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RIBAS, Diana I. “Arte público a comienzos del siglo XXI. Una reflexión situada”, en Arte Público y espacio urbano. Relaciones, interacciones, reflexiones. 1er. Seminario Internacional sobre Arte Público en Latinoamérica, organizado por el Grupo de Estudios sobre Arte Público en Latinoamérica – Instituto de Teoría del Arte “Julio E. Payró”- Facultad de Filosofía y Letras – UBA. Buenos Aires, 11-12-13 de noviembre de 2009. Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2009 (edición en CD ROM ISBN 978-987-1450-66-4. El Bicentenario, cuestión que se ha vuelto el tema convocante de éste y de tantos otros encuentros académicos durante el 2009 y el 2010, constituye una referencia en el tiempo relacionada con el surgimiento de los Estados nacionales. Si la construcción de una tradición siempre es una de las posibles, deseada y, por lo tanto, ficcional, en Argentina, nación que se configuró a futuro a partir de un proyecto que incluyó a fines del siglo XIX una fuerte presencia inmigratoria, esta vinculación con el pasado se vuelve más problemática. Por otra parte, desde la década del noventa del siglo XX, ante la globalización, los Estados han encontrado una mayor efectividad político- económica en las agrupaciones regionales como el Mercosur. ¿Hasta qué punto, entonces, constituye el Bicentenario una marca verdaderamente relevante más allá de ser un disparador para la reflexión y el debate? En Bahía Blanca, localidad ubicada a 700 km al sur de la Capital Federal, los doscientos años adquieren, a su vez, un carácter aún más ficcional puesto que hasta 1828 en que fue fundado el primer enclave militar este territorio de salitre y cangrejales era Huecufú Mapu, es decir, lo que los indígenas denominaban el “país del diablo”. Por lo tanto, ¿qué recordar?, ¿cómo se articula nuestra historia regional, en un sentido micro, con la nacional y la latinoamericana? ¿De qué manera ha quedado esta impronta en el arte público bahiense? Es necesario distinguir, en primer lugar, entre lo conmemorativo y lo decorativo. Los monumentos son huellas en el espacio en las que queda anclado un grupo y un tiempo. Representaciones construidas y constructoras, están insertas en la trama histórica (Chartier, 1990), no obstante la aceleración de la vida contemporánea los

RIBAS, Diana I. - UNS · binomio centro-periferia como matriz de análisis (Castelnuovo y Ginzburg,1979) y proponer la utilización de una cartografía rizomática, multifocal y dinámica

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RIBAS, Diana I.

“Arte público a comienzos del siglo XXI. Una reflexión situada”, en Arte Público y espacio urbano. Relaciones, interacciones, reflexiones. 1er. Seminario Internacional sobre Arte Público en Latinoamérica, organizado por el Grupo de Estudios sobre Arte Público en Latinoamérica – Instituto de Teoría del Arte “Julio E. Payró”- Facultad de Filosofía y Letras – UBA. Buenos Aires, 11-12-13 de noviembre de 2009. Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2009 (edición en CD ROM ISBN 978-987-1450-66-4.

El Bicentenario, cuestión que se ha vuelto el tema convocante de éste y de tantos

otros encuentros académicos durante el 2009 y el 2010, constituye una referencia en

el tiempo relacionada con el surgimiento de los Estados nacionales. Si la construcción

de una tradición siempre es una de las posibles, deseada y, por lo tanto, ficcional, en

Argentina, nación que se configuró a futuro a partir de un proyecto que incluyó a fines

del siglo XIX una fuerte presencia inmigratoria, esta vinculación con el pasado se

vuelve más problemática. Por otra parte, desde la década del noventa del siglo XX,

ante la globalización, los Estados han encontrado una mayor efectividad político-

económica en las agrupaciones regionales como el Mercosur. ¿Hasta qué punto,

entonces, constituye el Bicentenario una marca verdaderamente relevante más allá de

ser un disparador para la reflexión y el debate?

En Bahía Blanca, localidad ubicada a 700 km al sur de la Capital Federal, los doscientos

años adquieren, a su vez, un carácter aún más ficcional puesto que hasta 1828 en que

fue fundado el primer enclave militar este territorio de salitre y cangrejales era

Huecufú Mapu, es decir, lo que los indígenas denominaban el “país del diablo”. Por lo

tanto, ¿qué recordar?, ¿cómo se articula nuestra historia regional, en un sentido

micro, con la nacional y la latinoamericana? ¿De qué manera ha quedado esta

impronta en el arte público bahiense?

Es necesario distinguir, en primer lugar, entre lo conmemorativo y lo decorativo. Los

monumentos son huellas en el espacio en las que queda anclado un grupo y un

tiempo. Representaciones construidas y constructoras, están insertas en la trama

histórica (Chartier, 1990), no obstante la aceleración de la vida contemporánea los

transforma en volúmenes deshistorizados que, en el mejor de los casos, acompañan el

recorrido de los transeúntes y, en la mayoría, se vuelven invisibles. Sin embargo, están

allí, a un paso, para que los transformemos en ventanas abiertas que nos lleven al

pasado, no con un sentido de huero conocimiento erudito sino como un anclaje para

pensarnos y para pensar situados, encarnados. Desde esta perspectiva esas marcas en

el espacio público pueden ser consideradas hitos que dan cuenta de otra pregunta

clave: ¿cómo vivimos juntos?, es decir, en nuestro caso, ciudad burguesa (Romero,

2009: 311-324), ¿cómo se articulan el rol privado y el rol social del ciudadano?

El objetivo de esta comunicación es bifronte: por un lado, desde un punto de vista

particular, identificar el panteón simbólico construido mediante los monumentos en la

ciudad de Bahía Blanca en las efemérides centenarias teniendo en cuenta las

relaciones y tensiones existentes entre lo local, lo nacional, lo internacional y, por otro,

aprovechar la potencialidad del in situ como un disparador para reflexionar acerca de

las posibilidades de intersticialidad, de pliegues, despliegues y repliegues a los sentidos

impuestos desde los centros hegemónicos.

En este sentido, establecer un puente entre las producciones simbólicas del pasado y

del presente en esta ciudad del interior de la República Argentina en donde la historia

parece desarrollarse “en cámara rápida” (Barrán, 1991:14), permite cuestionar el

binomio centro-periferia como matriz de análisis (Castelnuovo y Ginzburg,1979) y

proponer la utilización de una cartografía rizomática, multifocal y dinámica (Deleuze y

Guattari, 1996).

San Martín en el Liverpool argentino

La “conquista del desierto” efectuada por el Gral. Julio A. Roca en 1879 y la instalación

de un nudo ferro-portuario durante el siguiente quinquenio marcaron un antes y un

después en la vida de la Fortaleza Protectora Argentina fundada cincuenta años antes

como un puesto de avanzada en la línea de frontera interior. Si el tren facilitó la

integración al resto del país, en especial a la Capital, ser el principal puerto de aguas

profundas del territorio argentino impulsó el ingreso abrupto en el modelo agro-

exportador que insertaba a Argentina en el mercado internacional como productor de

materias primas.

Las expectativas de crecimiento eran aún mayores en tanto se proyectaba que fuera el

puerto más grande del mundo, el “Liverpool argentino” por donde saldrían hacia el

océano Atlántico las producciones provenientes desde las zonas con salida natural

hacia el océano Pacífico, puesto que la construcción del canal de Panamá era vista

como muy difícil y la navegación por el pasaje de Drake como peligrosa.

El desplazamiento del eje desde lo militar a lo económico trajo aparejados cambios

profundos en lo social y lo cultural. Un aluvión de forasteros –tanto del exterior como

del interior del país- confluyó ante las expectativas generadas y transformó a la

localidad en la “California del Sur”. Se produjo entonces una “segunda fundación”

(Lugones, LN, 11-03-1883) de Bahía Blanca, ligada al proceso de modernización (Ribas,

2008).

Las modificaciones fueron tan rápidas y bruscas que quedaron en evidencia los

poderes dominantes que las promovían. Al capital inglés se sumó un poder político tan

ávido de negociados como dividido entre aquéllos que buscaban la subordinación al

gobierno provincial que había instalado recientemente su capital en La Plata o los que

veían incluso la autonomía como una posibilidad alternativa.

El cambio de siglo encontró a la ciudad burguesa con un repliegue hacia atrás: la

instalación de una base militar en Puerto Belgrano, que volvía a considerar su situación

geográfica como estratégica en vistas a la posibilidad de un conflicto armado con Chile

por la cuestión limítrofe. Por otro lado, la presencia cada vez más frecuente de

propuestas socialistas y anarquistas entre los inmigrantes culminó en un grave

conflicto en 1907: el asesinato de dos italianos por fuerzas del Estado como resolución

de una huelga realizada para reclamar mejores condiciones de trabajo en la compañía

ferroviaria inglesa.

El primer centenario de la Revolución de Mayo encontró a la localidad, entonces, con

una población en la que más de la mitad hablaba otros idiomas1 y a la que el Estado

1 Si bien la consideración de los datos absolutos del crecimiento poblacional ubica a Bahía Blanca como

una localidad intermedia, de segunda línea, el análisis del porcentaje en valores relativos permite advertir

que, mientras Buenos Aires, Rosario y Córdoba durante el mismo período multiplicaron su población por

intentaba asimilar mediante la asistencia obligatoria de los niños a las escuelas

públicas en las que se enseñaba la lengua castellana y la historia nacional. Efemérides y

nominaciones a las calles con los apellidos de los héroes del panteón construido por la

historiografía liberal fueron utilizadas como marcas en el tiempo y en el espacio que

reforzaran ese aprendizaje y el proceso de integración2 (Bertoni, 2001). Como dos

caras de una misma moneda, si en la mayoría las expectativas de progreso fueron

postergadas a un tiempo futuro mientras el presente ofrecía múltiples dificultades de

adaptación y de supervivencia, el capital británico empezó la construcción del mayor

casino de Sudamérica en un paraje de la zona serrana distante a unos cien kilómetros,

que se estrenó a fines de 1911.

Distintos tiempos, por lo tanto, coexistían en el imaginario regional. Mientras en la

mayoría la ideología progresista impuesta desde los sectores dominantes de manera

más o menos solapada y con aspectos seductores como la tecnología se iba

transformando en un mito difuso naturalizado que incorporaba nuevos horarios y la

adicción a la velocidad como estrategias disciplinantes de la vida cotidiana e impulsaba

hacia el futuro la proyección de sueños, aquéllos que habían introducido el time is

money podían hacer que la inauguración del “Gran Club Hotel Sierra de la Ventana” no

coincidiera con ninguna fecha con carga simbólica: el 20 de diciembre de 1911.

Simultáneamente, el Estado y la Iglesia3 promovían una liturgia que apelaba a una

repetición cíclica de acontecimientos claves y que se traducía en ceremonias y

procesiones en el espacio público. La presencia del primero era, sin embargo, la más

débil, a la hora de respetar un calendario en tanto los intereses político-institucionales

se desdibujaban ante la priorización de los político-partidarios: como ejemplo más

significativo valga recordar que el día elegido para inaugurar la punta de riel construida

8, por 10 y por 4 respectivamente, el nudo ferro-portuario sureño lo hizo por casi 42 (de 1057 habitantes

en el censo de 1869 a 44143 en el de 1914). El movimiento migratorio causó, por lo tanto, un fortísimo

impacto. 2 Este fenómeno excede el marco local.

3 La presencia de la Iglesia en la localidad fue efectiva desde 1835, con conflictos que generaron lapsos

sin cura hasta la llegada de los salesianos en 1890. Esta orden implementó un rápido y amplio programa

de acción que incluyó, además de lo devocional, la creación de los colegios Don Bosco y María

Auxiliadora en el centro (1890/91) y del Colegio de Artes y Oficios La Piedad en cercanías del Ferrocarril

Noroeste (1894). Si con los primeros se buscó convertir al catolicismo a los sectores medios, con el último y con la creación del primer Círculo Católico de Obreros del país (1891) disciplinar a los

trabajadores, en especial, a los italianos.

por la Great Southern Railways fue el 26 de abril de 1884 y no el aniversario de la

Revolución de Mayo4, en tanto el gobernador Dardo Rocha finalizaba su mandato a

fines de ese mes y deseaba adjudicarse la extensión de la línea ferroviaria como un

logro de su gestión en vistas a las próximas elecciones presidenciales de 1886 en las

que quería ser candidato.

La heterogeneidad temporal coexistía con la espacial. Mientras capitales privados

británicos eran dueños del puerto, de gran parte de las tierras urbanas y de los campos

de la región, el desequilibrio entre la oferta y la demanda habitacional producido como

consecuencia del fuerte impacto migratorio generó un aumento del precio de las

propiedades, usura y dificultades cada vez mayores para el acceso a la casa propia de

parte de los sectores menos pudientes. El Estado, por su parte, en manos de

gobernantes locales pertenecientes a los sectores económicamente mejor

acomodados fue organizando poco a poco su aparato burocrático como una

herramienta para el cobro de impuestos más que para diagnóstico y solución de los

problemas colectivos.

Enrique Banchs visitó la ciudad en 1910 y observó que “Bahía no tiene paseos, no ha

tenido tiempo aún de hacerlos, quizás no tiene tiempo para pasear” y advirtió,

además, lo siguiente:

Dan a entender los carteles que llenan asombrosamente las paredes en una decoración de teatro o de feria por la danza alocada de colores de un duelo de vecino por quien pone más grandes, quién tapa a quien, como en los manifiestos políticos. En otro sentido, se piensa que los letreros cuando son tantos tienen un significado que penetrado bien no es despreciable e ilustraría más que cualquier otro detalle sobre el carácter de una ciudad. Representan hervor de vida, ansia de ganar… y mentira. *…+ Bahía Blanca es casi triste como un obrero. Y sin embargo, con sus calles anchas y sus casas nuevas, es clara y el

sol la lava toda con una prodigalidad que la hace sufrir. (Banchs, 2006: 11)

El espacio público bahiense se concibió, entonces, como una zona de proyección de lo

privado donde pugnaban por la visibilidad y se dirimían de manera simbólica los

intereses particulares. La cartelería, esa forma de nominación propia de la

competencia comercial -dinámica y atractiva, pero también agresivamente invasiva -,

se yuxtaponía a la ejercida por el Estado en el nombramiento de calles, plazas y

4 La fecha patria había sido propuesta por Benigno Lugones, periodista del diario porteño La Nación,

durante su visita a la localidad en marzo de 1883.

parques mediante el ejercicio de una tradición selectiva (Williams, 1980: 137-142), con

la cual legitimaba sus derechos a ejercer el dominio frente a la mayoría extranjera, no-

ciudadana. Su presencia, sin embargo, no se verificaba más allá de esa estrategia

permanente y estática. Señalaba también Banchs:

El centro de la ciudad lo marca la plaza Rivadavia, tal vez la única. *…+ Es cierto que hay un descampado señalado para parque, un parque en veremos, que se realizará cuando haya ratos de ocio. Y esta plaza tiene un aspecto de aridez, de raquitismo, como las plazas de los barrios fabriles. Con sus arbolitos cenicientos, sus cuadros donde amarillea el césped y ese carácter de improvisado y reciente que hay aquí en una y otra parte, no es por cierto una invitación al esparcimiento, sino más bien un atajo para gente apurada que corta camino. (Banchs, 2006: 12)

Si se consideran, además, los vientos frecuentes y las temperaturas extremas en

verano y en invierno, se comprende por qué el espacio compartido no fue vivenciado

como un locus en donde reunirse, sino, predominantemente, como un medio de

circulación, de tránsito, en el cual los sectores económica y políticamente dominantes

podían hacerse visibles o excluir de acuerdo a sus conveniencias. En ese contexto, en el

cual no era un dato menor la ausencia de artistas, la erección de un monumento como

medio de celebración del centenario de la Revolución de Mayo fue una decisión que se

terminó resolviendo a menos de dos meses de la efemérides patria y se debió recurrir

al gobierno nacional para que enviara la efigie de San Martín que fue emplazada en el

Parque de Mayo.

La estatua ecuestre de 1910 concretizó en ese espacio marginal un estado de fuerzas

en el que parecería claro que el único cuya visibilidad debía ser reforzada era el Estado,

en tanto era el sector más desdibujado. El capitalismo británico, los sectores medios y

los trabajadores5 estaban demasiado preocupados y ocupados por el presente y el

devenir para prestar atención a las marcas permanentes y al pasado.

1928

5 Banchs señala: “El elemento obrero es una potencia como en ninguna otra parte. Están fuertemente

organizados, como un bloque, y tienen una cultura bastante acentuada, al menos en el conocimiento de

sus derechos. Mucho han hecho en este sentido la propaganda socialista y avanzada, las conferencias

periódicas y el mismo espíritu de asociación. Hay cinco sociedades de resistencia, importantes. Su acción se extiende quizás en todas las clases en lo que se refiere a las ideas liberales, o mejor dicho

antirreligiosas, lo cual está muy lejos de ser liberal”. (Banchs, 2006: 12-13)

Si los festejos de 1910 en Bahía Blanca se resolvieron a último momento, el centenario

local comenzó a prepararse dos años antes y contó con las inauguraciones de cuatro

monumentos de colectividades extranjeras. Esos inmigrantes cuyos hijos ya hablaban

castellano quisieron dar visibilidad a las diferencias, no obstante éstas eran cada vez

menos notorias en esa sociedad todavía heterogénea.

Algunos cambios se habían producido también en el plano político. El avance de la

Iglesia se correspondió con un retroceso de los sectores de izquierda, que quedó

también registrado en el uso del espacio público. Las plazas se convirtieron en lugares

de competencia en los cuales la influencia del clero logró que su apropiación por parte

de los socialistas fuera considerada como una cuestión policial. Esta tensión entre el

horizonte político y el religioso fue denunciada en el medio de prensa partidaria como

una desigualdad legal:

Lo que más rebela el espíritu en este asunto es la parcialidad odiosa de los encargados de las plazas y de la misma policía. Una mala ordenanza municipal prohíbe las reuniones políticas en las plazas, cumpliéndose su aplicación al pié de la letra con el Partido Socialista, pero no con la iglesia católica, por ejemplo, que celebra desfiles de niños de sus escuelas y hasta funciones religiosas. Contra todas estas injusticias y parcialidades, protestamos nosotros con todas nuestras energías. Las leyes deben ser iguales para todos y los derechos también. (NT, 10-5-1924:1)

En 1928 el poder eclesiástico consiguió, asimismo, extender su control sobre las

arterias de circulación, impidiendo que la marcha organizada para celebrar el 1º de

mayo pasara frente a la iglesia central y obligando a que desplazara los encuentros con

oradores desde las esquinas de la plaza Rivadavia al monumento a Garibaldi. Los

lugares desde donde partieron las distintas columnas de manifestantes señalan,

asimismo, como contrapartida, que las plazas periféricas constituyeron lugares de

reunión (de concentración y de tribuna de oradores) para esos grupos contra-

hegemónicos. Fueron los socialistas también quienes se hicieron eco en el Concejo

Deliberante y en el periódico Nuevos Tiempos de los reclamos por el mantenimiento

de la plaza de Villa Mitre, ubicada en uno de los barrios creados a partir de la extensión

de la grilla urbana más allá del cinturón de acero creado por las vías ferroviarias.

Lugar de tránsito, desactivado como soporte de las luchas político-partidarias, la plaza

central fue un espacio disputado a la hora de lograr visibilidad. Ingleses e israelitas,

colectividades minoritarias desde el punto de vista cuantitativo pero de peso

indiscutible desde lo económico, lograron sin dificultades emplazar sus marcas en uno

de los ejes centrales del diseño que reproducía, mediante la distribución de calles

internas, la bandera inglesa. La “reina de los mares” instaló en el nacimiento de la

avenida que conduce al puerto una fuente de mármol blanco en la que el agua sumaba

al valor ornamental el simbólico; en ella, relieves tallados y en bronce reforzaban una

“fraternidad” desigual en la que a Argentina correspondió siempre un rol ligado a la

producción de materias primas y a Gran Bretaña el control del ferrocarril, el puerto, el

comercio y la industria (imagen 1). Sobre el otro extremo, en el nacimiento de la calle

San Martín que permitía el acceso desde la estación de ferrocarril y sobre la cual se

encontraban sus propiedades dedicadas al comercio mayorista y minorista, los

israelitas homenajearon al Barón Hirsch, encargado de la colonización judía en la

región, con un volumen macizo, ligeramente rotado sobre el eje.

La plaza, entonces, fue tenida en cuenta en un doble sentido. Por un lado, desde un

punto de vista centrípeto, se mantuvo la valoración tradicional que reforzaba al centro

como un polo fuerte. Por otro, con un sentido centrífugo, se la consideró en relación

con los bordes que la enmarcan: ambos homenajes priorizaron sus frentes hacia las

superficies exteriores recorribles y no hacia las interiores de permanencia.

Los italianos, la comunidad más numerosa pero en esos momentos dividida por los

acontecimientos peninsulares, saludaron a la libertad con un monumento a Giuseppe

Garibaldi emplazado en una plazoleta contigua al Teatro Municipal (imagen 2),

mientras que los pocos sirio-libaneses erigieron una pilastra con un reloj. En estos

casos se advierten nuevas tensiones, puesto que mientras estos últimos prefirieron el

relativamente distante y casi vacío Parque de Mayo a la plaza de Villa Mitre, barrio en

donde practicaban el comercio minorista, los socialistas festejaron que ese 1º de mayo

“sobre el pedestal del héroe flameó por vez primera la roja bandera, la bandera de

redención y de justicia, en el bronce de su efigie” (NT, 5-5-1928: 2). En ambos casos, la

dominación simbólica ejercida históricamente por los grupos hegemónicos hizo que

estos sectores que, por distintas razones, resultaron periféricos quedaran atrapados en

la matriz representacional que daba jerarquía al centro y, de esa manera, reforzaron y

se hicieron cómplices involuntarios de una estructura dominante que los excluía.

La distribución en el espacio público de los monumentos quedó directamente

relacionada con la capacidad económico-política de presión de los grupos que lograban

visibilidad mediante ellos. Como contrapartida, los sectores políticos dominantes ni

siquiera llegaron con piedras fundacionales. Los radicales, que eran dueños del poder

municipal desde 1895 y en ese entonces estaban divididos en corrientes internas

(yrigoyenistas y antipersonalistas) que reflejaban las distintas alternativas ante la

conducción del gobierno nacional del que su partido se había hecho cargo desde 1916,

no pudieron llegar a tiempo con su proyecto de monumento a Rivadavia. El vacío

material dejó en claro la incapacidad gubernamental para resolver cuestiones en

tiempo y forma, pero también que ese espacio no podía o debía ser ocupado por los

sectores privados por más poderosa que fuera su presión.

A su vez, la ausencia de los gobernantes al acto de colocación de la piedra fundacional

por priorizar la sobremesa de un almuerzo protocolar y la presencia de habitantes

anónimos a la espera de un festejo cívico, dejaron en claro cuáles eran las vivencias,

usos y significaciones que el espacio público tenía para el sector dominante. En una

clara lucha de representaciones político-partidarias los socialistas se apropiaron de la

figura de Rivadavia y comenzaron los reclamos por la colocación de la piedra

fundacional, mientras que los conservadores buscaron legitimar su presencia mediante

el proyecto de creación de un monumento a los Fundadores6.

Por otro lado, ambos sectores utilizaron el prestigio de la Asociación Bernardino

Rivadavia -la institución cultural más antigua de la ciudad-, como un medio para

insertar su presencia en la plaza central, frente al Palacio Municipal, con un busto

dedicado a Luis Caronti, uno de sus creadores, político conservador que había dejado

la mitad de su legado a la biblioteca y la otra mitad al hospital municipal. Esa figura en

bronce realizada por Giuseppe Vasco Vian, escultor italiano afincado en la ciudad

6 Conformaron una comisión autodenominada “Hijos de Bahía Blanca” en la que se arrogaron

prerrogativas fundacionales al contemplar entre los fundadores a los colonos de la legión agrícolo-militar

del Coronel Olivieri que fracasó en el paraje cercano Nueva Roma en 1857 y cuyos integrantes,

antepasados de los miembros del grupo patrocinador, se asimilaron al fortín local. El monumento, inaugurado exactamente tres años después del centenario en un sitio privilegiado del Parque de Mayo,

reforzaba en sus imágenes el modelo agro-exportador que beneficiaba a esos terratenientes.

desde poco tiempo antes y también autor del monumento a Garibaldi, efectuaba un

corrimiento en el culto al gran héroe hacia lo cívico, en tanto optó por presentarlo

como un tribuno romano en lugar de la imagen de militar por la que siempre había

optado el retratado.

Según lo visto, el centenario de la fundación de Bahía Blanca tuvo una repercusión a

nivel local mucho mayor que el de la Revolución de Mayo, tanto desde el punto de

vista cuantitativo como cualitativo, puesto que con esa verdadera “estatuamanía” en

poco tiempo fueron ocupados con volúmenes plásticos los espacios considerados con

mayor carga simbólica. La matriz centro-periferia instalada en el imaginario y

naturalizada mediante los recorridos por esa planta urbana que reproducía no sólo la

distribución en damero sino también la estructura de plaza central traída a América

por los colonizadores españoles (Romero, 2009: 299), reforzada por el corsé anular

generado por las vías ferroviarias y por el precio inmobiliario de las tierras dentro o

más allá de las mismas, originó ese sobredimensionamiento del valor de la plaza

Rivadavia y la yuxtaposición en la misma de varios proyectos monumentales. Los

mismos agentes y la misma lógica del espacio privado que podía advertirse en los

letreros publicitarios en las principales calles comerciales se proyectaron sobre el

escenario privilegiado del espacio público.

1978

La sucesión de golpes de estado que atentaron contra los gobiernos

democráticamente elegidos desde 1930 llegó a su expresión más violenta en la

dictadura iniciada en 1976. Si todo el país vivió ese año una situación esquizofrénica al

darse de manera simultánea la represión militar y el mundial de fútbol, en Bahía

Blanca se sumaron los festejos del sesquicentenario. Sólo dos marcas quedaron sobre

el espacio público como recordatorios del nuevo aniversario de la fundación, ubicadas

en un área que daba cuenta del desplazamiento del poder real desde el Palacio

Municipal hacia el Regimiento del V Cuerpo de Ejército.

Por un lado, la Universidad Nacional del Sur aprovechó el hallazgo fortuito de un grupo

escultórico que había pertenecido a la mansión de los Paz Anchorena en la Capital

Federal y que había sido comprado por uno de sus rectores y luego donado por su

viuda, para homenajear a la ciudad. De esta manera, dos florones esculpidos en

mármol por Lola Mora y una fuente tallada en el mismo material por un artista italiano

desconocido fueron integrados en un único conjunto en el playón ubicado en el frente

del complejo edilicio ubicado sobre la avenida Alem, a metros de la entrada al Parque

de Mayo.

Por otro, la comunidad italiana se hizo presente en ese espacio verde que conduce al

centro militar con una columna que, en lugar de servir de memoria de gestas guerreras

como en la antigua Roma, recordaba con su estilo toscano la época de la República. La

metáfora que sugería de manera velada la ausencia de las instituciones democráticas

se completaba con una loba capitolina con Rómulo y Remo, grupo de bronce colocado

en el nivel superior (imagen 3). Si una primera lectura de este último conjunto permite

interpretarlo como una referencia a los orígenes míticos de la colectividad y, por lo

tanto, anodino en su mensaje político, la ambigüedad propia de toda imagen también

induce la posibilidad de considerarlo desde el presente como una posible alusión a los

hijos de los desaparecidos que eran criados por otras madres.

La censura y la autocensura de esos tiempos difíciles llevó, en consecuencia, a que

Bahía Blanca festejara sus 150 años con dos obras que funcionaron como un espejo

roto: por un lado, la institución más afectada -con el despido, el encarcelamiento, la

desaparición y la muerte de muchos de sus integrantes-, con una evasión esteticista; la

otra, llevada adelante por la comunidad que había sido mayoritaria en la conformación

social de la ciudad, mediante una metáfora visual enmascaradora. Ante la gravedad de

la situación compartida a nivel nacional sólo una presencia local con anclaje

internacional encontró margen para decir el margen.

¿Al gran pueblo argentino, salud?

La manera tradicional de ocupación del espacio público en la ciudad –como proyección

de lo privado y como tránsito- ha derivado a partir de la década del noventa en una

modalidad de tránsito-recreativo a partir de la construcción de una serie de paseos

lineales en los que, por otra parte, se ha hecho cada vez más frecuente el descanso al

aire libre (Aramburu, 2008). En estas nuevas prácticas han incidido diversos factores: el

deterioro económico que impide que los sectores con menores recursos puedan

desplazarse hasta las playas o las sierras distantes a cien kilómetros; el aumento de la

población que vive en departamentos y encuentra en esos sitios verdes posibilidades

de esparcimiento; el desplazamiento de pubs y discos hacia sectores aledaños, que han

potenciado simbólicamente esas zonas entre los adolescentes y los jóvenes; la difusión

de las prácticas aeróbicas (caminatas, bicicleta).

Temáticamente, allí han encontrado visibilidad esos Otros relativamente acallados: el

arte (Paseo de las Esculturas), la mujer, la paz, los estudiantes desaparecidos durante

“la noche de los lápices”, los caídos durante la guerra de Malvinas y, finalmente, en

2008, César Milstein, el premio Nobel nacido en nuestra ciudad. Lo mundial y lo

nacional se han entretejido con lo local, dando cuenta de una identidad compleja,

múltiple, heterogénea, conflictiva, en la que, como una constante, para lograr

presencia en el espacio público las coyunturas político-partidarias no han sido un dato

menor.

Así llegamos al bicentenario de la Revolución de mayo con una cartografía

monumental que evidencia un peso ineludible de lo local con respecto a lo nacional y

lo internacional. Desde este punto de vista, resulta inaplicable el binomio centro-

periferia como matriz de análisis, aún si se lo considera como una relación conflictiva

en la que la periferia no acata pasivamente las indicaciones del centro (Castelnuovo y

Guinzburg, 1979). Si bien en primera instancia podría parecer viable la deconstrucción

del mismo, Bahía Blanca no fue el polo temático más importante durante algunos

períodos. En consecuencia, se ha adoptado un modelo rizomático (Deleuze y Guattari,

1996) que permite pensar nuestro objeto de estudio como una construcción múltiple,

con diversas entradas (la urbanística, la histórica, la histórico-artística), que no pierde

de vista en ningún momento que se trata de mapas que permiten investigar las

distintas obras artísticas conectándolas con diferentes recorridos

(espaciales/temporales/iconográficos/formales), haciendo centro ampliado sobre

cualquiera de ella/s.

Este modelo deleuziano, multifocal y dinámico, se presenta como el más fecundo a la

hora de superar la mirada sobre la historia regional sometida al endogámico color local

o a un estado de pérdida respecto de los poderes hegemónicos, en tanto permite

combinar escalas micro y macro, integrar de manera convergente métodos y fuentes

variadas, así como tener presente en todo momento que los avances logrados son

provisorios, una cartografía en permanente construcción y revisión que guía el análisis

pero no sustituye a la vivencia.

Ese anclaje en lo real es un aspecto clave, fundamental, que precede y preside no sólo

la investigación del equipo que conformamos, sino que se vuelca, por una parte, como

gestión municipal en el área Espacio Público dependiente de Planeamiento Urbano y,

por otra, en la utilización de los monumentos como disparadores para la enseñanza de

la historia regional, hasta ahora ausente en el plan de estudios de la licenciatura y del

profesorado en Historia en el Departamento de Humanidades de la Universidad

Nacional del Sur.

En este sentido, frente a los dos shoppings y los am/pm, esos lugares difundidos por el

neoliberalismo en los que se nos impone la sensación de estar en ninguna parte, y ante

la anestesia que produce la “trinidad que hoy todo lo rige: información, comunicación,

técnica” (Balandier, 1994: 12), el estudio del arte público monumentalizado a partir de

la vivencia in situ permite descubrir luchas por el poder en escalas más domésticas, en

las que la pugna por la ocupación de un espacio real y simbólico se plasma en una

comunidad aprehensible, diferenciable, donde la visibilidad adquiere –al menos en el

momento del proyecto y de la inauguración- connotaciones concretas y el tiempo se

vuelve un hito, una marca tan significativa como el espacio.

Por otra parte, si con internet y los mass media “hemos quedado fuera de escala,

hemos cortado y perdido toda referencialidad hacia la realidad a causa de nuestro

vértigo y falta de gravedad, debido a la velocidad en la que vivimos” (Goicochea, 2008:

41), los monumentos se presentan como una alternativa que adopta de gran parte del

arte contemporáneo la necesidad imperiosa de “poner el cuerpo”. Participar como

seres humanos íntegros, pensar la historia más allá del roce de nuestros dedos sobre el

control remoto o de la fragilidad de la página de papel del libro constituye hoy un

desafío no sólo necesario sino urgente. Es plantear el nomadismo didáctico como

alternativa y contrapeso al sedentarismo que ya no es sólo el del tiempo escolar, sino

el de la televisión y la computadora. Es, frente al espacio descentrado de la red,

desnaturalizar el espacio con el cual nuestros cuerpos in-corporaron como “normales”

las nociones de autoridad, de jerarquía, de diferencia.

Es también, frente al instante, la inmediatez y la velocidad cada vez más acelerada,

advertir que el presente es una trama que viene tejiéndose desde hace mucho tiempo

y recuperar la memoria no como dato para que quede almacenado en un archivo, sino

como punto de partida para el análisis crítico. En este sentido, no puede dejarse de

lado que el espacio público se ha constituido también en los últimos tiempos en una

nueva forma de proyección de lo privado, en tanto algunos lo privilegian como soporte

para sus manifestaciones conceptuales, muchos para sus festejos deportivos (Ortiz

García, 2008) y otros para su reclamo espontáneo ante la injusticia, la inseguridad, es

decir, en distintas formas en las que subyace el deseo de una mejor calidad de vida.

Ante esa uniformidad de percepciones y representaciones impuestas desde los centros

hegemónicos por la globalización, el espacio y el arte públicos contemporáneos

ofrecen una cartografía compleja, dinámica, insoslayable en tanto parte constitutiva y

constituyente de esa trama simbólica en la que se entretejen las relaciones del

individuo con los otros y con el poder.

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