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131 B. APL, 44(44), 2007 B. APL, 44. 2007 (131–152) AIMARA Rodolfo Cerrón–Palomino Academia Peruana de la Lengua «La lengua Aymará es la más general de todas, y corre desde Guamanga, principio del obispado del Cuzco, hasta casi Chile ó Tucumán; es bien diferente de las otras lenguas, aunque toma algunos vocablos de la quichua, variando la declinación y formación pero no la significación». Ramírez ([1597] 1906: 297) 0. La voz aimara alude actualmente a la segunda lengua ancestral más importante del área andina, y, por extensión, al conjunto de los pueblos de los Andes sureños que, distribuidos entre los países del Perú, Bolivia y Chile, se sirven de ella como idioma materno, con una demografía significativa de algo más de dos millones de hablantes. Es más, modernamente, en el imaginario político de los países involucrados, en especial en su región altiplánica compartida, se habla también de una «nación aimara», por encima de sus fronteras territoriales, y cuya unidad reposaría precisamente en el uso de la lengua común así llamada. Originariamente, sin embargo, la palabra no hacía referencia a la lengua ni menos a los pueblos que se valían de ella, y a lo sumo aludía, como lo hemos reseñado ampliamente en otro lugar (cf. Cerrón–Palomino 2000: cap. I), a un grupo étnico de la región sureña del actual territorio

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«La lengua Aymará es la más general de todas, y corre desdeGuamanga, principio del obispado del Cuzco, hasta casi Chile óTucumán; es bien diferente de las otras lenguas, aunque tomaalgunos vocablos de la quichua, variando la declinación yformación pero no la significación».

Ramírez ([1597] 1906: 297)

0. La voz aimara alude actualmente a la segunda lengua ancestralmás importante del área andina, y, por extensión, al conjunto de los pueblosde los Andes sureños que, distribuidos entre los países del Perú, Bolivia yChile, se sirven de ella como idioma materno, con una demografíasignificativa de algo más de dos millones de hablantes. Es más,modernamente, en el imaginario político de los países involucrados, enespecial en su región altiplánica compartida, se habla también de una«nación aimara», por encima de sus fronteras territoriales, y cuya unidadreposaría precisamente en el uso de la lengua común así llamada.

Originariamente, sin embargo, la palabra no hacía referencia a lalengua ni menos a los pueblos que se valían de ella, y a lo sumo aludía,como lo hemos reseñado ampliamente en otro lugar (cf. Cerrón–Palomino2000: cap. I), a un grupo étnico de la región sureña del actual territorio

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peruano. En la nota que sigue, tras un excurso sobre el tema, nos ocuparemosde la etimología formal y semántica del nombre, cuya dilucidación habíaquedado pendiente, reclamando un mejor escrutinio de los datos. Creemosestar ahora en condiciones de ofrecer los elementos de juicio que permitenresolver, al menos en calidad de hipótesis, los arcanos que encerraba la vozque nos ocupa.

1. La voz aimara como glotónimo. El nombre con el que se designadesde tiempos coloniales a una de las tres «lenguas mayores» del antiguoPerú es el de aimara, escrito entonces como <aymara>, alternando con<aymará>. La primera documentación de su uso como tal remonta a 1559,bajo la pluma del Lic. Polo de Ondegardo, en su conocido tratado sobrelas creencias de los antiguos peruanos, donde cita algunos términosatribuidos a la lengua «Aymarà de los Collas» (cf. Polo de Ondegardo [1559]1985: 270). Conocida previamente como «lengua de los Collas», osimplemente «lengua colla» (cf. Díez de San Miguel [1567] 1964: 194, 227),es posible que la designación de <aymará>, primero como simple alternativay luego como sustituto de la frase alusiva al supuesto gentilicio, antedate ala fecha mencionada, de manera que, con el tiempo, ya no sería necesariala especificación referida a los collas1, como se desprende de otro pasajedel propio Polo de Ondegardo (op. cit., 271), en el que hace mención a lalengua «Aymarà» a secas. ¿Significa esto, entonces, que la lengua no teníanombre propio, ya que para aludir a ella había que especificar el gentiliciocon el que se le asociaba? La respuesta no se deja esperar: como se sabe, losglotónimos, aquí y en todas partes, derivan de los gentilicios, y se forjan enla necesidad de los pueblos de identificarse o de ser identificados frente alos otros. No debe extrañar entonces que la entidad que conocemos ahoracomo aimara careciera de nombre propio, al igual que ocurría con su vecinaquechua, como tendremos ocasión de ver en otro lugar.

1 La expresión «lengua de los collas» requiere también de una explicación, pues adolecede una asociación equívoca. En efecto, como lo vienen demostrando los estudioslingüísticos y etnohistóricos (cf. Torero 1987: 343-351, Bouysse–Cassagne 1988:1, § III), la lengua de los collas originarios, habitantes de la región noroeste dellago Titicaca, habría sido la puquina, antes de su aimarización lingüística previaa su quechuización ulterior.

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En efecto, en cuanto al nombre aimara, éste es el resultado de unaforma regresiva a partir de <aymaray>, con acentuación llana (es decir[aymáray]), que es como la registra el cronista indio Guaman Poma ([1615]1936: 74, 269, 329, 433, 521 y passim), cuando no la castellaniza expresamentecomo <Aymara> (op. cit., 100, 101, 128, 153 y passim). Dicho nombre hacíaalusión a un grupo étnico particular, referido precisamente como <Aymaraes>por cronistas como Betanzos ([1551] 2004: I, XVIII, 129) y Sarmiento deGamboa ([1570] 1965: [35], 240). La etnia en referencia, cuyo territorio pasóa llamarse «provincia de Aymaraes», según usanza de la época, ocupaba elcurso alto del río Pachachaca, que en su trayectoria recibe también el nombrede Abancay, y fue conquistada por Capac Yupanqui, hermano del incaPachacutiy (cf. Garcilaso [1609] 1943: II, X, 148). La designación, adaptadaal castellano a partir de <aymarays>, tal como la registra Guaman Poma,con la añadidura del plural gentilicio –s (como en «los chancas», «loscharcas», «los lipes» o «los camanchacas», etc.), ha quedado perennizadacomo el nombre de una de las siete provincias del actual departamentoperuano de Apurímac. En dicho proceso de adaptación, quitado el pluralgentilicio, la –y final fue vocalizada como [e], deviniendo en <aymarae>,base sobre la cual podía agregarse cómodamente la marca gentilicia,obteniéndose <aimaraes>, pero induciendo, de refilón, un falso análisisen la forma de aymara–es, donde –es aparece ahora como mero alomorfo dela desinencia plural castellana. De aquí se estaba a un paso de la adaptaciónfinal: quitada dicha terminación, quedaban expeditas <aymará>, conacentuación aguda, o su variante llana <aymara>, convertidas en la formabásica del nombre. La primera opción, todavía en boga hasta mediados delsiglo XX, como lo explica nuestro colega y amigo Enrique Carrión (1983:187), surge de la atracción acentual que ejerce el segundo diptongo [ay] de<aymáray> para devenir en <aymaráy>, con pérdida posterior de lasemiconsonante final2; la segunda variante, a su turno, con modernizaciónortográfica en la forma de <aimara>3, es la que se ha impuesto finalmente.

2 Fenómeno nada infrecuente en la adaptación castellana de los nombres de origenquechua y aimara, como lo prueba, por ejemplo, el topónimo de la costa central peruanaLunahuaná, a partir de una fase intermedia como *runa wana–y ‘(lugar) donde escaseala gente’. Para ejemplos similares, ver Cerrón–Palomino (2004b: § 4.3.4).

3 En efecto, ésta es la forma, ortográficamente correcta, que se ha impuesto por lomenos en el Perú, salvo prácticas aisladas y esporádicas que, descaminadas en el

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Ahora bien, hasta aquí nos hemos referido solo a la asimilación delnombre dentro del castellano, el mismo que, según se vio, de etnónimodevino en glotónimo. Sin embargo, queda la pregunta con respecto a lamotivación que dio origen a la transposición semántica del término. Enefecto, ¿por qué razón el gentilicio prehispánico de los <aymaray> fuetomado por los españoles como base del nombre de la lengua queconocemos como aimara? La misma interrogante se formularon en sumomento estudiosos como Markham ([1871] 1923: Apéndice) y Tschudi([1891] 1918: 146–167). La tesis que el historiador británico ofrece enrespuesta a dicha pregunta, y que luego será suscrita por el viajero suizo, esque la designación de aimara para referir a la lengua le fue impuesta a éstapor los misioneros aimaristas de Juli (Puno), en forma arbitraria, desde elmomento en que habrían tomado el nombre de uno de los grupos decolonos prehispánicos procedentes de la «provincia» de Aimaraes,transportados allí por los incas en calidad de mitmas, y de quienes se habríanservido aquéllos en su aprendizaje del idioma. Observa el mismo autor,sin embargo, que tales colonos y sus descendientes, originariamente vecinosy aliados de los quechuas de la región de Apurímac, apenas habríancambiado su lengua quechua materna por la del aimara de su nuevaresidencia. De esta manera, concluye Markham, se designaba un idiomacon un nombre desprovisto de toda motivación histórica y lingüística.

Pues bien, ¿hasta qué punto es válida la tesis del ilustre historiadorsajón? En verdad, estudios posteriores se encargarán de desecharla, porcarecer de sustento. Así, Middendorf ([1891] 1959: II), sobre la basedocumental proporcionada por las «Relaciones Geográficas» (cf. Jiménezde la Espada [1881–1897] 1965), demuestra que en verdad el antiguoterritorio ocupado por los aimaraes era de habla aimara, por lo menosantes de su quechuización, como lo estaría probando la toponimia de laregión4. Por su parte, José María Camacho, el estudioso boliviano que

tiempo, persisten en el empleo de la otra variante (¿y por qué no entonces seguirescribiendo <quichua> y no <quechua>?). No así en el país boliviano donde,sobre todo entre los aimaristas, escribir <aymara>, con <y> y no con <i>, parecehaberse convertido en símbolo de reivindicación idiomática.

4 Así, por ejemplo, al hablar del nombre de la provincia de Cotabambas, quelimita con la de Aimaraes, comenta, y con razón: «También este nombre pertenece

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anota la versión castellana del libro de Markham, en particular el «Apéndice»en el que desarrolla su tesis, llama la atención sobre dos cosas puntuales eimportantes: (a) que en verdad los jesuitas se asentaron en Juli solo en1577; y (b) que quince años antes ya se designaba a la lengua como aimara,por lo que los jesuitas no serían responsables de la festinación del nombre,sin descartar que luego se habrían encargado de afianzarlo (cf. op. cit., nota1, 142). Sobra decir que las investigaciones contemporáneas en materia deaimarística se encargarán de confirmar las observaciones adelantadas portales estudiosos.

En efecto, si bien el glotónimo se documenta desde 1559, según sevio, su empleo como tal, aparece ya bastante generalizado al finalizar elsiglo XVI, para afianzarse plenamente en el XVII. Paralelamente, el términoirá adquiriendo otro valor, esta vez de la lengua al grupo social, pues secomenzará a hablar de las «naciones aimaraes», englobando dentro de ellastodavía a los «aimaraes» originarios. Tal es lo que advertimos, por ejemplo,en las «Annotaciones» a las traducciones aimaras del Sínodo convocadopor el arzobispo Toribio de Mogrovejo, donde aparecen listadas lassiguientes «naciones»: aimaraes, canchis, canas, contes, collas, lupacas,pacajes, charcas, carangas, quillacas, y otras cuyos nombres étnicos no semencionan (cf. Tercer Concilio [1584] 1985: 78). Años más tarde, el primergramático de la lengua hará referencia, de manera cómoda, a la «naciónAymara», como una unidad supraétnica, «aunq[ue] estendida en varias, ydiuersas prouincias» (cf. Bertonio [1612] 1984: «Al lector»)5. Notemos depaso, en el pasaje citado del Tercer Concilio, cómo «aimaraes» y «contes»figuran como «naciones» de habla aimara, demostrando así la tesisequivocada de Markham: la designación de <aymara> de la lengua que hoy

al aymará, pues kota es lago o laguna, mientras el mismo significado en quechuaes «kocha», ya que el sonido ch del quechua, pasado al aymará, en diversaspalabras, se convierte en un sonido simple de t» (cf. Middendorf, op, cit., II, 71).Aclaremos de paso, sin embargo, que la voz aludida remonta a *quca, de la cualderivan ambas versiones mediante reglas fonéticas precisas (cf., para el aimara,Cerrón-Palomino 2000: cap. V, § 1.2.1).

5 Que el proceso fue gradual nos lo ilustra el documento oficial de la tasa de la visitadel virrey Toledo ([1582] 1975): en dicho registro fiscal, al mismo tiempo que losantiguos lupacas y pacases son censados como «aimaras», los carangas, charcas y quillacasaún siguen siendo consignados con su nombre étnico respectivo.

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conocemos como tal, lejos de haber sido inmotivada, le venía más bien demodo natural.

Pues bien, las referencias hechas en el párrafo precedente demuestranque la visión tradicional que se tiene actualmente del aimara como lenguaoriginariamente altiplánica no tiene sustento. Ahora sabemos que lasantiguas «provincias» de los «aimaraes», «contes», «canchis», «canas» y «collas»se quechuizaron definitivamente durante los siglos XVI y XVII. Es más,gracias a la evidencia aportada por otros documentos, así como por latoponimia debidamente analizada, hoy podemos sostener no solo lapresencia de la lengua en la región del Cuzco, erigida como idioma oficialpor los incas antes de su quechuización posterior (cf. Cerrón–Palomino1998, 1999, 2004a), sino en toda la región de los Andes Centrales, comolo señalaba el clérigo Balthazar Ramírez (ver epígrafe) y lo advertía despuésMiddendorf (op. cit., II). De hecho, la presencia del jacaru–cauqui en plenaserranía limeña (Yauyos) es el mejor testimonio de la antigua raigambrecentro–andina de la lengua, antes de su fragmentación posterior debido a laincursión del quechua.

Nótese ahora que, como resultado de los acontecimientos referidos,por aimara se comprende exclusivamente, en los medios ajenos a los de laespecialidad, la variedad altiplánica por excelencia. Con el avance de losestudios en materia de lingüística andina, que demostró de manera terminanteque el jacaru–cauqui, lejos de ser un resto de habla de mitmas transplantadosdel altiplano, como se pensaba, constituía más bien la prueba palpable de lapreexistencia del aimara en la zona, surgió, entre los especialistas, un falsoproblema de carácter designativo: ¿cómo debía nombrarse el conjunto jacaru–cauqui/aimara (altiplánico), siendo ambas ramas miembros de una mismaentidad (familia) idiomática? La pregunta tuvo dos propuestas como respuesta:por un lado, Martha Hardman ([1966] 1975, 1978) acuñó el término jaqi (yasí ella habla de las «lenguas jaqi»); y, por el otro, Torero ([1970] 1972) postulóaru (de allí el uso de «lenguas aru»); en ambos casos se echaba mano de unapalabra aimara significando ‘gente’ y ‘palabra’, respectivamente. En otro lugar(cf. Cerrón–Palomino 1993) hemos discutido ampliamente lo inadecuado einnecesario de ambas designaciones, por lo que no volveremos a tratar deello aquí. Baste con señalar que nuestra posición es a favor del uso del mismo

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nombre de aimara (y entonces hablamos de «lenguas aimaras» o «aimaraicas»)para designar a toda la familia, así como había ocurrido previamente con elde quechua a la hora de intentar agrupar todos los miembros de la familiabajo un mismo rótulo6.

2. Etimología. Luego de haber trazado la historia de la evolucióndel nombre señalando su motivación inicial, su ampliación semántica comoglotónimo y como sello de nacionalidad, así como también su adaptaciónformal dentro de la fonética castellana, resta ahora abordar el tema centralde la presente nota: la etimología primordial del término, en este caso suprehistoria. Pues bien, como mencionáramos al inicio, al ocuparnos de la«historia del nombre» en nuestro estudio de conjunto sobre la familiaidiomática (cf. op. cit., cap. I, 27–41), dejábamos en suspenso el problemaplanteado. En lo que sigue quisiéramos retomar la pesquisa pendiente,ofreciendo esta vez, previo análisis fonológico, gramatical y semántico, elétimo prístino aproximado del término. En primer lugar, siguiendoprocedimientos anteriores, evaluaremos las etimologías previamentepropuestas y luego pasaremos a formular la nuestra.

2.1. La «lengua de Adán». Para los aimaristas tradicionales el nombrede la lengua provendría de la frase *jaya mara aru, que literalmentesignificaría «la voz o palabra de lejano tiempo»: tal es lo que nos dice, porejemplo, Tarifa Ascarrunz (1969:14), en el lado boliviano, y que suscribeDeza Galindo (1989, 1992), en el lado peruano. La expresión, sin embargo,es a todas luces la traducción antojadiza de una vieja creencia, según lacual el aimara sería, en efecto, la lengua primordial de la humanidad. Siendode suyo absurda e insostenible, cabe preguntarse cómo y cuándo se forjaesta opinión en el imaginario de tales aimaristas. La respuesta no se dejaesperar: es, por así decirlo, el respaldo «lingüístico» de las ideas de EmeterioVillamil de Rada, minero aventurero y diplomático boliviano nacido enLima, que en el último tercio del siglo XIX publica un libro con el título

6 A nadie se le ocurrió entonces, comenzando por el propio Torero, acuñar otro rótulo,que siguiendo igual lógica habría sido simi, pues se prefirió seguir empleando el mismonombre tradicional, aun cuando muchos dialectos quechuas ostentan una designaciónparticular.

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elocuente de La lengua de Adán y el hombre de Tiahuanaco (Villamil de Rada1888)7. En dicha obra (reeditada en 1939), sostiene el autor que el aimaraera nada menos que la «lengua primitiva que hablaba Adán» (cf. Rivet yCréqui–Montfort 1951: II, 141–142) Llegaba a tal conclusión luego de«demostrar» que las lenguas indoeuropeas derivaban del aimara (y del quechua,que a su vez provendría de éste), y cuyo pasaje al viejo mundo se habría hechoa través de la perdida Atlántida8.

Pues bien, no hace falta detenernos en la discusión de una idea tanperegrina como la propuesta, pues basta recordar que, en este caso, elmencionado escritor, hombre de su tiempo, solo recogía una idea queflotaba en el ambiente de los círculos académicos de la época. Como él,entre otros, el uruguayo Vicente Fidel López (1871) y el peruano PabloPatrón (1900), si bien no llegaban a tanto, sostenían que nuestras lenguasmayores estaban emparentadas con las lenguas del viejo mundo. Por lodemás, el trabajo «probatorio» de los parentescos supuestos ofrecidos portales autores constituye un buen ejemplo de lo que podríamos llamar unaverdadera paleontología lingüística.

Una vez explicado el entuerto, ocioso será también invalidar laetimología formal de *jaya mara aru, expresión artificial desprovista de todorespaldo documental, y que no resiste el menor análisis de forma ysignificado, cosa que naturalmente eluden sus proponentes. Quien sinembargo trató de hacerlo, sin éxito anunciado, fue el etimologista peruanoDurand, afincado en La Paz. En efecto, este autor, haciéndose eco de las

7 Señalemos, de paso, que la atribución del aimara a los fundadores de Tiahuanaco esotra de las tantas falacias que todavía embelesan a etnohistoriadores y arqueólogos,sobre todo del lado boliviano, pasando por alto la presencia innegable de la terceralengua más importante de la región: la puquina (cf., para una amplia discusión sobreel tema, Cerrón–Palomino 2000: cap. VII).

8 Una perla que ilustra la «prueba» aportada es el siguiente pasaje: «Dichas dos lenguas—el griego y el latín—, de universal vida y accion histórica e intelectual, aún funcionanteen la frase forense y tecnológica y en toda fórmula del arte y la ciencia, de la historia yde la filosofía y sus respectivos lenguajes, del relativo interrogante khitis del Aymará, separtieron por mitad sus propios relativos. Tomó para sí Quis y el qui el Latín, y Tis elGriego para interrogar ¿quién es? —En su mismo Aymará preguntada ella – ¡QuiTis? Responde: La lengua de Adán» (op. cit., 247).

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ideas de Villamil de Rada, postula *aya–mara como el étimo del nombre,con el significado de «los de tiempo inmemorial» (cf. Durand 1921: cap. I, 7),que obviamente serían los aimaras y su lengua. Proponiendo asociacionesléxicas arbitrarias e invocando «ecuaciones» caprichosas, con estrujamientosde forma y significado, que se atribuyen indistintamente a favor del quechuay del aimara, identifica el primer elemento del compuesto, es decir aya, como‘muerto’ o haya como ‘quinua silvestre’; y el segundo componente, o seamara, como ‘estrella, año, tiempo’, en aimara, que vendría a correspondersecon wata ‘año’, en quechua. No contento con ello, trae a colación a Bertonio,en nota a pie de página, a propósito del verbo <ayma–> (cf. Bertonio [1612]1984: II, 28), para interpretarlo a su albedrío, agregando que aimara podríasignificar también el «bayle y la canción del me voy o del adiós» (nota 4, 7). Esdecir, la vieja práctica de los etimologistas aficionados: aportar cuantaetimología se les ocurra, sin evaluarlas previamente, no importando cuánfantasiosas pudieran ser.

Tales han sido, en suma, los únicos intentos por etimologizar elnombre en estudio. Como se dijo, la idea de la «lengua de Adán» sigueteniendo vigencia entre los aimaristas a un lado y otro del Titicaca9. Elloexplica también su proclividad a querer interpretar los topónimos, no soloya de toda la América del Sur, sino también las del Norte, a partir delaimara10. Mientras tanto, en las esferas de mayor nivel académico, nadiemás se aventuró a indagar sobre el origen del nombre, con la excepción de

9 Pero no solamente entre los gramáticos tradicionales, pues lo mismo podemos decirdel «proyecto Atamiri», del experto boliviano en informática, Iván Guzmán de Rojas,para quien el aimara sería la única lengua del mundo dotada de una sintaxis«algorítmica» de base lógica trivalente (cf. www.atamiri.cc). Lo que no advierte elmencionado experto es que, siguiendo su razonamiento, y sin ir muy lejos, el quechuatambién tendría la misma propiedad que se le atribuye al aimara. Ocurre que enambos casos, aparte de las proposiciones afirmativas y negativas, cabe otra «valencia»:la de los juicios probables; pero ello también se da en toda lengua, con la únicadiferencia que en los idiomas andinos su gramaticalización se hace a través de morfemasespeciales.

10 Para muestra, un botón: el topónimo Ottawa (Canadá) es explicado, en tales predios,como proviniendo del aimara *uta–wa ‘(es una) casa’; asimismo Alaska (EstadosUnidos) se interpreta a partir de *ala–ska- ‘estar comprando’. Para más ejemploscon lindezas semejantes, ver Deza Galindo (1992: Apéndice).

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Markham, según se vio, secundado por Tschudi. En efecto, ni Middendorf,reivindicador de la toponimia aimara en la sierra centro–andina, ni Uhle([1910] 1969), su seguidor más entusiasta, ensayan hipótesis al respecto, y alo más parecen dar por sentado el origen aimara del nombre. No extrañaeste silencio, desde el momento en que, como se verá, su desentrañamientoreclamaba el conocimiento de la historia evolutiva de la lengua, para locual había que esperar aún hasta fines del siglo pasado.

2.2. Resolviendo el enigma. Nuestro cometido en esta sección esindagar sobre la etimología prehistórica de la palabra, más allá de laaveriguación hecha hasta aquí sobre la base de su documentación inicial,primeramente como puro y simple etnónimo, es decir <aymaray>, y luegocomo portador de los valores ulteriores de idioma y de «nación». En nuestrointento previo por adelantar en dicha dirección (cf. Cerrón–Palomino 2000:cap. I, § 1.4, nota 11), como dijimos, no habíamos podido ir más allá de laidentificación parcial de su estructura interna.

En efecto, en dicha oportunidad dejábamos sentado que la palabradebía analizarse como *ayma–ra–y, donde los sufijos –ra y –y, de cuñoauténticamente aimara, podían reconocerse como el ‘multiplicador’ y el‘localizador’, respectivamente. Advirtamos, sin embargo, que tales morfemasno son fácilmente identificables en la lengua actual, pues, por un lado, elprimero ha dejado de ser productivo, y solo se lo encuentra mayormenteen los topónimos; por otro lado, el segundo, de ocurrencia igualmenteexclusiva en los topónimos, burla fácilmente la atención del estudioso, almostrarse en forma no tan evidente como lo hace. Por nuestra parte,creemos haberlos identificado plenamente gracias a nuestras indagacionestoponímicas, por lo que nos relevamos aquí la tarea de volver sobre ellos,remitiendo al lector, entre otros, al trabajo en el que nos ocupamos sobrela materia (cf. Cerrón–Palomino 2002a). No estará de más recordar, sinembargo, que el sufijo –y ‘localizador’ es la forma evolucionada de *–wi,sufijo propio del proto–aimara, productivo aún en la lengua altiplánica,como resultado de dos cambios sucesivos: (a) síncopa vocálica y (b)disimilación semiconsonántica. Quiere ello decir que, partiendo de *ayma–ra–wi, que es la forma que reconstruimos, se produjeron los pasos siguientes:(a) ayma–raw y (b) ayma–ra–y, respectivamente (compárense, por ejemplo,

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las variantes <Marca–o> ~ <Marca–y> en Vilque, Puno). Pues bien, el cambio(a), imposible en aimara (ya que esta lengua no tolera nombres que acabenen consonante), es producto de una quechuización11; el segundo, es decir(b), también es efecto de una pronunciación quechua con influencia aimara(en virtud de la cual el «diptongo» aw deviene ay)12. De esta manera, laforma <aymaray>, si bien nativa a la lengua, es una remodelación en bocade hablantes quechuas.

Ahora bien, reconocidos los sufijos mencionados, quedaba elproblema de la identificación de la raíz, es decir el elemento irreductiblede la palabra y portador de su significado básico: ayma. ¿Qué podía significareste radical? Descartado el quechua como posible fuente, su búsqueda enlos vocabularios aimaras tanto coloniales como contemporáneos no podíaser menos frustrante. En efecto, lo más próximo que encontramos, por lomenos en una primera inspección del vocabulario aimara más antiguo, esel verbo <ayma–> «baylar al modo antiguo, especialmente cuando van a laschacaras de sus principales» (cf. Bertonio, op. cit., II, 28). Recordemos queDurand sugería justamente, como alternativa etimológica de <aymara>, dichoregistro, si bien glosándolo de manera antojadiza. Fuera de los repositoriosléxicos, encontramos también la forma <ayma>, esta vez como sustantivo, enla documentación colonial: así, Polo de Ondegardo (op. cit., 273) nos hablade una «fiesta que llaman Ayma, con vestiduras que tienen depositadas paraello»; Santa Cruz Pachacutiy, a su turno, también hace referencia a un himnoo cantar llamado <ayma> (cf. Santa Cruz [1613] 1993: fols. 13r, 16v). Todoindica entonces que entre el verbo y el nombre existe una conexión obvia,formal y semántica: podía tratarse de una raíz ambivalente, nominal y verbala la vez, nada infrecuente en las lenguas andinas. El hecho es, sin embargo,que la palabra, por lo menos bajo dicha apariencia formal devino obsoleta,al desaparecer el tipo de tenencia y estructura agraria que le daba sentido.Modernamente, a lo sumo, la forma subsiste como apellido de indudable

11 Por ejemplo, un mismo topónimo es tratado de manera distinta, en un caso en el áreaquechua, y en el otro, en la zona aimara: <Oyó–n> (Lima) versus <Uyu-ni> (Potosí), enambos casos significando ‘(lugar) con corralones’, con síncopa vocálica en el primer caso.

12 El mismo fenómeno es responsable de las alternancias quechuas actuales entrep’unchaw ~ p’unchay ‘día’, wawqi ~ wayqi ‘hermano de varón’, ñawpa ~ ñaypa‘antes’, llawt’u ~ llayt’u ‘diadema imperial’, etc.

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origen aimara, frecuente tanto en el país como en Bolivia: <Ayma>. Pero, afalta de mayores fuentes, la investigación aconseja en estos casos recurrir a latoponimia, y para ello qué mejor que consultar los diccionarios geográficostanto peruanos como bolivianos.

Pues bien, nombres que contienen el radical <ayma> se registrantanto en Paz Soldán (1887) como en Stiglich (1922), sumando en totalalgo más de una quincena. Importa advertir que tales topónimos sedistribuyen, en el Perú, a partir de la sierra central, en dirección del sureste,incrementando cada vez más su recurrencia. No ocurre lo propio en Bolivia,donde apenas encontramos dos localidades con dicho nombre: uno,<Ayma>, en el cantón paceño de Sicasica (cf Ballivián 1890); y otro, <Aima–ra–ni>, una estancia en Totora, Carangas (cf. Blanco 1904). Como se puedeapreciar, tenemos aquí, por un lado, una forma absoluta, es decir libre desufijos, y otra derivada, que podría glosarse como ‘(lugar) con aymas’. Elhecho es que, con estos datos, no se puede ir más lejos, puesto que nosabemos qué puede significar ayma en dicho contexto. Obviamente, si lainterpretamos como ‘lugar con varios himnos’ (recuérdese el valor delmultiplicador –ra), el significado, como designación de un sitio, constituyeuna abierta violación de la plausibilidad semántica reclamada por ladisciplina etimológica. En tal sentido, lo más probable es que aquí estemosante una forma tardía <aymara–ni>, cuya base, reanalizada ya con absorcióndel antiguo sufijo multiplicador, puede glosarse como ‘(lugar) con aimaras’,es decir con gente de habla aimara, distinta seguramente de poblacionesde lengua quechua o uruquilla. Afortunadamente el registro toponímicoque conlleva el nombre es más abundante en la sierra centro–sur peruana.

En efecto, los topónimos en referencia son de dos tipos: (a) los quepresentan una estructura derivada (radical más sufijos); y (b) los queconstituyen formas compuestas, que a su vez se subdividen en: (b’)compuestos formados por raíz simple más un nombre; y (b’’) compuestosintegrados por raíz derivada más nombre. Seguidamente ilustramos lostipos caracterizados13:

13 No consideramos aquí dos topónimos: <Aimaraes>, cuya forma, según dijimos,remonta a *<ayma–ra–y>, y que ya nos es familiar; tampoco tomamos en cuenta

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(a) Topónimos con estructura derivada:

<Ayma–s> (1 caso)<Ayma–ra> (6 casos)<Ayma–ña> (1 caso)<Ayma–y(a)> (2 casos)

(b) Topónimos compuestos (simple raíz + N)

<Ayma–pata> (1 caso)<Ayma–putunco> (1 caso)

(c) Raíz derivada + N

<Ayma–ra–pata> (1 caso)<Ayma–ra–bamba> (1 caso)

Pues bien, los sufijos contenidos en (a) son *–º ‘caracterizador’, *–ra‘multiplicador’, –ña ‘concretador’ y –y(a) ‘localizador’. Con excepción delprimero, vigente sólo en el quechua central (cf. Cerrón–Palomino 2002b), yque no debe ser interpretado como el plural castellano, todos ellos son decuño aimara, si bien, conforme vimos, el último acusa remodelación en laotra lengua. Conociendo el valor de tales sufijos, podemos intentar traducirlos topónimos listados, en una primera aproximación, como ‘(lugar)caracterizado por ayma’, ‘(lugar) donde abunda ayma’, ‘(lugar) donde seayma’ y ‘(lugar) donde hay ayma’, respectivamente. Sobra decir que en todosestos casos falta la información básica: el significado de ayma. Con todo, seva insinuando el carácter más bien concreto del referente, puesto que entodos ellos se hace alusión, descriptivamente, a un contexto físico. Losejemplos de (b) confirmarán esta sospecha. En efecto, <Ayma–pata> valecomo ‘andén de ayma’ y <Ayma–putunco> se glosa como ‘brotar o germinar

<Aymarilla> (Chumbivilcas, Cuzco), forma que conlleva el sufijo diminutivoarcaico –illa del castellano yuxtapuesto a la base derivada <ayma–ra>. En otranota nos ocuparemos ampliamente de los topónimos que registran el diminutivocastellano mencionado.

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el ayma’14; en ambos casos, según puede apreciarse, el significado parece estarentre manos, pues su mensaje agrario es bastante elocuente. Lo que, a su vez,acaba por confirmarse en los ejemplos de (c): <Ayma–ra–pata>, a diferenciade <Ayma–pata>, nos indica que estamos ante un andén que contiene variosaymas; del mismo modo, <Ayma–ra–bamba> nos anuncia que la planicie loes de una serie de aymas. En verdad, hasta aquí había llegado nuestraaveriguación previa sobre el nombre, dejando aún en la penumbra elsignificado inicial de ayma.

Como se recordará, en efecto, el significado hasta entonces encontradopara dicha voz fue el de ‘cantar’ o ‘himno’ que solía ejecutarse en la faenaagrícola de los terrenos de las autoridades prehispánicas importantes, perotambién de la comuna. Aunque vagamente ya, así parecen consignarloBüttner y Condori (1984), al proporcionar la glosa de la entrada respectivacomo ‘esp[ecie] de rito religioso’. Sin embargo, lo interesante es que allímismo se remite a <jayma>, que a su turno se define como «terreno de unainstitución, terreno público (proveniente de una nación)».

Pues bien, ocurre que <jayma> sí está presente en los vocabulariosantiguos y modernos, comenzando por el del propio Bertonio. En efecto,el jesuita anconense recoge, por ejemplo, el compuesto <hayma apu> [sic]con el significado de «chacara assi de comunidad» (cf. Bertonio, op. cit., II,127, donde <apu> debe leerse <yapu>). Y, lo que es más contundente,recoge —ahora lo sabemos— la variante fonética del verbo <ayma–> (op. cit.,II, 28), ya citado, en la forma de <hayma–> «ir a trabajar en las chacaras quese hazen de comunidad, como son las del Cacique, Fiscal, o de los pobres.&» (ibidem; cf. también: «ir muchos a trabajar a las chacaras de los principales:Hayma–tha», I, 284, donde <–tha> es la marca de primera persona). No hayduda entonces que estamos ante una misma raíz, de naturaleza ambivalente(verbo y nombre a la vez), <hayma> ~ <ayma>, cuya pronunciación fluctuaba

14 Esto, de aceptarse el étimo quechua de <putunco>, cuya raíz es el verbo p’utu– ‘brotar,germinar los sembríos’ (cf. Gonçález Holguín [1608] 1952: I, 298), seguido de unnominalizador –nku, hoy fosilizado. Cabe también analizarlo como aimara, queregistra <phutu–> ‘echar vaho’ (cf. Bertonio, op. cit., II, 282), en cuyo caso el significadodel topónimo sería ‘el vaho de las aymas’. Ante esta alternativa, nos inclinamos por laprimera, y, en tal sentido, el nombre habría sido ideado en quechua.

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entre una forma con aspiración y otra sin ella. Para dar con dicha variaciónhabía, pues, que recordar la advertencia formulada, en el vocabulario citado,sobre las palabras que empezaban con <h> o sin ella. Decía, en efecto, el ilustreaimarista, en el encabezamiento de la primera parte de su obra: «[…] miren concuydado la primera letra con que se escribe el vocablo que quieren buscar: porque podria ser que buscassen al que comiença por HA: entre los que comiençanpor A sin aspiracion, y al reues […]» (p. 1). Nótese, sin embargo, que la variaciónfonética del vocablo dio lugar, posteriormente, a un doblete: (a) <ayma>, conel significado de ‘canto o baile que se ejecutaba al ir a trabajar en las sementerasde los principales’, y (b) <jayma>, como equivalente de ‘chacra de principal ode la comunidad’. Ambas formas remontan entonces, sin duda alguna, a*hayma: en términos de fonética articulatoria, es más natural esperar que laaspiración desaparezca antes que surja de la nada15.

Una vez explicadas las formas <hayma> y <ayma> como provenientesde una misma base, creemos estar en condiciones de postular el significadode <ayma–ra–y>, que hasta ahora se mostraba huidizo. En efecto, de acuerdocon lo que acabamos de ver, todos los topónimos analizados previamente,con excepción de <Ayma–ña> y <Ayma–y(a)>, tienen como núcleo la raíz<ayma> con el significado de ‘sementera de autoridad o chacra comunitaria’,es decir, como sustantivo; los casos excepcionales citados, a su turno,conllevan la misma raíz, pero esta vez como verbo: de allí la necesidad denominalizarlo, como es usual, para servir como topónimo. De este modo,<Ayma–ña> vale como ‘(lugar) donde se baila y canta en las faenas de lassementeras (de los principales o de la comunidad)’; de igual manera, <Ayma–y(a)>, forma quechuizada que remonta a *ayma–wi, se glosa como ‘lugar decanto y baile’ en faenas como las mencionadas. De aquí estamos a un pasode ofrecer el significado primordial de <ayma–ra–y> (cuya forma prístinahabría sido *hayma–ra–wi), que sería ‘lugar con muchas sementeras (como las

15 A menos que haya un factor condicionante, como ocurre en aimara y en quechua:cuando una raíz que empieza por vocal contiene al mismo tiempo una consonanteglotalizada, desarrolla al inicio una aspiración (= regla de prótesis de [h]: así, hamp’atu‘sapo’, en ambas lenguas, mientras que en otros dialectos quechuas, que no conocenconsonantes glotalizadas, se tiene ampatu). De paso, al igual que <hayma>, también lapalabra quechua *hanan ‘arriba, encima’ alterna, en los documentos y en algunosdialectos quechuas actuales, con su variante anan, desprovista de aspiración.

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caracterizadas)’. Se trata, pues, como se ve, de una expresión de origeneminentemente aimara, aun cuando haya llegado a nosotros previa quechuización.

Antes de concluir con esta sección, resta que digamos unas palabras enrelación con la motivación semántica original del término. En efecto, siasumimos que la práctica del <(h)ayma> era propia del sistema agrariopreincaico y no una actividad particular del grupo étnico que luego sedenominaría <Aymaray>, ¿por qué razón el pueblo así llamado tomó (si es queno se le dio) dicha designación? Porque seguramente <(h)aymas> los hubo entodas partes, y la tonada especial que se cantaba y bailaba en ocasión de susfaenas era una práctica común, tanto que no escapó a los ojos y oídos del Lic.Polo de Ondegardo, quien la consigna como un ejercicio idolátrico, según sevio. Al respecto, diremos que, como ocurre en casos semejantes, la motivacióninicial del nombre es algo que escapa a la pesquisa etimológica. A lo sumo,podría conjeturarse que quizás el lugar de origen de los antiguos <aymaray> secaracterizaba, a diferencia de otras comarcas, por tener mayor cantidad ycalidad de terrenos considerados como <(h)ayma>.

3. A manera de resumen. En las secciones precedentes nos hemosocupado de la evolución formal y semántica del nombre de una de laslenguas mayores del antiguo Perú: la aimara. Originariamente, apelativode uno de los centenares de grupos étnicos conquistados por los incas(los aymaray), y que sobrevive, castellanizado como Aimaraes, designandouna de las provincias del departamento de Apurímac, hoy inmerso enterritorio de habla quechua, pasó a referir por extensión, luego de laconquista española, a la lengua de sus descendientes asentados a orillasdel lago Titicaca (cf. Ramos Gavilán [1621] 1988: I, XII, 84–85), parte delos cuales habrían sido reubicados posteriormente en la reducción deJuli, concretamente en la parroquia de San Juan Bautista (Tschudi, op.cit., 151–152). Las conquistas incaicas primeramente y las reduccionesespañolas después habían fomentado, sin proponérselo, el reencuentrode poblaciones de habla aimara, divididas ya por el quechua, en torno al«mar interior», crisol en el que se refundirían no solo collas y puquinas,en vías de aimarización completa, sino también lupacas y pacases, conparticularismos idiomáticos todavía identificables (cf. Bertonio, op. cit.:«Anotacion. I»).

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Ahora bien, la similitud lingüística advertida por los españoles entretales grupos étnicos (= «naciones») bastó para que su lengua común fueradesignada como aimara, pudiendo haber recibido igualmente otro nombre,como en efecto ocurrió, aunque sin mayor fortuna: el membrete de «lenguacolla» cedió, desde mediados del siglo XVI, ante el uso cada vez másgeneralizado de aimara. Pronto su empleo fue extendiéndose para designarel habla de los demás grupos étnicos, ya que, después de todo, entoncescomo hoy, se trataba de la misma lengua. De esta manera, el nombre pasóa designar no solo el idioma de los antiguos carangas, quillacas y charcas,sino también, con el tiempo, a sus hablantes. Poco a poco, talesdesignaciones étnicas fueron desapareciendo ante una sola, más incluyente,teniendo como denominador común el uso de una misma lengua. Deaquí se estaba a un paso, conforme vimos, de la extensión semántica deltérmino, que finalmente devino en voz que invoca la nacionalidad de sushablantes: la «nación aimara». La reducción de pueblos, la selección de lalengua como medio de evangelización y la normalización de ésta por partede los gramáticos y lexicógrafos españoles contribuyeron, sin duda alguna,a la resemantización definitiva de la palabra16.

Por lo demás, la evolución semántica del nombre parece recapitularen cierta medida la historia de la lengua misma: de su procedencia centro–andina, de su expansión en dirección sureste, de su receso posterior frente alquechua, para finalmente reconstituirse en el altiplano, ante el empujeavasallador de la nueva lengua adoptada por los incas en reemplazo de suaimara ancestral. La sola presencia numerosa de topónimos que portan elnombre en la sierra centro–andina peruana, en comparación con su magraocurrencia en el altiplano boliviano, es muy elocuente al respecto. En talsentido, la versión tradicional del origen sureño de la lengua, vigente aún no

16 Tampoco debe olvidarse, en este punto, los efectos de la presión fiscal ejercida por lacorona española sobre los uros, quienes, considerados como «medio–hombres», porel hecho de pagar la mital de la tasa que aportaban los demás grupos étnicos, una vezsedentarizados a orillas del lago, procedieron a ofrecerse voluntariamente comocontribuyentes «normales», es decir pagando una cantidad semejante a la que dabansus vecinos. De esta manera, al ser censados como «aimaras», se buscaba borrar elestigma de ser «medio-hombres» con el que se les marcaba. Para la «adquisición» de laciudadanía aimara por parte de los uros, ver Wachtel (1978).

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solo en el imaginario colectivo de los pueblos de la región, sino también enalgunos predios académicos de la etnohistoria y la arqueología andinas, notiene ningún asidero empírico, aunque constituya uno de los pilares en losque se sustenta la idea de una «nación aimara» anhelada, ya no sólo«originaria»17 sino también inventada por los sectores criollos del país vecino.

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17 No olvidemos, sin embargo, que quienes se reclaman hoy como «aimaras» son enverdad descendientes de uros y puquinas, residentes primordiales de la cuenca delTiticaca, cuando no de los diferentes grupos de mitmas trasladados al altiplano porlos incas (Ramos Gavilán observa que fueron 42 en Copacabana; cf. op. cit., I, XII, 84-85; y Tschudi señala que en pleno siglo XVIII todavía podían distinguirse 6 en elpueblo de Juli; cf. op. cit., 151-152).

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