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MARI MONTES EN PRIMERA DEL SINGULAR ESCRITORES Y FÚTBOL: LETRAS DE AMOR Y ODIO EL PADRE VETERANO DE MIGUEL HIDALGO BÉISBOL Y FÚTBOL DESDE EL OTRO ESTADIO CHARLIEPAPA EN SU NUEVA GALAXIA

Revista Ojo 27

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No creemos en estereotipos, más bien, los detestamos y combatimos, hemos decido entonces ponerle letra-y de la buena- al deporte.

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MARI MONTES ENPRIMERA DEL SINGULAR

ESCRITORES Y FÚTBOL:LETRAS DE AMOR Y ODIO

EL PADRE VETERANODE MIGUEL HIDALGO

BÉISBOL Y FÚTBOL DESDEEL OTRO ESTADIO

CHARLIEPAPA EN SUNUEVA GALAXIA

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L I B R E R Í A L U G A R C O M Ú N

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A b i e r t o s t o d o s |

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EDITOREzequiel Abdala

DISEÑO GRÁFICO / DIRECCIÓN DE ARTEJuan Expósito / Armando Rosales

PRODUCCIÓN Ashley Garrido / Orianna Camejo / Isabela Di Marzo

GERENTE DE VENTASIsabela Di Marzo

CORRECCIÓN Ezequiel Abdala

REDACCIÓNAshley Garrido / Orianna Camejo

MERCADEOOrnella Cedeño

DISEÑO WEBAbner Valero Rodrigo MoscosoGian Oliveri

DEPÓSITO LEGALPp200802DC2893

ADMINISTRACIÓNJessika Andrade Crimental, C.A. RIF. J-29573168-0

AGRADECIMIENTOS

TLF _ 0212 2839980

www.revistaojo.com / [email protected]

DIRECTORIO

COLABORADORES

DIRECCIÓN

REVISTA OJO

PRESIDENCIAVerónica Ruiz del Vizo

Humberto Acosta, Miguel Hidalgo, Juan Sanoja, Adán Zárate, Pierina Sora, Antonio Torres, Alberto Sáez.

Benjamín Gáfaro, Corporación Digitel, La MEGA 107.3, Pepsi y Empresas Polar, Biblioteca Los Palos Grandes, Tecniciencia, El Buscón, Kalathos, Librería Alejandría, Librería Lugar Común, Alianza Francesa, Daniel Leira, Dhuanny Padrón, Marlys Lares.

Revista OJO se imprime en Soluciones Gráficas S & G Editorial Arte, C.A., C.A. Dirección: Calle Milán, Edificio Editorial Arte, Los Ruices Sur. Caracas, Venezuela. Teléfono: +58 (212) 319-4041. E-mail: [email protected]

Edificio Oficentro Colinas, Piso 1, Av. Principal de Colinas de Bello Monte. Código Postal 1050 Caracas-Venezuela.

Somos una revista de cultura universitaria y vamos a hablar de deporte. Somos una revista de cultura y vamos a hablar de deporte. Si no hubo en tu mente un cortocircuito, ¡felicitaciones!, puedes pasar sin temor a disfrutar de las siguientes páginas. Si por el contrario se te levantó la ceja al estilo de Anchelotti –buscar en Google: Carlo Anchelotti + ceja–, si te pareció un oxímoron, si te sonaron antitéticas deporte y cultura, si te hizo ruido, si hubo disonancia, tranquil@, no pasa nada, permite que te expliquemos de qué va esto y danos un voto de confianza.

Luego de quedarnos en blanco, decidimos arriesgarnos a ser una zona de tolerancia, la bisagra que une opuestos. Durante mucho tiempo se ha creído que deporte y cultura son antónimos. Es un lugar común viejísimo que se funda en dos estereotipos –falsos, como todos–: el primero, que la cultura es aburrida, fastidiosa, que se reduce a eso que está en los museos y los libros, y que hay que haber leído mucho y ser muy intenso para entenderla; el segundo, que el deporte es una cosa vulgar, una manifestación estúpida que enajena y regresa al hombre a su estado más primitivo, el nuevo opio del pueblo.

Como en OJO no creemos en estereotipos, más bien los detestamos y combatimos, hemos decidido entonces ponerle letra –y de la buena– al deporte. De eso se trata esta edición, de deporte bien escrito. En una tertulia imaginaria hemos reunido una colección de frases, brillantes e ingeniosas, célebres y desconocidas, que importantes escritores formularon en su momento sobre el fútbol, deporte amado y odiado por los hombres de letras, pero que, leído lo leído, a casi ninguno dejó indiferente. Un hombre de letras, Miguel Hidalgo, honra varias de nuestras páginas con un extraordinario cuento sobre boxeo, ese deporte que en su momento tanto sedujo a los escritores –que lo digan Cortázar y Hemingway-.

Dos debates ocupan también una buena cantidad de páginas. Un fanático de los deportes nos dice por qué le gustan tanto, y una no-fanática –imposible encontrar un antónimo para esta palabra- nos cuenta qué le disgusta de ellos. Otro debate, divertidísimo, ahora que el fútbol ha comenzado a colarse con más fuerza en el gusto del venezolano, hombre de béisbol por excelencia, tiene que ver con la pregunta sobre cuál de las dos disciplinas es mejor y por qué, respondida, claro, por un seguidor de cada una.

Mari Montes, veterana cronista deportiva, nos regala un valiosísimo testimonio sobre su experiencia en el oficio, así como una serie de anécdotas y opiniones de colección. Alberto Sáez, de Libros del Fuego, nos cuenta cómo fue saltar al mercado con una novela sobre béisbol, El último encuentro, y su autor, Humberto Acosta, firma cotizada y respetada de las páginas deportivas, nos regala dos últimas páginas de colección: el séptimo juego de la Serie Mundial 2014 anotado de su puño y letra.

Si logramos lo que nos propusimos al hacer esta edición, entonces esta revista podrá ser leída tanto por un fanático de los deportes como por otro de la cultura. Ambos podrán disfrutarla sin problema. Ambos podrán encontrar cosas interesantes, que les agraden. Y ambos descubrirán entonces que no son tan diferentes como creen. Esperamos haber logrado el cometido. Será el lector quien lo diga. En su cancha rueda ahora el balón.

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CARTA DE AMOR /

ASHLEY GARRIDO / REDACCIÓN / PRODUCCIÓN

EZEQUIEL ABDALA /EDITOR /CORRECTOR

No soy una aficionada al deporte. Conozco los grandes nombres pero ninguno me obsesiona. El único ejemplo constante de “lo deportivo” lo recibía de mi papá. Desde muy pequeñas nos incentivó a mi hermana y a mí a ser más activas, aunque claramente falló. Subir a la cota mil era el deber de los domingos. Buscar quebradas secretas paralelas a la calle, manejar bicicleta, subir a Sabas Nieves, bajar con el atardecer y usar las botellas de Gatorade como linternas. Volleyball, danza, gimnasia artística, excursionismo, todo eso y mucho más hicimos. Por otro lado, mi papá no es de ver juegos, raramente lo cachas sintonizando un partido de béisbol, y eso también se ha convertido en costumbre. Con el tiempo ha dejado de insistir sobre la necesidad de hacer ejercicio, pero el movimiento y la actividad es una de las cosas que más aprecio ahora. El paracaidista, el submarinista, el que me enseñó lo que significaba “frontón”, ese es mi papá y ese es el (ex)deportista que más admiro. Que me enseñó más sobre resistencia y adrenalina que de equipos y uniformes.

Se llama Mark Teixeira, es el primera base de los Yankees y yo le digo primo. Una tontería de mi parte, porque no lo somos. Sólo que mi abuelo era portugués, y ese apellido, Teixeira, es también de esos lados. Por los cachetes se parece un poco a Kiko y podría decirse que tiene pinta de bobo. Pero es un buen tipo y me cae bien. Hice clic con él en 2009, cuando los Yankees ganaron su última Serie Mundial –la 27, por cierto–. No fue el MVP ni mucho menos, pero tuvo una buena actuación. En ese entonces, recién llegaba al equipo y su carrera parecía apuntar para algo grande: era ambidiestro, tenía poder en el bate y jugaba una muy buena primera base (cinco Guantes de Oro y tres Bates de Plata lo atestiguan). Pero las lesiones, esa cruz, lo han disminuido. No llegará al Salón de la Fama ni le quitará el puesto a Gherig como el mejor 1B de los Yankees, quizás ni siquiera sea ya el mejor inicialista de su tiempo, pero yo lo seguiré hasta el retiro. Lo mío con él no es oportunismo, es cariño auténtico. De primo y todo.

De esos momentos que te cambian la percepción de la vida por completo y para siempre. Conocí a Juancito; un muchacho que irradia la más especial de las energías y que sólo tiene sonrisas para regalar. Juan Plaza es de la Isla de Margarita, tiene 15 años y es surfista de alma y corazón. Emerge de un rededor complejo y algo oscuro, pero sus ganas de superarse son inmensas, admirables. Nada ni nadie logra detenerlo. Yo lo abrazo muy fuerte cada vez que puedo, y él se sonroja; lo llamo “mi hijo” porque lo adoptaría sin dudarlo. Conocerlo me llenó de esperanza y ganas de seguir, a pesar de las dificultades que la vida nos pone en el camino. Agradezco inmensamente que a tan corta edad, y con tan poco tiempo de haberlo conocido, me haya enseñado tanto. Juancito estudia, entrena todos los días para ser surfista profesional y compite cada vez que puede. Con la ayuda de todos los que lo queremos y sus infinitas ganas, sé que llegará muy lejos.

Cuando mi abuelo murió, mi papá decidió enterrarlo con el sweater de los Hoosiers de Indiana. “El viejo Germán” dedicó toda su vida al deporte: comenzó en el basket cuando aún los jugadores usaban converses; pasó a la gimnasia a una edad en la que la mayoría de los gimnastas se están retirando; fue atleta, y compitió en Centro América y el Caribe. Conoció a mi abuela y ella lo hizo licenciarse como profesor de educación física en el pedagógico. Se fueron a Indiana, él siguió preparándose como entrena-dor de basket y ella como profesora de inglés, mientras mi papá y mi tío terminaban el high school. Por un breve período, en los ochenta, fue entrenador de Cocodrilos de Caracas; escaló montañas, remó en ríos revueltos, y era tan deportista que cuando llovía y no podía salir a correr, subía y bajaba las escaleras del edificio con sacos de arena en sus tobillos. De él solo heredé el amor por la lectura; los doble pasos, los dribles y cestas vendrán, ojalá, en otra generación de Garridos.

ORIANNA CAMEJO / REDACCIÓN / PRODUCCIÓN

ISABELA DI MARZO

A mi deportista favorito

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POR “JUECEO” –ASÍ LE DICEN COLOQUIALMENTE– SE ENTIENDE LA ACTIVIDAD DE CALIFICAR A LOS PARTICIPANTES DE UNA COMPETENCIA DE SURF. ¿CÓMO SON LOS EXÁMENES DE SURF? ¿CÓMO SE EVALÚA A UN SURFISTA? ¿CÓMO SE PUNTÚAN LAS OLAS? ¿CÓMO SE ELIGE EL GANADOR DE UN TORNEO? AQUÍ, CON ESTA PLANILLA, DEVELAMOS EL MISTERIO:

CHULETA SUMARIO04 Editorial

06 Carta de amor

10 Pasando lista

12 OJO con / Alberto Saez

14 Todo Oídos / Charliepapa

16 Fuera del Aula / Brasil

18 Debate / A favor y en contra de los deportes

22 Debate / Fútbol vs Béisbol, Béisbol vs Fútbol

26 Ensayo Fotográfico / Adán Zárate

32 Pluma y papel / Miguel Hidalgo

40 Hay que leer / Escritores y fútbol

44 Lumiere / Deporte y cine

48 Diablo por viejo / Mari Montes

52 Diablo por viejo / Roger Maris

58 Desde la burbuja / Pierina Sora

56 Pepsi Streams

60 Backstage / Sunset Roll

62 Premios Pepsi

64 Última Página / Humberto Acosta

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HUMBERTO ACOSTA

Prodigioso beisbolista llamado a escribir una de las páginas más célebres y a su vez tristes de la historia de las Grandes Ligas. Una hazaña, la de romper el record de jonronres de Babe Ruth, fue su condena, y lejos de la gloria esperada lo que consiguió fue el martirio. En imaginaria pero veraz entrevista lo acompañamos a la tarde que cambió para siempre su vida y marcó un hito en historia del béisbol.

Sinónimo de béisbol es su nombre, y su firma una de las más respetadas por fanáticos y jugadores. Periodista graduada de la UCV, su simpática voz atrajo a miles de oyentes a los muy sintonizados programas que tuvo en Radio Capital y Unión Radio; su imagen engalanó las pantallas de Omnivisión, Televen y Globovisión; y su rugido encantó a la afición de los Leones, que celebró con ella las mejores jugadas de su equipo cuando se dedicaba a anunciar y bramar en El Universitario. De eso, y mucho más, da testimonio nuestra ‘Diablo por viejo’ de esta edición.

PASANDO LISTA

ROGER MARIS

MARI MONTES

Leyenda viva, ni más ni menos, del periodismo deportivo venezolano. Firma bien cotizada en las páginas deportivas, redactor incansable y disciplinado escritor de una de las columnas más conocidas de la prensa venezolana, voz familiar y tradicional de las transmisiones de béisbol, comentarista ecuánime y desapasionado, analista profundo del juego, y autor, en sus tiempos libres, de libros sobre el deporte del diamante. Comparte con nosotros, en las últimas páginas, una hoja de anotación de su puño y letra.

Comunicador social formado por la Universidad Central de Venezuela con especialización en diseño gráfico editorial, ha trabajado como redactor para varios medios digitales y como asesor de medios para agencias de relaciones públicas. Apoya la causa LGBT. Actualmente reside en la ciudad de Florianópolis en Brasil, con su esposo y sus dos gatos.

MANUEL QUILARQUE

Joven portento de las letras venezolanas. Durante años, a decir de Carlos Sandoval, un mítico escritor sin libro, participante y finalista de cuanto concurso de cuentos había en Caracas; ahora, ya con libro publicado, escritor igual de mítico, obsesivo de la corrección y lector confeso de Bukowski. En la mejor tradición de Mailer o Cortázar, nos honra, en esta edición, con un cuento de boxeo.

MIGUEL HIDALGO

Periodista deportivo en ciernes, con augurios de buena estrella en su porvenir. Mientras se forma en la Escuela de Comunicación Social de la UCV, se foguea como productor, contertulio y comentarista en Radio Deporte; así como redactor y analista en SoloFutbolVe. En esta edición levanta las espadas por el balompié y lo defiende sobre el béisbol.

JUAN SANOJA

En poco más de cinco años, Charliepapa se ha establecido como una de las bandas más importantes de la escena musical venezolana. Con dos producciones discográficas en su haber, Quinta Giuliana (2008) y 20.000 Leguas Cuadriláteras (2010), Mattia Medina, vocalista, y Félix Hoffmann, baterista, comparten en Todos Oídos detalles de su próximo larga duración, parte de su proceso creativo junto con los productores Carlos Imperatori y Rudy Pagliuca, y la explicación detrás del singular nombre de su primer sencillo “Astrómetra”.

CHARLIEPAPA

Editor. Estudió Letras en la UCV, Trabajó como Documentalista en el Archivo de Redacción del diario El Nacional, Fue director de Fucking Idea, departamento digital de TBWA/Venezuela. Fundador de la editorial Libros del Fuego.

ALBERTO SÁEZ

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Por Alberto Sáez

EL MERCADO EDITORIAL VENEZOLANO, USUALMENTE TRANQUILO Y POCO DADO A LA NOVEDAD, SE HA VISTO AGITADO DESDE EL AÑO PASADO CON EL NACIMIENTO DE LIBROS DEL FUEGO, UNA NUEVA EDITORIAL QUE HIZO SU APARICIÓN POR TODO EL MEDIO: CON UNA NOVELA DEDICADA AL BÉISBOL. ALBERTO SÁEZ, SU EDITOR, CUENTA, DE SU PUÑO Y LETRA, POR QUÉ APOSTÓ POR UN LIBRO ASÍ Y CÓMO FUE EL PROCESO DE EDITARLO.

Todo deporte guarda un misterio que la literatura logra desentrañar, hasta el punto de encontrar en él la naturaleza de quienes lo veneran, sus mañas, sus resquicios; y, así, descubrir el pensamiento de una sociedad desde una arista que a pesar de los años y los cuestionamientos ha dejado de estar supeditada a la mera prensa especializada.

Aunque en oficios como el boxeo y el fútbol, grandes escritores como Camus, Mailer, Piglia, Villoro, Carol Oates, entre muchos otros, se han rendido a contar sus historias, y hay países que han adoptado este tema como canon a la hora de escribir, el béisbol parece ser el deporte que menos relación ha guardado con la literatura, a pesar de su fama. Es cierto que en cada frontera hay quienes hacen su parte, pero las proporciones entre las novelas, cuentos y ensayos que se escriben sobre Muhammad Alí y los que se hacen sobre Babe Ruth son muy distintas. Quizás, esto nos llevó a creer con más fuerza en una novela como El último encuentro, cuando decidimos emprender Libros del Fuego, para medir el talante del lector nacional frente a sus pasiones.

Toda novela cuenta la historia de un hombre contra otros y contra sí mismo, y esta no es la excepción. Escrita por Humberto Acosta, El último encuentro muestra el duelo que tuvieron Roberto Clemente y Sandy Koufax, dos de los peloteros más emblemáticos de la década de los años 50, sus desencuentros y su entereza frente a una época llena de racismo y exclusión por parte de los suyos. Pero también es una historia sin pretensiones, que parte de un hecho real para, luego, recrear el universo psicológico de dos hombres en lo más alto de sus carreras, en el que el béisbol funge como telón de fondo.

Pensar en cómo editar una novela así era la pregunta recurrente. Hubo que buscar el equilibrio entre lo que queríamos como editores y lo que es más viable comercial-mente, y esto hizo que la empresa se hiciera cuesta arriba. Saber mostrar visualmente la potencia del texto tomó meses antes de su lanzamiento, lograr que ella misma (la novela) se fuese vistiendo con una identidad propia que derivara del encuentro entre la edición y el diseño: rendir tributo a las tradiciones editoriales que nos precedían. Todo vino de las inagotables conversaciones del equipo de trabajo que aprendió a decirse y desdecirse en el camino.

Fue así como en diciembre de 2013 la novela comenzó su andar entre anaqueles y estadios, dándose a conocer frente a un público que, en apariencia, parecía enemistado con todo tipo de lectura, prefiriendo el fervor y el delirium tremens de la carrera anotada. Hasta que ambos se encontraron.

En resumen, toda esta dinámica nos hizo preguntarnos si aparecer en el mundo editorial con una novela así era prudente. Y lo fue. En un país como Venezuela, donde el béisbol es la madre de todos los deportes, era necesario mantener, como diría la jerga, “en activo”, la pluma de escritores como Humberto, que pretenden seguir hablando, desde la literatura, sobre la pasión que más aviva al venezolano, y desentrañar esa naturaleza de mañas y resquicios para entender que el béisbol también es literatura.

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“¿Si damos la vuelta en la bomba caemos en la vía hacía la autopista?”, preguntó Félix Hoffmann, baterista de Charliepapa, tratando de huir del desastre tropical y vehicular causado por la lluvia en Caracas. “La ciudad se había portado muy bien hasta el momento”, completó Mattia Medina, vocalista. La mitad de la banda recorre la capital del país promo-cionando su nuevo sencillo “Astrómetra”, el cual es el primer abreboca de su próximo álbum. Jonathan Bellomo y Osheye Rebolledo, guitarrista y bajista, respectivamente, comple-tan la alineación que ya cuenta con dos producciones discográficas editadas: Quinta Giuliana (2008) y 20.000 Leguas Cuadri-láteras (2010).

“La astrometría es la ciencia que estudia el espacio. Yo tengo un amigo que es astrómetra y llamó mi atención que este tipo de científicos estudian el universo a partir de teorías y análisis matemáticos, calculando lo que pasa, lo que va a pasar en el universo. Es curioso, porque a pesar de que también trabajan con astronomía, no están interesados en admirar Saturno o las nebulosas. La analogía la hicimos entre los astrómetras y algunas personas que viven la vida especulando, pensando y calculando qué les va a pasar, qué les pasó, sin disfrutar el momento”, explicó Mattia Medina al preguntarle sobre el intrincado nombre de su nueva canción, la cual abre con un riff de encantados y sutiles sonidos interespaciales.

Con una letra sencilla pero cautivadora, “Astrómetra” precede a una explicación elaborada, conceptual y sobre todo común en el humano; overthinking, que dirían los anglosajones. “No siempre vivimos situaciones que nos inspiren; cuando no pasan, tomamos prestadas las historias de nuestras personas cercanas”, agregó Félix.

dirigiéndose a una nueva galaxia sonora

POR HERENCIA DE SUS COTERRÁNEOS DEBERÍAN OSTENTAR EL TÍTULO DE “CABALLEROS DEL ROCK”, PERO A CHARLIEPAPA NO LE HACE FALTA UN TÍTULO NOBILIARIO. EN UNA CONVERSACIÓN ORIENTADA POR FENÓMENOS CELESTES Y ASTROS DEL ROCK, DOS DE SUS INTEGRANTES NOS EXPLICAN QUÉ ES UN ASTRÓMETRA Y QUÉ VIENE DESPUÉS DE RECORRER

El trabajo del artista cinético merideño Martín Morales tomó un papel protagónico en el nuevo concepto de Charliepapa. Morales, cuya obra reúne elementos cromáticos con paisajes, creó para la banda un lienzo que acompañará la versión en físico de su sencillo “Astrómetra” y los próximos cortes promocio-nales, de los cuales el segundo será lanzado antes del término de 2014, y los otros tres a principios y mediados de 2015.

“La gente no sólo va a tener un CD de Charliepapa, también tendrá en sus manos una obra de Martín Morales”, destacó con emoción Medina.

La banda pasó poco más de un año sin pisar una tarima, hecho que, contrario a lo que podría pensarse, no menguo su número de fanáticos, sino que hizo que aumentara. La primera tanda de shows que ofrecieron posterior al lanzamiento de “Astrómetra” terminó con una presentación a casa llena en el Teatro del Centro Cultural Chacao, en marco del Festival Nuevas Bandas 2014, -competen-cia en la que participaron en 2009- en el que obtuvieron una mención especial La Ovación, estruendosos aplausos, incontables declara-ciones de amor y peticiones de canciones que dejaron constancia de que, no en vano, Charliepapa se ha ganado la buena fama de ser una de las bandas más apreciadas del país.

Su suerte no sólo es culpa de la edad, ni de un one hit wonder del rock nacional, sino producto de un esfuerzo palpable, música de calidad, sincera y honesta, aunado a la simpatía con el público que transmiten por todo el país canción a canción, toque a toque.

“Astrómetra” es sólo el puente entre sus trabajos previos y el ambicioso proyecto que aún se gesta y tomará forma con el tercer larga duración. Mientras tanto, otras tres canciones de su próximo álbum se han colado en sus últimas presentaciones. “Merlina”, “Bengala” y “Abismo” son los nombres que se leen en los set list “robados” del escenario por algún afortunado fanático.

Todo puede suceder en el camino por recorrer del cuarteto merideño pero aún falta lo mejor.

El nombre de su tercer trabajo de larga duración, el cual, esperan, se publique en el primer trimestre de 2015, es un detalle que la banda prefiere guardarse por el momento, pero dan rienda suelta a la imaginación de sus seguidores apuntando que el título reflejará la dualidad y contradicciones de la condición humana, tema que se aborda desde el primer corte promocional.

No sólo es culpa de la edad

Al preguntarles sobre las mayores enseñanzas que les han dejado los seis años de distancia entre su primera producción y “Astrómetra”, Mattia y Félix tomaron unos minutos para responder. Mientras compartían miradas e ideas, sugirieron llamar a Jonathan por teléfono. “Él es el encargado de las preguntas complejas”, comentó el baterista esbozando una sonrisa.

En esta oportunidad Charlipapa no sólo está presentado canciones. Si algo les dejó el trayecto desde la Quinta Giuliana hasta las más de 20.000 Leguas Cuadriláteras que han recorrido por todo el país, es la necesidad de entenderse como una entidad que abarca su oferta musical y la propuesta audiovisual de sus producciones.

Una vez más, el realizador audiovisual y mano derecha de la banda, Adrián Egea (director en 2011 del videoclip de su sencillo “Carnaval”, y en 2013 del documental “Las Últimas Leguas”) fue el encargado de dirigir el videoclip lanzado simultáneamente con “Astrómetra”. Para este video, los muchachos decidieron darle un vuelco al formato tradicio-nal de las tomas en plano secuencia, filmando con un drone, y así agregaron acciones a la secuencia y resaltaron la majestuosidad del paisaje merideño.

“Hay momentos en el video en los que el sangrado del encuadre no es perfecto pero esa era la sensación que queríamos retratar”, comentó Egea. Para lograr la perfecta imperfección en el videoclip se necesitaron 15 tomas, de las cuales se captó una intermedia grabada accidentalmente “a ciegas”, es decir, sin que el piloto del helicóptero supiera en qué parte de la secuencia interpretaban los músicos.

Páramo estrellado

La grabación del sucesor, 20.000 Leguas Cuadriláteras, comenzó hace más de un año, con sesiones repartidas entre Caracas y Mérida, entre el Estudio Tumbador y Nephasto Estudios, bajo la producción musical de dos conocidas figuras de la escena local e interna-cional: Carlos Imperatori y Rudy Pagliuca.

Entre anécdotas, Félix Hoffmann describió las dos visiones, distintas pero productivas, que ambos productores tienen para abordar el proceso de creación. “Carlos es tranquilo y hasta relajado, pero Rudy, en cambio, es un capitán, un Káiser”, señaló.

A la dupla inicial de productores se le unió Héctor Castillo, productor de Gustavo Cerati, Roger Waters y Beck, quien está radicado en Nueva York y realizó la mezcla de “Astrómetra” en esa ciudad. “Invitamos a Héctor a escuchar las maquetas sin pretensiones de que trabajara con nosotros, pero quedó enganchado y se animó a participar”, recordó Mattia Medina.

Imperatori, Pagliuca y Castillo no serán los únicos apellidos con trayectoria que se encontrarán en los créditos del próximo álbum de los Charlies. Henry D’Arthenay, de La Vida Bohéme; Diego “El negro” Álvarez, La Pía Paez y Chapis Lasca, de Malanga, formaron parte de las sesiones grabación. Crearon bases y texturas con sus voces, en el caso de Páez y Lasca, y con sintetizadores e instrumentos de percusión por parte de D’Arthenay y “El negro” Álvarez, todo para los 11 temas que componen la producción.

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Por Ashley Garrido. B - @ashgarrido

20.000 LEGUAS CUADRILÁTERAS

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El Maracanazo, derrota sufrida hace más de 60 años por la selección brasileña de fútbol ante el combinado uruguayo en su propia casa, fue una conmoción generalizada que hizo que surgiera en la sociedad brasileña un fenómeno que el escritor y dramaturgo Nelson Rodrigues denominó como “complejo de perro callejero”. Este particular complejo que data de 1950, consiste, según Rodrigues, en un sentimiento de inferioridad en que el ciudadano común de Brasil se coloca ante el mundo, no solamente en el ámbito deportivo, sino también en el cultural, político y económico.

En aquel entonces, los deportistas de la época hicieron su trabajo y ocho años después del trágico episodio de Rio de Janeiro, lograron levantar la Copa Jules Rimet en Suecia. Sin embargo, en el año 2013, 63 años después y menos de un mes antes de la realización de la Copa Confederaciones en territorio amazónico, resurgió de las cenizas ese sentimiento negativo y una parte importante de la población dijo: “No va a haber Mundial”.

La era de la renovaciónApenas terminó el Mundial, el técnico Luiz Felipe Scolari renunció a la selección brasileña y la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) prometió renovación. Fue así como el técnico Dunga, que ya había actuado con la canarinho en el Mundial de 2010, se convirtió en el flamante nuevo Director Técnico de la selección.

Para la prensa esto fue un duro golpe, Dunga tuvo una pésima relación con los medios de comunicación durante su paso por la verdeam-arela, pero él mismo prometió mejorar su actitud con los medios. “En la era Dunga era compli-cado, porque si tú le preguntabas algo que a él no le gustase, simplemente se paraba y se iba, varias ruedas de prensa terminaron así”, expresó Gabriela Oliveira. “De verdad espera-mos que haya un cambio de actitud, porque si no el pesimismo invadirá no solo a la fanaticada, sino también a la prensa”, agregó.

“¿Renovación volviendo al pasado? ¿Dónde se ha visto eso? A mí me parece una locura haber traído a alguien que ya tuvo su oportunidad con la selección. Para mí la solución era un técnico extranjero, que trajera ideas nuevas, un europeo. Pero la CBF es demasiado prejuiciosa con eso, se creen el ombligo del mundo en el fútbol”, afirmó Clayton Silva.

A pesar de todos los problemas, Dunga tuvo un excelente desempeño al frente del equipo brasileño: ganó la Copa América en Venezuela y la Copa Confederaciones en Sudáfrica, y en las eliminatorias para el Mundial de 2010, Brasil clasificó en primer lugar. “Hay que confiar”, dijo Oliveira.

El legado del Mundial“El Mundial salió bien, no fue vergonzoso, gracias a Dios. Pero la gente no está contenta, el año pasado salimos a la calle exigiendo mejoras en la salud y en la educación, y no hemos visto nada de eso”, expresó Sidney Melo. Si bien en el 2010, cuando Dilma Rousseff fue electa presidenta, muchos pensaron que el Mundial de 2014 sería su mejor propaganda electoral, la profecía no se cumplió: el índice de rechazo aumentó y se vio obligada a medirse en una segunda vuelta electoral, que ganó con un estrechísimo margen de ventaja de apenas 2%.

Hay quienes afirman que los brasileños son exagerados en su inconformismo, otros piensan que es una actitud que los ayuda a exigirse cada vez más como sociedad o como país. Para Nelson Rodrigues, autor del “complejo de perro callejero”: “el brasileño es un narciso al revés, que escupe su propia imagen. He aquí la verdad: no encontramos pretextos personales o históri-cos para la autoestima”.

En aquella época, el gobierno prometió mayor atención a la salud y a la educación del país, y la presión bajó. Brasil organizó y ganó la Confederaciones. “O campeão voltou”, gritaba el público. El “complejo de perro callejero” se difuminó y el país continuó su camino hacia la Copa Mundial de 2014.

Semanas antes de la inauguración de la fiesta futbolística, nuevamente volvió a reinar el espíritu del “no podemos” en el país, principal-mente en Sao Paulo, donde se daría el pitazo inicial del espectáculo. “Tenemos un problema de desigualdad muy acentuado en Brasil; aunque ya se haya hecho mucho al respecto, todavía somos uno de los países más desiguales del mundo, y el gobierno prefiere gastar el dinero de nuestros impuestos en estadios de fútbol”, comentó Sidney Melo, empresario.

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Por Manuel Quilarque – Fotos: Branco Chiacchio

EL GIGANTE que se siente

EL PAÍS DUEÑO DE LA MAYOR ECONOMÍA DE SUDAMÉRICA Y LA SÉPTIMA MUNDIAL, TAMBIÉN COMPARTE CON MÉXICO UNA AMARGA PROEZA: PERDER DOS VECES EL MUNDIAL EN SU TIERRA. EN EL CASO DE BRASIL LA DERROTA HA LLEGADO DE FORMA TRÁGICA EN AMBAS OCASIONES Y HA TRAÍDO REPERCUSIONES SOCIALES Y PSICOLÓGICAS EN LA POBLACIÓN. AHORA, EL RETO ES RECUPERAR LA CONFIANZA Y NO DEJARSE AMARGAR POR LOS FANTASMAS DEL PASADO

Turistas y periodistas del mundo entero elogiaron la organización del evento. Tanto en los estadios como en los Fan Fest, el público foráneo en general se sintió satisfecho. “Nos trataron de maravilla, aunque no todos hablaban español, siempre se esforzaron por atendernos muy bien”, afirmó Rodrigo Poblete, fanático chileno. Sí hubo Mundial.

“A fin de cuentas las cosas salieron bien, dimos un buen espectáculo y organizamos un buen Mundial, eso nadie lo puede negar”, dijo Sidney Melo. “Creo que los brasileños podemos estar tranquilos con respecto a la imagen que tiene el mundo de nosotros, al final todo salió bien”, expresó también Graziela Silva, psicóloga. Otros no fueron tan positivos en sus comentarios, pero no dejaron de reconocer que el Mundial fue un éxito: “se robaron todo el dinero, gastaron demasiado y muchos todavía están pasando hambre, pero al fin y al cabo funcionó, lo logramos”, afirmó Marcelo Viana, ingeniero en telecomunicaciones.

“Hepta” y no “hexa”Los fanáticos brasileños tenían un número en la cabeza, el 6. Era el objetivo, la sexta copa para su país: podrían ganarla en casa y borrar definitivamente el fantasma del Maracanazo. El desempeño de la selección canarinho fue irregular, a pesar de obtener resultados positivos, al mismo tiempo se mostraba como un equipo nervioso, sin experiencia y con fallas técnicas.

En Belo Horizonte, en las semifinales, ocurrió lo que ningún brasileño quería pero que en el fondo todos sabían que era posible: la derrota. Nada más normal en un torneo deportivo, unos ganan y otros pierden. Pero esta no fue una derrota típica, fue “la mayor derrota de la historia de la selección”, como reseñaron algunos medios locales. La poderosa Alemania le pasó por encima a Brasil y le encajó 7 goles en un partido para el olvido. “El complejo de perro callejero” se manifestó nuevamente.

“El error de Felipão -Luiz Felipe Scolari, técnico de la selección- fue pensar que Brasil, solo por ser Brasil, ganaría el Mundial. Pensó que los muchachos iban a tener una inspiración divina que vendría de la fuerza de todo el país, pero en realidad lo que había era una presión gigant-esca”, afirmó Gabriela Oliveira, comentarista deportivo de un portal de noticias web.

“Yo no sé qué nos pasó. Esperábamos una derrota en la organización del Mundial, pero jamás nos imaginamos que esto pasaría en el campo. Lo que vino fue el hepta (en referencia a los 7 goles de Alemania) y no el hexa”, declaró Clayton Silva, estudiante de educación física.

Las reacciones ante la estrepitosa caída de la seleção fueron, para algunos, incluso exagera-das: autobuses quemados, tiendas saqueadas y malhumor generalizado fue el saldo de un resultado que, si bien no era el esperado, no deja de ser normal en una competición deportiva. La lección: es importante saber perder.

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Super Bowl, paga una

Supongo entonces que esta inversión es la que convierte a algunos fanáticos en maniáticos. Los que no te dejan tranquilo hasta que respetas a su equipo, como si de un proceso evangelizador se tratara. O los que insisten para hacerte cambiar de equipo: conocen la historia, los himnos, los emblemas, las caídas y las glorias; todas esas cosas que conforman una nación. Y la nación es un discurso, bien estructurado, pero otra cháchara al fin. El deporte, entonces, también sirve para aglutinar y extender un imaginario, una pertenencia. Sólo de esta manera se explica el estoico aguante de los aficionados de los Tiburones de la Guaira. Y aquí regreso: el deporte como lo colectivo, imaginario y enajenado es mi problema.

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Por : Orianna Camejo - @OriasMultiverse

Lo imprescindible que es el deporte en equipo para algunos, no parece ser uno de mis fuertes. Y eso que lo he intentado. Esa competencia visceral por vencer al otro y esa conexión absoluta con el equipo –recuerda, no puedes dejar mal ni a tus compañeros ni a tu entrenador- no representan mi deporte.

El deporte para mí es íntimo. Es uno contra sí mismo. Como estar frente a una pared toda una tarde tratando de volear. Requiere disciplina, pero puede prescindir de las jerarquías. Genera resistencia. Estar uno sin aire, a punto de llegar a la cima de la montaña pero a menos de rendirse, todo lo que ocurre en ese proceso físico es más interesante que un partido entero de hockey. Tomar la decisión de lanzarse del avión y confiar en el paracaídas porque esa es la única manera de bajar. Ese es el deporte que me llama la atención. Uno que pueda experimentar, no estar frente a un televisor o en un estadio gritándoles a los deportistas y entrenadores cómo deben hacer su trabajo mientras termino la cerveza.

Va más allá de la adrenalina o el misticismo de conocerse a sí mismo. En definitiva, es liberarse de las camisas, de los jugadores y los records para disfrutar el deporte más allá de su mercadeo: como un ejercicio contra los límites. Soy más que una camisa de La Vinotinto y una gorra de los Leones. Que otro gaste su dinero en esa utilería.

POR QUÉ NO ESTOY POR QUÉ NO ESTOY DEBAJO DE UNA

POR QUÉ NO ESTOY POR QUÉ NO ESTOY

GUSTAN Y DISGUSTAN. HAY QUIEN DEDICA VALIOSAS HORAS DE VIDA A VER ALGÚN DEPORTE Y QUIEN LO CONSIDERA UNA

PÉRDIDA DE TIEMPO QUE NO MERECE NI UN MINUTO. NOS BUSCAMOS A UN

REPRESENTANTE DE CADA CORRIENTE PARA QUE NOS EXPLICARA POR QUÉ SÍ Y POR QUÉ NO GUSTA DE LOS DEPORTES.

debe ver deportes.

Cuando me preguntan ‘¿cuál es tu deporte favorito?’, yo me quedo en blanco. Por lo general, las respuestas surgen con un sustantivo y un patronímico: el fútbol, porque le voy al Madrid. Tenis, porque Federer. Béisbol, porque los Tiburones.

Somos hijos de la antena, el televisor y la transmisión. Y tal parece que todo el mundo ¿Cómo te vas a perder el Caracas – Magallanes? El deporte vendido como lo colectivo, imaginario y –casi– bacanal es mi problema. Los deportes se han territorializado y convertido en estereotipos. Los golfistas del Country, los surfistas que van a Cuyagua, la apocalíptica barra del Caracas. No hay necesidad de describir estos personajes, todos los tenemos bien catalogados en la cabeza.

Hablemos un poco de la inversión de la fanaticada con dos ejemplos totalmente opuestos: el fanático del béisbol vs. el del fútbol americano. Uno debe aguan-tar hasta 5 horas en el estadio, mientras que el otro no puede estar más de una hora. El que ve béisbol en las tribunas gasta bastante no sólo en la entrada, sino en la bebida y en la comida –en criollo: la birra y el tequeño–. En cambio, el espectador de fútbol americano, en el caso del Super Bowl, paga unamillonada –o es espectador de una- por un juego que se define en cuatro secciones de quince minutos.

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Lo confieso sin problema y más bien con orgullo: soy un fanático de los deportes. No un aficionado, un espectador casual, un seguidor más o menos fiel. ¡No! Lo mío es fanatismo puro y duro, criticado por novias, familiares, amigos y conocidos; y sólo aplaudido y comprendido por unos pocos panas que son como yo.

Decir que mi vida no tendría sentido sin los deportes puede sonar a exageración chimba, pero en el fondo, creo, no sería mentira. O bueno, puede que siguiera teniendo sentido o que le encontrara otro, no nos pongamos dramáticos tampoco, pero lo que sí es cierto es que sin el deporte sería muchísimo más aburrida: si algo me ha dado a raudales, eso ha sido emoción. Y no cualquier tipo de emoción, sino adrenalínica, de esa que te pone a latir el corazón a mil, que te hace sudar y que cuando explota la sientes hasta en lo más profundo se tu ser.

Seguramente las emociones más sinceras, genuinas y nobles –miren qué palabras– las he sentido, me las ha dado, el deporte. Los goles, jonrones y triples de mis equipos los he gritado sin ningún tipo de pudor ni vergüenza, con toda el alma, con toda la autenticidad, sin importarme nada ni nadie, estando, incluso, en los lugares más inverosímiles y a veces impropios; los títulos y campeonatos los he vivido, disfrutado y celebrado tanto como mi graduación de bachillerato, como un fin de año, una navidad o un cumpleaños; de hecho, aquí recapitulando, creo que las peas más grandes de mi vida –y por ende las más felices–- han sido celebrando algún título deportivo –valga la contradicción, sorry–.

Las relaciones más verdaderas también me las ha dado el deporte. No hablo de las sentimentales, porque tengo el mal tino de buscarme jevitas cero deportivas que después del primer mes se sinceran y muestran que no tienen ningún interés por ninguna disciplina; sino de las relaciones de panas –¿fraternales?–. ¿Cómo no van a ser las más desinteresadas del mundo, si nuestro único interés común es el amor a un equipo o a una camiseta? ¿Y cómo no van a ser duraderas si ese es un amor que no pasa –nadie se divorcia de su equipo, esa no existe–? ¿Y cómo no van a ser estrechas si uno comparte allí la alegría de la victoria y el sufrimiento de la derrota? ¿Cómo, pues, no va uno a ser hermano de ese otro hincha de tu equipo?

El deporte me ha enseñado también a llorar. Salvo por la muerte de algún familiar, la única forma de verme llorar en público es por algún feliz motivo deportivo. Y resalto lo de feliz porque aunque aquí, por escrito, soy capaz de admitir que alguna vez he llorado amarga-mente algunas derrotas, eso lo he hecho siempre en privado para no darle el gusto a los enemigos –deportivos, se entiende–, sin embargo, de alegría y en público no he tenido pena para mostrar mis ojos aguados y una que otra lágrima –tampoco muchas, no exageremos que no es para tanto–, porque así es y así se expresa la alegría cuando es verdaderamente auténtica, como sólo me la hace sentir el deporte.

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Por Alfredo Rodríguez

Habiendo vivido y crecido en Venezuela –en esta Venezuela, quiero decir, y ustedes entenderán–, no puedo sino agradecer que haya algo tan bueno como el deporte, donde soñar está permitido, donde siempre hay revanchas y segundas oportunidades, donde cualquier cosa puede pasar, donde las hegemonías se rompen, donde el pequeño y el más débil le pueden ganar al más grande, y donde, incluso, aún con el árbitro en contra y toda la trampa del mundo encima, es posible ganar.

No creo que el término para definirlo sea evasión, pero el deporte ha sido un poco esa válvula de escape por la que he podido drenar y liberar todas esas inconformidades, impotencias y desencan

-tos con la vida. No, esto no es un texto Emo, pero entiendan que crecí donde crecí. Tengo panas que se refugian en los videojuegos, otros en los libros, otros en el cine, otros en el teatro y otros en las drogas. Allí sueñan y se imaginan un mundo mejor, se lo crean, y así la vida les es más llevadera. Lo mismo hago yo con el deporte, pero con una gran diferencia y una grandísima ventaja: lo mío no es ficción, es realidad y de la buena.

Para que nadie piense tampoco que el deporte es Disney, que todo lo que pasa es bueno y todas las lecciones son felices, en esa escuela también he sabido de injusticias y desencantos. Porque los umpires y los árbitros pueden ser –y lo son– unos HDP, y pueden cometer –y cometen– errores, horrores e injusticias de las peores; y cuando eso pasa, he aprendido, uno debe entonces jugar mejor y ponerle más ganas todavía, porque la trampa y los errores, que siempre van a estar –como en el mundo, como en la vida, como en todo– sólo se remedian con más y mejor juego. Andar llorando y quejarse no sirve. Uno se levanta, reclama, bien si le paran, bien si no, y se dispone a jugar mejor que antes.

Decepciones también ha habido. Jugadores a los que he idolatrado con el alma, a quienes he seguido desde chiquito, y que luego, al conocerlos, no eran lo que esperaba; o que llevaban una doble vida, paralela, de estrellas en la cancha y estrella-dos fuera de ella. La condición humana, supongo. Pasa en los deportes, pasa en las películas, pasa en TNT. Pero también, por el contrario, he podido conocer la grandeza y las altas cotas a las que puede llegar el ser humano cuando aprovecha su potencial y no lo desperdicia.

No he nombrado deportistas ni equipos, quería hablar del deporte en general –de eso, me dijeron, se trataba– y dado que las letras no son mi fuerte, creo que lo voy cortando aquí. Soy un fanático de los deportes, siempre lo he sido y lo seré. Estas son algunas de mis razones, de las cosas que he aprendido. No tengo otras. A fin de cuentas, si me ha hecho tan feliz, si he reído, si he llorado, si he celebrado, si he soñado, si he aprendido, ¿no queda claro por qué me gustan –y tanto–- los deportes? A ver, mamá, si me criticas ahora.

POR QUÉ ESTOY POR QUÉ ESTOY DEBAJO DE UNA POR QUÉ ESTOY POR QUÉ ESTOY

CAMISA

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Más de 22 millones de personas en Estados Unidos miraron la tarde-noche histórica de Tim Howard en el Fonte Nova que acabó en desilu-sión por los goles de Lukaku y De Bruyne. Es decir, la eliminación de la selección nacional de USA, en Brasil 2014, fue vista por tres millones de personas más de las que prendi -ron el televisor para observar el MVP de David Ortiz tras la consagración de los Medias Rojas de Boston en el mejor béisbol del mundo.

Es el poder del fútbol. Capaz de generar mayor expectativa que la Serie Mundial, en el propio país de las barras y las estrellas.

Una supremacía que tal vez devenga de la sencillez de su práctica, de la capacidad de ser jugado sin mayores medios que un par de piedras y un pote de jugo, aunque el palo de escoba y la chapa sean suficientes para rebatir el argumento desde el otro lado de la acera.

Quizá la hegemonía no tenga tanto que ver con qué se necesita para practicarlo, sino con quiénes puedan jugarlo. El fútbol (moderno) es un deporte en el que los estereotipos tienen poca cabida a la hora de elegir un buen tipo para determinado rol, a diferencia del béisbol, por más que Altuve nos grite lo contrario. El 9 del equipo puede medir dos metros o tener 30 centímetros menos de estatura y hacer los mismos goles. Podemos encontrar centrales más altos que Justin Verlander o excelsos cabeceadores con sólo 1.76 m, como es el caso de Fabio Cannavaro.

La simpleza también la encontramos en el desarrollo: un deporte de escasas reglas. Libertad que paradójicamente se torna compleja en el decurso mismo del juego, bautizado por Dante Panzeri como una dinámica de lo impensado. Mientras que en el béisbol siempre se recorrerá el mismo diamante para anotar una carrera, en el fútbol los entrenadores se han vuelto locos construy -do cuadrados mágicos, W, M y arbolitos de navidad en búsqueda del gol. El propio Billy navidadnavidadBean, que revolucionó el deporte en donde Jeter se hizo leyenda y que ahora es fanático de la actividad que inmortalizó a Di Stéfano, reconoce la dificultad que conllevaría implementar el concepto de Moneyball –“pro -perly allocate credit and blame to a player”- en el balompié, por su fluidez e interdependencia entre futbolistas.

Es aquí donde emerge uno de los puntos que le confiere a (¿casi?) toda lectura del juego el carácter de subjetiva, chispa que enciende la mecha de todo debate futbolero, lugar donde unos comulgan y otros se confiesan en la única religión que no tiene ateos. Cualidad del deporte que permite generar un sinfín de análisis respetables. Porque cuando un bateador entra en un slump, más allá de factores intangibles como el ambiente del dogout o lo que pueda aportar el coach de dogoutdogoutbateo, la culpa es sólo de él. En cambio, en el fútbol, si un atacante no toca un balón en todo el encuentro es más que factible que el reproche recaiga en sus otros 10 compañeros.

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Por Juan Sanoja - @JuanSanoja

Poner la lupa para señalar responsables de una mala racha resulta, en muchas ocasiones, una tarea temeraria.

En el fútbol importan tanto los nombres propios como la organización de los mismos. Una disposición en el campo que no tiene mayor prohibición que la de no superar los 11 jugadores. Una especie de sudoku que hoy en día va del 1 al 5, menos para Pep Guardiola, que lo completó con el 3-7-0. En béisbol no pudiésemos prescindir del campocorto con el fin de tener un jardinero más. La flexibilidad iría por el lado de alterar los factores en el lineup para cambiar el producto o desplazar sutilmente el cuadro. Una gama que se queda corta ante la infinidad de posibilidades que caben entre las dos arquerías. Razón por la cual muchos preferi-mos jugar a ser José Mourinho o Jürgen Klopp, que fantasear con mandar un toque para sentirnos Ozzie Guillén o Buddy Bailey.

El fútbol es esa disciplina que permite que la frase “donde el mejor no siempre gana” se aleje del lugar común, dado que el camino no pocas veces nos lleva a un fin ilógico. Todo esto sin entrar en el tópico de la belleza, gasolina para el debate y la teoría, que se divide en escuelas como las de Menotti y Bilardo.

Academias culturales que también se distribuyen en países donde el deporte de selecciones no tiene comparación con práctica deportiva alguna. Sólo la suma de disciplinas participantes en los Juegos Olímpicos sería capaz de hacerle frente a la popularidad de una Copa del Mundo.

Difícil sería también equiparar la variedad futbolística que propone la guía de programación en la mayoría de los fines de semana del año con lo que pueda brindar el béisbol. Uno es capaz de llevarte a Inglaterra para ver un Manchester United – Chelsea, tras haberte ofrecido un Real Madrid – Barcelona de la liga española, para luego culminar con un Milan – Fiorentina como postre italiano. Esto sin tomar en cuenta los partidos de Rosales, Rondón, Vizcarrondo y compañía, y sin contar con la posibilidad de ir a ver en directo a Rómulo Otero. Por su parte, el deporte en el que Cabrera es Messi (o por lo menos así lo idealizamos) con suerte nos pudiese convidar un Clásico de otoño el día antes o después de una inconmensurable, eso sí, ida al estadio para presenciar un Caracas - Magallanes.

E igual o más importante que la pluralidad en sí de la agenda de transmisiones es el número de competiciones que disputa cada equipo. Un seguidor del deporte más hermoso del mundo se quedaría con hambre de triplete al ver ganar a su equipo la Serie Mundial. Esperaría por levantar también la Copa y la Champions que confirme la superioridad de su divisa en otro formato y a nivel continental. Sí, la Serie del Caribe se queda corta, tomando en cuenta que el equipo que gana el campeonato local llega desarmado a la liga de campeones caribeña.

Gol vs. Jonrón con carrera. Salvar un tanto en la línea de meta vs. Atrapada acrobática para impedir un cuadrangular. ¿El regate? Un caño no encon-traría comparación ni con una jugada a mano limpia.

Por estas y otras razones más el fútbol es el deporte número uno del mundo. Tan grande como para ser una de las 50 economías del planeta o para absorber a innovadores de otros deportes como el señor Bean, que le dijo a sus amigos patriotas que el resto del mundo no podía estar equivocado.

Por estas y otras razones más, aunque esta tempo-rada volví a ligar por última vez un hit de Bob Abreu con el control del televisor en la mano, me decanto por el fútbol. Una pasión que nació de la mano del boom vinotinto y que espera llegar a su clímax en Rusia 2018.

FÚTBOL FÚTBOL FÚTBOLBÉISBOL BÉISBOL BÉISBOL FÚTBOL

BÉISBOL Y FÚTBOL. EL DEPORTE TRADICIONAL POR EXCELENCIA EN VENEZUELA, Y LA NUEVA PASIÓN EMERGENTE. ¿UNO SUPERA AL OTRO? LES PEDIMOS A DOS AFICIONADOS DE CADA DISCIPLINA QUE NOS EXPLICARAN POR QUÉ SU DEPORTE ES EL MEJOR

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Desde pequeño he vivido una dicotomía: crecer en un país supuestamente beisbolero, rodeado de gente que prefiere el fútbol. La Venezuela de la pelota es generacional: los mayores, padres y tíos, adoran el béisbol; y los de mi edad, primos, compañeros de clase, panitas de la calle, mueren por el fútbol. Al menos esa ha sido mi experiencia, una en la que he tenido que nadar contracorriente, porque, a ver: me gusta más el béisbol que el fútbol, qué le vamos a hacer.

El fútbol es un deporte fácil y por eso es tan popular. Tiene pocas reglas, no necesita casi indumentaria, y cualquiera lo juega. Por eso está lleno de pantalleros: todo el mundo habla, sabe, entiende y juega fútbol. Todos. El que más y el que menos. Cosa que no pasa con el béisbol, que discrimina y delata: para jugarlo hay que ser bueno y para hablar de él hay que saber alguito. No se mete el paro tan fácilmente.

Los futbolistas, hablando de pantalleros, cultivan la condición histriónica casi tanto como la física, y a muchos se les va el juego fingiendo faltas. Un pelotero podría fingir un pelotazo –y se tendría que jugar que se lo dieran– y aun así lo máximo que obtendría es una base adicional. En el fútbol, inventarse la falta en el área es penalti –gol casi seguro–. No voy a entrar en lo poco ético que es eso viniendo de un deportista –ya escucho las voces de mis amigos futboleros explicando que desde niños les enseñan a engañar al árbitro, que eso es estrategia, que forma parte del juego, que allí todo vale, y que criticarlo es ignorancia–, pero sí en lo fastidioso que es calarse numeritos teatrales en medio de lo que en teoría es –debería ser– un deporte.

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Por Antonio Torres

Que sea tan estadístico hace que en el béisbol haya más verdad. A fin de cuentas es un deporte más racional que pasional, y numerito mata percepción, querencia y opinión, que es lo que abunda en el fútbol; por eso no hay nada más fatuo que una discusión balompédica: eterna-mente acaloradas, invariablemente exageradas, a veces divertidas, siempre subjetivas –‘a mí me parece’, ‘yo creo’, ‘a mí me gusta más’- y perpetuamente inútiles, porque nunca llegan a ningún lado, ya que es imposible ponerse de acuerdo –no hay ese elemento sólido y definitivo al que apelar para zanjar todo-.

DURACIÓN

Lo que para muchos es una de sus grandes defectos –que es un juego muy largo, que puede pasar las tres horas, que bla, bla, bla– para mí es una fortaleza. Primero porque me gusta, y mientras más dure mejor; y segundo –y aquí ya me pongo filosófico, me perdonan– porque es un desafío al ‘cronos’, al tiempo de los hombres. Cuando se va a ver béisbol se entra, práctica-mente, en otra dimensión, una en la que los relojes pierden todo el poder, porque en el béisbol el tiempo lo marcan los outs, que son caprichosos, a veces se pierden y caen cuando les da la gana. Esa independencia, ese no estar sujeto a relojes, ese saber siempre cuándo empieza pero nunca cuándo termina, es un añadido único de este deporte, que no conoce de empates y en el que siempre, pase lo que

Hay, además, otra cosa que se deriva de la anterior y que hace el béisbol sinigual: la jugada final. El béisbol no finaliza con un pitido sino con una jugada. Mientras los futboleros terminan viendo el reloj, contando los segundos para que se termine, uno, fanático de la pelota, mira al terreno a la espera de esta última jugada, que puede ser espectacular o no –tanto mejor si es un ponche, una atrapada imposible, o una joya de dobleplay; ni se diga si es un jonrón, que son palabras mayores-, pero siempre queda grabada en la retina. Ese privilegio de cerrar con broche de oro, de un final para el recuerdo, de un colofón inolvidable, ese privilegio no lo puede dar el fútbol –si acaso lo dio cuando el gol de oro, pero eso ya era algo agónico e injusto–; y, créanme, vale.

La perfección –vuelvo a ponerme filosófico, disculpen nuevamente–, que existe en las matemáticas, en algunos –pocos– elementos de la naturaleza y, dicen los creyentes, en Dios, también está en el béisbol. Puede sonar tonto este argumento, pero en el béisbol el juego perfecto existe, es posible, se puede dar y cuantificar –a mayor gloria del pitcher, claro–. En el fútbol, un juego será bueno, excelente, magnífico –úsese el adjetivo que se quiera– pero nunca perfecto. Esa no existe en el balompié.

Si el argumento de la perfección no basta, permítaseme exponer otro menos alturado pero –espero– convincente: la mezcla entre lo individual y lo colectivo. El béisbol tiene lo mejor de esos dos mundos. Por una parte, a la ofensiva, el enfrenta-miento entre lanzador y bateador, lleno de drama, tensión y presión; por otra, a la defensiva, el juego en equipo, la dependencia del otro, el trabajo colectivo, las atrapadas y los lances. Está también el del orden: cada jugador con su posición y su rol claramente definido; no ese desorden del fútbol, en el que al final –y sobre todo en el final– nadie termina teniendo claro por donde es que tenía que ir.

Si ni aun así he logrado el cometido asignado por el editor de esta revista, baste decir que si pongo el béisbol por encima del fútbol, no necesaria-mente es porque sea mejor, sino, a fin de cuentas, porque a mí me gusta más, qué le vamos a hacer.

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y haya que jugar lo que haya que jugar, sale un ganador y un perdedor.

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Miguel HidalgoPor

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La primera golpiza me la dio mi padre. Yo era un renacuajo de diez años y pocos kilos. De niño era tímido, me gustaba estar en la casa y lo mío era tocar la mandolina y ver El Pájaro Loco a las cuatro. Pero con sus propias manos mi padre me hizo sustituir la música y la tele por el cuadri-látero.

–Presta atención –me dijo mientras yo me sobaba los moretones–. Si no quieres que te jodan en la vida, aprende a usar los puños.

Mi madre sufría. No quería que yo fuese la fotocopia de mi padre. Decía que el boxeo era deporte de hombres desesperados. Pero simplemente no pudo hacer nada. Por un lado, en el colegio me sometían y me ponían sobrenombres de lo enclenque que era. Por el otro, mi padre se estaba ensañando conmigo. Así que me dediqué a sacar músculos y aprendí a lanzar coñazos.

También troté. Como un desgraciado, troté todas las mañanas del resto de mis días. Subía y bajaba el José Félix Ribas completico. La verdad es que a mí no me gustaba madrugar. Para eso estaba mi padre. Me vaciaba un tobo de agua fría encima cuando yo estaba a mitad de un sueño.

–A trotar –decía sin adornos, su única manera de decir buenos días.

Aún no salía el sol y yo ya estaba dándole vueltas al barrio. En esos momentos solamente pensaba en el box. Mi padre había sido peso gallo amateur en su juventud. Encontré el álbum en el fondo de una gaveta un día que buscaba papel para forrar un cuaderno. Mi padre saltando la cuerda, mi padre golpeando el saco, mi padre rematando una pera con un gancho de zurda, mi padre en guardia, mi padre con una toalla alrededor del cuello y media sonrisa, mi padre haciendo una pose para la cámara, mi padre levantando los brazos en señal de victoria. Lo otro fue la alimentación. El gran secreto de cocina de mi madre era ahogar todo en dos dedos de aceite hirviendo.

–Así no come un atleta –decía mi padre–. Desde hoy, cero porquerías.

Me obligó a desayunar huevos crudos, a beber litros de agua destilada, a tomar caldo de molleja, a tragar ollas de atole de arroz, a comer hígado encebollado, a evitar el cochino, el pan, el azúcar y el tomate.

Luego me hizo entrenar en el Atlas. Así se llamaba el gimnasio de Macario “El Tifón” Itriago, un expúgil que se había quedado ciego de un ojo. Quedaba detrás de un taller mecánico que también era de Macario. Algún chistoso espontáneo había escrito en la entrada “Es mejor dar que recibir”. Casi todo estaba hecho con repuestos. El saco era una tripa de caucho rellena con estopa. Las pesas eran tubos de escape con rines pegados en los extremos. Las banquetas eran asientos desmantelados de un Caprice o un Mustang. Cosas así.

Mi padre me presentó como todo un prospecto. Macario echó un ojo, chiste aparte, a mi contextura. Me palpó los brazos, me midió los hombros, me agarró por el cuello y movió mi cabeza de un lado a otro. Conservaba el gesto de un boxeador profesional y curtido. En cualquier caso, una expresión difícil de explicar.

–En el boxeo todos tienen un plan –fue lo primero que me dijo Macario–. Hasta que los noquean.

Su ojo ciego era una perla de nata, blancuzco como el de un pez muerto. Se dio cuenta de que me fijaba.

–Yo tenía un plan –dijo picándome el ojo bueno.

Mi padre estaba ahí viéndolo todo.

–A tu padre lo llamaban El Veterano –dijo Macario–. ¿Sabes por qué?

Negué con la cabeza.

–Pues nadie sabe –dijo.

El primer día Macario me hizo trabajar los pies. El equilibrio y la coordinación van antes que los golpes. Por dentro sentía un montón de rabia y lo que quería era desfigurar rostros, moler huesos, hacer salpicar sangre,

Conocí la lona unas semanas después. Macario me dijo que estaba listo para ver de qué se trataba aquello. Con aquello se refería a boxear. Me vendó las manos y me calzó los guantes. Llamó a otro un poco más alto que yo y que ya había visto entrenando en el gimnasio. Le decían Tumor y tenía una zurda endemoniada. No le atiné ni un mísero rasguño y me noqueó sin esfuerzo. Me agarró mal parado. Mis pies no estaban alineados con mis hombros. Para eso los tuve amarrados todo ese maldito tiempo. Después de recibir el golpe, sentí un chispazo. Las rodillas me abandonaron, mis ojos hicieron lo que les dio la gana y en la mente se me formó una nube gris. Desperté boca arriba en el piso. Las caras sonrientes de todos, formando un círculo, viéndome resucitar. Así conocí la lona.

–Bienvenido al boxeo –dijo Macario.

Entrené más y a los dieciséis comencé a foguearme con los del gimnasio. Los fui jodiendo de a poquito. Casi todos eran mayores que yo, pero no eran competencia. Los dejaba en ridículo, desperdigados por el suelo. Era como si de la noche a la mañana me hubieran engrasado la cintura. Tenía talento, estilo y un par de martillos de acero en las manos. Desarrollé velocidad, potencia y malicia. Sobre todo malicia. Aquello no tenía nada que ver con pensar.

–No pienses –me decía Macario–. Deja que el otro lo haga. Mientras esté en eso, tú pégale.

Mi padre a veces pasaba por ahí y se sentaba a leer el periódico. A mí me daba la corazonada de que me estaba viendo, pero nunca lo vi levantar la vista de la viendo, pero nunca lo vi levantar la vista de la

pero Macario me enseñó que para eso tenía que aprender a pararme. Pasé los primeros cinco meses haciendo dos cosas. Saltando la cuerda y desplazándome por todo el ring con los tobillos amarrados. Un día llegué a casa queján-dome de aquella estupidez. Estaba francamente amotinado y lancé los guantes en la mesa de la cocina. Mi madre estaba picando remolachas sobre una tabla de madera. No supo cómo hacerme callar a tiempo. Mi padre estaba viendo el noticiero en la sala y escuchó todo. Entró en la cocina. Llevaba chancletas y la camisa abierta. Me conectó un par directo al hígado que me hizo caer de la silla.

–Cero lloriqueos. Si te agarran mal parado prepárate para conocer la lona –dijo.

MI PADRE EL VETERANO

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Esa vez recibí mi segunda golpiza. Fue cortesía de un negro caleño que se llamaba Nehomar Cerdeño. Le decían El Gallito Pambelé y parecía esculpido en piedra de obsidiana. Tenía un queloide con forma de equis en el cráneo y le faltaban todos los dientes delanteros. Yo creía que tipos así sólo podían salir de la cárcel. Tiempo después comprendería que tipos así únicamente pueden salir del boxeo. Su derecha era mortífera. Las pocas veces que logré esquivarla consideré la existencia de un dios misericordioso. El resto de las veces los huesos me tronaron. En el primer round socialicé con la lona dos veces. En el segundo hice lo que estaba a mi alcance. Solté algunos jabs inútiles para medir distancia y bailé de esquina a esquina para agotarlo, pero el muy maldito tenía los pulmones grandes o un tanque de oxígeno en vez de cerebro. Antes de que sonara la campana, me abracé a él, pero me quitó de encima como si nada y rodé por el suelo. El tercer round fue un desastre. Pensé que había sido su derecha, pero me agarró con la zurda.

–Bajaste la guardia –me dijo la figura borrosa de Macario levantándome y poniéndome hielo en el pómulo.

Pasé semanas pensando en la humillación de la derrota, sintiéndome mal conmigo mismo. Macario se fue con los bolsillos vacíos y yo gané un montón de miseria interna. No estaba seguro, pero había escuchado decir a mi padre que el alimento del boxeador es la frustración. Primero se convierte en miedo, luego en odio y luego no se siente nada. Cuando eso pasa, estás listo para pelear.

Yo me sentía listo Estaba agarrando aire el día que conocí a Mayilse. Era una rama de canela, esbelta y morena. Llevaba una bolsa de mercado en cada mano. Le ofrecí ayuda y me dijo algo indignada que ella sola podía. Tenía el cabello mojado y usaba una camiseta blanca apretada. Debajo se notaban unos pezoncitos duros y negros como ciruelas.

–Hola, soy boxeador –no encontré nada mejor que decir.

Tenía el labio partido, la nariz hinchada y en cada ojo un delta rojo de bazos reventados.

–¿Boxeador?

–Sí –dije lanzando una zurda al aire.

Se rió. Nunca antes había hecho reír a nadie. Menos a una criatura como aquella.

–Con razón.

–Y eso que no viste cómo quedó el otro.

Volvió a reír.

Me costó sacarle el nombre. Siempre había odiado perseguir a los demás y buscar la pelea. Con ella era distinto. Yo intentaba boxear, pero ella podía noquearme facilito.

–Mayilse es con s, boxeador. No con c –dijo finalmente.

Por supuesto, mi padre no vio con buenos ojos que me empepara con Mayilse.

–Una mujer no te va –me aconsejó–. Tarde o temprano te va a hacer colgar los guantes.

Pero, como buen boxeador, fui testarudo.

Nos casamos en enero, el mes más frío. También fue cuando se le empezó a notar la barriga. En mayo nació Edwin, mi único hijo. Le puse así por el Inca Valero, quien años después mataría a su mujer y se ahorcaría en su celda. Nunca le conté la historia. Supongo que para que no sintiera el peso de llevar el nombre de un tipo tan atormentado que para colmo era boxeador. La fiesta la hicimos en casa de una tía de Mayilse. La vieja tenía una lora que se llamaba Comala a la que le gustaba cantar el coro de un bolero. Mi padre se entregó al ron desde temprano y se puso insoportable. Se había empeñado en narrarle a todo el mundo mi gran derrota. Luego le dio por hablar de su pasado glorioso que se vio interrumpido por mi nacimiento. Cuando ya nadie quiso escucharlo, se sentó junto a la jaula de Comala y se puso a darle de comer pedacitos de pan mojados en ron. La lora alcanzó a comerse doce antes de caer patas arriba entonando el bolero por última vez. A veces las fiestas terminan así de mal. Los berridos de la tía por la muerte de su lora y las barbaridades que salían de la boca de mi padre despoblaron la casa. Cuando oficialmente acabó la fiesta, me encargué de él. Traté de sacarlo por las buenas pero no quería que lo tocara. Entonces algo pasó. Algo en mí que sólo puedo justificar por la simple y llana razón de que me cansé de escuchar que mamá y yo teníamos la culpa de todo y que yo para él no era más que una decepción. No recuerdo qué pensaba cuando le di en la sien con el puño muy cerrado. Se desplomó de inmediato. Mayilse se metió y no dejó que lo levantara. Entre Macario y ella lo llevaron fuera.

Mi madre luego me dijo que esa misma noche mi padre pasó por la casa, sacó algunas cosas del clóset y se fue sin despedirse. Yo no sabía qué sentir.

No creo que tenga que ver con eso, pero desde entonces empecé a acumular victorias. Me hice profesional haciendo peleas de exhibición y entrenándome hasta la muerte. El resultado fue que no dejé a nadie de pie y entré en una racha de triunfos por la vía rápida. Depuré mi estilo y dejé que mis combates duraran más tiempo. Me convertí en un pugilista de fondo. Mi madre y yo alquilamos un apartamento en Coche y nos mudamos con Mayilse y Edwin. Macario se dedicó única y exclusivamente a ser mi mánager. Nos iba bien, aunque nos podía ir mejor. Mi nombre aparecía como favorito en las apuestas. El boxeo es el único deporte en el que todos se pudren en billete menos el boxeador.

El boxeo es extraño.

El primero que me eché al pico como profesional fue a un catire apestoso de un país impronunciable. Kakakistán no sé cuánto. Hice que me persiguiera durante los dos primeros rounds. En el tercero lo trabajé con jabs y clinchs. En el cuarto, cuando quería fajarse conmigo, lo hice polvo con un upper de zurda. Cuando cayó al suelo, como un edificio dinamitado, seguía lanzando golpes al aire. Aquella victoria impresionó a los de la federación y empezaron a lloverme compromisos. Acribillé a cuanto pelele me pusieron en frente. Al colombiano Jairo “Parce” Delgado lo noqueé en el octavo. Al guanaco Giovanni Antonio “Cangrejo” Tirado lo noqueé en el séptimo. Al salvadoreño Fernando “El Petardo” Montiel lo noqueé en el noveno. Al chicano Cisco “Kid” Morales, el hijo de perra más tramposo con el que luché, lo vencí por puntos y con la nariz rota. El japonés Jumpei “Batousai” Takeshi me aburrió y lo tumbé en el segundo. Al hondureño Rigoberto “Niño Lindo” Mejía Mejía en el onceavo. Al senegalés Pap “Vaca Loca” Diouf en el sexto. Al cubano Vladimir “Rabo de Nube” Godoy en el décimo. La prensa comenzó a llamarme El Torero de Petare porque me gustaba huir de los oponentes en los primeros rounds y luego finiquitarlos con dos o tres toques. Desde las gradas, mientras yo hacía que me persiguieran por el cuadrilátero, la gente empezó a gritar ole.

Viajé a todas partes, pero el ring es igual donde sea que uno vaya.

Conseguí el cinturón ante el chileno Álvaro “Bam Bam” Henríquez en el Luna Park de Buenos Aires. Lo fui matando durante ocho rounds hasta que lo arrojé contra las cuerdas a mitad del noveno y perdió el conocimiento.

Como era de esperarse, me salieron retadores. El primero no llevó vida. Era un tal Wilmer Nuño, un muchacho de Apure que se hacía llamar El Nuevo Terror del Llano. La leyenda decía que había aprendido a pelear golpeando reses muertas en el matadero de su tío. Yo no creía en cuentos y quería dejar las cosas claras. No pasó del quinto asalto.

sección de deportes. Cuando no me daba cuenta, ya se había ido. Se puede decir que en la casa lo veía un poco más. Nos gritaba a mi madre y a mí por cualquier cosa. Vivía amargado y rabioso, lo que no está mal salvo cuando le daba por pagarla con nosotros. Era normal que partiera platos o vasos o lo que fuera. En los peores días se afincaba especialmente en mí. Me detallaba la gran desilusión que resulté ser o cómo arruiné su vida. Yo trataba de dejar los problemas en casa y no llevarlos al gimnasio. Terminé llevándolos a otro sitio: en el liceo le partí la cara a un par de compañeros que osaron burlarse de mí. Quería imponer respeto en el ring y en la vida. Se me fue de las manos y me expulsaron. Cuando mi padre se enteró, me zarandeó en el patio para bajarme los humos. Los vecinos vieron todo, pero ninguno dijo nada. A la mañana siguiente salí a trotar sin necesidad de que él me despertara. Mientras toda la ciudad dormía, yo estaba trotando cuesta abajo con una sensación que no puedo describir. En el fondo, pensaba que aquello fortalecía mi espíritu. Era como un peregrino. La adolescencia ya había hecho estragos. No crecí mucho, pero subí un poco de peso. Las venas y los músculos se me empezaron a notar. El abdomen se me puso duro y rayado como una batea. Más o menos por esa época Macario me inscribió en un torneo relámpago para jóvenes amateurs. El campeón ganaba equipos nuevos para su gimnasio. Los combates se disputaban a tres rounds de dos minutos. En la final me tocó bailar con la más fea, un quinceañero de La Vega que parecía un matón. El último round estuvo reñido y dos jueces me dieron la victoria a mí. Después fui a otros torneos. En todos gané medallas, trofeos, cinturones. Cosas de niño. Los apilé en la repisa del cuarto y mi madre los limpiaba todos los fines de semana, contando cuántos había ganado por knock out. Macario también sacó sus cuentas.

–Me vas a hacer rico –me dijo el día que cumplí dieciocho.

Yo llevaba horas golpeando la pera como demente y supuraba adrenalina. Tenía la cara llena de espinillas y mi sudor olía cada vez peor. Macario había apostado por mí en el Polideportivo de Cúa.

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Un año después tuve la oportunidad de retar a Li en una revancha por el título. Irónicamente, la Federación pautó el asunto en el mismo escenario de mi tragedia. Los venezo-lanos tendrían una segunda oportunidad para verme caer abatido ante un extranjero en el Máximo Viloria de Barqui-simeto. Muchos habían dejado de creer en mí, pero eso no justificaba que la prensa me enterrara antes de muerto. En un periódico habían sacado una caricatura de un tigre con la panza llena y a su lado un esqueleto amontonado con un sombrerito de torero en el tope.

El boxeo es un deporte duro y solitario. Nunca me he sentido tan solo como en el cuadrilátero. Lo peor son los segundos previos a la pelea. Todo se resume en cómo manejas el miedo. Por lo regular me funciona plantar los pies, subir la guardia, morder fuerte el protector bucal y decirme cosas como que no te tiemble el pulso, campeón. El mundo no es sitio seguro cuando te pones los guantes. Eres el mejor, indiscutiblemente el mejor.

Li subió al cuadrilátero usando el cinturón. Era su manera de restregármelo en las narices. Cada boxeador hace su campaña de mortificación. El boxeo tiene más ciencia que repartir puños. Hay que saber intimidar. Hay que saber sacar de sus casillas al tipo que te quiere dar golpes hasta matarte. Cuando yo subí, alguien gritó date por muerto, Torero. Pero soy demasiado listo como para reparar en palabras.

El réferi hizo las presentaciones.

Hubo un momento de silencio. Una pausa muy breve y cristalina como cuando alguien toma aire antes de sumer

-

girse bajo el agua.

Sonó la campana.

Recuperarme no fue fácil. Tuve una jaqueca infernal que no me abandonó en una semana. Estuve a punto de perder el sentido del olfato. Pero meses después, un día que Mayilse hizo un hervido de gallina y lo pude oler, encontré algo de consuelo en el fondo del pantano. Por lo demás, me sentía como un montón de basura bajo el sol. La prensa me había aplastado. Fui la gran vergüenza propia y ajena. Me deprimí tanto que no quise salir del aparta-mento. Me abandoné y perdí condiciones. Me sentía obsoleto. La verdad es que mi vida fuera del ring no era ningún carrusel. Las batallas más duras las libré en casa. Tenía cuentas por pagar apiladas en una gaveta. Tenía problemas en los riñones. Tenía pesadillas en las que subía a un cuadrilátero y cuando sonaba la campana me daba cuenta de que no tenía brazos. Tenía un hijo que estaba creciendo y al que no sabía cómo tratar. Yo no pretendía seguir la ruta de mi padre y ponerme bruto, así que cuando me sacaba de quicio, me encerraba en el cuarto a ver tele. Mayilse sufría. No quería que desarrollara temor por mi propio hijo. Tampoco quería que me convirtiera en un parásito. Y a pesar de que no estaba particularmente contenta por vivir con un hombre que en el mejor de los casos podía parar en loco gracias a lo que hacía, me hizo despabilar. Nadie me había dado tanta pelea. Si no hubiera sido por ellos, por su confianza en mí, quizás no me habría levantado para terminar mi último combate. Telefoneé a Macario y le dije que quería recuperar el cinturón.

Volví al José Félix Ribas y al Atlas. Entrené como en los viejos tiempos. Retomé las desquiciadas jornadas de trote. Era aún muy temprano cuando me posaba en lo más alto del cerro, con las manos vendadas y un suéter con capucha. El sol seguía enconchado detrás de las nubes cuando me quedaba viendo todo allá abajo, tan pequeño que parecía un hormiguero en el fondo de un valle. En esos momentos, desde la cima de mi mundo, me enfren-taba mentalmente contra un Yiyun Li imaginario. En mi cabeza ocurría un duelo eterno que a veces ganaba y a veces perdía. Si no estaba en eso, estaba frente a una pared, en combate contra mi propia sombra. Macario decía que era lo mejor. Nada como pelearse contra uno mismo. El peor adversario eres tú, y por eso, también el mejor para entrenar. Me gustaba proyectar lo más oscuro de mi propio yo, concentrar todas mis frustraciones en una sombra más grande que yo. Me gustaba tenerle pánico y hacerle frente. Me gustaba lanzarle combinaciones y exhalar como un maniático. Me gustaba imaginar que el rostro de mi padre era el de mi sombra en la pared.

Me quité la bata, roja y amarilla como la había pedido especial-mente para la ocasión. El réferi nos presentó. Nos convocó en el centro del ring y gritó las reglas mientras El Tigre y yo nos veíamos con todo el odio posible entre dos desconocidos.

Ese chino de mierda era una bestia. Me reventó a palos en el primer round. Su técnica parecía más muay thai que boxeo. Lo de bailarlo y torearlo no dio resultado. Era veloz y tenía alcance. Lanzaba sin problemas con las dos manos y cambiaba su guardia a cada rato para confundirme. Su técnica era impecable y sus golpes devastadores. Sabía lo que hacía. Se notaba que había estudiado mis puntos débiles. No dejó que yo hiciera la pelea. La hizo él como quiso. Me acorraló en una esquina neutral y me dio lo que se llama una clínica de guasasa. No pasé de la mitad del segundo. Todavía escuchaba a algunos gritar por mí cuando caí al piso. Fue como en cámara lenta. Mi cabeza se sacudió en un espasmo. Entorné los ojos hacia arriba y por un instante todo se paralizó. Vi la luz de los reflectores dividida en cuatro haces idénticos como una cruz en llamas. Vi que el techo se movía y aparecía un trozo de grada repleta de gente que se agitaba. Luego vi las cuerdas del ring. Luego vi que se acercaba el piso. Comprendí que quien se movía era yo y no el resto de las cosas. Sentí que mi cuerpo rebotaba sobre la lona y cerré los ojos. Desperté camino a los vestidores. Macario y Mayilse lloraban desconsolados. Un médico chasqueaba los dedos, me abría los párpados y me alumbraba con una linternita.

El segundo me costó menos. Se llamaba Camilo Ernesto “La Faca” Fuentes, la ilusión boliviana. Era un indio mudo con supuesto toque y garra. Una vez mi padre me dijo que campeón es aquel que se levanta cuando en realidad no puede. La Faca no lo era. Peleamos en La Paz, con todos esos metros sobre el nivel del mar a cuestas. Pan comido. En la tercera vuelta lo resolví con un crochet caza bobos. No se quiso levantar y se dejó hacer la cuenta completa.Un año después perdí el cinturón.

Mi verdugo fue Yiyun “El Tigre de Fuego” Li, un malayo que venía de ser peso pluma y que había medio asesinado a todos sus oponentes. Macario tenía sus dudas, pero yo estaba dispuesto a aceptar el reto. La federación pautó la pelea para marzo en el Coliseo Máximo Viloria de Barquisi-meto. El Tigre vino a Venezuela meses antes para entrenar y aclimatarse. Salía reseñado en los periódicos como una amenaza para el pugilismo venezolano. Algunos hablaban de mi carrera como un cúmulo de favorables casualidades y derrotas fáciles. Hablaban de mi condición, del desgaste, de lo poco vistosas que habían sido mis últimas peleas. Pero de lo que más hablaban era de mi edad. En febrero había cumplido los treinta pero parecía de cuarenta y nueve. Eso es lo que hace el boxeo.

Me contaron que Li subió al ring embutido en una bata con cola y orejas de tigre, seguido por un séquito de chinos gordos y rapados como en las películas de acción. Por los parlantes hicieron sonar “Salsa caliente del Japón”, de la Orquesta de la Luz, a falta de un mejor fondo musical. Yo subí despacio, dándome bomba.

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Macario subió al cuadrilátero y me cargó en sus hombros. Algunos periodistas se apiñaron para hacerme preguntas y tomarme fotos. Todos me felicitaban. Me decían campeón esto, campeón lo otro. Lo que yo más quería en ese momento era colgarme el cinturón, meterme en una bañera de agua helada, comerme un bistec con papas horneadas, beberme una malta y dormir durante días. Imaginaba eso cuando vi a mi padre entre el público de las últimas filas. Estaba sentado con las piernas cruzadas y el periódico en las manos. Su expresión era serena. Estaba tan viejo que me hizo pensar en el futuro que me esperaba. Eventualmente todo pasa, nada queda, como él mismo solía decir. Por ahora había vencido, pero no tardaría en comenzar a recolectar derrotas. Luego me pasaría lo que nos pasa a todos. Uno más joven y en mejores condiciones te arrebata todo por lo que trabajaste como un burro. En el boxeo la edad siempre se impone. Será difícil cederle el paso a otro, pensé. Hay que pelear hasta el hueso. Morir en la arena. Para alguien como yo es mejor quemarse que consumirse lentamente. Eso también lo decía mi padre, quien desde la última fila se levantaba y me decía adiós con la mano.

Esa fue la última vez que lo vi. Cuando se perdió entre la multitud que salía, sentí que mi vida empezaba otra vez. Quería resetear mi memoria. Quería dejar de pensar en todo lo que mi padre nunca me enseñó. No ocurrió exacta-mente de esa forma, pero me gusta creer que sí. Que borré las cosas malas de mi mente. Que compartí la alegría de quienes me rodeaban. Que ni dentro ni fuera de mí había dolor y que recordé a mi padre como quien recuerda a un hombre bueno y cariñoso que había muerto hace mucho tiempo. Lo que quería era poder decirle gracias. Gracias por desaparecer, padre. Gracias por decirme adiós con la mano y borrarte del mapa para siempre. Muchas, muchas gracias. Entonces, aunque no tenía verdaderas ganas de hacerlo, alcé los brazos en señal de victoria.

Sanare, 2010

Fue como en Rocky. Fue más o menos así. Cuando sonó la campana del último capítulo del resto de mi vida, todos me daban por vencido. Me levanté del banco lentamente. Tenía dolores por todas partes. Sentía el costillar como si me lo hubieran taladrado. Me ardían los ojos, la nariz y la boca. El oído izquierdo me pitaba. La cabeza me estaba matando. Pero era el asalto final y yo ya no tenía nada que perder. Intercambiamos algunos golpes suaves. Él se sabía ganador y estaba esperando que terminara de correr el tiempo. Creía que yo me había quedado sin combus-tible. Tan equivocado no estaba, pero igual lo fui preparando de a poquito, moviéndome de un lado a otro. Los dos estábamos muertos de cansancio, aunque yo tenía más voluntad y más experiencia. Adelanté dos pasos imprimiendo velocidad a mi juego de pies y lo arrinconé en su propia esquina. Amagué con la derecha y me abrazó afincándome todo el peso de su cuerpo. El réferi me lo quitó de encima y reanudamos el combate. Estaba justo donde lo quería. Saqué fuerzas de algún músculo secreto que algunos llaman corazón. Lo bombardeé sin contem-placiones. Se cubrió con las dos manos como si cinco tipos más me estuvieran ayudando a lincharlo. Mis golpes fueron encontrando espacio. Se abrió un hueco en su guardia. Asomó un costado de la cara. Conecté con la derecha. Un golpe neto, hermoso. Lo sentí en los nudillos. La mandíbula le hizo crac. Su cuello se torció. Escupió el protector bucal mientras caía. No se movió nunca jamás. Escuché a Macario gritar desde la esquina. Luego el clamor del público. El réferi ni siquiera terminó el conteo. Dio todo por terminado agitando los brazos. El malayo estaba en Orión, boqueando con la cara aplastada sobre la lona. Los paramédicos corrieron a atenderlo. Se dispara-ron los flashes de las cámaras. Los abucheos no tardaron en mezclarse con los aplausos. No me quedaba casi aire en los pulmones, pero me sentía bien. El dulce sabor de la victoria. La miel del león, como decía mi padre.

Aguanté como pude. En el primero y en el segundo bailamos por todo el ring sin golpear demasiado. Había prudencia por ambas partes. Nos dimos tiempo y distancia para estudiar-nos. El público se impacientaba. Todos querían una masacre. En el tercero quiso mostrarme su superioridad, pero yo estaba atento y lo toreé a mi mejor estilo. En el cuarto, encajé un par de derechazos cruzados sin mucha efectividad. El Tigre era duro como un buda de bronce.

En el quinto ya me estaba moliendo.

El clima se puso más tenso. Tenía el tabique resentido y veía borroso por el ojo izquierdo. En el sexto esquivé su derecha por milímetros y corrí para salvarme. En el remate del séptimo puse una rodilla en el suelo y me agarré de las cuerdas con el antebrazo. El conteo llegó a seis y me salvó la campana.

Fui a mi esquina completamente aturdido respirando con la boca abierta. Yiyun Li se veía fresquito. Lucía como si sólo hubiera salido a recoger el periódico un domingo en la mañana. Macario quería detener aquella carnicería. Me pidió que no me levantara. Me dijo que iba a hablar con el réferi. Me pidió que pensara en mi familia. Que si ya que no pensaba en mí, que al menos pensara en ellos.

–Yo tuve suerte –dijo–. Sólo perdí este ojo.

Pero yo ya no quería escucharlo. Le rogué que no arrojara la toalla, pasara lo que pasara.

En el octavo volví a comer piso. Fue un golpe ilegal con el codo, pero ya el daño estaba hecho. Me dieron un minuto de piedad para atenderme el párpado y penalizaron a Li con dos puntos que ni falta le hacían.

En el noveno recibí castigo. En el décimo también. Li no quería complicar más las cosas y buscaba enviarme a casa de una vez por todas.

Pero yo era más difícil de lo que esperaba.

No sé cómo llegué al onceavo. Estaba desorientado y los brazos me pesaban. El Tigre me había estado trabajando el dorso para sacarme el aire, pero uno se entrena para este tipo de cosas. Estaba dispuesto a quedarme en el pellejo. Lo que hice fue cubrirme durante los tres minutos de aquel lamentable episodio.

hace mucho tiempo. Lo que quería era poder decirle gracias. Gracias por desaparecer, padre. Gracias por decirme adiós con la mano y borrarte del mapa para siempre. Muchas, muchas gracias.

Entonces, aunque no tenía verdaderas ganas de hacerlo, alcé los brazos en señal de victoria.

Sanare, 2010

Fue como en Rocky. Fue más o menos así. Cuando sonó la campana del último capítulo del resto de mi vida, todos me daban por vencido. Me levanté del banco lentamente.

Aguanté como pude. En el primero y en el segundo bailamos por todo el ring sin golpear demasiado. Había prudencia por ambas partes. Nos dimos tiempo y distancia para estudiar-

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Es víspera de algún Mundial de Fútbol futuro, jugado en alguna sede seguramente impropia –mala costumbre desde Qatar-, se reúnen varios escritores de antes, de ahora y de siempre. Sus opiniones con respecto al juego son diversas, y eso es lo interesante: que a unos les gusta y a otros les disgusta, pero ninguno se queda callado y cada uno expone sus posturas con toda la gracia de su genio. A fin de cuentas son maestros de la palabra y saben usarla bastante bien.

Jaime Bayly, uno de los más jóvenes, es quizás el más emocionado. “El Mundial es el Mundial, uno vive para llegar vivo al próximo Mundial, la vida se compone de los mundiales que pudiste ver y de los que ya no podrás ver. Todos los esfuerzos que hago por mantenerme vivo están animados por esa ilusión absurda: la de ver por televisión el Mundial de Fútbol”, dice. Ve algunos gestos de desaprobación, y se explaya, provocador: “El Mundial es una fiesta para los individuos pusilánimes que nos negamos a crecer, un viaje al pasado, un reencuentro con el niño que fuimos y que se despierta cuando miramos a unos atletas espléndidos persiguiendo una pelota”, agrega. Kipling, el desprecio marcado en el rostro, los califica en voz intencionada-mente alta: “almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Eduardo Galeano, el antiim-perialismo siempre por delante, acusa recibo del golpe del británico y enseña las venas abiertas de su orgullo: “La mayoría de los escritores de América Latina somos futbolistas frustrados", responde, y Bayly, que se s ien te comprend ido y apoyado,

Por Rafael Rangel

LA SITUACIÓN ES HIPOTÉTICA,

PERO TODAS LAS FRASES SON

REALES, SE CORRESPONDEN A LAS

OPINIONES QUE, YA EN LIBROS, YA

EN CRÓNICAS, YA EN ENSAYOS O

ENTREVISTAS, VERTIERON SUS

AUTORES, TODOS ESCRITORES DE

PRESTIGIO, CON RESPECTO AL

FÚTBOL, Y QUE PARA EXPONERLAS

DE MODO MÁS AMENO HEMOS

CONVERTIDO EN FICTICIA –PERO

VERAZ– TERTULIA.

ESCRITORES, LETRAS Y FÚTBOL

exclama: “¡es que hubiéramos dado todo por ser uno de ellos! Cuando juegan, nosotros jugamos también, ellos son lo que nosotros no pudimos ser, por eso los acompañamos en sus briosas acometidas”. Entonces, Fernando Savater espeta contundente: “jugar al fútbol es un ejercicio grotesco y plebeyo”.

Bayly y Galeano dirigen la mirada a Cortázar, que es argentino y por eso, piensan, los apoyará. Julio, que sabe que tiene que decir algo, habla con campechana sinceridad: “Detesto el fútbol así como me gusta el boxeo”, e inmediatamente hace un matiz dada la decepción de sus dos colegas: “Bueno, no es que deteste el fútbol, pero me es totalmente indiferente, tan indiferente como el rugby o el béisbol”, profundiza. No mejora el enfermo y por eso se justifica: “Me gustan los deportes donde se enfrentan dos individuos, como sucede en el tenis o en el boxeo”. Entonces salta Sartre, que no puede escuchar la palabra individuo –mucho menos individualismo- porque inmediata-mente tiene que decir algo, y diserta en voz alta: “En el fútbol todo se complica por la presencia del adversario…el fútbol es una metáfora de la vida”. Y Umberto Eco, que detesta que se mezcle la filosofía con cualquier cosa, es ferozmente contundente: “Desde siempre, el fútbol ha estado asociado para mí a la ausencia de fines y a la vanidad del todo, al hecho de que el Ser no puede ser (o no ser) más que un agujero. Quizás por eso (creo que único entre los vivientes) he asociado siempre al juego de fútbol con filosofías negativas”.

Después de tal alegato, Albert Camus decide sorprender a todos poniéndose a la lado de Sartre y lo secunda contando las lecciones que recibió en la portería cuando era arquero de Argelia: “aprendí que la pelota nunca viene por donde uno quiere que venga, eso me ayudó mucho en la vida”, dice, y como ve cierta incredulidad en el rostro de algunos, se afinca: “luego de muchos años, lo que finalmente sé con más seguridad sobre la moral y las obligaciones de los hombres, es al deporte a lo que se lo debo”. Le pasa el testigo al lolito Nabokov, también portero en sus años mozos. Ruso a fin de cuentas, más que filosofar sobre su experiencia se pone a narrarla, nostálgico: “Yo fui un portero excéntrico, pero bastante espectacular, en mis tiempos en la Universi-dad de Cambridge”, arranca, “tuve mis días brillantes, de grandes estímulos. El agradable olor del pasto, el famoso delantero de la liga universitaria que, driblando, se acercaba cada vez más a mí, la nueva pelota leonada sobre sus dedos centelleantes, luego, el disparo quemante, el afortunado salvamento, el estremecimiento prolongado que producía. Pero hubo otros días más memorables, más esotéricos, bajo cielos deprimentes, con el área de gol convertida en una masa de lodo negro, la pelota tan grasosa como un budín de ciruelas”.

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Antonio Lobo Antunes, que estaba fumando y escuchando todo en silencio, dice que sí, que es una pasión, pero que él ya la perdió: “Creo que ha dejado de gustarme el fútbol porque ya no hay jugadores que me hagan feliz. Ahora, como dicen los entrenadores, todo es cuestión de profesionalismo, trabajo y paciencia, se acabaron la improvisación, la fantasía, lo inesperado, se acabó mi equipo…El fútbol ha perdido el humor, la poesía el placer”, argumenta. “El sentido común, en el deporte, me interesa un pimiento: sólo me interesa que me dejen con la boca abierta, que me apasionen, que deliren”, continúa en franco monólogo. “Pero, ¿cómo, si ahora el héroe es un técnico? Pero ¿cómo, si las virtudes son el trabajo y la paciencia?...¿Y los términos? ‘Líneas de pase’, ‘presión alta’, ‘armas equipo’. La improvisación truncada, las jugadas de laboratorio. Voy a un estadio a perder la cabeza, no a mirar por el microsco-pio. Y, por tanto, ha dejado de gustarme el fútbol: no me hace feliz”, finaliza, contundente, su soliloquio, y vuelve nuevamente a recluirse en su exilio de nicotina.

El televisor se enciende. La ceremonia inaugu-ral aparece en pantalla con la fastuosidad, ostentación e imponencia que la caracterizan. “Lloremos por nuestros hijos, nacidos bajo la sombra de los estadios, prostíbulos de la gloria”, se lamenta Álvaro Mutis. Una toma impresionante de la multitud que atesta el gigantesco estadio sobrecoge a todos, y lo comentan en voz alta. Borges escucha, no se deja deslumbrar y suelta con altivez: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Luego se para y se va. Le siguen los que detestan el fútbol. “El mundo se divide entre los que no tienen interés en el Mundial y los que no estamos dispuestos a perdernos ningún partido”, le dice Bayly a Galeano. “Si hay alguna forma de vida después de la muerte, espero que sea posible seguir viendo los mundiales por televisión, de otro modo será el infierno”, cierra.

Para evitar que se encadene, Galeano rompe la adornada atmósfera con un chiste: “¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes, y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”. Algunos se ríen con ganas, otros por compromiso, pero todos agradeci-dos de que alguien haya cortado a Nabokov.Sin embargo, Alejandro Jorodowsky, que por andar haciendo mil cosas siempre se confunde, entiende el chiste como una pregunta y se apresta a responderla: “Creo poder explicarlo: el ser humano, al mismo tiempo que es atraído por impulsos cavernarios, también es objeto de una fascinación por lo sagrado. Y el fútbol reúne estos dos aspectos. Fue creado por una sociedad esotérica inglesa, aplicando en su esquema principios de la alta magia. Se juega sobre un rectángulo verde, siendo el verde el color que simboliza la eternidad. El doble cuadrado es un signo iniciático donde se inscribe la sección aurea o divina, tan usada por pintores como Leonardo da Vinci. Las cartas del Tarot de Marsella son rectán-gulos. Los lenguajes sagrados, como el hebreo o el sánscrito tienen 22 letras principales. Los jugadores de un partido de fútbol son 22, tantos como los 22 arcanos mayores del Tarot o los 22 polígonos regula-res. En el centro de la cancha hay un círculo con un punto en el medio: símbolo del oro, en la alquimia, o del sol o del Dios esotérico…”

Vargas Llosa, que es realista y se fastidia horrores con lo esotérico -y además no soporta que alguien pontifique delante de él-, lo interrumpe con desdén y se pone a conferenciar sobre fútbol y sociedad: “los grandes partidos sirven sobre todo, como los circos romanos, de pretexto y desahogo de lo irracional, de regresión del individuo a la condición de parte de la tribu, de pieza gregaria, en la que, amparado en el anonimato cálido e impersonal de la tribuna, da rienda suelta a sus instintos agresivos de rechazo del otro, de conquista y aniquilación simbólica (y a veces real) del adversario. Las famosas ‘barras bravas’ de ciertos clubes y los estragos que han provocado con sus entreveros homicidas, incendios de tribunas

y decenas de víctimas muestra cómo en muchos casos no es la práctica de un deporte lo que imanta a tantos hinchas –casi siempre varones aunque cada vez haya más mujeres que frecuenten los estadios– a las canchas, sino un espectáculo que desencadena en el individuo instintos y pulsiones irracionales que le permiten renunciar a su condición civilizada y conducirse, a lo largo de un partido, como miembro de la horda primitiva”. “Se comportan –lo apoya Umberto Eco, con la bilis concen-trada contra los fanáticos- exactamente como cuadrillas de maníacos sexuales que fueran, no una vez en la vida sino todos los domingos, a Ámsterdam para ver cómo una pareja hace, o finge hacer, el amor”. Y Savater les da la estocada: “son una piara de lunáticos maleducados…chacales con estandarte”.

Carlos Monsivais es más indulgente, y recuerda aquel juego de México 86 al que fue. Mira al horizonte, como en trance, y recita las mismas palabras con las que en esa oportunidad describió a el ambiente de la grada: “Fundidos en una sola voluntad, los fanáticos (que, por serlo, resultan patriotas) apoyan al equipo con trofeos de la garganta, ademanes nerviosos, monólogos de intensi-dad variable, chifilidos, olas, porras, órdenes fulminantes (“¡Mete gol, pendejo!”). Cada espectador –que, por serlo, es un experto- prodiga y niega reconocimiento, se queja del nivel del juego y lo juzga maravilloso, levanta en señal de triunfo el pulgar y le mienta la madre al infinito. En los segundos muertos adoctrina partidistamente a su vecino, a su compadre, a su mujer, a sus hijos, a la multitud: “¡Te lo dije! ¡Vamos ganando! ¡Ya la hicimos!”. Todo en plural, la Selección Nacional es México y nosotros somos la Selección, y México –por interme-dio de un equipo- vuelve a ser nuestro”.

Borges se ríe entonces pensando en que alguna vez Monsivais tuvo que pisar un estadio. Viene a su memoria aquel 2 de junio de 1978, cuando el Mundial se realizaba en Argentina y él, Jorge, en supremo gesto de desprecio, decidió dar una conferencia sobre la inmortali-dad a la misma hora en la que la albiceleste debutaba. Mira a Kippling, y suelta uno de sus clásicos misiles: “Qué raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol. El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”. Todos le ríen la frase, incluso los más futbole-ros, a fin de cuentas Borges es Borges.

Una mariposa atraviesa la estancia. Milan Kundera la sigue hipnotizado y habla: “Tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo”, dice con insoportable levedad.“El fútbol es un pensamiento que se juega, y más con la cabeza que con los pies”, prosigue. Cabrera Infante, que se fastidió con el cuento de la mariposa, lo corta sin pensarlo: “Ese juego nefasto incita a la violencia porque es violento en sí mismo: se juega con los pies, y pocos movimientos hay tan feroces como el que supone dar una patada”, dice. Oscar Wilde hace una salvedad: “El fútbol es un juego de caballeros jugado por bárbaros”. Y Roberto Fontarrosa, ceño fruncido, inconforme con ambos, aclara: “Creo que si no se entiende que esto es una pasión, y las pasiones son bastante inexplicables, no se entiende nada de lo que pasa en el fútbol”.

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LUMIERE

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Por Alberto Castro

EL HINCHA (1951)

“Primero son los colores del club, después los macaneos amorosos”, así razona El Ñato, protagonista de este film, un trabajador mecánico ya entrado en años y fanático irredento del fútbol, cuya vida tiene sentido sólo para alentar al club de sus amores, muy por encima, incluso, del cariño que siente por su eterna novia. Cuando el equipo pasa por horas bajas y se encuentra a punto de descender, El Ñato cree encontrar en su cuñado, un joven y talentoso jugador de las categorías inferiores, la solución a todos los problemas de su equipo. Sin embargo, en el camino se topará, para desilusión suya, con un deporte manejado netamente con fines comerciales donde abundan la corrupción y los intereses non sanctos. No obstante, más podrán su pasión y el amor a la camiseta. Un irónico monólogo sobre el fútbol, el hincha y la vida cierra este film, probablemente el primero que se hizo de fútbol en Argentina, y el último donde actuó Enrique Santos Discépolo, reconocido actor porteño y autor de varios y famosos tangos.

ROCKY

Uno de los fenómenos cinematográficos más interesantes de la historia. Un film grabado en 28 días y con un modesto presupuesto de $1,1 millones, que recaudó luego $117 millones, ganó 3 premios Oscar –Mejor Película incluido-, popularizó los 72 escalo-nes frontales del Museo de Arte de Filadelfia, convirtió a “Gonna Fly Now” en el himno a la superación por excelencia, tuvo cinco secuelas (Rocky II, Rocky III, Rocky IV, Rocky V y Rocky Balboa) en un período de 30 años y es sin duda uno de los clásicos del cine. Todo, a partir de una historia más bien sencilla: la de Robert “Rocky” Balboa, un joven ítalo-americano de clase baja que trabaja para un prestamista delincuente, a quien su padre convence de que que a falta de cerebro es mejor que aproveche su cuerpo, y que, siendo un boxeador de baja categoría, llega a disputarle el título al campeón de los pesos pesados. Una película motivadora, parábola deportiva del sueño americano, canto a la disciplina, elogio a la voluntad y al sacrificio, ejemplo de cómo entrenando duro, trabajando diariamente y no cejando nunca todo se puede alcanzar.

EL ORGULLO DE LOS YANKEES

Una de las historias más tristes del mundo del deporte llevada al cine. El biopic de un hombre ejemplar con quien la vida se cebó cruelmente: atleta disciplinado –jugó consecutivamente 2130 partidos de béisbol seguidos-, deportista talentoso –posteriormente considerado el mejor primera base de la historia-, hijo cariñoso, esposo modelo y hombre sencillo, a quien una rara enfermedad degenerativa consumió rápida y dolorosamente antes de llegar a los cuarenta años. Se trata de Lou Gherig, cuya vida fue convertida en film apenas un año después de su muerte, en 1942, con Gary Cooper, la estrella del momento, y una veinteañera Teresa Wright como protagonistas; y las curiosas actuaciones de Babe Ruth, Bob Meusel, Mark Koenig y Bill Dickey, peloteros todos, interpretándose a sí mismos. Ganó una de las 11 nominaciones que tuvo a los premios Oscar. La película concluye con una frase, tomada del discurso con el que Gherig se despidió de sus fanáticos y del béisbol, que se encuentra en el puesto 38 de la lista de las 100 mejores citas del cine elaborada por el American Film Institute.

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KARATE KID

Para muchos Karate Kid no fue sino el intento John G. Avildsen de repetir la fórmula ganadora de Rocky, cambiando boxeo por karate y a un protagonista treintañero por uno joven. Cierto o falso, el logro en taquilla fue indiscutible y sus cuatro secuelas, así como el remake de 2010, lo atestiguan. Basada en el cuento El corazón de la tortuga, del Nobel de Literatura japonés Kenzaburo Oe, la película cuenta la historia de un niño que se muda a California, donde una pandilla de karatecas lo acosa por enamorarse de la exnovia del líder. Luego de recibir una paliza de parte de ellos, es ayudado por un vecino experto en artes marciales, Miyagi, entrañable personaje, autor de la archicono-cida frase “dar cera, pulir cera”, que lo alecciona en el karate desde su particular filosofía según la cual este arte marcial es por sobre todo una forma de afrontar los retos de la vida en la que la razón está por encima de la lucha. Para completar la lección, Miyagui, todo un sabio, lo inscribe en el campeonato de karate de la ciudad, con el previsible resultado esperado por todos. Otra oda a la disciplina y el valor de la constancia

NO ESTÁN TODAS LAS QUE SON, NI SON TODAS LAS QUE ESTÁN. SE TRATA DE UNA MUESTRA MINÚSCULA, ARBITRARIA E INCOMPLETA DE DIEZ PELÍCULAS DEPORTIVAS QUE TANTO LOS AMANTES DEL CINE COMO LOS DE LOS DEPORTE DEBEN VER POR LO MENOS UNA VEZ EN SU VIDA.

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I N VICTUS

Ahora que Mandela ha muerto no está de más revisar esta película, que no por reciente resulta prescindible. Basada en el libro Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game That Changed a Nation, del escritor británico John Carlin, se recrea uno de los capítulos más brillantes de la historia del deporte: cuando éste sirvió como bisagra de unión para una nación dividida por serios y enconados problemas de segregación racial. En la película se muestra cómo la Copa Mundial de Rugby de 1995, jugada en Sudáfrica, fue usada por el entonces presidente de esa nación, Nelson Mandela, para convocar el apoyo de la minoría blanca que habitaba en ese país, y de ese modo reducir las tensiones raciales que quizás hubiesen podido desembocar en una guerra civil. Con las extraordinarias actuaciones de Morgan Freeman y Matt Damon en los papeles de Nelson Mandela y Francois Pinar, capital de la Selección Nacional, este film constituye una interesante opción –y lección- para quienes se interesan por el deporte como fenómeno sociológico.

THE SANDLOT

A simple vista una película infantil. La historia de uno de esos entrañables, mágicos e inocentes veranos que todo niño debió haber vivido por lo menos una vez en su vida. Scotty Small, estudiante de quinto grado, llega a un nuevo vecindario en el que todos se burlan de él porque no sabe, si quiera, lanzar una pelota de béisbol. Todo cambia cuando Benjamín, el líder de la pandilla, le da un día la oportunidad de jugar con ellos. Para retribuir la confianza, Scotty, torpe y tímido, aprende a jugar hasta convertirse en uno más de la pandilla. Una vez parte del grupo, comienza una historia de aprendizaje, adaptación, mucho béisbol, aventuras inverosímiles, amistad a prueba de todo, primeros besos y amores, complicidad y camaradería; la historia de una de esas etapas irrepetibles de la vida, retratada de modo impecable en este film.

Película de corte biográfico, protagonizada por Will Smith, en la que se recorre la vida de uno de los deportistas contemporáneos más influyentes de los Estados Unidos, el boxeador Mohamed Alí. Campeón indiscuti-ble, hombre carismático, polemista contro-vertido, ídolo mediático y poseedor de una de las personalidades más complejas, interesantes y avasallantes de la historia del deporte, Caasius Clai, posteriormente converso al Islam y (re)bautizado como Mohamed Alí, fue referencia y figura de una toda una época. En este film, rodado en su mayoría en los escenarios originales por donde transcurrió la vida de Alí, se recorre su historia desde sus inicios hasta la mítica pelea contra George Foreman en 1974, conocida como “La pelea del siglo”. Allí, Smith ofrece una de las interpretaciones más logradas de su carrera. Una excelente manera de aproximarse a la historia de uno de los grandes deportistas del pasado siglo.

ALÍ

Para todo joven crecido en los noventas, Space Jam no es otra cosa que un clásico, uno de esos hitos grabados con tinta indele-ble en la memoria de quienes lo vieron. Protagonizada por Michael Jordan y por dos de los dibujos animados más famosos de Warner Bros, Bugs Bunny y el Pato Lucas, en ella se recrea un partido de basket en el que los Looney Tunes se juegan su futuro: si ganan permanecen en la tierra, si pierden se van a trabajar de esclavos a otra galaxia. Sus rivales, los Nerdlucks, cuentan con una gran ventaja: han tomado las cualidades de los cinco mejores jugadores activos de la NBA para ese entonces: Charles Barkley, Patrick Ewing,  Muggsy Bogues,  Larry Johnson  y Shawn Bradley; los Looney, por su parte, tienen un arma secreta: un gran exjugador de basket que se había retirado de ese deporte tras la muerte de su padre y buscaba probar suerte con el béisbol: Michael Jordan. Los más de $80 millones recaudados en Estados Unidos y los $230 millones recaudados en el resto del mundo dan cuenta de lo que significó esta película y el éxito que tuvo esa feliz mezcla de basket y dibujos animados.

SPACE JAM

Temporada de béisbol de 1961: un record querido y codiciado está en peligro. Dos peloteros de los Yankees de Nueva York tienen una campaña extraordinaria y todo apunta a que podrían terminar con 60 o más jonrones. La nación entera cruza los dedos para que ninguno lo alcance; las autorida-des de Grandes Ligas tratan de hacer lo posible e imposible por evitarlo; la prensa también pone de su parte incordiando e intrigando. Roger Maris y Mickey Mantle, tercer y cuarto bate de los Yankees, ambos amigos, protagonizan esta historia de lucha, en la que deben combatir contra sí mismos y entre ellos, y enfrentar, además, a todo un país, para poder ostentar el título de pelote-ro con más jonrones y destronar de la historia al que hasta ese momento era considerado el mejor de todos: Babe Ruth. Un film de HBO, dirigido por Billy Crystal, en el que se recrea con mucho acierto una de las más polémicas temporadas de la MLB.

A pesar de los calificativos de cursi o sensiblera -que algo de eso, en justicia, tiene-, de los elementos fantásticos que a muchos pueden desagradar y de la mejorable actuación de su protagonista, Kevin Costner, Campo de sueños es una de esas películas que hay que ver. Ray Kinsella, un granjero de Iowa, escucha un día una voz que le ordena construir un campo de béisbol. “Si lo construyes, ellos vendrán”, escucha y obedece. Construye el campo, se mete en aprietos económicos y familiares, pero no da tregua a su empeño. A medida que la voz le sigue hablando, él sigue obedeciendo, hasta que finalmente, una noche, su sueño se cumple, y aparecen en el diamante viejas glorias del béisbol de todos los tiempos, así como su padre fallecido. Una alegoría profundamente americana que bien entendida muestra al béisbol como un bálsamo para los problemas e injusticias de la vida, exalta la capacidad de soñar como una de las más importantes del hombre y anima a no perderla nunca.

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CAMPO DE SUEÑOS

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DIAB

LO PO

R VI

EJO

Por : Ezequiel Abdala

Yo quise estudiar periodismo porque desde chiquita me gustaba comunicar, los noticieros, escribir; y era algo que tenía muy claro desde niña. Nunca dudé de esa vocación. Mi primer trabajo fue como asistente de vestuario de una película que no sé si se llegó a proyectar, llamada La otra ilusión, de un cineasta que se llama Roque Zambrano. Luego, el primer trabajo propia-mente periodístico fue como pasante en Venpres, que era la agencia oficial de noticias. Después me fui a Radio Capital como reportera y productora, y a partir de 1990 como ancla junto con Marisabel Párraga y Eli Bravo en un programa que se llamaba Adan, Eva y la Culebra. Recuerdo que era un espacio muy irreverente, que tenía como fortaleza un horario estupendo (7:00 pm) y el contraste de los tres: Marisabel, optimista, seria y divertida; Eli, que no era reportero sino que llegaba a hacer las preguntas de quien no tiene el vicio de la calle; y yo, que era la reportera, la culebra.

EL RUGIDO DE LA LEONA

En El Universitario antes había un anunciador que era excelente y tenía muy claro su rol de informar al público. Él era el anunciador del estadio. No de un equipo, de El Universitario. Y no tomaba parcialidad ninguna. Un día el Caracas les estaba ganando por paliza a los Tiburones y le pregunté a Oscar Prieto: ‘¿Por qué no ruge el león si estamos ganando?’.

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PER IOD ISTA, LO CU TO RA, ESCRITO RA , FAN ÁTICA DEL BÉISBOL Y CARAQU ISTA SI N EM PACH O , MA R I M ON TES NOS DE SCUB RE, EN P R IM ERA D EL S INGUL AR, ALGUNAS D E SU S M ÁS IN TERE SAN TES VIVENC IAS Y O P INIO N ES R ELACIO N ADA S CON DEPORTE Y PER IOD ISM O .

Ese día empecé. Me equivoqué muchísimo y pensé que me iban a botar, porque en realidad no hice un buen trabajo. Estaba muerta de miedo, dejé de informar cosas que tenía que informar, repetí bateadores. Al día siguiente había un programa en Unión Radio llamado Los Eternos Rivales, con Oscar Prieto y John Carrillo, y llamó uno de los oyentes y dijo: ‘El Caracas está tan mal que tienen una jeva allí que no sabe lo que está diciendo’. Y yo pensé: ‘Ya me van a botar’. Yo estaba escuchando el programa, yo sabía que alguien iba a llamar a protestar mi presencia. Y Oscar dijo que ciertamente me había equivocado y puesto nerviosa, y que me tuvieran paciencia porque él me la iba a tener. Comencé a concentrarme más, a darme cuenta de que no puedes estar conversando ya que en cualquier momento pasa cualquier jugada, que tienes que tener el roster en la mano porque a veces un jugador se pone un número que no es el suyo; y que tienes que estar muy pendiente de todo para informar bien y no equivocarte, porque te puedes equivocar, eso pasa, pero hay que tratar de reducir al mínimo esos errores.

Creo que el Caracas rompió brutalmente con el machismo cuando decidió dar ese paso de tenerme de anunciadora, pero no fui la primera, antes de mí hubo una señora que se llamaba Betty Alvarado, que durante un tiempo, no sé cuánto, lo fue de Las Águilas. Lo que pasa es que yo tuve la suerte de ser anuncia-- -dora del Caracas, y el Caracas es una gran vitrina que significó mucho en mi crecimiento profesional y me dio algo que uno no se propone cuando hace este trabajo, que es la fama; ojo, yo no digo que sea famosa, famosa es Madonna, sin embargo me dio a conocer ante la afición del equipo, ya que yo era la que les hablaba en el Estadio. Pero no fui la primera y siempre me gusta aclararlo porque creo que es justo con la Señora Betty: ella fue la primera anunciadora, no sé cuánto tiempo, pero fue la primera. Yo fui la segunda, la única que han tenido los Leones, y la tercera en el mundo, porque ya había habido una en el béisbol de Grandes Ligas, que sigue allí y está con los Gigantes.

Siempre me emocionó anunciar los primeros turnos de los novatos. Por ejemplo: ocurría que un novato daba un hit y yo decía: este es el primer imparable, qué se yo, de Alejandro Machado en la LVBP. Eso siempre me pareció emocionante. Y claro, anunciar a los caballos como Bob Abreu, Roger Cedeño, Alex Gonzáles; o cuando venía por primera vez Melvin Mora, que cuando jugaba en Venezuela debutaba siempre en El Universitario contra el Caracas, era emocionante saber que Melvin nos hacía el honor de querer caernos a palos desde el primer día en nuestra casa. También recuerdo los turnos de Robert Pérez porque El Universitario era muy hostil con él, los caraquistas eran muy hostiles con él. Y yo sabía que su venganza consistía en darnos un batazo. Nunca fue grosero, nunca hizo un gesto, él sencillamente se descargaba batean-do. Y yo siempre -claro, nunca lo hice- quería decir: ‘Bateador de turno, Robert Pérez, y si lo siguen pitando nos va a caer a palos’. Porque había un temor, yo entiendo que eran unas pitas de miedo, de pánico. Era la manera de neutralizar la ofensiva de Robert Pérez.

Era un reclamo cordial. Y él me explicó lo del anunciador, y me dijo: ‘¿Tú no lo quisieras hacer?’. ‘No, no me atrevo, qué locura’. Estábamos con Luis Núñez, Vicepresidente de Deportes de Unión Radio, y me dijo: ‘Pero Mari, si tú sabes anotar y eres locutora, ¿cuál es el problema?’. ‘El problema es que es un trabajo que no he hecho nunca’, dije, y pregunté cuándo era el próximo juego. ‘El martes 17 de octubre, que se juega un Caracas-Magallanes’, me dijo Oscar. ‘No, mira, pero vamos a hacerlo al siguiente’, le contesté. ‘El primer Caracas-Magallanes siempre vas a estar muerta de miedo, así que cuanto antes mejor’.

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PERIODISTA Y CARAQUISTA, A MUCHA HONRA

Yo no creo en la objetividad, pero sí que como periodistas debemos reducir al mínimo la subjetividad para tratar de dar una opinión bastante equilibrada. Y el equilibro viene también con el tiempo. Al principio uno comete muchas imprudencias que son producto de la ignorancia, del desconocimiento. Uno al comienzo critica por ejemplo que un jugador no tocó la bola, que un mánager no lo puso a tocar la bola. Luego uno aprende que no con todos los jugadores se puede tocar, que el mánager siempre sabe algo que uno no sabe a menos que esté en el estadio desde el mediodía, que él sabe cuáles son realmente las recomenda-ciones que de un pelotero tiene su equipo de Grandes Ligas. Uno a veces sale y da una crítica o hace un comentario ignorando muchas cosas, entonces la mejor forma de curarse en salud es tratar de tener la mayor cantidad de información posible: saber lo que dice el scouting report, preguntarle directa-mente al mánager o al jugador si hay alguna limitación, saber si un jugador vino con una lesión o con la intención especial de corregir o mejorar una cosa o algo así. Todo eso hay que intentar saberlo para que, a la hora de criticar, poder hacerlo con la mayor cantidad de elementos que permitan reducir al mínimo ese margen de error que nos da la subjetividad.

No recuerdo nunca que algún pelotero se haya molestado conmigo. Una vez un umpire se molestó por una cosa que yo hice, que ahora, a la vuelta de los años, sé que no debí. Según los que estábamos en el Estadio, él se equivocó en una jugada de apreciación que perjudicó al Caracas. Yo abrí el micrófono y dije: ‘El umpire principal es…’. Era un gringo. Y cuando terminó el juego me esperó Musulungo Herrera en persona y me dijo: ‘Mari, ¿por qué hiciste eso? Estás poniendo al público en contra del umpire. Él es la autoridad en el terreno y está mal hecho lo que hiciste’. Me lo señaló de esa forma. Pero que se molestara algún jugador conmigo por un comentario, no. Yo no soy alabanciosa ni tampoco irrespetuosa, tampoco me ciego con los Leones. Cuando el Caracas gana disfruto muchísimo, siempre quiero que el Caracas gane, pero si están jugando mal lo digo y es así. Eso no me limita mis comentarios para nada.

Actualmente creo que la principal debilidad del periodismo deportivo venezolano es la del país, de presupuesto. Yo lamento mucho como antes, cuando estábamos en el spring trainning, éramos un montón de periodistas en los entrenamientos, en el Juego de las Estrellas, en la Serie Mundial, y eso sucede cada vez menos. Ahora uno termina viendo que se hacen notas a control remoto que jamás van a tener la calidad que da estar en el ambiente del estadio, poder bajar, conversar; eso le falta, en este momento. Habría que disponer de plata para poder hacer lo que se hizo. Creo, también, que hay que ser menos cuidadoso con las críticas. No lo veo tanto en prensa y radio, ya que incluso los propios comentaristas de los circuitos a la hora de ser duros lo son; pero muchas veces ves en la transmisión de la televisión cosas que tú dices: ‘oye, no, eso no hace falta’. La saludadera a los amigos, eso me parece fastidiosísimo porque pierdes un tiempo precioso en el que puedes estar informándome a mí, fanático que no sé nada, de algo valioso. Y en verdad no me interesa si tú jugaste golf esta mañana con Mari Montes y después almorzaste con ella. Y eso noto que pasa mucho.

EL VICIO DE LA RADIO DEPORTIVA

Me gusta mucho ver béisbol por radio. Sé que es un vicio y es loco, pero viajo con los narradores, y soy una viciosa de escuchar los juegos por radio. De hecho, muchas veces tengo la televisión puesta, y estoy en la radio. Como tengo DIRECTV, que está siempre un poquito atrasado, estoy con mi esposo en la cocina escuchando el juego y de repente, en lo que dan un jonrón, salimos corriendo al televisor a ver el batazo. A lo mejor es un vicio de chama, porque era lo que teníamos, la radio, y uno se acostaba a dormir y metía el radiecito bajo la almohada y seguía oyendo el juego. Me encanta escuchar el circuito de Leones, me gustan mucho Fernando Arreaza, Iván Medina, Humberto Acosta, Efraín Zavarse, me gusta mucho lo que dicen y cómo lo dicen, y siento que es una transmisión muy nutritiva. A veces cuando no hay juego escucho la transmisión del Magallanes, también soy fanática de los que están allí. En el estadio no me gusta que se sienten a hablarme durante el juego. Estoy en mi silla tranquila pero no me gusta que vengan a saludarme o a distraerme si no es algo que tiene que ver con el juego. Ya es otra cosa en el entre inning, que yo me paro, voy, vengo, puedo hablar con los abonados de enfrente, o los que están al lado mío.

DE LEALES Y MALAGRADECIDOS ESTÁ LLENO EL CAMINO DEL ESTADIO

Lo mejor de la fanaticada caraquista es la lealtad. El Caracas siempre tiene en promedio diez mil personas. Esté pasando lo que esté pasando, siempre están allí. Se dice lo mismo de los Tiburones pero yo he visto muuuucho vacío en juegos de Tiburones cuando no están tan bien, cosa que no sucede con los Leones. Pero sin hacer comparaciones creo que es una fanaticada muy orgullosa de ser caraquista, de la historia, del abolengo, de que la sequía más larga duró diez años. Hay como eso, el orgullo caraquista, que me parece una gran virtud. Pero ese mismo orgullo caraquista es también un gran defecto, porque hay caraquistas, siempre he dicho que no son todos pero hacen mucho ruido, que no tienen paciencia. Un pelotero tiene cuatro días aquí y ya lo quieren mandar de vuelta a su casa; el equipo pasa por una mala racha y ya quieren botar al mánager; a Bob Kelly Abreu en persona lo han pitado y le han gritado que se retire. Y me parece ingrato. Hay caraquistas, no son la mayoría, insisto, que son ingratos, ese es su gran defecto: la ingratitud y la mala memoria. Y ese orgullo caraquista es un arma de doble filo, porque no pueden soportar la derrota. Todos los equipos tienen años malos y un buen fanático entiende eso y no va al estadio a pitar a sus jugadores, y los caraquistas van al estadio a pitarlos como hacen los de los Filis de Filadelfia. Yo comparo las dos aficiones porque son implacables e incomprensibles. Para mí es incomprensible que hayan pitado a Bob Abreu, a Carlos Hernández. Yo digo: ‘pero Dios mío, ¿no se acuerdan de Carlos Hernández con la columna rota, encuclillado todo el juego, y dándole la victoria al Caracas y haciendo todo por ganar?’. ¡Eso se les olvidó cuando fue mánager y lo pitaron horrible! Feísimo se portaron.

DEPORTE, CULTURA Y PREJUICIOS

A quienes creen que deporte y cultura son incompatibles yo les tendría que decir que es un gran error. Habría que recordar que intelec-tuales como José Ignacio Cabrujas, Andrés Eloy Blanco o Miguel Otero Silva fueron grandes fanáticos del juego de béisbol, por hablar del béisbol. Uno de sus grandes descu-bridores fue Walt Whittman, que se sentía inquieto porque la gente en Nueva York iba los sábados a ver a ver a unos tipos dándole palo a una pelota, y fue a ver qué era eso. Porque, claro, todo lo que emociona y mueve a una sociedad es del interés de los intelectuales, y puede pasar que te quedes en la superficie o te metas, como le pasó a Whitman, que terminó siendo un gran, gran fanático del béisbol. Mark Twain, otro escritor, también era un gran amante del béisbol e incluso llegó a ser árbitro. Hemingway en su gran clásico El viejo y el mar, en un capítulo bellísimo, habla de Joe DiMag-gio y dice: ‘a lo mejor DiMaggio nos entendería porque él era pobre como yo’. Parte de la cultura de los pueblos es su quehacer deporti-vo. Y me he encontrado muchas veces con ese prejuicio, o gente que pregunta, ‘¿y cómo soportas que ellos escupan tabaco?’. Bueno, eso lo hacen, no todo el tiempo pero no es algo que me horrorice. Los políticos pueden escupir cosas peores que el chimó.

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Por Ezequiel Abdala

No le perdonan que sea él, el muchacho tranquilo venido de los campos de Dakota del Norte, y no Mickey Mantle, el carismático, cosmopolita y querido Mickey Mantle, quien rompa el record del ídolo Yankee por excelencia. No le perdonan su introversión y su timidez. No le perdonan el acento con resabios campesinos. No le perdonan su falta de don. No le perdonan, en definitiva, que sea del tipo de persona que en el que quizás sea el día más importante de su carrera, en lugar de estar celebrando a lo grande, como solo se celebra en Nueva York, esté sentado solo en un dogout, meditando con el humo.

Al yo entrar, Maris me mira con desconfianza. Sus ojos azules me escrutan con precisión y reticencia. El semblante se torna adusto. Lo amarillo del cabello ayuda a disimular algunos claros que confirman lo comentado en las columnas de prensa: lo ha estado perdiendo a raudales. Tras unos largos segundos de tenso silencio, finalmente cede. “No más de 20 minutos”, dice.

-Acabas de romper un record que llevaba vigente 34 años. ¿Qué se siente ser el nuevo dueño de la marca de más jonrones en una temporada?

-¿La verdad? Nada. Sigo siendo exactamente el mismo que llegó acá en la mañana.

-Ruth dio sus 60 jonrones en 154 partidos, tú estás dando el 61 en el juego 162 y por orden del Comisionado Frick le pondrán un asterisco a la marca. ¿Qué tienes que decir al respeto?

- Una temporada es una temporada. Me parece ridículo. Pero en realidad no me importa, qué hagan lo que quieran.

-Cuando en el 29 Ruth rompió el record de jonrones de Williamson, lo hizo en 154 juegos y no en 113 como él, y nadie habló de asteris-cos…

-…y eso estuvo bien. ¿Por qué habrían de ponerle un asterisco? Es que no tiene sentido.

-Sin embargo a ti…

-…a mí es diferente. Yo no me llamo Babe Ruth.

-¿Qué quieres decir?

-¿Es que acaso no es evidente?

-¿Qué cosa?

-Oh, man. No te hagas, vamos.

-¿Hablas de favoritismo hacia Ruth?

-No. Favoritismo no. Con él se hizo justicia. Lo rompió y se lo dieron. Pero ahora yo lo rompo y me lo niegan. Le ponen un asterisco. Lo rebajan.

-Rogers Hornsby salió de su retiro para decir que tú “no tienes derecho a romper el record de Ruth”

-Sí. Ahí está. “No tengo el derecho”. Es increíble, vamos.

-¿Por qué crees que dicen eso?

-Porque Ruth es el jefe. Fue el más grande. Y todos piensan que no estoy a su altura. Solo soy un necio campesino de Dakota del Norte. Así me dijeron el otro día.

-¿Quién te lo dijo?-Yo que sé. Alguien en la tribuna.

-La fanaticada ha sido bastante dura contigo…

-No entiendo. Yo…yo sólo cumplo con mi deber. Trabajo duro, entreno, hago todo porque el equipo gane. Y me odian.

-Quizás si te llamaras Mickey Mantle…

-Hey, no. Sé por donde vienes: Mickey es un gran tipo. Es mi hermano. Vivimos juntos en Queens.

-Pero en los tabloides han dicho que están enemistados

-Basura. Todo eso es basura. Mickey llamó esta mañana para desearme suerte. Quería que rompiera el record.

-Se dijo que entre ustedes existía una gran tensión cuando ambos estaban a la caza del record

-¡Diablos! Si fue cuando más nos divertimos. La época del M&M y todo eso. Mickey, ya lo digo, es un tipazo. No me pelearía nunca con él.

-¿Te ayudó tenerlo bateando detrás de ti?

-Sí, supongo.

-¿Le quita eso mérito a tus jonrones?

-No veo por qué.

-Un columnista insinuó que la tuviste más fácil que otros…

-Oh, Dios. ¿Entonces tuvo menos mérito a Gherig por batear antes que Ruth? Es absurdo.

-Hablemos de ese último turno en Baltimore, en el juego 154 cuando estabas a un jonrón de empatar a Ruth sin asterisco

Roger Maris se ha dado una ducha y está sentado frente a su casillero. Es la única persona que queda en el vestuario de los Yankees. Fuma pausadamente, en pose reflexiva, con ambos codos sobre las rodillas y el cigarrillo en la mano izquierda. Quien así lo viera no sospecharía ni remotamente que una hora antes había ingresado por la puerta grande en la historia del béisbol al conectar su jonrón número 61 y destronar así a Babe Ruth.

George Herman Ruth, 'El Bambino', Babe, es omnipresente en el Yankee Stadium. Está en todas partes. No en balde al monumen-tal estadio de los Yankees lo conocen como 'la casa que Ruth construyó'. Allí revolucionó para siempre el juego. Allí dio buena parte de sus 714 jonrones. Allí impuso el record que Roger Maris acaba de romper.

'El record más querido de Babe', así lo calificó su viuda hace días para echarle más leña a la hoguera en la que prensa, autoridades y fanáticos han puesto a arder al 9 de los Yankees. Los tabloides se han dedicado, un día sí y otro también, a publicar comparacio-nes entre Maris y Ruth, entre Maris y Mantle, entre Maris y cualquiera que lo deje mal parado. El comisionado Ford Frick, por adelantado, ha ordenado ponerle un asterisco al record. Y los fanáticos han mostrado su descontento con una antipática y lacerante indiferencia que se tradujo en un Yankee Stadium semi vacío –sólo 23.000 puestos ocupados de los 50.000 disponibles– en el juego de hoy.

SÓLO PIDO RESPETOROGER MARIS:

E L 9 D E LO S YA N K E E S R O M P I Ó A N O C H E E L R E C O R D D E R U T H

EN UN FRANCO –E IMAGINARIO- DIÁLOGO EL JARDINERO HABLA DE LO QUE HA SIDO ESTA TEMPORADA, SU AMISTAD CON MANTLE, LA DECISIÓN DEL COMISIONADO, LAS REACCIONES DE LOS AFICIONADOS, ENTRE OTRAS COSAS

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-¿Qué quieres que te diga?

-Tu opinión sobre que metieran a relevar a Hoyt Wilhelm cuando él nunca lanza con el marcador en contra

-¿Qué puedo opinar? Decisión del mánager Richards

-Pero el propio Withey Herzog, de los Orioles, dijo que no fue justo. “El juego ya estaba prácticamente terminado, no había razón para usarlo” fueron sus palabras

-Herzog es una gran persona. Jugamos juntos en Kansas City y respeto su opinión, pero es sólo eso: su opinión

-¿La compartes?

-Ehh. Mira, yo lo vi como una lucha: la mía por romperlo, la de ellos por evitar que lo rompiera. Que usaran su mejor arma para detenerme me parece bien. Eso es todo.

-De Wilhelm le dijiste a Life que era “último hombre que quisieras ver en el mundo”, ahora dices que era la mejor arma para detenerte, ¿qué tiene el nudillista de los Orioles para inspirarte tanto respeto?

-¿Lo has visto lanzar? Esa bola de nudillos es imposible de batear. Se mueve para todas partes. Es sencillamente demoledora.

-Hablemos del juego de hoy. Tracy Stallar te dominó en el 1er inning, pero luego en el 4to la sacaste del parque. ¿Cuál fue la clave del jonrón?

-Ehh…Él estaba por debajo en la cuenta, me lanzó la recta y aproveché.

-¿Qué sentiste?

-Satisfacción.

-Sin embargo, corriste las bases sin mucha emoción, con la cabeza baja incluso

-Siempre las corro igual.

-Pero este jonrón no era igual a los anteriores

-No, claro. Pero no soy de andar emocionándome.

-Tus compañeros te tuvieron que sacar casi a la fuerza del dogout para que recibieras los aplausos…

-En verdad no me los esperaba

-Y sin embargo incluso te aplaudieron de pie

-Sí, algunos, ¿pero cuántos había? Ni cuando jugaba con los Atléticos de Kansas he visto tan vacío el estadio.

-¿Te afectó eso?

-Sí. No…ehh…quiero decir: ojalá todo fuera distinto. No que me quieran. No. Eso no me hace falta. Pero que me respeten. Al menos eso. Creo que me lo he ganado, ¿no?

Roger Maris aplasta el tercer cigarrillo contra el cenicero, se para intempestivamente, se acerca al casillero y de ese modo da por terminada la entrevista. Revisa algunas cosas y se ausenta.

Me despido, se voltea y me da la mano. “Buena suerte”, le digo. “La necesitaré”, responde. Salgo del dogout y echo una última mirada a la curiosa escena: solo, en medio de los sótanos de la casa construida por Ruth, está el hombre que acaba de romper el record más codiciado del beisbol. Así, sin más. Como uno del montón.

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A mediados de 2012, el 62% de las marcas del mercado norteamericano consideraba que las redes sociales eran más importantes que las vallas publicitarias, el 83% usaba Facebook y el 53% Twitter. Iconos de la primera década de los 00’s, como Windows Live Messenger comenzaban a caer en desuso, nuevas plataformas cerraban en menos tiempo que en el que fueron desarrolladas y en Venezuela teníamos -y seguimos teniendo- la peor velocidad de conexión a Internet del continente.

En medio de este panorama, alentador para las marcas pero de constante mutación para los usuarios, nació Pepsi Streams, un proyecto que desarrolló una tendencia que hasta ese momento se había ignorado en el país. El “Streaming”, tecnología definida como la “descarga y reproducción simultánea de contenido multimedia”, alcanzó un nivel estratosférico de popularidad cuando el costo de los servicios de banda ancha se hizo lo suficientemente asequible para la mayoría de la población.

El camino

Pepsi Streams comienza a partir de la reinvención de la plataforma Pepsi Music, dedicada a apoyar el talento musical del país, y como una innovadora manera de conectar a las bandas con sus audiencias. Con 12 episodios durante la primera temporada, Pepsi Streams se convirtió en el primer programa producido y emitido para usuarios de Internet y contó con la participación de importantes agrupaciones como La Vida Bohème, San Luis y Desorden Público. El gran impacto de este proyecto, que generó más 40 millones de impresiones en Twitter sólo durante los 45 minutos de duración de cada capítulo, llegó hasta los Premios ANDA, galardón en el cual fueron nominados como “Mejor Campaña Viral”.

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Por Ashley Garrido

La exitosa transmisión invitó a los músicos participantes a crear nuevas versiones de sus canciones. Arrancó con la combinación del “Sonero del mundo”, Oscar D’León y C4TRIO. Esta dupla homenajeó al recientemente fallecido Cheo Feliciano, interpretando los temas “Anacaona” y “Amada Mía”. El joven Jonathan Moly encantó a sus fanáticas, quienes siguieron pensando en él días después del capítulo.

Por su parte, el dúo Caibo y Victor Muñoz compartieron su música en el segundo episodio de la temporada. Lasso interpretó su pegajoso hit “De tú a tú”, mientras Rawayana se paseó por sus dos producciones discográficas: Licencia para ser libre (2011) y Rawayanaland (2013).

En el cuarto capítulo de la temporada, “la súper banda de Venezuela”, Guaco, con la notoria ausencia de Gustavo Aguado y presentando a sus nuevas voces, compartió escenario con Benavides. Desorden Público hizo danzar los esqueletos del público presente y a quienes veían el programa desde sus casas, minutos después de que ViniloVersus cambiara su característico formato eléctrico por uno intimo y acústico.

El gran final de la tercera temporada de Pepsi Streams estuvo a cargo de Oscar Hernández, mejor conocido como Oscarcito, quien semanas antes de la transmisión se coronó como “Mejor Artista Urbano” en la tercera edición de los Premios Pepsi Music. Oscarcito tomó la responsabi-lidad de deleitar a su público con versiones de sus éxitos en géneros como la Bossa Nova, el Vallenato y el Ska. Él y su exitoso “Tumbayé”, hicieron retumbar los números de audiencia y lograron el episodio más visto de la tercera temporada de Pepsi Streams, cerrando con broche de oro un año más en el que Pepsi Venezuela suma apoyando, difundiendo y confiando en la música hecha en el país.

PEPSI STREAMS: tres años siendo una ventana para el talento nacional

La segunda temporada de Pepsi Streams tomó una dimensión aún mayor. Tras una alianza con Televen, se convirtió en el primer programa producido para Internet que también fue transmitido a través de una televisora de señal abierta. Siguiendo el espíritu de la marca, artistas de diferentes géneros y generaciones formaron parte del cartel. Entre ellos: Victor Drija, La Movida Acústica Urbana, Caramelos de Cianuro, Servando y Florentino, y Guaco.

Historia como locación

La experiencia Pepsi Streams se comple-menta con el público asistente a cada transmisión. Ganadores elegidos en distintas dinámicas realizadas a través de las redes sociales de Pepsi Venezuela, quienes no solo comparten sus aplausos y risas, también disfrutan del detrás de cámara de cada episodio. Caso particular el de ésta, la tercera temporada del programa, que tuvo como locación la quinta Mamá, ubicada en el Country Club.

Estructura que homenajea a la arquitectura kistsch de los años 50 y que fue propiedad de Francisco Pérez Jiménez, hermano del dictador Marcos Pérez Jiménez. La mítica quinta posee baños decorados con detalla-dos y coloridos mosaicos, una piscina en forma de guitarra y un observatorio que destaca en el techo de su fachada. La primera planta de esta exquisita construcción albergó a técnicos, público, músicos y a los animadores Verónica Gómez y Ramón Castro durante los 11 capítulos de la tercera temporada, que nuevamente se transmitieron vía web y en la pantalla del canal 10.

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Pocas eran las mujeres en esos años. Mari Montes y Carolina Guillén, las más sonadas; mientras que en el lado mascu-lino seguía a Cristóbal Guerra, Humberto Acosta, Fernando Arreaza y Richard Méndez. Otra personalidad con la que tuve empatía y me ayudó a reconfirmar mi amor por esta profesión fue Carlota Fuenmayor, periodista de Radio Deporte y profesora de la UCAB, quien me hizo enamorarme de la radio con su electiva “Periodismo Deportivo”.

Varios de mis trabajos académicos estuvieron relacionados con deporte, tanto así, que, de la mano con Fuenmayor, la saqué del parque con un jonrón: Periodismo deportivo con sello femenino, mi Trabajo Especial de Grado, el cual me dio la oportunidad de entrevistar a las mujeres que se iniciaron en un oficio dominado por hombres. Mi sueño se hacía realidad y mis emociones eran iguales a las que sentía cuando escuchaba el himno de la Champions League. Pero hubo algo en este camino que me tocó aprender: dejar de actuar como hincha de mis equipos favoritos. Fue una pequeña jugada de sacrificio, cual beisbolista, para poder avanzar a la siguiente base y continuar con mi pasión, porque comprendí que el periodista fanático entorpece el oficio. Tuve mis primeras experiencias como colaboradora y luego redactora, hasta llegar a lo que hoy hace explotar mi orgasmo intelectual: productora y locutora del programa radial Cápsula Deportiva, en el que tengo la oportunidad de formar parte de un excelente equipo de trabajo.

Con el pasar de los años, mi pasión por los deportes aumentó: ya no sólo eran fútbol y béisbol, a la lista se sumaron motores y baloncesto. Cuando finalmente presenté la prueba vocacional en 5to año de bachillerato, me sentía como un bateador, en 3 y 2. Comuni-cación Social fue el resultado arrojado. Presenté en la Universidad Central de Venezuela y llegó el ponche: no saqué el promedio requerido. Sin embargo, logré anotar una carrera que duró cinco años en la Universidad Católica Andrés Bello. Inicié mis estudios con una sola misión: ser periodista deportivo. Internet estaba en pleno auge, y eso me dio cancha para investigar y leer las noticias. Cuando llegué al séptimo semestre -me sentía como en un juego de béisbol con sus nueve innings- debí escoger alguna de las tres menciones: Artes Audiovisuales, Publicidad o Periodismo. Cual jugador de fútbol me metí en la zona de peligro y sin dudarlo escogí la última.

Jamás me ha dado miedo entrar a un ambiente en el que lo masculino abunda, ya que las mujeres hablando de deportes es algo que viene sucediendo desde hace pocos años. Hay quien cree –y así me lo han dicho- que esta profesión está relacionada con farándula. No es así, y permítanme aclararlo: el periodismo deportivo también es periodismo. Nunca dejamos de informar, como en cualquier otra área de este oficio. Todos los días hay noticias, y como en cualquier otra fuente debemos saber hurgar en la llaga, destapar ollas y sacar a la luz pública la corrupción que pueda haber allí.

Un buen periodista deportivo ha de ser una persona culta, debe vincular esta fuente a las situaciones cotidianas de la gente, de cuyas vidas forman parte tanto los triunfos como las derrotas y mostrar su relación con las demás áreas (política, económica y social).

A mí no me gusta el periodismo deportivo, yo lo amo. Es algo que me define como persona. Y espero en un futuro estar al lado de mis hijos con sus juguetes y un televisor encendido en algún juego, ya que, sin saberlo, cuando dejé de jugar muñecas fue el momento que dio inicio a esta pasión llamada deporte.

Junio de 1998, estadio Saint-Denis de París. Mientras jugaba en mi cuarto con las muñecas y la camioneta de la Barbie, el televisor de la cocina estaba a todo volumen. Mi abuelo y mi tío se encontraban pasmados esperando el inicio de un partido de fútbol. “Esas son cosas que ven los varones”, me dije. Comenzó el partido. Los narradores y comentaristas hacían de la suya, analizaban el encuentro, daban las estadísticas y nombraban a cada rato a los jugadores. “Saque de meta, lateral para fulano, el árbitro saca la bandera…”. Yo no entendía nada. La bulla en la casa seguía, y no me dejaba jugar con mis muñecas. Me levanté y caminé indignada hasta el comedor para ver cuál era el rollo con todos esos hombres locos que corrían detrás de una pelota. “¿Qué es eso?”, pregunté. “La final del Mundial”, respondió mi abuelo.De repente, el tono de voz del periodista empezó a subir. “Peligro en el área, viene el capitán Zidane, sigue Zidane, vamos Zidane, cabecea, GOOOOOOOOOOOOOOOL”.

En mi vida había escuchado a una persona durar tantos segundos gritando algo como eso. Me quedé pasmada al ver a tanta gente gritando a favor de un equipo. Con ese gol vino mi primer instante de lucidez y comencé a entender en qué consistía el juego. Así, el balompié hizo que me convirtiera en una seguidora de los deportes. Entre tantos fanáticos y tantas piernas corriendo, Zidane le propinó el segundo gol a su rival, Brasil. Después, vino el festín y una diana de Petit que sentenció el partido. Francia había ganado. Fue la primera vez que vi a un equipo ganar una Copa del Mundo.

A partir de allí comencé a ver todo lo relacionado al fútbol. Ya no había final mundialista, pero sí Liga Española. Mi corazón vibró con un equipo cuyos jugadores me gustaron por su madurez, velocidad y ataque en la cancha. Edgar Davids, Deco y Rivaldo, entre ellos. Sí, me refiero al FC Barcelona.

Luego, mi afición se dirigió a una pelota más pequeña, jugada con otro tipo de reglas: el béisbol. Me gustó el Magallanes, sólo porque el azul es mi color favorito. Disfruté de los juegos y sobre todo de la final ante los Cardenales de Lara en 2000-2001.

Por Pierina Sora @pierast

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“Aquí, los verdaderos artistas somos nosotros”, vociferaba uno de los encargados del andamiaje del Sunset Roll Festival, y no se equivocaba. El 04 de octubre las estrellas no solo pisaron el escenario, cada persona involucrada aportó –permítanme el cliché por tratarse de un concierto a la orilla de la playa– más que un grano de arena para llevar a cabo el mejor festival musical del país.

04/10/2014. Sábado, 3 de la tarde, más de 30 grados de temperatura. El ardiente sol de mediodía arreciaba y la vampiresca estampa de Fernando Batoni destacaba al abandonar el escenario principal. La prueba de sonido de Zapato 3 había terminado. Acordes tallados en la memoria colectiva de un par de generacio-nes sonaron frente a la playa vacía, apenas faltaban horas para el inicio formal de la jornada. Mucho movimiento, no había nadie con los brazos cruzados. Montaje, limpieza de la playa, cableado. Drones comenzaban a volar por la Playa Caribbean Mall en Lecherías, Estado Anzoátegui: era el turno de Charliepapa para probar sonido.

Paseando por la playa

Si algo ha llamado siempre mi atención de los festivales de música a nivel mundial son los asistentes. Rara avis, cada una en su tarima, espacio y horario. Desde los vetera-nos que se instalan frente al escenario con sillas, cavas y banderas -generalmente de lugares tan distantes como Gales o Nueva Zelanda-; las coquetas jovencitas atavia-das con las últimas prendas utilizadas por su fashion blogger favorita; y los que optan por lo clásico, franelas de bandas, partici-pantes o no del festival. Todos le dan forma a un infinito e inconexo desfile de estilos y géneros.

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Fotos y texto: Ashley Garrido. B

SUNSET ROLL

FESTIVAL:

Historia como locación

Más homogénea pero igual de fascinante fue la “fauna” del Sunset Roll. Jóvenes y sexys por doquier, madres e hijas que coreaban juntas “Suave” de Zapato 3, asistentes que no se movían de la carpa de música electrónica y especímenes independientes que dividían su tiempo en las distintas estaciones ubicadas a lo largo de la playa.

Intervenciones artísticas in situ de Gabriel Mesa, Topo Foto y Daniela Iacomo; un globo aerostático, que, lastimosamente, sólo pudo llevar a las alturas una presenta-dora de televisión antes de tomar una forma similar a la que tienen los relojes pintados por Salvador Dalí; un gran rayo decorativo que daba la impresión de haber sido colocado en la arena por el mismo Zeus con ayuda de Poseidón; y varios windsurfistas navegando por toda la orilla de la playa. No había lugar para el aburrimiento, en cada punto cardinal se tenía una guía para el entretenimiento.

El escenario

Coronada por dos banderas de Venezuela –una en cada extremo–, la monumental tarima del Sunset Roll fue el lienzo sobre el cual se plasmó un día inolvidable para quienes, después de años viendo transmisiones lejanas, pixeladas y con delay a través de Youtube, soñaban con asistir a un festival con todas las de la ley. La primera en pisarla fue Vel France, adorable y talentosa solista portocruzana, encargada de prender la mecha del festival, que no se apagaría hasta poco antes de que los gallos cantaran.

“Puede que no sepa lo que quiero, pero sé lo que no quiero ser. Puede que no sepa lo que quiero, prisionero, ser un prisionero, jamás”, Telegrama llegaba a tarima mientras los delicados colores del atardecer oriental bañaban la locación. Los atrevidos caraqueños homenajearon a la ciudad que los recibía, interpretando estrofas de “Granola”, original de Tomates Fritos. Reacciones encontradas, caras de desaprobación y declara-ciones de amor. Los extremos.

Cayó la noche. Buenaparte interpretó temas de su primer álbum La Caída de Lucy (2012) y de su más reciente producción Estoy de Paso (2014). Uno de “los papas” los acompañó en el escenario, una lluvia de confeti invadió la playa. Puede que Lucy vaya en picada, pero Buenaparte va en dirección contraria al nombre de su primer larga duración.

Ellos mismos lo dicen, “no hay nada más raro que un gocho en la playa”. Charliepapa fue la sensación del Sunset Roll. Comenzaron su set con un hipnótico código morse, sucedido por “Astrometra”, “Merlina” y “Bengala”, canciones que formarán parte de su tercera placa discográfica. Cautivaron al público con buenas letras, texturas conmovedo-ras y un carisma directamente proporcional a los aplausos que recibían al terminar cada canción que interpretaban.

Famasloop lleva más de dos años girando por todo el país con su álbum La Quema (2012), pero su singular show ha mutado en una celebración de vida, música y alegría. Tienen a su favor un maestro de ceremonia de lujo, Alain Gómez, músicos de primera y la predilección del público. Esa noche no hubo luciérnagas, fueron remplazadas por cientos de teléfonos celulares que registraron cada movimiento de la banda nominada al Grammy Latino en 2010.

Para las personas menores de 35 años, la época dorada de Zapato 3 es un mito fundacional del rock nacional. Pero no cuesta mucho imaginarla al ver, escuchar y sentir a miles de personas capturando “cápsulas para volar” a lo largo y ancho de la Playa Caribbean Mall. Las chaquetas de cuero y las largas cabelleras han mutado a una apariencia paternal con la que se pasearon por un setlist de más de 20 canciones que parecía no tener fin. El público bailaba y ellos disfrutaban. Histeria colectiva, le dicen.

Movimiento

La centralización es un mal que no sólo afecta la política de nuestro país, sino también la música. Se sobreentiende que los eventos multitudinarios, cargados de buenas bandas y patrocinantes, sólo pueden darse en las principales ciudades del país, pero este postulado no puede ser más falso.

Durante todo el 2014 la escena musical caraqueña ha tenido que reinventarse e incluso sacrificar virtudes del pasado para sobrevivir a la crisis. Mientras esto sucede, el resto de la geografía nacional se mantiene en movimiento, creando festivales, convocatorias pequeñas o grandes, muestras de bandas, creando actividad. Con tres años de aval, el Sunset Roll Festival logró consoli-darse como la propuesta más sólida, creativa y mejor ejecutada de los últimos 12 meses.

¿Su talón de Aquiles? La asistencia. Para ediciones venideras el gran reto del Sunset es derribar la arrogancia de la capital; así como acostumbrar a la gente a trasladarse para disfrutar de toda la experiencia de festival de música de otros estados.

En un país donde casi ningún vuelo nacional excede la hora de duración, el nacimiento y futuro de los festivales de música está fuera de Caracas, ¿sabrá el público que Coachella se hace en una localidad a 200 kilómetros de Los Ángeles o que Worthy Farm -hogar de Glastonbury- está ubicada a casi tres horas de distancia de Londres? Sí, Puerto La Cruz está más cerca de lo que parece.

el evento que merecemos

EN VENEZUELA, LAS GRANDES PRODUCTORAS SE EN VENEZUELA, LAS GRANDES PRODUCTORAS SE DECANTAN POR EVENTOS QUE SEAN UN ÉXITO DE DECANTAN POR EVENTOS QUE SEAN UN ÉXITO DE

VENTAS SEGURO, PERO EN LECHERÍA, ESTADO ANZOÁTEGUI, DESDE HACE TRES AÑOS SE APUESTA

POR LO PRODUCIDO EN CASA, BRINDÁNDOLES A MÚSICOS Y ASISTENTES UNA EXPERIENCIA QUE NO TIENE MUCHO QUE ENVIDIARLE AL ESTÉREO PICNIC DE BOGOTÁ O AL MUSIC WINS DE BUENOS AIRES. A CONTINUACIÓN UN RESUMEN DE NUESTRO PASEO

POR EL SUNSET ROLL FESTIVAL 2014:

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Premios Pepsi: las noches de las estrellas

Fueron las noches estelares de la música venezolana. Convocadas por Pepsi, luminarias de ahora,de antes y de siempre se reunieron para festejar lo mejor de la movida musical. Y también para honrar, homenajear y recompensar a lo más (y a los más) destacados. Porque los Premios Pepsi 2014 no sólo fueron de exhibición, sino también de premiación. Un modo de reconocer el esfuerzo de aquellos que, contra toda adversidad,siguen haciendo música de la buena.

Para esta edición, la tercera, fueron postulados 524 artistas y bandas de géneros tan diversos como reggae, gaita, jazz o ska; los cuales pasaron luego por un proceso de preselección, a partir del que 141 de ellos recibieron la nominación oficial en alguna de las 61 categorías disponibles y pudieron entonces ser votados por el público hasta un mes antes de la premiación.

Con todo consumado, votado y totalizado, llegó el día de la entrega de las primeras 46 categorías. Fue en una gala no televisada, animada por la Vero Gómez y Francisco Granados, en la que estuvo presente el cantautor Yordano Di Marzo, quien recibió, a modo de tributo, una sonora ovación de pie. Los Amigos Invisibles fueron los más premiados de esa noche y se llevaron premios en 5 categorías distintas.

El 24 de septiembre, el hotel Eurobuilding estuvo engalanado con una inmensa alfombra azul por la que desfilaron músicos, artistas y periodistas; la constelación de elegidos pasó luego a un gran set que poco tenía que envidiarles a los estudios de televisión de los canales más modernos. Ramón Castro fue el elegido para animar el evento, en el que entre presentaciones y homenajes –Mirla Castellano y Francisco León interpretaron dos temas de Simón Díaz– fueron entregados los premios, en los que C4Trio y Rafael “El Pollo” Brito arrasaron con 7 estatuillas, mientras que Benavides se llevó el Artista Refrescante, el premio de los favoritos del público. De ese modo, el firmamento musical venezolano brilló con más fulgor que nunca: el de sus estrellas más resplandecientes.

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LA HOJA DE ANOTACIÓN ES EL ESQUELETO DEL JUEGO DE PELOTA. A PARTIR DE ELLA, COMO EN LA ARQUEOLOGÍA, SE PUEDE RECONSTRUIR UN ENCUENTRO JUGADA A JUGADA. ES EL PERGAMINO EN EL QUE QUEDA GRABADA PARA LA POSTERIDAD LA ACCIÓN EXACTA DEL JUEGO. INDESCIFRABLE PARA LOS OJOS INEXPERTOS, DIÁFANA PARA LOS DE AQUELLOS QUE LA CONOCEN, TIENE SUS PROPIOS CÓDIGOS Y NORMAS. EN ESTA EDICIÓN, UNA HOJA DE LUJO: LA DEL SÉPTIMO JUEGO DE LA SERIE MUNDIAL 2014, EN PUÑO Y LETRA DE UNO DE LOS GRANDES CRONISTAS DEL BÉISBOL VENEZOLANO: HUMBERTO ACOSTA.

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MARI MONTES ENPRIMERA DEL SINGULAR

ESCRITORES Y FÚTBOL:LETRAS DE AMOR Y ODIO

EL PADRE VETERANODE MIGUEL HIDALGO

BÉISBOL Y FÚTBOL DESDEEL OTRO ESTADIO

CHARLIEPAPA EN SUNUEVA GALAXIA