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5/27/2018 RosarioCastellanos53-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/rosario-castellanos-53 1/30 OSARIO CASTELLANOS Selección y nota de PABLO MORA Y PEDRO SERRANO U  NIVERSIDAD  NACIONAL A UTÓNOMA DE MÉXICO COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL DIRECCIÓN DE LITERATURA MÉXICO, 2009

Rosario Castellanos 53

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  • ROSARIO CASTELLANOS

    Seleccin y nota de PABLO MORA Y PEDRO SERRANO

    UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO

    COORDINACIN DE DIFUSIN CULTURAL DIRECCIN DE LITERATURA

    MXICO, 2009

  • NOTA BIOGRFICA 3

    EN EL FILO DEL GOZO 7

    TERCERA ELEGA DEL AMADO FANTASMA 8

    DESTINO 9

    MURO DE LAMENTACIONES 11

    A LA MUJER QUE VENDE FRUTAS EN LA PLAZA 14

    MISTERIOS GOZOSOS 14

    LAMENTACIN DE DIDO 15

    EL OTRO 20

    NOCTURNO 20

    DESTINO 21

    LMITE 22

    NOCTURNO 22

    AMANECER 22

    LO COTIDIANO 23

    CHARLA 24

    ELEGA 24

    RETORNO 25

    ELEGA 25

    AUTORRETRATO 25

    VALIUM 10 27

    CONSEJO DE CELESTINA 29

    PROPOSICIN DE LA BOA 29

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  • NOTA BIOGRFICA ROSARIO CASTELLANOS Nace en Mxico el 25 de mayo de 1925 y muere en Israel en 1974. Desde pequea vive en Comitn, Chia-pas, donde estudia hasta segundo de secundaria. Re-gresa a la capital a los diecisis aos e ingresa a la Facultad de Filosofa y Letras para graduarse de maes-tra en Filosofa en 1950. Viaja a Espaa y visita algu-nos pases. A su regreso trabaja en el Instituto Mexicano de Ciencias y Arte y dos aos despus reci-be la beca Rockefeller de poesa y ensayo. Ms ade-lante colaborar en diferentes centros y en revistas, peridicos, suplementos culturales con cuentos, ensa-yos, crtica literaria, etc.

    En su produccin literaria los textos que ms desta-caron son los siguientes: Apuntes para una declara-cin de fe (Eds. Amrica, Revista Antolgica, Mxico, 1948), De la vigilia estril (Eds. Amrica, Mxico 1950), Poemas 1953-1955 (Col. Metfora, nm. 6, Mxico, 1957), Lvida luz (UNAM Mxico, 1960), en-tre otros. En relato el libro que ms destac fue: Los convidados de agosto (Col. Letras Latinoamericanas, nm. 4, Eds. ERA, Mxico, 1964). Algunas de sus novelas son: Balun-Canan (Col. Letras Mexicanas, nm. 36, FCE, Mxico, 1957) y Oficio de tinieblas (Ed. Joaqun Mortiz, Mxico, 1962) que mereci el premio Sor Juana Ins de la Cruz. Tambin escribi varios ensayos, as como prlogos a algunos libros.

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  • Pero soy el olvido, la traicin, el caracol que no guard del mar

    ni el eco de la ms pequea ola. Ante tantos trabajos sobre la Rosario Castellanos fe-minista, hemos querido, en esta breve antologa, ocu-parnos ahora de un poeta (poetisa dira ella). El criterio de esta seleccin prescinde de algunos poemas citados ms por otros motivos que por su valor potico. Hemos dejado as Memorial de. Tlatelolco y Kin-sey Report entre otros. Nuestra intencin sera la de reivindicar la poesa de una gran poeta que ha sido valorado ms por su condicin de mujer que por las cualidades que posee. En su poesa se encuentra, vive su condicin de mujer; es un tema que recorre el total de su obra pero siempre trenzado con otros, tensado por otros.

    A travs de esta bsqueda Rosario se descubre y se enfrenta como mujer. Durante toda la lectura de sus poemas se percibe un oleaje de solitario, una soledad en donde la celda forzar la condicin de poeta; la irona de ser todo poeta, de pasar ms all de sus cel-das y sus muros, de escribir varios libros en que ella era y al vivirlo decir: Poesa no eres t. O como en algn nocturno;

    No es posible sino soar, morir, soar que no morimos, y, a veces, un instante, despertar.

    Otro de los motivos que hacen de Rosario un poeta

    violento, crudo, y a veces irnico, es ese juego (duelo y dualidad) del amor y la muerte, soledad de ella mis-ma en relacin continua con el otro, posibilidad de su amor que es espejo y sombra. Un eco inalcanzable ser conclusin en varios de sus poemas.

    Sin embargo, esto no har de Rosario una poeta di-fcil, oscura y oculta. Su modo de adjetivar, sus met-foras son como se llama alguno de sus poemas: Lo cotidiano. Ella no necesita salir de su transcurrir ca-llado para hacernos ver, a travs de su poesa, un tolo que se fragmenta y se rene continuamente:

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  • porque la realidad es reductible a los ltimos signos y se pronuncia en slo una palabra La relacin entre la muerte y el amor cambia de

    poema a poema. A veces los enfrenta, y el amor es la eternidad redimida: Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo; a veces van unidos: Matamos lo que ama-mos/lo dems/no ha estado vivo nunca. El amor es la salvacin como en Lmite o la perdicin: ms que la derrota, el desamparo.

    El poema A la mujer que vende frutas en la plaza es uno de los pocos logrados de ese libro en el cual Rosario trata de dar un giro a su poesa y se acerca a aquello que podemos llamar un otro ajeno y al cual casi nunca, en El Rescate del Mundo puede rescatar; el mundo, visto desde este ngulo costumbrista se mantiene lejano. Slo cuando acerca a la persona (en este caso a la mujer, no a la fotografa) logra hacer potico este mundo, logra de verdad rescatarlo:

    Tendras que cantar para decir el nombre de estas frutas, mejores que tus pechos.

    Cuando inserta su mundo personal, su prisin, logra

    hacer vvidos sus poemas: Y es ah donde la mujer est presente en toda la dimensin del poeta (en este caso coinciden); volviendo al poema reconocemos en la siguiente cita la coincidencia que hay entre Rosario, el poema y la mujer en continua e infinita soledad:

    Y llevas a sentarte entre las otras una ignorante dignidad de isla

    Rosario enfrenta su soledad al mundo. La irona

    aparece en el momento en que ella est ms desampa-rada y se siente desierto, piedra congelada y el amor ya no es un mundo aparte del mundo sino est inserto en l, la realidad se lo ha robado. El lmite es ahora la irona y bajo ella la desconfianza viene al mundo y

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  • al poema. Este gesto cruel la mutila y el poema se vuelve un parto que comienza despus del punto.

    Su primer poema Apuntes para una declaracin de fe es el fantasma que va a estar presente en un ir y venir, esconderse e ilustrarse durante toda su obra. Estos Apuntes sern, en sus ltimos poemas, trazos firmes en los que su bsqueda se convertir en un co-nocimiento. Sus poemas ya no sern ms proposicio-nes o preguntas. Otro aspecto que recoge su obra, dejando cimiento slido en el lector, es el tratamiento (potico) de su realidad. Nos referimos a la habilidad para el manejo de ciertos temas que se repiten; las ana-logas de una muerte vivida desde la raz, desde el momento de nacer: Porque los nios surgen de vien-tres como atades/y en el pecho materno se nutren de venenos. A partir de lo citado, las metforas y las imgenes en R.C. se convierten en un aguijn que hace al lector detenerse en el poema, llenndose de un nuevo veneno que lo embarca en una agona clara y sola.

    Rosario Castellanos, como poeta, va ms all de un mero enunciar el mundo, se sumerge en l y se rebela utilizando sus mismas armas. Hay que verla por lo tanto, como un poeta de este siglo que adems es mu-jer.

    PABLO MORA Y PEDRO SERRANO

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  • EN EL FILO DEL GOZO I Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo: que estrelle en ti sus olas funestas sin tocarme y resbale en espuma deshecha y humillada. Cuerpo de amor, de plenitud, de fiesta, palabras que los vientos dispersan como ptalos, campanas delirantes al crepsculo. Todo lo que la tierra echa a volar en pjaros, todo lo que los lagos atesoran de cielo ms el bosque y la piedra y las colmenas. (Cuajada de cosechas bailo sobre las eras mientras el tiempo llora por sus guadaas rotas.) Venturosa ciudad amurrallada, ceida de milagros, descanso en el recinto de este cuerpo que empieza donde termina el mo. II Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas, rompindome en el filo del gozo o mansamente lamiendo las arenas asoleadas. (Bajo tu tacto tiemblo como un arco en tensin palpitante de flechas y de agudos silbidos inminentes. Mi sangre se enardece igual que una jaura olfateando la presa y el estrago. Pero bajo tu voz mi corazn se rinde en palomas devotas y sumisas.) III Tu sabor se anticipa entre las uvas que lentamente ceden a la lengua comunicando azcares ntimos y selectos.

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  • Tu presencia es el jbilo. Cuando partes, arrasas jardines y transformas la feliz somnolencia de la trtola en una fiera expectacin de galgos. Y, amor, cuando regresas el nimo turbado te presiente como los ciervos jvenes la vecindad del agua.

    De De la Vigilia Estril TERCERA ELEGA DEL AMADO FANTASMA I Como la cera blanda, consumida por una llama plida, mis das se consumen ardiendo en tu recuerdo. Apenas iluminas el tnel de silencio y el espanto impreciso hacia el que paso a paso voy entrando. Algo vibra en mi ser que an protesta contra el alud de olvido que arrastra en pos de s a todas las cosas. Ah, si pudiera entonces crecer y levantarme, alumbrar como lmpara alimentada de tu vivo aceite en una hoguera poderosa y clara! Pero ya nada alcanza a rescatarme de la tristeza inerte que me apaga. Grandes espacios ciernen finas nieblas entre tu rostro y los que aqu te borran. Tu voz es casi un eco y lejos resplandece tu mirada.

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  • II Como queriendo sorprender tu ausencia desnuda, abro las puertas de improviso y acecho las ventanas entornadas. Encuentro las estancias desiertas y sombras donde el vaco congela sus perfiles cindose a la lnea de tu cuerpo. Es como una profunda y simple copa para beber la integridad del llanto. III Tal vez no ests aqu dominando mis ojos, dirigiendo mi sangre, trabajando en mis clulas, galvanizando un pulso de tinieblas. Tal vez no sea mi pecho la cripta que te guarda. Pero yo no sera si no fuera este castillo en ruinas que ronda tu fantasma.

    De De la Vigilia Estril DESTINO Alguien me hinc sobre este suelo duro. Alguien dijo: Bebamos de su sangre y hagamos un festn sobre sus huesos. Y yo me doblegu como un arbusto cuando lo acosa y lo tritura el viento, sin gemir el lamento de Job, sin desgarrarme gritando el nombre oculto de Dios, esa blasfemia que todos escondemos en el rincn ms lbrego del pecho.

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  • Olvid mi memoria, dej jirones rotos, esparcidos en el ltimo sitio donde una breve estancia se creyera dichosa: all donde comamos en torno de una mesa el pan de la alegra y los frutos del gozo. (Era una sola sangre en varios cuerpos como un vino vertido en muchas copas.) Pero a veces el cuerpo se nos quiebra y el vino se derrama. Pero a veces la copa reposa para siempre junto a la gran raz de un rbol de silencio. Y hay una sangre sola moviendo un corazn desorbitado como aturdido pjaro que torpe se golpea en muros pertinaces, que no conoce el cielo, que no sabe siquiera que hay un mbito donde acaso sus alas ensayaran el vuelo.) Una mujer camina por un camino estril rumbo al ms desolado y tremendo crepsculo. Una mujer se queda tirada como piedra enmedio de un desierto o se apaga o se enfra como un remoto fuego. Una mujer se ahoga lentamente en un pantano de saliva amarga. Quien la mira no puede acercarle ni una esponja con vinagre, ni un frasco de veneno, ni un apretado y doloroso puo. Una mujer se llama soledad. Se llamar locura.

    De De la Vigilia Estril

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  • MURO DE LAMENTACIONES I Alguien que clama en vano contra el cielo: la sorda inmensidad, la azul indiferencia, el vaco imposible para el eco. Porque los nios surgen de vientres como atades y en el pecho materno se nutren de venenos. Porque la flor es breve y el tiempo interminable y la tierra un cadver transformndose y el espanto la mscara perfecta de la nada. Alguien, yo, arrodillada: rasgu mis vestiduras y colm de cenizas mi cabeza. Lloro por esa patria que no he tenido nunca, la patria que edifica la angustia en el desierto cuando humean los granos de arena al medioda. Porque yo soy de aquellos desterrados para quienes el pan de su mesa es ajeno y su lecho una inmensa llanura abandonada y toda voz humana una lengua extranjera. Porque yo soy el xodo. (Un arcngel me cierra caminos de regreso y su espada flamgera incendia parasos.) Ms all, ms all, ms all! Sombras, fuentes, praderas deleitosas, ciudades, ms all! Ms all del camello y el ojo de la aguja, de la humilde semilla de mostaza y del lirio y del pjaro desnudos. No podra tomar tu pecho por almohada ni cabra en los pastos que triscan tus ovejas. Reverbera mi hogar en el crepsculo. Yo dormir en la Mano que quiebra los relojes.

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  • II Detrs de m tan slo las memorias borradas. Mis muertos ni trascienden de sus tumbas y por primera vez estoy mirando el mundo. Soy hija de m misma. De mi sueo nac. Mi sueo me sostiene. No busquis en mis filtros ms que mi propia sangre ni remontis los ros para alcanzar mi origen. En mi genealoga no hay ms que una palabra: Soledad. III Sedienta como el mar y como el mar ahogada de agua salobre y honda vengo desde el abismo hasta mis labios que son como una torpe tentativa de playa, como arena rendida llorando por la fuga de las olas. Todo mi mar es de pauelos blancos, de muelles desolados y de presencias nufragas. Toda mi playa un caracol que gime porque el viento encerrado en sus paredes se revuelve furioso y lo golpea. IV Antes acabarn mis pasos que el espacio. Antes caer la noche de que mi afn concluya. Me cercarn las fieras en ronda enloquecida, cercenarn mis voces cuchillos afilados, se rompern los grillos que sujetan el miedo. No prevalecer sobre m el enemigo si en la tribulacin digo Tu nombre.

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  • V Entre las cosas busco Tu huella y no la encuentro. Lo que mi odo toca se convierte en silencio, la orilla en que me tiendo se deshace. Dnde ests? Por qu apartas tu rostro de mi rostro? Eres la puerta enorme que esconde la locura, el muro que devuelve lamento por lamento? Esperanza, eres slo una lpida? VI No dir con los otros que tambin me olvidaste. No ingresar en el coro de los que te desprecian ni seguir al ejrcito blasfemo. Si no existes yo te har a semejanza de mi anhelo, a imagen de mis ansias. Llama petrificada habitars en m como en tu reino. VII Te amo hasta los lmites extremos: la yema palpitante de los dedos, la punta vibratoria del cabello. Creo en Ti con los prpados cerrados. Creo en Tu fuego siempre renovado. Mi corazn se ensancha por contener Tus mbitos. VIII Ha de ser tu substancia igual que la del da que sigue a las tinieblas, radiante y absoluto.

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  • Como lluvia, la gracia prometida descender en escalas luminosas a baar la aridez de nuestra frente. Pues para qu esta fiebre si no es para anunciarte? Carbones encendidos han limpiado mi boca. Canto tus alabanzas desde antes que amanezca.

    De De la Vigilia Estril (1950)

    A LA MUJER QUE VENDE FRUTAS EN LA PLAZA Amanece en las jcaras y el aire que las toca se esparce como ebrio. Tendras que cantar para decir el nombre de estas frutas, mejores que tus pechos. Con reposo de hamaca tu cintura camina y llevas a sentarse entre las otras una ignorante dignidad de isla. Me quedar a tu lado, amiga, hablando con la tierra todo el da.

    De Invocaciones de El Rescate del Mundo (1952) MISTERIOS GOZOSOS 13 Seor, agua pequea, sorbo para tu sed

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  • espera. Seor, para el invierno, alegre, chisporroteante hoguera. Seor, mi corazn, la uva que tu pie pisotea. 16 Heme aqu en los umbrales de la ley. El mundo que vena como un pjaro se ha posado en mi hombro y yo tiemblo lo mismo que una rama bajo el peso del canto y del vuelo un instante detenido.

    De Poemas LAMENTACIN DE DIDO Guardiana de las tumbas; botn para mi hermano, el de

    la corva garra de gaviln; nave de airosas velas, nave graciosa, sacrificada al

    rayo de las tempestades; mujer que asienta por primera vez la planta del pie en

    tierras desoladas y es ms tarde nodriza de naciones, nodriza que

    amamanta con leche de sabidura y de consejo; mujer siempre, y hasta el fin, que con el mismo pie de

    la sagrada peregrinacin sube arrastrando la oscura cauda de su memoria hasta la pira alzada del suicidio.

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  • Tal es el relato de mis hechos. Dido mi nombre. Destinos como el mo se han pronunciado desde la antigedad

    con palabras hermosas y nobilsimas. Mi cifra se grab en la corteza del rbol enorme de las

    tradiciones. Y cada primavera, cuando el rbol retoa, es mi espritu, no el viento sin historia, es mi espritu

    el que estremece y el que hace cantar su follaje. Y para renacer, ao con ao, escojo entre los apstrofes que me coronan, para que

    resplandezca con un resplandor nico, ste, que me da cierto parentesco con las playas: Dido, la abandonada, la que puso su corazn bajo el

    hachazo de un adis tremendo. Yo era lo que fui: mujer de investidura desproporcionada

    con la flaqueza de su nimo. Y, sentada a la sombra de un solio inmerecido, tembl bajo la prpura igual que el agua tiembla bajo

    el lgamo. Y para obedecer mandatos cuya incomprensibilidad me

    sobrepasa recorr las baldosas de los prticos con la balanza de la justicia entre mis manos

    y pes las acciones y declar mi consentimiento para algunas las ms graves.

    Esto era en el da. Durante la noche no la copa del festn, no la alegra de la serenata, no el sueo deleitoso.

    Sino los ojos acechando en la oscuridad, la inteligencia batiendo la selva intrincada de los textos

    para cobrar la presa que huye entre las pginas. Y mis odos, habituados a la ardua polmica de los mentores, llegaron a ser hbiles para distinguir el robusto sonido del oro del estrpito estril con que entrechocan los guijarros. De mi madre, que no desde mis manos y que me las

    ungi desde el amanecer con la destreza, hered oficios varios; cardadora de lana, escogedora

    del fruto que ilustra la estacin y su clima, despabiladora de lmparas.

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  • As pues tom la rienda de mis das: potros domados, conocedores del camino, reconocedores de la querencia.

    As pues ocup mi sitio en la asamblea de los mayores. Y a la hora de la particin com apaciblemente el pan

    que haban amasado mis deudos. Y con frecuencia sent deshacerse entre mi boca el

    grano de sal de un acontecimiento dichoso. Pero no dilapid mi lealtad. La atesoraba para el

    tiempo de las lamentaciones, para cuando los cuervos aletean encima de los tejados

    y mancillan la transparencia del cielo con su graznido fnebre

    para cuando la desgracia entra por la puerta principal de las mansiones

    y se la recibe con el mismo respeto que a una reina. De este modo transcurri mi mocedad: en el

    cumplimiento de las menudas tareas domsticas; en la celebracin de los ritos cotidianos; en la asistencia a los solemnes acontecimientos civiles.

    Y yo dorma, reclinando mi cabeza sobre una

    almohada de confianza. As la llanura, dilatndose, puede creer en la

    benevolencia de su sino, porque ignora que la extensin no es ms que la pista

    donde corre, como un atleta vencedor, enrojecido por el herosmo supremo de su esfuerzo, la

    llama del incendio. Y el incendio vino a m, la predacin, la ruina, el

    exterminio y no he dicho el amor!, en figura de nufrago. Esto que el mar rechaza, dije, es mo. Y ante l me adorn de la misericordia como del

    brazalete de ms precio. Yo te conjuro, si oyes, a que respondas: quin

    esquiv la adversidad alguna vez? Y quin tuvo a desdoro llamarle husped suya y preparar la sala

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  • del convite? Quien lo hizo no es mi igual. Mi lenguaje se entronca

    con el de los inmoladores de s mismos. El cuchillo bajo el que se quebr mi cerviz era un

    hombre llamado Eneas. Aquel Eneas, aquel, piadoso con los suyos solamente; acogido a la fortaleza de muros extranjeros; astuto,

    con astucias de bestia perseguida; invocador de nmenes favorables; hermoso narrador

    de infortunios y hombre de paso; hombre con el corazn puesto en el futuro. La mujer es la que permanece; rama de sauce que llora en las orillas de los ros. Y yo am a aquel Eneas, a aquel hombre de promesa

    jurada ante otros dioses. Lo am con mi ceguera de raz, con mi soterramiento

    de raz, con mi lenta fidelidad de raz. No, no era la juventud. Era su mirada lo que as me

    cubra de florecimientos repentinos. Entonces yo fui capaz de poner la palma de mi mano, en signo de alianza, sobre la frente de la tierra. Y vi acercarse a m, amistadas, las especies hostiles. Y vi tambin reducirse a nmero los astros. Y o que el mundo tocaba su flauta de pastor.

    Pero esto no era suficiente. Y yo cubr mi rostro con la

    mscara nocturna del amante. Ah, los que aman apuran tsigos mortales. Y el

    veneno enardeciendo su sangre, nublando sus ojos, trastornando su juicio, los conduce a cometer actos desatentados; a menospreciar aquello que tuvieron en ms estima; a hacer escarnio de su tnica y a arrojar su fama como pasto para que hocen los cerdos.

    As, aconsejada de mis enemigos, di pbulo al deseo y maquin satisfacciones ilcitas y tej un espeso manto de hipocresa para cubrirlas.

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  • Pero nada permanece oculto a la venganza. La tempestad presidi nuestro ayuntamiento; la reprobacin fue el eco de nuestras decisiones.

    Mirad, aqu y all, esparcidos, los instrumentos de la labor. Mirad el ceo del deber defraudado. Porque la molicie nos haba reblandecido los tutanos.

    Y convertida en antorcha yo no supe iluminar ms que el desastre.

    Pero el hombre est sujeto durante un plazo menor a la

    embriaguez. Lcido nuevamente, apenas salpicado por la sangre de

    la vctima, Eneas parti. Nada detiene al viento. Cmo iba a detenerlo la rama

    de sauce que llora en las orillas de los ros! En vano, en vano fue correr, destrenzada y frentica,

    sobre las arenas humeantes de la playa. Rasgu mi corazn y ech a volar una bandada de

    palomas negras. Y hasta el anochecer permanec, inclume como un acantilado, bajo el brutal abalanzamiento de las olas.

    He aqu que al volver ya no me reconozco. Llego a mi

    casa y la encuentro arrasada por las furias. Ando por los caminos sin ms vestidura para cubrirme que el velo arrebatado a la vergenza; sin otro cngulo que el de la desesperacin para apretar mis sienes. Y, montona zumbadora, la demencia me persigue con su aguijn de tbano.

    Mis amigos me miran al travs de sus lgrimas; mis

    deudos vuelven el rostro hacia otra parte. Porque la desgracia es espectculo que algunos no deben contemplar.

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  • Ah, sera preferible morir. Pero yo s que para m no

    hay muerte. Porque el dolor y qu otra cosa soy ms que

    dolor? me ha hecho eterna.

    De Poemas (1953-1955) EL OTRO Por qu decir nombres de dioses, astros, espumas de un ocano invisible, polen de los jardines ms remotos? Si nos duele la vida, si cada da llega desgarrando la entraa, si cada noche cae convulsa, asesinada. Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre al que no conocemos, pero est presente a todas horas y es la vctima y el enemigo y el amor y todo lo que nos falta para ser enteros. Nunca digas que es tuya la tiniebla, no te bebas de un sorbo la alegra. Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro. Lo que l respira es lo que a ti te asfixia, lo que come es tu hambre. Muere con la mitad ms pura de tu muerte.

    De Al Pie de la Letra NOCTURNO Me tend, como el llano, para que aullara el viento. Y fui una noche entera mbito de su furia y su lamento.

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  • Ah, quin conoce esclavitud igual ni ms terrible dueo? En mi aridez, aqu, llevo la marca de su pie sin regreso.

    De Al Pie de la Letra (1959) DESTINO Matamos lo que amamos. Lo dems no ha estado vivo nunca. Ninguno est tan cerca. A ningn otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos. Matamos lo que amamos. Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmn ajeno! El aire no es bastante para los dos. Y no basta la tierra para los cuerpos juntos y la racin de la esperanza es poca y el dolor no se puede compartir. El hombre es animal de soledades, ciervo con una flecha en el ijar que huye y se desangra. Ah, pero el odio, su fijeza insomne de pupilas de vidrio; su actitud que es a la vez reposo y amenaza. El ciervo va a beber y en el agua aparece el reflejo de un tigre.

    De Lvida Luz

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  • LMITE Aqu, bajo esta rama, puedes hablar de amor. Ms all es la ley, es la necesidad, la pista de la fuerza, el coto del terror, el feudo del castigo. Ms all, no.

    De Lvida Luz NOCTURNO Para vivir es demasiado el tiempo; para saber no es nada. A qu vinimos, noche, corazn de la noche? No es posible sino soar, morir, soar que no morimos y, a veces, un instante, despertar.

    De Lvida Luz AMANECER Qu se hace a la hora de morir? Se vuelve

    la cara a la pared? Se agarra por los hombros al que est cerca y oye? Se echa uno a correr, como el que tiene las ropas incendiadas, para alcanzar el fin? Cul es el rito de esta ceremonia?

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  • Quin vela la agona? Quin estira la sbana? Quin aparta el espejo sin empaar? Porque a esta hora ya no hay madre y deudos. Ya no hay sollozo. Nada, ms que un silencio atroz. Todos son una faz atenta, incrdula de hombre de la otra orilla. Porque lo que sucede no es verdad.

    De Lvida Luz LO COTIDIANO Para el amor no hay cielo, amor, slo este da; este cabello triste que se cae cuando te ests peinando ante el espejo. Esos tneles largos que se atraviesan con jadeo y asfixia; las paredes sin ojos, el hueco que resuena de alguna voz oculta y sin sentido. Para el amor no hay tregua, amor. La noche no se vuelve, de pronto, respirable. Y cuando un astro rompe sus cadenas y lo vez zigzaguear, loco, y perderse, no por ello la ley suelta sus garfios. El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla el sabor de las lgrimas. Y en el abrazo cies el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

    De Lvida Luz

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  • CHARLA porque la realidad es reducible a los ltimos signos y se pronuncia en slo una palabra Sonre el otro y bebe de su vaso. Mira pasar las nubes altas del medioda y se siente asediado (bugambilia, jazmn, rosal, dalias, geranios, flores que en cada ptalo van diciendo una slaba de color y fragancia) por un jardn de idioma inagotable.

    De Materia Memorable ELEGA Cuerpo, criatura, s, t y yo nos conocimos. Tal vez corr a tu encuentro como corre la nube cargada de relmpagos. Ay, esa luz tan breve, esa fulminacin, ese vasto silencio que sigue a la catstrofe. Quienes ahora nos miran (piedras oscuras, trozos

    de materia ya usada) no sabrn que un instante nuestro nombre fue amor y que en la eternidad nos llamamos destino.

    De Materia Memorable

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  • RETORNO Has muerto tantas veces; nos hemos despedido

    en cada muelle, en cada andn de los desgarramientos, amor mo, y regresas con otra faz de flor recin abierta que no te reconozco hasta que palpo dentro de m la antigua cicatriz en la que deletreo arduamente tu nombre.

    De Materia Memorable (1969) ELEGA Nunca, como a tu lado, fui de piedra. Y yo que me soaba nube, agua, aire sobre la hoja, fuego de mil cambiantes llamaradas, slo supe yacer, pesar, que es lo que sabe hacer la piedra alrededor del cuello del ahogado.

    De En la Tierra de enmedio AUTORRETRATO Yo soy una seora: tratamiento arduo de conseguir, en mi caso, y ms til para alternar con los dems que un ttulo extendido a mi nombre en cualquier academia. As, pues, luzco mi trofeo y repito: yo soy una seora. Gorda o flaca

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  • segn las posiciones de los astros, los ciclos glandulares y otros fenmenos que no comprendo. Rubia, si elijo una peluca rubia. O morena, segn la alternativa. (En realidad, mi pelo encanece, encanece.) Soy ms o menos fea. Eso depende mucho de la mano que aplica el maquillaje. Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo aunque no tanto como dice Weininger que cambia la apariencia del genio. Soy mediocre. Lo cual, por una parte, me exime de enemigos y, por la otra, me da la devocin de algn admirador y la amistad de esos hombres que hablan por telfono y envan largas cartas de felicitacin. Que beben lentamente whisky sobre las rocas y charlan de poltica y de literatura. Amigas hmmm a veces, raras veces y en muy pequeas dosis. En general, rehyo los espejos. Me diran lo de siempre: que me visto muy mal y que hago el ridculo cuando pretendo coquetear con alguien. Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese nio que un da se erigir en juez inapelable y que acaso, adems, ejerza de verdugo. Mientras tanto lo amo. Escribo. Este poema. Y otros. Y otros. Hablo desde una ctedra. Colaboro en revistas de mi especialidad y un da a la semana publico en un peridico. Vivo enfrente del Bosque. Pero casi

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  • nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca atravieso la calle que me separa de l y paseo y respiro y acaricio la corteza rugosa de los rboles. S que es obligatorio escuchar msica pero la eludo con frecuencia. S que es bueno ver pintura pero no voy jams a las exposiciones ni al estreno teatral ni al cine-club. Prefiero estar aqu, como ahora, leyendo y, si apago la luz, pensando un rato en musaraas y otros menesteres. Sufro ms bien por hbito, por herencia, por no diferenciarme ms de mis congneres que por causas concretas. Sera feliz si yo supiera cmo. Es decir, si me hubieran enseado los gestos, los parlamentos, las decoraciones. En cambio me ensearon a llorar. Pero el llanto es en m un mecanismo descompuesto y no lloro en la cmara mortuoria ni en la ocasin sublime ni frente a la catstrofe. Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo el ltimo recibo del impuesto predial.

    De En la Tierra de enmedio

    VALIUM 10 A veces (y no trates de restarle importancia diciendo que no ocurre con frecuencia se te quiebra la vara con que mides

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  • se te extrava la brjula y ya no entiendes nada El da se convierte en una sucesin de hechos incoherentes, de funciones que vas desempeando por inercia y por hbito. Y lo vives. Y dictas el oficio a quienes corresponde. Y das la clase lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente. Y en la noche redactas el texto que la imprenta devorar maana. Y vigilas (oh, slo por encima) la marcha de la casa, la perfecta coordinacin de mltiples programas porque el hijo mayor ya viste de etiqueta para ir de chambeln a un baile de quince aos y el menor quiere ser futbolista y el de en medio tiene un pster del Che junto a su tocadiscos. Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas, junto a la cocinera, sobre el costo de la vida y el ars magna combinatoria del que surge el men posible y cotidiano. Y an tienes voluntad para desmaquillarte y ponerte la crema nutritiva y an leer algunas lneas antes de consumir la lmpara. Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueo, echas de menos lo que se ha perdido: el diamante de ms precio, la carta de marear, el libro con cien preguntas bsicas (y sus correspondientes respuestas) para un dilogo elemental siquiera con la Esfinge. Y tienes la penosa sensacin De que en el crucigrama se desliz una errata Que lo hace irresoluble.

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  • Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes dormir si no destapas el frasco de pastillas y si no tragas una en la que se condensa, qumicamente pura, la ordenacin del mundo.

    De En la Tierra de enmedio (1972) CONSEJO DE CELESTINA Desconfa del que ama: tiene hambre, no quiere ms que devorar. Busca la compaa de los hartos. Esos son los que dan. PROPOSICIN DE LA BOA

    (A las puertas de la Tour d'Argent) No comas nunca nada que no seas capaz de digerir, que no seas capaz de vomitar.

    De Viaje Redondo (1972)

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  • Rosario Castellanos, Material de Lectura, serie Poesa moderna, nm. 53,

    Coordinacin de Difusin Cultural de la UNAM. La edicin estuvo a cargo de Fernado Maqueo.

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