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Tercer premio del concurso de relatos "Victor Chamorro" 2011. RIJKS por Óscar García Sampedro de Salamanca.
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RIJKS por Óscar García Sampedro
Helene desea ver al hijo de Rembrandt con el manto franciscano, sus autorretratos, los bodegones de
Heda y las riberas de Ruisdael, las vistas de Hobbema, el molino Mill y las sorpresas que se presenten en
las salas. Está predispuesta con dulzura, debido a que desde el primer momento en el museo Rijsk, se
siente acogida. La moderación de sus dimensiones, la llevan a pensar que es perfecto para dos horas de
visita a sabiendas de que los niños no aguantarían más. La calidad del contenido, la delicadeza de la
iluminación, los colores de las paredes y el tacto que baña un lugar donde se exhiben algunos de los
mejores paisajes humanos y naturales, la tranquilizan y animan.
En la primera sala hay cañones, porcelana china, espadas, pinturas sobre tabla, tejidos preciosos y tallas,
una miscelánea fascinante para cualquier visitante, más aún para unos niños de nueve y doce años que sin
entender la historia de los objetos, no cesan de mirarlo todo.
Una enorme réplica de un barco de guerra llama inmediatamente la atención de James, que termina por
decaer debido a sus magníficas dimensiones.
- ¿Mamá qué es eso redondo?
- Un gong, tiene más de cinco mil años.
- ¿Para qué sirve?
- Para llamar a lo lejos, como instrumento musical o para las ceremonias.
- ¿Por qué está aquí si es de China?
- Porque hace mucho tiempo, los países que estaban más desarrollaros iban hasta lugares alejados
para comerciar. A estas tierras que solían salir perdiendo en los negocios, se les denominó
colonias. Los Países Bajos estuvieron comprando y vendiendo por el sureste de China e
Indonesia por eso está aquí este instrumento, porque algún Holandés lo compraría o cambiaría
por algo a un habitante de Oriente hace trescientos o cuatrocientos años.
- Mira una hucha como la mía James.
- No es una hucha.
- Si es una hucha.
- No es.
- Mira aquí lo pone.
- Pone, pig.
- Pig es cerdo y hucha es la palabra de al lado, Mamá a que es un hucha como la mía.
- Si parece, a ver...si, hucha de terracota de la isla de Java de hace quinientos años.
- ¿Dónde esta Java?
- Está entre Australia y China, en Indonesia.
- Mira mamá una casa de muñecas gigante.
- Es bien grande.
- Puedo subir por la escalera.
- Claro, para eso está, subid los dos, con cuidado.
Aunque la mayoría del tiempo van junto a Helene a veces se adelantan o atrasan dos o tres obras. James
se queda admirado del segundo barco del museo; el del príncipe Willem. Delante, Fa va de la mano de
Helene y tardan un poco en girarse. James lo rodea con premura, le enrosca la mirada a las maromas, sube
por las cuerdas y el mástil, la resbala de proa a popa y de popa a proa, cuenta los cañones y mira entre las
barandas, en cubierta se representa las dimensiones de un hombre en relación al timón y se da cuenta de
que era una gran nave. Se lo imagina por los canales que ha visto esta mañana en el camino hacia el
museo, con las olas haciéndole triángulos en la quilla y las velas extendidas en sus tres palos, luchando
con el viento.
- ¿Te gusta? -pregunta Helene.
Él, asiente embebido, para decir al punto:
- Es de hace trescientos cincuenta y nueve años Mamá.
- Eso no es nada, la hucha tenía quinientos y el gong cinco mil -apostilla Fa -.
- Pero este es más bonito, tiene cañones y tres mástiles y seis velas y es muy grande.
- Si hijo, es bien bonito.
- Podría tener uno como este...
- No hay barcos de este tipo a la venta, ya no se hacen así, es una obra de arte, se conserva para
que la vean todos los niños, bueno, y los adultos, además no se puede jugar con él.
- Si se puede mamá.
- No James, se estropearía, es demasiado delicado, sólo es para mirarlo, no es para jugar.
- ¿Entonces es un barco de mayores?
- Si, es para adornar.
Como otros barcos varados en los museos, la réplica de ciento tres centímetros de eslora del navío del
príncipe Willem de 1.651, tenía el casco desgastado y abollado porque hasta que fue entregada al museo,
jugaron con ella. Se lo habían pasado pipa con aquel hermoso barco de la Compañía Holandesa de las
Indias Orientales. Botado en el agua de los canales de Ámsterdam, habían hecho con que se hundía y
reflotaba, que navegaba presto o permanecía inmóvil como en una marina. Le extendieron y recogieron
las velas, las habían empapado para dar realismo a una tormenta imaginada. Fantasearon con que
disparaba desde las diferentes posiciones y alturas de sus cañones y se habían dibujado en la imaginación
las parábolas de cientos de bombas negras. En invierno, seguramente habría navegado bajo el control de
unas manos infantiles, por las fuentes de algún palacete burgués. Luego habría sido secado y guardado en
un despacho forrado de madera, hasta la próxima aventura naval. El gran barco, el de verdad, iba y venía
de Indonesia a Holanda varias veces al año, cargaba 1.200 toneles bajo los cuarenta y cinco metros de la
cubierta y albergaba una tripulación de doscientos marinos. En principio fue un barco mercante, luego se
le añadieron una docena de cañones, además de nichos disparaderos adicionales a distintas alturas del
casco, ofreciéndole la posibilidad de defender carga y tripulación. El bote, pedía que jugaran con él, que
metiesen en el agua su casco crema, le pasasen las yemas por los remaches y le removieran la quilla.
Solicitaba que subieran al extraordinario puesto vigía de proa, al mástil mayor para oír crujir la madera
bajo los pies o contemplar la inmensidad del agua desde el escalón alto de la popa. James sabía que
habían jugado con el Príncipe Willem.
- ¿Qué es eso mamá? -pregunta Fa ante la estampa de un caballo con pitorro.
- Un aguamanil hija, lleva agua dentro para lavarse las manos y la cara.
- Ahh...parece un botijo raro.
Mientras suben las escaleras Helene les explica que el museo tiene dos plantas; la baja, donde han
encontrado objetos preciosos y diversos del tiempo más floreciente de Holanda, es decir, de la época del
barco del príncipe Willem allá por el siglo XVII y la alta, la pinacoteca. Les dice que antes del periodo de
bonanza estuvieron estas tierras en poder la monarquía española que entonces era la Habsburgo y que
todo lo que han visto abajo demostraba que la República de los Países Bajos, aún siendo territorialmente
minúscula en relación con las grandes potencias de aquella época, como la Francesa e Inglesa o las
agostadas Española y Portuguesa, se había convertido en uno de los países más importantes de Europa,
enriquecido gracias al comercio llevado acabo mediante la navegación marítima fruto de la cual, los
comerciantes, acumularon enormes fortunas que vinieron a hacer florecer el arte y la cultura, y es
precisamente, el arte pictórico de esta época tan espléndida de Holanda, el que lucía a unos escalones. Les
indica que en la planta alta hay que estar mas callados, pues es el lugar de los Rembrandts, los bodegones
con vaso Römer, las vistas y los Vermeer, y si bien, abajo los objetos eran curiosos y de materiales
preciosos, aquí arriba, algunos de los cuadros, sin ser los pigmentos un elemento desdeñable desde el
punto de vista económico, resultan preciosos por representar aspectos del espíritu. Les dice que van a
adentrarse en un lugar donde viven media docena de cuadros especiales que requieren silencio por respeto
a los pintores que según afirma, nos hablan a través de ellos y en algún caso como el de Rembrandt,
además, nos miran.
- ¿Rembrandt nos va a estar mirando?
- Si hija y nos va a decir cosas con su mirada.
- ¿Quién es?
- Seguro que lo descubres sola..
Nada más entrar dos Heda, uno de ellos con un vaso medio lleno de agua barroca, color zumo de limón
o caldo de pescado. Sin ser un Römer, es el mejor que ha visto hasta ahora. Detrás Hals. Los bodegones
han sido pintados restringiendo los colores. Los reflejos de la plata son magníficos. Piensa en el cardo y la
zanahoria de Sánchez-Cotán e imagina el vaso de Heda al lado de los bulbos y las verduras del toledano.
- Vamos niños..
En la sala contigua, se musita ante un pequeño cuadro de una vieja, que la anciana en vez de piel posee
papel de cebolla en las manos. Los ojos son puntas de lignito. La vejez y Rembrandt aparecen una vez
dejados atrás los sobrios Heda y un ramillete de Hals. Desde la esquina de la sala, se gira y esparce la
vista para proporcionarse una panorámica, allí están los paisajes. James le tira de la manga de la chaqueta.
- Mira mamá, ¿Quién es?
- Es la señora Bas, hijo.
- Y, ¿quién es?
- Una noble.
- ¿Todos los de los cuadros son nobles?
- Muchos si, ¿te gusta?
- Si, mucho.
- ¿Más que el barco?
- Casi.
- La señora Bas fue la mujer de uno de aquellos ricos mercaderes que con el tiempo se hicieron
nobles o ya lo eran antes de hacerse ricos comerciando. Parece que le encargó el cuadro a un
gran pintor no excesivamente conocido hoy en día, Ferdinald Bolt. Aún se discute si la señora
Bas es obra de Rembrandt o de su discípulo Bolt.
- ¿No se sabe quien lo ha pintado mamá?
- No, los expertos aún no están seguros.
- ¿No está firmado?
- No lo está, no.
- ¿Por qué?
- Porque entonces los artistas no estaban tan reconocidos como ahora y a veces no se firmaban los
cuadros.
- ¿Y tú que piensas?
- Me inclino por Bolt porque la señora Bas es una obra perfecta, en el sentido de que no hay
absolutamente nada dejado al amor a la pintura como hacía el maestro.
- No entiendo.
- Verás, Rembrandt, amaba la pintura porque le permitió largos ratos de reflexión, se hizo
inteligente y se lleno de amor pintando, por eso, dejaba a menudo, algunos centímetros
cuadrados ”inacabados” con extraordinarios trazos o entonaba un esmerado fondo de grises y
ocres. Son centímetros especiales que no se dan en otros pintores, sitios donde apacentar el ojo y
el alma. Hay expertos que dicen oír el sonido de violines emanar desde los lugares más remotos
de sus fondos. Es el agradecimiento por poder expresarse con los pinceles. Bien, no hay
pinceladas mágicas en la señora Bas, esta hecha con el esmero de un bodegón, es intachable, uno
de los cuadros más perfectos dentro de una sala sobresaliente y una de las miradas más
profundas de la historia del arte, con metros de oscuro túnel tras las pupilas. Sin embargo, carece
del agradecimiento, de la velada firma del maestro. Por eso, creo que no es de su mano, aunque
puede que el señor y la señora Bas, le exigieran una obra muy acabada, no se sabe...en cualquier
caso es inolvidable.
Fa y James caminan al paso de Helene. Tras una pausa más prolongada de lo habitual ante un paisaje de
ribera, James vuelve a romper el silencio.
- ¿Mamá por qué te paras tanto en este cuadro?
- Porque es delicioso.
- ¿Cómo un trocito de queso con membrillo?
- Como un trocito de queso con membrillo.
- ¿Cómo una fresa mojada?
- Igual que una fresa.
- ¿Cómo el pisto?
- Si James, como el pisto o como las orillas del Guareña.
- ¿Es de Rembrandt?
- No hijo, es de un paisajista, Meindert Hobbema, más joven que Rembrandt, podría ser su hijo.
La obra se llama Watermill.
- ¿Qué quiere decir?
- Molino de agua.
- Es muy verde.
- Si, todo es muy verde por aquí. Mira, este otro, está pintado por los mismos años es de un gran
pintor, Ruisdael que fue maestro de Hobbema, es la vista de Haarlem.
- ¿Haarlem no está en América?
- Si, pero antes estuvo aquí. Hace cuatrocientos años unos cuantos holandeses emigraron a
América del norte y fundaron Nueva Ámsterdam que luego se llamaría Nueva York. A un barrio
de Nueva Ámsterdam lo llamaron Haarlem.
- ¿Por qué cambiaron el nombre a Nueva Ámsterdam?
- Porque después de los Holandeses se impusieron los ingleses y decidieron cambiarle el nombre.
Mira James, si te fijas, puedes ver kilómetros como cuando nos subimos a la ermita del Tiso. Se
ve como se cuela la luz entre las nubes provocando zonas alternas de sombra y claridad hasta la
línea del horizonte.
- Los campos de debajo del Tiso a veces son verdes, aunque sin árboles.
- Nuestra comarca es esquivada por el agua y los árboles.
- Tampoco hay flores.
- Hay pocas, los campos de cereal que rodean a la ermita durante una parte del año son verdes,
luego se tornan amarillos y finalmente ocres y negruzcos.
- Se está a gusto allí.
- Si hijo, es un lugar donde se respira paz con la vista como en este cuadro.
Desde la ermita del Tiso se ve la tierra llana como si un rodillo celestial la hubiera amasado. En las
noches límpidas, a las horas que suben a dormir los vencejos, se posan sobre ella miles de estrellas.
La vista de Haarlem, como la avenida Middleharnis, el molino Mill o el barco del príncipe Willem
invitan a menguar hasta quedar reducidos al tamaño de una lenteja pardina, para percibir el aroma a tierra
húmeda que recorre los campos de Haarlem y respirar el aire con olor a teja que resbala desde las oscuras
cubiertas de las casas hasta el ras del suelo. ¿Quién midiendo tan poco no se perdería por el delicioso
bosquete de luz de nube? Se puede cruzar campo a través por la penumbra del oeste, llegarse a la ciudad,
entrar en la iglesia y en el transepto, bajo la luz divina, alzar a mirada.
Nuestro pequeño amigo se ha metido detrás de las dos casas situadas en la diagonal que sube hasta donde
empieza el cielo. Un prodigio de apenas una falange piensa Helene, al tiempo que atusa el pelo de su hijo
mecánicamente. Mientras camina por donde no se ve, James pasa sus infantiles yemas por la madera
áspera y mohosa, se fija en que la sombra que pisa se extiende bajo sus pies y como tras ella, clarean
cuatro enormes molinos de viento. Desde la sombra alza la vista hacia el cielo inmóvil. Helene observa
las nubes pues acaba de percatarse de que ocupan dos tercios de la composición, quizá más y si Ruisdael
–reflexiona, les concedió tal extensión, es porque son merecedoras de estima. James ha sido la primera
visita de la semana que pisa la hierba de la vista de Harleem. Se eleva por detrás de las casas de paredes
de tablas, observa el pointer blanco por la vereda, sus zapatos colgando de los tobillos, los caminos ralos,
las techumbres y la tierra oscura. Asciende hasta suspenderse entre el nubarrón del primer plano y los
demás cúmulos. Nota el calorcito de la claridad en el pescuezo y el fugaz piar de los pájaros en vuelo.
- Vamos James aun quedan tres o cuatro cuadros especiales -dice Helene. ¿O quieres quedarte otro
rato?
- ¿Hay más?
- Sí.
- Vamos.
Es la primera vez que James Alma respira nubes quietas, siente el sol, la humedad y el jadear de los
animales de una pintura.
- Mamá ya se quién es Rembrandt, es aquel señor de la esquina con un turbante que está mirando
a todos los que pasan por delante, ¿a que sí?
- Si hija, aquel caballero es Rembrandt van Rijn, entonces tenía cincuenta y pico y se pintó como
si fuera San Pablo. Id a verlo merece la pena. Explícale a tu hermana lo que hacía el maestro en
los centímetros mágicos y buscad algunos en su autorretrato. Yo voy un poco más lenta.
- ¿Qué es eso de los centímetros mágicos?
- Mamá dice que Rembrandt, en algunos trocitos del cuadro, hacía lo que se le ponía y esos cachos
son para dar gracias a Dios por dejarle pintar.
- Pues no pone nada.
- Porque no está escrito, está pintado de un modo diferente y no es lo que parece sino otra cosa,
como si hubiera pintado el sonido de un violín.
- No lo entiendo.
- Yo tampoco.
- ¿Ves algo raro?
- No.
- ¿Y tú?
- Tampoco.
- Parece que este cachito de abajo es distinto.
- ¿Eso?
- Si, el dedo que parece mal pintado.
- No se.. a lo mejor como es el final ya no quería pintar más, o se le acabó la pintura.
- O no importa.
- A lo mejor es el canto del libro que es azul.
- Es gris.
- Es azul.
- Es gris.
- Luego le preguntamos a mamá.
- Mira allí hay mucha gente mirando esos cuadros pequeñitos, vamos..
- Vale.
Fa y James pasan de largo ante el imponente autorretrato del maestro de Leiden. Helene se aproxima y
piensa en la mirada de un padre que sabedor de la vastedad de la maldad y la bondad de las personas en el
mundo, transige todo lo humanamente posible. Ella conoce las descripciones de los griegos sobre sus
grandes pintores, la anécdota de los pajarillos y las uvas de Apeles. Lleva apuntaladas en la mente las
siluetas negras y naranjas de las ánforas, algunos retratos con máscara mortuoria de los romanos y sin
máscara, entre los que no olvida el de Publio Cornelio Escipión, el Africano, también el perrín recostado
en la silla del príncipe Felipe Próspero que tanto bien le hace recordar y la mirada delicada del niño
pálido, rubio y bueno, conserva el can junto a la alcantarilla de Francis Bacon, la sonrisa de la condesa de
Vilches y su esplendoroso traje azul, la zanahoria y el cardo de Sánchez-Cotán, los signos paleolíticos
como tragaluces de luz, la inteligente dulzura de Chardín, el jilguero de Fabritius, la vela de Latour, el
lavabo de Antonio Lopéz, el manto franciscano del queridísimo Titus, los árboles a contra luz de
Friedrich, el Abesti Gogora de Chillida, las adorables figuritas de Degas, los paisajes lunares de Rothko,
los de Creuze, los ojos de Michael Wolgemut y algunos otros, entre los cuales, se yergue el autorretrato de
Rembrandt de 1.661, al que saluda sin despegar los labios. Le escruta los ojos negros y comprensivos.
Tan repletos de humanidad que Helene se siente inundada de confianza. Pone su presente en manos de
aquellos ojos que habían visto durante cincuenta y cinco años y aquella frente que había comprendido
cosas de aquí y de allá. Rembrandt había perdido hasta la fecha, tres hijos consecutivos y una mujer a la
que adoraba, pero aquel hombre parecía protegido por las sagradas escrituras y los ocres de su paleta.
Tuvo un campo en el que desplegar sus velas de pigmento pues estuvo docenas de horas pintando el
magnifico manto que porta, mirando a través de sus ojos la naturaleza del alma.
Antes de alejarse de su presencia, la voz interior de Helene le confiesa que en su pensamiento lo tiene al
lado de Velázquez y Vermeer. Le dice que espera que nunca se borre de su memoria su pelo cano sobre el
fondo negro y los ocres movidos por violines. Finalmente le informa de que se dirige hasta la lechera de
su colega de Delft.
- Vaya señora y diga a James Alma y a su hermana Fa, que el canto del libro es gris azulado o azul
grisáceo, tanto da, y que en efecto, pinté ese trazo, como dice su hijo, porque se me puso y añada
que el agradecimiento a Dios que James venía buscando está atomizado en el espacio como en
otros autorretratos, por eso no lo ha detectado con sus ojitos y ha salido disparado, porque aún es
pequeño. Como puede advertir, entre la luz y la oscuridad, el fondo y usted, estoy yo, esto es,
San Pablo, esto es, el cambio que paulatino o repentino sólo se produce en última instancia, por
la gracia de Dios.
Fa y James ya están en otro de los ramilletes de la pintura de Holanda, los cuadros de Vermeer, obras
que cuelgan como tenues latidos en las paredes. La escueta producción del Maestro de Delft, alberga tan
sólo un par de obras de explicita temática religiosa y sin embargo, es en el resto, donde la espiritualidad
desborda a la pintura. Vermeer consigue que la luz redondeé sus lienzos penetrando la dermis de las
sirvientas, los panecillos y las telas. Sucede con los ladrillos de su Pequeña calle, los tejados de La vista
de Delft y las paredes encaladas. No conviene pasar por alto que más de la mitad de los hombres y las
mujeres ven las cosas de un modo increíble -al menos para la época- y es aquí donde radica la
importancia del autorretrato de Rembrandt y la Lechera de Vermeer, pues nos recuerdan que tanto las
nubes como los hombres y los panecillos forman parte de Dios. Sin esta perspectiva espiritual, resulta
algo seco el paisaje de Harleem, inalcanzable la refrigerante savia que bandea por sus umbrías, no se oyen
los jadeos del perro, ni se transita por el cableado negro tras las pupilas de la señora Bas, no se oye el
chorrito que se desploma desde la jarra de la lechera, ni se siente en los intersticios de los dedos el aire
frío y húmedo del gran molino de Van Goyen o la sonrisa de James, o la de Helene ahora que se acerca a
su hijo y mira su escueto porte con la cabeza ladeada. ¿Qué estará pensando mi pequeño? -se interroga.
James siente levedad cuando observa los cuadros mágicos, como si en el velador de los millones de
lucecitas del corazón, prendiese sólo con mirarlos, una o dos, haciendo ascender el aire de su alrededor.
La lechera representa una labor doméstica, no obstante, la naturalidad con que la chica vierte el líquido,
el aplomo de su postura y un espíritu conciso, la convierten en una mujer de valía. Vermeer, pintar, pinta
igual que ella cocina. James no se a percatado de todo esto, sin embargo, se da perfecta cuenta del cariño
que su madre pone en las cosas que hace. Puede sentirlo con el entendimiento y el paladar. Él, la
corresponde a su manera, sobre todo con los alimentos, construyéndose bocadillitos de panceta con el pan
untando en las lentejas estofadas, escogiendo las cebollas más bonitas, limpiando las alcachofas como se
le ha enseñado, oliendo las tortillas de patata desde el centro, sonriéndole a las croquetas, siendo un niño
extremadamente obediente con su mamá. Sí en su madre, que hace todos los días la comida, transita el
mismo amor, concentrado y bueno que pone la lechera en su tarea, no ha de extrañarnos que la visita al
Museo de Ámsterdam y en particular, el contacto con determinadas obras, aún siendo consideradas no
aptas para niños, sirvan para que James y Fa se sientan acogidos, confiados y dispuestos a un calor
positivo. Helene se siente reconfortada y comprendida delante de ella y de los maestros, como cuando
James le pregunta por las frutas, las setas, los orejones, anacardos, las trufas o los guisantes, o llega
corriendo desde la puerta hasta cocina para darle un beso e inhalar fuerte cuando la cocina huele a Jerez,
bacalao, a pimentón, torreznos, ajo o romero. Ella sabe que James servirá para la vida. Siente que su hijo
se va a dar cuenta de los almendros de los valles, las aves, los ojos de Rembrandt y la cofia de la Lechera
sobre el fondo blanco, está segura porque es su madre y tiene datos que corroboran su corazonada
perpetua con el chico, pues muy pocos pasan el dedo por las vetas de las manzanas y las berenjenas como
queriendo tocar el color y casi ninguno huele los pimientos y pasa tanto tiempo sólo y en silencio, como
si nada. Lleva con el corazón volcado nueve años, desde que nació y Howard, como una premonición, le
espetó que parecía un bebé pensativo. Aunque los rorros no tienen nada sobre lo que pensar, el semblante
introvertido de James era su faz profunda. Helene no alberga dudas pues lleva observando sus ojos desde
entonces. James mira a la chica del cuadro con la cabeza ladeada y los ojos hacia arriba.
- En la sala de al lado hay una calavera con diamantes –informa Fa.
- Ahora voy.
Helene, se lamenta de que La pequeña calle que tanto aprecia, haya sido cedida para una exposición
temporal en el Hermitage de San Petersburgo, museo en el que se apilan más de cuatro docenas de
Rembrandts, algunos a contraluz.
Llegada hasta él, le dice en voz baja:
- Observa la cofia blanca sobre el fondo blanco, es difícil conseguir un contraste tan exquisito con
el mismo color. Solo la cofia y la pared son más admirables que cientos de cuadros. Si aguzas la
vista puede verse la marca de algo que estuvo colgado en la pared.
- ¿Por qué no echa la leche más deprisa?
- Puede que esté terminando de verterla o comenzando, por la inclinación y panza de la jarra diría
que lo primero, parece un movimiento extendido.
- ¿Qué quieres decir?
- Que da la sensación de estar midiendo la cantidad de leche porque va a hacer algo con ella, una
receta y necesita la cantidad justa.
- ¿Va a hacer torrijas?
- Puede ser, tiene leche, pan duro y una hermosa cazuela de barro para poner al fuego y luego
reposar las rebanadas en remojo.
- Qué ricas... seguro que le salen bien.
- Estoy de acuerdo, sabrán a gloria.
- A lo mejor el pintor probó sus torrijas y le gustaron tanto que le hizo un cuadro.
- ¿Un homenaje a las torrijas de esta mujer?
- Si estaban tan ricas...
- Seguro que estaban deliciosas, pero el cuadro es algo más..
- ¿Qué?
- Expresa gratitud, por las torrijas, pero sobre todo por la manera de hacer las cosas.
- ¿Era buena cocinera?
- Si, mira con que dulzura su mano izquierda recoge la panza de la jarra, el gesto sereno, la
postura correcta y acertada decisión de sacar del pan duro, un dulce sencillo y jugoso. Además
Vermeer a sido capaz de pintar una luz que lo impregna todo como la leche al pan de las torrijas.
- Es diferente a la del pueblo.
- ¿El qué?
- La luz.
- Si hijo, sólo algunos días nuestra luz se parece a la de Holanda.
- ¿Por qué la luz es diferente?
- La luz es toda igual lo que la hace cambiar es la situación de la atmósfera de las ciudades, el
relieve, la polución...Holanda está más al Norte que Villamón y pegada al mar, lo que hace que
se le llene el cielo de nubes espesas y bajas que tamizan la luz del sol dándole ese baño perlado
que se cuela por los cuarterones de la ventana.
- ¿Por qué se les llena el cielo de nubes?
- Porque igual que hay corrientes de agua en los mares, las hay de aire en el cielo y ese aire, las
trae a Holanda.
- ¿Por qué?
- Porque...un aire está más frío que otro y se mueven como los fideos de la sopa cuando hierven.
Si te das cuenta los fideos que vienen de abajo ascienden hasta la superficie del agua y vuelven a
bajar dando vueltas todo el rato porque abajo, el agua está más caliente que arriba. El aire del
ecuador está siempre caliente y el de los polos siempre frío lo que provoca que el aire de la tierra
esté en continua circulación, arrastrando las nubes hasta Holanda como si fueran los fideos en la
sopa.
- ...¿y de donde viene el calor que hace que el viento se mueva como el agua de la cazuela?
- Del sol James y un poquito del interior de la tierra.
- Entonces el sol calienta el aire que mueve a las nubes y trayéndolas hasta aquí.
- Si, pero no quedan en el cielo, algunas se deshacen al llover y se cuelan en la tierra, los ríos,
océanos, lagos, los canales..
- ¿En que piensa?
- Nadie lo sabe.
- ¿Ni tú?
- Ni yo.
- ¿Está triste?
- Puede.
- ¿Por qué?
- No sé.
- ¿Tiene novio?
- Probablemente.
- A lo mejor se había marchado en el barco del príncipe Willem a China.
- A Indonesia.
- Eso a Indonesia.
- Puede ser.
Helene repiensa en la fluidez del chorro como una metáfora sobre el equilibrio y buen hacer que
algunas personas ejercen sobre su propia vida.
- Mira James los panes refulgen.
- ¿Qué es refulgen?
- Que parece que brillan.
- Es verdad, tienen motitas brillantes, ¿qué es la caja del suelo?
- Un molinillo.
- Mira mamá, había cosas en la pared porque hay agujeros como en la despensa de casa.
- Si hijo, algo había que ya no está.
- ¿Es una chapuza?
- Debería tener los agujeros tapados, pero está excelentemente pintada.
- ¿Por qué pintó una chapuza?
- A veces da igual lo que se pinte si se hace como Vermeer. Los Japoneses tienen un plato muy
rico que se llama Okonomiyaqui que se puede traducir como: Pon todo lo que encuentres.
- ¿Y?
- Que hay cosas como la pared o el okonomiyaqui que aunque a priori, carezcan de nobleza, bien
tratados resultan deliciosos para la vista y el paladar y esta señora haciendo torrijas es una de las
mujeres mejor pintadas que hay. ¿Te gusta?
- Si, pero me gustan más los árboles de antes.
- La vista de Haarlem.
- Si.
Caminando hacia la última sala, piensa en los negros ojos de la señora Bas, aquellos diminutos bígaros
con la espiral de la concha desenvuelta hacia el paisaje de su vida.
James y Fa ya están aburridos de ver cuadros, pero de repente, una última pintura les capta la atención.
Una guinda contemporánea que no se parece a nada, un lienzo de Piet Mondrian. Se trata de un cuadrado
regular girado 45º, de modo que la base es el vértice. Es blanco con veladuras y lo surcan dos rayas
negras de un par de centímetros. Un triangulito azul azulón como un trozo de lapislázuli sobre el hielo, se
aposta cerca del vértice izquierdo.
- Qué cuadro más raro...
- Es un Mondrian, fue pintado en 1.926.
- ¿Qué es?
- Es una composición.
- ¿Qué es una composición?
- Una delicadeza.
- No entiendo.
- Puede representar uno o varios pensamientos o sentimientos, puede ser una reducción de la
realidad o simplemente una mezcla de elementos, colores, texturas, formas...todas estas opciones
reciben el nombre de obra abstracta.
- Y, ¿qué es?
- No es fácil de explicar..
- Quiero saber lo que es mamá..
- ¿Te gusta James?
- Si mucho, es como un polo de agua y tiene sus cositas.
- ¿Qué quieres decir hijo?
- Que también tiene trozos mágicos como Rembrandt.
- ¿Cuales?
- Los blancos mamá.
- Lo dices por las veladuras del blanco, esos lugares que no están pintados de blanco tupido como
la aleta de un coche o un paso de cebra, ¿no?
- Eso, a lo mejor es su manera de dar gracias a Dios por pintar..
- Puede ser, ¿sabes?, Mondrian antes de pintar estos cuadros tan exquisitos, pintó un árbol de
distintas maneras y un molino en un paisaje nocturno que ha sido descubierto hace poco..
- ¿El mismo árbol?
- Si, el mismo muchas veces de diferentes maneras.
- Y el molino...¿cómo el molino que dijiste que era delicioso?
- Algo así, mira es aquel cuadrito de enfrente.
- ¿Cuando lo pintó?
- Veinte años antes de la composición. ¿Cual te gusta más?
- El molino es diferente a los demás molinos del museo..
- Claro, bien visto, este pintor estilizaba lo que pintaba, no como los anteriores que pintaban
atendiendo a la verosimilitud.
- ¿Qué es verosimilitud?
- Cuando una cosa se parece a la realidad, por ejemplo un dibujo de un árbol al árbol de verdad o
una descripción a los hechos, se dice que es verosímil.
- Parece que el agua del río esta hecha de cielo..
- Es violácea luz de luna.
- Pero este es como un polo de agua y si lo pintó mucho después, será mejor...
- Puede que si y puede que no..
- No entiendo..
- Pues puede que sea la misma cosa pintada de diferente manera.
- ¿Entonces la composición es un molino?
- En cierto modo sí. Verás, Mondrian a veces estilizaba las cosas que pintaba..
- ¿Por que se le ponía?
- No me gusta esa expresión..
- Perdón...
- Empezó a pintar su árbol de una manera verosímil, después volvió a pintarlo quitándole hojas,
algo de cielo, viento y ramas, y volvió y volvió a pintarlo estilizándolo hasta el máximo, de tal
manera que solo quedó un fondo blanco y unas líneas rectas.
- ¿Cómo una T ?
- Algo así, pero no sólo estilizó el árbol, has de tener en cuenta que el árbol primero estaba inserto
en el cielo y asido a la tierra, todos esos datos e incluso las sensaciones de los mismos, han sido
recompuestos.
- ¿Entonces hay un molino dentro?
- No se sabe, ¿recuerdas el cuadro de la Lechera?
- Si, el de la señora haciendo torrijas.
- Bien, pues Mondrian hizo estilizaciones de ese y otros cuadros de Vermeer, de las sirvientas, la
luz, los colores la situación de las cosas...
- ¿Eso se puede hacer mamá?, ¿se puede cambiar una señora por un cuadrado o un color?
- En cierto modo sí..
- ¿Cual te gusta más, la lechera o los cuadrados de la lechera?
- La lechera hijo, pero los cuadrados también tienen su interés, ¿a ti?
- A mi me gusta el polo de agua porque se puede jugar con él.
- ¿Qué quieres decir? –A Helene le brotan dos hoyuelos en la sonrisa.
- Adivinando que hay dentro.
- A ver, ¿qué es?
- Es una pared con la cola de una ballena azul saliendo por la esquina..
- Ahora tú mamá, ¿qué hay dentro?
- No sé...la uña del dedo gordo del pie del Moisés de Miguel Ángel.
- ¿Y las rayas?
- Son dos minas de grafito cruzadas sobre el mármol. Llama a tu hermana hijo.
- Voy, también puede ser la Luna con cinta aislante.
James se aproxima a su hermana.
- Fa, dice mamá que vengas, estamos jugando al veo-veo con un cuadro de Mondrian.
- No puedo.
- ¿Por qué?
- Porque no, ¿quien es Mondrian?
- No sé, uno, ¿qué vas a pedir de postre cuando vayamos a comer?
- Tarta de tiramisú.
- Eso no vale...
- ¿Por qué?
- Porque la tartas son muy grandes.
- Me da igual.
- ¿Y tú?
- Todavía no lo sé, a lo mejor trufas, ¿vamos?
- Bueno...
- Mira Fa, el artista que hizo esta obra pintó mucho antes aquel molino, pero llegado un tiempo
decidió estilizar las cosas e incluso representar los pensamientos y los sentimientos con rayas y
cuadrados de colores. Tu hermano dice que pudiera haber estilizado a una ballena..
- Una ballena azul.
- ..de la que sólo se ve la cola y yo digo que pudiera ser una parte de una escultura de mármol.
- También puede ser la Luna con cinta aislante.-insiste James-.
- ¿Y?
- Tú que dices hija...
- Yo digo que es una señora asomándose a un pozo de hielo vista desde abajo, desde el fondo
blanco, se ve sólo su sombra porque fuera hay niebla y las líneas negras son las rejas para no
caerse en el agujero, es invierno.
- ¿Y el azul? -replica James.
- El azul no importa, es para hacer bonito.
- Mamá a que si importa el azul..
- Puede..
- Pero si está ahí es porque es de algo..
- Claro James, pero ese algo puede ser una sensación, una realidad o un pensamiento, el azul
puede ser el frescor, el cielo o el cachito de color necesario para compensar el blanco, es decir
para hacer bonito, una armonía, como dice tu hermana, que también importa.
La prole está cansada, ya no posa la atención sobre nada que no sean cosas de niños. Miran a los
guardas, las diferencias de los marcos de los cuadros, el techo y se cuidan de no pisar las juntas de las
baldosas. Helene se concede los últimos minutos ante Titus, el querido hijo de Rembrandt. Le capta la
frugalidad de las flores que orlan su seráfico rostro, adolescentemente introspectivo, pálido y blando
como el vientre de un rodaballo. Piensa en el amor hacia los hijos como uno de los bienes más valiosos de
la vida. Atrasa un paso y se dirige a la salida.