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REVISTA EUROPEA. NÚM. -102 6 DE FEBRERO DE 1876. AÑO LOS CONGRESOS CATÓLICOS. El d8 de Agosto de 1863 se abría en Malinas la primera Asamblea general de los católicos. Una agi- tación extraordinaria reinaba en esta pacíiica ciu- dad, donde la yerba matiza de verde frecuentemente el piso de las calles. Desde por la mañana, numerosos convoyes habían conducido de Bruselas y de todos los puntos de Bélgica las 2.000 ó 3.000 personas que se habían adherido al Congreso; y á las once se reunían en la imponente catedral de Saint-R.ombau, para oir una misa solemne, celebrada por monseñor Engelbert Sterckx, cardenal-arzobispo. Entre la concurrencia, compuesta de las tres cuartas partes del clero secular ó regular, se notaba á monseñor Ledochowski, nuncio del Papa; al cardenal Wise- man; á los obispos de Namur, de Tournay y de Gante; á muchos obispos ingleses, y al obispo de Jerusalen (del rito armenio), cuyo sombrero de for- ma elevada y cubierto de un velo color de violeta, así como su larga barba blanca, atraían todas las miradas. Dicha la misa, los miembros del Congreso se formaron en comitiva para encaminarse á la sala del pequeño seminario, donde la Asamblea había de reunirse, marchando á la cabeza los dos cardenales con ropaje encarnado y escoltados por una sección de jóvenes comisarios revestidos de una banda con los colores pontificios,—blanco y oro,—y á quienes estaba confiada la misión, fácil por otra parte, de mantener el orden. La sala de sesiones de una arquitectura muy sencilla, pero vasta y cómoda, estaba adornada con guirnal- das y banderas con los colores nacionales belgas. Sobre el estrado reservado á la mesa se elevaba un dosel de terciopelo rojo con un Cristo de marfil, y debajo un retrato de Pió IX: un mero atril servía de tribuna. A la una el cardenal-arzobispo de Malinas abría la sesión del Congreso con un discurso, en el que recordaba los servicios que el espíritu de aso- ciación había prestado al catolicismo. En medio de esta alocución, escuchada con un silendio religioso, un incidente introdujo el desorden en la Asamblea, de lo que los espíritus supersticiosos habrían podido deducir un mal presagio: un estrado elevado en el fondo de la sala cedió bajo el peso de los es- pectadores, siguiéndose un pánico que se apaciguó TOMO vi. con gran trabajo. Restablecida la calma, terminó su discurso el cardenal-arzobispo anunciando que se celebraría una misa todos los dias por la intención de los miembros del Congreso, y echándoles, con la fórmula sacramental, la bendición, que recibieron de rodillas: Benecliclio Dei omnipotentis etjiüi elspiri- tus sancti descendat snper vos et maneat. M. de Ger- lache, uno de los fundadores de la independencia de Bélgica y la persona más distinguida del partido católico, que había aceptado la presidencia del Congreso, se encargó en seguida de desenvolver el programa de los trabajos de la Asamblea, des- pués de lo cual se separó ésta para marchar á los locales preparados para las secciones. Había cinco de estas, entre las cuales los miembros eran li- bres de elegir, y comprendían las obras religiosas, las de caridad, la instrucción y la educación cristia- nas, el arte cristiano y la música religiosa, la li- bertad religiosa, publicaciones, asociaciones, etc.; poro los trabajos de las secciones no debían tener sino una importancia secundaria. Todo el interés ha- bía de concentrarse en las sesiones públicas: en efec- to, la reunión contaba en su seno muchos oradores ilustres, como el cardenal Wiseman, M. Cochin, M. Adolfo Deschamps, y el más ilustre de todos, M. de Montalembert, quien, rompiendo por la vez primera, después de doce años, el silencio á que le habian condenado los acontecimientos, so proponía desen- volver la máxima famosa: «la Iglesia libre en el Es- tado libre.» Su discurso, ó más bien, sus discursos, porqué hubo dos, que llenaron las dos sesiones pú- blicas del 21 y del 22, fueron el acontecimiento del Congreso. Pronunciados en presencia de un audito- rio laico, hubieran tenido, sin duda, una gran tras- cendencia; pero dirigiéndose á una Asamblea com- puesta casi exclusivamente de miembros del clero, en medio de un aparato solemne, adquirieron una im- portancia y una significación excepcionales, que la actitud de la Asamblea debía acentuar todavía más. Saludado á su entrada con entusiastas aplausos, que resonaron sobre todo en el fondo de la sala, ocupado por simples sacerdotes y los alumnos del seminario, M. de Montalembert se inclinó, excusán- dose de no llevar más que un discunso escrito y pidiendo permiso para hablar sentado. Desarrolló un manuscrito voluminoso, y comenzó la lectura en medio de un silencio absoluto. Su voz, al princi- pio balbuciente, se elevó por grados; su acento se apasionó, y, si no se hubieran visto las hojas que 40

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REVISTA EUROPEA.NÚM. -102 6 DE FEBRERO DE 1 8 7 6 . AÑO

LOS CONGRESOS CATÓLICOS.

El d8 de Agosto de 1863 se abría en Malinas laprimera Asamblea general de los católicos. Una agi-tación extraordinaria reinaba en esta pacíiica ciu-dad, donde la yerba matiza de verde frecuentementeel piso de las calles. Desde por la mañana, numerososconvoyes habían conducido de Bruselas y de todoslos puntos de Bélgica las 2.000 ó 3.000 personas quese habían adherido al Congreso; y á las once sereunían en la imponente catedral de Saint-R.ombau,para oir una misa solemne, celebrada por monseñorEngelbert Sterckx, cardenal-arzobispo. Entre laconcurrencia, compuesta de las tres cuartas partesdel clero secular ó regular, se notaba á monseñorLedochowski, nuncio del Papa; al cardenal Wise-man; á los obispos de Namur, de Tournay y deGante; á muchos obispos ingleses, y al obispo deJerusalen (del rito armenio), cuyo sombrero de for-ma elevada y cubierto de un velo color de violeta,así como su larga barba blanca, atraían todas lasmiradas. Dicha la misa, los miembros del Congresose formaron en comitiva para encaminarse á lasala del pequeño seminario, donde la Asambleahabía de reunirse, marchando á la cabeza los doscardenales con ropaje encarnado y escoltados poruna sección de jóvenes comisarios revestidos deuna banda con los colores pontificios,—blanco yoro,—y á quienes estaba confiada la misión, fácilpor otra parte, de mantener el orden. La salade sesiones de una arquitectura muy sencilla,pero vasta y cómoda, estaba adornada con guirnal-das y banderas con los colores nacionales belgas.Sobre el estrado reservado á la mesa se elevaba undosel de terciopelo rojo con un Cristo de marfil, ydebajo un retrato de Pió IX: un mero atril servía detribuna. A la una el cardenal-arzobispo de Malinasabría la sesión del Congreso con un discurso, en elque recordaba los servicios que el espíritu de aso-ciación había prestado al catolicismo. En medio deesta alocución, escuchada con un silendio religioso,un incidente introdujo el desorden en la Asamblea,de lo que los espíritus supersticiosos habrían podidodeducir un mal presagio: un estrado elevado enel fondo de la sala cedió bajo el peso de los es-pectadores, siguiéndose un pánico que se apaciguó

TOMO vi.

con gran trabajo. Restablecida la calma, terminó sudiscurso el cardenal-arzobispo anunciando que secelebraría una misa todos los dias por la intención delos miembros del Congreso, y echándoles, con lafórmula sacramental, la bendición, que recibieron derodillas: Benecliclio Dei omnipotentis etjiüi elspiri-tus sancti descendat snper vos et maneat. M. de Ger-lache, uno de los fundadores de la independenciade Bélgica y la persona más distinguida del partidocatólico, que había aceptado la presidencia delCongreso, se encargó en seguida de desenvolverel programa de los trabajos de la Asamblea, des-pués de lo cual se separó ésta para marchar á loslocales preparados para las secciones. Había cincode estas, entre las cuales los miembros eran li-bres de elegir, y comprendían las obras religiosas,las de caridad, la instrucción y la educación cristia-nas, el arte cristiano y la música religiosa, la li-bertad religiosa, publicaciones, asociaciones, etc.;poro los trabajos de las secciones no debían tenersino una importancia secundaria. Todo el interés ha-bía de concentrarse en las sesiones públicas: en efec-to, la reunión contaba en su seno muchos oradoresilustres, como el cardenal Wiseman, M. Cochin,M. Adolfo Deschamps, y el más ilustre de todos, M. deMontalembert, quien, rompiendo por la vez primera,después de doce años, el silencio á que le habiancondenado los acontecimientos, so proponía desen-volver la máxima famosa: «la Iglesia libre en el Es-tado libre.» Su discurso, ó más bien, sus discursos,porqué hubo dos, que llenaron las dos sesiones pú-blicas del 21 y del 22, fueron el acontecimiento delCongreso. Pronunciados en presencia de un audito-rio laico, hubieran tenido, sin duda, una gran tras-cendencia; pero dirigiéndose á una Asamblea com-puesta casi exclusivamente de miembros del clero,en medio de un aparato solemne, adquirieron una im-portancia y una significación excepcionales, que laactitud de la Asamblea debía acentuar todavía más.

Saludado á su entrada con entusiastas aplausos,que resonaron sobre todo en el fondo de la sala,ocupado por simples sacerdotes y los alumnos delseminario, M. de Montalembert se inclinó, excusán-dose de no llevar más que un discunso escrito ypidiendo permiso para hablar sentado. Desarrollóun manuscrito voluminoso, y comenzó la lecturaen medio de un silencio absoluto. Su voz, al princi-pio balbuciente, se elevó por grados; su acento seapasionó, y, si no se hubieran visto las hojas que

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movía su mano con ademan febril, se hubiera podi-do suponer que improvisaba; pero era todavía másinteresante observar al auditorio que al orador:mientras que una ardiente y simpática curiosidad sepiulaba en los semblantes de la multitud de sacer-dotes y seglares, podía observarse cierta preocupa-ción y cierta incomodidad en la actitud de los altosdignatarios del clero, y á medida que el oradoravanzaba en su lectura, se hacía más notatableesta diferencia entre la expresión de los sentimien-tos de estas dos categorías del auditorio. Desde lasprimeras páginas entraba el antiguo colaborador deLamennais, con una áspera vehemencia, en el fondodel asunto:

«Los católicos son en todas partes, decía, ex-cepto en Bélgica, inferiores á sus adversarios en lavida pública, porque no han tomado todavía su par-tido en la gran revolución que ha producido la nue-va sociedad, la vida moderna de los pueblos:experimentan una invencible mezcla de embarazo yde ümidez enfrente de la sociedad moderna queles intimida; no han aprendido todavía á conocerla,ni á amarla, ni á practicarla. Muchos de ellos perte-necen todavía por el corazón, por el espíritu, y sindarse bailante cuenta de ello, al antiguo régimen,es decir, al régimen que no admitía la igualdadcivil, ni la libertad política, ni la libertad de con-ciencia. Este antiguo régimen tenía un lado grandey magnífico: no pretendo juzgarle aquí, y toda-vía menos condenarle. Me basta con reconocerle undelecto, pero capital: está muerto y no resucitaránunca ni en ninguna parle.»'

I na verdadera sensación recorrió la Asamblea enosle comienzo, y, á pesar de la actitud reservada deios dignatarios de la Iglesia, pudo comprender elorador que oslaba en plena comunión do ideas y desentimientos con la inmensa mayoría de su audito-rio. Insistiendo aún en su pensamiento, como uncirujano que sondea á fondo una llaga, el oradorinvitó á los católicos á renunciar á la vana esperan-za de ver renacer un régimen do privilegio, y losmovió á volverse resueltamente del lado do la de-mocracia y de la libertad.

«Sin duda no es, preciso, les decía, ser idólatrade! espíritu moderno. Yo no tengo más confianzaen ol sufragio universal que en la infalibilidadreal. Nada es infalible en los poderes de aquíbajo, nada es absoluto, nada es perfecto; perolo esencial es reconocer entre las fuerzas socia-les y los principios políticos lo que está ya fuerade tiempo y fuera de servicio, por más que siem-pre sea digno de nuestros respetos y de nues-tros sentimientos. Lo esencial en todas las artes, ysobre lodo en la política, que es la primera de to-das, es distinguir lo posible de lo imposible, la fe-cundidad de la esterilidad, la vida de la muerte.»

Lo imposible es la resurrección del viejo sistemade la protección de la Iglesia católica por el Estado,con exclusión de toda otra Iglesia. Es preciso re-nunciar á este régimen del privilegio; es preciso re-nunciar á él sincera y absolutamente.

«Y no basta que esta renuncia sea tácita y since-ra; es preciso que venga á ser un lugar común de lapublicidad; es preciso protestar á todo propósitoclara, resuelta y públicamente contra todo pensa-miento de volver á lo que irrita ó inquieta á lasociedad moderna... Desaprobemos, pues, sin des-canso todo sueño teocrático, á fin de no ser esté-rilmente víctimas de las desconfianzas do la demo-cracia; y para poner á cubierto de las tempestadosdel tiempo esta independencia del poder espiritual,que es más que nunca el supremo interés do nues-tras almas y de nuestras conciencias, proclamemosen toda ocasión la independencia del poder civil...»

Nuevas aclamaciones interrumpieron aquí al ora-dor, las cuales redoblaron cuando éste declaró connueva insistencia que la Iglesia no podría ser libreen adelanto sino en el seno de la libertad general, yque, por lo que personalmente le concernía, él veíaen esta solidaridad de la libertad del catolicismo conla libertad pública un inmenso progreso.

«Comprendo muy bien, continuó con acentomedio reverencioso y medio irónico, que so juzguede otro modo y que se lamente lo que no es másque una respetuosa simpatía. Yo me inclino anteesas quejas; pero me levanto y me resisto desde elmomento en que se pretende erigir esas quejas enregla de conciencia, dirigir la acción católica en elsentido-de ese pasado desvanecido, desconocer ycondonar á los que rechazan esta utopia.»

Además de esto, añadía con un acrecentamientodo ardor vehemente, no hay lugar á lamentar ese

| pasado para siempre eclipsado, pues la Iglesia hasufrido siempre más, á despocho de las apariencias,que ha aprovechado, con la protección del brazosecular. Siempre que ha debido vivir y luchar solacontra sus adversarios, ha vuelto con maravillosarapidez á los hermosos días de su fuerza y de sujuventud. Como ejemplo en apoyo de esto, no titu-beó en citar la época que sigue á la concesión deledicto de Nantes.

«Al punto resplandeció esta magnífica florescen-cia del genio, de la disciplina, de la elocuencia,de la piedad y do la caridad católicas, que coloca alsiglo XVII en el primer rango de los siglos do laIglesia.»

Luis XIV revoca el edicto de Nantes.«Todo el mundo vio en ello el triunfo de la Iglesia.

Se creyó garantida para siempre la ortodoxia y ex-tirpada la herejía. Pero precisamente sucedió locontrario. La Iglesia católica, después de un siglocompleto de decadencia, se vio amenazada de ser

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extirpada del suelo de Francia. La revocación deledicto de Nantes no fuá solamente la señal de unaodiosa persecución, sino que con el cortejo de hipo-cresías y de inhumanidades que arrastraba en posde sí, fue una de las principales causas de la rela-jación del cloro, do los desbordamientos y do lasprofanaciones del siglo XVI11. La le y las costum-bres desaparecían gradualmente cuando la revolu-ción vino á proscribir á la Iglesia: ésta no se resta-bleció más que por la sangre.»

Prosiguiendo hasta el fin esta tesis, el orador re-cordaba que, bajo la restauración, la Iglesia estabaen el poder, el ministro de Instrucción pública eraun obispo, los maestros de todas las parroquias senombraban por los obispos, y los profesores do to-dos los colegios estaban purificados por monseñorFrayssinous. Pero, ¿á qué vino á parar toda estaprotecoion dispensada á la religión? No tendió á otracosa que á hacerle alcanzar los últimos límites de laimpopularidad , hasta el punto que en 1830 lossacerdotes, el abate Lacordaire entre ellos, estu-viesen reducidos á no salir á la calle con traje ta-lar. Por el contrario, bajo el gobierno escéptico óindiferente de Luis Felipe se vio al clero recobraruna parte de la legítima influencia que los favoresde la restauración le habían hecho perder. Despuésdel 2 de Diciembre, católicos imprevisores se preci-pitaron á los pies del poder absoluto, diciéndolc:«Estad con nosotros; nosotros estamos con vos.» Alpunto volvió á sospecharse del clero; la situaciónde la Iglesia se hizo peligrosa: y el orador concluyecon estas palabras cruelmente proféticas:

«Si estallase hoy una nueva revolución, se tem-blaría ante la idea del rescate que tendría que pagarel clero por la solidaridad ilusoria que ha parecidoreinar durante algunos años entre la Iglesia y elImperio.»

Así, pues, ¡basta de protección, basta de privi-legios para la Iglesia; esta sólo necesita libertad!Una y otra, la Iglesia y la libertad, han de ganarigualmente en esta alianza bajo el inevitable rei-nado de la democracia. El escollo de ésta es lademagogia, que conduce al cesarismo. La religiónimpedirá á la democracia caer en los abismos do lademagogia y del socialismo, y en caso de necesi-dad, resistirá al cesarismo. ¿No ha hecho frenteel Papa solo á Napoleón? Rechazar las invasionesdel Estado, consagrar el derecho de propiedad, res-petar la libertad individual, restablecer y mantenerel derecho de asociación; hé aquí lo que exigen losprogresos y la consolidación de la democracia, héaquí también lo que debe querer la Iglesia, pues ánadie aprovechará tanto como á ella. Es precisoaceptar sin rodeos y sin temor los principios y lasinstituciones de la sociedad moderna, incluso elmismo sufragio universal.

«Aunque no hubiera de encontrar en ella másque un continuo desengaño, manifestarse allí conbuena fe y con confianza en su derecho, sería milveces menos humillante que alcanzarlo todo, ya delfavor do un príncipe, lo que es o) más grosero delos ardides, ó ya de la roconsl ruco-ion de una aristo-cracia, lo que es la más quimérica do las utopias.»(¡Muy bien! ¡Muy bien!)

En fin, el orador hacía aclamar por aquella Asam-blea clerical un elogio, un poco antiguo ya enverdad, do los «principios del 89» por un hombre«que se ha hecho, decía, el más ilustre de nuestrosobispos.»

«Las libertades, tan caras á los que nos acusande no amarlas, nosotros las proclamamos, las invo-camos para nosotros como para los demás... Nos-otros aceptamos, nosotros invocamos los principiosy las libertades proclamadas en 1789. Vosotros ha-béis hecho la revolución de 1789 sin nosotros ycontra nosotros, pero para nosotros. Dios lo quiereasi, á pesar vuestro» (1). (Aplausosprolongados.]

M. de Montalembcrt terminaba su primer discursotrasportando su auditorio al pié de la columna con-memorativa elevada por la Bélgica en honor delCongreso al que debo su Constitución liberal. Cua-tro estatuas, colocadas al pió de ese monumento,representan las libertades esenciales: la libertad deenseñanza, la libertad de asociación, la libertad dela prensa y la libertad de cultos. Después de unaapasionada apología de las tres primeras, se remi-tió el orador á la sesión siguiente para tratar de laúltima, que consideraba como la más importante yla más necesaria.

¿Tendremos necesidad de decir cuan grande fuela emoción causada por este discurso, que exce-dió á todo cuanto se podía esperar del ilustrecampan de la alianza del catolicismo con la liber-tad? Allí no hubo protesta alguna; pero mientrasque al dia siguiente se había aumentado la afluenciade la multitud do oyentes pertenecientes á las cla-ses inferiores del clero, so observaban algunos va-cíos en los asiento^ reservados á I03 dignatarios dela Iglesia. Una aclamación inmensa acogió, á su en-trada, al orador que había traducido en un lenguajemagnífico las aspiraciones secretas de la masa delbajo clero, entre el cual permanecían vivas las tra-diciones liberales do 1830. Sabíase que iba á abor-dar cuestiones arduas y sembradas de escollos, yuna ansiedad apasionada y curiosa se pintaba enlas miradas. ¿Se estrellaría el orador contra estosformidables escollos, ó lograría salir bien de ellos?En todo caso no temía afrontarlos. Como hizola víspera, se fue derecho al fondo de la cuestión,declarando que pedía la libertad entera, absoluta,'

{i) Dupanloup, De la picificucion religiosa, 1844.

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no sólo para los católicos, sino también para todoslos cultos y todas las opiniones; no sólo para laverdad, sino aun para el error. Que la libertad mo-ral me da, decía, la facultad de elegir entre el bieny el mal, y no el derecho de escoger el mal, es unaverdad de fe y de razón; pero para ilustrar y deter-minar mi e'eccion, yo no quiero escuchar más queá la Iglesia y no al Estado. No quiero ser obligadopor el Estado á creer lo que él crea verdad, porqueel Estado no es juez de la verdad, porque el Estado,el poder civil y el laico, es soberanamente incom-petente en materia religiosa. Su competencia se li-mita á lo que importa á la paz pública y á las cos-tumbres públicas: no va más allá. El Estado notiene, pues, para qué intervenir en las cuestionesque interesan á la libertad de conciencia, ni tieneotra misión que la de garantir sus manifestaciones.Después de haber citado esta noble máxima deM. Guizot: «El principio de la libertad religiosa con-siste únicamente en reconocer el derecho de laconciencia humana á no ser gobernada en sus re-laciones con Dios por decretos y castigos humanos,»añadió esta glosa: «La fuerza pública debe prote-germe contra el que me impida ir á la iglesia; perola fuerza pública que quisiera conducirme á la igle-sia á despecho mió, sería evidentemente tan ri-dicula como insoportable.» Así, pues, basta de re-currir al Estado para proteger la verdad contra elerror; basta de intervención del brazo secular; bas-ta de ley de protección en materia de cultos: lo re-pito, deseo la libertad para todos, ¡nada más que lalibertad!

«¿Se puede hoy dia pedir la libertad para la ver-dad, esto es, para sí (pues cada uno, si camina debuena fe, se cree en lo verdadero), y rehusarla alerror, es decir, á los que no piensan como nos-otros? Yo respondo claramente: ¡nó! Aquí, lo com-prendo bien, incedoper ignes. También me apresuroá añadir todavía una vez más que no tengo otrapretensión que la de expresar una opinión indivi-dual; me inclino ante todos los textos, todos loscánones que se me quieran citar. Ni contestaré nidiscutiré ninguno; pero no puedo rechazar hoy laconvicción que reina en mi conciencia y en mi co-razón, y que puedo exponer después de haber leidodesde hace doce años esos ensayos de rehabilita-ción de hombres y de cosas que nadie en mi juven-tud, nadie entre los católicos pensaba en defender.Lo declaro, pues; siento invencible horror portodos los suplicios y todas .las violencias hechas ála humanidad so pretexto de servir y de defender ála religión. Las hogueras encendidas por una manocatólica me causan tanto horror como los patíbulosen que los protestantes han inmolado tantos márti-res. (Movimiento y aplausos.) La mordaza puesta enla boca de quien habla con un corazón puro para

predicar su fe, la siento entre mis propios labios, yme estremezco de dolor... (Nuevos aplausos.) Elinquisidor español diciendo al hereje: La verdad, óla muerte, me es tan odioso como el terrorista fran-cés diciendo á mi abuelo: La libertad, la fraterni-dad, 6 la muerte. (Aclamaciones.) La conciencia hu-mana tiene el derecho de exigir que jamás se leponga en esas horrorosas alternativas.» (Nuevas éinmensas aclamaciones.)

Asi, pues, como quiera que se haga y cualesquie-ra que sea el sentimiento que inspire el pasado, elpasado no puede renacer. La Iglesia católica nopuede aspirar más que á la libertad. Pueden soste-ner los unos que esto os un infortunio, y los otrosque es una felicidad y un inmenso progreso; ni éstosni aquellos podrán negar que sea «un hecho,» queel orador no deplora. Piensa que el monopolio esmortal para la Iglesia, y en su apoyo hace unapintura ardientemente colorida de la decadenciadel catolicismo en los países donde ha gozado pormás largo tiempo y más completamente de losbeneficios ilusorios de la protección exclusiva delEstado.

«Italia, España y Portugal están ahí para pro-barnos la impotencia radical del sistema repre-sivo, de la antigua alianza del altar y del trono parala defensa del catolicismo. En ninguna parte, ade-más, ha recibido la religión heridas más crueles;en parte alguna han sido sus derechos más desco-nocidos. Los gobiernos de ambas penínsulas habíanpretendido establecer en ellas un bloqueo hermé-tico contra el espíritu moderno, y en ninguna partoha hecho este espíritu más estragos. Como no so-mos muy jóvenes, hemos conocido antes de su caidaesos gobiernos absolutistas y católicos; hemos co-nocido el despotismo, más ó menos ilustrado, peroesencialmente clerical de Fernando VII en España,de Fernando I y II en Ñapóles, y de Carlos Albertoen el Piamonte. ¿Qué ha resultado en sus reinados?Un entumecimiento universal de las almas y de lasinteligencias entre las gentes honradas; una cóleraimpotente entre un corto número de celosos, y en-tre los demás la pasión fanática del mal. Se habíaaprisionado y sofocado el espíritu público, que nose ha despertado más que para entregarse al ene-migo. La tempestad no ha encontrado sino corazo-nes atrofiados por la supresión de la vida pública éincapaces de proveer á circunstancias nuevas. Elfalso liberalismo, la incredulidad, el odio á la Igle-sia lo habían invadido todo. Bajo la corteza super-ficial de la unión de la Iglesia y del Estado, ó aunde la subordinación de éste á aquella, la lava revo-lucionaria había cavado su lecho y consumía en si-lencio las almas que había hecho presa suya. (Sen-sación.) Al primer choque todo se ha hundido,todo, y para no levantarse jamás. Esos paraísos

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del absolutismo religioso están convertidos en elescándalo y la desesperación de iodos los corazo-nes católicos.» (Movimiento general de adhesión.Aplausos.)

Enfrente do este cuadro, el orador muestra losprogresos que realiza el catolicismo diariamente enlos países donde no puede invocar más beneficioque el del derecho común, donde se halla expuesto,sin protección, sin privilegio do ninguna suerte, ála concurrencia de otros cultos, como en Bélgica,en Inglaterra y en los Estados-Unidos. Hace re-saltar la superioridad moral de los triunfos dela religión católica en los países «donde todo espermitido contra ella» sobre el imperio «equívocoy efímero» que ha debido en otras partes al empleode la fuerza; después conjura á los católicos á re-nunciar á ese sistema de protección falaz y funestoy á entrar en la sociedad moderna sin segunda in-tención, sin ánimo de arrepentimiento, y á condu-cirse de tal suerte que nadie tenga derecho á dudarde su sinceridad.

«No manifestemos querer introducir en la socie-dad moderna enarbolando sus colores, invocandosus principios, reclamando tantas más garantíascuanto somos los más débiles, á fin de podernos re-volver en un dia dado contra los derechos de nues-tros adversarios, so pretexto de que el error notiene derechos. Después de haber dicho en otrostiempos: «La Iglesia no pide más que la libertad, lalibertad de todo el mundo» (Univers, Marzo de1848), nunca nos dejemos arrastrar hasta decir bajoel imperio de una protección ilusoria: Sólo la Igle-sia debe ser Ubre... ¿Cómo no so ve que obrar así,hablar así, es suministrar precisamente al enemigo,á los falsos liberales, el pretexto de que tienen ne-cesidad contra nosotros?

»Esto es cohonestar, mejor dicho, es autorizar,es justificar todas las exclusiones, todas las opre-siones, todas las iniquidades que ellos no dejarán deponer en práctica para impedirnos adquirir plena ypacíficamente la libertad de que se les anuncia an-ticipadamente que se les privará en cuanto seamosmás fuertes que ellos. (Movimiento general de adhe-sión.)

»Sí, católicos, entendedlo bien; si queréis la li-bertad para vosotros, necesitáis quererla para todoslos hombres y bajo todos los climas. Si sólo la pe-dís para vosotros, nunca se nos concederá; dadladonde sois dueños, á fin de que se os la dé allí dondesois esclavos.» (Aplausos unánimes y muy prolon-gados.)

M. de Montalembert terminó esta ardiente apolo-gía de la alianza del catolicismo con la libertad, de-clarando quo sometía todas sus expresiones, comotodas sus opiniones, á la infalible autoridad de laIglesia; pero no sin añadir estas nobles palabras to-

madas del conde de Maistre: «Aun cuando mi respe-tuosa voz se elevara hasta esas altas regiones dondelos errores prolongados pueden tener tan funestasconsecuencias, no por esto sería allí presa de la auda-cia ó de la imprudencia. Dios da á la franqueza, á lafidelidad, á la rectitud, un acento que no puede serfalsificado ni desconocido.» Las aclamaciones quesaludaron al orador en el momento en que se levantódespués de haber pronunciado estas últimas palabras,resuenan todavía en nuestros oidos. La Asambleatoda se levantó presa de una indecible emoción, y lasvoces mil veces repetidas de ¡viva Montalemberl! re-tumbaron en la sala y hasta en el estrado. Esta ex-traordinaria manifestación pareció en aquel dia, yaun en los que siguieron, haber conquistado hastaá los cardenales. Monseñor "Wiseman pronunció undiscurso, que fue un eco de las palabras del ilus-tre apóstol del catolicismo liberal. Comprobandolos progresos del catolicismo en Inglaterra, hizola apología de la libertad de quo gozan los cató-licos en el suelo británico. Después de él, tratóM. Cochin, en una viva y espiritual alocución, dereconciliar á los católicos con la ciencia y el pro-greso material. Habló en excelentes términos delos ferro-carriles, que habían permitido reunirse álos miembros de la Asamblea; de la telegrafía, queles daba los medios de comunicarse á cada horadel dia con sus familias: tampoco olvidó la fotogra-fía, gracias á la cual iban á poder hacer un cambiofraternal de sus retratos. Los progresos materiales,decía, son la redención terrestre de la humanidad.Dios menos severo, y el hombre monos débil, hóaquí el resultado del cristianismo. Jesucristo, queha borrado la distancia que separaba al hombre deDios, no puede encontrar malo que nosotros borre-mos las distancias que nos separan á los unos de losotros. Las votaciones del Congreso revelaron lainfluencia liberal. Se adoptó una serio de resolucio-nes que tenían por objeto la observancia del do-mingo, multiplicar los diarios y las asociaciones ca-tólicas, pero por la sola virtud de la libertad: la re-solución relativa á las asociaciones estaba redac-tada de esta manera, particularmente significativa::

«Interesa á los católicos, como á lodos los ciuda-danos que quieren sinceramente la libertad, susti-tuir cuanto sea posible á la intervención y á laomnipotencia del Estado la energía creadora y elprincipio de espansion del espíritu de asociación.»

Estos discursos y estas resoluciones no tuvie-ron, sin embargo, todo el eco que merecían. Losliberales, que por interés de partido temían losprogresos del catolicismo liberal, afectaron no veren el Congreso do Malinas más que una demostra-ción excéntrica sin importancia y aun sin sinceri-dad; los dignatarios del clero, que se habían lanzadoá esta aventura sin prever tal vez las consecuen-

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cias, se preguntaban, no sin inquietud, lo que sepensaría en Roma. Sus temores no tardaron enverse justificados. El 21 de Diciembre de 1863 es-cribía el Papa al arzobispo de Munich una carta enla que, expresando su opinión acerca de los Con-gresos en general, manifestaba la sorpresa «extra-ordinaria» que le había causado la convocación deestas Asambleas y las aprensiones de todo géneroque había experimentado. Condenaba con una re-probación formal y absoluta la audacia de los ca-tólicos que, «confiados en desdichadas ilusiones,»osan querer para la ciencia «una libertad engañosay muy poco sincera;» é insistía, en fin, sobre lanecesidad de no limitar á los artículos de fe la obe-diencia debida al jefe de la Iglesia. Esta carta causónaturalmente viva emoción entre los adheridos alCongreso de Malinas. Sin embargo, no les impidióreunirse de nuevo en sesión en el mes de Agos-to de 1864; pero M. de Montalembert no asistió áeste segundo Congreso, cuyo tono continuó menosliberal. Monseñor Dupanloup pronunció en él unelocuente discurso acerca de la cuestión de la en-señanza, y no titubeó en declarar, con el aplausoentusiasta de 3.000 ó 4.000 oyentes, que el peor deIon maestros es la ignorancia. En fin, entre las reso-luciones del Congreso se encontraba una recomen-dando muy especialmente la introducción ó el des-envolvimiento de la enseñanza de la economía po-lítica en los establecimientos católicos. A pesar dela abstención de M. de Montalembert, parece queno quedó Roma más contenta de este segundo Con-greso que lo quedó del primero; y no es emitir unasimple conjetura anticipar que estas dos reunionesdel catolicismo libera! precipitaron,si no la determi-naron, la publicación de la encíclica Qnanla cura ydel Syllabus. Estos dos documentos, en los que secondenaban todas las proposiciones que habían ser-vido de fundamento á M. de Montalembert y cuyoespíritu había inspirado las deliberaciones y las reso-luciones de las Asambleas de los católicos liberales,aparecieron el 8 de Diciembre, tres meses despuésdel segundo Congreso de Malinas. No tenemos nece-sidad de recordar el efecto que produjeron en elinundo católico y la consternación en que sumieroná la multitud de miembros del bajo clero que ha-bía aclamado las doctrinas liberales del gran ora-dor del Congreso de Malinas. Algunos católicosliberales, pertinaces y sutiles, no perdieron sin em-bargo toda la esperanza. ¿No llegaron hasta lison-jearse de conciliar con las doctrinas tan formal-mente reprobadas la encíclica y el Syllabus? Bajo elimperio de esta ilusión, los promovedores de laAsamblea general de los católicos, convocaron enMalinas el tercer Congreso en Setiembre de 1867.Monseñor Dupanloup, M. de Fallona y el P. Jacintoasistieron a él; pero desde el principio se compren-

día que la situación había cambiado completamen-te. Un mensaje al Papa puso el fuego á la pólvora.La encíclica no se nombraba en él, y esta omisiónprovocó agrias reclamaciones par parte de la mino-ría partidaria del Syllabus; en vano el presidentede la Asamblea, M. Dellafaille, declaró que «nadiepodía dudar de la adhesión absoluta y sin reservade todos los miembros del Congreso á la encíclicade Pío IX y á la encíclica interpretada en el sentidode Pío IX;» era visible que el Congreso no podía,sin renegar de sí mismo, adherirse á un documentoque condenaba ideas y principios que antes habíaaclamado con un entusiasmo tan ardiente y tansincero. Por otra parte, ¿cómo protestar sin caer enel cisma? ¿Qué hacer, pues? Disolverse, dejar de re-unirse; no había otro partido que tomar. En estepartido, en efecto, se fijó la Asamblea general delos católicos. El catolicismo liberal había vivido; laencíclica y el Syllabus le habían matado y con él alCongreso de Malinas.

II.

Habiendo tenido el catolicismo liberal sus Con-gresos, ha querido tener los suyos el catolicismopartidario del Syllabus, y puede añadirse que hacalcado su organización sobre la de la «Asambleageneral de los católicos de Malinas,» cuyos tristesdestinos acabamos de recordar. Como en Malinas,los Congresos católicos que acaban de celebrar sussesiones en Poitiers y en Reims, precisamente en lamisma época en que la Asamblea de Malinas celebra-ba la suya, estaban divididos en secciones, teniendocada cual una serie particular de trabajos y cuestio-nes que estudiar. Las secciones nombraban comi-siones, redactaban informes ó presentaban resolu-ciones que se discutían y votaban en sesión pública;pero aquí se detenía la analogía, pues en Poitiers óen Reims no se habría podido oir ponderar los méri-tos de la libertad religiosa, ni aun de la libertad deenseñanza. Es muy difícil de explicarse por qué hantenido lugar al mismo tiempo estos dos Congresos;pues, en rigor, uno sólo hubiera bastado, puestoque sus programas no diferían de una manera sen-sible. Sin embargo, á despecho de los programas,y aunque el principio modermo de la división deltrabajo pudo parecer contaminado de herejía ágentes que querían volver á la sociedad y aun á laindustria de la Edad Media, cada tina de dichasAsambleas tenía un fin especial: en Poitiers se ocu-paban principalmente de la cuestión de la enseñan-za y de los medios prácticos de sacar partido dela nueva ley relativa á la enseñanza superior; enReims se ocupaban casi exclusivamente de las ins-tituciones de obreros católicos. Poco tenemos quedecir del Congreso de Poitiers, del que, por otraparte, sólo conocemos los trabajos por las relacio-

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N.° 4 02 O. MOLINAHI. -LOS CONGRESOS CATÓLICOS. 527

nes muy incompletas de los periódicos religiosos.Sabemos que monseñor Cartuyrels, vice-rector de laUniversidad libre de Lovaina, expuso en él, en undiscurso sustancial, la historia de la fundación y delos progresos de esta institución; sabemos tambiénque monseñor Nardi, auditor de la Rota romana,juzgó á propósito protestar contra la enseñanzalibre, que «le causaba estremecimiento» y que asi-miló al emponzoñamiento de los rios. Cualquiera soadmiraría de esta protesta, de discutible oportu-nidad. ¿No venía, en efecto, en apoyo este argu-mento, por otra parte poco liberal, de aquellosliberales doctrinarios que rehusan el beneficio dela libertad á los enemigos de la misma? Poro ¿podíamonseñor Nardi dejar pasar sin protesta una he-rejía formalmente condonada por la encíclica yel Syllabus! ¿No ha calificado Pió ¡X, en esto se-gundo documento, de «libertad de perdición» elpretendido derecho que poseen los ciudadanos «dedifundir pública y oxteriormente sus pensamien-tos, ya mediante la palabra, ya por la prensa, óbien por cualquiera otro medio?» Monseñor Nardiso limitó á recordar, en materia de enseñanza, lala pura doctrina de la Iglesia. ¿No ora su protestaen algún modo obligada? En cambio, el R. P. Sam-bin, de la Compañía de Jesús, ¿no fue más allá de lonecesario haciendo, en un informe sobre la impor-tancia y la necesidad, bajo el punto de vista ca-tólico , de las nuevas facultades de derecho, laapología del derecho divino? Se ha visto más arribaque M. Montalembert había excitado á los católi-cos á no retroceder ante el sufragio universal, sinmostrarse, por otra parle, más prendado do la so-beranía del pueblo que del derecho divino. Segúnel P. Sambin,por el contrario, todo el mal social quesufrimos proviene únicamente de ese falso prin-cipio, en virtud del cual «el poder no desciende yado Dios, su fuente primera, sino del pueblo que lodelega.» ¿Dónde estaba la necesidad de esta profe-sión do fe, no habiendo nadie, que sepamos, defen-dido el sufragio universal y la soberanía del puebloen el Congreso do Poitiers? ¿Con qué objeto señalartambién anticipadamente las facultados do derechocatólicas como focos de propaganda de la causa delderecho divino? ¿No era esto un exceso de celo?

Pero no nos detengamos en el Congreso de Poi-tiers. Puede ser que en él se hayan dicho muchascosas interesantes acerca de los medios do aprove-charse de esta «libertad de enseñanza,» que no debeconfundirse con la «enseñanza libre,» á menos decausar estremecimiento á monseñor Nardi; peronada ha trascendido á las columnas do la prensareligiosa, por lo que acerca do este punto estamosreducidos á meras conjeturas. Es preciso creer,no obstante, que después do maduras deliberacio-nes, «la obra de las Universidades católicas» no ha

parecido tan fácil como se creyó al principio, y queen vez de cubrir la Francia de Universidades cató-licas, se contentarán con fundar una ó dos á lo más.No encontramos en esto nada que decir, y pasamosal Congreso de los trabajos de obreros católicos deReims.

Aquí nos encontramos en presencia de un hechonuevo y que merece ser estudiado, aunque se hayaexagerado su importancia. Queremos hablar del tra-bajo do los comités y de los círculos de obreros, doque el capitán M. de Mun so lia hecho apóstol, y na-cieron en 1871, al dia siguiente do la Commune. Elobjeto do los comités es fundar círculos de obre-ros, así como otras instituciones de enseñanza, deprevisión ó do caridad. Un comité central, estable-cido en Paris, está encargado de la dirección geno-ral de la institución. Ha dividido la Francia en sietezonas,'on cada una do las que so han instituido su-cesivamente comités locales. Cada uno de éstos sehalla dividido en cuatro secciones que comprenden:i.'\ la propaganda; 2.", la fundación y entreteni-miento de los círculos; 3.", los fondos, la creación yla administración de los recursos; 4.°,la enseñanza.El presidente del comité y los jefes de las seccionesconstituyen la secretaría, que gobierna la insti-tución de una manera completamente autoritaria,y aun podemos decir enteramente militar, pues elejército ha suministrado una buena parte del per-sonal activo do los comités. Los comités son, comose ve, la rueda motora que da impulso y vida átodas las otras instituciones; existen al presentecerca do cincuenta, que han fundado un centenar decírculos. En cuanto á los comités de todas clasesque actualmente funcionan, una relación del condeGastón Ivcrt nos da la cifra, que se eleva á 4.127,con un total do 13G.000 miembros próximamente.Entro estas instituciones, las más importantes sonlos círculos y las fundaciones de conferencias ó deJesús obrero, consagradas á la enseñanza. Los círcu-los ofrecen algunos puntos do semejanza con lasMechantes inslitutions do Inglaterra: son lugares dereunión donde los obreros afiliados encuentran dis-tracciones destinadas á reemplazar para ellos lasdel club ó de la taberna; sin embargo, fuera de lafamilia, las mujeres y los niños no son admitidos álas reuniones do los círculos. Además les ofrecendiversas ventajas materiales: se les dan diplomasque les sirven de recomendación cerca de losindustriales católicos que se encargan *de buscartrabajo á los que están sin ocupación, de distribuir-los recursos cu caso de enfermedad y de huel-ga, etc., etc. La fundación de Jesús obrero no se li-mita sólo á organizar conferencias en el seno de loscírculos, sino que reparte también por contenaresmiles de pequeños folletos ó traets sobre toda clasede asuntos religiosos, morales ó económicos.

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Tal es la organización en la que se trata de englo-bar sucesivamente á la clase obrera, colocándolabajo una tutela á la voz militar y clerical; pero lascifras que acabamos de citar atestiguan que, á pesarde esfuerzos dignos de elogio, los resultados sonhasta el presente muy insignificantes. Notemos ade-más á este propósito que los círculos no han reunidomás de una decena de millares de adheridos: enParis, donde son en número de siete, no cuentanmás do 1.100 á 1.200; en Lion, no hay más que cincocon 700 ú 800 adheridos. Se convendrá en que estoes poco, y los secretarios de la institución no disi-mulan las dificultades que experimentan para ven-cer las desconfianzas y la malquerencia manifiestade las masas obreras. Sin embargo, las relacionespresentadas al Congreso tienen impreso el sello deloptimismo más confiado, y las imaginaciones, calen-tadas por los resultados obtenidos, producen losproyectos más vastos. No se trata ya sólo de fundarcírculos de obreros; se trata de crear talleres cató-licos, mejor todavía, de resucitar los gremios conlas cofradías, tales como florecieron en la EdadMedia. «¿No veis,—decía no hace mucho el promo-vedor de los comités católicos, M. de Mun, en unaasamblea general de la fundación,—no veis quelodo esto es la reconstitución del viejo edificio,que todo esto es el pasado que va á revivir?Cuando escuchéis á los retóricos del dia exclamarque la Francia antigua está muerta y que no puederenacer de sus cenizas, les conduciréis á uno denuestros círculos y después les preguntareis á esosretóricos si cuando han bastado diez y ocho mesespara producir tales resultados, no es verosímil queen ochenta años hayamos levantado, el edificio queso ha tardado ochenta años en destruir.» En el con-greso de Reims, el R. P. Marquigny se encargó dedar cuerpo á estas esperanzas apasionadas, formu-lando una serie de conclusiones que tendían al res-tablecimiento de las corporaciones y de las co-fradías.

No queremos, ciertamente, desanimar á M. deMun y al R. P. Marquigny; pero ¿se han dado ellosbien cuenta de lo que era ese antiguo régimen in-dustrial que se proponen restablecer? ¿Tienen algu-na idea de las condiciones en que ese régimen tomónacimiento y se desenvolvió, y desde el principioen qué consistía el gremio? Era éste una asocia-ción, ó más bien una coalición de artesanos ó decomerciantes que 3e habían atribuido ó habían ob-tenido á precio de dinero el privilegio , ó como di-ríamos hoy, la propiedad de una rama del trabajo.El gremio de los maestros panaderos poseía la in-duslria de la panadería; el de los pañeros era pro-pietario de la industria de paños; y nadie, exceptolos maestros que formaban parte del gremio, podíaamasar pan, ó fabricar paño en el recinto de la ciu-

dad. Pero ¿qué habría valido ese privilegio, si nohubiera sido corroborado por la imposibilidad deintroducir en ese mercado apropiado pan ó pañofabricado fuera? Precisaba, pues, no sólo que cadaindustria incorporada se protegiese contra las usur-paciones de sus vecinos, sino que los panaderosimpidiesen á los pasteleros hacer pan, y que lospasteleros á su vez prohibiesen á los panaderos laconfección de bollos; que los zapateros vigilasenlas usurpaciones de los alpargateros, etc.: más to-davía, que todos se reuniesen para rodear su mer-cado de una muralla bastante alta para que ni pa-nes ni bollos ni zapatos pudiesen pasar por encima.Es verdad que en ese buen tiempo antiguo, las ca-lles no eran muy cómodas ni estaban muy seguras,y también que los señores feudales, emboscados ensus castillos, hacían veces de aduaneros, haciendopagar á los comerciantes muy aventureros derechosy foros de que á su sabor fijaban la tasa. Hé aquílas condiciones principales, sin hablar de muchasotras en que sería menester reponer á la sociedadantes de pensar en restablecer los gremios. ¡Seríapreciso demoler los ferro-carriles y reedificar loscastillos! Ni M. de Mun ni el R. P. Marquigny retro-cederían, sin duda alguna, ante estos trabajos pre-paratorios; pero ¿qué dirían los accionistas del fer-ro-carril? ¿qué los comerciantes y los gendarmes?¡Ah! no es tan fácil como se cree rehacer la socie-dad, siquiera fuese con las intenciones más piado-sas; tememos mucho que los ochenta años de quehablaba M. de Mun no fuesen suficientes paraello.

No nos admiramos, sin embargo, de que M. deMun y el R. P. Marquigny acometan semejante ta-rea. Ya que la Iglesia no puede acomodarse á lasociedad moderna, ¿no es natural que piense enrehacer la sociedad antigua y en resucitar la EdadMedia, que siempre «fue, al decir de M. Mun, el tiem-po de mayor gloria de la Francia?» Sólo puede pre-guntarse si hay en este punto alguna diferencia sus-tancial entre los utopistas de los clubs y los corifeosde los trabajos de obreros católicos. ¿No se propo-nen unos y otros rehacer la sociedad según su ca-pricho, y son espíritus más razonables y más práe-tieos los que quieren reconstruir el pasado que losque quieren construir el porvenir? No dudamos delas buenas intenciones de los promovedores de lasinstituciones de obreros católicos; pero en verdadno vemos en qué se distinguen de los socialistas, ysi el Congreso de Reims, como el de Poitiers, nadatienen de común con el Congreso de Malinas, ¿no po-drían, en cambio, tener cierto grado de parentescoeconómico con los muy famosos Congresos inter-nacionalistas de La Haya, de Lausana y de Gi-nebra?

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N.° 102 G. MOLINAHI. LOS CONGRESOS CATÓLICOS. 529

III.

Hemos observado que el Congreso de Malinas fueinstituido por la iniciativa de un pequeño grupo decatólicos, que por sus opiniones y por sus antece-dentes políticos estaban ligados á esa Union de loscatólicos y de los liberales de que salió la indepen-dencia de Bélgica. A despecho de la encíclica deGregorio XVI, condenando todas las libertades quehabía consagrado bajo sus auspicios la Constitucióndel nuevo reino, permanecían fieles á sus convic-ciones liberales, y no esperaban para manifestarlasmás que circunstancias oportunas. En -1863 comen-zaba á ser obligatoria la encíclica de Gregorio XVI,que contaba más de treinta años de fecha, y no sehabían perdido aún todas las ilusiones que hicierondespuntar los primeros años del pontificado dePió IX. Además, la libertad de asociación y de re-unión,después de haberpermanecido durante veinti-cinco años casi estéril, acababa de dar nacimiento áuna asociación en favor de la libertad de comercio,que se esforzaba por popularizar en Bélgica los mee-tings y los demás medios de propaganda empleadosen Inglaterra. Un Congreso celebrado en Bruselas en•1856, había inaugurado una brillante campaña libre-cambista. Estos nuevos procedimientos, cuya efica-cia había comprobado de una manera tan brillante eléxito de la Liga contra las leyes sobre los cereales, selos quisieron apropiar los católicos liberales, á suvez, empleándolos en batir en brecha el sistema dela protección aplicado á la religión. Yendo al fondode las cosas, ¿no había una analogía singular entrelas doctrinas y los propósitos de los promovedoresde la libertad eomercial y las de los partidarios dela libertad- religiosa? Lo que querían los unos y losotros, ¿no era la sustitución del monopolio por laconcurrencia? El sistema que atacaban, ¿no habíasido aplicado por los mismos procedimientos grose-ros y bárbaros cuando se trataba, ora de la indus-tria, ora del culto? ¿Era otra cosa la Inquisición, porejemplo, que una aduana? Los autos de fe que ser-vían para proteger el culto privilegiado, ¿no fueronimitados más tarde en provecho de la protección dela industria? A los autos de fe con los herejes, ¿nose vieron suceder autos de fe de mercancías ingle-sas? Si la prohibición religiosa y la prohibición in-dustrial empleaban los mismos medios, se hallabantambién los mismos argumentos en boca de sus ad-versarios. ¿Cuál fue el principal argumento de Cob-den y.de sus asociados en la campaña áel/ree-trade?¿No era el interés bien entendido de la industria mis-ma? ¿No habían demostrado aquellos que el preten-dido favor de la protección entorpecía y debilitabala industria? ¿No citaban en su apoyo el ejemplo deEspaña, que M. de Monlalembert debía invocar, casien los mismos términos, contra el sistema de la pro-

tección religiosa? ¿No era la analogía muy evidente?Lo era hasta el punto de que al siguiente dia delCongreso de Malinas, el órgano oficial del libre-cam-bio felicitaba al ilustre orador por su valerosa ini-ciativa, calificándole de «Cobden de la libertad re-ligiosa.«

Mas si las dos causas procedían de un mismoprincipio, sus destinos debian ser muy diferentes.La causa de la libertad comercial ha concluido portriunfar en compañía de la de los industriales; la dela libertad religiosa ha fracasado ante la Iglesia.El Papa Pió IX ha confirmado la condenación lan-zada por Gregorio XVI contra las doctrinas quetienden á separar la Iglesia del Estado y á so-meterla á la ley común. La encíclica y el Syllabushan puesto fin á la agitación del liberalismo ca-tólico. Los católicos liberales han debido renun-ciar á ella, so pena de caer en el cisma; y como siesta prueba no fuera suficiente, les ha sido pre-ciso, después de haber sufrido la encíclica y elSyllabus, aceptar el dogma de la infalibilidad delPapa. Algunos se han rebelado, como el Padre Ja-cinto, y otros se han sometido, como M. de Monta-lembert, resignándose á un doloroso silencio; pero¿han cesado de alentar en las almas las doctrinas li-berales del Congreso de Malinas? Aquellos 3.000oyentes del bajo clero que las aclamaron con unentusiasmo tan ingenuo y sincero en los labios deM. Montalembert, ¿han dejado de tener fe en ellas?Ellos están sometidos exteriormente; pero aquellasardientes palabras de libertad, ¿no han dejado nin-guna huella en sus conciencias? ¿No hay ya más ca-tólicos liberales? Los había todavía después de laencíclica de 1832; es permitido creer que han que-dado después de la encíclica do 1864, y puede ase-gurarse aún que la fuerza de las cosas les dará tardeó temprano el triunfo de su causa.

No tendrían razón, sin embargo, en acariciar lailusión de un triunfo próximo. Sus predecesoresesperaron prudentemente, para comenzar su cam-paña liberal, á que la prescripción treintenaria hu-biese cobijado á la encíclica de Gregorio XVI; yapenas hace más de diez años que apareció la encí-clica de Pío IX con el Syllabus, y la proclamacióndel dogma de la infalibilidad del Papa no tiene másque cinco años de fecha. Estas declaraciones y esteacto dogmático nada han perdido todavía de suvirtud. Estamos en plena reacción clerical, y quienosara hablar hoy como se hablaba en el primer Con-greso deMalinas,sería considerado cismático. Menosque nunca, las doctrinas liberales están ahora enolor de santidad cerca del gobierno de la Iglesia.Después de la proclamación del dogma de la infali-bilidad, ¿no se ha convertido ese gobierno en unapura dictadura, en una especie de cesarismo reli-gioso? ¿No sería fácil encontrar también en su políti-

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calos procedimientos y las tendencias de la políticadel cesarismo, los golpes de sorpresa destinados áofuscar y á arrastrar las imaginaciones, las seduc-ciones ejercidas sobre las masas necesitadas por elatractivo de un acrecentamiento del bienestar mate-rial? ¿Se han multiplicado tanto alguna vez los mila-gros? Las vírgenes aparecen en las grutas, las imá-genes milagrosas so indican á porfía por curanderosque amenazan con una concurrencia seria ala medi-cina laica, y de todas partes acuden los peregrinosllamados por esas manifestaciones sobrenaturales.Esas legiones devotas no desdeñan, sin embargo,lomar a la sociedad moderna sus invenciones y suscomodidades. Ninguno de los que las componen sepone ya en camino, con los piós desnudos, con laescudilla á la cintura y la alforja á la espalda. Viajanpor ferro-carril, no sin haber pedido antes á lascompañías la gracia del precio reducido; la distin-c¡o:i de los rangos y de las fortunas se mantienenen esos trenes piadosos, pues so encuentran enellos carruajes de primera, de segunda y de terceraclase como en los trenes ordinarios. Mejor todavía:gracias á un ingenioso perfeccionamiento, uno pue-de hacerse reemplazaren esas excursiones piadosasy ganar indulgencias por poder.

A las manifestaciones sobrenaturales vienen ájuntarse las «obras populares», que nos han hechoconocer las Memorias anuales de los comités y lasrelaciones del Congreso de Reims. El patronato deJests obrero ha sucedido al del príncipe imperial; ydel mismo modo que el autor de las Ideas napoleó-nicas había soñado una vasta regimentacion de lasclases obreras bajo la tutela del Estado cesáreo, sesueña en las secretarías de los comités y en las co-misiones de los Congresos católicos en la reconsti-tución de la industria y en el restablecimiento delos gremios y de las cofradías, bajo la enseña de laiglesia. lié aquí por qué procedimientos se trata devolver la fe á las almas y de restituir á la Iglesiacatólica la dirección suprema de la sociedad. Queesta empresa esté destinada á una desgracia inevi-table; que el cesarismo religioso no consiga mejorque el cesarismo político imponer á la sociedad susdelirios retrógrados, no ofrece duda alguna; puedeextrañarse aún que semejante tentativa sea verda-deramente tomada en serio, y el temor de unavuelta á la Edad Media no hace más honor á las lu-ces, y añadiremos también á la sinceridad de losque lio sienten, que á la inteligencia de los que conella nos amenazan. Pero, por quimérica que sea, nodejará esta empresa de seguir su curso; se comple-tará, según todas las apariencias, en los futurosCongresos la obra bosquejada en Poitiers y enIleims; se enseñará en las universidades católicasun programa de derecho conforme á las doctrinasdel P. Sambin; se redactarán los estatutos de los

gremios reconstruidos segun las miras del R. PadreMarquigny; piadosas damas bordarán los estandar-tes de las cofradías, y se cantará más que nunca enlas sesiones do los círculos colocados bajo el patro-nato de Jesús obrero:

Salvemos á Roma y la FranciaA nombre del Sagrado Corazón.

Entre tanto, lo mejor que pueden hacer los cató-licos liberales, convertidos en cismáticos en es-tado latente, es tener paciencia. Su hora llegará.Como decía M. de Montalembert en el Congreso deMalinas, el antiguo régimen está muerto y jamásresucitará en parte alguna. El dia en que el gobier-no de la Iglesia se aperciba al fin que uniéndose áese cadáver expone su propia existencia, se vol-verá del lado de los vivos, y la alianza del catoli-cismo con la libertad, que ha sido la generosa uto-pia de Montalembert, será entonces una fecundarealidad.

G. DE MOLINARI.

(Revue des Deux Mondes.)

LA CONDESA DE ALBANY.

vil. *

Sin pérdida de tiempo se dirigieron los viajeros ála frontera del Norte, no perdonando fatiga hastaverse en territorio belga. La hermana de la condesa

i vivía en aquel país, y cerca del puebleeito de Ath,i situado entre Mons y Tournay, no lejos del lugar

donde nació ella. Allí pasaron un mes, reponién-I dose de las molestias y sobresaltos del viaje; peroI el odio que ambos fugitivos habían concebido con-

tra la Francia, en vez de mitigarse, tomó mayoresproporciones al saber que, dos dias después de susalida de Paris, el comisario de policía que los pro-veyó de pasaportes, se presentó con gente armadaen su domicilio do la Galle de Borgoña para prenderá la condesa de Albany, Reina de Inglaterra, y queno hallándola cerraron y sellaron su habitación,confiscando cuanto en ella se contenía, sin excep-tuar los caballos ingleses de Alfieri y su librería,tan rica en obras griegas, latinas ó italianas, y queá costa de tan grandes dispendios había reunido. Sihubieran permanecido en Paris dos dias más, esmuy posible que hubiesen sido sacrificados en lasmatanzas de Setiembre. Por eso, cuando so re-cuerdan todos los incidentes de esta historia, noes tan fácil condenar en absoluto las acusaciones

Véanse los números 100 y 101, peinas 444 y 490.

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N.° 4 02 M. 3. BENDER. LA CONDESA. DE ALBANY. 531

del Misogallo, porque se contiene en sus pági-nas, llenas de terribles invectivas, un gran fondodo verdad, si el autor las hubiese aplicado solamen-te á un período de la revolución. Los sonetos vio-lentos, los epigramas y discursos más fuertes losescribió Alfieri en Bélgica, bajo la impresión de losatropellos y ultrajes de que había sido objeto, y,por decirlo así, en el umbral de la cárcel, dondeLuisa de Stolberg hubiera podido hallar á la prin-cesa do Lamballe.

Al cabo de un mes salieron los dos amantes doBélgica, en dirección á Italia, por las orillas delRhin, Baviera y el Tirol. Apenas hubieron pasado losAlpes y dado vista á la Península, pareció regene-rarse Alfieri, y que comenzaba para él otra vidanueva, si bien en su lenguaje aere y punzantecuando trataba de los hombros y de las cosas deFrancia, se notaba que la herida hecha por ellosera incurable en él. Por eso la primera obra que sa-lió de su pluma, tan luego hubo llegado á Floren-cia, fue la carta al presidente del populacho fran-cés, reclamándole sus libros, papeles y cuanto lehabía sido secuestrado por los revolucionarios.

Es muy digno do notarse este documento, entreotras cosas, porque descubre desde las primeras lí-neas el secreto de su gran desconsuelo, la causadel tormento que tanto le hacía sufrir. «Me llamoVíctor Alfieri; nací en Italia; patria, no la tengo,»dice al empezar. En efecto, al renegar del Piamon-te, Alfieri no se había hecho romano ni florentino,si bien aspiraba á ser lo último, merced al cultoque rendía al melodioso lenguaje de los naturalesdel país. «Mi pasión dominante, añade luego, es elodio á la tiranía; el único fin de lodos mis pensa-mientos, palabras y escritos es combatirla siempre,bajo cualquier forma que se revelo ó se oculte: pa-cífica, frenética ó estúpida.» Por eso, aun cuandohabía buscado refugio en Italia, la pacífica tiraníade sus gobiernos no le inspiraba más simpatías queque el despótico frenesí de los demagogos. Lo pro-pio le hubiera sucedido en Inglaterra ó los Estados-Unidos; porque para un hombre sin fe en lo pre-sente y sin esperanza en lo porvenir, ni hay patria,ni bienestar, ni sosiego posible en el mundo.M. Quinet, en sus Revoluciones de Italia, ha descri-to magistralmente la trágica situación de Alíieri conestas palabras: «Enemigo del catolicismo, do la ra-zón, de la aristocracia y de los pueblos; desterradode Italia y de Europa; precipitado de abismo enabismo en los círculos vacíos del infierno del Dan-te, no podía detenerse sino en el lugar donde lasimprecaciones eternas tienen so asiento.» Debeañadirse, sin embargo, que para llenar eso inmensovacío recurrió á dos cosas: al estudio y al amor; alestudio constante, fijo, do la antigüedad homérica,y al amor profundo, sin límites, á la reina de Ingla-

terra: ambas cosas inseparablemente unidas, ab-sorbiendo y dominando todo lo domas.

¿Quién no conoce su afán de estudiar? M. Ville-main dice que componía con furia. En cuanto á suafición á la condesa, entraba por mucho en ellael orgullo; asi que, cuando, al referirse á su amatadonna, emplea en sus Memorias los más tiernos ydulces calificativos, para comprender cuánto hay deficticio y forzado en sus palabras, sólo se necesitarecordar ciertas circunstancias de su vida. No deci-mos con esto que Alfieri fuese hipócrita, sino quoponía cuanto estaba de su parte para engañarse á sipropio: violencia y esfuerzo en todo y para todo;tal era el fondo de su carácter y de su tempera-mento: esfuerzo apasionado y sincero, sin duda,pero no inspiración natural y sencilla. Por eso leagradaba tanto el carácter, hasta cierto punto tea-tral, de sus amores, y de ahí proviene la exagera-ción con que habla siempre do la condesa, el culto,en apariencia, misterioso que le rinde, el afectadoesmero con que procura no pronunciar su nombro,conocido de todos, y el calificar de santa compañeraá una mujer que por él había roto y estaba en luchacon todas las leyes de la moral y del decoro. EnAlfieri se ve mezclada y confundida la altivez delantiguo patricio y la vanidad del artista moderno.Para él era más agradable ser amante de la reina deInglaterra que llamarla su esposa y darla su nom-bre. Es cierto también que ella tenía mucho apegoá su título, que no dejaba pasar ninguna ocasión dereivindicarlo que no lo hiciese, y que las damasfrancesas, inglesas ó italianas que la visitaban enFlorencia la trataban como tal; pero si su amanteno se hubiera pagado, tal voz más que ella misma,do su soberanía, y hubiese querido sustituirla con elnombre más modesto de condesa de Alfieri, Luisade Stolberg no habría opuesto ya la menor resis-cia, pu*s se hallaba completa y absolutamente do-minada y obligada por el célebre poeta, que la habíapresentado á la posteridad en la dedicatoria deMirra y en cada página de sus Memorias. Si por élse negó á reconciliarse con Carlos Estuardo, y soexpuso á una humillante comparación con la du-quesa Carlota, cuando nada le debía, ¿qué le hubie-ra negado debiéndole la inmortalidad?

No se crea por lo que dejamos dicho que losamores de la reina de Inglaterra con Alfieri es-tuviesen exentos de la ley común, y que los ho-menajes del poeta, su ternura, su efusión entu-siasta, su ostensible ciega idolatría fuesen bastanteá librarlos de tempestades: atendiendo sólo á lasuperficie de las cosas, Luisa fue feliz según elmundo; y á pesar de hallarse en condiciones quehacen inevitable el desencanto, y expuesta á susremordimientos y al desprecio de su amigo, supoconservar hasta el íin el culto público del ilus-

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tre poeta que había llegado á ser para ella unanecesidad de la vida. Pero si profundizamos unpoco y penetramos en las interioridades de la vidade entrambos, pasando por alto las Memorias deAlfieri y las cartas de la condesa, prescindiendo dela tradición que tuvo su origen en tales documentosy que los hace aparecer como seres ideales, rodea-dos de la más pura felicidad y disfrutando de ellatranquilos y seguros en medio del desorden y per-turbación universal, hallaremos que la realidad es-taba muy distante de las 31emorias, de las cartas yde las tradiciones. Punto es este acerca del cualhasta su harto cotiiplaciente biógrafo M. de Reu-mont se ve obligado á convenir en que no fue siem-pre un santuario lleno de armonía el hogar de la in-censada real condesa. En Pisa, en Siena, en Flo-rencia mismo tuvo más de una rival indigna. Nodescorreremos el velo que cubre estas miserias, y silas hacemos constar es únicamente para dar á co-nocer el verdadero carácter de las demostracionesde Alfieri, ardientes y declamatorias, sinceras y ar-tificiales á un tiempo. Su pasión por la condesa eracomo su entusiasmo por Hornero: quería ser y pa-recer su amante, y ser y parecer fervoroso discí-pulo de la primitiva poesía. Ya lo hemos dicho an-tes: todo en él era forzado, así en el corazón comoen la inteligencia; por eso no repetiremos con M. deLamartine que la condesa fue «la nueva Laura delnuevo Petrarca; la nueva Beatriz del nuevo Dante;la nueva Vittoria Colonna del nuevo Miguel Ángel»;que la verdadera y acendrada ternura, tan sinceray candorosamente inconsolable del autor del Can-zoniere, los místicos éxtasis del poeta de la DivinaCommedia y la tranquilidad sublime del pintor de lacapilla Sixtina, fueron cosas que nunca sintió Alfieri.

Tal vez se diga que el Petrarca y el Dante mismocometieron también inñdelidades á Laura y á Bea-triz; pero ambos se arrepintieron en toda ocasiónde sus flaquezas é imploraron perdón del objeto desu culto. En Alfieri no se descubren estos impulsos,ni la menor peripecia que demuestre la pasión. Sólouna vez, á propósito de sus relaciones con no sabe-mos qué sociedad, nada escogida por cierto, «aca-demia sin nombre y que no hace falta ponérselo,»como él mismo dice, se disculpó en un soneto dehaberla frecuentado; y dando por excusa que elamor lo llevó á aquel sitio tan poco digno de supersona, se comparó con Hércules á los pies de On-fala. Como se ve, el poeta y no el amante es quientrata de justificarse, sobreponiendo el orgullo poé-tico al amoroso: el escritor explica su conducta álos censores que pudieran afearla, é intenta desar-marlos por medio de un soneto jocoso; el amanteolvida sus pretensiones y las promesas que se hahecho á sí mismo, olvida que en su autobiografía,en sus sonetos, en sus dedicatorias y en cuantas

composiciones suyas existen, relativas á la condesa,siempre habla de su amor puro, tranquilo, constan-te, inalterable, parecido á esos dias privilegiados dela primavera en que la serenidad de la noche difieretan poco de la dulzura de la mañana como del suavecalor del medio dia.

¿Ignoró siempre la condesa los extravíos do suamante? ¿Cómo los sobrellevó, si tuvo noticia deellos? ¿Se forjó ilusiones acerca de sí misma? ¿Fuecelosa? ¿Trató alguna vez de dominar el altivo ca-rácter de su amante? Advertida quizás del estragoque en ella iban haciendo los años, ¿recurrió, paracontener los extravíos de Alfieri y borrar sus hue-llas, á ser en cierto modo indulgente? Nos faltan da-tos para poder decirlo de una manera positiva; perodado su carácter á las veces altivo en sus relacio-nes con la sociedad, y tranquilo, bondadoso y pací-fico en el interior del hogar, su talento, su aficióná las artes, su sincero entusiasmo por el genio poé-tico de Alfieri y su sangre flamenca, nos parece queno serían ni muchas, ni grandes, ni duraderas lasborrascas que en su corazón moviesen las veleida-des del autor de María Estuardo, por lo demás,hombre de nobles y generosos sentimientos.

Sin las explicaciones psicológicas y morales quepreceden, sin el examen de conciencia á que he-mos sometido á los dos amantes, no seria tan fácilcomprender y explicarse este episodio. La vidade la princesa de Stolberg ha sido idealizada detal modo, primero por Alfieri, y luego, merced ásus escritos, sublimizada por la tradición, que elmismo autor de su más concienzuda y exacta bio-grafía (1) no se atreve, á veces, sino con gran timi-dez, á dar crédito á aquello de que está más con-vencido, si es contrario á la opinión generalmenteadmitida. Después de haber hecho las salvedadesarriba consignadas, y de fijar la situación respecti-va de los personajes, utilizaremos de nuevo paraproseguir nuestra narración los datos recogidos porel diplomático alemán acerca de su estancia en lacorte florentina.

Apenas llegados á la capital de Toscana, la con-desa y Alfieri se instalaron en un pequeño; pero ele-gante y cómodo palacio situado á orillas del Arno,cerca del puente do la Trinidad, entre el actual Ca-sino de Nobles y el palacio que, andando el tiempo,debia servir de residencia á Luis Bonaparte. Esteedificio conserva, á pesar de haber trascurrido másde medio siglo desde la muerte del poeta, el nom-bre de Casa de Alfieri, y no hace mucho se colocóen su fachada una inscripción conmemorativa. Du-rante los diez años que habitó en él con la condesa(de 1793 á 4803) los salones de la Reina de Ingla-terra, si Alfieri hubiera puesto algo de su parte, so

(1) A. de Reumont. Die Grafin von Albany.

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habrían convertido en centro de la buena sociedady santuario de la literatura italiana; pero ól preferíael trato de aquellos hombres entre quienes no en-contraba rival su genio ambicioso al de los gran-des personajes, artistas y escritores de reconocidomérito.

Así que estuvo instalado en su nueva residencia,hizo construir un teatro, donde puso en escena, enla primavera de 94, auxiliado de Giovanni Carmigna-ni, después profesor de la Universidad de Pisa, delcaballero francés, barón de Baillou, y de otras per-sonas, sus dos tragedias tituladas: Saúl y Bruto, ácuyo desempeño siguió el de Felipe 11. Y tan agra-dable se le hizo representar sus propias obras, queen 1798, y con motivo de la fiesta conocida bajo elnombre de La Luminara, hizo su Saúl en Pisa, encasa de la familia de Rancioni. Era su papel predi-lecto, y. una de las obras que, según la opinión deCorina, constituye,con la Mérope de Maffei, elAris-todemo de Monti, y algunos episodios del Dante, elbello idea) de la verdadera tragedia italiana, es de-cir, la muestra de lo que hubiera podido llegar áser con el tiempo el teatro nacional de la península.«Me tiene muy disgustado, escribía en Abril de1795 á sil amigo Angelo Fabroni, rector de la Uni-versidad de Pisa, la noticia de lo impacientementeque se me aguarda en esa ciudad y de lo mucho quede mí espera el público, porque no hay cosa más per-judicial á un mediano talento que el anunciado comouna notabilidad. Así pues, le ruego, lo mismo que áPignotti y á cuantos me han visto en escena enFlorencia, que no ponderen mis dotes artísticas,limitándose á decir únicamente que sé mi papel yque lo hago con inteligencia» (1). ¡Modestia intere-sada, y hábil medio de prepararse un triunfo! Por lodemás, se creía consumado en el arte, no siendosino exagerado, enfático y muy declamador, concuyos defectos hacía resaltar más los de sus obras,que pecaban de lo mismo. El biógrafo de la conde-sa de Albany opina del propio modo, después dehacerse cargo del parecer de todos ó de la mayorparte de sus contemporáneos.

Mientras Alfleri se ocupaba con tanto afán de re-presentaciones teatrales y de Hornero, la condesaiba extendiendo y ensanchando el círculo de susrelaciones, ganando partidarios y admiradores ásu amigo, y preparando el camino de la dictaduraque contaba ejercer algún dia; pero graves é impor-tantes sucesos vinieron á trastornarlo todo. Cono-cidos son de las personas un poco versadas en lahistoria moderna los resultados de la prodigiosacampaña de Bonaparte en Italia, y las modificacio-nes y cambios que produjo en su manera de ser,

(i) En la Biblioteca de Montpellier se conseivan alguna* esquelasde convite, todas de mano de AlBeri.

así el tratado de Tolentino como la paz de Campo-Fórmio. El 15 de Febrero de 1798, se proclamó enRoma la República por el partido democrático, auxi-liado del ejército francés, y el papa Pío VI, al cabode trece arios de ocupar el solio pontificio, se vio enel caso de salir de la Ciudad Eterna para morir en eldestierro. El 9 de Diciembre, el rey de Cerdefla,Carlos Manuel, cayó á su vez del trono, lanzado porel directorio, y tuvo que refugiarse en Florencia.«Era mi rey, dice con nobleza el poeta, y desgra-ciado además; tenía, pues, dos motivos que meobligaban á rendirle homenaje.» En efecto, Alíieripidió audiencia á su rey, quien al recibirlo, dándoleun afectuoso abrazo, exclamó: ¡Ecco il tiranno/Fáciles comprender que, predispuesto como se hallabacontraía Francia el irritable poeta, estos incidentesdebían aumentar su enemiga y hacerla cada vezmás profunda. Pero cuando ya no conoció límitessu cólera, fue al tener noticia de la invasión tantoaspettata ed abhorrita del territorio toscano por susejércitos.

Pocas horas antes de la llegada de los franceses,el 25 de Marzo de 1779, la condesa y Alfleri salie-ron de la ciudad con propósito de retirarse á unapreciosa quinta de las inmediaciones de Florencia,y allí pasaron tres meses en la más completa sole-dad, visitados alguna vez por muy contadas perso-nas de la mayor confianza, y evitando cuidadosa-mente rozarse con los ministros de «/a militare eavvocatesca tiranide, la más monstruosa, ridicula éintolerable de las mixturas políticas,» que se ofre-cía á su acalorada imaginación «bajo la forma deun tigre conducido por una liebre.» ¿Debería clasi-ficarse entre los tigres al buen Guinguiné, ministrode la república en Turin, que le ofreció en los tér-minos más lisonjeros y respetuosos la devoluciónde su^libros, injustamente secuestrados, ó al ge-neral Miollis, que se apresuró á honrar en su per-sona al representante más ilustre de la poesíaitaliana, ó á los partidarios de la revolución enCerdeña, que quisieron darle asiento en el Institutonacional de su patria? No es posible; pero Alíieri,si bien contestó cual debía, esto es, agradecido, áGuinguirró, le insultó después en sus Memorias,rechazó con rudeza á Miollis, y se negó, por último,empleando para ello las frases más injuriosas, átener ningún género de relaciones con los indivi-duos del Instituto piamontós. Estos tres incidentes,que se produjeron en corto espacio de tiempo,dicen bastante por sí solos para comprender el es-tado de su ánimo en la temporada que pasó, contrasu voluntad, en la solitaria villa de Montughi.

Fuertemente impresionada la condesa con el re-cuerdo de las escenas que presenció en Paris y delo que pasaba en Italia, lejos de combatir el odioque á la Francia tenía su amante, participó de él,

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asociándose á todos sus juicios por extraviados quefueran; y llevó á tal extremo su encono, que con-fundió en el mismo anatema, sin distinción alguna,á amigos y adversarios. Una de las primeras per-sonas que sufrieron por esta causa fue Mad. deStacl, á quien había conocido en Paris; su libro ti-lulado De la influencia de las pasiones, dio pié ópretexto para la agresión. En los papeles de lacondesa, que se conservan en la biblioteca del mu-sco de Fabre, en Montpeüier, existen algunas notasde su mano relativas á las obras que leía, y entreellas la siguiente que se refiere á la ya citada:«Este libro es un conjunto de ideas cogidas al vueloen otros autores, y su estilo descuidado y oscuro,al gusto de la época. Adviértese en él que la se-ñora que lo escribió está muy empapada en lasideas de la revolución, que piensa mucho en ella,que adula sin tasa ni medida á los hombres queocupan el gobierno de la nación para volver á Pa-ris, y que su alejamiento de la capital es la pasiónque la devora y consume. En el capítulo tituladoEl amor á la gloria, pinta á su padre, por conside-rarlo el mayor hombre de su siglo... Cree conocerel amor, cuando sólo conoce los extravíos de laimaginación... Sólo hallo interesante el capítuloDel espíritu de partido, porque como vivió en elseno de las intrigas de la revolución, conoce prác-ticamente sus manejos. En fin, es libro que estádestinado á morir como tantos otros, nacidos enmomentos de turbación y que desaparecen parasiempre con ella.» Difícil sería emitir con monospalabras un juicio más inicuo, puesto que, porasociarse á las exaltadas ideas de su amante yadularlo, sacrifica en él la justicia y la amistad.

Es más interesante la condesa cuando sólo atien-do á distraer á su amigo, rodeándolo de un círculode admiradores. Si bien no había podido realizaraún el deseo de ver alrededor suyo una corte deliteratos y de notabilidades, cosa que no consiguióhasta muchos años después, á los últimos de suvida; si por una parte las graves preocupacionesque absorbían la atención pública, y por otra laesquivez do Alfleri no le dejaron alcanzar este bolloideal tan pronto como lo hubiera deseado, al monoslogró reunir en sus salones cierto número de per-sonas distinguidas en las artes y las letras, talescomo Lorenzo Pignolti, médico, poeta, historiadory catedrático de la Universidad de Pisa; AngeloMaría Bandini, sabio bibliotecario de la Laurentina,é historiador tan erudito como concienzudo del re-nacimiento florentino; Juan de Alessandri, presiden-te de la Academia de Artes; Tomás Puccini, direc-tor de los Museos; Juan Bautista Baldclli, filólogo éhistoriador literario, autor, con el tiempo, de laBiografía de Boceado, y de un comentario sobre losviajes de Marco Polo; Onofrio Boni, arquitecto y

anticuario, autor de notables estudios acerca de al-gunos artistas del siglo XVIII, y Juan Fantoni, lla-mado el Horacio toscano, á quien Alfleri dijo en unaocasión: «Todos los amigos de la verdadera poesíaquisieran ver tus odas escritas en láminas de oro;»elogio tanto más imparcial en su boca, cuanto quecon él enaltecía á un partidario de los franceses,que había figurado en las turbulencias de la Italiadel Norte, no sólo como poeta republicano, sinocomo jefe popular. Cuando los soldados do la repú-blica dejaron á Florencia, en Julio de -1795, y Al-fieri y la condesa pudieron regresar pacífica y tran-quilamente á la capital y volver á las antiguascostumbres, todas las personas referidas frecuen-taron su casa y fueron sus amigos, algunas vecessus confidentes, y no pocas sus compañeros de es-tudio.

Entre los que no vivían en Florencia, pero cuyaactiva simpatía, sostenida cuidadosamente por lascartas de la condesa, siempre estuvo de parte deAlfleri, merecen ser citados monseñor Angelo Fa-broni, rector de la Universidad de Pisa, y AnsanoLuti, que desempeñaba el propio cargo en Siena.A veces acudían de puntos más lejanos otras cele-bridades á enriquecer con nuevos elementos aque-lla colonia literaria, por ejemplo: la hermosa y en-tusiasta Isabel Teotochi Albrizzi, joven griega delas islas Jónicas, hija adoptiva de Venecia, y do-tada de tan exquisito gusto por las artes, que adivi-nó el talento de Cano va mucho antes de que losdemás llegasen á comprenderlo, o la brillante im-provisadora do Luca, Teresa Bandettini, conocidaen la Academia bajo el nombre de Amarilis Etrusca.

Tipo era éste del improvisador en que no pensóciertamente Mad. de Stael al componer su libro, yque hacía entonces mucho papel en Italia. Napoleónnombró Improvisador Imperial á Francesco Gianni.Monti y otros jueces muy entendidos en la materiacensuran con la mayor dureza la profesión de im-provisador, por considerarla ocasionada á corrom-per el lenguaje y el ingenio; pero de tal modo logróseducir á cuantos tuvieron el placer de oir á TeresaBandettini, que Monti mismo no hablaba de ella sinentusiasmo, y Alfleri confiesa, entre celoso y sor-prendido, que «sus tan meditados versos no podíanagradar tanto como las improvisaciones de Amari-lis, nacidas de lo más recóndito del alma tan na-turalmente como brota el agua de un manantial.»

Tales eran las distracciones do Alfleri, y tales losamigos de que la condesa lo rodeaba, ganosa deinspirarle afición á la sociedad, y de sugerirle alpropio tiempo la idea de ser una especie de dicta-dor de la república literaria. Mas él no había nacidopara representar ese papel, oponiéndose á ello sucarácter altivo, tan contrario á las supercherías áque necesariamente ha de recurrir quien trate de

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alzarse con semejante poder. Bastábale el amor dela condesa, y era esta suficiente satisfacción parasu vanidad, y aún más grata que cuantos homena-jes y acatamientos pudieran rendirle los hombres.Sin embargo, había un grupo de personas con quie-nes gustaba departir, así de política como de lite-ratura, y era el de sus íntimos amigos. En estegrupo, que constituía su verdadera corte, dondetodos se trataban con la mayor llaneza y confianza,figuraban en primera línea el buen abate Cal uso,que tan nobles y generosos consejos le dio siem-pre, y el poeta veronés Hipólito Pindoraonto, á quientrató mucho en Paris durante la época revoluciona-ria, y á quien debió tantas correcciones de estiloen sus tragedias y domas obras. A estos siemprelos recibió afable y trató cariñosamente; á los ad-miradores que le fuó proporcionando la condesa,más de una vez, dejándose arrastrar de su carácterveleidoso y altivo, debió hacerles sentir su aspere-za y brusquedad natural, cosa que jamás supo di-simular.

Entre los extranjeros que acudían diariamente árendir homenaje á la condesa de Albany y al autorde María Estuario, llegó un joven artista, naturaldel Mediodía de Francia. Llamábase Francisco Ja-vier Favre, había nacido en Mor.tpcllier el 1." doAbril de 1766, y ora bastante buen pintor. Despuésde haber terminado sus estudios, bajo la direcciónde su padre, se trasladó á Paris y entró en la famo-sa escuela de David. A los veintiún años ganó elpremio de Roma, y partió en dirección á Italia.Apenas había concluido sus estudios en la Academiafrancesa, cuando vio invadidos los Listados pontifi-cios por las tropas de la república, y brutalmentelanzado de su capital al Papa Pió VI. Aquellos aten-tados hubieron, sin duda, de indignarle, y no quisoprestar juramento de fidelidad al poder que los ha-bía cometido; tráteselo, pues, como á emigrado.Ninguna mejor recomendación á los ojos de Alfieri.La condesa, que era aficionadísima al dibujo, quisoque Favre le diese algunas lecciones; y entoncesempezó entre la discípula y el joven, pero ya céle-bre maestro, una correspondencia de amores queno debía descubrirse completamente hasta la muer-te de Alfieri. ¡Por segunda vez hallamos en el cursode nuestra historia las huellas de la misma invisiblemano, castigando misteriosa, pero justamente! Nodecimos esto porque Favre sembrase la discordia enel hogar de Alfieri, sino porque él misino trajo de lamano á su casa al hombre que debía sucederle yocupar su puesto cuando fuese muerto. ¿Cómo con-sagrar, entonces, aquel amor que, sin duda, seprofesaron la condesa y Alíieri? ¿Cómo conservar ála posteridad más remota, bajo una forma ideal ypoética, el recuerdo de aquella mutua idolatría, taníntima, tan profunda, tan maravillosamente tranqui-

la y serena en que vivieron por tan largo espacio?De ningún modo, desde que sean conocidos todoslos hechos á la luz de la verdad.

VIII.

El castigo permaneció, sin embargo, por muchotiempo ignorado de las gentes. Porque se guardaronde tal modo los respetos debidos, que mientrasvivió Alfieri, y algún tiempo después de su muerte,todo estuvo de conformidad con el bello ideal so-ñado por el poeta. La escena pasó, primero en elinvisible teatro déla conciencia; después, concluyóel drama á los ojos de un público numeroso y esco-gido. Alfieri, á los últimos años de su vida, que fuecuando conoció ó introdujo en su casa á Favre,como nada lo hacía sospechar las preferencias deque era objeto por parte do la condesa, so interesópor él y cantó alabanzas á sos obras. ¡Qué lejos es-taba de pensar, cuando el pintor de Montpellierhacía el retrato do la condesa, el suyo y el de Ca-luso, y trasladaba al lienzo la escena más dramáticadel Saúl, que aquel huésped á quien había recibidocon los brazos abiertos, aquel respetuoso discípulo,había de sucederle en el afecto de la que llamóhasta el postrer instante su incomparable amiga,',Así es que podía escribir con mano firme: «Su cora-zón se apoya y descansa en el mió para fortificarse,»y aún añadir con orgullo: «He levantado un monu-mento al amor; be dado á una reina destronada unsolio más alto y duradero que el de sus mayores, yhe unido de una manera inseparable mi nombre a!de la reina de Inglaterra. Entre los cantores inmor-tales del amor, ¿hay alguno cuyo destino sea igual almió? Ciertamente que no. Lo que causó la locura delTasso, constituye mi trofeo y mi gloria.» ¿Quiénsabe si en uno de esos momentos de exaltación vdelirio amoroso y poético fuó cuando hizo poner enun ctftdro los retratos en miniatura de los cuatrograndes poetas italianos, dejando en el centro unespacio vacío, rodeado de una corona de laurel conesta palabra: ¡Digniori!

Poco digno de ser notado presentan los últimosaños do Alfieri, al menos para nosotros, que ya sa-bemos lo que vendrá después.

Apenas había trascurrido un año do la evacua-ción de Florencia por las tropas del Directorio, yya, merced á la batalla de Marengo, quedaba resta-blecida la supremacía francesa en los asuntos de laPenínsula, entrando de nuevo á ocuparla en 1E> deOctubre de 1800 el general Dupont. Mucho debiócontrariar al irritable poeta este triunfo de los ejér-citos republicanos; pero es lo cierto que, con mo-tivo del restablecimiento del orden, terminaron losapuros pecuniarios, así de la condesa como de élmismo. Porque, hallándose privada esta señora porla Revolución de la pensión que le había sido seña-

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Inda por el gobierno de Luis XVI, y, á consecuenciadel trastorno y novedades introducidas en los Esta-dos Pontificios, de seguir percibiendo ciertas sumasque aún le debía su cufiado el cardenal, quien sevio reducido al extremo de mendigar el auxilio deWilliam Pitt para vivir, no era el estado de su ha-cienda el más satisfactorio. Pero, devuelta la tran-quilidad y restablecido el orden por el primer cón-sul, pensionado por el gobierno inglés Enrique Es-tuardo, repuesto luego en sus dignidades y en elgoce de sus beneficios por el Papa Pió VII, no sólopudo cobrar la condesa el resto de su créditos, sinolas rentas que, tanto ella como Alfleri, percibían enItalia.

Pareció volver por aquel tiempo la condesa á susantiguas simpatías hacia la Francia, pues saludócon entusiasmo el advenimiento del consulado, fe-licitó calorosamente á su amiga (1) Josefina de LaPagerie, mujer de Bonaparte, al tener noticia delatentado de la calle de San Nicasio, y se ocupó congran benevolencia de sus nuevos publicistas. El ca-ballero Baldelli, uno de sus amigos de Florencia,que se hallaba en Francia el año 1802, recibió poraquel entonces una carta suya, en la cual, despuésde darle las gracias por las noticias literarias quele trasmitía desde Paris, decía: «He leido con elmayor gusto la obra de Chateaubriand; este librosatisface las aspiraciones del alma. Su autor esgrande amigo de M. D'Arbaud, poeta de no escasomérito, á quien conocí en Florencia. Veo en los pe-riódicos que se traduce cuanto se escribe en otrosidiomas... Me parece que el estudio de las cienciasexactas está muy en boga. Tenemos ahora un nuevosistema de mineralogía que hace mucho ruido; nohacen poco también los descubrimientos de la quí-mica, que son muy útiles á quien logra realizarlos.También llama mucho la atención el galvanismo, ápesar de ser italiano el inventor: no hay duda deque los 60.000 francos son un estímulo y no peque-ño para los que hacen algún descubrimiento. Hacediez años, estando en Paris, oí decir algo de esto áVicq-d'Azyr, que se ocupaba del galvanismo y quisohacer un dia en mi presencia varios ensayos conuna rana; luego nos separaron las tempestados dela Revolución; yo hallé refugio en Italia; él murióde disgustos en Francia. Aquí nadie se ocupa porahora de ciencias ni de literatura...» Luego añade

([!) La futura emperatriz contestó en estos términos á la condesa:

« P A R Í S , 1801.

Combien je vous remercie, ma chere amid, de l'inlérét touchant quevous nous accordez, a Bonaparte et á moil Uue amitié distinguéc commeh votre offre des consolations au milieu des idees afligeanles qui naissentdea dangers continuéis auxquels on est exposé, et l'on regrette moi.:s (leles avoír courus quand iUescitenl des temoignages d'une estime aussipuré que celle que vous nous iaissez voir.

JoSEPHINB BoiíAPARTn, N¿R L A P A G B R U . »

con la misma amargura, pensando en la vida deFlorencia: «Si no tuviese una gran afición á la lec-tura, y los sucesos pasados no me hubieran hechotediosa la sociedad, no podría vivir en este país;pero paso el tiempo con los libros, y así las horasvuelan.»

Bien puede afirmarse que estas quejas no ibandirigidas á la sociedad florentina, sino á su adustomisántropo amigo, que cada dia, y á medida que lacondesa deseaba más vivamente representar en ellael principal papel, era más uraño, esquivo é inso-ciable. No bien tornó á verse rico, volvió á comprarcaballos y á cifrar en ellos su principal recreo, pu-diéndose decir que pasaba lo mejor del dia entre lacaballeriza y la biblioteca; á caballo, ó guiando untilburí por los solitarios paseos de Florencia, ó en-cerrado en su estudio, sobre cuya puerta leíansiempre cuantos venían á visitarlo: El condeno estáen casa. Y como su pasión por el estudio crecía á lapar que su odio á la sociedad, y se había propuestopintar la de su tiempo, es decir, la influencia quesobre ella ejercía la Revolución francesa, en unaserie de comedias aristofanescas, empresa superiorá su voluntad por nopoderla secundar lainspiracion,se consumía en inútiles esfuerzos. Su salud se re-sintió entonces gravemente. Caprichoso en su régi-men como en todo, y extremado y tenaz en suspropósitos, no quiso alimentarse, tomando sólo detiempo en tiempo cosas por demás sencillas y lige-ras, y aun esto con temor y repugnancia. Temía lashoras en que la tiranía del cuerpo impide al geniodesplegar sus alas y lanzarse al espacio, y queríaencontrarse dispuesto y prevenido en toda ocasiónpara el trabajo intelectual, sin advertir que no esdado al hombre rebelarse y luchar impunementecontra las leyes de la naturaleza. Así fue que en elotoño de 1801 estuvo á punto de sucumbir de unagrave dolencia; se repuso de ella; pero al otoño in-mediato cayó con síntomas aún más alarmantes quela primera vez; agravóse luego de un ataque de gotaal pecho, que si bien exigía los más asiduos cuida-dos, no hacía temer por su vida; y cuando todos loconsideraban mejor, una mañana, á 8 de Octubrede 1803, después de haber abandonado el lecho poralgunos momentos, se sintió mal de nuevo, tornó arecogerse, y, sin agonía ni congoja, exhaló el alma.

El dolor de su amiga fue inmenso en esta circuns-tancia, porque por más imperioso, altivo y domi-nante que fuera el carácter de Alfleri; por másmolesto é intratable que lo hicese su egoísmo,perdía en él al compañero que por espacio de vein-tiséis años no se había separado de ella; al artistafamoso, á quien podía considerar como su obra, ycuyo nombre oponía al de su marido. Además, sialgo podía realzarla á sus propios ojos y justificarlaá los del mundo, era la fidelidad que le había guar-

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dado por espacio de veinticinco años, la respetuosasumisión, el lomoi", casi la humildad, la abnegacióncon que había ejercido durante un largo espaciocon el noble y orgulloso enfermo el oficio de her-mana de la caridad. Nada expresa mejor el estadode su ánimo en aquellas circunstancias, afligido conel sentimiento y preocupado con la consagraciónpoética de sus amores, mezcla confusa de dolor yvanidad, que sus cartas al caballero Baldelli yá M. d'Ansse de Villoison, y la que hizo escribir áFavre para Chateaubriand. «No puedo soportarla vida; estoy sola en el mundo; no hay ya felicidadposible para mí,» dice al primero. «Soy la mujermás desgraciada que pueda existir; no parece sinoque, con él, me han arrancado el corazón,» dice alsegundo. Y después añade: «Desde que estaba enFlorencia esta última vez había él estudiado sólo lalengua griega, y traducido en verso una tragedia decada autor griego: Los Persas, de Esquilo; Filoc-tétes, de Sófocles; Alcestes, de Eurípides; compues-to una Alcestes á imitación de la del último, y unatragi-comedia, titulada Abel, para inspirar á lositalianos el gusto de la tragedia: estas serán las pri-meras obras suyas que haré imprimir para terminarsu teatro. También ha traducido las Ranas, deAristófanes, todo Terencio y Virgilio, y la Conjura'don de Catilina, y escrito diez y siete sátiras, untomo de poesías líricas, su vida hasta el 14 deMarzo de 1803, y seis comedias que han sido causade su muerte.» Antes de concluir la carta, exclama:«En el estado de desesperación en que me hallo,morir sería para mí un beneficio inmenso: detestola vida, la sociedad y cuanto veo y pasa en ella, yno puedo separarme de aquí, donde he vivido encompañía de mi adorado amigo y yacen sus despo-jos.» Nada más patético y conmovedor que estaspalabras, de cuya sinceridad, en aquel entonces, nodebe dudarse (1). En cuanto á la carta dirigida por

(i) Nada mas conmovedor tampoco que los epitafios compuestos por

Alfieri para su sepulcro y el de la condesa; y que, grabados en un díptico

de mármol, pasaron á ser propiedad de Favre, siendo después legados

por éste á la Biblioteca de Montpellier. Dicen asi:

Quiescit liic tándem

Viclorius Alferius Astensis

Musarum ardentissimua cultor

Veritati tantuinmodo obnorius

Domisantibus ideirco viria

Pei'aeque ac inservientibus ómnibus

Juvisus mérito

Multitudine

Eo quod nulla unquam gesserit

Publica negotia

Ignotus

Optimis perpaucis acceptus

Nemini

Nisi portasse sibimet insi

Dfspectus

Vixit annos.,. mensas... dies...

TOMO VI.

Favre á Chateaubriand de parte de la condesa,revela el temor do que el ilustre poeta francés, ini-ciado como lo estaba en algunos misterios de lavida de Alfieri, no muy ocasionados á la consagra-ción ideal de sus amores con ella, los revelase más ómenos claramente, destruyendo en parte el efectode la leyenda, objeto de tantos afanes por parte delos dos amantes. Chateaubriand, á la sazón agrega-do á la embajada francesa en Roma, llegó á Floren-cía precisamente cuando Alfieri acababa de morir,y lo vio en el féretro momentos antes de dárselesepultura.

Temerosa la condesa entonces de que personasindiscretas le pusieran al cabo de algunos de-talles relativos á la vida doméstica de ambos,se apresuró á prevenirlo en favor suyo y de Alfieri,rogándole que no alterase la leyenda; y para man-tener vivo su entusiasmo de poeta, le remitió porconducto de Favre, su secretario particular enaquella circunstancia, gran copia de apuntes entre-sacados de la todavía inédita Vita di Viltorio Al-

Jieri, scritla da esso, especialmente de aquellospasajes en que el Danto piamontés glorificaba á suregia Beatriz. Chateaubriand se dejó sorprender, yhabló en electo como se había propuesto en unprincipio, pero poetizando aún más todavía la le-yenda.

Por lo demás, la sociedad de aquella época nonecesitaba de semejantes esfuerzos para consagrarlos amores de la princesa y de Alfieri: unos, loscreian casados en secreto; otros, indiferentes á lasleyes de la moral, se daban por satisfechos al ver,en medio de la relajación de las costumbres de aqueltiempo, una tan larga y fiel unión. Mme. do Staelllamó á la condesa en una nota de su Corina «larespetable amiga de Alfieri»; y esta calificación ú

Obiit... die... mensis...

Anno Doroini MDCCC...

El de la condesa es como sigue :

Hic, sita cst

Aloysia e Stolbt'rgisAlbanúe comilissa

Genere forma morihusIncomparabili animi candore

Praeclarissima

A Victorio Alfitrio

Jiuta quom sarcojibago uno

Tummnlata estAnnorum... spatio

Ultra res omnes dilecta

Et quasi moríale nomon

Ab ipso constantes babila

Et obsorvata

Vixit annos.. . menses... dies...In Harmonía Montibus nata

Obiit... die... mensis...Anno Domim MDCCC..

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otras parecidas, se creyese ó no en la legitimidad delos vínculos que los unian, fueron, á principios delsiglo actual, las fórmulas consagradas por cuantosse ocupaban en aquellas misteriosas relaciones.

Como se ve, todo parece contribuir al buen éxitode la obra cimentada por Alfieri. El monumento le-vantado á su orgullosa pasión se inaugura, por de-cirlo así, con el beneplácito de sus contemporáneosy el concurso de testigos famosos. ¿Quién restable-cerá la verdad? ¿Quién dará una conclusión moral áesta historia? La misma persona que decía no hamucho: «No puedo vivir, deseo la muerte, el mundoes un horrible desierto para mí.» Si ella hubiesemuerto el mismo año que su amante, tal vez nuncase hubiera descubierto la verdad, velada por lasambiciosas frases de Alfieri, y faltaría á nuestra his-toria la última parte para completarla ó imprimirleun carácter tan regular, tan dramático, tan instruc-tivo como el que tiene. El castigo de Alfieri consiste,y ya es tiempo de manifestarlo, en el mentís dado ásus orgullosas pretensiones por la misma persona áquien, á pesar de sus faltas, puso en un altar é in-censó cual si fuera una divinidad, menospreciandolas leyes del destino humano y atribuyéndose pre-suntuosamente una imposible felicidad. ¿Qué será,pues, ahora, de aquella glorificación? ¿Qué de su fa-moso monumento, erigido al amor culpable con tanvanidosa complacencia y saludado por tan entu-siastas aclamaciones? ¿Cómo será posible creer enla paz, en la tranquilidad, en la beatitud, permítasela palabra, de aquellos amores, cuando veamos ála inconsolable amiga de Alfieri darle un sucesorapenas muere?

M. JUDERÍAS BENDER.(Concluirá.)

UNA INTENTONA IGNORADA

CONTRA GIBRALTAR.

i.

Es ya general en España el convencimiento de queD. Manuel Godoy, el célebre valido de Carlos IV,trató de justificar su elevación, tan infundada comorápida, con una conducta, si no hábil, patriótica almenos, y leal para con sus obcecados protectores.La publicación de sus Memorias y, después, el juiciode sus actos, haciéndose imparcial á medida deltiempo, han venido á demostrar la pasión con quesus detractores le acusaron ante la opinión pública,exacerbada por la decadencia, cada dia más visible,de nuestra patria.

No era hábil; ni como militar, porque le faltabaninstrucción y experiencia, ni como hombre de Esta-

do, debiendo figurar en la categoría de los que ahorase ha dado en llamar hombres listos, único fruto queproduce, hace mucho tiempo, nuestro desgraciadopaís.

Esa cualidad le arrastró á lo que á tantos en Es-paña, á la política personal; creyéndola, quizás demuy buena fe, compatible con la nacional para cuyoejercicio se le llamaba al poder, y con la real, sobretodo, que sus favorecedores consideraban no po-derse encomendar á manos más hábiles. La adula-ción, creando en él la soberbia que llegó á caracte-rizarle, le indujo más tarde á suponer que en supersona se apoyaba la máquina toda del gobierno deEspaña, y que sólo en él existían fuerzas bastantespara impulsarla y los resortes que debian moderar-las según las cada dia más difíciles circunstanciasen que iba con su impericia comprometiendo á laNación.

Y, hay que reconocerlo, la comprometía en razónde la violencia del estímulo que le aguijoneaba parair justificando los favores crecientes de que era ob-jeto, empujándole por el camino peligrosísimo delas aventuras, hacia el que es tan fácil atraer á losespañoles, siempre anhelantes de la gloria que,afortunadas ó tristes, proporcionan.

La guerra es uno de esos caminos; y la llamadade la República y la de Portugal demuestran cuanfácilmente se engolfaba en él, á pesar de las dificul-tades que siempre ofrece y contra los consejos querecibió, los más fundados y sanos. Las alianzas diri-gían á otro, que tomaba con una precipitación y unaveleidad rayando en demencia; y los tratados quecelebró con la Francia, á la vez que torpeza, y de lasmás insignes, revelan cómo buscaba el acrecenta-miento de su fortuna, procurando ligarla á los inte-reses de los que con sus hazañosas empresas pare-cían deber aspirar á la mayor influencia en Europa.

Siempre manifestó aborrecimiento á los ingleses,después, sobre todo, de la infructuosa empresa deTolón; y en ese odio, como en el deseo de hacersepopular vengando uno de los ultrajes más cruelesque nos han inferido, aun siendo tantos y tan bo-chornosos, hay que buscar la razón del, para Godoy,brillante y serio proyecto á que se refiere el pre-sente escrito.

Él nos demostrará, así como una candidez en todohombre de Estado inconcebible, el celo patrióticodel célebre valido y sus aspiraciones a con grandesgolpes de fortuna hacer olvidar lo irregular de suelevación.

II.

Era el año de 1804, y reciente el insulto de haberapresado los ingleses cuatro de nuestras fragatasque, confiando en la paz, navegaban en demanda dela Península, ardía en los españoles el anhelo de

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vengarlo de una manera tan ejecutiva como glo-riosa.

No poca culpa tenía nuestro Gobierno en aquellabárbara hazaña de los insulares, porque en obser-vancia del tratado de San Ildefonso, compraba to-davía con subsidios cuantiosos lo que, proporcio-nándolos, llamaba neutralidad en la anterior con-tienda de Inglaterra con Francia. Y aun cuando lapaz de Amiens se había interrumpido con actos depiratería perfectamente iguales al del cabo de SantaMaría, habiendo llegado hasta el de 1.200 el númerode los buques franceses ó bátavos apresados porla marina inglesa, los españoles, sin recordar el pe-cado de su alianza con la Revolución, navegabanconfiadamente cargados de los fondos mismos quese le destinaban. ¿Por dónde habían de esperar delos ingleses conducta más regular y justificada quela que observaban éstos eon una nación á cuyofrente se hallaba el vencedor de Marengo?

Iba á coronarse Bonaparte en aquel inmenso cam-pamento de Boulogne, que, de escuela militar, ha-bía pasado á ser base de un establecimiento marí-timo destinado á arrojar sobre la costa opuesta deInglaterra una expedición capaz de resultados másgrandiosos aún que los obtenidos por el primero de.los Césares al romper las tinieblas en que yacía en-vuelta aquella isla, tan influyente después en losdestinos del mundo.

La gloria ya adquirida por sus armas; la no me-nor que su administración comenzaba á proporcio-narle, y el influjo de su política en el continente,donde intervenía ya con una autoridad que se ibahaciendo incontrastable, parecían acusar al go-bierno inglés de temeridad ó imprevisión. ¡Cuál nosería, sin embargo, el temor que abrigase por elcrecimiento futuro del coloso para decidirse á rom-per con él en tales circunstancias, atrepellando laopinión general, favorable sin disputa á la paz, y ála vista de los armamentos formidables con que tande cerca se le amenazaba!

Y no sólo arrojó el guante á la Francia, sino queá sus aliados también y á los amigos tibios ó ene-migos embozados, que de todo había en aquellosdias por Europa para la Gran Bretaña.

Se iba á jugar el todo por el todo, á ser ó no ser,decidiéndose Europa por la preponderancia fran-cesa, que era la de la fuerza terrestre/ inmediata,despótica, ó por la tiranía de los mares, brutal'tam-bien, monopolizadora y bochornosa del mismomodo.

Había que elegir entre una y otra para devolverla paz al mundo, tantos años hacía conturbado poraquella lucha colosal, sin semejante en los tiemposmodernos.

Al Norte afectaba más el predominio francés,porque todavía no miraban al mar sus graneles po-

tencias; al Mediodía el británico, como eminente-mente coloniales las que allí asientan. Formóse asíla tercera coalición contra la Francia; y si Godoy sehubiera inspirado en ideas verdaderamente prácli-cas, habría hecho que España entrara en ella, áá pesar de la vecindad de la Francia y de los ultra-jes del gobierno inglés, como dos años más tardelo intentaba, á pesar de Austerlitz y de Trafalgar, y,otros dos después, lo hacía la nación rompiendocon todos los intereses personales y con todos losequilibrios políticos.

Poro en 1804 prevalecían unos y otros; y España,vendados los ojos por el interés ó el miedo de Go-doy, ó ciega por la pasión al sentir el azote del 5.deOctubre, hubiera dado por vengarlo hasta su exis-tencia política.

La opinión se manifestó en eso unánime contralos provocadores, y Godoy, creyendo poderla satis-facer con un golpe que, de obtener éxito, le haríael ídolo de la nación, se dispuso á darlo lo más rudoque lo fuera posible.

¿Cómo?Se tomarían medidas severísimas contra las pro-

piedades de los ingleses que se hallaran al alcancede nuestro Gobierno; se apelaría al corso para elapresamiento de los buques británicos mercantes óde guerra allí donde se les descubriera; y, al reti-rar de Londres la legación española, se darían á luzun Manifiesto y una Proclama á la nación y al ejér-cito, en que, al poner en su conocimiento los actosde piratería salvaje á que se había entregado laGran Bretaña, se la declarase la guerra sin descan-so ni tregua.

Publicáronse, con efecto, el Manifiesto y la Procla-ma el 12 y el 20 de Diciembre, causando, como eranatural, en España extraordinaria indignación con-tra Inglaterra y manifiesto entusiasmo para que nofuese aquella estéril, y en la Europa toda continen-tal el convencimiento do que era imposible la pazmediando las ambiciones, á cual más desenfrena-das, de la vieja Albion y la Francia revolucionaria.

Antes, sin embargo, de la publicación de aquellosimportantes documentos de la cancillería española,salió del estado mayor del Generalísimo un despa-cho, hasta ahora desconocido, como todos las quevamos á estampar en el presente escrito, guardadoscuidadosamente en el archivo interesantísimo delduque de Bailen. Su fecha, posterior en sólo un mesy tres dias á la de la captura de nuestras fragatas,y su objeto bien popular desde la época de otra ca-tástrofe anterior en un siglo, inolvidable para losespañoles, revelan el ardor con que Godoy se pro-puso vengar una y otra ruidosa y satisfactoria-mente.

Dice así el despacho:«Excmo. Si\: El insulto que hemos recibido de los

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«ingleses por la presa de las fragatas, de que se dio«aviso á V. E. en el último correo, exige una de-terminación que nos proporcione el justo desagra-cio.-—Las actuales circunstancias de Gibraltar pa-»rece que nos ofrecen el medio de lograrle: una«tentativa de sorpresa gloriosa nos hará, tal vez,«dueños de aquella plaza , empleando para ello«hombres desalmados del presidio de Ceuta, dirigi-«dos por oficiales de conocido espíritu y arrogan-c ia , ofreciéndoles á unos y otros la libertad y pre-winios conducentes; y para que V. E. disponga connía mayor brevedad esta empresa, siguiendo las«ideas más oportunas que le sugiera su experiencia«nylitar y los conocimientos que tiene de los puntos«débiles de esas fortalezas, he dado mis instruccio-«nos al coronel D. Joaquín Navarro, que lleva ésta«con el encargo de tratar el asunto con V. E., áíinde«llevarlo á debido efecto; en la inteligencia que de«estas mis disposiciones sólo son sabedores los jefes«de estado mayor de artillería é ingenieros y el da-«dor de ésta, pues conviniendo sobremanera el sigi-«lo y disimulo, hago esta advertencia para que se«conduzca V. E. de modo que ni por la menor cosa«pueda sospecharse tiene V. E. entre manos nego-«cio tan importante.—Espero, pues, del talento y«pericia militar de V. E. que se desempeñará«esta acción de suerte que, sin exponer á un com-«promiso las armas del Rey, se dé un golpe glorioso«para la nación, para V. E. y para mi, que confio en«el buen éxito, poniendo esta empresa al cuidado y«disposición de V. E., cuya vida guarde Dios mu-«dios años.—Madrid 8 de Noviembre de 1804.—El«Príncipe de la Paz.—Excmo. Sr. D. Francisco Ja-«vier Castaños.«

lié aquí de manifiesto el grandioso plan con queel favorito de Carlos IV se proponía vengar el actopirático de que se valieron los ingleses para provo-car la guerra en España, igual, según ya hemosdicho, á los varios con que un año antes habían he-cho se rompiese el tratado de Amiens.

En un papel aparte, pero adjunto al despacho di-rigido á Castaños, pues que tiene las mismas mar-cas de fábrica y letra igual, se lee en forma de«Apuntaciones,» lo siguiente: «En Cádiz hay arma-»dos¡ tres navios de guerra; uno idem armado en«urca y dos fragatas y una urca.—En Cartagena»una urca.—Barbastro está en Archidona; su fuer-«za novecientos once hombres; es buen cuerpo.—«liarbastro irá al Campo con pretexto del cor-«doni.—Castaños debe estar prevenido para obrar«con su tropa, luego que cuatrocientos desterrados»de Ceuta, ó los posibles hasta cuatro mil que hay,«sorprendan la ciudad de Gibraltar, cuya guarnición«será do tres mil hombres; ofreciendo á los presidía-nnos lo que hay en la plaza que no sea militar, y«además su libertad, irán á la empresa sin resisten-

«cia: este golpe, si no sale cual se desea, no nos«compromete, pues no obra la milicia, y nos libra-m o s de ese número de vagos.»

Ese papel no resiste á examen de ningún género,y sobrarían los comentarios si nos decidiéramos ácomunicarlos á nuestros lectores.

Debió hacérselos Godoy, porque el 26 del mismomes de Noviembre aparece un poco variado el pro-yecto en una comunicación dirigida á Castaños porD. Antonio Samper y D. José Navarro, del estadomayor del Generalísimo. Ya es un paisano, D. Do-mingo Soriano, quien, acompañado del sargento deMinadores D. Juan Ruiz, va al Campo á comunicar áCastaños su plan de operaciones para el recobro deGibraltar.

Se reunirán en la plaza más de 700 hombres re-sueltos, que se apoderarán de los cuarteles, y, ba-jando después el puente levadizo y abriendo los ras-trillos del camino cubierto, abrirán paso á las tropasque deberán apostarse en la inmediación. «Y si V. E.,«dice la comunicación, hallase conveniente servirse«de los desterrados de Ceuta para que tomen la«vanguardia, podrá mandar que se reúnan en el nú-«mero conveniente.»

A Soriano se le ofreció el premio que pidiese, sisu plan se realizaba y obtenía el éxito que de él pa-recía esperar el Generalísimo.

Tenemos, pues, ya por medio un proyectista, enquien habrá que ver muy luego un petardista delpeor género.

III.

Y aquí comienza á aparecer en la corresponden-cia que vamos examinando la acción del generalCastaños; acción, como de él, tan cauta y recelosaque no se deja en ella ni aun traslucir el conceptoque le merecía Soriano, ni el valor que pudiera dará sus proyectos. En comunicación de 6 de Diciem-bre, cuya minuta, autógrafa conn todas las de esteexpediente, tenemos también á la vista, dice el ge-neral Castaños que «Soriano manifiesta cada dia«más confianza en el éxiio de su proyecto, y que,«aunque por razón de no abrirse la comunicación«de la plaza con su puerto no se ha perdido tiempo,«tal vez hubiera ocasionado mucha alteración en las«disposiciones el atraso de Barbastro, detenido en«Marbella» por falta de caudales para la marcha.

Había fondos en Algeciras, pero el ministro deHacienda había prohibido su empleo, aun sabiendoque otro batallón, el de Gerona, vivía de prestadoen las tiendas de San Roque. ¡Achaque muy antiguo,ciertamente, en España, donde ha sido rara la oca-sión, solemne y todo, en que la falta de dinero nohaya entorpecido la acción que so meditaba, si eranecesario para ella!

Pero con representar esa necesidad y con refe-

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rirso á las comunicaciones que a la vez se cruzabanentre Godoy y su emisario Navarro, Castaños salía,sin duda, del aprieto en que le ponían las promesasde Soriano y la confianza que en ellas depositabael Generalísimo.

Es de sentir sobremanera la falta de la corres-pondencia de Navarro, porque en ella aparecerían,sin duda, los fundamentos del plan de Soriano y lasdisposiciones todas de Godoy para secundarlo. Cas-taños, ya lo hemos dicho, se muestra muy recelosodesde sus primeras comunicaciones; y para que sevea cómo se propuso conllevar la responsabilidadque podría caberle en la ejecución de plan tan du-doso en cuanto á sus resultados, allá va su despa-cho de 20 de Diciembre, espejo fiel de sus sospe-chas y de su cuidado á la vez para que no pudieraachacársele el fracaso que temía.

Dice, así: «Llegó el mariscal de campo Reding«con su primer batallón antes del tiempo en que le«aguardaba, habiendo hecho la marcha con mucha«celeridad: Tarragona estará mañana en San Roque:«si el viento Sudoeste, que reina hoy con mucha«fuerza, calma algo, podemos aguardar las cuatro«lanchas cañoneras y los efectos pedidos al dopar-«tamento de la isla: salieron de Gibraltar los dos«corsarios que han de conducir Jos-brulotes, y todo«cuanto ha pedido Soriano estará pronto para el«dia 24, en que se asegura se abrirá la comunica-«cion do la plaza, cuya circunstancia se ha conside-r a d o siempre como indispensable para la ejecu-«cion. del proyecto en el que se afirma Soriano,«pero sin que hasta ahora haya podido conseguir«se verificase mi entrevista con el personaje ni ma-«nifestado quién sea, pues sólo entonces se desva-necerán las dudas que pueda infundir la combina-«cion que dice asegura el éxito del plan, al que«nada, dice Soriano, perjudica la llegada del nuevo«gobernador el general Fox, que desembarcó an-«teayer, ni el convoy en el que me avisan de Gi-«braltar vienen 800 artilleros y dos regimientos, que«si están al completo, como es regular, debe eon-«tarse sobre 600 hombres cada uno. Esta tropa no»ha desembarcado aún, y creo la colocan en Punta«de Europa; y como nuestro partido en Gibraltar«cumpliese sólo con facilitarnos la entrada por«Puerta de Tierra, aseguraría á V. E. la posesión«de este Peñón, oprobio de la nación, pues aunque«en su número serían nuestras tropas tal vez inlé-«riores alas inglesas, estoy tan convencido do la«superioridad en espíritu y actividad, que las juzgo«batidas en el momento que estemos en disposición«de atacarlas. Pronto saldremos de dudas, y ó la«impostura ha sido muy grande, ó debemos confiar«mucho: entre tanto, no sosiego, y me vanaglorio«de que si llega el caso, no desmereceré la con-«fianza que he debido á V. E., cuya vida pido á

«Dios guarde muchos años. Algecíras, 20 de Di-ciembre de 1804.—Excelentísimo señor Príncipe«de la Paz.»

A estas dudas contestaba Soriano con segurida-des que hacía llegar directamente á Godoy, quienlas trasmitía á Castaños para que «expresase de pa-«labra al mencionado Soriano que no dudaba un«momento de su oferta ni que dejara de tener el«feliz resultado que deseaba.»

Plan más descabellado no podía, sin embargo,imaginarse. Pensar que en una plaza como Gibral-tar, cuyos repetidos asedios desde el dia en quecayó en poder de los ingleses revelan el ansia pa-triótica de todos los gobiernos españoles por recu-perarla, se habría do ejercer tan escasa vigilanciaque un puñado do aventureros bastara para sujetará su siempre escogida y nunca débil guarnición,era, con efecto, llevar la credulidad á un punto in-concebible. Pero fiar, además, empresa de tamañatrascendencia á la palabra y á la acción de un hom-bre oscuro, sin garantía de ninguna clase ni respon-sabilidad á que contestar el dia del fracaso ó el deldesengaño, era, no sólo insigno torpeza, sino pre-cipitar el país á una aventura temeraria con casitodas las probabilidades de funesta y de las conse-cuencias más graves. Porque decir que se fiaba áquienes se hacía el honor de llamar desterrados deCeuta para que no resultasen comprometidas en esaaventura las armas del Rey, es otra candidez de lasmás inocentes. ¿Quién habría puesto en libertad áesos desterrados? ¿A cuenta de quién obraban ar-mados y en complot tan trascendental?

En 1704, y durante el primer asedio, se puso enprincipio de ejecución el plan propuesto por un ca-brero llamado Simón Susarte que, colocándose enel monte con 500 hombres y ayudado por algunastropa#más de las sitiadoras, quería caer sobre losdefensores déla plaza y recuperarla. La energía delpríncipe de Armstadt ó la falta de ayuda del generalsitiador, pretendiendo dejar el honor de la empresaal mariscal Tessó. ausente todavía, fueron parte almalogro del cabrero.

¿Pensaría Godoy, conociendo esto episodio, quehabía llegado el caso de aprovechar coyuntura se-mejante?

Pero, aun dando fe, y por entero, á la historieta,¿podía compararse la situación de Gibraltar en unay otra época, mediando un siglo justo entre ellas?

Ni el estado de las fortificaciones, hallándose cer-radas las avenidas al monte con obras de un accesoimposible; ni las condiciones de la guarnición, nece-sariamente más fuerte cuando no tenían aún asegu-rada los ingleses la superioridad marítima que yanadie les disputó desde la fatal jornada de Trafal-gar, tenían ni punto de semejanza entre la oca-sión, no sabemos hasta qué punto desaprovechada,

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del cabrero y la que presentaba Soriano como pro-picia y hasta fácil.

Bien podía decir Castaños que si se le facilitaba laentrada por Puerta de Tierra, aseguraría la posesióndo aquella roca, oprobio de la nación española. ElPeñón estaba ya cortado por líneas de obras robus-tísimas que forman otros tantos reductos para irprolongando la defensa; y su conquista no era lofácil que la pintaba el ilustre general, áquien sobra-lían talento y perspicacia para comprender todoslos obstáculos que bailaría; pero bien claro da á co-nocor también en su escrito últimamente copiadoque allá en el fondo de su alma se burlaba de lasuperchería del petardista y de la credulidad delministro. Veía mucho más remota la ocasión deacreditar su arrogancia que la del desengaño acer-ca de los proyectos y cabalas del impostor.

A la del 20 de Diciembre sigue otra comunica-ción del 24, en que Castaños trasmite una revela-ción importante de Soriano. El gobernador salientede Gibraltar, M. Trigg, el acabado de relevar porel hermano del célebre orador Fox, era el autor detoda la, empresa, «disgustado del modo con que hasido tratado por el Ministerio y temeroso de loscargos que intentarán hacerle, siendo su primer ene-migo el duque de Kenl.»

De modo que, sin la incomunicación por causa dela peste, y sin los fuertes vientos del Sudoeste queimpidieron la llegada de las lanchas y efectos pe-didos á la Carraca, Gibraltar hubiera sido nuestroen la Navidad de 1804. ¿Qué había de resistir á lainfluencia de un gobernador puesto de acuerdo conel jefe de las tropas acantonadas en San Roque?

«Me ha sorprendido, dice Castaños al príncipe de»la Paz, esta declaración, conociendo el carácter«pacífico é indolente de Trigg, su edad avanzada, y«considerarle con mucho dinero por haber mandado«cuatro años en América; pero Soriano lo dice con«seguridad, y á no ser así, también parecía imposi-»ble contar con el plan presentado, en el que las«principales disposiciones dependen en mucha par-»te del que manda

¡Ironía más suave ni más elocuente! Parece la deun griego del siglo de Pericles.

»Pero, continúa el despacho, en las noticias que«nos ha comunicado Soriano en estos dias, hallo la«contradicción de ^ue, según estas, Trigg se había«fingido enfermo por no entregar el mando, y que«he recibido dos oficios de Fox como estando ya«encargado de él. Encargan de la plaza que se avise«el. momento en que lleguen los brulotes y demás«auxilios pedidos á la Marina, para no perder tiem-«po en dar el golpe que consideran como seguro á«pesar de haber llegado Fox; y por lo que pueda»eonvenir, he noticiado á Soriano que en una carta«del duque de Kent á D. Manuel Viale le anuncia que

»esto general trae la orden para remover todos los«empleados por Trigg y variar su sistema, le anun-»cia el mal recibo que tendrá en Inglaterra y la di-«ficultad eon que cree responderá á los cargos que«so le harán.»

Y acaba de este modo, altamente característico enel general Castaños, y que cierra por completo tanhabilidosa comunicación: «Con tantas confusiones,«dudas y esperanzas, puede V. E. persuadirse la in-«quietud en que estamos y cuan largos parecen los«momentos que difieren el que tenga fin un asunto«de tanta entidad, y en el que es preciso proceder«de modo que nadie llegue á penetrarlo, por las«consecuencias que podrían seguirse, aun en el caso«de haber sido engañados.»

IV.

Con esta comunicación se cruzaba otra del estadomayor del Príncipe, que principia así: «Considerando«el señor generalísimo príncipe de la Paz que en el«caso de que V. E. se haya apoderado de la plaza«de Gibraltar con las tropas de su mando, según el«plan premeditado, necesitará V. E. más infantería«para cubrir el servicio ordinario y sostener la po-«sesion de dicha plaza contra cualquier intento del«enemigo, y por si acaso V. E. no ha tenido nuevo«refuerzo además de la tropa de Reding y de Tar-«ragona, que ya llegó á ese destino, según mani-«fiesta V. E. en oficio de 20 de este mes, decimos«con esta fecha de orden del expresado superior«jefe al comandante general de Andalucía lo si-»guíente.«

Y sin revelar el objeto, con el único de que se pu-diera defender el territorio que Castaños tenía bajosu mando y escarmentar á los enemigos que intenta-sen invadirlo, se mandaba pasasen luego, luego, áSan Roque 2.000 hombres de infantería.

De modo que para Godoy era tan seguro el plande Soriano, que ya podía darse por ocupada Gibral-tar, y era necesario atender á su defensa contra losenemigos que, de seguro, tratarían de recuperarla.

Tal debió ser después el rubor del desengaño, queel hombre que se detiene tanto en recordar susactos á la posteridad en las Memorias que dio á luzen 1839, no hace á éste ni la más embozada alu-sión. Por el contrario, como si tratase de desorien-tar á las gentes, con el objeto, sin duda, de no per-mitirlas se detengan á investigar cuáles serían lasmedidas que, al conocer la catástrofe de las fraga-tas, tomó para vengarlo, dice así en el capítulo XXI:

«Cuerdo y prudente aún más de lo que es dable«entalcs circunstancias, nuestro Gobierno aparentó«por muchos dias no saber la ignoble hazaña que«estaba cometida, y todo el mes de Octubre se si-«guieron las conferencias, aguardando con flema«propia nuestra que el ministro Frere se expli-

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N.° 102 J. G. ARTECHE. UNA INTENTONA CONTRA GIBRALTAR. 543

«case él mismo sobre tal conducta. D. Pedro Ceba-«llos le dirigió su postrer nota en 3 de Noviembre,»y esta nota, que ofrecía seguridades al gobierno«inglés cuanto era compatible con el honor de la«corona, se quedó sin respuesta, partiendo luego»M. Frere atropelladamente. Nuestra declaración»de guerra se tardó otro mes más, y las explicacio-n e s no vinieron. Disimuló el Gobierno tanto tiempo«y difirió su rompimiento por dos meses, esperando«que la Inglaterra viese en esto nuestros deseos de«paz y la perfecta independencia en que se hallaba«el Gabinete. Desde el primer instante do saberse«la agresión inglesa, nos prometió la Francia su«asistencia: los ingleses lo sabían bien. La prueba«que les dimos de espera y de cordura les debió«hacer tomar mejor acuerdo; mas Pitt quería la«guerra.»

¿Cómo el que tanta memoria ha revelado al des-cubrir, por ejemplo, las negociaciones en que an-daba con D. Domingo Badía, el célebre viajero Alí-Bey, para la conquista de Marruecos, memoria quealcanza á la conferencia con Carlos IV al rechazaréste un proyecto que repugnaba á su honradez;¿cómo, repetimos, olvida plan tan alto y patrióticocual el de arrebatar á ¡os ingleses la preciada rocapor cuya conservación han hecho y siguen haciendotantos sacrificios?

No debe, pues, atribuirse á olvido el silencio deGodoy en este punto, sino que, viendo que ningunode sus detractores se lo había tomado en cuenta, yque en el secuestro de sus papeles no fue encon-trado, sin duda, ninguno que á él so refiriese, notuvo, como al descifrarse los referentes á Marrue-cos, necesidad de sincerarse de los cargos que sele pudieran hacer. Y no por falta de patriotismo,que ya hemos dicho y está probado que no carecíade él, sino por exceso de candidez, de que estávisto también adolecía por aquella época, supo-niendo nada menos que fácil la reconquista de Gi-braltar y la anexión del vasto imperio marroquí, ácuya capital consideraba llegarían en muy pocasjornadas nuestras tropas mediante las muchas y ca-lurosas inteligencias establecidas en él por el via-jero seudo-abasida.

Si faltara todavía una prueba del estado en quedebía hallarse la cabeza del valido, no tendríamossino remontarnos un año más en la relación de susprocedimientos políticos, y hallaríamos aquella fa-tal proclama de 6 de Octubre, en que se atrevió,aunque sin valor y sin arrogancia por la ocasión y elmisterio, á arrojar al rostro de Napoleón un guanteque no tardaría éste en demostrar lo había recogidocon la misma intención aviesa que la de su torpeprovocador.

De manera que, equivocando la mala fe con la ha-bilidad, así creía Godoy engañar á la Gran Bretaña

con apariencias de una prudencia extremada paraarrancarle Gibraltar, como al que todos los dias lla-maba su magnánimo protector provocaba en el mo-mento do verlo á las manos con los discípulos deFederico, única esperanza entonces de la Europaanti-revolucionaria.

Nuestro hombre andaba de Pitt y Adington á Bo-naparte, cual si no fuera como andar de Scilla á Ca<-ribdis en las angosturas de la política, en vez demantenerse en el puerto de una neutralidad sinceraó lanzarse al mar abierto, aun cuando proceloso, delas alianzas. Ha dicho hasta la saciedad el secreta-rio ílorentino que los débiles no deben permanecerneutrales, por quedar después á merced del ven-cedor, enojado con ellos por no haberle seguido enla contienda.

En pago de su torpeza, recibía el Gobierno deGodoy, pues sería hipócrita llamarlo de Carlos IVni de la nación española, el ultraje del apresamientode las fragatas, al que él contestaba con la inten-tona, que estamos describiendo, contra Gibraltar.

Cuando ya la consideraba realizada, los recursosmarítimos que pedía Soriano se hallaban todavía en ,Sancti Petri detenidos por la tenaz resistencia delos vientos del S. 0., lo cual servia al petardistapara continuar explotando la credulidad de los quele escuchaban. Sólo Castaños parecía receloso, es-perando la acción que debería emprenderse encuanto llegaran las lanchas de la isla gaditana, ó lamanifestación del desengaño, pues, como decía enoficio del 31 de Diciembre, «tenemos datos para«todo, no siendo pequeño para desconfiar la decla-«racion que me hizo (Soriano) de ser Trigg el autor,«y que, para ejecutarlo (el proyecto), no entregaría«el mando hasta el dia 1.° de Enero, y se verificó«su embarco y salida para Inglaterra el dia 27, y«como tampoco hasta ahora se ha tratado con más«que con Soriano, debemos estar atenidos á lo que«diga?»

La insistencia de Castaños en sus despachos so-bre la conducta atribuida á Trigg, y la incomunica-ción en que Soriano le tenía para con los demásconspiradores de dentro del Peñón, era, como to-dos comprenderán y ya hemos hecho observar, fun-dadísima. Se conoce que á Soriano debía de apre-miársele con observaciones pertinentes á ese«punto,porque no hacía más que ir y venir á la Línea á con-ferenciar con sus amigos, para así, sin duda, entre-tener la impaciencia de Navarro y, sobre todo, deCastaños, quien en esa misma comunicación del 31continuaba diciendo: «Hoy ha ido á la Línea por aviso«que ha tenido de sus parciales, que dice están im-«pacientes y resueltos á dar el golpe sin los auxi-«lios que se aguardan si no hubiesen llegado en«todo el dia de mañana. Si volviese Soriano, aña-«día, do su conferencia á tiempo que pueda despa-

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544 REVISTA EUROPEA.—6 DE FEBRERO DE 1 8 7 6 .

«chai- un alcance al correo, avisaré á V. E. lo que»se haya acordado, estando asegurado de que por«nuestra parte no habrá atraso ni omisión, y que,«aunque en todo se procederá con precaución, no«debe ser ésta tanta que siempre que las aparien-c ias sean fundadas deje de darse algo á la suerte,«que no podrá sernos adversa cuando V. E. es quien«dirige esta empresa.»

Y con efecto, como diría un escritor humorístico,el 6 de Enero volvía á escribir Castaños al príncipedo la Paz, no para comunicarle la tan anhelada yfausta noticia de la toma de Gibraltar,sino para ins-pirarle nuevas esperanzas que el tiempo iría un diatras otro amortiguando, y las intrigas de Soriano avi-vando alternativamente. «Había resuelto no escribir«á V. E. hasta estar desengañado ó en posesión de«Gibraltar, así comienza Castaños su oficio del 6 de«Enero del nuevo año de 180S; pero el tiempo ha«mejorado y las nuevas seguridades de Soriano me«hacen ya consentir en que llega esta época tan«doseada: mañana está arreglado debo tener por«la noche mi conferencia fuera de la Línea con los«sujetos que dicen son cabezas de la conspiración;«se acordará el dia definitivo para dar el golpe, y«aunque se había dispuesto ya ejecutarlo sin el im-«portante auxilio de los brulotes y las armas que«vienen de Cádiz, ha cesado el furioso y obstinado«temporal, por lo que debemos confiar que se veri-«fioará el plan completamente.»

V.

Pero ¿qué órdenes habrían llegado entre tanto alcampo de San Roque para que su comandante ge-neral en una comunicación, sin fecha on la minuta,pero señalando la del 6 como futura, se opusiera áque se arrojasen á Gibraltar algunas bombas que,al parecer, se creía conveniente regalar á sus habi-tantes? «Doy parte á V. E., decía, de mi dictamen«sobre no parecerme útil ni prudente el tirar sólo«algunas bombas á Gibraltar, y además de las razo-«nes que expongo, entra también la de que hasta ve-«riíícar el golpe ó desengañarnos no conviene albo-«rotar inútilmente á la guarnición, siendo tal vez«muy oportuna la tranquilidad y confianza en que»<;stamos por parte de tierra para adquirir noticias«y poder tener más facilidad para comunicar con«los jefes de nuestro partido en la plaza; y sólo«desearía que el apostadero estuviese en disposi-«cion de incomodar á cualquier convoy que en lo«sucesivamente se presente, pues en cuanto al de la«expedición ya hace dias que no se ve y lo conside-«ro muy próximo á su destino.»

¿Quién daria la orden de tal bombardeo? Pareceimposible que se creyera útil para el objeto á quese aspiraba un acto que de seguro produciría en

Gibraltar la alarma consiguiente y, con ella, vigi-lancia, rigor y represalias que inutilizarían la ac-ción de los partidarios de España dentro de la plaza.No sólo tenía razoa Castaños al expresarse comoacabamos de recordar, sino que se hace hasta in-creible el procedimiento que se le mandaba poneren ejecución. ¿Sería quizás que, habiendo comenza-do las negociaciones entre D. Eugenio Izquierdo yNapoleón para dar á Godoy una posición algo másdesahogada que la á que so había encumbrado, al-gún principado independíente, un cetro ó cosa pa-recida, querría mostrarse impaciente por el ser-vicio de su nuevo patrono al punto de malograrplan tan maduro ya en su monte y tan próximo á surealización como el de su estratagema contra Gi-braltar?

Se ignora cuándo tuvieron nacimiento esas aspi-raciones; pero si Napoleón dejó deslizar, por losdias á que nos vamos refiriendo, la idea de protegerá Godoy contra sus enemigos interiores y exterio-res si él mostraba energía y celo en favor de laFrancia, algunos pasos habría dado anteriormenteIzquierdo en la corte imperial para que se adelanta-ran ofrecimientos tan significativos y halagüeños.Eran éstos para alucinar una ambición aun más re-servada y cauta que la del poco sagaz valido; y nodebe extrañarse que para mantener el calor de ta-maña protección on el ánimo del Emperador, y an-helante por darle muestras de su adhesión, másprontas y quizás más ruidosas que la unión maríti-ma ya activa entre las dos naciones, quisiera pro-barlo con un bombardeo prematuro á Gibraltar suentusiasmo por la alianza francesa. Pondrían lasbombas de manifiesto su proyecto de reconquistadel tan codiciado promontorio; mas iniciados losmenos problemáticos de su grandeza personal, ¿quéle importaban ios que, por muy obcecado que estu-viera, debía suponer, si no fracasados del todo, ápunto de producir uno más de tantos y tantos des-engaños como su impericia le iba proporcionando?

Y el de la reconquista de Gibraltar estaba tanpróximo, que á una comunicación de Castaños mani-festando cuál menudeaban los datos que pudieranhacer sospechar que Soriano había prometido conligereza, sigue en la correspondencia que vamosexaminando un oficio del coronel Orell desde SanRoque en que, con fecha del 6 de Marzo, se le decíalo siguiente: «Excmo. Sr.: Queda asegurado Domingo«Soriano en un cuarto do mi casa, en cumplimiento»de cuanto V. E. me liene prevenido, habiendo pro-»cedido al inventario á presencia de dos oficiales«del real Cuerpo de artillería: su ausencia del pue-»blo está considerada como fuga, cuya voz se ha«esparcido: he dado principio á las declaraciones,«que pasaré á V. E. evacuadas que sean.—Espero«me dispense V. E. las órdenes de su agrado.—

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N.°102 J. G. ARTECHE.—UNA INTENTONA CONTRA G1BRALTAR. 545»Dios, etc » «Exorno. Sr. D. Xavier de Castaños,«capitán general de este Campo.»

Ya tenemos aquí descubierto al petardista, y porsi nuestros lectores, ignorantes de su procedencia ydel fruto que pudo sacar de tantos y tan dilatadosenredos, desea satisfacer la que, en efecto, debeconstituir su primera curiosidad, pues la del desen-gaño de sus procederes podía tenerla satisfechamuy de antemano, allá va trascrita la orden de 30de Abril de 1805, en que los oficiales del estado ma-yor del Generalísimo descorren el velo de tantamaldad y trapacería por un lado, y de tanta y tanlamentable ligereza por el otro.

Dice asi: «Reservada.—Excmo. Sr.—El señor ge-«neralísimo, príncipe de la Paz, en vista de la false-»dad de los procedimientos de Domingo Soriano,»abuso que ha hecho de la libertad y auxilios que de»buena fe se le franquearon, y lo demás que contra«él resulta justificado en la sumaria información»que V. E. remitió con fecha de 8 de este mes, así y«por lo que corresponde al principal asunto que la»ha motivado como por su acreditada mala conduc-»ta anterior, ha tenido á bien resolver por efecto de«benignidad que al expresado Domingo Soriano se«destine por el tiempo de ocho años al presidio de«Ceuta, manteniéndole allí en reclusión y sin comu-«nicacion mientras dure la actual guerra, y que«todo se verifique con el prudente secreto que exi-»ge el caso.—También ha resuelto dicho superior«jefe que se beneficien las prendas inventariadas«propias de Soriano, exceptuando las precisas para«su uso, y que del producto de ellas y demás dinero«en efectivo que se le encontró al tiempo de su«prisión se satisfagan nueve mil setecientos cin-«cuenta reales de vellón suministrados para el viaje«y subsistencia de la supuesta mujer legítima, las«deudas que V. E. conceptúe justo pagar y los gas-»tos que han ocasionado las diligencias practicadas,«quedando á favor de la real hacienda la cantidad«que resulte sobrante, deducidas aquellas partidas.«Lo manifestamos á V. E. de orden del señor gene-«ralísimo para el debido cumplimiento, incluyendo«la adjunta carta para el gobernador de la plaza de«Ceuta, en que se le dice el destino de Soriano, á fin«de que V. E. se la dirija cuando lo tenga por con-«veniente.—Dios guarde á V. E. muchos años.—«Madrid 30 de Abril de 1805.—Excmo. Sr.—Antonio«Samper.—Josef Navarro.—Excmo. Sr. D. Francis-»co Xabier de Castaños.»

Resulta de esta orden que Soriano había salidode las prisiones, del destierro, usando de frasesanteriores del príncipe de la Paz, para su grandeempresa. Si sabía historia, ¡cómo se mofaría de losque, al enviarle á Algeciras, recordaran quizás nom-bres que un rubor patriótico nos impide trasladaral papel! Que era de acreditada mala conducta an-

TOMO VI.

tenor, aparece también, y no en son de reproche álos que, aun así, creían sacar fruto de las promesasde tal canalla; y consta del mismo modo que, no sólose le facilitaban sumas considerables para el desera-peño de su comisión, sino que se proporcionabantambién, y no escasas, para que no careciese de ladulce compañía de una miserable concubina.

No hay, pues, por dónde mirar tal proyecto sinque no nos abochorne como hombres y sin quelastime nuestro patriotismo como españoles. Cuan-do, al relatarlo, traemos á la memoria aquella nobley hábil y honrosa estratagema que nuestros gene-rales de Flandes emplearon en la conquista deAmiens, valiéndose del celo de un Portacarrcro ydel valiente y astuto sargento que supo ganarseen ella el tan celebrado título de Capitán de lasnueces, no puede uno monos de lastimarse de la in-ferioridad de nuestros modernos proyectistas. ¿Porqué, después, arrojar un borrón tan oscuro comomerecido sobre los medios usados por los francesesal apoderarse de las ciudadelas de Pamplona, Figue-ras y Barcelona en 1808? Que ni los medios debenrechazarse, se nos dirá, ni mirarse los anteceden-tes de los agentes de que valerse puedan los que ta-les empresas acometen, y menos después de ultrajestan crueles y villanos como el de las fragatas. Hayque rechazar esos medios cuando hayan de mere-cer, como en los casos acabados de citar, una re-probación universal; y conviene mirar á quiénes sefian, porque de un hombre indigno y estigmatizadopor las leyes no puede esperarse ni acción magná-nima ni el que le ayude nadie más que para, al ex-plotarlo á él, explotar la credulidad y la ineptitudde quienes en él confian y esperan.

Eso es precisamente lo que constituye la gloriaó el deshonor de una empresa. Los medios puedenolvidarse al recuerdo del éxito; pero ante la des-gragia salen á luz todos los errores que un examenfrió y sutil ha debido desechar al poner en la balan-za de las probabilidades las necesarias para atraerla fortuna. De un presidiario con los antecedentesde Soriano y con las exigencias que revelan los fa-vores y la consideración de que fue objeto, no de-bía esperarse otro resultado que el obtenido. Y si áeso se añade cuan sobre aviso debieron poner áGodoy las comunicaciones del general Castaños,nadie habrá que á la de poco digna no agregue, enla conducta del Generalísimo, la calificación detosca y torpe. No eran terminantes las muestras dedesconfianza comunicadas por Castaños; mas ¿cómodarlas, sin la seguridad de poderlas probar, á unun hombre enamorado del proyecto del petardistay ahogado por la alucinación de pensamiento tanpatriótico y grandioso? Hubiera el comandante ge-neral del Campo de San Roque delatado paladina-mente á Soriano; hubiera impedido el ridiculo que

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546 REVISTA EUROPEA.—6 DE FEBRERO DE 1 8 7 6 . N.M02entonces ó ahora pudiera arrojarse sobre quien apa-drinaba proyectos tan descabellados; y, al estorbar-los, como quedaban sin intentarse, y por lo tantosin realizarse, habría experimentado Castaños todala ira, la vergüenza y el despecho del omnipotenteprivado. Castaños era muy hábil para caer en ten-tación tan funesta para su suerte, y harto hizo conadvertir, aunque cautelosamente, de las contradic-ciones que hallaba entre las palabras y los actos deSoriano con la historia, las condiciones y posiciónde los que hacía pasar por cómplices suyos en Gi-braltar.

La presa era para codiciada; y podíase, por ella,hacer cualquier sacrificio de dinero, de sangre yhasta de punto de honor; pero ¡cuánto mejor caminono era el que ensayaba Izquierdo en París con ellord Yarmouth al proponerle la alianza de Españamediante la devolución de las fragatas y la de laisla de Trinidad y de Gibraltar! El diplomático in-glés pareció escandalizarse; la Inglaterra, sin em-bargo', estaba muy impresionada con el armamentode Boulogne y la influencia cada dia más grande queejercía Bonaparte en Europa, y si no todo, porqueera mucho, no hubiera dejado de hacer alguna granconcesión por formar una coalición poderosa y acasodecisiva. En ocasión semejante, ¿no la había hechoJorge I en 1739?

JOSÉ GÓMEZ DE ARTECHE.(Concluirá.)

BENITO ESPINOSA.

NOVELA.

XVII. *

AMOR Y MUERTE.

Cecilia oraba en la habitación inmediata. Espino-sa estaba sentado al lado de Olimpia; los dos aman-tes soñaban,y sus miradas cambiaban pensamientosprofundos.

—Cuando me elevo así á los superiores goces delalma,—dijo Olimpia,—sólo aspiro á la voluptuosi-dad de la muerte.

También yo,—añadió Espinosa,—sentía esta nos-talgia de la muerte otras veces, cuando me entre-gaba á mis éxtasis religiosos. Quizá es una alusióná este sentimiento la leyenda talmúdica, que hacemorir á Moisés por un beso, en el cual absorbió elSeñor el alma de su profeta.

• Véanse los números 96, 97, 98. 99 y 101, págs. SU, 329, 38S,4Í6 y 509.

Llamó la atención de Olimpia el giro dado porEspinosa á la conversación. ¿Estaba su espíritusiempre sumido en la meditación? Pretendía quizácon tales frases velar y manifestar á la vez un de-seo ardiente de su corazón?

Nada se decían, y Espinosa le suplicó que can-tara la melodía que oyó al verla por primera vez.Cantó muy bien, tanto que, reconociéndose incapazde vencerse y no caer en sus brazos, Espinosa selevantó de pronto, tomó su sombrero y salió. Olim-pia cogió la luz y se adelantó en la escalera paraalumbrarle. Al bajar Espinosa alargó su mano, ellainclinó dulcemente la cabeza sobre su pecho, y nopudo menos el judío de abrazarla y sentir la vio-lencia de los latidos de su corazón.

—Querida Olimpia, por lo más sagrado os con-juro áque no me améis; no lo merezco.

—No puedo dejar de amarte,—contestó ella,—manda á mi corazón que deje de latir, pero nó quedeje de amarte. >

Temblaba su voz; la estrechó más y se abrazaronambos en un prolongado beso.. Por fin se separó deella y huyó. Al subir la escalera, Olimpia exclamóalegremente:

—Buenas noches, Sr. Espinosa.Espinosa se detuvo delante de la casa, mientras

las gentes iban y venían en todas direcciones. Nadaveía ni oía; le impedía la agitación interior entraren su casa. Cruzó la calle y fue á sentarse en lasgradas de la entrada de la capilla de Santa Olalla.Se avergonzó de sí mismo al verse como un trova-dor bajo las ventanas de su amante.

—Que no quieres abandonarme,—me "decías;—yote contesto que ni quiero ni debo dejarte: ¿no he se-llado con mis labios nuestra unión? Me pertenecespara siempre. ¿No era mi madre musulmana y seconvirtió á nuestra fe? ¿No estaba yo condenado alIslamismo si no se hubiera convertido?... ¿Quiénme compensará todos los goces de su amor, quepierdo por amor á la verdad?... ¡La verdad! ¿deboser su esclavo? ¡Sólo yo, entre tantos miles de hom-bres, he de sacrificar mis naturales derechos! ¿Y laprofesión de fe católica? Olimpia me ama; necesitosalvarla... Más tarde, en tiempos más dichosos,acontecerán las cosas de otro modo; pero hoy deboobedecer á las exigencias de mi tiempo... Y tu pa-dre y Jerónimo... eran judíos creyentes, pero tú...

Tales pensamientos cruzaban por el alma de Espi-nosa; no notaba nada de lo que le rodeaba, ni si-quiera veía que los que pasaban se mofaban de élcomo de un pobre diablo, que sufría el frió de la no-che sentado en las piedras, en vez de estar con suamante. Se levantó y se sonrió involuntariamenteal considerar el sitio en que había estado detenidotanto tiempo; estaba delante de la iglesia cons-truida según el modelo del templo de Jerusalem.

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N.° 4 02 B. AÜERBACH. BENITO ESPINOSA. 547—Duerme en paz,—dijo en su corazón, mientras

que dirigía su vista á las ventanas de Olimpia;—te hevelado. Permanecerás eternamente en mi memoria.

Sonaban gravemente las campanas, llenaban laamplitud de la nave los sublimes acordes del órgano,y una inmensa multitud ocupaba la catedral. Delantedel altar estaba Espinosa, colocado entre el doctorVan den Ende y su hija Olimpia, adornada con sutraje nupcial. En la galería superior se hallaba elpadre de Espinosa, con sus vestidos desgarrados,con mirada fija y figura inmóvil. Al comenzar lamisa, se arrodillaron Cecilia y Olimpia, y á su ladoEspinosa y Van den Ende. Vestían de monaguillosChisdai y el esqueleto del abad; el primero tenía elincensario, y cada vez que se hacía el signo de lacruz, Chisdai se detenía y los huesos del esqueletose contraían. Concluida la misa, se adelantó soloEspinosa y se arrodilló delante del sacerdote. Mal-dijo la madre que le había llevado en su seno y elpadre que lo había engendrado, porque no le habíanguiado desde su nacimiento al gremio de la igle-sia única y verdadera. Salió un profundo grito dedolor de la galería, y se llevaron un cadáver. Recitócon voz muy baja Espinosa el credo, después elsacerdote puso las manos sobre la cabeza del cate-cúmeno, le bendijo, echó con el hisopo tres vecesagua bendita sobre su frente, y el órgano comenzóá sonar con una música triunfal.

«Baruch, Barueh, levántate,»—le gritaban.Todo había sido un sueño; Espinosa estaba en la

cama, y delante de él la vieja Chaje con una luz enla mano. Pasó la mano por su frente, inundada desudor frió, y preguntó:

—¿Qué me queréis?—Vuestro padre agoniza; todos los vecinos están

ya á su lado.Saltó Baruch del lecho , se vistió precipitada-

mente y bajó.—¡Padre mió!—gritó Baruch.Y no pudo decir más.—Ruega por mí, hijo mió,—dijo el moribundo

con voz imperceptible.De un momento á otro esperaban que muriera, y

los asistentes repetían: «Escucha, Israel, el Eterno;nuestro Dios es el Dios único.» Oraba el moribundocon ellos, y su último aliento se extinguió al pro-nunciar la palabra único.

El rabino S. Morteira abrió una ventana para sig-nificar que el alma subía al cielo, y todos repitieron:«Alabado sea el Juez de verdad.»

Se inclinó Baruch hacia el lecho y puso en sufrente ardiente la fria mano del cadáver. En la ha-bitación próxima se oía llorar á Miriam y Rebeca;se iban ya á retirar los extraños, cuando abrieronviolentamente la puerta.

—¿Ha muerto?—preguntó una voz.

—Paz, silencio, rabino Chisdai, — contestarontodos.

—Desgracia, y triple desgracia la de esta casar-exclamó Chisdai;—sólo ól habría podido salvar á suhijo desobediente ó impío. Yo mismo le he oido quequiere hacerse cristiano y casai'sc con una cristiana.

—Si no os vais en seguida,'—replicó Samuel Cas-seres;—si volvéis á decir semejantes cosas de micuñado, os enseñaré el camino. ¿Quién os ha lla-mado?

—Ya me llamareis y no vendré — contestó Chis-dai al retirarse.

Había dispuesto Benjamín Espinosa en su testa-mento que rompieran la espada española y la enter-rasen con él. No querían los rabinos cumplir estadisposición, porque ignoraban lo que significaba;necesitó su hijo citarles muchas autoridades talmú-dicas para que cumplieran la voluntad de su padre.Siguiendo el rito fúnebre judío, tuvo Baruch quearrodillarse delante de su padre y pedirle á él y áDios perdón de todas las faltas cometidas. Des-garró después su vestido, y cuando el cuerpo es-tuvo ya en la sepultura, se acercó el hijo á arrojarun puñado de tierra sobre el ataúd.

Durante siete dias Espinosa tenía que estar en elsuelo, desgarrado el vestido y descalzo. Pero aúnestaba más agitado y desgarrado su corazón. ¡Cuán-tas veces, sentado en el suelo, apoyados los codosen las rodillas y la cabeza en sus mai:os, cuántasveces había pensado en Olimpia!

Meyer y Oldcnbourg llegaron á visitarle en elmomento en que estaba sentado en el suelo con sushermanas, escuchando una letanía que recitaban losrabinos ante la comunidad reunida como una espe-cie de misa mortuoria por el alma del difunto.

Espinosa pensó mucho en los medios para pro-porcionarse una vida independiente y libre.

o»XVIII.

SOLEDAD.

Paseaba muy pensativo Espinosa por Kalvers-traat, cuando se encontró á Gertrudis Uñnsahd.

—¿Cómo estamos?—le preguntó.—No os habíavuelto á ver desde la muerte del buen Nigritius,hasta que hace algunas semanas os vi, acompañan-do á Olimpia Van den Ende. No sé en qué pensa-bais, pues os saludó y no me oisteis. Habéis enveje-cido más de veinte años. Después de haber ocupadonuestra habitación un pintor y una viuda, la tene-mos desalquilada; está tan bonita ahora; la hemospintado.

Entró espinosa con ella en su casa y la dijo quedeseaba vivir muy alto para tener luz.

—Ved,—le contestó Gertrudis,—este mismo cuair-to fue ocupado por Nigritius.

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548 REVISTA EUHOPEA.—6 DE FEBRERO DE 1 8 7 6 . N.° 102Terminada la división judicial de la herencia, re-

nunció Espinosa su parte; tomó sólo una cama, suslibros y sus vestidos. Todo lo hizo llevar á casa deGertrudis Ufmsand. Allí logró armonizar su vida ex-terior con las necesidades de su espíritu. Por la ma-ñana se ponía á trabajar. Al mismo tiempo que cor-taba el diamante un pedazo de cristal, concebía dis-cretamente el espíritu de Espinosa una idea de susistema general: mientras daba al cristal una formadeterminada, revestía su idea de más preciosos con-tornos, concortando así el trabajo manual con laelaboración de su pensamiento. ¡Cuántos pedazoscaerían y cuántas estrías desaparecerían hasta queel cristal y la idea llegasen á ser el espejo de laverdad! Después de haber ganado su sustento conel trabajo de sus manos, recogía Espinosa, durantela calma sagrada de la noche, á la luz de su lám-para, todas sus ideas para hacerlas más y más tras-parentes. De este modo trabajaba; de este modo es-tudiaba BENITO ESPINOSA.

La buena Gertrudis estaba muy descontenta desu nuevo huésped.

—No sé,—le decía,—si os habéis propuesto per-der la costumbre de comer, ó si vienen del cielocuervos á alimentaros como al Profeta en el de-sierto. No coméis nada.

Espinosa quiso hacer entender á la honrada mu-jer que sus medios no le permitían más gastos, yque esta manera de vivir le sentaba perfectamente.

—Sí, sí, ya lo sé; pero no ignoro que hay muchosgrandes señores que os darían lo que necesitáis.El criado del rico Simón de Uries ha venido tresveces á convidaros á comer; pero preferís siempreseguir con vuestras privaciones.

Y decía al bajar la escalera:—Todos estos sabios tienen la cabeza llena de

tonterías.Contó la conversación á Oldenbourg, á quien se

encontró en la escalera.Desaprobó Oldenbourg esta reclusión completa.

Tenía vivos deseos de que su amigo cambiase degénero de vida por muchas razones. Temía princi-palmente que en esta soledad del alma echaseraíces profundas é indestructibles el amor de Espi-nosa á Olimpia, que él había adivinado con tantaperspicacia. Alimentaba siempre la esperanza deintervenir prudentemente é influir en la vida deeste poderoso talento, rectificando su dirección.

—También tiene nuestra época,—dijo un dia áEspinosa,—•como las anteriores, apóstoles que re-corren todos los países divulgando las nuevas ideas;Giordano Bruno ha recorrido casi todo el mundo ci-vilizado, defendiendo en todas partes sus opiniones;por desgracia, cometió la torpeza de volver á Italiapara morir en la hoguera como mártir de la filoso-fía. Es preciso que viajes, y si no quieres instruir

al mundo, al menos aprende á conocerle bien. No tefaltarán recursos para ello; S. de Unes y yo te pro-porcionaremos los que necesites. No debes rehusar-los; es un tributo que ofrecemos al amigo y que pa-gamos á la ciencia y á la humanidad; mucho máshaces tú sacrificando tu vida.

—Te suplico,—contestó Espinosa con voz con-movida,—que no me vuelvas á ofrecer dinero; os hedicho á ti y á de Uries que nunca lo aceptaré. Deseoprofundizar y fijar las leyes del ser y del pensamien-to, y para ello me bastan el libro de la historia y elmisterio de mi propio espíritu. Déjame mi vida ínti-ma entre estas cuatro paredes. Aquí tengo siempredelante mi fin, procuro constantemente reunir á milado todos los espíritus de verdad; créeme, tengouna excelente sociedad, nunca estoy sólo, y siloestuviera, podría, entrando más y más en mí mismo,descubrir las relaciones complejas del alma huma-na. No hay espectáculo más sublime que la contem-plación interior del curso del pensamiento. Si, elque pueda vivir solo con su alma—libre de todatradición é influencia—vivirá como en el paraíso,con una felicidad interior y gozando el sentimientode su unidad con el todo. Cuando llegue á ser maes-tro para poder enseñar á los hombres, no les pres-cribiré reglas, no les inculcaré fórmulas; que cadauno halle su propia ley en sí mismo y en el mundo;que en el conocimiento de esta ley natural consistesu redención y la redención del mundo.

Se despidió Oldenbourg de Espinosa, casi con-vencido con las palabras de éste. Le encantaba estaamistad viril, nacida del fondo del pensamientopuro, y cuyos deseos desinteresados implicaban á lavez infinitas alegrías personales El mismo Espinosase consideraba feliz en el silencio recogido de suvida solitaria, pues su tranquilidad uniforme parecíauna beatitud. Y, sin embargo, pensaba en Olimpia,á quien seguía amando.

XIX.

LAS CONFESIONES.

—Alarmados contra tí los judíos,—dijo un dia Ol-denbourg á Espinosa, entrando en su casa con Me-yer,—te consideran como un desertor y pretendenobligarte á volver á sus creencias.

—Nada temas,—dijo Meyer;—estás tan alto, queles faltarán fuerzas para llegar hasta tí.

—¿No sería bueno,—dijo Oldenbourg,—que teacogieras al amparo de otra creencia, cambiando asíde uniforme?

—¡Y has alabado tanto á Turena por no haberlohecho!—exclamó Espinosa.—Por lo demás, ignoroqué uniforme me sentaría bien.

—Muy bien dicho,—añadió Meyer;—se necesita-ría para ello todo el firmamento. Yo te pondría el sol

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N.° 102 B. AUEKBACH.—BENITO ESPINOSA. 549y la luna como condecoraciones colgadas á tu pecho.

Los tres amigos celebraron la ocurrencia.—Pero finalmente,—preguntó Oldenbourg,—¿no

estás convencido de lo caduco del judaismo?—¡Gran pregunta! ¿Cuántas veces quieres que te

repita que ninguna creencia positiva puede propor-cionarnos esta verdadera beatitud que nace del co-nocimiento de nosotros mismos y de nuestras leyesnecesarias? Hace tiempo que es imposible distinguirpor su espíritu los judíos, los cristianos, los maho-metanos y los paganos. Se distinguen por las cos-tumbres y usos exteriores, por la Iglesia que fre-cuentan, por las autoridades que invocan.

—Han tenido siempre para mí los judíos,—dijoMeyer,—algo notable por su maravillosa tenacidadal resistir los más terribles golpes.

—La misión de los judíos ha terminado,—con-testó Espinosa.—Deben su subsistencia, que no tienenada de milagrosa, al odio de las demás naciones yal aislamiento en que han vivido por sus propiosusos y costumbres. Pasarán estas costumbres, y seconvertirá en amor el odio de las naciones.

—Me enorgullecería ser judio. Al nacer contra larutina usual, es el judío la personificación inme-diata del cisma que divide hoy tan profundamentela humanidad. Emancipado el judío de su propiatradición, es el verdadero cosmopolita; está pro-visto de todas las armas del espíritu, y tiene, parapenetrar la vida de la historia, una libertad de quecarecen los demás. Nosotros carecemos de esta li-bertad de espíritu, porque participamos del gobiernodel mundo. Además, nos enseña la historia univer-sal que no ha sido reformado el mundo por ningúnpueblo dominador, por griegos ni por romanos, sinoque ha sido hallada la ley nueva, que trasformó elmundo, por un pueblo despreciado, oprimido y ex-cluido del movimiento histórico. En la antigüedad,la religión era la Constitución, y la Constitución lareligión; de modo que se vivía en una unidad com-pleta. Destruido el Estado judío, al nacer el Cristia-nismo se separa la religión del Estado. Dos poderesdiferentes, la Iglesia y el Estado, se han disputadoel hombre y roto su unidad. El cristianismo ha in-tentado reunirlos en el Papado. Ha vuelto hoy, que-brantado el poder del Papado, el antiguo dualismo,y el Cristianismo no contiene ninguna Constituciónpolítica.

—Creo que hemos cambiado los papeles,—con-testó Espinosa.—El cristianismo se ha dirigido, másque nada, al hombre en general, para proporcio-narle la libertad interior; nunca quiso ser una leyexterior. Deben el Estado y la Iglesia constituirse,según nuestras leyes naturales, dejando en amboslibre el espíritu crítico, que tiene derecho para po-nerlo todo en cuestión; de olra suerte encadenare-mos nuestra libertad interior á leyes exteriores. Las

máximas políticas y religiosas atribuidas á la doc-trina del Cristo son hijas del tiempo y de lascircunstancias. Cuando el Cristo dice: «Si algunoabofetea tu mejilla derecha, pon la izquierda)'(precepto ya indicado en las Lamentaciones deJeremías), lo decía para una época de opresión yanarquía. En otras circunstancias es más conformeal deber y á la razón contestar á un golpe con otro,ó mejor, allí donde exista una ley, acudir al juezpara que el vicio no triunfe por medio de la vio-lencia.

—Con tales ideas,—dijo Oldenbourg,—yo no ten-dría en tu caso dificultad para hacerme cristiano;no necesitas convertirte por convicción dogmática.

—Y si fueras capaz de ello,—replicó Meyer,—yono te estimaría, porque renegabas de ti mismo.Pero si no me engaño, haces la corte á Olimpia. Héahí una mujer cosmopolita. Ha amado primero á uncatólico, después á un reformista, ahora ama á uajudío, y en Kerkeringun casi luterano. Cuando acabecon vosotros dos, amará á un turco.

—La ironía es tu pecado original,—dijo Espinosacon tono severo;—pero te suplico que hables conrespeto de Olimpia.

—¡Ah! la sapientísima Olimpia,—'Continuó Meyerriendo,—puede conjugar muy bien el verbo amaren pretérito. La he conocido varios amantes; sécómo ha concluido con todos ellos, y tengo curiosi-dad por saber cómo terminareis con ella.

—Honro y respeto mucho á Olimpia,—dijo Olden-bourg,—ya lo sabes; pero te aconsejo que no teunas nunca con ella. Siento mezclarme en estacuestión, y me abstendría de hacerlo si no supieraque tú insistes en tus resoluciones por cima de todacontradicción. Pero en este caso, preciso es que tedejes convencer. No te puede ofrecer Olimpia suprimer amor, y tú... tú no sientes por ella un ver-dadero amor, porque si así fuera no conservaríasesta constante igualdad de ánimo.

—¿Necesitas que te repita,—replicó Espinosa,—que todo lo puede abrazar la reflexión con másfuerza que la pasión?

—Ya que estamos en la cuestión, ¿permite el de-recho positivo el matrimonio entre judíos y cris-tianos?

—Ningún rabino podría citar un impedimento po-sitivo. Considerados desde el punto de vista del ju-daismo, son los cristianos una secta judía. Aunqueha llegado esta secta en la serie de los tiempos áser más numerosa que el tronco principal, no se al-tera por esto el fondo de la cuestión. Por otra parte,existen sectas entre los judíos, y existen tambiénlos talmudistas, para quienes la venida del Mesíasno es un articulo fundamental de fe. Nada se opone,pues, á los matrimonios de que hablamos.

—Y mientras no se hagan estos matrimonios mis-

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REVISTA EPROPEA.—6 DE FEBRERO DE 1 8 7 6 . N.° \ 02tos,—añadió Meyer,—será difícil extirpar las pre-ocupaciones odiosas inherentes al nombre de judío.Casi sería partidario de este matrimonio si con élllegaras á ser el redentor judío. Pero para quecumplas tu misión, es necesario que sigas siendojudío y célibe. El que se entrega á la vida de fami-lia y de sociedad ve á cada instante interrumpidala línea recta y lógica que ha señalado á su vida yá su pensamiento.

Se marcharon los dos amigos, quizá por primeravez con gran contento de Espinosa. El amor es unade las inclinaciones del hombre que tiene más ana-logía con la fe. La última base del amor reside enla personalidad, que se cree que sólo puede cadacuál apreciar por sí, porque su mérito queda ocultopara los demás, á los cuales se acusa de sacrilegoscuando se refieren á ella. ¿Por qué sentía. Espinosaun amor rodeado de tal imposibilidad social, quedaba á todos, y principalmente á sus amigos, dere-cho para criticarle? Con una índole menos sincera,menos hnparcial y menos amiga de la veracidad in-terior, esta inmixtión extraña hubiese borrado en élel dulce encanto del sentimiento íntimo, le hubiesehecho más amargo para sus amigos, ó le hubiesehecho dudar de sí mismo.

BERTHOLD AUERBACH.(Continuará.)

LOS PUEBLOS OCCIDENTALES

TÜRQÜIA EUROPEA Y LA CUESTIÓN DE ORIENTE.

En la extremidad oriental de nuestro continente,entre el Mar Negro, el Danubio, el Mar Adriático,Grecia y el Archipiélago, se conservan los últimosrt-stos del poderío musulmán en Europa. Pueblosdesemejantes en raza, lengua, religión y costum-bres viven esclavos bajo un gobierno despótico ytirano, algo suavizado en estos últimos tiempos,pero siempre repugnante y odioso para gentes quelo miran como el verdugo de su libertad y de su fe.El ideal de los pueblos sometidos es romper la ca-dena que une su vida y su historia á la vida ó histo-ria del conquistador, su fin inmediato es consagrartodas las fuerzas de su espíritu y de su cuerpo á laobra noble y gloriosa de su independencia: el niñoen la cuna se adormece escuchando acentos querebosan odio contra el opresor; crece, y su juvenilimaginación se inflama y su sangre hierve de entu-siasmo ó de coraje cuando oye relaciones de com-bates, sorpresas y emboscadas; arde en deseosde empuñar un arma é imitar las hazañas de aquelhéroe cuya historia aprendió en e! regazo materno,

y el dia en que limpia las armas de su padre óle acompaña en alguna empresa arriesgada y teme-raria, cree que ha alcanzado el colmo do la felici-dad. Después, cuando ya es un hombre, compartela vida entre el trabajo y la guerra, caza á las fierasdel bosque ó al enemigo de su raza, y si éstees fuerte y poderoso, inclina la cerviz, mas suindómito genio no se abate, y espera, sumiso en laapariencia, una ocasión oportuna, porque está acos-tumbrado á los reveses, y con ellos se forma tenazy constante, y cuando la ocasión llega, torna denuevo á la lucha, y lucha de esterminio, en que noconcede momento de reposo al déspota.

Esta es la actual situación de los pueblos queconstituyen la Turquía Europea; Bulgaria, Romelia(Tracia y Macedonia), Bosnia, Herzegovina y Alba-nia. Los mas orientales, Bulgaria y Romelia, próxi-mos al Asia y á Constantinopla, aunque no hanolvidado las diferencias de raza y de culto quelos separan de los otomanos, sufren desde la con-quista la acción inmediata del despotismo de susdominadores, y el yugo, difícil de romper paratodos, es inquebrantable para ellos. No así los pue-blos que viven al Occidente del Imperio, los bosniosy los albaneses. La aspiración de los Solimán y losAmurates era dilatar sus fronteras hasta las costasdel Mar Adriático, límite natural que jamás alcanza-ron, porque la valerosa y tenaz resistencia delos cristianos que vivían en estas comarcas detuvolos progresos de las armas musulmanas. Montene-gro permaneció independiente, Bosnia y Albania sesometieron, pero los ánimos continuaron hostiles áTurquía y desde entonces viven á la espeotativa yaprovechan toda coyuntura que parece favorable ásus ideas levantiscas. Cuando creen llegado elmomento, arrojan á los turcos al otro lado delos montes, y parapetados en ellos, retan conaudacia al asesino de sus libertades; una y otra vezson vencidos, pero cada vez la victoria cuesta alvencedor mayores sacrificios, los Ali y los Omerdesaparecen, los insurrectos ven crecer sus fuerzas,en tanto que sus contrarios las pierden, encenaga-dos en el vicio, embriagados con los vapores delopio y las delicias del harem, y ya se atrevená bajar al llano y presentar batalla campal á unbajá que manda ejército de hombres amaestradosen las lides de la guerra.

Aquí, en estas tierras que hoy forman los límitesoccidentales del Imperio Otomano en Europa, detu-vieron ios turcos sus armas victoriosas: Venecia,dueña del Adriático, tomó bajo su protección lasciudades marítimas y las islas; Ragusa y Montene-gro se erigieron en cantones independientes, y Aus-tria por sus posesiones de la Dalmacia, é Inglaterrapor las Islas Jónicas, levantaron con sus propios in-tereses una poderosa barrera ante la Media Luna.

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N/J02 R. BELTRAN. LA CUESTIÓN DE ORIENTE. 551

Aquí, en las riberas del Drin, del Bosnia y del JNa-renta, habitan pueblos que há cinco siglos vienensufriendo el despotismo de otro pueblo extraño á suraza, creencias y costumbres, hombres cuya únicamisión en la paz es afilar sus armas para esgrimir-las en la guerra contra el turco, y hoy que la Her-zegovina se declara en abierta rebelión y recibeauxilios de sus hermanos de Bosnia y de los fero-ces guerreros de la Montaña Negra, y la Albania,según los 'últimos telegramas, se prepara á secun-dar el movimiento, útil y curioso nos parece re-cordar, aunque muy á la ligera, los principales ras-gos distintivos del genio, vida y carácter de estospueblos.

La Tribalia ó Bosnia de los Bizantinos forma hoy,con la Herzegovina y la Croacia y üalmacia turcas,una de las más vastas provincias del Imperio Oto-mano e.n Europa. Es comarca muy accidentada, di-ficil"do conquistar y favorecida por la naturalezacon minas de oro, plata, hierro y azogue, y valles,vertientes y colinas donde se pueden cultivar pro-ductos en diferentes latitudes. Algunos rios arras-tran con sus arenas partículas de oro y se conocenvarias minas de plata que eran explotadas antesde la dominación turca, porque hoy ni el oro ni laplata se recogen por temor de excitar la avidezde los cristianos. No sucede así con las minas dehierro, donde ocupan más de dos mil trabajadorescatólicos y bohemios.

La parte otomana de la Dalmacia se llamó Du-cado (Herzogthum) de San Sabas, y de aquí Herze-govina. Entre todos los pueblos sujetos á Turquía,los herzegovinos se han distinguido siempre por.su tenaz resistencia al yugo otomano, que soportancon verdadera desesperación. Se sublevan en 1858,vuelven á las armas en 4801, los montenegrinosacuden en su auxilio, y los turcos son exterminadosen Piva, Duga y otros lugares; sólo después de milsacrificios y pérdidas de consideración pudo OmerPacha vencer á Lúeas Wucalovich, jefe de los in-surrectos, y pacificar por algunos años no másaquel cementerio de turcos. Hoy la Herzegovina haretado de nuevo á la Media Luna; los bosnios y mon-tenegrinos corren á engrosar sus filas, los turcossufren sangrientos reveses, la Albania se agita y lainsurrección amenaza extenderse á lo largo de todala costa occidental del Imperio.

Cuando los slavos invadieron la Servia, uno desus jefes se estableció á orillas del Bosnia, no quedio nombre á esta comarca. A principios del si-glo X, los reyes de la Servia, también slavos, incor-poraron á su reino este territorio que en los si-glos XII y XIII perteneció á Hungría hasta 1339 enque el país volvió á ser conquistado por Esteban deServia. A su muerte, la Bosnia se hizo indepen-

diente, y en 1370 el ban Tvartko tomó el título derey: ya en 1401 los bosnios comienzan á ser tribu-tarios de los turcos, y hacia 1520, y no obstante laoposición de Hungría, la Bosnia fue agregada al im-perio otomano como una de sus provincias. Desdeentonces, y en diferentes ocasiones, han tratado losbosnios de sacudir tan dura opresión; jamás sumi-sas, estas tribus se agrupan para reconquistar suindependencia, pero siempre la Media Luna prepon-dera, y no obstante las peligrosas revueltas de 1851,el levantamiento de los campesinos, las horriblesmatanzas y escenas de sangre de 1857 á 58 y la in-surrección de 1861 en que bosnios y montenegrinosse unen contra los turcos, la Bosnia continúa agre-gada al imperio: hoy siente renacer sus esperanzas,y se prepara de nuevo á la lucha, electrizada por elgrito de guerra que lanzan ya sus hermanos,de laHerzegovina al otro lado de los Alpes Dináricos. Sitoda la Bosnia se declara abiertamente en rebelióny, no contenta con enviar pequeñas partidas de vo-luntarios, armas y municiones á la Herzegovina, se-cundada ya por el Montenegro, une sus fuerzas con-tra el turco, y si el egoísmo do las grandes poten-cias no deshace la obra de un pueblo que lucha porsu independencia, los turcos serán batidos, expul-sados, y aunque después caigan poderosos ejércitossobre los vencedores, la naturaleza del terreno, labravura de los bosnios, la falta de vías militares yla necesidad por parte del invasor de proteger unainmensa frontera, son circunstancias que harán di-fícil, si no imposible, la reconquista.

El cristianismo no se halla tan profundamente ar-raigado en la Bosnia como entre sus vecinos del Mon-tenegro. Cierto que los bosnios, al ser domeñadospor los turcos, pertenecían á la comunión cristiana,pero los musulmanes, por política y proselitismo,cuando conquistan un país procuran atraer á su leyá los^jfencidos á cambio de privilegios y derechosque conceden al renegado, quien desde su apostasíagoza de las mismas consideraciones que todo buenmusulmán; posee bienes raíees, conserva sus ar-mas y puede ingresar en las carreras civiles y mili-tares. I)e aquí la conversión de muchos jefes slavos.El pueblo continuó siendo cristiano y aun los mis-mos jefes que abrazaron la religión de Mahoma di-fieren de los Osmanlís en ideas, costumbres ó inte-reses; tienen nombres slavos, hablan la lenguabosnia, dialecto del servio, y no la turca; conser-van en la memoria el nombre del santo que era pa-trón de sus antepasados y secretamente suelenllevar algún cura á la tumba de sus mayores paraque bendiga las cenizas y ore por las almas.

Son musulmanes y contraen matrimonio con unasola mujer, las jóvenes no se cubren el rostro, res-petan á la esposa y á la madre y hay en ellos unespíritu familiar que desconocen completamente

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552 REVISTA EUROPEA. 6 DE FEBRERO DE 1 8 7 6 . N.° 102

los orientales. Los vicios afeminados, la molicie,corrupción y envilecimiento de la raza conquista-dora han hecho escasos progresos entre los musul-manes de la Bosnia, que si pertenecen á esta reli-gión es por dos causas. La primera está ya expuesta;el bosnio se hizo musulmán para conservar liber-tad, poder y riquezas; por su conversión podía lle-nar á ser miembro del gobierno turco, obtenerrecompensas y mando y seguir en el uso de susderechos de vasallaje. Además, y esta es la segun-da causa, vivían en medio de cultos cristianos de-generados; los bosnios, griegos ó católicos,—éstosúltimos en la Herzegovina,—conservan la ignoran-cia, el despotismo y la superstición de la Edad Me-dia, y maldiciones y anatemas se cruzan continua-mente entre sacerdotes de uno y otro culto.

Los bosnios son de estatura más que ordinaria,robustos, implacables con el enemigo, rudos comosus montañas, pero agradecidos, hospitalarios, lea-les y nobles de carácter; sólo el aislamiento in-telectual con el resto de Europa los mantiene encierto estado de barbarie, y no creemos aventurarmucho al decir que este estado de barbarie durarátanto como dure la dominación de los turcos, pordébiles que sean los lazos que sujeten la Bosnia alimperio de Constantinopla. Si las gloriosas conquis-tas de la inteligencia en los modernos tiempos hande ser fecundas en resultados provechosos, necesa-rio es que estos se hagan patentes en hombres ypueblos rudos y sencillos, que se les vea aprenderá vivir individual y socialmente, adquiriendo ple-na conciencia de la superioridad del espíritu cultosobre la naturaleza, de la razón sobre el instintociego y la pasión desbordada. Dos condiciones sonprecisas á los pueblos de las orillas del Bosnia ydel Narenta si han de formar nación independiente;un rayo de luz de los conocimientos humanos y latotal expulsión de su suelo de los sectarios de Ma-homa.

El Montenegro (Montaña negra, Czernagora enslavo) es un estado independiente que sustenta unapoblación robusta, aguerrida y turbulenta de 200.000individuos de origen servio. Circuido de un muro demontañas, verdadero recinto fortificado con baluar-tes naturales, há mucho tiempo que hubiera perdidosu independencia si la fragosidad del terreno, rocas,desfiladeros, gargantas sin salida, precipicios y es-carpadas crestas, no fueran obtáculos formidablescapaces de detener á cada paso la marcha de unejército invasor.

Si en este ligero estudio sobre los pueblos occi-dentales de la Turquía Europea aparecen los monte-negrinos, no obstante ser independientes del impe-rio otomano, es porque, enclavado su territorioentre la Bosnia y la Albania y mortales enemigos de

los turcos, figuran en primera línea en la historia deestas comarcas; pertenecen á la misma raza que losoprimidos y están llamados á representar un granpapel en los dias de la independencia y constituciónde bosnios y albaneses.

El Montenegro, Dalmacia Prevalitana en la Edadantigua, fue saqueado por los godos é invadido porlos slavos, que formaron allí un extenso reino. Per-teneció después al imperio de Oriente; luchó conhúngaros y venecianos que hacían valer derechossobre este territorio, y cuando los turcos penetraronen Europa, formaba parte del Imperio de los Servios.Al ser éstos subyugados en 4389, se declaró inde-pendiente bajo un príncipe de la familia real deServia, y desde esta época comienza Montenegro áser refugio de todos los que odian la dominaciónmusulmana y á distinguirse por su tenaz resistenciaá la invasora Media Luna. En 4516, el príncipe JorgeTchernovitch abandona sus Estados para estable-cerse en Venecia, trasmitiendo el gobierno al arzo-bispo metropolitano, y desde esta época el Consejosupremo, reunido en la capital, Cetigne, eligió unuladika ó primer jefe á la vez episcopal y temporal.En 1658 el poder se hizo hereditario en la familia dePetrovich, mas como supremo sacerdote el uladikadebía permanecer soltero y el gobierno pasaba deltio al sobrino. A mediados de nuestro siglo el ula-dika se reservó la autoridad sacerdotal, encomen-dando la temporal á un Senado elegido por las prin-pales familias: hay además una Asamblea popularformada por todo hombre capaz de manejar unfusil.

En diferentes ocasiones los príncipes del Monte-negro se han visto obligados á trabar lacha terriblecon los turcos para mantener su independencia;en 1794 rechazaron una formidable invasión, cau-sando á los otomanos una pérdida de más de 30.000hombres. Pedro II Petrovich (1830-51), educado enSan Petersburgo, quiso civilizar á su pueblo, massólo logró disminuir el prestigio de su nombre, por-que los montenegrinosadoran sus tradicionales cos-tumbres y simpatizan muy poco con las rusas. Da-nielo, sobrino y sucesor de Pedro (1851-60), recibióla investidura del Czar, y secundando la política doRusia, invadió la Turquía, derrotó sus ejércitos y en15 de Febrero de 1853 la Puerta abatió su orgullo yfirmó un armisticio. Nicolás (1860) sube al poder enlos mismos dias de la insurrección de la Herzegovi-na; Los montenegrinos la fomentan, y Omer, despuésde dominar á aquella, cae sobre éstos, su talentoestratégico obliga á ceder á unos y á otros, y en 31de Agosto de 4862 se pacta el tratado de Scuarique impone á los montenegrinos la obligación deestablecer una via militar á través de las montañasy construir pequeños fuertes guarnecidos por tro-pas otomanas.

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N.° 4 02 R. BELTRAN. LA CUESTIÓN DE ORIENTE. 553

La tradición y la costumbre imperan en Monte-negro; muy contadas son las leyes escritas. El do-micilio es inviolable, mas por un decreto de Pe-dro II se manda que cuando el criminal se encierreen su casa, se prenda á ésta fuego por el techo, de-jando á aquel en libertad de perecer en las llamas óexpatriarse sin más bienes que los que pueda llevarconsigo. La pena de muerte se ejecuta por variaspersonas de todas las tribus, que hacen fuego á lavez sobre el reo; si cae herido solamente, la justi-cia se da por satisfecha. La mayor parte de los de-litos se castigan con multa. Las rentas del Estadoconsisten en 25 pesetas anuales que cada familiapaga, y con gran exactitud, desde que en -1840 sefusilaron dos príncipes por negarse á ello, y 80.000más, subvención de Rusia que satisface el cónsuldel Czar en Ragusa á titulo de compensación de laspérdidas que sufrieron los montonegrinos en lasguerras contra los franceses á principios de estesiglo.

Los montenegrinos son de alta estatura, ágiles yfuertes; el fusil es su compañero inseparable. San-guinarios y vengativos, son en cambio leales obser-vadores de su palabra, deliran porta independenciade su patria y conservan incólumes todas las virtu-des y pasiones de la raza slava en los primeros diasde su historia. Odian el trabajo, porque despreciantodo lo que no es la guerra; así es inútil buscar enMontenegro zapateros, sastres, carpinteros, etc.;cada uno se corta y cose sus vestidos y se hace elcalzado. Sobre rocas escarpadas, á la manera quelos señores feudales, edifica el montenegrino suscasas, abiertas por multitud de troneras prontas ávomitar una lluvia de plomo contra el enemigo in-vasor, y en tanto que limpia las armas ó descansade las fatigas de la caza ó de la guerra, su esposadesciende al valle á cultivar las tierras. Mas no secrea á la mujer esclava del hombre; el montenegrinoes cristiano y respeta y agasaja á la compañera desu vida; ella le da una familia, atiende cuidadosa albuen orden de la casa, lleva las municiones en laguerra, enloquece de felicidad cuando su esposoconquista timbres de afamado guerrero, y cuando hamuerto en el combate, no llora y gime, sino queclava su puñal en el pecho de un otomano y damuerte por muerte. Esta mujer, que se asemeja ála espartana y á la noble matrona de los primerosdias de la República en Roma, está exenta de cas-tigo; sólo cuando asesina es apedreada hasta quelas piedras cubren su cuerpo.

El principal, el único mérito de este pueblo desoldados es el valor, porque sin el valor dejarían deser montenegrinos para transformarse en esclavosdel Coram. Su primer deber, y deber sagrado, escombatir al turco donde quiera que lo halle; le odiade muerte y á pesar de tratados y convenios es

continua la lucha en las fronteras, y en el interiorla profunda inspiración poética de esta raza de hé-roes se traduce en cantos de guerra, de odio, deexterminio contra el despotismo musulmán y la re-ligión de Mahoma.

Su traje consiste en una casaca con mangas an-chas, de lana azul ó cenicienta y recogido uno delos faldones en el costado para coger con más faci-lidad las armas que penden del cinto; pantalón an-cho y corto, calcetines de diferentes colores, albar-cas en los pies, y en la cabeza gorro griego rojo óvioleta rodeado de un pañuelo en forma de turban-te. La mujer viste túnica puesta sobre una camisacon mangas anchas, combinando en el tejido de lalana distintos colores; lleva el cabello trenzado,puñal á la cintura y gran número do sortijas en losdedos.

La religión del Montenegro es la cismática griega;su jefe espiritual el Czar. Sin embargo, son muysupersticiosos; dotados, como toda raza no muyculta, de gran imaginación, se apasionan por lo ma-ravilloso y sobrenatural, creen en la comunicacióncon el mundo de los espíritus, en las almas en pe-na, en brujas y apariciones, y los sacerdotes, lejosde combatir tales creencias, participan do ellas. Elclero, en general de limpias costumbres, es muynumeroso, y los hijos de los curas siguen por locomún la carrera de sus padres; no se distinguende los demás montenegrinos ni por el traje ni porlas armas; como todos, van al combate y en lasgrandes festividades el uladika lleva al cinto yata-gán y pistolas.

Este es el Montenegro, el único estado indepen-diente en los costas orientales del Adriático, peroque vive amenazado siempre por la cimitara oto-mana. Por esto los ataques é irrupciones y latroni-cios en el territorio turco son permanentes; apenascualquier pueblo sometido á Turquía se levanta pararecabar su libertad, bandas de montenegrinos atra-viesan las fronteras para unirse á los sublevados, ycuando so rompen las hostilidades y los batallonesturcos caen sobre la Montaña negra, se limitan á ladefensiva y refugiados en las rocas y gargantas desus montes, comienzan una guerra de sorpresas yemboscados que obliga al invasor á retirarse, entanto que ellos, libres y soberanos, entonan convaronil acento sus cánticos de victoria.

RICARDO BELTRAN RÓZPIDE.

(Concluirá.)

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REVISTA EUROPEA. 6 DE FEBRERO DE 1 8 7 6 . N.° 102

LA PISCICULTURA EN RUSIA.

Difícilmente se encontraría un país más admira-blemente dotado que Rusia de aguas abundantes,de lagos, de rios grandiosos y aun de estanques engran número de parajes: la abundancia del pes-cado ha sido allí grande por mucho tiempo, comolo indican las costumbres, pues el pescado es unode los alimentos preferidos por las clases más nu-merosas y es de uso muy común en el pueblo. Poresta razón ha adoptado el gobierno con ardor losperfeccionamientos destinados á mantener las aguasdel imperio en alto grado de fertilidad.

Entre los establecimientos pertenecientes al Es-tado, existen dos muy notables, tanto por sus pro-porciones, cuanto por los resultados que ofrecen:la influencia que ejercen desde que se crearon, enel valor y la producción del pescado en los distritoscercanos, es considerable. Estos dos estableci-mientos son los de Nikolsky y de Sawalki. Entre losprivados, uno de los más interesantes es el deM. Zennern, situado a 24 millas de San Petersburgo:en él se cria la trucha para el consumo principal-mente de la capital. Desgraciadamente, los estable-cimientos privados son todavía raros en la GranIlusia, mientras que son muy conocidos en Finlan-dia, de donde citaremos: Stoklort, en el gobiernode Wiborg, eclosión; Abotfort, criadero de truchas;Tanimerfort, lo mismo; Stwarta, en el gobierno deNewland, trucha-salmón; Ferer; Foneberg, en lasorillas del lago Ladoga, uno de los más florecientes;Feksholm, Kiosimene, sobre el rio del mismo nom-bre, desaguándose en el golfo de Finlandia.

El método húmedo de fecundación usado en Fran-cia no se emplea en ninguno de estos establecimien-tos, sino que se reemplaza con grandes ventajasdesde -1862 por el procedimiento inventado porM. Wrasky. Hé aquí cómo generalmente se procedeen Francia: se toma un vaso ó plato poco pro-fundo, que se llena de agua hasta la mitad de sualtura; después se hace caer en él, comprimiendoel vientre del pez hembra, una capa igual, perodelgada, de huevos maduros. Tomando entonces elmacho, se le hace rociar algunas gotas seminalesen la misma agua, se agita suavemente con el dedo,se deja reposar cinco minutos, se arroja el líquidoy se lavan los huevos para llevarlos en seguida, yaá los aparatos de incubación, ya á los fondos dondedeberán avivarse naturalmente.

El procedimiento Wrasky consiste en hacer saliren un recipiente cualquiera en seco los huevos dela hembra; después se esparce en otra el semenmezclado con un poco de agua, la menos posible,vertiéndolo sobre los huevos, con los que se mez-cla. No sólo se emplea en todas partes este método

en Rusia, sino que los comisarios americanos lo hanadoptado y empleado para sus inmensas repoblacio-nes, habiendo obtenido un resultado mucho másconsiderable que por los métodos empleados entrenosotros y los ingleses, que, con corta diferencia,son semejantes. Desgraciadamente, el sábalo sobreque ha operado es de tal suerte sensible, que mueresiempre en la operación, mientras que los salmoní-deos sobreviven todos.

El establecimiento ruso de Sawolki está situadosobre el rio Ganeza, que atraviesa el lago Wiczeraen el canal Augustowa. Es su especialidad la deproducir la trucha, el salmón y dos especies defera, indígenas en las cercanías, pero bastante ra-ras en el lago, donde se las ve aumentar ennúmero.Estas son la Seya y la Seliava (Ciregonus marcenay albulo), variedades locales de la fera, semejantesá las que encontramos en ciertos lagos de Suiza,por ejemplo, los de Constanza y Cuatro-Cantones.Además del Wiczera existen otros quince lagospertenecientes al Estado en el gobierno de Sawo-ki, todos los cuales están en camino do ser repo-blados con los alevinos nacidos y criados en elestablecimiento, y, además, mediante huevos fe-cundados sobre el terreno artificialmente. Ya se hanobtenido los resultados locales más magníficos, yson apreciables en las pesquerías del distrito, puesque entre 1860 y 4869 se ha visto aumentar losrendimientos en tres por uno en general, llegandoen ciertos puntos estos rendimientos á seis y hastasiete por uno. La fera, otras veces rara en esta co-marca, como más arriba decimos, se ha hecho desdeentonces tan común y tan abundante, que se la salay se abastece con ella el mercado de Warsaw.

Nikolski ha sido fundado por una compañía deaccionistas, entre tos que se halla M. Wrasky, yha permanecido como establecimiento privado hasta•1868, en que lo compró el Estado, siendo hoy unseguro modelo para la piscicultura. Desde estaépoca se trabaja en él por regularizar la poblacióndel pescado en Rusia, es decir, para establecer enciertas aguas las preciosas especies que abundanen otras y faltan en aquellas, teniendo en cuenta,entiéndase bien, las condiciones de clima y de na-turaleza de los lagos y otras circunstancias apre-ciables. Evidentemente hay en esto una admirableoperación, fecunda en grandes resultados para elporvenir del país, y que se ha hecho tan fácil comoposible por la notable posición del establecimiento,que comunica desde luego con cierto número derios: Pestowka, Javou, Polla y Selijarowka, y des-pués con lagos como los de Pestow, Velio, Henarn,Seligker; en una palabra, que comunica con el Vol-ga por un lado, y con el lago Ladoga por otro.

No podemos entrar en el pormenor de las insta-laciones de estos establecimientos modelos, pudien-

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do sólo dar una idea de la importancia de las ope-raciones que pueden realizar, haciendo constar queestán organizados en dársenas y en estanques paraalimentar y criar 600.000 alevinos por año. Puedenfecundarse en ellos anualmente cinco millones dehuevos de lera, dos de truchas y uno de salmones;en fin, pueden venderse en ellos todavía sobre unmillón de huevos, sin perjuicio de las necesidadesgenerales. Los precios de venta son curiosos deestudiar, pues muestran cuántos individuos puedenser criados y guardados sin obstáculo en los estan-ques de los establecimientos.

Después de la grande empresa de 1882, que con-sistió en introducir el salmón y la trucha salmonadaen el lago Peipus, la operscion más importante in-tentada por el gobierno es, sin contradicción, laque se prosigue en este momento de multiplicar elesturión por la repoblación artificial, y al mismotiempo de repoblar el Volga por medio de especiesmejores de corejones encontrados en el lago deLadoga. Para esta .última operación se halla admi-rablemente situado el establecimiento de Nickolsky,porque comunica á medio camino con el lago deSeligka, un magnífico campo de aclimatación. Eneste lago se colocan todos los años muchos millo-nes de feras de 8 á 10 centímetros de longitud; dodos años, criadas en el establecimiento y despuésson enviadas del lago completamente aclimatadas alVolga, donde no pueden dejar de prosperar.

Entre las diferentes especies de esturiones, el ar-cipentor rwtheniis es el que sobre todo llama la aten-ción de los piscicultores. En 18S9 consiguieron losexperimentos de fecundación artificial un éxito tal,que se creyó ganado todo, y que el ministerio delas propiedades del Estado creyó poder disponer demuchos millones de huevos para repoblar los riosde Escocia. Después, á pesar de los ensayos en losdiferentes estanques y lagos, á pesar de todos losesfuerzos de Nikolski, los esturiones, aunque vivenen los lagos donde nacen, no se reproducen todavía.Es preciso esperar para juzgar y saber.

H. DE LA BLANGHERE.

(La Nature.)

WAGNER.Ricardo Wagner no es un visionario, no es un

loco, no es un ignorante.Todas las razones fisiológicas, todos los argumen-

tos críticos que para probar lo contrario se presen-ten, serán infructuosos ante las grandes obras deeste hombre singular, y se verán deshechos como elcopo de nieve al calor del astro del dia. Pero Ri-cardo Wagner, sin ser un loco ni un ignorante, no

es un Mesías, no es un redentor del arte que le hahecho célebre.

Con la fe del apóstol, con la insistencia del faná-tico, ha luchado para lograr un ideal más ó menosaceptable, y se ha fijado un objetivo que en princi-pio no le pertenece y cuya originalidad ha queridohacer suya, siendo en tal sentido tenazmente de-fendida por sus apasionados.

Meyerbeer antes que Wagner; antes que Meyer-beer Rossini; Wober con antelación á éste, y Bee-thoven, Mozart y Shuman, Chopin y otros muchos,aunque en manifestaciones diversas del arte, traba-jaron con igual idea, en el propio sentido que elautor de esa indebidamente titulada música del por-venir.

Hacer de la melodía y de la armonía un todo tanhomogéneo que no viva la una á costa de la olra,como se ve en casi todas las obras de los autorescitados, incluso Rossini en su inmortal Guillermo;lograr que el drama lírico (los que le cultivaron)apareciese como tal drama, sin las interrupcionesconvencionales á que necesariamente daban lugarlas formas de las piezas hechas por un patrón cor-tado—perdónesenos la frase—y usado hasta la sa-ciedad; dar, en fin, el sentido de la realidad y de laverdad con los colores artísticos á lo que sólo enla ilusión está basado, esta ha sido la aspiración deesos ingenios cuyo brillo no oscurecerán, ante lahistoria del arte, ni nuevos elementos, ni preclarossucesores que vengan á recoger las banderas quecon tanta gloria aquellos sostuvieron.

Con igual fundamento, por las mismas razonesque hoy se apellida música del porvenir á la delmaestro de Leipzig, pudiera haberse denominadohace más de cuarenta años á la del Guillermo, á ladel Freyschiilz, á la del Don Giovanni ó Fidelio, óá los grandes conciertos de Hummel, Chopin y de-mas autores clásicos que todos admiramos; y aunnías recientemente, y fundado en los naturales ade-lantos hechos por este camino artístico, al gran-dioso exuberante desenvolvimiento del verdaderodrama lírico, tal como lo ha comprendido el granartista filósofo, el incomparable Meyerbeer.

Los Hugonotes, Roberto, El Profeta, ¡qué gran-diosidad, qué realismo tan perfecto—en el buensentido de la palabra,—y cuánta novedad, ya en elfondo, ya en las formas de la parte vocal ó instru-mental!

En algunas de las obras de los grandes maestrositalianos, anteriores al desarrollo del ideal deWagner, se principia á dibujar cierto sello determi-nante de la necesidad de imprimir nueva forma aldrama lírico, pero aún existen en todas ellas losmismos procedimientos respecto á la fattura delas piezas, que las hace aparecer como revestidasdel mismo aire de familia. La romanza, el dito con

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su andante y allegro seguido de su respectiva coda,

la indispensable cavatina y cábaletta del aria, el co-nocido rondó-, niño mimado del buen artista, el con-certante final de acto, los coros siempre acompa-ñando á la ceremonia nupcial ó á la regia comitiva,y tantas otras costumbres que la época requería si-guiendo sus gustos y no examinando la mayor ó me-nor oportunidad de ellas, han desaparecido ya en elfondo.

¿Qué nos queda de esas rutinarias costumbres enlas obras de Meyerbeer, obras conocidas, aplaudi-das y aceptadas con entusiasmo, cuyas concepcio-nes en su mayor parte han salido á la luz del arteantes de que Wagner hubiera revelado al mundo sumanera de pensar y sentir en tal materia?

Todo, y nada. Todo, porque ha habido, hay y ha-brá siempre solos, dúos, lercettos, quartetíos, con-certantes, coros, etc., con los mismos ó equivalentesnombres; nada, porque su forma, su manera de serdentro de la acción que el drama representa, notiene nada de común con la que ha reinado casi sinrival hasta cerca de la mitad de nuestro siglo.

Meyerbeer, como todo hombre de verdadero ge-nio, comprendió, tal vez hasta sin darse cuenta deello, que en la ópera no todo había de ser música;que en la ópera, ante todo y primero que todo, senecesitaba un verdadero poema sobre el que se mo-dulase la parte musical, y no retazos literarios mejoró peor hilvanados, como han sido muchos de los li-bretos de las más celebradas óperas; idea tan natu-ral como lógica y que ya antes que el autor de losHugonotes habían tenido Bellini, Weber y otrosgrandes maestros.

Meyerbeer creía que para detallar ese poema,para embellecer sus detalles, era necesario, apartedo la música, el auxilio de la pintura, de la escultu-ra, de la arquitectura, de todas las bellas artes her-manas, sin olvidar el arte coreográfico ni las demásgalas con que hoy vemos exornados la generalidadde los grandes espectáculos teatrales.

El maestro berlinés, que contó con un talento in-menso, con un ingenio innegable, con favorablescircunstancias para el caso y con recursos propiosen lo material para realizar sus deseos y poner enplanta su pensamiento respecto á la manera de serdel drama lírico, redimió al propio tiempo de la es-clavitud en que venían presentándose en el teatro,no sólo las formas monótonas de las piezas, sino elsecundario papel de la orquesta y del coro, que,salvo raras excepciones y en determinados y pocoscasos, carecían casi de vida propia y de la impor-tancia aneja á su gran valer y poderío.

Así vemos que, aun cuando con algunas pequeñastendencias á lo pasado, que son como el recuerdode lo que fue, las obras de Meyerbeer constituyenun todo homogéneo, en el que nada ó poco huelga,

y en el que tanto el importante recitado sostenido

con igual interés entre las pai-tes vocal é instrumen-tal que viene á indicar el diálogo del lenguaje comoen la peroración ó discurso de cada persona,—usan-do de una metáfora á nuestro juicio necesaria,—re-presentado por romanzas, dúos, etc., y hasta lasideas emitidas por medio del coro que figura unaclase ó un pueblo, con el concurso unos y otros dela orquesta, ejército disciplinado, garantía del ar-mónico conjunto, y á veces institución principal queabsorbe por completo la atención del espectáculoartístico, vienen- á reunirse en perfecto conjuntopara dar un mismo color y una misma vida al des-arrollo del poema y de la concepción musical, queno paraliza la acción del primero, sino que, por elcontrario, le presta una energía, un atractivo de quepor sí solo carece.

Las obras de Meyerbeer han sido, pues, bajo esteprisma, no meros ensayos, sino concepciones gran-diosas, en las que prácticamente está cumplido elprograma de las teorías de Wagner antes de queéste le dictara, y en la parte que esas teorías tienende razonable.

La verdad está servida; el conveniente realismose presenta; las artes todas contribuyen á ello; yen la musical tan necesarias son hoy las segundaspartes y el coro, como las principales y como laorquesta, que no es ya aquel inmenso guitarrón queacompaña al cantante, aunque tal vez, por desgra-cia, no tarde en llegar el tiempo en que se preten-da que el guitarrón sea el cantante y la acompañadala orquesta.

Si todo esto es un hecho sobre el cual no haydiscusión posible, ¿por qué no se llamó música delporvenir á la de Meyerber y por derecho de priori-dad antes que á la de Wagner?

¿Qué tienen las obras de Wagner para que asíhayan alborotado el mundo de las alabanzas y delos vituperios?

Lo diremos, no sin temor de equivocarnos, perocon la franqueza característica del que está acos-tumbrado á expresar siempre lo que siente.

Wagner, que ha seguido á Meyerbeer y á Webery á Beethoven en el arte dramático y en el instru-mental, y á Haendel y Bach en el uso de los corales,y en la varia originalidad y riqueza armónica á Clio-pin y al mismo Meyerbeer, sin ser tan espontáneocomo cada uno de ellos en los referidos conceptos,ha podido aprovecharse de lo que las obras de es-tos enseñan, y con el talento observador del filó-sofo, con la vasta ilustración del erudito, con elfino discernimiento del critico,—que todo esto po-see el autor del Tannhaüser,— constituir en teoríauna escuela que en lo práctico no le pertenece porsu novedad; como no le pertenece exclusivamentela originalidad de ella á Meyerbeer ni á ninguno de

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los citados compositores, pues que, en nuestro jui-cio, hay cosas que no son patrimonio de un solohombro, sino el resultado del modo do sentir, delas necesidades de una sociedad ó de una época, ydel desarrollo progresivo del arte en sus múltiplesmanifestaciones. Wagner ha sido y es, según nues-tro criterio, más que artista filósofo, filósofo artista;ventaja incontrastable para dar á conocer sus ideassobre la ciencia musical y para contribuir á su pro-pagación y á su triunfo.

Diciendo esto pienso antes de decir prácticamenteesto hago; entrelazando lo general de sus teoríascon ideas muchas voces tan extraviadas como pococomunes, aunque no nacidas al calor de su ingeniosino deducidas del modo de ser de la música en loantiguo; valiéndose hasta de las tendencias políti-cas, tan ajenas al arte, para popularizar cus pensa-mientos musicales; despreciando las obras y losmaestros anteriores á su aparición en el mundo ar-tístico; pretendiendo constituirse en preceptor delmás grande ingenio que ha producido el género ins-trumental ; ideando persecuciones imaginarias encontra de sus teorías; amparándose con el concursode un rey que se distingue por su amor al engran-decimiento de las artes, á quien no por esto ha de-jado de combatir bajo el punto de vista político;usando, en fin, de todos los medios que no recha-zan nuestros tiempos, poco escrupulosos en mate-rias propagandistas, ha llegado Wagner, siemprecontando con la base de su innegable talento, áproducir un grande efecto en las regiones artísticasdel mundo ilustrado, á conquistar un nombre, á ro-dearse de una aureola sobrenatural, á suscitar con-troversias, á crear partidos militantes dentro delarte; todo lo que seguramente no hubiera logradoen tan alta gradación, á seguir el sencillo camino delos Haydn, Hozart, Beethoyen, Rossini y demáseminencias musicales.

Si estamos equivocados ó no en nuestras ¡deasrespecto al juicio que nos merece este, por más deun concepto, respetable maestro contemporáneo,pronto podrá el público empezar á juzgarlo por laaudición próxima del Rienzi, pecado de la juventudde Wagner (según su propio dicho), del que enparte no nos arrepentiríamos si estuviéramos en elcaso del maestro alemán, ni por haberle cometido'pediríamos perdón á Roma ni al arte.

De esta obra, que con detenimiento hemos exa-minado y que representa más el triunfo del talentosobre el ingenio que no de éste sobre aquél, siendouna prueba evidente del poder del estudio y la ob-servación, no nos hemos de ocupar hoy en este lu-gar, por no extendernos demasiado; pero séanos

" permitido, no obstante, emitir la tal vez arriesgadaidea de que el Rienzi obtendrá ante nuestro públi-co la acogida que le corresponde, y que, si no en la

primera ni segunda audición, logrará en las restan-tantes un buen éxito, tanto por sus magníficos tro-zos musicales como por su importantísima parte derecitado, así como también por todo lo concernien-te al instrumental, que Wagner presenta en unaforma admirable y de grande efecto.

Sin embargo de estas condiciones, no dejarán derecordarlos adversarios del maestro, escuchando lapropensión que hay en el Rienzi á los aires de mar-cha y teniendo en cuenta que estos son en músicalos más marcadamente ritmados, que Wagner hacriticado duramente la música ritmada, titulándolamúsica de baile; mas nosotros siempre celebrare-mos que en el teatro de la Opera se interpreten lasobras de ésto á la par que las de todos los célebresautores.

ILDEFONSO JIMENO.

Madrid i . " de Febrero de 1876.

CRÓNICA DE HISTORIA NATURAL.

EL CAMPANERO.

Existen en las aves, además de los caracteres quese obtienen de la estructura íntima, del esqueleto,del sistema muscular y del aparato digestivo, y quepermiten dividir esta gran clase en cierto número defamilias naturales, ciertos caracteres exteriores querevelan á primera vista las afinidades naturales delas especies. El mismo Cuvier creyó encontrar en laestructura del pico y de las patas los elementos deuna clasificación; pero después de él reconocieronlos naturalistas que estos órganos, modificándosesegún el régimen del animal y el medio en que vi-ves», no ofrecen en el mismo grupo una forma cons-tantemente rigurosa; que se encontraban, por ejem-plo, zancudas de patas cortas, palmípedas casi en-teramente desprovistas de membranas entre losdedos, y pájaros con pico de aves de rapiña; perono es monos cierto que es necesario frecuentemen-te tener en cuenta la mayor ó menor longitud de lasramas de! pico, los surcos que lo recorren, losganchos que lo terminan, y más especialmente lamanera de inserción de los dedos, que unas vecesson libres, otras más ó monos soldados, dirigidos,bien dos adelante y dos atrás, ó bien tres adelantey uno sólo atrás, en tanto completamente desarma-dos, en tanto provistos de poderosas uñas. Más aún:hasta el plumaje presenta caracteres cuya impor-tancia fisiológica nos escapa, pero que son fáciles deapreciar, y que por esto sólo merecen ser tenidosen cuenta; en efecto, lo mismo que los hombres deraza diferente revelan su origen por ciertas partí-

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cularidade ¡ de traje, las aves revelan frecuente-mente los grupos á que perlenecen por sus diversaslibreas, unas modestas, otras espléndidamente ri-cas. Las alondras ostentan tintas grises ó amari-llentas, que se armonizan con el suelo donde viven;las rapaces diurnas, con el pecho adornado demanchas circulares, motas ó bandas trasversales,recuerdan en cierto modo los mamíferos carniceros;las rapaces nocturnas y los chotacabras tienen plu-mas algodonosas, de tintas suaves con estrías irre-gulares, negras ó pardas; los faisanes tienen colla-ros elegantes y armaduras de acero ó de cobre rojo;los pájaros-moscas brillan con el esplendor de laspiedras preciosas y los mi-mangas llevan sol retraje de terciopelo, escudos metálicos de bellísimoefecto. Bajo el punto de vista del plumaje, los Con-tingas, que pertenecen al grupo de pájaros denti-rostros de Cuvier, y los manakins, sus parientescercanos, son los más elegantes; los machos tienenmantos de color azul de Ultramar, rojo escarlata,verde esmeralda ó blanco de nieve, sobre los que sedestacan capuchones, mucetas y cinturones extra-ordinariamente ricos; y como si quisieran rivalizarcon ciertas aves del grupo de los faisanes, tienengeneralmente la cabeza y la garganta adornada deapéndices carnosos, crestas y carúnculas que lesdan el aspecto más extraño. Una de las especiesconocidas desde más antiguo es el Cotinga carruncu-latlo, cuyo plumaje es blanco brillante, con el picoy las patas negros, y que lleva implantada sobre lafrente una carúncula musculosa, cubierta de plumascortas. Cuando el pájaro se encuentra tranquilo, lacarúncula pende negligentemente, pero cuando seencuentra animado por la pasión, se alza perpendi-cularmente y llega á tener dos pulgadas de alta portres ó cuatro líneas de circunferencia en la base,liuffon y su coloborador Gueneau de Montbeliardatribuían el alzamiento de esta carúncula al aire querepentinamente podía introducir en ella el pájaro;pero Levaillant vio perfectamente que no existeninguna comunicación entre el paladar y la cavidadque tiene este órgano; es por lo tanto indispensableatribuir el fenómeno á una causa muscular. í-ahembra no tiene carúnculas, y se diferencia delmacho por las tintas del plumaje; ésta tiene la partesuperior de la cabeza, la nuca, el dorso , el naci-miento de las alas y las coverturas superiores de lacola de color verde oscuro, las plumas de las alasy las rectrices del mismo color, con una lista másclara por el borde externo, el pecho y los costadosde color verde pálido, con rayas longitudinales másclaras, ocupando el eje de cada pluma, los muslosblanco-amarillentos, las patas negras, el pico negropor encima y gris amarillento por debajo. Esta es-pecie, que llega al tamaño de la tórtola, habita enlos bosques de la Guyana y del Brasil; los colonos

ingleses le llaman Bell-Bird (pájaro campana), ylos españoles Campanero. En efecto, su voz re-cuerda el sonido de la campana; óyese por la ma-ñana y por la tarde, pero algunas veces resuenatambién en los bosques á medio dia, cuando el calordel sol ha reducido al silencio la mayor parte de losdemás animales.

Al lado del Cotinga carunculado se colocan ciertonúmero de especies, originarias de las mismas re-giones, de las que M. Osbert Salvin ha hecho unprofundo estudio y que ha reunido en un géneroparticular, el género Ckasmorynchus. Unas tienenla garganta desnuda y carecen de apéndices sobrela frente, como el Ckasmorynchns nudicollis de Vici-llot, y el Ch. variegatus, de Gmelin, que es blancocomo el precedente, pero cuya desnuda gargantapresenta, en vez de algunas plumas aisladas, unnúmero considerable de carúnculas; otros tienen lagarganta cubierta de plumas como el Ch. niveus óCotinga carunculado de q"ue acabamos de hablar, yel Oh. tricarwtculatus de Verreaux que es más no-table aún. Esta última especie no se conocía has-ta 1853. Los primeros ejemplares descritos por losSres. Julio y Eduardo Verreaux procedían de unalocalidad llamada Boca del Toro, situada en la basedel volcan de Chiriqui por el lado del Atlántico, pre-cisamente en el límite del Estado de Costa Rica y dela provincia de Veragua. Estos pájaros se distinguená primera vista de todas las especies conocidas porla presencia de tres apéndices de 12 á 14 milíme-tros de largos, ocupando uno la base de la frente, ylos otros dos los lados de la mandíbula inferior;desgraciadamente los individuos estudiados eranmuy jóvenes y tenían color verde-oliva, estriado yflameado de amarillo, con las remeras parduzcas yel pico los tarsos negros: y era difícil formarse ideadel plumaje del adulto; los Sres. Verreaux se incli-naban á creer que este plumaje debía ser blancopuro, como el de Cotinga carunculado; pero prontoveremos que esta suposición era errónea.

Durátite algunos años no volvieron á encontrarsenuevos ejemplares de esta singular especie, y elviajero polaco Warszewicz, que recomo los bos-ques de Costa-Rica, encontrando en ellos con mag-níficos pájaros-moscas el famoso pájaro parasol(cephalópterus glabricollis), no pudo descubrir elCotinga descrito por los Sres. Verreaux.

En 1861 fue más afortunado el doctor Frantziu3,y mandó varios ejemplares de esta especie al mu-seo de Berlin, donde los estudió y describió el doc-tor Cabanis. En íin, casi al mismo tiempo, M. Arceconsiguió remitir á los señores Godman y Salvin va-rios ejemplares de Chasmorynchns tricarunculalus,muertos cerca del pueblo de Tucurrique en una lla-nura regada por dos riachuelos que desembocan enel Atlántico y situada á 3.000 pies sobre el nivel

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N.° 102 MISCELÁNEA. NOTICIAS CIENTÍFICAS. 559

del mar. En aquel paraje reina excesiva humedad, yla temperatura media es de 25° centígrados.

ElCotinga de tres carúnculas no tiene, como creíanlos Sres. Verreaux, plumaje completamente blanco,cuando llega á la edad adulta; en el macho sola-mente la cabeza y las paletillas son blancas, y elresto del cuerpo de color castaño oscuro, y en lahembra el plumaje es verde, como en los polluelos,con las estrías longitudinales amarillentas. La hem-bra se distingue además por la falta de carúnculas,que tan extraño aspecto dan al macho. Sobre laspieles secas es bastante difícil reconocer la natura-leza de estos apéndices; sin embargo, M. Salvin,abriendo las carúnculas de un macho joven, ha po-dido descubrir pequeños tubérculos fibrosos adhe-rentes á la membrana externa. Es, pues, probable,que estas excrecencias, que ordinariamente estánflojas y caidas, pero que pueden alzarse en ciertascircunstancias, no estén huecas y no reciban, comose ha creido, aire en su interior; según M. Salvin,los tubérculos deben servir para evitar el aplasta-miento del órgano y que se peguen las caras opues-tas de la membrana, y el henchimiento se verificarápor un fenómeno análogo al que produce la hincha-zón de las berrugas carnosas de nuestro pavo ordi-nario. Además M. Fraser ha reconocido que no eraposible henchir estos apéndices soplando por lasaberturas de la nariz de un Cotinga recientementemuerto.

Las carúnculas del Chasmorynchus crecen congrande rapidez, puesto que no aparecen hasta elmomento en que el pájaro empieza á revestir elplumaje de la edad adulta, y adquieren todo su des-arrollo antes de que el macho haya adquirido porcompleto su traje de boda. Aparece primeramenteel apéndice frontal, y los dos laterales algo después,creciendo igualmente.

En un grupo de pájaros que tiene relaciones muycercanas con el Chasmorynchus, en los cefalópte-ros 6pájaros-parasoles encontramos adornos de lamisma naturaleza, pero insertos algo más bajos, enla garganta. Esta está frecuentemente desnuda ytiene color escarlata en el animal vivo; de su centroparte una especie de cordón que concluye general-mente en un ramillete de plumas, y que en ciertoscasos puede ponerse túrgido, no por la introducciónde cierta cantidad de aire, como se creyó primera-mente, sino por afluencia de sangre y el juego deciertos músculos particulares. El resto del cuerpoestá cubierto de plumas negras con reflejos bron-ceados, y la cabeza ostenta una especie de plumeroinclinado hacia adelante y que da al pájaro un as-pecto muy extraño, aludiendo á esta particularidadtanto el nombre vulgar de pájaro-parasol como elcientífico de Oephalopterus. Una especie de cefalóp-tero, el Cephalepterus pendaliger, que habita en los

bosques más profundos de la América tropical, re-cibió de los españoles el nombre de Bocinero óTrompetero, á causa de su canto, que recuerda com-pletamente el ruido que hacen los indios al chocaruna concha con otra. Parece que al cantar el pájarodilata los apéndices de la garganta formando unaespecie de rosa de tres pulgadas de diámetro, y dejacaer hacia atrás las plumas de la cabeza, cuyos ca-ñones blancos aparecen claramente.

Un macho de Chasmorynchus nudicollis, que tra-jeron vivo á Inglaterra y que vivió algún tiempo enel jardin de la Sociedad Zoológica, no gozaba aúnde la plenitud de sus medios; sin embargo, su vozcubría fácilmente los discordantes gritos de losloros colocados cerca de él; los sonidos que lanzabatenían mucha analogía con los que se obtienen gol-peando un yunque pequeño con una barrita deacero. En el Chasmorynchus tricaruncnlalus, que esel objeto especial de este artículo, el timbre de lavoz es más rudo, pero el canto tiene el mismo (ca-rácter, componiéndose de una serie de notas pa-recidas á campanadas que se repiten á cortos inter-valos y que justifican plenamente el nombre decampaneros con que se distingue esta especie y suscongéneres.

E. OlJSTALET.(La Nature.)

MISCELÁNEA.

Espectros de las estrellas errantes.

M. Nicolás Koukoly ha publicado en el Astrom-mische Nachrichten interesantes observaciones so-bre los espectros de las estrellas errantes. Ha exa-minado cerca de 130 meteoritas, observando que elnúcTeo ha dado un espectro continuo, predominandoen este el color que aparece á la vista natural. Lacola de los meteoros amarillos da solamente rayasde sodium, la de los^mfeílas da de magnesium, yla de las estrellas errantes rojas manifiesta rayas destrontiwm ó de lithium. Las rayas de sodium semanifiestan en todos.

En algunos meteoros grandes supone el autor lapresencia del espectro del hierro. Este es un com-plemento muy útil á los análisis químicos de losaerolitos.

***Nuevp yacimiento de azufre.

En el distrito de Humboldt, á cien metros próxi-mamente del ferro-carril central del Pacífico, acabade encontrarse un yacimiento de azufre, suficiente,según dicen, para suministrar esta materia al mun-do entero durante muchos siglos. Esta aglomera-ción se encuentra en las inmediaciones de las minas

Page 40: REVISTA EUROPEA. · sala del pequeño seminario, donde la Asamblea había de reunirse, marchando á la cabeza los dos cardenales con ropaje encarnado y escoltados por

560 REVISTA EUROPEA.—6 DE FEBRERO DE 1 8 7 6 . N.° 102do plata de la cadena de Humboldt. Pero debemosdecir, sin embargo, que estos vastos depósitos noson bien conocidos aún, si bien se sabe que cubrenuna parte del valle de Humboldt, y varias excava-ciones han puesto al descubierto toneladas de azufreperfectamente puro, presentándose con un espesorde varios pies. Lo más notable de este yacimientoes la pureza del mineral, que no está mezclado conninguna ganga, y que inmediatamente que sale dela mina puede entregarse al comercio.

***

Longevidad de la raza hebrea.

En una comunicación dirigida al Congreso de laciencia social, en Brighton, el doctor Richardsonlia manifestado que la vida media de los judíos essiempre más larga que la de los pueblos entre quie-nes viven. Neufville ha demostrado que en Franc-fort, donde la vida media de la población ordinariaes de 37,7, la de los judíos es de 39,9. En la mismaciudad, la mortalidad de los niños de menos de cin-co años es de 24,1 por 100, y entre los judíos de12,9. El doctor Richardson hace observar también lainmunidad de los judíos relativamente á las enfer-medades, lo que atribuye al cuidado especial conque examinan su alimentación animal, y sobre todoá su notable temperancia.

Cera artificial.

Los Sres. Pauvert, Moussay y Chauveau han ima-ginado un procedimiento de fabricación de una ceradestinada á reemplazar la de abejas. La base deeste nuevo producto es la colofana ó el galipodio.La colofana se diferencia de la cera por contenermenor cantidad de hidrógeno ó por una proporciónmás considerable de carbono ó de oxígeno; resultade esto, según los autores, que se puede convertiren cera por dos procedimientos: adición de hidró-geno ó sustracción de carbono y de oxígeno. Paralo primero se funde la colofana con la mitad de supeso de parafina, sin pasar de 108°; la composicióndel producto que resulta se parece mucho á la cera.Para lo segundo, se funde la parafina con f/3 desebo ó de ácido esteárico, y después se purificapor la potasa. Puede añadirse al producto copal ócera vegetal.

Los progresos de la astronomía.

El Acadcmy de Londres manifiesta que la cre-ciente perfección de los grandes telescopios, asícomo los pacientes esfuerzos de los astrónomos detodos los países del mundo, han dado excelentes re-sultados en estos últimos años. Así, pues, el núme-ro de los planetas ó asteroides que verifican su re-

volución entre Marte y Júpiter, que en 1872 erade 121, se eleva á 154. Este aumento ocasiona sinduda mucha complicación en los cálculos astronó-micos actuales, pero en cambio ofrece la agradableperspectiva de que podrá llegarse á determinar conmayor exactitud, por una parte, la masa de Júpitery de Marte, y por otra, la distancia del sol.

***Los árboles de piedra y los árboles gigantes

de la Exposición de Filadelíia.

Entre las curiosidades más extrañas que figuranen la Exposición internacional de Filadelfia, pode-mos mencionar un enorme tronco petrificado, pro-cedente del bosque petrificado que se encuentra enel desierto del Noroeste de la comarca de Humboldt(Estado de Nevada). M. David Rideout, encargadopor la comisión para preparar y llevar á Filadelfiael tronco, refiere que el bosque se encuentra áunas treinta millas de la cordillera de Rocas-Ne-gras. La mayor parte de los troncos se encuentranaún de pié y han sido trasformados en rocas ex-traordinariamente duras en las que se distinguemuy bien la corteza, los nudos de la madera, elcorazón y todas las rayas que sirven para dar áconocer aproximadamente su edad en el momentoen que dejaron de crecer. Algunos de estos gigan-tes que tal vez vivieron hace millares de años,cuando el clima de Novada era sin duda algunamás favorable á su desarrollo, llegan y aun exce-den de las dimensiones de los árboles más grandesque se encuentran en California. Miden en la base15 y hasta 26 pies de circunferencia. Registrandoel suelo á poca profundidad, encuéntranse ramasy tallos de árboles completamente petrificados.M. Rideout ha empleado con dos hombres doce diaspara desarraigar el ejemplar que destina á la ex-posición, y que mide un metro de alto y seis decircunferencia. El trozo de árbol gigantesco queM. Vivian ha elegido en la selva de Tularé para en-viarlo á la Exposición de Filadelfia, tiene cincometros y medio de largo, siete de diámetro en unextremo y diez y nueve en el otro. M. Vivian sola-mente llevará el corazón de este tronco, que pesa20.000 kilos, y que tendrá que dividir en ocho tro-zos para poder trasportarlo con alguna facilidad, ynecesitará dos wagones. El árbol que ha cortadoM. Vivian, dice El Explorador de donde tomamosestas noticias, era conocido con el nombre del ge-neral Lee, media noventa y dos metros de alto, yha suministrado setenta mil metros cúbicos de ra-maje. El árbol llamado general Grant, que aún seencuentra en pié, es el más grande que se conoce.Mide ciento ocho metros de alto y doce metros decircunferencia en la base.