ninguna duda sobre la ciencia que ofician a dia-rio. Y son estos historiadores mediocres (o malos) los que se asustan –y el susto no es metafórico– cuando se les dice que la historia es un género literario o hija de la mitología. Son ellos los que tratan de ocultar esta realidad con la estratagema del discurso científico. Pensarán que dedicarse a la ficción no es un oficio serio, que podrían terminar sin empleo, perder el estatus social, profesional o, sencillamente, necesitan sentirse útiles escudriñando el pasado para explicar el presente y proyectar el futuro, por eso se hace indispensable, para ellos, escribir los hechos tal cual sucedieron, como diría un buen positivista de la vieja guardia.

Cuando escribía estas líneas tuve una larga conversación con el doctor Antonio Isea, profesor de la Universidad de

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Michigan, y me rondó la tentación de plagiar todo lo que me dijo, pero luego me pareció improductivo venirme desde Ma-racaibo a decir lo que ustedes habrán leído ya en sus libros o artículos, o en el de otros autores, y que seguramente han entendido mejor que yo.

Me parece que lo más adecuado, para todos, es que trate de ilustrarles hasta qué punto la literatura y la historia se confun-den y fusionan en lo que escribo y en lo que vivo.

Comenzamos por decir que lo primero que hice al terminar mi pre y postgrado en historia, fue precisamente preguntarme qué era la historia, porque mis maestros lo tenían tan claro que nunca se molestaron en hablar de eso. Así que anduve por ahí como el niño de Marc Bloch preguntando qué era y para qué servía la historia.

Sin pensarlo mucho me fui a Caracas, a la Católica An-drés Bello, a molestar a don Elías Pino Iturrieta, historiador de prosapia y abolengo, y cuando le hice la insidiosa pregunta, más por modales que por otra cosa, don Elías mantuvo la com-postura que de él se espera, y con voz grave y cavernosa, dijo que la historia, que él supiera, no servía para nada, no puedo recordar si se aventuró a esbozar alguna definición, imagino que no, más bien creo que me dijo que me la debía para otra oportunidad. Me autografió Las ideas de los primeros venezo-lanos y salí con la sensación de haber hecho algo muy malo.

Llegué a Maracaibo decidido a ejercer de historiador, aun-que no supiera de qué iba el asunto. Entonces comenzó otra pesadilla: cuando publiqué mis primeros artículos, mis maes-tros me acusaron de especulador –sospecho que más bien de-seaban llamarme traidor–, sólo porque escribí que Francisco Depons estaba loco al afirmar que en Maracaibo, a finales del siglo XVIII y principio del XIX, sin escuelas, sin academia,

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producía eruditos, genios, que no tenían parangón con los que se podían encontrar en las viejas universidades europeas. Yo no podía contradecir este documento, sino con otro documen-to. En fin, no vienen al caso las razones de don Francisco para semejante exabrupto, pero mis maestros estaban construyendo un pasado tan glorioso para Maracaibo que yo no podía sen-tirme tranquilo; para ellos, Maracaibo era la Atenas de Amé-rica. Lo peor, pensé, es que la gente se lo está creyendo, y a los políticos y a los gaiteros les encanta. Razón tenía Walter Lippmann al llamarnos rebaño desconcertado.

Llegamos al punto que, donde ellos veían grandes sabios, yo veía maestros caletreros; donde ellos veían industriales emprendedores que sustentaban el progreso, yo veía comer-ciantes de baratijas; donde ellos veían una metrópolis europea, yo veía una playa grande, cujíes y polvo, mucho polvo. Pero ellos tenían una ventaja determinante: eran catedráticos de la universidad y miembros de número de la Academia de la His-toria. No tuve más remedio que poner en marcha mi imagina-ción para salir de ese atolladero. Pensé en los días cuando, de muchacho, escribía cuentos y comics, y sopesé la posibilidad de fusionar eso con lo que ahora era mi profesión, la historia. Para empezar, me plantee un proyecto «sencillo»: reescribir la historia del Zulia, específicamente la de Maracaibo, en cuentos y novelas, pero cumpliendo el protocolo de la investigación histórica para cada relato que me propusiera, de esta mane-ra esperaba quitarme de encima a mis detractores. Así nació mi primer trabajo, El misterioso caso de Agustín Baralt, y un nuevo problema: para los historiadores maracuchos me había convertido en literato –así me llaman– y para la gente de la literatura, de mi ciudad, insisto, era un historiador que ponía su discurso en narrativa, así que juzgaban más la cuestión his-tórica que la calidad literaria. Al menos era un problema más

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fácil de lidiar, y como quien no quiere la cosa, a esta fecha, he logrado introducir, subversivamente, mis cuentos en el ar-queo historiográfico local, es decir, historiadores de recientes promociones, los leen para conocer una versión distinta, no se conforman ya con la historiografía oficial del Departamento de Historia de la universidad que, por cierto, nace en contra-corriente a la historiografía general republicana o caraqueña. No es que mi versión sea la verdadera, no aspiro a tanto, pero la otra es una alucinación que, seguramente, esconde alguna intención inconfesable.

«La historia es la novela de los hechos. Y la novela es la historia de los sentimientos», escribe Claude Adrien Helvetius, pensador francés del siglo XVIII. Esto también me habría ser-vido para iniciar mi intervención, diciendo que en mi primer trabajo, El misterioso caso, me había centrado en «novelar» los hechos. Me explico: pensé e intenté que la acción de los personajes, todos reales, con sus nombres auténticos –esa ha sido la norma–, reflejaran sus sentimientos y contradicciones a través de los hechos, y no metiéndome descaradamente dentro de ellos. No sé si lo habré logrado del todo, pero fue mi trata-miento inicial, y era una mala influencia, por supuesto, de mi estrecha escuela de historia, porque desde los años sesenta del siglo pasado, ya se hablaba de la psicohistoria como herra-mienta indispensable para comprender los procesos y los pro-blemas que se pretendían estudiar. Señala el investigador Hugo Torres Salazar que «... para comprender el valor del contexto histórico en su influencia en el comportamiento, se estructuró la Psicohistoria como una orientación teórica que se centra en el análisis psicológico de hechos históricos de personas, colec-tivos o fenómenos sociales», pero ya eso era de antigua data, Lucien Febvre, de los Annales, decía que «...no se conquistan nunca espíritus, no se vence nunca a hombres, no se sustituye

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nunca una doctrina por otra sin dejar fatalmente que otro es- píritu invada nuestro espíritu, otro hombre penetre nuestra hu-manidad, otras doctrinas se inserten en nuestra doctrina». Así, la afirmación de Claude Adrien Helvetius, «... la novela es la historia de los sentimientos», mantiene una vigencia magnífi-ca. Esto achica más las supuestas diferencias entre historia y literatura, y confirma lo que los malos historiadores se niegan a reconocer, que la historia es un género literario, hija legítima de la mitología y la novela de los hechos.

2La caracterización que hizo Georg Lukács de la novela

histórica, si bien se ha «superado», aún goza de buena salud entre nosotros, entre otras razones, porque facilita, en cierta medida, el trabajo del novelista; lo ayuda a no comprometerse del todo con el proceso histórico, que es, apenas, el telón de fondo de la trama novelesca. Pero, ¿a qué llamamos historia?, ¿qué es lo histórico? En Ranke, lo político y lo militar; para los Annales de última generación, la microhistoria; en Peter Bur- ker, la vida privada, para mencionar algunas propuestas, pero, por lo general, la historia es la biografía del estado. Afirma Miguel Ángel Campos que la periodización de nuestras vidas la formulamos ajustados a la historia estatal: mi primer hijo lo tuve en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, me gra-dué de bachiller en el primer gobierno de Caldera. Bien dice Oscar Wilde: «Le dais a vuestros hijos el calendario criminal de Europa llamándolo historia». Nuestra idea de la historia está tan ligada a lo político-militar, y al estado, que para abor-dar otros «niveles o dimensiones» hemos tenido que definirlos hasta en condiciones de inferioridad: infrahistoria, microhis-toria, intrahistoria, vida privada, etcétera. Esta categorización es tan excluyente y retrógrada, que mi novela, Un vampiro en

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Maracaibo, ha sido ignorada para el renglón de novela histó-rica muy a mi pesar.

Michelle Roche Rodríguez, excelente periodista de El Nacional, escribió una buena nota sobre mi novela, diría que fue una de las pocas que se tomó el trabajo de leerla antes de entrevistarme, y, según entiendo, hasta le gustó. Pues bien, el sábado 7 de marzo de 2009, publicó un reportaje sobre la novela histórica reciente. Se refirió sólo a Falke, El pasajero de Truman y El último fantasma, mi Vampiro quedó por fuera y ya vemos que no por desconocimiento de ella, sino por no considerarla en ese género. Esto se lo comenté a mi amigo Antonio Isea –ilustre profesor de la Universidad de Michigan se ha dicho–, y me explicó que mi Vampiro no aplicaba según los cánones de la novela histórica. Así que la más «histórica» de mis novelas no se ajusta a estas exigencias, y eso que fue trabajada con la rigurosidad investigativa y obsesiva de «ma-los» historiadores aquí descritos. Pero mi desgracia sirve para ilustrar hacia dónde puede llevarnos una determinada idea de lo «histórico».

Renahit Guja, en Las voces de la historia, critica el haber convertido la vida del estado en el centro de la historia, rei-vindica como historia las voces anónimas, las voces de queja, que no se articulan a la biografía estatal, pero que, sin duda, forman parte del proceso. Y esas son, precisamente, las voces que estoy intentando que se escuchen en mis trabajos, y que son, en definitiva, quienes nos hacen mucho más universales, quienes nos permiten dialogar con textos y angustias de otras latitudes.

Del trabajo de Michelle Roche Rodríguez también me lla-ma la atención que Vegas, Suniaga y Liendo dijeran que no tu-vieron la intención de hacer una novela histórica. Confieso que esa declaración me cogió fuera de base, pero se explica, creo,

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por el hecho de que ninguno tiene licencia como historiador, de forma que la pretensión es escabullirse del juicio de este gremio. Lo que, lamentablemente, termina por contribuir al di vorcio que los malos historiadores demandan de la literatura.

Me vuelve la conversación con Antonio Isea. Le digo que los narradores venezolanos que han incursionado en la novela histórica lo han hecho con timidez, producto precisamente de la poca o nula formación en la teoría de la historia. Se limitan a la fórmula de Lukács, a dar una versión «distinta» de la oficial, a humanizar o a satanizar a ciertos personajes, pero nunca se lanzan al abismo de la historia, y si lo hacen, salen con el cuen-to de que no querían escribir un relato histórico. Saqué el libro de Aínsa, Reescribir el pasado, y leí para Antonio estas líneas: «A través de la apertura histórica y antropológica que propicia la literatura, el propio discurso historiográfico se enriquece». Estamos de acuerdo, dije, pero qué te parece a la inversa: que la literatura se abra al estudio de la teoría histórica y comple- jizar el discurso narrativo con los problemas fundamentales de la historiografía, digamos, el sujeto histórico, el tiempo, la historia inmediata, la distancia, las posibilidades de la verdad, la ideología, entre muchos más. Que la literatura asuma sin complejos y en profundidad el pensamiento histórico, más allá de reescribir el pasado para contrapuntear con el gobierno de turno, lo cual no está mal, pero hay que avanzar y no repetir lo que ya otros han bregado: Herrera Luque, Otero Silva, Úslar Pietri. Del concepto, o de la idea que se tenga de la historia, dependerá directamente la hechura de la novela que nos pro-pongamos, su complejidad, su riqueza y yo diría que hasta su estructura.

La fuente de soda Irama, donde me encontré con Antonio Isea, estaba muy concurrida esa noche, pero ni eso evitó que Antonio disimulara el disgusto que le causó mi apreciación.

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Su tesis doctoral es sobre Literatura e Historia, precisamen-te, y quizás por eso, sintió que yo le cuestionaba su impericia para hablar de teoría de la historia –no era mi intención–, y aquello se volvió un tragicómico despelote donde participaron hasta los mesoneros. Empezó por decirme que si fuera capaz de tener en su cabeza toda la teorización que existiera sobre la historia, él desdeñaría de tales apuestas, porque en esencia la discusión que yo le proponía era un absurdo, «El punto de partida», dijo furioso, «sería, en primer lugar, considerar que el enlace entre estas dos categorías representacionales, la ho-mologación de ellas, está en función de su condición de cons-trucciones lingüísticas, de ahí que ninguna de estas categorías puede otorgarse, a sí misma, prioridad alguna para el abordaje de lo que los sicoanalistas post lacanianos llaman lo real, y sabemos que lo real es inabarcable, y ambas, historia y lite-ratura, son muletillas que nos ayudan a darle cierto sentido, y nunca un sentido cierto a lo real». En algo estamos de acuer-do, le respondí cansado, es absurdo continuar esta discusión. «¡Al menos entendiste algo!», me dijo dándole un golpetazo a la mesa y todos creyeron que la cosa se había ido a las ma-nos. «A los historiadores no les interesa este discurso», dije sin mucho ánimo, a ver si podíamos mantener la conversa-ción en un tono discreto, «¿por qué tendría que interesarles?», replicó calmoso, «ve, Norberto, este peo que estoy teniendo con vos ya lo viví con mis colegas historiadores en Michigan, ve, llevamos a Hayden White a la universidad y los carajos se pararon y se fueron porque les dijo, que a él, a Hayden White, le importaban tres cojones las metodologías que ellos usaran, porque él se podía poner allí, con un cadillo pa’ ponerle tinta, y estaban haciendo la misma vaina, jugando con construccio-nes lingüísticas, ‘ustedes aspiran a capturar la verdad’, decía Hayden White arrecho, Norberto, ‘y yo les digo que ustedes están bregando con metáforas, con tropos, y por más archivos,

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por más arqueos que hagan de lo marginal o de lo alto, van a terminar con tinta sobre el papel, y van a terminar lidiando con metáforas, y las metáforas destruyen lo real, el tropo es la sombra que se ejerce sobre toda representación’, yo quedé frío, pensá como se sintieron los historiadores esos...»

3

Las ironías de Oscar Wilde sobre la historia son formida-bles. Dice que los historiadores nos han dejado una deliciosa ficción en forma de hechos; y los novelistas nos ofrecen re-latos, sin interés, disfrazados de ficción. Por lo cual, nuestro único deber para con la historia es empezarla de cero, eso sí, imaginando cientos de falsedades porque es la única manera de llegar a la verdad, ¿y qué otra cosa es la verdad? Y sobre esta posibilidad, otro novelista que admiro, Paul Auster, ase-gura que en cuanto más te acercas a las cosas para describirlas mejor, para traducirlas mejor a tu propia lengua, para enten-derlas mejor, cuanto más te acercas a las cosas, parece que te alejas más de las cosas.

Creo que Wilde y Auster han dicho en pocas líneas, y con buen estilo, lo que se supone que mi intervención de esta tarde debía puntualizar. En fin, voy saliendo de este aprieto en el que me han metido Daniel Centeno y Mariano Nava, pidiéndoles que imaginemos como secuencia final de esta perorata distor-sionada de mí mismo, que estamos en el Hotel Overlook, que Stanley Kubrick ha dicho «¡acción!» y que Jack Torrance, con su mirada alucinada y oscura, entra al bar, un gran salón aban-donado, pero Jack Torrance no es Jack Torrance, supongan que soy yo, y en vez de entrar en el bar, entro al auditorio de mi facultad, que es casi lo mismo, y en vez de estar vacío, hay una reunión del Departamento de Historia, que pudiera ser algo

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muy parecido a un salón vacío, y discuten, la concurrencia, digamos, los encargados de las cátedras históricas, los proble-mas ocasionados por la crisis económica, no en el mundo, sino ahí, en la facultad, y todos hablan, y todos gritan, y todos se lamentan, porque los efectos devastadores de la depresión es-tán malogrando los programas de investigación que ellos, con rigurosidad científica, vienen ejecutando, concienzudamente, desde hace muchos años. Entonces, toma la palabra el señor director del Centro de Estudios Históricos, quien semanas an-tes había ganado el Premio Nacional de Historia, y dijo, con voz estruendosa e intimidante, que era inaceptable que se su-primieran las partidas destinadas a la investigación histórica, que cómo pretendía el gobierno y la administración de la uni-versidad que ellos, los historiadores, pudieran trabajar, yendo de un lado a otro, en la revisión de los archivos necesarios e indispensables para el análisis historiográfico serio y académi-co, sin el apoyo financiero que se amerita. Hasta aquí, palabras más, palabras menos, fue la exposición del señor director del Centro de Estudios Históricos, pero el broche de oro de su dis-curso, sí lo tengo en mi cabeza letra por letra y lo transcribo de seguidas: «...Y si es que no hay cobres para financiar la inves-tigación, porque no los hay, definitivamente; bueno, será que nos pongamos a inventar como hace Norberto en sus novelas». No voy a negar que la cosa me cogió de sorpresa, aquello fue un uppercut de izquierda al hígado, pero no me quedó más salida que reírme con ellos de la ocurrencia, pero confieso que habría preferido subirme al pódium con una ametralladora.

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Historia y medios audiovisualesMedios audiovisuales­historia:

una relación controversialNilda Bermúdez Bríñez

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

[email protected]

IntroducciónEl cine, la televisión y otros medios audiovisuales han

creado una nueva forma de lectura y comprensión del mundo. Esto ha contribuido a que cada día se preste más atención a su influencia en la sociedad, a su inclusión en situaciones de aprendizaje y en algunas investigaciones en el campo de la his-toria. Sin embargo, la resistencia a aceptar su uso cotidiano por parte de docentes e investigadores de esta disciplina se mantie-ne; son pocos los historiadores que emplean al cine o al video como fuente para estudiar la historia contemporánea; escasos los docentes que desarrollan su actividad de aula incorporando películas, programas de televisión o videos de carácter histó-rico. Cabría preguntarse, ¿cuáles son las razones que explican la renuencia de investigadores y docentes en el uso sistemático de estos medios como fuente de conocimiento y herramien-ta didáctica? Para tratar de encontrar respuesta a esta interro-gante nos propusimos revisar algunos de los planteamientos realizados por especialistas que han estudiado los alcances y limitaciones que tienen el cine y otros medios audiovisuales para testimoniar un suceso o momento de la sociedad y para reconstruir un proceso histórico.

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Posiciones en torno al temaLos estudiosos y teóricos de la relación historia-medios

audiovisuales han discutido durante largo tiempo acerca de los problemas que se plantean los historiadores ante el cine y el video como fuentes de conocimiento histórico, sobre todo por-que, tradicionalmente, se ha manejado la idea de que el soporte escrito es la única prueba o confirmación de un hecho y lo demás carece de valor como documento; en consecuencia, la imagen ha sido ha sido relegada, postergada, olvidada, por el historiador. Marc Ferró1, uno de los principales divulgadores del cine como medio de docencia y fuente instrumental de la ciencia histórica, se preguntaba en uno de sus textos: “¿Será que el historiador considera las películas como documento in-deseable? Poco falta para que el cine ya sea centenario —de-cía—, pero aún se ve relegado a la ignorancia y ni siquiera figura entre aquellas fuentes de las que hoy se prescinde. No entra para nada en el universo mental del historiador” (Ferró, 1980: 20).

Para corroborar que tal afirmación tiene vigencia hoy en día, baste revisar las fuentes que utilizan la mayoría de los historiadores en sus investigaciones (aun en aquellas que es-tudian procesos contemporáneos) para darse cuenta de que no aparece ninguna referencia a documentos iconográficos y mucho menos audiovisuales, ni siquiera en aquellos trabajos que estudian la historia del siglo XX. Domina el uso de las fuentes tradicionales, divididas en categorías en las cuales se privilegian los textos oficiales provenientes de los archivos de Estado, seguidos de los jurídicos y legislativos, luego aparecen periódicos y publicaciones, y finalmente se consideran las bio-grafías, las fuentes de historia local y los relatos de viajes.

1 Profesor de historia y jefe de estudios en la École de Hautes Études en Ciencias Sociales de París, además es especialista en la historia de la primera guerra mundial.

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¿Por qué el historiador duda de las fuentes visuales y au-diovisuales? La desconfianza de la representación de la reali-dad en sustrato no escrito, sobre todo en el caso del cine y el video, tiene varias razones, una de ellas radica en el hecho de que son medios manipulados durante todo el proceso de cons-trucción técnica y narrativa. Marc Ferró coloca como ejemplo los noticiarios y lo explica de esta manera:

¿Quién se va a fiar siquiera de los Noticiarios si todo el mundo sabe que esas imágenes, esa supuesta representa-ción de la realidad, responden a una elección, a una trans-formación, puesto que se juntan mediante un montaje no controlable, un truco, un trucaje? El historiador no puede apoyarse en documentos de ese calibre (...) a nadie se le ocurriría pensar que la selección de sus documentos, su recopilación y el desarrollo de sus tesis constituyan un montaje similar (...) Y sin embargo, con la posibilidad de consultar las mismas fuentes, ¿acaso los historiadores han escrito todos la misma historia de la Revolución?2

Esto plantea la necesidad de colocar a las fuentes, sean escritas, visuales o audiovisuales, en su justa dimensión: todas ellas proceden de una instancia del poder o del interés particular, por tanto responden a la perspectiva de quienes dominan la sociedad en determinado momento, revelan ideologías, puntos de vista, están sometidas a mediatizaciones, pero siguen siendo testimonio de algo. En el caso del material audiovisual, la manipulación está presente también en la construcción del discurso sujeto a la selección que se opera durante el proceso narrativo, de registro (filmación o grabación) y en el montaje o edición. Desde la perspectiva del historiador tradicional estas características se convierten en argumentos para el

2 Ferró, M., 1980:24.

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cuestionamiento del medio como fuente. En este sentido, es importante recordar que toda forma de representación o recreación histórica de este tipo está sujeta a mediaciones, que se derivan tanto de quien la realiza como de las condicionantes narrativas, estéticas y técnicas del medio que emplea. Como bien lo ha expresado Ferró, tal cuestionamiento es improcedente al ser aplicable de la misma forma a la historia escrita.

Esto mismo es lo que sostiene Robert Rosenstone3, quien afirma que los historiadores no confían en la idoneidad de quien maneja la información histórica a través de los medios masivos de comunicación, poniendo en duda la verdad de los hechos narrados, sea en forma de ficción o documental. El historiador aspira a encontrar en una película de carácter histórico, certeza y fiabilidad, ya que muchas de ellas usan ex-cesivamente la ficción o se confían demasiado de la memoria testimonial; pone en duda también la estrategia narrativa que comprime el pasado para ajustarlo al tiempo de duración y lo convierte en algo cerrado mediante una explicación lineal o esgrime el argumento de que una película no puede transmitir suficiente información, al establecer una comparación con la historia escrita, sobre todo porque los académicos centran su atención en la historia filmada por la industria norteamericana, en la cual se prioriza el espectáculo y no la fidelidad histórica de lo narrado, sin que ello signifique que siempre ha de ser así, pues, de acuerdo a Rosenstone, no hay ninguna razón que impida que una película sobre un tema histórico no sea rea-lizada con apego al pasado, aunque por su propia naturaleza el cine histórico deba incluir conflictos humanos y sintetizar los acontecimientos por estar condicionado por el tiempo de proyección.

3 Historiador, director de cine y profesor de historia en la División de Humanidades del Ca-lifornia Institute of Technology de Estados Unidos.

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Por otro lado, aunque la propuesta discursiva dramáti-ca supone parámetros diferentes respecto al relato escrito, al comparar las películas históricas con los libros, los problemas son similares. Robert Rosenstone, habla desde su experiencia al explicar los problemas que afrontó para realizar su tesis en los años ochenta:

Mi estudio explicaba los cambios de creencias, valores y percepciones durante el siglo XIX de tres norteamerica-nos tras una larga estancia en Japón. Quería encontrar la manera de encontrarme más cerca de mis personajes, de “ver” a través de sus ojos y de sentirme lo más próximo a los acontecimientos de sus vidas. Simultáneamente, tam-bién pretendía compartir con mis lectores los problemas del historiador; justipreciar los datos, dar sentido a hechos inconexos, explicar lo inexplicable y reconstruir un pasado con sentido. Incorporando (ahora creo que de forma exce-sivamente tímida) algunas de las técnicas de los escritores modernos y vanguardistas, elaboré un trabajo polifónico, a caballo entre el pasado y el presente que explica una histo-ria y, al tiempo, se interroga sobre ella4.

El historiador-realizador que emprende la tarea de crear conocimiento en una forma narrativa diferente, como es la au-diovisual (llámese cine, video, televisión, multimedia) debe también intentar reconstruir y explicar un pasado con sentido, incorporando las técnicas y el lenguaje propio de los medios; debe aplicar un método de síntesis histórica por tratarse de medios condicionados por un tiempo de proyección, es decir, delimitar su objeto de estudio; además, seleccionar documen-tos, imágenes y otros repertorios visuales y sonoros con los cuales construirá el discurso que debe hacer llegar al público

4 Rosenstone, R., 1997: 15-16.

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de manera creativa y suficientemente atractiva para mantener su atención, sin que ello signifique desvirtuar la realidad o fan-tasear.

En el caso del documental, aunque éste no puede ser con-siderado un reflejo de la realidad en acto o histórica, porque como toda forma de representación está sometida a la media-ción de quien lo utiliza y a las condicionantes narrativas, esté-ticas y técnicas del medio; sin embargo, su mayor ventaja para reconstruir y difundir la historia está en trabajar con imágenes originales, auxiliarse en la memoria testimonial, en el análisis de expertos, en documentos y vestigios, a partir de los cuales se configura una narración. Ello no significa que esté exento del riesgo de la manipulación y tergiversación de la verdad.

En la construcción del discurso audiovisual se efectúan varias operaciones en las cuales va a estar presente la interven-ción, la mediación, la selección, y el resultado estará tamizado por la percepción del realizador o por la intención de quien encargó su producción; no por ello deja de tener valor como testimonio, se trate de documental o ficción histórica. Es im-portante aclarar qué se entiende por punto de vista; éste tiene que ver con el lugar de emplazamiento de la cámara y la orga-nización de la imagen en el cuadro, es decir, con la jerarquiza- ción y composición de los elementos que integran la realidad o la escena, otorgándole diversos significados que obedecen a preconceptos del realizador, pero también tiene relación con factores de orden político, cultural e ideológico que intervie-nen en todas las etapas de creación que dan forma definitiva al producto audiovisual. El punto de vista, la mirada, es, además, una vía de doble vertiente que afecta tanto al emisor (que orga-niza el mensaje) como al espectador que lo percibe.

Es una cuestión de método y propósitos; siempre va a estar presente el punto de vista de quien efectúa la reconstrucción y

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siempre se tratará de una aproximación a la realidad que deberá ser abordada con sentido ético y rigor científico. Más allá de este dilema, debe reconocerse la innegable presencia de estos medios como forma contemporánea de adquirir conocimiento, muchos de ellos fuera del control de historiadores, pero no por eso despreciables como formas discursivas para reconstruir y recuperar el pasado, con su propio lenguaje. Vencer la resisten-cia significaría una contribución a la valoración de esta fuente.

Rosenstone afirma que la critica ha estado dirigida a seña-lar que la mayoría de este tipo de películas tienden a destacar a los individuos (por tener que incluir conflictos humanos) en detrimento de los grupos o el proceso, “que son los focos de atención de buena parte de la historia escrita”, hecho que no es totalmente cierto como quedó demostrado con el cine sovié-tico de los años veinte del siglo pasado (El acorazado Pote- mkin y Octubre, de Sergei Eisenstein), importantes obras que sirvieron de modelos para reflejar movimientos históricos co-lectivos5. En cuanto a la idea de que el relato audiovisual com-prime el tiempo y esto afecta la cantidad de información que se recibe, es necesario aclarar que la propuesta discursiva dra-mática de estos medios supone parámetros diferentes respecto al relato escrito; en primer lugar, la cantidad de información que puede ser presentada durante el tiempo de duración de una película (que puede estar alrededor de las dos horas) o de una serie (entre seis y ocho horas) será limitada si se compara con el número de páginas de un libro sobre el mismo tema, lo cual producirá insatisfacción al historiador tradicional; la cuestión reside en que se trata de otro tipo de información que privilegia lo visual y emocional; además, debe tenerse presente la calidad y cantidad de la información que puede contener una imagen si

5 Rosenstone, R., 1997.

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se la compara con la que puede dar una descripción escrita de la misma, y considerar que el grado de detalles y concreción de la primera es mucho mayor6.

Pierre Sorlin7, por otra parte, ofrece una visión distinta del problema y asegura que éste se presenta cuando el historiador no sabe qué hacer con el material por no estar preparado para su uso.

El historiador del siglo XX atraviesa necesariamente en una de sus búsquedas por el cine y la televisión. Los obs-táculos prácticos no lo arredran largo tiempo: las compa-ñías productoras, cinematecas y cadenas de televisión han editado sus catálogos, y excelentes repertorios le permiten encontrar las películas o emisiones, la inquietud nace con la llegada del material, cuando el historiador se pregunta cómo empezará, qué uso dará a sus películas, de qué ma-nera las analizará, en qué medida será afectada su práctica por recurrir sistemáticamente a la imagen8.

El temor es común a otras ramas de las ciencias sociales dominadas por la formación libresca que incide en esa renuen-cia; también, porque el cine, el video y la televisión han sido considerados como medios para el entretenimiento y la eva-sión más que como un discurso propiciador del análisis socio- histórico, cultural, político, ideológico; a esto hay que aunar el desconocimiento por parte del investigador de los factores de orden técnico, narrativo y económico inherentes al hecho cinematográfico y audiovisual en general, lo cual incrementa

6 Rosenstone, R., 1997.7 Sociólogo, profesor emérito de la Universidad de París III y del Instituto de Historia Con-

temporánea de Boloña; realizador de filmes documentales e históricos, experto en cine y medios audiovisuales.

8 Sorlin, P., 1985: 7.

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el recelo al exigir su uso, capacidad crítica y selectiva de los elementos que conforman el discurso; igualmente debe consi-derar la carga ideológica de las películas, pues el cine, como toda forma de representación, se presta a manipulaciones que pueden afectar el significado de lo narrado o mostrado, como bien lo ha señalado Ivork Cordido en su trabajo “El valor de la mirada, teoría y práctica del documental”.

Esta resistencia tiene su origen no sólo en el proceso de en-señanza aplicado en los centros de formación académica (no imagino a un historiador citando por ejemplo, en un trabajo de la Academia, el documental de Manuel de Pedro “Juan Vicente Gómez y su época”, o mi trabajo “Los tiempos de Castro y Gómez, una aproximación al general Gabaldón”, o un antropólogo citando “Paraíso amazónico”, de Daniel Oropeza), sino, además, en el desconocimiento de lo audio-visual y su naturaleza, no tan sólo como hecho cultural, es-pectáculo o suceso económico; a todo esto hay que agregar la escasa divulgación del documental a nivel de la opinión pública, el poco interés existente en la promoción del géne-ro y al proceso intrínseco en la elaboración de cualquier tipo de películas: la selección de los aspectos de la realidad (de estudio o no) elegidos por el director, seguido de un nuevo proceso de mutilación en la sala de montaje, donde muchas veces interviene no sólo el aspecto técnico, sino, además los criterios mercantilistas de muchos productores9.

Sorlin plantea la necesidad de tomar conciencia de la exis-tencia de una preceptiva dramática y un código lingüístico que debe ser aprendido por el historiador; familiarizarse con su forma particular de transmitir mensajes apuntaría a crear mayor confianza y seguridad en el empleo de estos medios; al respecto agrega:

9 Cordido, I., 2006: 31-32.

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...cine y televisión conjugan distintas maneras de expresión (imagen, movimiento, sonido, palabra), mientras que los historiadores no han aprendido nunca a “domesticar” más que los textos; el estudio de lo audiovisual supone una ver-dadera reconversión, que comienza con la aceptación del hecho de que las combinaciones imagen-sonido producen, a menudo, impresiones intraducibles en palabras y en fra-ses, y prosigue con el aprendizaje de otras reglas de análisis y exposición10.

La desconfianza del historiador se incrementa al conside-rar la carga ideológica de las películas, pues el cine, como toda forma de representación, se presta a manipulaciones que pue-den afectar el significado de lo narrado o mostrado; ante esto, el mismo autor establece que en el plano de la información se puede obtener de un filme “un conocimiento más preciso de un universo que ya no es el nuestro, una comparación en el espacio y el tiempo, y un clavado al pasado”11. Esto ocurre, en general, con cualquier imagen, sea cual sea su procedencia o sustrato; lo importante es saber “leer” en ellas, pues están cargadas de valiosa información sin que esto signifique con-siderarlas “espejo” de una sociedad. Peter Burke en su libro Visto y no visto afirma:

...el testimonio acerca del pasado que ofrecen las imágenes es realmente valioso, complementando y corroborando el de los documentos escritos. No cabe duda de que, sobre todo cuando se trata de la historia de los acontecimientos, a menudo lo único que dicen los historiadores familiarizados con la documentación escrita es esencialmente lo que ya sabían. Pero incluso, en esos casos, las imágenes siempre

10 Sorlin, P., 1985: 7-8.11 Sorlin, P., 2005: 19, www.istor.cide.edu/archivos (consulta: 08-02-2006).

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añaden algo. Muestran ciertos aspectos del pasado a los que otro tipo de fuentes no llegan. Su testimonio resulta espe-cialmente valioso cuando los textos son escasos o frágiles, por ejemplo en el caso de la economía informal, o en el de la visión de los acontecimientos desde abajo, o en el de los cambios de sensibilidad (Burke, 2001: 235-236).

Asimismo, Burke señala que al igual que ocurre con los textos, al utilizar las imágenes como testimonio del pasado, debe tenerse conciencia de que la mayoría de ellas fueron producidas con un propósito diferente al de testimoniar un suceso o momento de la sociedad; buena parte de las imá-genes que hoy nos sirven de referencia para tener una visión distinta a la versión que nos dan los documentos oficiales o para obtener información de los actores de un proceso y rasgos de la práctica económica, cultural y social, de la co-tidianidad, etc., pocas veces reseñados en los registros escri-tos, provienen de fuentes iconográficas. Sin embargo, debe procederse con cuidado, teniendo siempre presente que las imágenes son ambiguas y polisémicas y los historiadores di-fieren en el empleo de los testimonios visuales, de acuerdo con su especialidad.

Toda película recoge elementos del contexto histórico y representa una mirada, una forma de ver a la sociedad y a sus miembros. Al cumplir con más de un propósito, al ir más allá de testimoniar o narrar un hecho histórico, ofrece al historia-dor una fuente de memoria que se construye colectivamente. La imagen es una forma específica de adquirir conocimiento histórico, y como fuente no puede privilegiarse su uso, sino saber exactamente cuándo emplearla dentro de una situación de investigación o de aprendizaje. No se pretende crear la falsa idea de que el libro pierde valor o interés frente a la imagen audiovisual, ambos se complementan y ofrecen un discurso

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histórico con características diferentes. Un documental o una película de ficción pueden conducir al espectador a interesarse en el tema y desarrollar una indagación mucho más profunda que lo lleve a obtener un mayor conocimiento del asunto na-rrado. Incluso las obras de ficción que no reflejan un hecho his-tórico aportan datos valiosos de vestimenta, ambiente, costum-bres, cotidianidad, de la época en que fueron realizadas y se constituyen en fuente para captar el “espíritu” del momento.

Más allá del cine como mero entretenimiento o expresión artística, éste puede convertirse en un recurso didáctico con el mismo valor de las fuentes escritas, con el cual debe trabajarse a partir de un método apropiado. Lucina Pacheco (2004) agre-ga refiriéndose al problema del método:

La función del cine va más allá de la descripción del con-texto, también nos permite conocer las dinámicas del desa-rrollo, posibilita replantearnos el presente, hacernos y hacer nuevas preguntas y asumir como personas o historiadores una actitud más crítica y comprometida con esa realidad específica. Dicha labor no resulta una tarea fácil pues acer-carse a este tipo de fuentes requiere de una lectura diferente a la habitual. Se necesita contar con otros elementos meto-dológicos, no sólo con los aportados por los estudiosos del universo histórico, sino también por los que nos puedan aportar los antropólogos, sociólogos, comunicólogos y li-teratos, entre otros especialistas del campo de las ciencias sociales. Dicha lectura implica abrir a la historia a la inter- disciplina (Ibídem, 11-12).

En efecto, el uso del cine en la enseñanza de la historia abre este campo académico a la vía metodológica de la inter- disciplinariedad, al permitir la interrelación de varios aspectos más allá de los estrictamente históricos o puramente cinema-tográficos, puesto que con la proyección podemos introducir

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a los alumnos en los ámbitos antropológico, sociológico, tec-nológico, la cotidianidad, político, económico, literario, entre otros, que enriquecen el conocimiento.

El investigador social hoy en día debe recurrir a las posi-bilidades que ofrecen fuentes no tradicionales, cuyo uso no es nada nuevo ni novedoso en otras latitudes ni en nuestro país, donde abundan ejemplos de documentales cinematográficos y televisivos en los cuales se han abordado temas relacionados con la historia reciente. El estudioso, en este caso en su doble condición de investigador-realizador, se enfrenta a su objeto de estudio con herramientas no convencionales que le permi-tirán aprehender el asunto a través de instrumentos de registro par ciales de una realidad histórica que luego interpreta y orde-na, de acuerdo con un análisis de su contenido que ha sustenta-do en otras fuentes, y a factores inherentes al propio medio de presentación o divulgación empleado.

Anotación final

Esta revisión conducta establecer, a manera de conclusio-nes, los siguientes presupuestos teóricos:

1. La historia puede ser reconstruida y explicada en forma diferente a la escrita, mediante la imagen, el sonido, el montaje, la emoción, el ritmo y la dinámica que debe im-primírsele para atraer la atención del público, en un dis-curso que se reconoce con la categoría de lo audiovisual histórico. Se sitúa en el ámbito del discurso por la materia-lidad significante que lo caracteriza derivada del funcio-namiento o articulación de diversos dispositivos represen- tacionales y narrativos que permiten el acto comunicativo (uso del plano, angulación, movimiento, encuadre, voces, narración, edición).

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2. Lo audiovisual histórico debe ser entendido como aquel discurso cuya intencionalidad u objetivo es la localiza-ción y reconstrucción temporal específica de un proceso o suceso histórico, planificado y realizado a partir de un trabajo de documentación riguroso, con el lenguaje propio de los medios cinéticos y desde la mirada, propuesta esté-tica y creatividad del realizador. Como ya se señaló, en la construcción del discurso audiovisual se efectúan varias operaciones en las cuales siempre va a estar presente la intervención, la mediación, la selección, por lo que estará tamizado por la percepción e intención del realizador; no por ello deja de tener valor como testimonio y discurso.

3. El discurso histórico audiovisual puede ser abordado des-de la ficción y desde el enfoque documental. En nuestra experiencia investigativa se presenta una propuesta dentro del género documental al considerar sus cualidades como forma narrativa para una aproximación a la realidad: la posibilidad de trabajar con imágenes originales, en acto o históricas (fotográficas, cinematográficas y más recien-temente videográficas), al apoyarse en la memoria testi-monial, en los documentos escritos, en el sonido directo y la narración en off e incluso en la recreación ficcionada. Todo ello refleja su capacidad para reconstruir la realidad a partir de los elementos que la objetivan, sin negar que se trata de un discurso con cuyo lenguaje se crea y se es-tructura un relato, en este caso de carácter histórico, incor-porándole un sentido nuevo en función de su naturaleza como medio y de sus necesidades.

BibliografíaBurke, Peter. Visto y no visto, el uso de la imagen como documento histó-

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MEDIOS AUDIOVISUALES-HISTORIA: UNA RELACIÓN CONTROVERSIAL

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Historia y radioLa radio educativa en Venezuela

Alexander Hernández

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

Escuela de Comunicación [email protected]

Una onda que se enciende en AméricaCon el desarrollo de la radio en los años 20, y la expansión

en los 30, comienza también en América Latina una dinámica comercial de concentración de radios y redes que se desarro-llará ampliamente hasta los años 50 y alcanzará amplio des-pliegue en las décadas siguientes. El crecimiento de la radio adopta la dinámica industrial, con una fuerte correspondencia entre empresarios y gobiernos, bajo la figura de las concesio-nes de explotación del espectro radioeléctrico.

La radio tuvo una gran aceptación en un continente em-pobrecido y con millones de excluidos, y se convirtió en un medio de fácil acceso. Los sectores populares pudieron contar con un medio gratuito, portátil y que, en cierta medida, ve-nía a identificarse con el sentir popular, muy especialmente con la música, ya que la radio, en algunos casos, permitió la promoción de la música popular, antes vetada en los festiva-les o eventos culturales oficiales. Con la programación de lasprimeras radios latinoamericanas comenzó también una lu-cha por la audiencia, y ésta se veía reflejada en la calidad de los programas tanto musicales como dramáticos o informati-vos. La radio comercial se desarrolló ampliamente y también el despliegue publicitario con las estrategias de mercadeo y

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venta que muy pronto fueron modelando su público y las nece-sidades y requerimientos de los programas; nace la estrategia de la programación, donde quien ofrecía los mejores progra-mas en el horario de mayor audiencia tenía garantizado tam-bién el anuncio publicitario. En la medida que las radios eran controladas por los grupos de poder, también se controlaba el mercado y el consumo, las ideas, las organizaciones, la infor-mación y los derechos ciudadanos. En la mayoría de las legis-laciones latinoamericanas de telecomunicaciones y radiodifu-sión, se favorecía tanto a sectores económicos como políticos en el acceso a las concesiones que se otorgaban para explotar el espectro radioeléctrico.

En este momento de amplia expansión del negocio de la radio y de forma paralela pero alternativa, fueron gestándose escenarios de otra radio, que empujaban y se abrían espacio en un medio que se saturaba cada vez más. Esta nueva radio comienza sus primeras señales a finales de los años 40, con dos experiencias básicas: las escuelas radiofónicas y las radios mineras. Desde entonces se marcan claramente unos períodos de desarrollo de esta nueva radio, las radios educativas que nacen con Sutatenza; las radios populares, que se desarrollan desde las experiencias de las radios educativas impulsadas por la Iglesia católica principalmente, y las radios mineras, y con la creación de la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica, ALER; y las radios comunitarias, denominación que comienza a utilizarse a partir de los años 80 y 90, y que promueve especialmente la Asociación Mundial de Radios Comunitarias, AMARC. Aunque estos nombres suelen ser utilizados indistintamente para mencionar a una u otra radio (Hernández y Marchesi, 2008).

ALEXANDER HERNÁNDEZ

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Las primeras radios educativas al aireLas radios educativas se desarrollaron con mucha fuerza

en Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Hondu-ras, El Salvador, Guatemala, República Dominicana, Argenti-na, Chile, Brasil y Perú; éstas también se denominaron radios populares o educativas. Catorce de estas primeras emisoras formaron la Asociación Latinoamericana de Educación Radio-fónica, ALER, en 1972. Estas radios, en cierta forma, seguían el modelo surgido de Sutatenza, pero con el correr del tiempo comenzaron a diseñar sus propias propuestas y a ofertar una programación variada que no sólo incluía las clases radiofóni-cas o los programas educativos.

La radio educativa en VenezuelaEn Venezuela podemos mencionar dos experiencias sig-

nificativas alimentadas desde la Iglesia católica: la primera es Radio Occidente en Tovar, estado Mérida, y la segunda es el Instituto Radiofónico Fe y Alegría.

En el caso de Radio Occidente, nace en 1961, luego que un grupo de campesinos adultos venían reuniéndose para tomar clases en el despacho parroquial. Ésta era una iniciativa que se venía adelantando para buscar soluciones al tema educativo en la zona.

Fue así como José Estorgio Rivas y la Arquidiócesis de Mé-rida consiguen los equipos para montar la radio y comenzar de esta manera las clases por radio a las que denominaron Escuela Comunitaria. Pero la radio no sólo logró transmitir clases por radio, sino que también consolidó una programación variada y de interés para la comunidad. Hoy día se recuerda con especial aprecio el Festival de Música Campesina y Canción Protesta que se realizó por muchos años (O´Sullivan, 1987).

LA RADIO EDUCATIVA EN VENEZUELA

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El segundo caso es el Instituto Radiofónico Fe y Alegría, IRFA, que nace directamente de la experiencia que ya se tenía del Movimiento de Educación Popular Integral y de Promo-ción Social Fe y Alegría bajo el impulso del padre José María Vélaz, en 1955, que estaba dirigido a la población excluida, para construir un proyecto de transformación social, basado en los valores cristianos de justicia, participación y solidaridad. Se atendió especialmente a los niños y niñas de los sectores populares de todo el país, pero una parte enorme quedaba aún excluida; eran los adultos que habían dejado la escuela o que nunca estuvieron en ella y que en buena parte eran los padres de los niños y niñas que iban a la escuela; fue así como na-ció la idea del Instituto Radiofónico Fe y Alegría en agosto de 1976; al principio solamente para dar clases por radio, después se desarrolló una programación informativa, educativa y de entretenimiento. “Como una herencia de la educación popular de la época de los años 70 y 80, la radio educativa, haciendo uso del poder del medio y de la violencia del discurso radial, grita y descarna las noticias, bajo el supuesto de que así mete-ría en la conciencia de la gente las ideas de la transformación social y del compromiso. La presión por denunciar la reali-dad nos hacía olvidar lo propiamente comunicacional. Pero poco a poco se fue comprendiendo que había que oponer a la violencia discursiva la riqueza discursiva...” (García: sf: 1). Aquí resultó fundamental el aporte de la pedagogía popular a la comunicación popular, en lo que respecta a la mediación pedagógica; en este camino se vivencian especialmente cuatro elementos básicos: ● Partir del otro. ● Trabajar la información de manera pedagógica. ● Producciones de calidad, que estimulen, promocionen

y animen a las audiencias.

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● La estética radiofónica en estrecha relación con la esté-tica de las personas.

Hoy el número de radios y centros comunitarios de apren-dizaje se multiplica por todo el territorio venezolano; son ra-dios urbanas, campesinas, indígenas, bilingües, de frontera, con miles de alumnos y voluntarios. El uso de las tecnologías ha sido también uno de los grandes avances del IRFA, interco- nectadas vía satélite, con programación conjunta entre las dife-rentes radios, existe también una versión en internet en www. radiofeyalegrianoticias.net

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LA RADIO EDUCATIVA EN VENEZUELA

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Historia e internetLa investigación en los nuevos escenarios

de las tecnologías webCarlos Rondón Ávila

Universidad Católica Cecilio [email protected]

http://nodnor.corn

La dinámica de cambios apalancada por el panteísmo tec-nológico en el que estamos sumidos, dificulta cualquier pre-dicción de cambios a mediano o largo plazo. Cabe pensar que a medida que los niveles de conectividad van alcanzando a una mayor cantidad de personas, estos cambios cada vez serán más acelerados. Según el informe de “La sociedad en Red” del año pasado (Secretaría de Estado de Telecomunicaciones y para la Sociedad de la Información, 2009), para el 2011 la tercera par-te de la población mundial estará conectada, es decir, más de 2.000 millones de personas, y la tendencia es de crecimiento. La incorporación de los equipos móviles como una de las prin-cipales puertas de acceso a Internet está revolucionando todas las áreas del conocimiento humano.

Para mediados de los años 90, Internet se encontraba en pleno proceso de incorporación de contenidos; la gran red se llenaba de millones de datos, tan abundantes como inútiles al no poder ser localizados de manera efectiva, con conexiones de acceso sumamente lentas, y tratando de dar respuesta a un problema que aún desconocíamos. En estos escenarios sur-gían los primeros protagonistas de la mano de empresas como Yahoo o Altavista, tratando de poner orden al caos informati-vo; en pocos años, el crecimiento exponencial de información

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hizo que estos esfuerzos fueran tan cortos como intensos, se llegó a un punto de inflexión donde los criterios de clasifica-ción fueron sobrepasados por la cantidad de datos que podían manejar; los nuevos buscadores que entraban en el terreno de juego mantenían la inercia de una clasificación anacrónica que no estaba a la altura de lo que ocurría y los buscadores clási-cos se preocuparon poco por la solución y más bien desviaron su atención en servicios de valor agregado a sus motores de búsqueda, como el correo electrónico o los sistemas de clasifi-cación por área (directorios). En 1998, dos estudiantes de doc-torado de la Universidad de Stanford decidieron aprovechar las bondades que traía esta nueva sociedad-red para desarrollar un motor de búsqueda de información que permitiera indexar eficientemente grandes cantidades de datos; es así como surge Google, que atrae un mercado de usuarios insatisfechos que no podían explotar las ventajas de los repositorios digitales.

La cantidad de información que se encuentra disponible en la web ya superó, en el año 2006, todo lo que ha sido reco-gido en papel hasta estos momentos (Corredor, 2007). Y desde ese entonces y hasta el año 2010, esta cantidad de datos de-bería sextuplicarse. Esto, aunado al crecimiento exponencial de usuarios que cada minuto visitan la gran red a través de múltiples dispositivos, ha hecho que Internet se convierta en la principal biblioteca mundial, ya no sólo de libros, sino videos, presentaciones, audios, música y otros recursos. El problema de los años 90, de escasa información y materiales precarios, fue superado y se convirtió ahora en un problema de organiza-ción, clasificación y localización, donde ni siquiera Google ha podido dar una solución definitiva.

Una persona ajena a estos cambios culturales producidos por la incorporación abrumadora de las tecnologías que deci-diera iniciar una investigación sobre el uso de las TIC en la

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educación, lo primero que le aconsejarían es colocar en Goo-gle las palabras: TIC educación; el resultado de esta petición arroja 4.130.000 resultados1, sólo en español; en inglés supera los 18 millones de resultados. Ahora bien, ¿cuántos de esos resultados se adaptarán realmente a mis criterios de selección, a lo que necesito? Si bien Google utiliza un sistema de rankeo (Wikipedia, 2010) basado en la popularidad que genera un vínculo en relación con el número de usuarios que lo solicita, esos algoritmos fueron pensados para una web mucho menos dinámica, no la web actual donde el 70% de la información es creada por los propios usuarios, y un porcentaje importante de este 70% es creado a través de las redes sociales, diariamente, segundo a segundo. No había tenido tanta vigencia la máxima de Heráclito que afirmaba: “No nos bañamos dos veces en el mismo río” (Ibáñez, 2006). Internet nunca es la misma. Ade-más de esto, cuando nos referimos a Internet y a la información disponible e indexada por buscadores, sólo estamos tomando en cuenta lo que se llama “web superficial” o “web visible” (Nora, 2009); no obstante, Internet es mucho más que eso; también existe la “web oculta” o “web profunda” conformada por otra cantidad de materiales y recursos que no han sido in- dexados por los buscadores2; algunos autores sostienen que la cantidad de datos ubicados en la “web oculta” puede ser hasta 500 veces mayor que lo disponible en la web convencional.

Siguiendo el planteamiento inicial, ¿cómo hacer para no desgastarnos en revisar millones de vínculos para encontrar lo que realmente necesitamos? Algunas propuestas sobre este

1 Resultados obtenidos el 5 de junio a las 16:24 según query: http://www.google.com/search ?source=ig&hl=es&rlz=&=&q=TIC+educaci%C3%B3n&btnG=Buscar+con+Google&m eta=lr%3D&aq=f&oq=

2 La información no indexada por los motores de búsqueda es porque se encuentra en forma-tos de archivos no convencionales, o por restricciones en los servidores que la contienen que no permiten que los algoritmos de indexación cataloguen.

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asunto vienen de la mano con la llegada de las redes sociales, la sindicación de noticias y la suscripción de servicios feeds para la lectura de blogs y sitios web. Así mismo, ya desde hace varios años se comienza a hablar de la Web 3.0 o Web semán-tica, que en cierta forma trata de superar estas deficiencias.

La principal ventaja sobre el mundo de la investigación y sus posibilidades en las redes sociales, es la posibilidad de canales específicos o líneas de comunicación directa sobre la nube de internet, esto es, si un buscador me arroja 18 millones de resultados que se encuentran jerarquizados según la popu-laridad de ingreso (y otras cosas), ya hemos visto cómo estos resultados no representan absolutamente todos los materiales disponibles, ni tampoco los criterios perfectos para la jerar- quización de esos vínculos; así mismo, un porcentaje inmenso de los accesos que se generan a un sitio web probablemente provengan de redes como Facebook, Twitter o Tuenti, así que estos “clicks” no están siendo contabilizados por los busca-dores para perfeccionar su sistema de indexación; tenemos la necesidad de un sistema de rankeo paralelo al establecido por los buscadores convencionales como Google, Yahoo o Bing. Hasta hace pocos meses, un gran porcentaje de la información que se generaba en Facebook formaba parte de la “web oculta” para buscadores como Google o Yahoo (Scolari, 2009).

Las redes sociales, además de ser necesarias para lograr un sistema de rankeo mucho más sincero, nos ofrecen la po-sibilidad de crear esas mallas de conexión sobre Internet. De tal manera que, volviendo a la pregunta inicial, si quisiéramos estar al tanto de lo que está ocurriendo actualmente en el mun-do de las TIC y la Educación, lo mejor que podríamos hacer es identificar a un grupo de expertos en el área, como podrían ser: Henry Jenkins, George Siemens, Lawrence Lessig, Marc Prensky, Diego Leal, Alejandro Piscitelli, Dolors Reig y Tisca

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Lara, entre otros, o de sitios de información específica como revistas o centros de investigación, y después hacer un segui-miento de sus registros en Internet y a través de los servicios web de los que hacen uso: blogs, presentaciones en slideshare, videos en Youtube, Bookmarks en delicious o digg, lecturas en Google reader y otras fuentes. Si aun así es insuficiente, podría identificar las fuentes de información de las cuales ellos se ali-mentan, por ejemplo a través de Twitter, Feedburner o Atom, y anotarme directamente a esas fuentes.

De la conformación de una buena red (sobre Internet) de-penderá que nos podamos conectar con buenos contenidos y recursos. Investigar sobre un tema específico en estos momen-tos, sin una estrategia de este tipo, derivaría fácilmente en el problema de “la aguja en el pajar”. Estos nuevos sistemas de búsqueda y de apoyo a la investigación están desplazando los sistemas de suscripción por mail y los sistemas de generación de alertas como el que ofrece Google.

Otra potencialidad de sumo valor que se ha integrado a estas herramientas de búsqueda, es la clara evolución de los sistemas de traducción en línea, los cuales fueron muy critica-dos en sus inicios debido a las traducciones toscas que arroja-ban. Estos problemas iniciales surgieron como consecuencia de tratar de implementar traducciones de diccionario al modo convencional manejados por simples algoritmos de reempla-zo, es decir, cambiando una palabra por su equivalente en otro idioma. Los nuevos sistemas de traducción directa como el que ofrece Yahoo o Google, se ocupan poco de traducir palabras, más bien traducen frases; y no se alimentan de diccionarios convencionales, sino de traducciones humanas, pensadas, de-liberadas, repetidas por miles de personas y que se encuentran disponibles en todos los registros históricos almacenados en Internet. De manera tal que si yo hago búsquedas de frases que

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pueden ser relativamente comunes en Internet, éstas estarán disponibles en varios idiomas, por lo que es innecesario ge-nerar la traducción palabra por palabra; ya Google conoce no sólo la traducción literal, sino el sentido de la frase en muchas lenguas. Esta evolución de los sistemas de traducción direc-ta hace que cualquier internauta que instale algún toolbar con este componente pueda navegar de forma transparente por pá-ginas en múltiples idiomas; así mismo, establecer contacto con personas que hablen otros idiomas a través de correo; estos plugins también se integran en algunos servicios de email y pueden hacer la conversación transparente en ambas vías.

Internet, por definición, es un reductor de fricción, un mi- nimizador de roces, por lo que la innovación en estos nuevos escenarios no está sólo marcada por las nuevas herramientas o recursos, sino también por el acceso a herramientas conven-cionales, pero de una manera más rápida y transparente. Las comunicaciones entre lugares distantes que anteriormente se realizaban por el correo convencional, con todos los procedi-mientos, gastos y retrasos que esto implicaba, Internet los hizo rápidos y gratis a través del correo electrónico; la investigación a través de bibliotecas y libros la hacemos desde hace miles de años, en Internet tenemos libros, artículos y revistas, la mayo-ría son gratis, y ahora sumamos otros recursos en diferentes formatos, todo al alcance de uno o varios clicks; siempre ha habido charlas y conferencias, ahora las tenemos en línea, dis-ponibles en cualquier momento, traducidas y comentadas por otros usuarios; las traducciones siempre han sido posibles a través de diccionarios y de personas que más o menos mane-jen los idiomas en cuestión, Internet los hace en vivo mientras leemos o escribimos.

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LA INVESTIGACIÓN EN LOS NUEVOS ESCENARIOS DE LAS TECNOLOGíAS WEB

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Historia y museologíaMuseología e historia:

un campo del conocimientoEdwin Chacón Ferrer

Universidad Experimental de las Artes (UNEARTE)Fundación Museos Nacionales

[email protected]

Éste fue el tema de discusión que seleccionó el Comité Internacional de los Museos para la Museología (ICOFOM, en sus siglas en inglés) en el año 2006. La cita de este evento tuvo como escenario a la comunidad de Alta Gracia, en Cór-doba, Argentina. Los debates se centraron en el papel que han desempeñado los museos de historia y la historiografía en el campo de la museología. Esta disciplina, de reciente data, nace a mediados del siglo XX, siendo su principal impulsor el fran-cés George Henri Riviere.

La museología, entendida como la ciencia del museo, se encarga de estudiar las relaciones existentes entre las comu-nidades, su patrimonio y el territorio. Esta trilogía (conocida como la nueva museología) es el resultado de la reflexión y de la dinámica actual, donde el museo no puede ser visto como un simple espacio donde se conserva y exhibe una “colección” y se atiende un “público”. Las funciones de un museo se centran en la educación, investigación, exhibición, conservación y ad-ministración del patrimonio y de sus recursos.

La historia se ha convertido en una gran herramienta para los estudiosos de la museología. Muchos investigadores o cu-radores, recurren frecuentemente a la teoría y al método histó-rico, para construir el discurso expositivo. Este vínculo permi -

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EDWIN CHACÓN FERRER

te comprender y analizar las relaciones de ese patrimonio con la colectividad para la cual se concibió la exposición.

Esta nueva visión rompe los lazos tradicionales de la mu- seología cuando se armaba una lectura unidireccional que sólo era asimilada, en algunos casos, por la academia o por un gru-po de expertos en la materia.

Gracias a la historia y a otras disciplinas de las ciencias so-ciales, la museología contemporánea ha logrado tejer nuevos discursos que motivan a esas audiencias a ser las verdaderas protagonistas del hecho museístico.

Los grandes museos del mundo se encuentran en un pro-ceso de revisión, para deslastrarse de la esencia enciclopedista y neoclásica que aún pervive en algunos de ellos. Por eso, el estudio del patrimonio se ha convertido en un punto focal en los museos, especialmente aquellos que coleccionan obras de artes y otros bienes inmuebles de épocas trascendentales que han marcado a una sociedad en un tiempo determinado. A tra-vés de los aportes de la historiografía contemporánea, marcada en algunos casos por la escuela de los Annales o por la mar- xista, se ha logrado que el patrimonio recobre su vida y sea comprendido más allá de sus formas o estilo.

Se entiende como un bien tangible o intangible, que posee un significado especial para un pueblo o una cultura determi-nada. Se contextualiza a partir de los nexos con la política, la economía y con la sociedad a la que sirve. Es aquí donde recobra gran fuerza la definición de patrimonio suscrita por el Convenio Andrés Bello: el patrimonio no es un pasivo de la nostalgia, sino un activo de la memoria.

Con esta visión se activa otro elemento fundamental en la comprensión del hecho museístico: la noción de la identidad. Desde el fin de la guerra fría y de la desaparición del bloque

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MUSEOLOGÍA E HISTORIA: UN CAMPO DEL CONOCIMIENTO

socialista, irrumpió con gran fuerza la denominada globaliza- ción. Esa idea de homogeneizar y unificar criterios económicos hacia el ámbito de lo político, desató grandes enfrentamientos armados en Europa oriental y en algunas sociedades del mal llamado tercer mundo.

Para frenar la avanzada globalizadora, importantes teóri-cos comienzan a profundizar la noción de lo local en el ámbito de lo nacional. Desde finales de los años sesenta y a lo largo del último tercio del siglo pasado, en América Latina comenzaron a cultivarse, en importantes centros de formación universita-ria, los estudios de la historia local y regional, que ayudaron a otros científicos sociales a entender las particularidades de un hecho o circunstancia, obviadas por los seguidores de la visión generalizadora de la historia.

Esa mirada hacia la matria, como la denominó el maes-tro mexicano Luis González y González, ha permitido que los museos, a través de su patrimonio, trabajen con mayor con-ciencia y empeño el asunto de la identidad. En 1998, el Museo de Arte Contemporáneo del Zulia (MACZUL) inauguró sus espacios con la muestra El infinito canto de este sol. Arte y cultura del Zulia 1790-1998. A través del discurso plástico y estético se mostró una nueva cara de las artes visuales vene-zolanas, combinando el método de la historia regional y el de la investigación en artes plásticas. El resultado fue un cruce de lecturas que permitieron mostrar una nueva idea del arte, sin tener que seguir el hilo cronológico.

Las artes del Zulia lograron ubicar su identidad e idiosin-crasia más allá de sus actuales límites geográficos. La mira-da se centró en aquellos elementos unificadores dentro de un paisaje plural y heterogéneo. Esto permitió que se generara el efecto espejo en las audiencias y en las comunidades que visi-taron el museo. El mirarse ayudó a ver lo común y lo similar,

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lo cual automáticamente conlleva a diferenciarse de los otros. He allí la esencia de las identidades.

La museóloga brasileña Tereza Scheiner sostiene que “los museos deben trabajar las evidencias de lo real bajo la for-ma de conjuntos abiertos que se articulan en permanente y conti nua interacción... la relación entre Museología e Historia pue de ser vista aquí de un modo más completo, no sólo en el orden del discurso, sino también en el ámbito de la prácti-ca cotidia na: más en esencia y menos en apariencia. Con esta forma de abordaje, la memoria consagrada se articula con las prácticas cotidianas, es decir con las vivencias de lo real”.

Los museos buscan profundizar esas vivencias activando la memoria a través del conocimiento y la identidad, siguien-do el discurso patrimonial, sin que éste genere temores o ver-güenzas sobre el pasado. Los programas educativos enseñan a conservar y preservar el legado material e inmaterial para las siguientes generaciones. Esa visión de sustentabilidad permite que las sociedades valoricen sus tradiciones y su papel frente a la historia. Así se le ganará un espacio a las visiones que tratan de inferiorizar y alienar la dialéctica propia de los pueblos.

EDWIN CHACÓN FERRER

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Historia y religiónTeología de la Liberación en América

Latina: la Compañía de Jesús en Venezuela y la teología como instrumentode libertad y no de dominación

Carmen H. Carrasquel J.

Universidad de Los Andes (ULA)Facultad de Humanidades

Escuela de [email protected]

La pobreza es para la Biblia un estado escandaloso que atenta contra la dignidad humana

y, por consiguiente, contrario a la voluntad de Dios.Gustavo Gutiérrez

IntroducciónEn América Latina el proceso que impulsó la creación del

Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), que se reunió por primera vez en Río de Janeiro en 1955, del 25 de julio al 4 de agosto, como el Concilio Plenario de 1899, a finales del siglo XIX, buscaba plantear el fortalecimiento de la institucio- nalidad de la Iglesia Católica en América Latina; el Papa Pío XII promovió aprovechar la reunión de los obispos con motivo del 36° Congreso Eucarístico Internacional, para realizar una Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que dio origen al Consejo Episcopal de la Iglesia Católica Latinoameri-cana, lo que fue aceptado por Pío XII en septiembre de 1955.

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CARMEN H. CARRASQUEL J.

En el escenario posterior a 1945, en la Iglesia latinoame-ricana se dan las condiciones de necesidad de una reunión pragmática y operativa, con los fines de direccionar la acción y permitir un acercamiento entre la Iglesia de los países lati-noamericanos, más específicamente, entre sus obispos, y sus realidades.

Los antecedentes, el contexto preparatorio para la Confe-rencia, fueron el Primer Congreso Interamericano de Educa-ción Católica, celebrado en Bogotá en 1945, donde surge la Confederación Interamericana de Educación Católica; el Con-greso Coordinador de Obras Católicas realizado en 1952 y la I Semana de Estudios Apologéticos, en 1955, ambas con Bogotá como escenario.

Tres años después de finalizado el Concilio Vaticano II (1962-1965), se realizó la II Conferencia del Episcopado La-tinoamericano en Medellín (Colombia), que contó con la pre-sencia del Papa Paulo VI, en la sesión inaugural en 1968, de-nominada: “La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio”. Paulo VI había sido el autor, en marzo de 1967, de la Encíclica Populorum Progressio1.

Con la Conferencia de Medellín, en el espíritu del Concilio Vaticano II, el episcopado se volcó al análisis de los problemas latinoamericanos y a la búsqueda de un compromiso de la Iglesia en la solución de ellos, en compartirlos y concientizarse de su responsabilidad: “Para responder a las exigencias de la justicia y de la equidad hay que hacer todos los esfuerzos posibles para que dentro del respeto de los derechos de las personas y a las características de cada pueblo, desaparezcan lo más rápido posible las diferencias económicas verdaderamente

1 Paulo VI. Populorum Progressio. www.vatican.va/..,/hf_pvi_enc_26031967 populorum_sp.html

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monstruosas que, vinculadas a discriminaciones individuales y sociales existen hoy y frecuentemente aumentan”2.

El nacimiento de la propuesta de la Teología de la libe-ración se inscribe en la corriente transformadora de la misión de la Iglesia y se presenta en el marco de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM), en Medellín, Co-lombia: “Medellín fue, en realidad, una lectura del mensaje renovador del Concilio desde la perspectiva muy concreta de la situación de nuestros países”3.

A la Conferencia de Medellín siguió la Conferencia de Puebla (1979), la tercera del CELAM. En la misma línea de la anterior, se enfatizó en la necesidad de transformar los proble-mas de América Latina a través de un proceso liberador. A diez años de la II Conferencia General del Episcopado, en Puebla se puso en discusión: ¿qué había hecho la Iglesia Católica por los pobres de América Latina? En respuesta se confirmó que la línea pastoral de la Iglesia católica debía tomar “la opción preferencial por los pobres”4.

La Teología de la Liberación en América LatinaLos teólogos Ignacio Ellacuría, Leonardo Boff, Clo-

dovis Boff, Frei Betto5, Joh Sobrino y Gustavo Gutiérrez Merino, entre otros, con influencia de teólogos europeos y

2 Paulo VI (Papa): “Pablo Obispo. Siervo de Dios. Juntamente con los Padres del Concilio para Perpetuo recuerdo: Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual”. En: Concilio Vaticano II: Constituciones, Decretos y Declaraciones, Documentos Pontificios complementarios. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1966, p. 310.

3 Larret, Pedro Miguel: Arrupe una explosión en la Iglesia. Madrid, Ediciones Temas de hoy, 1989, p. 14.

4 Pérez Morales, Ovidio. Puebla: Iglesia Liberadora. Valencia, Vadell Hermanos, 1979, pp. 59-68.

5 LOWY, Michael: “La Teología de la Liberación: Leonardo Boff y Frei Betto”. http: // rebelión.org. Texto original en francés: http://risal.collectifs.net/article=2065. Consultado:

29-05-10.

TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN EN AMÉRICA LATINA: LA COMPAÑÍA DE JESÚS ENVENEZUELA Y LA TEOLOGÍA COMO INSTRUMENTO DE LIBERTAD Y NO DE DOMINACIÓN

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norteamericanos, conforman la vanguardia de la propuesta de la Teología de la Liberación en América Latina. Teología que para algunos ha sido entendida como: “Una nueva interpreta-ción global de lo cristiano; explica el cristianismo como una praxis de la liberación y pretende ser ella misma una introduc-ción a esta praxis”6. Es en esta interpretación en la cual han surgido las interrogantes que la cuestionan, que le han permi-tido avanzar y retroceder, e inclusive que se diga que ya no existe como propuesta teológica.

Teología de la Liberación en la Compañía de Jesús, caso Venezuela a partir de los 70

La Compañía de Jesús, en reflexión iniciada por la Or-den, durante la Congregación General XXXI se propuso, como parte de la misión de la Compañía de Jesús, renovar la Orden religiosa y adoptar como centro de su acción el “servicio de la fe y la promoción de la justicia”7. En el decreto relativo a la misión de los jesuítas, de la Congregación General XXXII, especificó que eran necesarios muchos cambios para adecuar-se a tales exigencias, ya que se requería de un sentido nuevo; por tal razón se expresaba: “Deriva de ello la necesidad de una reevaluación de nuestros métodos apostólicos tradicionales, de nuestras actitudes, de nuestras instituciones”8.

El estudio histórico de casos de obras de la Compañía de Jesús en Venezuela en materia educativa: colegios jesuíticos, institutos técnicos, surgimiento y consolidación de obras como

6 Cardenal RATZINGER, Joseph: “Teología de la Liberación y contexto Literario: presupuestos, problemas y desafíos de la Teología de la Liberación”.

7 Véase: Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús: Decretos y Documentos Anejos. Madrid, Razón y fe, 1975.

8 Ibíd., p. 71.

CARMEN H. CARRASQUEL J.

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Fe y Alegría e Instituto Radiofónico; a nivel formativo: traba-jo parroquial en zonas populares; a nivel social: fundaciones como Organización Social Católica San Ignacio (OSCASI), casas hogares, entre otras, son ejemplo de la práctica de una propuesta de opción por los pobres, que tiene influencias de la Teología de la Liberación, aún por estudiarse desde la perspec-tiva histórica9.

9 CARRASQUEL J., Carmen H.: “Cambios introducidos en el Colegio San Ignacio de Caracas: La construcción de un ideario (1970-1993). Primeras Jornadas de Historia y Religión. Caracas, UCAB, 2001, pp. 321-344.

TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN EN AMÉRICA LATINA: LA COMPAÑÍA DE JESÚS ENVENEZUELA Y LA TEOLOGÍA COMO INSTRUMENTO DE LIBERTAD Y NO DE DOMINACIÓN

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Historia y sociologíaAugusto Mijares: sociología e historia

Miguel Ángel Campos

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

[email protected]

La obra de Mijares parece reafirmarse en los últimos años, y justamente desde la perspectiva que a él le hubiera gustado:el debate con la actualidad. Curiosa paradoja la suya, su refutación de las ideas positivistas en 1938 luce como una tarea anacrónica, no tanto por la necesidad como por la actualidad misma del debate, pues su blanco a la vista es Vallenilla Lanz, quien ha dado el acabado final a sus tesis en la primera década del siglo. Pero es la actualidad de facto, y no el estilo intelectual, el movilizador de los contraargumentos, pues el autoritarismo y la barbarie consagrados, a su juicio, en aquellas tesis, siguen agobiando al país.

La primera edición de La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana (1938) aparece en los albores de la modernización de la sociedad venezolana y, sin embargo, la discusión encarada tiene mucho que ver con la condición inmediata de la sociedad. El cuadernillo de pocas páginas, en su segunda edición de 1952 ya es un volumen de unas doscientas páginas y ésta de 1998, del proyecto de sus obras completas, alcanza casi las trescientas. ¿Qué ha pasado con un discurso que crece en extensión y que sesenta años después se examina con interés y en el que el estilo no resulta en absoluto desdeñable?

Supo Mijares alimentar sus ideas nutriéndose del proceso mismo que discutía; eso le permitió no sólo estar al día en el

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MIGUEL ÁNGEL CAMPOS

sentido de no desentonar, sino también hacer éticamente útil su beligerancia. Su preocupación por el deterioro del medio ambiente, su impresión de que los partidos políticos se han vaciado de todo proyecto cívico, de que el liderismo es la versión petrolera del caudillismo, le permiten calar hondo en una realidad que ya no es la de los días finales del gomecismo. Era previsible, entonces, que fuera a buscar en la génesis de la civilidad los elementos que le permiten rebatir el fatalismo de los caudillos consagrado por los intelectuales del positivismo. La Colonia representa esa génesis; allí encuentra unos procesos que pueden desmentir la determinación que hace de la sociedad republicana un orden caótico que precisa de un tutelaje, de un “gendarme necesario”, para sobrevivir a sus propias pulsiones. Aquella tradición civil, dice, no ha podido desvanecerse sin más; las instituciones castellanas del fuero municipal, la ascendencia de la vida comunitaria sobre las prerrogativas reales, son antecedentes que deben ser evaluados al momento de juzgar unas circunstancias como fatalidad. Los caudillos, insiste, no son sino un subproducto funesto de la guerra de Independencia, y en ningún caso el resultado natural de un modelo de convivencia o, menos aún, de la constatación de las leyes de la fuerza en la genealogía de una comunidad.

La armonía frente al sobresalto, la continuidad frente a la ruptura, deben, pues, imponerse en el análisis. Y no la conclusión apresurada de quienes, incluso en su desesperación bienintencionada, optan por la salida concluyente de la redención por el sometimiento a una suprema personalidad, desterradora de la anarquía y que garantice la estabilidad y los derechos amenazados por las masas sin sentido de orden. El alegato de Mijares quiere organizarse a partir de las virtudes de una gens, quiere ser étnicamente político y de esa manera busca constantemente sus pruebas periciales en el asentamiento, en

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AUGUSTO MIJARES: SOCIOLOGÍA E HISTORIA

lo institucional, en la superación del campamento. Descree abiertamente de la concesión que hace de la eclosión ideológica independentista un hecho de origen externo, apela a la investigación de Caracciolo Parra León, Filosofía universitaria venezolana, a fin de mostrar cómo la universidad colonial no era un claustro letárgico dominado por el cuadrivium medieval, sino un foro donde tenían eco las ideas del racionalismo, del empirismo y el sensualismo. Esta clase de constataciones le lleva, incluso, a buscar explicaciones para los negadores de la cultura colonial. Dice, por ejemplo, que ellos sí descubrieron su tradición legalista y cívica, pero al no poder hacerla derivar de ninguna influencia exterior, entonces optaron por desconocerla. Procura entender esta actitud desde la significación política, e incluso moral, que tal aceptación hubiera tenido en el proceso de la guerra de Emancipación, pues era preciso condenar el pasado representado en un orden que estaba siendo erradicado por la fuerza. En esa línea de verificación de lo que llama la tradición de la sociedad civil, confronta el fenómeno del caudillismo en el siglo XIX hispanoamericano y en los años del XX venezolano y que corresponden a la prolongación de aquel “mal necesario” en nuestro país.

Sarmiento y Alberdi son los dos reconocedores de ese mal, pero enfatizan su anomalía y así acuerdan que debe ser desterrado, lo ven como un residuo de la vida colonial; Mijares, obviamente, no está de acuerdo con esta conclusión y la explica por el antiespañolismo de esos autores. Retiene, sin embargo, la valoración que hacen de las potencialidades de la sociedad naciente y la posibilidad de ejecutar un plan de formación de la nación a través de la educación, y sobre todo con la ayuda de la inmigración, es decir, el mejoramiento étnico; con esta última apreciación no está de acuerdo en absoluto y muestra la criollidad de la nación argentina.

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Sustenta la idea de que para la fecha de la inmigración aluvional ya había ocurrido la reformulación del proyecto tras la batalla de Caseros y la expulsión del último caudillo; por lo demás, insiste en que la inmigración sólo se dirige a aquellas regiones donde ya hay riqueza creada o es susceptible crearla. En el caso de los constatadores del siglo, explica cómo agregan la justificación y crean un círculo vicioso en el que la tradición legalista no sólo es negada, sino que incluso se la reduce a creación voluntarista de un hombre fuerte, el protector del orden. El representante principal de esta corriente es el peruano Francisco García Calderón, quien escribe sus tesis en París e influencia los medios diplomáticos e intelectuales, pero en Venezuela el elaborador más minucioso es Laureano Vallenilla Lanz, prohombre del gomecismo, estudioso de la teoría sociológica, cuyos trabajos sobre la formación de la nacionalidad apelan justamente al proceso colonial a la hora de ir a buscar determinantes orgánicos. Curiosamente, es Vallenilla el primer vindicador de la civilidad colonial (por supuesto, lo hace para probar su audaz propuesta de la Emancipación como una guerra civil, y para esto era preciso afirmar la existencia de clases sociales e intereses ideológicos en la Colonia) y ni Briceño Iragorry ni el mismo Mijares reparan en eso. Tal vez estaban tan ofuscados con su afán de refutación de la minusvalía cívica de aquél, que pasan por alto lo que es un hito importante en nuestro proceso intelectual, pues Disgregración e integración (1924) es la visión crítica de la formación social venezolana que encara un tiempo anterior a la República.

Uno de los dos textos agregados a la más reciente edición de La interpretación pesimista..., “La patria de los venezolanos en 1750”, examina el clima de libertades en la provincia que aún deberá esperar hasta 1799 para alcanza el rango de Capitanía General; la revuelta contra la Compañía Guipuzcoana pone de

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relieve el protagonismo de los factores de la sociedad que ya tenían conciencia de una forma de vida y de la existencia de un territorio definido más allá de lo geográfico. Este último ensayo, publicado en 1961, sirve para verificar la insistencia de Mijares en un tema que constituye parte esencial de toda su reflexión sobre la nacionalidad.

AUGUSTO MIJARES: SOCIOLOGÍA E HISTORIA

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Historia e ideologíaEl Marx de Bolívar:

Marx y Bolívar en el pensamientocolonial europeo35

J.L Monzantg

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

Departamento de Sociología y AntropologíaUniversidad Católica Cecilio Acosta

[email protected]

Es imposible que un hombre acierte siempre en todoo se equivoque siempre en todo.

Polibio

1Cuando Arturito Mengual, aún adolescente, regresó de

estudiar en España y nos vimos en un mall de la ciudad, me contó que los españoles, incluidos sus profesores de historia, «tienen la verdad cruzada», pues para ellos Bolívar es Boves y Boves es Bolívar. Que él tomó la palabra —me dijo— y les aclaró lo que su viejo profesor de historia del Colegio Claret de Maracaibo previamente le había enseñado.

Esa tarde le recordé a Arturo que todos los pueblos son «etnocéntricos», y que muchos son, en verdad, racistas, y ello se debe a algo así como al resguardo de la «supervivencia cul-tural», pues todos acomodan su cultura por encima de las otras, escriben la historia a su manera e incluso fabrican sus héroes y sus villanos a su conveniencia; y que para el caso de Espa-ña y buena parte de Europa, Bolívar no sólo simbolizaba al

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J.L MONZANTG

antieuropeo latinoamericano de los días de la independencia, sino que encarnaba —al menos en su expresión política— al pueblo que había atentado contra la estabilidad económica del viejo continente, siendo que América Latina fue y aún es parte importante de la despensa de Europa y otras potencias.

Al etnocentrismo propiamente europeo le llaman «euro- centrismo», construido desde la visión y la práctica colonialis-ta de una Europa que primero invade América y parte impor-tante del mundo, y luego impone su cultura y obtiene grandes beneficios económicos y políticos, de los cuales dispone, en parte, aún hoy.

2El ensayo de Marx sobre Bolívar, titulado Bolívar y Ponte,

y de cuya publicación se cumplieron más de 150 años, es, en realidad, una «entrada biográfica» de La Nueva Enciclopedia Americana del Estados Unidos de aquellos días, y es, a su vez, una de las pruebas de que el pensamiento del genio alemán de las ciencias sociales que fue Carlos Marx también respondía, en más de un caso, al eurocentrismo colonialista de mediados del siglo diecinueve.

Digo en más de un caso —y esto es importante aclararlo para que no se crea que Marx hubiera desvariado tan sólo una o dos veces, ni siquiera dos o tres, sino muchas más— porque el respetado autor del Manifiesto comunista —y de El capi-tal— también fue abiertamente eurocéntrico al formular los períodos de la historia del mundo, y sus respectivos «modos de producción», habiéndolo hecho como lo hizo a partir de la singular y exclusiva evolución histórica de Europa.

En el caso que nos ocupa, Marx hace una «aparente» acusación al decir que Bolívar fue un cobarde sempiterno, de

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EL MARX DE BOLíVAR: MARX Y BOLíVAR EN EL PENSAMIENTO COLONIAL EUROPEO

principio a fin: desde que en 1810 se escondió, en su casa, para no participar en la temprana conspiración de los mantuanos de Caracas contra el rey de España, hasta que en 1830 se rehusó a enfrentar a Páez, en la frontera norte entre Colombia y Venezuela.

Quiero insistir en que la acusación de cobarde fue sólo «aparente». Al releer el ensayo es posible observar cómo la idea que le da su estructura, forma y esencia, es la visión colo-nialista del europeo promedio de mediados del siglo diecinue-ve, específicamente la del colonialismo inglés. Lo que Marx se propuso —o realmente logró— fue una vindicación del papel de los ingleses en la guerra por la independencia «formal y política» de América del Sur.

Pensando en este asunto de la visión y la práctica colo-nialista —del eurocentrismo— se me ocurre que tal como los romanos vieron a los antepasados germánicos de Marx, así Marx pudiera haber visto a Bolívar como a un «bárbaro». Bo-lívar fue para Marx, además de cobarde y traidor, un mal es-tratega militar, un alegre e inoportuno festejador de pequeñas victorias, un derrochador de proclamas y constituciones, y un «bonapartista» ambicioso de poder con fuertes tendencias al despotismo; y no se crea que la acusación de «bonapartista» es poca cosa en el imaginario representacional de los europeos antimonárquicos del siglo diecinueve. Pero lo que me resulta aún más paradójico, eventualmente menos creíble por incon-gruente e incoherente, es que Marx también representó a Bo-lívar como a un hombre fuertemente influenciable por otros hombres «mejor dotados», «más ilustrados» (Ribas, Brion, Roscio); fácilmente persuadido incluso por sus enemigos (Pa-blo Morillo), pues en definitiva —continúa Marx— Bolívar, «como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento».

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3Cuando a principio de los años noventa trajiné algunas de

las principales «biografías fabuladas» de Francisco Herrera Luque —Los cuatro reyes de la baraja; Boves el urogallo; Piar, caudillo de dos colores, y Bolívar de carne y hueso—, observé cómo el autor acomodaba las bondades del persona-je según su protagonismo: cuando los biografiados principa-les fueron Boves o Piar, el «villano» o «antihéroe» era Bo-lívar; cuando fue Bolívar, aquellos dos eran los «villanos»; de modo que con Betancourt, lo fue Gómez, y con Gómez, Betancourt.

He notado esta tendencia en otros biógrafos, y Marx no ha sido la excepción. El genio alemán no sólo ignoró a Polibio al construir a un Bolívar completamente «bárbaro»; tampoco hizo una sola crítica a los ingleses y a los otros europeos que participaron en la guerra por la independencia de Venezuela y América del Sur. Tratándose de quien se trata, conociendo y respetando a Marx como lo hacemos, es más incongruente aún que no criticara, por ejemplo, la condición de capitalistas y mercenarios de los ingleses, ni el verdadero afán de la «li-beral» Londres por sustituir a Madrid como potencia colonial. Por el contrario, fue a los «monárquicos» de Madrid a quienes también tachó de cobardes, como antes lo había hecho con los latinoamericanos.

Una pregunta algo candorosa, quizá, pero que se hace obligante formular después de leer el impresentable ensayo de Marx: «¿por qué el autor de El capital escribió algo tan ale-jado de la crítica dialéctica y materialista de la historia?» De momento me respondo —gracias al Vladimir Acosta de El Bo-lívar de Marx— que puede haberse debido a que Carlos Marx no vio ni capitalismo en América Latina ni revolución antica-pitalista en la guerra independentista que Bolívar acaudilló.

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Marx tampoco argumenta sobre cómo un cobarde se hizo nombrar «jefe supremo» durante más de diez años de guerra, al igual que no da cuenta prácticamente de ninguna de sus mu-chas afirmaciones y negaciones. Y como hasta el momento en que escribió sobre Bolívar —léase 1858— no había superado sus «prejuicios colonialistas» —si acaso los superó—, no pudo ver el valor popular y anticolonial de las luchas de Bolívar, ni la importancia geopolítica de la unidad suramericana que pro-curaba, sobre lo cual Marx apenas dijo que Bolívar quería la unidad tan sólo para fortalecer su dictadura personal.

Lo interesante del caso es que con Bolívar y Ponte quien queda realmente mal parado es Marx. Al genial crítico del capi-talismo europeo, autor de cientos de ensayos y de voluminosos libros —ensayos y libros inmortales, la mayoría de ellos, de más está decir—, se le vieron todos sus puntos flacos en apenas una veintena de páginas en las que sintetizó parte importante del «sentido común» europeo del diecinueve sobre Simón Bo-lívar y las excolonias hispánicas; y dejó en evidencia su pensa-miento racista hacia todo lo no europeo o estadunidense, hacia todo lo que quedaba fuera del centro del capitalismo «desa-rrollado», que era realmente su objeto de interés intelectual, político y revolucionario. Marx no sólo se mostró ponzoñoso y cicatero; también dejó ver que fue capaz de hacer «trabajos por encargo» para los cuales no estaba ciertamente bien preparado o, peor aún, para los cuales sólo tomó fuentes parciales, sesgos biográficos y autobiográficos, aun conociendo la diversidad de obras disponibles en la Biblioteca Británica, según da muestras el historiador Vladimir Acosta en El Bolívar de Marx.

Marx no escribe una coma en favor de las mayorías po-pulares que lucharon contra la monarquía española; por el contrario, mostró desprecio por ellas sólo para enaltecer a los oficiales de la «Legión Británica». Mientras biógrafos y otros

EL MARX DE BOLíVAR: MARX Y BOLíVAR EN EL PENSAMIENTO COLONIAL EUROPEO

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interesados escriban desde esta pueril negación de lo real, ha-brá, por ejemplo, «detractores» o acusadores y «apologistas» o defensores a ultranza de un individuo, de una cultura, de un pueblo. A menos que se trate de «trabajos pagados», lo in-teligente es avecinarse al biografiado en sus contradicciones. Por ello, a pesar de la ambigüedad que como biógrafo noté en el recordado autor de La historia fabulada, puedo decir que cuando pienso en Simón Bolívar lo hago desde el elocuente y amainado ensayo que Francisco Herrera Luque tituló Bolívar de carne y hueso, debido al énfasis que el psiquiatra e historia-dor venezolano hizo en la dualidad de Bolívar como hombre de visibles contradicciones.

4El Bolívar de Marx es una publicación apreciable de Al-

fadil, y contiene el ensayo de Marx, Bolívar y Ponte, con Es-tudios críticos de los historiadores Inés Quintero y Vladimir Acosta. Pero —que todo siempre hay que decirlo, insistió Sa- ramago una vez y la otra— lo realmente apreciable es el estu-dio de Vladimir Acosta.

¿Por qué digo esto?, porque Quintero, posiblemente no in-teresada en desmentir a Marx, sorteó la discusión. Según veo, se limitó a hablar en nombre de alguna parcialidad política, aunque lo hizo con la elegante escritura que le caracteriza de un tiempo acá. Y como la buena historiadora que maneja las «categorías de trabajo» del oficio, para atemperar tal evasión alegó que «Bolívar fue un hombre de su tiempo», de su época, y, al parecer, luego de semejante fórmula o «verdad de fe», debemos suponer que todo queda explicado.

A excepción de Germán Carrera Damas, he observado cómo a principio del siglo veintiuno se ha incrementado cierta

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moda anti-Bolívar entre algunos destacados historiadores de Caracas. Moda editorial que me lleva a pensar en los Elías Pino Iturrieta, en los Manuel Caballero, y eventualmente los hago acompañar de Inés Quintero, a quien se suma Ana Teresa Torres. A Carrera Damas hay que ubicarlo en otra categoría, bajo otra condición, porque se trata de un historiador cohe-rente con más de cuarenta años de cuestionamiento público y afanoso a la figura de Simón Bolívar. Esto se debe —según el Roberto López Sánchez de El protagonismo popular en la historia de Venezuela— a que Carrera Damas lo ha hecho con el propósito de contribuir a borrar de la memoria colectiva el carácter popular de la guerra de independencia y, al tiempo, desmeritar el proyecto nacionalista de Bolívar, «el único pro-yecto nacionalista burgués de nuestra historia» antes del siglo veintiuno.

En La criolla principal, por ejemplo, Quintero —quien como Carlos Marx y Francisco Herrera Luque tampoco escapa de lo que he llamado el «síndrome del biógrafo»— arremete de algún modo contra Simón Bolívar. En cambio, en su estudio crítico sobre Bolívar y Ponte se limitó a decir, sin estridencia y con la elegancia de rigor, dos o tres cosas sobre el «Bolí-var dictador» y el «Bolívar revolucionario», pero se apoya en las ditirámbicas afirmaciones del genio alemán para alimentar parte de la publicidad de alguna parcialidad política.

El trabajo de Acosta, aunque igualmente alimenta parte de la publicidad de alguna parcialidad política, es —razón hay al decirlo— efectivamente valioso. Acosta sí analizó y contra-puso los excesos de Marx, pero se mantuvo irremediablemen-te lejos de reconocer sus posibles aciertos y eso lo convierte —a Vladimir Acosta— en un historiador tan ponzoñoso como Marx y tan esquivo como Quintero. No obstante, con el abe-cé del historiador a la mano, Acosta contrastó fuente contra

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fuente y da muestras de haber estudiado las tres obras a partir de las cuales Marx dijo haber construido su errático Bolívar y Ponte. Por cierto, Vladimir Acosta recordó que los errores de Marx comenzaron desde el título, sabido como se sabe que los apellidos de Simón son Bolívar y Palacios, mientras Bolívar y Ponte son los apellidos de su progenitor; y dejó claro que otros desatinos básicos son repetidos por Marx en el texto.

Acosta, que a mi gusto llama las cosas con nombre y ape-llido, aclara que el ensayo de Marx es rescatado de cuando en cuando por la derecha, sobre todo después de hacerse visible que las ideas de Bolívar puedan ser del uso de las mayorías populares. Pero, que todo siempre hay que decirlo, lo cierto es que la izquierda también ha usado obras de personajes que no son conocidos precisamente por su militancia de izquierda. Pienso en el breve, sorpresivo y estrafalario ensayo de Albert Einstein, titulado ¿Por qué socialismo? Visto así, Carlos Marx y Albert Einstein son dos «outsiders» deslucidos por los uni-versos políticos opuestos dentro de los cuales se desenvolvie-ron o pretendieron hacerlo: la derecha usa a Marx, la izquierda usa a Einstein, cada genio con un ensayo que, en definitiva, dice poco y aporta menos, aunque sea contradictoriamente me-ritoria su intervención.

Lo que podemos lamentar —más aún— del estudio crítico de Acosta es que su respuesta historiográfica sea canónica, ofi-ciosa. Se limita a recordarnos el «cuento escolar» sobre un Bo-lívar deificado; cuento que, a su vez, es causa de que muchas personas —historiadores incluidos— se muestren adversas a la figura de Bolívar por lo poco terrenal, por lo poco de este mundo que resulta el hombre a quien sus defensores presentan como algo más que el arquetipo del héroe.

A mí, personalmente, no me escandalizan los excesos reales, posibles o infundados achacados a Bolívar; los que

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hubiera podido cometer o no durante la guerra, y aun después de ella. Habiendo leído El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, como seguramente Bolívar lo hizo, y sabiendo que en los asuntos del poder hay que hacer «lo que sea» para alcanzarlo, para conservarlo y para recuperarlo cuando se hiciera necesario, pues no es de extrañar que fuera cierta la ruidosa entrega de Miranda —haya sido traición o no— si con ello el hombre de carne y hueso salvaba el pellejo; tampoco asombra que un jefe militar, en eventual desventaja estratégica, hubiera declarado la «guerra a muerte», ni tiene que ser necesariamente falso que Bolívar —conocido como el buen político que fue, conocedor del alma del hombre como unos y otros ciertamente le reconocen que era— hubiera recurrido a frecuentes renuncias fingidas, simuladas, para volver a ser proclamado en el poder político por sus pares de la rancia burguesía bogotana de la época; ni su responsabilidad en el fusilamiento de Piar, ya por venganza o inquina personal, ya por temor a la «pardocracia»; temor a la insurrección de los pardos o mestizos, de lo cual el autor del corrosivo y subversivo Manifiesto comunista tampoco valoró su potencial de lucha popular.

Lo definitivamente cierto es que cualquiera que pretenda dibujar un Bolívar rectilíneo —por exceso o por defecto, por agrio o melindroso— simplemente lo falsifica. Al tiempo, sigo convencido de que parte significativa de la grandeza de Bo-lívar hay que buscarla en la imaginación y en las palabras de los historiadores, de los biógrafos, y de todo quien se sienta circunstancialmente necesitado de recurrir a Bolívar con una intención o con la otra, más que en la contradictoria realidad de la guerra y de los años posteriores.

También me es necesario reiterar que el genio alemán que fue Carlos Marx —y a quien considero el más importante de los estudiosos de las ciencias sociales a lo largo de la historia—

EL MARX DE BOLíVAR: MARX Y BOLíVAR EN EL PENSAMIENTO COLONIAL EUROPEO

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salió más perjudicado que su maltrecho biografiado en Bolívar y Ponte. A tal punto quedó Carlos Marx atascado, amarrado a este ensayo ventral e indigesto; de tal modo dejó en él sus miserias y sus contradicciones que, a mi gusto, bien puede ha-blarse —como si de dos personas se tratara— del Marx mate-rialista y dialéctico de sus obras más conocidas e importantes, y del Marx colonialista y eurocéntrico de alguna enciclopédi-ca y descosida «entrada biográfica» conocida como Bolívar y Ponte; un Marx a quien, visto lo que hemos visto, dicho lo que dicho está, pero sobre todo a falta de mejor tratamiento, de momento llamaremos «el Marx de Bolívar».

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Historia y filosofíaTánatos y filosofía

Gabriel Andrade

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

[email protected]

Tánatos es una palabra griega que significa “muerte”, y tiene una gran significación para la filosofía, pues uno de los temas antaño muy discutido entre filósofos (pero hoy ya no tan-to), es el de la muerte y la inmortalidad. En función de eso, oca-sionalmente me pregunto: ¿Hay vida después de la muerte?

La creencia en una vida después de la muerte tiene cohe-rencia con muchas creencias en muchas culturas, pero el he-cho de que una creencia tenga coherencia con otras creencias no implica que sea verdadera. Asimismo, la mayor parte de la humanidad ha creído en alguna forma de inmortalidad, pero el hecho de que una creencia sea aceptada por la mayoría tampo-co implica que sea verdadera.

Algunos filósofos han suscrito la idea de que, sin la creencia en la inmortalidad, el orden de la sociedad se de-rrumbaría. Pues, sin un Juicio Final, ¿cuál es nuestra motiva-ción para ser morales? Pero, hay plenitud de motivos para ser morales, sin necesidad de invocar un Juicio Final: buscar el bienestar de la colectividad en la cual estamos inmersos, ayu-dar a los otros con la expectativa de que los demás nos ayuden o, sencillamente, sentir placer al hacer el bien.

Aun otros filósofos han estimado que, por si acaso, es me-jor creer en Dios y la inmortalidad. Pues, si hay un Juicio Final,

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GABRIEL ANDRADE

Dios premiaría al creyente, de manera tal que no tendríamos nada que perder, y todo por ganar. Pero, ¿por qué hemos de asumir que Dios premiaría exclusivamente nuestras creencias? Además, si nos decidimos a creer en un dios, ¿acaso no corre-mos el riesgo de equivocarnos en la adoración de un dios en particular, y ser castigados por el Dios verdadero?

Las religiones monoteístas enseñan que habrá una resu-rrección de los cuerpos, pero ¿por qué hemos de creer esa pro-mesa? Hasta ahora, no hemos visto ningún cadáver regresar a la vida. Las religiones monoteístas invitan a tener fe, pero si aceptamos por fe la resurrección, ¿por qué no aceptar por fe la reencarnación o los viajes intergalácticos post mortem? Además, ¿cómo, en la resurrección, podemos seguir siendo las mismas personas? Tenemos la intuición de que un objeto que se destruye por completo, y luego se reconstruye, ya no es el mismo. Es difícil apreciar cómo la identidad del cuerpo escapa a esta intuición.

Algunos filósofos y teólogos han defendido la idea de que, puesto que tenemos alma, podemos seguir siendo los mismos en la resurrección. O, en todo caso, aun si no hay resurrección de los cuerpos, podemos seguir existiendo incorpóreamente, o si no, en un ciclo de reencarnaciones. Pero, el concepto de “alma” es demasiado vago e impreciso, y además, encuentra muchos problemas. ¿Cómo puede una sustancia inmaterial interactuar con el mundo material? ¿Cómo se conserva el alma frente a los daños cerebrales? ¿Por qué hemos de asumir que existe un alma, si parece suficiente explicar los contenidos mentales en función de las operativas del cerebro? ¿En qué momento de la gestación surge el alma? Si es en el momento de la fecunda-ción, ¿tienen los gemelos idénticos sólo un alma?

Varias personas con inclinaciones científicas han tenido entusiasmo por encontrar el alma. Se empeñan en recopilar

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TÁNATOS Y FILOSOFÍA

testimonios sobre vidas pasadas, apariciones fantasmales, po-sesión de espíritus, capacidad telepática, experiencias cercanas a la muerte y muchos otros fenómenos “paranormales”. Pero la evidencia a favor de estos fenómenos no pasa de ser anecdó-tica. Y, cuando se han intentado reproducir estos fenómenos en experimentos con condiciones controladas, o bien los resulta-dos no se han conseguido, o bien los experimentos no han sido bien diseñados.

Así, ante la pregunta, ¿hay vida después de la muerte?, me inclino a responder negativamente. Ciertamente nadie podrá demostrar que no hay vida después de la muerte. Pero, na-die puede probar un negativo. Tampoco podemos probar que no hay hadas madrinas, o que al morir no somos raptados por extraterrestres invisibles. La carga de la prueba reposa sobre quien afirma la vida después de la muerte; y hasta ahora, no ha logrado convencerme de su alegato. Pero, por supuesto, sigue siendo un tema abierto. El hecho de que no se haya aún proba-do que hay vida después de la muerte no implica que no pueda hacerse en un futuro. La mayoría de los intelectuales desdeña la parapsicología como una pérdida de tiempo. Yo no com-parto esa valoración: creo que debemos mantener una actitud abierta respecto a posibles futuros hallazgos. Por supuesto, en el entretiempo es más racional asumir que no hay vida después de la muerte.

Por ahora, entonces, tengo más inclinación a negar que haya vida después de la muerte. Parece inevitable que mi exis-tencia (y la de todos nosotros) llegará a su fin en cuestión de años. Después de todo, la primera premisa del más célebre de todos los silogismos parece mantener su veracidad: todos los hombres son mortales.

Algunas personas no sienten la menor angustia en saber que son mortales. Sospecho que esas personas son minoría.

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La mayor parte de la humanidad siente preocupación frente a la muerte, y posiblemente sea ésa una de las razones por las cuales se ha postulado una vida después de la muerte. Pero, el hecho de que sintamos angustia frente a la muerte no implica que, sin la inmortalidad, la vida no tiene sentido.

La pregunta por el sentido de la vida es sumamente esqui-va. La mayor parte de las veces, los filósofos no aclaran bien qué quieren decir cuando preguntan cuál es el sentido de la vida. Supongo que una manera más o menos clara de plantear esta pregunta es con esta interrogante: ¿Para qué vivir? O, en los términos en los que alguna vez los planteó Albert Camus, ¿por qué no suicidarse?

Sin duda, muchas personas han encontrado en Dios la mo-tivación para vivir. Y, como corolario, muchos estiman que, en la medida en que nuestras acciones tengan alguna trascen-dencia y su huella sea eterna en la inmortalidad, hay motivos para llevarlas a cabo. Yo estoy de acuerdo con ello: Dios y la inmortalidad ciertamente son motivos suficientes para vivir. Pero, dudo de que sean los únicos motivos para vivir.

Varios filósofos han aceptado (o, al menos, han dado la apariencia de aceptar) la idea de que, sin la inmortalidad, la vida no tiene sentido. Y, puesto que aceptan que no hay indi-cios de una vida después de la muerte, asumen que, en efecto, la vida no tiene sentido. Abrazan así el nihilismo. Para ellos, la vida es absurda, y sencillamente, no parecen encontrar razones para vivir.

Creo que estos filósofos se equivocan. Aun si nuestra exis-tencia eventualmente quedará aniquilada, hay suficientes mo-tivos para seguir viviendo. El hecho de que, en algún momen-to, la fiesta se acabará, no implica que no podamos disfrutar la fiesta mientras dure. Podemos encontrar sentido en aquello

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que, sencillamente, nos genere placer. Hay muchas formas de alcanzar un placer que nos permita encontrar sentido a la vida. Salvar vidas en un hospital, jugar al fútbol, devorar libros, be-ber y comer con mesura, ir al cine, compartir con los amigos, criar a los hijos, jugar con los perros, etc., son actividades que perfectamente pueden motivarnos a seguir viviendo. La vida no es absolutamente bella, pero podemos hacer un esfuerzo por hacerla bella. Tenemos plena justificación para intentar prolongar la vida lo más que podamos (y, por qué no, prolon-garla indefinidamente). Para quien ha tenido una vida gratifi-cante, la muerte (a saber, el cese de esa vida gratificante) será un mal. Pero, si bien la muerte es un mal, no es lo suficiente-mente trágica como para despojar de sentido a nuestras vidas. O, al menos, en la tercera década de mi vida, eso creo.

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Historia y bicentenariosRafael María Baralt, historiador1

Reyber Parra Contreras

Universidad del ZuliaFacultad de Ciencias Jurídicas y Políticas

[email protected]

Al estudiar la vida y obra de Rafael María Baralt, inelu-diblemente nos topamos con la condición polifacética de este ilustre maracaibero. Militar, historiador, escritor, diplomático, fueron algunas de las facetas en las cuales sobresalió en el transcurso de los escasos cincuenta años que duró su fructí-fera vida (1810-1860). En todos los campos en los que incur- sionó, destacó por su capacidad para aprender, crear y crecer, incluso en medio de las dificultades que le acompañaron en forma persistente tanto en Venezuela como en su transitar por España.

Hoy deseo compartir con ustedes algunas reflexiones sobre uno de los ámbitos centrales dentro de la obra escrita de Baralt: su producción historiográfica, en particular su obra madura como historiador, el Resumen de la Historia de Venezuela.

La primera experiencia de Baralt como historiador se pre-sentó en 1830, cuando apenas tenía veinte años de edad. En ese momento publicó una obra denominada Documentos militares y políticos relativos a la campaña de vanguardia dirigida por el Excmo. Sr. General en Jefe Santiago Mariño, publicados por un oficial del Estado Mayor del Ejército. En ella, Baralt

1 Conferencia dictada en el Panteón Regional del Zulia, el día 7 de mayo de 2010, en el mar-co del Bicentenario del Natalicio de don Rafael María Baralt.

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REYBER PARRA CONTRERAS

introduce al lector en el propósito y alcance del trabajo, valién-dose de su prosa refinada, la cual aprendió de sus constantes lecturas de los clásicos de la literatura española, especialmente los provenientes del llamado siglo de oro español.

Al respecto, cabe resaltar que la formación de Baralt como historiador fue el resultado de la dedicación y constancia de éste al estudiar el estilo de los grandes prosistas castellanos, así como de su acercamiento al método histórico propuesto por los principales representantes de la historiografía iluminista, específicamente Voltaire y Montesquieu. De esta manera, lo-gró apropiarse de dos competencias que caracterizan a los bue-nos historiadores, a saber: a) capacidad para escribir en forma coherente y ajustada a las reglas gramaticales; b) dominio de los procedimientos metodológicos esenciales para la produc-ción del conocimiento histórico.

En cuanto a la primera competencia enunciada, diversos autores (Grases, 1959; Díaz Sánchez, 1968; Castro, 1991) han elogiado los conocimientos gramaticales y la plasticidad esti-lística que se evidencian en los escritos de Baralt. Esto fue po-sible gracias a su condición de autodidacta, con vocación para estudiar la lengua española en forma disciplinada. Prueba de ello se encuentra en su colosal esfuerzo para preparar y publi-car el Diccionario de galicismos (1855), así como el prospecto de un Diccionario matriz de la lengua castellana (1850).

En lo que respecta a los conocimientos de Baralt en materia historiográfica (específicamente lo concerniente al método histórico), puede decirse que éstos los obtuvo de las lecturas que hiciera de textos como: El siglo de Luis XIV y el Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, publicados por Voltaire en 1751 y 1756, respectivamente; El espíritu de las leyes, escrito por Montesquieu (1689-1755) en 1748. En estas obras, y en otras procedentes de los historiadores iluministas,

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RAFAEL MARÍA BARALT, HISTORIADOR

Baralt debió identificarse con una forma de hacer historia (conocimiento histórico), cuyo propósito consiste en: a) Explicar el comportamiento de los hombres y la forma

particular en que éstos conviven en sociedad, a partir de la incidencia que sobre ellos ejercen factores como: el clima, el suelo, la religión, las leyes, las costumbres, es decir, considerar que el devenir histórico se encuentra condicionado o sujeto a un determinismo de tipo natu-ral, jurídico y cultural. De esta manera, en su Resumen de la historia de Venezuela, Baralt sostiene que “todo hecho físico de aplicación general, determina pues una costumbre”; y afirma también que “las producciones del suelo, y principalmente la naturaleza de las plantas alimenticias, tienen un influjo notable en el estado de la sociedad, en los progresos de la cultura y en el carácter de los hombres”.

b) Concebir la sociedad como un conglomerado de clases sociales, las cuales también se encuentran determina-das por factores diversos. Baralt dirá en el Resumen de la historia de Venezuela que la población del país “hallábase dividida en clases distintas, no por meros accidentes, sino por el alto valladar de las leyes y de las costumbres”. Posteriormente, la historiografía marxis- ta le atribuiría una raíz económica a este determinismo, descartando o al menos subvalorando otros factores. Influenciado, además, por los representantes del socia-lismo utópico, Baralt empleará el concepto de “clase proletaria” para referirse a quienes experimentaron la exclusión y la explotación durante la colonia.

c) Sustentar la narración de los hechos en los testimonios directos e indirectos que puedan existir sobre éstos. Acá la historiografía iluminista tomó los aportes de la

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historiografía griega (en particular de Tucídides), de la historiografía renacentista y de la que surgió en el siglo XVII. Baralt se nutrió de esta tradición. Así, pues, en el Resumen de la historia de Venezuela está presente un claro ejercicio de erudición, donde su autor recopila en forma crítica las fuentes procedentes de: Muñoz, Na- varrete, Herrera, Irving, Oviedo, Robertson, Depons, Humboldt, Montenegro y Colón, Yánez, así como tes-timonios documentales que logró ubicar en diversos repositorios.

d) Intentar superar la forma analística de la historia (los anales o relaciones periódicas de los hechos) para dar paso a un relato donde se busca el encadenamiento in-terno de los acontecimientos. Sin embargo, tanto en Voltaire como en Baralt, se observa que dicho encade-namiento no conduce en forma permanente a un análisis integral, sino que se limita al abordaje de estancos: lo político, lo económico, lo demográfico, lo religioso, sin que se indiquen las conexiones existentes entre todos estos aspectos. Ahora bien, si algo caracteriza el Resu-men de la historia de Venezuela es el carácter ordenado (cronológica y temáticamente) en que se exponen los hechos, superándose así la dispersión en la que éstos se encontraban hasta ese momento, pues salvo algunos limitados antecedentes historiográficos (la historia de Feliciano Montenegro y Colón), la obra de Baralt fue la que por primera vez vino a ofrecer un compendio de los procesos sociales y políticos de Venezuela. El mis-mo Baralt explicó en los siguientes términos el alcance de su trabajo: “Se trata de un compendio: nada origi-nal; sólo orden, claridad, buena elección de hechos, se toma de aquí y allá en buenas fuentes y siempre se hace

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un servicio, porque todavía no hay un cuerpo en que las noticias patrias estén reunidas de un modo legible” (citado por Grases, 1959: 30).

A la par de su acercamiento a esta forma particular de es-cribir la historia, Baralt también encontró en la Ilustración una interpretación de la historia que, en su caso particular, puede catalogarse de liberal. En este sentido, su producción histo- riográfica refleja algunas inquietudes en lo que respecta a no-ciones modernas como: progreso, libertad, igualdad y civili-zación. Sobre este particular, en el Resumen de la historia de Venezuela, se muestra elocuente al afirmar que:

No basta para que una nación lo sea [civilizada], que ten-ga cierta suma de felicidad material, sentimientos nobles y elevados, creencias religiosas, poder y valor. Es necesario también que en ella se desarrolle uniformemente el espí-ritu político; que la libertad sea un goce y un sentimiento general; que el pensamiento sea libre; que el gobierno ex-tienda y mejore la condición común; que las costumbres y las instituciones mutuamente se sostengan; y en fin, que por consecuencia de todo esto, los derechos y los bienes sociales, repartidos con equidad entre los hombres, den a éstos aquella igualdad sin la cual son falsos el poder y la sabiduría de los pueblos.

Su idea de progreso es clara y la asocia a la igualdad, a la justicia entre los hombres. Baralt es un liberal progresista que apuesta por la construcción de una sociedad inclusiva. Es por ello por lo que se mostró contrario a la práctica de la esclavitud y al trato inhumano que el indígena recibiera en tiempos de la Conquista.

Esto en ningún momento lo hizo asumir una posición realmente crítica frente al papel desempeñado por España en

RAFAEL MARÍA BARALT, HISTORIADOR

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tiempos del sistema colonial-monárquico de América. Para él, la Madre Patria era una especie de faro cuya luz debió disipar las tinieblas de la ignorancia que se cernían sobre sus colonias; no obstante, diversas razones (la incomunicación, la distancia que separaba la metrópoli de su periferia, las políticas erradas) no favorecieron el logro de este propósito.

La irracionalidad —la negación de la civilización— no podía, a juicio de Baralt, tener la última palabra en la histo-ria de la humanidad. Confiaba en la condición racional del hombre y en la capacidad de éste para transformar su realidad precaria, limitada y conflictiva, a partir del despliegue de esta facultad.

En consecuencia, no hay en su obra historiográfica una visión providencialista de la historia, sino más bien antropo- céntrica y, por lo tanto, moderna. Este rasgo, indudablemente, lo une a la tradición renacentista e iluminista.

A la par, su pensamiento en materia social es altamente progresista y cercano al socialismo de las primeras décadas del siglo XIX. Civilización y progreso, por tanto, son inseparables de una auténtica igualdad basada en la justicia. La historia, a su juicio, debe conducir a una sociedad donde se “mejore la condición común” y donde se logre la equidad en el reparto de los “bienes sociales”.

La historia y el historiador tienen su papel asignado en ese proceso ascendente y civilizatorio que Baralt identifica en el Resumen de la historia de Venezuela: “Hace comunes el histo-riador los grandes hechos patrios y los fija con el encanto del estilo en la memoria; en sus libros se aprenden los ejemplos de virtud y de heroísmo; ellos nos enseñan a amar la nación que los produjo, y a poco de haberlos meditado nos embebemos en sus principios, en sus sentimientos y pasiones”.

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Al igual que muchos representantes de la historiografía griega y latina (Tucídides, Polibio, Tácito y Cicerón), Baralt encuentra en la historia una “maestra” (la historia es maestra de la vida, según Cicerón) que sirve para aleccionar e instruir a quienes se acercan a ella.

BibliografíaBaralt, Rafael María (1841). Resumen de la historia de Venezuela. Desde

el descubrimiento de su territorio por los castellanos en el siglo XV, hasta el año de 1797. Tomo Primero. París: Imprenta de H. Fournier.

Baralt, Rafael María (1841). Resumen de la historia de Venezuela. Desde el año 1797 hasta el de 1830. Tomo Segundo. París: Imprenta de H. Fournier.

Castro, José Antonio (1991). Prólogo. En: Rafael María Baralt. Antología Caracas: Monte Ávila Editores. Colección Eldorado.

Díaz Sánchez, Ramón (1968). Prólogo. En: Rafael María Baralt. Obras completas VI. Escritos políticos. Maracaibo: Universidad del Zulia, 1968.

Grases, Pedro (1959). Rafael María Baralt (1810-1860). Caracas: Edicio-nes de la Fundación Eugenio Mendoza. Biblioteca Escolar, Colección de Biografías, N.° 35.

Rafael María Baralt. Antología (1991). Caracas: Monte Ávila Editores. Co-lección Eldorado.

RAFAEL MARÍA BARALT, HISTORIADOR

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Historia e independenciaA propósito de la conmemoración

del bicentenario del 19 de Abril de 18101

Ángel Rafael Lombardi Boscán

Universidad del ZuliaFacultad de Humanidades y Educación

Centro de Estudios Histó[email protected]

El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo,con coraje para decir la verdad,

y levantarse contra todo oficialismo que,enceguecido por sus intereses,

pierde de vista la sacralidad de la persona humana.Ernesto Sábato

La verdad es que esta amable invitación que los amigos y las excelentísimas autoridades de la Universidad de Los An-des hacen a un intruso marabino, me ha causado sorpresa y a la vez gran alegría. Es bueno recordar que hace doscientos años los merideños, ni cortos ni perezosos, aprovechando “el ejemplo que Caracas dio”, se zafaron de la incómoda tutela de la provincia de Maracaibo. De igual forma es oportuno señalar que Maracaibo no acompañó a la causa pro independentista convirtiéndose en cabeza de la contrarrevolución monárqui-ca junto a Coro y Guayana. Por lo tanto, esta generosa invi-tación que ustedes hacen a un poco conocido historiador zu- liano, tiene importantes connotaciones simbólicas al plantear

1 Discurso en la Universidad de Los Andes (ULA), el día 15 de abril de 2010.

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ÁNGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCÁN

nuevas miradas hacia un pasado codificado y congelado por las fuerzas de la tradición y el convencionalismo. Esta ampli-tud de miras es poco usual en nuestro país, y mucho menos en la actualidad, todo lo cual habla muy bien del ambiente de libertad, autonomía e independencia que aún se puede respirar en la Universidad de Los Andes.

No me ha sido nada fácil establecer las coordenadas de este discurso acerca de la Independencia Nacional y el 19 de Abril de 1810. En primer lugar porque siempre he creído sano plantear un enfoque desmitificador de nuestra “historia oficial y patria”, y por otro lado, porque quiero expresar, en tan pri-vilegiado escenario, lo que pudiera considerarse relevante y fundamental durante este tipo de conmemoración, de acuerdo con los grandes retos que el país enfrenta en el presente.

En un inesperado como raro encuentro con el Dr. Enrique Tejera París, hace menos de un mes, desde su tremenda lucidez y experiencia, llegó a decirnos que uno de los grandes logros de la venezolanidad es haber alcanzado nuestra Independencia y que ésta habría que mantenerla, defenderla y profundizarla. Esta evi-dente como lógica afirmación me causó cierta impresión porque siempre hemos dado como un hecho natural que la Independen-cia fue obra de titanes y semi-dioses dentro de un acto de crea-ción mágico convertido hoy en mito invulnerable. De repente caí en cuenta acerca de la necesidad de darle un giro interpretativo más amplio a esos fundamentales hechos del pasado y repensar-los desde la óptica de la sociedad civil y sus ciudadanos.

Aunque antes creo necesario y responsable señalar cómo entiendo a la Historia y su vertiente historiográfica. La Histo-ria es una ciencia que procura comprender la aventura humana y para ello se vale de los más diversos materiales culturales asumidos como testimonios. La lucha contra el olvido y la desmemoria parte de una necesidad, diríamos, que natural y

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A PROPÓSITO DE LA CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO DEL 19 DE ABRIL DE 1810

hasta sagrada, por evitar la deriva existencial. El pasado le da sentido al presente sólo y cuando establecemos sus más fun-damentales conexiones. Ahora bien, desde San Agustín hasta Jorge Luis Borges mucho se ha discutido y reflexionado sobre la esencial sustancia de la Historia: el tiempo, y la gran mayo-ría coincide, sobre lo inextricable y fantástico de ese tejido que sirve de escenario para la vida histórica. El tiempo constituye un ámbito de la metafísica que sólo el río de Heráclito en su eterno fluir ejemplifica al devenir a los ojos de todos. Un poe-ta inglés, Tennyson, escribió en un bello poema lo siguiente: “El tiempo que fluye a medianoche”, es decir, mientras todos dormimos y desde el silencio, se produce el gran misterio de la sucesión, el paso del tiempo.

Decimos esto porque escribir historia no es un proceso sencillo. El historiador libra un portentoso combate en contra del olvido y son muchas más las cosas que omite de las que es capaz de recordar. Y de paso, las que recuerda, son de carácter autobiográfico, es decir, de naturaleza aleatoria, circunstancial y subjetiva. Es por ello que la principal responsabilidad en el recuerdo del pasado recae en los historiadores y, sobre todo, y esto hay que decirlo, en su integridad ética y profesional.

Voltaire, el famoso filósofo de la época del Enciclopedismo allá en el siglo XVIII, estableció que: “Las verdades históricas sólo son probabilidades”; nosotros agregaríamos, un auténti-co y desconcertante “juego de los abalorios” según el decir del alemán Hermann Hesse. La llamada “objetividad” en la historia escrita tiene que ver con las buenas o malas intencio-nes del historiador. En esencia, la historiografía es subjetiva, relativa y autobiográfica; en el fondo, una opinión particular. Y en todo caso, esa objetividad tan apreciada en el mundo aca-démico formal tiene que ver con la buena o mala utilización del aparato crítico.

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Quienes escribimos acerca del pasado y producimos el relato historiográfico, no escapamos a la angustia existencial derivada de la intuición del fin, de la irrevocable muerte. En esta lucha contra las devastaciones del olvido y el anonimato, queremos reafirmar algún tipo de vitalidad, voluntad y trascen-dencia en el vivir, y es por ello que nuestros escritos, de una u otra forma, aspiran a ser intempestivos.

Algo bien distinto es la Historia que se escribe bajo la san-ción del Estado y los poderes de turno. Esa “Historia” posee una irresistible atracción por exaltar a los héroes, las batallas y las anécdotas. Omite lo que le incomoda e inventa sin escrúpu-los. No le interesa comprender el pasado sino la glorificación del mismo, bajo el artificio de conectar las grandes hazañas con las actuaciones y aspiraciones de los gobernantes en el presente. La Historia, así entendida, queda reducida a propa-ganda y mito.

Y además, en las guerras no hay héroes, sino víctimas, tra-gedia y tristeza. La impronta marcial y guerrera de nuestro pa-sado le ha cedido al sector militar unas prerrogativas, en estos doscientos años, por encima de fundamentales valores civiles asociados a la modernidad política. Si no, cómo entender la recurrencia del golpe de Estado, del caudillo indispensable y de las fuerzas armadas como árbitro determinante en nuestras disputas. Se nos ha hecho creer que la Independencia fue con-cedida por el sacrificio exclusivo del estamento militar, algo que de paso, es completamente ajeno a la verdad histórica, ya que el ejército como tal, en su vertiente institucional y profe-sional, fue recién creado en la época de Juan Vicente Gómez, es decir, luego de casi cien años de haber finalizado la Batalla de Carabobo (1821).

Ahora bien, es necesario destacar que el verdadero co-mienzo de la nacionalidad no ocurre con la Independencia,

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sino 10.000 años a. de C., con el arribo al actual territorio ve-nezolano de los primeros pobladores, muchos de ellos de pro-cedencia asiática y de polinesia. Luego hay que incorporar la presencia europea a partir del tercer viaje de Colón sobre el oriente alrededor de la península de Paria en el año 1498 y a los grupos africanos traídos por la fuerza. Este rico y dinámico proceso de mestizaje es, básicamente, lo que define a nues-tra nacionalidad en su vertiente biológica, étnica y cultural. Fuimos y somos indígenas, hispanos y africanos, hoy amal-gamados en la suma de todos sus elementos más los nuevos agregados. Al decir esto, trato de impugnar la idea que esta-blece como inicio de la nacionalidad, en un sentido formal, la ruptura con la monarquía hispana. Los procesos históricos son abiertos, amplios y poseen matices. Es muy lamentable cuando la memoria la hacemos selectiva bajo la impostura de la ideología u otras consideraciones subalternas que atentan contra una apreciación equilibrada de los hechos. Mucho daño le hemos hecho a la conciencia histórica nacional al asumir nuestras herencias de una forma sesgada. Al supuesto oscuran-tismo colonial e indígena anteponemos el período luminoso de la Independencia, saltándonos a la “garrocha” todo el inestable siglo XIX y entroncando con el siglo XX sólo aquello que el “poder” establece como digno de recuerdo. No está de más decir que esa memoria termina siendo epiléptica, conveniente para los interesados y reelaborada sin ningún criterio de conti-nuidad o respeto. Recuperar una visión de conjunto y totalidad de toda nuestra historia es una tarea bajo el imperativo de la generosidad y las exigencias de la teoría y metodología histó-rica de avanzada.

Muchos pudieran sorprenderse al referirles que la Capita-nía General de Venezuela, en víspera de la Guerra de Indepen-dencia, era un “pequeño género humano” bastante satisfecho

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y feliz. La economía del cacao revalorizó al país y los niveles de conflictividad internos eran prácticamente anecdóticos. Se temía más una amenaza desde el exterior, por parte de piratas y contrabandistas junto al sempiterno enemigo inglés, que un resquebrajamiento del “pacto colonial” en el interior. La po-blación apenas alcanzaba los 800.000 habitantes y las jerar-quías entre las castas delineaban la sociología de un mundo bajo el dominio del sector blanco, tanto el peninsular como el criollo, ambos estrechamente emparentados. ¿Cómo entonces explicar el arribo de la Independencia, de la guerra y de la ruptura? ¿Cómo entender que el conflicto de la Independencia se haya convertido en una guerra civil, tesis ésta de Vallenilla Lanz aún vigente? ¿Si la Independencia era tan deseable por qué se resistieron a ella Maracaibo, Coro y Guayana? ¿Por qué la oligarquía caraqueña prácticamente se suicidó a sí misma dentro de los ámbitos de un conflicto brutal que alentó las as-piraciones populares produciendo anarquía y desazón?

Aclarado esto, pasemos a comentar acerca del significado histórico del 19 de Abril de 1810, bajo el entendido de que es la lectura o exégesis de quien les habla.

El 19 de Abril de 1810 es confundido por la gran mayoría de los venezolanos como el inicio de la Independencia, es más, la fecha es para muchos la Declaración de la Independencia, la cual, en realidad, se lleva a cabo el 5 de Julio de 1811.

El 19 de Abril de 1810, suceso ocurrido doscientos años atrás, en la ciudad de Caracas y bajo la iniciativa de los miem-bros del Cabildo o Concejo Municipal de ese entonces, fue básicamente un acto de reafirmación monárquica a favor de la metrópoli española y de su rey prisionero: Fernando VII.

La explicación del suceso se conecta, indefectiblemente, con el año 1808 cuando Napoleón y los ejércitos franceses,

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aliados de España, deciden ocupar militarmente la península ibérica, generando un vacío de poder y el inicio de la resisten-cia popular del pueblo español en contra del inesperado inva-sor, acontecimiento éste inmortalizado por el escritor Benito Pérez Galdós en sus célebres “Episodios Nacionales”. Cada provincia española organizó juntas para la defensa de sus res-pectivos territorios; ausente el rey, la soberanía era traspasada al pueblo. En América cundieron el caos y la desinformación; las noticias eran alarmantes y las comunicaciones práctica-mente estaban rotas; el sector criollo blanco dominante apoyó, junto a las autoridades peninsulares, el esfuerzo de guerra que hizo el pueblo español a través de donativos y manifestaciones públicas de solidaridad. Como ya hemos referido, la sociedad colonial venezolana de ese entonces era una zona próspera del imperio español bajo los Borbones, y los caraqueños, que par-ticipaban activamente de algunos lucrativos negocios, no iban a mantener una actitud pasiva que pusiera en peligro la lógica de sus ganancias. Por otro lado, en la Venezuela de ese en-tonces, dividida en regiones, provincias, distritos y comarcas, cada una con una dinámica de funcionamiento autónoma, no se quería nada a favor de los franceses.

A finales de 1808 se produce en Caracas la poco conocida “Conjura de los Mantuanos”, que para nosotros representa el principal antecedente del 19 de Abril de 1810, e incluso de la Independencia misma. En esa “conjura” va a participar lo más granado desde el punto de vista social de la sociedad caraque-ña, es decir, criollos y peninsulares, que le proponen al capitán general en funciones, don Juan de las Casas, la conformación de una Junta de Gobierno a imitación de las que se erigieron en España. La propuesta no tenía nada de “revolucionaria”; por el contrario, era un acto de lealtad a favor de la metrópoli invadida; no obstante, el regente de la Real Audiencia, Joaquín

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de Mosquera y Figueroa, se opuso con determinación a la pro-puesta y logró, con el apoyo militar de las milicias, abrirles juicio y llevar a la cárcel a los principales implicados.

Los funcionarios peninsulares no estaban dispuestos, con todo y lo precaria de la situación, a compartir el liderazgo de la sociedad colonial de la Capitanía General de Venezuela. Este hecho fue fatídico para el tradicional dominio y monopolio del sector social blanco; a partir de ese momento, el pacto de élites del sector dirigente en la Colonia se había roto, lo que creó las condiciones para una disputa fratricida en los próximos años.

A la vista de los sucesos de la “Conjura de los Mantua- nos” es como hay que interpretar los hechos del año 1810. Los criollos y peninsulares encumbrados socialmente, ahora humillados con cárcel y perdón, son los protagonistas del 19 de Abril de 1810. Sólo que ahora habían aprendido de la ex-periencia y la gran mayoría no estaba dispuesta a negociar ni a compartir las riendas del liderazgo político gubernamental con los funcionarios peninsulares, a quienes, de paso, acusaron de afrancesados. Los cabildantes caraqueños, las fuerzas milita-res y los representantes del clero de la provincia de Caracas reaccionaban en contra de Francia y no de España.

Lo primero que hicieron, antes de dar el “golpe”, fue invo-lucrar y ganarse para sí a las fuerzas militares; ya lo demás fue sencillo. Al capitán general Vicente de Emparan y a los jueces de la Real Audiencia los deponen del mando sin disparar un tiro y los embarcan en el puerto de La Guaira hacia destino desconocido. Los complotados organizan entonces una “Junta de Gobierno Defensora y Conservadora de los Derechos de Fernando VII”, con el concurso mayoritario del sector criollo blanco pudiente y algunos peninsulares. A ciencia cierta, po-cos de ellos saben lo que quieren hacer en el futuro inmediato. La gran mayoría de los protagonistas del 19 de Abril de 1810

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fueron personas con ideas moderadas que jamás se plantearon una ruptura con la metrópoli; además, no tenían motivos para hacerlo, ya que como súbditos de España les había ido muy bien. Una minoría más radical sí pudo haber intuido que se es-taban creando las condiciones para la Independencia absoluta. Lo cierto del caso es que nadie habló de un “proyecto de país alternativo”, ni de libertad ni de independencia. Muy pocos tu-vieron remordimientos de conciencia por el audaz movimiento llevado a cabo, y además, todas las noticias que en ese enton-ces se tenían eran irrefutables acerca del fin de la resistencia popular hispana, ahora arrinconada en Andalucía y Cádiz.

De esta forma tenemos que el 19 de Abril de 1810 fue un acto de reafirmación pro monárquico llevado a cabo por el sector blanco de la sociedad caraqueña en la búsqueda de mantener y maximizar sus intereses y privilegios de clase, y también puede entenderse como la recuperación de un orden amenazado por la incertidumbre. De igual forma fue un acto estrictamente político-militar ubicado geográficamente en Ca-racas. Su repercusión más inmediata, al ser Caracas capital de las Provincias Unidas de Venezuela, fue la de recomponer las alianzas interprovinciales y prefigurar el inicio de un sangrien-to conflicto civil, social, étnico e interprovincial, al cual “el Pacificador” don Pablo Morillo pondría fin, aunque precaria-mente, en el año 1815.

Los caraqueños, al enviar emisarios a las principales ciudades del país, invitaban a sus dirigentes a plegarse a la nueva realidad. Ciudades como Mérida no desaprovecharon la oportunidad de zafarse de Maracaibo, de la cual dependían administrativamente, y con ello reivindicaban una mayor au-tonomía. Maracaibo y sus autoridades también aprovecharon la oportunidad para abrir un frente en contra de los caraqueños y sus nuevos aliados; además, la Regencia, órgano precario de

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Gobierno que aún existía en España, desconoció el paso dado el 19 de Abril de 1810, noticia que fue recibida, tres meses después en la península y por parte de barcos ingleses.

La Regencia, en un acto de torpeza a nuestro entender, de-claró a la provincia de Caracas en rebeldía junto a sus aliados y nombró al gobernador de Maracaibo don Fernando Miyares como nuevo capitán general de todas las provincias de la Capi-tanía General de Venezuela; a su vez, comisionó a don Antonio Ignacio Cortabarría, al mando de un escuadrón naval para que “pacifique” a los subditos en estado de rebelión. No está de más decir que desde Puerto Rico, donde se instaló Cortaba-rría, se impuso un bloqueo sobre las costas venezolanas que la escasez de barcos y medios militares efectivos convirtió en una quimera. España, o lo que quedaba de ella en ese entonces a nivel gubernamental, actuó con un orgullo desmedido y sin reparar que su propia integridad territorial en Europa estaba prácticamente perdida. Por eso, sorprende este tipo de medi-das de fuerza cercanas al surrealismo y muy lejanas a la real-politik.

En conclusión: todo lo que se ha escrito de manera escolar en nuestros libros de historia, sobre un Emparan saliendo a un balcón y solicitando “democráticamente” a las personas ahí reunidas si querían que él siguiese al frente del poder o que se marchara, es más cuento que realidad. La historia se viste de mito, teatro y liturgia, y contribuye a la deformación de nuestro pasado. El origen popular y libertario del 19 de Abril de 1810 es un mito hecho a la medida de nuestros gobernantes desde el siglo XIX hasta el presente. Bien vale la pena tener el atrevimiento y la responsabilidad de explicar estos sucesos a la luz de las circunstancias del momento, y reconocernos en todos los actores históricos que participaron, independiente-mente de sus intereses, ideologías o creencias. El historiador

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no es un juez, sólo procura una comprensión justa de persona-jes y situaciones.

La Independencia Nacional será la consecuencia más in-mediata a lo ocurrido el 19 de Abril de 1810. Venezuela se hace nación y deja de ser monarquía. Soy de los que piensan que el costo de esa transición fue muy alto, y que muchas de las aspi-raciones colectivas que surgieron con la Independencia siguen pospuestas. Albergo la esperanza de que estas celebraciones bicentenarias no sean los juegos florales de siempre o una vía de escape ilusionista para autoengañarnos. Quiero creer que el pasado, la historia, puede ayudar a los venezolanos de hoy a ser mejores, con la “verdad” por delante, y a reivindicar el esfuerzo colectivo de nuestra ciudadanía en una apuesta inde-clinable por el engrandecimiento del país en democracia, diá-logo, unión y paz.

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Reseñas

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El pasajero de Trumande Francisco Suniaga

(Editorial: Mondadori. Caracas-Venezuela, 2010. pp. 300. 2da. Edición).

No soy crítico literario ni pretendo conocer la obra de Francisco Suniaga. No obstante, me gustó mucho su más reciente novela histórica sobre la vida de Diógenes Escalante (1879-1964), un venezolano bajo el signo de la tra-gedia y la incomprensión, por no de-cir ignorancia, de parte de sus propios compatriotas. Con un estilo ágil y una escritura sin poses pero limpia, este escritor utiliza la crónica biográfica para retratar la historia contemporá-nea de Venezuela desde una lucidez poco usual en nuestro medio.

Suniaga siente como venezolano una profunda y sentida preocupación por nuestro país. Hombre culto, al igual que Es-calante, no entiende cómo hemos sido capaces de girar en cír-culos concéntricos atrapados por las tendencias autocráticas militaristas que la Independencia nos heredó.

El mito heroico, surgido luego de la Independencia y ela-borado a la medida del sector militar y caudillista, confiscó la idea de que por los siglos de los siglos el pueblo venezolano contraía una deuda histórica con esa casta de guerreros. Tanto es así, que en doscientos años de historia, ciento cincuenta, han sido monopolizados por estos tigres depredadores.

La idea de ciudadanía y república terminaron siendo pulidos adornos para la exhibición de los embajadores y

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plenipotenciarios de países extranjeros. En la práctica, el déficit institucional y la indisciplina social nos fueron impuestos con la marca de un hierro. La política venezolana fue un entramado de barbarie donde sólo podían sobrevivir quienes demostraran tener el control de la violencia. El Golpe de Estado, la asonada traicionera y los atajos históricos hicieron de la política venezolana un laberinto infernal.

La propuesta civilista y modernizadora, fundamentada en una racionalidad política a partir de un orden institucional res-petado por todos, fue la gran utopía que la generación del 28 intentó elaborar y que hoy tiene no pocos adeptos. La tímida apertura de López Contreras logró continuidad en el sucesor Medina Angarita, mas luego, los antiguos aliados, después de saborear las mieles de la Presidencia, confrontaron bajo los imperativos del mismo ritual egoísta de siempre: la tentación a perpetuarse en el poder.

Dentro de ese escenario dantesco y poco dado a una lógica que tenga como norte el interés nacional, irrumpe la figura des-concertada y desubicada de Diógenes Escalante, que al igual que Francisco de Miranda (1750-1816), es un expatriado de su propio país. Ambos idealizaron el desierto en que Venezuela fue convertida por las razzias sin pausas, ambos creen en la civilización y las salidas decentes, ambos serán trágicamente desmentidos en sus anhelos y esperanzas.

Hoy el país, en pleno siglo XXI, sigue prisionero del bo-chinche, el gobernante mediocre y la irresponsabilidad más ab-soluta en el manejo de lo público. Francisco Suniaga, al igual que tantos otros, nos recuerda que el sueño de orden y progre- so sólo es posible bajo el tránsito de la democracia civil.

Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán

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Conspiración de Maracaibo, 1799de Ángel Rafael Lombardi B.

(Editorial: Universidad Católica Cecilio Acosta. Colección investigación“Mario Briceño Irragorry”. Maracaibo, Venezuela. 2009. pp. 127).

Ángel Rafael Lombardi Boscán, historiador zuliano, ha asumido como compromiso disciplinario la ética ta-rea de desmitificar la Historia de Ve-nezuela, obra que exige no sólo una sólida formación profesional, sino además la capacidad de realizar una ardua tarea en los repositorios do-cumentales, que han de arrojar los afortunados hallazgos de manuscritos primarios, esenciales para soportar debidamente los argumentos que inevitablemente van a herir diversidad de sensibilidades. Con especial coraje entrega, en esta ocasión, su análisis de lo que se conoce en la historiogra-fía de esta región zuliana como la «Conspiración de Maracai-bo, 1799».

Trata Lombardi con delicadeza de que los amantes de la lectura de temas históricos recuperen la confianza en los historiadores, y lo hace involucrando a los interesados en la apasionante labor de la investigación histórica. Muestra cómo quienes presentan el pasado zuliano buscan construir con él su identidad y cómo caen en la tentación de elaborar mitos y leyendas, e invita al lector a desmantelar estos constructos, so-bre los cuales la nacionalidad reposa sobre arenas movedizas. Uno por uno va presentando a quienes han tratado ese tema y destaca sus aciertos y sus debilidades, y con esta sistemática dota al lector con las principales fuentes secundarias y lo co -

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loca en la posibilidad de elaborar sus propios juicios acerca de esos sucesos y de sus personajes. Lombardi hace énfasis en el personaje central, el sub-teniente de Milicias Pardas Francisco Javier Pirela, quien se desempeña en aquella sociedad colonial con el oficio de sastre y que tiene la distinción de mulato.

La obra enfrenta el sino histórico de todo protagonista, en este caso, la extrapolación trágica e inevitable de si se está ¿frente a un «héroe» o un «traidor»? Como historiador de ofi-cio, Lombardi ubica el problema de la investigación dentro del contexto histórico de la época, es decir, las relaciones entre la Metrópoli hispana y esta Capitanía. Presenta las oposiciones dinámicas de orden/desorden y Reformas/Revoluciones, ubica el asunto dentro del ámbito caribeño y las rivalidades interim-periales, y ofrece, en paralelo, un invaluable “testimonio anó-nimo” que se constituyó por su calidad en un «parte de guerra» y en un «informe sobre la sociedad colonial» venezolana para ese momento histórico, todo lo cual permite a los lectores va-lorar los hechos en su globalidad internacional y en las intimi-dades de la Capitanía.

Finalmente presenta sus otros hallazgos documentales y los argumentos que se desprenden de la interpretación de los contenidos registrados en esos manuscritos, mediante los cua-les esos sucesos acaecidos en Maracaibo en el año de 1799 avanzan de manera significativa en su comprensión histórica y colocan el tema en un nuevo estadio. Ese importante logro invita a la renovación del debate, el cual es promovido por el mismo Lombardi cuando hace gala de ofrecer los resultados en el mejor estilo de un modo abierto. El escepticismo sobre ésta efemérides queda expuesto con meridiana claridad en esta nueva publicación de quien ya alcanzó la distinción del Premio Nacional de Historia «Francisco González Guinán».

Carlos Medina

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Europa ante el espejode Josep Fontana

(Editorial: Crítica. Biblioteca de bolsillo. Barcelona, España. 2000.pp. 195).

Josep Fontana es catedrá-tico de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, España, y director del Institut Universitari d’Historia Jaume Vicens i Vives, en esta obra, Europa ante el es-pejo, Fontana reivindica a todos aquellos actores sociales de la historia que han sido reducidos por Europa, operación que ha realizado para construirse una imagen de una cultura superior, con la finalidad de presentarse como la civilización que es el punto de llegada final para todas las sociedades.

Dice este autor que Europa ha construido una evolución donde todo lo que conduce hasta su presente es lo «normal» y, considera que todo lo que se aparta de esta regla es una «aberración», cuando no, son entonces, utopías inviables, he-chos puntuales... En otras palabras, la historiografía del auto proclamado viejo continente no admite que puedan existir otras trayectorias en la historia de la humanidad. Este traba-jo de Fontana es un esfuerzo por reivindicar a «los otros», a quienes Europa en su tarea de adquirir una identidad colectiva escamoteó sus verdaderas imágenes y las suplantó por falsas imágenes. Los europeos pues, construyeron falacias al presen -

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tar al «otro», así lo hicieron con los pueblos que denominaron como bárbaros, más tarde con los infieles y herejes, lo hicieron con su propio pueblo cuando se refirieron a sus campesinos y a los urbanitas pobres como rústicos, lo generalizarán con la invención de las supuestas masas, y en especial lo harán con las sociedades extracontinentales que descalificarán como sal-vajes y primitivos, haciendo de los orientales un capítulo espe-cial en esa trituración de culturas que, en vez de ser estudiadas son alteradas.

Crean pues un pasado del mundo a la medida de ellos, donde el curso de la historia siguió diversos caminos, unos llevaron a las «aberraciones» y otro, el de ellos, trazó una tra-yectoria que indicó la Vía Appia del progreso y que indica, en consecuencia, cuál es el modo de vida hacia el que deben marchar bajo su maestra guía las demás sociedades. Simultá-neamente, Fontana realiza la enorme tarea de desmantelar el mito europeo llegando paradójicamente a la sorprendente re-flexión de que Europa como una cultura uniforme, monolítica y homogénea es sólo una terrible ilusión.

Carlos Medina

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El protagonismo popularen la historia de Venezuela

de Roberto López Sánchez(EFPNA, Maracaibo, 2009. 100 páginas).

Roberto López Sánchez es un estudioso marxista de los movimientos sociales en Venezuela y América Latina, específicamente del movimiento estudiantil y del movimiento sindical obrero. También es analista de la economía y la política internacional, vista, sobre todo, desde la perspectiva latinoamericana, y sobre todo, trabaja desde lo que un grupo de historiadores de todo el mundo, y se convergen vía web, conoce como la Historia inmediata.

Autor de Movimiento estudiantil de LUZ y proceso político venezolano (2007) y de El capitalismo avanza hacia una nueva gran crisis mundial. Una interpretación de la crisis actual (2008), en El protagonismo popular en la historia de Venezuela (2009) desarrolla una idea central que da como resultado la publicación de una Historia de Venezuela hasta ahora inédita: desde antes de la independencia el pueblo venezolano ha sido el protagonista de las «revoluciones políticas» en nuestro país, por lo que ha permanecido sublevado contra la clase dominante.

Con el estilo directo del ensayista y el académico que es, y a partir de la crítica a los autores canónicos de la historiografía burguesa venezolana (como, por ejemplo, Germán Carrera Damas), el propósito de Roberto es hacer una invitación a las mayorías populares a reconocerse en ese pasado de luchas sociales y a continuar lo que él llama «el proceso de cambios» que sucede como consecuencia de

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lo que también ha denominado la «insubordinación popular generalizada».

Con El protagonismo popular Roberto pretende aclarar, a su vez, que lo sucedido en Venezuela desde final del siglo xx y principio del xxi no cayó «como un rayo en cielo despejado», pues «la lucha de clases en Venezuela» no la inventó un gobernante ni un grupo de historiadores, marxistas o no marxistas, ni de ayer ni de hoy: «La confrontación entre grupos sociales antagónicos existe desde la época colonial, presentándonos un panorama de rebeliones populares reiteradas a lo largo de los siglos, cuyas repercusiones en lo social y cultural han incidido en el proceso de cambios que hoy atraviesa Venezuela».

Sugiero la lectura del resultado de veinte años de crítica razonada y argumentada que Roberto ha mantenido sobre la historia de Venezuela, y que, además, lo ha hecho desde la perspectiva de las mayorías populares. El protagonismo popular es –en el plano de lo académico– un libro escrito para subvertir el «orden historiográfico» construido y sostenido por la burguesía venezolana desde 1830 en adelante; pero en el plano de lo cotidiano, en la realidad real de la calle de todos los días, El protagonismo popular es una puesta en relieve de las causas y las consecuencias del fracaso de la izquierda histórica en Venezuela, y un alerta para que los movimientos sociales sorteen los viejos errores.

Roberto no es un historiador que escriba para agradar. Escribe porque entiende que lo que hoy sucede en Venezuela no es un asunto exclusivamente político, sino que se trata de la naturaleza económica del capitalismo como modo de producción dominante, y porque considera que el capitalismo es superable, al igual que han sido superados todos los modos de producción que la historia ha conocido.

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Entre la teoría y la práctica, de la práctica a la teoría, Roberto es un luchador de todos los días que apuesta por los seres humanos y por sus capacidades para construir sociedades más justas.

J.L Monzantg

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La conversión de KLa diatriba ideológica del poder

de J.L Monzantg(Editorial: Pierre Menard, Editor. Maracaibo, Venezuela. 2009. pp. 100).

Hay dos grupos de personas que hablan, dignas de análisis en cada evento comunicativo: los que saben lo que dicen y quienes no tienen idea o están condicionados por discursos políticos, religiosos, entre otros; todos potenciados por el espec-tro mediático. El primer grupo se ha preocupado por formarse intelectualmente, decidida y empecinadamente con la con-vicción de que no hay otra man-era de entender el mundo sino es aprendiendo, criticándolo todo, analizando y entendiendo nuevamente. Salir de la ilusión hollywoodense que tanto mal- interpreta la cotidianidad.

El libro que nos presenta Monzantg representa a ese primer grupo de personas que sabe muy bien qué decir, cómo, cuándo y por qué es importante decir algo, entiéndase algo interesante, útil y pertinente. Decir con voz crítica, siempre con voz crítica y sin temor. Este trabajo evidencia formación intelectual más que académica. Es el resultado de incansables reflexiones noctámbulas en torno a lo político, lo académico, lo sexual, lo cotidiano y, por supuesto, lo económico que se alza, o más bien se esconde, como eje transversal que permea

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y condiciona todas las demás representaciones y actividades sociales.

Monzantg no escribe para ser leído, lo hace para ser es-cuchado. De este trabajo es preciso destacar tres valías que lo identifican:

1) Es inevitable adentrarse en su lectura y no sentir, en ciertos momentos, al autor conversando con quien lo lee, que ambos están en la mesa 15 de la Fuente de Soda Irama, ante un par de tazas de café, envueltos en la más interesante y re-flexiva discusión en torno a la economía, la política, la aca-demia y hasta el existencialismo. El tono con el cual Monzantg comparte sus ideas, cargadas de madrugadas e inevitables in-somnios, hacen de este relato una referencia, una guía para entender cómo entender el mundo. La ecuanimidad es un ex-quisito gusto que siempre agradece el lector interesado. Este texto se aleja, ex profeso, del oscurantismo academicista. Es una lectura que se hace siempre en bajada. No hay baches ni subidas pesadas.

2) La diagramación en la que se presentan estas conclu-siones reflexivas es amable, es un texto cómodo para leerse de una sentada. Atrapa no solo por la brevedad de sus páginas, sino por la forma en la cual se ha compilado tanto en pocas páginas.

3) La ironía, acuciosa y siempre develadora, es otro in-grediente de buen gusto. El uso bien llevado, pensado y des-carado del humor a través de la ironía es recurrente. Humor es inteligencia. A través del humor reflexionamos al tiempo que reímos junto con el autor. Monzantg tiene la habilidad de ponernos frente al monstruo de la realidad con tal facilidad que la risa y la preocupación se confunden y chocan por salir al mismo tiempo para manifestarse como reacciones humanas. Un logro.

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Bien dicho está que es un libro que agradará a muchos y a otros no. Ese es un acierto de Carlos Barros, creador de Historia a Debate, pues Monzantg logra generar la discusión a partir de su lectura. Es sinceramente descarado, sin tapujos, en su puesta en escena, y se expresa con la seguridad de quien sabe de lo que habla. Ése es su aval.

Aquí se manifiesta el interés del autor por decir, para quien quiera escuchar, que es posible formarse para entender el mun-do. El libro no es una receta de cómo entender el mundo, no hay tan pueril intención en este trabajo. Es un espacio de reflexión para generar inquietudes, dudas que propicien investigación y posibles respuestas, dar dinamismo y vida al pensamiento joven; no al cronológicamente joven, si no al siempre joven, ése que sabe que en la movilidad está la ventaja.

Ahora bien, la pregunta que muchos se han hecho: ¿quién es K? Le invitamos a saberlo. Feliz lectura, o mejor sea esperar para averiguar lo que Monzantg entiende por vivir feliz.

Daynú Acosta

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CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOSFundación: Noviembre de 1979

DIRECTORES

Dr. GERMÁN CARDOZO GALUÉ. 1979-1983

Dr. RUTILIO ORTEGA. 1983-1986

Dra. BELíN VÁSQUEZ DE FERRER. 1986-1989

MgSc. BETILDE NAVA DE SALAS. 1989-1990

Dr. GERMÁN CARDOZO GALUÉ. 1990-1993

Dr. RAMÓN AVENDAÑO. 1993

Dra. BETILDE NAVA DE SALAS. 1993

Dr. RUTILIO ORTEGA. 1993

Dra. ARLENE URDANETA DE CARDOZO. 1994-1997

Dra. BELíN VÁSQUEZ DE FERRER. 1997-2001

Dra. LIGIA BERBESí DE SALAZAR. 2001-2004

Dr. ÁNGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCÁN. 2004-2010

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Instrucciones para los autores

El Centro de Estudios Históricos permite la reproducción de sus materiales con la condición de citar la fuente de los mismos, y solicita el envío de las publicaciones donde aparezcan. Igualmente, agradece a sus lectores el envío de opiniones, críticas, sugerencias o comentarios.

Los colaboradores e interesados en publicar en este cuader no, debe-rán regirse por las siguientes normas editoriales:

1.- Enviar los manuscritos a nombre del Editor-Director de la Re vista His-toria y/o sus Coordinadores, a la Avenida 4 Bella Vista, edificio Funda-luz, piso 6, oficina del Centro de Estudios Históricos.

2.- Los trabajos deberán ser inéditos y no haber sido publicados ni propues-tos simultáneamente a otras publicaciones. Los autores deberán hacer constar de la veracidad de este requisito a través de una comunicación escrita.

3.- Los trabajos versarán sobre temas relativos a investigaciones históricas, aunque no limitativo, pueden presentarse avances de investigación o in-vestigaciones concluidas en las áreas de la Ciencias Sociales o temas relacionados con la Historia.

4.- Los trabajos serán aceptados por la relevancia, originalidad, aportes, actualización y nivel científico, normas de estilo y nor mas editoriales establecidas nacional e internacionalmente.

5.- Los trabajos serán sometidos a una experticia por parte de un Comité de Árbitros conformado por investigadores especialistas de reconocido prestigio. El proceso de arbitraje es secreto, con la finalidad de mantener un elevado nivel académico y cien tífico.

ISSN: 3506-980X / Depósito legal pp 02284408ZU35

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6.- EI(Los) autor(es) enviará(n) un original, tres copias y un archivo digi-tad (cd) del trabajo.

7.- El(Los) autor(es) deberá(n) cumplir con las siguientes normas edito-riales:

Las tres copias no deben tener identificación personal del autor o autores.

El trabajo debe ser transcrito en doble espacio y por una sola cara, con fuente Arial 12.

Extensión: La extensión no debe ser mayor de veinte (20) cuarti-llas, en papel tamaño carta, dactilografiado, en doble espacio y por una sola cara.

Título: Debe ser corto, explicativo y contener la esencia del tra-bajo. Este título debe proporcionarse tanto en el idioma que está redactado el trabajo como en inglés. En caso de que el trabajo se presente en otro idioma, siempre debe ir el título en español y en inglés.

Autor(es): Indicar los nombres y apellidos completos, sin títulos profesionales, el nombre de la institución donde se realizó el traba-jo o de la institución a la cual pertenece el autor.

Resumen: No mayor de doscientas palabras, en español y en in-glés. En caso de que el trabajo se presente en otro idio ma, el resu-men debe redactarse en ese idioma, en español y en inglés.

Palabras Clave: Deberán incluirse palabras clave en espa ñol y en inglés, en un número que oscila entre tres y cinco palabras. Estas palabras descriptoras facilitan la inclusión del artículo en las bases de datos internacionales.

Apartados y sub­apartados: Se recomienda dividir el tra bajo en: resumen, introducción, fundamentos teóricos, me todología, análi-sis o discusión, conclusión o consideracio nes finales y referencias. Cada uno de los apartados o sub-apartados serán numerados con números arábigos.

Citas: Las referencias de las citas van incluidas en el texto. La cita debe indicar: Apellido del autor, seguido de coma, año de pu-blicación: todo entre paréntesis. A pie de página sólo deben ir las notas explicativas. Si hubiese una publi cación de un mismo autor

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en el mismo año, la distinción se hará con letras minúsculas, si-guiendo el orden alfabético. Esta indicación debe mantenerse en la referencia bibliográ fica, de forma que el lector distinga a qué obra corresponde cada cita.

Referencias: se referirán únicamente a las citadas en el tra bajo y se ordenarán en estricto orden alfabético. Los autores son respon-sables de la fidelidad de las referencias.

Si se trata de libros o manuales, deben contener apellido(s) y nom-bres (s), del (de los) autores en mayúscula (punto), año de publica-ción entre paréntesis (punto) título de trabajo en negritas (punto), lugar de publicación, editorial.

Si se trata de artículos, se debe indicar: apellido(s), del(de los) autor(es) e inicial del nombre en mayúscula (punto); tí tulo del tra-bajo (entre comillas, no subrayado) punto; revista donde fue publi-cado en negrita; volumen o número seguido de dos puntos; página (primera y última) punto; editorial, ciu dad (país).

Si se trata de información obtenida por medios electrónicos, la re-ferencia bibliográfica deberá contener los mismos ele mentos se-ñalados por los artículos sumados a: medio elec trónico, dirección electrónica o página web, fecha de recu peración y cualquier otro dato que se considere útil para la plena identificación de la referen-cia.

Anexos: Los anexos constituyen elementos complementa rios del texto que refiera al lector a una parte del trabajo o fuera de él, con el propósito de ilustrar las ideas expuestas en el texto, ampliar, aclarar o complementar lo allí expresa do.

En el caso de figuras y cuadros, el autor podrá acompañar el ori-ginal con las ilustraciones que estime necesarias (facilita das en un archivo digital aparte). La revista Historia podría no incluir las figuras y cuadros, si éstos no cumplen con los requisitos técnicos para su reproducción. El autor o autores serán notificados por es-crito sobre esta decisión.

Otros trabajos: se aceptan también los siguientes traba jos de cor-ta extensión (máximo diez cuartillas): Conferen cias, Ensayos, Reseñas: comentarios de lectura reciente. Recensiones: análisis (o comentario) crítico de lectura re ciente. Documentos: textos de

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carácter histórico, jurídico, acuerdos, declaraciones. Entrevistas: realizadas con fines de investigación. Todos estos trabajos deben estar referidos a las áreas temáticas de la revista.

Cualquier otra situación no prevista, será resuelta por los edi­tores según estimen apropiado a los intereses de la revista His­toria, sin derecho de apelación por parte de los autores.

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