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9 Pastoral Popular Neoliberalismo y Crisis Económica S i algo deberá quedar en limpio después de esta tormentosa cri- sis financiera internacional es la comprobación empírica y constata- ble de la insensatez de las políticas neoliberales. En los cuatro años que han transcurrido desde la quiebra de Lehmans Brothers en 2008, las tesis que la escuela de Chicago y sus adláteres habían proclamado como “verdades científicas” se han redu- cido a dogmas revelados, que sólo se pueden defender con el escudo ideológico de la fe del carbonero, que no acepta hechos ni evidencias. Entre estas nociones que han caído al nivel de las creencias mitológicas hay algunas que gozan en Chile de particular asidero y veneración. Es el caso de la autonomía del Banco Central. Tanto la derecha en el go- bierno, como la oposición concer- tacionista, comparten una fervoro- sa adhesión a este planteamiento ya que concuerda con una de las creencias más asentadas en los últi- mos treinta años, que afirma que la única función de un banco emisor debe ser el control de la inflación. Recordemos que la autonomía de Banco Central chileno se concre- tó por medio de una ley orgánica constitucional aprobada en octu- bre de 1989, a pocos meses del fin de la dictadura militar. Se trató de uno de los acuerdos de la transición más tensos y complejos ya que la intención de Pinochet era designar íntegramente el nuevo directorio con el fin de hipotecar la política económica del nuevo gobierno de- mocrático. Finalmente se llegó a un compromiso con la designación de Andrés Bianchi como presidente de un primer directorio que contó con la anuencia de ambas partes. La nueva ley estableció un método de designación del directorio que distribuye “binominalmente” su composición, y que garantiza que el Banco no esté sujeto ni a la fiscali- zación de la Contraloría General de la República ni a la de la Superin- tendencia de Bancos e Instituciones Financieras. Tampoco se le consi- dera parte de la Administración del Estado. Cabe por tanto la pregunta del poeta clásico Juvenal ¿Quis cus- todiet ipsos custodes?, ¿Quién vigi- la a nuestros vigilantes?. Ya en 1975 la dictadura mi- litar había impedido, por medio de una reglamentación interna, que el Banco Central proveyera financia- miento al sector público y al sector privado no financiero, vetándole la promoción del crecimiento y el em- pleo. El argumento, propuesto antes por monetaristas como Kydland y Prescott o Woodford, radicaba en que su única tarea debía consistir en mantener la estabilidad macroeco- nómica y financiera. En cierto modo esta normativa fue anticipándose a un proceso que con posterioridad acabaría involucrando a la inmensa mayoría de los bancos centrales del mundo. En la actualidad el Banco Central de Chile no sólo continúa ejerciendo su rol bajo esta orienta- ción, sino que además realiza un activo proselitismo de esta políti- ca. Su afán “adoctrinador” llega al ¿De quiénes dependen los Bancos Centrales “Autónomos”? Álvaro Ramis

Revista Pastoral Popular Nº326

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Revista Ecuménica que recoge experiencias liberadoras al servicio de la esperanza.

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Pastoral Popular

Neoliberalismo y Crisis Económica

Si algo deberá quedar en limpio después de esta tormentosa cri-

sis financiera internacional es la comprobación empírica y constata-ble de la insensatez de las políticas neoliberales. En los cuatro años que han transcurrido desde la quiebra de Lehmans Brothers en 2008, las tesis que la escuela de Chicago y sus adláteres habían proclamado como “verdades científicas” se han redu-cido a dogmas revelados, que sólo se pueden defender con el escudo ideológico de la fe del carbonero, que no acepta hechos ni evidencias. Entre estas nociones que han caído al nivel de las creencias mitológicas hay algunas que gozan en Chile de particular asidero y veneración. Es el caso de la autonomía del Banco Central.

Tanto la derecha en el go-bierno, como la oposición concer-tacionista, comparten una fervoro-sa adhesión a este planteamiento ya que concuerda con una de las creencias más asentadas en los últi-mos treinta años, que afirma que la única función de un banco emisor debe ser el control de la inflación. Recordemos que la autonomía de Banco Central chileno se concre-tó por medio de una ley orgánica constitucional aprobada en octu-bre de 1989, a pocos meses del fin de la dictadura militar. Se trató de uno de los acuerdos de la transición más tensos y complejos ya que la intención de Pinochet era designar íntegramente el nuevo directorio con el fin de hipotecar la política económica del nuevo gobierno de-

mocrático. Finalmente se llegó a un compromiso con la designación de Andrés Bianchi como presidente de un primer directorio que contó con la anuencia de ambas partes. La nueva ley estableció un método de designación del directorio que distribuye “binominalmente” su composición, y que garantiza que el Banco no esté sujeto ni a la fiscali-zación de la Contraloría General de la República ni a la de la Superin-tendencia de Bancos e Instituciones Financieras. Tampoco se le consi-dera parte de la Administración del Estado. Cabe por tanto la pregunta del poeta clásico Juvenal ¿Quis cus-todiet ipsos custodes?, ¿Quién vigi-la a nuestros vigilantes?.

Ya en 1975 la dictadura mi-litar había impedido, por medio de una reglamentación interna, que el Banco Central proveyera financia-miento al sector público y al sector privado no financiero, vetándole la promoción del crecimiento y el em-pleo. El argumento, propuesto antes por monetaristas como Kydland y Prescott o Woodford, radicaba en que su única tarea debía consistir en mantener la estabilidad macroeco-nómica y financiera. En cierto modo esta normativa fue anticipándose a un proceso que con posterioridad acabaría involucrando a la inmensa mayoría de los bancos centrales del mundo. En la actualidad el Banco Central de Chile no sólo continúa ejerciendo su rol bajo esta orienta-ción, sino que además realiza un activo proselitismo de esta políti-ca. Su afán “adoctrinador” llega al ¿D

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paroxismo en un concurso escolar llamado “economía más cerca”, or-ganizado por el propio BC, en el que se invita a los estudiantes secun-darios chilenos a escribir relatos y cuentos breves que respondan a la pregunta “¿Por qué es importante que el Banco Central de Chile sea autónomo?1”. Si los escolares ya de-ben conocer la única respuesta co-rrecta ¿Que debate podríamos tener los adultos sobre esta materia?

El Banco Central. ¿Un nuevo dictador?

Desde la fundación del primer ban-co central, el banco de Suecia en 1668, han existido voces que pe-dían que los bancos centrales fue-ran independientes de los gobier-nos por el temor a que los gobiernos emitieran moneda sin restricciones para financiarse, provocando una ola inflacionaria como la que vi-vió Alemania durante la república de Weimar que llegó a superar el 26.000.000.000% en 1923. Este atá-vico temor no tiene en cuenta que muchos economistas actuales consi-deran que hoy no existe la inflación por “exceso de emisión monetaria” ya que los Bancos Centrales ya no manejan la cantidad de dinero en circulación, y que en realidad la inflación se determina de acuerdo a la demanda de crédito2. Pero la res-puesta al peligro inflacionario ha sido mucho más fuerte y ha llegado en la actualidad a situaciones dra-máticas, como las que actualmente enfrenta la eurozona.

La actual crisis del Euro es inexplicable sin atender a las res-ponsabilidades del Banco Central Europeo (BCE), creado en 1998 con un estatuto autónomo y un manda-to que le impele a buscar exclusiva-mente un Euro fuerte, con una in-flación al máximo control. El cum-plimiento estricto de este objetivo

propició el grave endeudamiento de los países periféricos (Grecia, Portu-gal, Irlanda, España, Italia) que vie-ron disminuir la competitividad de sus exportaciones y a la vez tuvie-ron contraer créditos exorbitantes para pagar sus importaciones de los países del norte de Europa. El BCE, confiado en la “gran moderación” de la volatilidad económica, anun-ciada por Ben Bernanke en 2004, nunca previó un nuevo ciclo de crisis sistémica como la que estalló en 2008. Para salir de este ciclo de endeudamiento el BCE ha obligado a los gobiernos periféricos a iniciar drásticos procesos de disminución del gasto público, (especialmente en salud, educación, subsidios del desempleo, pensiones, etc.) acom-pañados de brutales reformas labo-rales, recortes del salario mínimo; aumento del IVA, desregulación de sectores económicos, que amenazan con dar el golpe de gracia al modelo social europeo. Ante las adverten-cias de la mayor parte de los econo-mistas, que pronosticaban que este tipo de medidas iban a elevar aún más el desempleo y conducir a un agravamiento de la recesión, Jean-Claude Trichet - entonces presiden-te del Banco Central Europeo, se li-mitó a decir “Creo firmemente que, en la coyuntura actual, las políticas que impulsen la confianza acele-

rarán la recuperación económica en vez de obstaculizarla, porque la confianza es el factor clave hoy en día”. Finalmente, la conducción del BCE, buscando ciegamente la confianza de los mercados, ha ori-ginado una desconfianza alarmante en el Euro, poniendo en riesgo no sólo su propia supervivencia como divisa, sino también la viabilidad misma de la Unión Europea como proyecto político.

Una situación parecida vive España, que hoy muestra un extra-ño acuerdo entre ciudadanos, par-tidos políticos, sindicatos, exper-tos, y analistas en un sólo punto: la indignación ante la desastrosa gestión de la crisis por parte del Banco de España y su gobernador, Miguel Ángel Fernández Ordoñez. Se le achaca su extrema permisi-vidad ante la evidente burbuja in-mobiliaria, la lentitud en la reforma y reestructuración de las cajas de ahorro ahora quebradas, así como la pasividad ante las indemnizacio-nes millonarias que se asignaron a sí mismos los directivos de insti-tuciones de ahorro arruinadas. La reciente nacionalización de Bankia (tercer banco español) ha llevado al absurdo todos los informes en que año a año Fernández Ordóñez sos-tuvo con vehemencia que su país poseía uno de los sistemas banca-rios más solventes del mundo. Sin embargo, de acuerdo al modelo de autonomía vigente, la gestión de un director como Fernández Ordoñez sólo deberá responder ante la histo-ria y ante su conciencia. Autónomos de las autoridades democráticas, los bancos centrales se han mostrado altamente dependientes de los inte-reses de los mercados.

Fin de ciclo. Cambio de rumbo.

Sin embargo el dogma de la autono-mía comienza a caer. Economistas

De la exclusión a la inclusión y del cielo a la tierra Pag 01 Editorial

Tortura de la Exclusión Pag 02 Clase Magistral del Obispo Luis Infanti en la Universidad Católica Silva Henríquez

Acogida del Concilio en la Base Popular Pag 06 Pablo Fontaine ss.cc.

¿De quiénes dependen los Bancos Centrales “Autónomos”? Pag 09 Álvaro Ramis

Volver a Jesús Narración entre mujeres Pag 12 María Angeles Martínez, odn

Profetismo y Martirio de Oscar Romero Pag 18 Hna. Francisca Morales

Jesús, víctima de la discriminación Dimensiones de una ley Pag 21 Manuel OssaSu

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Los artículos firmados no reflejan necesariamente la opinión de la revista.Se autoriza la reproducción siempre que se indique la fuente y se envíe un ejemplar a la redacción

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El presidente de Colbún hizo un anuncio que ha sido interpretado diversamente. Todos lo aplauden: los

unos, porque les parece que el movimiento ciudadano por un Aysén sin represas ha tenido impacto; los otros, porque la moratoria propuesta les parece ser un llamado por parte de la empresa - si no una presión - a los políticos, para que se pongan a pensar en el futuro energético de Chile. Ya la ministra de Medio Ambiente, María Ignacia Benítez, recogió el guante de ambas interpretaciones al anunciar un “nuevo paradigma”: “Se trata de un cambio de paradigma social en que la ciudadanía exige muchas más, no sólo tener trabajo sino que tener calidad de vida. Eso pasa por entender el desarrollo sustentable incluye tres variables: el cuidado del medio ambiente, la equidad social y el crecimiento económico”.La ministra menciona de manera clarividente el paradigma de la inclusión. Si se lo practica, es de esperar que se produzca un giro copernicano en las políticas públicas. Porque desde hace ya muchos años, al menos desde el quiebre producido por el golpe militar, la práctica dominante en nuestro país ha sido y sigue siendo excluyente de grupos y realidades. Así lo describe en este número de la revista la magistral lección inaugural del año académico en la Universidad Silva Henríquez dictada por el Obispo Infanti. Él habla allí de un “poder torturador” que se expresa en actos de los tres poderes del Estado y produce la “tortura de la exclusión” al no aceptar ideas, valores u orientaciones que se apuntan como anhelos y hasta derechos de participación de grupos. Un ejemplo sectorial de exclusión sería también la “autonomización” del Banco Central, practicada en Chile desde 1975 y decretada por ley desde octubre de 1989, con lo que se lo ha segregado y apartado de la promoción social y de los controles democráticos, como lo describe el artículo de Álvaro Ramis.Para que el “nuevo paradigma” de la inclusión prevalezca sobre el antiguo no basta un anuncio y una proclamación. Todos tendríamos que ponernos a la obra.

Es lo que quisieron expresar también algunos grupos ciudadanos que respondieron el jueves 31 de mayo a la convocatoria de diez colectivos reunidos en la Coalición Ecuménica por el Cuidado de la Creación a realizar una CAMINATA PARA CELEBRAR LA PRESENCIA DEL ESPIRITU EN EL COSMOS, comenzada en el Cerro Huelén y terminada en el claustro de los Franciscanos en la Alameda. La Coalición es “ecuménica” porque en ella participan cristianos y no cristianos. En todo caso, esa tarde y esa noche de fines de mayo se cambió también el paradigma creacional por el del cosmos donde el “espíritu” es un impulso a la vez original e inmanente que lleva la materia hasta la vida y al lenguaje. Todo ello quedó configurado plásticamente en un gran mándala o círculo transparente que simboliza la inclusión fraternal, a la Francisco de Asís, de todo lo excluido o sometido y dominado por los sistemas exclusivamente económicos: grupos sociales, personas, animales, medio ambiente.La inclusión pasa también por un cambio de paradigma religioso. Se vislumbra ya que Dios no está en el cielo, sino en la tierra, esto es, en la seriedad y ternura con que nos cuidemos mutuamente los seres humanos entre nosotros; que el cielo no está después de la muerte, sino

en la vida misma, en el empeño y el gozo que ponemos en que ésta deje de ser el infierno que es para algunos. Fue la visión y la práctica del obispo Oscar Romero, como lo explica el artículo de la hermana Panchita Morales. Fue también la de Jesús de Nazaret,

en su forma de comunicarse con mujeres, según la narrativa de la hermana María Ángeles Martínez, y también en su forma de resistirse a la discriminación entre hombres y mujeres, enfermos y sanos, justos y pecadores, judíos y gentiles, y otras, que llevaban a cabo los poderes políticos y religiosos de su época, como lo expone el artículo sobre las víctimas. PP.

Editorial

De la exclusión a la inclusión y del cielo a la tierra

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Quisiera en primer lugar agrade-cer la posibilidad de compartir

algunas reflexiones y que me hayan invitado a este momento tan pres-tigioso de la Universidad Católica Silva Henríquez, a cuyos represen-tantes aquí presentes les deseo que tengan un grato y fecundo Año Aca-démico 2012.

Quiero agradecerles también que Chile tenga una Universidad que se llame “Cardenal Raúl Silva Henríquez”, porque llevar su nom-bre es algo significativo para el país, y ciertamente es un desafío. Un gra-to y buen desafío. El primer encuen-tro que tuve con el Cardenal Raúl Silva Henríquez fue en Coyhaique, entre el 1 y el 20 de febrero de 1974, cuando él fue de vacaciones lejos de sus oficios pastorales y su pre-sencia en acciones sociales. En esa ocasión fue de vacaciones, fue a pescar y descansar. Era un fanático pescador, sin embargo cuando salía a pescar, día a día su pesca no tenía buenos frutos. Quizás era un gran pescador de personas, pero en los ríos de la Patagonia no tenía buenos resultados, lo que provocaba una “sana burla” de los amigos.

Un día me invitó a caminar por la ciudad de Coyhaique y fui-mos al mercado. Miró los varios puestos y compró el pescado más grande que encontramos. Volvimos a la casa con un tremendo pescado de más de un metro de largo, y dijo a todos, con orgullo: “aquí tengo el fruto de mi pesca”. Esta pequeña anécdota me ayudó a entender que el Cardenal Silva era un hombre con grandes metas, grandes sueños, grandes ideales, grandes proyectos, grandes realizaciones y alegrías para su pueblo. Eso lo buscó día a día con su testimonio de vida y sus decisiones, y lo plasmó en “Mi Sue-ño de Chile”.

Desde una fe viva, inquieta, incisiva, buscaba el Derecho y la Justicia para cada hijo e hija de esta tierra amada. Para una Universidad que lleva su nombre, el sueño del cardenal Silva es ciertamente un desafío entusiasmante y permanen-te, que la obliga a discernir, desde la fe, para hacer que “el Ser Huma-no sea lo más hermoso que Dios ha hecho”. El cardenal Silva celebró siempre el ser y sentirse: hijo de Dios, hombre de fe, e hijo de esta

tierra, y por eso buscaba siempre ser un hombre de justicia, de derecho y de paz. Hijo de Dios e Hijo de esta tierra como dos alas para volar alto hacia la construcción del Reino de Dios, para hacer de esta tierra una tierra hermosa.

Las situaciones históricas que le tocó vivir, situaciones socia-les, políticas y eclesiales -participó entre otros en el Concilio Vaticano II- lo convencieron de que estába-mos presenciando una “nueva épo-ca de la humanidad”. Efectivamente hoy estamos en esa época, donde se necesitan personas “significativas”, se necesitan profetas que iluminen el camino de esta nueva historia que hay que escribir.

Hoy, en este convulsionado Chile actual, su voz y su acción re-sonarían potentes para que brille Cristo y su Evangelio, e impregnen la cultura actual. La “tortura” que hirió gravemente a Chile décadas atrás, con las violaciones a los de-rechos humanos e hirió la dignidad y el alma de Chile, podemos decir que hoy sigue presente entre noso-tros, aún cuando tenga rostros, es-

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TORTURA DE LA EXCLUSIÓN

Padre Leonardo Santibáñez, Congregación SalesianaSr. Jorge Baeza Correa, Rector de la Universidad Católica Silva Henríquez

Clase Magistral del Obispo Luis Infanti en la Universidad Católica Silva Henríquez

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tilos y estrategias diferentes. Pero es una tortura igualmente ofensiva, inhumana e inmoral, porque hiere gravemente y margina a amplios sectores sociales y desespera a tan-tos hermanos y hermanas que bus-can su dignidad y sus derechos. Yo la llamaría la “Tortura del Poder”: un poder económico, un poder po-lítico y un poder judicial que crea excluidos y marginados de la dig-nidad y de los bienes que Dios ha creado para todos. La tortura del poder económico, que se cree due-ño de los bienes de la tierra. Sobre todo de bienes indispensables para la vida (no solo humana) como el agua, los alimentos y la energía.

La tortura del poder polí-tico, que busca descarnadamente permanecer en el poder para que prevalezcan sus ideales, sin preocu-parse de lo que opinen y sientan las personas, marcando cada vez más una distancia entre la mayoría de

los políticos y su pueblo. La tortu-ra del poder judicial, que interpre-ta las leyes siempre en beneficio de los poderes económicos y políticos. Entonces, la persistencia de estos poderes llega a ser una real tortura para la dignidad y los derechos de las personas. Los derechos a la li-bertad y a la igualdad, los derechos a la solidaridad y a la participación, en una palabra, los derechos a la paz, son un proceso histórico que marca generaciones de derechos que van ayudándonos a tomar con-ciencia cada vez más que la digni-dad de la persona no es violada sólo al ser torturada o al ser asesinada físicamente, sino que también es violentada paulatina y persisten-temente, a través de hechos que le quitan valor y dignidad a sus bús-quedas, a sus ideales, a sus sueños, a sus proyectos.

Ciertamente el virus de la tortura surge del orgullo de sentirse

unos superiores a otros. Surge del egoísmo del tener unos más que otros. Surge del creerse y sentirse como dioses, dueños y señores de la vida y de los bienes que Dios, dueño de la vida, ha regalado para todos.

Es la tortura de la exclusión, que experimentamos en tantas ex-presiones políticas: lo vemos en la Constitución misma del Estado, en el binominal, en tantas expresiones donde unos quisieran ser dueños de los demás, excluyéndolos.

Tortura de la exclusión, que la vemos en tantas expresiones so-ciales: cuando la ciudadanía, efec-tivamente, no tiene acceso a las decisiones relevantes del país, ni siquiera hay posibilidades de ple-biscitos vinculantes; cuando se desalienta a las organizaciones sin-dicales; cuando el derecho a la vi-vienda, a la educación, a la salud, al trabajo son más un privilegio para

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algunos que un derecho esencial para todos.

Tortura de la exclusión, que la vemos expresada en realidades étnicas: por ejemplo en grupos so-ciales como los hermanos Mapu-ches o los migrantes, sobre todo latinoamericanos, que también son bastante excluidos de la mesa co-mún de nuestra Patria. Tortura de la exclusión, que la vemos incluso a nivel territorial: con un centralismo político exagerado, sin considerar la diversidad y las distintas necesida-des de las varias regiones o sectores del país.

Tortura de la exclusión, que la vemos especialmente en los bie-nes: como insistimos permanente-mente, a través de la privatización y especialmente de la mercantiliza-ción de los bienes comunes, esencia-les para la vida y la dignidad de la persona, como el agua, los bosques, los mares, los minerales, la energía, las comunicaciones, los bancos...

Son derechos que exigen dignidad: de la persona, de las co-

munidades, de las culturas, de los pueblos miembros ya de una sola humanidad, que vivimos como una sola familia, en una casa común que es nuestro planeta, que percibimos y experimentamos cada vez más enfermo, deteriorado, depredado, cada vez más invivible y que deja profundas interrogantes para la “vi-vibilidad”, especialmente de las fu-turas generaciones. La violación de estos derechos son ya una violencia grande, una tortura, que cuestiona y desafía nuestra ética, nuestra es-piritualidad, nuestra fe, y va incu-bando un potencial de indignación y de mayor violencia entre sectores sociales y entre pueblos.

Sin embargo, damos gracias a Dios porque como humanidad esta-mos creciendo, significativamente, en la conciencia de estos derechos y deberes que tenemos, sintiendo in-cluso que ya la famosa Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU de 1948, si bien fue de gran valor, hoy ya tiene un valor más bien relativo e histórico. Hoy senti-mos con mayor fuerza la necesidad de una presencia más activa y efi-

caz del rol del Estado, para procla-mar, para defender, para proteger, los derechos de las personas, de los pueblos, de los bienes comunes. Y también el rol más activo y eficaz de la comunidad internacional, para esta misma responsabilidad huma-nitaria. Pero yo creo que sobre todo sentimos la urgencia de que crezca más aún la conciencia del pueblo, de los ciudadanos, para hacer valer su dignidad y sus derechos, pues jus-tamente la indiferencia, el silencio, la pasividad de la ciudadanía favo-recen y acrecientan la injusticia, la pobreza, la exclusión, la violencia. ¿Cómo no va a ser ésta una misión esencial de la Iglesia, de los centros de estudio, de una Universidad Ca-tólica?

Siento que es un desafío ur-gente y exigente ayudar a nuestro pueblo a tomar conciencia de su dignidad y de sus derechos, por-que la convulsionada sociedad en que vivimos quisiera llevarnos por otros caminos, y es justamente esta tortura del poder que hablábamos antes, la que se siente más molesta e indignada cuando el propio pue-

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blo empieza a tomar conciencia de sus derechos y empieza a exigirlos, porque con ello hace tambalear este poder excluyente, hasta derrumbar-lo.

Seguramente el querido Car-denal Silva hoy tendría un mensaje duro, crítico, indignado hacia los poderes que estructuran su tortura a la dignidad de las personas y de la creación a través de un modelo económico – político neoliberal. Lo haría para llamarlo a la conversión. Como hizo Jesús con Zaqueo, di-ciéndole: “Hoy quiero ir a tu casa, quiero entrar en tu corazón, en tu conciencia, en tu esquema y en tu modelo sociopolítico. Quiero entrar a tu casa para ver tus decisiones, tus acciones injustas y violentas, para convertirlas en acciones de justicia y de paz”. Y esto, el Cardenal Sil-va lo haría por la fe en el Dios de Jesucristo resucitado, con la misma espiritualidad de Jesús, quien siem-pre oye el clamor y el sufrimiento de su pueblo.

La conversión y la búsque-da de mayor dignidad y calidad de vida pasa hoy, esencialmente, por la educación, pues una nueva época de la humanidad requiere de nue-vos educadores, de nuevos profetas, de nuevos testimonios, de nuevos estilos de vida, de nuevas iniciati-vas, de nuevos pensamientos. Así nos lo decía también Einstein: “Un problema no puede superarse con el mismo principio o criterio que lo creó”. El cardenal Silva, antes de su fiel ministerio sacerdotal, estu-dió Derecho. Y como en su tiempo el Espíritu, en su discernimiento personal y eclesial, lo llevó a im-plementar Cáritas, la Vicaría de la Solidaridad, la Vicaría de Pastoral Obrera y centenares de otras obras del Espíritu, hoy, creo que haría presente a la Iglesia sobre todo en el campo de la educación. Y quizás

implementaría alguna iniciativa, incluso jurídica, para declarar ile-gal la pobreza (no los pobres), para individualizar leyes, instituciones y prácticas sociales que van crean-do un proceso creciente de empo-brecimiento y exclusión social.

Esto, frente a un sistema dominante que cree, y quisiera ha-cernos creer, que la riqueza, y no la vida, es la prioridad; frente a políti-cas que atacan más los efectos que las causas de la pobreza; frente in-cluso a los jefes de todas las nacio-nes que a través de la ONU ya en 1974 se comprometieron a erradi-car la pobreza absoluta para el año 2000 y al ver imposible de alcanzar esta meta, en el año 1995 se com-prometieron a reducir a la mitad la pobreza para el año 2015. Estamos llegando a ese año ya muy próximo y vemos los resultados en nuestro país y en el mundo entero: aumenta la pobreza, aumentan los pobres.

Especialmente en estos últi-mos 10 años experimentamos que este sistema imperante practica una lucha no contra la pobreza, sino contra los pobres, abdicando así al derecho fundamental a la vida, creando incluso constituciones, le-yes (como en Chile), para legalizar la liberalización de los mercados, desmantelando los Estados, priva-tizando casi todos los sectores pú-blicos, mercantilizando los bienes comunes (agua, alimentos, aire con los bonos de carbono, etc.). Este pro-ceso de empobrecimiento, además de ser inhumano e inmoral, es ile-gal, pues no se nace pobre, se llega a ser pobre, porque hay estructuras sociales que promueven la pobreza.

Y para terminar, creo que para una acción tan valiente y de-cidida, pero urgente y necesaria de construir una nueva época, una nueva patria, el Cardenal Silva con-

versaría con los jóvenes. Decía en Mi Sueño de Chile: “Pido y ruego que se escuche a los jóvenes, y se les responda como ellos se merecen. La juventud es nuestra fuerza más hermosa. Ellos tienen el derecho a ser amados y la responsabilidad de aprender a amar de un modo limpio y abierto”.

Todo lo aquí planteado, sin el amor de Dios experimentado y ce-lebrado en nosotros y manifestado hacia Él, hacia nuestros hermanos y hacia cada ser de la maravillosa creación que Dios ha convocado a nuestra responsabilidad y sabidu-ría, todo estaría destinado al fraca-so.

¡Gran desafío y compromiso para todos los cristianos y personas de buena voluntad! Pues tenemos mayor conciencia y experiencia del Amor de Dios, de Jesucristo y su Evangelio, para construir un país fraterno y hacer de Chile, de su pueblo y de sus bienes, el derecho a participar en “una mesa para to-dos”. Hacer de Chile un gran altar, donde celebremos al Dios de la paz, donde alabemos las maravillas de Dios entre nosotros con nuestras acciones y con nuestras obras. Esto es creer en la Resurrección de Cris-to, que a través nuestro, lleva a cada una de sus criaturas a su plenitud, a su perfección, haciendo “cielos nue-vos y tierras nuevas”. En esta noble y divina misión, todos estamos in-vitados a participar con sabiduría, responsabilidad y amor.

Que nuestra respuesta sea decidida, generosa y convincente.

¡Muchas gracias!

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Comienzo con una anécdota. Poco tiempo después del Conci-

lio pasó por Santiago el abate Pierre, fundador de los traperos de Emaús, y alojó en el colegio del cual yo era rector. Conversando una mañana sobre una “iglesia de los pobres”, me dijo, con una mirada picaresca, que, durante la 2ª guerra mundial, él había deseado que algunos avio-nes bombardearan el Vaticano para empezar a aligerar la Iglesia de ri-quezas y burocracias.

Por supuesto que estas cosas, dichas entre broma y serio, harían dudar de la mansedumbre del santo varón, pero se entienden en el con-texto de esa conversación, y sobre todo cuando él agregó: “pero me dije: soy un tonto. Si así ocurriera, vendrían los americanos y cons-truirían edificios más grandes y ri-cos. La bomba ya estalló y se llama Juan XXIII y el Concilio”.

A partir de esa bomba casi mítica, ambos compartíamos esa mañana nuestra común y gozosa esperanza en un vuelco importan-te de la Iglesia con su consecuente beneficio para la Evangelización. En la realidad no ha faltado alegría por los pasos que ha dado la Iglesia, pero muchos nos hemos quedado con la sensación de habernos dete-nido en la mitad del camino.

Y eso último se relaciona con nuestro tema que tiene de dulce y de agraz. Por lo demás es super-fluo decir que escribo aquí a partir de una experiencia muy limitada.

Partiendo por las primeras expectativas que nos ofrecía el Con-cilio Vaticano II, puedo decir que las viví enseñando en un Escolasticado en que alumnos y profesores nos preparábamos para algo muy gran-de. No sólo por el hecho insólito de que se anunciara un Concilio, sino sobre todo al ver que diversas líneas de búsqueda, en el campo litúrgico, bíblico, patrístico y teológico en ge-neral, parecían converger hacia un punto destinado a una verdadera conversión y reforma de la Iglesia. Era asistir a un acontecimiento casi milagroso. Más allá del sector cató-lico, el mundo entero lo contempló expectante.

Más tarde viviendo en una población de Santiago, pude cali-brar el valor y el peso que adquiría ese “mundo” al que la Iglesia debía servir; mundo que se hacía concre-to y tangible en familias y organiza-ciones de pobladores y trabajadores. Crecía en nosotros el conocimiento, admiración y respeto ante esa reali-dad popular. Al planteamiento del Concilio sobre una Iglesia que está en el mundo, no fuera de él, y que

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Acogida Del Concilio En La Base Popular

Pablo Fontaine ss.cc.

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procura servirlo, se unía el llamado urgente de Medellín a una opción por los pobres. Simultáneamente en nuestro país se levantaba un movi-miento general de apoyo al mundo obrero- urbano y campesino- con la decisión de acompañarlo en su ca-mino por la conquista de protago-nismo y justicia social.

La influencia de dicha reali-dad, iluminada por documentos y diversas reflexiones, constituyó el canal por el que el Espíritu impulsó el éxodo de sacerdotes y religiosas hacia el mundo pobre, realizado con un espíritu de bastante humil-dad y verdad, sin ser avasalladores ni darse ínfulas de conquistadores. Siempre había un liderazgo de los sacerdotes pero se daba en un con-texto de respeto mutuo y buscando para el laico popular un lugar de formación y acción con bastante au-tonomía.

La utopía y el deseo de una Iglesia de los pobres en que los pobres fueran los importantes, se

mantenía vigente, aunque no siem-pre estuviera claro qué significaba esto en concreto. Ese anhelo se ha-bía verbalizado en expresiones del Papa Juan XXIII, comentadas y am-pliadas en el ambiente conciliar y en numerosos estudios teológicos. Ese sector de cristianos populares políticamente conscientes aspiraba a una Iglesia cuyo centro neurálgico fueran los pobres, realidad que pen-saba estar casi a la mano.

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Recuerdo con cariño esa vida poblacional en Joao Goulart y San Gregorio, entre amigos muy queridos, con visitas mutuas, con el tecito familiar, con reuniones pastorales de mucho entusiasmo y la perspectiva de una liberación integral de nuestro pueblo. Era un entusiasmo que se originaba en el Concilio todavía cercano, reafirma-do y localizado con Medellín y Pue-bla. Fervor que se hizo patente más tarde con la persecución y defensa de los perseguidos durante la dicta-dura.

A partir del movimiento desencadenado por el Concilio, se deseaba una Iglesia que claramente manifestara existir para la salva-ción de todos, para la liberación del pecado y todas sus consecuencias como la injusticia, la explotación, la prepotencia de los más poderosos, el autoritarismo. Y que por lo tan-to viviera dentro de sí misma estas realidades.

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8 Iglesia y mundo

Ciertamente que la Iglesia dio algunos pasos en las direccio-nes señaladas. Pero para ese mundo popular que imaginó una comuni-dad eclesial muy cercana, acogedo-ra, participativa, defensora sin re-servas de un pueblo pobre, víctima de injusticias seculares, con una autoridad cuya designación contara en algún grado con una aprobación de los fieles; el entusiasmo primero por el Concilio y sus réplicas lati-noamericanas, se enfrió en gran medida.

A partir de los cambios litúr-gicos que el mismo Concilio produ-jo, se esperaba que se avanzara en una mayor flexibilidad de las cele-braciones y en su arraigo en la cul-tura popular. Que las iglesias loca-les tuvieran mayor injerencia en el desarrollo de los signos litúrgicos. A veces se mejoraron los libros y las prescripciones del culto, pero fue-ron reprimidos los intentos de una mayor libertad y creatividad para la

participación de los fieles, especial-mente los que provenían de medios populares.

El movimiento “cristianos por el socialismo” fue un intento de desprender a la Iglesia de sus vínculos con el poder económico y político para lograr que fuera un factor de animación de la sociedad en busca de un mundo más justo y humano. Tal vez por fallas de sus mismos dirigentes y de la autoridad de la Iglesia se perdió una ocasión de servicio al mundo como el que pedía el Concilio.

También se esperaba el sa-cerdocio para hombres casados. Como no se aceptó en el Concilio, muchos quedaron esperando que

durante el postconcilio podrían ver esa nueva forma de sacerdocio, pero ésta no llegó.

Esta brecha entre la gozosa llegada del Concilio a sectores po-pulares y su limitada realización práctica, es explicable por muchas razones, entre otras que es muy difí-cil cambiar mentalidades y hábitos que están en lo más íntimo de las personas e instituciones. También es verdad que no se da un vuelco histórico de tamañas dimensiones sin dolor y largo tiempo de madu-ración. También era de temer que los documentos conciliares fueran recibidos con sorda resistencia por algunos sectores.

Sin embargo podemos man-tener aquella esperanza del abate Pierre a que me refería más arriba y comprender que el dinamismo del Concilio no ha dado todavía todo su fruto. Esos mismos sueños, aun no concretados, continúan en el senti-miento del pueblo católico prontos a aflorar en la práctica.

Bastaría otra “bomba” como Juan XXIII para que la Iglesia des-pertara a una nueva primavera y los grupos herederos de la esperanza conciliar volvieran a cantarla.

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Si algo deberá quedar en limpio después de esta tormentosa cri-

sis financiera internacional es la comprobación empírica y constata-ble de la insensatez de las políticas neoliberales. En los cuatro años que han transcurrido desde la quiebra de Lehmans Brothers en 2008, las tesis que la escuela de Chicago y sus adláteres habían proclamado como “verdades científicas” se han redu-cido a dogmas revelados, que sólo se pueden defender con el escudo ideológico de la fe del carbonero, que no acepta hechos ni evidencias. Entre estas nociones que han caído al nivel de las creencias mitológicas hay algunas que gozan en Chile de particular asidero y veneración. Es el caso de la autonomía del Banco Central.

Tanto la derecha en el go-bierno, como la oposición concer-tacionista, comparten una fervoro-sa adhesión a este planteamiento ya que concuerda con una de las creencias más asentadas en los últi-mos treinta años, que afirma que la única función de un banco emisor debe ser el control de la inflación. Recordemos que la autonomía de Banco Central chileno se concre-tó por medio de una ley orgánica constitucional aprobada en octu-bre de 1989, a pocos meses del fin de la dictadura militar. Se trató de uno de los acuerdos de la transición más tensos y complejos ya que la intención de Pinochet era designar íntegramente el nuevo directorio con el fin de hipotecar la política económica del nuevo gobierno de-

mocrático. Finalmente se llegó a un compromiso con la designación de Andrés Bianchi como presidente de un primer directorio que contó con la anuencia de ambas partes. La nueva ley estableció un método de designación del directorio que distribuye “binominalmente” su composición, y que garantiza que el Banco no esté sujeto ni a la fiscali-zación de la Contraloría General de la República ni a la de la Superin-tendencia de Bancos e Instituciones Financieras. Tampoco se le consi-dera parte de la Administración del Estado. Cabe por tanto la pregunta del poeta clásico Juvenal ¿Quis cus-todiet ipsos custodes?, ¿Quién vigi-la a nuestros vigilantes?.

Ya en 1975 la dictadura mi-litar había impedido, por medio de una reglamentación interna, que el Banco Central proveyera financia-miento al sector público y al sector privado no financiero, vetándole la promoción del crecimiento y el em-pleo. El argumento, propuesto antes por monetaristas como Kydland y Prescott o Woodford, radicaba en que su única tarea debía consistir en mantener la estabilidad macroeco-nómica y financiera. En cierto modo esta normativa fue anticipándose a un proceso que con posterioridad acabaría involucrando a la inmensa mayoría de los bancos centrales del mundo. En la actualidad el Banco Central de Chile no sólo continúa ejerciendo su rol bajo esta orienta-ción, sino que además realiza un activo proselitismo de esta políti-ca. Su afán “adoctrinador” llega al ¿D

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paroxismo en un concurso escolar llamado “economía más cerca”, or-ganizado por el propio BC, en el que se invita a los estudiantes secun-darios chilenos a escribir relatos y cuentos breves que respondan a la pregunta “¿Por qué es importante que el Banco Central de Chile sea autónomo?1”. Si los escolares ya de-ben conocer la única respuesta co-rrecta ¿Que debate podríamos tener los adultos sobre esta materia?

El Banco Central. ¿Un nuevo dictador?

Desde la fundación del primer ban-co central, el banco de Suecia en 1668, han existido voces que pe-dían que los bancos centrales fue-ran independientes de los gobier-nos por el temor a que los gobiernos emitieran moneda sin restricciones para financiarse, provocando una ola inflacionaria como la que vi-vió Alemania durante la república de Weimar que llegó a superar el 26.000.000.000% en 1923. Este atá-vico temor no tiene en cuenta que muchos economistas actuales consi-deran que hoy no existe la inflación por “exceso de emisión monetaria” ya que los Bancos Centrales ya no manejan la cantidad de dinero en circulación, y que en realidad la inflación se determina de acuerdo a la demanda de crédito2. Pero la res-puesta al peligro inflacionario ha sido mucho más fuerte y ha llegado en la actualidad a situaciones dra-máticas, como las que actualmente enfrenta la eurozona.

La actual crisis del Euro es inexplicable sin atender a las res-ponsabilidades del Banco Central Europeo (BCE), creado en 1998 con un estatuto autónomo y un manda-to que le impele a buscar exclusiva-mente un Euro fuerte, con una in-flación al máximo control. El cum-plimiento estricto de este objetivo

propició el grave endeudamiento de los países periféricos (Grecia, Portu-gal, Irlanda, España, Italia) que vie-ron disminuir la competitividad de sus exportaciones y a la vez tuvie-ron contraer créditos exorbitantes para pagar sus importaciones de los países del norte de Europa. El BCE, confiado en la “gran moderación” de la volatilidad económica, anun-ciada por Ben Bernanke en 2004, nunca previó un nuevo ciclo de crisis sistémica como la que estalló en 2008. Para salir de este ciclo de endeudamiento el BCE ha obligado a los gobiernos periféricos a iniciar drásticos procesos de disminución del gasto público, (especialmente en salud, educación, subsidios del desempleo, pensiones, etc.) acom-pañados de brutales reformas labo-rales, recortes del salario mínimo; aumento del IVA, desregulación de sectores económicos, que amenazan con dar el golpe de gracia al modelo social europeo. Ante las adverten-cias de la mayor parte de los econo-mistas, que pronosticaban que este tipo de medidas iban a elevar aún más el desempleo y conducir a un agravamiento de la recesión, Jean-Claude Trichet - entonces presiden-te del Banco Central Europeo, se li-mitó a decir “Creo firmemente que, en la coyuntura actual, las políticas que impulsen la confianza acele-

rarán la recuperación económica en vez de obstaculizarla, porque la confianza es el factor clave hoy en día”. Finalmente, la conducción del BCE, buscando ciegamente la confianza de los mercados, ha ori-ginado una desconfianza alarmante en el Euro, poniendo en riesgo no sólo su propia supervivencia como divisa, sino también la viabilidad misma de la Unión Europea como proyecto político.

Una situación parecida vive España, que hoy muestra un extra-ño acuerdo entre ciudadanos, par-tidos políticos, sindicatos, exper-tos, y analistas en un sólo punto: la indignación ante la desastrosa gestión de la crisis por parte del Banco de España y su gobernador, Miguel Ángel Fernández Ordoñez. Se le achaca su extrema permisi-vidad ante la evidente burbuja in-mobiliaria, la lentitud en la reforma y reestructuración de las cajas de ahorro ahora quebradas, así como la pasividad ante las indemnizacio-nes millonarias que se asignaron a sí mismos los directivos de insti-tuciones de ahorro arruinadas. La reciente nacionalización de Bankia (tercer banco español) ha llevado al absurdo todos los informes en que año a año Fernández Ordóñez sos-tuvo con vehemencia que su país poseía uno de los sistemas banca-rios más solventes del mundo. Sin embargo, de acuerdo al modelo de autonomía vigente, la gestión de un director como Fernández Ordoñez sólo deberá responder ante la histo-ria y ante su conciencia. Autónomos de las autoridades democráticas, los bancos centrales se han mostrado altamente dependientes de los inte-reses de los mercados.

Fin de ciclo. Cambio de rumbo.

Sin embargo el dogma de la autono-mía comienza a caer. Economistas

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como Jan Toporowski han mostrado que la pretendida independencia de los Bancos Centrales es una mera ilusión, ya que sólo han pasado de depender de los gobiernos a depen-der de otros bancos centrales más poderosos, y más gravemente aún, de especuladores financieros que controlan indirectamente sus acti-vos. Situación que puede ser peli-grosa para países como Chile: “Fue-ra de Europa y de Norteamérica los bancos centrales son especuladores “macro fondos”, dependientes de los gobiernos de estados Unidos y de Europa cuyos bonos tienen ellos. Estos bonos pagan muy bajos rendi-mientos, pero los altos rendimien-tos concomitantes con altas tasas de interés en Europa y Norteamérica, podrían representar salidas de los flujos de capital de los mercados emergentes3”.

A nivel político el nuevo presidente de Francia, François Hollande, presionado por la crisis y por la demanda ciudadana, pro-puso en su programa una reforma al estatuto del BCE que incorpore un nuevo mandato que incluya la promoción del crecimiento y el em-pleo. De esta forma sería posible la emisión de eurobonos que den un

respiro a los países periféricos. Un cambio similar se está produciendo en Argentina donde la presidenta Cristina Fernández ha iniciado el trámite de una nueva Carta Orgáni-ca del Banco Central, que ampliaría su mandato con el fin de perseguir objetivos múltiples que incluyen el crecimiento, una distribución del ingreso más equitativa, la pro-moción del crédito sectorial y la estabilidad de precios. Este tipo de reformas permitirá una efectiva co-ordinación entre la política fiscal del ejecutivo y la política monetaria del ente emisor. Respecto a la refor-ma argentina, 20 economistas hete-rodoxos de diversas universidades, encabezados por George Irvin, Cos-tas Lapavitsas, y Marc Lavoie, sus-cribieron el 16 de mayo una carta en la que afirmaron un punto muy determinante: “El nuevo mandato permite que el gobierno actual, y los próximos gobiernos, elijan entre políticas económicas acertadas y equivocadas, mientras que la legis-lación anterior institucionalizaba las políticas erróneas”4.

Arrancar a un Banco Central del actual paradigma restrictivo no asegura per se una orientación co-rrecta. Pero permite devolver a los

Estados un marco básico de sobe-ranía que les permita tener control sobre su política monetaria, y espe-cialmente sobre la tasa de interés, que viene a ser la gran herramien-ta que permite regular el crédito y orientarlo a su función social y productiva, desincentivando la es-peculación y la usura. Un punto de partida, urgente, crucial y necesa-rio, especialmente cuando el en-deudamiento masivo de las familias chilenas parece augurar un futuro trágico, a no muy largo plazo. Una regulación efectiva del sector finan-ciero puede ayudar a hacer posible que la esfera económica vuelva a estar sometida a controles democrá-ticos y ayudaría a evitar un desastre social como el que hoy vive Grecia y otros paises que como Chile pare-cen seguir su mismo camino.

Notas:

1 http://www.economiamascerca.cl/

2 Ver entrevista a Marc Lavoie en http://w w w. p a g i n a12 . c o m . a r / d i a r i o / e c o n o -mia/2-190191-2012-03-22.html

3 Jan Toporowski. “El banco central como fondo de cobertura: La nueva política económica del banco central”. OLA Financiera. nº 10 sept. dic. 2011. UNAM México. p. 127.

4 http://www.telam.com.ar/nota/25383/

Vicepresidente Manuel Marfán presidió reunión del Comité de Estadísticas del BIS Irving Fisher Committee (IFC) que por primera vez se realizó en Santiago.