ROMERO, José Luis - Breve Historia de La Argentina

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    BREVE HISTORIA DE LA ARGENTINA

    TIERRA FIRME

  • COLECCiN TIERRA FIRME

    BREVE HISTORIA DE LA ARGENTINA

  • BIBLIOTECA Jos Luis Romero

    Publicada en su memoria en el vigsimo aniversario de su fallecimiento

    Otras obras de Jos Luis Romero publicadas por el FCE:

    La Edad Media Las ideas polticas en la Argentina La experiencia argentina

    JOS LUIS ROMERO

    Breve historia de la Argentina

    FONDO DE CULTURA ECONMICA

    MXICO- ARGENTINA- BRASIL- COLOMBIA- CHILE- ESPAA ESTADOS UNIDOS DE AMRICA- PER- VENEZUELA

  • Primera edicin (EUDEBA), 1965 Segunda edicin aumentada (Huemul), 1978 Tercera edicin aumentada (Huemul), 1994 Cuarta edicin aumentada (FCE), 1997 Quima edicin aumentada (FCE), 2004 Primera reimpresin, 2005

    D. R. 1996, FONDO DE CULTURA ECONMICA DE ARGENTINA S.A. El Salvador 5665; 1414 Buenos Aires [email protected] 1 www.fce.com.ar Av. Picacho Ajusco 227; 14200 Mxico D. F.

    ISBN 950-557-614-5

    Fotocopiar libros est penado por ley.

    Prohibida su reproduccin total o parcial por cualquier medio de impresin o digital, en forma idntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin la autorizacin expresa de la editorial.

    IMPRESO EN ARGENTINA- PR!NTED !N ARGENTINA Hecho el depsito que marca la ley 11.723

    PREFACIO

    En 1965 apareci en EUDEBA la primera edicin de Breve historia de la Argentina, que Boris Spivacow le encarg a mi padre: un cuaderno, de grandes pginas, con muchas ilustra-ciones y una vieta de Schmidl sobre fondo rojo en la tapa. Era un producto tpico de aquella notable empresa editorial, tan caracterstica de los aos sesenta. El texto conclua en 1958; con su cruce de optimismo e incertidumbres, su fe en el desarrollo de la democracia, la libertad y la reforma so-cial, y sus dudas acerca de la era "plutocrtica" que se ini-ciaba, es un testimonio de aquel formidable proyecto social de modernizacin cultural, tan desdichadamente concluido.

    Ignoro cunto circul esa edicin. A poco de aparecer, la universidad fue intervenida, EUDEBA pas a malas manos, el libro desapareci de la venta y mi padre inici una larga gestin para recuperar sus derechos. Hacia 1973 lo consi-gui, con la ayuda profesional de Horacio Sanguinetti, y poco despus acord con Juan Carlos Pellegrini su reedi-cin actualizada en Huemul. ~

    A principios de 1977 muri mi padre. En aquel ao, en el que la catstrofe del pas se sumaba a mi desventura per-sonal, Fernando Vidal Buzzi, a cargo de Huemul, me pro-puso llevar adelante la proyectada reedicin, agregando un ltimo captulo. En 1975 mi padre haba agregado un cap-tulo final a Las ideas polticas en la Argentina, sobre el pe-rodo 1955-1973. Yo lo haba ayudado, tena bastante prctica en trabajos profesionales conjuntos -solamos de-cir que tenamos una sociedad annima de producciones

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    histricas- de modo que no me pareci mal escribir lo que hoy es el captulo XIV, basndome en aquel texto, usando sus ideas y tambin sus palabras, sin mencionar mi participacin, que en el fondo era slo parcial. Al fin y al cabo, era como una de aquellas batallas que el Cid ganaba despus de muerto.

    Sorpresivamente, en su segunda versin, el libro tuvo un xito callado y enorme. No podra decir cuntos ejempla-res se han vendido, pues me consta que hubo muchas edi-ciones clandestinas. Pero s que ha llegado a ocupar un lugar importante en la enseanza, particularmente en los ltimos aos de la escuela media. Siempre me pareci que su difusin en aquellos aos formaba parte de las respues-tas, modestas pero firmes, que nuestra sociedad daba al te-rror militar.

    En 1993, otro avatar editorial me plante la disyuntiva acerca de su actualizacin. No poda ya apoyarme en nada escrito o pensado por mi padre. Pero a l;:1 vez, era consciente de que el principal valor de un libro de este tipo era ayudar a comprender el presente, ese "presente vivo" que mi padre contrapona con el "pasado muerto". En la Argentina ha-ban ocurrido cosas demasiado importantes entre 1973 y 1992 como para que no las registrara un libro destinado a los jvenes, a quienes se estaban formando como ciudada-nos. Yo acababa de terminar mi Breve historia contempor-nea de la Argentina y me pareci que podra ofrecer un resumen digno, que cubriera el perodo hasta 1993. Tena la ntima conviccin de que las ideas generales de este ltimo captulo estaran en consonancia con las del resto de la obra.

    Hoy, en esta nueva versin, he revisado el texto original y he completado el captulo XV, pues lo ocurrido en los l-timos tres aos sin duda hace ms claro lo que en 1992 era slo una intuicin. Probablemente seguir hacindolo en el futuro, en parte porque este libro ya tiene una existencia

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    propia, y en parte por conviccin filial. Estoy convencido de que es mi obligacin hacer lo necesario para mantener vigente el pensamiento de mi padre, que me sigue parecien-do admirable, enormemente complejo detrs de su aparente sencillez, y sin dudas ms all de cualquier moda intelec-tual. En rigor, dediqu mucho tiempo en estos veinte aos a reeditar sus obras, reunir sus artculos y conservar vivo su recuerdo, y seguir hacindolo. Mantener actualizado este libro en particular es parte de ese propsito.

    Se trata, pues, de un libro con una historia, que se prolon-ga hasta el presente. Tambin tiene una historia editorial, que en la ocasin me resulta particularmente significativa. En 1945, el Fondo de Cultura Econmica le encarg a mi padre un libro sobre las ideas polticas en la Argentina, destinado a una de sus colecciones. Por entonces mi padre se dedicaba a la historia antigua, y slo haba incursionado tangencialmente en la historia argentina, sobre todo como parte de su activo compromiso en la lucha intelectual y po-ltica de aquellos das. De cualquier modo, la eleccin de Daniel Cosso Villegas, y la previa recomendacin de Pedro Henrquez Urea, fue para l un honor y a la vez un desafo. Con justicia, Las ideas polticas en la Argentina se ha con-vertido en un verdadero clsico, y desde entonces la relacin de mi padre con el Fondo -dira: con Arnaldo Orfila Rey-nal y Mara Elena Satostegui- fue muy intensa. All apare-cieron La Edad Media -otro clsico-, El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX y ms reciente-mente La experiencia argentina, donde hace unos aos reun el conjunto de sus artculos y ensayos sobre el pas.

    En 1992 Alejandro Katz, responsable del Fondo en Bue-nos Aires, me propuso escribir una historia argentina del siglo XX, destinada tambin a una coleccin de la editorial. Como le ocurri casi cincuenta aos antes a mi padre, el encargo fue para m un honor y sobre todo un desafo muy

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    grande, aunque ignoraba su magnitud cuando lo acept. Por circunstancias que no conoc, el libro termin teniendo un ttulo muy parecido al de mi padre: Breve historia con-tempornea de la Argentina. No puedo dejar de pensar en este extrao juego de coincidencias y de tradiciones. No puedo dejar de pensar que Breve historia de la Argentina, de Jos Luis Romero, que hoy reedita el Fondo, est final-mente donde deba estar.

    Luis Alberto Romero

    Febrero de 1997

    Esta breve historia de la Argentina ha sido pensada y escrita en tiempos de mucho desconcierto. Mi propsito ha sido lograr la mayor objetividad, pero temo que aquella circuns-tancia haya forzado mis escrpulos y me haya empujado a formular algunos juicios que puedan parecer muy persona-les. El lector, con todo, podr hacerse su propia composi-cin de lugar, porque a pesar de la brevedad del texto, creo que he logrado ofrecer los datos necesarios para ello. La fi-nalidad principal de este libro es suscitar la reflexin sobre el presente y futuro del pas. Su lectura, pues, puede ser em-prendida con nimo crtico y polmico. Me permito sugerir que esa lectura no sea slo una primera lectura. El texto ha sido apretado desesperadamente y creo que el libro dice ms de lo que parece a primera vista. Quiz me equivoque, pero sospecho que, al releerlo, aparecern ms claras mu-chas ideas que he reducido a muy escuetas frmulas.

    J. L. R.

  • Primera parte

    LA ERA INDGENA Cuntos siglos hace que est habitada esta vasta exten-sin de casi tres millones de kilmetros cuadrados que hoy llamamos la Argentina? Florentino Ameghino, un esfor:?a-do investigador de nuestro remoto pasado, crey que haba sido precisamente en estas tierras donde haba aparecido la especie humana. Sus opiniones no se confirmaron, pero hay huellas de muchos siglos en los restos que han llegado a nosotros. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta si estas po-blaciones que fueron en un tiempo las nicas que habita-ron nuestro suelo llegaron a l desde regiones remotas, tan lejanas como la Polinesia, o tuvieron aqu su origen. Slo sabemos que un da, muchos siglos antes de que llegaran los conquistadores espaoles, se fijaron en nuestro territo-rio y permanecieron en l hasta identificarse con su paisaje.

    De esas poblaciones autctonas no conocemos la histo-ria. Las que habitaron el noroeste del pas revelan una evo-lucin ms intensa y parece que aprendieron con duras experiencias el paso del tiempo y la sucesin de los cambios que es propia de la historia de la humanidad. Las dems, en cambio, se mantuvieron como grupos aislados y perpetua-ron sus costumbres seculares o acaso milenarias, sin que na-da les hiciera conocer la ventura y la desventura de los cambios histricos.

    Eran, ciertamente, pueblos adheridos a la naturaleza. s-ta de nuestro suelo es una naturaleza generosa. La Argenti-na es un pas de muy variado paisaje. Una vasta llanura

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  • 14 LA ERA INDGENA

    -la pampa- constituye su ncleo interior; pero en la pla-nicie continua se diferencian claramente las zonas frtiles regadas por los grandes ros y las zonas que no reciben si-no ligeras lluvias y estn pobladas por escasos arbustos. Unas tierras son feraces -'-praderas, bosques, selvas- y otras estriles, a veces desrticas. Pero la llanura es conti-nua como un mar hasta que se confunde con la meseta pa-tagnica del Sur, o hasta que se estrella contra las sierras o las altas montaas de los Andes hacia el Oeste. En cada una de esas regiones se fijaron viejos y misteriosos pueblos que desenvolvieron oscuramente su vida en ellas.

    Eran pueblos de costumbres semejantes en algunos ras-gos, pero muy diferentes en otros, porque estaban encadena-dos a la naturaleza, de cuyos recursos dependan, y segn los cuales variaban sus hbitos. Cuando comenz la conquista espaola, las poblaciones autctonas fueron sometidas y atadas a las formas de vida que introdujeron los conquista-dores. Durante algn tiempo, algunos grupos conservaron su libertad replegndose hacia regiones no frecuentadas por los espaoles. La pampa y la Patagonia fueron su ltimo re-fugio. En un ltimo despertar, constituyeron un imperio de las llanuras cuando la desunin de las provincias argenti-nas les permiti enfrentarlas con ventaja. Pero, finalmente, cuando la lanza se mostr inferior al fusil, cayeron someti-dos y fueron incorporados a las nuevas formas de vida que les fueron impuestas.

    Acaso ellos no crean que las formas europeas de vida fueran superiores a las suyas, heredadas y mantenidas du-rante largos siglos. Y acaso la melancola que conserva su msica y su 1nirada oculte el dolor secular de la felicidad perdida.

    l. LAS POBLACIONES AUTCTONAS

    Desde el Ro de la Plata hasta la cordillera de los Andes, la pampa inmensa y variada estaba habitada por los pueblos que le dieron su nombre: los pampas. Estaban divididos en diversas naciones, desde los araucanos, que traspasaban los valles andinos y se extendan hacia la otra ladera de la cor-dillera, hasta los querandes que habitaban las orillas del Ro de la Plata. Eran cazadores o pescadores segn las re-giones, de costumbres nmadas, diestros en el uso del arco y de las boleadoras, con las que acertaban a los avestruces que cruzaban la llanura. Y para descansar y guarecerse construan toldos rudimentarios que se agrupalYrn forman-do pequeas aldeas.

    Ms favorecidos por la naturaleza los guaranes que ha-bitaban la regin de Corrientes y Misiones aprendieron a cultivar la tierra con instrumentos de madera y cosechaban zapallo, mandioca y especialmente maz; con eso completa-ban su alimentacin hecha tambin de caza y pesca. Cuan-do se establecan en algn lugar durante largo tiempo construan viviendas duraderas de paja y barro. Eran hbi-les y saban fabricar cacharros de alfarera, un poco ele-mentales, pero capaces de servir a las necesidades de la vida cotidiana; y con las fibras que tenan a su alcance ha-can tejidos para diversos usos, entre los cuales no era el ms frecuente el de vestirse, porque solan andar desnudos.

    Prximos a ellos, en los bosques chaqueos, los matacos y los guaycures alternaban tambin la caza y la pesca con

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    una rudimentaria agricultura en la que trabajaban prefe-rentemente las mujeres. Y por las regiones vecinas se ex-tendan otros pueblos menos evolucionados, los tobas o los chans, que conocan sin embargo, como sus vecinos, el di-fcil arte de convertir un tronco de rbol en una gil em-barcacin con la que diez o doce hombres solan surcar los grandes ros en busca de pesca.

    Menos evolucionadas an eran las poblaciones de la vasta meseta patagnica. All vivan los tehuelches, cazado-res seminmadas, que utilizaban las pieles de los animales que lograban atrapar para cubrirse y para techar las cho-zas en que habitaban, luego de haber comido cruda su car-ne. Onas y yaganes poblaban las islas meridionales como nmadas del mar, y en l ejercitaban su extraordinaria ha-bilidad para la pesca con arpn, a bordo de ligersimas ca-noas de madera y corteza de haya.

    Escasas en rimero, con muy poco contacto entre s -y a veces ninguno-, las poblaciones de las vastas llanuras, de las duras mesetas, de las selvas o de los bosques, perpetua-ban sus costumbres y sus creencias tradicionales sin que su vida sufriera alteraciones profundas. Iban a las guerras que se suscitaban entre ellos para defenderse o para extender sus reas de predominio, y en el combate ejercitaban los varones sus cualidades guerreras, encabezados por sus caciques, a quienes obedecan respetuosamente. Para infundir temor a sus enemigos y para sealar su origen, cubran su cuerpo con adornos o lo tatuaban con extraos dibujos, y algunos solan colocarse en el labio inferior un disco de madera con el que lograban adquirir una extraa fisonoma. La ti-erra entera les pareca animada por innumerables espritus miste-riosos que la poblaban, y a sus designios atribuan los avata-res de la fortuna: el triunfo o la derrota en la guerra, el xito o el fracaso en la caza o la pesca, la crueldad o la benignidad de las fuerzas de la naturaleza. Slo los hechiceros conocan

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    sus secretos y parecan capaces de conjurarlos para tornarlos propicios y benvolos. Gracias a eso gozaban de la considera-cin de los suyos, que los adn1iraban y teman porque consti-tuan su nica esperanza frente a las enfermedades o frente a las inciertas aventuras que entraaban la cotidiana busca de los alimentos y la continua hostilidad de los vecinos.

    Ms compleja fue, seguramente, la existencia de las po-blaciones que habitaban en las regiones montaosas del noroeste. All, los valles longitudinales de la cordillera abran caminos prometedores que vinculaban regiones muy distantes entre s, y hubo pueblos que se desplazaron y co-nocieron las alternativas de la victoria y la derrota, esta l-tima acompaada por el forzoso abandono de las formas tradicionales de vida y la aceptacin de las que les impo-nan sus vencedores. Tal fue, seguramente, el destino de los diaguitas, que habitaban aquellas comarcas.

    A lo largo de los valles, los diaguitas vivan en pequeas aldeas formadas por casas con muros de piedra. Era el ma-terial que les ofreca su paisaje. Hbiles alfareros, usaban platos, jarras y urnas de barro cocido en cuyo decorad? ponan de manifiesto una rica imaginacin y mucho domi-nio tcnico; pero utilizaban adems para sus utensilios coti-dianos la madera, el hueso, la piedra y el cobre. Estaban firmemente arraigados a la tierra y saban cultivarla con ex-tremada habilidad, construyendo terrazas en las laderas de las sierras para sembrar el zapallo, la papa y el maz, que eran el fundamento de su alimentacin. Criaban guanacos, llamas y vicuas, y con su lana hacan tejidos de rico y va-riado dibujo que tean con sustancias vegetales.

    Los adornos que usaban solan ser de cobre y de plata. En piedra esculpieron monumentos religiosos: dolos y menhires. Y con piedra construyeron los pucares, fortifi-caciones con las que defendan los pasos que daban acceso a los valles abiertos hacia los enemigos.

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    Sin duda se virti mucha sangre en la quebrada de Hu-mahuaca y en los valles calchaques, pero no conocemos las alternativas de esa historia. Los pasos que miraban al Norte vieron llegar, seguramente ms de una vez, los ejrci-tos de los estados que se haban constituido en el altiplano de Bolivia o en los valles peruanos: desde el Cuzco, el im-perio de los incas se extenda hacia el Sur y un da someti a su autoridad a los diaguitas. Signo claro de esa domina-cin fue el cambio que introdujeron en sus creencias reli-giosas, abandonando sus viejos cultos animalsticos para adoptar los ritos solares propios de los quichuas. Y el qui-chua, la lengua del imperio inca, se difundi por los valles hasta tornarse el idioma preponderante.

    Propias o adquiridas, la msica y la poesa de los diaguitas llegaron a expresar una espiritualidad profunda y melanc-lica. Acaso la fuerza del paisaje montaoso las impregn de cierta resignacin ante la magnitud de los poderes de la nat~~aleza o ante el duro esfuerzo que requera el trabajo cot1d1ano. Pero no estaban ausentes de su canto ni el amor ni la muerte, ni el llamado de la alta montaa ni la evoca-cin de la luna nocturna. En el seno de comunidades de r-gida estructura, vivan vueltos sobre s mismos y sobre su destino con una vigilante conciencia.

    Por eso constituan los diaguitas un mundo tan distinto del de las poblaciones de la llanura, de la meseta, de las selvas y de los bosques. Cuando llegaron los espaoles y los sometieron y conquistaron sus tierras, unos y otros de-jaron muy distinto legado a sus hijos, y a los hijos que sus muje_res dieron a los conquistadores que las poseyeron, mest1zos a los que qued confiado el recuerdo del fondo tradicional de su raza.

    Segunda parte

    LA ERA COLONIAL

    La conquista de Amrica por los espaoles es una empresa de principios del siglo XVI. Es la poca de Leonardo, de Maquiavelo, de Erasmo. Como el pensamiento humanstico y como la pintura de ese instante, la conquista tiene el signo del Renacimiento; es indagacin de lo misterioso, aventura en pos de lo desconocido. Alvar Nez Cabeza de Vaca, ca-minando por el Brasil hasta Asuncin, pertenece a la mis-ma estirpe de Paracelso indagando los secretos del cuerpo humano. Pero cuando la conquista termina y comienza la colonizacin sistemtica, en la segunda mitad del siglo XVI, tambin el Renacimiento ha terminado.

    La Espaa imperial de Carlos V, avasalladora y triunfante en el mundo, ha dejado paso a la Espaa de Felipe II, retrada dentro de s misma, militante slo en defensa del catolicismo contra la Reforma, hostigada en los mares por los corsarios ingleses que asaltaban los galeones cargados con el oro y la plata de Amrica. Ni Espaa ni Portugal, los pases descu-bridores, mantendrn mucho tiempo el dominio de las rutas martimas. Y en el siglo XVII, los Austria acentan su decli-nacin hasta los oscuros tiempos de Carlos 11 el Hechizado. Holanda e Inglaterra comienzan a dominar los mares, movi-das por los ricos burgueses que, finalmente, no vacilan en tomar el poder. La monarqua inglesa cae a mediados del si-glo XVII con la cabeza de Carlos 1 y la repblica le sucede ba-jo la inspiracin de Oliverio Cromwell. Ahora se trata de que Inglaterra reine sola en los mares del mundo. Ni siquiera la

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    Francia absolutista de Richelieu y de Luis XIV podra com-petir con ella sobre las aguas.

    En este mundo de los siglos XVI y XVII se desliza la prime-ra etapa de la vida colonial argentina. El autoritarismo de los Austria impregna la existencia toda de la colonia. Sagra-do como el rey es el encomendero a quien se confan los re-baos de indios para su educacin cristiana y para el trabajo en los dominios de su amo. Una idea autoritaria del mundo y de la sociedad se desprenda de la experiencia de la poltica espaola tanto como de la prdica de los misioneros y de la enseanza de las doctrinas neoescolsticas de la Universidad de Crdoba, basada en los textos del telogo .Francisco Su-rez. Pero, para las poblaciones autctonas, el autoritarismo no derivaba de ninguna doctrina, sino del hecho mismo de la conquista. Naturalmente, su tendencia fue a escapar o a rebelarse. Durante largos aos el problema fundamental de la vida colonial fue ajustar las relaciones de dependencia en-tre la poblacin indgena sometida y la poblacin espaola conquistadora. Puede decirse que la regin que hoy constitu-ye la Argentina, excepto como exportadora de cueros, ape-nas exista para el mundo.

    Pero, justamente al comenzar el siglo XVIII -triunfante Inglaterra en los mares-, Espaa cambia de dinasta: los Barbones reemplazan a los Austria. El mundo haba cam-biado mucho y segua cambiando. La filosofa del raciona-lismo y del empirismo acompaaba a la gran revolucin cientfica de Galileo y de Newton, y juntas se imponan so-bre las concepciones tradicionales de raz medieval. La conviccin de que lo propio del mundo es cambiar, comen-zaba a triunfar sobre la idea de que todo lo existente es bueno y no debe ser alterado. La primera de esas dos ideas se enunci bajo la forma de una nueva fe: la fe en el pro-greso. Y Espaa, pese al vigor de las concepciones tradicio-nales, comenz bajo los Barbones a aceptar esa nueva fe.

    LA ERA COLONIAL 21

    Naturalmente, se enfrentaron los que la aceptaban y los que la consideraban impa en una batalla que comenz en-tonces y an no ha concluido. La colonia rioplatense imit a la metrpoli: unos la aceptaron y otros no; pero era claro que los que la aceptaban eran casi siempre los disconfor-mes con el rgimen colonial, y los que la rechazaban, aqu-Uos que estaban satisfechos con l.

    Poco a poco las exportaciones que salan del puerto de Buenos Aires aumentaban de volumen; en el siglo XVII se agreg a los cueros el tasajo que se preparaba en los salade-ros. La exportacin era un buen negocio, pero tambin lo era la importacin de los imprescindibles artculos manu-facturados que llegaban legalmente de Espaa y subrepti-ciamente de otros pases. Inglaterra, que dominaba las rutas martimas, haba proclamado la libertad de los mares.

    En el Ro de la Plata, los partidarios del monopolio espa-ol y los defensores de la libertad de comercio se enfrentaron y buscaron el fundamento de sus opiniones -generalmente vinculadas a sus intereses- en las ideologas en pugna. Hubo, pues, partidarios del autoritarismo y partidarios del liberalismo. Entre tanto las ciudades crecan, se desarrolla-ba una clase burguesa en la que aumentaba el nmero de los nativos y, sobre todo, se difunda la certidumbre de que la comunidad tena intereses propios, distintos de los de la metrpoli.

    Cuando la fe en el progreso comenz a difundirse, bast poco tie1npo para que se confundiera con el destino de la nueva comunidad. Si la Universidad de Crdoba se cerraba resueltamente al pensamiento del Enciclopedismo, la de Charcas estimulaba el conocimiento de las ideas de Rous-seau, de Mably, de Reynal, de Montesqliieu. En Buenos Ai-res no falt quien, como el padre Maciel, poseyera en su biblioteca las obras de autores tan temidos. Una nueva ge-neracin, al tiempo que se compenetraba de las inimagina-

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    bies posibilidades que el mundo ofreca a la pequea co-munidad colonial, beba en las obras de los enciclopedistas y en las de los economistas liberales espaoles una nueva doctrina capaz de promover, como en los Estados Unidos o en Francia, revoluciones profundas.

    A fines del siglo XVIII, la colonia rioplatense haba co-menzado a ser un pas. Durante tres siglos se haba ordena-do su estructura economicosocial y se haban delineado los distintos grupos de intereses y de opiniones. Todava durante toda la era criolla subsistiran los rasgos que se haban dibu-jado durante la era colonial.

    Il. LA CONQUISTA ESPAOLA Y LA FUNDACIN DE LAS CIUDADES (SIGLO XVI)

    Los espaoles aparecieron por primera vez en el Ro de la Plata en 1516, veinticuatro aos despus de la llegada de Coln al continente americano. Ciertamente, no buscaban tierras, sino un paso que comunicara el ocano Atlntico con el Pacfico, recin descubierto por Balboa. Juan Daz de Sols, que mandaba la expedicin, recorri el estuario y descendi en las costas orientales: all trab contacto con los querandes, que lo mataron a poco de desembarcar. As empezaron las relaciones entre indios y conquistadores.

    De los hombres de la expedicin de Sols, el ms joven, Francisco del Puerto, qued entre los indios; los dems re-gresaron a Espaa; pero una de las naves naufrag en el golfo de Santa Catalina y algunos de los tripulantes se sal-varon nadando hasta la costa. Uno de ellos, Alejo Garca, oy hablar a los indios de la existencia de un pas lejano-la tierra del Rey Blanco- en cuyas sierras abundaban el oro y la plata. Seducido por la noticia, emprendi a pie la marcha hacia la regin de Chuquisaca, y luego de llegar y de confirmar la noticia, regres hacia la costa. Tambin l fue muerto por los indios cuando volva; pero lo que haba visto lleg a odos de sus compaeros y as naci la obse-sionante ilusin de los conquistadores de alcanzar la tierra de las riquezas fabulosas. Poco despus, el Mar Dulce, co-mo lo llarri Sols, comenzara a ser llamado Ro de la Pla-ta, en testimonio de esa esperanza.

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    Sin embargo, la busca de un paso que uniera los dos ocanos segua siendo lo ms importante para la Corona espaola; y para que lo hallara envi a Hernando de Ma-gallanes en 1519 con la misin de recorrer la costa ameri-cana. Seguramente, tanto l como Sols posean noticias de navegantes portugueses que haban hecho ya anlogo viaje. Magallanes no se dej tentar por las promesas del ancho estuario y sigui hacia la costa patagnica. Hizo escala en el golfo que llam de San Julin, conoci a los indios te-huelches-que los espaoles llamaron patagones-, y final-mente entr en el estrecho que luego se conoci con su nombre. Siguiendo sus huellas, lleg al Ro de la Plata en 1526 la expedicin de Sebastin Gaboto; pero las noticias difundidas por los que saban del viaje de Alejo Garca in-citaron al piloto a penetrar en el ro Paran en busca de un camino hacia la tierra del Rey Blanco. Un pequeo fuerte que se llam de Sancti Spiritus, levantado sobre la desem-bocadura del Carcara, fue la primera fundacin espao-la en suelo argentino.

    Ya ent~nces comenzaron las rencillas entre los que bus-caban ~a tierra de la pl~ta. Gaboto explor el Paraguay y el BermeJo, pero retorno al saber que otra expedicin al n:ando de Diego Garca, le segua los pasos. Cuando se ~uSieron de acuerdo, recorrieron juntos el Paraguay hasta las bocas del Pilcomayo. Pero nada pudieron averiguar con certeza sobre la manera de llegar a la fabulosa regin de la plata y regresaron a Espaa mientras los guaranes des-truan el fuerte de Sancti Spiritus. . Desde ese ~omento, el hallazgo de un camino que condu-Jera desde el Rio de la Plata hasta el recin descubierto Per comenz a transformarse para los espaoles en una obsesin~ Si ese camino exista y era ms fcil que la ruta del Pacfico las incalculables riquezas que haban dejado estupefacto a Pi~ zarro podran llegar a la metrpoli por una va ms directa

    LA CONQUISTA ESPAOLA 25

    y ms segura. Para tentar esa posibilidad, Pedro ~e Men-doza, investido con el ttulo de adelantado del Rio de la Plata sali de Espaa en 1535 al mando de una flota para fund~r un establecimiento que asegurara las comunicacio-nes con la metrpoli.

    As naci la primera Buenos Aires, fundada por Mendo-za en 1536 sobre las barrancas del Riachuelo que pronto se

    ' . llamara de La Matanza. Ulrico Schmidl, uno de sus pnme-ros pobladores, describi la ciudad y relat las peripecias de sus primeros das. Un muro de tierra rodeaba las construc-ciones donde se alojaban los expedicionarios, entre los que haba, adems de los hombres de espada, los que venan a aplicar sus manos a los instrumentos de trabajo. Caballos y yeguas que haban viajado a bordo de las naves daban a los conquistadores una gran superioridad militar. Los q_~erandes ofrecieron al principio carne y pescado a los recien lle-gados; pero luego se retrajeron y las relaciones se hicieron difciles. Hubo luchas y matanzas. Pero los espaoles se so-brepusieron a las dificultades y procuraron cumplir sus de-signios emprendiendo el camino hacia el Per. .

    Juan de Ayolas naveg por el Paran y el Paraguay y se intern luego por tierra hacia el noroeste. Quiz lleg aBo-livia y acaso logr algunas riquezas, pero nunca volvi. a las orillas donde lo esperaban sus hombres. Su lugarteniente, Domingo Martnez de Irala, asumi el mando en la peque-a ciudad que otro de ellos -Juan de Salazar- acababa de fundar con el nombre de Asuncin. Desde entonces, sa fue la base de operaciones de los que repitieron el intento de llegar a la tierra de la plata: el segundo ~adelantado, .Al-var Nez Cabeza de Vaca, Irala y otros mas. Buenos Aires fue despoblada y abandonada, en tanto que Asuncin prosper con la introduccin de ganados! el desa~rollo de la colonizacin. Pero la ruta que conduela al Peru no fue hallada.

  • 26 LA ERA COLONIAL

    Viniendo del Per hacia el sur, en cambio, los espaoles de la tierra de la plata lograron hallar una salida hacia la cuenca de los grandes ros. Diego de Almagro recorri en 1536 el noroeste argentino. Poco despus, en 1542, Diego de Rojas -y sus hombres despus de su muerte- cruza-ron esa misma regin, que se conoci con el nombre de el Tucumn y llegaron hasta las bocas del Carcara. Y algo ms tarde, Nez del Prado fund en esa comarca la pri-mera ciudad, que llam del Barco.

    Por entonces, comenzaba a desvanecerse la esperanza de establecer en el Ro de la Plata la base de operaciones para el transporte de los metales peruanos. El tercer adelantado, Juan Ortiz de Zrate, decidi colonizar la frtil llanura que le haba sido adjudicada, y uno de sus hombres, Juan de Garay, fund en 1573 la ciudad de Santa Fe. La estrella de Asuncin, que tanto haba ascendido durante el esforzado gobierno de Irala, comenz a declinar, y el Ro de la Plata volvi a parecer el centro natural de la regin. Al ao si-guiente, Ortiz de Zrate regres de Espaa con cinco naves colmadas de hombres y mujeres que se afincaron en la co-Inarca y por cierto, acompaado del arcediano Martn del Barco Centenera, que ms tarde compuso un largo poema en el que narr la conquista y que titul precisamente "La Argentina". Pero el adelantado muri al poco tiempo y tras diversas vicisitudes, qued Juan de Garay a cargo del go-bierno del Ro de la Plata.

    Para entonces, los conquistadores que venan del Per lo-graron reducir a los diaguitas y fundaron Santiago del Este-ro en 1553, San Miguel del Tucumn en 1565 y Crdoba en 1573. Los que venan de Chile, por su parte, fundaron Mendoza en 1561 y al ao siguiente San Juan. El origen de los conquistadores determin la orientacin de cada una de esas regiones: el Tucumn hacia el Per y Cuyo hacia Chile. Pero la cuenca de los grandes ros miraba hacia Espaa y

    LA CONQUISTA ESPAOLA 27

    Juan de Garay decidi cumplir el viejo anhelo de repoblar Buenos Aires. En 1580 reuni en Asuncin un grupo de se-senta soldados, muchos de ellos criollos, y se embarc lle-vando animales y tiles de trabajo. Sobre el Ro de la Plata, el 11 de junio de 1580, fund por segunda vez la ciudad de Buenos Aires, distribuy los solares entre los nuevos veci-nos, entreg tierras para labranza en las afueras y constitu-y el Cabildo. As qued abierta una "puerta a la tierra" que deba emancipar al Ro de la Plata de la hegemona pe-ruana. Poco despus, sin embargo, la metrpoli invalidara el puerto de Buenos Aires, que slo sirvi para alimentar el temor a los ataques de los piratas. Muy pronto deba servir tambin para el contrabando de las mercancas que Espaa le vedaba recibir.

    En 1582 fue fundada la ciudad de San Felipe de Lerma, que recibi del valle en que estaba situada el nombre de Salta. Las riquezas minerales de la sierra de Famatina atra-jeron a los conquistadores hacia otros valles, y en 1591 se fund La Rioja; y para vigilar la boca de la quebrada de Humahuaca se fund en 1593 San Salvador de Jujuy. No mucho antes, el cuarto adelantado Juan Torres de Vera y Aragn haba fundado en el alto Paran la ciudad de Co-rrientes en 1588.

    As nacieron en poco tiempo los principales centros urba-nos del pas, donde se radicaron unos pocos pobladores, es-paoles de la pennsula unos y criollos nacidos y~ e~ estas tierras otros; a su alrededor flotaban los grupos 1nd1genas de la comarca conquistada, sometidos al duro rgimen de la encomienda o de la mita con el que se beneficiaba de su tra-bajo el espaol que era su seor; y mientras fatigaban sus cuerpos en la labranza de las tierras o en la explotacin de las minas, soportaban el embate intelectual de los misio~eros que procuraban inducirlos a que abandonaran sus vie-jos cultos y adoptaran las creencias cristianas. Un sordo

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    resentimiento los embarg desde el primer momento, y lo tradujeron en pereza o en rebelda. Las mujeres indias fue-ron tomadas como botn de la conquista, y de ellas tuvieron los conquistadores hijos mestizos que constituyeron al poco tiempo una clase social n'ueva. De vez en cuando llegaban a las ciudades nuevos pobladores espaoles, que se sentan ms amos de la ciudad que esta heterclita poblacin crio-lla, mestiza e india, que se agrupaba alrededor de los viejos vecinos. En los cabildos, aquellos que tenan propiedades ejercan la autoridad bajo la lejana vigilancia de goberna-dores y virreyes.

    En la dura faena de la conquista y la colonizacin, los misioneros solan introducir cierta moderacin en las cos-tumbres y algunas preocupaciones espirituales. Pero su esfuerzo se estrell una y otra vez contra la dureza del rgi-men de la encomienda y de la mita. En los templos que se erigan no falt la imagen tallada por artesano indgena que transmiti al santo cristiano los rasgos de su raza o el vago perfume de sus propias creencias. En 1570 fue creado el obispado de Tucumn para celar la obra de sacerdotes y mi-sioneros. A los dominicos y franciscanos, se haban agrega-do p~co antes los jesuitas que, activos y disciplinados, organizaron las reducciones de indios y dedicaron sus es-fuerzos a la educacin. As adquirieron los religiosos fuerte influencia y osaron disputar con las autoridades civiles so-bre la vida misma de la colonia. Muy pronto hubo frailes criollos y mestizos. Criollos fueron tambin el gobernador de Asuncin, Hernando Arias de Saavedra y el obispo del Tucumn, fray Hernando de Trejo y Sanabria; mestizo fue tambin Ruy Daz de Guzmn que escribi en Asuncin la primera historia argentina. Las razas y las ideas comenza-ban a entrecruzarse.

    III. LA GOBERNACIN DEL RO DE LA PLATA (1617-1776)

    Cuando lleg al gobierno del Ro de la Plata Hernando Arias de Saavedra -el primer criollo que alcanz esa dig-nidad-, se ocup de regularizar las difciles relaciones en-tre las autoridades eclesisticas y civiles en un snodo que reuni en Asuncin en 1603. Pero el problema era arduo y volvi a suscitarse una y otra vez. En Buenos Aires, la que-rella entre obispos y gobernadores fue durante toda la po-ca colonial una de las causas de agitacin en el vecindario. Fuera de las pequeas cuestiones personales y del conflicto entre las distintas tendencias polticas que se suscit de~pus, un motivo frecuente de discrepancia fue el problema de los indios, ms grave, sin duda, en el Paraguay y en el Tucumn que en el Ro de la Plata.

    Pese a las recomendaciones reales, el trato que los enco-menderos daban a los indios era duro y cada uno se serva de los que le haban sido asignados como si fueran sus sier-vos, olvidados de los deberes para con ellos que les estaban encomendados. Para protegerlos, Hernandarias tom diver-sas medidas, pero no fueron suficientes para corregir la conducta de los encomenderos obsesionados por la riqueza. Francisco de Alfaro, enviado para visitar la comarca por la Audiencia de Charcas, dispuso en 1611 suprimir el servicio personal de los indios; pero sus ordenanzas tampoco modi-ficaron la situacin. Hernandarias dio un paso audaz y en-comend a los jesuitas la fundacin de unas "misiones"

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    donde trabajaran y se educaran los guaranes del Para-guay. Las fundaciones fueron extensas y prsperas; pero crearon un Inundo incomunicado en el que las mismas au-toridades civiles difcilmente entraban. Fue el "Imperio je-sutico". As comenz a ser el Paraguay un rea marginal, ajena a la evolucin del Tucumn y del Ro de la Plata don-de el mestizaje cre dolorosamente una sociedad abierta.

    Curioso explorador tanto de las tierras del sur como de las del Chaco, Hernandarias comprendi que Asuncin y Buenos Aires constituan dos centros de distintas tenden-cias y de diferentes posibilidades, y solicit a la Corona la divisin de la colonia rioplatense. Una Real Cdula de 1617 separ al Paraguay del Ro de la Plata y desde enton-ces sus destinos tomaron por caminos diversos.

    Buenos Aires, la pequea capital de la gobernacin del Ro de la Plata, adoptaba ya, pese a su insignificancia, los caracteres de un puerto de ultramar. Situada en una regin de escasa poblacin autctona los vecinos se dedicaron a la labranza ayudados por los pocos negros esclavos que co-menzaron a introducirse, y algunos procuraron obtener m-dicas ganancias vendiendo sebo y cueros, que obtenan capturando ocasionalmente ganado cimarrn que vagaba sin dueo por la pampa. Quienes obtenan el "permiso de vaqueras" para perseguirlo y sacrificarlo, vendan luego en la ciudad aquellos productos que podan exportarse, unas

    veces con autorizacin del gobierno y otras sin ella. Porque a pesar de su condicin de puerto pesaba sobre Buenos Ai-res una rgida prohibicin de comerciar. Desde 1622, una aduana "seca" instalada en Crdoba defenda a los comer-ciantes peruanos de la competencia de Buenos Aires. Tales restricciones hicieron que el contrabando fuera la ms in-tensa y productiva actividad de la ciudad, y sus alternati-vas llenaron de incidentes la vida del pequeo vecindario. Unas veces fue la falta de objetos imprescindibles, como el

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    papel de que careca el 0abildo; otras, fue la llegada su-brepticia de ricos cargamentos; otras, el descubrimiento de sorprendentes complicidades entre contrabandistas y magis-trados. Siempre condenado, el contrabando hijo de la liber-tad de los mares, floreci y contribuy a formar una rica burguesa portea.

    Mil espaoles y una caterva de esclavos constituan el vecindario de la capital de la gobernacin. Dentro de su placidez, la vida se agitaba a veces. En ms de una ocasin se anunci la llegada de naves corsarias y fue necesario po-ner a punto las precarias fortificaciones y movilizar una milicia urbana; pero el peligro nunca fue grande y los veci-nos volvan a sus labores prontamente. Lo que ms los agi-t fueron las querellas entre el obispo y las autoridades civiles, todos celosos de sus prerrogativas y todos acusados o acusadores en relacin con los negocios de contrabando. As se desenvolvi, durante el siglo XVII y buena parte del XVIII, la vida de Buenos Aires, la pequea aldea en la que los viajeros advertan la vida patriarcal que transcurra en las casas de techos de paja, en cuyos patios abundaban las higueras y los limoneros. All vivan los ms ricos, rodea-dos de esclavos y sirvientes, orgullosos de sus vajillas de plata y de los muebles que haban logrado traer de Espaa o del Per, y los ms pobres, ganando su pan en el trabajo de la tierra o en el ejercicio de las pequeas artesanas o del modesto conchavo. Una pequea burocracia comenzaba a constituirse con espaoles primero y con criollos tambin ms tarde. Y alrededor de la ciudad se organizaban lenta-mente las estancias de los poseedores de la tierra, algunos de los cuales se lanzaban de vez en cuando hacia el desier-to, ayudados en su tarea de perseguir ganado cimarrn por los "mancebos de la tierra", criollos y mestizos que prefe-ran la libertad de los campos a la sujecin de una ciudad que no era de ellos y que prefiguraban el tipo del gaucho.

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    Cada cierto tiempo, un navo traa noticias de la metr-poli y del mundo. Las ms interesantes eran, naturalmente, las que tenan que ver con el destino de la gobernacin y especialmente las que se relacionaban con la suerte de la costa oriental del Ro de la Plata. Desde 1680 haba all una ciudad portuguesa -la Colonia del Sacramento- que se haba convertido en la puerta de escape del comercio de Buenos Aires. Artculos manufacturados, preferentemente ingleses, y algunos esclavos se canjeaban por el sebo y los cueros que provea la pampa. Pero precisamente por esa posibilidad, la suerte de la Colonia fue muy cambiante. Una y otra vez las pobres fuerzas militares de Buenos Aires se apoderaron de ella, pero tuvieron que cederla luego a causa de los acuerdos establecidos entre Espaa y Portugal. En 1713, por el tratado de Utrecht, lograron los ingleses autorizacin para introducir esclavos; y en connivencia con los portugueses organizaron metdican1ente el contraban-do con Buenos Aires. El trfico entre las dos orillas del ro se hizo tan intenso que los portugueses se creyeron autori-zados para extender an ms sus dominios. Pero Espaa reaccion enrgicamente y encomend al gobernador Bru-no Mauricio de Zabala que los contuviera. Zabala fund Montevideo en 1726, y las ventajas de ese puerto lo trans-formaron pronto en el centro de las operaciones navales en el Ro de la Plata. Muy poco despus Montevideo se consi-der un competidor de Buenos Aires.

    En el norte, de espaldas al Ro de la Plata y mirando hacia Lima las ciudades del Tucumn progresaban ms lentamen-te. Crdoba, la ms importante de ellas, apenas llegaba al millar de habitantes; pero tena ya desde 1622 una univer-sidad cuya fundacin haba promovido fray Hernando de Trejo y Sanabria y vea levantarse la fbrica de su catedral, el ms atrevido y suntuoso de los templos de la colonia. A diferencia de las comarcas rioplatenses, abundaban en el

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    Tucumn los indios labradores y mineros. El contacto entre las poblaciones autctonas y los espaoles fue all intenso y dramtico. Hubo uniones entre espaoles y mujeres indge-nas, unas veces legtimas y otras no, que originaron la for-macin de una nutrida y singular poblacin mestiza. Pero hubo sobre todo relaciones de dependencia muy severas en-tre indios y encomenderos. En los cultivos -el trigo, el maz, la vid, el algodn- y en las industrias, unas tradicio-nales de la regin y otras nuevas, entre las que se destacaba la del tejido de lana y de algodn, los indgenas trabajaban de modo agotador en beneficio del encomendero. Ms duro todava era el trabajo que realizaban en las minas, cuyo se-

    ~reto slo ellos posean, no sin desesperacin de los espao-les. En cambio, la cra de mulas que se enviaban al Per en grandes cantidades, y el traslado de vacunos desde 1~ p~mpa constituan trabajos ms livianos en los que se eJercita-ban preferentemente criollos y mestizos. .

    La sistemtica explotacin de los indios, apenas amen-guada ocasionalmente por la influencia de algn funciona-rio o algn misionero, suscit un sordo rencor en los naturales del pas. Unas veces se manifest en la negligen-cia para el trabajo, otras en la fuga desesperada y otras, fi-nalmente, en una irrupcin violenta que desembocaba en la rebelin. Hacia 1627, un vasto movimiento polariz a los diaguitas y la nacin entera estall en una sublevacin contra los espaoles. Diez aos necesitaron stos para so-meter a los diversos caciques rebeldes, cuyos hombres se extendan por todos los valles calchaq ues y amenazaban las ciudades.

    Algo singular haba. en las relaciones entre los indios y los conquistadores del Tucumn. La sospecha de que aqu-llos conocieran la existencia de ricas minas de metales pre-ciosos mova a los conquistadores a intentar de vez en cuando una aproximacin benvola para tratar de sorpren-

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    der sus secretos. Acaso fue esta esperanza la que movi al gobernador Alonso Mercado a confiar en los proyectos de un imaginativo aventurero, Pedro Bohrquez, que se deca descendiente de los incas y prometa, a cambio del ttulo de gobernador del valle calChaqu, la sumisin de los indios y los tesoros de Atahualpa. Pero el virrey de Lima no acept el juego y los diaguitas, que tambin haban puesto sus es-' peranzas en Bohrquez, volvieron a sublevarse en 1685. Esta vez la lucha fue extremadamente violenta y dur va-rios aos, al cabo de los cuales los indios fueron vencidos y las diversas tribus arrancadas de sus tierras y distribuidas por distintos lugares del Tucumn y del Ro de la Plata. As se dispersaron los diaguitas, sin que los espaoles del no-roeste argentino alcanzaran nuevos secretos sobre las ri-quezas metalferas de las montaas andinas.

    Los indios del Este tambin hostilizaron a las ciudades del Tucumn, a cuyas vecindades llegaron los del Chaco. Pero ms peligrosos fueron stos para los vecinos de Asuncin, que estaba ms prxima y se senta, adems, amenazada por los mamelucos de la frontera portuguesa. En esa zona tenan los jesuitas sus reducciones y all se produjo tambin una sangrienta insurreccin indgena en 1753, cuando los guara-nes de los pueblos de las misiones se resistieron a abando-narlos tal como lo mandaba el tratado firmado entre Espaa y Portugal, tres aos antes. La lucha fue dura y concluy con la derrota de los guaranes en las lomas de Caibat en 1756. Poco despus, el gobernador del Tucumn, Jernimo Matorras, consigui contener a los indios chaqueos que amenazaban su provincia. Esta lucha intermitente y dura con los indios fue una de las preocupaciones fundamentales de los conquistadores en las regiones que constituiran la Ar-gentina. Creca el nmero de mestizos, ingresaban nutridos grupos de esclavos negros, pero se deshaca la personalidad colectiva de las poblaciones indgenas. En la llanura, se sal-

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    varon alejndose por las tierras desiertas, disputando a los conquistadores la captura de los ganados, que los indios des-plazaban hacia sus propios dominios extendidos hasta l~s valles chilenos. En el Tucumn, procuraban retraerse hacia los valles ms protegidos. As, las ciudades recin fundadas fueron nsulas en medio de un desierto hostil. En el Ro de la Plata, el gobernador Pedro de Cevallos volvi a ocupar la Colonia del Sacramento en 17 62, y la diplomacia portugue-sa volvi a recuperarla poco despus.

    El contrabando continu intensamente. Entre tanto, los cambios polticos e ideolgicos que se producan en Espaa a fines del siglo XVIII repercutieron en Buenos Aires cuando el conde de Aranda, ilustrado ministro de Carlos III design gobernador de la provincia a Francisco de Paula Bucarelli. Reemplazaba a Cevallos, notorio amigo de los jesuitas, con la misin de cumplir la orden de expulsar a stos del Ro de la Plata, tal como la Corona lo haba resuelto para todos sus dominios. La medida se cumpli en 1766 y se fundaba en el exceso de poder que la Compaa de Jess haba alcanzado.

    Signo de regalismo, la expulsin de los jesuitas reflejaba la orientacin poltica de Carlos III y de sus ministros. En Buenos Aires, un hecho tan inslito tena que dividir las opiniones. La ciudad alcanzaba los veinte mil habitantes y comenzaba a renovar su fisonoma. Dos aos antes se ha-ba erigido la torre en el edificio del Cabildo y la fbrica de la catedral comenzaba a avanzar. Las iglesias del Pilar, de Santo Domingo, de las Catalinas, de San Francisco, de San Ignacio y otras ms se levantaban ya en distintos lugares de la ciudad, exhibiendo su fisonoma barroca. En la Reco-va discutan los vecinos y comenzaban a polarizarse las opiniones entre los amigos del progreso y los amigos de la tradicin. La llegada del nuevo gobernador Juan Jos de Vrtiz, criollo y progresista, acentu las tensiones que co-menzaban a advertirse en el Ro de la Plata.

  • IV. LA POCA DEL VIRREINATO (1776-1810)

    En el ltimo cuarto del siglo XVIII, la Corona espaola cre el virreinato del Ro de la Plata. La colonia haba progresa-do: creca su poblacin, crecan las estancias que produ-can sebo, cueros y ahora tambin tasajo, todos productos exportables, y se desarrollaban los cultivos. Concolorcor-vo, un funcionario espaol que recorri el pas y public su descripcin en 1773 con el ttulo de El lazarillo de cie-gos caminantes, haba sealado en las colonias rioplaten-ses, antes tan apagadas en relacin con el brillo de Mxico o Per, nuevas posibilidades de desarrollo, porque a la luz de las ideas econmicas de la fisiocracia, ahora en apogeo, la tierra constitua el fundamento de la riqueza. Esas conside-raciones y la necesidad de resolver el problema de la Colonia del Sacramento aconsejaban la creacin de un gobierno au-tnomo en Buenos Aires.

    Una Real Cdula del 1 o de agosto de 1776 cre el virrei-nato y design virrey a Pedro de Cevallos. Las gobernacio-nes del Ro de la Plata, del Paraguay y del Tucumn, y los territorios de Cuyo, Potos, Santa Cruz de la Sierra y Char-cas quedaron unidos bajo la autoridad virreina!, y as se di-buj el primer mapa de lo que sera el territorio argentino.

    Cevallos logr pronto derrotar a los portugueses y recu-perar la Colonia del Sacramento. Pero suprimida esta puerta de escape del comercio porteo, Cevallos trat de remediar la situacin dictando el 6 de noviembre de 1777 un "Auto de libre internacin" en virtud del cual qued autorizado el

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  • 38 LA ERA COLONIAL

    comercio de Buenos Aires con Per y Chile. Esta medida, resistida por los peruanos como la creacin misma del vi-rreinato, revelaba una nueva poltica econmica y fue com-pletada poco despus co~ otra que ampliaba el comercio con la pennsula. Se advirti entonces un florecimiento en la vida de la colonia, tanto en las pequeas ciudades del in-terior como en Buenos Aires, hacia la que empezaban aho-ra a tnirar las que antes se orientaban hacia el Per y Chile. El trfico de carretas se hizo ms intenso y las relaciones entre las diversas partes del virreinato ms estrechas. Y la actividad creci ms an cuando, en 1791, se autoriz a las naves extranjeras que traan esclavos a que pudieran llevar de retorno frutos del pas. En su aduana, creada en 1778, Buenos Aires comenz a recoger los beneficios que ese trfico dejaba al fisco.

    Vrtiz, designado virrey en 1777, impuls vigorosamen-te ese progreso y, naturalmente, suscit tanto encono co-tno adhesin. La pequea aldea, cuya actividad econmica creca con nuevo ritmo, comenz a agitarse y su poblacin a dividirse segn diversos intereses y distintas ideas. Los comerciantes que usufructuaban el antiguo monopolio co-mercial se lanzaron a la defensa de sus intereses amenaza-dos por la nueva poltica econmica, de la cual esperaban otros grupos obtener ventaja; y este conflicto se entrecruz con el enfrentamiento ideolgico de partidarios y enemigos de la expulsin de los jesuitas, de progresistas y tradiciona-listas.

    Cada una de las innovaciones de Vrtiz fue motivo de agrias disputas. Siendo gobernador haba fundado la Casa de Comedias, en la que vieron los tradicionalistas una amenaza contra la moral. Cuando ejerci el virreinato ins-tal en Buenos Aires la primera imprenta, y junto con las primeras cartillas y catecismos, se imprimi all, en 1.780, la circular por la que difuqda la creacin del Tribunal del

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    Protomedicato, para que nadie pudiera ejercer la medicina sin su aprobacin. La misma intencin de mejorar el nivel cultural y social de la colonia movi al virrey a crear el Co-legio de San Carlos, cuyos estudios dirigi Juan Baltasar Maciel, espritu ilustrado y uno de los raros poseedores en Buenos Aires de las obras de los enciclopedistas. Una casa de nios expsitos, un hospicio para mendigos, un hospital para mujeres dieron a la ciudad un aire de progreso que corresponda al nuevo aspecto que le daban el paseo de la Alameda, los faroles de aceite en las vas ms transitadas y el empedrado de la actual calle Florida.

    Tambin las ciudades del interior comenzaron a prospe-rar, y entre todas Crdoba, donde abundaban las casas se-oriales y las ricas iglesias. A esa prosperidad contribuy mucho la nueva organizacin del virreinato que, en 1782, qued dividido en ocho intendencias -Buenos Aires, Char-cas, La Paz, Potos, Cochabamba, Paraguay, Salta del Tu-cumn y Crdoba del Tucumn-, y en varios gobiernos subordinados. Al frente de cada intendencia haba un go-bernador intendente al que se le confiaban funciones de polica, justicia, hacienda y guerra; y la autonoma que co-braron los gobiernos locales favoreci la formacin de un espritu regional y estimul el desarrollo de las ciudades que constituan el centro de la regin. Pero Buenos Aires acre-cent su autoridad no slo por su importancia econmica, sino tambin por ser la sede del gobierno virreina! y la de la Audiencia, que se instal en 1785.

    Los sucesores de Vrtiz no tuvieron el brillo de su ante-cesor. Cinco aos dur el gobierno del marqus de Loreto que sucedi a aqul en 1784. Cuando, a su vez, fue susti-tuido en 1789 por Nicols de Arredondo, el mundo se conmovi con el estallido de la Revolucin Francesa. La polarizacin de las opiniones comenz a acentuarse y no falt por entonces en la aldea quien pensara en promover

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    movimientos de libertad. Ese ao, en la Casa de Comedias, estren Manuel Jos de Lavardn su Siripa, la primera tra-gedia argentina. Ms inters que la grave conmocin que comenzaba en el mundo despert, sin embargo, la creacin del Consulado de Buenos Aires. Acababa de autorizarse el trfico con naves extranjeras y la nueva institucin se en-carg desde 1794 de vigilarlo. Un criollo educado en Espa-iia y compenetrado de las nuevas doctrinas econmicas, Manuel Belgrano, fue encargado de la secretara del nuevo organismo, y en l defendi los principios de la libertad de comercio y combati a los comerciantes monopolistas. Po-co despus, el Consulado creaba una "escuela de geome-tra, arquitectura, perspectiva y toda especie de dibujo" y ms tarde una escuela nutica.

    Quiz la agitacin que reinaba en Europa promovi la publicacin de los primeros peridicos. En 1801, Francisco Antonio Cabello comenz a publicar en Buenos Aires el Te-lgrafo Mercantil y al ao siguiente edit Hiplito Vieytes el Senzanario de agricultura:l industria y comercio. Adems de las noticias que conmovan al mundo, ya amenazado por Napolen, encontraban los porteos en 'Sus peridicos artculos sobre cuestiones econmicas que ilustraban sobre la situacin de la colonia e incitaban a pensar sobre nuevas posibilidades. Para algunos, las nuevas ideas que los peri-dicos difundan eran ya familiares a travs de los libros que subrepticiamente llegaban al Ro de la Plata; para otros,

    como Mariano Moreno, a travs de los que haban podido leer en Charcas, donde abundaban; y para otros, como Manuel Belgrano, a travs de su contacto con los ambien-tes ilustrados de Europa.

    En 1804, poco despus de proclamarse Napolen empe-rador de los franceses y de reiniciarse la guerra entre Francia e Inglaterra, fue nombrado virrey el marqus de Sobre-monte. Al ao siguiente, Inglaterra aniquil a la armada

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    espaola en Trafalgar y comenz a mirar hacia las posesio-nes ultramarinas de Espaa. Sobremonte debi afrontar una difcil situacin.

    Una flota inglesa apareci en la Ensenada de Barragn el 24 de junio de 1806 y desembarc una fuerza de 1500 hom-bres al mando del general Beresford. Sobremonte se retir a

    Crdoba desde donde viaj ms tarde a Montevideo, y los ingleses ocuparon el fuerte de Buenos Aires. Algunos comer-ciantes se regocijaron con el cambio, porque Beresford se apresur a reducir los derechos de aduana y a establecer la libertad de comercio. Pero la mayora de la poblacin no ocult su hostilidad y las autoridades comenzaron a prepa-rar la resistencia. Juan Martn de Pueyrredn desafi al in- vasor con un cuerpo de paisanos armados, pero fue vencido en la chacra de Perdriel. Ms experimentado, el jefe del fuer-te de la Ensenada de Barragn, Santiago de Liniers, se trasla-d a Montevideo y organiz all un cuerpo de tropas con el que desembarc en el puerto de Las Conchas el4 de agosto. Seis das despus, Liniers intimaba a los ingleses desde su campamento de los corrales de Miserere. Su ultimtum fue rechazado y emprendi el ataque contra el fuerte el 12 de agosto. Beresford ofreci la rendicin.

    El episodio blico haba terminado, pero sus consecuen-cias polticas fueron graves. Ausente el virrey, y ante la pre-sin popular, un cabildo abierto reunido en Buenos Aires el 14 de agosto encomend el mando militar de la plaza a Li-niers, que se hizo cargo de l desoyendo las protestas de So-bremonte. Las inquietudes polticas se intensificaron por las implicaciones que la decisin tena. Liniers era francs y po-co antes el emperador Napolen haba derrotado a la terce-ra coalicin en Austerlitz. Los ingleses, por su parte, haban despertado el entusiasmo de los comerciantes, mientras Es-paa se senta al borde de la catstrofe. Todo haca creer que podan producirse cambios radicales. en la situacin de

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    la colonia y cada uno comenzaba a pensar en las solucio-nes que deba preferir.

    Por si los invasores volvan, Liniers organiz las milicias para la defensa, con los nativos de Buenos Aires el cuerpo de Patricios, con los del 'interior el de Arribeos; y as fue-ron formndose los de hsares, pardos y morenos, galle-gos, catalanes, cntabros, montaeses y andaluces. Todos los vecinos se movilizaron para la defensa, y Liniers, impues-to por la voluntad popular, estableci que los jefes y oficiales de cada cuerpo fueran elegidos por sus propios integrantes. El principio de la democracia comenz a funcionar, pero el distingo entre espaoles y criollos qued manifiesto en la formacin de la milicia popular. ,

    A principios de febrero de 1807, se supo en Buenos Ai-res que una nueva expedicin inglesa acababa de apoderar-se de Montevideo. Napolen haba entrado triunfante en Berln despus de vencer en Jena y en Auerstadt. Los ingle-ses mantenan sus objetivos fundamentales. El da 10, Li-niers convoc a una junta de guerra que decidi deponer al virrey Sobremonte en vista de que tambin haba fracasado en Montevideo, y .encomend el gobierno a la Audiencia. Era una decisin revolucionaria. La poblacin de Buenos Aires se mostraba decidida a defenderse, pese a la propa-ganda que los ingleses hacan en la Estrella del Sur, un pe-ridico en el que exaltaban las ventajas que tendra para el Ro de la Plata la libertad de comercio. Y cuando el gene-ral Whitelocke desembarc en la Ensenada de Barragn el 28 de junio, se encontr con una preparacin militar superior a la que se le haba opuesto a Beresford.

    Con todo, pudieron los ingleses dispersar a los primeros contingentes; pero la ciudad toda, bajo la direccin del alcal-de Martn de lzaga, se fortific mientras Liniers organizaba sus lneas. La lucha fue dura y el 6 de julio Whitelocke pi-di la capitulacin. Los ingleses tuvieron que abandonar sus

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    posiciones en el Ro de la Plata y Buenos Aires volvi a ser lo que fue. . . ~ ~ .

    Pero slo en apariencia. La situacwn hab1a cambiado pro-fundamente a causa de las experiencias realizadas, dentro del cuadro de una situacin internacional muy oscura. La hostilidad entre partidarios del monopolio y partidarios del libre comercio, representados los primeros por los comer-ciantes espaoles y los segundos por hacend~dos g~neralmente criollos, se hizo ms intensa. Pero al mismo tie~po, se confunda ese enfrentamiento con el de criollos y peninsu-lares a causa de los privilegios que la administracin colo-nial otorgaba a estos ltimos, injustos cada vez ms a la luz de las ideas de igualdad y libertad difundi~as P?: la revol~cin norteamericana y la francesa. Y esa situacwn se h~b1a hecho ms patente a partir del momento en que la neces1da~ de la defensa contra los invasores llam a las armas a los ht-j os del pas, permitindoles intervenir en las decisiones fun-damentales de la vida poltica.

    Alrededor de Liniers se agrupaban los criollos, muchos de ellos exaltados ya y trabajados por un vago anhe!o. de provocar cambios radicales en la vida colonial. Pero L1n1ers se mantena leal a la Corona, aunque a su alrededor no fal-taban los que aspiraban a separar la colonia. del gobierno espaol, debilitado por la P?l~ica napolen~tca. Un vasto cuadro de intrigas y de negociaciones comenzo en:onces.

    Por una parte, trataban algunos de los que habian ~ens~ado en lograr la independencia bajo el protectorado Ingles, de coronar a la princesa Carlota Joaquina, hermana de Fer-nando VII y por entonces en ~o de J~neiro c~mo es~-~sa del regente de Portugal. Saturnino Ro~nguez Pena logro In-teresar en tal proyecto a hombres tan Influyentes como Bel: grano, Pueyrredn, Paso y Moreno; pero el proyecto choco con serias dificultades. Por otra, pensaron algunos que la abdicacin de Carlos IV y Fernando VII al trono espaol Y

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    su reemplazo por Jos Bonaparte creaba una situacin defi-nitiva que era menester aceptar. Pero Liniers se mantuvo fiel a su punto de vista y, ya designado virrey, orden jurar fide-lida~ a Fernando VII. No pudo evitar sin embargo, la des-confianza de los grupos peninsulares, y el 1 o de enero de 1809 se alzaron contra l dirigidospor lzaga y con el apo-yo de los cuerpos de vizcanos, gallegos y catalanes. . Los cuerpos ?~ criollos; en cambio, encabezados por el Jefe de los patncios, Cornelio Saavedra, sostuvieron a Li-niers, que con ese apoyo decidi resistir, pese a que el go-bernador de Montevideo, Javier de Elo, respaldaba la insurreccin. Los rebeldes fueron sometidos y deportados a Patagones. Pero la situacin sigui agravndose, sobre to-do ~espus de las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz, destinadas a suplantar a las autoridades espaolas por jun-tas populares como las que se constituan en Espaa para resistir a los franceses.

    Una de stas, la Junta Central de Sevilla, design nuevo virrey a Balt~s~r Hidalgo de Cisneros, que se hizo cargo del poder en JUho de 1809. Poco despus dispona el regre-so de los deportados por Liniers y la reorganizacin de los cuerpos militares de origen peninsular. El enfrentamiento con los criollos era inevitable.

    Tercera parte

    LA ERA CRIOLLA

    La creacin del virreinato coincidi con el desencadena-miento de la revolucin industrial en Inglaterra. Treinta y cuatro aos despus, Espaa perda gran parte de sus colo-nias americanas, precisamente cuando ese profundo cambio que se haba operado en el sistema de la produccin comen-zaba a dar frutos maduros. Inevitablemente, las nuevas na-ciones que surgieron del desvanecido imperio espaol -y la Argentina entre ellas- se incorporaron en alguna medi-da al rea econmica de Inglaterra, que dominaba las rutas martimas desde mucho antes y que ahora buscaba nuevos mercados para sus pujantes industrias.

    La Argentina recibi productos manufacturados ingleses en abundancia, y este intercambio fue ocasin para que se radicara en el pas un buen nmero de sbditos britnicos. Cosa curiosa, se hicieron a la vida de campo, fundaron prsperas estancias y adoptaron las costumbres criollas. Hijo de uno de ellos fue Guillermo Hudson, que tanto es-cribira despus sobre la vida del campo rioplatense. El pas que naci en 1810 era esencialmente criol!o. ~?lticamente independiente, su debilidad, su desorganizacion y su inestabilidad lo forzaron a inscribirse dentro del rea eco-nmica de la nueva potencia industrial que golpeaba a sus puertas. Pero la independencia dej en manos de los crio-llos las decisiones polticas, y los criollos las adoptaron por su cuenta en la medida en que pudieron. Criolla era la

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  • 46 LA ERA CRIOLLA

    composicin social del pas que, con la independencia no alter su fisonoma tnica y demogrfica, criollas fueron las tradiciones y la cultura, y criolla fue la estructura eco-nmica en la medida en que reflejaba los esquemas de la poca virreina!. Hasta 1880, aproximadamente, se mantu-vo sin grandes cambios esta situacin, y por eso puede ha-blarse de una era criolla para caracterizar los primeros setenta aos de la vida independiente del pas.

    El problema fundamental de la vida argentina durante la era criolla fue el ajuste del nuevo pas y su organizacin dentro de los moldes del viejo virreinato. Haba en el fon-do de esta situacin algunas contradicciones difciles de re-solver. En un rgimen de independencia poltica que proclam los principios de libertad y democracia, la hege-mona de Buenos Aires, con los caracteres que haba ad-quirido durante la colonia, no poda ser tolerada. La lucha fue, en ltima instancia, entre la poderosa capital, que po-sea el puerto y la aduana, y el resto del pas que languide-ca. Fue una 1 ucha por la preponderancia poltica, pero era un conflicto derivado de los distintos grados de desarrollo econmico. Slo a lo largo de setenta aos y en medio de duras experiencias pudieron hallarse las frmulas para re-solver el conflicto.

    Esas frmulas deban atender a las exigencias de la reali-dad, pero no podan desentenderse de las corrientes de ideas que prevalecan por el mundo. El espritu del siglo XVIII, que en Buenos Aires perpetuaba el poeta Juan Cruz Varela, de-clinaba para dejar paso al Romanticismo, una nueva acti-tud de los comienzos del siglo XIX que inspiraba tanto al arte como al pensamiento. Echeverra, el poeta de La cau-tiva, desafiaba al Ro de la Plata con el alarde de la nueva sensibilidad; pero lo desafiaba tambin con las audacias de su pensamiento liberal. El absolutismo se haba impuesto en Europa, despus de la cada de Napolen, y elliberalis-

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    mo luch denodadamente contra l. A la Santa Alianza ins-pirada por . el zar Alejandro y por Metternich se opuso la "Joven Europa" inspirada por Mazzini. Desde cierto punto de vista, la oposicin rioplatense entre federales y unitarios era un reflejo de esa anttesis; pero tena adems otros con-tenidos, ofrecidos por la realidad del pas: la oposicin en-tre Buenos Aires y el interior, entre el campo y las ciudades, entre los grupos urbanos liberales y las masas rurales acos-tumbradas al rgimen paternal de la estancia. Fue necesario mucho sufrimiento y mucha reflexin para disociar las con-tradicciones entre la realidad y las doctrinas.

    La dura experiencia de los caudillos federales dentro del pas y de los polticos liberales emigrados cuaj finalmente en ciertas frmulas transaccionales que fueron elaborando poco a poco Echeverra, Alberdi y Urquiza, entre otros. Esa fnnula triunf en Caseros y se impuso en la Constitu-cin de 1853. Consista en un federalismo adecuado a las formas institucionales de una democracia representativa y basado en dos acuerdos fundamentales: la nacionalizacin de las rentas aduaneras y la transformacin economicosocial del pas. Cuando el plan se puso en marcha, haban estalla-do en Europa las revoluciones de 1848, hijas del liberalis-mo, por una parte, y de la experiencia de la nueva sociedad industrial, por otra. Las ideas cambiaban de fisonoma. El socialismo comenzaba a abrirse paso; por su parte, el viejo absolutismo declinaba y Napolen III tuvo que disfrazarlo de movimiento popular; el liberalismo, en cambio, triunfa-ba, pero se identificaba con la forma de la democracia que la burguesa triunfante prefera.

    El cambio de fisonoma de las doctrinas corresponda al progresivo desarrollo de la sociedad industrial que se al-canzaba en algunos pases europeos. Lo acompaaba el de-sarrollo de las ciencias experimentales y el empuje del pensan1iento filosfico del positivismo. Cambiaba la men-

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    talidad de la burguesa dominante y cambiaban las condicio-nes de vida. Tambin cambiaba la condicin de los merca-dos, porque las ciudades industriales de Europa requeran alimentos para sus crecientes poblaciones y materias pri-mas para sus industrias .. La demanda de todo ello deba atraer la atencin de un pas casi despoblado y productor virtual de materias primas, en el que la burguesa liberal acababa de llegar al poder despus de Caseros.

    La organizacin institucional de la Repblica y la promo-cin de un cambio radical en la estructura economicosocial cierran el ciclo de la era criolla cuya clausura se simboliza en la federalizacin de Buenos Aires en 1880. Poco a poco comenzara a verse que las transformaciones provocadas en la vida argentina configuraran una nueva era de su de-sanollo.

    V. LA INDEPENDENCIA DE LAS PROVINCIAS UNIDAS (1810-1820)

    Dos aspectos tena el enfrentamiento entre criollos y penin-sulares. Para algunos haba llegado la ocasin de alcanzar la independencia poltica, y con ese fin constituyeron una sociedad secreta Manuel Belgrano, Nicols Rodrgutz Pe-a, Juan Jos Paso, Hiplito Vieytes, Juan Jos Castelli, Agustn Donado y muchos que, como ellos, haban apren-dido en los autores franceses el catecismo de la libertad. Para otros, el problema fundamental era modificar el rgi-men econmico, hasta entonces favorable a los comercian-tes monop9listas; y para lograrlo, los hacendados criollos, tradicionales productores de cueros y desde no haca mu-chos aos de tasajo, procuraron forzar la voluntad de Cis-neros, exaltando las ventajas que para el propio fisco tena el libre comercio. Los que conspiraban coincidan en sus anhelos y en. sus intereses con los que peticionaban a travs del documento que redact Moreno -acaso bajo la inspi-racin doctrinaria de Belgrano- conocido como la Repre-sentacin de los hacendados; y esa coincidencia creaba una conciencia colectiva frente al poder constituido, cuya debi-lidad creca cada da.

    Las tensiones aumentaron cuando, en mayo de 1810, se supo en Buenos Aires que las tropas napolenicas triunfa-ban en Espaa y que por todas partes se reconoca la auto-ridad real de Jos Bonaparte. Con el apoyo de los cuerpos militares nativos, los criollos exigieron de Cisneros la con-

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    vocatoria de un cabildo abierto para discutir la situacin. La reunin fue el 22 de mayo, y las autoridades procura-ron invitar el menor nmero posible de personas, eligin-?ola~ entre las ms seguras. Pero abundaban los espritus Inqmetos entre los criollos que posean fortuna o descolla-ban por su prestigio o por sus cargos, a quienes no se pudo dejar de invitar; as, la asamblea fue agitada y los puntos ~e vista categricamente contrapuestos. Mientras los espa-noles, encabezados por el obispo Lu y el fiscal Villota

    . ' opinaron que no deba alterarse la situacin, los criollos, por boca de Castelli y Paso, sostuvieron que deba tenerse por caduca la autoridad del virrey, a quien deba reempla-zarse por u~a junta emanada del pueblo. La tesis se ajusta-ba a la actitud que el pueblo haba asumido en Espaa, per? resultaba ms revolucionaria en la colonia puesto que abna las puertas del poder a los nativos y condenaba la preeminencia de los espaoles.

    Computados los votos, la tesis criolla result triunfante pero al da siguiente el cabildo intent tergiversarla consti~ tuyendo una junta presidida por el virrey. El clamor de los criollos fue intenso y el da 25 se manifest en una deman-da enrgica del pueblo, que se haba concentrado frente al Cabildo encabezado por sus inspiradores y respaldado por los cuerpos militares de nativos. El cabildo comprendi que no poda oponerse y poco despus, por delegacin po-p~lar, qued co~stituida una junta de gobierno que presi-dia Saavedra e Integraban Castelli, Belgrano, Azcunaga, Alberti, Matheu y Larrea como vocales, y Paso y Moreno como secretarios.

    _No bien entr en funciones comprendi la Junta que el pnmero de los problemas que deba afrontar era el de sus r~lacio?e~ c~n/ el resto del virreinato, y como primera pro-VIdencia Invito a los cabildos del interior a que enviaran sus diputados. Como era seguro que habra resistencia, se

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    dispuso en seguida la organizacin de dos expediciones mi-litares. Montevideo, Asuncin, Crdoba y Mendoza se mostraron hostiles a Buenos Aires. Moreno procur salir al paso de todas las dificultades con un criterio radical: propuso enrgicas medidas de gobierno, mientras redacta-ba diariamente los artculos de la Gazeta de Buenos Aires, que fund la Junta para difundir sus ideas y sus actos, ine-quvocamente orientados hacia una poltica liberal.

    El peridico deba contribuir a crear una conciencia popu-lar favorable al gobierno. Moreno vea la revolucin como un movimiento criollo, de modo que los que antes se sentan humillados comenzaron a considerarse protagonistas de la vi-da del pas. El poeta Bartolom Hidalgo comenzaba a exaltar al hijo del pas, al gaucho, en el que vea al espontneo sos-tenedor de la independencia. Pero Moreno pensaba que el movimiento de los criollos deba canalizarse hacia un orden democrtico a travs de la educacin popular, que permitira la difusin de las nuevas ideas. Frente a l~ comenzaron a or-ganizarse las fuerzas conservadoras, para las que el gobierno propio no significaba sino la transferencia de los privilegios de que gozaban los funcionarios y los comerciantes espao-les a los funcionarios y hacendados criollos que se enrique-can con la exportacin de los productos ganaderos.

    Los intereses y los problemas se entrecruzaban. Los libe-rales y los conservadores se enfrentaban por sus opiniones; pero los porteos y las gentes del interior se enfrentaban por sus opuestos intereses. Buenos Aires aspiraba a mantener la hegemona poltica heredada del virreinato; y en ese designio comenzaron los hombres del interior a ver el propsito de ciertos sectores de asegurarse el poder y las ventajas econ-micas que proporcionaba el control de la aduana portea. Intereses e ideologas se confundan en el delineamiento de las posiciones polticas, cuya irreductibilidad conducira lue-go a la guerra civil.

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    La expedicin militar enviada al Alto Per para contener a las fuerzas del virrey de Lima consigui sofocar en Crdoba una contrarrevolucin, y la Junta orden fusilar en Cabeza de Tigre a su jefe, Liniers, y a los principales comprometidos. Pero los sentimientos conservadores predominaban en el in-terior aun entre los partidarios de la revolucin; de modo que cuando Moreno comprendi la influencia que ejerce-ran los diputados que comenzaban a llegar a Buenos Ai-res, se opuso a que se incorporaran al gobierno ejecutivo. La hostilidad entre los dos grupos estall entonces. Saave-dra aglutin los grupos conservadores y Moreno renunci a su cargo el 18 de diciembre. Poco antes, el ejrcito del Alto Per haba vencido en la batalla de Suipacha; pero en cambio, el ejrcito enviado al Paraguay fue derrotado no mucho despus en Paraguar y Tacuar. Al comenzar el ao 1811, el optimista entusiasmo de los primeros das comen-zaba a ceder frente a los peligros que la revolucin tena que enfrentar dentro y fuera de las fronteras.

    Tras la renuncia de Moreno, los diputados provincianos se incorporaron a la Junta y trataron de forzar la situacin provocando un motn en Buenos Aires entre el S y el 6 de abril. Los morenistas tuvieron que abandonar sus cargos, pero sus adversarios no pudieron evitar el desprestigio que acarre al gobierno la derrota de Huaqui, ocurrida el 20 de junio. La situacin hizo crisis al conocerse la noticia en Buenos Aires un mes despus y los morenistas recuperaron el poder y modificaron la estructura del gobierno creando un poder ejecutivo de tres miembros -el Triunvirato-uno de cuyos secretarios fue Bernardino Rivadavia.

    Con l la poltica de Moreno volvi a triunfar. Se advirti en los artculos de la Gazeta, inspirados o escritos por Mon-teagudo; en el estmulo de la biblioteca pblica; en el desa-rrollo de la educacin popular y tambin en las medidas polticas del Triunvirato: por una parte, la disolucin de la

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    Junta Conservadora, en la que haban quedado agrupados los diputados del interior, y por otra, la supresin de las juntas provinciales que aqulla haba creado que fueron sustituidas por un gobernador designado por el Triunvirato.

    Una accin tan definida deba originar reacciones. El cuerpo de Patricios se sublev con un pretexto trivial y poco despus estuvo a punto de estallar una conspiracin dirigida por lzaga. En ambos casos fue inexorable el Triunvirato, angustiado por la situacin interna y por los peligros exte-riores. El 24 de septiembre Belgrano detuvo la invasin rea-lista en la batalla de Tucumn: poco antes haba izado por primera vez la bandera azul y blanca para diferenciar a los ejrcitos patriotas de los que ya consideraba sus enemigos.

    Tambin amenazaban los realistas desde Montevideo. Un ejrcito haba llegado desde Buenos Aires para apoderarse del baluarte enemigo y haba logrado vencer a sus defenso-res en Las Piedras. Montevideo fue sitiada y los realistas de-rrotados nuevamente en el Cerrito a fines de 1812. Quedaba el peligro de las incursiones ribereas de la flotilla espaola, y el Triunvirato decidi crear un cuerpo de granaderos para la vigilancia costera. La tarea de organizarlo fue encomenda-da a Jos de San Martn, militar nativo y recin llegado de Londres, despus . de haber combatido en Espaa contra los franceses, en compaa de Carlos Mara de Alvear y Matas Zapiola. Haban estado en contacto con el venezolano Mi-randa, y a poco de llegar se haban agrupado en una sociedad secreta -la Logia Lautaro- cuyos ideales emancipadores coincidan con los de la Sociedad Patritica que encabezaba Monteagudo y se expresaban en el peridico Mrtir o libre.

    El 8 de octubre de 1812, los cuerpos militares cuyos je-fes respondan a la Logia Lautaro provocaron la cada del gobierno acusndolo de debilidad frente a los peligros ex-teriores. Y, ciertamente, el nuevo gobierno vio triunfar a sus fuerzas en la batalla de San Lorenzo y en la de Salta. El

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    ao comenzaba promisoriamente. Entre las exigencias de los revolucionarios de octubre estaba la de convocar una Asamblea General Constituyente, y el 31 de enero de 1813 el cuerpo se reuni en el edificio del antiguo Consulado.

    Entonces estall ostensiblemente el conflicto entre Buenos Aires y las provincias, al rechazar la Asamblea las credencia-les de los diputados de la Banda Oriental, a quienes inspira-ba Artigas y sostenan decididamente la tesis federalista. Pero pese a ese contraste, la Asamblea cumpli una obra fundamental. Evitando las declaraciones explcitas, afirm la independencia y la soberana de la nueva nacin: suprimi los signos de la dependencia poltica en los documentos p-blicos y en las monedas, y consagr como cancin nacional la que compuso Vicente Lpez y Planes anunciando el adve-nimiento de una "nueva y gloriosa nacin".

    Como Lpez y Planes, Cayetano Rodrguez y Esteban de Luca cultivaban en Buenos Aires la poesa. El verso neocl-sico inflamaba los corazones y Alfieri se representaba en el pequeo Coliseo, donde se cant con enardecida devocin el recin nacido Hnno Nacional y donde el indio Ambro-sio Morante, actor y autor, estren su tragedia La batalla de Tucumn. Pero ya se anunciaba otra poesa, ms popu-lar, y en cuyos versos vibraba la emocin del hombre de campo, lleno de sabidura atvica y de espontnea picar-da. La guitarra acompaaba los cielitos y los cantos pa-triticos de Bartolom Hidalgo, y en los patios populares, entre criollos y negros esclavos, resonaban bajo los limone-ros los mismos anhelos y las mismas esperanzas que en las alhajadas salas de las familias pudientes, alrededor de los estrados tapizados de rojo o amarillo, en los cuarteles y en los despachos oficiales.

    Eran los comienzos del ao 1813, rico en triunfos y en esperanzas. Los diputados de la Asamblea pronunciaban vibrantes discursos en cuyos giros se adivinaban las remi-

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    niscencias tribunicias de las grandes revoluciones. Y movi-dos por ese recuerdo suprimieron los ttulos de nobleza, otorgaron la libertad a quienes haban nacido de padres es-clavos, suprimieron la inquisicin y ordenaron que se que-maran en la plaza pblica los instrumentos de tortura. Era el triunfo del progreso y de las luces.

    Pero a medida que pasaban los meses la situacin se en-sombreca. Alvear y sus amigos agudizaban las pretensio-nes porteas de predominio, de las que recelaban cada vez ms los hombres que surgan como jefes en las ciudades y en los campos del interior. Y en las fronteras, los r~alistas derrotaban al ejrcito del Alto Per dos veces: en VIlcapu-gio el 1 o de octubre y en Ayohma el 14 de noviembre de 1813. Fue un duro golpe para la nueva nacin y tns duro an para el jefe vencido, Manuel Belgrano, espritu ge~eroso, siempre dispuesto al sacrificio y enton~es sometido a proceso, precisamente porque todos advertian la gravedad de la situacin creada por la derrota.

    En parte por ese sentimiento, y en parte por las ambicio-nes de Alvear la Asamblea resolvi a fines de enero de 1814 crear un' poder ejecutivo unipersonal con el tt~lo de Director Supremo de las Provincias Unidas. Ocup ~1 ca:~o por primera vez Gervasio Antonio de Posadas. La ~It~acwn exterior empeoraba. Mientras trabajaba para constituir una flota de guerra, Posadas apur las operaciones. ~rent~ a Montevideo, que se haban complicado por las disidencias entre los porteos y los orientales. El Directorio declar a Artigas fuera de la ley, agravndose la situac!~ cuan~o de-sign jefe del ejrcito sitiador a Alvear, el mas Intransigente de los porteos. Fue l quien recogi los frutos del largo asedio y logr entrar en Montevideo en junio de 1814. La ciudad, jaqueada por la flota que se haba logrado armar al mando del almirante Guillermo Brown, dej de ser un ba-luarte espaol, pero la resistencia de los orientales comenz

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    a se~ cada vez ms enconada, hasta convertirse en ruptura a partir del momento en que Alvear alcanz la dignidad de Director Supremo en enero de 1815.

    Los contrastes militares dividieron las opiniones. Para uno~ er~ necesario resistir como hasta entonces; para otros ~ra Inevita?le acudir al auxilio de alguna potencia extran-Jera, y el di_:ector Alvear crey que slo poda pensarse en Gran Bretana; para San Martn, en cambio, la solucin re-si~a ~n una audaz operacin envolvente que permitiera

    -aniquilar el baluarte peruano de los espaoles. Eran distin-tas concep~i?nes del destino de la nueva nacin, y cada un.a movihzo tras ella a fuertes sectores de la opinin. Mientras San Martn logr cierta au~onoma para preparar en Cuyo su problemtica expedicin a Chile y al Per Al- vear comenz unas sutiles escaran1uzas diplomticas desti-na~as a obtener la ayuda inglesa sin reparar en el precio.

    Qu~enes no c_ompartan sus _opiniones -que fueron la ma-yona y especialmente en provincias- no vieron en esa ma-

    ni~bra s.ino derrotismo y traicin. Artigas encabez la resistencia y las provincias de la Mesopotamia argentina cayeron muy pronto bajo su influencia poltica.

    Ese ao de 1815 fund el padre Castaeda en su con-vento de la Recoleta una academia de dibujo. Pero la ciu-dad no viva la pa~ del espritu; senta las sacudidas que engendraba el conflicto de las pasiones y viva en estado de exaltacin poltica. Los pueblos del interior no ocultaban su animadversin contra Buenos Aires y el 3 de abril se su- blev e.n ~ont~zuelas el ejrcito con que Alvear contaba pa-ra r.epnmir la ~n~urreccin de los santafecinos apoyada por Artigas. La cnsis se precipit. Alvear renunci la Asam-blea fue disuelta, se eclips la estrella de la Logi; Lautaro y el mando supremo fue encomendado a Rondeau, a la sa-zn a cargo del ejrcito del Alto Per. Pero la revolucin federal de Pontezuelas haba demostrado la impotencia del

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    gobierno de Buenos Aires y desde entonces el desafo de los pueblos del interior comenz a hacerse ms apremiante.

    Era visible que el pas marchaba hacia la disolucin del orden poltico vigente desde mayo de 1810 que, por cierto, perpetuaba el viejo sistema virreina!. A esta crisis interna se agregaba la crisis exterior; derrotado Rondeau en Si-pe-Sipe en noviembre de 1815, la frontera del norte queda-ba confiada a los guerrilleros de Martn Gemes y poda preverse que Espaa -donde Fernando VII haba vuelto a ocupar el trono en marzo de 1814- intentara una ofensi-va definitiva. Morelos haba cado en Mxico, Bolvar ha-ba sido derrotado en Venezuela, y en. octubre de 1814 los realistas haban vencido a los patriotas chilenos en Ranca-gua. La amenaza era grave, y para afrontarla el gobierno convoc un congreso que deba reunirse en la ciudad de Tucumn.

    Ante la convocatoria se definieron las encontradas posicio-nes. Un grupo de diputados, adictos al gobierno de Buenos Aires, apoyara un rgimen centralista, en tanto que otro, fiel a las ideas de Artigas, propondra un rgimen federal. El problemaS'e presentaba como una simple preferencia polti-ca, pero esconda toda una concepcin de la vida econmica e institucional del pas. La riqueza fundamental era, cada vez Ins, el ganado que se reuna en las grandes estancias por millares de cabezas, y del que se obtenan productos exportables. Buenos Aires recoga a travs de su aduana importantes ingresos que contribuan a acentuar las diferen-cias que la separaban de las dems provincias. Poco a poco los pueblos del interior adhirieron a la causa del federalis-mo, del que los hacendados provinianos esperaban grandes ventajas y en el que todos vean una esperanza de autonoma regional. El Congreso no cont con representantes de las provincias litorales, ya en abierto estado de sublevacin. Los que llegaron a Tucumn se constituyeron en asainblea en

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    marzo de 1816 y designaron presidente a Francisco Narci-so de Laprida. El 3 de mayo se eligi Director Supremo a Juan Martn de Pueyrredn. Luego, bajo la presin de San Martn, que ejerca en Cuyo el cargo de gobernador inten-dente y preparaba un ejrcito para cruzar los Andes, el Con-greso se propuso decidir la suerte de la nueva nacin. Y para invalidar las vagas esperanzas de los indecisos, declar so-lemnemente el 9 de julio que era "voluntad unnime e indu-bitable de estas provincias romper los violentos vnculos que las ligaban a los reyes de Espaa, recuperar los derechos de que fueron despojados e investirse del alto carcter de na-cin libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrpoli". Algunos das despus los propios diputados juraron defender la independencia y deliberadamente agre-garon en la frmula del juramento que se opondran a "toda otra dominacin extranjera", con lo que se detenan las ges-tiones en favor de un protectorado ingls.

    Si hubo unanimidad para la declaracin de la indepen-dencia, no la hubo, en cambio, con respecto a la forma de gobierno que adoptaran las Provincias Unidas. La reaccin conservadora, que haba crecido en Europa tras la cada de Napolen en 1815, estimulaba a los que pensaban en una solucin monrquica, y fue necesaria la firme decisin de fray Justo Santa Mara de Oro para contenerlos. El Congreso posterg el problema, mientras se acentuaba la tensin in-terna entre el gobierno de Buenos Aires y las provincias del litoral, alineadas tras la poltica federalista de Artigas. La si-tuacin se haba agravado con la invasin de la Banda Oriental por los portugueses, promovida desde Buenos Ai-res, frente a la cual Artigas combata solo, con los pobres recursos de los paisanos que lo seguan. Los odios se extre-maban y la unidad del pas peligraba cada vez ms.

    En enero de 1817 los portugueses ocuparon Montevideo y obligaron a los orientales a replegarse hacia el lmite con

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    las provincias argentinas. Ese mismo ao un grupo de hombres de letras fundaba en Buenos Aires la Sociedad del buen gusto en el teatro; eran Vicente Lpez, Esteban de Luca, Santiago Wilde, Vlez, Gutirrez y otros ms. El le-ma de la sociedad era poner la literatura al servicio del pueblo y de la libertad de Amrica. San Martn haba ter-minado sus preparativos militares en Cuyo y comenz su temeraria operacin de cruzar la cordillera de los Andes con un ejrcito numeroso y bien pertrechado. El 12 de fe-brero de 1817 cay sobre el ejrcito espaol en la cuesta de Chacabuco y lo derrot. As comenz la crisis del poder es-paol en Chile.

    Dentro del pas, en cambio, la situacin se agravaba. Entre Ros y Santa Fe aceptaron la autoridad de Artigas, llamado "Protector de los pueblos libres", y desafiaban a Buenos Aires, a cuyas tropas derrot el "Supremo ~ntrerriano", Francisco Ramrez, en la batalla de Saucec1to en marzo de 1818. Pocos das despus triunfaba San Martn nuevamente sobre los espaoles en el llano de Maip ase-gurando la independencia de Chile. Esas victorias, empero, no c