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70 HISTORIA DE IBERIA VIEJA HISTORIA ANTIGUA. ADRIANO, LAS PALABRAS (Y ANTIPALABRAS) DE UN LÍDER www.historiadeiberiavieja.com 70 HISTORIA DE IBERIA VIEJA www.historiadeiberiavieja.com www.historiadeiberiavieja.com P ublio Elio Adriano nació el 24 de enero del año 76. Probable- mente vio la luz en la ciudad de Roma, aunque otras fuentes apuntan a Itálica como su lugar de origen. Murió en Bayas el 10 de julio del año 138, tras haber gobernado el Im- perio durante 21 años. Durante su mando era oficialmente denominado como Im- perator Caesar Divi Traiani filius Traianus Hadrianus Augustus. Tras su deificación, su nominación pasó a ser la de Divus Ha- drianus. Fue precisamente en el tiempo durante el cual ocupó el máximo puesto del Imperio cuando Roma alcanzó la ma- yor extensión territorial de su historia. Al igual que la mayor parte de los direc- tivos –y en general de las personas– la existencia de Adriano estuvo repleta de contradicciones. A continuación ofrece- mos de forma ordenada algunas de las pa- labras del liderazgo que mejor supo hablar, y también aquellas otras que chocaban frontalmente con la aspiración a esa deno- minación que cualquiera debe tener. PALABRAS DEL LIDERAZGO 1. Justicia en lo económico y lo social. Una de las primeras medidas que tomó Adriano al alcanzar el poder fue prohibir que se ingresaran en las arcas privadas del emperador los bienes de los condenados. Esta decisión, que sorpren- Roma, escuela de directivos Adriano, las palabras (y antipalabras) de un líder Adriano fue uno de los emperadores romanos que tuvieron mayor influencia en el ritmo y vida del Imperio. Sus acciones como gobernante dieron a Roma esplendor y orden administrativo. La obra Roma, escuela de directivos (LID, 2012), de Javier Fernández Aguado, ofrece una perspectiva distinta sobre la cultura romana en la que analiza la figura de algunos gobernantes y su forma de afrontar los problemas sociales a los que se enfrentaron. Como sostiene el autor, “la actuación de los gobernadores romanos es una fuente inagotable de conocimientos para los profesionales y organizaciones contemporáneas”. Por gentileza de la editorial, ofrecemos un avance del contenido de un libro que intenta buscar el sentido práctico a las enseñanzas que nos da la Historia. Por: JAVIER FERNÁNDEZ AGUADO

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HISTORIA ANTIGUA. ADRIANO, LAS PALABRAS (Y ANTIPALABRAS) DE UN LÍDER

www.historiadeiberiavieja.com70 HISTORIA DE IBERIA VIEJA www.historiadeiberiavieja.comwww.historiadeiberiavieja.com

Publio Elio Adriano nació el 24 de enero del año 76. Probable-mente vio la luz en la ciudad de Roma, aunque otras fuentes apuntan a Itálica como su lugar

de origen. Murió en Bayas el 10 de julio del año 138, tras haber gobernado el Im-perio durante 21 años. Durante su mando era oficialmente denominado como Im-perator Caesar Divi Traiani filius Traianus Hadrianus Augustus. Tras su deificación,

su nominación pasó a ser la de Divus Ha-drianus. Fue precisamente en el tiempo durante el cual ocupó el máximo puesto del Imperio cuando Roma alcanzó la ma-yor extensión territorial de su historia.

Al igual que la mayor parte de los direc-tivos –y en general de las personas– la existencia de Adriano estuvo repleta de contradicciones. A continuación ofrece-mos de forma ordenada algunas de las pa-labras del liderazgo que mejor supo hablar,

y también aquellas otras que chocaban frontalmente con la aspiración a esa deno-minación que cualquiera debe tener.

Palabras del liderazgo1. Justicia en lo económico y lo social. Una de las primeras medidas que tomó Adriano al alcanzar el poder fue prohibir que se ingresaran en las arcas privadas del emperador los bienes de los condenados. Esta decisión, que sorpren-

Roma, escuela de directivos

Adriano, las palabras (y antipalabras) de un líderAdriano fue uno de los emperadores romanos que tuvieron mayor influencia en el ritmo y vida del Imperio. Sus acciones como gobernante dieron a Roma esplendor y orden administrativo. La obra Roma, escuela de directivos (LID, 2012), de Javier Fernández Aguado, ofrece una perspectiva distinta sobre la cultura romana en la que analiza la figura de algunos gobernantes y su forma de afrontar los problemas sociales a los que se enfrentaron. Como sostiene el autor, “la actuación de los gobernadores romanos es una fuente inagotable de conocimientos para los profesionales y organizaciones contemporáneas”. Por gentileza de la editorial, ofrecemos un avance del contenido de un libro que intenta buscar el sentido práctico a las enseñanzas que nos da la Historia.

Por: JaVier FerNÁNdez agUado

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dió a muchos, tenía la ventaja de enseñar a diferenciar lo que pertenecía a su pa-trimonio personal de lo correspondiente al erario público, lección que demasiados dirigentes políticos contemporáneos no han llegado todavía a aprender. Además, eliminaba un elemento excesiva y perver-samente motivador tanto para él como para sus sucesores.

Impidió que los amos dispusieran de la vida de sus esclavos y dio órdenes de que fueran juzgados siempre por magistrados. En el caso de que los condenaran, así se haría, pero no sin haber desarrollado el co-rrespondiente procedimiento. Por lo demás, eliminó los calabozos, habitualmente muy duros, en los que encerraban a los siervos.

2. Generosidad. A aquellos senado-res que, sin culpa propia, habían perdido su fortuna, les ayudó para que pudieran completar sus bienes patrimoniales y así no verse obligados a renunciar al cargo. En aquel momento, para poder encontrar-se entre la clase senatorial debía dispo-nerse de un millón de sestercios, frente a los 400.000 precisos para figurar en el censo de los equites.

Otro ejemplo de su largueza era que en las cacerías estaba habitualmente dis-puesto a entregar parte de sus capturas a otros colegas.

En cierta ocasión, y es una muestra más de esplendidez, cuando vio en las termas que un veterano se restregaba contra una pared, le preguntó el motivo de aquella ac-tuación. Al saber que el motivo era que no disponía de esclavo, Adriano le donó varios y también dinero para que los mantuviera.

3. Magnanimidad. Es obvio que cuan-do se ocupan puestos de relevancia la mera generosidad no es suficiente. Un grado superior es la magnanimidad: esa nobleza de espíritu que lleva a emprender grandes obras. Entre las muchas mues-tras que podrían ponerse de ejemplo, cabe señalar que llegó a ofrecer comba-tes de gladiadores durante una semana, llegando a exhibir hasta 1.000 animales salvajes con ocasión de uno de sus cum-pleaños. Pero como la munificencia debe ir asociada al sentido común, no permi-tió que eso se repitiera en ninguna otra ocasión que no fuera precisamente la del aniversario de su natalicio.

En el año 134, Adriano decidió insta-larse en su villa de Tívoli, a poco más de

20 kilómetros de la urbe. Con más de un kilómetro cuadrado de extensión, había hecho levantar en aquella finca una trein-tena de edificios en forma de ciudad con termas, fuentes, palacios, teatro, tem-plos, etc. Cada zona le traía a la memoria alguna de las partes del Imperio visitadas durante su existencia. Una de las zonas que más llama la atención al visitante hoy en día es el estanque de Canopo que, cir-cunscrito por estatuas clásicas, es una re-producción a escala limitada del canal que en Egipto unía Canopo y Alejandría.

Y como la suntuosidad hace referen-cia tanto a las obras que se emprenden como a no apetecer bienes logrados con abusos, rehusó las herencias de perso-nas desconocidas, y tampoco aceptó las de quienes fueran conocidas en el caso de que tuvieran vástagos.

4. Sentido de la realidad. Adriano era consciente de que resultaba impo-sible mantener todas las tierras apresu-radamente conquistadas por Trajano. El realismo es esencial en cualquier organi-

Impidió que los amos dispusieran de la vida de sus esclavos y dio órdenes de que fueran

juzgados siempre por magistrados

1. Romano a caballo. La época romana, como

cualquier otra, puede ser una fuente de inspira-

ción y enseñanza para nosotros. Fue precisamen-

te un hijo de esa civilización, el orador Cicerón,

quien acuñó la frase: Historia magistra vitae est

(“La Historia es maestra de la vida”). 2. Mosai-

co en Itálica. El emperador Adriano vio la luz en

esta antigua ciudad romana del sur peninsular.

3. Estatua en Itálica. El conjunto arqueológico se

encuentra a nueve kilómetros de Sevilla.

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zación, con mucho más motivo si el tipo de institución que uno dirige es grande. ¡Cuántos grupos empresariales habrían podido sobrevivir si se hubiese sabido ti-rar lastre a tiempo!

5. Cercanía a su gente. En su visita a Germania, lo mismo que haría en otros de sus numerosos viajes por las diver-sas provincias del Imperio, experimentó la vida militar. En vez de exigir un com-portamiento y aplicar otro, Adriano com-partió rancho con sus legionarios. A sa-ber, consumió con ellos tocino, queso y agua mezclada con vinagre. Quien podría haberse escudado en su posición quiso experimentar en primera persona el es-fuerzo de los suyos.

6. Exigencia. Su cercanía no supuso de-bilidad. Más bien, Adriano fue exigente con sus subordinados. Mantuvo reciamente la disciplina de las tropas, que poco a poco se había venido deteriorando. Entre otras cosas puso orden en los gastos realizados en los campamentos, para que no fuese el capricho de unos u otros, sino la estricta justicia la que regulase las decisiones.

7. Culto. Desarrolló su afición por la poe-sía y la literatura. Además, procuró formar-se en aritmética, geometría y pintura.

8. Talento intelectual. Adriano dis-ponía de una gran memoria y una capaci-dad de trabajo muy notable. En múltiples ocasiones dictaba sus discursos y era ca-paz de responder a casi cualquier tipo de cuestiones que le planteasen.

9. Buen humor. Tenía una gran capaci-dad de plantear las cosas desde un punto de vista sanamente irónico. Una de sus sa-lidas se hizo famosa. Un día, un individuo que apuntaba ya canas, se presentó con el pelo teñido y le realizó la misma petición de otras veces. La respuesta del emperador fue: «ya le he dicho que no a tu padre».

En un momento clave como el um-bral de la muerte, fue capaz de escribir: “Almilla blandilla y tiernecilla, huésped y compañera de mi cuerpo, a qué regio-nes te dirigirás ahora paliducha, rígida y desnudita. Ya no bromearás, como de costumbre”.

10. Solidario. No abandonó a su pue-blo en los momentos de necesidad. Du-rante su reinado se sucedieron períodos

de hambruna, también se extendió la peste y tuvo lugar algún terremoto. Con-tribuyó a aliviar a aquellas personas todo lo que estuvo en su mano. Para contribuir a resolver los problemas, concedió la apli-cación del derecho latino a numerosas ciudades, también condonó las deudas de muchos de los afectados.

aNtiPalabras del liderazgoParalelamente a esos comportamientos que engrandecen a una persona, se en-cuentran otras palabras que dañan a los demás, y también a uno mismo. He aquí algunas de las que ojalá Adriano no hubie-se nunca pronunciado.

1. Deshacerse de quien no está de acuerdo. Uno de los grandes riesgos de quien maneja un timón es considerar co-mo enemigo a aquellos que no comulgan incondicionalmente con las decisiones que uno toma. Eso es lo que pretendió Adriano con Atiano, su prefecto, que por lo demás había sido anteriormente su tu-tor. Tras dar órdenes para que se le asesi-

Entre otras cosas puso orden en los gastos realizados en los campamentos, para que fuese la

estricta justicia la que regulase las decisiones

4. Mapa del imperio romano. Mapa de las fronteras del imperio en el año 125 d.C., coincidente,

pues, con el lapso vital de nuestro personaje, el Divus Hadrianus, nacido en el año 76 y fallecido

en el 138 d.C. 5. Panteón de Agripa. Fue restaurado por Adriano. 6. Villa Adriana. A 23 kilóme-

tros de Roma, este paraíso fue creado por el emperador como lugar de retiro. 7. Jerash. La huella

del hispano se dejó notar también en esta ciudad jordana.

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nara, desistió de ese propósito, pero solo porque la anterior decisión cumplida de acabar con cuatro consulares había cau-sado un gran revuelo.

2. Curiosidad desmedida. Conocer las actividades de la organización y de los subordinados es relevante, siempre que no se convierta en un comportamiento obsesivo. En el caso de Adriano lo era. Él utilizaba a los frumentarii, inspectores que actuaban como espías a su servicio. La gente no daba crédito a aquellas habla-durías hasta que el propio emperador les narraba detalles estrictamente privados.

3. Pasiones fuera de control. Es ma-lo ser frío como un témpano, pero también dejarse arrastrar por la pasión. En el caso de Adriano, su afición por los jóvenes y también por las mujeres casadas fueron lacras que demasiada gente conocía.

4. Vengativo. Frente al comportamien-to de quien sería su sucesor –Antonino Pío–, Adriano era rencoroso. Así, cuando Floro, el poeta, escribió:

“Yo no quiero ser César,caminar entre britanos,ocultarme entre […],soportar hielos de Escitia”.

Le respondió con el siguiente epigrama:

“Yo no quiero ser Floro,andar de taberna en taberna,ocultarme por los tugurios,soportar rechonchas chinches”.

5. Resentimiento contra los que discrepaban. Fue particularmente radi-cal contra quienes no se plegaban a sus deseos. A causa del comportamiento de los antioqueños decidió dividir Siria y Fe-nicia.

6. Decisiones infundadas. Con rela-tiva frecuencia adoptó medidas sin razo-nes. En concreto provocó que los judíos se alzaran contra Roma por su gratuita decisión de prohibir la práctica de la cir-cuncisión.

7. Soberbia intelectual. Despreció a quienes tenían más formación que él, fundamentalmente en el ámbito de la li-teratura y de la poesía. Ese orgullo con-dujo a la defensa que de sí mismo tuvo

que realizar un autor de nombre Favorino, ante los reproches de sus colegas por haberse dejado reprender por Adriano. La respuesta del agraviado estuvo llena de sentido práctico: “no me aconsejáis bien, amigos míos, puesto que no so-portáis que yo considere más sabio que nadie a quien tiene bajo su mando a 30 legiones”.

8. Vanidad. Tanto deseó que su gloria fuese alabada por todo el mundo que escribió algunas autobiografías que hizo firmar a otros autores. Curiosamente, sin embargo, de los muchos monumentos que hizo levantar, en ninguno ordenó ins-cribir su nombre, como era práctica más que habitual. La única excepción fue el templo de Trajano.

9. Propenso a la crítica. Estaba siem-pre dispuesto a criticar a quienes no le rendían pleitesía. Su incoherencia era tal que tras causar pesar con sus actuacio-nes, luego comentaba que le daba pena que la gente estuviera afligida.

Para contribuir a resolver los problemas, concedió la aplicación del derecho latino a numerosas ciudades, y

condonó las deudas de muchos de los afectados

8. Estatua ecuestre en el Castillo de Sant’Angelo. Hay quien conoce esta maravilla romana,

en la orilla derecha del Tíber, como Mausoleo de Adriano, y es que no en vano el emperador

lo mandó construir en el año 135 para que acogiera sus últimos restos y los de su familia. Fue

concluido por Antonino Pío en el 139. 9. Tívoli. La Villa Adriana, en las afueras de Tívoli, quedó

en desuso tras el declive del Imperio Romano, pero aún se reconocen sus palacios, fuentes,

termas, templos y habitaciones. 10. Busto del emperador.

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10. Inflexible justiciero. Dio instruc-ciones de asesinar a determinadas perso-nas. En el caso de Serviano, aunque era nonagenario, le ordenó que se suicidase puesto que deseaba que le sucediera en el trono. Muchos de los que estaban con-denados por su palabra sobrevivieron gra-cias a la conmiseración de Antonino Pío, que les condonó la pena.

CoNClUsioNesMantener el equilibrio, vivir de una ma-nera coherente y sensata no resulta sen-

La transición de César Augusto Octavio a Tibe-rio estuvo marcada, entre los años 9 y 17, por una recesión totalmente explicable por la des-proporcionada expansión económica llevada por el primero a causa de la llegada de capitales desde Egipto. Tiberio tendría, al menos en los comienzos de su mandato, el sentido común de reajustar la situación. Entonces y ahora financiar el largo con deuda a corto resulta una locura que pronto se paga. En el siglo III tuvo lugar una nueva recesión. Du-rante el gobierno de Publio Licinio Ignatio Galie-no, la moneda –el denario– no llegaría a sobre-pasar el 5% de su valor nominal. El historiador Henry Moss ha descrito la situación que existía antes del comienzo de la crisis: “Sobre estas carreteras circulaba un tráfico que se incrementaba de continuo. No solo de tro-pas y funcionarios, sino de comerciantes, mer-cancías y turistas. Se desarrolló rápidamente un intercambio de artículos entre las diversas provincias, que pronto alcanzó una escala sin precedente histórico, y que no se repitió has-ta hace pocos siglos. Metales de las minas de las altiplanicies de Europa occidental, pieles, lanas y ganado de los distritos pastoriles de Britania, Hispania y las costas del mar Negro, vino y aceite de Provenza y Aquitania, made-ra, brea y cera del sur de Rusia y el norte de Anatolia, frutos secos de Siria, mármol de las costas del Egeo y –lo más importante– grano de los distritos donde se cultivaba trigo en el norte de África, Egipto y el valle del Danubio para las necesidades de las grandes ciudades; todas estas mercancías, bajo la influencia de un sistema altamente organizado de transporte y comercialización, se movían libremente de un extremo a otro del Imperio”.

Toda economía necesita motores. Uno de ellos en la economía romana era precisamente el comercio pero con la crisis se vino abajo. La seguridad en el transporte había disminuido. Junto a la galopante inflación, la situación fue complicándose. Como el dinero es cobarde, los grandes inversores, que en aquella época eran esencialmente terratenientes, decidieron orientarse hacia el intercambio local. En un intento de autarquía, se centraron en la elaboración de productos locales. No pocos habi-tantes de la urbe, junto a pequeños agricultores, se vieron forzados a renunciar a derechos básicos para buscar protección de los latifundistas. Algu-nos han querido ver en estas transformaciones los orígenes de la institución que siglos después –en la Edad Media– vendría a denominarse siervos de la gleba. Paralelamente, el rechazo a la recau-dación de impuestos complicó la situación de la hacienda pública. Los problemas, como casi siempre, tenían diver-sas causas. Junto a la ya mencionada, el creci-

miento desproporcionado del ejército y el hecho de haberles duplicado la paga (en época de los Severos) obligaba a los nuevos emperadores a reunir de forma rápida medios para abonar el bo-no que se entregaba al ejército nada más tomar el poder. La forma más fácil de seguir haciéndolo fue reducir la plata en las monedas y sustituirla por metales menos valiosos. El resultado fue una inflación desbocada. A la llegada de Diocleciano la moneda casi se había colapsado. Bastantes impuestos se recaudaban en especie; los valores eran con frecuencia nominales en caudales hechos de bronce. Los supuestos valores reales continuaron figurando en las monedas de oro pero el denario, la de plata empleada durante tres siglos, desapare-ció y en muchos lugares el comercio se trans-formó en trueque. Los esfuerzos por frenar la inflación fueron nu-merosos. Así, en el año 215, Caracalla había puesto en circulación el antoninianius, moneda de plata que por un tiempo cumplió el objetivo. Con todo, al dispararse de nuevo los precios, esa política económica se volvió contra el propósito original, pues el antoninianius fue perdiendo peso y su valor se depreció de forma imparable. Como casi siempre, los problemas económico-financieros nunca aparecen solos ni de repente. En realidad, toda la situación se había com-plicado de forma abrupta en el año 235 con el asesinato de Alejandro Severo por parte de sus soldados. Contaba con 27 años pero las legiones habían sido derrotadas en la campaña contra la Persia sasánida. Trece años después el Imperio se dividió en tres que competían entre sí. En el fondo de la crisis económica, como casi siempre, se encontraba una más profunda de crisis de valores.

cillo. Adriano, a pesar de sus indudables dotes de mando, cayó en ocasiones en una especie de esquizofrenia que pronto fue denunciada por sus contemporáneos. Resulta gráfico el siguiente texto de la Historia Augusta: “al mismo tiempo de ánimo severo y alegre, afable y riguroso, pertinaz e irresoluto, pronto a fingir y disi-

mular, cruel y violento, y siempre en todo inconstante”. Un modo adecuado de su-perar muchas de esas disfunciones com-portamentales que tanto daño provocan es buscar al coach adecuado. Si Adriano hubiera contado con esa ayuda externa, probablemente sus aportaciones hubie-ran sido más valiosas. •

Al igual que la mayor parte de los directivos –y en general de las personas– la existencia de Adriano

estuvo repleta de contradicciones

la Crisis eCoNómiCa de roma

Las crisis económicas se fueron sucediendo a lo largo de la historia del Imperio Romano. Algunas debidas a las guerras que sobrevenían de continuo, y que reclamaban unas substanciosas y continuas fuentes de financiación; otras, por la pérdida del sentido común de los máximos dirigentes, que pretendían vivir por encima de sus posibilidades. ¿Cómo no recordar los comportamientos histriónicos de Nerón, Calígula o del mismísimo Julio César?

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